Bellatin, Mario. Obra Reunida

494
-**r?*< M...f:i:.

Transcript of Bellatin, Mario. Obra Reunida

Page 1: Bellatin, Mario. Obra Reunida

-**r?*< M...f:i:.

Page 2: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Soy Mario Bellatin y odio narrar,

apareci6 publicado en cierto diario hace

algun tiempo. El hecho de ser escritor

esta mas alla de una decisi6n consciente

que haya podido ser tomada en

un momento determinado, continuaba

la nota. No recuerdo, exactamente,

cuando naci6 la necesidad de ejercer

esta actividad tan absurda, que me

obliga a permanecer interminables horas

frente a un teclado o delante de las

letras impresas de los libros. Y eso, que

para muchos podrfa parecer

encomiable y hasta motivo de elogio,

para mf no es sino una condici6n

que no tengo mas remedio que soportar.

Page 3: Bellatin, Mario. Obra Reunida

OBRA REUNIDA

Mario BeUatin

Pr6logo: Diana Palaversich

ALFAGUARA

Page 4: Bellatin, Mario. Obra Reunida

O B R A R E U N I D A

D R.@MarioBeUatin,2005

De esta edici6n:

D R. @ Santillana Ediciones Generales, S.A de C..Y., 2005

Av Universidad 767, Col del VaUe

Mexico, 03100, D.FTelefono 5420 7530

www.alraguara.com.mx

* Distribuidora y Editora AguiIar, Akea,Taurus, Alfaguaia, S A.

Calle 80 No 10-23. Santafe de Bogota, Colombia

Tel: 6 35 12 00

* Santillana S A

TorreIaguna, 60-28043 Madrid, Espafia.

* San t i l l anaSA,AvdaSanFe l ipe731 Lima,Peni

* Editorial Santillana S A.

Av R6mulo Gallegos, Edif Zulia let piso

Boleita Nte. Caracas 1071 Venezuela

* Editorial Santillana Inc.

E O Box 5462 Hato Rey, Puerto Rico, 00919

* Santillana Publishing Company Inc

2043 N W 86 th Avenue Miami, F1, 33172, USA

* Ediciones Santillana S A (ROU)

Javiei de Viana 2350, Montevideo 11200, Uiuguay.

* AguiIar, Altea, Taurus, Alfaguaia, S A..

Beazley 3860, 1437.. Buenos Aires, Argentina

* AguiIar Chilena de Ediciones Ltda..

DrAnfbalAriztfal444

Providencia, Santiago de Chile. Tel. 600 731 10 03

* Santillana de Costa Rica, S A.

Apdo Postal 878-150, SanJose' 1671-2050, Costa Rica

Primera edici6n en Me"xico: noviembre de 2005

ISBN: 968-19-1441-4

D R @ Cubierta: Fernando MontieI Klimt

Impreso en M&ico

Todos los derechos reservados Esca publicaci6n no puede ser reproducida, ni en codo ni en parre, ni regiscrada en o transmicida por un siscema de recuperaci6n de informaci6n, en ninguna forma ni por ningun medio, sea mec4nico, fotoqufmico, dectr6nico, magne lco, eleccro6puco, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, de la editorial

Page 5: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Indice

Pr6logo

Sal6n de belleza

Efecto invernadeio

Canon perpetuo

Damas chinas

El jardfn de la senora Murakami

Oto no-Murakami monogatari

Bola negra

Shiki Nagaoka: una nariz de ficci6n

La miiada del pajaro transpaiente

Jacobo el mutante

Peiros h&oes

Flores

La escuela del dolor humano

de Sechudn

9

25

55

83

113

149

203

213

261

273

307

373

435

Underwood port&il. Modelo 1915 499

Page 6: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Pr61ogo

Page 7: Bellatin, Mario. Obra Reunida

En el panorama actual de la liteiatura latinoamericana, dominado en ge-neral por la esciitura de corte reahsta, sea autobiogiafico, hist6rico, su-cio, o hiperiealista, la obra de Mario Bellatin surge como un proyecto original y aniesgado cuyo objetivo es crear un universo paraklo que de-safta no s6lo la l6gica del mundo concieto sino tambi^n los preceptos de la literatura iealista protagonizada por personajes verosimiles y caracteri-zada por texcos que despliegan una trama transparente, facil de seguir.

Bellatin, al contrario, cultiva una narrativa que borra los lfmites entre la iealidad y la ficci6n, tejiendo tramas fragmentadas y Iaberinticas, construyendo personajes inestables. La creaci6n de este universo pecu-liar, cuyos iasgos caracteristicos son reconocibIes practicamente a prime-ra vista paia todo lector que haya lefdo mas de una obra de este escritor, lo convierten en uno de los pocos autores contemporaneos de habla his-pana con un proyecto literario consistente e inconfundible. En el nucIeo de este proyecto se encuentra el deseo de construii un universo ficticio absuido y herm^tico, aunque absolutamente coherente, un mundo regi-do por l6gica propia y, poi lo tanto, capaz de sostenerse a si mismo y de generar discuisos nuevos que, como si fueian piezas de un mosaico, en-cajan perfectamente dentro de su corpus enteio.

Minimalistas en cuanto a su extensi6n y recuisos literarios em-pleados, y absuidos en cuanto la (i)l6gica que los gobierna, los textos de este autor son practicamente imposibles de relatai puesto que en ellos proliferan historias sin desenlace. Lo que impoita no es necesariamente lo que ocurre sino c6mo se manipula y estructura el material represen-tado nanativa o visualmente. Las historias de Bellatin se construyen con la misma pasi6n hacia lo absurdo evidente en las incongruentes estruc-turas arquitect6nicas del dibujante M.C. Escher, o en las peh'culas "rizo-mdticas" de David Lynch, en las cuales una seiie de elementos narrativos o visuales verosfmiles se arman de una manera absurda e intrigante. La narrativa de Bellatin se caracteiiza por las historias circulaies, bifurcantes o truncadas y un ambiente enrarecido poblado de seres an6malos cuyos cuerpos extraordinarios —castrados, paraliticos, podiidos poi la vejez o la enfeimedad, cuerpos que carecen de brazos o piernas y cuerpos que se mutan de hombre a mujer— constituyen la norma. Estos cuerpos, cabe

Page 8: Bellatin, Mario. Obra Reunida

12

enfatizar, inquietan menos por sus (de)formaciones que por su tremendo poder de desestabilizar todo concepto de unidad del personaje y del sen-tido narrativo transparente. Constituyen ademas un poderoso iman pa-ra seducir al lector quien, fascinado por el enigma de estos cuerpos —que supuestamente guardan la clave del secreto del texto— peiseveia en des-cifrarlos. La "ilegibilidad" de los cuerpos que nunca constituyen un todo completo y coherente, iefleja la "ilegibilidad" de los textos cuya singula-ridad tambi&i atiae al lector, invitandolo a asomarse a un abismo naira­tivo: aquel de la sinraz6n, el tipo de universo que seduce a la mitad del publico y espanta a la otra mitad.

Para todo lector que haya lefdo mas de un libro de Bellatin que-da claro que los cuerpos extraordinarios forman parte de un universo li-terario igualmente extraordinario en el cual lo an6malo es la iegla y no la excepci6n. En esta normalizaci6n de lo singular Bellatin parece recor-dar al lector el argumento del fil6sofo Thomas Kuhn, quien indica que "La anomalia aparece unicamente en relaci6n con el fondo provisto por el paradigma". Este pensamiento se evidencia mas explicitamente en La e<,cueU del dolor humano de Sechudn donde: "Los miembros del equipo tuvieron entonces que volver por sus propios medios al poblado de ori-gen y encontiarse con los demas integrantes de una comunidad donde la falta de dedos de la mano derecha era el iasgo en comun". La natura-lidad con la cual Bellatin piesenta lo an6malo, su completo distancia-miento emotivo de la materia que narra, como tambi^n la ausencia de todo lazo afectivo entre los personajes —incluyendo la supuestamente incondicional relaci6n afectiva entre padres e hijos— son elementos que iesaltan el hecho de que los textos que leemos no son reflejo o imitaci6n del mundo real sino una construcci6n aitificial, un simulacro.

***

El lector occidental —aqui' por supuesto incluyo al lector latinoamerica-no educado en la lectura del (post)Boom— tiende a acercaise al texto li-terario con la intenci6n de buscar su "significado profundo", o unavisi6n ciitica del mundo que enmarque el texto y que compiuebe el compro-miso del autor con la iealidad ciicundante. Ademas lectoies nostalgicos por el afan totalizante de las "grandes novelas" que caracterizaron el Boom latinoamericano buscaian (inutilmente) la misma intencionalidad en los textos de Bellatin resisti^ndose a aceptai que 6stos se escriben delibera-damente a contrapelo de los proyectos literarios modernos.

Consciente de este impulso "teleol6gico" y "totalizante" que orien-ta al lector, Bellatin con frecuencia compone sus textos como si fueran

Page 9: Bellatin, Mario. Obra Reunida

13

un thrilUr, invitando a suponer que detras de cada cuerpo an6malo y de cada trama absurda se esconde un terrible secreto que el lector descubri-ra al final. El lector arma las piezas del acertijo nanativo, busca (en vano) el orden original de eventos y la conexi6n entre lo que a primera vista pareci'an elementos ca6ticos y no relacionados. Para desviar estos impul-sos detectivescos, Bellatin tiende trampas narrativas, ofreciendo pistas (falsas) que prometen desentranax el misterio del texto. Asi, para dai unos cuantos ejemplos, en La escueLi del dolor humano de Sechudn se senala que la cuidadosa lectura del primer capitulo constituye la clave para des-cifrar la totalidad de la novela; en Fbres se insinua que el significado final se lograra con la ayuda de una misteriosa t^cnica nairativa sumeria; mien-tras que el subtitulo de Perros hiroes —"Tratado sobre el futuro de Ame^ rica Latina visto a trav& de un hombre inm6vil y sus treinta Pastor Belga Malinois"— lleva al lector a romperse la cabeza intentando a toda costa relacionar el texto con la situaci6n sociopolftica de aquella regi6n. El lec­tor puede intentar varias lecturas hipot^ticas pero no logra nunca un sig­nificado definitivo del texto poique este simplemente no existe, al menos de la manera en que se espera su existencia. Una vez que el lectoi entien-da que debe abandonar las reglas aprendidas de la literatuia realista, se puede entiegar al placer de la lectura de los textos de Bellatin, inquietan-tes y fascinantes, relatos que, parafraseando al mismo autor, califican'a como "delirantes y no hilarantes". S6lo despu& de este descubrimiento puede el lector dejar de ser un receptoi pasivo para convertiise en parti-cipante activo en el proceso de (re)creaci6n del texto que tiene en sus manos. Este tipo del lector ideal, activo, incr^dulo, y dispuesto a jugar, estd inscrito dentro de cada texto que compone la obra.

Al definir los textos de Bellatin como "ilegibles" y "delirantes" no significa que su narrativa carezca de sentido(s) y que el escritor no tiene nada que decir. De hecho, todos sus textos ofrecen como mfnimo dos alteinativas bisicas de interpretaci6n. Para los que se inclinan poi la lectura aleg6rica, ofrecen la posibilidad de "descifrai" el sentido del tex­to que se encuentra m& bien en las alusiones y silencios de lo narrado. Esta ruta la han escogido muchos lectores y resenistas, entendiendo, por ejemplo, que Satin de belUza habla de la epidemia del sida; que Canon perpetuo, Poeta ciego y La escueLt de doU>r humano de Sechudn critican las sociedades totalitaiias que se podrian asociar con Cuba, la antigua Uni6n Sovietica y China, respectivamente; que Flores reprocha la arrogancia de la ciencia que en vez de curai produce seres mutantes o mutilados, o que Perros hiroes representa una visi6n macabra del futuro latinoameiicano. Estas lecturas, que fijan a Bellatin como un escritor de alegorfas, com-prometido con el momento hist6rico en que vive, aunque perfectamen-

Page 10: Bellatin, Mario. Obra Reunida

14

te posibles, tienden a reducir la complejidad de una obra que se resiste a ser domesticada.

En cambio, otros lectores, acostumbrados a la lectura de los tex-tos vanguardistas o de la ficci6n posmoderna, se ven menos interesados en los mensajes exph'citos o implicitos de esta narrativa que en sus aspec-tos metafictivos: la manera en la cual el texto comenta y obvia el proceso de la escritura, subrayando que se trata de la invenci6n de la realidad y no de su reproducci6n objetiva. fistos reconocen que aunque los textos de Bellatin ponderan sobre la tematica de la sexualidad, fanatismo reli-gioso, totalitarismo, o la opresi6n del individuo, este hecho de poi si' no lo convieite en un autor comprometido politicamente, en el sentido sar-

* treano del escritor engage", puesto que el compromiso verdadero de Be­llatin no es poh'tico sino est^tico. Para ese publico en particular, e"l es un autor comprometido con la escritura misma, el que escribe a contrape-lo de la instituci6n llamada Literatura y sus formas socialmente consa-gradas.

***

Como es de esperarse de una obra que acentua el abismo que separa la palabia escrita del mundo real, la obra de Bellatin guarda lazos tenues con los contextos espacio-temporales. Sus textos se limitan a aludii, a ve-ces exph'cita otias implicitamente, al medio ambiente en que tienen lu-gar —principalmente a trav& de los nombres de los protagonistas— que insinuan que lo narrado ocurre en Jap6n, China, Rusia, Egipto, los te-iritorios del antiguo impeiio Austio-Hungaio, y, en algunos casos, en Am&ica Latina. El autor juega con la perplejidad que los nombres y re-ferentes foraneos pueden causar al lectoi, dandole a entender que la raz6n poi la cual no entiende la totalidad de un texto es su ignoiancia sobre la cultuia china, japonesa o judia que supuestamente constituye la clave para entenderlo. El lector llega a pensar que si conociera estas culturas, las piezas del rompecabezas caerfan mdgicamente en sus lugares respec-tivos y podei asi descifiar el secreto de textos tales como Eljardin de Lt senora Murakami, Shiki Nagaoka, BoU negra, La mirada delpdjaro trans-parente, La escueLt del dolor humano de Sechudn o Jacobo el mutante.

Ademas, los lectores que se acercan con candidez a sus textos, suponen que la referencia a los contextos y autores "ex6ticos" tienen co­mo fin la (re)producci6n fiel de estas culturas: que al mencionar, poi ejemplo, a autores y obras japonesas, el autor procedera a escribir una novela al estilo japon&. Este tipo de (re)producci6n no se da en Bellatin. La evocaci6n de otras cultuias es una artimana narrativa cuyo prop6sito

Page 11: Bellatin, Mario. Obra Reunida

15

no es anclar la narraci6n en un contexto concreto, sino mds bien deste-rritoriaHzar lo narrado, alejando de esta manera aI lector de los referentes familiares para acercarlo a la esencia del universo ficticio. Por esta razon muchos contextos, tanto culturales como geogrdficos, son en buena me-dida inverosimiles, imbuidos por una atm6sfera enrarecida que los saca de un imbito real para colocarlos en un no-lugar tipico de la ficci6n. La desterritorializaci6n practicada por este autor es un recurso afin con la enajenaci6n empleada por Beitolt Brecht, quien ubicaba sus obras en 4m-bitos extrafios para impedir la identificaci6n pasiva del lector con lo re-presentado; o con Jorge Luis Borges, quien situaba sus obras en espacios ex6ticos o fictlcios para que "la inverosimilitud fuera tolerable".

Las referencias falsas y la intertextualidad ir6nica dan un aspecto ludico a la narrativa de Bellatin, y pueden ser detectadas por un lector que entienda las implicitas "reglas del juego" de sus textos. Aunque rea-les, los autores que se mencionan, entre muchos, Joseph Roth, Pablo So-ler Frost, Juan Rulfo, Bertolt Brecht, y Tanizaki Yunichiro, son a la vez personajes ficticios que no se diferencian de ninguna manera de aquellos inventados por el autor, tales como los sefk>ies Murakami, Shiki Nagaoka, o el pedagogo Boris. En este sentido es interesante notar que en el afio 2003, Bellatin realiz6 en Paris un proyecto-performance: DobUs de escri-tores, en el cual sustituy6 cuatro autores mexicanos (Margo Glantz, Sal-vador Elizondo, Sergio Pitol y Jose' Agustin) por cuatro personas que se hacian pasar por aqudlos. Su objetivo era comprobar una tesis que se hace evidente en su obra: que toda identidad es un simulacro, es decir, una performance constituida por discursos y ademanes aprendidos y re-petidos ad infinitum.

La cautela hacia los nombres propios y la identidad "verdadera", hay que adoptarla aun cuando el autor en Underwoodportdtil. Modelo 1915, habla en primera persona identificdndose como Mario Bellatin, y defini^ndose a si mismo de una manera intrigante: "Soy Mario Bellatin y odio narrar." Debido a que se trata de un texto hfbrido, en el que se mezclan los g^neros de la ficci6n conla autobiograffa y el periodismo, y donde el escritor, entre otras cosas, habla de su actitud hacia el oficio de la escritura, muchos lectores se aproximardn a Underwoodportdtil. Mo-deU) 1S>15 como si fuera una autobiografla, es decir, un texto puramente documental. No obstante, y siguiendo las "reglas de juego" de todos sus textos, el lector mis astuto entendera" que tanto el Mario Bellatin que nos habla desde Underwoodportdtil, como el Mario Bellatin que nos mi-ra desde las solapas de sus libros vestido de negro, abrazando a su perro favorito, o dandonos la espalda sentado en un banco, o rodeado de sim-bolos que aparecen en sus obras —flores, peces y perros—, es mucho

Page 12: Bellatin, Mario. Obra Reunida

16

mas un personaje ficticio que una persona reaI: es un artista que se con-vierte en eI objeto de su propio estudio. Mientras que en la narrativa rea-lista las refeiencias a los autores y personas reales se usan para confiimar la veracidad de lo ocurrido, y para crear "el efecto de realidad", en la na­rrativa de Bellatin, este recurso es una parodia que socava la referencia-lidad y sefiala la naturaleza artificial del texto visual o narrado.

Este afan de demostrar que los personajes son una mera creaci6n del texto, es decir que estan hechos de palabias y no de caine y hueso, se refleja tambi^n en la predilecci6n que Bellatin tiene por el uso de nom-bres-funciones: eI Amante Otonal de Fbres, Poeta Ciego de Poeta ciego, el Amante, la Amiga y la Madre, de Efecto invernadero. Usados a la ma-nera brechtiana, estos nombres desindividualizan al personaje, lo vacfan de toda singularidad, para cargarlo de un peso sem4ntico preexistente que, sin embargo, se subvierte en el proceso de la lectura. La identidad proteica y sin "profundidad" de los personajes ficticios y reales, incluyen-do la del autor mismo, refleja la fluidez e inestabilidad del significado de los textos. El personaje, junto con otro elemento esencial de la narrativa realista, la trama, son significantes que flotan de manera suelta en la na­rrativa de Bellatin, en un infinito juego libre cuyo significado, como di-iia Denida, esta siempre siendo desplazado.

* * #

El aporte mas original de Bellatin a las letras es la forma de repiesentax al cuerpo fisico. Esta constante de su escritura no ha pasado desaperci-bida para ningun lector. Las observaciones de quienes han resenado sus textos con relaci6n al tema, se pueden resumir en una sola frase: el autor esta" obsesionado con la piesentaci6n de los cuerpos deformados que exis-ten en un universo frio, carente de emoci6n. Aunque acertada, esta ase-veraci6n se limita a resaltar lo obvio y en ningun momento analiza, por ejemplo, la fenomenologfa de estos cuerpos extraordinarios; el papel que ocupan en el imaginario de nuestra ^poca, o eI lazo simbi6tico que se da entre el cuerpo ffsico y el cuerpo textuaI. Mas que deformes, como prefieren definirlos los criticos, estos cuerpos son des-articulados y su condici6n de entes extra-ordinarios tiene la capacidad de poner en mo-vimiento todo un proceso de des-articulaci6n textual y social.

Cabe notar que los personajes que poseen cuerpos que se salen de los bordes de Ia "normalidad" poqufsimas veces figuran en la literatu-ra como personajes principales y mucho menos como generadores del discurso. Por lo general, en la vasta mayorfa de la literatura tradicional en cualquier parte del mundo, el cuerpo se considera como un simple

Page 13: Bellatin, Mario. Obra Reunida

17

ap^ndice del personaje, un derivado del desarroUo psicol6gico y no un ente independiente y desconcertante. Bellatin, sin embargo, lo coloca en el pleno centro del discurso ficticio y es a partir de la fragmentaci6n de estos cuerpos singulares e "inquietantes" que se genera su discurso, igual-mente inquietante.

En el contexto latinoamericano los pocos ejemplos de un trato corporal diferente al tradicional —donde el cuerpo se ignora o se da por sentado— se encuentran en la literatura gay, feminista y la que sali6 de las dictaduias del Cono Sur, donde el cuerpo politizado, marcado por las huellas del poder, figura en el centro del discurso literario. Sin embargo, los cuerpos en Bellatin no son politizados en forma explicita y en este sentido guardan cierta afinidad complementaria con las propuestas cor-potextuaks que se han dado en algunos trabajos de Severo Sarduy, Rei-naldo Arenas, Salvador Elizondo y Jose" Donoso. Estos autores tambi^n han postulado el cuerpo como un problema, un sitio de exceso e ilegi-bilidad radicaL No obstante, cabe advertir que la filosofia corporal que enmarca cada texto de Bellatin es mucho mis radical que la postura to-mada por los escritores mencionados. Su planteamiento de cuerpos ex-traordinarios, desarticulados, y a veces juguetonamente humoristicos, como generadores de un discurso igualmente desarticulado es sin paran-g6n en las letras latinoamericanas. Incluso, seria mds justo decir que sus propuestas corpotextuales nos remiten menos a la liteiatura latinoame-ricana y mucho mas a las indagaciones te6ricas posmodernas sobre el cuerpo que se han dado en otras partes del mundo. Paia mencionar s6lo algunas de ellas, &tas encuentian eco en Ia visi6n corporal que se mani-fiesta en los trabajos del cineasta David Cronenberg y su concepto de la "nueva carne" (newflesh): la carne en constante metamorfosis que a me-nudo se fusiona con la maquina; en el "cuerpo sin 6rganos" de Gilles Deleuze: cuerpo anterioi al "organismo", sin un orden preexistente, cuer­po en devenir constante. Como tambien en las identidades asumidas de la fot6grafa Nikki Lee, y los desconstruidos cuerpos femeninos de la fo-t6grafa Cindy Sherman. Al cuerpo "normal" y "legible", moldeado por la polftica y estitica dominante —el cuerpo de partes "completas" eficaz para el trabajo, el cuerpo femenino o masculino est^ticamente bello pa-ra contemplar, el cuerpo sanamente sexuado— Bellatin, Cronenberg, Deleuze, Lee, Sherman y muchos otros fil6sofos, artistas y escritores con-temporineos oponen los cuerpos subversivos e insumisos al canon. Estos cuerpos que perturban el orden, que no respetan reglas y lfmites sociales, constituyen ejemplo paradigmdtico de la crisis del sujeto cartesiano, y de la disoluci6n de significados fijos y verdades absolutas que han estructu-rado la modeinidad.

Page 14: Bellatin, Mario. Obra Reunida

18

Una pista para entender el lazo simbi6tico en Bellatin entie la desaxticulaci6n del cuerpo ffsico y la desarticuIaci6n del cuerpo textual se encuentra en Shiki Nagaoka, quien en una especie de mise en abyme ofrece un resumen de su propia obra, como tambi^n, implicitamente, de aquella de Bellatin, adviitiendo que su novela, escrita en un idioma que no existe, trata la reIaci6n"entre la esciitura y los defectos ffsicos [...] y c6mo la literatura que de alli surge debe distanciarse de la iealidad ape-lando al lenguaje, en este caso al no-lenguaje". Esta obseivaci6n hace pensar en otra parecida, de Salvador Elizondo quien nota que la disolu-ci6n del cuerpo en la literatura libera al lenguaje de su funci6n mim^ti-ca, "se des-significa". Es a partir de la adveitencia ii6nica y juguetona que Bellatin plantea en la boca de un autor ficticio, Shiki Nagaoka, que el lectoi se podiia aproximar a la obra de este autor que, como he argu-mentado, esti menos interesado en relatar cuentos acabados que en ex-plorar la natuialeza de lo ficticio y el pioceso de su producci6n.

Debido a la persistencia de ciertas caracteristicas temdticas y estiIisticas del universo literario de Bellatin: el poder familiar o estatal que somete al individuo, la muerte, la belleza, la crueldad, los cuerpos an6malos, la falta de emotividad, la parodia, el minimalismo expresivo, y la metatex-tualidad, entre muchas otras, es posible decir que hasta la fecha el autor no ha escrito varias sino una misma novela que se ha estado publicando en distintas entregas. Dicha propuesta cobrara" aun mas claridad con esta edici6n de Alfaguara, que forma parte de una serie especial dedicada a re-unii la obra clave de varios autores latinoamericanos y espanoIes vivien-tes o no. Esta publicaci6n que compila la mayoria de la obra de Bellatin en un solo tomo, nos peimite apreciar su producci6n literaria, hasta Ia fe­cha, como un continuo en cuyo centro esti el deseo de de(con)struir la palabra como poitadora de un significado estable y como reflejo del mun-do real, puiificando, de ese modo, la literatura de todo su bagaje no in-dispensable. Las obras se ofrecen, en la presente edici6n, de una manera no cronol6gica para demostrar que las piezas de este coherente y auto-contenido universo literario, se pueden tratar libremente como un "mo-delo para armar" y que cada recombinaci6n, segun el criterio de lectores individuales, dara un resultado diferente sin perturbai la armoni'a del corpm. El "modelo de armar" de esta edici6n obedece a ciertas lineas o series narrativas que, en muchos casos, se desarrollan paralelamente y juntas van fbrmando la totalidad de la obra. Para elucidarlas me referire' tanto a los textos aquf reunidos como a unos pocos que se excluyen.

Page 15: Bellatin, Mario. Obra Reunida

19

Lo que se podiia llamar la primera seiie de la narrativa de Bella-tin esti compuesta de obras tales como Damas chinas, Saldn de belUza y Efecto invernadero, que guardan lazos con el mundo extraHterario, que muchos han identificado como Iatinoamericano, no por la obvia ubica-ci6n geografica, puesto que el nombre del pafs no se menciona, sino por las referencias a ambitos sociales regidos poi el patriarcado, el machismo y una relaci6n a la vez castrante y posesiva entre padres e hijos. En Damas chinas, Bellatin desmantela la sacrosanta relaci6n padre-hijos, presentan-do a un padre m6iico que mata a su hijo diogadicto con una inyecci6n letal. El t6pico de la relaci6n "peiversa" de padres e hijos aparece como referencia obligada en pi4cticamente todas las obras de este autor, a ve-ces como tema central, otras como una observaci6n al pasar. Bellatin, parecido al (anti)psiquiatra biitanico R.D. Laing, propone la tesis radi-cal de que la familia es un ente anoimal que oprime al individuo, des-truyendo su libertad e imaginaci6n. La familia tanto en Bellatin como en Laing representa un microcosmos que refleja las actitudes dictatoria-les y patiiaicales que prevalecen en la sociedad en geneial. Es interesan-te notar que en la obra de nuestio autor, la subyugaci6n del individuo a la ley paterna la facilita siempre la madre "falica", que actua como gen-darme de la Iey paterna.

La familia que limita la libertad del individuo y representa el en-granaje basico de una sociedad igualmente opresiva, figura tambi^n en Satin de beUeza, donde tanto la familia como la sociedad entera expulsan de su seno a los enfermos que encuentran asilo en un sal6n de belleza convertido en moridero. Es aqui, en esta familia no convencional de los desechados —creada por un estilista devenido enfermero, quien enfren-ta sin compasi6n pero eficientemente, la muerte y el sufrimiento de los asilados—-, que Bellatin afionta uno de sus temas iecurrentes —el de la muerte— sin hipocresia y sin necesidad de una justificaci6n transcen-dental y ieligiosa. Tanto aqui como en otros textos en los cuales aparece el t6pico de la muerte, el autor la despoja de su bagaje ieligioso y su ri- -tual de decoro, dolor y lagrimas.

La muerte y su "otro", aparentemente oximor6nico, la belleza, se asoman en Sahin de belUza a uav& del moribundo esplendor de los peces, que reflejan la descomposici6n de los cuerpos masculinos de los enfermos, una vez hermosos tambi^n. El mismo nexo se desarrolla en Efecto inver­nadero, donde el moribundo Antonio —poeta, pintoi, bailaiin— co-reografia el espectaculo de su cuerpo mueito tal como lo plane6 en un cuaderno cuando era nifio. Su intenci6n de preservar la beUeza del ins-tante de la muerte, donde se desvanece la distinci6n entre su cuerpo vivo y muerto —la diferencia que, como dice su amiga, puede s6lo estar en

Page 16: Bellatin, Mario. Obra Reunida

20

el cambio de tonalidades—, la desbatata la inteivenci6n de la madre, que reclama el cadaver de su hijo para velarlo y enterrarlo de una manera tra-dicional, imponiendo asf sobre el muerto, la voluntad de una madre po-sesiva y castrante que no respeta ni el ultimo deseo de Antonio.

Canonperpetuo, Poeta ciego y La escuehi de dobr humano de Sechudn, en cuanto a lo tematico, parecen giiar en torno de ciertas sociedades totalitaiias, que muchos lectores han identificado con Cuba, la antigua Uni6n Sovietica y China, respectivamente. Estos textos presentan 6ide-nes jerarquerizados por un poder —sectaiio(teligioso) o politico— que no se declara abiertamente, pero que desde la sombra, kafkianamente, determina la atm6sfera y el comportamiento (absuido muchas veces) de los personajes. En estos textos domina el tema del poder, y de la subyu-gaci6n del individuo a la sociedad. Si bien Poeta ciego se puede leer como una critica a la autoridad religiosa y Canonperpetuo y La escueLt de dohr humano de Sechudn como critica de los sistemas totalitaiios, Bellatin, en ningun momento, cae en la supeificial divisi6n entre buenos y malos, pintando con la misma brocha los excesos autoritarios de los que tienen el poder y la ciega sumisi6n de las mayorias. Es en esta sumisi6n donde se revela otro tema subyacente: la exploraci6n de la relaci6n entre eI do-lor y el placer, el tormento que se transforma en goce.

No obstante, las indagaciones literarias de Bellatin no terminan en la exploraci6n del dolor, la muerte, y el autoritarismo. En textos tales como Poeta ciego y La escuela de dolor humano de Sechudn, a los cuales se pueden anadir tambi^n Eljardin de la seiiora Murakami, BoLt negra, y La mirada delpdjaro tramparente, se perfilan con mayor claridad aspectos autorieferenciales y metatextuales de su narrativa. En el centro del Poeta ciego se encuentra un texto secreto cuyo contendido no se conoce, el "Cua-dernillo de las cosas diffciles de explicar", que bien podria ser el texto de la novela que leemos. En La e$cuehi de dolor humano de Sechudn, las telas bordadas (texto = textil) cuentan la historia de Lin Pao, autor de obras teatrales e inventor de un juego de espejos capaz de fijar la imagen, co­mo en una fotograffa. La noci6n del "texto ausente", que deberfa ilumi-nar el cardcter enigmatico de la novela que leemos, se da tambi^n en El jardin de Li senora Murakami, donde se oculta el contenido de un ensayo critico que la protagonista escribe despu& de conocer la colecci6n de ar-te del senor Murakami, que posteriormente y debido a este ensayo ne-gativo, se convertirl en su atormentador marido. Ademis, Poeta ciego y Eljardin de Lt senora Murakami despliegan un interesante juego meta-textual, que se evidencia no s6lo dentro del texto mismo, sino tambi^n extradiag^ticamente, en sus adendas y posdatas que subrayan el caracter ficcional de la historia narrada. La noci6n del texto, como una serie de

Page 17: Bellatin, Mario. Obra Reunida

21

significantes que, de forma circular, apuntan uno al otro y no a un sig-nificado fijo, culmina en Boht negra, donde un insecto (srmbolo del tex­to que leemos) atrapado en una caja (sfmbolo del libio como objeto material) se devora a si mismo,. Algo parecido ocurre en La mirada del pdjaro tramparente, donde los pajaros misticos, sonados por el protago-nista, presagian un futuro misteriosamente tr4gico que le espera a su fa-milia. Las referencias a los textos dentro del texto, telas bordadas que cuentan historias, ideogramas japoneses queno existen, espejos, los pd-iaros tiansparentes o un insecto que se devora a si mismo, constituyen una instancia del mise en abyme, una forma peculiar de la duplicaci6n intetna de la nairaci6n que crea la sensaci6n de que el texto se genera y cierra dentro de su propia esencia.

En ShikiNagaoka,Jacobo elmutanteyPerroshiroes, Bellatin, en su indagaci6n sobre la natuialeza de la ficci6n y del acto de la escritura, da un paso adicional: afiade imagen al texto. Desestabiliza aun mis la frontera entre la ficci6n y la iealidad, entie la liteiatuia y otios g^neios artisticos. Desde la publicaci6n de Shiki Nagaoka, se podifa decir que la tiayectoria creativa de este autot, demuestra que sus trabajos se "ie-belan" quetiendo pertenecei cada vez menos al arte de la liteiatuia y ca-da vez m4s al arte a secas. Sus novelas se tornan mds bien "libios objeto" (de arte) y dependen tanto de la palabia como de la imagen y el mon-taje cinematografico. En los textos mencionados, la fotografia se emplea de una manera esencialmente posmoderna: la imagen se presenta no co­mo una prueba por excelencia de la referencialidad y la (re)producci6n del significado, sino como un sitio en el cual lo real estd siempre ausente. En Shiki Nagaoka, por ejemplo, los documentos fotogr4ficos tejen un doble discurso contradictorio: coquetean con las reglas del discurso rea-lista —la fotogiafia se emplea como piueba de la existencia ieal de lo re-presentado— y, por otra parte, la imagen se presenta como un trompe-l'oeil, como un simulacro que mina aun mas Ia autenticidad del petsonaje prin-cipal. EnJacobo el mutante, una novela sobre una novela no existente de un autor real, el judio-austriaco Joseph Roth, las fotos evocan ausencias, las aguas en las cuales desapareci6 eI personaje piincipal, Jacobo Pliniak, para emerger de ellas como una mujer, Rosa Plinianson.

Mientras que en ShikiNagaoka, una serie de fotos montadas brin-da verosimilitud a un personaje ficticio —en cuya existencia verdadera ha creido mas de un lector—, en Perros he"roes ocurre lo contrario. El dossieriotogti&,co que lo acompana como un librito aparte, y que el autor define como "instalaci6n", de hecho capta el ambiente en que vive un ser numano verdadero, cuya imagen fotogrlfica no se representa. Un hom-bre inm6vil, parapl^jico, que con la fuerza ferrea y los sonidos casi im-

Page 18: Bellatin, Mario. Obra Reunida

22

perceptibles que emite, domina a sus perros entrenados para matai. Con este mismo poder dictatoiial, desde su cama o silla de ruedas, sojuzga a su enfermero-entrenador, a su madre y a su hermana. Sin embargo, de-bido a lo extraordinario y lo raro de esta situaci6n teaI, las fotos de las numeiosas jaulas, de los perros, del aguila atada en el bafio, del desorden ca6tico de las figuritas kitsch de los perros, las aves o de los Simpson, no brindan verosimilitud al cuento del hombre inm6vil, sino mas bien, con-firman lo ficticio de lo representado. De esta manera se repite el cliche' de que la realidad es, muchas veces, mas rara que la ficci6n y por esta misma raz6n es dificil creer en ella.

Si en los tres textos mencionados airiba nos encontramos en pre-sencia de instalaciones visuales, en Ffores, en Perros hiroes (libro de texto), en Leccionespara una liebre muerta, y en Undenuoodportdtil. Modeb 1915, estamos frente a lo que se podria describir como una instalaci6n verbal. Cada vifieta de Perros he"roes ocupa menos de la mitad de la pagina, pa-reci^ndose mas a una toma fotografica, que capta un momento enrare-cido: el enfermero-entrenador que pide a la madre del hombre inm6vil permiso para quedarse a dormir en la cama de su hijo; un aguila que pos-teriormente serd devorada por los perros; la madre y la hermana absortas en la aparentemente absurda tarea de separai bolsas plasticas; el hombre inm6vil que indaga sobre cuantos perros Pastor Belga Malinois caben dentro de una nave espacial. Ademas, Perros h6roes y Undenuoodportdtil guardan una interesante relaci6n intertextual porque la vieja Underwood fue la primera maquina de escribir en la cual el autor, cuando era nino, escribi6 sobre "un asunto de perros", intento que, segun dice el mismo texto, no recibi6 la acogida favorable de su familia. Perros hiroes podria representar una venganza por esta primera critica negativa, ya que en ella resucitan tanto los perros como ese nino de diez anos que escribe sobre los perros h&oes. Las cuatio obias mencionadas se construyen como un bricoLtge de fragmentos cortos pero aut6nomos, que ofrecen posibilida-des practicamente ilimitadas de combinaci6n.

Al barajar las obras de Bellatin de una manera particular, mi prop6sito no ha sido recetar una lectura unica y "coriecta" de este autor, porque esta no existe, ya que los textos, como llevo sefialando, se pueden alinear e interpretar de otras maneras. Mi intenci6n mas bien ha sido cartogra-fiar el terreno, resbaladizo y lddico, de uno de los universos literarios mds originales que se han dado en la literatura reciente, e iluminar la cohe-rencia interna de esta obra, que se puede tratar como si fueia una sola

Page 19: Bellatin, Mario. Obra Reunida

23

novela. Es decir, como si se tratase de "un modelo para armar" que per-mite numerosas peimutaciones, no s6lo entre los fragmentos dentro de una misma novela, sino entre varias de ellas. Al jugar libremente con es-tos textos, al no dotarlos de un significado fijo, el lector evita el riesgo de terminar como el medico en el epigiafe de Flores, tomando el pulso a unos textos siempre conscientes de ser un artificio:

Recuerdo cuando acudi donde un anciano y reputado m^dico home6pata. Me llev6 mi padre, yo era un nino. En ese tiempo ya usaba una mano ortop^dica. El m^dico la asi6 para tomar-me el pulso. Yo estaba tan intimidado que no hice nada para sacarlo de su error. El honorable medico atenaz6 con fuerza la mufieca de plastico. Pese a todo, en ningun momento me dio por muerto. Al contrario, mientras iba contando las supuestas pulsaciones le dictaba en voz alta a su ayudante la receta que cuiaria todos mis males.

Del diario del Premio Nobel de Fhica, 1960

Page 20: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Sal6n de beUeza

CuaLfuier ckse de inhumanidad se convierte, con el tiempo, en humana.

KAWABATA YASUNARI

Page 21: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Hace algunos afios, mi inter& por los acuarios me llev6 a decorar mi sa-16n de belleza con peces de distintos colotes. Ahora que el sal6n se ha convertido en un Moridero, donde van a terminar sus dias quienes no tienen d6nde hacerlo, me cuestamucho trabajo ver c6mo poco a poco los peces han ido desapaieciendo. Tal vez sea que el agua corriente esta llegando demasiado cargada de cloro, o quiza" que no tengo el tiempo su-ficiente para darles los cuidados que se merecen. Comence' criando Gu-pis Reales. Los de la tienda me aseguraton que se trataba de los peces mas resistentes y, por eso mismo, los de mas facil crianza. En otras palabras, eran los peces ideales para un principiante. Tienen, ademas, la particu-laiidad de reproducirse idpidamente. Los Gupis Reales son vivfparos, no necesitan tener un motor de oxi'geno pata que los huevos se mantengan en la pecera sin que el agua tenga que cambiarse. La primera vez que pu-se en practica mi afici6n no tuve demasiada suerte. Compre" un acuario de medianas proporciones y meti dentro una hembra prefiada, otra to-davi'a virgen y un macho con una laiga cola de coloies. A1 dfa siguiente el macho amaneci6 mueito. Estaba echado boca ariiba, entie las piedras multicoloies con las que iecubri la base. De inmediato busque" el guante de jebe con el que hacia el tenido de cabello a las clientas, y saqu^ al pez mueito. En los dias siguientes nada importante ocuni6. Simplemente trate" de encontrar la medida coirecta de comida paia que los peces no sufiieian de empacho ni murieian de hambre. El contiol de la comida ayudaba ademds a mantener todo el tiempo el agua ciistalina. Pero cuan-do la hembra prefiada pari6 se desat6 una peisecuci6n implacable. La otra hembia queria comeise a las ciias. Sin embargo, los reci^n nacidos tenian unos podeiosos y rdpidos reflejos que momentaneamente los sal-vaban de la muerte. De los ocho que nacieron s6lo tres quedaion vivos. La madre, sin ninguna iaz6n visible, muri6 a los pocos dias. Esa muerte fue muy curiosa. Desde que pari6 se habfa quedado estatica en el fondo del acuario sin que la hinchaz6n de su vientre disminuyera en ningun momento. Nuevamente tuve que ponerme el guante que usaba para los tintes. De ese modo saque" a la madre muerta y la aiioje' despues por el excusado que hay detiis del galp6n donde duermo. Mis companeros de trabajo nunca estuvieion de acueido con mi afici6n por los peces. Afir-

Page 22: Bellatin, Mario. Obra Reunida

28

maban que trafan mala suerte. No les hice el menor caso y con el tiem-po fui adquiriendo nuevos acuarios asi como los implementos necesarios para tener todo en regla. Conseguf pequefios motores para el oxigeno, que simulaban cofres de tesoro olvidados en el fondo del mar. HaUe' tam-bi^n motorcitos en forma de hombres rana de cuyos tanques salian en forma constante las burbujas. Cuando al fin consegui cierto dominio con otros Gupis Reales que fui comprando, me aventure' con peces de crian-za mas diffcil. Me llamaban mucho la atenci6n las Carpas Doradas. Creo que fue en la misma tienda donde me entere' de que en ciertas culturas era un pIacer la simple contemplaci6n de las Carpas. A mf comenz6 a sucederme Io mismo. Podia pasar muchas horas seguidas admirando los reflejos que emitfan las escamas y las colas. Alguien me confiim6 despu& que ese tipo de pasatiempo era una diversi6n extranjera.

Pero lo que si no me paiece ningun tipo de diversi6n es la cantidad cada vez mayor de personas que vienen a morir aI sal6n de belleza. Ya no son solamente amigos en cuyos cuerpos el mal esta avanzado, sino que la ma-yoria son extranos que no tienen d6nde irse a morir. Apaite del Moride-ro, la iinica alternativa seria perecer en la calle. Ahora s6lo quedan los acuarios vacfos. Todos menos uno, que trato a toda costa de mantener con algo de vida en el interior. Algunas de las peceras las utilizo para guar-dar los efectos peisonales que traen los parientes de quienes estin hospe-dados en el sal6n. Para evitar confusiones coloco una cinta adhesiva con el nombre del enfermo, y alliguardo la ropa y las golosinas que de vez en cuando permito que les traigan. Solamente admito que las familias apor-ten dinero, ropa y golosinas. Todo lo demds esti prohibido.

Es curioso ver c6mo los peces pueden influii en el dnimo de las personas. Por ejemplo cuando me aficione" a las Carpas Doradas, aparte del sosiego que me causaba su contemplaci6n siempre buscaba algo doiado con que" adornar los vestidos que usaba en las noches. Ya fuera una cinta, los guan-tes o las mallas que me pom'a en esas oportunidades. Pensaba que llevar puesto algo de ese color podfa traerme suerte. Tal vez salvarme de un en-cuentro con Ia Banda de los Matacabros que rondaba por las zonas centra-les de la ciudad. Muchos no sobrevivfan a los ataques de esos malhechores, pero creo que si despues de un enfrentamiento alguno salia con vida era peor. En los hospitales donde los internaban los trataban siempre con des-precio. Muchas veces no querian recibirlos por temor a que estuviesen con-tagiados. Desde entonces me naci6 la compasi6n de recoger a alguno que otro companero herido que no tenfa d6nde recurrir. Tal vez de esa manera se fue formando este triste Moridero que tengo la desgracia de regentai.

Page 23: Bellatin, Mario. Obra Reunida

29

Pero regresando a los peces, en cierto momento tambi^n me aburri de te-nei exclusivamente Gupis y Carpas Doradas. Creo que se trata de una de-formaci6n de mi petsonalidad: me canso muy pronto de las cosas que me atraen. Lo peor es que despues no s6 que hacer con ellas. A1 principio fue-ron los Gupis, que en determinado momento me parecieron demasiado insignificantes para los majestuosos acuarios que tenia en mente formar. Sin ninguna clase de remordimiento deje giadualmente de alimentailos. Tenfa la esperanza de que se fueran comiendo unos a otros. Los que que-daron vivos los arroje' al excusado, de la misma forma como lo hice con aquella madre muerta. Asi fue como tuve los acuarios libres para recibir peces de crianza mas dificil. Los Goldfish fueion los primeros en los que pens^. Sin embargo recorde" que eran demasiado lerdos, casi estupidos. Yo queria algo colorido pero que tambi^n tuvieia vida, para asi pasarme los momentos en los que no habia clientas observando c6mo los peces se per-segufan unos a otros, o se escondfan entie las plantas acuaticas que habia sembrado sobie las piedras del fondo.

Mi trabajo en el sal6n de belleza lo llevaba a cabo de lunes a sabado. Pero algunos sabados en la taide, cuando estaba muy cansado, dejaba encaiga-do el negocio y me iba a los banos de vapor para relajarme. El local de mi pieferencia era atendido poi una familia de japoneses. Era un lugar exclu-sivo para personas de sexo masculino. El dueno, un hombre maduro de baja estatura, tenia dos hijas que hacian las veces de recepcionistas. En el vestfbulo se habfa tiatado de respetar el estilo orientaI del letrero de la puerta. Habia allf un mostrador decorado con peces multicolores y con dragones iojos tallados en alto ielieve. En foima invaiiable se podia en-contrar a las dos j6venes armando grandes rompecabezas. Cuando llega-ba alguien, dejaban el entretenimiento y se esmeraban en la atenci6n. EI primer paso era la entrega de unas pequenas bolsas de pIastico transpa-rente, para que el visitante introdujera en ellas sus objetos de valor. Las j6venes daban luego un disco con un numero, que cada quien se debfa colgar de la muneca. Las japonesas guardaban la bolsa en un casillero de­terminado y despu& invitaban al visitante a pasar a una sala posterior. Aquf la decoraci6n cambiaba totaImente. El lugar tenia el aspecto de los banos del Estadio Nacional que conocf la vez que me llev6 un futbolista amateui. Las paredes estaban cubiertas, hasta la mitad, con losetas blan-cas. En la parte superior habian pintado delfines dando saltos. Esos di-bujos estaban descoloridos. Apenas se percibia el lomo de los animales. En esa sala siempre me esperaba el mismo empleado para pedirme la ro-pa que llevaba puesta. En cada visita tuve siempre la precauci6n de usar

Page 24: Bellatin, Mario. Obra Reunida

30

s6lo prendas masculinas. Luego de desvestirme delante de sus ojos, con un gesto mecanico estiraba sus brazos para recibirlas. Se fijaba en eI nu-mero que colgaba de mi muneca, y se llevaba luego la caiga al casillero correspondiente. Antes de hacerlo, me entregaba dos toallas raidas pero limpias. Yo me cubria con una los genitales y me colgaba la otra de los hombros.

La ultima vez que visite" los bafios recorde' una historia que cierta noche en que estabamos esperando hombres en una esquina bastante transita-da, me cont6 un amigo. A e1 le gustaba vestirse ex6ticamente. Siempre usaba plumas, guantes y accesorios de ese tipo. Decia que algunos anos atris, su padre le habfa obsequiado un viaje a Europa. Afiimaba que du-rante aquel viaje habia apiendido a vestirse de esa manera. Sin embargo, parece sei que en esta ciudad no eia posible apreciarse una moda de ese tipo. Mi amigo se quedaba por eso muchas horas parado solo en las es-quinas. Ni siquiera los patiulleios que rondaban la zona, se lo llevaban a dai la vuelta de rutina. En ese momento me acorde" de 6l, poique en una ocasi6n me cont6 que su padre acostumbraba ir a unos bafios de va-poi a pasar los fines de semana. Se trataba de otro tipo de bafios, de alta categoria y no eomo los del japon&. Me dijo que en una de las primeras visitas, los mismos amigos del padie abusaron de el en una de las duchas individuales. Mi amigo no tendiia entonces mas de tiece afios, y el mie-do hizo que no dijera nada de lo sucedido. El caso es que estos bafios son distintos, porque a diferencia de los que frecuentaba el padre de mi ami­go aqui todos los usuarios saben a lo que van. Una vez que se esta cu-bierto s6lo por las toallas, el terreno es todo de uno. Lo unico que se tiene que hacer es bajai las escaleras que conducen al s6tano. Mientras se desciende, una sensaci6n extiana comienza a recorrer el cuerpo. Mi-nutos despu& queda uno confundido con el vapor que emana de la ca-maia piincipal. Unos pasos m& y casi de inmediato se es despojado de las toallas. De allf en adelante cualquier cosa puede qcunir. En esos mo-mentos, siempie me sentia como si estuviera dentro de uno de mis acua-iios. Revivia el agua espesa, alterada por las burbujas de los motoies deI oxigeno, asf como las selvas que se creaban entre las plantas acuaticas. Experimentaba tambidn el extrafio sentimiento producido por la peise-cuci6n de los peces grandes cuando buscan comerse a los mas pequefios. En esos momentos la poca capacidad de defensa, lo iigido de las trans-parentes paredes de los acuarios, se convertfan en una realidad que se abria en toda su plenitud. Pero ahora aquellos son tiempos idos que estoy seguro nunca volveran. Actualmente mi cuerpo esquel&ico me impide

Page 25: Bellatin, Mario. Obra Reunida

31

seguir frecuentando ese lugar. Otro factor importante para considerar aquello como cosa del pasado es el animo, que parece haberme abando-nado por completo. Siento como aIgo casi imposible haber contado en algun momento con la fueiza necesaria para pasar tardes enteras en ba-nos de esa natuialeza. Pues aun en los mejores tiempos de mi condici6n ftsica, salia de una sesi6n totalmente extenuado.

Tampoco tengo fuerza ya para saIir a buscax hombres en las noches. Ni siquiera en verano, cuando no es tan desagradable tener que vestirse y desvestirse en los jardines de las casas cercanas a los puntos de contacto que se establecen en las grandes avenidas. Porque toda Ia transformaci6n se tiene que hacei en ese lugar y ademis a escondidas. Seifa una Iocura regresar de madrugada en un autobus de servicio nocturno vestidos con Ia ropa con la que se trabajaba de noche. Ahora tengo que regentar este Moridero. Debo darles una cama y un plato de sopa a las victimas en cu-yos cuerpos la enfermedad ya se ha desarrollado. Y lo tengo que hacer yo solo. Las ayudas son bastante espotddicas. De vez en cuando alguna insti-tuci6n se acuerda de nuestra existencia, y nos socorre con algo de dinero. Otros quieren colaborar con medicinas. Pero tengo que volver a recalcar que el sal6n de beUeza no es un hospital ni una clinica, sino sencUlamen-te un Moridero. Del sal6n de belleza quedan los guantes de jebe, la ma-yoria con huecos en las puntas de los dedos. Tambi^n las vasijas, los ganchos y los carritos donde se transportaban los cosmeticos. Las secadoras, asi co­mo los sillones reclinables para el lavado del pelo los vendi para obtener los implementos necesarios para la nueva etapa en la que ha entrado el sal6n. Con la venta de los objetos destinados a la belleza compre' colcho-nes de paja, catres de fierro, y una cocina a kerosene. Un elemento muy importante que deseche' en forma radical fueron los espejos que en su momento habfan multiplicado con sus reflejos los acuarios asi como la transformaci6n de las clientas a medida que se sometian a los distintos tratamientos que se les ofrecian. A pesar de que me parece estar acostum-brado a este ambiente, creo que para cualquiera serfa ahora insoportable multiplicar la agoni'a hasta ese extrafio infinito que producen los espejos puestos uno fitente al otro. A lo que tambi6n parezco haberme acostum-brado es al olor que despiden los enfeimos. Menos mal que en el asunto de la ropa he recibido alguna ayuda. Con la tela fallada que nos don6 una fabrica hicimos algunas sdbanas, que suelo acomodar en distintos montones segun sea la cantidad de enfermos esa temporada.

A veces me preocupa qui^n va a hacerse cargo del sal6n cuando la enfer-medad se desencadene con fuerza. Hasta ahora he sentido s6lo ciertos

Page 26: Bellatin, Mario. Obra Reunida

32

atisbos, sobre todo los signos externos tales como la p^rdida de peso y el animo decaido. Nada interno se me ha desarrollado. Hace unos momen-tos me refeii al asunto del hedor y de la costumbre porque mi nariz no siente ya casi los oloies. Me doy cuenta piincipalmente por las muecas de asco que hacen los que vienen de fuera apenas ponen un pie en este lugar. Por eso conservo con agua y con dos o tres raquiticos peces uno de los acuarios. Aunque no reciba los cuidados de antes, me da la idea de que aun se mantiene algo fresco en el sal6n. Sin embaigo parece exlstir una raz6n desconocida que me impide darle la dedicaci6n que se mere-ce. Ayer, por ejemplo, encontre" una arana muerta flotando con las patas hacia atriba.

Antes de convertirse en un lugar usado exclusivamente para morir en compania, el sal6n de belleza cerraba sus puertas a las ocho de la noche. Era buena hora para hacerlo, pues muchas de las clientas prefeifan no visitar tarde la zona donde esta ubicado el establecimiento. En un letre-io colocado en la entrada, se sefialaba que era un local donde recibfan tratamiento de belleza personas de ambos sexos. Sin embargo, era muy ieducido el numero de hombres que traspasaba el umbral. S6lo a las mu-jeres patecia no importarIes set atendidas por unos estilistas vestidos ca­si siempre con ropas femeninas. El sal6n estaba situado en un punto tan alejado de las lfneas de transporte publico, que para llegar habfa que efectuar una fatigosa caminata. En el local trabajabamos tres personas, quienes un par de veces a la semana nos cambiabamos, aHstabamos unos pequefios maletines, y tras cerrar las puertas al publico partiamos con di-iecci6n a la ciudad. No podfamos viajar asi, vestidos de mujer. En mas de una oportunidad habiamos pasado por peligrosas situaciones. Por eso guardabamos en los maletines los vestidos y el maquillaje que fbamos a necesitai apenas llegasemos a nuestro destino. Antes de esperar en algu-na concurrida avenida, ya tiavestidos nuevamente, ocultabamos los ma­letines en los agujeios que habia en la base de la estatua de uno de los h&oes de la patria. En cieitas opoitunidades nos cansaba tanto cambio de iopa y, si bien con eso no se ganaba dinero, buscabamos algo de di-versi6n en los mezanines de algunos cines que proyectan en forma con-tinua peliculas pornogiificas. Los tres lo pasabamos bien especialmente cuando ciertos espectadores iban al bano. El paseo por el centro duraba hasta las primeias horas de la madrugada. Volviamos por los maletines y regresabamos a dormir al sal6n. En la parte trasera habiamos construido un galp6n de madera, donde los tres estilistas dormiamos casi hasta el mediodia. Lo haciamos juntos en una gran cama.

Page 27: Bellatin, Mario. Obra Reunida

33

En ese tiempo lo mds importante era la decoraci6n que podfa darseIe al sal6n de belleza. Por la zona se estaban abriendo nuevas esteticas, por lo que era fundamental para competir el aspecto que se le diera al negocio. Desde el primer momento, pense" en tener peceras de grandes proporcio-nes. Lo que buscaba era que mientras eran txatadas, las clientas tuvieran la sensaci6n de encontraise sumergidas en un agua cristalina para luego salir rejuvenecidas y beilas a la superficie. Por eso, lo primero que hice fue com-prar una pecera de dos metros de largo. Aun la conservo. Pero no es en ella donde se mantienen los tres peces que todavfa me quedan con vida.

Puede parecer dificil que me crean, pero ya casi no individualizo a los hu&pedes. Ha llegado un estado en el que todos son iguales para mf. Al principio los reconocfa. Incluso una que otra vez llegue' a encarinarme con alguno. Pero ahora no son mds que cuerpos en trance hacia la des-aparici6n. Me viene a la memoria uno en especial, a quien ya conocia antes de que cayera enfermo. Posefa una belleza sosegada, como la de los cantantes extranjeros que aparecen en la televisi6n. Recuerdo que cuan-do organizdbamos algun concurso de belleza la reina siempre ped(a to-marse fotos a su lado. Creo que aquello le daba un matiz internacional a las ceiemonias. Ese muchacho viajaba al exterior con regularidad. Se sa-bfa que tenfa un amante con mucho dinero, que cuando cay6 enfermo lo abandon6. El muchacho no quiso recurrir a su familia. Invent6 un viaje y vino a alojarse al Moridero. Vendi6 el departamento que posefa y me entieg6 todo el dinero. Antes de que su enfermedad avanzara hasta dejar-lo en un estado de delirio constante, me cont6 que sus frecuentes viajes no eran solamente viajes de placer sino que tenia como misi6n transpor-tai drogas ocultas en su cuerpo. Me explic6, en detaUe, los m^todos que utilizaba para adherfrsela. Se introducia las bolsitas en diversas partes de su cuerpo. Utilizaba para hacerlo unos metodos que me llegaron a causar repulsi6n. Me conmovi6 la forma en que aIguien tan bello habfa sido uti-lizado de eso modo por su amante. Creo que incluso llegue a sentir algo especial hacia su persona, pues deje" de lado la atenci6n que requen'an los demds hu^spedes y durante el tiempo que dur6 su agonfa no estuve sino atento a cumplir con sus necesidades. Como una deferencia especial, le coloque" un acuario lleno de peces en su mesa de noche. Me emocion6 cons-tatar que aquel muchacho no fue ajeno a mis preocupaciones. De alguna forma me demostr6 tambi^n su carino. Incluso un par de veces estuve en una situaci6n fntima con aquel cuerpo deshecho. No me importaron las costillas protuberantes, la piel seca, ni siquiera esos ojos desquiciados en los que curiosamente habfa aun lugar para el placer.

Page 28: Bellatin, Mario. Obra Reunida

34

Tampoco vayan a creer que yo era un suicida y me entregue' totaImente. Antes de hacerlo tome' mis precauciones. Pero, como dije antes, mis gus-tos cambian con frecuencia. De un momento a otro dej6 de interesarme por completo. Por esa raz6n, en determinado momento retire' la pecera del lado de su cama y lo trate' con la distancia que me impongo para to-dos los hu&pedes. Casi al instante el mal lo atac6 con violencia. No tard6 en morir. En su caso, la decadencia final vino por el cerebio. Comenz6 con un largo discurso delirante, que s6lo interrumpfa durante las horas en que era vencido por el sueflo. En algunas ocasiones el tono de su voz se alzaba mas de lo adecuado, y opacaba con sus palabras exalcadas las quejas de los dem4s. Me parece que fue atacado poco despu& por una tuberculosis fulminante, pues falleci6 luego de un acceso de tos. Para ese entonces, el cuerpo del muchacho s6lo significaba un cuerpo mis al que habfa la obligaci6n de eliminar.

En forma un tanto extrana, con el muchacho perecieron tres peces jun-tos. Si bien es cierto que en aquel tiempo los peces habfan dejado atr4s su antiguo esplendor, aun mantenfa un buen numero de ejemplares. Casi todos eran esos peces llamados Monjitas, negros con el pecho blanco. No s6, en esa dpoca rechazaba los colores. Lo que mi animo exigfa era el blan-co y el negio. Cada vez que pienso en el muchacho por el que sentf un especial inter&, lo recuerdo echado en su cama con la pecera con Monji­tas al lado. Inmediatamente despu& de su muerte, encontre' tres Mon­jitas rfgidas al fondo. No quise pensar en nada mientras las retiraba de la pecera. Para las Monjitas es pieciso contar con un calentador de agua. Habfa tenido uno enchufado todo el tiempo. En ese entonces, todavfa cumplfa con las reglas necesarias que me imponfan los acuarios. Consi-dero por eso mas que una casualidad que murieran precisamente las tres la noche en que expir6 el muchacho. Al dfa siguiente desenchufe' el ca­lentador. Luego de dos dfas comprobe* que ninguna de las Monjitas habfa iesistido el frfo del agua. En esos dfas muiieron tambi^n unos Escalares, a los que les aparecieron hongos en la piel. Salf pot eso a la tienda para adquiiir Gupis Reales como al principio. A todos los metf en un mismo acuario. Son los que actualmente mantengo. Como ya he dicho se trata de peces resistentes, que a pesar de los mfnimos cuidados se han mante-nido de una forma mas o menos regular: muriendo algunos y naciendo otros de vez en cuando. Pero el agua ya no luce cristaJina. Ha adquirido un tono verdoso, que ha terminado por empafiar las paredes del acuario. He colocado esta pecera en un lugar algo dejado de los hu&pedes. No quiero que las miasmas caigan encima deI agua. N6 deseo que los peces se vean atacados por hongos, virus o bacterias. A veces, cuando nadie me

Page 29: Bellatin, Mario. Obra Reunida

35

ve, introduzco la cabeza en la pecera e incluso llego a tocar el agua con la punta de la nariz. Aspiro piofundamente, y siento que de aquella agua emana aun algo de vida. A pesar del olor del lfquido estancado, puedo sentir todavfa una cierta frescura. Lo que mis me sorprende es lo fiel que se ha mostrado esta ultima camada de peces. Pese al poco tiempo dedi-cado a su crianza, se afenan de una manera extrafia a la vida. Me hacen pensar en esa curiosa muerte que se suele vivir en los baiios de vapor. Allf tambten existe una larga agonfa, que sin embargo esta" mas aUa" de la ener-gfa vital que muestran los visitantes al abiir ycerrar todo el tiempo las puertas de las cimaias individuales. Otra situaci6n similar la encontraba con algunas de las clientas que acudian en las buenas ^pocas al sal6n de belleza. La mayorfa eran mujeres viejas o acabadas por la vida. Sin em-bargo, debajo de aqueUos cutis gastados era visible una larga agonfa que se vestfa de una especie de esperanza en cada una de las visitas.

Pero el tema de la larga agonfa no tiene nada que ver con los hu&pedes. En ellos es una suerte de maldici6n. Mientras menos tiempo est6n alo-jados en el Moridero es mejor. Los mas afortunados sufren realmente unos quince dfas. Pero hay otros que se aferran a la vida igual que los Gupis de la ultima camada. Quieren vivir, a pesar de que no existe for-ma en que vean sus males atemperados. A pesar de que el frfo del invier-no se cuela sin cesar por las rendijas de las ventanas. A pesar de que es cada vez menor la raci6n de sopa que les sirvo. Como creo haber dicho en algun momento, los m^dicos y las medicinas estin prohibidos. Tam-bi6n las yerbas medicinales, los curanderos y el apoyo moral de los ami-gos o familiares. En ese aspecto las reglas del Moridero son inflexibles. La ayuda s6lo se canaliza en dinero en efectivo, golosinas y ropa de ca-ma. No se" de d6nde me viene la terquedad de Uevar yo solo la conduc-ci6n. Mis companeros de antes, con los que trabajaba en los peinados y en la cosmetologfa, han muerto hace ya mucho tiempo. Ahora ocupo yo solo el galp6n. La cama donde antes dormfamos se me hace ahora dema-siado grande. Los extrafio. Son los dnicos amigos que he tenido. Los dos murieron de lo mismo. En el momento final los trate* con la misma rec-titud que al resto. Todavfa tengo colgadas en el perchero las ropas con las que solfamos salir a la aventuia. En una caja guardoademds, las tarje-tas que nos dieron algunos de los hombres de la noche. Nunca he llama-do a ninguno. Ni siquiera para informarles por que* ya no nos encuentran en las esquinas de costumbre. Aunque lo mis probable es que ni siquiera se acuerden de nuestra existencia. Seguro que otros j6venes ocupan ahora nuestros lugaies.

Page 30: Bellatin, Mario. Obra Reunida

36

No se" de d6nde saque* fuerza para ir, la penultima vez, a la tienda de pe-ces. Recorde' con que" despreocupaci6n soh'a perdeime entre los acuarios, buscando los peces mds coloridos, mas vivaces, mas majestuosos. Pero aquella vez sentf remordimiento por encontrarme rodeado de toda aque-lla naturaleza llena de vida. Fue la ocasi6n en que me diiigi hacia la pece-ra de las Monjitas. Se trataba del unico espacio carente de color en aquel lugar. Pregunte" por los cuidados que necesitaban y me informaron que se trataba de peces delicados. E1 encargado caz6, entonces, diez Monjitas pa­ra mi. Contaba con un pequeno coladoi, que movia hdbilmente dentro del agua. Se demor6 cerca de quince minutos en la operaci6n. Me entre-g6 luego la bolsa de nailon tiansparente con las Monjitas en su interior.

Otro de los motivos de mi remordimiento, fue el gasto que hice en aque­lla ocasi6n. Aunque no eia mucho, se trataba de un dinero que me ha-bfan entiegado para otra finalidad. Hice uso de parte de los ahonos de una anciana, quien me habia confiado su alcancia y a su nieto menor. El nieto era un muchacho de unos veinte afios, que ya habfa comenzado con la disminuci6n de peso y los ganglios inflamados. Cierta noche lo encontre' tratando de huir. Fue tal Ia paliza que le propin^, que muy pronto se le quitaron las ganas de escapar. Se mantuvo acostado en la cama, es-perando pacfficamente que su cuerpo desapareciera despu& de pasar por las torturas de rigor. Cuando volvf al sal6n con mi bolsa de Monjitas, muy pocos se dieron cuenta de mi adquisici6n. Habia algunos hu&pe-des que no habfan perdido todavfa la conciencia, por lo que me molest6 que se mostraran tan indiferentes. Me pareci6 que no eran lo suficiente-mente agradecidos, que no bastaban las palabras con las que ellos o sus familiares me pedran alojamiento, ni tampoco las cosas agradables que de vez en cuando les escuchaba. Faltaba que me expresaran su gratitud de una manera mAs tangible. Por ejemplo, admirando los peces que aun quedaban con vida o, tal vez, con alguna alusi6n hacia mi cuerpo, como haciendo ver que aun se mantenia en forma.

Uno de los momentos de crisis por los que atraves6 el Moridero fue cuan­do acudieron mujeres a pedir alojamiento para morir. Venian hasta la puerta en p&imas condiciones. Algunas trafan en sus brazos a sus peque-fios hijos, tambi^n atacados por el mal. Pero yo desde el primer momento me mostre inflexible. El sal6n en algdn tiempo habfa embellecido hasta la saciedad a las mujeres, no estaba dispuesto a echar por la borda tantos afios de trabajo sacrificado. Nunca acepte" por eso a nadie que no fuera del sexo mascuIino. Por mas que me rogaron una y otra vez. Por mAs que me ofiecieron dinero nunca dije que sf. En un principio, cuando estaba

Page 31: Bellatin, Mario. Obra Reunida

37

a solas, me poni'a a pensar en aquellas mujeres que tendrian que morir en la calle con sus hijos a cuestas. Pero habfa sido testigo ya de tantas muertes, que compiendi muy pronto que no podia echar sobre mis es-paldas toda la responsabilidad de las personas enfermas. Con el tiempo logre" hacer oidos sordos, tanto a las suplicas como a la animadveisi6n de algunas personas. Eso, aunado a Ia campafia de desprestigio que se gene-r6 en la zona donde eI sal6n esta situado, hizo que en mas de una oca-si6n temiera por mi vida.

La campafia que se desat6 en mi contia fue bastante desproporcionada. Tanto, que cuando la gente quiso quemar eI sal6n tuvo que inteivenii hasta la misma policia. Los vecinos afirmaban que aquel lugar eia un fo-co infeccioso, que la peste habfa ido a instalarse en sus dominios. Se oi-ganizaron y Ia primera vez que supe de eUos fue por una comisi6n que apareci6 en Ia puerta con un documento donde habian firmado en una larga lista. Pude leer que pedian que desalojiramos el local de inmedia-to. Despu& la junta se encargaria de echar fuego, pienso que como sfm-bolo de puiificaci6n. Pude leer tambi^n aIgunos nombres, aI lado de los cuales estaban las firmas y un numero que supongo era el de sus docu-mentos personaIes. A pesar de que los trate" con amabilidad, no hice ca-so a la petici6n. No llegud a leei la parte donde se nos daba veinticuatro hoias como plazo para el desaIojo. A1 dfa siguiente, la piimera senal de alarma la dieron unas cuantas piedras que iompieron los vidrios de la ventana que da a la calle. Nos asustamos. Habfa hu&pedes que adn es­taban con los sentidos en orden y ottos, aun peor, que se encontraban con los nervios exaltados. Hasta yo me inquiete" cuando los escuche" gritai con lo que les quedaba de voz. Se inici6 entonces un sobrecogedor coio de moribundos. Afueia la mulritud empezaba a enardecerse. Tuve que esca-parme poi la parte del galp6n donde duermo. Dej^ a los hu&pedes a mer-ced de la turba. Con lo que tenfa de fuerza coiti vaiias cuadtas. Era de noche. Mientras conia imaginaba que los vecinos entraban al sal6n lle-vando sus antoichas en alto. Podi'a ver c6mo los hu&pedes eian apenas capaces de entendei lo que estaba ocuiiiendo y segufan aferiados a esos colchones, a esas frazadas que yo habfa cambiado por los antiguos instru-mentos dedicados a la belleza. No se" c6mo, despu^s de caminar infinidad de cuadras, pude llegar a un tel^fono publico. En el cuaderno que lleva-ba conmigo tenia algunos numeros que habia pensado me podfan ser dti-les. Se trataba de las instituciones que siempre habian querido ayudarme con medicinas y otras cosas propias de hospitales. Luego de hacer un par de llamadas seguf corriendo hasta llegar a la estaci6n de policia. Tuve que exponerme a frases sarcasticas por parte de los agentes. Hasta que final-

Page 32: Bellatin, Mario. Obra Reunida

38

mente un cabo, que parecfa tener m&s sensibilidad que los demds, se dig-n6 escucharme. Oy6 parte del relato, omiti por cierto algunos detalles, y design6 a un grupo de sus hombres para que lo siguiera.

Regresamos juntos. Cuando llegamos, la turba habia logrado romper la puerta piincipal. Sin embargo, por alguna raz6n que intuyo relaciona-da con los olores o el temor al contagio no habfan entrado. La policia hizo algunosdisparos al aire. La gente se dispers6. Pero alli no termina-ron los problemas. La policfa, que no tenia ni la menor idea de nuestra existencia, comenz6 a hacer preguntas. Hicieron una inspecci6n gene-ral. Hablaron de cierto c6digo sanitario. Felizmente, en ese momento llegaron los miembros de las oiganizaciones a las que habfa convocado. Hablaron con los policfas. Incluso uno de ellos fue con el cabo hasta la estaci6n. Con los otros reci^n llegados, habfa algunos que pertenecfan a una comunidad religiosa, tratamos de calmai a los hu&pedes. Acto segui-do construimos una especie de palizada en la puerta para pasar la noche. En los dfas posteriores se hicieron los trabajos de remodelaci6n. Durante esos dfas yo caf en una depresi6n profunda que, sin embargo, no me hi­zo descuidar en ningun momento a los hu&pedes. La unica diferencia fue que pase* mis tiempo recluido en mi galp6n. Pese a todo, desde tem-prano salfa al mercado a comprar las verduras necesarias asf como las me-nudencias de pollo con las que hacfa Ia sopa diaria. Despu& de regresar pasaba revista a los hu&pedes. Los limpiaba Iuego lo mejor que podfa. A los que eran capaces de levantarse, los acompanaba hasta el excusado. Me ponfa despu& a cocinar. En realidad, no era una tarea muy compli-cada. Se trataba solamente de meter en la olla las verduras, las menuden-cias y dejarlas luego que hirvieran un par de horas. Le echaba un pufiado de sal y tapaba nuevamente la olla. A la hora del almueizo servfa los pla-tos. Era la unica comida del dfa. Los hu&pedes casi nunca tenfan ham-bre. Muchos de ellos, ni siquiera terminaban el plato diario de sopa que les ponfa delante. Yo comfa lo mismo. Me acostumbre" tambi^n a hacer-lo s6lo una vez.

Todo parecfa ir bien en el par de acuarios que mantenfa con vida hasta que, de un dfa para el otro, comenzaron a aparecerles hongos a unos Es-calares que habfan continuado con vida desde los tiempos de prosperi-dad. Al principio se trat6 de unas pequefias nubes que les crecieron en los lomos. Es extrafio el aspecto que adquieien los peces en tales circuns-tancias. Se ven los colores opacados por una gran aureola, que parece de algod6n. Finalmente, todos los cuerpos fueron contagiados y los Escala-res cayeron al fondo un par de dfas antes de morit. No estoy totalmente

Page 33: Bellatin, Mario. Obra Reunida

39

seguro, pero creo quepara aminorar la impresi6n que me caus6 verlos compre" rapidamente los Gupis que hasta ahora me acompanan. Los es-cogf practicamente al azar, sin detenerme demasiado en Ias caracteristi-cas de ninguno. Como la vez que adquirf los primeros peces, elegf un macho y dos hembras. Una de ellas result6 tambi^n estar prenada. Co­mo ya dije, a diferencia de aqueUos primeros peces &tos si resultaron re-sistentes. Soportan de una mariera mas que razonable la falta de cuidados. Los motores del oxfgeno estin todos inservibles menosuno, que funcio-na a trompicones. E1 agua se purifica s6lo a veces. Casi nunca tengo tiem-po para renovarla. Por eso en ocasiones el nivel baja y los peces tienen un espacio mfnimo para moverse. Cuando la situaci6n es alarmante, Ueno un recipiente y dejo que el agua repose veinticuatro horas. La arrojo luego sobre esta unica pecera que aun se mantiene con vida. Por lo general los peces, que han estado aletaigados por falta del l(quido suficiente, comien-zan otra vez a moverse de un extiemo a otro del acuario. Pero lo hacen con dificultad, pues a pesar del agua nueva la pecera continda luciendo ese coIor verde oscuro que la caracteriza. Es tanta la turbidez, que desde el exterior apenas si distingo las formas en movimiento. He perdido, por eso, la cuenta del numero exacto de peces que se mantienen con vida. Sospecho que son s6lo dos o tres.

Desde hace algun tiempo, me he dado cuenta de que pareciera que el mal atacara por oleadas. Hay temporadas en que el sal6n esta vacfo por com-pleto. Esto se produce despu& de que todos los hu&pedes mueren en un periodo corto y no aparecen aun enfermos recientes para reemplazarlos. Pero esas ^pocas no son muy duiadeias. Cuando uno menos lo piensa, nuevamente los fiituros hu&pedes tocan las puertas del sal6n. Con una sola ojeada puedo predecir cuanto tiempo de vida tienen por delante. La actitud con la que llegan varia de acuerdo al caracter de la persona. Casi todos estan desesperados, pero algunos muestran algunos signos de luz a pesar de esa condici6n. Otros estan derrotados por completo, y a duras penas pueden incluso mantenerse de pie. Una vez que son recluidos, yo me encargo de Uevar a todos a un mismo punto con respecto a sus esta-dos de animo. Despu& de unas cuantas jornadas de convivencia, logro establecer la atm6sfera apropiada. Se trata de un estado que no sabria c6-mo describir con propiedad. Logran el aletargamiento total donde no cabe, ni siquiera, la posibilidad de preguntarse por si' mismo. fiste es el es­tado ideal para trabajar. As( se logra no involucrarse con ninguno en es-pecial hactendose, de ese modo, mas expeditivas las labores. De esa forma se cumple con el trabajo sin ninguna clase de impedimento.

Page 34: Bellatin, Mario. Obra Reunida

40

Cuando tuve aquel acercamiento con el muchacho que muri6 de tubei-culosis, aun no habia perfeccionado del todo mi tdcnica. Aunque esti mal decirlo, me arrepiento de haber cai'do sentimentalmente en esa opor-tunidad. Pienso que a ese muchacho jamds debf haberle puesto la pece-ra con Monjitas en su mesa de noche. Nunca tocarlo con fines ajenos a los higi^nicos Este caso podiia consideiarlo como una mancha en mi oficio. No he contado algunas cosas, pero a pesar de la indiferencia que mostre" cuando el muchacho enti6 en la recta final debo confesar que se-cretamente me pieocupe" por el tipo de sepukura que recibirfa. Tal vez lo hice movido por la considerable cantidad de dinero que me entreg6 an-tes de ser admitido como hu&ped. El caso es que su cuerpo no fue a dai, como los otros, a una fosa comun que hay en las cercanias. Me interese" poique recibiera una sepultura mas digna. Fui a una funeraria donde ad-quiri un ataud de color oscuro. Aparte' los muebles del galp6n donde duermo e improvise un velorio, donde yo fui el unico deudo presente. Contrate' ademas una camioneta negra y separe" un nicho no muy akja-do del piso. Pero todavra no me atrevo, y estoy casi seguro de que nunca lo hare, a ir al cementerio a decorar con flores su tumba. Como ya dije, los demas muertos van a dar a la fosa comun. Sus cuerpos son envueltos en unos sudaiios que yo mismo confecciono con paite de las telas de sa-bana que nos donaron. No hay velorio. Se quedan en sus camas, hasta que unos hombres que tengo contiatados los trasladan en caiietillas. Yo no los acompano, y cuando vienen los familiares a pieguntar me limito a informarles que ya no estdn m&s en este mundo.

Sin embaigo, pese a todas estas circunstancias, siento una alegria un tan-to triste al comprobar que, de cierta foima, en los ultimos tiempos el or-den se ha instalado por piimeia vez en mi vida. Aunque me paiece algo sombria la foima de haberlo obtenido. Se acabaron las aventuias calleje-ras, las noches pasadas en celdas durante las redadas, las peleas a pico de botella que se suscitaban cuando algun otio tiataba de quitarme un no-vio conseguido a fuerza de saciificio. Aquellas escenas solfan generarse casi siempre en las discotecas donde iba a divertirme. Habfa una que era mi preferida. El dueno era amigo mi'o desde los tiempos en que yo era un muchacho. En esa ^poca me habia escapado recien de la casa de mi madre, quien nunca me perdon6 que no fuera el hijo recto con el que ella habia sofiado. Como no tenra medios de subsistencia, me aconseja-ron que viajara al norte del pais. En aquel tiempo, el dueno de la disco-teca regentaba aIli un hotel para hombres que contaba con un gran sal6n de baile en el primer piso. Hice caso a los consejos y parti. Yo no tendr(a entonces mds de diecis^is afios, y no puedo quejarme ni del trato ni de

Page 35: Bellatin, Mario. Obra Reunida

41

la cantidad de dinero que recibi. E1 dueno, que tenia unos veinte anos mas que yo, me trat6 con mucho respeto. Me aconsejaba siempre. Me habl6 con claridad de una regla fundamental. Me dijo que en ningun momento olvidara lo eflmera que es la juventud. Yo debfa aprovechar lo mas posible los anos que tenia entonces. Gracias a esa persona, lleve' con inteligencia mis finanzas. Por eso, antes de cumplir los veintid6s anos pude regresar con el capital necesario para invertirlo en la creaci6n del sa-l6n de belleza. No adquirf todos los artfculos desde el ptimer momento. Pude hacerme s6lo del terreno y logre" construir la sala piincipal. A1 prin-cipio, no contaba mas que con tres o cuatro cosas pero muy pronto se hi-zo publico que tenia buena mano para los cortes de pelo. Asf fue como la clientela aument6 gradualmente, y pude comprai los elementos necesa-rios para hacer cieer a las clientas que se encontraban en un establecimien-to de alta categoifa. Sin embargo, sentfa que aun faltaba algo para que el sal6n fuera un lugarverdaderamente diferente. Fue entonces cuando pen-s6 en los peces. Setian el toque que darfa al local un matiz especial.

Con respecto a mi persona las cosas eran cada vez mds distintas. A me-dida que el negocio se estabilizaba, yo me senti'a cada vez mas vacio poi dentro. Fue entonces cuando comence a llevai una vida que puede lla-marse algo disipada. Es cierto que cumplia con mis obligaciones diarias, pero no veia el momento de que llegara uno de los dias de la semana que habiamos senalado para salir a la calle vestidos de mujer. Fuimos adop-tando tambien la costumbre de vestirnos asf para atender a las clientas. Me pareci6 que de ese modo se creaba un ambiente m& intimo en el sa-l6n. Las clientas podfan sentirse mis a gusto. De esta foima podi'an con-tarnos quiza sus vidas, sus secretos. Sentirse aliviadas de sus problemas. Pero pese a que dentro del sal6n se lleg6 a formar algo asf como una uni-dad y una armonfa agradables, con el abuso de las aventuras callejeras mi vida fue perdiendo en algo su centro psicol6gico.

Cuando el sal6n de belleza comenz6 a cambiar, sentf tambi^n una trans-formaci6n interna. Entre otras cosas, al momento de dar atenci6n a los hu&pedes me hice algo asf como mis responsable. En ese entonces no era ya tan joven. Desde hacfa un tiempo me era cada vez mas diffcil con-seguir 6rito en las noches en el centro. Habfa empezado a vivir, en carne propia, la soledad del amigo que trajo su vestimenta de Europa. Tuve que pararme en avenidas menos exclusivas, o hacer mis cosas amparado por la oscuridad de los cines de barrio. Recordaba, en ese tiempo mis que nunca, los consejos que me habfa dado en su momento el duefio del ho-tel de piovincia. Iba constatando que, una a una, sus predicciones se es-

Page 36: Bellatin, Mario. Obra Reunida

42

taban cumpliendo. Como conttapartida, las cosas en el sal6n de belleza iban cada vez mejor. Aquella fue la ^poca en que los acuarios llegaron a su esplendor. Tenia toda una colecci6n de Escalares, Goldfish y Peces Ld-piz. Incluso, en una pecera con una serie de compartimentos separados, criaba Piranas Amaz6nicas. Las clientas se amontonaban en la puerta, por-que tres veces a la semana abrfamos a las doce del dfa. Por eso tuvimos que establecer un exacto ritmo de citas, que curiosamente se cumplieron en forma religiosa. Tuve que ir imponiendo reglas. Nunca acepte* que una clienta llegara tarde, tampoco hice caso a las que venian con urgencias de ultima hora, ni a las que pedfan entreturnos.

La primera vez que acepte" a un hu&ped, lo hice a pedido de uno de los compafieros que trabajaba conmigo. Como ya sefial6, antes habfamos dado cobijo a uno que otro herido por la Banda de los Matacabios o por otro tipo de asaltantes. En esas ocasiones se habian tratado s6lo de alo-jamientos temporales. Pasado un tiempo, todos abandonaban el sal6n por sus propios medios. Pero aquella vez ese companero me cont6 que uno de sus amigos mis cercanos estaba al borde de la muerte y no lo que-rian recibii en ningun hospital. Su familia tampoco quen'a hacerse cargo del enfermo y, por faIta de recursos econ6micos, su unica alternativa era morir debajo de uno de los puentes del rfo que corre paralelo a la ciu-dad. Lo habian llevado hasta ese lugar ciertos vagabundos, quienes para mitigar los escalofn'os que lo acometian lo abrigaban con unos cartones. El muchacho que trabajaba conmigo me rog6 que lo recogieYamos. Acep-te" sin pensar mucho en las consecuencias, pues de hab^rseme hecho ese pedido en otro momento jamds hubiera permitido que mi sal6n de be­lleza se convirtiera en un Moridero.

Aquel joven muri6 un mes despu& de su ingreso. Recuerdo que casi nos volvimos locos por tratar de restablecerlo. Convocamos a algunos m^-dicos, enfeimeras y yerbeios. Visitamos tambidn a personas que se de-dicaban a la curanderfa. Hicimos algunas colectas entie los amigos para comprar las medicinas, que eran sumamente caras. Todo fue inutil. La conclusi6n fue simple. El mal no tenfa cura. Todos aquellos esfuerzos no fueron sino vanos intentos por estar en paz con nuestra conciencia. No se" d6nde hemos aprendido que socorrer al desvalido es tratar de apartar-lo, a cualquier precio, de las garras de la muerte. A partir de esa experien-cia, tome" la decisi6n de que si no habia otro remedio, lo mejor era una muerte r4pida dentro de las condiciones mis adecuadas que fuera posi-ble brindirsele al enfermo. No me conmovfa la muerte como muerte. Lo unico que buscaba evitar era que esas personas perecieran como perros

Page 37: Bellatin, Mario. Obra Reunida

43

en medio de la calle, o abandonados por los hospitales del Estado. En el Moridero teni'an asegurados una cama, un pIato de sopa y la companfa de todos mis demis moribundos. Si el hu&ped estaba consciente, o me-jor aun, si estaba en condiciones de efectuar movimientos podfa ayudar tanto moral como fisicamente. Aunque, hay que reconocer que laayuda ffsica era espoiidica. Se daba s6lo cuando algdn hu&ped, de pronto, su-frfa una recuperaci6n transitoiia, pues yo siempre me aseguraba de acep-tar s6lo a los que no teni'an ya casi vida ppr delante.

Algunas veces, muchachos j6venes y vigorosos tocaron las puertas. Ase-guraban que estaban enfermos, e incluso algunos Uevaban consigo los resultados de los andlisis que lo certificaban. Vi6ndolos en aquellas con­diciones fisicas, era facil imagina>selos desnudos o realizando ejercicios corporales. Nadie podrfa pensar que la muerte ya los habfa elegido. Pero aunque sus cuerpos parecian intactos, sus mentes daban la impresi6n de haber aceptado ya la pronta desaparici6n. Querfan a toda costa ser hueV pedes del Moridero. Se ofrecfan, incluso, para ayudarme en la regencia. Yo tenfa que sacar la misma fuerza que mostraba delante de las mujeres que pedian hospedaje y decirles que regresaran meses despu&. Que no volvieran a tocar las puertas sino hasta cuando sus cuerpos fueran irre-conocibles. Con los achaques y la enfermedad desarrollada. Con esos ojos que yo ya conocia. S6lo cuando no pudieran mis, les era permitido volver. Unicamente asf podfan aspirar a la categorfa de hu&pedes. Re-ci^n entonces se pondrian en juego las verdaderas reglas que he ideado para el cotrecto funcionamiento del sal6n. Era sorprendente ver que este tipo de hu&ped, el que habfa tocado las puertas sano para ser aceptado tiempo despu&, era el mis agradecido con los cuidados. Incluso muchos de ellos alabaron los acuatios aunque dentro de las aguas no hubiera ya nada que llamata la atenci6n.

Los primeros sfntomas del mal los sentf en mi cuerpo cierta maflana, en que desperte" mds tarde que de costumbre. Se trat6 de un amanecer algo extraflo. Con las primeras luces del alba, me sobresalt6 una pesadilla. So-fie" que regresaba al colegio donde habfa estudiado la primaiia, y nadie me reconocia. Si bien es cierto que en apariencia tenfa el mismo aspecto de cuando era niflo, habfa cierto elemento en mf que delatabael paso de los afios. Era algo asf como un hombie viejo en un cuerpo de nino. Pase" revista a mis companeros de sal6n y a algunas profesoras. Eran los mis-mos con los que habia estudiado, pero me tiataban como a un descono-cido al que, adem4s, le tuvieran miedo. Finalmente, mi madre fue por mf a la salida y con ella ocurii6 lo mismo. Habfa ido por mf y, sin em-

Page 38: Bellatin, Mario. Obra Reunida

44

bargo, no era capaz de reconocerme. Desperti con una tristeza profun-da. Sobre todo por haber visto a mi madre, quien muri6 poco despu& de mi huida al norte del pafs. Era una mujer que se quejaba con frecuen-cia. Deci'a siempre estar enferma, y recuerdo que muchas de las horas de mi infancia las pase" en las salas de espera de grandes hospitales, acompa-fidndola para que se hiciera uno de sus innumerables exdmenes. Cuando desperti, senti tambi^n una gran angustia. Me par^, sali del galp6n y, co-mo de costumbre, me eche' agua en la cara. Regrese luego a la cama y me dormi' hasta cerca de las diez de la manana. Me despertaron unos fune-bres sonidos que venfan del sal6n principal. Los hu&pedes se estaban quejando por no set atendidos. Era muy tarde. A muchos habfa que cam-biarles el pafial. A otros acompanarlos hasra el excusado que hay detris del galp6n. En uno de esos viajes note el brote de la enfermedad. A la pasada me mire" en el pequeno espejo que reservaba para afeitarme. Vi un par de pustulas en mi mejilla derecha. No tuve necesidad de palpar los ganglios para ver si estaban inflamados. Teni'a la suficiente experien-cia para reconocer, al instante, el mas insignificante de los sintomas.

Semanas despues, mi fueiza corporal empez6 a disminuir aunque no de mahera tan radical. En ese entonces ya estaba totalmente dedicado al Moridero, pero me reservaba uno que otro dia para salir a divertirme. A veces era una visita a los banos. Otras ir hasta las calles vestido con la ro-pa que me habi'an dejado mis companeros ya fallecidos. Sin embargo, no se trataba de una actividad sostenida. Lo hacfa muy de vez en cuando. Peio al descubrii las heridas en mis mejillas las cosas acabaron de golpe. Lleve' los vestidos, las plumas y las lentejuelas hasta el patio donde se en-cuentia el excusado. Hice allf una gian fogata. Oli6 muy mal. Parece que habfan muchas prendas de material sintdtico, porque se levant6 un hu-mo bastante t6xico. Ese dia habia estado tomando aguardiente desde tempiano. Lo hice mientras cumplfa con mis obligaciones en el Mori­dero. En realidad, era capaz de hacer las tareas en cualquier estado. Ya sea bajo los efectos de una droga, del alcohol o del suefio. Mis movimien-tos se habian vuelto lo suficientemente meca iicos como para hacer mis labores a la perfecci6n, guiado unicamente por la fuerza de la costum-bre. En el momento de la fogata, me habia puesto uno de los trajes de mis amigos. Estaba totalmente maieado, aunque se' que bailaba aliede-dor del fuego mientras cantaba una canci6n que ahora no recuerdo. Me imaginaba a mi mismo en la discoteca con esas iopas femeninas, y con la caia y el cuello totalmente cubiertos de Uagas. Mi intenci6n era caer, yo tambi^n, dentio del fuego. Ser envuelto por las llamas y desaparecer antes de que la lenta agonia fuera apoderindose de mi cuerpo. Pero pa-

Page 39: Bellatin, Mario. Obra Reunida

45

rece que el canto mitig6 mis intentos suicidas. Mientras mas cantaba, iba recordando de manera mas claia nuevas canciones. Era creciente la sen-saci6n de ir entrando, poco a poco, en los recuerdos que las canciones me sugerfan. Lentamente la fogata se fue apagando, hasta no quedar sino un leve humo saliendo de los restos achicharrados. Yo estaba echado de costado. Uno de los ruedos de mi traje habia sido alcanzado por el fue-go y el raso que decoraba el vestido estaba completamente chamuscado. Igualmente sentia el pelo y las pestanas. Pese a todo continue acostado, maxaviUandome con las leves columnas de humo. Las canciones habi'an cesado. Aparte del final deI fuego, el unico iuido que se podia sentir era el que producian los gemidos que reinaban en el sal6n principal.

Ya casi nadie me pregunta aceica de los peces, pero me gustaria decir que los ejemplares mas extranos que alguna vez he criado han sido los llama-dos Ajolotes. Se trata de esos peces que parecen estar a mitad del camino en la evoluci6n. Son de forma cih'ndrica, casi como gusanos gigantescos que, aparte de las aletas habituales cuentan tambien con unas pequenas patas incipientes. Poseen ademas alrededor del cuelIo, unas agallas como las de cieitos animales de la ^poca de los dinosaurios. Los ejemplares que mantenia eran de un blanco rosaceo. Los ojos mostraban un rojo intenso. Lo pasaban todo el dia estaticos al fondo del acuario, y solamente se mo-vian cuando les arrojaba las lombrices vivas con las que se aIimentaban. A muchas de las clientas, esos peces les daban algo de asco. Pero tambidn hu-bo una que otra que mostr6 cierto interes, debido seguramente a la iare-za que evidenciaban. Debfan estai en un acuario especial. No soportaban la presencia de piedias en el fondo, ni tampoco las plantas con las que so-lfa decorar las peceras. Se mantenian unicamente entre las cinco paredes transparentes. Yo mismo debia pasar una esponja por el vidrio, pues eran tan feioces y tan cainfvoros que no aceptaban, ni por un instante, la pre­sencia de un Pez Basurero. Una vez hice la prueba de poner un par mien-tras ellos doimfan. Me qued^ unos momentos para ver la reacci6n. En la primera media hora nada importante ocurri6. Los Peces Basureio em-pezaron a cumplir con su deber y, con sus grandes bocas pegadas a los cristales, se dedicaron a comerse las impurezas. Los Ajolotes, como de cos-tumbre, se mantuvieron al fondo. Yo se" que, en general, los peces no sa-ben que" esta ocurriendo en el exterior de sus peceras. Sin embargo, apenas deje" el acuario los dos Ajolotes se lanzaron a devorar a los Peces Basurero. Regrese" a los pocos minutos, y me encontr^ con la carnicerfa. Los Ajolo­tes estaban nuevamente, al fondo del acuario. En apariencia estaban tran-quilos, pero de sus bocas sobresalian paites de los peces que se habfan tragado. Parece que a partir de entonces se les despert6 una furia desen-

Page 40: Bellatin, Mario. Obra Reunida

46

frenada. Lo digo porque pocos dfas despu& terminaron despedazindose uno al otro. Luego de esa experiencia, jamis se me ocurriifa criar esos pe-ces nuevamente. Y no s6lo por la ferocidad de sus costumbres. He tenido otras especies incluso mucho mds agresivas. Estaban los Peces Peleadores, las Pirafias, y otros ejempIares menores cuyos nombres no recuerdo. Lo iepudiable de los Ajolotes era lo desagradable de su estilo que, aunado a su aspecto, daba al asunto de criar peces cierto caricter diab6lico.

En estos afios he aprendido que una de las formas mds fastidiosas de mo-rir, se da cuando la enfermedad empieza por el est6mago. Decir esto me causa cieita gracia, pues siempre he oido aquel dicho populai que afirma que al hombre se le agarra por el est6mago. Y no solamente lo oi, sino que en mis de una ocasi6n trate' de ponerlo en prdctica. Senalo esta caracteris-tica de la enfermedad, porque no deja de sorprenderme la raz6n por la cual cuando el mal comienza por el est6mago el resto del cuerpo queda algo asi como inmune. Cuando empieza por la cabeza, los puhnones u otros 6rga-nos, muy pronto compromete a las demds funciones vitales. Sobreviene una reacci6n en cadena, que se lleva al hu&ped en menos de lo que canta un gallo. Peio con el est6mago todo parece ser diferente. El hu&ped cae en una diarrea constante, que va minando el organismo pero s6lo hasta cierto punto. El est6mago se afloja cada vez mis, y el enrermo cada dia es­ta" mAs decafdo. Sin embargo nunca llega a alteiarse, de manera significa-tiva, ese continuo deteiioro. Sigue su ritmo, sin subidas ni bajadas. Sin grandes sufrimientos subitos. Sencillamente, contindan lbs c6licos y los calambres constantes. Largos y sostenidos. En el Moiidero he tenido hueV pedes que han soportado ese proceso hasta un ano seguido. Y, durante todo ese periodo, los dolores se han mantenido invaiiables. En ningun mo-mento el enfermo deja de saber que no tiene escapatoria. Yo me encargo, ademds, de que no abriguen falsas espeianzas. Cuando creen que se van a recuperar, tengo que haceiles entender que la enfermedad es igual para to-dos. Que aqueilos que no pueden mAs con los dolores de cabeza o con las llagas que les supuran por todo el cuerpo, pasan por un proceso similar al de los que est4n con las largas y aparentemente interminables diarreas. Has­ta que llega un dfa en el cual el organismo se ha vaciado por dentro de tal modo que no hay ya nada por eliminar. En ese instante no queda sino en-trar en la espera final. El cuerpo cae en un extrano letargo, donde no pide ni da nada de si. Los sentidos estin completamente embotados. Se vive co­mo en un limbo. Por lo general, este estado suele durar de una semana a diez dfas. Depende del cuerpo y de la vida que el hu&ped haya Uevado an-tes de ser alojado en el Moridero.

Page 41: Bellatin, Mario. Obra Reunida

47

Digo forma fastidiosa de morir, porque para nadie es un favor que el hueV ped este' sufriendo todo un afio completo. He repetido muchas yeces que no hay bendici6n mayor que la agonia ripida. Ni para los hu&pedes ni para mi significa ninguna ventaja estarse muriendo en forma intermina-ble. Al ocupar una cama mis tiempo que el necesario, se le esti quitando oportunidad a otro hu&ped que seguramente veri atacado su cerebro o sus pulmones antes que su est6mago. A otro hu&ped que cumpliri a ca-balidad su papel de hu&ped, y ocupari la cama, mi tiempo y mis recur-sos no mis de lo necesario. Pero muchas veces, me he preguntado qu6 hacer ante estos casos. Al final llego a la conclusi6n de que aceptar este tipo de hu&pedes, el que sufriri inteiminablemente con el est6mago, es un deber que no puedo eludii. Ya me he puesto demasiadas restricciones como para imponerme una regla mis. Si el Moridero no acepta mujeres ni enfermos en la etapa primaria, no puede ahora iechazar tambi&i a los postulantes cuyos est6magos estin atacados. Me paiece que una actitud semejante teiminaria por desvirtuar, por completo, los orfgenes de la idea que Uevo adelante. De hacer caso a esta ultima iestiicci6n, seri inutil se-guir manteniendo transformado el sal6n. Hubiera sido mds ficil hacer caso omiso a lo que ocurrfa a mi aliededoi y, sin inmutarme, haber con-tinuado viendo morir a los companeros, a los amigos, a gente descono-cida. A los j6venes fuertes, a los que alguna vez fueron ieinas de belleza, que desaparecian con los cuerpos destrozados y sin ninguna clase de am-paro. Sin embargo debo ser fiel a las razones originales que tuvo este Mo­ridero. No a la manera de las Hermanas de la Caridad, que apenas se enteraron de nuestra existencia quisieron asistirnos con tiabajo y oracio-nes piadosas. Aqui nadie esta cumpliendo ningdn tipo de sacerdocio. La labor que se hace obedece a un sentido mds humano, mis prictico y real. Hay otta regla, que no he mencionado por temor a que me censuren, y es que en el Moridero estin prohibidos los ciucifijos, las estampas y las oraciones de cualquier tipo.

Las heridas de mis mejillas se extendieron pionto por todo el cuerpo. Yo sabfa que era preferible no frotarlas con los dedos. Tampoco tratarlas con ninguna crema. Me habian contado de los efectos que producia la cot-tisona sobre este tipo de ulcera. Al principio las curaba por completo, pero al cabo de una semana aparecfan con mis fuerza que nunca. Logre" resignarme y trati de lucir las Uagas con orgullo. Note" algunas reaccio-nes, principalmente entre los familiares de los hu&pedes que llegaban hasta el sal6n. Se trataba de un primer impacto, que luego disimulaban creyendo seguramente que yo no me daba cuenta. Esta nueva condici6n de mi cuerpo me sirvi6 para retirarme definitivamente de la vida publi-

Page 42: Bellatin, Mario. Obra Reunida

48

ca. Si bien es cierto que ya no contaba con los vestidos de noche, tam-poco tenfa ganas de ir hasta los baiios de vapor los sabados por la tarde. A veces imaginaba con regocijo cuil seria la reacci6n de los asistentes al verme con el cuerpo brotado. Lo mas probable era que en un primer mo-mento no se dieian cuenta, y s6lo lo notaran cuando estuvieran ya de-masiado comprometidos. Puedo asegutar que muchos huirian aterrados. Aunque puedo asegurar tambi6n que otros seguirian como si nada suce-diese. Eso mismo podia pasar si salia vestido en las noches. Claro que en esas circunstancias sen'a diferente, pues era muy probable que me las tu-viera que ver, cara a cara y sin salida, con algun tipo entre asqueado y fu-iibundo. A mi edad y en mi estado, no estaba como para pasar por ese tipo de experiencias. Me sentia como aquellos peces tomados por los hongos, a los cuales les huian hasta sus naturales depredadores.

En mas de una oportunidad reaUce' cierta prueba donde queda claro que los peces atacados por los hongos se volvian sagrados e intocables. Por mas que les pusiera ajolotes o piranas en su pecera, eran respetados en forma absoluta. Cualquier pez con hongos s6lo muere de ese mal. A mi tal vez me sucederia lo mismo si me aventuraba a visitar nuevamente los bafios o salir a las calles de noche. Quiz4 nadie se atreveria a golpearme ni a ha-cerme pasar por situaciones de peligro. Aunque tambi^n es cierto que la conducta de los peces a veces no guarda relaci6n alguna con la de los hom-bres. Yo habia visto, por ejemplo, c6mo en ciertas ocasiones trataban de colarse al Moridero amantes desconsolados. Venian en busca de alguno de los hu^spedes. Escuchaba que gritaban sus nombres en medio de la noche. A veces, era tal la fuerza de los gritos que muchos de los enfermos se despeitaban asustados y comenzaban con el acostumbrado coro de que-jidos. Yo me mantenia en mi cama, alerta por si las cosas pasaban a ma-yores. La puerta de calle estaba refoizada, era improbable que alguno de los amantes pudiera entrar;. Pero de todos modos yo me mantenia despier-to. Me preguntaba entonces, que podia movei a esos seres a buscar a los enfermos. Tal vez el recuerdo de un pasado feliz o quizi la convicci6n de que el amor va mucho mas alld de lo fisico. ^Y entrar para que? S6lo para encontrarse con alguien que no era mds que hueso y pellejo. Alguien que, ademas del decadente aspecto, no era otra cosa que un simple portador del mal. Un portador del mal que estaba predestinado s6lo a morir de ese mal. Por alguna extrana raz6n, este tipo de amantes rehuia la luz del dia. Nunca se presentaba en horas que no fueran las nocturnas.

La llegada de esos hombres me producia cierto fastidio. Piincipalmente porque nunca nadie vino por mf. Me pregunto entonces, de que' me sirve

Page 43: Bellatin, Mario. Obra Reunida

49

tanto sacrificio en la administraci6n de este sak>n. Sigo solitario como siem-pre. Sin ninguna clase de retribuci6n afectiva. Sin nadie que venga a llorar mi enfermedad. Creo que esto es el resultado de haberme preocupado tan­to por el sal6n de beUeza en los momentos de esplendor. Tambi^n por la dedicaci6n que les ofrecf a mis companeios de trabajo mientras estuvieron a mi lado. Estoy seguro de que, de estar vivos, ellos si se preocuparian por mi. Veri'an Ia forma de mantenerme entretenido. Me traenan Marchantes —eia el nombre que les ddbamos a los muchachos que nos daban algo de diversi6n a cambio de dinero— de vez en cuando. Quiza" mi mayor des-gracia consista en que la enfermedad tom6 mi cuerpo demasiado tarde. De haber muerto antes, mi enfermedad hubiera sido quiza" mis dulce. Con mis companeios al pie de la cama, atentos a mis quejas. Pero ahora tengo que vermelas yo solo. Debo sufrir la decadencia sin pronunciar palabra. Rodeado de caias que veo siempre por primera vez. Hay noches en que siento miedo. Temo por lo que sucedera" cuando la enfermedad se presen-te en su espIendor.Por mds que haya visto morir a innumerables hu&pe-des, por mas que desde hace ya bastante tiempo la muerte crea tener en el sal6n la libertad de hacei Io que le venga en gana, reconozco que ahora que viene por mi no s6 que* va a pasar. Tal vez esta sensaci6n fue la misma que tuvo mi madre cuando al fin, despu& de ir ano tias ano a las consultas de los hospitales, le dijeron que tenia un tumor mahgno. Yo me entere" cuan­do estaba tiabajando en el noite del pafs. Me mand6 una catta que nunca contest^. Peio ahora yo, que me encuentro en una situaci6n similai, no tengo a nadie a quienenviarle nada. Ni siquiera puedo guardar la esperan-za de que exista alguna persona que no me quiere escribir.

Precisamente ayer, cuando estaba viendo la peceia del agua verdosa, me di cuenta de que la desaparici6n de un pez no le importa a nadle. En to-dos estos afios el unico afectado con la moitandad en los acuarios he si­do yo. Note" que algunos Gupis se escondian entre las plantas. Despu& salian pero s6lo para volverse a esconder. La unica reacci6n que tienen cieitos peces ante la muerte es comerse al pez sin vida. Si no se saca a tiempo se convierte en alimento de los demds. Hubo veces en que, a pro-p6sito, los deje" varios dfas muertos en el fondo del acuario. Cada mana-na vefa c6mo el resto iban desapareciendolos de a pocos. Me parecfa que en esas ocasiones la muerte cobiaba cierto sentido. Pero no hice de esta pilctica una costumbre. Casi siempre recogia al pez casi al momento de encontrarlo. De ese modo me sentia mis tranquilo, pues a veces no po-dia dormir bien en las noches si sabfa que el pez estaba siendo despeda-zado por alguno de sus companeros.

Page 44: Bellatin, Mario. Obra Reunida

50

En honor a la verdad, debo decir que las heridas que aparecen en mi cuer-po no es lo mas grave que me sucede. En casos extremos, ante la inmi-nencia de una aventura amorosa por ejemplo, siempre esti el recurso del maquillaje. Una base de color carne serfa suficiente para hacer desapare-cer las fastidiosas heridas. El maquillaje y la ayuda de una luz tenue. Ya me sucedi6 una vez. Ldstima que no se trat6 de un trance amoroso, sino de una de las tantas Hermanas de la Caridad que vienen hasta las puer-tas del Moridero a ofrecer sus servicios. No querfa que supieran que es-toy enfermo. Sabia que aprovecharfan cualquier senal de debilidad en mi mando para tomar las riendas por completo. Y eso es algo que yo no voy a permitir. Me imagine' c6mo serfa este lugar manejado por gente asf. Con medicinas por todos lados, tratando de salvar inutiImente unas vidas ya elegidas por la muerte. Prolongando los sufrimientos bajo la apariencia de la bondad cristiana. Y lo peor, tratando por todos los medios de de-mostrai lo sacrificada que es la vida cuando se la ofrece a los demis. De ninguna manera quiero permitir que se haga esto con mi sal6n. No se* que* pasara" una vez que este" muerto. Algunos podrin decir que no debe-ria importarme, pero es algo que me preocupa demasiado. Incluso mis que mi inter& por la regencia del local. Tal vez sea porque s6 que todos los hu&pedes moririn inmediatamente despu& de mf. Y no es que este suceso me alarme mayormente. Lo triste seran las formas. Caeran mori-bundos en medio del mayor desconcierto. Los nuevos hu&pedes ademis ya no serin iguales. Seguramente tendrin que pasar por algunas pruebas antes de ser admitidos. A algunos los remitirin a los asquerosos hospita-les del Estado. A otros sencillamente les cerrardn las puertas. Lo mis probable es que no quieran saber nada de los mis mfseros, ni de los de conducta escandalosa, pues muchos de los hu&pedes, a pesar de encon-trarse gravemente enfermos no abandonan jamds sus h4bitos de costum-bie. Pese a las circunstancias que los rodean, de la suerte de estandarizaci6n que suelo imponer, continuan con sus actitudes de siempre, con aquellos modales que dejan tanto que desear. No puedo imaginarme a las Herma­nas de la Caridad lidiando con este tipo de personaje.

Tengo algunas ideas, pero no se* si tendre' la fueiza suficiente para en su momento iealizarlas tal como las he pensado. La mds simple tiene que ver con el hecho de quemar el Morideio con todos dentro. Se" que nun-ca voy a llevar a cabo una idea asi. Y no es s6lo por remordimiento o por miedo que la rechazo, sino que senciUamente me parece una salida de­masiado f4cil. Carente, por completo, de la originalidad que, desde el primer momento, le quise imprimir al sal6n de beUeza. Tambi^n se me ocurri6 inundailo. Hacer del sal6n un gran acuario. Ripidamente rechace'

Page 45: Bellatin, Mario. Obra Reunida

51

esa idea por absurda. Lo que si' creo que voy a poner en prictica es el bo-rrado total de huellas. Debo hacet como si en este lugar nunca hubiera existido un Moridero. Esperare' que se muera esta ultima remesa de hu&-pedes, y despu& no recibire' a nadie mas. Poco a poco ire* recobrando los artfculos de belleza y los instdare' en sus antiguos lugares. Comprare' tres giandes secadoias, un nuevo caixito para los cosm^ticos, y decenas de ganchos y horquillas. Arrojare' los colchones y los catres a un basural. Tambi^n las bacinicas y la vajilla de fierio enlozado donde sirvo las sopas. A alguien interesado le vendere" la lavadora indusuial que nos donaron el mes pasado. No es por falta de dinero, sino para no levantar sospechas arrojindola a un descampado asf porque si. Repito, no es por falta de di-neio pues el negocio a nivel econ6mico nunca fue mis floreciente que cuando el sal6n de belleza se conviiti6 en un Moridero. Entre las dona-ciones, las herencias de los faUecidos, y los aportes de los familiares logre* reunir un buen capital. Asf que por ese lado no tendre* probIemas para lIe-var a cabo los cambios que quiero iealizar.

Uno de los hechos que me entusiasman con el final del Moridero, es que nuevamente los acuarios tendrdn su pasado esplendor. He pensado muy cuidadosamente los pasos a seguir. Primero me deshare" de la pecera que contiene la ultima generaci6n de Gupis. La arrojare' al mismo descam­pado donde irdn las bacinicas y la vajilla. Sera" muy ficil verter la pecera y ver c6mo los peces se asfixian hasta moiir en aquel terreno agreste. In-cluso, una vez que estuviera vacia, podria recuperarla y llenarla nueva­mente para poneile los peces especiaIes que tengo en mente comprar. Pero no, quiero dejar la pecera intacta en medio del descampado. Inclu-so le echarfa agua nueva para oxigenai el ambiente. Pondiia la comida justa para varios dfas. Dejaria los peces a la mano de Dios. Tal vez algun perro meteiia el hocico en las aguas o quiz4s un mendigo la encontraifa. Lo mas piobable es que algun tiaficante de basuia se tropezara con ella. Creo que se soipienderfa con lo extrano de su hallazgo. Arrojaria en-tonces el agua y los peces para luego llevar el acuario a vender. Para ese entonces, en el sal6n estarfan las nuevas peceras junto a los flamantes im-plementos de belleza. No habiia clientas, el unico cliente del sal6n seria yo. Yo solo, muri^ndome en medio del decorado. De vez en cuando ha-iia acopio de mis fuerzas para llegar hasta el lavatorio, donde mojarfa mi pelo para despu& meter la cabeza en una de las secadoras. Todo lo harfa a pueitas cenadas. No le abriria a nadie. Ni a los nuevos hu&pedes, cu-yas suplicas es muy probable que atiavesaran el espesoi de las paredes. Tampoco a los amantes nocturnos, quienes tocarfan las pueitas desespe-rados al no podei aceptar que la muerte habfa sido implacable con el ob-

Page 46: Bellatin, Mario. Obra Reunida

52

jeto de sus deseos. Quiza tambi^n vendrian hasta el local los miembros de las instituciones que hacen de la ayuda un modo de vida. Entre ellos estarian las Hermanas de Ia Caridad y los empleados de las asociaciones sin fines de lucio. Yo me quedaria muy callado. Trataria de no hacer el minimo ruido. Lo mas seguro es que, a los pocos dias, sospechasen que algo extrano estuviera pasando dentro, y es muy probable que derriba-ran la puerta. Entonces me encontrarian, muerto si, pero rodeado del pasado esplendoi.

fistas son ideas sueltas, que tal vez nunca llegue a poner en practica. Es demasiado dificil saber cuil sera el rumbo que tome mi enfermedad. Pue-do tener ciertas intuiciones, aprendidas duiante estos afios, pero estoy seguro de que mi mal tomara un camino diferente al habitual. Se hace complicado tambi^n el calculo del tiempo. Lo mas l6gico es pensar que necesite de alguien a mi lado para que me asista en los momentos fina-les. Sera inutil, por eso, desmantelar este lugar, que tiene todo destinado para la agonia. Incluso la decoiaci6n pues, entre otros objetos, la pecera del agua verde es la mas adecuada para convertirse en la ultima imagen de cualquier moribundo. Nada podre" hacer para librarme de las Herma­nas de Ia Caridad. Lo mas seguro es que tomen las riendas sin que yo me de' cuenta del momento exacto en que esto ocurra. Es posible, ademas, que mientras yo este' en el dltimo trance, acepten nuevos hu&pedes sin consultarme. Estoy seguro de que no haran caso a mis reglas. Seran ca-paces, incluso, de consentir mujeres en el local. Las escuchare' entonces gemir sin descanso. Aquel seia un sonido nuevo y desesperante para mi. Todas las intenciones se torceran. Lo que antes fue un lugar destinado estrictamente para la belleza, ahora se convertira solamente en un sim-ple lugar dedicado a Ia muerte. Nadie, a partir de entonces, vera nada de mi trabajo, de mi tiempo desperdiciado. No conoceran de la preocupa-ci6n que senti'a porque todas mis clientas salieran satisfechas del sal6n. Ninguno sabra del grado de ternura que me inspir6 el muchacho al que lo obligaban a dedicarse aI trafico de drogas. Nadie de la angustia que me causaba oir Ilegar a los amantes ajenos. Cuando caiga enfermo todos mis esfuerzos habrin sido inutiles. Si pienso con mayor serenidad creo que tal vez yo en algun momento me sentf inmortaI y no supe preparar el terreno para el futuro. Quizd ese sentimiento me impidi6 concederme un tiempo para mi mismo. De otra manera, no me explico por qu^ es­toy tan solo en esta etapa de mi vida. Aunque es muy probable que sea mi forma de ser la culpable de que no cuente con nadie que me lIore por las noches.

Page 47: Bellatin, Mario. Obra Reunida

53

S6lo iecientemente he llegado a estas conclusiones. Es extrano compio-bar la forma en que mis pensamientos fluyen ahora mas rapido. Creo que antes nunca me detenia tanto a pensar. Mis bien actuaba guiado poi una serie de impulsos. De esa forma consegui, durante mi juventud, eI dineio necesario para instalai el sal6n de beIleza y empece' en las noches a saIir vestido de mujei. Peio cuando vino todo ese asunto de la tiansfoi-maci6n del local, se piodujo un cambio. Por ejemplo, siempre reflexio-no antes de hacer alguna cosa. Analizo luego las posibles consecuencias. Antes no me hubieta pieocupado, poi ejemplo, el futuio de este Moii-dero tias mi desapaiici6n. Hubieia dejado que los hu&pedes se las arre-glasen como pudieran. Ahora, lo unico que puedo pedir es que respeten la soledad que se aproxima.

Page 48: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Efecto invernadero

Antonio es Dios. CfiSAR MORO

Page 49: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Revisando un cuaderno de ejercicios, cierto profesor de Antonio encon-tr6 algunas indicaciones sobre la foima correcta de enterrat a un niiio. Los apuntes hablaban de las flores adecuadas, de la necesidad de tener cerca los objetos amados, y de las oraciones apiopiadas paia acompafiar los velorios. El profesor ley6 ademas la afirmaci6n de que asi' como los nifios tienen la obligaci6n de obedecer y cumplii con los deberes, asi tam-bi^n estin forzados a entregar a los padres sus cueipos muertos.

1

Poco antes de morir, Antonio decidi6 que la Amiga y el Amante fueran los unicos testigos de su agonia. Con el objeto de contar con la presen-cia cercana del Amante, hizo colocar una tarima a escasos centfmetios de su cama. Para la Amiga acondicion6 en Ia sala dos pequenos sofis. Aten-to a un Antonio confundido por el deliiio, el Amante no pudo hacei mas que pasar con insistencia una toalla con alcohol poi su frente. El m^di-co habia aseguiado que los sintomas del final eran evidentes. Aconsej6 que se empiendieian los tramites necesaxios. El Amante mantuvo una actitud contiolada, que la Amiga estaba seguta no iba a sostenei despu^s de la muerte de Antonio. Durante los ultimos cuatio dias, no la habia dejado atender el cuerpo enfermo. Habia sido el unico encaigado de lim-piai la piel de Antonio con una esponja humeda. Se movi6 en forma ia-pida, entie la cama y el bano, llevando de un lugai a otro el agua, las toaUas y las iopas sucias. Luego de la partida del m^dico, la Amiga mir6 hacia la cama y no pudo imaginai la difeiencia que habrfa entre el cuer­po yacente y el mismo cuerpo cuando no tuviera vida. El tr4nsito quiza se daria s6lo como un simple cambio de tonalidades. El rostrb y las ma-nos se confundirian con lo blanco de las sabanas.

Page 50: Bellatin, Mario. Obra Reunida

58

2

En determinado momento, y tal vez previendo la cercania del fin, laAmi-ga dej6 al enfermo al total cuidado del Amante y sali6 de la casa. Dijo que iba a buscar el teleTono para Uamar a la Madre. Al cruzar la puerta de ca-Ue no pens6 s6lo en la promesa que le hiciera a Antonio —de avisar a la Madre y a la Protegida—, sino que seguramente estaba necesitando tocar una de las esculturas que se levantaban cerca a la casa de la Bajada.

3

En distintas oportunidades, especiahnente cuando conversaba con laAmi-ga y el Amante, Antonio hizo diversas conjeturas acerca del dfa de su concepci6n. Entre otras posibilidades pensaba que en aquella oportuni-dad la Madre, por oscuros motivos, habfa dejado de lado el rechazo que soh'a producirle la intimidad con su marido. Lo esper6 recostada en un divan de cuero negro, ubicado en el gabinete de trabajo. Bast6 que su-piera de las visitas clandestinas que el esposo hacfa a otra mujer, para que le interesara recibirlo de esa manera, incluyendo quiza la imaginada som-bra de la querida. El habitual sentimiento de rechazo que acostumbraba causarle su presencia, pareci6 transformarse en una suerte de deseo y su-misi6n. En ese momento pareci6 resuigir la imagen, que se le habfa co-menzado a aparecer en los dias precedentes, de los cuerpos del marido y su amante en la pieza an6nima donde sospechaba se concertaban las ci-tas. Luego de abandonar al marido subi6 con rapidez a su dormitorio. Tanto la gestaci6n como el parto fueron normales. Es mas, durante eI embarazo sinti6 cierta tranquilidad, que se inici6 despu& de un extrano pedido de absoluci6n, de perd6n de sus pecados, que realiz6 una vez que se enter6 de que se encontraba embarazada. El nifio pas6 una infancia relativamente sosegada. Pero al cumplir los cinco afios se neg6 a mover un brazo. Los m&iicos se limitaron a afirmar que se trataba de un mal de cardcter nervioso. Uno de esos doctores, que tenfa como norma aque­lla teorfa de que lo similar cura lo similar, tom6 el caso a su cargo. Or-den6 un tratamiento iadical, duiante el cual Antonio debi'a mantener todo el tiempo el brazo sano atado con una cuerda. Tuvo entonces que lavarse, vestirse y comer sin la ayuda de nadie. La Madre sabia que los sufrimientos del nifio iban a aumentar al aplicar el tratamiento. Pero la seguridad con que fueron impartidas las indicaciones, le dieron la fe su-ficiente para creer que era el unico modo de hallar la curaci6n. A pesar

Page 51: Bellatin, Mario. Obra Reunida

59

de su certeza a las pocas semanas comenz6 a avergonzarse frente a las de-mis madres, quienes se sorprendfan al ver a ese nifio tambaIeandose o haciendo movimientos absurdos para llevarse las golosinas a la boca.

4

La casa se mantuvo aislada los ultimos dias. La insistencia del Amante por cumplir las indicaciones de Antonio, hizo que las ventanas perma-necieran cubiertas con panos negros. Los olores cotidianos se volvieron densos. Se mezclaron unos con otros, y sin embargo cada uno mantuvo concentiado cierto olor particular. De pronto, un sonido ronco produ-cido por la garganta de Antonio quebr6 lo pesado del ambiente. E1 Aman­te se sepai6 asustado del cuerpo y sali6 del dormitorio. Advirti6 entonces un hilo de luz que provenfa de la pueita de calle, que la Amiga al salii habfa dejado entreabierta. La iluminaci6n cafa directamente sobre el pi-so del vestfbulo. Entraba acompafiada de un soplo de aire. En ese mo-mento el Amante decidi6 abrir de par en par la pueita de la habitaci6n. Los objetos, como antes los olores, comenzaron a confundirse unos con otros. Perdieron sus limites la silla de Viena y los frascos de medicina. Se fusionaron la sabana y el pecho del enfermo, la cama y la palangana de fierro enlozado que se mantenfa en un rino6n. Pero al parecer el Aman­te no soport6 que el cuerpo de Antonio pasara a formar parte de los ele-mentos del cuaxto. Quizd por eso le quit6 las ropas, lo arroj6 al piso y comenz6 a flexionar sus brazos y sus piernas. Lo frot6 endrgicamente con los puiios para evitar quizi que perdiera calor. Al vei que todo era inutil, corri6 a la ventana y rasg6 de golpe las telas que la cubrfan.

5

Antonio habfa planificado que la Madre lo descubriera rodeado por la siUa de Viena, los zapatos amarillos manchados de barro, y bajo el cla-roscuto ocasionado por los panos tapando la luz. La habfa imaginado entrando en la casa, seguida por la Protegida, para hallai su cuerpo en un estado previo al rigor mortis. Sin embargo, por su desesperaci6n, el Amante habfa vaiiado en pocos minutos aquella escenografta. Despu& de rasgar las telas de la ventana borr6 un poema que se encontraba escrito en la luna de un espejo de cuerpo entero. FinaImente arioj6 con fuerza los frascos de medicina que estaban puestos sobie la mesa de noche. La Madre estuvo obligada por eso a ver al Amante al lado del cuerpo de su

Page 52: Bellatin, Mario. Obra Reunida

60

hijo. La furia haria que esa Madre se atreviera a escupirlo en la espalda. El Amante tenfa los ojos enrojecidos, la barba a medio crecer y mostra-ba los dedos sucios. La Madre lo sacarfa de la casa y ceirarfa la puerta una vez que lo viera desaparecer. El cuerpo no se encontrarfa entonces ni ti-bio ni envuelto en s4banas, como Antonio hubiera querido ser hallado, sino estarfa n'gido y luciendo la pierna y el brazo en extrafias posiciones. Disimulando su impresi6n, una vez que estuvieran solas la Madre pedi-rfa ayuda a la Protegida para volver a poner al hijo sobre la cama. En ese momento, la Protegida estarfa preparindose para salir a escondidas y en-contrarse afuera con el Amante, pero al ofr la voz de la Madre compren-di6 que debfa postergar su intenci6n.

6

Una hora despu& de recibir la Uamada, la Madre entr6 con decisi6n pa­ra reclamai el cuerpo de Antonio. Reconoci6 en ese instante la presencia de la Serpiente Antigua, que tanto le habfa impresionado cuando lefa la Sagrada Biblia. Lleg6 acompanada por la Protegida, quien fue puesta de rodillas y obligada a murmurar una plegaria de resurrecci6n. Cuando la Madre pas6 al dormitorio vio los frascos de medicina despanamados. En ese momento sinti6 la libeitad de hacer lo que le pareciera con el cuer­po del hijo. La muerte se lo devolvfa despu& de cincuenta y cinco anos. Le entregaba un cuerpo deforme. Luego de tanto tiempo tenfa la Carne Muerta como Primera Inmundicia (Numeros 19, 13-22). A pesar de la diferencia entre el cuerpo que ofrend6 y el que recuperaba, tuvo el pla-cer de constatar el final de una penitencia a Ia que habfa sido sometida. La satisfacci6n que le produjo verse absuelta, estuvo debajo de la rudeza de cardctei que mostr6 para llevar adelante ese tiance. Con bastante brus-quedad separ6 al Amante del Iado de Antonio. Lo humill6 arrebatindo-le el cadaVei que, con la ayuda de la Protegida coloc6 despu& encima de la cama. Una vez que el hijo estuvo lavado y vestido, la Madre le orden6 a la Protegida, que convocara a los parientes. Luego comenz6 a rezar en voz alta. Utiliz6 letanias recopiladas y apiendidas con esmero para ser puestas en practica solamente en esa ocasi6n. La Protegida aprovech6 la entrega mfstica para salir a encontrarse con el Amante. Lo hizo caminan-do ligeramente encorvada. Desde su llegada a la casa habfa empezado a sentir que la atm6sfera le oprimia el pecho. Comenz6 a sufrir una cre-ciente dificultad para respirar. Por eso, mientras la Madre rezaba, fue a la cocina para prepararse un vaso de agua con sal. Tom6 un trago pio-longado, y llev6 despu^s el vaso hasta afuera.

Page 53: Bellatin, Mario. Obra Reunida

61

7

En Ia entrada se encontraba el Amante, ovillado detras de los muebles de bambu. La Protegida lo toc6 en el hombro, y dijo que les pertenecfa el espacio donde Antonio habfa creado sus pinturas. EI Amante se incor-por6, y comenz6 a seguir a la Protegida por un pasaje que habfa al lado de la casa. Existfa alli un corredor estrecho, en cuyos costados estaban alineadas algunas puertas de madera. Una de ellas correspondia al espa­cio de Antonio. El cuarto era grande pero no tenia buena iluminaci6n. Sobre el piso se extendfa una capa foimada por el polvo de las pinturas, papeles desmenuzados y virutas de madera. No se parecfa en nada a la sala de trabajo representada en las imdgenes que Antonio le solfa regalai a la Protegida, que mostraban a San Jer6nimo traduciendo la Sagrada Bi-blia. El espacio contaba con un tragaluz pequefio, que daba al despefia-dero junto al cual la casa habia sido construida. Abajo se extendfa el mar. En mas de una ocasi6n los vidrios de colores de aquel tiagaluz habfan si­do rotos por piedras o bloques de tierra desprendidos. Antonio sabi'a que tarde o temprano el espacio quedarfa sepultado por un deslizamiento mayor. Habfa imaginado, repetidas veces, que un extrafio observaba a travds de los bariotes del dintel un interior totalmente destruido. Des-pu& de atisbar unos momentos, ese hombre cafa y se lastimaba un pie. Antonio nunca habfa podido descifrar el origen ni el simbolismo de la aparici6n, que se repetfa sobre todo cuando pasaba varias horas seguidas trabajando en su obra.

8

La Protegida y el Amante encontraron el cuarto sin llave. Antes de en-trat, la Protegida dijo que iegresaiia a la casa para recoger una jofaina y una jarra llena de agua. El hecho de ir por los artfculos de limpieza no parecfa tener relaci6n con la suciedad en los dedos del Amante. El agua tenfa como unico fin ser derramada por la cabeza ylos hombros desnu-dos de la Protegida. Tumbado sobre unos lienzos que ya nunca serfan utilizados, el Amante vio c6mo la mujer despu& de volver se soltaba el panuelo de la cabeza y se levantaba la falda delante de la jofaina que lu-cfa diminutas flores en su borde. Contemplandola, el Amante fue pen-sando en lo que significaban las conductas condicionadas. Muchas veces, Antonio le habfa descrito el rito que la Protegida le oftend6 cuando por primera vez se encontraron solos. Posteriormente, tanto Antonio como

Page 54: Bellatin, Mario. Obra Reunida

62

el Amante habfan sido testigos de las abluciones con las que iniciaba sus visitas nocturnas a la casa de la Bajada. Mientras el agua cafa por el ca­bello negro, el Amante se pregunt6 las iazones por las que ese cueipo le era indiferente. No se movi6 al sentir que era acariciado. Mir6 hacia aba-jo, tratando de imaginar que el no era el hombre tendido. Record6 a una amiga, quien cuando el era aun un estudiante le permitfa permanecer es-condido en una habitaci6n aledafia mientras ella recibfa amantes ocasio-nales. Pero le fue imposible establecer algun vfnculo, entre las siluetas que espi6 en las sombras y la mujer que estaba ahoia a su lado. Unos mi-nutos despu&, la Protegida se puso de pie para volver a agacharse y arro-jar el agua que no habfa utilizado. El Amante se entretuvo viendo c6mo el agua, al comenzar a correr, iba abiiendo delgados surcos en el polvo de colores esparcido en el piso. La Protegida extendi6 la falda con fuer-za. Luego sali6, seguramente para cumplii la orden de congregar a los parientes alrededoi del cuerpo de Antonio.

9

Segun Antonio, la Protegida era una joven que habfa desarrollado una enfermedad respiratoria persistente cuando la llevaron a vivir a la ciudad capital. Antonio habfa notado que posefa el Estigma del Paria —como le gustaba denominar a esas conductas—, el que habrfa adquirido de los caminantes sin destino con los que se cruz6 mientras deambulaba por los alrededores del poblado donde naci6. Su cabello era largo. Lo m4s que la Madre de Artemio pudo hacer en sus intentos de cortdrselo, fue lograr que los escondiera debajo de un panuelo. La Madre hubiera que-rido recort4rselo a la manera de las recogidas en los hospicios de monjas. Despu&, con un m&odo inspirado en las costumbres de Santa Rosa de Lima encontr6 la forma de sacarle provecho a ese cabello. Comenz6 a atarlo con un clavo a la pared, para evitar que la Protegida se durmiera sin terminar sus oraciones. La Protegida vestfa con discreci6n: una faIda y una blusa que llevaba detris de un delantal. Usaba unos zapatos grue-sos obsequiados por la Madre, cuyas suelas solfan durar muchos anos. Por efecto de la dificultad para iespirar, el pecho lucfa enjuto y se le mar-caban los bordes del estern6n. Habfa aprendido a obedecer al instante las 6rdenes de la Madre, pero casi siempre las cumplfa en forma distraf-da. Podfa estar airodiUada y al mismo tiempo, por ejemplo, estar con-centrada en el pequefio zorro que en su poblado natal solfa mantener atado a una cuerda. En los tiempos de ese animal le gustaba realizar lar-gos paseos por los alrededores, donde muchas veces se encontraba con

Page 55: Bellatin, Mario. Obra Reunida

63

aledn caminante por quien de manera habituaI se dejaba seducir. Esos hombres casi siempre la segufan hasta el lugar donde habitaba. Las per-sonas con las que vivfa, tenfan que salir entonces a espantarlos. Pero era inutil. Compiendieron pronto que por mis que le impusieran castigos, la muchacha iba a continuar encontrindose con los caminantes o inclu-so con algun vecinos del mismo poblado. Una carta enviada desde la ciu­dad, cambi6 totalmente el panorama. La Protegida era requerida para un trabajo como empleada dom&tica. El dfa de la partida lograron arreba-tarle el zorro con bastante dificultad. Los subieron luego a un 6mnibus donde estaban pintadas dos franjas rojas.

10

Apenas arrib6 a la ciudad la Protegida fue puesta bajo el cuidado de la Madre, a quien en ese momento su hijo abandonaba por segunda vez. En esa oportunidad, la partida de Antonio era motivada por una perse-cuci6n de caricter polftico. A su regreso de Europa, donde habfa viajado siendo muyjoven con la intenci6n de convertirse en bailarfn cl4sico, ha­bfa puesto en circulaci6n una revista junto con otros compafkros inte-lectuales. La publicaci6n habfa sido requisada, y sus autores perseguidos. Antonio fue buscado en casa de la Madre, quien hizo pasar a los agentes al gabinete de trabajo donde estaba colocado el divin en el que habfa re-cibido por ultima vez a su marido. Sobre el escritorio se amontonaban algunos ejemplares de la revista prohibida. Sumamente preocupada, pre-gunt6 por el futuro del hijo una vez apresado. Sin contestarle los agen­tes dijeron que revisarfan la casa. En ese momento, la Madre escuch6 varios agentes mis entraban por la puerta. Oy6 c6mo volcaban algunos muebles en el piso superior. En ese instante, la Madre hubiera querido esconder a su hijo de manera definitiva. Llevarlo a un lugar apartado donde lo preservarfa ya no s6lo de la policfa o de los hombres que estu-viesen tras su rastro, sino sobre todo de la influencia de la Serpiente An-tigua (Apocalipsis 12, 7-12) que lo acechaba desde que naci6. No tenfa c6mo saber que Antonio trataba de refugiarse en alguna embajada, don­de esperaba ser acogido por las relaciones que mantenfa con un grupo de diplomiticos. A los pocos dfas pudo salir del pafs. Al saber de la par­tida, la Madre busc6 inmediato consuelo en unos sacerdotes y tambten en su hermana mayor. Desde entonces dedic6 buena parte del dfa a re-correr distintas sacristfas, y al anochecer llegaba a casa de la hermana. La experiencia con los agentes parecfa haber sido mis poderosa que el recha-zo que le causaba la delicadeza de esa hermana, cuyo caricter se distingufa

Page 56: Bellatin, Mario. Obra Reunida

64

por su inteies en resolver los problemas de los demas. La hermana le re-comend6 la piesencia de alguien que la acompafiaia. No podia estar so-la en su casa, menos despu& de la irrupci6n de la policia. Es mas, tom6 la iniciativa y sin que la Madre lo supiera le pidi6 a la cocinera a su ser-vicio que esciibiera una carta al poblado de donde era originaria. Le or-den6 solicitar a la petsona adecuada. A excepci6n de una siivienta que trabaj6 pocas semanas, la Madre nunca habia querido admitir a nadie. Aseguiaba que la presencia de una persona ajena s6lo podfa traer proble-mas. Pero despu& de la segunda partida de Antonio, dej6 de mostiarse inflexible. De cierta manera hasta lleg6 a gustarIe que la aconsejaran. Poi eso comenz6 muchas veces a oftecer detalles de los modales del hijo, a quien siempie habia visto manteniendo conductas al borde del escanda-lo. Cont6 acetca de ciertas cartas de amor que habia encontrado escon-didas dentro de unos libros, y de algunos poemas que Antonio habia escrito antes de quedar doimido. Acostumbiaba leerlos temprano en la mafiana, y los desaparecia antes de que su hijo despertata. Despu& de un tiempo, la Madre termin6 aceptando la entrada de la muchacha en la casa. Sin embargo estableci6 un peiiodo de prueba. Cuando le confir-maron la hora de llegada, espei6 a la joven sentada en el divan colocado en eI gabinete de trabajo. Habia ptendido las velas puestas frente a las imigenes sagiadas, y tellenado los sahumerios para que oIieian todos al mismo tiempo.

11

Poco despu&, la Madre empez6 a pieocuparse por los problemas respi-ratotios que comenzaron a atacat a Ia Piotegida. Al comienzo quiso lle-vaila donde un m^dico, pero su hermana le iecomend6 un jatabe para los bronquios. Si bien aquella medicina logr6 calmat los accesos agudos, el cuadro asmatico qued6 como un mal permanente. Cuando las dos mujeres estaban en silencio, el unico ruido peiceptible era el producido por el pecho de la muchacha. Los bronquios se convirtieron en una mo-lestia constante, que le hubiera impedido a la Piotegida realizat labores pesadas. Ese pecho la hubiera inutilizado quizi para una vida intr^pida, pero ser la protegida de la Madre era una ocupaci6n que exigia poco des-plazamiento corpoiaI. Pese a todo, la enfermedad tecrudeci6 cuando An­tonio regres6 de su segundo viaje. La noche del atribo la Protegida sufri6 un fuerte ataque. Al notar las dificultades respiratorias de esa joven des-conocida, Antonio recomend6 la preparaci6n de un vaso de agua con sal. Sabia tambi^n que las hojas de determinada yerba alucin6gena, fumadas

Page 57: Bellatin, Mario. Obra Reunida

65

en pipa, facilitaban la respiraci6n. Sin embargo, la presencia vigilante de la Madre hizo dificil ni siquiera pensar en los preparativos para una ope-raci6n semejante., Despu& de su vuelta Antonio pas6 unos cuantos dfas en casa de la Madre, quien le pidi6 se quedara a su lado para siempre. Sefial6 que podfa hacer que la pensi6n del padre alcanzara para los dos. Llevando una vida tranquila, era posible que Antonio no tuviera nece-sidad de salir a trabajar, Ademas prometi6 ensenarle a la Protegida c6-mo lavar y planchar sus camisas. Antonio arrug6 los labios y, dandose vuelta, comenz6 a sacar los objetos que habfa trafdo en las maletas. En-tre las ropas fueron apareciendo figuras de azucar pintadas con colores estridentes, La Madre entievi6 representaciones de huesos, de dientes y manchas de sangre. De inmediato oblig6 al hijo a guardar esos objetos. Debfa hacerlos pasar la noche en el patio. Al dia siguiente tendrfa que llevarselos. Luego de dar esas 6idenes qued6 preocupada. Temfa que An­tonio desapareciese junto con los objetos trafdos del viaje. La Piotegida escuch6 a escondidas la conveisaci6n que sostuvieion la Madte y Anto­nio. Los sigui6 despu^s hasta el patio. Pese a sus bronquios carg6 la ma-leta mas pesada. Esa misma noche, entr6 en el cuarto deI reci^n llegado. Pero antes pas6 por el patio con la intenci6n de iebuscar en el equipaje. Sac6 las figuras y las fue alineando en el piso de cemento. Parecieron agradarIe las muecas de las calaveras. Pas6 los dedos sobre las bocas, que ensefiaban dientes de papel brillante. Una imagen se habia ioto y en su lugar s6lo quedaba un mont6n de azucar. Le interesaron las escenas que mostraban accidentes de transito, con los brazos y las piernas de los pa-sajeros diseminados por la cairetera. Tambi^n aqudlas de inteivenciones quirurgicas, que ejecutaban m^dicos con los mandiles manchados de ro-jo. La figura que simbolizaba la antropofagia, donde se veia a un padre comi^ndose el torso de su hijo, Antonio la habfacomprado minutos an­tes de conocer a un oficial del ejeYcito, quien se mostr6 sorprendido al verlo con aquello entre las manos. Al terminar de tocar el contenido de las maletas, la Protegida se solt6 el pelo y fue en busca de una jofaina y una jarra llena de agua. Quiza Antonio intuy6 la intromisi6n en el cuar­to. S6lo asi se explica que estuviera despieito cuando fue abri^ndose la puerta. Al ver a la Protegida mostrando dificultad para iespirar, hizo que dejara la jarra en el suelo y, atray^ndola hacia sf, logr6 que descansara la cabeza sobre su pecho. En ese momento la Madre, seguramente agotada por la excitaci6n que le produjo ver al hijo nuevamente, dormi'a en su habitaci6n.

Page 58: Bellatin, Mario. Obra Reunida

66

12

La Madre jamas hubiera imaginado que esa noche la Protegida entraria en el cuarto del hijo. Tampoco que di'as despu& iniciaria una serie de visitas a la casa —la casa de la Bajada— donde Antonio termin6 instaldndose. Luego de arropar a la Madre, la Protegida salfa tres noches a la semana. Tomaba el tranvfa nocturno y cruzaba casi toda la ciudad. Desde la entra-da gritaba el nombre de Antonio para que abriera y la dejara entrar.

13

Lo primero que hacfa la Protegida al cruzar la puerta de calle, eracer-ciorarse si estaba prendida la pequefia l4mpara puestadeIante de las imi-genes de San Jer6nimo. Las ventanas solfan mantenerse abiertasaun durante los inviernos. Por eso las habitaciones estaban en forma cons-tante bajo el influjo de diversas corrientes de aire. Por la ventana del ba-fio acostumbraba entrar la brisa del mar. Podia apreciarse desde aUf lo negro del horizonte. Ingresaba tambi^n el sonido monocorde que pro-ducia la ruptura de las olas. Frente a ese paisaje, Antonio pas6 las horas que tuvo que sopoitar durante los dltimos meses quele quedaron con vida. Lo trasladaron despu& a un hospital, donde estuvo internado cer-ca de dos semanas. Una semana antes de su muerte, le permitieronre-giesar a la casa. Pero a su vuelta ya no pudo estar sentado delante de la ventana del bafio. Debi6 quedarse acostado en la habitaci6n, oscurecida con obsesi6n por el Amante. Luego de dar unas cuantas vueltas por los cuartos, la Protegida solfa iniciar las abluciones. Llenaba la jarra de por-celana que Antonio reservaba para su aseo personal y, con el cabello des-cendiendo hasta el borde de la jofaina, dejaba caer con mucho ruido el agua. Luego miraba aAntonio. Mientras frotaba su cuerpo, con una toa-Ua blanca y pequefia que ella misma Uevaba, le pedfa que la dejara con los libros que tuvieran ilustraciones o que le dieralas Uaves del taller. Lue­go loobligabaa irse a acostar. Durante el tiempo que la Protegida per-manecia en la casa, Antonio no podfa dormir. Desde lacama escuchaba los silbidos de sus bronquios. Los oia mientras la muchacha recorrfa, una y otra vez, el pasajeque unfa la casa con el taUer de pintura. Antonio sen-tfa tambi^n el manojo de llaves agitado torpemente, y el ruido de la pe­quefia cuchara removiendo la sal en el vaso. S6lo al amanecer ofa cerrarse la puerta de calle. Adormecido por el mar deI alba, Antonio siempre vol-vfa en esos momentos a recordar a una sirvienta que cuando era nifio le

Page 59: Bellatin, Mario. Obra Reunida

67

mostr6 su cuerpo desnudo en forma inesperada. Que lo asust6, pero que tambi^n tuvo la viitud, como lo reconoceiia despues, de ensenaile cier-tas veidades.

l4

En la poca del encuentro con aqueUa sirvienta de su ninez, el padre aea-baba de morir. Piecisamente para atenuar el desconcierto piopio de los dfas de duelo, la Madre decidi6 contratar a una mujer quedespidi6 ape-nas puso en orden de nuevo el funcionamiento de la casa.El padre ha­bfa sufrido un ataque al coraz6n en la pieza que tenfa alquilada para sus encuentros con la querida, quien antes de pedir ayuda tuvo que vestir y trasladar al mueito hasta un sill6n. A pesar de conocer la verdad, la Ma­dre mosti6 duiante el tiance funebre la actitud de una viuda que hubie-se asistido al marido en su lecho de mueite. Ofreci6 muchos detalles de los momentos finales de su esposo. Infinidad de veces repiti6 el mensaje que habi'a dejado parasu hijo Antonio. Pero a solas se desesperaba,prin-cipalmente porque la querida habfa sido una mujervulgar tal como ella la habfa imaginado. Tambi^n porque la pieza que describieron los cole-gas del padre, quienes acudieron al llamado de la querida, no era como la habfa imaginado. Los colegas llevaion el cadaVer a la casa y lo metie-ron dentro de la cama matrimonial. S6lo despu& que estuvo acostado y vestido con su mejor pijama, piocedieron a llamai al m^dico. La supues-ta tranquilidad mostrada poi la Madre, fue producida por un trabajo de autocontrol ensayado algunas horas antes. Los colegas llegaron con la noticia cuando comenzaba a anochecer. Actuaron sin pudor, se dirfa a sf misma la Madie despu&. Lo contaron todo, sin omitir un solo detaUe. Contest6 que estaba preparada para recibir al esposo. Fue a sentarse lue-go al div4n de cuero negro. Revivi6 allf el dfa de la concepci6n de Anto­nio. Antes de aquella tarde, hacfa mucho tiempo que eia ajena a cualquier intimidad matrimonial. Con el tiempo su actitud se transform6 en una fuerte aversi6n hacia los acercamientos que alguna vezprocur6 su mari­do. Sentfa que esos entusiasmos sorpresivosse debian s6lo a la inerciade una vida en comun. Pero la noche de la concepci6n fue diferente. Obe-deci6 a una naturaleza que se rebel6 de pronto. En ese momento desapa-reci6 el rechazo a lo que,despu^s desus tempranas lecturas de la Sagrada Biblia, consideraba como la Segunda Inmundicia (Levftico 15, 2-25). Nunca descubri6 por qu^ luego de imaginar los cuerpos de los amantes, decidi6 restablecer la intimidad con el marido. Aprovech6 que su espo-so se aseaba despues de haber pasado la tarde en la pieza que tenfa alqui-

Page 60: Bellatin, Mario. Obra Reunida

68

lada, para recostarse en el divan y aflojar los cierres de su vestido. No iba a permitir que la desnudaran. Cuando sinti6 abrirse la puerta del gabi-nete, donde por orden suya el marido pasaba las noches, gir6 la cabeza en sentido opuesto. Miiando hacia la pared se empefi6 en olvidar el ju-ramento de no dejarse tocar mds por ese hombie. En ese momento la Madre intuy6 la presencia de Ia querida. La conocia, pues habia seguido al marido cierta vez que lo vio contestando una llamada extrana. Tuvo la sensaci6n, entonces, de ser acariciada por unas manos de ufias cubiertas con un esmalte resquebrajado. Durante los dias siguientes comenz6 a mostrar un inusual inter& por los asuntos sexuales. Se repitieron varias veces los encuentros en el gabinete de trabajo. Unicamente el avance del embarazo atenu6 aquel estado. El crecimiento de la criatura hizo que fue-ra apareciendo cierta paz interna que se prolong6 hasta despu& del alum-bramiento. Pero a pesar de aquella tranquilidad, en ningun momento pudo olvidar el hecho de haber concebido con verguenza y con unos de-seos sexuales que preferfa olvidar. La culpa se piesent6 con fuerza des-pu6s del nacimiento de Antonio. En el periodo posnatal desapareci6, por completo, la paz que la habia acompanado durante el embarazo. Curio-samente, el nifio no llor6 durante las crisis de la Madre, quien, entre otras cosas, solfa olvidar por completo los horarios de las comidas. En un pri-mei momento, el padre pens6 encargar la criatura a la querida. Pero fi-nalmente termin6 recurriendo a su cunada, quien en su afan de ser util se llev6 por un tiempo al nino a su casa.

15

La mayor parte de los acontecimientos de su infancia, Antonio se los fue contando a la Amiga durante el invierno final. La Amiga muchas veces desconfi6 de la certeza de esos relatos. Habfa detalles que le parecfan im-posibles de saberse con tanta precisi6n. Pero en varias ocasiones, Anto­nio le dijo que no importaba si los sucesos eran reales. Lo fundamental era tener una histoiia coherente, y para eso era imprescindible la Amiga como interlocutor. La Amiga habia llegado al pais de Antonio acompa-nada poi un artista, que conoci6 cuando trabajaba como marchante. En un primer momento no le impresion6 mayormente ese creador. Los tra-bajos presentados le parecieron demasiado acad^micos. Utilizaba muchas de las texnicas ensefiadas en cuaJiquier escuela de arte. La dnica diferen-cia estaba en que los modelos y los paisajes, de cierta manera, escapaban a lo comun. Precisamente este hecho la determin6 a encargarse de las obras. Al poco tiempo se hicieron amantes, y cuando el avance de la gue-

Page 61: Bellatin, Mario. Obra Reunida

69

ria amenaz6 la tranquilidad de los extranjeros decidieron casarse y tomar un barco para escapar. A1 llegar al pafs del artista, que fue el punto esco-gido, alquilaron un cuarto espacioso que la Amiga sigui6 ocupando aun despu& de que su marido la abandon6. El matrimonio continu6 hasta cuando ella necesit6 la ayuda de Antonio para decidir que" hacer con un embarazo no deseado. Antonio le asign6, tempoialmente, la habitaci6n principal de la casa de la Bajada. Le dio el cuarto amueblado con la silla de Viena, la cama sencilla y el espejo giratorio. En un pequeflo altar se repetfan, id^nticas, las imdgenes de San Jer6nimo. Antonio la puso bajo el cuidado de un m^dico que conocia de tiempo atris que cuando lleg6, con un maletin en la mano, dijo que harfa la intervenci6n s6lo como un favor especial. Con el fin de tranquilizarIo, Antonio le ofreci6 una copa y lo llev6 a recorrer la casa. Se demoraron mds de una hora en el taller de pintura. Despu& de salir del bafio, vestida con una bata que hall6 de-trds de la pueita, la Amiga se recost6 encima de la cama. Escuch6 que Antonio y el m^dico regresaban conversando. Estaban refiri^ndose a ami-gos en comun y a fiestas a las que habfan asistido juntos. El m^dico ya no evidenciaba el neiviosismo con el que habfa llegado. Olvid6, incluso, d6nde habfa dejado el maletfn. La Amiga empez6 a dudar entonces de su destreza. Sospech6, no tanto por aquel olvido sino porque habfa visto su cuerpo demasiado adiposo, con las lfneas desdibujadas en tiazos redon-deados. Pens6 que carecfa de sexo. Peio mientras estaba acostada en la ca­ma supo que nada podia hacer para negarse a ser intervenida. La infecci6n, que se present6 despu^s de unos dfas, hizo que se reafirmara su idea de la ielaci6n entre la carencia de sexo y la poca habilidad profesional. Luego de un breve tratamiento, el doctor logr6 controlar el desorden pero ase-gur6 que 6rganos importantes se habfan visto comprometidos. LaAmiga yAntonio acudieron, muchas veces juntos, aI consultorio. Ella nunca not6 que Antonio hiciera algun gesto. Se mantuvo inalterable, incluso cuando el m^dico insinu6 la posibilidad de que la paciente hubiese que-dado est^ril.

16

A partir de aquel suceso, la amistad entre Antonio y la Amiga no volvi6 a interrumpirse. Despu& de terminadas las clases, que la Amiga comen-z6 a dictar en un instituto de idiomas, Antonio pasaba todos los d(as a buscaila. Ella habfa conseguido el trabajo apenas el m^dico se lo permi-ti6. Consumfan algo en una cafeterfa cercana y luego Antonio se iba sin decir d6nde. Los fines de semana la Amiga dejaba su cuarto y viajaba en

Page 62: Bellatin, Mario. Obra Reunida

70

tranvfa hasta la casa de la Bajada; Si eia verano, se entretenfan sentdndo-se en los sillones de bambu de la entrada. Miraban, desde alli, el paso de la gente que se dirigfa a la playa. Los comentarios que producia el desfi-le de bafiistas, variaban de acueido a los amigos presentes. Cieita taide en que habfa variosinvitados en la casa, Antonio sali6 de su cuarto con urt frascoen la mano. Dijo que contenfa una crema de beUezaque habfa apiendido a fabricar en uno de sus viajes. Oblig6 luego a todos los invi-tados a sentarse, les embadurn6 la cara y los mantuvo inm6viles por mds de una hoia. La escena de los amigos inm6viles en el suelo o en los sillo­nes de bambu, se repetirfa en varias ocasiones. La crema no result6 sei mds que un ungiiento cualquieia. Antonio hacfaque los invitados se man-tuvieran estaticos para leei con tianquilidad, adelantar el trabajo en sus pinturas, o para desaparecei con el Amante dentro delas habitaciones. Pero a medida que avanz6 la enfermedad final fueron espaciandose las reuniones en lacasa de Ia Bajada. Pese a que laultima primayeia fueuna estaci6n calida, Antonio no pudo sobreponeise al frio c6nstante que co-menz6 a experimentar. Poi eso hizo que llevaian uno de los sillones de bambu hasta la ventana del bano. Sentado alli' estaria protegido de los vientos sin ienunciai a la contemplaci6n del mar. Las indicacionespie-cisas que, a partir de entonces, comenz6 a ir dando para la preparaci6n de su muerte, hizo que el interior de la casa empezara a trastocarse. La muerte de Antonio estaba a punto de transformarse en unamuerte de ficci6n, coment6 en ese tiempo la Amiga con el Amante. Habfa sido ab-solutamente pensada la posici6n del cuerpo yacente, el lugar de la silla de Viena asf como el lugar de los zapatos amarillos. Nunca como en esa ^poca fue mas utilizado el espejo que lucfa un poema escrito con lipiz de labios rojo.

17

Lo primero que hizo el Amante al llegar al pafs de Antonio, fue ir hasta el cuarto habitado por la Amiga. Conocia la otra direcci6n, habfa man-dado cartas a la casa de la Bajada, pero despu& de tantos anos temfa pre-sentarse sin companfa. Durante todo ese tiempo se habfa entregado con bastante energfaa sus estudios literarios. Cuando afios acr4s se separaron, se hicieron la promesa de volverse a encontrar. La certeza de unreen-cuentio le sirvi6 al Amante para pasar, con relativa tranquilidad, los afios de la guerra. Pens6 mds en su nostalgia personal que en los sucesos que se desencadenaban a su alrededor. S6lo despu& de constatar los danos morales y ffsicos causados por la guerra entre sus conocidos, agradeci6

Page 63: Bellatin, Mario. Obra Reunida

71

haber estadodedicado aquel tiempotanto a sus conjeturas sentimenta-les como a sus estudios literarios. Encerrado en la casa de campodesu familia, sufri6 las mfnimas penurias aun durante los tiempos mas duros. El haber soportado inc6lume ese periodo, fue quiza unade las raZones por las que lleg6 a destacar en su oficio. Gradualmente su nombreco-menz6 a hacerse conocido.Pero cumpliendola promesa que se hicieran eon Antonio, despu& de cierto tiempo postul6 a una beca para hacer una investigaci6n Iiteraria en el extranjero. Cuando se volvieron a yer, Antonio todavfa no daba sefiales de estar enfermo. La estadia del Amante en la ciudad dui6 cerca de cinco afios. Luego de vivir en la casa de Anto­nio, acompanarlo en su agonia, y dejar publicado un libro como home-naje p6stumo, el Amante hizo sus maletasy, gracias a un trabajo otorgado por su gobieino, parti6 con destino a otro continente.

18

La Amiga conoci6 al Amante cuando frecuentaba el grupo de esciitores que se reunia en los locales publicos de la calle donde vivfa. El Amante, estaba a cargo de hacer la crftica a los trabajos literarios de la mayorfa de esos cieadores. En un principio aquel estudiante no fue para la Amiga mds que un muchacho tranquilo con un mech6n de pelo cayendosobre su frente. Pero una tarde en que estaba reunida con los poetas j6venes, lleg6 el Amante y le pidi6 que lo acompanara. Estaba vestido de negro, y principalmente por el movimiento de las manos, sevefa que estaba ner-vioso. La Amiga se dej6 conducir hasta la puerta del bano de hombres. Alverlos aceicarse, el encargado dej6 su puesto y desapareci6. El Aman­te le suplic6 entonces que aceptara la companfade un amigo. Viendosu asombro, ripidamente y en voz baja le cont<5 que habfa conocido a un muchacho cuando le compraba naranjas a un frutero de la calle. El mu­chacho le habfa preguntado cuales serfan las mis dulces. Gomenzaron entonces a hablar sobre las formas posibles de comer las naranjas. El Amante lo invit6 a un cafe" cercano, donde siguieron la conversaci6n. To-maron asiento, poniendo cada uno sobre sus rodillas las bolsas de papel que el vendedor les habfa entregado. Finalmente, el muchacho acept6 acompanarlo al departamento. Tarde en la noche, luego de mezclar vino blanco con jugo de naranja, decidieron dormir. Ante una insinuaci6n, el muchacho contest6 que le era imposible acostarse con un hombre al lado. Enseguida se tendi6 desnudo en la cama y a los pocos minutos se qued6 dormido. Al dfa siguiente ocurri6 lomismo,pero lp curioso fue que salvo en lo sexuaI el Amante estaba convencido de que mantenfan

Page 64: Bellatin, Mario. Obra Reunida

72

una especie de romance.. El muchacho se mostraba tieino y caiifioso. Ha­bfa llevado su equipaje aI departamento, y le pedia consejos sobre c6mo manejarse en la ciudad. Hablaba de su madre, viuda de un minero, quien le habfa entregado sus ahorros para que fueia a buscarse la vida fueia de su pafs. Ante la puerta del bano, el Amante le pidi6 a la Amiga que con su cuerpo completase el elemento que les faltaba.. La Amiga crey6 que se trataba de alguna broma. Queiiendo saber hasta d6nde serfan capaces de llegar, la Amiga sigui6 al Amante al interior del bafio. Cuando estuvie-ron ante la ultima puerta de los reservados, el Amante la abri6 y sefial6 al joven. Se trataba de casi un adolescente, rudo y giande. El Amante se aceic6 al ofdo de la Amiga para decirle que no se preocupase, pues le ha­bfa pagado al encargado para que no dejara pasar a nadie. En ese instan-te, eI muchacho la cogi6 por la cintura y la introdujo al reservado. La mujer quiso zafarse, pero se calm6 cuando volvi6 a pensar que no se tra­taba de algo serio. Con mucho cuidado los dos hombres comenzaron a besarla. La atenci6n de la Amiga, sin embargo, estuvo puesta s6lo en los acercamientos leves del Amante. De pronto, el muchacho levant6 los brazos y descarg6 un golpe en el rostio del Amante, quien al sentir el pu-fio se cogi6 la boca y retrocedi6 unos pasos. El muchacho comenz6 a in-sultai al Amante ordenandole, ademas, que se fuera. Mezclando su idioma con el franc&, dijo que le repelia su presencia. Pero el Amante no sigui6 retrocediendo. El muchacho se alej6 luego de la Amiga con la misma ac-titud con que la habfa tomado. Sali6 con prisa. Antes de irse, senal6 las gotas de sangre en el piso y pidi6 que no avisaran a la policfa. En los dfas siguientes, el muchacho no se atrevi6 a pasai por el departamento del Amante para recoger ni siquieta sus maletas. El Amante encontr6 en ellas algunas fotos, que mostraban aspectos de la vida en una comunidad mi-nera. Se entretuvo todo un dfa mirando las personas que habfan posado. Dfas despu& le dijo a la Amiga que la intenci6n de semejante ejercicio habfa sido encontrar parecidos con el muchacho que conoci6 frente al vendedor de naranjas.

19

Cierta taide de otono, el Amante pas6 por la pieza de la Amiga para in-vitarla a un concierto de piano. Despues del incidente en el bano, la Ami­ga y el Amante habfan seguido viendose en forma tegulai. Recordaban de vez en cuando al muchacho del bano, al que nadie habfa vuelto a ver. En aquel tiempo uno de los intereses intelectuales del Amante era el ana-

Page 65: Bellatin, Mario. Obra Reunida

73

lisis del aporte de los inmigrantes tanto a la Iiteratura como a las demds artes. Por eso su entusiasmo hacia el recital de piano que iba a ofrecerse esa noche. Cuando llegaron, los demds invitados ya ocupaban sus asien-tos. Luego de tocar una serie de piezas, la Pianista se pai6, agradeci6 los aplausos, y sali6 con direcci6n al camerino. Mientras caminaba, el Aman-te la abord6 y le piopuso conversar en otro lugar. La Pianista vacil6, se mii6 las manos, y al ver unas marcas mas claras en sus dedos pens6 en los anillos que se habfa quitado antes del concierto. De alguna manera habfa estado esperando una proposici6n semejante. Desde su reciente llegada, su estancia se habfa limitado a permanecer en su hotel. Deseaba conocer otras personas, como el muchacho vestido de negro que se le ha­bfa aceicado y que hablaba tan coirectamente. La Pianista quen'a hacer uso de su libertad y, precisamente esa noche se habia puesto de acuerdo con un primo suyo, quien vivfa en la ciudad para que pasaia a buscarla despu& del concierto. AqueI primo estaba matriculado en una escuela de ballet. Le habfa ofiecido llevarla esa noche a una fiesta. La Pianista le-vant6 la mirada, y vio que el Amante continuaba presente. Contest6 que debian esperar al primo, a quien cuando lleg6 ptesent6 como Antonio. Dijo tambi^n que habia sido expulsado de la escuela de ballet cuando, en un ataque de celos, agiedi6 con ambos biazos al piimer bailarin. El Amante qued6 tan impresionado con aquella piesentaci6n, que abando-n6 rapidamente el inicial intei^s en la Pianista. Casi sin quererlo, la Ami-ga asumi6 la iesponsabilidad de esa mujer. Habia algo que la habia estado atrayendo desde que la vio sentandose fiente al piano. Peio aI mismo tiempo se trataba de algo que le daba miedo, ya que quiza eia produci-do poi sabei que esa mujer provenia de zonas remotas. Esa atiacci6n no podia, poi eso, sei natural,. Tuvo la impresi6n de podei descubrii en ella cieitas veidades que buscaba desde nina. Dias despu^s, la Amiga supo que el extiano modo de compoitamiento de la Pianista eia s6lo el iesul-tado de la lucha que sostenia esa extianjeia consigo misma.

20

Antonio asegur6 siempte que la Pianista carecfa de talento. Afirmaba que las hoias dedicadas a la musica eran mas producto de su desesperaci6n que de su genio. Luego de haber pasado juntas algunas semanas, laAmi-ga descubri6 que si esa mujer hubiera nacido sana jamds hubiera tocado ningun instrumento. La noche del concierto, laAmiga habl6 con la Pia­nista poniendo mucho enfasis en sus palabras. De ese modo le hizo sa-ber lo interesante que le parecfa su continente y que uno de sus deseos

Page 66: Bellatin, Mario. Obra Reunida

74

era visitarlo algun dia. La Pianista sonrefa en forma serena y contestaba por intermedio del Amante. Viendo un comportamiento sumamente re-catado, la Amiga se pregunt6 d6nde podrfa estar la atracci6n que esa mu­jer ejercia sobre ella. La crisis se desencadenarfa algunos dias despu&. Antonio, la Amiga, el Amante y la Pianista pasaron varias noches com-partiendo el alcohol y el opio. Antonio sacaba las bolitas trafdas de Orien-te, y las ponfa en la punta de una pipa de madeia. Antes de que la pipa pasara de boca en boca, hacia que todos se acostaran en cualquiera de las dos camas del departamento del Amante. Generalmente, la Amiga y la Pianista eran acomodadas en la cama colocada en el pasillo de entrada. Con los cuerpos unidos, abandonabanen forma rdpida los umbrales de la realidad para entrar en una serie de formas que siempre se presentaban sobre un fondo azul. El efecto duraba varias horas, y en ese entonces las dos mujeres aseguiaban que los colores eran m&s brillantes cuando fuma-ban el opio una al lado de la otra.

21

La Amiga y la Pianista salian despu& del departamento. En momentos asi les gustaba visitar los parques y los cementerios. Hablando en un idio-ma que habfan adecuado para entenderse, la Pianista se refen'a a unas esculturas que en su pai's se levantaban en una zona llamada la Bajada. Describia sobre todo las formas de esas mujeres, hechas con piedra os-cuia. Tambi^n hablaba del mar que se extendia debajo. Luego las dos iban a la pieza de la Amiga. Se trataba de una habitaci<5n estrecha, de di-mensiones bastante menoies al cuarto que afios mis tarde alquilaria con su marido el artista. Con el dinero que ganaba entonces hubiera podido arrendar algo mejor. Pero preferia esa pieza, porque estaba cerca al de­partamento del Amante y porque en los locales publicos de esa calle se reunian sus amigos los poetas j6venes. Tambi^n porque era la parte de la ciudad donde quedaba la mayoria de los talleres de los pintores a quie-nes comercializaba sus obras. En aquella pieza las dos mujeres bebfan hasta caer exhaustas. Pero lleg6 un momento en que la mente de la Pia­nista emprendi6 un ascenso sin lfmites. La mujer entr6 en un estado maniaco, que Ueg6 a su extremo euando crey6 ser capaz de saltai por la ventana sin sufrir el menor rasguno. Nadie hubiera podido imaginar que se trataba de la misma mujer que dias antes habia ofrecido un delicado recital. La misma que se ruborizd cuando la aplaudieron,y que dud6 en salir a la calle con la pareja de extranos que se le acerc6. La Pianista no quen'a separaise del lado de la Amiga. La segufa cuando visitaba a los

Page 67: Bellatin, Mario. Obra Reunida

75

compradores de pinturas, quienes se incomodaban con esa extranjera que todo el tiempo interrumpfa los tratos con acotaciones ajenas al contex-to. La acompafiaba tambi^n a los talleies de los pintores. Criticaba mu-cho a la Amiga, sus negocios, su capacidad de apreciaci6n pict6rica y hasta su forma de vestir. Cuando la Amiga la reprendfa, la Pianista deja-ba la pieza yse iba a instalar delante de un piano que habfa en el hotel de Antonio. Si Antonio habi'a salido, ella hablaba con la duena para que la dejata tocar. Se quedaba sentada varias horas seguidas y, de pronto, sa-lfa apuiada para buscar nuevamente la compafifa de la Amiga. Subia a todaprisa los seis pisos, y tocaba la puerta en forma desesperada. Luego deunos dfas desconcertantes, laAmiga tom6 la decisi6n de noseguir to-leiando la locura de esa mujer. Pidi6 la ayuda de Antonio y del Amante, aunque eUos ya estaban al tanto del comportamiento de la prima. Anto­nio sabfa de crisis anteriores, y habi'a recibido ademas la queja de la due­na del hotel sobre los maltratos que su piano estaba sufriendo. Se hicieron entonces las gestiones para que la inteinasen. El sanatorio se consigui6 gracias al esfuerzo del Amante. Al verse obligada a permanecer en un cuarto donde habia mas de dos docenas de camas, la Pianista con fuei-tes giitos comenz6 a pedii la compafifa de la Amiga. Tuvieron que in-movilizaila, atandole los biazosy las piernas. Extrafiamente, enlos dfas siguientes la sola menci6n de la Amiga le producfa una ira profunda. Los m^dicos tecomendaion que no aparecieia por el sanatorio la mujer que tanto obsesionaba a la paciente.

22

Durante el invierno fuial, Antonio fue leyendo cada dfa lo que habfa es-crito desde el regreso a su pafs de origen. Viendo los poemas se pregun-taba por que" no habfa encontrado, finalmente, sosiego en la casa de la Bajada. Pietendi6 convertirse en un corriente profesor de gramatica, tra-bajo que encontr6 pocas semanas despu& de su vuelta. Busc6 ademas, gracias al orden y la limpieza, que su casa no se difeienciara demasiado de las vecinas. Intent6 sostener cie-rta lfnea intelectual, esciibiendo es-poradicos artfculos que algunas veces fueron publicados en los diarios. Su civismo lo evidenci6 enviando caitas de piotesta al zool6gico y a la municipalidad. Antonio busc6 en esos anos formas que le permitieran ocuItarse del escandalo. Por eso, en ese invierno final le hubiera gusta-do comprobar que" tipo de inter& tuvo por Royal Splendor. Por aquel joven que desapareci6 al tercer dfa de conocerlo en un bar del centro de la ciudad. Para Antonio se trat6 de un encuentro importante que, de ha-

Page 68: Bellatin, Mario. Obra Reunida

76

ber ocurrido en otras circunstancias, Io habrfa llevado a hacer cosas para las que ya no le quedaban energias. Cuando Antonio y el Amante en-contiaion a Royal Splendor, se puso en practica la actitud de dos hom-bres que buscaban fines mds complicados que los mostrados en forma abierta. AqueIlas sefiales, que aparecieron durante tres encuentros segui-dos, hicieion que el muchacho desapareciera rapidamente. La huida lo convirti6 en el inspirador de uno de los ultimos poemas. Tambi^n siivi6 para provocar en el Amante una sonoia catcajada. Mientras que para el Amante no fue mas que algo sin trascendencia, para Antonio la presen-cia de Royal Splendor signific6 algo mds profundo. La redacci6n del poe-ma, de alguna manera siivi6 para restabIecer nuevamente la normalidad. Aquel fue el mismo mecanismo que Antonio utiliz6 ante su fiacaso con el oficial del ej&cito que conoci6 inmediatamente despu& de haber com-prado la figura del padre comi^ndose al hijo. En esa oportunidad escri-bi6 decenas de poemas. Sin embargo no pudo librarse de pasai por un extenso periodo mas que depresivo. Cuando el oficial le prohibi6 que siguiera visitindolo en la guarnici6n militar donde estaba destacado, An­tonio perdi6 tempoialmente la conciencia. Pas6 varios di'as en un esta-do mas ceicano a la muerte que a la vida. Su recuperaci6n fue lenta. Llev6 muchos meses. Sus amigos fueron quienes velaron por su resta-blecimiento. Detectaron su estado una semana despues de iniciado el ataque. No habfan extianado antes su piesencia, porque pensaion que habfa hecho uno de sus habituales viajes a las zonas militares. Lo descu-brieron giacias a una vecina, quien hizo abrii Ia puerta despu& de oii unos d^biles gemidos saIiendo del interior. Antonio estaba acostado bo-ca arriba. Tenia los biazos extendidos en cruz. Las paredes del cuarto es-taban todas escritas. Ya con sus amigos cuidandolo, Antonio solamente se dedic6 a leer los trazos en la paied. Cuando despu& de un tiempo pu­do hablai, explic6 que luego de las golpizas que recibia de ese amante quedaba aun mas enamorado. Dijo tambi^n que la ultima vez que el ofi­cial lo habfa visitado fue paia amedrentailo. Apareci6 con la noticia de su pr6ximo casamiento, y con la amenaza de que era capaz de disparar-le un tiro si se cruzaba nuevamente en su vida. Alentado por los amigos, Antonio para olvidar comenz6 a ir a unos bailes que se organizaban en una casa situada en las afueras de la ciudad. Una vez terminado su tra-bajo como vendedoi en una libreria asistia a estos encuentros, a pesar de estar convencido de lo inutil que era pasar la noche en ese sal6n, donde habfa un piano cubierto con un mant6n de ManiIa, y hasta donde lle-gaban los olores de una cocina que se mantenia funcionando hasta el amanecer.

Page 69: Bellatin, Mario. Obra Reunida

77

23

En aquel ultimo invieino, Antonio se refiri6 mucho al deterioro est&ico que su cuerpo iba sufriendo. Por eso su primer acto en las maiianas era mirarse desnudo. Teni'a un gran espejo giratorio, sobre cuya luna se ha-llaba el poema escrito con lapiz de labios rojo. Estuvo alli desde antes de la llegada del Amante a la ciudad. Antonio nunca revel6 qui^n lo habia escrito. Lo mantuvo como apaiecido de la nada. El poema se ieferia a lo inciertos que son los reflejos tanto en los espejos como en el tiempo; y a lo peligroso que se vuelve perseguir sus iluminaciones. Antonio pareci6 conveitii en sagrados aquellos trazos. Muchas veces el Amante quiso bo-irailos, peio el respeto que Antonio habia logiado imponeiles hizo im-pensable cualquiei profanaci6n. Al levantarse en las mananas, Antonio se quedaba una hora o m4s delante de su piopia figura. Iba examinando con paciencia el aumento de turbidez en los ojos, asi como la carne del cuello y las piernas. Durante aquel invierno, Antonio y la Amiga se en-contraron hablando en muchas ocasiones de las ielaciones que podi'an existii entie la belleza y la muerte. En un piincipio, ella aseguraba que la muette destiuia en forma total cualquier belleza. Al oirla Antonio aca-riciaba sus propios brazos. A pesai del frfo que subi'a acompafiando la niebla, Antonio siempie us6 camisas de manga corta. Sus brazos, que se movian cori agilidad mientras hablaba, no mostiaban musculos ni fir-meza. Viendo a trav& de la ventana del bano, que era el lugar de la casa donde se reunian a conversar, Antonio cierta vez dijo que la belleza y la muerte guardaban entre sf la misma relaci6n que el agua con losespejos. La Amiga no entendi6 las palabras, tampoco la sonrisa que las acompa-fi6. Antonio continu6 riendo, mientras hablaba de las abluciones que realizaba cada maiiana, del agua bajando por el pecho y la espalda des-nudos. Se refiri6 al espejo, que chirriaba con cada movimiento, y a las letras rojas del poema. Volte6 entonces y le pregunt6 a la Amiga si no podfa ser que la belleza fuera la que corrompiera a la muerte. Reci^n en­tonces la Amiga mir6 por la ventana. Un poco mds abajo se encontraban las esculturas de la Bajada, escondidas parcialmente por la bruma. Una de ellas, la que durante la muerte de Antonio la Amiga sinti6 necesidad de tocar, s6lo mostraba partes de la espalda. Otra ensenaba una cabeza cuya frente lucfa una venda delineada por la niebla de la manana.

Page 70: Bellatin, Mario. Obra Reunida

78

24

Sentado delante de la ventana, Antonio escribi6 en un papeI las indica-ciones sobre lo que deseaba hicieran con su cuerpo despu& de la agonia. Cuando teimin6, guard6 la hoja en un sobre y se la entreg6 a la Amiga, afirmando que esas instrucciones nunca iban a ser puestas en practica. Sabi'a bien que cuando su cuerpo estuviera muerto, iba a pertenecerle enteramente a la Madre.Estaba seguro de que la Madre lo entregarfaa la nada para que se iniciara la corrupci6ndentro de un caj6n ceirado. La Madre se convertiiia en la unica persona con derecho a decidir la forma de desecharlo. Antonio hubiera querido que su materia fuera desvane-cidndose hasta foimar parte de alguno de los cuatro eIementos. Su ma-yor ambici6n era confundirse con las aguas. Con una amplia soniisaiba imaginando el funeral con flores arrojadas a los lados de su cuerpo. Se denominaba a si mismo como la Ofelia Moderna. Cada vez que lo decia, se frotaba con mayor fuerza los brazos desnudos. Se iefa mucho pensan-do en lo complicado que seria embarcar el cadaver para llevarlo mar aden-tio. Veia a los amigos haciendo tratos con los pescadoies para Uenar sus barcas con flores y con un muerto reciente. Los ojos le btiuaron cuando dijo que no, que el mar no era el lugar adecuado. Prefeiia desvanecerse en las aguas de las lagunas del sui, ubicadas en medio de los desieitos. Afir-maba que las lagunas no tenfan la fama de devolvei los cuerpos a las oii-llas. La segunda opci6n era el aire o el fuego, ser despedazado por las aves o ser convertido en ceniza. Pero desaparecer por medio de las aves signi-ficaba un tiempo laigo de exposici6n en un campo alejado para evitar que los demas sintieian el olor de k catne descomponi^ndose. Le parecfa un abuso de confianza pedir que se hicieran cargo de esa forma de desapari-ci6n. Gon respecto a ser incinerado sabfa que muchos huesos, principal-mente los del cianeo, quedaban carbonizados pero no convertidos en ceniza. La sola idea de pasar por la acci6n de un molinillo lo aterroriza-ba. Finalmentej aceptaba ser enteriado pero sin lamediaci6n de un ataud. Los cajones cerrados le parecfan una aberraci6n de la cultura.

25

EI cadiver de Antonio fue trasladado en una camioneta gris. Lo lleva-ron al velatorio de un hospital cercano, donde estuvo exhibido por mas de veinte horas. Sujetando los implementos de limpieza en la mano, la Protegida se admir6 de la practica mostrada por los empleados de la fu-

Page 71: Bellatin, Mario. Obra Reunida

79

neraria. Sostuvieron entre dos una sibana por sus extremos y, con un movimiento brusco, consiguieron haeer un bulto con el cuerpo. Desde que habfa visto a los empleados, la Protegida volvi6 asentir la opresi6n en el pecho. Por eso dej6 los implementos en el suelo, y sali6 a iecoger el vaso de agua con sal que habfa dejado en la entrada de la' casa. Se lo tom6 de un solo trago. Fue despu& a la cocina a hervir mds agua. Llen6 una pequena olla de metal, que enconti6 limpia en medio del desaireglo y la suciedad que habfan causado la Amiga y el Amante por acompanar a Antonio en su agonia. Cuando el agua hkvi6, llen6 el vaso y le ech6 un punado de sal. Bebi6 a sorbos lentos, sintiendo el calor y la sal astrin-gi6ndole la boca. Sabia que para obtener un alivio mayor era importan-te no perdei la calma. Pasaron unos minutos. Mientras experimentaba una levfsima mejorfa, escuch6 que en el dormitoiio principal la Madre cambiaba opiniones con los parientes que habfa congregado en la casa. Se deliberaba sobre el lugar apropiado para el velorio. Los parientes in-sistian en que lo adecuado era la casa de la Madre. Pero la Madre iba dan-do una excusa tras otra para evitar que le llevaran a su casa el cadaVer de su hijo.

26

Los ruidos de objetos rompi^ndose, muebles arrastrados y conversacio-nes fragmentadas fueron percibidos tambi^n por el Amante, quien en ningun momento sali6 del taller de pintura. A trav& de la puerta entre-abierta, observ6 sin prestar atenci6n la llegada de los parientes que la Ma­dre habfa ordenado llamar. Aquellos familiares se quedaron cerca de una hora y, cuando los empleados de la funeraria cargaron el cuerpo, salieron dejando solas en la casa a la Madre y a la Protegida. Antes de la llegada de nadie, la Madre tuvo la fuerza suficiente para desgairar los trozos de pafio negro que aun colgaban de las ventanas. S61o entonces el sol entr6 sin ningun impedimento. Destruy6 tambi^n las imdgenes de San Jer6-nimo, que segun ella habfan sido utilizadas en ritos profanos. Sobre eI piso de madera quedaron retazos de tela y fragmentos de cei4mica, que fueron pisados por la Protegida mientras cumplfa las 6idenes que la Ma­dre le iba dictando. Sin mirar hacia la playa, la Protegida levant6 los mue-blesde bambu que habfan decorado la entiada. A1 haceilo seguramente se acord6 de sus visitas noctuinas. Despu& de gritar el nombie de An­tonio, la Protegida entiaba y hablaba principalmente del animo de la Madre, a quien habfa dejado durmiendo en su propia casa. Contaba tam-bi^n detalles de los incidentes dom^sticos y de los ritos mfsticos que en

Page 72: Bellatin, Mario. Obra Reunida

80

esa casa se cumplian con puntualidad. Hablaba ademas de los recursos usados por la Madre para mantener al hijo alejado del mal. Por medio de rezos pedi'a que fuera vencido el Amante y derrotados los extianos se-ies que visitaban la casa, a la cual tuvo siempre prohibido acercarse. An-tonio le ocuIt6 a la Madre la existencia de su enfermedad final. De ese modo pretendi6 negarle la posibilidad de convertirse en una Madre Do-liente ante el cuerpo moribundo de su hijo.

27

Al ver que la Piotegida terminaba de acomodar los muebles, la Madre le orden6 que descolgara tambi^n los cuadros. A la Madre le habia causado repulsi6n ver los tonos de rojo utilizados en los 6leos, asi' como las atrevi-das mezclas cromaticas que ignoraba eran obra deAntonio. No podia per-mitir que los parientes, quienes no tardarian en llegar, encontraran las paredes con semejantes pinturas. Sin embargo ver el descolgamiento de los cuadios disminuy6 la fuerza que la habia invadido al entrar en la ca­sa. Para evitar que la Piotegida la viera en aquel estado, se encerr6 en el bano. Se tropez6 con el sill6n de bambu, que aun no habia ordenado ponei junto a los demis muebles. Por la ventana comenz6 a ver el mar. Parecieron consolarla las olas, que apreci6 movi^ndose sin sentido. Com-prendi6 que se estaban cumpliendo preceptos divinos. En una vida pos-terior, Antonio iba a verse liberado del mal que lo habfa acompanado desde que fuera concebido. Mirando el horizonte, adquirieron su verda-dera dimensi6n los sucesos que se habi'an desencadenado despu& de que recibi6 la llamada de la Amiga anunciandole la mueite del hijo. Cuando la Madre y la Piotegida entraron en la casa, espeiaron encontrarse con el cadaver sobre la cama. Pero lo vieion en el suelo, abiazado ademas por el Amante. Pese a su edad, la Madre se acerc6 y oblig6 al Amante a pa-rarse y a salir hasta lograr que se ovillara en un rinc6n de Ia entrada. A la Piotegida le asust6 pensar hasta que" punto podi'a llegai la Madre con su furia. Cuando pusieron el cuerpo en la cama notaron que la sabana lu-cia una silueta mas oscuia, ocasionada quiza por los dias que Antonio habia pasado tendido. Durante las jornadas que dui6 la agonfa, los ob-jetos en el cuatto no habian sufrido grandes cambios. Se mantuvieron intocados el traje doblado encima de la silla de Viena. La palangana de fierro enlozado. Continuaion en un anaquel de madera las figuras que iepresentaban calaveias, ataudes y escenas de autopsias ejecutadas por m^dicos de mandiles manchados. Ni siquiera vari6 demasiado el conte-nido de los frascos de medicina colocados sobre la mesa de noche. La luz

Page 73: Bellatin, Mario. Obra Reunida

81

en ese cuarto fue igualmente mon6tona, pues el Amante cumpli6 con la promesa de mantener colgados una serie de panos negros de las venta-nas. Solamente cuando era noche declarada, permitia que se encendieia la lampara de luz tenue que la Protegida usaba para iluminar las image-nes de San Jei6nimo. Mientras tanto, afuera, se iba acumulando el pol-vo encima de los muebles puestos en la entrada que dominaba el mar en toda su extensi6n.

28

A lo largo de la vida de Antonio, nada de lo que pudieron contarle a la Madre acerca.del hijo signific6 una soipiesa mayor. Habia leido, con es-panto al comienzo, los primeios poemas y las primeras cartas de amor. La noche de la concepci6n, cuando sali6 al balc6n para quemar sus panos menstiuales, not6 el cieIo sin estrelIas. Habia tambi^n una luna pesada y amarilIa. Imagin6 entonces las escenas mas escandalosas y los actos peo-res, protagonizados todos por el hijo que tuvo la certeza sen'a var6n. Despu& de unos afios, el padre comenz6 a llevar al nifio a la pieza de la querida. A pesar de sei un secreto la Madre comenz6 a sospechar de tales visitas. Sin embargo esper6 unos meses para actuar. Por distintos deta-lles, evidenciados por la alegn'a con la que Antonio regresaba o' por las manchas de dulces en su rostio, la Madre concluy6 que a esa mujer le agradaban los ninos. Cierto dia en que Antonio volvi6 mas excitado que nunca la Madre, que lo estaba esperando en la puerta, sin mediar expli-caci6n lo condujo al lavadero deI patio. Mientias lo inducfa a vomitar, le iba diciendo que esa mujer habia tratado de envenenarlo. Aterrado an-te lo que podiia sucederle, Antonio confes6 que le habfa dado un trozo de pastel. Luego se ech6 a Ilorar abiertamente. Rodeando con sus brazos el cuello de la Madre, dijo que no queiia morir. La Madre se zaf6 con brusquedad y, sosteniendo al nino en el aire, continu6 haci^ndoIo arro-jar. Un mes antes de Ia muerte, Antonio habl6 en el hospital con laAmi-ga aceica de la alteraci6n que habia sufrido la Madre cuando descubri6 las visitas a la querida. fil siempre habia crefdo en la honestidad de la Madre, por eso la disculpaba afirmando que habia estado sumamente confundida. Habl6 de la desespeiaci6n que le caus6 ese v6mito porque duiante aigun tiempo le introdujeron sondas para alimentarlo. Le dijo a la Amiga que las dos sensaciones eian similares. Aunque dijo tambi^n que preferia el hoiror del nino al del hombre sumido en la incertidum-bre mientras era tratado en el hospital.

Page 74: Bellatin, Mario. Obra Reunida

82

29

Gonel paso de los anos la Madre fue constatando cada vez con mayor claridad sus certezas sobre la naturaleza del hijo. Lo verific6 con las des-ordenadas infbrmacionesque lellegaban de Antonio en el exilio. Algu-nos viajeros le contaban del tipo de vida al que se habfa entregado como bailarfn clasico. La Madre misma pudo comprobar el estado casi demen-cial en el que regres6 su sobiina, quien habfa viajado a continuar sus es-tudios de piano. Casi siempre las caitas que enviaba solfan ser devueltas por no ubicarse el destinatario. La Madre conseivaba esas cartas junto al cuaderno que utiliz6 Antonio en su infancia. Dfas despues del entierro del hijo, la Madre cit6 a la Amiga en su casa. En el corto tiempo que me-di6 entie la muerte y la cita, la Madre habfa envejecido notablemente. Casi no podfa caminar, peio asi y todo rechaz6 la ayuda de la Protegida y se encerr6 a solas con la Amiga en el gabinete de trabajo. Una vez allf, sac6 del escritorio lo que habfa mantenido guardado por mas de cin-cuenta anos. Se trataba de un cuaderno escolar forrado con papel a cua-dios. Lucfa al centro una etiqueta. La Madre explic6 que se trataba del cuaderno de ejercicios escolares de Antonio, que un profesor le habfa en-tregado desconcertado por los apuntes allf descubiertos. Le pidi6 a la Amiga que lo conservaia, peio antes la oblig6 a leer en voz alta cierta pa-gina. La Amiga vio que las letras estaban hechas con lapiz. Luego de leei cerr6 el cuaderno y se qued6 mirando a la Madre, quien habfa conserva-do la cabeza baja. Durante toda la lectura habfa sostenido la misma posi-ci6n. Aquel fue el modo como esa anciana volvi6 a escuchar las maneias adecuadas de entenai a un nifio. En ese momento, mirando a una mu-jei que seguiamente estaba preparandose a morii pues consideraba anti-natuial estar viva despu& de la muerte del hijo, la Amiga reci^n se dio cuenta de que cuando el meViico le anunci6 que habfa quedado est6ril ciey6 notar facciones de gozo en el iostro de Antonio.

Page 75: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Canon perpetuo

Este libro estd dedicado a Ltfot6grafa Alicia Benavides

Page 76: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Nuestra Mujer vivfa en una zona dondeJa conosi6n pioducida por Ia sal marina era muy fueite. EI efecto aparecia en los apaiatos el^ctricos, en las sillas de veiano puestas en los balcones y en la estructura general del edificio. La escalera de emeigencia se habfa conveitido en un mont6n de hierros retoicidos, que los inquilinos decidieion ponei frente al mar a manera de una gran escultuia.

Page 77: Bellatin, Mario. Obra Reunida

86

1

Meses atras, Nuestra Mujer habia sido comisionada para hacerle un re-portaje a la esposa de cierto li'der extranjero que visitaba el pai's. En una pausa de la entrevista, la esposa del lider sali6 por unos instantes de la suite del hotel donde se Uevaba a cabo eI reportaje. Nuestra Mujer no pu-do reprimir entonces la tentaci6n de guardar en su bolso un par de aretes que habi'a sobre Ia mesa principal. A pesar de que los agentes de seguri-dad que acompanaban a la mujer extianjera notaron el hurto, Nuestra Mujer no fue molestada de inmediato. La esposa del Ifder volvi6 a la sui­te y la entrevista continu6 con aparente normalidad. Pero las preguntas fueron disminuyendo en inter&, pues Nuestra Mujer se distrajo eligien-do a la persona adecuada para regalarle los aretes acabados de robar. Fue s6lo cuando regres6 a la Agencia de Noticias, que el bolso le fue arreba-tado por los agentes de seguridad de la empresa. Intent6 ofrecer una ex-plicaci6n. Nadie quiso escucharla. Unicamente el jefe inmediato le dirigi6 la palabra para ordenarle que esperara en su domicilio la pena correspon-diente. Nuestra Mujer obedeci6. Aguard6 un tiempo prudencial, pero nunca recibi6 comunicaci6n alguna. Intent6, dias despu&, entrar en la Agencia de Noticias. Sin embargo, el portero se lo impidi6. Decidi6 Ua-mar por tel^fono, y una secretaria le inform6 que en el banco podrfa cobrar a fin de mes parte de su sueldo. Tales hechos la obligaron a per-manecer acostada muchas horas en la cama. Trat6 de salir lo menos po-sible, y cada vez que iba por los vfveres que repartian quincenalmente pensaba que no tenia derecho a la cuota que le correspondia.

Cierta manana, son6 el teltfono. A Nuestra Mujei le pareci6 estar oyendo un sonido extrano. A1 contestar, una voz desconocida comenz6 a hablar-le. Dijo que era una representante de la Casa a Ia que, supuestamente, Nuestra Mujer habia hecho la solicitud de oi'r la voz de su infancia. El pedido habia sido aceptado. La voz anadi6 que esa noche podia pasar por la Casa para oirse a si misma. Frente aI teleTono habia un espejo de cuer-po entero. A Nuestra Mujer le llam6 la atenci6n el ieflejo, y empez6 a obseivar su propia imagen. Estaba vestida con una bata de material sin-t^tico, que ocultaba un cuerpo que comenzaba a declinar. Pens6 que no debia alarmarse. Ya era tiempo de convivir, con natuialidad, con un fi-sico en continuo deterioro. Delante del espejo, Nuestra Mujer record6 que no habia tomado un bano en las ultimas semanas. Una leve come-z6n tom6 buena parte de su piel. Mientras tanto, la voz en el telefono hacia un recuento de los servicios que ofrecia la Casa. Informaba que te-

Page 78: Bellatin, Mario. Obra Reunida

87

ni'an a disposici6n de los clientes muchas clases de voces. Las habfa de personajes hist6iicos y de seres an6nimos. Tambi^n de santos y de asesi-nos. Nuestra Mujer tuvo la seguridad de nunca haber solicitado esos ser-vicios. Pero ante la insistencia de la voz, termin6 creyendo enla veracidad del pedido. Apunt6 en un papel la direcci6n y asegur6 que en la noche acudirfa sin falta. Decirlo le produjo un intenso caIor, que curiosamente en los dfas anteriores no habfa percibido. Repar6en lo fuertedel veiano. Sali6 del apartamento, y baj6 los seis pisos que la separaban del s6tano. Camin6 sobre los charcos de agua que se empozaban en el suelo, y toc6 la puerta de la presidenta del edificio para pedirle que pusiera en funcio-namiento el motor de la cisterna.

A1 escuchar a Nuestra Mujer, la presidenta comenz6 a refr de manera un tanto exagerada. Balanceando el cuerpo, exigi6 una raz6n vaHda pa­ra encender el motor. En cuarenta aflos jamas se habfavariado el hora-rio establecido. Ante los ruegos de Nuestra Mujer, la presidenta pareci6 apiadarse y entr6 en la porteifa. Sali6 al rato cargando un balde lleno. Se lo prestaba, pero debfa devolverlo con igual cantidad de agua. Si llegaba antes el albanil con quien se habfa casado, tendrfa que entregarlo al ins-tante. Nuestra Mujer volvi6 al apartamento, y le bast6 el contenido de medio balde para banarse en forma minuciosa. Con el cabello aun hu-medo, sali6 al balc6n para contemplar el mar. Mir6 las olas que se for-maban a lo lejos. Tambi^n el malec6n y la estaci6n de ferrocarril, situada a poca distancia. Al mediodfa sinti6 hambre, y se acoid6 de que le habfa tocado una lata de comida en la repartici6n quincenal. La conseiva, que contenfa cien gramos de carne de vaca, tenfa como nombre Desayunopa-ra turiitas. Tom6 un punado de galletas y comenz6 a preparar algunos emparedados. Sali6 al balc6n a comerlos. El calor no parecia afectarla. Extendi6 su cuerpo al sol y se desanud6 la bata. Vio una piel blanqueci-na, con leves tonos azules que la empalidecfan aun mas. Record6 ^pocas en que solfa mantenerse bronceada. Le molest6 la exagerada blancura. Se levant6 con fastidio y fue a la cocina poi los restos de la lata. Ya no quedaba caine, s6lo el lfquido donde habfa estado sumergida. Quiza ver el sol y la blancura de la piel la llev6 a pensai que aquel jugo podifa sei-vir para tostai su cueipo. Crefa saber algo de bronceadores pues, duran-te su infancia, estuvo ligada a una marca en particular.

Cuando Nuestra Mujer era niha, se organiz6 en la ciudad un concurso para escoger a una nueva modelo para los anuncios clisicos de broncea­dores. Se empez6 a buscar a una nina parecida a la modelo oiiginal, a quien en la playa un pequefio peiro baja su traje de bafio. La abuela fue

Page 79: Bellatin, Mario. Obra Reunida

88

quien la inscribi6 en aquel concurso. Nuestra Mujer fue enviada enton-ces a determinada direcci6n, donde cincuenta y ocho nifias formaban una fila. Luego de una espera mas o menos prolongada, salieron unos empleados llevando una lista con algunos nombres. Gracias a la abuela, quien habfa hecho algunas gestiones con personas relacionadas a la em-presa, Nuestra Mujer fue una de las llamadas. Antes de entrar le quita-ion los espejuelos que su miopfa le obligaba a utilizar. Una vez dentro se le oiden6 esperar en un corredoi. De la sala de enfrente una voz iba lla-mando a las ninas. La concursante nombrada ciuzaba Ia puerta, y no se le volvia a ver mas. Cuando le toc6 el turno a Nuestra Mujer advirti6 que detras de la pueita estaba s6lo uno de los publicistas. A pesai de que la escena se le haci'a borrosa, distingui6 que el llevaba unos lentes puestos. Estaba de pie, al lado de un divdn.. Ante una sefia que le hizo, Nuestta Mujer avanz6 unos pasos antes de ser apresada del brazo. Not6 que los ciistales de sus lentes eran veides. Sin perder un segundo, eI publicista comenz6 su trabajo. Meti6 la mano por debajo deI vestido y, con un mo-vimiento seguio, baj6 el calzoncito de seda. Se qued6 contemplando lar-go rato el tiasero desnudo. Lo acomod6 en distintas posiciones para, de pronto, volver a subir el calzoncito, alisai el vestido infantiI y deciile que saliera, sefialando una puerta diferente a la utilizada para entiar. Antes de que se fuera, le pidi6 el numero que llevaba colgado de la mufieca. Nuestra Mujer nunca fue elegida. No obstante, la abuela la convenci6 de lo contrario. La acostumbraron a usar s6lo esos bronceadoies, y por eso muchas veces el entusiasmo por ir a la playa era un pretexto para ad-mirarse en los carteles publicitarios que comenzaron a aparecer en el ma-lec6n.

Page 80: Bellatin, Mario. Obra Reunida

89

2

El edificio donde vivfa Nuestra Mujer habfa sido construido cerca aI oc^a-no. Pero temiendo la lIegada de los huracanes de agosto, estaba levantado en forma oblicua al mar. Por ese motivo, desde el balc6n podia verse s6lo parcialmente la llegada de las olas. Sin causa aparente, en una ocasi6n cay6 la mamposterfa del techo del comedar y produjo un gran estr^pito. Las sillas que Nuestra Mujer habfa heredado de la abuela quedaron in-utilizadas. En el cielo raso, sobresaHendo entre el cemento desgarrado, se advertfan algunos hierros amenazantes. El apartamento estaba casi lleno de muebles que recordaban la epoca pasada. En una mesita estaba colo-cado el libro Los amores dificiks, de Italo Calvino, que le habfa prestado a Nuestra Mujer el esposo de una amiga del trabajo. En una secci6n de la sala habfa instalado un altar, como una suerte de homenaje a los seres y a las situaciones que mas habfan influido en su vida. La pared luci'a una foto de Marilyn Monroe y habfan, tambien, varias imagenes de los Beat-les en sus distintas ^pocas. Mas abajo, se hallaba el retrato del padre jun-to a la abuela. De la madre habfa recoitado una noticia deI diaiio, donde se resaltaba la acci6n heioica en la que habia perdido la vida. Habia tam­bien una foto de Thomas Mann, y otra de Jose Lezama Lima revisando un libro. Durante algun tiempo, estuvo pegada ademds la foto de su pe-quefio hijo. La habia colocado entre la de Marilyn Monroe y la de Tho­mas Mann. Pero cierta manana decidi6 despegarla y poner en su lugar una minuscula locomotora de cristal, asi como el gorro que habfa perdi­do su pequeno hijo antes de partir. Al lado, sobre una repisita, estaba la urna con las cenizas de la abuela y, colgados de un hilo de nailon, los di-ferentes espejuelos que Nuestra Mujer habfa ido usando mientras su mio-pfa iba en aumento. De izquierda a derecha las monturas cambiaban de tamano y variaban de modelo. Desde las rosa terminadas en puntas achi-nadas que us6 de nifia, hasta las cuadradas que llev6 antes de someterse a la operaci6n donde su mal visual qued6 curado. En el altar habfa tam­bien un compartimiento donde colocaba, temporalmente, los objetos que hurtaba para despues obsequiar.

La sala del apartamento contaba con un par de puertas que daban al bal-c6n, donde Nuestra Mujer acostumbraba tomar largas siestas o simple-mente sentarse a contemplar la lfnea del horizonte. En ese momento, recibfa el sol luego de haber embadurnado su cuerpo con el jugo del De-sayunopara turistas. Estaba tendida en el suelo, sobre una toalla que ha­bfa extendido con cuidado sobre las losetas recalentadas. Antes de decidir

Page 81: Bellatin, Mario. Obra Reunida

90

untarse con el lfquido, habfa tomado en cuenta que atin le quedaba me-dio balde de agua. Tenfa para un segundo bafio. Con el paso de los afios habfa adquirido una pr4ctica asombrosa en los banos con balde. Desde el principio habfa tratado de encontrarles el gusto, y siempre que se ba-fiaba de ese modo se imaginaba dentro de las escenas del Lejano Oeste que habfa visto en el cine. Hacfa veinte afios que las duchas habfan sido clausuradas. Si bien es cierto que el motoi de la cisterna mantenfa un horario puntual, el agua no llegaba sino a modo de un pequeno chorro que salfa s6lo por la pila de la cocina. Ni siquieia los servicios higtenicos funcionaban con tan d^bil presi6n. Nuestxa Mujer habfa prometido de-volver el balde esa misma noche, pero le iba a ser imposibIe hacerlo: de-bfa salir mds temprano del edificio. Asf lo exigfa la visita a la Casa donde escucharfa la prometida voz de su infancia. Tenfa que urdir una treta pa­ra huir sin servista. Tendrfa que estar atenta a los movimientos en el s6-tano. Estaba a su favor que la mtina de la piesidenta variaba muy poco.

Sin moverse de la porterfa, la presidenta era capaz de Uevar ella sola el control de todos los inquilinos. Contaba con dos grandes cuadernos, donde anotaba las visitas sospechosas y cualquier acto anormal que de-tectara. Se esforzaba en escribir, agudizando una vista cada vez mis de-bilitada. Apretaba con fuerza el ldpiz, que semanalmente recibfa junto con los cuadernos. Aparte tenfa la obligaci6n de Ilevar los huevos a los inquilinos que, por razones de trabajo o de enfermedad no podfan estar presentes a la hora de la repartici6n oficial. Debfa tambi^n lavar las ro-pas de las familias de extranjeros, quienes en retiibuci6n le compraban cosas en las tiendas especiales. S6lo la esporddica aparici6n del albafiil variaba totalmente su conducta. El marido llegaba al edificio rara vez, y cuando lo hacfa la obligaba a encerrarse juntos vaxios dfas. La presiden­ta dejaba el encierro s6lo para poner en funcionamiento el motor de la cisterna. Ambos, la presidenta y el albanil, se habfan casado para acoger-se a los beneficios ofrecidos a quienes contrafan matrimonio. Cuando fueron al PaUcio de U>s novios recibieron unos vales para comprar el ajuar. Tenfan derecho a una muda completa, y la novia ademas a una toca ador-nada con floies de raso que despu& debfa devolvei. Les dieron tambi^n la oportunidad de ocupar por dos noches un hotel, incluyendo el uso de la cafeterfa y del restauiante. La idea del matrimonio surgi6 del albanil, quien una manana apareci6 sin m& en el edificio preguntando por la presidenta. Habfa viajado desde el interior con el encargo de buscarla apenas llegara a la ciudad. Despu& de hablar con aquel desconocido, la presidenta lo acomod6 en forma provisional en el refugio antiaeYeo que habfa detras del s6tano. Era hijo de una prima hermana. Durmi6 varias

Page 82: Bellatin, Mario. Obra Reunida

91

semanas en el refugio, y cuando surgi6 la idea del matrimonio comen-zaron a sostener una especie de vida marital. Aunque en un principio les pieocupaba la maicada diferencia de edad, no pudieron hallar un solo impedimento real queles prohibiera easarse. Enviaron incluso una carta de consuka a la prima hermana y recibieron la bendici6n a vuelta de co-rreo. Al poco tiempo, el albaiiil construy6 un cariomatocon ruedasde metal para que la presidenta pudiera llevarles con mayor faciIidad los huevosa los inquilinos, y las iopas limpias a los extranjeios que vivian en la zona que le tocaba atender.

Page 83: Bellatin, Mario. Obra Reunida

92

3

A media tarde, alguien toc6 con fuerza la puerta del apartamento. Nues­tra Mujer continuaba tendida en el balc6n. Estaba con los ojos cerrados, dejando que el sol fuera quemando en forma impercep:ible su piel. Cuan-do escuch6 los golpes, se repleg6 sobre si' misma. El calor seguia siendo intenso, a pesai de una leve brisa que ciiculaba a trav& de los marcos sin vidrio de las ventanas. A lo largo de cuarenta afios, los vidrios habi'an ido poco a poco desapareciendo. La unica vez que la rotura se habfa origina-do por una situaci6n violenta, fue cuando al edificio lo embisti6 un hu-racan de agosto. En aquella ocasi6n se rompieron los vidrios que daban al balc6n. Reci^n al segundo toque de puerta, Nuestra Mujer se puso de pie. Comenz6 a atarse la bata mientras se acercaba para mirar poi el ojo magico. Eia el albanil.

Cada vez que Uegaba al s6tano, el albanil se apropiaba de todos los baldes que habia en la porteria. Guardaba ademds los comestibles que le corres-pondIan a la piesidenta y a algunos vecinos distrafdos, para encerrarse des-pu& los dos por tiempo indefinido. Durante esos di'as los vecinos tenian problemas con la obtenci6n de los huevos, y las familias de extranjeros debian buscar nuevos medios para tener limpias sus iopas. En compen-saci6n podian recibir visitas libiemente, e incluso algunos se atrevian a celebrar pequenas fiestas. Nuestra Mujer supuso que el albanil habia ad-vertido la ausencia del balde. Por eso no abri6 la puerta. Desde donde se encontraba, se hacia visible la rasgadura en el techo. Unos rayos de luz lo traspasaban y cafan directamente sobre el piso de paiquet. En ^pocas de lluvia, eta necesario extendei sobre el suelo un pl4stico tiansparente que habia conseguido en el dep6sito de la Agencia de Noticias donde trabajaba.

Ante un nuevo toque de puerta, Nuestra Mujer no tuvo rais remedio que ir de puntillas hasta el balc6n. Recogi6 el balde, la toalla, y se meti6 dentro del dormitorio. La piel del cuerpo le molestaba. El liquido de la lata se habia resecado, formando una fina pelfcula de la cual queria li-brarse. La puerta sigui6 sonando, cada vez con mayor intensidad. Nues­tra Mujer se desat6 la bata y comenz6 a banarse r4pidamente. No le import6 salpicar la cama ni la mesa de noche con el agua que iba sacan-do con las dos manos. Debfa apurarse, la presidenta tenia una llave del apartamento que seguramente terminaria entregando al albanil para ate-nuar su cieciente alteraci6n. Cuando el bano estuvo por acabar, los golpes

Page 84: Bellatin, Mario. Obra Reunida

93

sobre la puerta fueron reemplazados por violentas patadas. Era imposi-ble que los vecinos no advirtieran el escandaro. Pero, en apariencia, lo ignoiaban. Es cierto que a esa hora la mayor paite aun no habia vuelto del trabajo. S61o se encontraban los jubilados, los ninos, los enfermos y quienes trabajaban en horarios nocturnos.

Despues del bano, Nuestra Mujer se asom6 desnuda por la ventana. Vio el fr4giI cuerpo de la presidenta, que aguardaba debajo. La presidenta no estaba fijindose en la ventana por la que miraba Nuestra Mujer, sino en la que correspondfa al pasillo, donde se encontraba el albanil dando pa­tadas a la puerta. Nuestra Mujer se pas6 la mano sobre la piel, y not6 que el lfquido de la lata habfa desaparecido. El balde se mantenfa vacfo al cos-tado de la cama. Era un balde naranja, hecho para contener cuatro litros de agua. Lo levant6, y al hacerlo se dio cuenta de que no debfa devolver-lo. Estaba vacfo, pero sin embargo podfa seile sumamente util a la ami-ga del trabajo. Decidi6 regalirselo. Aprovecharfa la visita para entregar tambidn el libro Los amores diflciks que le habfa prestado el esposo, un poeta foraneo que oiganizaba en su casa sesiones de poesia una vez por semana. Sali6 nuevamente a la ventana. Con eI cuerpo ya limpio, no te-nfa por que" hacer caso a los golpes del albanil. Mir6 hacia fuera, pero no encontr6 la forma de sacar el balde por la ventana. Habfa pensado arro-jarlo a algun balc6n infeiior. No podia haceilo poique la presidenta con-tinuaba frente al edificio. Con los brazos cruzados, se mantenfa atenta a la conducta del albanil.

De pronto, Nuestra Mujer vio que doblaban la esquina dos hombres que caminaban muy juntos. Ambos lucfan un sobretodo azul, tenfan la mis-ma estatura y llevaban un peri6dico bajo el brazo. Not6 que al veilos, la presidenta entraba rapidamente al edificio. Despu6s de unos momentos, cuando los hombres ya estaban frente a las gradas externas, Nuestra Mu­jer la escuch6 ordenar al albafiil no hacer ruido. Habia subido las gradas con una velocidad excepcional. Su voz fue decidida. Luego hubo silen-cio absoluto. Tanto, que se pudo ofr sin dificultad los pasos de los hom­bres por las escaleras. Nuestra Mujer los sinti6 llegar hasta el tercer piso. Habfa allf dos viviendas: una vacfa y declarada inhabitable, y otra ocu-pada por Ia pareja de ancianos que alguna vez fueron duenos de todo el edificio. Los hombres se detuvieron frente a la vivienda de los ancianos. Antes de entrai, seguramente pegaron un sello rojo de papel para indicar que estaban de visita. El silencio nuevamente fue total. Nuestra Mujer su-puso que ni la presidenta ni el albanil se habfan atrevido a mantenerse al descubierto. Estaba segura de que estaban encerrados en el cuarto de las

Page 85: Bellatin, Mario. Obra Reunida

94

escobas, situado al fondo del pasillo. Sabfa que no iban a salir pronto de alli. Eran capaces de esperar una hoia o mds, incluso toda la noche. S6lo abandonarian el escondite cuando escuchaian nuevamente abrirse la puer-ta del teicer piso, y los pasos de los hombres bajando las gradas. Nuestia Mujer se sobrepuso al miedo y comenz6 a vestirse. Se pint6 los ojos con un ldpiz claro. Abri6 el baul, donde guardaba los regalos que le habi'a he-cho la segunda esposa de su padie, la que afios despu& de la huida ge-neial regies6 temporalmente al pafs llevandole algunas prendas de vestir y la urna con las cenizas de la abuela. La segunda esposa viaj6 ademds con el encargo de comprarle un televisor y una videocasetera en las tien-das especiales. Rebusc6 y puso sobre la cama una falda que le llegaba a las rodillas. Tambi^n una blusa de seda negra. Escogi6 los zapatos de ta-. c6n mas alto y, con ambas manos, estir6 unas medias de nailon para com-piobar que no tuvieran agujeros. Estaba contenta con su vestuario. S6lb le hacia falta un bolso. Notenia en d6nde Uevar el libro Los amores difi-ciles, el papel con la ditecci6n de la Casa, y el carn^ de identidad que cualquierpolicia en la caUe le podfa exigii. Eia su dnico bolso el que le habian arrebatado y dijeron que quedaria como prueba deI delito. No le qued6 mas alternativa que meter los objetos dentro del balde. Luego de vestirse y dai una mirada al espacio vacfo que habfa entie la foto de Ma-rilyn Monioe y la de Thomas Mann, Nuestta Mujei ciuz6 sin temoi la puerta del apartamento.

Page 86: Bellatin, Mario. Obra Reunida

95

4

La pared externa lucfa una placa, donde se recordaba que allf habia vivido una heroina nacional. Habia sido puesta quince aiios atr&. Cuando la co-locaron hubo una pequena ceiemonia frente al ediflcio. En aquel acto se habl6 mucho de la madre de Nuestra Mujer, quien habfa muerto al inyec-tarse unas bacterias mientras investigaba la creaci6n de una nueva vacuna. Nuestra Mujer pas6 deknte de la placa y, respondiendo a un impulso, pu-so losdedos encima de la superfieie de metal. Sinti6 que la pIaca laprote-gi'a. Estaba segura de que los hombres del sobretodo azul no se atreverfan acruzar su pueita. Otorgindole ese pensamiento cieita sensaci6n de se-guridad, fue al fondo del pasillo y abri6 el cuarto de las escobas. Tal como lo habiasupuesto, encontr6 dentroal albafiil y a la presidenta. Sin darles tiempo a reaccionar, Nuestra Mujer les ensefi6el balde y cerr6 de nuevo. Pero cuando estaba diiigi6ndose alas escaleras, escuch6 que lapuerta era abierta con sigilo. Volte6 yvio que el albanil salfa del cuarto. NuestraMu-jertrat6 de apurarse en bajar, pero el la alcanz6. Forcejearonen silencio, Gasi de inmediato sali6 k presidenta, quien empez6 a hacer extrafias mue-cas con la boca. Lo unico que se ofa eia el chirrido que producfanlos ta-cones de Nuestra Mujer al raspar el piso. En cierto momento, la fueiza del albanil hizo que Nuestra Mujer iesbalara. Cay6 suavemente. Para el alba­fiil fue facil, entonces, quitarle el balde. Nuestra Mujer trat6 de detener al albanil poi las piernas, pero fue repelida con brusquedad. El albafiil baj6 las escaleras tratando de que sus pasos fueran lo mds leves posible. Antes dedescender arroj6 el libro LosamoresdificiUs, el papel con la direcci6n de la Casa, y el carne" de identidad que Nuestra Mujer habia guardado den-tro del balde. Mientras tanto, la presidenta observaba nerviosa las accio-nes violentas. En ningunmomento, dej6 de hacer gestos con la boca. Estaba de pie, entre el cuerpo cafdo y el cuarto de las escobas. Cuando el albafiil baj6, la presidenta quiso seguirlo. Nuestra Mujer se lo impidi6. Se puso de pie con rapidez, y la tom6 de los brazos. Trat6 de encerrarla nue-vamente en el cuarto de las escobas. La presidenta se resisti6, aferiindose a la placa recoidatoiia. Nuestra Mujer la empuj6, y la presidenta le salt6 al cuello. No podfa, ni dejarla en el pasillo ni meterla en el cuarto. Cuan­do pens6 que el albafiil estaba a punto de entrar con el balde en la por-terfa, Nuestra Mujer decidi6 tomar una actitud mis radical. Tom6 a la presidenta por los hombros y comenz6 a sacudirla, dejando que la cabe-za chocara libiemente contra la placa recordatoiia. Sinti6 pronto que el cuerpo de la presidenta dejaba de hacer presi6n.

Page 87: Bellatin, Mario. Obra Reunida

96

La presidenta habfa tenido un cuerpo bastante ligero.. No debfa habei excedido los cuarenta y cinco kilos de peso.. Cuando Nuestra Mujer in-tent6 levantarla, not6 que parte del cuello estaba mojado. A1 sentir el lf-quido, temi6 que el albaniI la echara de menos y subiera a buscarla. Se le ocurri6 que si dejaba el cuerpo delante de la vivienda del tercer piso, por mas que lo descubriera el albanil no iba a atreverse a iealizai ningu-na acci6n. Evitando mancharse, puso los brazos inertes sobre su espalda y comenz6 a bajar. Los pies de la presidenta arxastraban por las gradas. Uno de los zapatos, que seguramente estaba mal amariado, qued6 aban-donado en el descansillo. Nuestra Mujer no se encontr6 con nadie.. Al Ilegar al tercer piso not6 que, efectivamente, la puerta habfa sido marca-da con el sello rojo. Puso a la presidenta en el suelo y acomod6 su cabeza en la parte baja de esa puerta. La coloc6 de tal modo que apenas abrieran, la cabeza caeria sobre el felpudo. Nuestra Mujer lament6 no disponer ni de una gota de agua. Le hubiera gustado lavarse las manos, y enjuagar unas pequefias manchas que afeaban su blusa. Sin embargo, buscai agua en esos momentos hubiera complicado aun mas la salida. Subi6 al quin-to piso para recoger los objetos que el albanil habfa sacado con violencia del balde. S6lo levant6 el libro y el papel con la direcci6n de la Casa. Ba-)6 nuevamente, pero en lugar de dirigirse a la salida principal fue hasta el s6tano. Como lo imagin6, el albanil estaba encerrado en la porteria. De adentro salfa un ruido particular, como si estuviera Uenando el balde vacfo utilizando un poco del contenido de los demas. Nuestra Mujer lo dej6 continuar con la labor. De nada iba a servir tocar para seguir la lu-cha. Se hacfa tarde. Nuestra Mujer debia ir donde la amiga del trabajo y despu^s a la cita para escuchar la voz de su infancia. Subi6 hasta el pri-mer piso y sali6 a la calle. Cuando estuvo a veinte metros del edificio, comenz6 a hacer sonar los tacones de sus zapatos. Lo hizo en forma des-vergonzada. Como quiso ir por el malec6n, tuvo que pasar frente a la es-calera de emergencia que los inquilinos habfan decidido plantar frente al mar.

Page 88: Bellatin, Mario. Obra Reunida

97

5

A pocos metros del malec6n habi'a una estaci6n de ferrocarril donde, muy rara vez, se detenia el tren que hacia el ieconido patalelo a la costa. Era una de las estaciones proscritas, por las cuales los vagones debian pa-sar con sus puertas fuertemente aseguradas. El tren circulaba dos veces al dia. En las mafianas se dirigfa hacia el norte y en las noches hacia el sur. Podi'a hacer el recorrido durante un afio entero dejando a la estaci6n ignorada. Pero habia ocasiones en las que el convoy daba un laigo pita-zo y se detenfa por bieves momentos. Era la oportunidad que aguarda-ban algunos ciudadanos, que escondidos en una hondonada de cemento habian esperado por tiempo indefinido para subir al tren en forma clan-destina. Algunos rompian los cristales con los pufios, otros violaban las puertas armados de barrotes. La hondonada de cemento, conocida co-mo la Hondonada de las Salidas Rdpidas, era una plataforma con vaiios tuneles subterraneos. Nadie sabfa con que" fin habia sido construida. Era ftecuente verla inundada por el agua de las filtraciones de la ciudad. Eso no amedrentaba a las ciudadanos empenados en subir a los vagones. Ex-tianamente, sus entiadas no habfan sido clausuradas. Nuestia Mujer se despertaba sobresaltada cada vez que sonaba el pitazo que anunciaba una parada imprevista del tren. Se ponia de pie en forma cautelosa luego de buscar, por acto refle;o, unos espejuelos que ya no requerfa. Iba hasta el balc6n, pero casi siempre era inutil. Antes de que pudiera ver nada, el tren se habia puesto en marcha nuevamente. Los viajeros clandestinos generalmente vestfan de negro y embadurnaban ademas sus cuerpos. Si el abordaje ocurria de noche, despu& de trepar debian aguardar hasta el amanecer para sentitse fuera de peligro. Se decfa que las primeras siete horas eran las mas riesgosas, pues el tren podfa ser atacado por las auto-ridades en cualquiera de las diez estaciones siguientes.

Unos metros antes de la Hondonada de las Salidas Rdpidas, Nuestra Mu­jer abandon6 de pronto el malec6n para adentrarse en la ciudad. Segufa haciendo resonar los tacones de sus zapatos. Lo hizo delante de los poli-cias con los que se cruz6, y fiente a las presidentas de otros edificios. Tal como lo habfa planeado, caminaba rumbo al hogar de la amiga del tra-bajo. En la mano llevaba el libro y, sujeto con el elastico de la falda, el papel con la direcci6n de la Casa.. Al pasar por un parque, vio a mis de veinte ancianos haciendo ejercicio. Se movfan bajo las 6rdenes de un ins-tiuctor. Levantaban y bajaban los brazos, abrr'an y cerraban las piernas. Se les vefa con los rasgos endurecidos por el esfuerzo. Estaban alineados

Page 89: Bellatin, Mario. Obra Reunida

98

en impecables coIumnas. A Ia distancia formaban un grupo compacto y an6nimo. Con eI transcurso del tiempo los ancianos parecfan haber per-dido toda individualidad, formando una masa donde poco importaban las pequefias diferencias de los rostros y de los cuerpos. Un ruido cono-cido atrajo en cierto momento la atenci6n de Nuestra Mujer. Oy6 rue-das de metal movtendose sobre el pavimento. Por un extremo del parque, la presidenta se alejaba empujando el carromato de los huevos. Nuestra Mujer no pudo creer en la visi6n. Apur6 el paso, pero cuando alcanz6 a la presidenta se dio cuenta de que se trataba de otia persona.

Lleg6 al hogar de la amiga del trabajo precisamente cuando el poeta fora-neo llevaba a cabo una de sus habituales tertulias, a las que habfa bautiza-do con el nombre de Paideia. El hogar era amplio, y todos los miembros de la familia de la amiga del trabajo tenfan el mismo derecho a ocuparlo. Para evitar problemas, lo habfan dividido en partes estrictamente defini-das. A la amiga del trabajo le habfa tocado el vestfbulo con el cuarto de los paraguas, mas el sal6n principal y parte de la cocina. Los padres con-taban con los dormitorios, el pasillo de distribuci6n y la otra mitad de la cocina. Las hermanas gemelas eran duenas del comedor, la despensa y las terrazas. Los maridos de las hermanas, quienes se habfan divorciado hacfa algun tiempo, vivfan con sus nuevas esposas en el jardin y en la an-tigua irea de la servidumbre. Si bien habian logrado una relativa armo-nfa en la divisi6n de los espacios, no habfan llegado a un acueido con respecto a los sonidos. Los televisoies puestos a volumen alto, solfan in-vadir con su mezcla de ruidos las Paideias que semanalmente organizaba aquel poeta.

Page 90: Bellatin, Mario. Obra Reunida

99

6

Apenas entr6 al hogar, Nuestra Mujer fue conducida hasta una esquina del sal<3n piincipal. Luego de poner el libro encima de un escritorio, to-m6 asiento al lado de unos poetas del norte de la ciudad. Gada semana se reunfan una serie de escritores j6venes, quienes mostraban y discutfan el trabajo que estaban desarroIlando. Como contrapartida, el poeta fo-rineo introducfa sus propias teoiias literarias. Desde su sitio, Nuestra Mujer podia ver con facilidad el vestfbulo y el cuarto de los paraguas. En la mesa de centro habfa una sopeia de porcelana conteniendo te" frfo. En determinado momento, el discurso del poeta foi4neo fue interrumpido por un timbrazo en la puerta. Se pai6 a abrii. Se trataba de unos hom-bres, que le hablaron brevemente. Reingres6 al sal6n y pidi6 permiso pa-ra salii a la calle. Antes de irse, asegui6 que no tardan'a mucho tiempo en regresar. No volvi6 sino media hora despu&. Al hacerlo abri6 la puer-ta con sigilo entrando de tal modo que no pudieion verlo los j6venes que estaban sentados en el sal6n. Caigaba varias bolsas con pantalones, las que acomod6 con rapidez en el cuaito de los paiaguas. Luego ingres6 al sal6n e inici6 una pol^mica sobre la posibilidad de crearle una serie de reglas giamaticales a un nuevo lenguaje que pensaba inventar. Nueva-mente un timbrazo los interrumpi6. El poeta foi4neo se par6, abri6 la pueita, y Nuestia Mujer vio que una muchacha le entregaba una suma de dineio. No habia cerrado aun, cuando los mismos hombres que ha-bfan tocado el timbre la primera vez volvieion a aparecei. El poeta foi4-neo reingies6 al sal6n y otia vez pidi6 disculpas paxa salir a la calle. Con su ausencia, los dnimos en la Paideia decamn hasta pioducir un silencio casi total. Los poetas se dedicaban a miraise unos a otros con disimulo. Sin la protecci6n del extxanjero, seguramente temian la aparici6n de algun peUgio. La amiga del trabajo habia conocido al poeta foi4neo cuando la Agencia de Noticias hizo que viajara a cubrii un congreso de escritoies. Iniciaion una ielaci6n, que tuvieron que interrumpir cuando la amiga del trabajo volvi6 al pafs. Ambos prometieron encontrarse meses despues. Nuestra Mujer acompan6 a la amiga del trabajo al aeropuerto cuando eI poeta foi4neo anunci6 su llegada. La amiga del trabajo querfa estar acom-panada en esos momentos, pues temia habei olvidado el aspecto de su prometido y no reconocerlo cuando bajara del avi6n.

En el sal6n principal del hogar el tiempo pasaba sin ningun cambio apa-rente. Nuestra Mujer decidi6 entonces abandonar la silla donde la ha-bian sentado. En cada una de las mesitas estaba puesto un ventilador,

Page 91: Bellatin, Mario. Obra Reunida

100

que pese al calor no habian encendido. En la parte baja del librero habi'a una pila de discos. Nuestra Mujer se agach6 para revisarlos y descubri6 un album de los Beades. Los discos estaban al alcance de su mano, pero en ese tiempo ya nadie les hacfa caso. Recordaba cuando junto a su no-vio pasaban muchas noches despiertos tratando de sintonizar las frecuen-cias de onda corta. Habia un programa especial de la BBC, cuya senal casi siempre se perdfa en los primeros minutos. Nuestra Mujer y el novio tenfan que recorrer entonces el apartamento completo con el aparato en la mano, tratando de encontrar el punto exacto donde la senal pudiese ser iecuperada. Aquella operaci6n debfan haceila ademas a escondidas de la madre, quien nunca hubiera aceptado en su casa las audiciones no permitidas.

Por mis que Nuestra Mujer intent6 iniciar una conversaci6n con la ami-ga del trabajo, la contraposici6n entre el ruido de los televisores que lle-gaba del fondo del hogar y el silencio total de la Paideia se lo impidi6. Prefiri6 retirarse. Le hizo una sena antes de salir. Le indic6 que se iba, y que no se molestase en acompafiarla al vestfbulo. Sali6 del sal6n y, al pa-sar fiente al cuarto de los paraguas no pudo dejar de abiirlo. En medio de una difusa claridad entrevi6 una bolsa transparente con decenas de espe-juelos para sol. Vio tambi^n varias grabadoras acomodadas en el suelo. En la parte alta de las repisas habia cajas con latas de Coca Cola y decenas de ganchitos con flores artificiales para el pelo. Nuestra Mujer tom6 un punado de ganchitos. Los apret6 en su mano, pero volvi6 a dejarlos tal como los habia encontrado. Gir6 para comprobar que nadie la habia vis-to y cerr6 la puerta.

Ya en la calle se dio cuenta de que habia comenzado a oscurecer. Sac6 el papel con la direcci6n de la Casa. Quiso cerciorarse de que recordaba la avenida y el numero exactos. Supo, entonces, que debfa regresar sobre sus pasos. La Casa donde oiria la voz de su infancia quedaba en eI otro extremo del malec6n. Tendiia que volver a pasar, necesariamente, por el edificio donde vivia. No tenia ganas de regresar tan rapido a ese lugar, sin embargo no le quedaba otra alternativa. Antes de cruzar el parque, donde los ancianos acostumbraban iealizar sus ejercicios fisicos, Nuestra Mujer vio a lo lejos que el poeta fordneo sah'a de una de las tiendas espe-ciales.

Page 92: Bellatin, Mario. Obra Reunida

101

Los ancianos que Nuestra Mujer habfa visto al venir, ya no estaban en el parque. En su lugar se estaba formando otro grupo, alrededor del mismo instructor. Nuestra Mujer continu6 caminando sin que le merecieran nin-gun comentario. Cuando lleg6 al malec6n, sinti6 ganas de recorrerlo com-pleto. Despu& de un tiecho largo, se detuvo frente a la Hondonada de las Salidas Ripidas. Algunos testigos le habfan dicho que a su pequeno hijo lo hicieron partir desde ese punto, cuando un mediodia el tren se detuvo despu& de un largo retrazo. Ellos mismos le entregaron el gorio de lana que se le habfa caido al nino en medio de la confusi6n. Eia el go­rro que tenfa ahora colocado en la sala de su apartamento. El tren no siempre se detenia de manera imprevista. Habfa paradas establecidas se-cretamente de antemano. Existfan asimismo contactos que vendfan a precio alto esa infoimaci6n. El marido, quien parti6 con el hijo desde ese lugar, parece que la habfa pagado con el dinero que obtuvo al vender a escondidas un lote de vacunas que antes de nacer habfa sintetizado la madre de Nuestra Mujer. Eso se supo por averiguaciones posteiiores. Le habfan contado tambi^n que su pequeno hijo se hizo algunas heridas al momento del abordaje. Nuestra Mujer recuerda claramente esa tarde, cuando despu& de salir de laAgencia de Noticias fue a recoger al peque­no hijo a la Guaideria Infantil. Alli le infoimaron que esa manana su marido no habfa llevado al nino. Nuestra Mujer se dirigi6 desconcerta-da al apartamento. Aguard6 sin saber que* actitud tomai. Ya de noche, los miembros de una instituci6n desconocida peio oficial tocaron la puer-ta. Tiafan una orden de allanamiento, que no cumplirfan solamente por respeto a la placa iecoidatoria que habfa en la paied. Nuestra Mujer com-prendi6 de inmediato la situaci6n. Tal como estaba vestida, baj6 los cin-co pisos que la separaban de la calle y corri6 hacia el malec6n. Lleg6 en menos de un minuto a las escalinatas de la Hondonada de las Salidas Ra-pidas. Baj6 las gradas hasta llegar a una b6veda inundada. Los zapatos se le mojaron. A la manana siguiente, cuando la amiga del trabajo abii6 la pueita de su hogai encontr6 a Nuestra Mujer refugiada en la entrada. Tenfa las ropas humedas y hablaba sin parar. Dado su estado ffsico y men-tal tuvieion que tiasladaila a un sanatorio, donde permaneci6 recluida por mis de seis meses.

De aquel tiempo, Nuestra Mujer s6lo recuerda las voces que a toda ho-ra la persegufan. Tuvo a su aliededot decenas de voces constantes. Las habfa giaves y agudas, de tonos altos y bajos. Algunas eran conocidas

Page 93: Bellatin, Mario. Obra Reunida

102

otras totalmente an6nimas. A medida que avanz6 su estadia en el sana-torio, las voces fueron poco a poco disminuyendo hasta cesai definitiva-mente. Cuando le dieron de alta, los medicos aseguiaron que no iba a tener problemas en seguir manteniendo el puesto que habi'a ocupado an-tes de la crisis. En efecto, no mostr6 mayot dificultad para ieadaptarse a la rutina labotal. Se le hizo complicado, en cambio, enfrentarse nueva-mente al apartamento. La amiga del trabajo la alberg6 por una tempo-rada en su hogai. Durmi6 en la cocina. La amiga del trabajo y el poeta foraneo dormfan a su vez en un gran sofa colocado en el sal6n principal, el mismo donde acostumbiaban sentarse los asistentes a las Paideias. Cuan­do dej6 el hogar de la amiga del trabajo, Nuestra Mujer se llev6 consigo un libro con fotos de Virginia Woolf Lo tom6 del libiero del poeta fo­raneo, quiza porque en el sanatoiio mental la atendi6 una doctora que extranamente le habl6 muchas veces del ensayo La habitaci6n propia.

Lo primero que hizo al iegresar al apartamento, fue desembarazaise de los objetos que pudieran traerle iecuerdos demasiado intensos. La presi-denta tuvo que estar piesente en aquel acto. Debia levantar una constan-cia de los elementos desechados, para ubicarlos despu& en otros sectoies de la poblaci6n. Nuestra Mujer se dirigi6 luego a una tienda, de donde rob6 una pequefia locomotora de cristal con el humo de la chimenea congelado en pequenos arabescos. Habia ido a la tienda para adquirir unos discos que, de algun modo, la ayudaian a ctearle otro espiritu al apartamento, pero de improviso se cruz6 con las pequenas locomotoias que estaban ademas en oferta.

Page 94: Bellatin, Mario. Obra Reunida

103

8

Con la mirada fija en la Hondonada de las Salidas Rapidas, Nuestra Mu­ier no repar6 en la lenta aparici6n de sus estrellas favoritas.En el cielo del malec6n empezaron a verse Epsil6n, Antares y las TresMarfas. A rai'z de las investigaciones m6dicas de la madre, Nuestra Mujer se habfa des-plazado infinidad de veces a zonas remotas del pafs. Mientras la madie visitaba aldeas en busca de enfermos perfectos que le permitieran poner a prueba sus vacunas, Nuestra Mujer iba descubriendo una naturaleza que le era negada por vivir en la ciudad. En ocasiones los poblados eran tan pobres que no les podian brindar hospedaje. No les quedaba mas re-medio entonces que acampar en las afueras. Acostada en las montanas dentro de una bolsa de dormir, Nuestra Mujer se entretenfa identifican-do las estrellas. S6lo podfa dormirse en paz cuando descubria en un mis-mo cielo a Epsil6n, a Antares y a las Ties Marfas. Eran senal de suerte. Lo mas probable era que al dia siguiente aparecieran los enfermos bus-cados, aquelIos que demostraran cabalmente las teorias que con tanto afan buscaba Ia madre comprobar.

En determinado momento, Nuestra Mujer levant6 los ojos de la hon­donada y sigui6 caminando bajo una luz cada vez mas azul. A su lado, los autos iban y venfan rapidamente. Se introducfan en un tunel debajo del mar. Los faros de los autos aparecfan despu& al otro lado de la ba-hfa. Unos minutos mas taide, se perfil6 contra el horizonte la escalera de emergencia colocada frente al mar. Los alrededores del edificio se en-contraban desiertos. A esa hoia los inquilinos ya habrian regresado de sus centros de tiabajo, pero no habian encendido las luces el^ctricas. Las unicas ventanas que estaban iluminadas eran las deI tercei piso. Nuestra Mujer supo entonces que los hombres del sobretodo azul aun no se ha­bian marchado. La presidenta seguramente continuaba con la cabeza re-costada. Los inquilinos del piso supeiior debian de haberla visto al volvei del trabajo, pero antes de reaccionai habrian notado eI seUo rojo en me-dio de la puerta.

Nuestra Mujer cruz6 hacia el edificio disminuyendo el sonido que habfa venido haciendo con sus zapatos desde que sali6. Fue directamente al s6-tano. Tuvo dificultad al bajar. Todo estaba oscuro. tJnicamente salia un hilo de luz por debajo de la porterfa. Nuestra Mujer se acerc6 y apoy6 el ofdo. No escuch6 nada. Era probable que el albanil se hubiese dormido. Sin embargo, al cabo de unos minutos oy6 que algo se movfa. Sinti6

Page 95: Bellatin, Mario. Obra Reunida

104

luego un chapoteo, el sonido de unas g4rgaras, y nuevamente silencio. ;i EI piso del s6tano continuaba humedecido. Siempre se formaban charcos i ahededor de la cisterna, que por lo herm&ico del lugar nunca lograban ; evaporarse. El sueIo original habia sido caicomido por el estancamiento "i de las aguas. Estaba horadado al punto que podian verse los cimientos. ' Era la raz6n por la que habfa pronunciados desniveles y tubeifas del des- :; ague al descubierto. Nuestra Mujei no supo que* hacei. Sabfa que si toca-ba, el albanil jamas iba a abrirle. Esperar que saliera por propia iniciativa, era una empresa que podfa requerir muchos dias. Subi6 al primer piso.

La noche habia cai'do totalmente. Pens6 que, por primera vez en dece-nas de anos, no iba a funcionar el motor de la cisterna. Not6 que los ve-cinos trataban de producir el menoi ruido posible. Sin embargo escuch6 un portazo. Crey6 que lo habian causado los hombres del sobretodo azul. Tuvo un primer impulso de ponerse de pie e irse a esconder al refugio antia&eo. Pero se contuvo al pensar en la placa de metal de la entrada de su casa. Esper6 poi eso sentada en las gradas exteinas. Oy6 pasos que ba-jaban las escaleras. Eran despreocupados y ligeros. Parecfan los de alguien que conociera bien cada uno de los escalones, o los de alguien lo bastan-te audaz como para dejar al azar la posibilidad de un accidente. S6lo vol-te6 cuando sinti6 los pasos deti4s suyo. Se trataba de una de las nifias que vivia en el cuarto piso. Llevaba en la mano una jarra vacfa. Tal vez su famiIia la habia mandado a buscar agua. Habrian pensado que gracias a su corta edad nada podrfa sucederle. Nuestra Mujer vio que, luego de poner la jarra en el suelo, con un par de gestos le indicaba que la presi- ' denta estaba muerta. Nuestra Mujer se levant6, tom6 con una mano la ja­rra y con la otra el brazo de la nina. Salieron del edificio. La nifia se dej6 conducir en foima confiada. Entreg6 el brazo diminuto en un abando-no que parecia total.. Sus siluetas fueron iluminadas s6lo por los faroles del alumbrado publico. En medio de la calle cafa la luz proveniente de la vivienda del teicei piso. Nuestra Mujer llev6 a la nifia hasta la escalera de emergencia. Dej6 la jarra encima de un hierro oxidado, y luego ambas se sentaron sobre uno de los pilares. Nuestra Mujer se entretuvo repasan-do los dedos sobre el delicado cuello de la nina. Despu& se par6 y se ale-)6 lentamente con direcci6n al edificio. Baj6 al s6tano y de uno de los lados de Ia cisteina tom6 el pequeno dep6sito de petr6leo usado para prender el motor, el que despu& de alimentar puso en funcionamiento. El ruido se extendi6 por todo el s6tano. Antes de salir fue hasta el refu­gio antiae>eo y recogi6 la caja de f6sforos que, en forma obligatoria, se debia mantenei junto al lampann de las emergencias. Abandon6 el edi­ficio y camin6, nuevamente, hacia la escalera plantada frente al mai. La

Page 96: Bellatin, Mario. Obra Reunida

105

falda le ondeaba levemente. En una mano llevaba el dep6sito y en la otra la caja de f6sforos. Cuando lleg6, not6 que la nina habia desaparecido. S6lo continuaba la jarra vacia encima del hierro oxidado. Roci6 con el oetr6leo los pilares de la escalera y prendi6 un pequeno fuego que, al eva-porarse el combustible, se apag6. Escogi6 para irse el borde del malec6n. Recorri6 un trecho regular, y al llegar a un irbol coposo se apart6 para introducirse en la ciudad. Sac6 el papel con la diiecci6n de la Casa para revisar, nuevamente, la avenida y el numero indicado. Una cuadra des-pu& apareci6 la Casa donde le habian prometido escuchar la voz de su infancia.

Page 97: Bellatin, Mario. Obra Reunida

106

9

Estuvo en la puerta antes de la hora fijada para la cita. Lo supo cuando mir6 el reloj que habfa en la parte superior de la fachada. La Casa ocupa-ba la mitad de toda una manzana, y Uamaba la atenci6n lo cuidado que estaba el gran jardin que la rodeaba. Nuestra Mujer reconoci6 la arqui-tectura como de estilo Tudor, y le sorprendi6 que aparte del timbre y de unos aldabones de bronce tuviera un intercomunicadoi con una camara de video. Aunque se notaba que las construcciones vecinas habian tenido un pasado esplendor, la Casa sobresalia porque sus paredes no estaban descoloridas ni sus ambientes habian sido parcelados. Contaba adem4s con un sistema de reflectores de potencia muy superior al alumbiado ha-bitual. Nuestra Mujer debfa esperar en la otra cuadra divis6 un local pu-blico. Nuestra Mujer camin6 hacfa 6l, querfa saber de que* local se trataba. Cuando estuvo cerca pudo leei eI cartel de la entrada. Decia la palabra pizzeria. Le molest6 que fuera un local semejante. Habi'a decidido aguar-dar dentro la hora senakda para su cita. Sabia que en un estabIecimiento de esa naturaleza no podria esperar el tiempo que necesitaba. Se acerc6 aun mas y debajo de la palabiapizzerfa pudo leer Vita nuova.

Se imagin6 el local por dentro. El techo del que colgarfa un pesado ven-tilador, y el suelo cubierto con las manchas de grasa producidas por las pizzas exprimidas por los usuaiios antes de comerlas. Imagin6 tambi^n el ruido de los cubiertos, cortando hasta su minima expresi6n los platos designados como espaguetis. Sospech6 que se trataba del unico local abier-to en las ceicanias. Entr6 y se puso detr4s de un hombre calvo, que co-mia con rapidez en una silla de la barra. El local estaba totalmente lleno. Escogi6 colocarse detrds de ese hombre, aunque sabfa de antemano que de nada iba a servirle la velocidad con la que ese individuo comiera. El proceso entre un comensal que entraba y otro que salfa estaba estricta-mente calculado. Nuestia Mujer recordaba haber lefdo en el diario que un comensal promedio necesitaba como mfnimo tres minutos y como maximo seis para consumir un pedido. Los calculos habian sido com-probados muchas veces, y en la temporada de verano las aproximaciones variaban unas d^cimas. Nuestra Mujer tuvo que esperar mas de cuatro minutos antes que el hombre calvo acabara de comer. Mir6 hacia ambos lados de la barra, para comprobar cudntos usuaiios faltaban por teiminar. Cuando el ultimo acab6, alguien orden6 que se pusieran todos de pie. Nuestra Mujer observ6 c6mo el hombre calvo sali'a del local y entregaba su tenedor sucio a una mujer que en la puerta controlaba que nadie se

Page 98: Bellatin, Mario. Obra Reunida

107

Uevara los cubiertos. El dependiente, de inmediato, comenz6 a iecoger los platos vacios. Se dio luego la orden a los del siguiente turno para que tomaian asiento. Nuestra Mujer no obedeci6 y camin6 en cambio hacia el fondo del local. Fue hasta donde se encontraba otro dependiente, aco-modando los platos sucios. Mirindolo a los ojos, le pidi6 informaci6n so-bre la Casa. En un piincipio aquel hombre paieci6 no oi'rla. Empez6 a sumergir los platos en un gran lavadero lleno de agua turbia. Nuestra Mu­jei insisti6 y el dependiente, por alguna iaz6n, decidi6 contestarle. Sin abandonar su laboi le dijo que alguna gente entiaba y sali'a de la Casa, pe-ro s6lo a partir de las ocho de la noche. Muchas veces esas personas iban despu& a la pizzeria. Geneialmente, hacian los pedidos en distintas len-guas y en variados giros idiomaticos. El dependiente anadi6 que aquello no significaba ningun problema, ya que no se contaba con muchos pla­tos para escoger. Es mas, la mayor parte de las veces los dependientes se limitaban a informar que no habia comida hasta nuevo aviso. El hecho de que se hicieian los pedidos en varios idiomas, hizo que Nuestra Mujer de inmediato se acordara del poeta foianeo. Su drama mas grande, lo confes6 durante cierta Paideia, habi'a sido no poseer una lengua materna. Desde que naci6, por razones geograficas y de emigraci6n familiai, habia tenido a su alcance distintos idiomas de los que podfa escogei las palabias o los modos que masle siivieran paia determinada necesidad. Aquello ie-sultaba una tiagedia a la hora de hacer poemas. Tal vez por eso estaba tan interesado en crear un nuevo lenguaje, exclusivo para la poesfa.

Nuestra Mujer sali6 del local poco despu&. Antes tuvo que convencer a la mujer que contiolaba los cubiertos en Ia puerta. Le explic6 que, por falta de tiempo y de dinero, no habia hecho ningun pedido. La dejaion salii luego de someterla a una estricta revisi6n. Mientras volvia not6 que la Casa tenia encendidas todas las luces, lo que auwientaba aun mas el biiUo que la rodeaba. De las ventanas y balcones salfa una iluminaci6n muy blanca, y en los arboles habfan instalado unos fluoiescentes de co-lores. Vio tambi^n que se habia formado una fila de personas fiente a la puerta. Mir6 en foima disimulada los rostros. No pudo hallar el rasgo en comun que suele heimanar a quienes comparten una misma fila. Nues­tra Mujer habia percibido la ausencia de ese rasgo solamente en el grupo de vecinos que, una vez al mes, se reunia en la parte trasera del super-meicado para aguardar la llegada de la carne para perros. Mir6 los ros­tros. No se atrevi6 a hacer pieguntas. Se limit6 a coIocarse en el ultimo lugar. Cuando despu& de cinco minutos abrieron las puertas, se suma-ron a la fila dos hombres mas. Ambos vestian igual. Llevaban un sobre-todo azul y lefan el mismo diario de la manana. Nuestra Mujer titube6,

Page 99: Bellatin, Mario. Obra Reunida

108

quiso saIiise de su sitio. Los hombres estaban paiados justo detrds de ella. Salvo Nuestra Mujei, nadie mas pareci6 sorprenderse con su presencia. La tranquilidad de los demas le dio fueiza para voltear y mirarlos abier-tamente. Los dos de la misma estatura, con sobretodos iguales y portan-do los mismos diarios. Quiso seguir estableciendo similitudes, pero la fiIa comenz6 a moverse.

Todos ingresaron a un gran recibidor, donde fueron acogidos por dos muchachas vestidas de enfermeras. Una de ellas agrup6 a las mujeres y la otra a los hombres reunidos. Ambas delgadas y con un mech6n rojizo sobresaliendo de sus cabelleras. Llevaban en la mano unos papeles suje-tos a una tablita. Mientras examinaban a los clientes, con un lapiz negro anotaban cosas sin cesar. Todo pareci'a ir en forma correcta. Un potente aiie acondicionado enfriaba, en forma adecuada, el ambiente. Nuestra Mujer observaba con atenci6n el trabajo de las muchachas. La tarea pa-recia desenvolverse con noimalidad hasta cuando se lleg6 a examinar a los hombres similares. Las muchachas se alejaron y una de ellas llam6 por un tel^fono blanco colocado en la pared. Nuestra Mujer no pudo oir la conversaci6n. A los pocos minutos entraron dos mujeres altas, muy parecidas entre si, vestidas con trajes de noche. Sin mirar a nadie mas, estas mujeres tomaron a los hombres similares de la mano y los sacaron por la puerta principal. Una vez que desaparecieron, las muchachas ves­tidas de enfeimeras continuaron su labor. El grupo de mujeres fue con-ducido hasta una sala que daba a un jardin sembrado con c6sped. Nuestra Mujer intent6 entonces preguntar ad6nde se habfan llevado a los hom­bres similares, pero la rigidez que not6 en los movimientos de las mu­chachas se lo impidi6. Le molest6 esta autocensura. Quiso defender su derecho de hablar lo que quisiera en el momento que deseara. Se caim6 cuando pens6 que el motivo de la visita podfa peligrar si hacia algtin cues-tionamiento.

Page 100: Bellatin, Mario. Obra Reunida

109

10

Nuestra Mujer decidi6 esperar en silencio, hasta que advirti6 que los pe-didos tenian que hacerse en voz alta. Lo supo cuando la primera clienta pidi6 la voz de San Jer6nimo cuando hablaba con su perro y su le6n. La segunda quiso ofr a sus amigas cuando eUa no estaba presente. Nuestra Mujer tembl6 cuando solicit6 la voz de su infancia. Para su asombro na-die pareci6 sorprenderse. Habi'a temido alguna sonrisa. Un gesto de buila. Pero su pedido no paieci6 desentonar con el noimal desenvolvimiento de la Casa. Lo unico que se dijo, a manera de murmullo, fue que se tra-taba de una petici6n simple. Quiza' por eso fue la primera en pasar al jardi'n y la primeta invitada a entrat en la caseta de madera que se habia levantado en medio. Curiosamente, una vez que estuvo adentro Nues­tra Mujer no vio ni escuch6 absolutamente nada. Despu& de cuatro mi­nutos de silencio y oscuridad fue sacada ya no por una muchacha, sino por un muchacho vestido de enfermero. Fue Uevada luego al interior de la Casa.

Nuestra Mujer debi6 subir por una escaleia de marmol. En la pared esta-ban pegados los retratos de varios personajes hist6ricos. Le dio ldstima que no estuviera Marilyn Monroe, a quien siempre habia tratado de imitarle la voz. En cambio sf estaba presente la figura de Thomas Mann. Conocia bien su rostro porque en el sanatorio donde estuvo recluida la doctora que la atendi6, la misma que le habia hablado de Virginia Woolf, la dio a leei La montana mdgica a manera de terapia. Nuestra Mujer finalmente fue depositada en una oficina que habi'an instalado en un extremo del bal-c6n principal. Fue sentada en una silla aI aire libre. Levant6 entonces la cabeza y vio que el cielo estaba cubierto de estrellas. Reconoci6 a Epsi-l6n, a Antares y a las Tres Marias. El cielo estaba limpio, como el que no-taba cuando se acostaba en las montanas dentio de su bolsa de doimii. Pese a todo, la presencia de las tres estrellas en un mismo cielo esta vez no la tranquiliz6. Ciuz6 la pierna y, sin daise cuenta, pas6 la mario so-bre la media de nailon. Quiso ser atendida ripido, seguiamente no tar-darian en apaiecer las mujeres que se habian quedado en la primera planta. En ese momento, salieron al balc6n dos hombres vestidos de obre-ros. Cargaban la rejilla de un confesionario que colocaron encima de una mesa. Nuestra Mujer pens6 que era un descuido no haber tenido esa re­jilla preparada a tiempo. Dud6 de la seriedad de la Casa. Al cabo de dos minutos, una voz metalica surgi6 a tiav& de los agujeros de la rejilla. La

Page 101: Bellatin, Mario. Obra Reunida

110

voz dijo que en la caseta Nuestra Mujer no habfa podido escuchar nada debido a ciertas irregularidades encontradas en la solicitud presentada. Supuestamente la solicitante se habfa acogido a la modalidad del true­que, y la Casa se habfa dado cuenta, demasiado tarde que lo ofiecido a cambio era bastante pobre. Parece que Nuestra Mujer se habfa compro-metido a entregar las voces de unos campesinos mongoles duiante la co-secha de arroz del afio de 1896, y la de unos ninos centroamericanos durante un partido de b&sbol jugado en una fecha y un campo indeter-minados. Al escuchar la voz metdlica recIam4ndole, Nuestra Mujer se sinti6 avergonzada. En su defensa dijo que nada sabfa de esos tratos, y que esa mafiana habfa iecibido una llamada misteriosa donde le anun-ciaban la aceptaci6n de una supuesta solicitud hecha por ella.

La voz afirm6 que todo habfa sido una equivocaci6n. Le inform6 que en la modalidad del trueque el diente siempre llevaba las de perder. A lo mdximo que hubiera podido aspirar era no a escuchar Ia voz de su in-fancia sino, quiz4, la de su ninera. Tambien hubiera podido acceder a la infinidad de voces que se anunciaban en la parte infeiior del cata^ogo. Voces regionales, plagadas de modismos, giros idiomiticos o muletillas. Su derecho abarcaba ademds la de los loros, que en cautiverio hablan s6-lo por desesperaci6n. Pero nunca las que estaban mis arriba de las voces de los taitamudoscdebres. Nunca sus propias primeras palabras que, segun la Casa tenfa entendido, se trataba de balbuceos y de agues con car4cter. Cadenciosos y llenos de atm6sfeia. Nuestra Mujei agach6 la ca-beza y se puso a llorar. La voz metilica sigui6 hablando. Le dijo que, co-mo la equivocaci6n habfa sido de la Casa, iban a haceile un favor especial. Le proponfan un cambio entre su voz adulta con la de su infancia. Nues­tra Mujer debfa dejarle a la Casa la que posefa actualmente y llevarse su voz de nifia. A partir de entonces, en su vida cotidiana tendrfa que con-servar la cadencia de sus primeros balbuceos. Debfa dar la sensaci6n de estar como sorprendida cada vez que pronunciaba las palabras. La voz adulta que Nuestra Mujer entregarfa, la clasificarfan de inmediato, en la secci6n casos especiales. Aquel cambio serfa beneficioso para la Casa pues para ellos, lo dijo la voz que suigfa de la rejilla, era mds impoitante una voz patol6gica que una voz infantil.

Sin darIe tiempo a contestar, Nuestra Mujer fue levantada de la silla por el muchacho vestido de enfermero. La llev6 hacia el interior. Mientras descendfan las escaleras, Nuestra Mujer descubri6 que la voz metdlica le habfa recordado al publicista de los bronceadores. Tal vez, la persona oculta tras la rejilla era el hombre de los espejuelos de cristales verdes.

Page 102: Bellatin, Mario. Obra Reunida

111

Seguramente habia sido el quien habfa entregado a la Casa la voz que posefa en el tiempo de la piueba para los anuncios. Al llegar al recibi-dor, Nuestra Mujer vio que estaba totalmente vacfo. Habfan desapare-cido las filas, que hasta hacfa unos momentos se alineaban con direcci6n a la caseta colocada en el jardfn. Al cruzar el vestfbulo, el muchacho ves-tido de enfermero se le acerc6 al ofdo para decirle que, en las pr6ximas semanas, la Casa incIuirfa en su catalogo la voz de la presidenta del edi-ficio. Nuestia Mujer no supo en que* secci6n se la podifa clasificar. Lue-go, el muchacho la abandon6. Los nervios de Nuestra Mujer se pusieron tensos al sentii, de pionto, los ruidos de la calle. Se trataba de unos so-nidos que no habfa sentido antes de entiai. Empez6 a caminar despacio y sin rumbo. Fueron quedando ati4s la Casa y la pizzeria en cuyo cartel se lefa Vita nuova.

Page 103: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Damas chinas

... asi tambiin estdn forzados a entregar a hspa-dres sus cuerpos muertos.

Page 104: Bellatin, Mario. Obra Reunida

1

Cada vez que ingreso al consultoiio me hago las mismas preguntas. Mi-rar la mesa de metal, con las cintas de cuero colgando de sus lados, hace que me cuestione si estoy realmente interesado en recibir a la docena de pacientes que diariamente llena mi consulta. El constante trato con mu-jeres parece haber modificado mi caracter. Siento que tocar sus cuerpos s6lo con fines m^dicos deforma de algun modo mis deseos. De otra ma-nera no entiendo por que" a mi edad necesito tanto acudir a los salones de masajes, ni por que' detengo el auto cuando veo a una muchacha ca-minando por alguna zona oscura de la ciudad. Rara vez me hacen caso, aunque hay ocasiones en que aceptan subir y dar una vuelta. Las suelo Uevar a tomar una copa en un lugar discreto, o estaciono el auto frente ala orilla del mar. Esos encuentros suelen terminar en uno de los tantos moteles que alquilan por horas sus habitaciones. Nunca lleve' a ninguna alconsultorio: el olor clfnico y el recuerdo de las escenas m&dicas que alh' se han desarrollado anulan desde el principio cualquier entusiasmo. Por eso he iechazado a las pacientes que me han hecho insinuaciones. Tam-bi^n, a una enfermera que me habl6 de cosas impropias pocos dfas despu& de haberla contratado. La despedi antes de que cumpliera su primera se-mana de trabajo. Prefiero las experiencias an6nimas. Todas no son mds que aventuras que tienen un muy corto tiempo de duraci6n. Casi siem-pre se propician al salii del consultoiio. Otras tienen lugar en las prime-ras horas de la tarde. No me puedo exceder y olvidar el reloj. A pesar de que mi esposa no esta pendiente de mis horarios, no quiero que comien-ce a albergar ninguna sospecha sobre mi comportamiento.

Hace ya mucho tiempo que he dejado de preguntarme lo que siento real­mente por mi esposa. Parece que estoy demasiado acostumbrado a su presencia. Creo que al momento de casarnos no calcul^ como es debido el asunto de las edades. Mi esposa es dos anos mayor, hecho que carece de importancia cuando se es joven. S6lo cuando comenz6 la maternidad y la crianza de los hijos, se fueron haciendo visibles los afios que nos se-paran. En algunas reuniones, les cuento a otios hombres mis aventuras en la calle. Al principio me hacfan caso, algunos incluso me pregunta-ban por los detalles. Sin embargo, de un tiempo a esta parte noto que

Page 105: Bellatin, Mario. Obra Reunida

116

evitan el tema. De muchos conozco una que otra lejana experiencia. Aho-ia parecen preferir la tranquiIidad del hogar. Duiante los inviernos, orga-nizan almueizos a los que invitan a sus hijos y a sus nietos. En el veiano, suelen pasar los fines de semana en sus casas de playa sin preocuparles mayormente lo que ocurre en el exterior. Con mi esposa llevamos una vida semejante, aunque en los primeros afios de matrimonio intentamos establecer una tutina algo mundana. La primera casa, por ejemplo, la compramos porque el area social eia bastante atractiva. Contaba con dos salas espaciosas y una terraza con vista a un cuidado jardin. Que los dor-mitorios fueran un tanto inc6modos o que no contaramos con espacios privados cuando nacieran los hijos, no nos import6 demasiado. En esos afios, dedicabamos buena parte de nuestro tiempo a planificar cocteles y fiestas. Cuando mi esposa sali6 embarazada decay6 en algo nuestro rit-mo, pero inmediatamente despu& de dar a luz se hizo cargo de nuestra hija una ninera calificada.

He tenido dos hijos, uno de los cuales esta muerto. La mayor se cas6 con un joven industrial que parece estar satisfecho con el matrimonio. Tie-nen a su vez dos hijos, que me han convertido en abuelo. Pero, pese a las apariencias noto que mi hija no esta contenta con su situaci6n. La sien-to neiviosa buena parte del tiempo. No creo que nadie lo advierta. Tal vez yo sea el unico. Quiza deba esa percepci6n a los anos que Uevo como profesional. Al hecho de haber visto las ieacciones de las mujeres ante distintas ciicunstancias. Cuando diagnostico que la protuberancia que aparece en el pecho puede ser maligna, cuando propongo una opeiaci6n, o cuando sefialo que la criatura que esta poi llegai quiza tenga pioble-mas al momento del parto, me enfrento a respuestas que a muchos de-jarfan con la boca abieita. No cieo que mi hija pueda hacer mucho para remediar aquel estado. Tal vez le sirva de ayuda dedicarse a la ciianza de sus hijos. S^, ademas, que se toma un tiempo para seguir un curso de fo-tografia. Incluso me ha hecho algunas fotos. En una de ellas llevo el man-dil blanco que utilizo cuando atiendo en la consulta. En fin, mi hija me ha dado una que otia alegria, pero de quien me es dificil hablar es de mi hijo menor. No se" qud sucedi6 durante su formaci6n. Quiza no hice ca-so a los si'ntomas, que comenzaron a aparecer cuando aun era un adoles-cente. Recuerdo que empez6 a presentaise en la casa con magulIaduras en el cuerpo. Podia tratarse de una herida en la frente, algun rasguno en los brazos o una cojera pronunciada.

La seguridad econ6mica la consegui relativamente pronto. Apaite del consultorio con el que contaba, en cierto momento de mi carrera me

Page 106: Bellatin, Mario. Obra Reunida

117

asocie" con otros m^dicos. Juntos fundamos una clinica. En esa epoca nos mudamos de casa. Nos convenfa un barrio mas apartado y de mayor cla-se. Mi esposa fue quien se encarg6 de los pormenores. La nueva casa era tan grande, que cada miembro de la familia contaba con sus propios am-bientes. Mi esposa decor6 una saIa para que mis hijos recibieran a sus amigos. Estaban entrando entonces en la adolescencia, y creo que los he-chos que definieron sus caracteres ocurrieron entre esas paredes. Todo parecia marchar bien, aunque yo habia comenzado desde hacia un tiem-po a sufrir una especie de ciisis relacionada principalmente con mi tra-bajo profesionaL Cuando era estudiante, la medicina absorbia todo mi tiempo. Mi mayor deseo en ese entonces era llegar a ejercer sin preocu-paciones mi profesi6n. Me parece importante aclarar que soy hijo natu-ral. Mi madre tenia un caracter severo y mi padre, un m^dico famoso, estaba casado a su vez con una mujer con la que tenia tres hijos. Tal vez para demostrar que ni ella ni yo eYamos menos que nadie, mi madre de-dic6 toda su energia a ptever mi futuro. Me matricul6 en colegios de prestigio, y se preocup6 por cada aspecto de mis estudios universitarios. Fue mi madre quien me instal6 el primer consultorio. Luego comenz6 al ascenso. Se inici6 con el matrimonio ventajoso que contraje: mi espo­sa pertenecia a una familia de renombre. Sigui6 con eI cambio de con­sultorio a otro en una zona de mas categoria. Vino despu& la compra de la primera casa, y cosas de ese estilo. Pero hasta ese momento, mi voca-ci6n de m^dico era lo mas importante. Ni mi boda ni el nacimiento de mi hija, podian competii con la satisfacci6n de atendei un parto o de in-tervenii quirurgicamente a una paciente. Sin embargo, de pronto algo cambi6. En determinado momento, no quise seguir avanzando. Eso ocu-rri6, precisamente, cuando mis colegas me propusieron fundai la clinica. Pot alguna raz6n desconocida, empece a pensar que seguii adelante po-di'a poner en peligro mi vocaci6n. Recuerdo que en esa epoca disfrutamos con mi esposa un viaje de vacaciones. Recorrimos las islas mas impor-tantes del Caribe. Creo que apieciai la forma en que mi esposa disfrut6 de ese crucero me llev6 a olvidar mi deseo de quedarme con lo que ha­bia conseguido hasta entonces. A nuestro regreso, firme^ de inmediato el trato con los demds m^dicos.

lnici6 de ese modo otra etapa en mi cariera. Es cierto que habia dismi-nuido mi vocaci6n inicial, pero a pesar de todo seguf asumiendo mi ofi-cio como un ieto constante. Durante ese periodo naci6 mi hijo, participe^ en varios congresos en eI extianjero, y con toda la familia hicimos mas de un viaje de placer. Ese sistema continu6 hasta cuando mis hijos crecieron. Dej6, entonces, de parecerme interesante tambi^n asumir mi piofesi6n

Page 107: Bellatin, Mario. Obra Reunida

118

como una ptueba que debfa ir superando a cada momento. Adverti, con una especie de p4nico, que comenzaba a ejercer la medicina de un mo-do casi mecanico. Con algo de esfuerzo, trate de reprimir el temor que esta situaci6n me empez6 a causar. A partir de ese momento, continue" como si de veras estuviera comprometido con cada caso que se me iba presentando. Esta actitud logr6 darme no s6lo cierta calma, sino que, ex-tranamente, logr6 que mispreocupaciones empezaran a centrarse en el aspecto externo de mi persona. Lo unico que me comenz6 a importar realmente era estai envejeciendo. Empece" a notar la edad no s6lo vien-dome a mi mismo. Allf estaba la constante presencia de mi esposa para recordarme que dejaba de sei un hombre joven. A partir de ese momen­to, puse especial cuidado en mi forma de vestir. En esos anos la moda experimentaba cambios importantes. Me tent6 seguirla estrictamente, pero mi modo de vida me impedia alejarme del todo de una imagen un tanto cldsica. Apenas me deje' crecer unos centimetros las patillas, y adop-te" el uso de blancos y colores pastel. Me viene a la cabeza un hecho es-pecialmente desagradable, que me sucedi6 durante un bautizo al que habi'a sido invitado con mi esposa. Era sdbado. Aquellos di'as, visitaba la clinica en las mananas para realizar una revisi6n de rutina a las pacientes internadas. Esa vez tuve que hacerle una pequefia inteivenci6n a una mu-jer a la que habfa operado recientemente. Como se trataba de un caso simple, no me cambie' de ropa para atenderla. Cuando Uegamos al bau­tizo, una amiga de mi esposa hizo notar que una pequena mancha de sangre aparecia en el pantal6n blanco que me habfa puesto en esa oca-si6n. Trate' de no darle importancia aii asunto, pero la amiga insistfa en preocuparse por la supuesta herida que me habia hecho en la pierna. Pa-recfa incapaz de establecer la relaci6n entre mi profesi6n y la mancha. Muchos de los invitados miraron con detenimiento, y estoy seguro de que la mayoria intuy6 al instante la veidad.

En ese entonces, mi vida se reducia al simple hecho de dirigirme diaria-mente a la clinica o al consultorio. Por ese tiempo tuve mi primera aven-tura. Sucedi6 con una mujer que encontre' delante de la cochera del edificio donde atiendo. Mi consultorio esta situado en un moderno edi-ficio, donde ejercen los m^dicos mds prestigiosos de la ciudad. Cuenta con grandes ventanas de vidrios polarizados, lo que me permite ver desde mi escritorio el sol poni^ndose en el horizonte. Consta de varios ambientes. Dispongo por eso de una pequena sala donde realizo intervenciones me-nores. Como es habitual, aqueI dfa me quede" en el consultorio hasta las ocho de la noche. No habfa tenido que tratar ningun caso extraordina-rio. Aquella jornada no se habfa distinguido de las cientos de tardes en

Page 108: Bellatin, Mario. Obra Reunida

119

las que atiendo una paciente tras otra. Recuerdo haber estado frente a dos mujeres embarazadas, a una que necesitaba el cambio de la T de Cobre, yatres que me visitaron para un examen geneial. Me estaba dirigiendo a recogei mi auto cuando vi a la mujer, de pie al lado de un poste de alum-brado pdblico. No pense" en nada cuando me le acerqu^. La sdude" con miedo. Me dijo para irnos por arlf. Quise aceptar al instante, pero no po-dia permitir que nos viera el encargado de la cochera. Le conteste' que me esperara en la esquina siguiente. Mientras encendfa el auto, dude" so-bre lo que debi'a hacer a continuaci6n. En ese momento, recoide" a un nifio de pocos anos. Habfa estado con ese nifio la semana anterior, cuan­do acudi6 al consultorio acompafiando a su madre. La madre del nifio debfa visitarme en forma peri6dica. Siempre lo hacfa llevando a su hijo consigo. El tratamiento que debfa seguii la paciente, era aplicado por mi enfermera. Yo debfa estai atento, s6lo por si se presentaba alguna com-plicaci6n. Aquella vez, el nifio se sent6, como de costumbre, en el sofd de cuero negro que tengo colocado entre la sala de espera y el consulto­rio. Mientras la enfermera preparaba a la madre tome" asiento a su lado. El tratamiento debfa durar por lo menos una hora. El nifio lo sabi'a. Creo que por eso me cont6 una larga y complicada historia, de la cuai no en-tendf mucho.

Escuche" el relato del nifio tal vez porque fue la forma mis fdcil que ha-Ue" de llenar aquel espacio muerto que se gener6 en mi consulta. Lo hice hasta cuando apareci6 la enfermera, y me inform6 que la paciente habfa tolerado bien la sesi6n. Deje" al nino sentado en el sofi y fui a examinar a la madre. Esa noche, acostado en la cama al lado de mi esposa, volvf a pensai en la historia que me habfan contado en el consultorio. S6lo en-tonces repare" en que la cabeza del nino no tenfa una redondez habitual. Casi al instante lo olvide" todo. Me quede* dormido. La imagen del nino y de la historia narrada, volvieron a aparecer s6lo cuando estaba dentro del auto a punto de encender el motor. Al momento de arrancar, tuve la esperanza de que la mujer no se encontrara esperdndome en la esquina siguiente. Era posible que algun otio automovilista ya la hubiera recogi-do. Pero allf estaba, con una falda amarilla y un bolso con adornos de pedrerfa colgado del hombro. Todo sucedi6 en segundos. Detuve el au­to, la mujer subi6 y partimos. Aun recuerdo el golpe seco que hizo la puerta al ceiraise. Cuando aqueila noche regrese" a la casa, mi propia es-posa habfa preparado la cena. Era tarde. Sin embargo, toda la familia es­taba esperdndome para sentarnos a la mesa. Se me ocurri6 que, tal vez, se trataba de un dfa especial. Por la inquietud que note' en las caras de mi esposa y de mi hija supuse que algo ocurrfa. Mi hijo no debfa estar al

Page 109: Bellatin, Mario. Obra Reunida

120

tanto de la situaci6n, porque comenz6 a comer con su indiferencia habi-tual. Mi esposa esper6 hasta el momento del postre para hablar. Mi hija iba a comprometerse en los pr6ximos dfas. En la sobremesa, me dijeron que los preparativos para la ceiemonia estaban casi terminados.

Creo que s6lo despu& de esa boda mi esposa y yo nos dimos cuenta de la magnitud del problema de nuestio hijo. A1 quedar como hijo unico, su presencia se hizo mis evidente. Con mucha discreci6n, consulte" el asunto por teIeTono con algunos colegas. Ninguno parecfa tener una idea clara de c6mo afrontar el caso. Recueido que hice las llamadas durante la luna de miel de mi hija. Me acuerdo que fue en esa ^poca, porque mantenfa todo el tiempo, en el bolsillo de la bata con la que atiendo, una tarjeta postal enviada por los ieci^n casados. Esa tarde, tuve mi segundo encuentro foituito con una mujer. En ese entonces aun no tenia expe-iiencia con lo que sucedfa en la calle. Acudi, por eso, a uno de los tantos salones de masaje que ponen sus anuncios en los diarios. Sabfa que aque-llos salones eran prostibulos encubieitos. Aquella fue la primera vez que lo constati. Para escogerlo me guie* s61o por el nombre. Despues de ha-ber visitado varios de esos lugares, se" que en aquella ocasi6n tuve suerte. Se trataba de un lugar discreto, limpio, con un personal joven y amable. Hubiera querido conveitirme en visitante ocasional. No fue posible, por­que por miedo a la policia esos lugares cada cierto tiempo son desman-telados. Me molesta, ademas, frecuentar dos veces a la misma mujer. Por eso, combino ahora mis visitas a los salones con los encuentros en la ca-lle. Frecuento, tambi^n, algunas casas de cita. Hasta hoy no he tenido problemas de mayor impoitancia, salvo la vez en que una mujer averi-gu6 mi teleTono y mi direcci6n.

Nunca lIegue" a saber c6mo logr6 conocerlos. Sucedi6 con alguien que recogi en una calle cualquiera. Tal vez encontr6 en el auto una de mis tarjetas de presentaci6n. Con aquella mujer visite' una playa solitaria. No la que acostumbran frecuentar las parejas. Su compania me habia dado cierta confianza. Nuestia salida, por eso, no se limit6 a lo sexual. Habla-mos tambi^n de algunos temas. Escogf esa playa poique en las otras ha­bia tenido molestas experiencias con sujetos que suelen espiar los autos estacionados. La mujer posiblemente revis6 el interior del coche cuando baje a comprar las latas de cerveza que me pidi6 o quizi la tarjeta se me desliz6 del bolsillo. Llam6 al consultorio para amenazarme con hablar con mi esposa si no le daba cierta cantidad de dineio. La deje* continuar sin responderle. Luego colgue y di la orden a la enfermera para que, ese dfa, no me pasase ninguna lIamada mis. No volvf a saber de su existen-

Page 110: Bellatin, Mario. Obra Reunida

121

cia. Desconozco si alguna vez cumpli6 con su amenaza. Mi esposa, al menos, nunca me lo ha hecho evidente. Quede nervioso, aunque no tan-to por el chantaje en sf. Lo que me preocupaba era no saber hasta que* punto podfa manejar las situaciones que mi conducta empezaba a gene-rar. En ese momento, recuerdo que pense" nuevamente en la historia que me habfa narrado el nino en el consultorio. S6lo entonces me di cuenta de lo absurdo de su relato. Era evidente que se trataba de una invenci6n. Mas que sorprenderme la actitud del nino, me extranaba que no hubie-ra puesto antes en duda la veracidad de lo contado.

El dia de la Uamada de chantaje, regrese a la casa de mal humor. No te-ni'a ganas de vei a nadie. Lo mis seguro era que mi esposa me iecibieia con la mesa puesta. Mi hijo, seguramente, no se encontrarfa presente. Habia tomado la costumbre de salir antes de que yo Ilegara. Creo que esa conducta mejoraba las cosas para todos,. Esa actitud la asumi6 des-pu6s de cierto incidente en el que me vi involucrado. Todo comenz6 un amanecer, cuando tocaron el timbre de la casa en forma insistente. La noche anterior habfa tegtesado temprano del consultorio. Antes de doi-mir vi el noticiero, y luego lei un par de capitulos de un libio que aca-baba de salir publicado. El suefio me sorprendi6 con el libro entre las manos. Senti lejanamente que mi esposa me lo quitaba y luego apagaba la luz. Me despert6 el timbre de la puerta. Por el intercomunicador me anunciaron que mi hijo estaba en problemas. Debia ir, deinmediato, a la estaci6n de policia. Yo cieia que mi hijo se encontraba en su habita-ci6n, aunque no recordaba haberlo visto llegar la noche anterior. Lo mis probable era que lo hubiera hecho despuds de haberme quedado dormi-do. Cuando fui a su cuarto encontre la cama tendida. Unos timidos ra-yos de sol caian sobre una colcha de rombos. Esa manana supe que mi hijo habfa hecho uso indebido de una tarjeta de cr^dito robada. En los dfas siguientes tuve que llevar a cabo algunas gestiones para que lo pu-sieran en libertad nuevamente. Cuando despu& de tres dias regres6 a la casa, note" que comenz6 a hacer esfuerzos para que nos cruzdramqs lo menos posible.

No quiero llegar a hacer ninguna afirmaci6n al respecto, pero he notado que muchas veces mi estado de inimo influye en mi labor profesional. Recuerdo que cuando comence a dudar de mi vocaci6n, hubo una suce-si6n de muertes en los casos que tenfa a mi cargo. Por supuesto no se tra-t6 de una relaci6n directa. Aunque quiza existi6 cierta negligencia de mi parte. La primera vfctima fue una madre que daba a luz. En el momen­to del parto era diffcil saber que el nino no estaba en la posici6n correc-

Page 111: Bellatin, Mario. Obra Reunida

122

ta, aunque si hubiera sido mds cuidadoso habrfa ordenado unas pruebas antes de la entiada de la paciente a la sala. E1 nifio tampoco se salv6. E1 otro caso escapaba, aun m&s, a mi responsabilidad. La muerte fue oca-sionada esta vez por un tumor que desde el principio estuvo diagnosti-cado como maligno. Despu& se dio la situaci6n de una paciente que se suicid6 al enterarse de su esterilidad por unos eximenes que le prescribf. Como puede verse, en todos los casos yo no tenfa una responsabilidad mayor. Pero en mi interior sentia cierta culpa. Como si Ia energfa que generaba mi estado de dnimo, atrajera el mal hacia las mujeies que fre-cuentaban la consulta. Me siive de consuelo pensar en el caso de cura milagrosa, protagonizado precisamente por la madre del nifio que habl6 conmigo aquella vez en el consultoiio. Hechos como aquel me ayudan para equilibrar, de algdn modo, mi tabla de desempefio profesional. A la madre del nifio se le habfa diagnosticado un cincer con ramificacio-nes. De ahf la frecuencia de sus visitas. Tenfa que someterse a un trata-miento de quimioterapia. Como sefial , en forma invariable la paciente iba con su hijo. Paiecia como si con el diagn6stico tan sombrfo que lle-vaba encima no quisiera separarse ni por un momento de 6l. En una de las tantas visitas, no recuerdo exactamente en cuil, el nifio estuvo nue-vamente sentado a mi lado. Pero en esa ocasi6n no me dirigi6 la palabra. Habfa hablado conmigo solamente una vez. Sin embargo, el hecho de estar nuevamente juntos me hizo acordar de nuevos detalles del relato escuchado semanas atris.

No recuerdo en que" momento la enfermera interrumpi6 aquel largo dis-curso. Tampoco se" c6mo el nifio logi6 contirmelo completo en un tiem-po tan reducido. No creo haber afiadido nada de mi imaginaci6n. Me acuerdo de la figura vestida de blanco de la enfermera saliendo a la an-tesala con los guantes de hule aun puestos. La enfermera y yo abando-namos al nifio y cerramos la puerta. La paciente estaba acostada en la mesa de metal. Se encontraba cubierta con una bata ligera. Noti que ha-bfa,disminuido la abundante cabellera que llevaba hasta semanas atrds. El color de la piel se habfa opacado hasta adquirir un tono cenizo. Tenia los ojos cerrados. En una esquina estaba colocado el armaz6n de hierro del que colgaba la botella de sueio que acababan de aplicarle. Cuando me encontre" junto a la mesa, la enfermera acerc6 solfcita el carro con los instrumentos clfnicos. Comence' a palpai aquel cuerpo. Al sentir mis ma-nos ieconoci^ndoIa, la paciente se quej6 en un par de ocasiones. En ese entonces, el tumoi tenfa aun un tamafio considerable. Era el primer exa-men al que se sometfa la paciente despu& de su tratamiento inicial. Sin embargo, a pesar de su estado ffsico notaba que su fuerza no decrecfa en

Page 112: Bellatin, Mario. Obra Reunida

123

forma significativa. Se esfoizaba por parecer animada. Mientras esperaba su turno, acostumbraba contaile cuentos a su pequeno hijo. Dos meses despu&, el tumor comenz6 a disminuir. Luego de unas semanas, desapa-ieci6 por completo. Cuando ya no lo sentf mis, oidene" nuevos anilisis. El resultado fue negativo. Incluso hice una pequena intervenci6n para cerciorarme. A1 poco tiempo la declare" curada y, desde entonces, viene a hacerse los examenes s6lo en forma esporadica. Como de costumbre, el nino siempre la acompana.

fise es uno de los casos que considero como de cura milagrosa. Suelen trataise de cuadros cIinicos con todos los elementos dispuestos para de-terminado desenlace. Pero por razones que estoy seguro ninguno de mis colegas ha Iogrado hasta ahora desentiaAar, en ciertas ocasiones los cuer-pos enfermos presentan sintomas de mejorfa completamente inusitados. En el caso de la madre del nifio, las ramificaciones del tumor habfan afec-tado incluso algunos 6rganos. Es posible que ciertas personas califiquen las mejoras como noimales, y consideren que la ineptitud proviene de la ciencia m&iica. Sobre todo, quienes ven la medicina como una actividad sustentada en la charlatanerfa. De alguna manera, estoy de acuerdo con aqueIlas ideas. Confieso que hay cientos de funciones de los cuerpos que son un total misterio para nosotios. Pero en los casos de las curasmila-grosas, las cosas son diferentes. Llamo asi a las mejorfas que ocurren cuando, despu& de anos de experiencia con cuadros similares, algunos sindromes escapan a los cauces normales. Las veces en que una de esas situaciones se presenta en mi ejercicio m^dico, tengo una reacci6n que no puedo describir con exactitud. Me parece poco apropiada la compa-raci6n, pero es similar a la que me produce el encuentro con una mujer de la calle.

Todo comienza con una sensaci6n en la garganta. La boca se me seca, al mismo tiempo que las manos empiezan a transpirarme de un modo anor-mal. A veces siento tambi6n un calambre ligero en las piernas. En ese momento, nada puedo hacer para arrepentirme de las acciones que es­toy a punto de realizar. Segdn la situaci6n detengo el auto. Si me encuen­tro en un sal6n ordeno que paren, de inmediato, el masaje. La piimera vez que visite" un prostibulo propiamente dicho, aquel estado me tom6 desde el primer instante. Creo que tuvo mucha importancia el olor que fIotaba en el ambiente. Mi olfato me indic6 que algo definitivo iba a pa-sar. Experimente" con fuerza la sensaci6n en la garganta. La boca se me sec6 de un modo inusitado. Mientras iba subiendo las escaleras que con-duci'an a los cuartos, empece" a sentir humedas las manos. Al ver aquel

Page 113: Bellatin, Mario. Obra Reunida

124

largo pasillo con las mujeres espei4ndome delante de sus puertas, tuve que detenerme unos momentos. S6lo despu& de unos minutos me pu-de restablecer. Seguf caminando. Acepte' a la primera que se me ofreci6. Volvf varias veces al lugar. Lo hice hasta probar a casi todas las mujeres que trabajaban alli. Para visitarlo tuve que inventar en mi casa falsas pa-cientes y operaciones ficticias que debfa atender. Pero a medida que las visitas aumentaion las sensaciones en la garganta, en la boca y en las pier-nas comenzaron a disminuit. La ultima vez fue como entrar en mi propia casa. Por eso busque* otros lugares. Averigue" unas direcciones cercanas al puerto. Las incursiones iniciales fueron peifectas. Se tiataba de locales donde la poca luz imperante hacfa casi imposible la visi6n. Todo estaba en penumbras. Era apenas posible intuirse los cuerpos, que se desplaza-ban entre los salones y los minusculos cuartos donde las mujeres recibfan. Supe que los clientes eran casi todos marineros rusos y orientales. En ese Iugar, los olores y los iuidos eran mis penetrantes que en los locales que habfa visitado hasta entonces. Cada una de las mujeres contaba con una radio a transistores, que mantenfan todo el tiempo encendidas con el vo-lumen puesto en el mfnimo. S6 que existen otros prostfbulos aun de me-nor prestigio, pero no quisiera caer en la tentaci6n de visitarIos.

Cuando regresaba a mi casa despu& de esas visitas, pensaba a veces en la inusitada conducta de mi hijo. Desde el piimer momento trate' de man-tenerme inflexible frente a su comportamiento. Esa actitud iespondfa, creo yo, a la forma que tenfa de percibir la vida en ese entonces. En cam-bio ahora puedo entendet la existencia de cierto tipo de degradaci6n, que quiza" me hubiera servido conocer antes para ser un mejoi padre. Entre otras cosas aun peores, se de hombres que se hacen golpear por las mu­jeres o que piden incluso que les orinen en la espalda. Todo esto lo he escuchado a trav& de los improvisados tabiques de madera que suelen separar los pequeiios espacios. Cierta vez, una mujer me pidi6 que le hi-ciera cosas extranas con el pie. Recuerdo que en Ia estaci6n de policfa en la que detuvieron a mi hijo —a la que acudf con la bata de levantarme aun puesta—, vi en los demis detenidos caracteristicas similares a las que he vuelto a encontrar en estas visitas. Acostumbro llamar a aquellos hom­bres como los sujetos del lado oscuro que, quisiera creer, ni mi hijo ni yo estabamos en la obligaci6n de frecuentar. Pero aunque en distintas cir-cunstancias, tanto mi hijo como yo parecfamos destinados a observar muy de cerca una faceta que muy pocos llegan a conocer realmente. Sin embargo, pese a comenzar a intuir todo esto, en nuestrp trato cotidiano nunca deje de mostrarme intransigente. La raz6n puede ser que, mien-tras estuvo vivo, mi hijo se convertfa cada dfa en un problema mayor.

Page 114: Bellatin, Mario. Obra Reunida

125

No s6lo para e1 mismo sino, sobre todo, para los dem4s. Aunque mi es­posa tiate de ocultirmelo, se" que tambi^n pas6 por situaciones dificiles. Una manana en que regrese repentinamente a la casa por haber olvida-do mi maletin de m^dico, encontre" que mi hijo acababa de volver des-pu6s de una noche de ausencia y con amenazas exigfa dinero para volver a salir. Hubiera querido no ser testigo de la escena. De inmediato intro-duie la mano en mi bolsillo, y puse algunos billetes en las manos de mi esposa. Subi luego al segundo piso para recoger el maletin olvidado.

No entiendo por que* precisamente ahora me acuerdo de un hecho en particular. Cuando estaba por cumplir los cincuenta anos, comence" a frecuentar un nuevo grupo de amigos. El modo como se comportaban y tomaban la vida me hizo pensai en la posibilidad de asumir conductas ajenas a mi rutina. AJigo asf como lo que me ocurri6 cuando empece" a sentirme avejentado y quise cambiar mi vestuario. Recuerdo a un inte-grante del grupo en especial. Tenfa unos diez anos menos que yo. Era dueno de una fortuna apreciable. Aquel personaje pareci6 interesarse des-medidamente en mi familia. Aparte de conversar por teleTono conmigo todos los dfas, mandaba regularmente flores y chocolates a mi esposa y a mi hija. En ese entonces, mi hija acababa de terminar la escuela secun-daria. Dudaba sobre que* rumbo darle a su vida. Ese hombre solfa invi-tarnos a las fiestas que organizaba en una casa situada en las afueras de la ciudad. En esas reuniones, yo solia dejarme ir en un mar de sensacio-nes. Permitfa que la musica y la marihuana tomaran mis sentimientos. Con respecto a la marihuana, al principio tuve ciertas dudas, aunque des-pu6s de un par de fiestas fume' como los demas. Incluso Ilegue" a probar hachis en una pipa hecha en Oriente. Mi esposa se mostraba, en esas re­uniones, algo desorientada. Hablaba sin medida con el primero que se le pusiera delante. Una de las fiestas que organiz6 aquel sujeto, a quien por cierto nunca mds volvf a ver, termin6 en una situaci6n algo extrana. La mayorfa de los invitados nos encontr4bamos en la sala, cuando de pronto mi hija apareci6 con la cara baiiada en lagrimas. Al verla, los de-mas invitados suspendieron por un instante sus acciones. Aunque basta-ron pocos minutos para que volvieran a desenvolverse como antes. El unico punto discordante fue mi hija, quien comenz6 a ser consolada por mi esposa. Le ponia encima mi saco, que habfa dejado en la entrada al momento de llegar. Supe que era hora de retirarse. Me les acerqu^, las rodee" con mis brazos, y salimos de la casa sin despedirnos de nadie.

Otro recuerdo particular que guardo de mis hijos, es el de la tarde cuan­do los lleve" al zool6gico. Fui yo solo con los dos. Aunque nuestros hijos

Page 115: Bellatin, Mario. Obra Reunida

126

nunca nos los exigieron, en la casa no habiamos permitido nunca la pre-sencia de animales domesticos. En aquella visita, mis hijos quedaion des-lumbrados ante la cantidad de jaulas. Lo que tenfa planeado como un paseo de una hora, se transform6 en una caminata que se prolong6 has-ta el momento de cieiie. Ese dia constat^, poi piimera vez, que mis hi­jos tenfan gustos diferentes. Mientras mi hija se inclinaba por las aves, a mi hijo parecian llamarle la atenci6n los reptiles. Me pude dar cuenta tambi^n de que eran valientes. No tenian temoi en intioducii sus peque-nas manos entre los barrotes. Es cierto que nos encontrabamos en la zo-na de los animales inofensivos, pero ellos no tenian forma de saberlo. Compre varios paquetes deI alimento especial, que alli mismo vendian, que dieion sin cesar a los elefantes y a los monos. En el camino a casa, no dejaion de hablar de lo que habian visto ese dia. Cuando llegamos, le contaron a mi esposa todos los pormenores. Hablaron de las formas de los animales, de los sonidos que emitian. Tambi^n le hicieron una des-cripci6n de c6mo estaban distribuidas las jaulas. En los dias siguientes continuaion ienriendose al zool6gico con el mismo afan. Por alguna ra-z6n, estuve atento a esos relatos y pude notar, con una especie de tristeza, c6mo con eI coriei del tiempo el entusiasmo de mis hijos iba disminu-yendo giadualmente. Un dia, de pronto, desapareci6 por completo. Nun­ca volvieion a mencionai el paseo y nunca mas, tampoco, me pidieion que los llevara nuevamente. Aquel desapego lleg6 a afectarme. Sin em-bargo, no quise intervenir. No volvi a mencionai el asunto. Recueido que algunas imagenes de aquel paseo, regiesaion a mi mente en cieitos puntos del ielato que me fue contando el nino en el consultorio.

Cuando el nino termin6 de relatarme su historia, fije' mi vista en el sofa donde se encontraba sentado. El color habia sido escogido por mi espo­sa quien, como de costumbre, habia cuidado esa compra en todos sus aspectos. Cuando lo adquirimos, visitamos varias tiendas hasta que ha-llamos lo que tenia en mente comprai. En general, mi esposa acostum-bra entregarse de ese modo a sus actividades cotidianas. No se" si lo hace con la intenci6n de sentirse a salvo detrls de un papel establecido, o si realmente siente que debe llegar hasta el final en sus empefios. Por ejem-plo, aparte de su rutina habitual reseiva un dia a la semana para trabajar como voluntaria en un hospital con el que guardo relaci6n. Duiante esas jornadas, ayuda de manera intensa a las enfeimeras del pabell6n de los pacientes quemados. Tambi^n se encarga de la celebraci6n de la fiesta de Navidad en mi propia clinica. El afio pasado, tuvo la idea de hacei un nacimiento vivo utilizando como personajes a los empleados del area ad-ministrativa. Sin que nadie lo advirtiera, habia realizado desde meses an-

Page 116: Bellatin, Mario. Obra Reunida

127

tes una serie de visitas para seleccionar secretamente a los integrantes de la celebiaci6n. Llevaba siempre consigo una libreta, donde iba anotando los resultados de sus pesquisas. A veces, en las noches, la vefa revisando sus apuntes y cambiando unos nombres por otros. A finales de septiem-bre, hizo publica su elecci6n. Tuvo que convencer a los que no querfan participar. S6lo cuando obtuvo la aceptaci6n de todos comenz6 con los ensayos. Antes les anunci6 que se habfa reservado el papel del Arcangel Gabriel. Tenfa incluso ya listo su vestuario. Lo habfa mandado hacer don­de su costurera de confianza, quien le habi'a acondicionado un par de alas, que se movfan gracias a un mecanismo adosado a su menique derecho. Desde una de las ventanas interiores de la clfnica, comence' a ver a mi es­posa mientras dirigfa los ensayos. Parecfa ser exigente, pues amonestaba en&gicamente a los integrantes que no cumplfan adecuadamente con su papel. Mi esposa no fue el unico miembro de la familia involuciado en el proyecto. Aprovech6 las clases que estaba siguiendo mi hija para pedir-le que hiciera algunas fotos. Su trabajo no se limitarfa a retratar el naci-miento cuando estuviera listo, sino que debfa llevar un registro gr4fico de todo el proceso. Una vez que la repiesentaci6n termin6, mi esposa guar-d6 las fotos en un album, y me prometi6 que al ano siguiente no se re-petiifan algunos pequefios errores que aseguiaba se habfan cometido.

Esa representaci6n fue una de las cosas agradables que vivimos aquellas navidades. La cena de nochebuena, la pasamos solos mi esposa y yo. Mi hija, su marido y mis nietos debfan cenar con mis consuegros. Por su parte, mi hijo no se apareci6 en esos dfas por la casa. Su ausencia signi-fic6, de alguna manera, la liberaci6n de una caiga. Creo que no hubiera tenido la fueiza necesaria para soportar, frente a su presencia, el inter-cambio de sentimientos que se propicia en esas fechas. A las doce, nos abrazamos. Algunos amigos nos llamaron por teleTono. Luego de la ce­na, nos fuimos a la cama. Antes, nos entregamos nuestros iegalos. Mi es­posa me habfa pedido una joya, separada por ella misma con anticipaci6n y, como de costumbre, yo recibf el par de corbatas que me iegalaba to­dos los anos. Esa noche dormf profundamente. De manera extrana, me levante" casi a media manana. Desde que era joven no dormfa tanto. Mi cuerpo se habfa acostumbrado a estar de pie antes de las siete de la ma-fiana. Me darme" ligeramente al ver el tono de la luz que entraba por la ventana. Mi esposa se encontraba en la planta baja. Hubiera debido ir a la clfnica para revisar a unas pacientes, peio una sensaci6n agradable me hizo permanecer en la casa. Despu& de darme una ducha, avise" a la clf­nica sobie mi ausencia. Pedf que me mantuvieran al tanto de cualquier novedad. Vestido solamente con la bata de levantar fiii a la sala de mdsi-

Page 117: Bellatin, Mario. Obra Reunida

128

ca. En uno de mis ultimos viajes, habia comprado un disco con una se-lecci6n especiaI de mambos. Lo coloque^ y me dedique" a escuchar aquella musica oida en tantas ocasiones. Al momento, apareci6 mi esposa con una bandeja. Se Ie notaba de buen humor. Ensay6 algunos pasos de bai-le y me pregunt6, en tono nostargico, si me acordaba de la epoca en que ofieciamos fiestas casi todos los fines de semana. Le dije que si. Pero ana-df, un poco fuera de tono, que no anoraba ese tipo de vida. Luego de es­cuchar la musica por cerca de una hora, mi esposa inteirumpi6 la sesi6h dici^ndome que debia vestirme poique no tardatian en llegai mi hija y su familia para celebrar todos juntos. Me puse de pie, apague" el equipo y subi al segundo piso. Escogi una camisa sport amarilla con iayas blan-cas, un pantal6n beige y unos zapatos de lona celestes.

Me sorprende que haga, precisamente ahora, una desciipci6n tan minu-ciosa de mi vestuario. De joven casi no me daba cuenta de lo que Ileva-ba puesto. Era mi madre, quien tenia unos gustos bastante espartanos, la que decidia que' ropa debfa usar. Curiosamente, el niflo que me cont6 su histoiia en el consultorio tambi^n llevaba puestos unos zapatos celes­tes. En determinado momento, los subi6 sobre el sofa. Not^ que se tra-taba de zapatos depoitivos. Uno se encontraba desanudado. Cuando los baj6, quedaron las huellas sobre la supeificie negra. No se si aquellas hue-llas fueron adquiriendo en mi cabeza alguna significaci6n en particuIat, peio decidi' deshacerme del sofa una semana despu& de declarar curada a la madie del nino. Habfan transcuriido ceica de diez afios desde que lo habfa comprado. Me paiecfa un periodo de vida mas que suficiente para cualquier mueble. Le comuniqud la decisi6n a mi esposa. Estuvo de acueido. Aiiadi6 que se encargaiia de que Io fueran a iecogei al di'a si-guiente, siempie y cuando no quisieia espeiai a tener antes uno nuevo. Lo mas razonable hubiera sido aguardai, sin embargo mi esposa sabe de mi vehemencia luego de tomai cualquier decisi6n. Sospech6 que no so-portaba el sofa un dia mas. Cuando le pregunte" lo qu^ han'a con 6i, me contest6 que Io pensaria luego. No es que quieia paiecer mezquino, pe­ro el cuero todavia se encontiaba en buen estado. Lo mas seguro, era que mi esposa lo regalara a la primera persona que estuvieia dispuesta a acep-tarlo. A alguien del servicio dom&tico, o a alguna de las enfermeras a las que ayuda en el hospital de quemados. En ese tiempo, yo no habfa ter> minado de recorrer aun una casa de citas situada en el desvfo de una ca-rretera. La patrona hubiera estado feliz con aquel sofa., Le hacia buena falta. Su mobiliario estaba bastante desvencijado. Aunque, tal vez, no fuera recomendable aparecer en ese tipo de casas con un regalo de tal magnitud. Quiza a partir de entonces me cobrarfan tarifas mas altas que

Page 118: Bellatin, Mario. Obra Reunida

129

[as habituales. Lo sospechaba, porque a esas mujeres se les notaba bas-rante necesitadas de dinero. No s6lo cobraban por adelantado, cosa que iamas sucedfa en los salones de masajes, sino que algunas veces aprove-chaban cualquiei descuido para revisar mis bolsillos. Menos mal que an­tes de hacei uso de uno de esos seivicios, suelo averiguar con precisi6n las tarifas. Siempre suelo guardar, ademas, una cantidad infima de dinero que pueden robarme con libertad. Aparte de la sensaci6n en la garganta y en las piernas, otra cosa que he notado durante mis furtivas visitas a esas ca-sas es mi creciente ansia por fumar. E1 tabaco 'nunca ha sido mi vicio. Es m&, en una epoca lo rechace abieitamente y las contadas ocasiones en que fume" marihuana tuve serios problemas con el humo.

En realidad, hubiera querido obsequiarle el sofa a cuaIquiera de las pa-tronas que conocia. Aunque no habrfa sabido cual de todas se lo mere-cia realmente.. He dicho que pense darselo a la mujer que regentaba el local que entonces frecuentaba. Pero apatte de ser el Iugai donde en esa ^poca pasaba unas horas a la semana, no habia ninguna otia iaz6n paia que aquel fuera el sitio elegido. En la mayorfa de las casas he iecibido buen tiato. Aunque, algunas veces, he pasado por situaciones que podrfa calificai como biuscas. Cuento con cincuenta y ocho afios, he peidido algo de pelo, aumentado de peso y visto con.discreci<5n. No se* si seia mi edad o mi aspecto lo que hace que me respeten, en la foima como lo ha-cen, las personas que trabajan en esos lugares. Aunque una taide, cieo que esto sucedi6 el invierno pasado, estuvo a punto de pioducirse un alterca-do de propoiciones. Yo habia llegado a una casa ubicada en un barrio cer-cano a los cementeiios de la ciudad. Como de costumbie, contaba con poco tiempo.. Habia aireglado con la patrona para que siempre me tu-viera alguna mujer distinta en el hoiario pactado. Las primeias veces que visitaba cuaIquiera de esas casas, le aseguraba a la patrona que irfa con frecuencia siempre y cuando me reservara un tuino temprano en la tar-de. De esa forma dejaba a mi esposa en la sobremesa, y podia empezar a atender mi consulta al atardecer. Contaba, de ese modo, con un par de horas en las que mi paradero era un verdadero misterio. La tarde del in-cidente llegu^ a las tres.. La patrona me recibi6 y, de inmediato, me gui6 hasta un patio donde se habian construido dos cuartos prefabricados. Antes de irse, me pidi6 que me relajara. La mujer elegida no tardaria en aparecer. Me sente en la angosta cama y busque mis cigarrillos. Encima del colch6n habian extendido tan s6lo una sabana. La olf y comprobe que estaba limpia.. Cuando mire con atenci6n otros elementos del cuar-to, advertf que la patrona se habia esmerado en recibirme.

Page 119: Bellatin, Mario. Obra Reunida

130

En un rinc6n del cuarto, descubif una batea llena de agua y a su lado un jab6n a medio usar. Tambi^n una toaUa pequefia y un roUo de papel de bafio. Me disponia a desnudarme, cuando escuche" a unas personas que iban acercindose. Parecfan estar discutiendo. Pude distinguir las voces de un hombre y de una mujer. Tambi^n la de la patrona. El hombre lan-zaba amenazas, que empezaban a ser dichas en medio de grosenas. Me levante" rdpidamente de la cama. Una vez que estuve de pie, apague" el cigarrillo y me arregle' la corbata. Me puse luego el saco, que en todo momento habia mantenido sobre el brazo. Senti miedo. Lo que sucedfa afuera parecia peifilarse como una situaci6n que me seri'a imposible de manejar. Me quede" inm6vil al lado de la puerta, atento al desarrollo de los sucesos. Las tres personas discutian en el patio, justo delante de la ha-bitaci6n donde me encontraba. Parecia que aquel hombre era el marido de la mujer, y que acababa de descubrir el tipo de actividad a la que su esposa se dedicaba. La mujer Uoraba, negaba que fuera una prostituta, y le pedfa a la patrona que la defendiera. Curiosamente, la discusi6n ter-min6 de pronto. Repentinamente se hizo un silencio absoluto. Escuche" luego un atisbo de voces, pero ya a una considerable distancia. Cinco minutos despu&, la patrona abri6 la puerta para decirme que no me pre-ocupara, que se habia tratado de un asunto sin importancia. Afiadi6 que la mujer no tardaria en hacerse presente. Mientras hablaba entr6 al cuar-to para comprobar si todo estaba en orden. Revis6 la batea, el jab6n, la toalla y el papel. Los cambi6 de lugai, colocandolos en el mismo orden pero en la otra esquina. Me dijo luego que me quitara el saco y me re-costara. Poco despu& de que salieia del cuarto, entr6 la mujer prometi-da. A pesar de su turbaci6n, hacfa esfuerzos por mostraise contenta. Al empezar a abrirse la blusa, note" que le tembIaban los labios y que sus ma-nos se movian en forma neiviosa. Pese a todo, luchaba por mantener la sonrisa. No soporte" la situaci6n. Me coloque' nuevamente el saco y, sin ningun remordimiento, salf en silencio del cuarto.

Mientras me dirigia al consultorio, a tiavds del parabrisas del auto pude ver c6mo la ciudad cambiaba de aspecto a medida que me alejaba de la zona donde estaba ubicada aquella casa. Pese a lo s6rdido del incidente, note" que habia existido algo luminoso en el empeno de la mujer por ocul-tar la situaci6n. Parecia una experta en ese tipo de conductas. El temblor en sus labios y el movimiento un tanto nervioso de las manos, hubiera podido ser tomado incluso como las manifestaciones de cierta excitaci6n sexual. Quizd por eso la rechac^, porque estoy demasiado acostumbrado a las mujeres que ejecutan mal los papeles que quieren representar. Esas caracterfsticas las veo habitualmente en las mujeres que visitan eI consul-

Page 120: Bellatin, Mario. Obra Reunida

131

torio, en mi hija cuando hace esfuerzos para ocultar su descontento, y en roi esposa al intentar pasar por naturales todos los aspectos de nues-tra vida en comun.

Despues de la ocasi6n en que tuve que apreciar a mi hijo exigiendo dine-ro a mi esposa, curiosamente comenz6 en la casa un periodo de relativa calma. Sin embargo, pasado ese tiempo me enteie" de algo inquietante que mi esposa habfa estado callando. Mi hijo habfa aveiiguado la combina-ci6n de la caja fuerte donde se guardan las joyas. Creo que no lo he men-cionado, peio a mi esposa le interesan las joyas de una manera particular. No tanto lucirlas como la forma de obtenerlas. Suele utilizar medios poco habituales para conseguirlas. Pasa maflanas enteras entre los pues-tos de los mercados de los suburbios. Acostumbia encontiarlas entie un sinnumero de piezas de fantasfa. A lo largo de los afios, ha apiendido una serie de modalidades para reconocer al instante una pieza aut6ntica. Cuen-ta, incluso, con un lente de joyero que lleva consigo las veces que empien-de sus busquedas. Cuando mi hijo obtuvo la combinaci6n, obviamente las joyas guardadas comenzaion a disminuir. S6lo cuando las desapaii-ciones fueron mas que notorias, mi esposa se refiri6 al asunto. Lo hizo durante uno de los desayunos que acostumbramos tomar juntos. Erave-rano. Lo iecuerdo poique la mesa estaba puesta en el jaidfn. En forma sutil me dijo que no se explicaba c6mo habfan ido desapareciendo algu-nas piezas. Anadi6 que habfa guardado silencio porque podi'a tiataise de un error. Peio en ese momento estaba segura de que no habia lugai para una equivocaci6n. No dijo mis. Tampoco esper6 una iespuesta. Segui-mos desayunando. Lo hicimos en silencio. Esa mafiana, desde la clinica llame' a algunos colegas paia que me ayudaian. Pens^ que, tal vez, ten-drian ya una respuesta positiva. Eia posible que la ciencia hubiera avan-zado en ese campo. Como lo temfa, no me dieron esperanzas. Me dijeion que se habfan desaiiollado algunos m^todos de cura, aunque ninguno era totalmente efectivo. Me los explicaron. Eia cieito. No hubo uno que me convenciera en forma total. Que mi hijo pasara una temporada en un sanatoiio, me paieci6 lo mas adecuado. Me propuse tomarlo en cuen-ta, aunque al final no hice nada concreto poi llevarlo a cabo. ResoIvi que mis adelante, cuando la situaci6n se pusieia realmente insoportable to-maria alguna medida.

Estoy seguro de que mi esposa nunca hizo participe a nadie de la tensa situaci6n que se vivia en la casa. No creo que ni siquieia nuestra hija ha-ya sabido toda la verdad. Hasta cieito punto estoy de acuerdo con la ac-titud que tom6. Pienso que nuestia hija tenia suficiente con sus asuntos

Page 121: Bellatin, Mario. Obra Reunida

132 i

dom&ticos como para cargar encima otia preocupaci6n. Aunque tal vez | una de las razones por las que mi esposa guard6 silencio, fue por la reac- i ci6n que nuestro yerno podria tener. Viendo su comportamiento cuando | nuestro hijo muri6, le doy a mi esposa toda la raz6n., Mi hija se sinti6 bas- 1 tante tiastoinada con esa muerte. Eso me hizo pensar en que mis hijos | habfan estado mas unidos de lo que yo habfa supuesto. Presenti algo en < la visita que hicimos al zool6gico, pero en ninguna otra ocasi6n noti en- j tre ellos un acercamiento fuera de lo comun. Extraiiamente, la crisis que j le produjo a mi hija la muerte de su hermano no se hizo evidente sino i hasta un mes despu& del entierro. Fue victima de un cuadro que motiv6 ' que la intemaran en una clinica de reposo. Su esposo me visit6 apelan- ; do a mi condici6n de m^dico,, Me pregunt6 si el estado de mi hija no [ podfa guardar similitud con el problema de su hermano. Patecia asusta- -do. Pens6 quiza que perdia a su esposa. O tal vez crey6 que, por heren-cia, su familia se iba a caracterizar por mostrar una serie de conductas anormales. No s^ que" le habrian contado en ielaci6n con la vida y muer­te de mi hijo. El caso es que logre^ calmarlo. En forma oficial, el falleci-miento de mi hijo fue considerado como un ataque al no soportar las sustancias que el mismo se habfa suministrado. En otras palabras, que-d6 tipificado como un caso de sobredosis. La inteligencia de mi yerno parece estar desarrollada s61o para hacer dinero. Me consta que cuenta con un olfato innato para saber d6nde puede hacer inversiones y conse-guir importantes ganancias. Me asombra c6mo, ano con ano, mejora aceleradamente su situaci6n econ6mica. Pero pese a que mi hija parece tenerlo todo, reitero que le noto una fuerte insatisfacci6n,, De otra ma-nera, no entiendo por que" rechaz6 el viaje que su marido le propuso ape-nas abandon6 la clinica de reposo. La idea era olvidar los malos recuerdos y experimentar una segunda luna de miel. Mi hija se neg6 de manera ro-tunda a realizar aquel viaje. Puso como pretexto que habia perdido de-masiadas horas de su curso de fotografia. Eso no deja de ser cierto, leha tomado un gran apego a la camara de fotos. Pero no me parece motivo para rechazar una proposici6n de esa naturaleza. Con respecto a su gus-to por la fotograffa, me ha pedido que le permita tomarme algunas fotos atendiendo un nacimiento. Aun no le contesto, debe ser porque me cau-sa cierto desagrado que este" presente en la sala de partos mientras estoy trabajando.

Recuerdo claramente la tarde en la que mi hijo muri6. Me encontraba en el consultorio atendiendo a una paciente ya mayor, que presentaba un ca­so de infecci6n incipiente. Le prescribi unos antibi6ticos. Me acuerdo bien de la receta, porque recibf la llamada de mi esposa cuando la estaba

Page 122: Bellatin, Mario. Obra Reunida

133

dactando. jyk akrm^, porque mi esposa conoce bien mi costumbre de ser interrumpido mientras trabajo,. La enfermera tambi^n lo sabe,

nero las llamadas de mi casa no esran sujetas a esa disposici6n. Cuando contest6, note angustia en su voz. Me dijo que se trataba de una emer-aencia, que nuestro hijo se habia puesto mal y que me necesitaba rapi-darnente en la casa. Luego de colgar, trate" de no mostrar sfntomas de preocupaci6n frente a la paciente. Prosegui con la consulta como si na-da hubiera sucedido. Termine' la receta y luego explique" el r^gimen que se debi'a seguir. Cuando la mujer abandon6 el consultorio, Hame* a la en­fermera para comunicarle que debfa dejar por unos momentos la con­sulta; Le pedi que se lo informara a las pacientes que se encontraban en la sala de espeia. Quien lo creyera conveniente podia hacer una cita pa-ra otro dia. Aunque lo mas probable era que no me fuera a demorar. Le pedi tambi^n que me preparara el malen'n de m^dico. Dej^ mi bata en la sala contigua, y me puse el saco de color tabaco que habia escogido para llevar puesto ese dia. Llegue* a la casa al cabo de media hora. Esta-cion^ el auto detiis del de mi esposa. En una ^poca a mi hijo tambi^n le habia comprado un auto, que vendi despu& del desagradable suceso en la estaci6n de policfa.. Mi esposa paiecia haber estado atenta a mi llega-da. Apenas sinti6 el motoi, sali6 a la calle. Estaba pilida, y sus movimien-tos mostraban inquietud. Al veila, supe que cualquiei cosa podia haber sucedido. Ripidamente, me cont6 que nuestro hijo hab(a Llegado en un estado calamitoso. Apaite de unas iasgaduras en las iopas, lucia vaiios hematomas en el iostro. Estaba completamente alteiado, y no habia de-jado de pedirle dinero. Mi esposa le habia entregado algo, pero nuestro hijo le habfa exigido mds.

Ante la imposibilidad de mi esposa por satisfaceilo, habia comenzado a destruir todo lo que encontr6 a su paso. Adoinos y algunos de los ven-tanales que daban al jaidin. Destiuy6, asimismo, la pantalla del televisor de la sala que mi esposa habfa decorado para que nuestios hijos recibie-ran a sus amigos. Cuando llegue" estaba encerrado en su dormitoiio, don-de parecfa habei ptoseguido con la destrucci6n. Desde hacia un rato se habia calmado. Al menos mi esposa no habia escuchado ningun ruido nuevo. Pase" el brazo poi su cuello. De ese modo entramos, juntos, a la casa. Vi que, efectivamente, los destiozos eian importantes. Reconoci al­gunos restos de las piezas de ceramica del vestibulo. Vatios cuadros ha-bian sido airancados de la pared para ser arrojados al piso. Segui soIo mi camino hacia el dormitorio. Abrf la puerta sin golpear. Salvo la vez que me llamaron de la estaci6n de poIicfa, nunca habia entrado en aquella habitaci6n de ese modo. En medio del desorden encontre" a mi hijo sen-

Page 123: Bellatin, Mario. Obra Reunida

134

tado en un rinc6n. Su aspecto era lamentable. En sus manos aferraba u^ punado de billetes. Creo que no me ieconoci6, de otro modo no me hu| biera extendido el dineio y pedido que lo ayudara a salir a la calle. AlJ acerque' con lentitud. No queria aIterarlo. Creo que le dije algunas palal bras. Algo asf como que no se preocupara, que estaba alli para ayudarlol Me arrodille a su lado, pero no mostr6 una reacci6n perceptible. No paJ reci'a sentir mi piesencia. Pude, entonces, abrir con facilidad mi maleti'n| de m^dico y preparar una jeringa con un calmante. Dadas las circunstahrf cias, cref conveniente inyectarle una dosis mayor que la habitual. Para mi| sorpresa, la respuesta de mi hijo comenz6 a presentarse de manera opues | ta a la esperada. Empez6 a mostrar sfntomas de inquietud. Quiso mover1 con violencia el brazo donde le estaba aplicando la inyecci6n. Tuve que1 sujetarlo con fuerza. Poco despu& entr6 en convulsiones. Me akje" unos| centimetros y vi c6mo el cuerpo de mi hijo empezaba a dar sacudidas eni foima met6dica. Mi reacci6n inicial fue envolver en un papel tanto la je-3 ringa como los fiascos vacios. Los guarde luego en el maletin. --'-|

Los funerales fueron discretos. Apaite de mi esposa, nadie paieci6 demos-; trat un verdadeio dolor. Mi hija, como senal^, s6lo un mes despu^s se mosti6 realmente afectada. El cuerpo permaneci6 todo un dia en un ye-; latorio de la zona. Una hora despu& del fallecimiento, mientras me en-; caxgaba de coordinar con la agencia los pormenores del funeral, empeoi a notat con asombro que mi esposa realizaba esfuerzos para sobreponersej al llanto. Me llam6 la atenci6n, asimismo, que comenzara a recoger con, vehemencia los objetos que nuestro hijo habi'a destruido momentos an-. tes. Parecia tratar de recomponer, a como diera lugar, el orden de la casa.= La ayudaba nuestra hija, quien habia llegado luego de recibir la Uamada que le hice para darle la noticia. Quince dias despu& del sepelio, mi es­posa tuvo la idea de reemplazar los adoinos destrozados. Pas6, por eso,: la mayor parte de aquellajornada en una serie de tiendas especializadas. Al mediodfa me telefone6. Yo me encontraba en la clinica. Poco despu^s de la muerte de mi hijo decidi suspender, durante algiin tiempo, parte de mi actividad ptofesional, aunque de vez en cuando veia casos de im-portancia. Mi esposa Uam6 desde un establecimiento dedicado a regalos de matrimonio. Tenfa cierto problema con su tarjeta de credito. Me hi­ce presente en la tienda para resolvei el asunto personalmente. Cuando desde la distancia descubn' la presencia de mi esposa, me detuve un mo-mento para contemplarla sin que lo advirtieia. Nos encontrdbamos en una tienda amplia y luminosa. Los pisos eran blancos y estaban inmacu-lados. Ver a mi esposa vestida de luto, me caus6 cierta impresi6n. Pero al contrario de lo que hubiera supuesto, se le notaba rejuvenecida. Dfas

Page 124: Bellatin, Mario. Obra Reunida

135

j yg del entieiro, habia visitado un sal6n de belleza donde habi'a pe-j . i _ue le emparejaran el corte de pelo y se lo tineran de un rubio opa-

No s6 si sospechaba lo que realmente habia ocurrido en el dormitorio . nuestro hijo. Cuando salf de alli, le dije que su cueipo debilitado no habfa resistido la dosis de calmante que acababa de aplicarle. Al instante, rornpi^ en un llanto que percibf muy amargo.

La consol hasta que, de pronto, dej6 de llorar. Se alej6 luego de mi la-Ao y me acus6 de ser el unico culpable. Me recrimin6 haber actuado siempre como si fuera un Dios. No se" que* quiso decir con aquella frase. Tal vez sospechaba que yo habia ocasionado esa muerte en forma inten-cional. Una acusaci6n de ese tipo hubieia resultado monstruosa. No he hablado del asunto con nadie. Al principio, algunas ideas no deseadas buscaron perturbaime. Eso ocutri6 hasta hace poco. Las atiibuf al esta-do de tensi6n que tuve que sopoitar a partir del dfa de la muerte. Pero, desde que cesaron esas ideas, una reconfortante paz interior me acompa-fia la mayor parte del tiempo. Mi esposa se dirigi6 luego, mostrando un extrafio paso ligeio, a la habitaci6n de nuestro hijo. Yo peimanecf en la sala acondicionada para que nuestios hijos iecibieran a sus amigos. No tardarkn en llegar los empleados de la funeraria. Desde allf la escuchd hablar con nuestro hijo como si aun estuviese vivo. Lo hacfa en forma carifiosa, del mismo modo como lo mimaba cuando era un nino peque-fib. Cuando lo dej6, comenz6 a arreglar los destrozos sin poder contener las ldgrimas. Apenas me vio en la tienda, se me acerc6 con la tarjeta de cr^dito en la mano. Luego de algunos ti4mites qued6 resuelto el proble-ma. La acompane" una media hora mds. Una vez que hubo terminado con sus compias, me propuso ir juntos a un iestaurante. Rechace' la in-vitaci6n. Puse como excusa una paciente en una situaci6n delicada. No s por que" le menti. En veidad no tenia nada que hacer, y no me hubie-radisgustado ii al iestaurante en su compania. Tenia, ademds, la tarde desocupada. Como dije, en senal de duelo habfa suspendido las consul-tas. En esos dfas piecisamente, me habfa llamado la paciente protagonis-tade la cuia milagrosa. Le tocaba una de sus visitas para comprobai si su cuerpo continuaba sano. Al recibir la llamada, me vino la imagen fl-sica de esa mujei asi como la del nino de cabeza un tanto anormal que siempre la acompanaba. Despu& de escucharla, decidi derivarla donde un colega de mi confianza. Nunca mds supe de ella. Como senal6, esa tarde no tenia ningun plan. Pero, quiza paia atenuar la mentira que le acababa de decir a mi esposa, termine' dedicando el resto del dia a visitar una casa de citas que en esa ^poca acababa de descubrir.

Page 125: Bellatin, Mario. Obra Reunida

136

2 .:.-a

E1 nino me dijo en el consultorio que, di'as antes, habia pasado el fin def semana en casa de un tfo. Aquella casa estaba situada en una pequefia| ciudad que se levanta junto aI mar. En cierto momento, un mensajerof toc6 la puerta y, curiosamente, dej6 un sobre dirigido a su padre. A1 ninol le sorprendi6 que hubieran hecho tal envio a una direcci6n equivocadiJ Sin embargo lo recibi6. El remitente habia mandado el sobre desde la mis^;| ma ciudad. Antes de partir, el mensajero le entreg6 al nino una nota donvJ de se informaba que se devolvfaparte del dinero del flete, pues el envfb| habfa tardado demasiado tiempo en llegar a su destino. El nino ley6 cori| detenimiento el contenido de aquella nota. Le pidi6 luego al mensajera| que le explicara aIgunos puntos. El asunto consistfa en que el remitente>j habia usado un moderno sistema de mensajeria, que en caso de tardanzavi en la entiega ieembolsaba un porcentaje del dinero del servicio.. En el pa^ pel estaba consignada la suma que se encontraba a disposici6n en la ofv5 cina principal. Como se trataba de una cantidad no desdenable, el ninol de inmediato se dirigi6 donde su tfo para contarle lo sucedido. ^Rrvoal-j gunas dudas en hacerlo, pues imaginaba que los mayores no le iban a de-j jar cobrar aquel dinero. Ya le habfa sucedido en otras ocasiones. Fueron(; sus padies quienes recibieron el premio que obtuvo al abrir una golosi-;l na premiada. Tambien, la compensaci6n econ6mica que le coirespondfaI cuando encontr6 una mosca dentro de una botella de refresco sin destar'| par. Acudi6 de igual forma donde el tio, quien despuds de escucharlo rerS vis6 el envfo y, con un boligiafo de tinta roja, comenz6 a sacar cuentas;| encima del sobre. Para hacer mas eficaz su trabajo, le pidi6 al nino que le alcanzara la calculadora que tenia guaidada en su escritorio. El tio pa^ iecia querer hacer los calculos a la peifecci6n., Dijo que siempre habiai trucos en esos pagos. A la suma senalada, seguramente se le debian des-; contar ciertos impuestos de ley o algunos gastos no contemplados. En^ efecto, concluy6 que la cantidad que el nino habia pensado recibir esta-' ba muy lejos de lo que en realidad le iban a dar.

Mirando fijamente sus zapatos de deporte, el nino me dijo que le habfa-molestado profundamente que el tfo marcara el sobre. Le avergonz6lo que pensarfan en la agencia de envfos cuando vieran las cuentas escritas;; en letras rojas. Trat6 de impediile que siguiera escribiendo, pero el tfo insisti6 en continuar. Llen6 el sobre de cifras, algunas de ellas equivoca-i das y corregidas por encima. Cuando el bolfgrafo fall6, el tfo tuvo que; conseguir otro. La tinta ahora no era roja sino negra. Antes de devolverV

Page 126: Bellatin, Mario. Obra Reunida

137

| el sobre, el tfo volvi6 a leei la nota adjunta y advirti6 un hecho funda-entaL Not6 que el dinero s6lo podfa cobrarse el mismo dia de recibido

l envfo. Era sabado. Para colmo, ya comenzaba a atardecer. Tal vez no fiiera posible ieclamar nada. El nifio fue hasta el teleTono y tom6 el di-rectorio. Busc6 el numero de la agencia. Lo encontr6. Pero cuando le-vant6 el auricular, not6 que alguien estaba hablando por la extensi6n. Sali6 al jardin para hacer tiempo. Regres6. Volvi6 a descolgar. La conver-saci6n prosegufa. Empez6 a lamentarse en silencio. Recorri6 parte de la casa para seguir haciendo tiempo. Subi6 al techo y dio vueltas varias ve-ces por la azotea completa. Cuando descolg6 nuevamente, le pareci6 que ya estaba desocupado, pero despues de un breve silencio escuch6 una voz de mujer. No supo a qui^n podfa corresponder. Tenia que sei de algun integrante de la familia de su tio. Aunque podi'a tratarse tambidn de la voz de una vecina cuyo tel^fono estuviera fuera de servicio y hubiera pe-dido el favor de hablar desde alli. Al nino le pareci6 que se burlaban de el cuando aquella voz le orden6 que colgara de inmediato.

Sin apaitar la vista de sus zapatos, el nino afirm6 que llor6. Lo hizo a es-condidas. Sali6 al jardin y se ocult6 en una pequena ermita, donde ha-bia una virgen vestida con un habito celeste. Trat6 de comunicarse con ella, de pediile ayuda para conseguir el dinero que prometia la agencia. Luego de media hora volvi6 a la casa. Al verlo en aquel estado, uno de los miembros de la familia le pregunt6 si Ie sucedia algo. El nifio le con-t6 entonces de su urgencia por usar el tel^fono. El miembro de la fami­lia le inform6 sobre ciertos tel^fonos publicos que se estaban instalando en la ciudad,, Le advirti6 que no funcionaban con monedas, sino con unas tarjetas de pldstico. Precisamente cerca de la casa, en el malec6n de una playa que en verano se llenaba de gente a pesar de su mar embiave-cido habian puesto algunas de esas cabinas. El miembro de la familia le sugiri6 que usara una de las bicicletas deI garaje, para dirigirse a uno de esos tetefonos lo mas pronto posible. Le apunt6 ademas en un papel el numero de la agencia de envios, que por alguna raz6n sabfa de memo-ria. El nino tom6 la bicicleta. La casa estaba ubicada en un barrio donde habia un gran parque con muchos arboIes sembrados en lineas rectas, lo que le daba al conjunto un aspecto geom&rico. Cuando el nifio saIi6 de la casa, la taide estaba avanzada. El sol comenzaba a declinar, lo que le daba toques rojizos a la atm6sfera.

El nino senal6 que apenas lleg6 a la playa vio, a lo lejos, las cabinas que Ie habfan recomendado. Estaban pintadas de amarillo claro. El nino apre-ci6 que, como siempre, el mar estaba embravecido. Altas olas golpeaban

Page 127: Bellatin, Mario. Obra Reunida

i38 m

contra la orilla. El cielo se mostraba despejado, por lo que se podfayS el ocaso en todo su esplendor. Recorri6 un par de veces el malec6n.L^B cromos de la bicicleta brillaron mientras pedaleaba. Finalmente, se decfB di6 a llamar desde la cabina mis alejada. Dej6 la bicicleta aseguradaauS poste de luz. Antes, habia adquiiido en una tienda una de las taijetasrJB queridas. Presion6 los numeros sin dejar de mirar la bicicleta. No tuyS que esperar mucho para que le respondieran. Le contest6 una voz ma$S culina. El nino le cont6 su caso. La voz, al otro lado, le dijo que no c J8 noci'an aquella promoci6n. El nifio insisti6. El hombre le sugiri6" quea visitara las oficinas para exponer el asunto en forma personal. Le advir^[ ti6 que tenfa tiempo hasta las ocho de la noche. Despues de colgar, el ni9 no se acerc6 al malec6n. Se qued6 un momento mirando el mar. Luegpl avanz6 hacia la playa. A esa hora todavia quedaban algunos veraneantesa| Por diversos sitios habia aun algunas sombrillas. El nifio camin6 sobrelil arena y lleg6 hasta la orilla. Como estaba con los zapatos puestos, no puJ| do mojarse los pies. Regres6 sobre sus pasos hasta la bicicleta. Destrab<51 el seguro, subi6 y se dirigi6 a la ciudad. El hombre con quien habfa ha^l blado, le dio la direcci6n de Ia oficina adonde debfa dirigirse. ->3

El nifio lleg6 poco despu^s a una de las calles mas transitadas de la peque->| na ciudad. Fue cuidadoso cpn el trafico. La oficina principal quedabaen l los dos primeros pisos de un mode rno edificio. A trav& de las vidiieras se | podia vei a los empleados trabajando, vestidos con uniformes azul y rojo. | El n ino n o quiso dejar la bicicleta asegurada a cualquiet poste. Descon-1 fiaba de la cant idad de personas que Uenaba la calle. Pedale6, po r eso, con ; energia hasta la casa de su ti'o. Hab ia decidido dejar la bicicleta y luego .; volver caminando . La casa del tio no quedaba lejos. Pero, cuando toc6 la -puei ta nadie le abri6. Estuvo delante de la ent iada principal cerca de diez -minu tos . Toc6 varias veces el t imbre y no h u b o n inguna iespuesta. Pens6 trepai por el m u i o . Al instante abandon6 semejante idea. Al final, deci-di6 dejar la bicicleta escondida entre los arbustos que crecian en el jardi'n exterior. Tuvo cuidado en que las ramas no arafiasen Ia p in tura . Se fij6, tambien, en que nadie advirtiera d6nde la escondia. C a m i n 6 despu&, a paso lento, hacia la agencia. Estaba a dos cuadras de distancia c u a n d o u n auto se detuvo a su lado. Se t iataba de su tio, quien Io invitaba a subir. El tio era d u e n o de un auto deport ivo. El n ino trep6, y le con t6 eI resultado de sus gestiones. EI tio Io escuch6 en silencio, y se alarm6 cuando el nino menc ion6 que habia dejado la bicicleta escondida entre los arbustos. El auto habia puesto r u m b o hacia la agencia de envios pero, de improviso, hizo un giro en la direcci6n opuesta.

Page 128: Bellatin, Mario. Obra Reunida

139

cl ifio me inform6 que los postes y los arboles de las calle pasaron al la-, p creciente velocidad. Antes de llegar a su destino, estuvieron a

* nto de tener un accidente. E1 tfo cruz6 una avenida principal sin fijar-en la senal de alto. En ese momento circulaba por aquella vi'a un au-btis repleto de pasajeros. Los chirridos de los frenos asustaron ai nifio,

uien se agach6 en su asiento con los dedos puestos en los oidos. E1 tfo celer6 para evitar el choque. Siguieron el recoriido sin contratiempos.

Ya frente a la casa, lo primero que hizo el tfo rue dirigirse a los arbustos nue le senakba el nino. Los removi6 y encontr6 la bicicleta, tal como ha­bfa sido escondida. El tfo entr6 a la casa con la bicicleta tomada por el manubrio. El nifio se qued6 unos momentos solo en la entrada. Pens6 entonces que quiza" los tramites en la agencia se harian mis ficiles si lle-vaba consigo el sobre enviado a nombre de su padie. Reci^n entonces se dio cuenta de que ni siquiera tiafa consigo la nota donde se informaba del dinero que se le iba a devolver. Enti6 en la casa y a los pocos minutos sali6 con el sobre y la nota. Camin6 cerca de quince cuadras. Cuando lle-e6 a la agencia, pudo reconocer a trav& de las vidrieras a los empleados luciendo sus unifoimes. Su primera acci6n fue hablar con el recepcionis-ta. Le explic6 su caso. Aquel hombre contest6 que ignoraba que la agen­cia ofreciera tal clase de servicio. Le sugiri6 informarse bien con uno de los empleados que atendfa en las ventanillas. El nino debfa colocarse an­tes en una fila. Se puso detrds de una anciana, que lucfa un atuendo bas-tante inusitado. Tenfa puesto un vestido cefiido cuya tela reflejaba unos briUos iojizos. Sobie sus hombros llevaba una piel de zoiro. Se habfa he-cho ademds un complicado peinado que adornaba con una corona de metal. Los zapatos eian de tac6n aguja y carecfan de tal6n. Al niflo se le ocurri6 comparar a la anciana con la virgen que habfa visitado en la ca­sa de su tfo antes de salii. Adviiti6 iasgos en comun con la imagen, a la que le habfa rezado mientras la persona desconocida hablaba por teleTo-no. Luego de esperar algunos minutos, el nifio toc6 la espalda de la an­ciana y le habl6 de su parecido con la virgen de la ermita. La anciana lo mir6 un momento antes de contestai. Un tanto alteiada senal6 que no le gustaba semejante compaiaci6n. Afiadi6 que detestaba una religi6n donde la idea piincipal tenfa que ver con un padte condenando a su hijo a ser asesinado. Al ver la teacci6n de la anciana, el nino le pregunt6 di-rectamente si conocfa el servicio, el de la devoluci6n de dinero por la tar-danza en la entrega, que ofrecfa la agencia. La anciana volvi6 a mostrar un aspecto sereno, y le contest6 no sabei nada de aquello. Le recomen-d6 averiguar desde un teleTono publico, para evitai perdei m& tiempo naciendo Ia fila. El nifio le dijo que ya lo habfa hecho. Le dio detalles de su visita a la playa. La anciana pareci6 interesarse por la existencia de

Page 129: Bellatin, Mario. Obra Reunida

140 M

aquellas cabinas teIef6nicas. Le pidi6 que precisara el lugar exacto dorjm de se encontraban situadas. Cuando el nifio lo hizo la anciana senal6 qu$| algunos afios atras, en aquel mismo Iugar existfa una extensa terraza dohl | de acostumbraba veranear. , M

La anciana le dijo al nino que aquella terraza habfa estado construidaso^| bre unos pilotes que se adentraban en el mar. Habfa en ese entonces s6M bre ella una buena cantidad de sombrillas pintadas todas de blanco, quM los veraneantes alquilaban para disfrutar desde alli la contemplaci6n del la bahfa. De acuerdo con lo avanzado de la temporada o segun la horal del dfa, las sombrillas eran movidas levemente. En un rinc6n existfa un*| bar,, Al ftente habfa unas pequenas escaleiillas por donde se podia bajan para banarse en el mar, pero sujetandose siempre de una soga. El ingre- 5 so a la terraza estaba prohibido para ninos menores de cinco afios. Sin- ] embargo, en cierta ocasi6n una mujer hizo entrar a escondidas a su hija'' de dos anos y medio. La mujer se acomod6 bajo una sombrilla, mientras i* su hija iba a jugar a la zona donde la terraza formaba unas salientes. Se- ] gun aquella irresponsable mujer, la criatura era bastante educada y se le -, podfa dejar sin vigilancia por momentos largos. No se sabe bien que" es- ' tuvo haciendo la nina durante ese tiempo, si jugando o cometiendo tra- . vesuras. El caso es que cay6 al mar sin que nadie lo advirtiera. La madre se dio cuenta de la desaparici6n minutos despu&. Algunos veraneantes se congregaron alrededor de la desesperada mujer, quien a la vez que mi- > raba al mar llamaba a gritos a la hija. Los administradores de la terraza ' contrataron, al instante, los servicios de unos pescadores que tenfan sus botes anclados en una caleta cercana. La madre se qued6 toda la noche esperando alguna noticia. Se mantuvo apoyada en la baranda, mientras los pescadores hurgaban en el mar. El esppso de la mujer lleg6 poco des­pues de ser avisado de la tragedia. El cuerpo sin vida fue hallado a la ma-fiana siguiente. El mar lo devolvi6, cuando aparecian los primeros rayos del sol. A partir de entonces disminuy6, en forma notable, el numero de veraneantes. Sin embargo, dos anos despues el suceso pareci6 quedar en el olvido. Pese a todo, en esa temporada empezaron a circular algunos cuentos referidos a la hija muerta. Se aseguraba que durante las noches se aparecia en la terraza. De la madre se afirmaba que habfa enloqueci-do. Se decia que habfa comenzado a quejarse de no tener ya con quien jugar damas chinas en las tardes, pasi6n que hasta entonces nadie le ha­bia conocido. Luego de terminar de contar esa historia, la anciana de la corona le hizo al nino la confidencia de que nunca habfa podido tener hijos. Era la raz6n verdadera por la que le habia molestado ser confun-dida con la Virgen. Y era la causa, tambien, por la que no podia imagi-

Page 130: Bellatin, Mario. Obra Reunida

141

i proceso poi el que habria pasado la madre de la terraza para llegar 1 estado de locura que le atribuian. Sin abandonar su lugar en la fila, el 'no se imagin6 a aquella anciana dandole el biber6n a una criatura de cos meses de nacida. Apait6 esa imagen para fijarse en las ventanillas

< la agencia. Los empleados seguian atareados.

La anciana de la corona paieci6 no tener la suficiente paciencia como pa­ra esperar que avanzase aqueUa fila. La abandon6, dejando al niiio en el ultimo puesto. Como se lo contaria al nifio despues, en la puerta la es-neraba su chofei. La anciana se introdujo, rdpidamente, a su auto. Pai-ti6 al instante. Apenas el vehiculo se acerc6 a la fachada de la casa que habitaba, se levant6 la puerta automitica del garaje. Dentro, la aguaida-ban un par de asistentes. Le quitaron, con delicadeza, la piel de zorro. Al verla tan cansada, le dijeron que habfa sido una locura que hubiera in-tentado hacer ella sola los tr4mites. Para eso estaba el chofer. La anciana habfa ido a reclamar por un envi'o de semillas, que le habfan remitido de la capital hacfa cerca de un afio. No contest6 a las recriminaciones de las asistentes y sali6 al jardin techado que posefa. Sin cambiarse de ropa pi-di6 que le alcanzaian sus instrumentos de jardineria. Las asistentes apa-recieron con unas tijeras, unos alambres y una gran regadera de lat6n. La anciana permaneci6 alli hasta que se hizo de noche. Miro el reloj y vio que eran cerca de las ocho. Pens6 que, en ese momento, los n'egocios es-tarfan en proceso de cerrar sus puertas al publico. A esa hora ya se habria definido si el nino que encontr6 en la agencia habfa logrado cumplir su cometido. Desde su jardfn la anciana no podi'a saber que al nino, inme-diatamente despues de que ella abandonase la fila, se le habfa ocurrido pedir hablar con el administrador. Averigu6 que en el segundo piso tra-bajaban la mayor parte de los directivos. El problema que se le presenta-ba era subir sin el permiso requerido. El ingreso a las escaleras estaba sumamente controlado. Cualquiera hubiera pensado que era una oficina dedicada a asuntos confidenciales. El nifio comprendi6 que era imposi-ble regresar donde el recepcionista, con quien habia hablado al Uegar, pues ese hombre ya sabi'a que trataba de obtener un beneficio de la empresa. Examin6 la escena y, rapidamente, se dio cuenta de que la ubicaci6n de ese empleado habia sido pensada para que pudiera controlar todo sin ne-cesidad de moverse de su silla. Si la anciana no se hubiese marchado mo-mentos antes, el nino tal vez le hubiera pedido que lo ayudara. Pero a pesar de eso, el nino pudo burIar la vigilancia. La evadi6 gracias a que el cliente que estaba al principio de la fila comenz6 a reclamar en voz alta. Paiecfa que las tarifas postales habfan subido el dia anteiior, y aquel su-jeto lIevaba s6lo el dineio exacto para mandar su envio. Reclamaba que

Page 131: Bellatin, Mario. Obra Reunida

142

no le hubieran adveitido antes, pues en la fila habfa perdido absurda-mente un tiempo preciosisfmo. Los empleados trataban de calmailo, pero aquel tipo se exasperaba sin escucharlos. Finalmente, tuvo que inteivenir el recepcionista. Fue la ocasi6n que aprovech6 el nino para utilizar las escaleias.

El nino me confes6 que subi6 pensando lo que significarfa para cualquier padre carifioso la peYdida de dgun hijo. Se le vei'a trastornado con la his-toria que la anciana acababa de contarle. Desde que era un bebe" de po-cos meses, su padre solfa llevarlo a la playa. En la mayorfa de aquellos paseos, habfa estado presente el mismo tfo en cuya casa se encontraba cuando se recibi6 el envfo a nombre de su padre. En cierta ocasi6n, el padre y eI tfo aprovecharon uno de esos paseos para pescar desde una ro-ca. EI nino debia esperarlos sentado en la arena. El paisaje tenfa aIgo de especial. La roca que se habia elegido para pescar se levantaba compIeta-mente redonda. Contaba, ademas, con una blancura que contrastaba con el verde del mar. La playa donde aguardaba el nifio era pequena. Se tra-taba en realidad de s6lo un recodo situado entre dos farallones. El padre y el tfo se alejaron con los aparejos de pesca. Treparon la roca sin dificul-tad. El nino habia llevado un cernidor de arena. Tal como se lo habfa re-comendado su padre, empez6 a jugar en la parte seca de la playa. En ningun momento se acerc6 a la orilla. Sin embargo, parece que nadie previ6 el cambio de mareas. Dos horas despu& elagua comenz6 a avan-zar. El nino se moj6 con el agua, que empezaba a Uegar timidamente has-ta el lugar donde jugaba. El nino quiso levantarse y correr. Pero el agua seguia avanzando. Entretanto, el padre y el tfo se daban por vencidos pues no habfan logrado pescar nada. Se preparaban para regresar. El padre mi-r6 hacia el mar mientras enrollaba eI cordel. Vio entonces eI cernidor de plastico de su hijo flotando a merced de la corriente. De inmediato arro-)6 los aparejos de pesca y se ech6 a correr hacia la playa. Con el agua a la mitad de las piernas, el padre levant6 al nino con los dos brazos. S6lo entonces el nino se puso a lIorar.

Al mirar el reloj, la anciana ya estaba cansada de los trabajos que estaba realizando. Entr6 en la casa, luego de dejar en absoluto desorden los uten-silios que habia estado usando. Les pidi6 a las asistentes que los recogieran. Llam6 de inmediato por tel^fono a la agencia de envios. Le contestaron despu& de una serie de timbrazos. Lo primero que le dijeron fue que acababan de cerrar, aunque todavfa podfan atender alguna consulta in-mediata. La anciana pregunt6 entonces si se ofrecfa el servicio de devo-luci6n de dinero en caso de atraso en la entrega de un envfo. S6lo despu&

Page 132: Bellatin, Mario. Obra Reunida

143

de unos segundos, le indicaron que una duda de esa naturaleza s6lo po-dfa ser respondida de manera peisonaI. La invitaron para que fuera el lu-nes a hacer la averiguaci6n. Dejando el auricular descolgado, la anciana se dirigi6 entonces hacia el garaje de la casa para buscar al chofer. Le or-den<5 que la llevara, nuevamente, a la agencia de envios. El chofer le dijo que tal vez estarfa cerrada, y ademas que era poco piobable que ese dfa le entregaran sus semillas. La anciana no le contest6. Dijo en voz alta que el asunto de las semillas la tenia sin cuidado. Le pidi6 a las asistentes que le alcanzaran la piel de zorro que habia usado durante la tarde. Antes de colocarsela, las dos mujeres dedicaton unos minutos a limpiarle el vesti-do. Con el trab'ajo en el jardi'n se habia ensuciado en forma considerable. La anciana hizo caso omiso a las recomendaciones para que se lavara las manos. Paiecia ansiosa por subir al auto, que el chofer sacaba en ese mo-mento del gaiaje. EI chofer escogi6 las calles de menor transito. Por eso el viaje fue iapido. Sin embargo, cuando Uegaion ya estaban apagadas las Iuces de la agencia. La anciana baj6 apenas el auto se detuvo. Se acerc6 a las vidrieras. Peg6 la cara y atisb6 hacia el interior. De pionto una ma-no la toc6 en el hombro. La anciana voIte6 y se encontr6 con el nifio de lafila.

El nino quiso hablar, peio la anciana le tap6 la boca. Al instante se la des-tap6, le mostr6 las manos y le cont6 todo lo que habfa hecho desde cuan­do lo dej6 abandonado. Luego lo tom6 del brazo y lo Uev6 al auto. El chofer abri6 la pueita y el nino subi6 seguido por la anciana. Una vez sentados, la anciana se acomod6 la corona. Le orden6 despu& al chofer que se fuera a dar un paseo caminando. Le dijo que no regresara en me-nos de una hora. El nifio comenz6 a examinar el interioi del auto. Dej6 a un lado el sobre y la nota que llevaba consigo. Los asientos eran mulIi-dos. Tanto los controIes de las ventanas como los seguros de las puertas eran automaticos. Cuando el chofer desapareci6, la anciana le dijo al ni­no que nunca mas habia regresado a la tenaza donde siempre habia acos-tumbrado veranear. A lo largo de los afios el sol del verano habia ido daflando su piel. Por eso habia prefeiido dedicarse a actividades de otro tipo. Comenz6 a interesarse por la jardineria bajo techo. Una prdctica no muy usual, principalmente por la cantidad de energfa el^ctiica que se ne-cesita para practicarla. Se dio cuenta de la belleza que eran capaces de ofrecer las flores bien iesguaidadas de la intemperie —salvadas, mas bien, de los salvajes rayos del sol que solian estandarizarlas haciendo que ad-quiriesen el tfpico aspecto de las flores por todos conocido—. Al piinci-pio, le cost6 algun trabajo aprender una serie de secretos que despues le fueron de mucha utilidad. Tuvo que esperai vaiias veces los cambios de

Page 133: Bellatin, Mario. Obra Reunida

144

estaci6n para descubrir las aIteraciones que el clima causaba en los espa-cios cerrados. Aquella rutina dur6 cerca de tres afios.. Lo sabia porque fueron tres los inviernos que mataron sus plantas. Ese tiempo se le des-dibuja al recordarlo. Ve entre nebulosas a una serie de empleados, insta-lando cientos de focos de luces brillantes. No puede hacei una cionologfa exacta de los acontecimientos de ese entonces. Entre otras cosas no sabe en que" etapa de su apiendizaje, de su adecuaci6n mental para construii unos jardines hasta cierto punto subterraneos, fue trasladada a un centro de salud mental. Alh' habia otras madres, con quienes sostuvo mds de una conversaci6n. Acostumbraban sentarse juntas en un comedor con varias mesas. Pero no todo era aimonfa en ese lugar. Habfa ocasiones en que las internas se peleaban por cualquier tonteria. Algunas veces el problema era una golosina hurtada o negarse a tomar las pastillas del mediod(a. Cuando se portaban realmente mal, las amenazaban con recluirlas en un cuarto que muy pocas conocfan y al que llamaban el Klino. En esa ^poca la anciana de la corona no se preocup6 mayormente por los jar­dines que en el sanatoiio quisieron poner a su disposici6n. Eran jardi­nes al aire libre, con su consabido c&ped y flores de colores. La anciana prefiri6, durante esos dfas, conveisar con las demas mujeres internadas. Una de las internas era una virtuosa de las artes. Llevaba por eso siem-pie consigo una carpeta de hojas blancas, y tenia tambi^n una caja de madera repleta de acuarelas. Esa mujer pasaba la mayor parte del dia di-bujando a las recluidas. Las enganaba, les deci'a que les iba a tomar una foto pero en realidad las dibujaba con una velocidad asombrosa. En me-nos de dos minutos tenia listo cualquier retrato. La mayon'a de las in­ternas los colgaban sobre las cabeceras de sus camas. La virtuosa en las artes tambi^n cantaba y tocaba la guitarra. A su alrededor se formaba siempre un circulo para oirla. Al piincipio ninguna conocia las cancio-nes que entonaba. Pero, poco a poco todas las fueron aprendiendo a la perfecci6n. De ese modo, algunas tardes transcurrieron con una rapidez asombrosa. A la hora del crepusculo, debi'an entrar al pabell6n nueva-mente y prepararse para dormir.

La anciana regres6 a su casa luego de tres meses en el sanatorio. En su ausencia, el esposo habia abandonado el hogar, Antes de hacerlo, con-trat6 a las actuales asistentes. El chofer de siempre se mantuvo fiel a pe-sar de las circunstancias. El esposo la visitaba de vez en cuando, sobre todo cuando la anciana debia guardar cama a raiz de uno de sus habitua-les malestaies nerviosos. Aquella rutina dur6 varios afios.. Continu6 has­ta la mafiana de verano en que le avisaron que su esposo habfa muerto durante el suefio. La anciana le explic6 al nifio que le daba lastima que

Page 134: Bellatin, Mario. Obra Reunida

145

aquella muerte no le hubiese causado una verdadera tristeza. Ni un aso-mo de lo sentido la vez en que la nifla se ahog6 en el mar. De pronto, el nino dej6 de inspeccionar el interior del auto y prendi6 la pequena luz del techo. Se qued6 mirandola fijamente.. La corona de la anciana segufa colocada justo en el centro del peinado. En cambio, la piel de zorro se habia ladeado ligeramente. Sin apartar la vista de la luz, el nino le dijo que los de la agencia no le iban a pagar lo que le correspondfa. Habfa su-bido hasta las despachos principales, donde lo habfa atendido un em-pleado subalterno que le explic6 que eia cierta aquella promoci6n. Habfa sido pensada para atraer nuevos clientes, pero que todavia no habfa em-pezado a sei puesta realmente en practica. El envfo que habfa llegado a la casa del ti'o se habia tratado de un error por anticipaci6n,. El motivo principal para no lanzar todavfa la promoci6n, era que aun no se habfan puesto de acuerdo en si el dinero devuelto se lo debi'an entregar al remi-tente o al iemitido. La agencia habfa iecibido en esos dfas algunas lla-madas telef6nicas pidiendo una aclaraci6n, peio el nin,o habfa sido el primero en visitarla peisonalmente. La anciana quiso consolarlo dici^n-dole que no se pieocupara, que todo se resolveria acompanandola a su casa.. Alli le iba a ensenai su jaidin. Luego ella misma le entiegaiia la su-ma de dineio piometida. Piepaiaiia tambien algo de cenar y, si lo desea-ba, podia quedaise a pasar la noche. Le explic6 que como nunca habia tenido hijos, le habfa dado prioiidad al area social de su casa. Contaba con extensas salas y terrazas con vista a un inmenso jardin. Por tratarse de una casa antigua, a la cual le habfan acondicionado algunos elemen-tos modernos, tanto los banos como la cocina no guardaban ielaci6n con el resto de la propiedad. No eran sino pequenos cuaitos piovistos de ven-tanas minusculas.

El nifio me cont6 que no le disgust6 la casa de la anciana de la coiona. Recoiri6 la sala y el comedor, antes de pasai al jardfn cubierto. Lo des-cubri6 precedido por la anciana, quien le habl6 de cada planta y sobre la maneia que tenfa de cuidarlas para que no Uegasen a mostrar un aspecto habitual. Permanecieron allf cerca de una hora. Los interrumpi6 una de las asistentes para anunciarles que la cena estaba seivida. Entraron al co­medor donde los esperaba una larga mesa cubierta con un mantel blanco. S6lo habfa dos sillas puestas en los extremos. Las asistentes se colocaron detras de cada una. La anciana camin6 resueltamente hacia su lugar. La asistenta respectiva la ayud6 a instalarse. El nino se dirigi6 al otro extre-mo. Se sent6 y abri6 su servilleta para poneVsela sobre las rodillas. La an­ciana lo miraba desde su puesto. La corona de metal segufa presidiendo su peinado. La piel de zorro continuaba encima de los hombros. Las asis-

Page 135: Bellatin, Mario. Obra Reunida

146

tentes salieron y, a los pocos minutos, regresaron trayendo pequenas bandejas de plata con dos aguamaniles. La anciana necesitaba, urgente-mente, lavarse las manos. Sin embargo coloc6 su aguamanil a un lado y se dedic6 a mirar c6mo se lavaba el nino. Para asombro de los presentes, el nino lo hizo en forma correcta. Durante la cena, la anciana le tom6 al nino una especie de examen sobre las plantas que acababa de conocer. Le pregunt6, principalmente, por sus nombres y por la forma de cuidar-las. Despu& de que el nino contestara correctamente, la anciana comen-z6 a describir otros lugaies donde acostumbraba veranear. No s6lo solia acudir a la terraza de la nina ahogada. En cierta ocasi6n viaj6 con su ma-rido en barco para pasar la temporada en las playas de otra ciudad. La travesfa no fue muy larga. Navegaron ties dias. Se embarcaron en una nave de gran calado, que en sus bodegas transportaba incluso ganado va-cuno. La segunda mafiana a bordo, cuando los pasajeros se encontraban en cubierta disfiutando del sol y de la brisa marina, uno de los marine-ros grit6 a babor que se habian cai'do dos vacas. La mayor parte de los pasajeros se apresur6 a asomarse por las barandillas para observar a las vacas en medio del mar. Estaban, mas o menos, a diez metros del barco. Nadaban moviendo las patas delanteras rapidamente. Algunos pasajeros propusieron que el barco se detuviera para rescatarlas. Nadie les hizo ca-so. Aquel espectaculo dur6 cerca de quince minutos. Pasado ese tiempo, las vacas no eran sino dos puntos en la lejanfa. A esas altuias, nadie se atrevia a hablar. Es mas, la mayor parte ya habia abandonado su lugar de obseivaci6n. La anciana de la corona dijo que los ultimos en ietirarse fueron ella y su esposo.

La anciana esper6 que el nino acabara con su postre, para decirle que iba a mostrarle sus habitaciones. El nino contest6 que aun no habia decidi-do si pasar o no la noche en esa casa. Ademas tenfa que pedii permiso. A esa hoia estaiian preocupados por su ausencia. Estaba en la obligaci6n de llamar a su ti'o para informarle d6nde se encontraba. La anciana Ie di­jo que de ninguna manera. Anadi6 que ya estaba decidido que se que-dara a dormir. Habia dado 6rdenes tanto a las asistentes como al chofer para que asf fuera. El nino se alarm6, se levant6 de la mesa y se dirigi6 hacia la puerta de calle. Las asistentes lo interceptaron, tomandolo fuei-temente de los brazos. Lo llevaron, cargado, hasta el segundo piso. De na-da le valieron los gritos que lanz6. Las asistentes eran lo suficientemente fueites como para controlarlo sin problemas. Haciendo cada vez mas pre-si6n sobre el nino, lo intiodujeron en una de las habitaciones. Se trataba de un cuarto decoiado como para una nina pequena. Habia muiiecas de distintos tamanos. Tambi6n una gran cantidad de animales de peluche.

Page 136: Bellatin, Mario. Obra Reunida

147

En el centro del cuarto, se vefa una cama de bronce de cuyo techo cafan tules de tonos rosa. En un rinc6n estaban el sobre y la nota que habfa deiado en el asiento del auto. Las asistentes cerraron la puerta con lIave. El nino se qued6 unos momentos sin saber que" hacer. Se acerc6 luego a la ventana. Quiso abrirla, peio constat6 que estaba clausurada.

El nino dio vueltas por el dormitorio mientras en voz alta pedia que lo sacaian de alli. A1 cabo de una hoia, la anciana abri6 la puerta. Habi'a cambiado su vestuario. La piel que le cvxbiia los hombios, ahora eia blan-ca. La tela del vestido no lanzaba ninguna clase de brillo. La corona tam-bi^n era diferente. Ya no se trataba de una corona de metal, sino que parecia hecha de un material sint&ico. En sus manos llevaba una peque-na fuente con un vaso de leche y galletas de vainilla. El nino no esper6 que la anciana diese mas de un paso dentro del cuarto. Coiri6 contra ella, arrojandola al piso. La anciana cay6 de espaldas. Qued6 inm6vil, mientras a su alrededor la leche se escurria entre las maderas y las galletas yacian esparcidas en el suelo. La corona rod6 hasta quedar al lado de una mufieca de tamafio natuial. El nino corri6 hacia la calle. No se top6, ni con las asistentes ni con el chofer. La casa estaba sumida en un silencio total. Baj6 las escaleras, lleg6 al vestfbulo y abri6 la pueita principal. Pa­ra su soipresa, estaba sin llave. La noche, entonces,se le ofieci6 en toda su plenitud. El nino corri6 las piimeras cuadias. Despu^s adopt6 un iit-mo mas calmado. Cuando ya se encontiaba a una considerable distan-cia, sinti6 que un auto se aceicaba a gian velocidad y se detenfa a su lado. Se trataba del auto negro de la anciana. Las puertas se abrieron rapida-mente, y de su inteiioi bajaion las asistentes y el chofei. El nino iba a co-menzar a coiiei, pero el chofer le oiden6 que se detuviese. El nino me confes6 que sinti6 pavor. Obedeci6 de inmediato. El chofei se le aceic6 paia entiegaile el sobie y la nota que habfa dejado abandonados en la habitaci6n. Le entreg6 tambi^n Ia cantidad de dineio prometida poi la anciana. Luego, tanto el chofer como las asistentes, subieron al auto y paitieion.

El nifio continu6 su camino llevando en la mano el sobre, la nota y el dinero entregados por el chofer. Tuvo que recorrer cerca de treinta cua-dras para llegar a su destino. Finalmente vio aparecer la casa del u'o. Ya estaba amaneciendo. No supo si tocar la puerta o esperar que fuera di'a declarado para haceilo. Temfa que al despertar a los habitantes, se agra-vara aun mas su situaci6n. Decidi6 sentarse cerca a los arbustos, donde horas antes habia escondido la bicicleta. Mir6 el cielo. Las estrellas se-gufan aclarando la noche. Pens6 en su madre, desahuciada por la ciencia

Page 137: Bellatin, Mario. Obra Reunida

148

medica. Se la imagin6 antes de su enfermedad.. Contenta y llena de vi-da. E1 cambio era notable. Aparte de los cuentos y de las historietas que le leia, ahora no tenia animos para ninguna otia actividad. Su ffsico tam­poco era el mismo. Lo mis llamacivo era la creciente caida del cabello. Era extrafio que los fines de semana lo confiara al cuidado del tfo, pues los otros dfas no se apartaba ni un minuto de su lado,. El nino creia que, tal vez, queria consagrar a su padre los ultimos fines de semana que le quedaban con vida. Amaneci6 sin que el nino se diera cuenta del mo-mento exacto en que los objetos se comenzaron a iluminar. Sigui6 sen-tado cerca de una hora mas, junto al sobre gaiabateado con las cuentas hechas por encima. La nota y el dinero los tenfa guardados en eI bolsillo. Esper6 hasta cuando el tio abri6 la pueita del garaje, y sali6 con la man-gueia para regai el jardin. Apenas lo vio, el tio mostr6 una actitud de sorpresa. Crei'a que el nino, en ese momento, dormfa en la cama que le acondicionaban para pasar los fines de semana. El nifio le dijo que des-pu& contestaria a sus preguntas.. Entr6, por eso, en la casa sin dar expli-caciones. El u'o quiso seguirlo, pero el chorro de agua que en ese instante empez6 a salir de la manguera hizo que se detuviese. Comenz6, enton-ces, a regar el jardfn como si nada hubiera sucedido. Cuando esa tarde su padre lo fue a recoger, el nifio le entreg6 el sobre garabateado pero no le pregunt6 por su madre ni le dijo nada acerca de su visita a la agencia de envfos. Tampoco de la existencia de la anciana de la corona. Salieron a la caHe en silencio. El tio se asom6 por la ventana del segundo piso para despedirlos. Agit6 la mano y luego desapareci6 en el interior de la casa. Despues de caminar una cuadra, el nino comenz6 a hablar.

Page 138: Bellatin, Mario. Obra Reunida

El jardin de la senora Murakami Oto no-Murakami monogatari

Page 139: Bellatin, Mario. Obra Reunida

1

El jardin de la sefiora Murakami Izu iba a ser demolido en los dfas si-euientes. Serian removidas las grandes piedras blancas y negras que lo habfan conformado hasta entonces, y derribados los arboles cultivados con tanto esmero. Secarian ademas los senderos acuiticos y el lago cen-tral> donde siempre hab/a sido posible apreciar las carpas doradas. La se­fiora Murakami solia sentarse frente a ese lago para contemplar, durante varias horas seguidas, los reflejos de las escamas y las colas. Abandon6 aquel entretenimiento s6lo cuando enviud6. Durante esa temporada la casa se mantuvo cerrada. Las ventanas no se abrieron. Sin embargo, el jardin sigui6 manteniendo su mismo esplendor. La vivienda continu6 al cuidado de Shikibu, la vieja siivienta.' Del jardfn se encarg6 un anciano con mucha experiencia, que habi'a sido contratado por la senora Muraka­mi para que lo visitara dos veces por semana.

Al final de algunas tardes, cuando las sombras hacen difusos los contor-nos de los objetos, la senora Murakami cree ver la silueta de su marido en la otra orilla del estanque. Hay ocasiones en que percibe c6mo le ha-ce senas con las manos. La senora Murakami suele sentarse entonces en una piedra situada en la explanada mayor, y entrecierra los ojos para ver mejor el especticulo que se le presenta al fondo del jardm. Aquellas apa-riciones ocurren cuando las condiciones de la atm6sfera son las apropia-das. Cierta vez, vio c6mo el fantasma iba hundi^ndose de pie en uno de los senderos acudticos.

La muerte del marido fue un trance penoso. Pas6 los ultimos dfas en un delirio constante durante el cual pidi6 a gritos la presencia nada menos que de Etsuko, la antigua saikoku de su mujer. El esposo querfa ver nuevamen-te sus pechos. Al principio, la senora Murakami pretendi6 no entender aquellos reclamos. Hacia oidos sordos a sus palabras, y busc6 siempre mantener una actitud serena al lado de la cama del moribundo. Unica-mente Shikibu advirti6 el pdlido rubor de sus mejillas, que aparecia sobre todo cuando el marido hablaba de Etsuko delante del m^dico.

' V ase nota 5.

Page 140: Bellatin, Mario. Obra Reunida

152

La senora Murakami prohibi6 que visitaian al enfermo. Ni siquieia fue-ron admitidos en la casa Ios amigos mas cercanos, con quienes el senor Murakami solia cenar una vez a la semana. Para descargar la ira que mo-tiv6 la ins6lita conducta de su esposo sali6 al jaidin, mientras prepara-ban el cuerpo del recien fallecido, con la intenci6n de arrancar las canas de bambu que el marido habfa plantado durante la inauguraci6n de la casa. Se trataba de bambues reales, cuyos minusculos tronquitos habfa obtenido el sefioi Murakami la Noche de las Linternas Iluminadas, dfa en que le propuso matrimonio. Aquel ataque de furia no fue advertido por los empleados de la funeraria. Shikibu cerr6 las puertas y ventanas de aluminio que daban al jardin. Trat6 luego de calmar a su sefiora.. Le aconsej6 tomar un bafio aiomatizado con yerbas silvestres, y prepar6 el kimono* que usari'a para la ceremonia. Se trataba del kimono color lavan-da que la senora Murakami habfa vestido en su boda. En la espalda es-taba decorado con dos garzas azules en pleno vuelo. El ob? elegido era de un tojo intenso. Durante todo el tiempo que tardaron los empleados en tener listo al marido para el funeial, Shikibu pein6 cuidadosamente a la esposa de su sefior. El peinado era complejo. A la senora Murakami le parecf6 incluso ostentoso, Pens6 que arreglada asi no la reconocerfan ni siquiera los viejos amigos de su marido. Le preocupaba lo que pudie-ran pensar. Shikibu la consol6 con palabras carifiosas. Le hizo ver c6mo a pesar de las circunstancias, su entereza se mantenfa intacta.

Los funerales se desarroUaron en un dia espl^ndido. El sol ilumin6 de manera inusitada el jardin. Las piedras blancas se vieron mas claras que de costumbre. Las negras absorbieron la luz hasta alcanzar un tono ma-te. Antes de salir rumbo a la ceremonia, la senora Murakami pas6 al la-do de los senderos acuaticos. Mir6 de reojo el pequeno lago. Las aletas y las colas de las carpas brillaban como si emitiesen luz propia. Le habria gustado quedarse contemplando los peces, Pero afuera la esperaban en el autom6vil negro de su marido.

El sefior Murakami habia posefdo un autom6vil fabricado poco despu& del final de la guerra. Perteneci6 primero al ej^rcito, habia sido asignado a un coronel extranjero que casi no lo pudo utilizar porque de improviso fue destacado fuera del pais,, Sus amigos le reprocharon una adquisici6n

^Traje tradicional confeccionado principaImente poi mujeres. ' Cintut6n cuyas medidas suelen tomarse de las figuras de las diosas de la teli-gi6n shintoista.

Page 141: Bellatin, Mario. Obra Reunida

153

tan ostentosa, teniendo en cuenta las condiciones en que se encontraba la sociedad. Tampoco veian con buenos ojos Ios intercambios econ6mi-cos con las tropas de ocupaci6n.. E1 sefior Murakami sonieia cuando es-cuchaba aquellas crfticas. Se defendfa diciendo que pronto su actitud sen'a copiada por los demas. En efecto, al poco tiempo su circulo de ami-eos no tuvo el menor reparo en mostrar publicamente los signos exter-nos de su riqueza.

La sefiora Murakami recordaba aquel auto con aprensi6n. Cuando co-menz6 a cortejarIa, su futuro marido mandaba al chofer hasta la puerta de su casa con costosos obsequios,. La sefiora Murakami —en ese tiempo solamente Izu—, observaba, desde la ventana, c6mo se estacionaba el auto frente a la veija. El primer regalo fue un ramo de orquideas negias, de las que se cultivaban unicamente en las islas del oeste del pais. En aquel entonces, la dolencia de su padre se habfa agudizado. Pasaba pos-tiado la mayor parte del dia. Si bien es cierto que el pietendiente era viu-do y algo mayor, Izu iba a cumplir ya veinticinco anos. La familia no se encontraba en condiciones de rechazarlo.. Muchas personas sabian que la familia estaba ansiosa por casar a la hija.. Su mano habia sido pedida ya en dos ocasiones. Sucesos lamentables impidieron ambas bodas. El primero de los pretendientes, Akira, muri6 atacado de mal de rabia. Cier-ta taide, fue motdido por un pequefio peno que le sali6 al encuentro cuando abandonaba la casa de su prometida. Akiia apenas atendi6 la he-rida en la pierna derecha. Hizo caso omiso del incidente y, dos meses despues, rnoria presa de araques nerviosos. Del segundo pretendiente, Tutzfo, no se volvi6 a saber nada despu& de un viaje que realiz6 antes de la planeada boda. Iba a Am&ica, supuestamente por un tiempo breve. Queria visitar a sus hermanos antes del matiimonio, y exploiar la posi-bilidad de emigrar con su esposa unavez casados. En realidad, queriape-dir perd6n por la conducta que habia mostrado durante un viaje anteiior. Un afio mas tarde, le lleg6 a Izu el rumor de que los hermanos habian concertado un compromiso con la hija del duefio de una cadena de res-taurantes de comida oriental, antes de su llegada a San Francisco.

Despues de aquellos fracasos, Izu decidi6 olvidar un futuro matrimonio y dedicarse con mayor disciplina a los estudios. CursabaTeoifa del Aite en una de las universidades mas impoitantes de la ciudad. Su meta era convertirse en una critica destacada,, Piecisamente, conoci6 al senor Mu­rakami duiante la iealizaci6n de un nabajo a'cademico que le habian en-comendado. El sefior Murakami mantenia en casa una colecci6n de piezas tradicionales. El conjunto no era muy extenso, pero contaba con

Page 142: Bellatin, Mario. Obra Reunida

154

un gran prestigio. Muchos objetos databan de diez siglos. Sus amigos, aquellos con quienes se reunfa a cenar una vez por semana, fueron los responsables de bautizar esa parte de la casa como el Museo Murakami. El habfa heredado la mayor parte de las piezas de su padre, quien en el siglo anterior se habfa enriquecido gracias al comercio con el extranje-ro. Sus aficiones no abarcaban s6lo los negocios, pues desde muy joven habfa mostrado predilecci6n por diversas manifestaciones artfsticas. En-contr6 siempre tiempo para asistir a las iepresentaciones kabuki? o para pasar dfas enteros en los museos y en las casas de anticuarios. No habfa estudiado arte, pero parecfa contar con un don que le hacia reconocer al instante una obra valiosa. Aquellas aptitudes hicieron que en pocos anos comenzara a hablaise de su colecci6n entre los especialistas. Poco a poco le fue inculcando a su hijo la pasi6n que le producfa atesorar un patiimonio. A su muerte, le dej6 como legado la casa y todo lo que hu-biera dentro. Antes de que el padre muriera, el hijo prometi6 incremen-tar la colecci6n hasta convertirla en la mas importante del pafs. Sin embargo, no pudo cumplir su palabra. Todo fue bien mientras dur6 su piimer matrimonio con la honorable y enfermiza Shohatsu-Tei, y aun durante los anos de viudez. Pero desde el dfa en que conoci6 a Izu, na-da volvi6 a ser igual.

Izu se present6 en la casa del senor Murakami cierta manana a principios de diciembre. La noche anterior no habfa nevado y, sin embargo, se no-taba en la atm6sfera aquella sensaci6n seca que lo invade todo cuando la nieve ha dejado de caer, Lleg6 acompanada de Etsuko, su fiel sirvienta.' Habfa concertado la cita con una semana de antelaci6n. El mismo senor Murakami habfa contestado el teleTono. El jueves siguiente a la llamada, unos dfas antes de la cita, cont6 a sus amigos que le habfa sorprendi6 agradablemente el timbre de voz de la mujer que habfa solicitado visitar la coIecci6n. Al verla, el senor Murakami se mostr6 mas amable que de costumbre. Confes6 despu& que habfa crefdo descubrir en ella rasgos de su esposa difunta cuando era joven. Izu llevaba puesto un kimono tiadi-cional verde oscuro con un obi negro. Se trataba de uno de los que se

* Foima teatral donde todos los actores son hombres. Nunca hay sincionia en­tre los pailamentos y las acciones repiesentadas. ' En iealidad una saikoku, tal como se entendfa este oficio en el periodo impe-iiaI. Sus funciones estaban a medio camino entie sirvienta, ama de llaves, don-cella y dama de compania. Las saikokus desempenaban todas estas funciones y al mismo tiempo ninguna.

Page 143: Bellatin, Mario. Obra Reunida

155

confeccionaron en los anos de la represi6n.^ No tenfa dibujos ni relieves en el bordado. Era notable el trabajo artesanal que habfan desarrollado las modistas en esos anos, durante los cuales debieron Uevai su talento hasta el punto mis elevado sin dar muestra evidente de ello. Dos pasos atras se mantenia Etsuko, quien vestfa un kimono prestado por su senora. El se-fioi Muiakami despidi6 a sus empleadas y mosti6 6l mismo las piezas. Permiti6, sin embargo, que permaneciera presente su sirvienta Shikibu. En voz baja le pidi6 que se mantuviera atenta para lo que se pudiese ofre-cer. La vieja siivienta salud6 a Izu con recelo. Pero le brind6 el mismo trato cordial que siempre ofrecfa a los invitados. Tardaron cerca de cua-tro horas en terminai el recorrido. Los objetos estaban iluminados por pequenos mecheros alimentados por alcohol colocados en lo alto de las paredes. Izu se pregunt6 c6mo los encendian, pues los encaigados de ilu-minar en aquella forma las casas y las calles de la ciudad habfan desapa-recido anos antes. El senor Murakami fue particularmente explicito al hablai de cada uno de los objetos de la colecci6n. Luego convid6 a su vi-sitante a tomar el te. Alab6 las viitudes de Shikibu paia prepaiarlo. Si bien no haria gala de una ceiemonia en regla, Shikibu habfa adecuado un m^-todo paiticulai para tomai el te" en menos de media hoia. Llenaba de agua una olla de metal, que colocaba luego sobie la hoinilla de la cocina. Mien-tias el agua hervia, la vieja siivienta elegfa las tazas apiopiadas paia cada ocasi6n y colocaba, en cada una, cieitas bolsitas de papel que contenian hojas secas de la planta del t^. Acto seguido, ietiraba el agua del fuego y lo veiti'a en esas tazas, las cubiia con el plato en el que mis taide las colo-caria, y espeiaba unos cinco minutos. Sacaba despu& las bolsitas de pa­pel del interioi de las tazas. El ultimo paso consistfa en ponei sobie una bandeja de ceiimica las tazas, un platito con rodajas de lim6n finamente cortadas, y una azucarera con una cuchaiilla de plata que hacia juego con la bandeja. Mientias Izu declinaba la invitaci6n con una soniisa, guaid6 la libieta donde habi'a hecho sus apuntes y se despidi6 con amabilidad. Dej6 la casa seguida poi Etsuko. En la teuni6n que sostuvo con sus ami-gos el jueves siguiente, el senoi Murakami sefial6 que s6lo en el momen-to de la despedida repai6 en la piesencia de aquella joven siivienta.

En los dias posteiioies, Izu estuvo muy atareada con los asuntos de la universidad. Sobre todo, en la iedacci6n de un ensayo sobre la visita que

^ Lapso hist6iico —entre la era Meiji y el peiiodo Kamakura— dominado por las fueizas militares, en el cual todo adorno personaI era considerado un home-naje al antiguo podei imperial.,

Page 144: Bellatin, Mario. Obra Reunida

156

acababa de realizar. Teni'a la intenci6n de destacar las relaciones entre el | piesente y el pasado que podian haIlarse en la colecci6n. Encontraba cier- | tos desequilibrios en la seIecci6n que debia mencionar.. Quiza" esos erioies .;!| sutiles eian los que hacian evidente la falta de formaci6n acadeYnica del j padre del senoi Murakami.. No le quedaba otro remedio que ser dura en 'i el comentaiio contra los criterios empleados. Era intolerable, pensaba, que para piezas aitisticas de ciertas epocas se utilizaian las pautas dindsti- 'i cas como metodo de selecci6n y para otras se pensara s6lo en el caracter utilitaiio o militai de los objetos. Aquella muestra parecfa el producto de un tiabajo improvisado, sentenci6, el capricho de alguien que de pionto se encuentra con la posibilidad de cumplii el menor de sus deseos.

El profesor al cual le present6 el trabajo, qued6 sotpiendido. Se llamaba Matsuei Kenz6 y tenia el cuerpo fotnido, como si en sus iatos libies se dedicara a frecuentai los shojibo? de los aliededoies o se ejercitaia en apa- > ratos gimndsticos. Algunas muchachas de la univeisidad estaban enamo-iadas del maestro, y se matriculaban en sus cursos s6lo para estar cerca de 6l. A pesar de ese asedio, nunca se le conoci6 historia amorosa alguna. Es-to Io hacia aun mis iespetable a los ojos de Izu, quien jamas habiia acep-tado tomar ningun curso con alguien que no mostrara una conducta intachable. Acudi'a a sus clases aun cuando no soportaba la actitud de sus companeras, quienes pasaban las horas de dictado murmurando y ha-ciendo comentarios irrelevantes. El maestro Matsuei Kenz6 calific6 la crftica de Izu de veraz y arriesgada. Habl6 con su alumna para decirle que no eran usuales en el pais esa clase de trabajos. Aquello era comun en el extranjero, donde las opiniones est^ticas o intelectuales no tenfan necesariamente que ver con cuestiones personales. Era factible, prosigui6, que alguien criticase en los terminos mas duros a un amigo artista, y que la amistad continuara como siempre. El maestro habia quedado tan sor-prendido con el ensayo, que sugiri6 la posibilidad de verlo publicado en una revista de arte con la que tenfa relaci6n. Si estaba interesada en la propuesta, Izu debia presentar una versi6n condensada.

En esos dfas el fno hizo prever que el invierno, que estaba a punto de co-menzar, serfa bastante inh6spito. Izu acostumbraba asistir a sus clases vestida a la usanza occidental. En aquella ocasi6n, llevaba puesto un su^-ter de cachemira beige y una falda escocesa cerrada con un gran imper-

^ Establecimientos que tenfan la funci6n de hacer sentir a los usuaiios como si estuvieian en la playa. Se pusieron muy de moda en los afios sesenta.

Page 145: Bellatin, Mario. Obra Reunida

157

dible. Calzaba unos mocasines a los que se les debia colocar una moneda como adorno. Cuando sali6 al campus, se puso un abrigo largo de Iana de oveia. Estaba entusiasmada con el dictamen del maestro Matsuei Kenz6. Le ilusionaba sobremanera la posibilidad de que el articulo pudiera ser publicado. En la universidad habfa dos grupos que pugnaban por el po-der. El de los Conservadores Radicales, liderado por la diminuta maes-traTakagashi, y el de los Modernos a Ultranza, del que formaba paite el maestro Matsuei Kenz6. Los Conservadores Radicales habfan detentado el poder desde la cieaci6n de la facultad, y en sus planteamientos busca-ban defender el pasado ativico sin permitir la inclusi6n de ideas foraneas ni de m&odos contemporaneos para encargarse del acervo artistico del pafs. Antes de encontrarse con Etsuko, que todas las tardes iba a la uni­versidad a recogerla, Izu se cruz6 con dos compafieios de curso. Ambos eran delgados, de cabello algo largo y usaban gafas cuadradas. Estaban sorprendidos con una noticia que habia aparecido esa manana en la pd-gina cultural de los peii6dicos. La nota se referia a un hombie que habia decidido vomitai sobie ciertas obras de arte cdebies. Aquel sujeto comi'a pirlas o fiambuesas hasta hartarse. Acto seguido arrojaba sobre las obras un v6mito amarillo o rojo segun fueia la fruta que hubieia ingeiido. Lo amparaban las leyes de los pafses donde habia cometido el acto, pues no podi'a probarse que fuera intencional. Izu los escuch6 sin hacer comen-tarios. Luego les dijo que tenia prisa.

Izu contaba con un sal6n en casa de sus padies donde se dedicaba al tra-bajo inteIectual. Cuando se matiicul6 en la univeisidad, le acondiciona-ron una pequena estancia que alguna vez habia seivido para la ceremonia del ti. Daba a un jardfn pequefio, que si bien era algo refinado no se comparaba con el que Izu disfrutaria despu^s de su boda. A veces, Izu le pedia a Etsuko que trasladara sufut6r? al estudio. En esas ocasiones dor-mia alli, en lugar de la sala principal de-la casa donde descansaban todos los miembros de la familia. Del estudio se salfa al jardi'n a trav& de unas puertas coiredizas, que se iegulaban de acueido con las condiciones del clima. En los dias soleados y caIuiosos, las puertas se abrfan de par en par. Los libros, los cuadernos de apuntes y la maquina de escribir Olivetti eran entonces iluminados por una luz fulgurante. Por el jard{n pasaba un iia-chuelo. Pero como el terreno era en pendiente, resultaba imposible que sobievivieran los peces que tiat6 de criai. Debia contentaise con el ru-

' Colch6n de algod6n prensado que da al usuario sensaci6n de abrigo cuando hace fiio y viceveisa, de frescuia cuando hace calor

Page 146: Bellatin, Mario. Obra Reunida

158

mor del agua corriendo. Con el frescor que, de cuando en cuando, en-traba por la ventana,.

Dos dfas despu& del dictamen del maestro, Izu se dispuso a trabajar en la condensaci6n necesaria para publicar el articulo en la revista. Estaba a punto de hacerse de noche. Un viento frio venia del sur, lo que impe-dia que se viera mas aUa de los lfmites del jaidin. Las puertas y ventanas estaban cerradas. Izu se habia puesto un kimono grueso y unas medias de lana. Ese dia no teni'a previsto salir. Habfa regresado una hora antes de la universidad y su unico deber, ademis del trabajo encomendado, era el de acostat a su padre. Las tres mujeres de la casa debi'an trasladarlo por las noches del tatami' al fut6n donde dormia. Una vez acomodado, la madre le dejaba junto a su cabeza una toallita para el tratamiento de la mafiana siguiente. Antes de acostarse Izu debfa rezar las oraciones del monje Magetsu, deI que su padre y toda su familia eran devotos. Segun la leyenda, Magetsu^ fue el iniciador del juego de tres piedras blancas contra tres piedras negras, que durante siglos se practic6 furtivamente. Mientras rezaba, Izu daba masaje en los pies al padre, siguiendo los pre-ceptos de la ticnica shiatsu^ que habia lei'do en un manual.

En las mananas, Izu le aplicaba al padre otro tratamiento. El m6dico le habfa ensefiado la manera de hacerlo. Cada sesi6n duiaba un piomedio de hora y media. Inmediatamente despu& de levantarse, debia acercar-se al lugar donde su padre dormfa y mirar fijamente sus parpados cerra-dos. Tenia, al mismo tiempo, que colocar su mano derecha en la frente del enfermo. Soplaba, despues, suavemente sobre su rostro. En aquel momento la madre, que dormia en unfut6n a pocos centfmetros del lu­gar, soh'a despeitai. Casi sin desperezarse, se levantaba para ayudar a su hija. Era muy curioso verla, a esas horas de la mafiana, con el largo ca-bello blanco y despeinado. Debfa sostener a su esposo por los brazos, pa­ra que Izu comenzara a dar masaje a la zona alrededor del cuello. Izu presionaba con el dedo i'ndice de una mano, mientras que con el mismo dedo de la otra oprimia la clavicula. Se detenia en esa regi6n casi una

' Esteia de mimbre con la que se suelen cubiir las habitaciones. Tienen una medida unica, de ahi que el aiea de una habitaci6n se indique por el numero de tatamis que caben en ella.. '" Monje fundamentalista que afirmaba no habei tenido una sino muchas muer-tes. En cada uno de estos decesos lanz6 alaimantes profecias que aun estdn por cumplirse. Su culto estd muy difundido sobre todo en las regiones montafiosas. " Forma de masaje curativo.

Page 147: Bellatin, Mario. Obra Reunida

159

hora. Las dos mujeres ignoraban si aquellas sesiones le eran o no agra-dables al padre. El paciente no parecfa estar despierto mientras era so-metido al tratamiento. S6lo de cuando en cuando, emitfa unos sonidos cuyo significado ni la madre ni la hija logiaion nunca desentrafiar. Otras veces, el anciano despedfa un interminable hilo de saliva, que la madre limpiaba con la toallita que por las noches dejaba para ese fin junto a su fiit6n. Concluido el proceso, las dos mujeres trasladaban al padre al ta-tami en el que pasaba el di'a.

Una semana despu& de que Izu visit6 la colecci6n de piezas tradieiona-les, se produjo la primera senal del senor Murakami. A las nueve de la mafiana, cuando Izu ya habfa terminado de aplicar el tratamiento a su padre y estaba prepara tidose para ir a clases, el autom6vil negro se esta-cion6 frente a la verja. El chofer baj6, llam6 a la puerta y deposit6 en los brazos de Etsuko el ramo de orquideas negras. "Por aquel sonido que irradi6 vida a la colecci6n", decfa la nota que lo acompaiiaba. Al dia si-guiente Izu recibi6 una llamada de una empleada invitindola, de parte del sefior Murakami, a un restaurante c^ntrico. No acept6. Adujo un compromiso. Luego fue a su estudio y se acerc6 a las ventanas para mi-rar el jardin. A pesar del frfo, las entreabri6 para respirar el aire helado. Pens6 en el resumen que acababa de hacer de su ensayo. Por pudor habfa eliminado algunas de las crfticas vais contundentes. Sin cerrar las venta­nas, se dirigi6 a su escritorio. Despu& de revolver algunos papeles, tom6 asiento. Cinco minutos mas tarde, empez6 a teclear en la miquina. Es­taba redactando nuevamente el texto original.

Durante los dfas siguientes, los regalos continuaron llegando sin inte-rrupci6n. De manos de Etsuko, Izu recibi6 perfumes, tallas artesanales que conmemoraban las distintas muertes del monje Magetsu, las floies mds extranas, asf como catilogos de arte tradicional. Todos los objetos iban, casi siempre, acompanados de una tarjeta que aludfa a su voz. El senor Murakami incluso la lleg6 a comparat con la de la diosa Tamabe, que con s61o dos trinos habfa conseguido que los cielos dieian origen a las semillas del aiioz. Nunca, nadie habfa reparado en la voz de Izu. Salvo en una ocasi6n, cuando uno de los ganadores del juego de tres piedras blan-cas contia tres piedras negras le obsequi6 la cinta que habfa usado en la contienda. Dijo que lo hacfa en agradecimiento a los vftores angelicales que habfa escuchado durante la lucha. El jugador asegur6 que aquella especie de trinos Io habfa hecho ganar. Tras mandar durante algunas se-manas distintos presentes, el senor Murakami envi6 una pulsera de oro. Izu la recibi6 desconcertada. No quiso que la viera su madre, por lo que

Page 148: Bellatin, Mario. Obra Reunida

160

se encerr6 en el cuarto de bano,. Cuando escuvo sola se prob6 la joya, y pas6 cerca de media hora contemplando c6mo lucfa en su antebrazo. Izu tenfa la piel un tanto tostada y sus brazos mostraban el aspecto piopio de las mujeres de Ochun.'^ El tono de piel y la peculiaridad de su figura delataban el cruce de procedencias que habi'a en su sangre. Mientras que su padre eia oriundo de un pueblo gueirero del centro del pais, su ma-die provenfa de las pequenas islas del archipielago.. Desde nina, el fisico de Izu habia llamado la atenci6n. Fue toda su vida consciente de ello, pero nunca le gust6 demasiado que s6lo apreciaran su apariencia. Siem-pre trat6 de demostrar que lo realmente importante era su determina-ci6n para enfrentar, con valentfa, las distintas situaciones que se le iban presentando.

Una vez que hubo observado lo suficiente la pulsera en el biazo, le or-den6 a Etsuko que el siguiente fin de semana fuera a devolver la joya. La empaquet6 con cuidado, para que no se notaia que la habia abierto. Etsuko obedeci6, y el sabado camin6 sola con destino a casa del senor Muiakami. Izu se esmei6 en que fuese bien piesentada. La visti6 con un kimono de galas menoies. Etsuko se fue alejando, poco a poco, con el paquete en las manos. Taid6 varias horas en regresai. Izu la esper6 an-siosa. Queria sabei c6mo habfa reaccionado el sefior Murakami ante su rechazo. La tardanza la llev6 a pensar, por un momento, en un acciden-te. Cuando Etsuko por fin volvi6, la not6 mas palida que de costumbre. Al preguntarle por su demora, Etsuko contest6 que el senor Murakami no estaba en su casa. Habia tenido que esperar varias horas en el vesti-bulo. Cuando Izu quiso seguir indagando, Etsuko se retir6 sin decir una sola palabra mas.

El aitfculo fue publicado en enero. Result6 sorprendente la rapidez con la que apareci6, teniendo en cuenta que la autora era una desconocida. Pocos dfas mas tarde, dejaron de llegar los regalos a la casa. Izu esper6 una semana antes de llamar al senor Murakami. Queria disculparse por haber rechazado la joya, y agradecer las demas atenciones. Le contest6 la misma empleada que la habfa llamado para transmitirle la invitaci6n a cenar,. Dijo que no habia nadie en casa, pero que en cuanto llegara su se­fior ella misma se encargarfa de darle el recado,, El senor Murakami no devolvi6 la llamada. Izu volvi6 a hablar por telefono la semana siguiente.

'* Regi6n enclavada en el centro mismo del pafs, cuyas mujeres tienen la parti-cularidad de lucir unos muy bien delineados cuerpos

Page 149: Bellatin, Mario. Obra Reunida

161

Nuevamente la atendi6 la misma empleada, quien otra vez le asegur6 a Izu que su senor no estaba en casa. En aquella segunda ocasi6n, el senor Murakami tampoco llam6.

Al dfa siguiente, despues de las clases en la universidad, Izu se present6 en la pequena oficina del maestro Matsuei Kenz6. Queria saber que* con-secuencias habfa tenido la publicaci6n del artfculo. El maestro le contes-t6 que precisamente acababa de hablar con el director de la revista de aite donde habfa apaiecido su ensayo. Pdr lo visto, hasta ese momento no habfa sucedido nada. Era extrano, poique habitualmente los afecta-dos poi alguna crftica pagaban avisos en los diarios para desmentir las opiniones vertidas. El maestro Matsuei Kenz6 tambi^n dijo que el direc­tor estaba muy contento con la crftica. "Al fin alguien se ha atrevido a desenmascaiar a un falso coleccionista", fueron sus paIabras. En ese ins-tante, Izu pens6 que nunca habfa queiido desenmascarar a nadie pero le agradaba que el director estuviera satisfecho. Antes de irse, le pregunt6 al maestro Matsuei Kenz6 de que" manera podfa cobrar sus honorarios.

El director de la revista se llamaba Mizoguchi Aori. A instancias del maes­tro Matsuei Kenz6, Izu fue a verlo la semana siguiente. Llevaba un abrigo con botones forrados.. Febrero estaba empezando, y aquella tarde habia sentido tanto frio que tenia puestos unos guantes oscuros. Para evitar la luz del sol de invierno, decidi6 colocarse unos anteojos de vidrios ahu-mados. Se los habfa quitado al entrar. Los llevaba encima de su peinado. Las oficinas de la revista estaban situadas en un espacio agradable. Se ha-bian decorado con muebles de lineas precisas, cubiertos con placas de formicaP En la entrada habia dos llmparas de pie con luces graduables, y un par de palmeras enanas. De las paredes colgaban reproducciones de pinturas tradicionales y de arte moderno. El director vestia de negro. Era un hombre de unos treinta y tantos anos, que estaba comenzando a per-der cabeIlo. Lo acompanaba un perro danes, que se mantuvo todo el tiem-po echado en la alfombra en un rinc6n de su despacho. En las paredes de esa secci6n, s6lo habfa reproducciones de Francis Bacon.^ El director Mizoguchi Aori la recibi6 personalmente. Despues de saludarla, le dijo

" Material artificial uriIizado especialmente por la industiia del mueble. Puede sei usado tambi^n paia la decoraci6n de inteiioies. Entie sus virtudes estan su capacidad de imitar materiales nobles como la madera o el mirmol y la ventaja de que puede sei Iavado con facilidad. " Pintor ingle^.

Page 150: Bellatin, Mario. Obra Reunida

162

que su aiticulo era muy valiente. Coment6 tambie^i que era tal el silencio que habfa seguido a la publicaci6n que estaban desconcertados. Mizogu-chi Aoii s6lo sabfa que eI jueves anterior, en la reuni6n semanal con sus amigos, el sefior Muxakami habfa sido vfctima de burlas sutiles. Durante toda la cena, el senor Murakami habfa estado muy serio. No adopt6, ni Iejanamente, la complaciente actitud que tomaba con esos mismos ami-gos cuando criticaron la compra del coche y sus tratos con las tropas de ocupaci6n.

Izu comenz6 a sentir remordimiento por su conducta. Algo le hacfa sos-pechar que habfa actuado de manera apresurada. En realidad la idea ini-cial no le pertenecfa, pensaba. Habia sido el maestro Matsuei Kenz6 quien le habia asignado la tarea de hacer un trabajo sobre la colecci6n Muraka-mi. En clases previas se habfa hablado, muchas veces, del peligro que su-ponfan los coleccionistas improvisados. Eran los que sin fundamento se atrevfan a dar las pautas al mundo del aite, sostenfa el maestro casi siem-pre en forma acalorada. Mientras Izu, sentada en su estudio, intentaba concentrarse en una monograffa que debfa entregar al dfa siguiente, trat6 de descubrir las verdaderas causas que la habfan llevado a escribir aque-llas impresiones sobre la muestra. Tecleaba con furia en su m4quina Oli-vetti. El senor Murakami tenfa un aspecto compacto, de piernas y biazos cortos. Era calvo y su cabeza formaba una circunferencia casi peifecta. De las orejas un tanto puntiagudas sobresalian algunos vellos, que segu-ramente la mafiana en que se conocieron habfa olvidado emparejai. Por un momento, el senor Murakami le paieci6 la triste cuspide a lo que en ese momento podfa aspirar como mujer. El tiempo se le estaba yendo demasiado aprisa. Le parecfa que apenas ayer asistfa, junto a su padre, a ver el juego de tres piedias blancas contia tres piedias negras que se prac-ticaba cada sdbado en el s6tano del negocio familiar. En ese instante, sin-ti6 que no habfa vivido lo suficiente. De pronto tenfa veinticinco anos y, sin habeilo buscado, un pasado motivo de cierta veiguenza.

Cuando Akiia, su piimer pretendiente, muri6, Izu se prepaiaba para in-giesar a la universidad. Debido a la enfermedad del padre, habfa retiasa-do algunos aiios la fecha de inicio de sus estudios superiores. Por eso cuando se decidi6 a piesentai su examen de admisi6n, muchos de sus compafieros de escuela eian ya piofesionales. Los novios convinieron en que Izu estudiarfa durante los primeros anos de matrimonio. Los padres de Akira se opusieron, de maneia rotunda, a ese acueido. No querfan que su hijo se casara con una intelectual. Nunca la vieion con buenos ojos. Poi ese motivo, ni siquiera en los funerales del hijo le asignaron un

Page 151: Bellatin, Mario. Obra Reunida

163

lugar a la altura de su rango. La sentaron con los parientes Iejanos de la familia. Tampoco le correspondi6 ninguno de los huesos que quedaron despu& de la incineraci6n. La tarde que Akira muri6 Izu regresaba de la casa del maestro Mitsubishi,quien impaitfa las clases particulares nece-sarias para aprobar las pruebas de ingreso. Su madre la esperaba frente a la puerta. A1 verla llegar, se abalanz6 a iecibirIa. Izu sospech6 que, tal vez, le habfa sucedido algo malo a su padre. En ese entonces su enfermedad comenzaba a ser iealmente grave. Si bien es cierto que todavfa no estaba postiado sobre el tatami la jornada entera, ya mostraba dificultades para desplazarse por la casa. "Deteiioio progresivo del sistema linfatico", ha­bfa sido el dictamen del m^dico. Un proceso que acabaria matando al enfermo cuando los sfntomas se manifestaran en las vfas respiratorias. Cuando Izu pregunt6 que* ocurrfa, su madre se ech6 a llotai tapandose la cara con las manos. "Tu novio tiene mal de rabia. Parece que no hay espeianza", dijo, y entr6 con rapidez. A Izu la noticia la dej6 desconcer-tada. Cuando reaccion6, sali6 corriendo a la casa de Akira. Vio algunos coches estacionados a la puerta. Llevaba consigo los cuadernos donde habfa estado apuntando las ensenanzas del maestro Mitsubishi. No ha­bfa podido ver a Akira durante la ultima semana. Sus estudios la mantu-vieron ocupada. Habfa llamado a su novio dos veces, pero la familia se neg6 a comunicarla. Le dijeion que estaba ligeramente enfermo, y no podia levantarse a contestar el tel^fono. Cuando Izu iba a entrar, sali6 un m^dico acompafiado de dos enfermeros. Una mujei, de pie junto a la pueita, le inform6 que las visitas no tenfan permitido traspasai eI vestf-bulo. La mujer se habfa hecho un extraiio peinado y llevaba un su&er de color iosa. Izu crey6 reconocerla. Meses despu&, iecordaifa que era la tfa preferida de Akira. Supuso entonces que aquel peinado se lo habfa he­cho antes de enterarse del trance final de su sobiino. La mujer le dijo que, previo al retiro del cadavei, el mddico habfa ordenado una desin-fecci6n a fondo. Izu sinti6 un intenso calor en la espalda. No habl6 una palabia en el funeial. Durante todo el tiempo que duraron las exequias, Izu unicamente pudo pensar en que debfa iegiesar a su casa para prepa-rat el examen de ingreso. Si lo superaba, sus padres habfan prometido convertir el sal6n destinado a la ceiemonia del t6 en un estudio en el que se pudieta dedicar con disciplina a su tarea inteIectual. Tambi^n trat6 de recordar las ensenanzas que, en esos dfas, le habfa impartido el maestro Mitsubishi. A la salida Etsuko, su fiel sirvienta, la aguardaba en la puer-ta del templo.

Izu conoci6 a su segundo pretendiente cuando estaba en el tercer semes-tre de la carrera. La familia de Tutzfo, era el nombre de aquel aspirante,

Page 152: Bellatin, Mario. Obra Reunida

164

habfa hablado meses antes con sus padres. Estaban pteocupados por la -solterfa del hijo menor. Sus hetmanos vivi'an en los Estados Unidos. E1 : mismo Tutzfo habfa residido un tiempo alli. Tenfa aficiones poeticas y, alentado pot un grupo de amigos literatos, habia viajado a Mexico para experimentar ciertas situaciones que la familia no supo explicar con exac-titud. Los hermanos lo habfan mandado de regreso a casa, advittiendo que no lo recibirfan nuevamente si no era con una esposa y con la inten-ci6n de instalar un negocio. A los padres de Izu les dijeron que buscaban aireglar un compromiso para su hijo. A Izu no le desagrad6 aquel mu-chacho. Siempre habfa sentido atracci6n por los hombres de su pais que conocfan Occidente y lograban, de alguna manera, poner en pr4ctica lo mejor de las dos culturas. Sin embargo, a los pocos dias de conocerlo co-menz6 a parecerle algo inusual su conducta. Le dio la imptesi6n de que Tutzfo se aburrfa cuando estaban juntos. Lo unico que su prometido ha-cfa cuando la visitaba en su estudio, era llamar constantemente a casa de sus padres para decirles que estaba allf. Le hablaba ademas con de-masiada frecuencia de Dazai Ozamu, a quien consideiaba el unico es-critor verdadero del siglo. Izu se apresur6 a comprar sus libros y los ley6 furtivamente. Le parecieron historias tristes. En alguna ocasi6n expres6 su punto de vista. Tutzfo, ni siquiera le contest6. Tampoco decfa nada cuando ella hacfa un recuento de la verdadera historia de arte del pafs, tal como la habfan estructurado algunos maestros de su universidad y no los historiadores oficialistas. Pasaban juntos todas las tardes. A1 anoche-cer desaparecfa, no sin antes introducir a Izu en los matorrales que habfa a un lado de la verja de entrada. AIIi' acariciaba su cuerpo con atrevimien-to. Cuando pocas semanas antes de la boda Tutzfo le anunci6 que iba a San Francisco a pieparar una vida futura para ambos, Izu presinti6 que no lo volverfa a ver. A pesar de que antes de irse le habfa hecho un rega-lo simb6lico. Le ofreci6 una cajita con su ombligo de bebeV Le asegur6 ademas que comprarfa un otsu^ de tierra para que los sepultaran juntos. Luego de la partida de Tutzfo, su madre empez6 a visitar a Izu todas las tardes. Parecfa que con aquellas horas buscara suplantar la presencia de su hijo ausente. Un ano despues, la madre de Izu tuvo que pedirle que no volviera mds. Lo solicit6 con delicadeza, dici^ndole que su hija nece-sitaba ese tiempo para dedicarlo al estudio.

" El regalo del ombligo es una costumbre ariaigada especialmente en la casta comercial del pafs, En muchas ocasiones suplanta a los esponsales. '* Medida de tierra que se suele usai en los cementerios.. Un otsu es equivalente a medio metro cuadrado, por lo que no es extrano que muchos de los difuntos sean entenados de pie.

Page 153: Bellatin, Mario. Obra Reunida

165

La esperada llamada del senor Murakami no lleg6 en los dfas siguientes. Como de costumbre, Izu dedic6 sus jornadas aI estudio y al cuidado de su padre.. La familia era duefia de unos almacenes en el centro de la ciu-dad. Unos anos antes, el padie habia sido uno de los administradores. Despu& fueron sus hermanos quienes se ocuparon del negocio. Todos los meses, depositaban en el banco la parte que le coirespondia de las ga-nancias.. A pesar de haber gastado mucho dinero en medicos y medici-nas, no se notaban en el hogar sintomas de carencia. Parece que el padre de Izu habia sido lo suficientemente precavido como para podei afron-tai sin angustias cualquier imprevisto. Pero pese a la seguridad econ6mi-ca, a Izu le habrfa gustado tener un trabajo fuera de casa. Sus clases eran, por lo general, en las mananas. Le quedaba la tarde libre. Deseaba un empleo porque sentia que el ambito universitario comenzaba a resultar estrecho para sus intereses. Desde la infancia habia querido sei parte ac-tiva de la vida publica. Siempre habia intentado demostiar que estaba prepaiada para enfrentaila. Ya a los once afios habia esciito un tiatado sobre el juego de tres piedias blancas contra tres piedias negras paia evi-denciar que contaba con los iecuisos intelectuales necesaiios. Habia si­do tambidn la mas habil de entte sus compafieios para llegar antes que ninguno a Ia casa de la biuja Higaona. Sin embatgo, pese a haber teni-do siempre el firme prop6sko de trabajar nunca habia hecho nada con-creto para llevarlo a cabo.

A mediados de febrero, al terminar una clase de crftica del arte, Izu fue requerida por el maestro Matsuei Kenz6. Cada vez que era Uamada por el, las demis alumnas se arremolinaban a su alrededor. A Izu le avergon-zabasemejante comportamiento. Sobre todo, por el temor de que el maes­tro pudiera pensar que Izu era igual a ellas. En aquella ocasi6n el maestro Matsuei Kenz6 vestia un traje de tres piezas, gris con rayas casi impercep-tibles. Su camisa era de una blancura impecable. El maestro Matsuei Ken-z6 tenfa el encargo de entregarle una invitaci6n de Mizoguchi Aori.

Izu supo entonces que era convocada para la fiesta de aniversario de la revista, que se llevarfa a cabo dos meses despu&. Estaba programada pa­ra la ultima noche del invierno. Primero habrfa un coctel en las instala-ciones y luego una cena en un restaurante situado en el centro antiguo de la ciudad, frente a la explanada donde se presentaban las Mujeres Ce-rezo. El restaurante lo frecuentaban personajes deI ambiente artfstico e intelectuaL. Se cuenta una an^cdota bastante triste del dfa en que lo visi-t6 el ganador del Premio Nobel. En ese entonces, era ya un anciano dis-minuido con el cueipo enjuto. Fue tal el agarrotamiento que sinti6 en

Page 154: Bellatin, Mario. Obra Reunida

166

los pies antes de cenar, que result6 imposible quitarle los zapatos para entrar al piivado. Los miembros del seivicio, diligentes y nerviosos, ade-cuaron unos tapetes en el lugar que ocuparfa para que pudiera comei con los zapatos puestos. Eso ocurri6 pocos dfas antes de que abriera la Uave del gas de su casa y se suicidara.

Dos dias mas tarde, a Izu la llamaron de la revista para confirmar su asis-tencia. Los festejos terminarian tarde. Tenia que decirle a su madre que esa noche no la esperara despierta. Habfa planeado salir de su casa des-pu6s de trasladar al padre del tatami Afut6n, y pioponerle a la madre que, s6lo en aquella ocasi6n, fuera Etsuko quien rezara las oraciones al Profeta Magetsu y practicara los masajes de shiatiu. La secretaria de Mi-zoguchi Aori le inform6 que habrfa servicio de taxi pagado poi la revis­ta. Despu& de colgai Izu se sinti6 satisfecha, no s6lo por haber sido invitada sino, sobre todo, por la llamada de confirmaci6n. Pens6, de in-mediato, en la ropa que debfa ponerse. Justamente ese dfa, Etsuko lo ha­bfa dedicado a envolver algunos de los kimonos que se usaban durante la piimeia parte del invierno. Habfa utilizado papeles de seda para guar-darlos. Dentro de cada uno coloc6 algunas bolitas de naftalina. De acuer-do con la tradici6n, esos kimonoi no podian seguir usandose despu^s de esas fechas. No importaba que el frfo continuase ni que fuese, incluso, mas intenso. En esa epoca era obligado usar los de tela un tanto mas li-geia. Sabia que no podia pedirle a Etsuko que desenvolviera ninguno y menos para pon^rselo dos meses despu&, que era cuando se lIevaifa a cabo la celebraci6n. Concluy6 que lo mas adecuado serfa llevar un ves­tido negro con escote, y como unico adoino un collar de perlas cultiva-das. Record6 que el vestido negro que posefa hacfa juego con la pulsera que le habfa mandado el senor Murakami meses atras. Lament6 que, poi reglas que de ninguna manera podfa ignorar, tuviera que haberla devuel-to. Lucirfa tambi^n un abrigo de piel de kohatsu.^ Probablemente serfa presentada como la autoia del texto sobre la colecci6n Murakami. Esta-ba seguia de que aceptar esa invitaci6n, significaba un paso importante en su cariera. Se le ocurri6 que ir vestida a la moda occidental acrecen-tarfa el impacto de su articulo. Debfa demostrar, con sus modales y su atuendo, que no compartfa el criterio artfstico del grupo de Conserva-dores Radicales quienes, pese a su celo y cultura, nunca habfan encon-tiado irregularidades en la muestra que Izu se habfa tomado el trabajo de analizar.

Nombre que ieciben las mattas en el pais.

Page 155: Bellatin, Mario. Obra Reunida

167

Cuando comenzaba a anochecer Izu se acerc6 a su madre, quien se en-contraba en la estancia principai Ieyendo en voz alta eI peri6dico, una costumbie que habi'a desarrollado casi al mismo tiempo que la enferme-dad de su marido avanzaba. Al principio, lo hacfa convencida de que el enfermo segufa su discuiso. Pero ahora le era imposible saber si escucha-ba. A veces, mientras su mujei lefa, el padre destilaba un hilo de saliva por las comisuias. Segun Izu, aqu&la era la sefial de que estaba pendien-te de la lectura. Pese a todo, cada vez eran menos las ocasiones en que aquel hilo se haci'a visible. Izu le dijo que quen'a hablarle antes de acos-tar al padre. Le pidi6 hacerlo en privado. La madre se levant6, y dej6 el peri6dico al lado del tatami. Juntas fueron al estudio. Sin decirse nada, se acercaron a la ventana. El canto de los paJaros de invierno habfa cesa-do. Pese a que una sombra negra inundaba los rincones del jardfn, aun habfa restos de luz. La madre dijo que ya era tiempo de encender las ldm-paras que colgaban de los irboles. No importaba que el frfo fuera persis-tente. Habfa que prenderlas. Esas luces no se encendfan en las fechas m&s frfas del ano. En ese periodo se debfa respetar la sensaci6n de que se es­taba aislado del mundo. Aparte de ser una costumbie ancestral, que so-bre todo la gente de las islas cultivaba desde siempre, para la madre era agradable hacerse a la idea de que aquellos meses podian tener una uti-Udad prictica. La de reflexionar, desde el encierro, sobre los sucesos que habian ocurrido el resto del ano. Cuando la madre volvi6 a mencionar el calendaiio para ieferirse a que se debfan encender ya las luces y reanudar asi la vida social, Izu aprovech6 para hablar de la invitaci6n al aniveisaiio de la revista. Aqu^Ua seria la primeia vez que saldria sola de noche. Era diffcil explicarle a la madre que piimero in'a a un coctel, despu& a una cena y que regresaiia en Ia madrugada. Tenia que sugeiirlo de una forma delicada. Podfa provocar el Uanto de la madre. Izu comprendfa que, para eUa, esa salida podfa significai el fin de una etapa. Si su hija salfa sola de casa, jam& volverfa a ser coitejada como lo exigfa la tradici6n.

Previendo una posible reacci6n desagradable, Izu prefiri6 comenzai men-cionando el artfculo de la revista. Continuaban frente a la ventana, pe-ro se habfan sentado en unos cojines azules. Le conto, tambi^n las metas que se habfa trazado en la vida. Le asegur6 que no le importaba haber dejado de lado los asuntos sentimentales si esa decisi6n le permitfa dedi-carse a ser una crftica destacada. Quizd a su padre no habrfa tenido que decirle tantas cosas. Desde pequena se habfa encargado de mostrarle sus m^ritos y estaba segura de haberlo conseguido. Aqu^lla era una de las ra-zones por las que pensaba que, en cierta medida, habfa escapado a la edu-caci6n que recibieron sus companeras. Sin embargo, siempre supo que

Page 156: Bellatin, Mario. Obra Reunida

168 -M

con su madre Ias cosas eran diferentes. La veia apreciando el mundo coi'i8 ^*w

mo un lugar demasiado reducido. No queiia alarmarla. Debia ser cui-J | dadosa. La madre estaba enterada de que su hija habfa publicado un M artfcuIo, pero ignoraba Ios detalles y las consecuencias que eso habi'a su- 1 puesto.. Izu le explic6 por eso algunos poimenores de la veidadera natu- m raleza de su critica. A la madre le preocup6 que su hija pudiese haber 'i causado algun dano. Izu la tranquiliz6 diciendole que precisamente pa- | ia que no hubiese una interpretaci6n incoirecta, debfa ir a las celebra- % ciones de aniversario. '|

! Inexplicablemente, el tres de marzo fue un di'a soleado. Amaneci6 con '! esa luz intensa que s6lo es posible apreciar durante determinados medio- " dfas. A Izu le agrad6 aquella atm6sfera. A pesar de que sabfa que el frfo ^ continuaba igual, el amanecer le dio la esperanza de que pionto el clima " iba a cambiar. SaIi6 a sus clases despues de pracdcarle los ejeicicios al pa-die. Desde que a Izu le adecuaion el estudio, el padre habi'a empeoiado notablemente. Por eso nunca le habfa sido posible matiicularse en los pii-meios cursos del dia. Se habfa atiasado en unas cuantas materias, lo que demorarfa su graduaci6n quiza un afio mas. Ese rezago era otra de las ra-zones por las que empezaba a desilusionarse de la vida acad^mica.. En un comienzo, ctey6 que en esa univeisidad le iban a ensefiar todo lo necesa-rio para convertirse en una profesional competente. Sin embargo, con el paso del tiempo descubri6 que s6lo le darfan ciertos principios. Despuds de cuatro anos y medio de asistir a clases, de ocho semestres esperando recibir la educaci6n artistica necesaiia de sus maestros univeisitarios, Izu habfa comprendido que mientias la organizaci6n del piograma y del metodo de aprendizaje siguieia en manos del Grupo de Conservadores Radicales, no logiaria cubrir las lagunas que le impedian, a ella y a sus compafieros, entendei la verdadera esencia del aite moderno. Si querfa saber algo mas, lo cual parecfa vedado al iesto de estudiantes, debfa bus-carlo en otra parte. Tenfa la sensaci6n de que ya comenzaba a encontiai-lo. La incipiente relaci6n con el maestio Matsuei Kenz6 y con Mizoguchi Aori, era un avance impoitante. Estaba convencida de que con ellos, apren-derfa todo lo que no le ensefiaban en sus cursos iegulares,

Precisamente, aquella manana ambos la habfan visto pasar frente a la ventana de la pequena oficina donde se encontraban trabajando. El maes-tro Matsuei Kenz6 ocupaba una oficina mfnima, que s6lo contaba con un escritorio, dos sillas y un pequeno fut6n. El maestro llegaba tempra-no por la manana, y solfa quedarse hasta la noche. Estaba redactando un libro de catacter didactico sobre la historia del arte nacional, dirigido a

Page 157: Bellatin, Mario. Obra Reunida

K

Sir' i69 mmp.: :_______ fpfp5c i-j estudiantes de los ultimos afios de bachillerato. De cuando en cuan-W$S&' do lo visitaba Mizoguchi Aori, quien acostumbraba quedaise un pat de

horas. Los dos hombies vieron a Izu cuando se dirigi'a a su curso de apre-ciaci6n artistica. En ese momento, Izu mir6 accidentalmente hacia eI edificio de profesores. E1 maestro Matsuei Kenz6 y Mizoguchi Aori le hicieron entonces desde la ventana un gesto con la mano. Izu se aver-gonz6. Sigui6 caminando. Aun fakaban unos minutos para el comienzo de la clase. Izu lleg6 al aula y tom6 asiento en el primer pupitre del lado izquieido. En aquella ocasi6n llevaba un su^ter muy grueso de cuello de tortuga. Era de lana jaspeada y le llegaba hasta las orejas. El cabello suel-to le caia sobre la cara, cubri^ndole ligeramente un ojo. De pronto, el maestro Matsuei Kenz6 y Mizoguchi Aori entraron al aula causando cier-to asombro entre los estudiantes, quienes esperaban a la diminuta maes-traTakagashi. Mizoguchi Aori fue el primero en acercarse a Izu. Le dijo que deseaban tomar un cafe" con ella ese mismo dia. El maestio Matsuei Kenz6 se mantuvo unos pasos atris. No dijo nada. A Izu le agrad6 el contraste entre esos hombies y los estudiantes.. Como la piimera vez que lo vio, Mizoguchi Aori vesti'a de negro. Sus zapatos eran de gamuza. Apat-te de la elegancia, encontr6 algo ii6nico en ellos. Lo not6 observando la forma en que hablaban, su manera de sonreir. Advirti6 ademas que el maestro Matsuei Kenz6 no era el mismo cuando estaba al lado del direc-tor de la revista. Izu crey6 entender que querfan ofrecerle una estrategia para que pudiera responder a las preguntas inc6modas que seguramente le harian en ielaci6n con su articulo duiante la fiesta de aniversaiio. A Izu le molest6 que sus compafieros escucharan la conveisaci6n. Le des-agrad6 especialmente la actitud de las muchachas, quienes de inmediato empezaron a cuchichear como siempre. Antes de salir del aula el maes­tro Matsuei Kenz6 dijo, iepentinamente, que no podrfa ir a tomar cafe" con ellos. Sefial6 que acababa de iecordar una cita programada para esa misma hora. Mizoguchi Aori paieci6 molestarse. Dio media vuelta y sa-li6 del aula. Un momento despu&, la maestra Takagashi entraba en el sal6n. Le sorprendi6 la piesencia del maestro Matsuei Kenz6. Ambos ha-bfan sostenido mas de una pokmica en el imbito acad^mico. Tenfan cri-teiios divergentes. Pertenecian a diferentes lineas politicas, que entrarfan en contienda en las casi inmediatas elecciones universitarias. Pese a todo, se saludaron con cortesia. La maestra Takagashi esper6 a que saliera para dirigiise a sus alumnos. Uno de ellos le recibi6 elfuguya** que siempre lle-

" Vata tradicional que simboliza el podei de quien la detenta. Antiguamente la usaban los maestios de mas alto iango..

Page 158: Bellatin, Mario. Obra Reunida

170

vaba consigo. Sentada en su pupitre, Izu no supo si la invitaci6n segufa; en pie. Subitamente, el maestio Matsuei Kenz6 regres6 y, tras disculpar-i se con la maestiaTakagashi, se diiigi6 a Izu para decirle que la esperarfan; tal como estaba acordado. "El director Mizoguchi Aoii estard en el come-dor universitario a las dos", dijo antes de volver a pedir disculpas a la con-tiaiiada maestia Takagashi por la interrupci6n y retirarse.

Page 159: Bellatin, Mario. Obra Reunida

2

Durante sus afios de casada, la senora Murakami acostumbraba esperar a su marido despierta hasta altas horas de la noche. Desde el final de la tarde, lo tenfa todo preparado para su llegada. Tenfa arreglado con Shi-kibu los detalles de la cena. EI senor Murakami era muy afecto al somo­bono,^ tal como Io preparaban en su familia desde que la anguila fue un artfculo de consumo no restringido. Pero, pese a todos los esfuerzos era infrecuente la ocasi6n en que el sefior Murakami cenaba en casa. A ve­ces no aparecfa en varios dias. De nada le servia entonces a la senora Mu­rakami vestirse diariamente de forma especial para agradar a su marido. Casi siempre usaba batas de colores iridiscentes, que el mismo sefior Mu­rakami le llevaba a casa. El marido nunca revel6 la procedencia de aque-llas ropas. Extrafiamente, las ausencias de su marido no llevaron a la senora Murakami a sospechar una infidelidad. El secreto pareda estar en el bungaIo, que el sefior Murakami se habfa hecho construir cerca del monte principal. Nunca se lo confes6 abiertamente, pero la senora Mu­rakami sabfa que esa pequena construcci6n era un viejo sueno que su marido no habfa podido cumplir mientrasestuvo casado con su prime-ra mujer, la honorable y enfermiza Shoshatsu-Tei. Sabia tambi^n que fi-nalmente habia sido levantado segun un diseno traido de Europa algunos anos atras. Eia curioso que, pese a las circunstancias deI matrimonio, la senora Murakami aguardase con impaciencia el regreso de su marido ca-da noche.

El somobono, que religiosamente preparaba la vieja sirvienta casi siempre se echaba a perder. Ya antes de comenzar a prepararlo sabfa que proba-blemente no seria comido, por lo que casi nunca usaba los ingredientes correctos. Le parecfa absurdo recorrer los mercados del centro en busca de la gelatina dulce para preparai un pIato que nadie probarfa. Hacfa fal-sos somobonos, como los que aparecen hechos en cera en las vitrinas de algunos restaurantes. A pesar de sus anos, Shikibu se mostraba vigorosa. S61o en su rostro se descubrfa la huella de los anos. A veces espolvoreaba

Pkto piepaiado con verduras y caines.. Suele ir acompanado de gelatina dulce.

Page 160: Bellatin, Mario. Obra Reunida

172 | > ^

su cata hasta dejarla de un bIanco opaco. SoIfa hacerlo en las primeras | horas del dfa, antes de salii a iealizai las compias a un mercado ceicano. % Sin embargo, a lo largo de la jornada el maquillaje se iba deshaciendo y J muchas veces cafan partfculas en los platos que preparaba. '

i j

Ademas del somobono de anguila, otra de las recetas preferidas del sefior ! Murakami eran los rollos de algas con arroz, una comida sencilla que da- '; ba mucho de que hablar entre la servidumbre. Se sabia que tenfan como fin mantener el vigor sexual de quien los comiera. En las casas donde el jefe de familia era algo mayor, el servicio redoblaba sus esfuerzos para en-contrar algas iealmente concentiadas. Shikibu las tostaba hasta dejarlas crujientes,. Luego las cocfa con el arroz. Los sudares^ donde se asaban eran siempre de metal. Su madre le habfa ensefiado a usarlos. Antes habia ha-bido uno en la casa, tambien impoitado, peio no de metal sino de bam-bu. El paquete en el que lleg6 inclufa las instrucciones de uso escritas con extrafios caracteies, que el padre del sefioi Murakami logr6 descifrar des-pues de muchos esfuerzos. A veces los rollitos eran acompanados de tut-somoro^ o dejiru-matsubae.^ Esa fotma de preparai los alimentos habfa sido habitual en la familia por geneiaciones. Shikibu la habfa aprendido en la infancia. En esa epoca el padre del senor Murakami aun mantenfa relaciones con el Jap6n. Mas de una vez, la vieja sirvienta habl6 con la se-nora Murakami sobre sus recuerdos de esos tiempos. En aquel entonces, algunos miembros de la familia hacian largos viajes a aquellas islas. Pero Shikibu no las habra vuelto a ofr nombrar desde que se difundi6 la terri-ble noticia de que una bomba lo habfa convertido en un pafs en ruinas. El sefior Murakami casi nunca vari6 la cantidad de rollitos que consumfa habitualmente. Ni siquiera dej6 la costumbre en su periodo de residencia en el extranjero, que llev6 a cabo en su juventud. Tampoco cuando regre-s6 y se cas6 con la honorable y enfermiza Soshatsu-Tei. Durante su largo viaje por Europa, donde viaj6 interesado en apreciar los avances que po-dfa haber en arquitectura, descubri6 un rec6ndito restaurante donde una mujer corpulenta preparaba los rollitos tal como siempre los habfa co­mida. Mas de una vez los consumi6 acompanados de carne de cerdo en

^ Olla japonesa diseftada especialmente para cocinar rollos de algas. Por la di-ficultad en su obtenci6n es muy apreciada en el pai's, especialmente entre las clases medta y alta. ' Trozos de pescado.

" Carne de res prensada.

Page 161: Bellatin, Mario. Obra Reunida

173

lugai &e.jiro-matsubae. Al senor Murakami parecfa no importarle des-plazarse largas distancias entre su aIojamiento y el pequeno restaurante. Efectuaba el trayecto varias veces a la semana. Sobre todo en las tardes. gn el camino de ida pasaba casi siempre fiente a la fuente de la Kinders-chwartzplatz y el Jardfn Zool6gico, sus lugares de paseo preferidos.

Un ano antes de la boda, la madre de Izu Ia despert6 una manana mas fn'a de lo habitual. Estaban a finales del invierno. Sefial6 alaimada que el riachuelo del jardfn teni'a una gruesa placa de hielo. Habfa oido por la ra-dio que las actividades en la ciudad estaban suspendidas. Pocos dias an­tes, la madre le habia comunicado a Izu que pensaba encender las luces de los arboles como simbolo de que la familia se reintegraba a una vida normal. Sin embargo, esa manana la madie se mostr6 temerosa de que semejante clima fuera a durar varios meses.. Recoid6 otro invierno que se prolong6 incluso por un ano entero. Eraun mal presagio. En aquel perio-do, el padre de Izu fue acusado de responsabilidad penal poi Ia mueite violenta de dos empleados del almacen. Se le acus6 tambi^n de organi-zar en la clandestinidad los juegos de ties piedtas blancas contra ties pie-dras negras. El padie tuvo que soportai una setie de compaiecencias, tramites, y amenazas de encarcelaci6n. Todo ces6 cuando los rayos del sol calentaron nuevamente la casa. El padre debi6 sufiir prisi6n preven-tiva unas cuantas semanas. Parece que el tiempo suficiente para que, despues de su absoluci6n, comenzaran los primeros si'ntomas de la en-fermedad.

Cuando aquella manana fue despertada por su madre, Izu habia imagi-nado, entre suenos, al sefior Murakami levantandose de la cama en me-dio de aquel frio. A una hora desusada, ademas. Lo vio dirigidndose antes de que amaneciera a la parte de la casa donde tenia instalada su colecci6n. Querria, seguramente, vetla a la luz cteciente de una atm6sfera helada. Recoireria las piezas teniendo como fondo la escarcha adherida a las ven-tanas, que se iban iluminando con los primeros rayos de luz. A Izu aque­lla aparici6n se le hizo muy extrana.

Unos minutos despu&, Izu le avis6 a Etsuko que esa manana no podria darle a su padre el tratamiento acostumbrado. Le pidi6 que se hiciera caigo, junto con su madre, de los diferentes tipos de masaje que le de-bi'an efectuar. Le dijo tambien que no olvidara retirar la toallita coloca-da junto al fut6n. Era impoitante que si destilaba saliva esta no cayera al suelo. Cuando Etsuko la mir6 algo extranada, Izu le dijo que a pesat del frfo de aquella manana querfa salir de inmediato a la calIe. Irfa a casa del

Page 162: Bellatin, Mario. Obra Reunida

i74 .;j

senor Murakami. Le orden6 que sacara uno de los kimono.s de la prime- % ra etapa del invierno. Etsuko qued6 inm6vil. No miiaba hacia Izu sino i a sus propios pies, enfundados en medias blancas de lana. Izu tuvo que repetir la orden.

—Desenvuelve el kimono ambai, no hay tiempo que perder. Se* que de-berfamos esperar la llegada del pr6ximo invierno para desempacarlo pe­ro ahora eso no importa. Prosigui6: —No vayas a decir nada de mi salida. Di que estoy encerrada terminan-do un trabajo urgente por favor. Le habrfa gustado pedirle a Etsuko que la acompanara, pero el m^dico habfa sido terminante al afirmar que un solo di'a sin ejercicios podfa ser fatal para el enfermo. Mientras la miraba dirigirse al guardarropa, cam-bi6 de parecer y Ie pidi6 el kimono que habfa usado en su primeia visita a la colecci6n. Abrigaba menos, pero recoid6 la agradable impresi6n que aquel traje parecfa haber causado en el sefior Murakami. Pidi6 ademas que le alcanzaia el abiigo de piel de zorro.

Aquella manana eI trdnsito era intenso. A primeia vista iesultaba poco visible el cese de actividades anunciado por la radio. Hubo muchos au-tom6viles atascados a causa de la nieve, y mas de uno sufri6 una colisi6n tras desIizarse en el hielo. Los camiones anaranjados del municipio pa-recfan incapaces de dejar las calles en buenas condiciones. Algunos veci-nos retiraban por su cuenta la nieve acumulada en las puertas. Pero para los ninos todo aquelIo constitufa una gian diversi6n. Ese dfa estaban ce-iradas las escuelas, y aIgunos construfan muflecos en la entrada de las ca-sas. En su camino Izu pudo descubrir las efigies del nino salvaje Kintaio,^ asf como la del fiero y temido Tatsumaki.** A pesai de que, habitualmen-te, las ninas tenfan prohibido salir a hacer los munecos eI padre de Izu siempie se lo habfa permitido. Su pieferido eia Ketsamono, eI duende que perdi6 los brazos practicando el juego de tres piedras blancas contra tres piedras negras en el parafso. Algunos padres de familia paiecfan no habei escuchado a tiempo el aviso de la suspensi6n de actividades y ha-

*' Nifio abandonado en la iegi6n septentrionaI, adoptado por Wara Waia, el esp(titu de las montafias, quien lo convirti6 en un hombte de fuerza herculea. ^ Drag6n de agua con cabeza humana, que es la personificaci6n de las trombas marinas. Cuando se eleva a los cielos desde su morada en el fondo del mar, la cola genera terribles repercusiones en eI agua.

Page 163: Bellatin, Mario. Obra Reunida

175

bfan llevado a sus hijos al colegio. Los habian depositado y paitido, de-iindolos desconcertados frente a las puertas ceriadas. Para que en la casa no echaran de menos su ausencia, antes de partii Izu le habia pedido a Etsuko que despu& de los ejercicios y del desayuno sacara el juego de

25 y organizara una partida con la madre.

En su caminata, Izu se extiavi6 en dos ocasiones. Tom6 una avenida principal, pensando que la casa del senor Murakami se encontraba en la esquina siguiente. En su lugar haU6 un edificio moderno. La planta ba-ja loocupaba un negocio de comida pieparada. Habia una gran barra con la gente comiendo de pie. En las vitrinas que daban a la calle se ex-hibian los sushi,^ ramerF y mategeihin^ de cera. Considei6 apetecibles algunos de esos platos. Pens6 al verlos en la importancia de las aparien-cias. Lo razon6 de un modo simple, no como cieia que era necesario tras los cursos de est&ica a los que habia asistido en la universidad y tras su nueva ielaci6n con los maestros Matsuei Kenz6 y Mizoguchi Aori. Ca-min6 hasta un paique cercano, donde las hojas de los irboles mantenian en sus iamas gotas de agua congelada esperando algo de caloi paia por fin caer.

Cuando lleg6 a casa del senor Murakami, Izu pareci6 arrepentirse de ha-ber empiendido aquella travesia matinal. Durante la caminata habia ido aminorando la importancia de su visita. Cuando adviiti6 que a pesar de las condiciones atmosfericas una anciana conducia una bicicleta por la ciclovfa que cruzaba el parque, sinti6 una calma que la hizo sentii mis abrigada. Al llegar a la acera frente a la casa, no supo que* hacer. El auto-m6vil negto se encontraba estacionado en la puerta. El chofer lo acaba-ba de limpiar, pues el pavimento alrededor del vehiculo estaba libre de rastros de nieve o hielo. El senor Murakami debfa encontrarse aun en la casa. Izu se detuvo en la acera de enfiente.

Le llam6 la atenci6n que en la planta baja hubiese una luz encendida: aquella manana se habfa imaginado al senor Murakami iecorriendo, ca-si a oscuras, la colecci6n. Lo habia visto observax el contraste de laspie-zas con el gdido resplandor del amanecer. La luz que Izu miraba salfa de la sala de exposici6n. Las demas ventanas estaban con los visillos corri-

^ Entretenimiento tradicional en el que los contrincantes deben apodeiaise del univeiso iepiesentado en la simbologfa de los vientos. ^, ^ y PlatiUos u'picos cuya descripci6n no aportarfa nada sustancial al relato.

Page 164: Bellatin, Mario. Obra Reunida

176

dos. Izu observ6, largo rato, la luz de la ventana descubierta y se dio cuen-ta de que provenfa de una bombilla. Eia extrano. Aquella muestra debfa estat, como siempre, iluminada s6lo por pequenos mecheros alimenta-dos con alcohol.

Pero habia una bombilla encendida. S6lo despues de unos momentos, Izu repar6 en la presencia de unos hombres detras de la ventana. Reco-noci6 la silueta del senor Murakami, su calva perfecta. De pronto, su vi-si6n se vio obstaculizada por un cami6n de carga que se estacion6 tras el autom6vil negro del senor Murakami. Izu aguard6 unos momentos. No Iogr6 ver ya nada, salvo ese cami6n. Decidi6 irse. La mafiana no da-ba trazas de mejoiai. Un frio aun mas intenso habia comenzado a soplar del sur. Sentirlo la hizo reparar en que no habia desayunado. Ni siquiera habia querido aceptar el cuenco de te que Etsuko le ofreci6 mientras se preparaba para salir. Pas6 nuevamente frente al negocio que exhibia las figuras de ceia paia piomocionai su comida.. La gente se airemolinaba dentro. Parece que el fiio los obligaba a guaieceise, de manera inusual, en ese establecimiento. Record6 que en el invierno que habia durado un ano enteio, fue preciso adoptar medidas de uigencia. Algunas familiasi instalaron incluso, eneigfa el^ctrica por piimera vez. Izu pens6 en el es-critor Tanizaki Junichiro, quien en su tratado Elogio de U sombra afiiv-maba que tales instalaciones podfan llevar a la desapaiici6n del espiiitu propio de las casas orientales.. Aquel afio de invierno total los asuntos ju-diciales atoimentaron de una manera significativa a sus padres. Izu co-nocia bien a los empleados del almacen muertos durante las practicas del juego de tres piedras blancas contra tres piedras negras. Los habia visto jugar en el s6tano en mas de una ocasi6n. S6lo despues de un tiempo, cuando los abogados lograion minimizar los efectos que esas muertes causaron en la sociedad, Izu comprendi6 las razones que llevaron a su fa-milia a convertir precipitadamente aquel s6tano en un area destinada a productos de alta cocina importados del Jap6n. Los abogados defenso-res lograron que lo absolvieran despu& de compensar a los deudos. Pe­ro, sobre todo, lograron su libertad despu& de apelar a Ia tradici6n. Tras largas deliberaciones, los jueces paiecieion estar de acueido con la pre-seivaci6n de las costumbres atavicas. El caso incluso sirvi6 para legalizar la practica de ese juego. Se dictaron una serie de medidas, bastante es-trictas ademas, sobre todo para gaiantizar la integridad ffsica de los ju-gadores.

Mientias Izu pensaba en los sucesos ocurridos aquel ano, se top6 de pronto con Etsuko, quien venia caminando en sentido contrario. Llevaba pues-

Page 165: Bellatin, Mario. Obra Reunida

177

to un abrigo que Izu le habfa regalado meses antes. Para no ofenderla con sus obsequios, Izu solfa dejar sobre el tatami de Etsuko las ropas que pen-saba desechar. Cuando Izu lo compr6, el abrigo era amarillo intenso. Es-taba confeccionado con tela pIastica. Procedfa de una tienda del centro que Izu visitaba regukrmente. A causa del uso, el color habfa perdido aJl-go de brillo. Pero, de cierta forma, este tono resultaba mas agradable que el anterior.. Izu se lo obsequi6 cierta manana en que puso en orden su guaidairopa.. Como Etsuko en ese momento lo llevaba cerrado, no po-dfa saberse que atuendo tenia debajo, pero los zapatos de colegiala que calzaba de ninguna manera armonizaban con el abrigo. Izu solfa poneY-selo con unas botas de cuero negro que habfa comprado exclusivamente para ello. Aun conservaba las botas, pero ahora las usaba una vez al ano para ir con su madre a la obligada peregrinaci6n al Valle de la Luna.

A finales de la primera semana de marzo, Izu habfa recibido una Uamada de Mizoguchi Aori. El director de la revista necesitaba verla de inmediato. Mizoguchi Aori senal6 que la citaba para tratar un asunto delicado, que no tenfa que ver con la celebraci6n de aniversario de la revista, por la que Izu habfa demostrado en esos dfas bastante inter^s.. Al notar un tono pe-culiar en su voz, Izu pens6 que tal vez podia tratarse de un asunto senti-mental. Durante aquel tiempo habfan estado viendose, aunque de modo un tanto esporadico. Aquel hombre no le era del todo indiferente. Unos dfas antes Izu y Mizoguchi Aori habfan participado incluso en la cacerfa de orugas, fiesta organizada por la universidad con ocasi6n del ano bi-siesto. Su equipo lo conformaron ellos dos y el maestro Matsuei Kenz6, quien habfa vestido el elegante traje de principios de siglo con el que su abuelo solfa dirigir las cacerfas. Mizoguchi Aori, en cambio, habia decli-nado usar la gasa gris con la que todo participante debfa cubrirse el ros-tro. Pese a las sonrisas ir6nicas de Izu y del maestro Matsuei Kenz6, se atrevi6 a presentarse de ese modo ante los demas equipos.. ResuItaba gra-cioso apreciar su rostro redondo resaltando entre las docenas de gasas que confundfan a unos con otros. Llevar la cara desnuda es mala sefial, le re-piti6 Izu una y otra vez disimulando la risa. Veinte afios antes, hubiera sido imposible que un hombre participase en Ia cacerfa de orugas sin una gasa ocultandole el rostro. Sin embargo, de un tiempo a esa parte las cos-tumbres parecfan estarse transformando. En muchos puntos del pafs, se-mejante conducta era ahora tenida incluso por distinguida. Sobre todo en los medios intelectuales y artfsticos. Participar en la cacerfa de orugas de los afios bisiestos con el rostro desnudo era como afrrmar que se esta-ba de acuerdo con las costumbres, pero que en cierta medida habfa que reformarlas. Siendo director de una revista de arte, Mizoguchi Aori pre-

Page 166: Bellatin, Mario. Obra Reunida

178

tendfa quizd que todos en la universidad conocieran su forma de pensar. % A pesai de su inquietud inicial y de las bromas que Ie susurr6 al ofdo, a | Izu le entusiasmaba la conducta de Mizoguchi Aori. Estaba convencida i de que aliededoi del mundo sucedfan demasiadas cosas, y le resultaba | absurdo aceptai lo que muchos a su alrededor aun consideraban una j verdad absoluta: que las costumbres tradicionales tenian respuesta para > todo. Sin embargo, pese a su supuesta modeinidad seguia sin estar de acuerdo tampoco con ciertas modalidades extremas de la nueva cultura. No le gustaba, por ejemplo, el escritor Dazai Ozamu asi como tampoco muchos articulos que apaiecfan en la revista de aite dirigida por Mizo­guchi Aori. Aunque frente al director de la revista y delante del maestro Kenzo Matsuei se reservaba muchas veces sus comentarios, desde nifia habfa aprendido que lo mis inteligente era adaptarse a los cambios pero de una manera natuial, sin forzar la aceptaci6n o el rechazo que una obra puede producir. Aunque lo cierto es que despu& de las largas conversa-ciones sostenidas con aquellos hombres, empez6 a despertarle cierto in-ter&, entre otios asuntos, el sujeto que en los principales museos del mundo tenfa la costumbre de vomitar sobre las obras de arte de los gran-des maestros.

Desde muy nifia, Izu habfa querido demosttar a las personas a su alrede-dor que aprendfa con mayoi tapidez que los demds. Eia hija unica. Anos ati4s, su madre habfa dado a luz a un nino que Izu nunca lleg6 a cono-cer. Cuando aquel hijo naci6, su madre estaba casada con un oficial de las fueizas afreas desaparecido en la gueira. En esos meses de incertidum-bre, cuando. la sociedad iba siendo devastada sin remedio y su marido se encontraba desaparecido en el campo de batalla, la madre vivi6 tempo-ralmente con sus suegros en un apartamento del centro. Durante los ultimos bombardeos, sali6 cierta manana a recoger los escasos viveres ra-cionados. No pudo regresar al apartamento hasta dos dias despu^s. En lo que dur6 su ausencia la zona fue destruida totalmente. Nadie le pudo dar raz6n de su familia. Cinco anos mas tarde, transcurrido el lapso pres-crito por las autoridades para llevar luto sin hallazgo de un cuerpo, pu­do reconstruir su vida casandose con su segundo marido.

Izu, ademas de ser la primera en subir a la casa de la bruja Higaona —casi siempre colocada en la copa del arbol mas alto del patio de juegos—, durante la hora de recreo instalaba en el suelo una suerte de consultorio psicol6gico donde atendfa a los nifios que tuviesen problemas con sus estudios, con sus padres, o incluso con asuntos de caracter sentimental. Nadie sabi'a por qu^, pero los nifios aguardaban pacientemente su turno.

Page 167: Bellatin, Mario. Obra Reunida

179

Tzu los escuchaba primero en silencio. Dejaba que expresaran libremen-te lo que querian decir. Luego abri'a un libro de haikuP que Uevaba a las sesiones procedente de la biblioteca de la escuela, del cual citaba uno o varios poemas dependiendo de la importancia del asunto. Cuando los maestros notaron esa actividad, se alaimaron. No paiecia una conducta propia de una nina de esa edad. Citaron, por eso, r4pidamente a los pa-dres en la direcci6n de la escuela. La madre se mostr6 algo preocupada. En cambio, el padre paieci6 disfrutar ampliamente del comportamiento de su hija. Mas tarde, le confes6 a su esp6sa que esa conducta era tipica de la gente de su regi6n natal. Era incluso, el darse consejos unos a otros, parte del rasgo natural de esas personas.

El padre consinti6 siempre a Izu. De una manera, incluso, un tanto exa-gerada. Cuando Izu era nina, la madre debfa ir sola a la peregrinaci6n anual al Valle de la Luna en homenaje a los desaparecidos durante la guerra. Estaban prohibidos de participai de esas peregrinaciones a los menores de edad o las personas que pudiesen resultar molestas a los muertos. Por eso Izu y su padre en esas fechas debian hacer sus propias excursiones. Acostumbraban salit de paseo a las laderas del monte principal, donde dormian en las pequenas casetas acondicionadas para los viajeros. Cami-naban durante largas horas, admirando paisajes extensos e intrincados. Luego se tendfan a mirar las nubes, que casi siempre impedian que la ctispide del monte quedara totalmente descubierta. Solian entretenerse inventando las historias que esas nubes les podfan sugeiir. Abandonaron aquellos paseos cuando Izu entr6 en la juventud, y tuvo la obligaci6n de acompafiar a su madre a las peregrinaciones al Valle de la Luna. El padre y la hija tambi^n iban juntos los sdbados por la tarde a presenciar el jue-go de tres piedras blancas contra tres piedras negias que se practicaba en el s6tano de los almacenes. A Izu Ie impresionaba, sobre todo, el estado flsico en que quedaban los jugadores. En algunas ocasiones los emplea-dos iban a trabajar la semana siguiente disimulando con maquiUaje sus heridas. La policfa se enter6 de las luchas por una demanda que levant6 la madre del primero de los fallecidos. Por alguna casualidad, en el trans-curso de la investigaci6n ocurrieron las dos muertes mas.

Al padre parecia agradarle la entereza con que su hija era capaz de sopor-tar situaciones que, seguiamente, no hubiese tolerado otra nifla de su

^ Forma po&ica que demuestra la inutilidad de los grandes tratados filos6ficos, segdn palabras deI sabio Surinami Mayoki (1113-1128).

Page 168: Bellatin, Mario. Obra Reunida

180

edad. La regi6n de donde el provenfa era uno de Ios pocos lugares del pafs donde se practicaba de manera induso feiviente aquel juego. Su ori-gen se perdfa en el tiempo. Se sabe que fue prohibido ya desde la ^poca en que la casta guerrera usurp6 eI poder de la naci6n,, Los miembros de la policfa militar debfan ir de pueblo en pueblo ajusticiando en las plazas a quienes participaran en el. A Izu esa prohibicidn tan rigurosa nunca de-]6 de llamarle la atenci6n. Pensaba que se debfa quiza a que el juego repre-sentaba una mitologfa absolutamente imperial, tan odiada por el nuevo rdgimen. Con esa practica, acaso quedaba en evidencia la sangrienta his-toria del pafs. Sin embargo, pese a estar convencida de su importancia Izu nunca le mostr6 a nadie el ensayo sobre el juego de tres piedras blancas contra tres piedras negras que habfa escrito en su infancia.

Los pequefios mecheros alimentados con alcohol que solfan alumbrar la muestra del sefior Murakami eran tambien, y eso Izu lo descubri6 des­de el primer momento, una manera de indicar que se debia preservar la tradici6n. Por eso no podfa significar nada bueno que una bombilla e[6c-trica iluminara ahora la muestra. Izu lo pens6 sentada en el sal6n de t6 franc& al que habfa entrado en compafifa de Etsuko despu& de encon-trarla en la calle.. Algunos clientes giraron a mirar a las dos mujeres. Pese a que Izu llevaba bajo el abrigo de piel el kimono de los anos de la repre-si6n, curiosamente Etsuko fue la que mas llam6 la atenci6n. Podfa de-berse, tal vez, a la estridencia un tanto decadente de la tela amarilla del abrigo que llevaba puesto.

—El frfo sigue atroz —dijo Izu cuando olvid6 sus cavilaciones—. Sien-to que mi padre, Nakamura-Sen, resiente mucho este invierno. No se queja, pero me doy cuenta de que ciertas horas se le hacen insoportables. ^Has notado que ni siquiera pierde saliva cuando hace los ejercicios? ^Tu-vieron problemas esta manana para introducirle los dedos en la boca co-mo se debfa?

En ese instante lleg6 la camarera. Se trataba de una joven algo obesa ves-tida a la usanza francesa medieval. Izu se qued6 pensativa mirando el me-nu. Mantuvo, durante unos minutos, la vista fija en la carta. Al mismo tiempo, y de modo quiza inconsciente, empez6 a mover la mano dere-cha trazando pequefios cfrculos.

De improviso, levant6 la cabeza y mir6 a Etsuko. —Pide lo que te apetezca. Aquf preparan un deIicioso terrin de satsume-ri-oto. ^Desayunaste?

Page 169: Bellatin, Mario. Obra Reunida

181

Etsuko no contest6. La camaiera las miraba con una sonrisa. Tenfa unos extrafios lazos en la cabeza y el borde deI escote de su blusa estaba adornado con ribetes de hilo. Despues de pedir dos terrin y te" a la usanza ttadicional, hubo un si-lencio proIongado.

Parece que el sefioi Murakami ha iluminado su colecci6n con luz elec-

trica. Sin decir palabia Etsuko entreabri6 ligeramente la boca, como siempre que se hablaba de algo que no parecia comprender. Izu constat6, una vez mis, que sus dientes se pronunciaban hacia fuera. Un rasgo de la infan-cia. Cuando eran nifias, Izu habia sido muy cruel burlandose de su son­risa y de su forma de dejai entreabierta la boca. Lo hacfa, sobre todo, cuando Etsuko se resistfa a contarle a sus padres que los maestros en la escuela con frecuencia la felicitaban por su rendimiento acad^mico. —Una bombilla dando luz a la muestra no es buena sefial —continu6 Izu sin que Etsuko cambiara de actitud—. Esa colecci6n no debetfa es-tar alumbrada asf. ^No notaste nada extrafio en la visita que hiciste paia devolver la pulsera?

En ese momento la camarera dej6 la tetera y los cuencos a la derecha de la mesa, asumiendo que Etsuko se haiia cargo. Junto a los palillos y ca-da plato, puso tambi6n cubieitos occidentales. En el centro coloc6 la fuente con los terrin de satsumeri-oto. Etsuko se apiesur6 y siivi6 el t^, aun cuando aun no estaba lista del todo la infusi6n. Izu se lo hizo notar. Etsuko se disculp6, incIinando la cabeza y juntando las manos. Intent6 luego devolvei el lfquido a la tetera. Todos sabian que Etsuko era una experta anfitriona en la ceremonia del t^. Habia aprendido ese arte de su madre. Poi eso, Izu se sorprendi6 de que quisiera devolver a la tetera el contenido de los cuencos. No s6lo por el sabor mancillado que adqui-iiiia el liquido, sino porque iba en contra de la naturaleza de las cosas. Incluso, el haiku con el que la familia acostumbraba dar comienzo a la ceremonia del te' aludia a esa evidencia:

Lejano invierno Cerezos florecientes La golondrina

A1 percatarse de su torpeza, Etsuko se levant6 de la mesa con delicadeza y adujo habei olvidado un encargo urgente hecho antes de salir de la casa. Se vefa contrariada. Dijo que debia pasar por los almacenes de la familia paia recoger unos documentos que necesitaban la urgente firma de la

Page 170: Bellatin, Mario. Obra Reunida

182

madre. Izu, desde luego, no le crey6. Si la madre habia mandado a Et- '% suko a buscarla durante esa manana de frfo, era poco probable que le hu- .l biese ordenado cumpIir otra tarea. Le paiecfa extrafio, asimismo, que se | hubieran atrevido tanto la madre como Etsuko a abandonai sin haberlal acabado una partida de go. Lo mas probable es que ni siquiera la hubie- ; ran comenzado. Y sospech6 ademis que Etsuko, apenas Izu se alej6 de la casa en medio de la niebla matutina le habia comunicado a la madre la improvisada decisi6n de la hija. Etsuko se habia demoiado en alcan-zarla, seguramente porque no habian querido descuidar el tratamiento requerido por el padie. Izu qued6 preocupada. El m^dico le habfa adver- '"--tido, se lo habia dicho en privado para que los demas no pudieran escu-charlo, que un masaje dado a la ligera podia resultar incluso peor que uno no dado del todo. Mientias tanto, Etsuko se alejaba hacia la puerta. No habia probado ni un bocado de su terrin de satsumerz-oto, que que-d6 servido junto a los palillos y los cubiertos occidentales. Mir4ndola sa-lir, Izu se convenci6 definitivamente de que los zapatos de colegiala no hacian juego con el abrigo amarillo. En la mesa quedaron tambi^n la te-tera y los cuencos. Izu pidi6 un te" nuevo. Desech6 en foima decidida el tenedor, cogi6 los palillos y prob6, sin apartar los ojos de la puerta, un pedazo de su pastel.

Algunos afios atr4s, Izu habia leido en el Ehgi-o de U sombra de Tanizaki Yunichiro, que si se utilizaba energia el^ctrica lo mis conveniente era de-jar la bombilla descubieita. El sefior Murakami paiecia haber seguido ese consejo cuando decidi6 iluminar de esa manera la colecci6n. Dias des-pu6s, en la oficina de la ievista quedaion confiimadas sus sospechas de que esa decisi6n de abandonai los aItos mecheros tradicionales, no au-guiaba nada bueno. Mientras escuchaba las palabias de Mizoguchi Aori, tuvo la ceiteza de que no habfa sido convocada para una cita sentimen-tal como habfa supuesto. El asunto era, no podia ser de otro modo, el significado de la presencia de la bombilla. Izu no habia sido la primera en advertirlo. Era un comentario que Uevaba varios dias circulando. Qui-za" Izu incluso lo habia escuchado, en forma distraida tal vez, y aquella resonancia un tanto inconsciente habia sido la causa de su decisi6n de salir de su casa tan temprano en una manana tan fria, y, lo que era peor, dejando a su padre sin sus cuidados habituales. Todo indicaba que el se­fior Murakami habfa decidido deshacerse de su colecci6n. Mizoguchi Aori no podia ocultar su satisfacci6n. Eso les darfa ventaja en su afdn por restarle poder al Giupo de Conservadores Radicales. Izu recibi6 la noti-cia con estupor. No sabia hasta que" punto podia ser responsable de una decisi6n semejante. Vi^ndolas con detenimiento, las apreciaciones pu-

Page 171: Bellatin, Mario. Obra Reunida

183

blicadas en su arti'culo eian de muy poca monta. Izu siempre pens6 que con la asesoria de un acad^mico competente, quizd el problema del se­fior Murakami se habria podido iesolver en forma inmediata.

El senor Murakami habi'a comenzado algunos estudios de arquitectura en Europa. Nunca los concluy6, ni siquiera sigui6 los cursos de maneia regulai. Era una caracteristica de la vieja escuela: interesarse por un tema pero sin hacer alarde de una dedicaci6n exclusiva. Siempre habia tenido inter&, piincipalmente por el aspecto artfstico de esa disciplina. En ese entonces acostumbraba pasear por las calles cuando comenzaba a ano-checer. En ese tiempo habia muy pocos extranjeros en aquellas ciudades. Su presencia llamaba poderosamente la atenci6n. Poco antes de casarse, le cont6 muchas veces a Izu de sus caminatas vespertinas. Le gustaba, so­bre todo, realizarlas durante el otofio. Las hojas de los drboles que cafan sobre la fuente del Kunjurdamme —las recordaba claiamente—, eian la escenografia perfecta para apreciar la belleza arquitect6nica de los edifi-cios de la zona. En su camino era siempre seguido discietamente poi al-gunas liebres, que seguiamente espeiaban que al paseante se le cayera algo comestible de los bolsillos. Rodeaba luego el Jaidin Zool6gico hasta Uegai a la estatua del ultimo Kaiser. En ese momento daba media vuelta y volvia a su pensi6n. Ahf se detenfan los ielatos que el sefior Murakami le contaba una y otra vez a su prometida. Entre otras cosas, nunca lees-pecific6 las razones por las que habia abandonado Europa de manera tan repentina. Los motivos por los cuales el consulado de su naci6n tuvo que hacer uso de delicadas tdcticas diplomdticas para lograr que regresase sin problemas mayores aI pars. Tampoco mencion6 nunca que al volver a pasar por el Jardfn Zool6gico, ya cerrado a esa horas, algunas mujeres es­peiaban de pie fiente a las rejas. El senor Murakami devolvi6, vais de una vez, algunas de las sonrisas que le dirigian. A veces invitaba algun ci-garrillo. Otras pedfa que lo acompaiiaran a su habitaci6n.

Cierta tarde, despu^s de comer ioUitos de algas con arroz en el unico res-taurante donde los preparaban, asisti6 a una exposici6n en la Casa de las Culturas del Mundo. Allf conoci6 a Udo Steiner, un aiquitecto con el que forjarfa una amistad para el resto de su vida. Steiner habia estudia-do con un cdebre colega francds. En la muestra exponia dos maquetas. Una de ellas fascin6 al senor Murakami. Era el proyecto de un bungalo funcional con marcados rasgos oiientales. Lo que mds lIam6 su atenci6n fue que contara con una habitaci6n para suicidas. Se trataba de un cuarto donde s6lo habia lugar para una pequena cama y una mesa de madera. En realidad no tenia ningun elemento que lo diferenciara de una habitaci6n

Page 172: Bellatin, Mario. Obra Reunida

184

noimal. E1 senor Murakami lo coment6 en voz alta. Era obvio que no ha- 1 bfa visto, al lado de la maqueta, el texto que se referfa a la obligada coti- % dianidad del suicidio. Por lo demas las superficies planas eran extensas, y | las puertas corredizas podian crear distintos ambientes segun las necesi- .v dades. A partir de los planos de esa maqueta, el senor Murakami constru- ;' y6 un bungalo propio poco tiempo despu& de casarse con Izu. Excluy6, H eso si, aquella habitaci6n. Le coment6 por carta a Udo Steiner que esos ] cuartos ya no se precisaban. Su constiucci6n era comprensible quiza en los oscuios aiios que siguieron a la guerra. La maqueta asimismo conta-ba con ingeniosos sistemas de energia solar y con un racional uso del agua : potable. Tras veila, aquella tarde en la Casa de las Culturas del Mundo,.-) averigu6 de inmediato d6nde podi'a encontrar al arquitecto. Se enter6 de que impartia un cuiso en la misma universidad en la que el senor Mu­rakami tomaba sus esporadicas clases. Lo abord6 en uno de los patios. Durante las siguientes semanas conversaron muchas horas en distintos cafts. Udo Steiner lo invit6, alguna que otra vez, a su estudio. En mas de ;' una oportunidad hablaron acerca del Jap6n, pais del que ambos admira-ban la arquitectura. Se refirieron a la importancia de las sombras y las lu- .', ces en las casas que alli' soh'an disenarse. Antes de que el senor Murakami volviera a su pais acordaron en un futuro pr6ximo encontrarse en Tokio, ciudad que ninguno de los dos conocia. Lamentablemente no pudieron nunca cumplir su promesa.

Tanizaki Yunichiio afirma, en el Elogio de Lt wmbra, que suprimir los rin-cones oscuros propios de las casas de antano, es dar la espalda a todas las concepciones estiticas de lo tiadicional. Aquel tratado se convirti6, du­rante mucho tiempo, en el libio de cabecera de Izu. Fue ademas el uni-co que su marido le permiti6 llevarse de la biblioteca de su estudio despues ; de la boda. Fue motivo de la unica clausula que modific6 al contrato de matrimonio tradicional que tuvo que acatar. Pero cuando el senor Mu­iakami dej6 de ir a doimir iegularmente a la vivienda conyugal, la seno-ia Murakami no lo volvi6 a leei mas. La casa que comenzaron a habitar, fue encargada a un arquitecto que unicamente disenaba grandes edificios multifamiliares. Se tiataba de una vivienda moderna con techos bajos y habitaciones adecuadas para las distintas necesidades de la vida diaria. Las ventanas tenfan marcos de aluminio. Todos los muebles eran de es-tilo occidental, salvo cieitos utensilios de cocina con los que se prepara-ban las iecetas pieferidas del senoi Murakami.

La senoia Murakami dedicaba las mananas a supervisar el inmenso jar-din que rodeaba la casa. En el contrato de matrimonio se estableci6 que

Page 173: Bellatin, Mario. Obra Reunida

185

Izu contaria con un jardi'n tiadicional. En vista de que el arquitecto con el que contaban no tenfa experiencia en disefiarlos, llamaron a un espe-ciaIista. Por las tardes, la senoia Murakami acostumbraba encerrarse en su habitaci6n luego de ordenarle a Shikibu la preparaci6n de una cena que era muy probable el sefioi Murakami no proban'a,, Tuvieron que pa-sar varios meses para que Izu decidiera pedirle al senor Murakami un te-levisor. Aprendi6 tambi6n a jugar al go en soIitario. En ocasiones echaba de menos a Etsuko, pero las leyes d&[formot6n a.sai^ que le habfan apli-cado sus familiares eian muy rigurosas. Lo mas seguro era que nunca mas la volviera a ver.. En sus tardes de encierro manejaba ella sola todas las fichas del go. Era poseedora una y otra vez de los vientos alisios, de los sirocos, de las tormentas del sur, aunque en ciertos momentos cafa en la cuenta de que la obtenci6n del poder del universo entero, objetivo final de aquel juego, carecia totalmente de sentido mas aun en las cii-cunstancias en las que se encontraba. En esas tardes pensaba tambidn, en su relaci6n con el maestro Matsuei Kenz6 y Mizoguchi Aori. Sin em-baigo, estaba segura de que ninguno de los dos quem'a volvei a sabei de su existencia.

Antes de que dejaian de frecuentarse, cada vez que alguno de los dos la llamaba por telefono Izu dejaba inmediatamente lo que estuviera hacien-do para ii a su encuentio. El dfa en que el maestro Matsuei Kenz6 y Mi­zoguchi Aori ingiesaion a buscarla al aula donde aguardaba el comienzo de la clase de la diminuta maestraTakagashi, no almorzaion en el come-dor universitario como habfan acordado. Mizoguchi Aori se present6 solo a la cita,. Izu se encontraba espeiandolos en la puerta del comedor de la universidad dispuesta, apenas los hombres apaiecieran, a integrar-se a la fila. Llevaba puesto un abrigo largo de piel de oveja. Sobresalia, de la paite delantera, un su^ter de lana jaspeada y cuello de toituga que llegaba a las orejas,. Calzaba unas botitas rojas cuyos bordes adornaban pompones de peluche. Al ver la fila de estudiantes, Mizoguchi Aori su-giri6 ii a un restaurante del centro. Izu tuvo que llamar a su hogar para pedir que aquella tarde Etsuko no fuera a buscarla a la salida de clases. La madre le inform6 que la sirvienta habia salido horas antes de casa y aun no volvia.

Despues del restaurante, Mizoguchi Aori la invit6 a las oficinas de la re-vista. En la sobremesa le habia contado que acababa de enterarse de que

Vei nota 36..

Page 174: Bellatin, Mario. Obra Reunida

186 |

existia una acusaci6n contra el sefior Muiakami. No sabia bien de qu^ l se lo inculpaba. A1 parecei, se trataba de un asunto antiguo que en su i momento nadie habfa tenido el valoi de denunciar. "Tal vez la publica- -* ci6n de tu artfculo ayude a ponei en evidencia, de una vez por todas, al | senor Murakami", dijo. Estaban involucradas en el escindalo un grupo 2 de alumnas de colegios prestigiados. Mizoguchi Aori asegur6 que se lo 'k contaba para que estuviera pendiente de las repercusiones de su artfculo. ; Cuando llegaron a las oficinas, Mizoguchi Aori sirvi6 dos copas de co-fiac. Pasaron despu& al despacho privado, donde los recibi6 el petro da- -n6s moviendo la cola. Sac6 luego unas revistas de arte, Uegadas de los ; Estados Unidos. Tomaron asiento en un sofi, de coloi cenizo, para ho-jearlas. Cuando dejaron de mirai las reproducciones de las pinturas que allf aparecfan, Aori Mizoguchi senal6 que necesitaban de su ayuda para que el Grupo de Conseivadoies Radicales dejaia de influir en la univer-sidad. Le entreg6 una serie de cartillas numeradas, para que las repartie-ra secietamente entre las muchachas embelesadas con el maestro Matsuei Kenz6, muchas de las cuales se encargarfan de vigilar las urnas. Se trata­ba de impedir que los conseivadoies, que tanto daflo hacfan a la cultu-ia, ganaran las siguientes elecciones. Emplearian m^todos no del todo legales, eso si, pero la estupidez de muchos de los alumnos, que votaban mds por inercia que poi una verdadera convicci6n, impedia que hubiese una verdadeia democracia. De impioviso apaieci6 en la oficina el maes-tro Matsuei Kenz6. A Izu le llam6 la atenci6n que entrara sin Uamar a la puerta. Salud6 a Izu casi sin mirarla, y luego tom6 del brazo a Mizoguchi Aoii. Le uigfa hablai a solas. Salieron del despacho. El peiio los sigui6. Izu se qued6 en la oficina cerca de veinte minutos. Las reproducciones de Francis Bacon comenzaron a perturbarla. Mizoguchi Aoii regres6 acom-panado dnicamente por el peiro. Disculpdndose, le dijo a Izu que lo la-mentaba pero era pteciso que lo dejata soIo pues eia inminente la fecha de cierre del siguiente numero. De inmediato llam6 por el intercomuni-cador a su secretaiia, para pedirle unos aitfculos iecibidos el dfa anteiior. Cuando abandon6 el despacho, Izu no vio al maestro Matsuei Kenz6 por ninguna parte. S6lo se cruz6 con la secretaria. Le solicit6 entonces el te-tefono para llamai a casa. Querfa que Etsuko fueia a buscaila paia ir a efectuai una serie de compias que tenfa pendientes. La madre le infor-m6 que la sirvienta aun no habfa vuelto. Izu tuvo que iecuirii entonces a los setvicios de un taxi.

En esos dfas, salieion a la luz las acusaciones contra el senor Murakami. Aunque no habfa pruebas que lo culpabilizaran del todo, la prensa lo in-volucraba en un caso relacionado con el comercio ilfcito de prendas fnti-

Page 175: Bellatin, Mario. Obra Reunida

187

jjias. Se habfa descubierto una red, que operaba en el entorno de algunos colegios de senoritas, que compraba la ropa interior usada de las alum-jjas para revenderlas a un giupo de hombres adinerados. Junto a las no-tas periodi'sticas, aparecieron fotos de archivo del senor Murakami.

Cuando Izu ley6 las noticias, no pudo reprimir un giito. La madre fue j^pidamente a su estudio. Abri6 la pueita corrediza, y asustada vio a Izu riendo a carcajadas frente al peri6dico abierto sobre el regazo. Etsuko en-tr6 en ese momento y se qued6 mirando la escena desde el umbial. En-treabii6 la boca. Las risas de Izu eran extranas. La madre se acerc6, le quit6 el peri6dico e intent6 calmarla. Le pas6 repetidas veces la mano por la cabeza, mientras le pedia a Etsuko que prepaiara una infusi6n de flores. La risa de Izu fue cesando paulatinamente.

Unos momentos despues, Izu parecia mAs tranquila. Toda la familia se encontraba en la sala principal de la casa. El padre estaba tendido sobre su tatami, disftutando de unos timidos iayos de sol que entiaban por la ventana. Los dias seguian siendo fn'os. La sensaci6n de piincipios de in-vieino permanecfa a pesai de ser casi primavera. En la radio habfan anun-ciado que las tempeiatuias mejoiaifan el fin de semana. Izu repiti6 la noticia que acababa de leei. La madre pareci6 consternada. Etsuko se mantuvo imperturbable, mientias Izu iba desciibiendo los inciertos de-talles. El padre sigui6 sin dai muestias de haber atendido. Al menos no se hizo visible el hilillo de saliva. La madre senal6 que le parecia espan-toso que su familia hubiera tenido contacto con ese hombie. Se anepen-tfa de haberlo considerado un buen candidato paia su hija. Se anodill6 por eso ante Izu, para pedirle peid6n poi no haber sido una madre aten-ta. Despu& lo hizo frente al padre por no haber sido una buena esposa. Luego frente a Etsuko por no haber sido una patrona correcta. Finalmen-te se arroj6 al piso frente a las taIlas artesanales que representaban las muertes del monje Magetsu, y pidi6 perd6n por haber dejado solo a su pequeno hijo durante la manana de los ultimos bombardeos. Una vez cumplidos los iitos, se ech6 a Uorar. Izu se le aceic6. Trat6 de consolaila dici^ndole que su relaci6n con el sefior Murakami habi'a sido s6lo de tra-bajo. Diez minutos mas tarde pudo volver a su estudio. Cerr6 la puerta como siempre que no quen'a ser molestada. Se acerc6 a la salida que da-ba al jardin. Crey6 entrever una flor amarilla tras unos arbustos. Supo que se trataba de una ilusi6n 6ptica. En esa poca del afio, y mas adn en medio de ese invierno persistente, los jardines estaban condenados a con-tinuar sombrios.

Page 176: Bellatin, Mario. Obra Reunida

188

Durante aquellos meses, Mizoguchi Aori habl6 muchas veces por teleYo-no con Izu. En una de esas ocasiones, le pidi6 consejo sobre ciertos por-menores aun no previstos deI coctel de aniversario. Izu, entusiasmada, sugiri6 que se contratara a un famoso decorador de interiores que en una ocasi6n habia ofrecido una chaila en la universidad. A Mizoguchi Aori le paieci6 buena idea. El decorador propuso llenai el local con gigantes- | cas flores aitificiales de plastico transparente. Las flores tendrfan que ser '* confeccionadas segun la tecnica de los artesanos de flores del siglo III pa- '; ra establecer de ese modo un contraste interesante. A Izu le agrad6 que l su sugerencia hubiera sido tenida en cuenta. Eso le hizo volver a pensar '' en la posibilidad de buscar un trabajo fuera de casa. La revista no le pa- ' recia el sitio id6neo. Izu y Mizoguchi Aori habian vivido ciertas situacio- ' nes que seguramente dificultarian una relaci6n de trabajo. Mizoguchi Aori se habfa insinuado en mas de una oportunidad. Aunque siempre -daba la impiesi6n de arrepentirse inmediatamente despues. Izu creia que aquelIa conducta eia algo extrafia, aunque no le pieocup6 demasiado. ' Lo unico importante eia sacar adelante su carieia. Sin embargo, pens6 que quiza Mizoguchi Aori podria recomendarla con alguien que le ofre-ciera un trabajo por las tardes.

Izu y Mizoguchi Aori nunca estuvieron solos en el despacho. Siempre permaneci6 el perro. Ademis, los encuentros eran interrumpidos con frecuencia por una o varias llamadas del maestro Matsuei Kenz6. Des­pues de hablar con 6l, Mizoguchi Aori soh'a pedirle a Izu que abandona-ra la oficina. Aducia asuntos de trabajo o citas programadas que habia olvidado. La madre de Izu estaba al tanto de los encuentros de su hija. En mds de una ocasi6n Ie habia pedido que Etsuko la acompafiase. Pero Izu se negaba en forma rotunda, diciendo que estaba en juego su desti-no profesional. Mizoguchi Aori debfa considerarla una mujer indepen-diente. Por las noches, la madre aguatdaba algo preocupada el regreso de su hija. Muchas veces, Mizoguchi Aori la lIev6 en su auto. En dos oca­siones incluso la bes6 antes de que bajara.

Un dia antes de la celebraci6n de la fiesta de aniversario, Izu Ueg6 a las oficinas de la revista cuando el personal ya se habfa marchado. Ese dia temprano habfa revisado con la secretaria los detalles del coctel en la re­vista y de la cena en el restaurante. Fue, personalmente, a la agencia de servicios de banquetes y prob6 una muestra de cada uno de los canap& que se iban a servir esa noche. Fue muy estricta en la elecci6n de los lico-res. Le pareci6 que lo mejor para el coctel era un servicio internacional: pastelillos de la escuela francesayvino o champana. El menu tradicional

Page 177: Bellatin, Mario. Obra Reunida

189

serfa para la cena en el restaurante, a la que s6lo seiian convocados los invitados especiales: accionistas, anunciantes, crfticos prestigiosos y al-gunos artistas.

Ya para entonces, Izu se habi'a ganado la suficiente confianza como para entrai y salir de las oficinas de la revista sin previo aviso. El conserje le permitia pasar sin anunciarse. Siempre sali'a a recibirla el perro dan&. La saIudaba con un par de lenguetazos, para regresar de inmediato a la man-ta tendida en un rinc6n del despacho. Aquella taide, sin embaigo, le sor-prendi6 que el perro no saliera a saludarla y que la puerta de Mizoguchi Aori estuviera cerrada. En un primer momento, Izu crey6 que se debfa a un descuido. Trat6 de abrirla, pero tenfa el seguro puesto. Oy6 al pe­rro dentro. Intrigada insisti6. El dan& comenz6 a aullar. Era evidente que se habia quedado encerrado. Izu fue entonces al escritorio de la se-cretaria a ver si habfa Ilave de tepuesto. En ese momento, vio en el sofa de la recepci6n la chaqueta y el portafolios deI maestro Matsuei Kenz6. Se qued6 de pie unos instantes. No se movi6. Luego se retir6, sin mas, de las oficinas.

Cuando esa noche lleg6 a su casa, no tuvo animos de ayudar a trasladar al padre,. Su pretexto fue un insopoitable dolor de cabeza. Pero la madre le dijo que Etsuko no habfa regresado y debfan cargarlo juntas. Fastidia-da, cumpli6 su obligaci6n lo mas rapido posible. Le coment6 a la madre que las ausencias de Etsuko comenzaban a irritaila. Pese a la brusquedad del traslado, el padre no despert6. Se habia quedado dormido desde la taide. Esa noche no cenaiia. Pero el m^dico habia dicho que dado el ca-so, eia prefeiible el suefio a la alimentaci6n. Etsuko lIeg6 justo cuando le estaban poniendo las mantas encima. A pesar de que habiia querido reprenderla por su ausencia, Izu prefiri6 encerrarse en su estudio. Esa no­che dormiiia alli. Por primera vez, desde que la enfermedad del padie habfa empeorado, aquella noche no le aplic6 los masajes de shiatsu ni ie-z6 las oraciones del monje Magetsu. Mis tarde, Etsuko debia tocar la puerta del estudio para llevarle el fut6n. Una hora despu&, mientras la miraba disponer el espacio donde pasarfa la noche, los hombros de la sir-vienta le parecieron algo sensuales. Nunca antes lo habia advertido. Es-taba tan acostumbraba a su presencia, que nunca habfa imaginado que esa mujer pudiera gustarle a los hombres. No supo por qu^, pero la sos-pecha de que Etsuko sostenia citas clandestinas le produjo una leve sen-saci6n de asco. Pero teni'a cosas mas importantes en que pensar. Cuando se recost6, no pudo conciliar el sueno. Estuvo muchas horas pensando en el di'a siguiente, Record6 con insistencia la chaqueta y el portafolios

Page 178: Bellatin, Mario. Obra Reunida

190

del maestro Matsuei Kenz6 puestos en el sofa. Finalmente, decidi6 ha-blar con la maestra Takagashi al llegar a la universidad. Iba a denunciaf y, a mostrar piuebas, del fiaude electoral que el maestro Matsuei Kenz6 y Aoii Mizoguchi pietendian cometei.

Page 179: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Las ocasiones que la sefiora Murakami crey6 ver a su marido al fondo del jardfn, sinti6 que entre eUos ya no habia nada que decir. Se habia ido di-sipando el abonecimiento que experimentara durante la agonfa de su es-poso, cuando el senor Murakami pidi6 ver nuevamente los palidos pechos de Etsuko.

El sefior Murakami le propuso matrimonio a la senora Murakami una noche de verano. En esa ocasi6n, habian acudido desde temprano a la celebraci6n de la Noche de las Linternas Iluminadas que, como de cos-tumbre, se llevaba a cabo en los jardines del Palacio Imperial. La luz, que esa tarde se filtr6 entre los aYboles, fue de una transparencia inusual. Izu recordaba pocos di'as tan espl^ndidos. Se preparaba la ceIebraci6n con el fasto de costumbre. En ese entonces, a los ciudadanos todavfa se les permitfa pasar la noche entera en aquellos jardines. Vieron el atardecer sentados en un promontorio. Cuando la celebraci6n comenz6, el sefior Murakami introdujo en el bolsillo del abrigo de seda de Izu un pufiado de cafiitas de bambu. Le susurr6 luego frases romanticas. Nuevamente hizo menci6n a su voz. De su parecido con el de la diosaTamabe. Cuan­do el chofer esa tarde habfa pasado temprano a recogerla, llevaba consi-go de parte de su senor un alfiler de oro para que lo llevara esa noche en la solapa del abrigo. La tarde anterior, Shikibu la habia llamado para pre-guntar cual iba a ser su atuendo para la celebraci6n.

Izu y el senor Murakami habfan estado vi^ndose, furtivamente, desde hacfa algun tiempo. Pocas semanas despu& de abandonar en forma de-finitiva la universidad, Izu iecibi6 una llamada del senoi Murakami. Etsuko fue la unica al tanto de todo. Incluso sirvi6 de correo para inter-cambiar las notas que se escribieron los amantes. Las primeras veces se vieron en el autom6vil negro. El sefior Murakami Ie ordenaba al chofer que lo estacionara en un lugar agradable y que saliera a dar una caminata. E] autom6vil casi siempre permanecia aparcado en un recodo del cami-no que lleva al monte principal. Desde alli podfa verse la ciudad entera. En ninguna de aquellas citas se mencion6 el aitfculo publicado en la re-vista. Tampoco se habl6 del asunto de las prendas de las ninas de cole-

Page 180: Bellatin, Mario. Obra Reunida

192 m

gios de prestigio,. El sefior Murakami se atrevi6 a tocarla s6lo a la tercerJ* salida.. Le dijo que su cuerpo le hacfa recordar a las mujeres de las islajS del archipielago. Le acatici6 repetidas veces los pechos. Pese a no sentiJ | un verdadeio placer, Izu se los dej6 tocai. No permiti6, sin embargo, qu& | en el autom6vil sucediera ninguna cosa mds. Hubo de transcurrir casI^ un mes antes de que Izu accedieia a acompanar al senor Murakami a urr^j hotel. Era un establecimiento de lujo bastante discreto. Por alguna ra->i z6n, el senor Murakami se neg6 a llevarla a casa. En ese tiempo vivia s6-M lo con la vieja Shikibu. Meses antes habfa despedido a las empleadas que l se habian encargado de mantener y mostrar la colecci6n de arte. ' |

Izu abandon6 la universidad de manera repentina. Faltaba s6lo un ano 1 para concluir sus estudios, pero su situaci6n academica comenz6 a ha- | cerse intolerable.. Por un lado estaban sus companeros, bastante menores i y con intereses divergentes. Por otio el caso del maestro Matsuei Kenz6, | destituido de su cargo luego de unajunta extraordinaria que convoc6 el '>' Consejo Universitario inmediatamente despu^s de que Izu hablara con ) la maestra Takagashi. Fue de prever que Izu no estuviera presente en las f celebraciones de la revista, que tanto ayud6 a organizar. A pesar de ha- ' ber sido una de las promotoras se dio cuenta, momentos antes, de que no era propio asistir. En un principio no le import6 demasiado pero, con ' el tiempo, el alejamiento del maestro Matsuei Kenz6 y de Mizoguchr Ao-ri le fue preocupando cada vez mas. )

El noviazgo con el sefior Murakami no dur6 mas de seis meses. En ese tiempo el senor Murakami estaba terminando de deshacerse de las piezas de su colecci6n. Por ultimo puso en venta la casa. En esos dias le encarg6 al arquitecto de edificios multifamiliares, que estaba transformando y ha-ciendo casi irreconocible la zona sur de la ciudad, que disenara la nueva vivienda. Querr'a que su aspecto fuese absolutamente occidental, y no acept6 que se construyera espacio alguno destinado a obras de arte. Fue entonces cuando Izu pidi6 su jardin. El senor Murakami accedi6 despues de meditarlo, pero le dijo que tendria que encargarse de su cuidado. Con el dinero que obtuvo por su antigua casa, compr6 un amplio solar aban-donado. Poco antes de terminar la construcci6n, le autoriz6 a Izu con-tratar a un jardinero respetuoso de la tradici6n.

El senor Murakami habfa llamado a la casa de Izu justo dos dfas despues de que la diminuta maestraTakagashi, quien pertenecfa al cfrculo de ami-gos que se reunfan a cenar una vez por semana, le contara sobre la con-fesi6n del fraude electoial que habfa realizado Izu en su oficina. Luego

Page 181: Bellatin, Mario. Obra Reunida

193

de un mes Ie propusomatrimonio. Hubo una separaci6n antes de la bo-<Ja cuando a Izu le const6 que el sefior Murakami estaba terminando de rematai la colecci6n. Este suceso la llev6 a pasar casi dos meses encerra-da en el estudio, pues se sentfa responsable de aquella teiiible decisi6n. Onicamente salia para tratar a su padre en la manana y en la noche. Pasa-ba el resto del dia contemplando los cambios que se producfan en el jar-dfn. Finalmente, aquel invierno no dui6 todo el ano como habian temido. El unico dia que sali6 a la calle durante esos dos meses, el caloi fue ago-biante. Se dirigi6 a la universidad a solicitar su baja. Adujo problemas fa-nuIiares. En aquella oportunidad, Izu llev6 un kimono apropiado para los cambios de estaci6n,. La tela no era muy gruesa, pero tampoco era la mis adecuada para el ins6lito caloi de esa manana. A1 Uegai a la universidad, Izu se quit6 el otogomo^ que Uevaba puesto y solt6 su cabello. Se encon-tr6 con aquellos companeios de cutso, que meses atias se habian refeii-do al individuo que vomitaba sobre las obras de axte. No Ia saludaion. Trat6 de daise prisa en los tramites. No quen'a cruzarse con la diminuta maestra Takagashi ni con el maestro Matsuei Kenz6, el cual en esos dias acudia aun a la universidad para vaciai su oficina.

Lleg6 a aveigonzarse de su ensayo, quizd su madre habfa tenido raz6n. Nunca imagin6 lo que podia desencadenar esciibiendolo. Era conscien-te, ahora, del esmero que habia puesto el padre del senor Murakami en reunii la colecci6n. Pens6 en marcharse de la ciudad. Tal vez a las islas de pescadores de donde era oriunda su madre, o a los Estados Unidos donde quiza podrfa tener una vida diferente. Sin embargo, sabia que no podia dejar sin cuidados a su padre. Los gemidos que emitia eran ya del todo ininteligibles, y el hilo de saliva que aparecia muy de cuando en cuando cambiaba sutilmente de color.

Durante las siguientes jornadas, las temperaturas fueron extremas. Podfa amanecer a menos de cero grados centigrados y alcanzai los treinta y cin-co por la tarde. Tambien se presentaron lluvias, fuertes aguaceros y tor-mentas tropicales. Izu vefa estos cambios desde su ventana. Pens6, de nuevo, en el trabajo fueia de casa pero le pareci6 muy importante seguir recluida un tiempo mas. A pesar de que, en las noches, ya se encendfan las luces de los aiboles del jardfn.

" Velo falso de papel de arroz que se pone sobie el kimono cuando se usa en el dia. Esta prenda suele desvanecerse poi si' misma a Io laigo de la jornada,

Page 182: Bellatin, Mario. Obra Reunida

194

Izu volvi6 a salir a insistencia de la madre, a quien le cost6 varios dias 4 convencerla de que fuera de compras al centro de la ciudad. Aquello era 3 una treta, pues a espaldas de Izu la madre iba a sostener una entrevista l con el sefior Murakami. A pesar de aborrecer a ese hombre, debido prin-cipalmente al escindalo de las prendas fntimas, y de no considerarlo un pretendiente adecuado, el habfa solicitado la cita de manera formal. El senor Murakami Ueg6 a la casa sin tener en cuenta el aguacero que cay6 esa tarde. Izu y Etsuko estaban en el centro de la ciudad. La sirvienta te-nfa el encargo de entretenerla hasta el anochecer. De cualquier manera, -tampoco hubiesen podido abandonar el centro comercial por la tromba de agua que se desat6. La madre lo recibi6 vestida con un kimono muy antiguo. Era de color coral y la pechera estaba atiborrada de briUantes hi-los de oro que se iban reflejando contra los objetos. Calzaba unas sarayas^ y medias de seda azules. Lo recibi6 en el minusculo pabell6n situado al poniente de la casa. Se accedfa a esa estancia subiendo unos cuantos es-calones de sindalo. Aquel espacio se encontraba algo alejado del resto de la vivienda. Habi'a sido construido para guardar las imagenes sagradas, que la madre sacaba una vez al ano para asistir a la peregrinaci6n al Va-lle de la Luna. En un extremo, una alta vidriera con ventanas de doble marco estaba cubierta con papel de arroz. En el suelo habia varios coji-nes acomodados. Los shojiP que alumbraban la estancia estaban elabo-rados del mismo material. Debido a la ausencia de Etsuko, la madre se habfa visto obligada a contratar a una maestra del te" para que llevara a cabo la ceremonia que le 0frendar1a al senor Murakami. Sin embargo, en aquella ocasi6n no permiti6 que se pronunciara el haiku con el que la familia acostumbraba empezar el ritual.

A su regreso, horas despu&, Izu no advirti6 nada extiano en la casa. Lleg6 cargada de paquetes: entre otias cosas unas blusas sin mangas, de colo-res pastel, y dos faldas plisadas. Habfa estado a punto de adquirii tam-bi^n unos mocasines, pero no se decidi6 poi ninguno de los modelos exhibidos. En su lugat compr6 dos pares de botas que cub11an las 10di-llas. Cuando iba de compras, solfa pedirle a Etsuko su opini6n. La sir­vienta se limitaba a asentii o a negar con la cabeza. A veces, tambi^n,

" Sandalias de madera. En un pivote atado a la suela se intioduce el dedo gian-de del pie.. " Candelabios cubiertos con papel de arioz y aIimentados con germen de soja seco. El combustible puede alumbrai varios dfas, pero una vez encendido no puede ser reemplazado hasta su extinci6n.

Page 183: Bellatin, Mario. Obra Reunida

195

s6lo entreabrfa la boca. Ambas mujeres tenfan casi la misma edad. Et­suko s6lo era medio aiio mayor. Habfa vivido con ella desde nina. Su 01adre habfa sido la saikoku^ de la madre de Izu. Paia sorpresa de todos una manana abandon6 la casa llevindose, cosa extiana, el suppenka^ de su senora. Es por eso que la madre de Izu, pr4cticamente habfa criado a Etsuko. Estuvo siempre pendiente de que estuviera limpia y bien vesti-da. Habfa sido una nina callada. Iba a la escuela con Izu. Mds de una vez les preguntaron si eran hermanas. Izu se lo cont6 a su madre y, desde en-tonces, dejaion de vestirlas y arreglarlas igual.

Izu ctuz6 el jardin y se diiigi6 directamente a su estudio. Etsuko iba de-lante, cargindole las bolsas. Izu se fue desvistiendo hasta quedar comple-tamente desnuda. Su piel tostada parecfa haberse abrillantado con la edad. Su cuerpo continuaba mostrando las peculiaridades de las j6venes de Ochun. Se prob6 las blusas. La rosa, la celeste y la de un tono ama-rillo suave. Las iba combinando con una serie de diademas de colores, que sacaba sin parar de un cajoncito del escritorio. Etsuko miraba aten-ta los cambios de vestuario. Cuando termin6, la ayud6 a ponerse el ca-mis6n de fianela para dormii. Tambi^n las medias de lana. Le piepai6 el jut6n que, desde hacia dos meses, tiempo de su encierro, ya no se encon-traba en la estancia principal de la casa. Luego se despidi6 y ceir6 Ia puer-ta despu& de apagai la luz cential y dejai encendida, unicamente, una pequena ldmpara que biillaba con baja intensidad.

Mientias tanto, en Ia pequena salita la madie lloiaba agotada. No habia sido casual que Izu no la hubieia visto esa noche. Etsuko habfa recibido el encaigo de contarle a Izu que su madre se encontraba en los aImace-nes de la familia, porque a causa de las toimentas el s6tano, donde ven-dfan pioductos de impoitaci6n estaba casi vacfo. Habfa naufragado el ultimo barco que llegaba deI Jap6n y necesitaban de su firma para esta-blecer contactos comeiciales de urgencia. En realidad, la madie ni siquie-ra se habfa quitado el kimono. Tampoco habfa lefdo el peii6dico a su maiido, de quien esa noche nadie parecfa haberse ocupado. Luego de de-jar acostada a Izu, Etsuko subi6 los peldanos de sdndaio y se acerc6 a sU senora, que se mantenfa boca abajo. En medio de la oscuridad se qued6 contempldndola largo rato. El laigo cabello canoso, aun se mantenfa su-

" Vei nota 4. " Lienzos de tela ligera que usan las mujeres para envolver sus cuerpos durante el sueno una vez consumada la noche de bodas.

Page 184: Bellatin, Mario. Obra Reunida

196

jeto con unas horquillas casi impeiceptibles. Salvo el tenue aroma del agua de colonia del senor Mutakami, nada delataba la ieciente entrevis$ ta. La maestra contratada para la ceiemonia del te' habia guardado todaf los utensilios. Antes de abandonar la estancia, dejando a la madre sunu! da en su dolor, Etsuko camin6 sobre los cojines que habian utilizado mo-mentos antes los participantes de aquella ceremomia. '%

V x La aparici6n del fantasma del senor Murakami flotando en los estanque$' del jardfn, coincidi6 siempre con la Noche de las Linternas Iluminadas: En un comienzo Izu crey6 que esa suerte de espejismo podfa tener utf significado simb6lico, puesto que de algun modo esa fecha habia deterp minado su vida conyugal. En la actualidad quedaba poco de aquellosg afios. El jardinero estaba viejo. Desde haci'a un tiempo no cumplfa, de' manera adecuada, con sus horaiios de trabajo. A Shikibu apenas podia pediile que se ocupara de la cocina. Los platos que preparaba aparecfan? cada vez con mis frecuencia con particulas del polvo de arroz que sele desprendfa del cutis. |

"' J Las raices de los bambues ieales, los que crecieron de los tronquitos que el sefior Murakami le iegal6 a manera de simbolo de su uni6n, fueron terminados de sacar de la entrada de la casa poco despu6s del funeial.Pe-ro habia mas problemas. El dinero que el senor Murakami habia tenidQ ahoirado en el banco, estaba a punto de acabarse. A Izu parecia aguar? daile la pobreza. No cieia poder mantenerse por si misma. Ahora s6lo parecian quedaile la casa y el jardin. -;

Los obreros que recibieron la orden de destruii aquel jardin, no supieron poi d6nde empezar el trabajo. La maiiana que fueron convocados a aquel espacio exquisito tardaron en entender lo que se les pedia. La sefiora Mvi-rakami estaba decidida a demoleilo totalmente. Tenia pensado llamar des5 pu& a un arquitecto para ver que podia hacer con el terreno. C6mo podia conseguiise algo de dinero a partii de su comercializaci6n. ';

La sefioia Murakami no dijo nada cuando se abri6 el testamento de si marido. Desde que habfa pedido ver nuevamente los pechos de Etsuko, ya no esperaba nada de 6l. Segun aquel documento, la mayoiia de los bienes estaban destinados a la constiucci6n de un nuevo espacio publir co, que llevaria como t1tul0 N0v1sima Sala de Arte Murakami, que se 'm-auguraiia en el Museo de Aites Folkl6ricas. Tanto de la construcci6n de la sala como de los asuntos administrativos se encargaria el Grupo de Conservacionistas Radicales, bajo la cuiaduiia de la diminuta maestra

Page 185: Bellatin, Mario. Obra Reunida

197

Takaeashi. El bungalo se lo dejaba a su amigo Udo Steiner, cuya amistad nca habfa podido oIvidar. El autom6vil negro, que compr6 durante

los anos de la posguerra, serfa para la madre de la senora Murakami con la condici6n de que no lo vendiera. El usufructo de la casa y el jardm, asi como el dinero que quedaba en el banco eran para su esposa. La seno­ra Murakami qued6 sumamente soipiendida cuando advirti6 que a su marido le quedaba tan poco dinero en sus cuentas. La raz6n la descubri6 cuando Udo Steiner visit6 el pais para acudir al funeral de su amigo de toda la vida. Al abrir el bungalo, despues de que el notario le entregaia la unica copia de las llaves, enconti6 en 6l todas las obias de aite que el sefior Murakami, desde que le diagnosticaron cdncer de pr6stata, habfa estado comprando discretamente para la nueva sala del museo que pen-saba dejar como legado.

La situaci6n econ6mica de la senora Murakami parecfa casi desesperada. Adem& no podfa recurrir de ninguna manera a su familia. En la unica reuni6n que su madre habfa sostenido con el sefior Murakami, la tarde en que Izu compr6 tres blusas iguales de tonos pastel, aque1 le dijo que aceptarfa casarse con la hija unicamente si la familia le aplicaba el For-mot6nAiaL^ El senor Murakami exigfa que su futura esposa renunciaia a la dote para convertirse, de ese modo., en un marido de la vieja estirpe. Recibirfa una mujer sin nombre, sin privilegios y sin dinero. La madre le suplic6 que no pidiera la mano de su hija. Pero el sefior Murakami le di­jo que poseia pruebas de la presencia de Izu en el hotel donde se realiza-ron las citas clandestinas. Tenia tambi^n unas fotos, que hubiera preferido no mostrarle, en las que aparecfa Izu semidesnuda dentro del autom6vil negro estacionado en un recodo del camino.

Izu supo de aquel arreglo antes de casarse. La madre, durante una larga conversaci6n que sostuvieron las dos, le quiso hacei entender que social-mente no tenia alternativa, pero que podfan buscar una salida digna que no la condenara. Peio, habfa otro elemento que no habia querido men-cionarle para no empeorar las cosas. Los dos compromisos truncados, la publicaci6n del articulo, el escdndalo del comeicio de prendas intimas y el abandono de la universidad habfan afectado gravemente la salud del

** Forma juridica tiadicional sustentada en la palabia de honor, que no admite rectificaci6n. Sus reglas son bastante estiictas e incluyen el iepudio familiai, la prohibici6n de usai el nombie pateino y la p^idida del privilegio de ser cubier-ta con un suppenka por su maiido tias la consumaci6n de la noche de bodas.

Page 186: Bellatin, Mario. Obra Reunida

padre. La madre estaba segura de que el escandalo que podrian desenca^| denar las pruebas y las fotos, seria demasiado para 6l. "M

Sin embargo, a Izu no era necesario que su madre tratara de convencer-J la de nada. Hacia semanas que habia decidido que deseaba ser la senora^ Murakami. Habia llegado a esa conclusi6n luego de mirar, una y otra 1 vez, el reflejo de la solitaria flor amarilla que ciertas noches aparecfa en 1 el centro de su pequeno jardfn. J

y i"$

Cieita manana, poco tiempo despu& de que Izu hubiese hablado con su i madre, el autom6vil negio del senor Murakami volvi6 a estacionarse fien-1 te a la verja. Son6 la bocina un pax de veces. Sigui6 luego un prolongado | silencio. Diez minutos mas tarde, Izu sali6 de su casa con el mismo kimo- ',

i

no de la ^poca de la represi6n con el que habia visitado por primera vez la | colecci6n Murakami. Llevaba consigo el libro Ehgio de h sombra. Lo trafa " entre las manos. Su madre llor6 al ver a su hija cerrando las pueitas de su 'i estudio que daban al pequeno jardfn. Le suplic6 que no se fuera. Prome- ' ti6 que haiia todo lo posible por revocar el Formot6nAsai. El padre perma- ' necia tumbado en su tatami. Izu entr6 a despedirse pero parecfa dormido. Le sopl6 en el rostro. Las comisuras de sus labios no mostraron ninguna reacci6n. La ultima orden que Izu le dio a Etsuko antes de abandonar la casa paterna, fue que consolara a su madre y que en adeIante cuidara to­do el tiempo de ella. EI padre falIeci6 dos meses despu&.

Aquel dfa, por unica vez desde que Izu se fue de casa de sus padres, eila ' y el senor Murakami se sentaron solos a comei en un restaurante en las afueras de Ia ciudad, donde ofrecian la carne reci^n cortada de un pez que regresaban descarnado pero vivo a una pequena pecera que luego ponfan sobre la mesa. La comida debia durar el tiempo exacto que tar-daba el pobre animaI en dejai de nadar y morir. Tambi^n era posible, cuando servi'an eI ti, apreciar el proceso completo del florecimiento de una rama de cerezo adaptada especialmente para que eso sucediera asf. Al senor Murakami esos recursos, tanto el del pez cuya carne podia co-merse mientras estaba vivo como el florecimiento artificial de una rama, le parecieron mas propios de un numero de atracciones callejero que un avance en el ambito gastron6mico del pais. Izu se desconcert6 cuando se lo dijo, pues momentos antes habia sido una entusiasta defensora de aqueIlos artilugios.

Algunos ninos de los alrededores, al ver la maquinaria pesada apostada frente a la casa de la senora Murakami, se acercaron para preguntar por

Page 187: Bellatin, Mario. Obra Reunida

199

1 futuro de los peces una vez demolidos los estanques. Los ninos sabi'an ue en esa e >oca del ano no se podfan matat, bajo ninguna circunstan-- las Carpas Doradas. Que tampoco podfan venderse sino hasta cuan-

j terminasen de desovar. Se habian presentado con recipientes y bolsas de plistico para recibirlos. Shikibu tuvo que salir a espantarlos. Cuando volvi6 a entrar en la casa, le pidi6 a su senora que no mirase cuando los hombres empezaran a ejecutar su mandato. Le ofreci6, a cambio, daile un bafio con floies aromatizantes y haceile incluso un nuevo peinado. La senora Murakami estuvo a punto de aceptar, peio al final decidi6 que-darse a ver c6mo se llevaban a cabo las transformaciones. Estaba vestida con una de las batas, que no se sabfa si eran hechas para mujeies extran-jeras o para actores del teatro kabuki, que su marido le habfa ido regalan-do durante sus anos de matiimonio. En la pierna Uevaba una cadenita de oro que, curiosamente, su marido ni le pidi6 ni le prohibi6 nunca que usase. Antes de que los bulULozen comenzaian con su labor, la senora Murakami se puso de pie y se aceic6 al capataz. Tenfa claro por d6nde querfa que se comenzasen los tiabajos. Lo primero que se destruirfa se-rfa el fondo del lago cential. Habn'a que hacei pedazos la zona por don-de el fantasma de su marido solia aparecer cuando las condiciones del clima eran las apropiadas.

Izu Murakami cree ver, en medio del polvo que piovoca la destrucci6n de su jardfn, la aparici6n de una casa situada en las raldas del monte cen-tral iluminada s6lo con shojis de papel de arroz. Aquella casa cuenta con un cuarto de bano fuera del area techada. Le paiece, a pesar del iuido ensordecedor de las maquinas, escuchar la voz de su padre llamdndola en un idioma que se le hace imposible comprender.

Otsomuru?*

Palabra que se refiere a un final que es en realidad un comienzo. El poeta Basho (1644-1694) la utiIizaba en los poemas que no tenfa pensado que se publicasen.

Page 188: Bellatin, Mario. Obra Reunida

AdendaalrelatodeljardmdelasenoraMurakami ,*|

1- Si bien no esta dicho exph'citamente, la senora Murakami parece man? tener una extrafia relaci6n con el ensayo Ek>gio de ht sombra, de Tanizaki Yunichiro. Resulta dificiI de definir la veidadera naturaleza de dicho iril ter&. 3 2- La madre de la senora Murakami, aunque no se mencione constante-mente, lee el peii6dico en voz alta todas las noches. La escuchen o no % escuchen. Dej6 de hacerlo, el texto lo sefiala, en una sola ocasi6n. 3- Los futones que se usan en la familia piovienen de los talleres Tenkeij los mds resistentes del mercado. El padie los utiliz6 durante los largos aflos de su enfermedad. 4- La definici6n, clara y contundente, de las presentaciones de las Mu-jeres Cerezo, quienes actuaban en una explanada fiente al restauiante donde el Ptemio Nobel debi6 conier con los zapatos puestos, podriacani-biai el sentido del relato del jardfn de la senoia Mutakami. Se prefiri6 mantenei el sentido original. 5- Es imposible compiendei poi que se ha omitido la narraci6n del re gieso del sefioi Murakami a la casa conyugal, cuando supo que se estaba muriendo de cancer de pr6stata. Durante todo el tiempo que dui6su enfermedad, Izu Murakami tuvo que cuidarlo como lo han'a una esposa diligente. 6- El peinado que le hacen a la senora Murakami para el funeral de su marido, es muy parecido al que se hizo la tfa de Akira el dia en queel muchacho muri6 de mal de rabia. 7- En algun momento de la narraci6n, habria sido conveniente volver a referiise a la Caceiia de Orugas, tal vez explicar con detalle lo absuidb de una actividad semejante, mas aun cuando es practicada sin un tul cu-briendo Ia cara de los participantes. 8- ^Por que nunca llega a saberse si el sefior Murakami sabe conducir o no? 9- El Terrin de Satsumeri-oto que pide Izu en el sal6n de te" de estilo fran-c6s que visita en companfa de Etsuko, parece ser, sencillamente, un pas-tel con pescado. 10- No hay explicaci6n, ni cientffica ni de ningun tipo, que aclare las ra-zones por las que un hilo de saliva apareciese de la boca del padre cuan-

Page 189: Bellatin, Mario. Obra Reunida

201

do parecfa entender las cosas.. Menos, que con el tiempo cambiase de

coloi. H- La propuesta del famoso decorador de interiores, que sugiere enga-lanar las oficinas de la revista con grandes flores hechas de tela de pldstico _-pero siguiendo la t^cnica de los artesanos del siglo III—, fue seleccio-nada para participrar en la Bienal de Venecia de 1969. 12- Por el testimonio de algunos viajeros, se ciee que el maestro Matsuei Kenz6 y Aori Mizoguchi, continuan juntos, viviendo en la costa oeste de los Estados Unidos. Mis de uno ha descrito a los propietaiios de un bar de playa cuyas caracterfsticas concuerdan de maneia asombrosa con las de aquellos hombres que tanta impoitancia tuvieron en la vida de Izu Murakami. 13- Es, quiza, conveniente saber que las verdaderas razones por las cua-les los habitantes de las islas del aichipielago acostumbran apagar las lu-ces puestas en los arboles durante el peiiodo mds frio del invierno, son aun desconocidas. 14- El juego de tres piedras blancas contra tres piedras negras, luego de la legislaci6n oficial que marc6 sus h'mites, es posible adquirirse, empa-quetado, en las principales cadenas de jugueteilas del pafs. 15- El cabello, laigo y canoso de la madre de Izu, solfa verse muy albo-rotado cuando reci^n se levantaba. Fue una caiacteiistica que acompan6 a esta mujei desde la infancia hasta la vejez. 16- Nunca mis se volvi6 a oir del libro que redactaba el maestro Mat­suei Kenz6 en la paz de su pequefia oficina de la univeisidad: el texto de historia del aite paia estudiantes de los ultimos anos de secundaria. 17- Los amigos del senoi Murakami se ieunfan, todos los jueves, en un mismo iestaurante del centio de la ciudad. La unica mujer admitida en las juntas eia la maestia Takagashi, quien se habia foimado, junto con ellos, en los afios anteiiores a la guena. El restaurante estaba iodeado de sobeibios jardines y era considetado como uno de los mejores del pais. Parece que esos amigos eian peisonas muy podeiosas dentio del mun-do de la politica y de las finanzas. De allf que el sefior Murakami, mis de unavez, hubiese salido tan bien librado de sus problemas con lajus-ticia. 18- Resulta dificil entendei la actitud final del sefior Murakami cuando pedfa, a gritos, volver a ver los paHdos senos de Etsuko. Podria atribuir-se a los efectos de la medicaci6n o incluso a la agonia en sf misma. Sin embargo, se cuenta tambi^n con los elementos necesarios para, incluso, Uegat a pensar que ambos personajes mantuvieron relaciones ilicitas. 19- EI ombligo que Tutzio le regal6 a Izu como piueba de su piomesa de volver por ella, le fue devuelto a su madre cuando se le pidi6 que no

Page 190: Bellatin, Mario. Obra Reunida

202

visitase mds la casa. Esta mujer, a su vez, lo envi6 a Am^rica. Se desco- noce su paradero. ;| 20- Pocos afios despu& de la muerte del senor Murakami, la maestra1 Takagashi fue nombrada, poi el propio empeiadoi, como asesora oficia^ en los asuntos de arte de la naci6n. 21- Oiganizar consultas al aiie libie paia tratar asuntos del alma y el co-i raz6n, es una pilctica que, desde hace milenios, se suele Uevax a cabo en' la zona central del pais, regi6n cuyas costumbres son todavia poco cono-cidas. Lo que si' fue una invenci6n de Izu, fue sacar las respuestas de los distintos libros de haiku que iba sacando de la biblioteca. 22- Izu, despu& de su boda, s6lo vuelve a oir una vez a su marido refe^ riise a su particular timbre de voz. Fue cuando, no s6lo crey6 veilo apa--iecei al fondo del jardin, sino que experiment6 la sensaci6n de quele: dirigfa palabras cariflosas. 23- El juego de la biuja Higaona consistia simplemente en colocar una pequefia casa hecha preferentemente de bambu, en la ciesta del irbol mds giande de los aliededores. Ganaba quien piimeio la alcanzase. Se; ciefa que con esto se lograba que el espfritu de la bruja nunca pudiera poseer a aquel jugador. Habia la idea de que tomaba, de una vez y para siempie, al contiincante que quedaba en ultimo lugar. A pesai de no ser recomendable, era un juego que podia piacticaise mds de una vez. 24- Hasta ahora aquellos que pasean poi el paique Muiakami, que es eni lo que finalmente se convirtieron la casa y el jardin —al no poderse eludir las normas legales que amparaban el testamento del senor Murakami-, comentan que la beUeza de aquel lugar estd sustentada en la venganza que) llev6 a cabo un senor en contia de su esposa.

Page 191: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Bola negra

Page 192: Bellatin, Mario. Obra Reunida

El entomoIogo Endo Hiroshi decidi6 cierta mafiana dejar de comer to-do aquello que pudiera pateceile saludable al resto de las personas. To-m6 la decisi6n Iuego de la noche de insomnio —provocado quizi por el recueido de la vieja cocinera de la casa partiendo hacia la Caravana de los Seres Desdentados—,' que sigui6 al banquete de bodas de sus padres. Durante aqueIla noche habia sentido, entre dormido y despierto, la des-aparici6n de sus biazos y piernas piovocada por la voracidad descontro-Iada de su propio est6mago. Fue tal la agresividad que mostr6 aquel 6rgano, que Endo Hiroshi con las primeras luces del alba ya se sentia miembro del bando de aqueIlos que comen s6lo para estropearlo. De los que pretenden transformarlos en 6rganos casi inseivibles. Endo Hiroshi conocia de cerca historias de j6venes que morfan mostrando una delga-dez extrema por negarse de pionto a comer ni un grano de arroz. Algu-nos decfan que muchas de aquellas inapetencia eran causadas por una desilusi6n amorosa, y otros que se producfa poi seguir de una manera estricta la imposici6n de las modas que provenian de Occidente. Por el contrario, sabia tambi^n de hombres y mujeres que comfan hasta hartar-se, mostrando en sus corpulentos cuerpos la imposibilidad de abstraerse al desenfrenado deseb de representar, dentro de si mismos, eI universo entero.^ En su familia, en mis de una ocasi6n se habian dado las dos si-tuaciones opuestas. Incluso se present6 el caso de unos primos, mellizos, en el que Ia hermana se consumi6 producto de la anorexia, y el herma-no se convirti6 en un destacado luchador de Sumo?

' Costumbre arcaica a la que deben someterse los ciudadanos que han perdido completamente la dentadura. ^ Creencia populai entie los caldeos asirios principalmente, de que en el cueipo humano estaba contenida la totalidad de las esferas celestes, Se cree, gracias a recientes estudios de coite psicol6gico piofundo, que en el hombre existen re-manentes de esta convicci6n como simbolo de superioridad social.. ' Tipo de lucha depoitiva que tiene como fin celebiar los tiempos de cosecha o de abundancia. Se practica sobre todo en regiones que se iigen poi el calendaiio solar.

Page 193: Bellatin, Mario. Obra Reunida

206 rm

Endo Hiroshi recordaba ademas las historias de los afios de gue^S rra que oy6 de nino. En ellas se haci'a referencia a una escasez tal que^ muchos llegaron a matar por una raci6n de arroz o un trozo de pescado.^l Escuch6 tambi^n relatos de la existencia de carne de roedor envueltaeti^ delicados susbis, y de j6venes que se dedicaban a atrapar moscas para des- J pu6s consumirlas a manera de mijo? El impacto de esos cuentos motiv6 | que el entom6logo Endo Hiroshi adquiriera desde pequeno un espi'ritu ^ que de cierta manera, mezclaba una suerte de aversi6n y ieverencia hacia t la comida. Por esa raz6n nunca estuvo de acuerdo con aquella expresi6n ' extranjera, que afirmaba que la cocina de su naci6n parecia estai hecha mds para la apreciaci6n visual que para sei consumida/ En casa de sus -abuelos, donde pas6 paite de su infancia porque a sus padres les estaba prohibido vivirjuntos, no se acostumbraba desperdiciar ningun comes-tible. Incluso muchas veces —basados principalmente en El libro de en-senanzas del profeta Magetsu— se implement6 una peculiai manera de preparar los alimentos, que consisofa en entenar los ingredientes varias horas seguidas en medio de piedras encendidas con lena o carb6n. El piofeta Magetsu, monje del que se dice no tuvo una sino muchas muer-tes, concebia la creaci6n del univeiso como un obsequio de la madre ; tierra a los elementos constitutivos del cosmos, entre los que estaba in-cIuido, por supuesto, el sei humano.

Duiante un viaje que hizo al Africa, invitado por la sociedad de entom6logos de la que formaba paite, Endo Hiroshi debi6 consumir to-' do el tiempo alimentos empaquetados que compr6 en un negocio que le recomendaron los miembros de la asociaci6n a la que perteneda. Rea-liz6 aquel viaje llevando en sus maletas botes, platos y vasos de plastico que contenfan distintas iecetas de alimento deshidiatado. Endo Hiroshi s6lo debia agregar agua hiiviendo a los recipientes para conseguir asi una cierta variedad de comidas que, de algun modo, guardaban un lejano parentesco con las que oiiginalmente se consumian en el pa(s. Esta ex-cursi6n fue bautizada por el entom6logo Endo Hiioshi como "El largo viaje del agua hiiviendo", pues fue fundamental en la ttayectoria la pre-sencia de teteras y de estufas portatiles, que le permitieron no s6lo alimen-taise de foima adecuada sino, ademis, tomai el te' a la maneia tradicionaL

* El pez poi el cual la gente cometi6 un mayor numero de asesinatos fue el len-guado. ' Hasta el d/a de hoy apaiecen de cuando en cuando en los diaiios casos de comer-ciantes que venden moscas tostadas en lugar de semiUas comesdbles. * Vei ievista Newsweek Num. 234, pag.56.

Page 194: Bellatin, Mario. Obra Reunida

207

Endo Hiioshi habrfa podido prescindir por varios dfas de la comida pero, mientras estuviera despierto le era practicamente imposible dejar de to-mar te" por rnds de cuatro horas seguidas. Algunos entom6logos le acon-sejaron que aprovechara el viaje y probara uno de los tantos insectos comestibles que se consumian en la regi6n que visitaban. Desde las hor-jjjjgas comunes, que eran servidas banadas con miel dentro de cucuru-chos de papel, hasta la pulpa de ciertas tardntulas de patas azules que vivfan s6lo en la copa de los diboles/ Mientias iban deglutiendo estos especfmenes, era comun que los miembros de la expedici6n hablaran de las propiedades nutritivas de los insectos. Algunos anos atris ciertos ex-pertos, principalmente el cientifico Olaf Zumfelde de la universidad de Heidelberg, construyeron una tabla donde se detallaba la cantidad de protefnas de los invertebrados que era asimilada de manera inmediata por el cueipo humano.' Sin embargo, Endo Hiroshi no prob6 nada dis-tinto a los alimentos envasados que habfa comprado en su pafs. Conti-nu6 con la travesia llevando consigo siempre sus comidas empaquetadas, el t6, su tetera y la pequena hornilla que funcionaba con pilas. Faltando unos dias paia el final del viaje, en el que trabaj6 con su diligencia habi-tual, hall6 un extiafio espdcimen que se creia extinto. Mejor dicho, en-conti6 un ejemplar desconocido pues el unico del que se tenia memoria, el Newton Camelm Eleoptim$, era de otro color. Logr6 guaidailo en la mejor de las condiciones posibles, y sin decirle nada al resto de la expe-dici6n, lo Uev6 consigo en el viaje de regreso.

Una vez desembarcado, se dirigi6 diiectamente al laboratorio que tenfa montado en la parte trasera de la que despu& setfa casa de sus pa-dres.' En ese entonces, sus padres aun estaban solteros y vivi'an separados. Pese a esta situaci6n, los miembros de la familia se encontraban todas las noches en esa casa, que habitaba Hiroshi desde la infancia, para rezar las oraciones del monje Magetsu. Endo Hiroshi sabfa que el hallazgo del in-secto era fundamental para su carrera de entom6logo. Su nombre, Hi­roshi iba a ser utilizado a partir de entonces para nombrar siempre a la

^ Se tiataba de las taxintulas Larpicus fosfoiescentes, que unicamente existen en el este de Namibia. * Consultai Tabla Zumfelde. Disponible en la Sociedad de Nutri6logos de Berlfn. ' Segun la uadici6n deI piofeta Magetsu, bastante incomprensible en el mundo occidental, los senoies de una casa no podi'an sostener una vida marital hasta que la m4s anciana de las mujeres del seivicio no perdiera el ultimo de sus dien-tes. Este hecho no les negaba el derecho a tenei hijos.

Page 195: Bellatin, Mario. Obra Reunida

208

especie cazada. Segun sus conocimientos, y el de otros muchos investi-gadores, el insecto que se conocfa era azul y no rojo como el que habfa encontrado. Hiroshi Camelm EUoptirus serfa el nombre que llevan'a esta nueva variedad. Pero cual no serfa su sorpresa, cuando al abrir la caja de plastico encontr6 s61o una pequenfsima bola negra en lugar de su insecto. La bola era tan minuscula, que incIuso fue curioso que se diera cuenta de su presencia. La caja habfa sido disenada especialmente para transportar ejemplares de esa naturaleza. Es decii, insectos de pequefias y medianas proporciones. Las fabricaban exclusivamente para los miembros de la so-ciedad de entom6logos a la que pertenecfa Endo Hiroshi. Estaban hechas de tal modo, que los insectos atrapados podian vivir mucho tiempo en su interior. Era impensable entonces que se hubiese escapado el eleopte-ro encontrado la semana anterior. Endo Hiroshi lo habfa visto por ulti-ma vez en el aeropuerto de Nairobi antes de abordar el avi6n de regreso. Dentro de la nave le habfa echado otra ojeada, y el dfa anterior, inme-diatamente despu& de instalarse nuevamente en su casa, lo habfa estado contemplando Iargo rato pero esta vez bajo unas lentes de entom6logo.'" En esa ultima ocasi6n, estuvo compaicindolo no s6lo con el Newton Ca­melm Ekoptirm que aparecfa en una ilustraci6n del libio de insectos que siempre llevaba consigo, sino con una serie de tratados especializados que llenaban la biblioteca de su estudio. Fue tal la impresi6n ante la ausencia, que no repar6 en la llegada de sus padres, quienes, a partir del regreso sa-no y salvo del hijo se preparaban a reanudar las oraciones en la sala piin-cipal de la casa. Durante las semanas que habfa durado el viaje al Africa, no habfan tenido otra aIternativa sino la de rezar en el propio templo del Profeta, que se levantaba en las faldas del monte principal. Tuvieron que hacer por esos fatigosos ascensos. Pero las cosas no podfan set de otro mo-do. Era tal la prohibici6n que los padres no solamente estaban impedidos de sin estar casados vivir juntos, sino que ni siquiera podfan permanecer un minuto en el casa principal sin la presencia del hijo.

Hiroshi escuch6 que lo llamaban, querfan seguramente saludar-lo pero, lo mas importante, era que los ritos no podfan comenzar en su ausencia. Shikibu, la vieja sirvienta, terminaba en esos momentos de pre-parar la gran olla de arroz blanco que se ofrecerfa luego de la ceremonia. Desde que habfa cumplido los quince anos de edad, el cuenco de arroz que se servfa despu& de las oraciones era el unico alimento que Endo Hiroshi consumfa duiante la jornada.. Arroz y, como se senal6, varios li-tros de te. Cualquiera hubiera dicho que esa dieta lo pondrfa delgado y

Se usaron unas lentes Stewarson, importadas por la Casa Tenkei-Maiu.

Page 196: Bellatin, Mario. Obra Reunida

209

d^bil, pero su lozanfa demostraba lo contiario. Como los viejos monjes, incluso como el mismo profeta Magetsu, un cuenco de arroz diario era comida suficiente para atravesar la vida entera. Respecto a esta idea, se Jice que una de las muertes del profeta Magetsu, al paiecer la definitiva, ocuni6 cuando el Profeta decidi6 permitir que su cuerpo fuera el alimen-to de su propio cuerpo." Para dejai huella del proceso, en el que su carne desapaieci6 gradualmente para, curiosamente, convertirse en una huella de su misma carne, cont6 con la presencia de su discipulo, Oshiro, quien escribi6 en un gran pergamino de papel de arroz-disponible actuaImen-te para quien quiera consultarlo las palabras que su maestro le fue dic-tando durante el proceso. Cada dfa el maestro se limit6 a pronunciar una palabra. Curiosamente, la ultima puede ser traducida comopaz. Resulta extiafio que un ser de la altura espiritual del profeta Magetsu, al final de un proceso de muerte tan complejo como el que llev6 a cabo hubiese pronunciado una palabra cuyo sentido para muchos puede resultar mas que obvio.

Antes de comenzar el ritual de adoraci6n al Profeta, tanto los pa­dies como Endo Hiroshi debian proceder a revisar los dientes de la an-ciana cocinera. Los padies siempre fueron l6s m4s interesados en aquella inspecci6n, pues s6lo podrian casarse y gozar a plenitud su condici6n de sefiores de la casa, cuando aquella mujer perdieia la dentadura completa. El dia en que no pudiera volver a comer, la cocinera moriria por inani-ci6n durante el viaje solitario —un camino sin fin que debia iniciar en uno de los tantos caminos que iodean al monte p r inc ipa l - que tendria que emprender la misma noche de la celebraci6n de las bodas de sus se­fiores. Bastaba que en la inspecci6n de la dentadura se detectase la ausen-cia de todas las piezas, para que de inmediato se iniciaran los preparativos de la celebraci6n. Por lo geneial dos dfas despu& estaba todo consumado. Los senores ya eran marido y mujer. Durante esas jornadas la anciana, por supuesto, no habrfa probado ni un grano de arroz del banquete nup-cial, estado que sen'a fundamental para que, en su camino a la muerte, las acciones se piecipitasen lo mas rapido posible.

Unos minutos despues, luego de los saludos de rigor y de presen-tar sus respetos a la imagen del profeta Magetsu, se piocedi6 a la inspec-ci6n de la boca de la cocinera. Todavia no eia el momento de comenzar las oraciones en regla, eia importante para encontrar el tono adecuado de practicailas, saber si se oraba conociendo que la cocinera contaba con piezas molares. Endo Hiroshi, en esa ocasi6n, no le dio ninguna impor-

" Ver el libio Catecismo sagrado de U iecta Hiro-Sensei.

Page 197: Bellatin, Mario. Obra Reunida

210

tancia a los ritos, pese a que los cumpli6 a cabalidad. Estaba consternado>l con la desaparici6n del insecto. Pero, como fiel devoto, debfa disimularS| lo mas que pudiera. Se habfa puesto su tradicional tunica y, despu& de.'| saludar a sus padres como lo debe hacer cualquiei hijo que regresa de una ':'| larga expedici6n, les comenz6 a ariojar, a sus cuerpos tendidos, el agua | correspondiente —que iba sacando de un pequeno cuenco de madera—. l Los padres, luego de los saludos, se habfan acostado en el suelo, boca aba '{ jo, cuan largos eran. Cuando se termin6 aqueUa parte del ritual, notaron j la ausencia de la cocinera. Los padres intuyeron, aI instante, la verdad. Se ! dirigieron rdpidamente a la cocina, y allf encontraron a la anciana, es-condida detiis de las lenas del fog6n. Como lo presumieron, al abrirle la boca descubrieron que la ultima muela, que los habfa tenido en vilo cerca de tres afk>s, habia desaparecido.

Mientras la vieja siivienta suplicaba y se negaba a separar nueva-mente las mandfbulas, que habfa logrado cerrar, Endo Hiroshi, quien habfa seguido a sus padres hasta la cocina, pareci6 compiender entonces lo sucedido con su insecto. Entendi6 que la minuscula bola que habia hallado en lugat del ex6tico ejemplai, se tiataba de una especie de est6-mago del insecto. Esto eia una forma de decir. En iealidad, paiecia ser nada m& que el bicho deglutido por si mismo. No podfa serle extiafia una teoiia semejante. No en vano habia pasado casi toda su vida, exac-tamente todos los momentos que le dejaba libie su profesi6n de ento-m6logo, adorando al monje Magetsu. Se habfa repetido en su pequefia caja el proceso por el que habfa tiansitado el monje antes de morir de manera definitiva. AqueUa pequena bola tenfa que ser una masa informe, confoimada por los elementos que habfan constituido al pequeno bicho. Los gritos de la anciana fueron desgarradores.^ Los padres se mostraron inflexibles. Finalmente, la anciana call6 —mostr6, de pronto, un repen-tino silencio que pareci6 ser una rotunda aceptaci6n de su destino—. Los padres pudieron entonces, tranquilamente, discutir los preparativos para la boda. Hablaion principahnente del banquete. Parecfa ser lo que mds les pieocupaba. Seivirian comidas tradicionales. No habrfa toques modernos, salvo los besugos ofrecidos a los recie i casados antes de que comenzase la ceremonia. Habfa que pensar en el cocinero que tuvieia la maestrfa suficiente para preparar el Besugofantasma.^ La receta consistfa en destazar el besugo hasta dejarlo descarnado pero vivo, para luego in-troducirlo en una pecera que serfa puesta en el centro de la mesa de los

" Se dice que aquella noche algunos vecinos no pudieron conciliar el suefio. " Los mae$ttos en esta t&nica suelen encontiaise en la costa sur del pais.

Page 198: Bellatin, Mario. Obra Reunida

211

novios. La paieja de reci^n casados comeria la carne mientras el pez se-gufa nadando, moribundo, mostrando sus 6rganos internos a todo el que quisiera veilos. Como senal de buen augurio para el matrimonio, la co-mida debia durar el tiempo exacto que tardaba el pez en morir.

El entom6logo Endo Hiroshi corrobor6 aquella noche sus sos-pechas. Luego de que condenaran a Shikibu y que realizaran los ritos para el Profeta, ya en su habitaci6n y con la ayuda de un microscopio, vio que efectivamente el insecto parecfa haberse consumido a sf mismo. Sin raz6n aparente, experiment6 un acceso de niuseas. Vomit6. Mientras tanto en la planta baja, sus padres continuaban con los planes. A partir de entonces la madre podria, ademis de arreglar la casa a su gusto pintar sus dientes de negro y eI padre, aparte de comenzar a dar las 6rdenes pa­ra el funcionamiento del hogar, estaba en el derecho de ir al dentista pa­ra hacerse extraei de una vez por todas la parte frontal de la dentadura. Esas caracteristicas, de los dientes negros y la ausencia de dientes en la parte anterior, eian los simboIos de encontraise en posesi6n de una vida plena. Reflexionando en la transformaci6n que habia suftido un insecto que podiia haberse llamado Hiroihi Camelus Ekoptirus, nombre que de inmediato lo habria llevado a la fama internacional, decidi6 que despues de participar en la celebraci6n de las bodas de sus padres el fin de su vi­da iba a ser atenuar, hasta el mfnimo punto posible, el noimal funciona­miento de su est6mago. Buscaria neutraHzarlo de una manera similar a la atiofia hepitica que llegan a sufrir cieitos gansos, cebados con obse-si6n por sus duenos, o los gatos que en ciertos pafses suelen ser criados en jaulas minusculas y alimentados con maiz aromatizado con sustancias qufmicas.

Cuando al di'a siguiente el sol enti6 por la ventana, iluminando la caja de pldstico que contenia aun el supuesto est6mago del insecto, Endo Hiroshi decidi6 no s6lo comerse aquella bola negra sino tambi^n una serie de gorgojos y otros bichos que recolectaria durante la manana. En el ropero de su cuarto guardaba, casi intacto, el traje para la caceria de orugas que se celebraba los afios bisiestos. La ultima vez que particip6 en una de esas jornadas, lo hizo acompanado de su prima, la muchacha sumamente delgada que muri6 como consecuencia de esa delgadez, y de su primo, el obeso luchador de Sumo.

Page 199: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Shiki Nagaoka: una nariz de ficci6n

"Si se hallara en el mundo una nariz semejante a la vuestra, iria de buen grado a sostenerla."

La Nariz, AN6NlMO, sigIo XIII

"En el hombre conviven dos sentimientos opues-tos. No hay nadie, poi ejemplo, que ante la des-giacia del piojimo, no sienta compasi6n. Peio si esa misma persona consigue supeiar esa des-giacia, ya no nos emociona mayormente. Exa-geiando, nos tienta a haceiIa caei de nuevo en su anteiior estado. Ysin dainos cuenta sentimos cierta hostilidad hacia ella."

La Nariz, AKUTAGAWA RYNOSUKE, 1916

Page 200: Bellatin, Mario. Obra Reunida

m

Lo extrano del fisico de Nagaoka Shiki, evidenciado en la presencia de una nariz descomunal, hizo que fuera considerado por muchos como un personaje de ficci6n.

m

Hay quienes afirman que el nacimiento de Shiki Nagaoka present6 pro-blemas debido a lo anormal de su nariz, y que incluso la vida del nifio pe-ligi6 al prolongaise el aIumbramiento mis aUa" de lo comun. Asistieron a la madre dos parteras, puesto que Shiki Nagaoka pertenecia a una fami-lia arist6crata. Cuando vieron aI nifio, las mujeies discutieron sobre si aqueUa nariz no seria un castigo por haber participado, tanto la madre co­mo buena parte de la sociedad, del entusiasmo desmedido que motiv6 la llegada de ideas extranjeras. Para muchos, esa alteraci6n de los h4bitos fue una verdadera bendici6n pero para otros, entre los que se encontraban las parteras, esta actitud se asoci6 con un iotundo desprecio a la dignidad de la patria. Los primeros estaban iepresentados principalmente por los aris-t6cratas y los artistas, que vefan en este intercambio de ideas y productos la clave para la modernizaci6n. En el bando opuesto se encontraban los eclesidsticos, la casta militar y la gente de pueblo, quienes se aferraban pa­ra su subsistencia tanto flsica como espiritual a costumbres ataVicas. Cuan­do Shiki Nagaoka naci6 era todavia reciente la nueva politica liberal de comercio, que se instaur6 por decreto cuando las fuerzas militares deja-ron de ostentar el poder absoluto.

m

Las parteras hablaron de castigo porque, desde tiempos arcaicos,el ta-mano de la nariz era la caracterfstica fisica mis ielevante de los extranje-ros que a trav& de los siglos habian llegado a las costas del pais. En los grabados cldsicos de la Era Meinf, por ejemplo, se aprecian en el centro de los rostros de los invasores a las islas unos descomunales ap^ndices co-lorados.

Page 201: Bellatin, Mario. Obra Reunida

216

m

Los primeros cuentos que escribi6 Shiki Nagaoka, respetuosos en extte-mo de la t^cnica sampopo que practicaron principalmente los monogata-ruen —creadores de cuentos—, tratan todos de asuntos relacionados con una nariz.. Shiki Nagaoka cre6 ceica de ochocientos monogatarutsu —re-latos cortos—, entre los diez y los veinte anos de edad. Algunos siguen preceptos clisicos. Estan dedicados s6lo a describii las dimensiones del ap^ndice. En cambio otros hacen referencia a extranas distorsiones, tan-to en el sentido deI olfato como en la capacidad para respirar. A1 final de esa etapa, que culmin6 con el ingreso del escritor a un monasterio, cre6 una seiie de monogatarutm de caracter er6tico que tuvieron tambi^n una nariz como protagonista,.

m

Cuando cumpli6 quince anos, Shiki Nagaoka comenz6 a estudiar lenguas extranjeras. En un periodo asombrosamente corto, logi6 dominarlas con una destreza admiiable. Empez6 a iedactax entonces sus textos liteiarios en ingl^s o frances, para luego pasailos a su lengua materna. De ese mo-do, consigui6 que todo lo que salieia de su pluma parecieia una traduc-ci6n. Anos mis taxde, logr6 poner poi esciito las ideas que sustentaron ese ejercicio. En su ensayo, Tratado de hi kngua vigiUda, aparecido tardiamen-te en el ano de 1962 en Fuguya Press, afirma que unicamente poi medio de la lectuia de textos traducidos puede haceise evidente la real esencia de lo literario que, de ninguna manera como algunos estudiosos afirman, es-ta en el lenguaje. S6lo ttasladando los relatos de una caligraffa occidental a ideogramas tiadicionales, es posible conocei las veidadeias posibilida-des aitisticas de cualquiei obra. Extiafiamente, pese a ese apaiente apego a las lenguas foraneas, Shiki Nagaoka en ningun momento dej6 translu-cit en su trabajo la mis minima influencia de liteiaturas ajenas. En cada uno de sus textos fue extiemadamente fiel a las h'neas narrativas piopias de su estirpe. Esa devoci6n sin lfmites a las practicas ancestiales aunque adaptadas a su sistema particulai, lo convirti6 en un autor poco comun en una ^poca en que la gtan mayoifa de los aitistas parecfan deslumbra-dos poi las ieci^n descubiertas foimas de expresi6n extianjeia.

Finalizada esa etapa, Shiki Nagaoka se retir6 al monasteiio de Ike-no-wo donde pas6 ceica de trece aiios. No se conocen, con certeza, las razones

Page 202: Bellatin, Mario. Obra Reunida

217

que lo llevaron a tomar taI decisi6n. S6lo su hermana, que como se vera mas adelante fue el unico miembro de la familia que no lo iepudi6 pu-blicamente contempl6 la idea de que despu& de haber estado obsesiona-do por el tema de la nariz —que le permiti6 crear, en pocos anos, una obra que a muchos les hubiera tomado la vida entera realizai— necesita-ba un espacio mfstico que de algun modo le produjera la sensaci6n de un nuevo nacimiento. Pero la hermana parece no haber tomado en cuenta las pesquisas de Shiki Nagaoka con-respecto a las lenguas que con tanto esmero apiendi6. Tampoco al estudio profundo que iealiz6 de las litera-turas ancestiales. Se puede pensar que esos dos elementos, mezclados con la discusi6n aun no acallada sobre la conveniencia o no de abrirse a Oc-cidente, lo llevaron a un callej6n sin salida. En aquellas circunstancias, podfa verse la reclusi6n religiosa como una escapatoria. La hermana no parece haber pensado tampoco, en el incipiente inteies que en los anos previos a su reclusi6n Shiki Nagaoka mostr6 por la fotografia. Se sabe, ademas, aunque la hermana hicieia todo lo posible poi ocultailo, que Shiki Nagaoka sufri6 en ese tiempo una decepci6n amorosa cuando el objeto amado, uri joven siiviente gordo y deforme, lo humill6 haciendo publicas sus proposiciones ante las autoridades de la comunidad. Se cree que la familia trat6 de borrar aquel pasaje de la vida del escritor. Si se re-curre a las actas de la estaci6n policial del cant6n, donde Shiki Nagaoka pas6 su infancia y juventud, se vera que han sido arrancadas las paginas que dan fe de las fechas en que ocuiri6 aquel suceso. Se dice tambi^n que el verdadero repudio familiar fue originado por la denuncia del sirvien-te y no, como la familia sostuvo ante la comunidad, por rechazar el in-greso de cualquieia de sus miembros a una entidad eclesiastica.

Anos despuds se supo que el inter& de Shiki Nagaoka por la fotografia, s6lo estaba relacionado con su temprana pasi6n por lo literario. Consi-deraba un privilegio contar con imagenes visuales enteras que, de algun modo, reproducian al instante lo que las palabias y los ideogramas tar-daban tanto en representar. Visit6 muchas veces el unico estudio foto-giafico de la zona, situado en el centro del pequeno cant6n. Se hizo tomar una gran cantidad de fotos en distintas situaciones, e incluso invit6 en mas de una ocasi6n a su siiviente, al mismo que luego lo acus6, para fo-tografiarse juntos. Lamentablemente, esas fotos tambi^n han desapare-cido. S6lo se conservan en el archivo del estudio algunas placas, en las que Shiki Nagaoka aparece sin compania. Parece que la familia logr6 que se iequisaian aquellas en las que estaban retratados los dos. Seguramente,

Page 203: Bellatin, Mario. Obra Reunida

218

buscaron ocultar las pruebas del asedio que el hijo habia estado ejercien-do sobre ese sirviente. En aquella e poca, los habitantes de la comunidad unicamente podfan tomarse fotos en el estudio aI que Shiki Nagaoka acudia asiduamente. Quiza" por eso le Uam6 tanto la atenci6n, cuando abandon6 el monasterio despu& de trece anos, la popularizaci6n de la t^cnica fotogrdfica. Le impresion6 comprobar que algo tan misterioso y poseedor de tantas potencialidades narrativas, se hubiera convertido en una afici6n de uso dom&tico.

m

Di'as antes de su retiro al monasterio, sus padres pagaron en el diario lo-cal una nota en la que se decIaraba que la familia no estaba de acuerdo con la decisi6n del menor de sus hijos, Shiki Nagaoka, de hacerse novi-cio. Colocaton incluso a un lado, en letras pequenas, su veidadero nom-bre: Naigu Zenchi. La nota tambi^n senalaba que la familia hubiera querido que una vez cumplida la mayorfa de edad, Naigu Zenchi dejara de escribir monogatarutsis y se dedicase a administrar los negocios de la familia. Shiki Nagaoka seiia desheiedado en cuanto ciuzaia las puertas del pabell6n principal deI monasterio de Ike-no-wo.

M

Nuestro autor fue efectivamente repudiado. Desde entonces vivi6 en la pobreza. A pesar de compartir con la familia un iadio de tres kil6metros cuadrados, nunca mds vio a ninguno de sus miembios. Tan s6lo su her-mana hizo caso omiso de la exclusi6n, y siempre estuvo atenta a las nece-sidades del escritoi. Sostuvieron discretas entrevistas en una apartada casa de t^. Nunca se supo, con certeza, que* temas trataron. En apariencia, el fin de aquellas reuniones era que Shiki Nagaoka entregara a su hermana los textos que escribfa en el monasterio para que ella los archivara en un lugar seguio. Shiki Nagaoka pedia permiso una vez al mes para asistir a esos encuentros que, debido a los estrictos horarios del monasterio no po­dfan extenderse por mds de una hora. Lo que en un principio fue toma-do por inocentes citas frateinales, con el tiempo levant6 ciertas sospechas que se vieron acrecentadas cuando se enconti6 asesinado, de la manera mds cruel, al sirviente deforme que tiempo atrds habfa acusado a Shiki Nagaoka. Aquella mueite nunca qued6 aclarada del todo, y quiza poique la victima eia un siervo defoime muy pronto qued6 en el olvido.

M

Page 204: Bellatin, Mario. Obra Reunida

219

fyftentias esto sucedia fuera del monasterio, Shiki Nagaoka se convertia di'a con dia en un novicio atento a sus deberes eclesiasticos. Si considera-nios La nariz, de Rynosuke Akutagawa, como un relato inspiiado en la vida de nuestro autor, daremos como cierto que las plegarias que Shiki Nagaoka llevaba a la practica varias horas seguidas satisfacian las expec-tativas de ciertos fieles, que sabfan de la existencia de un novicio especial. Por eso le confiaron, en secreto y por medio de mensajes, sus mas caras ilusiones. Aquellos adeptos acudian a las puertas del templo al anoche-cer. Es un misterio su identidad. En ese tiempo, Shiki Nagaoka aun no contaba con lectores. Es probable que se trataia de hijos de familias aris-t6cratas, que por la prohibici6n de sus padies no podfan accedei a una vida religiosa. En esos afios era comun que muchos j6venes se suicidaran por ese motivo. S6lo despu& de la guerra, la casta aristocritica permiti6 que sus descendientes decidieran libiemente sus destinos.

m

Shiki Nagaoka solfa mantener en la mejor de las condiciones la sala prin-cipal y la paite norte del monasterio. Eran las zonas que le habfan sido asignadas. Asimismo, cuidaba que los faioles estuviesen todo el tiempo encendidos. Se dedicaba a la esciitura cuando comenzaba a oscurecei. Pero antes debfa habei cumplido con todas sus obligaciones. Se conoce poco de la obra que Shiki Nagaoka cre6 en ese entonces. Se piensa que no toda le fue enttegada a su heimana, que buena parte de ella el autoi la destruy6 paia ariojarla luego a un canal que ieconia el monasterio de norte a sur. Se sabe que en ese periodo se embarc6 en la redacci6n de una laiga novela, que por alguna raz6n tuvo la intenci6n de convertir en la versi6n masculina del Genji monogatari o, mas contempoianeamente y en contra de su voluntad, en una versi6n nacional de La bmqueda del tiempoperdido, del escritor franc& Marcel Proust. Como detaUe inteie-sante, cabe mencionar que los personajes principaIes ostentaban todos narices fueia de lo comun. Que esos ap^ndices ademds eran nombrados una y otia vez. Ha trascendido que en una ocasi6n le confes6 a su her-mana que apenas advirti6 la semejanza con la obra de Proust, cay6 en un estado cercano a la demencia.

m

Shiki Nagaoka relat6 esto a su hermana poi carta pues debido a la con-ducta perturbada que mosti6 por esos dias, los novicios le negaron el

Page 205: Bellatin, Mario. Obra Reunida

220

permiso de salida. Antes de la prohibici6n habia pasado tres joinadas sin 1 comer y sin dormir, a pesai de seguir cumpliendo, incluso en exceso, con | todas las obligaciones de su vida monastica. Aquellas tres noches fueron 'i una verdadera toitura. En sus delirios nocturnos asegur6 haber visto, flo- |

V)

tando juntos en la oscuiidad de su celda, una serie de ideogramas orien- $ taIes y letras de Occidente. El climax lIegaba cuando las letras formaban ^ ideas y los ideogramas descripciones. Aquel estado ces6 despu^s de arro- i jar los manuscritos a una hoguera, que al extenderse por acci6n del vien- ' to amenaz6 con destruir los bosques que rodeaban el monasteiio. La oportuna acci6n de los demas monjes, quienes despertaron por los gri- * tos angustiados que lanz6 Shiki Nagaoka, hizo que las consecuencias se redujeran a un circulo de bosque chamuscado. En esa ocasi6n, Shiki Na­gaoka minti6. Dijo que el fuego se habfa originado a causa de la pasi6n que habfa puesto en sus oiaciones. A partir de entonces, la puerta de Shi­ki Nagaoka era trancada desde fuera cada vez que el monje se retiraba a descansar.

m

Desde su llegada al monasterio Shiki Nagaoka fue motivo de builas so-lapadas, de alusiones expresadas con disimulo. Al ser vista como sfmbo-lo de ideas extranjeras, su nariz no s6lo era un defecto motivo de mofa sino un oprobio de naturaleza mis profunda. El prior superior, Takema-tsu-Akai, ieuni6 a los monjes antes de su llegada y les adviiti6 que la to-lerancia a una nariz de tales caracteristicas era prueba de templanza. Por eso, las primeras reacciones ante la presencia de Shiki Nagaoka estuvie-ron dominadas, visiblemente, por un car4cter de contenci6n.

m

De aquellos anos de encierro monacal, se cuentan algunas anecdotas cur riosas. Jamds se sabra si ciertas o no. Quizi estuvieron motivadas unica­mente por los rumores de la gente del cant6n. La que mds se escuch6 se refiere a la evoluci6n que alcanzaria, con el tiempo, la descomunal nariz. Se dice que, en ese entonces, medfa cerca de cuatro pulgadas y que in­cluso sobrepasaba el ment6n. Esos datos no deben ser ciertos, pues en las fotografias de madurez que se conservan del escritor se ve una nariz algo excepcional pero de ninguna manera poseedora de las caracteristicas que se le atribuyen. Las habladuiias decfan que su pieI en aquella zona de Ia cara se torn6 lustrosa y comenz6 a sei atacada por una persistente come-z6n, que unicamente lograba aplacarse introduciendo la nariz cada tres

Page 206: Bellatin, Mario. Obra Reunida

221

di'as en un cuenco de agua hirviendo. Debi'a dejarla remojar, ahf dentro, cerca de veinte minutos. Luego se la apretaba delante de un espejo, hasta que surgian unos delgados gusanos de grasa que extrafa con una pinza pe-quena. Unos minutos mas tarde, hervia m&s agua y volvi'a a introducir la nariz. Paiecia que ese enjuague tenia la particularidad de encogeYsela y, de alguna manera, restituirla a un tamaiio que sin ser el normai al me-nos era aceptable. Se cuenta que en los di'as posteriores, poco a poco, la nariz volvia al tamano original, aunque Shiki Nagaoka debia pagarle a un novicio para que la sostuviera levantada durante las comidas. A veces queifa valerse por si mismo, y se sujetaba la nariz sin ayuda de nadie. Pe-ro ese m6todo no era del todo efectivo, y en muchas ocasiones se ietiraba de la mesa de mal humor por no haber podido piobai bocado. Final-mente, un nifio dotado de mucha gracia que realizaba algunas tareas me-nores en el monasterio, al ver la desesperaci6n del monje Shiki Nagaoka en el refectorio se ofreci6 a sostener e1 mismo la naiiz. Las cosas fueron bien al principio. Nuestio esciitor comenz6 a tomai la sopa de buen gra-do hasta que, de pionto, un estoinudo del nifio produjo la caida de la nariz al plato y el inmediato regocijo geneial.

m

Las leyes de continencia entie los monjes, que habi'an logiado que Shiki Nagaoka no fuera victima de escarnio, paiecieron romperse de golpe. Pa­ra los monjes reprimir durante trece anos sus reacciones, habia sido una prueba mds que contundente de templanza. Las risas fueron generales, y algunos de ellos se atrevieron, incluso, a jugar con la nariz del escritor, zangoloteindola de un lado a otro y tiiando de ella hasta haceilo giitai de doloi. La escena era de una bufonada tal, que es dificil imaginaise a la victima como el serio cieador obsesionado poi las relaciones entre el lenguaje, la fotogiafia y la literatura. Algunos estudiosos afiiman que aquel incidente piopici6 su alejamiento del monasterio, a pesar de que su hermana lo negara en el libro-homenaje que escribi6: Shiki Nagaoka: elescritorpegado a una nariz, haciendo una clara alusi6n a Cyrano de Bergerac, ocurrencia que Shiki Nagaoka hubiera deplorado profunda-mente debido principalmente a su carlcter extranjerizante.

La heimana asegura en su libro que el incidente del nino y la sopa nun-ca tuvo lugar, que se hizo correr ese rumor como parte de las maniobras de algunos monjes, que en realidad no rechazaban su nariz sino al com-

Page 207: Bellatin, Mario. Obra Reunida

222

panero de monasterio que preferia escribir en las noches en lugar de de- s dicarse a una verdadera reclusi6n. Esos monjes eran lo suficientemente * inteligentes como para no considerar verdaderas las habladurfas, que ase-guiaban que una nariz gigantesca era signo de la pioxima invasi6n b&ica ' de Occidente. Segun ellos, la nariz de Shiki Nagaoka nunca fue tenida en cuenta para tomar decisiones con iespecto a aquel companeio. En ese tiempo pas6 a ocupar el mando de la orden el maestro Sakao-Teriyami, quien al revisar los archivos vio que la familia de Shiki Nagaoka habfa donado una fuerte suma de dinero las semanas previas al ingreso del es-critor. Mala senal. Aceptax a un monje por presi6n familiar no podi'a con-ducir a nada bueno. fisa era precisamente la raz6n por la que muchos habfan visto con malos ojos al prior anterior, Takematsu-Akai, por su pro-clividad a aceptar dinero de las familias que buscaban deshacerse de vis-tagos inc6modos. Sin embargo y en virtud del voto de sumisi6n total que profesaban para con sus superiores, los monjes nunca pudieron tomar car-tas en el asunto. El maestro Sakao-Teriyami no quiso averiguar en detalle las razones por las que se habfa pagado por ese ingreso. Le bast6 con com-probar que hubo una mala gesti6n. Lo mas probable era que de haber in-vestigado, habria salido a la luz el asunto del sirviente deforme. Por eso, tras la muerte del prior anterior se redobl6 la vigilancia sobre Shiki Na­gaoka. Pocos dfas antes de morir, Takematsu-Akai habia protagonizado un extrano rito, que qued6 como evidencia de la perjudicial influencia deI escritoi Shiki Nagaoka sobre el resto de los monjes. Comenzaron en-tonces las sospechas alrededor del misterioso incendio en el monasterio. Tambi^n recelaron de las largas horas que Shiki Nagaoka habia pasado encerrado en su celda y, especialmente, de su poco apego a Buda. Se le pusieron pruebas bastante duras, que nuestro escritor finalmente no pu-do superar. Poco despue5 fue expulsado del monasterio.

m

Shiki Nagaoka no pareci6 mostiar dificultades mayores para volver a la vida mundana. En ese tiempo, su hermana le sirvi6 de gran ayuda. Si-gui6 escribiendo como de costumbre, la unica y fundamental diferencia fue que a partir de entonces no apareci6 en su obra la descripci6n de nin-guna nariz ni de otra particularidad ffsica.

m

En aquel afio de 1933, la fotografia ya se habia convertido en una afi-ci6n al alcance de la mayoria. Era, como en la actualidad, una actividad

Page 208: Bellatin, Mario. Obra Reunida

223

de cardcter populai. Al salir del monasterio, Shiki Nagaoka decidi6 insta-lar en el centro del cant6n un pequeno kiosco para la venta de rollos y re-velado de fotos. Hizo un trato con un estudio de gran fama y de reciente instalaci6n, donde al anochecer debia Uevai personahnente los rollos que le hubiesen dejado sus clientes para revelar. Nunca quiso contratar a un ayudante. Habi'a llegado a una extrana conclusi6n. Pensaba que debfa realizai el solo todo el trabajo, con el fin de no sentir ninguna culpa al momento de escribir. Debido al acoso sufrido en el monasterio, habfa co-menzado a experimentar cierto sentimiento de pecado a la hora de dedi-carse a lo literario. Sensaci6n que creia disipar si se esforzaba en la vida cotidiana mis de lo habitual. La hermana, Etsuko Nagaoka, creia que ese sentimiento era originado mis bien por el rechazo de los padres, quienes nunca lo volvieron a considerar ni siquiera un hijo en segundo giado.

m

Apenas sali6 del monasterio, Shiki Nagaoka le encarg6 a su hermana bus-car un kiosco para el negocio. Le pidi6, adem4s, establecei el contacto con los laboratorios de alto prestigio que harian los revelados. Gracias a la ini-cial ayuda de la hermana, mantuvo el negocio el iesto de su vida. Por las manos de Shiki Nagaoka pasaion infinidad de fotograffas. Con el tiempo empez6 a sentir deseos de examinar, una a una, las impresiones antes de entregarlas a los clientes. Al cabo de un ano de revisar cada una de ellas, pens6 en escribir un libro cuyo tema se relacionara precisamente con el gran numero de fotografias que vio pasar delante de sus ojos. Demor6 al-gunos anos tratando de justificar artisticamente ese proyecto. HaU6 cieita clave que no lo convenci6 del todo, peio que signific6 un buen comienzo, indagando en el sentido original de los populares tankas, poemas ataVicos sumamente paicos. Asf como los tankas buscaban reunir la naturaleza cir-cundante en un todo artistico, Shiki Nagaoka pretendfa trabajar tambieYi en la creaci6n de un compendio, abordando las imdgenes que le ofrecfa la naturaleza despu& de pasar por la mirada de una cdmara.

m

Mientras se encontraba en estas cavilaciones, cierta mafiana conoci6 al narradorTanizaki Junichiro (1886-1965), quien habfa decidido fijar su residencia en la penfnsula de Ikeno. El esciitor acudi6 al kiosco a revelar algunos rollos. Aquel narrador se convirti6 en el unico artista que Shiki Nagaoka conoci6 personaImente a lo largo de su vida. No se sabe si fiie a causa de la timidez que le producia su defecto, o al desprecio que le

Page 209: Bellatin, Mario. Obra Reunida

224 ---m

causaban las manifestaciones literarias de sus contemporaneos pero sient^M pre se mantuvo al margen del cenaculo de escritores. Nada le hubiera ' 9 costado viajar a la gran ciudad, de la que apenas lo separaban unos kil6- '% metros, y buscar formar parte de los creadores del Mundo Flotante, que f| era como se les llamaba a los artistas que en ese entonces solian teunirse 1 en los establecimientos del centro de la metr6poli. Gracias a su excepcio- % nal nariz no habrfa tenido problemas para unirse a ellos, ya que rendfan 1 culto a todo lo que se considerara extranjero. En cuanto a relacionarse j con el grupo opuesto, el de los Tradicionalistas Radicales que presidia la -! diminuta maestraTakagashi, hubiera sido poco probable: su nariz lo aver- i gonzaba. Este grupo acus6 mas de una vez a los artistas del Mundo Flo- '* tante de traici6n a la patria. Shiki Nagaoka estaba en condiciones, por | ultimo, de cometet el atrevimiento de conveititse en un artista indepen- i diente, afirmando con esa actitud que no estaba de acueido con ningu-na de las postuias que se planteaban en el pai's. Cuando revis6 las fotos 4 de Tanizaki Junichiro, qued6 soiprendido. Estaba acostumbiado a ver * escenas de la vida cotidiana o imagenes campestres de los aIiededotes. Pe10 Tanizaki Junichiro habia ietratado una infinidad de cuaitos de ba- ' no. Los habfa de diferentes foimas, epocas y ptocedencias. Desde los cla- > sicos al aiie libie de las piimeras casas que se tecueidan en la zona, hasta modeinos habitaculos dotados de servicio automatico de agua a vaiias tempeiaturas y losetas blancas en las paiedes..

Esas fotos deslumbraron a Shiki Nagaoka. C1ey6 descubiii en ellas laex-plicaci6n de buena parte de su trabajo. La obsesi6n poi aquellos banos y la profusi6n de detalles captados, tenian que vei con el uso de la f010 como un elemento de manipulaci6n de la iealidad. En ese momento, Shiki Nagaoka no estaba enterado del oficio de Tanizaki Junichiro. No sabfa quien era el hombre corpulento que la semana anteiior le habia de-jado algunos rollos a revelar. El afamado escritor apareci6 en el kiosco en el preciso momento en que Shiki Nagaoka terminaba de revisar el con-tenido de su sobre.. Se dice que Tanizaki Junichiro coment6, extranado, que le parecia muy curioso que con esa nariz aquel comerciante tuvieia tal destreza para mirar lo que no era suyo. Al ser sorprendido, Shiki Na­gaoka dio como excusa que estaba verificando la calidad del trabajo. Ac-to seguido senal6 que le paiecfa sumamente curioso el ejercicio que el fot6grafo habfa Ilevado a cabo. Tanizaki Junichiro se refiri6 entonces a algunos aspectos del ensayo que escribia en ese momento.. Fue inespera-da la celeridad con la que habl6 de su proyecto. Se dice que era un autor

Page 210: Bellatin, Mario. Obra Reunida

225

0^uy proclive a dar explicaciones sobie su obra al primero que se lo pre-guntase, que se explayaba de tal manera que, en cierta ocasi6n, unos es-tudiantes que lo abordaron bajo el pretexto de entrevistarlo estuvieron a punto de plagiar el argumento de su novela Diario de un hombre loco. Tambien se sabe que muchos de sus colegas habi'an optado por no ha-cerle preguntas de caracter literario, pata evitar las largas peroratas en las que solia embaicarse. Tanizaki Junichiro le cont6 que habia descubierto en la fotografia un aliado que ya no podria abandonar. Habl6 tambi^n de las caracteristicas que tendrfan las camaras fotograficas de haber sido un invento orientaL Como se puede suponer, este encuentro fue funda-mental pata la posterior obra de nuestro autor. Algunos lo acusan inclu-so de copiar aJunichiio Tanizaki, pero investigadores mas recientes han demostiado que Shiki Nagaoka no abandon6 jamas la tendencia tradi-cional y que por lo tanto no es posible advertir, como sucede en la ma-yor paite de la obra de Tanizaki Junichiro, el menor asomo de influencia extianjera en sus libros. Es necesario aclarar que no volvieron a verse nun-ca mas. Parece que a partir de entonces, Tanizaki Junichiro decidi6 reve-lai sus rollos directamente en el laboratorio de alto prestigio con el que Shiki Nagaoka habfa hecho el acuerdo.

S6lo cuando llegaron los anos de la gueria, se hizo evidente lo perjudi-cial que habia sido la aceptaci6n incontrolada de ideas extranjeias. La clase aristocratica se ariepinti6 de haber avalado esa polftica, y pidi6 dis-culpas publicas poco antes de que el pafs quedara destruido fisica y mo-ralmente. Asimismo, los artistas del Mundo Flotante renegaron de muchas de sus obras. Tras aquellos afios todo fue silencio.

El kiosco de venta de material y revelado de fotos qued6 parcialmente destruido. Shiki Nagaoka pas6 una temporada viviendo en un refugio antiaereo, donde seguramente para evitar pensar en la situaci6n de emer-gencia que se experimentaba se dedic6 a trazar una serie de proyectos con los que intent6 entrelazar sus ideas acerca de los ideogramas, las palabras y la necesidad de traducir los textos de una lengua a otra. En sus proyec­tos incluy6 tambien la fotografia. Nadie se explica por que, pero en esos dias comenz6 a sentir cierta nostalgia por la memoria del sirviente que Io habia acusado ante las autoridades. Extran6, no tanto su presencia si-no las imagenes que aparecian en las fotos que se tomaron juntos.

Page 211: Bellatin, Mario. Obra Reunida

226

1 Tias los anos de posguerra, en los que se trat6 por todos los medios de '. olvidar el horror vivido, Shiki Nagaoka termin6 de dar forma a la nueva ' etapa en la que habia entrado su producci6n. Es de este modo como con -Fotosypahibra$, Shiki Nagaoka posiblemente construye lo mas s6lido de su trabajo. Ese libro, que fue traducido primero al inglds por la editoiial Life en 1953 y al espanoI en el ano de 1960 por la editorial Espasa-Cal-pe, se ha convertido para muchos en un canto a la reconstrucci6n de un pais. A partir de pequenas semblanzas cotidianas, que dan la impresi6n de describir con inocencia una serie de situaciones, Shiki Nagaoka logra mostrar casi de una forma global a su pequena sociedad,. Cuando el re-nombrado cineasta Ozu Kenz6 preparaba la filmaci6n de su famosa pe­lfcula Tarde de otono, recurxi6 a la estetica de ese libro para recrear, segun sus propias palabras, el alma de una ciudad. Es importante que alguien como Ozu Kenz6, quiza" el mas personal de los directores de cine, admi-ta una influencia semejante. Realmente, hay que apreciar con mucho de-tenimiento la pelfcula para discernir cuales son los elementos de la obra de Shiki Nagaoka a los cuales se refiere el director. Aunque en Tarde de otono, por nombrar s6lo alguna de sus peliculas, las imagenes de la ciu-dad con la que suelen comenzar y terminar sus obras se detienen en as-pectos de la vida cotidiana. Son anotaciones sutiles que, sin embaigb, son capaces de darle otro valor a la pelfcula. Que Ozu Kenz6 lo anun-ciara en publico, signific6 un gran dolor de cabeza para Shiki Nagaoka. A partir de entonces sinti6 que su quehacer artfstico, de alguna manera, se entrelazaba al de sus contempoilneos, Nunca acept6 ver la pelfcula ni tampoco conceder entrevistas. Shiki Nagaoka continu6 dedicandose s6-lo a atender a sus clientes.

La influencia de Shiki Nagaoka se hizo sentir mas alla de los limites de su propio pafs. El libro Fotos ypalabras dio la vuelta al mundo. En algu-nos lugares de Europa fue tomado en cuenta como una nueva manera de entender la realidad. En otros, comenzaron a aparecer incluso foto-giafras subversivas basadas en las ticnicas pregonadas por Shiki Nagaoka. En Mexico influy6, de manera casi decisiva, en el trabajo de algunos fo-t6grafos de la llamada generaci6n del 50. Pero, sobre todo, tuvo mucha importancia en la labor de un escritor, Juan Rulfo, quien pudo encon-trai en las fotos narrativas de Shiki Nagaoka la posibilidad de continuar

Page 212: Bellatin, Mario. Obra Reunida

227

con el trabajo que habfa iniciado en sus libros, dandoIe especial realce al aspecto visual de los mundos representados. En una carta enviada, en l952, a su amigo y colega peruano Jose" Maria Arguedas le menciona la jjnportancia que el trabajo de nuestio esciitor despierta en su busqueda attfstica. Le indica tambien que preve la pronta aparici6n de una novela extensa y totalizante que consolidara definitivamente su pensamiento, pero que para lograrlo necesita casi con urgencia la mediaci6n de la fb-togiafla. Quiza sea importante este dato, pues para muchos la obra de Juan Rulfo se caracteriza por su caracter minimo y fragmentado. Por su parte, Jose' Maria Arguedas esciibi6 en su diario p6stumo: <<poder vei la iealidad modificada no s6lo por el lente del fot6grafo sino por la palabra escrita que acompana estas imagenes, es un camino que potencia infini-tamente las posibilidades narrativas de la propia realidad>>.

m

Es interesante detenerse en estos dos autores porque, de alguna maneia, ambos compartieron con Shiki Nagaoka el gusto por llevar vidas perso-nales fuera del dominio publico. Ademas, los tres cieadores fueron de cier-to modo constiuyendo sus propias biogiafias en los libros que escribieron. En el caso de Juan Rulfo, se dice que agoniz6 en su cama musitando la estructura de una gran obra que nunca construy6. Fue'espectaculai la muerte de Jose MariaArguedas, quien acab6 con su vida luego de termi-nar de iedactar el diario de un suicida. El deceso de Shiki Nagaoka estu-vo enmarcado, mas bien, dentro de un orden tragico que a simple vista parece no tener que ver con su obra: fue asesinado por un par de droga-dictos que quisieron apoderarse de las ganancias del dfa.

Estos tres escritores, Juan Rulfo, Jose" Maria Arguedas y Shiki Nagaoka, estuvieron de acuerdo, cada uno por su lado, en que la fotogiafla narra-tiva intenta iealmente establecer un nuevo tipo de medio alterno a la pa­labra escrita y que quiza aquella sea la forma en que sean concebidos los libros en el futuro.

m

Pese a que despu& de la traducci6n de FotosypaLibras, Shiki Nagaoka recibi6 diversas invitaciones para asistir a coloquios y congresos en dis-tintas partes del mundo, nunca quiso abandonar ni por un dia el entor-

Page 213: Bellatin, Mario. Obra Reunida

228

no en eI que habfa nacido. Shiki Nagaoka vivi'a en una modesta casa de bambu, que antes habfa pertenecido a la fallecida costuiera de su herma-na. Constaba de un unico ambiente, de veinte metros cuadiados, en el que instal6 un fut6n y una mesa baja donde pasaba casi la noche entera escribiendo. En esos anos apenas dotmia. Iluminaba al oscurecer la pe-quena estancia con lamparas de petr6leo, Tenfa dos grandes cuadernos. Uno, donde redactaba sus obras de ficci6n, y otro en el que daba forma a sus recuerdos. Este ultimo teni'a el dibujo de una gran nariz en Ia por-tada. Al final de su vida abraz6 la idea de que en realidad, el tamano de su nariz era lo que habfa orientado su existencia. De alguna manera, esas elucubraciones se encuentran esciitas en el cuaderno que la hermana guar-d6 celosamente y que Iuego entreg6 para su publicaci6n bajo el falso ti-tulo de Diariop6$tumo. Ese cuaderno contiene distintos episodios de su vida que se consideran claves para entendei el posterior desarrollo de los sucesos. Por ejemplo, se ve a si mismo de nifio alabado por los aitistas del Mundo Flotante que, en m&s de una ocasi6n, visitaion la casa de sus padres. Aun le patecfa escuchar los cumplidos a su nariz que le dirigian los miembios de su familia, cuando lo tomaban de ejemplo del nuevo estado de libertad en el que habia entiado la naci6n. A los padies les gus-taba mostrai, entre su colecci6n de pinturas, aquellas que iepiesentaban peisonajes extianjeios con naiices descomunales. Siempte que lo hacfan colocaban al hijo al lado de ellas. Pero apenas Shiki Nagaoka sali'a de su casa, notaba que eia mal visto por la gente de la calle. Lo mismo le su-cedfa con la seividumbre de la clase mds baja. Desde nino intuy6 que eia considerado, desgraciadamente por la mayoria, como el simbolo de los tiempos terribles que se avecinaban.

En sus anos finales, Shiki Nagaoka escribi6 un libro que para muchos es fundamental.. Lamentablemente no existe en ninguna lengua conocida.

Un rasgo caracteristico de la peisonalidad de Shiki Nagaoka, que el pro-pio escritor descubri6 poco antes de morir, es que siempre fue mas recep-tivo a las cn'ticas que a las alabanzas. Quiza por esa raz6n, nunca pareci6 tomarse en serio pubIicamente su labor de escritor. No queria convertirse en un ser amargado, atento a la reprobaci6n ajena. Siempre prefiri6 tiaba-jar ocho horas diaiias atendiendo el kiosco y dos mis llevando y trayendo del laboratoiio el material fotogiafico, que asistir a los coloquios, las con-

Page 214: Bellatin, Mario. Obra Reunida

229

ferencias y los congresos a los que comenzaba a ser invitado. Eludi6 asi-Piismo el asedio de la prensa, haciendose pasai en mas de una ocasi6n pot su hermano gemelo. El colmo fue que, incluso algunos de los mas ienom-brados cnticos literaiios creyeion en la existencia de ese hermano, al que, ifonicamente lo consideraban un error pues no podi'an comprender que hubiera un doble con una nariz semejante. Con iespecto a los juicios a su defecto fisico, todo el tiempo pareci6 sentirse culpable del tamano de su nariz. S6lo escuchaba a aquellos para quienes la nariz eia un sfmbolo de mal augurio. Quiza pot eso se enamoi6 de aquel joven sirviente, gordo y deforme, que tenfa un gran lunar en la mejilla derecha. Tal vez por eso lo llev6, una y otra vez, a que se fotografiasen juntos, buscando quizi con-fundir en una sola imagen su nariz defectuosa con aquel repulsivo cueipo. Shiki Nagaoka sabfa de antemano que no iba a ser coiiespondido. Desde que lo conoci6 fue vilipendiado pot el sirviente, quien acompafi6 a su se-noi al estudio fotografico unicamente cumpliendo 6tdenes. Es extrafio el tiato que el sitviente tenia con Shiki Nagaoka. Resulta invetostmil que siendo de tan baja condici6n, ejerciera el detecho de tratarlo tan mal. Pe-ro analizando en detalle la verdadeta estructura de las ielaciones sociales entie la clase atistocratica de ese entonces se puede entendet, no unica­mente esta actitud sino una setie de actos decadentes, perpettados pot la ptopia servidumbre en contra de sus senotes. Ptecisamente el caracter os-curo de esta situaci6n pateci6 actecentar los airebatos propios de un tor-bellino amotoso, del que Shiki Nagaoka no pudo libraise por el iesto de su vida a pesar de los constantes esfueizos que hizo por disimularlo.

Algunos estudiosos se han preguntado por las consecuencias que tuvo aquella telaci6n en su vida y en su obra. Otros mas se han cuestionado las extranas ciicunstancias en las que el sitviente fue asesinado. No se ha llegado todavia a ninguna conclusi6n, peio se ctee que cuando se consi-ga ttaducir a un idioma determinado su libro fundamental, cuyo tftulo es igualmente intraducible —hasta ahota s6lo conocido por un sfmbo­lo—, se tesolveia de una vez por todas el enigma que representa, dentro del campo academico especialmente, la obta de Shikl Nagadka.

Como se ha sefialado, durante su existencia Shiki Nagaoka s6lo recotri6 la distancia que sepataba su modesta casa del kiosco y la que lo llevaba al atardecei al estudio fotografico. Aunque segun ciertos datos, propor-

Page 215: Bellatin, Mario. Obra Reunida

230

cionados piincipalmente por la hermana, realiz6 tambi^n una que otra excursi6n a la penfnsula. El monasterio de Ike-no-wo, donde pas6 reclur-do mas de una decena de anos, estaba situado asimismo en el centro del pequeno cant6n anexo a la penfnsula donde naci6. La casa de sus padies quienes como se sabe nunca lo perdonaron y a quienes no volvi6 a ver, se ubicaba a la vera del camino stir que con el tiempo se convirti6 en la ruta principal de acceso al cant6n. Como se aprecia, a lo largo de su vi-da Shiki Nagaoka estuvo circunscrito a un area ieducida. Es curioso que alguien que poseia una nariz que, de cierta manera, era un simbolo de g Occidente nunca sintiera la tentaci6n de viajar a paises lejanos. Leyendo J las notas que la hermana entreg6 para que se publicasen bajo el tftulo de j, Diariop6stumo, parece que Shiki Nagaoka consideraba las grandes nan- ^ ces como normales entre la <<gente de afuera>>, que era como se les llama- l ba en ese entonces a los extranjeros. Saliendo del pafs temfa convertirse ^ en un ciudadano mas. Tal vez tenr'a miedo de que su escritura pasara in-advertida en un medio como aquel, Estas notas se presentan como im-prescindibles para entender la actitud vital de Shiki Nagaoka. Tal vez no sea cierto, como dicen algunos, que no le importaran los lectores. Qui- , za su despreocupaci6n y su vida humilde ocultaban a alguien que real-mente queria que su obra fuese mas que reconocida.

Fue la hermana de Shiki Nagaoka, Etsuko, quien recolect6 los variados papeles dispersos que quedaron luego de la muerte de nuestro escritor y los acomod6 segun una supuesta cronologia. Tiempo despu^s los titul6 Diariop6itumo. Pese a la vaga certeza de que estos textos sigan un orden l6gico, los datos que allf se consignan son de suma importancia para en­tender la obra final de Shiki Nagaoka: el libro que hasta ahora nadie ha podido descifiar. Cuando esos diarios aparecieron publicados en Francia, algunos intelectuales formaron al poco tiempo un grupo autodenomina-do los nagaokittas, quienes a manera de pasatiempo tratan de encontrar alguna l6gica a la obra de Shiki Nagaoka. Las pesquisas estan centradas especialmente en el libro final, para lo cual organizan reuniones semana-les en un pequeno cafe* que cuenta con un sal6n en la parte trasera. To-do el tiempo se lanzan diversas conjeturas. Hay quienes dicen, despu& de leer el diario publicado bajo la vigilancia de la hermana, que Shiki Nagaoka realiz6 personalmente —a pesar de haberlo negado una y otra vez— algunas fotografias que de cierta manera buscaban ilustrar sus teo-rias sobre la imagen y las palabras. Se piensa que Etsuko mantuvo escon-didas las fotografias que reaHz6 su hermano. Que incluso despues las

Page 216: Bellatin, Mario. Obra Reunida

231

destruyo. Se dice que se trataba de instantaneas en blanco y negro don-de, sobre un fondo brumoso, flotaban algunas letras y ciertos caracteres orientales., La niebla de los fondos de las imigenes parecfa tener como fin demostrar que las letras y los caracteres habfan aparecido de la nada, como convocados por una asociaci6n natural de los objetos.

Algunos han aventurado la teoria de 'que Shiki Nagaoka crei'a en fuerzas de otro orden —que ni e1 mismo se podia explicar— que motivaban la presencia de una serie de fen6menos naturales, especialmente en los asun-tos relacionados con la aparici6n de las letras, caracteres o fotografias. Es de este tipo la explicaci6n que eH mismo dio a los monjes, cuando con motivo de la incineiaci6n de sus escritos produjo el conato de incendio en el monasterio. Segun Shiki Nagaoka, las llamas surgieron directamen-te de la pasi6n que habfa puesto en sus oraciones. Es muy curioso que en su momento, nadie se hubiera preguntado por esta justificaci6n, y que los monjes se hubieran limitado a apagar el fuego. Se dice que qui-za durante sus anos de noviciado, Shiki Nagaoka hizo alguna labor pio-selitista entre quienes lo rodeaban.

m

Si se toma como cierta esa labor, cobra sentido el extrano acto que pro-tagoniz6 el viejo prior, Takematsu-Akai, dias antes de su muerte. Hizo acudir hasta su cama de enfermo a todos los monjes. Una vez rodeado el lecho, disculp6 publicamente la nariz de Shiki Nagaoka e incluso se in-corpor6 con dificultad paia untarsela con una mezcla de aceites. Orde-n6 luego que apagaran las velas que alumbraban el cuarto y comenz6 a oiai, pidiendo que aparecieran los ideogramas sagrados en medio de la oscuridad. Los monjes se mantuvieron en silencio. Sabfan que aqudlas eran ideas de Shiki Nagaoka. Aguardaron la muerte del prior para tomar una decisi6n. Es por eso que apenas el sucesor, el maestio Sakao-Teriya-mi, tom6 el poder del monasterio se deshicieion, despu& de un corto tramite plagado de duras pruebas flsicas y espirituaIes, de la presencia de Shiki Nagaoka y de su nariz.

La viuda del escritor Jose Maria Arguedas, condenada por complicidad en actos de terrorismo, ha confesado recientemente desde la prisi6n que

Page 217: Bellatin, Mario. Obra Reunida

232

poco antes de morir, su esposo le transmiti6 la idea de que por medio de la creaci6n constante de imagenes y pensamiento podia lograrse la exis-tencia eterna de un universo poblado de palabras e ideogramas que da-ria como resultado la anhelada paz social.

Si bien no volvi6 a mencionar ni una nariz ni un defecto ffsico, durante sus anos finales Shiki Nagaoka escribi6, como se tiene conocimiento, una obra redactada en un idioma de su invenci6n. Aparte de FotosypaUbras y el Diariopostumo, es este ultimo libro el que tanta admiraci6n causa en el mundo enteio y por el cual continua trabajando de manera activa el giupo de nagaokista$ en Paris. Esta obra no pudo ser apreciada ni porJuan Rulfo ni por Jose Marfa Arguedas. Leerla, aunque esto sea pura suposi-ci6n, hubiera evitado quiza la muerte de estos dos escritores en la forma como ocurrieron: uno en medio de la depresi6n motivada por no poder crear una obra de caracter totalizante, y el otro cometiendo suicidio por sentirse incapacitado para colocar en palabras la angustia que lo atenaza-ba tanto a el como a su sociedad entera. Que el ultimo libro de Shiki Na­gaoka no se pueda traducir, no es impedimento para su circulaci6n. Lleva varias ediciones publicadas, no s6lo en su pai's sino tambien en el extran-jero. Cuando la hermana le pregunt6 de que trataba, el escritor dijo que era un bello ensayo sobre las relaciones entre la escritura y los defectos fi-sicos, y sobre c6mo la literatura que de allf surge debe distanciarse de la realidad apelando al lenguaje, en este caso al no-lenguaje. Aparte del gru-po de Parfs y algun otro que esta a punto de instaurarse en Ciudad de M6dco, Shiki Nagaoka es un autor que s6lo se estudia en algunas univer-sidades de su pai's. En una de ellas, la Universidad de la Peni'nsula, desde hace algun tiempo se ha abierto una catedra extraordinaria dedicada a su obra. El objetivo final del curso consiste en hallai la clave para la traduc-ci6n del libro conocido hasta ahora s6lo por un sfmbolo.

Shiki Nagaoka muri6 un frfo atardecer del otono de 1970, cuando al mo-mento de cerrar su kiosco fue asesinado por dos drogadictos que quisie-ron llevarse las ganancias del dia. La hermana estuvo hasta el ano pasado, en que falleci6 de una dolencia pulmonar, recoIectando pacientemente la obra de este autor tan especial. Algunos agradecen su labor, pero otros saben que no hizo mas que manipular los manuscritos obedeciendo 6i-denes de su arist6crata familia. Sin embargo, un meYito que no puede

Page 218: Bellatin, Mario. Obra Reunida

233

negaisele es que se empen6 hasta el final en rescatar la figura de su her-mano de las ganas de las leyes de la ficci6n en las que insistentemente parece querer sei enmarcado este personaje. Conducta que tal vez haya estado motivada por los sentimientos de nobleza, propios de la estirpe a la que pertenecfa que, como se sabe, siempre habia visto con buenos ojos, inclusive como si fuera algo normal y deseable una nariz descomunal. Decfa, por eso, que la nariz de su hermano era algo grande para su raza, pero que en el extranjero abundaban los apendices de dimensiones aun mayoies. Secretamente, pa ;cia estar orgullosa de la enveigaduia de aque-lla protuberancia. La dedicaci6n de esta hermana daia a conocer en for-ma mas amplia la obra de Shiki Nagaoka, que las nuevas generaciones consideran, cada vez mas, como la verdadera transgresora de la literatu-ia nacional contemporanea. Actualmente cuando ya estan rescatados la mayor parte de los monogatarut$u de juventud, la publicaci6n de la to-talidad de sus obsesivos telatos de narices esti llamada a convertirse en la atiacci6n del mundo editoiial del pr6ximo ano. Se espera con entu-siasmo este libro, tanto por parte de los lectores y la crftica de su pai's co­mo por los grupos de especialistas de Europa y Am^rica. Curiosamente, la obra de Shiki Nagaoka es desconocida para un buen numero de los paises de Oriente,, Sin embargo, de un tiempo a esta parte la comunidad intelectual de Jap6n principalmente ha mostrado sumo interes en los li-bros de nuestro autor. Este hecho es, quiza, el sfntoma mas contunden-te del caracter universal de la obra de Shiki Nagaoka. Parece uno de los pocosescritores que pueden ser entendidos de una manera similar en las distintas regiones del mundo. Esperemos, pues, que la pr6xima publica-ci6n de sus libros en nuevas lenguas permita la difusi6n de uno de los creadores fundamentales del siglo XX.

En las cercanfas de Ciudad de Mexico existe un poblado llamado Tepoz-tlan, pequeno villorrio rodeado de altas montanas. En ese lugar cierto escritor mexicano suele pasar largas temporadas de retiro, analizando tex-tos de extranas procedencias. Hace algunos dfas lanz6 al mundo la noti-cia de que habfa hallado la clave del libro intraducible de Shiki Nagaoka. Segun el investigador, en aquel texto esta consignado el asesinato del de-forme sirviente. Se describe la naturaleza de sus sentimientos y el rol que jug6 cuando Shiki Nagaoka iba creando sus teorfas acerca de la relaci6n entre defectos ffsicos y escritura, el valor metaffsico del lenguaje, la im-portancia de traducir y retraducir los textos. Sobre todo se encuentra tambien en ese libro la minuciosa descripci6n del rotundo rechazo que

Page 219: Bellatin, Mario. Obra Reunida

234

aquel siervo sentia al ver su propia imagen reproducida por acci6n de una cdmara de fotos,. E1 ciimen fue arioz. Desde el monasterio, Shiki Na-gaoka lo planific6 hasta en sus ultimos detalles. La hermana fue la prin-cipal c6mpIice. La familia arist6crata contiat6 a los sicarios.

m

De un tiempo a esta paxte, el cant6n de la ciudad donde transcurri6 la vida de Shiki Nagaoka y donde ubicaron su tumba en medio de un par-que es conocido, por la gente de pueblo piincipalmente, como el Batrio de la Naiiz.

Page 220: Bellatin, Mario. Obra Reunida

235

ALGUNAS OBRAS DEL AUTOR

fyfonogdtarutsis dejuventud Tratado de b. kngua vigihda Potosypakbras Diariop6stumo

J

ALGUNAS OBRAS SOBRE EL AUTOR

Conclusione$delISeminariodeNagaokistas. Patis, 1999. KEENE, Donald. Literaturajaponesa deposguerra. NAGAOKA, Etsuko. ShikiNagaoka: elescritorpegado a una nariz. SOLER FROST, Pablo. Posibk interpretaci6n de <ti .

DOCUMENTOS FOTOGRAFICOS SOBRE SHIKI NAGAOKA

Recupeiaci6n iconogiafica de Ximena Berecochea

Page 221: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Zcnchi Fukuda y Zenchi Sachiko, padrei de Shiki Nagaoka. N6tese la modernidad de coitumbres, evtdenciada en los guanta y lentei de Zenchi Fukuda y en el mo de ldpiz labial de Zenchi Sachiko, lo que de algun modo

demuestra m penenencia a hz claie ari<,tocrdtica

Page 222: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Graduaci6n de Lt quintapromoci6n de Lt escueLt de knguas extranjeras LordByron, donde Shiki Nagaokafue uno de los mdi destacados alumno$.

N6tese el tirculo.

<<Monogatarutsii>> dejuventud,

T"' ^'" 'XW,Wi&h _S^ ^ ' > , N . . * < < * , i ; ^ ^nr ' __^ ^v*.^**.^'r* , ysA./"

, , % -.v >*, -- y i : *) n f) E* f< .^Xp- ' - --M 1 Jt .J {^"i'4&> " J*&A%V ,. Y <9 , , '*3 * ' * ^

. m .. -* x * i*? <* * ^

& i**WfBft .&f :

A ' **&

Page 223: Bellatin, Mario. Obra Reunida

* j '$t$f&*4*'&*%. ^t

+i*k ^jLirf***^ /W,, ,*' ' r*aF^S^^>s; ' . . , ._; *

<+ - * t * ; 7*^*^*v 'J * ' AT*

' > t ^ ^ ^ i # f * S T * . t J < " ^ , , " . , -

Aipecto del tempk> buduta de Ike-no-wo,

Nagaoka Etsuko antes de Lt guerra

Page 224: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Comentario aparecido en el diario de tircuLtci6n nacional Tomonoma-shimpo sobre el libro Tratado de la lengua vigilada.

Page 225: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Shiki Nagaoka y el]oven nrviente que lo denunci6 ante hu autondades del cant6n.

Page 226: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Grabados populares que <,e hicieron apartir de hu denuncias delsirviente

Figura p6$tuma delprior Takematsu-Akai, reverenciada especialmente en la zona montanosa delpais.

Page 227: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Imerci6n en el diario local donde se da cuenta del repudio familiar hacia Shiki Nagaokapor abrazar la vida religiosa.

Bosque alrededor del monaiteno que corri6peligro de ser ince

Page 228: Bellatin, Mario. Obra Reunida

h'Mm - ^s* * ^ * w > ^ ' *-* > ,' - -^Ww >4ks*' >'

J* $&S9J<Ji^i' ^*^i Srx%>C j r A > l ^ * . . , 3 s

%^V- ',"**cw^r & ^ # - W ^ l&vfeiM

rescatados de Lt hoguera que Shiki Nagaoka hizo con <,us manuscritoi.

Cuenco que contenia elagua hervida necesariapara el tratamiento de hi nariz

Page 229: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Exprimidor de nariz.

Page 230: Bellatin, Mario. Obra Reunida

T* '/' .w'4'&=fr". ' -*> -'th **&'JM*'".

. *- ^ /^&sabf f^- : , c-**^s

Vasopreparadopara recibir lagra$a eliminada por medio del tratamiento.

Eipejo que m6 Shiki Nagaokapara apreciar k>s resultadoi experimentadoi en iu nariz.

fr*.

Page 231: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Fieles que se acercaban al monasteriopara depositar iu$ voto<> a Shiki Nagaoka Ndteie que todospertenec{an a bi cUae arhtocrdtica.

Libro escritopor Nagaoka Etsuko: Shiki Nagaoka: el escritor pegado a una naiiz.

Page 232: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Canal que cruza el monasterio budista de Ike-no-wo.

Documento que da cuenta de la expuhi6n de Shiki Nagaoka del monasterio

Page 233: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Fotoi tomada<,por lo<, dientes delkioico que Shiki

nunca entreg6a iu<,propietario.$

Page 234: Bellatin, Mario. Obra Reunida

y A.

LM -t^-J

i btas tomadaspoy TanizakiJunichiro.

Page 235: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Librofotos ypalabra<,.

TextOi de arrepentimiento de k>s artutas delMundo Flotante redactadoi deipuh de h guerra

Page 236: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Reparto de lapelicula Tarde de otono deldirector Ozu Kenz6.

Vajilla que utiliz6 Shiki Nagaoka en Ut casa donde pasd sus ultimoi anos.

Calzado que elautor se coU)c6 a diariopara ir a trabajar al kio<,co fotogrdfico.

Page 237: Bellatin, Mario. Obra Reunida

&-v=-& , ^*--*V*;.l ^ . . . , . , l

4* s^

w*c .*-:V>

* W

Gya donde <,eguardaban las ropa<, que leservian a Shiki Nagaokapara hacerse

pasarporsu hermanogemelo.

Ropas madaspara talfin.

Page 238: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Fotografia de Shiki Nagaoka manipuladapor <,u hermana, Etsuko, con elfin de evitar que elautorfuera considerado

unpenonaje deficci6n.

Page 239: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Radio de acci6n que Shiki Nagaoka realiz6 durante su vida: Ca<,ade iuspadres

Kiosco defotografia Monasterio de Ike-no-wo

Casa de bambu que habit6 hasta m muerte

Page 240: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Nieta deEtsuko wstemendo f/Diaiio p6stumo de m tio abueh.

Page 241: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Simbolo con el que se conoce el libro intraducible de Shiki Nagaoka.

Foto de hipenimuhi de Ikeno.

"*;^,'*f:if*.f ,,- * - i ^ yi^***52

.*. -/->*r." , .,..^4 -., -* ^;-v*'^-^^-2 '*^>***i*r5^^fcj^ rrs

. . . . - - . .*-jr$- -**

Page 242: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Copa donde elprior Takematsu-Akaiguardaba los aceites desu invenci6n.

Page 243: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Aparato que utilizaba Shiki Nagaokapara eicribir <,in ier mokstadopor <,u nariz.

Page 244: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Edificio donde ie reunen los Nagaokhtas en el Barrio Latino de Paris.

Detalles de las obras de arte de lospadres de Shiki Nagaoka, donde se resaltan las cualidades propias de una nariz.

Page 245: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Eitudio en TepoztLin del autor mexicano que aventur6 una teoria wbre el libro indeuifrabk.

Parque ubicado en el Barrio de la Nariz donde se encuentra la tumba de Shiki Nagaoka.

Page 246: Bellatin, Mario. Obra Reunida

La mirada del pajaro transparente

Dijeron: Encontramo$ a nuestrospadres adorando estatuas. Dijo: Realmente ustedesy suspadres estdn en un evidente extravio.

SAGRADO CORAN

Page 247: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Quizas el punto mas alto de E1 Cairo sea el lado norte de la ciudad. Siem-pre se ha sabido que desde sus calles puede verse facilmente lo que sucede en el resto del casco urbano. El mercado, la plaza, la avenida que corta el centro en dos son apreciados desde allf en todos sus detalles. En esos dfas se encontraba en esa zona la locomotora que suele trasladar a los pere-grinos por los lugares santos. Se hallaba sobre un pedestal de cemento. Alrededoi le habfan colocado una alambrada de puas. La locomotora era visible desde la ventana de la habitaci6n que ocupaba con mi hermano. En aquel entonces vivfamos en un pequeno departamento ubicado en la misma cuspide del lado norte. A pesar del tamafio, nuestra familia pare-cfa sentirse c6moda. Constaba apenas de un sal6n, de dos cuartos y de una cocina situada al fondo. El bafio estaba ubicado a mitad del pasillo. Los techos eran bajos y a cualquier hora del dfa era posible ofr el barullo de los vecinos.

Cierta manana de verano, la familia se preparaba para la visita que harian a nuestro sal6n los hermanos de mi padre, viejos mercaderes a quienes s6-lo vefamos cada dos anos. Mi madre se habfa levantado antes del amane-cei para preparar el desayuno y algunas jarras de td Lo mis l6gico hubieia sido hoinear tambi^n un pastel de pajaios, peio Jaiifa dijo no haber en-contrado aves silvestres en el mercado. Por los sucesos que se desarrollaron ese dfa, supe mds tarde que sus palabias no fueron mAs que una excusa.

Fui despertado por el ajetreo en la cocina. Estaba todo a oscuras. Ake" entonces la manta que cubii'a la jaula del pijaio negro, que aquelIa se-mana debfa peimanecet al lado de mi cama. Recorde" el motivo de tanto alboroto. En ciicunstancias normales, nuestra madre no abandonaba la cama tan temprano. EraJarifa, la sirvienta, quien se encargaba de desper-tarnos cuando nuestro padre ya habfa salido de casa. Antes de cualquier otra cosa, Jarifa nps hacfa orar en una esquina del cuarto. Pero aquelIa manana las cosas fueron diferentes. A pesar de la hora, nuestro padre continuaba en la casa. Jarifa lo estaba banando. Pude vei c6mo le soba-ba la espalda con una escobilla de crin. Sin saludar fui hasta la cocina. El desayuno estaba casi listo.

Page 248: Bellatin, Mario. Obra Reunida

264

—Tengo hongos en Ios pies —dijo mi madre con fastidio. —No debieras rascarteIos de esa manera —respondf al ver que

despues de sentarse en un banco, se quitaba las zapatillas y, con una es-pecie de frenesi, hurgaba en las plantas y entre los dedos.

—Justo ahora, cuando vienen los mercaderes a pedirnos cuentas. <Creen acaso que porque cada dos anos nos traen un pajaro negro pue-den llevarse todo nuestro dinero?

Lo que mi madre parecfa no entender era que los tios mercaderes trafan desde Oriente los unguentos y los 6leos necesatios para mejorar la vida espiritual en nuestro hogar. Al menos, eso era lo que creiamos en ese en-tonces. Aquellos dos anos de ausencia implicaban una larga peregrinaci6n por territorios que se encontraban bajo el yugo extranjero. Los ti'os mer­caderes parecian expertos en eludir fronteras y puestos militares. Conta-ban con vatios disfraces y habfan ideado un m&odo, basado en las cinco oraciones diarias, por el que lograban pasar inadvertidos la mayor parte de la jornada. Luego aprovechaban el mes de Ramaddn para recorrer la larga zona que nos separaba del Indico. Era por eso que los viajes tenfan dos anos de duraci6n. En el primer Ramadan hacian el camino de ida y en el segundo el de regreso. En la ida llevaban siempre una jaula vacia. Afumaban que en su interior buscaban preservai el viento. Cuando al volver entraban a nuestra ciudad, recuperaban su aspecto habituaL Ves-ti'an laigas tunicas, sandalias, y lucian tupidas barbas. Uno de ellos, el mayor, solfa llevar un cayado con el que espantaba a los perros que acos-tumbraban saliiles al encuentro. Algunos vecinos se les acercaban para pedir un poco de unguento. Pero mis tios jamas se rebajaron a contes-tarle a ninguno.

—Qui^n iba a decir que precisamente en estos dias aparecerian los hon­gos. Mira a tu padre ^te fijaste bien? Aunque parezca lo contrario, no dis-fruta con el bano de Jarifa, incluso en la oscuridad podr4s apreciar su rostro recorrido por las lagiimas.

No pude dejar de ver los pies de nuestra madre. Se encontraba frente a la mesa donde Jaiifa solfa hacer la pasta para el faLtfel. A simple vista aque­llos pies parecian normales. Regordetes y con las venas inflamadas. Sin embaigo, parecian marcados. Sali corriendo de la cocina. Mi hermano aun dormia. Lo despert^ con un grito en la oreja. Recuerda el iebuzno que le lanzaron al principe Mishkin, proferi. Lo dije porque la semana anterior nuestra madre nos habia Iefdo fiagmentos de una tiaducci6n del

Page 249: Bellatin, Mario. Obra Reunida

265

esciitor ruso Fiodor Dostoievsky. Para disgusto de mi padre, junto a Ia ca­ma de matrimonio se habfan comenzado a apilar las obras completas de ese autor. Se sospechaba que aquella afici6n era la causa de los desvelos de ella. Poco despu& supimos la verdad: no era poi Fiodor Dostoievsky que nuestra madre no dormia, sino porque seguia fielmente la orden dicrada poi nuestro padre de permanecer durante las horas noctuinas delarite del adoratorio donde se mantenia un amplio conjunto de dioses paganos.

Cuando mi hermano abri6 los ojos, le hice recordai la visita de nuestros ti'os los mercaderes. Lo vi palidecer. No te asustes, lo consol^. En esta ocasi6n no vamos a ser nosotros los afectados. Van a tener mas que su-ficiente con nuestros padres. Mi hermano pareci6 no escuchar mis ar-gumentos. Esa noche habfa sofiado. Habfa visto el patfbulo de Mansur al-Halaj, el martir sufi del que tanto nos habfan hablado nuestros tfos. Habfa apreciado que detras del verdugo habi'a una larga fila de personas. Estaba tambien toda nuestra familia, parecia que esperando su tuino. Al fondo se encontraban nuestros tfos los mercaderes, cada uno con un pa-jaro transparente sobre el hombro. Antes de salir del sueno, mi hermano habi'a visto los pies de nuestra madre seccionados con una espada. En ese momento, despierto ya del todo, aseguraba seguir apreciando las gotas de sangre sobre la arena reseca donde estaba colocado el patfbulo.

Luego de escucharlo y esperar que se serenase, nos lanzamos una mirada de complicidad. Nos acercamos despues a la jaula, colocada al lado de mi cama. "S6lo haciendo viajar a los pajaros en movimientos circulares se podra logiar la liberaci6n", recoid6 mi hermano que le habia dicho en el sueno Mansur al-Halaj. La semana anterioi, cuando el pajaro estuvo junto a la cama de Arib —aquel era eI nombre de mi hermano—, casi muere de un enfriamiento causado por sus orines. Arib, en la madruga-da, habfa confundido lajaula con un baci'n. Nuestro padre se dio cuenta a tiempo del incidente y, alarmado, sac6 rapidamente al pajaro de su jau-la. Lo llev6 a la cocina, lo puso sobre la estufa y mientras lo calentaba, en-volvi^ndolo en unos trapos le suministr6, con un gotero, un t^ bastante cargado. Aquella era una receta de salvaci6n para pajaros moribundos que, precisamente, los tios mercaderes habi'an oido en uno de sus viajes. Dos aiios atras se la habian dictado a mi padre. El pajaro logr6 restable-cetse. Antes de salir del departamento, al alba como de costumbre, nues­tro padre lo meti6 bajo las mantas donde mi madre empezaba a conciliai el suefio. Aquel di'a, ella no se levant6 sino hasta cuando comenzaba a anochecer.

Page 250: Bellatin, Mario. Obra Reunida

266

En ese entonces ninguno de los dos, ni mi hermano ni yo, tenfamos una idea clara deI por que' debfamos alternarnos y dormir, una semana cada quien, junto a ese pajaro negro. Segun los tfos mercaderes era para que, entre suenos, escuch4ramos las frases "Yo soy la verdad", "Yo soy Dios", dichas por Mansur al-Halaj antes de ser ejecutado. Pero a pesar de los tantos anos que llevamos siguiendo esa costumbre, nunca ofmos nada semejante.

Mientras Jarifa seguia banando a nuestro padre, mi hermano y yo intro-dujimos las manos en la jaula. Aquel pajaro no parecfa tener raz6n de ser. E1 ave se asust6 y pi6 dos veces. Menos mal fueron chillidos leves. Los de-mas habitantes parecieron no ofrlos. Mi padre sigui6 en la banera. En ese momento, Jarifa comenzaba a entonar una delicada melodfa. Nuestia ma-dre, por su paite, parecfa atareada con el desayuno. E1 olor de la pasta co-ci^ndose llegaba hasta la habitaci6n. Bast6 un movimiento brusco de la mano de mi hermano para que el pajaro quedara con el cuello roto. En el instante mismo de la muerte hubo un aleteo, que pareci6 Uenar de plu-mas la habitaci6n. Quise contarle a Arib que siempre habfa imaginado a Mohamed, el divino, recibiendo las palabras sagradas inmerso en una Uu-via semejante. Sin embargo, no me pareci6 el momento adecuado para decfrselo. Era suficiente el mensaje que parecfa habernos llegado a trav& de su sueflo. "Si un pajaro negio no tiene raz6n de ser, hay que deshacer-se inmediatamente de eT'. No estoy seguro de por que' llegamos a una conclusi6n semejante. En realidad, mi hermano Arib s6lo habia sonado con el patibulo de Mansur al-Halaj, y con las sagradas palabras que pro-nunci6 antes de moiir. Por eso, desconozco tambi^n los motivos para re-ferirme a Mohamed, el divino, rodeado de una Iluvia de plumas. Es mds, anadir las plumas como simbolo podia entorpecer, de una manera grave ademds, el desarrollo de los acontecimientos. Podria suceder algo terri-ble durante la visita que nuestros tfos los mercaderes estaban pr6ximos a reaIizar. Mds aun, porque Jarifa parecfa saber lo que estaba ocurriendo en la habitaci6n. La matanza del pajaro. No podfa ser otra la raz6n por la que su canto se habfa ido haciendo cada vez mds agudo. En ese mo­mento, s6lo se escuchaba la melodfa y el sonido del agua de la baneia.

De pronto, Arib sac6 al pajaro de la jaula y lo arroj6 al suelo. A1 verlo en ese estado, me atrevf a echarle encima la almohada sobre la que habfa dormido. El siguiente paso consistfa en sacar al ave del departamento. Faltaban pocas horas para la llegada de nuestros tfos. Nadie mas, excep-to quiz4 Jarifa, podfa intuir el crimen que acababamos de cometer.

Page 251: Bellatin, Mario. Obra Reunida

267

El desayuno no tardarfa en estar listo. Nuestra madre pronto debfa en-trar en la misma agua que nuestro padre estaba utilizando. Aunque Jari-fa no seria la encargada de bafiarla. Ella debia dedicar ese tiempo a dar a nuestro padre un masaje revitalizadoi. Habfa que prepararlo para que es-tuviese en la mejor de las condiciones frente a sus heimanos. Ellos toma-rfan asiento en el sal6n y, antes de llegar al tema de los 6leos y ungiientos, lo mas seguro era que relataran las peripecias que habfan tenido que so-portai durante la travesfa.

Nuestro pequeno departamento parecfa ser el punto de referencia para los tfos mercaderes, el lugar que sefialaba el fin de un viaje y el inicio del pr6ximo. Despu& de la llegada, volvfan a partir en una nueva gira que, como la anterior y todas las precedentes, tendrfa un tiempo similar de duraci6n. Hablan'an de los grupos fanatizados que, con la inmolaci6n publica, protestaban ante el dominio extranjero. De los asesinos que ma-taban en nombre de Dios. De las mujeies que tiansportaban explosivos entre los pechos. De los muchachos del desieito que, acompafiados de sus perios mudos de cola enioscada, buscaban en las dunas los valiosos segmentos de aeiolitos que aun parecian abundar en la regi6n. De la re-lectura de la Biblia a partir de cieitos descubrimientos emp11icos de nues-tios tfos los mercadeies. Incluso se hablaifa de la existencia de una mujer oculta en la vida de Mohamed, el divino, quien le habifa susuriado al ofdo los suras mis bellos de el C01in. Cuando mencionaron aquello ul-timo, nuestros padres los miiaron horrorizados, pe10 ni siquiera enton-ces se atrevieron a echailos del depaitamento.

Recuerdo que mientras hablaban, el heimano mercadei mayor —aquel del cayado— iba sacando, uno a uno, los tairos de los unguentos pro-metidos. Al fondo de la bolsa, encenado en una caja de madera, solfa es­tar el nuevo paJa10. Ama11ado el pico y las alas. Nunca lo trafan en la jaula vacfa que todo el tiempo llevaban consigo. Acto seguido mis padres debfan llevar al sal6n la jaula de los dos afios previos y daila en ofrenda. Con eso quedaba demostrado que habfan conservado al ave en la mejor de las condiciones. Ante el estupor de nuestros padres —una actitud que se repetia en cada visita—, el tfo mercader mayor se untaba los dedos con un poco de ungiiento y los acercaba luego a los barrotes. El paJaro cafa fulminado al instante. Entonces, los tres hermanos refan de maneia sonoia. Aprovechaban ese momento para afientar a nuestros padres, pa­ia acusarlos de id6latras. En ese punto, nuestra madre siempre se echaba a Uorar. Nuestro padre tiataba de calmarla. Le decfa que tomara al paja-ro como un ave y no como el representante de nuestro destino. Jarifa,

Page 252: Bellatin, Mario. Obra Reunida

268

por su parte, tenfa prohibido permanecer en el departamento mientras nuestros ti'os hicieran las visitas. Debia ii al mercado y guarecerse en el puesto de la yerbera.

El llanto de nuestra madre siempre se desat6 cuando tenfa los pies lim-pios. Ahora las cosas serfan diferentes. Por eso habi'a que darse prisa en sa-car el pajaro del departamento. No debia quedar prueba de su existencia. Jarifa quizd podria esconderlo en el puesto del mercado. Pero la salida del ave debfa darse furtivamente. No habfa tiempo para hacer c6mplice a Ja­rifa. Cuando Uegaran los tfos mercaderes, la situaci6n debfa desarrollarse tan precipitadamente que no cabn'a el menor titubeo. El desayuno iba a quedar intacto. No se consumirfan las jarras de ti. No hizo falta hablar con Arib para que supiera que" hacer a continuaci6n. Envolvi6 al pajaro en la tela de la almohada, y lo sac6 por la ventana. Lo mantuvo un mo-mento suspendido y luego lo arroj6 al patio del departamento del primer piso. De inmediato nos escondimos debajo de las camas. No comenza-mos a orar formalmente. Nos limitamos a repetir, en voz alta, la historia del patibulo de Mansur al-Halaj. A decir verdad, esa repetici6n se fue convirtiendo, poco a poco, en un rezo profundo. Nos interrumpi6 el pi-tazo de la locomotora que se encontraba sobre el pedestal de cemento, a menos de tres calles del edificio que habitabamos. Por el camino que lle-va a esa maquina vendrfan, pronto, nuestros tfos los mercaderes. Llegarfan hasta el departamento con la intenci6n, entre otras cosas, de esquilmar a nuestros padres. No les bastarfa con humillarlos, con destruir el pequefio espacio dispuesto para orar, con burlas a sus ritos religiosos, echarfan, ademas, mano tambien de sus ahoiros. Les quitarfan lo obtenido en los ultimos dos anos. Tendrfan que pasar varios meses para que nuestro pa-dre pudiera recuperarse del embate de sus hermanos. Primero se volve-ria a construir nuestro adoratorio, justo al lado de la puerta de entrada. Despues de algun tiempo la alacena volveria a estar provista.. Nuestro pa-dre se levantarfa una hora y media antes que lo habitual. Ya casi no le al-canzaria el tiempo para dormir.. Nuestra madre apenas abandonaria la cama. Se mantendrfa acostada la mayor parte del di'a, con los pies enfer-mos levantados sobre altos almohadones., Jarifa no podria banarse con jab6n por lo menos en un ano.

Pero con lo que no contibamos mi hermano y yo, era con la suspicacia de nuestros tfos los mercaderes. Habfamos crefdo que las aves que nos trafan cada dos anos eran pajaros comunes. Aves encontradas en alguna selva oriental que ellos trafan a su tierra de origen unicamente como sfm-bolo de su presencia en lejanas comarcas. Sin embargo no era asf, y el

Page 253: Bellatin, Mario. Obra Reunida

269

suefio de Arib no habfa evidenciado en lo mas mfnimo nuestro error. Eran unos pajaros de naturaleza tan fundamental que los unicos que ig-norabamos esa condici6n, eYamos mi hermano y yo. Anos despu& mal-diie a nuestros padres por habernos mantenido en la ignorancia. En ese momento no podiamos saber que el remedio que habiamos ideado, re-torcieWole el cuello al ave, iba a terminar siendo peor que la enferme-dad. Los pies ensangrentados de nuestra madie terminarian rodando. Esos pies atacados por los hongos, que se hubieran salvado de no ser por nuestra Iigereza de conducta. Entre otras cosas, nunca nos preguntamos la raz6n por la que los pajaros no volaban pese a tener abierta la jaula. Por que* debfan dormir junto a nuestras camas. La causa por la que los mercaderes mataban al anterioi para dejainos el siguiente.. Por que* caran fulminados con el simple olor de los 6leos y los unguentos.

Los cambios que iba experimentando nuestra sociedad no eran recientes. Pero era creciente el ruido del trafico urbano que subfa hasta nuestras ven-tanas cuando el cielo estaba despejado. Tambien el humo t6xico de las fa-bricas de los suburbios. La influencia de la televisi6n, que diariamente informaba sobre lo que sucedfa en el mundo. Los libros con literaturas de orras regiones. Sin embargo ningun cambio fue capaz de hacerle enten-der a nuestros padres, que Dios es el mismo para todos. Mientras mas contacto tenian con las innovaciones que experimentaba nuestra socie­dad, mas se regodeaban en sus ideas. Tuvo que ser el patfbulo de al-Ha-laj, quien sacara a la familia de su ensueno.

Desde nuestro escondite escuchabamos el murmullo de los vecinos. No era el ruido habitual que producian todos los dias. A esos sonidos ya es-tabamos acostumbrados, En esa ocasi6n o(mos rezos, gritos de dolor; llantos de los que nunca antes habiamos sido testigos. Salimos de deba-jo de las camas y nos asomamos por la ventana. Miramos hacia abajo y vimos a la mujer del piimei piso arrodillada junto al pajaro cafdo,, De-tras de ella se encontraban los demas inquilinos,, Algunos se sujetaban la cabeza con las manos. Otros no querian, ni siquiera, mirar la escena. De pronto uno de ellos, el que tenia un negocio en la entrada, mir6 hacia arriba y nos sefial6.

Quien iba a pensar en ese entonces que los extranos viajes de los tfos mer­caderes eran una manera de pagar el pecado de nuestros padres. Que eran parte de la promesa que habfan hecho a los patriarcas de nuestra estirpe. Los tios mercaderes debian dedicar sus vidas a demostrarle a mi padre que Dios era el mismo para todos. Debian quitarle su dinero para evitar

Page 254: Bellatin, Mario. Obra Reunida

270

la instalaci6n de adoratorios profanos. Mis tios, al traer los pajaros ne-"i gros que, como supimos despu&, haci'an sus nidos en los minaretes de l La Meca, se habi'an hecho expertos en apreciar los paisajes del Camino > Mktico. Pero, como ya dije, era demasiado tarde. El pati'bulo de Mansur '-al-Halaj era nuestra unica revelaci6n. De haber sabido antes aquella ver- ' dad, quiz4 nuestro padie hubieia preferido meter la cabeza dentro del agua de la banera y no volver a respirar. Pero mientras ignorara el sacri-ficio de sus hermanos seguin'a llorando por nimiedades. En la cocina, nuestra madre estaria a punto de terminar de hacei el desayuno. Estarfa asimismo arrepentida de no haber insistido en la preparaci6n del pastel de pajaros silvestres. Tal vez miraria a su aliededot y, aI comprobar que nadie la observaba, tomaria asiento en un banco, se quitaria las zapati-llas, y untarfa mermelada entre los dedos de sus pies. Trataria de mante-ner la calma, poique pensan'a que el pdjaro negro continuaba al lado de mi cama. Una vez mis se quejarfa de los hongos. Esta vez lo harfa en voz alta, como para que los vecinos la escuchasen.

Los tfos meicaderes llegaion cuando ya estaba oscureciendo. No se" por qu^ raz6n, ni Arib ni yo sentimos miedo y seguimos en la ventana, a pe-sai de que me paieci6 vei que las fuerzas policiales empezaban a tomar la paite baja del edificio. Hicieron un cord6n humano para impedir que la muchedumbre, que se habfa comenzado a congiegar, se acercase al de-partamento de la vecina del primer piso. Reconoci a nuestios tios al pri-mer vistazo. Como de costumbre, el mayor llevaba un cayado. Lucfan tunicas y barbas espesas. Logiaron abiirse paso entre la multitud. Vimos c6mo hablaban con las fuerzas del orden. A los pocos minutos, estuvie-ron delante del paJaro muerto. Discutieron entre ellos. Ninguno mir6 hacia ariiba. En el departamento, Jarifa segufa cantando. Nuestio padre continuaba en la banera y nuestra madie en la cocina. Paiecian haber perdido el sentido del tiempo. Como nunca antes, los tios mercadeies les dirigieron la palabra a algunos de los hombres ieunidos. Luego, co-menzaron a alejaise lentamente del edificio. Habfan avanzado unos po­cos pasos cuando el menor, de laigo cabello rubio, abri6 su bolsa y dej6 salir volando el ave que traia consigo. Se trataba de un pajaro transpa-rente, de esos que s6lo habiamos intuido en suenos pero nunca escucha-do decirnos ningun mensaje. El ave despleg6 de inmediato sus alas, y logr6 en pocos instantes subir mis alto que el edificio. Arib y yo lo mi-ramos maravillados. El pajaro hizo un par de volutas y desapareci6 en el horizonte. Antes pas6 por encima de la locomotora, sigui6 por la aveni-da que corta el Cairo en dos, y se peidi6 por la parte baja de la ciudad. Compiendimos entonces la importancia de vivii en aquella zona. Nos

Page 255: Bellatin, Mario. Obra Reunida

271

pareci6 que no se trataba de una casualidad. El departamento hacfa las veces de fortaleza, desde cuyas ventanas se podfa observar perfectamen-te el movimiento de los supuestos enemigos. Los tfos mercaderes se fue-ron alejando. Habfan cumplido su ultima misi6n. A partir de entonces podfan comenzar a llevar una vida sedentaria. El sueno de mi hermano era mis que elocuente. Mansur al-Halaj era inmortal. Su sacrificio no habia sido inutil. Pronto debiamos bajai y hacernos de los instrumentos necesaiios paia hacei de nuestio hogar un patibulo. Ni siquieia Jarifa se salvaria. No habia abandonado, a tiempo, el departamento. No estaba escondida entre las yerbas del mercado, actitud que quiza' la habrfa pro-tegido. La suerte de la familia estaba echada. Debiamos comenzar con la destrucci6n del adoratorio. Quemar los libros de Fiodor Dostoievsky. Escribir suras nuevos en las paredes. Abrace" a mi hermano y, juntos, nos quedamos contemplando, desde la ventana, la locomotora en su pedes-tal. Arib,en ese momento se atrevi6 a hablar. Dijo algo relacionado con los hongos en los pies de nuestra madre.

Page 256: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Jacobo el mutante

Para Tadeo,

Para Margo Glantz, que sabe de estas cosas....

Fotografias de Ximena Betecochea

Page 257: Bellatin, Mario. Obra Reunida

La espera

* * ZZ&*^ *' j b M b , - ^ ' i T ^ _

^*V '^^a*****-*^ > - ^ v jgtefigST T' J*5

>!^S*;i,''".'''

v=

& 9 " * . A ^ > r * "

'<v * . j &

*" _jC*'

' _ *. tf -''3$ w

*S rfi T&tf&&* S& .^k*K! r$$ii Sii

V| * j * !

Las figuias quedaron en suspenso. La pieI de los hombies perpetuamen-te mojada. Un Golem. Una docena de huevos cocidos. No se produjo ninguna mutaci6n. Tan s6lo apareci6 la imagen de unas ovejas pastando en un roquedal.

Page 258: Bellatin, Mario. Obra Reunida

La frontera

Jacobo Pliniak sepresenta al lector como uno de los seres mds ek-mentales deluniverso. Comiderado como rabino en supequena comunidad, dedica buena parte de Ltjornada a ensenar Us Escrituras a fos hijos de hs familias delpobfado. Estd casado conJulia, yjuntospoieen una taberna lla-mada La Frontera, Los ayuda en Lti tareaseljovenAmelm. Lasjornada$son agitadas, Jacobo Pliniak se levanta al amanecer. Luego de kts oraciones ri-tuaUs, y de sus banos —vestido y con aguafria a manera depenitenciaper-sonal—, espera la llegada de sus pupilos, quienes ingresan en siUncio al cobertizo que se ha comtruido en kiparte trasera. Poco antes, ha terminado Lt animaci6n en ht taberna Muchos de los asistentes —soMados y campesi-nos enfuga o mujeres de origen desconocido ht mayorparte—> duermen en-tre las mesas un sueno producido por los excesos nocturnos, Julia y eljoven Anselm han regentado Lt taberna hasta la madrugada. Brindaron atenci6n a los huhpedes tratando de inmiscuirse lo menos posibh en sus conductas, Julia se ha aco$tado al alba, en kt cama queJacobo Pliniak acaba de aban-donar. La mujer no se Uvantard sino hasta el mediodia. Antes de dormirse, mientras escucha elsonido queproduce el bano deJacobo Pliniak, Julia sue-lepreguntarsepor aquelLi manera tan especialque tiene su marido de hacer

Page 259: Bellatin, Mario. Obra Reunida

penitencia. Sepregunta tambiinpor Lis razonespor Lts que nunca ha sido visto como un genuino rabino. En realidad, no era un rabino en todo elsen-tido de utpaLtbra. De haberU> sido, su mujer no hubierapodido regentar h taberna, menos hasta altas horas de ux madrugada. La frontera, quiza" sea una de las obras menos conocidas del escritor austriaco Joseph Roth. No se dispone aun de una traducci6n en regla, pero han apaiecido fragmen-tos, como el ofrecido li'neas antes, en revistas especializadas tanto de Parfs como de la costa oeste de los Estados Unidos. En Frankfurt, la editorial StroemfeId, posee en sus archivos una antigua edici6n que se supone fn-tegra de la obra, y la editoiial independiente Kieperheuer&Witsh, tiene otra versi6n que para muchos esta compuesta s6lo poi una serie de frag-mentos. Nadie sabe por qu^, peio hasta ahora no se ha publicado ninguna de las dos. Muchos ex^getas aseguran que falta un trabajo de investigaci6n mas iiguroso, que permita iecoIectar la inmensa cantidad de papeles dis-peisos que se piensa componen el libro en su totalidad. Se desconoce lo que pensaba Joseph Roth aceica de esta novela, que poi no habei termi-nado no vio publicada jamas. Una de las mujeres que lo acompafi6 en los afios finales —cieita investigadora inglesa iadicada en Paiis—, asegura que el escritor jama^ se separ6 del texto, y que lo iba esciibiendo sumer-gido siempie en un estado de total embriaguez. De alguna maneia, pa-rece tiatarse de la novela que reseiv6 para redactar cuando se encontraba ebrio. Es cuiioso comprobai, segun los testimonios de la misma investi­gadora, que cuando cie6 La kyenda delsanto bebedoryotios libios rela-cionados de una manera directa con el alcohol, no se peimiti6 duiante el tiempo de su redacci6n ni una pinta de ceiveza. Es poi eso que se pue-

Page 260: Bellatin, Mario. Obra Reunida

279

de considerar este texto, Lafrontera, como una especie de tratado hecho a trav& del inconsciente del autoi. No existe nadie en elpequeno condado de Korsiakov que no conozca hi taberna deJacobo Pliniak, dice uno de los comienzos del libro. Todos saben que, a travis de su u"nica ventana, espo-sibU apreciar elpanorama que va desde el centro delpobUdo, con Lu torres delextranoyan6nimo castillo comofondo, hasta Upequena caseta quesir-ve de hito fronterizo. Tanto en h>s dias de verano como de invierno sepuede ver en Us noches Lt caseta iluminada con una dibil luz amarilla —quepa-rece acercane y aUjarse en forma constante—, lo que transforma Ufrontera en unpunto de enganoia existencia, senala el autor en otro de los inicios. Ambos comienzos parecen haber sido escritos durante los anos de juven-

tud de Joseph Roth, cuando no abandonaba aun su Galitzia natal. No obstante, seria algo apresurado considerar a este texto como una obra de aprendizaje pues, de alguna manera, las obias posteriores se encuentran marcadas por las lfneas narrativas presentes en esta novela. Se trata, ade-mds, de un texto que el autoi jamds dej6 de esciibii. Para algunos, las acciones deJacobo Pliniak presentan un tono sumamente bdsico. Creen que se trata s6lo de la histoiia de un comerciante, dueno de una taberna frontetiza. La taberna, en realidad, es s6lo una pantalla que siive como via de escape a decenas de judios que huyen de lospogroms rusos. Esos lectores no parecen reparar en las aventuras que Jacobo Pliniak prota-gonizaia en Am&ica anos despu&, cuando incluso se transforma en una anciana mujer: la piadosa dama Rosa Plinianson. Pero regresando a los origenes, la tranquilidad en la vida de Jacobo Pliniak -representada

Page 261: Bellatin, Mario. Obra Reunida

280 ; f

principalmente tanto en las clases de religi6n que imparte a los nifios de la comaica, como en sus incursiones a cierto paraje de la frontera pa-ra ayudar a cruzar una vez por semana a sus companeros de re l ig i6n- se, ve alterada, de manera definitiva como se vera mas adelante, cuando descubie queJulia, su mujer, es la amante del joven Anselm. Ambos in-: cluso han planeado huir juntos. Cuando ]acobo Pliniak se entera de Ips sucesos, orientado por las pistas que adrede va dejando su propia espo-: sa, aparenta no tener conocimiento de aquella relaci6n, Guarda silencio, y todas las mafianas se enfrenta solitario al desayuno que su mujer le pre-paia antes de irse a doimir. Una taza de bonch puesta sobre la mesa,y una tetera colgada del fog6n, es lo que dfa tias dia acostumbra haIlarJai'.; cobo Pliniak al despeitar. En ciertas ocasiones encuentra tambien un emparedado hecho con el arenque ahumado, que la noche anterior algun viajeio seguramente trajo del Baltico,. Joseph Roth, en su calidad de ciea-. dor, va sefialando diversas realidades a medida que avanza con su escri-tura. Tal vez, en La frontera se encuentre de una manera mas clara este cometido. Posiblemente, aquella sea la raz6n por la que se trata de una de las obras mas cn'pticas y de estructura mas compleja del autor. Quiza por eso tambien el personaje Jacobo Pliniak, que a mitad del ielato se transforma en una mujer a la manera del Orlando de la escritora inglesa Virginia Woolf, sea uno de los mas curiosos de la historia de la literatu-ra. No cabe duda de que se trata, al menos, del mas extrano creado por nuestro autor., Algunos piensan que es un personaje no acabado del todo —que le sirvi6 al escritor mas bien como inspiraci6n para componer otros heroes mas completos como el memorable Isaac deJob, el comer-

Page 262: Bellatin, Mario. Obra Reunida

281

ciante Nissen de Leviatdn, o el inspector Anschelbum, famoso por su celo en el contiol de las pesas y medidas de la regi6n—, y otios que es, en definitiva, una innovaci6n de lo que tradicionalmente suele conocer-se como personaje. Esta apreciaci6n puede hacerse con mAs claridad vien-do c6mo Jacobo Pliniak logra que los judfos rusos pasen de uno a otto lado de la frontera. Se reseiva Ios jueves para llevar a cabo el exodo. Aque­llos dias no espeia la llegada de los alumnos para que estudien en su ca-sa. La gente de los alrededores sabe que, aparte del sabado tiadicional, los jueves tambi^n han sido conveitidos en una especie de dias sagrados. Jacobo Pliniak se dirige al atardecei a un punto de la frontera que nadie mas conoce, ubicado en el vado de un no poco caudaloso, que cruza sin quitarse las ropas. El asunto de las aguas y las ropas foima parte de su ritual peisonal. Segun Jacobo Pliniak, cada vez que alguien se bana ves-tido esta ieiterando su comuni6n con Dios. No es comun que alguien, considerado el rabino de su comunidad, se permita este tipo de interpre-

^^B^^"^^BB

taciones propias. Sin embargo, la conducta de Jacobo Pliniak estd llena de acciones que, de alguna maneta, contravienen las Escrituras. Camina despues una media hora hasta la casa de su c6mplice, conocida como la rubia Macaca, la misma que anos mds tarde, y en la ciudad de Nueva York, se convertira en la actriz de teatro hasfdico Norah Kimberly. Re-gresa a medianoche, llevando detras suyo, una fila de inmigrantes. Ma-caca, le ha pagado en rublos parte del dinero, que aquellos hombres a su vez le han entregado para que los ayude a escapar del pafs. Al dra siguien-te, tendra que ser Julia, la mujer de Jacobo Pliniak, la que lo cambie en una tienda de granos cuyos propietarios especulan con las fluctuaciones

Page 263: Bellatin, Mario. Obra Reunida

282

de moneda entre ambas regiones. Los inmigrantes permanecen dos no-ches ocultos en la taberna. Durante la mafiana del sabado el grupo de refugiados es subido, sigilosamente, a un carret6n conducido por un hombre delgado. En esos momentos, Jacobo Pliniak abandona su cuar-to de oraci6n, situado a pocos metros de la taberna, y sale a desearles a esos infelices suerte en el viaje. Uno de los descubrimientos mas sorpren-dentes para la literatuia, no s6lo para la del escritor Joseph Roth sino para la del siglo XX en general, parece estar contenido en la mecanica de c6mo un rol asignado a determinado personaje deriva, de pronto, en otro totalmente distinto. Piecisamente cuando el lectoi asume, de una mane-ra verosimil, no s6lo la presencia en eI texto de Jacobo Pliniak sino, sobre todo, su derecho a permanecer en su estructura, nuestro personaje se transfoima, sin mayor tiamite, en su supuesta hija adoptiva, Rosa Pli-nianson, maxima autoridad del comite' de damas del poblado que habita. Todo comienza cuando, sin ninguna soluci6n de continuidad, en cierto punto de la trama Jacobo Pliniak se encuentra viviendo en Am&ica. Se halla en la ciudad de Nueva York, indagando por el paradero de la actriz Norah Kimberly, famosa por sus presentaciones en los teatros ambulan-tes de la epoca. Jacobo trabaja en un almac^n que comercializa g^neros, cuyo propietario es uno de los hombres a los que ayud6 a cruzar la fron-tera afios atras. Jacobo Pliniak esta agradecido a Dios, porque su barco fue el ultimo al que se le permiti6 ingresar al pafs sin solicitar visa de en-trada a sus ocupantes. Durante el viaje, que estuvo a punto de terminar en tragedia ya que a mitad del oc^ano se estropearon los instrumentos de navegaci6n, se hizo hermano espiritual de un tal Abraham. Ese mu-

Page 264: Bellatin, Mario. Obra Reunida

283

chacho, pioveniente de la regi6n caucisica, habia atestiguado, escondido detras de un roquedal donde solian pastar sus ovejas, c6mo su poblado era quemado con sus habitantes encerrados en la pequena sinagoga. Lla-nia la atenci6n, en este pasaje, la presencia, no s6lo de este hermano espi-ritual, Abraham, sino de las ovejas y, sobre todo, el hecho de que pastaran en un roquedal. Es evidente que en esta parte del relato Joseph Roth po-ne de manifiesto, de manera directa, el cai4cter mistico de su obra. Aun-que no deja de ser extrano que, durante el pasaje de peligro que sufri6 el barco de Jacobo Pliniak, no apareciese ninguna refeiencia al miedo al Leviatan, el monstruo de las profundidades del mar, presente en la ma-yorfa de los ielatos de esta natuialeza. Pese a todo, la menci6n del ioque­dal y las ovejas es un elemento que no puede pasat inadveitido. Dos anos despues de su Uegada, Jacobo Pliniak encuentra en una de las calles mas transitadas no a la actiiz hasfdica Norah Kimberly sino a Julia, su anti-gua esposa. Ha sido abandonada por el joven Anselm, y tiene una hija llamada Rosa. La mujer iealiza trabajos menores paia gente de la comu-nidad, pero vive prdcticamente de la caiidad publica. Jacobo se apiada

de su mujer. Piopone que viajen juntos a la costa oeste. En aquella regi6n vive Abraham Pliniak, el heimano espiiitual, quien mis de una vez le ha pedido por carta que se reuna con 6l. En muy poco tiempo, Abraham habia logrado amasai una especie de fortuna compiando tieiras al redu-cido numero de colonos que todavfa quedaban en la regi6n. Luego las vendfa a un grupo de iefugiados que buscaban un lugar definitivo d6nde quedarse a vivir. Encontiar a su antigua mujer en aquellas condiciones, le pateci6 a Jacobo Pliniak la senal pata emprender el viaje que su her-

Page 265: Bellatin, Mario. Obra Reunida

284

mano le reclamaba. Sinti6 que se le estaba dando una segunda oportu-| nidad. Vio en Julia la posibilidad de procreai varios hijos —asunto qug| no habfa podido lograr en su tierra de oiigen, principalmente por su pre-ii ocupaci6n constante por los pogrom$ iusos—. Quen'a hijos capaces de'>> transmitir a las generaciones futuras su legado espirituaL Estuvo dispues-to, incluso, a aceptar a Rosa como hija propia. Sin pensarlo dos veces-renunci6 al trabajo, tecogi6 aJulia y a su hija del misero cuaito que ocu-; paban, e hicieron un largo viaje en autobus. Abraham Pliniak —nose. conocen las razones por las que cuando se hicieron hermanos en el bar-co, se adopt6 eI apellido qriginal de Jacobo y no el de la familia asesina-da en la sinagoga del pueblo— le asign6 una parcela de tieira a oiillas de un lago. Lo ayud6, luego, a levantai una casa. En un primer momento,

Jacobo Pliniak tuvo la idea de poner un negocio similar, una taberna, alv que teni'a en Korsiakov. Contaba con Julia, su mujer, quien podrfa ayu-darlo en la administraci6n. Podiian, asimismo, apelar a la colaboracion-de algun joven sin trabajo, que buscarian entie los hijos de las familiasde; inmigrantes. Jacobo Pliniak parecia querei despertar nuevamentecada manana cuando su mujer, agotada, buscara acostarse. Encontrar, como antes, su taz6n de bonch colgando sobre la estufa. Aunque le hubiera gustado instalar un negocio que funcionara s6lo de noche, no le parecia buena idea tener otra vez una taberna. Seria como volver al pasado. De-j6 atras estos planes. Se content6 con la tarea de difundir las ideas pre-sentes en los libros sagrados. Jacobo Pliniak ejerci6, nuevamente, el oficio de maestro, muy cercano a lo que podn'a considerarse un rabino.. Volvi6 a estar junto a los ninos. Disfrut6 recorriendo, como por primera vez,

Page 266: Bellatin, Mario. Obra Reunida

285

los pasajes mas sugerentes de la Tora. Se reforz6, entonces, su deseo de engendiai hijos.. En este punto de la novela, aparece una ftase que puede ser interesante paia compiender la idea que tuvo el autor al emprender semejante ejercicio de escritura. Afirma que cuando Jacobo Pliniak supo que iba a interpretar de nueva cuenta los Iibros sagrados paia los ninos de la comunidad dijo, pata sus adentros, que las letras y los nombres no son s6lo medios convencionales de comunicaci6n sino que, en iealidad, son los recursos que usa la fe para su propio aniquilamiento. Es piecisa-mente en este punto, cuando Jacobo Pliniak acaba de afirmar semejante sentencia, que en el texto se descubie que la tatea que emprende como rabino no dura demasiado tiempo. Tampoco su interes en tener un hijo detras de otro. Muchas de las familias asentadas en la regi6n han comen-zado a abandonar sus antiguas creencias, han empezado a tratar de olvi-dai la religi6n de sus antepasados. Jacobo Pliniak se enfrenta, quiza, a la crisis de fe mas impoitante de su vida. Lamentablemente no es posible cotejar los pasajes de este libio, La frontera, con aspectos de la vida pri-vada del esciitoiJoseph Roth. Nunca se sabra en que momento concibi6 tal o cual capitulo. Realizar una pesquisa semejante hubiera podido, de alguna manera, aclarar ciertas aristas del ielato que, ni desde una pers-pectiva literaria ni desde una 6ptica mfstica quedan claras del todo. Se sabe unicamente que Roth escribi6 este texto de manera constante, mien-tras iba dando forma a otios libros, y que muchos de los cambios abrup-tos en la nanaci6n se debieron a situaciones de caracter personal, que incluso hicieron que se perdieran algunas de las paginas mas importan-tes. La cafda del imperio austio-hungaro, la errancia del escritor por Eu-

Page 267: Bellatin, Mario. Obra Reunida

286 m

ropa, su adaptaci6n a la cultura germana impeiante en Viena, la aparici6^| del Nacional Socialismo, su alcoholismo desenfrenado, y su condici6hl final, de refugiado pobre y desespeiado en Parfs —circunstancia que, fi_^ nalmente, lo lleva a una especie de suicidio— se convierten en una suer-' te de claves inasibles del relato. Quiza por eso, el autoi narra, en este^ punto, un suceso iealmente extiaoidinario, que para muchos guarda re-laci6n con los sefirot)uAios, es decir con la esfeia de las emanaciones di-' vinas, en las cuales se despliega la fueiza creadora de Dios. Ya esta dicho que Jacobo Pliniak ha adquirido un terreno frente a un lago; que ha cons-truido, con la ayuda de su hermano espiiitual, una casa donde habita con Julia, su mujei, y con Rosa, hija de su esposa, a la cual ama como si fue-ra propia. Se sabe tambien que Jacobo Pliniak se ha conveitido en una especie de iabino de una comunidad caracterizada porque sus miembros -van abandonando, uno a uno, su religi6n. Pese a todo, en ese tiempo continua llevando a cabo sus peisonales ideas acerca del agua y el cuer-po. Por eso sigue banandose vestido en momentos insospechados, remo-jando sus pies en bateas durante vaiias hoias seguidas e intioduciendo sus manos en recipientes de agua con sal hasta que la piel se le anuga El

hecho fueia de lo comun que desciibe el escritor Joseph Roth, ocuire cuando Jacobo Pliniak se sumerge en el lago para Uevar a cabo las ablu-ciones iituales que efectua cada mafiana. Instantes despu& regresa. a la superficie convertido en su propia hija. Pero no en la nina que hasta aho-ia se ha conocido, sino en una anciana de mas de ochenta anos de edad. Jacobo Pliniak ha adquirido el cuerpo de una vieja, en cuya memoria quiza este' registrada la existencia de un tal Jacobo Pliniak, muerto aho-

Page 268: Bellatin, Mario. Obra Reunida

287

gado mientras hacia sus abluciones en un lago a cuyas oriUas construy6 su casa. Es importante sefialar que en la Cabala a estas transformaciones, que implican a la persona, el g^nero y el tiempo se les suele nombrar Re-tnansosAforisticos. Mientras mas alejada en la persona, el g^nero y el tiem­po se presente la transmutaci6n adquirida, el relato se acercara un punto niis a otra dimensi6n. Quiza poi eso el escritor Joseph Roth se atreve, no s6lo a crear este episodio tan paiticulai, sino que lineas mas adelante afirma que en el poblado al cual debe enfrentaise la vieja dama Rosa Pli-nianson han sido instaladas cientos de academias de baile.

Page 269: Bellatin, Mario. Obra Reunida

geatitudes

SenakJoseph Roth que cuando Rosa Plinianson sali6 de las aguas, las escuelas de baile eian un espacio que ganaba cada dfa un mayor nu-mero de adeptos. En el texto originaI, se dice que personas de las mas diversas caracteiisticas acudi'an, con gran entusiasmo, a aquel poblado para que sus vidas transcurrieran con algo de ritmo. Se habian instalado desde los tipicos salones para ensayar fiestas de celebiaci6n hasta las gran-des academias donde se ensenaban incluso pasos de musica tiopical. Era tanta la competencia, que con creciente frecuencia surgfan nuevos bailes con tdcnicas mas dificiles que las anteriores. Se soh'a recurrii, muchas ve-ces, a m^todos de destreza coipotal tan avanzados que durante las sesio-nes casi siempre se teni'a la sensaci6n de encontrarse en la pista de un circo y no en un sal6n de clase. Luego de leei estas lineas, para algunos pueden paiecer l6gicas las razones que hicieron imposible la publicaci6n, en forma de libro, de un texto con estas caracteiisticas. Los motivos por los que Joseph Roth reserv6 este relato para sus momentos de embria-guez. Segun ciertos estudiosos, la redacci6n de La frontera se tiat6, mas bien, de una especie de oiaci6n, que le sirvi6 al autoi no s6lo para san-tificar las cosas que iba senalando, sino para dar testimonio del mundo

Page 270: Bellatin, Mario. Obra Reunida

290 )

secreto que cultiv6 a lo largo de su vida. La masiva instabxci6n de Us es-cueLis era, sin lugar a dudas, el negocio mds importante de hi zona. La ave-nidaprincipal, aparte de hi igUsiaydel banco, tenia todos los demds espacws disponibles dedicadoi a esta actividad. Los mitodos de aprendizaje eran tan efectivos, que se habian hecho famosos en vario% poblados de los alrededores. Eran bxrgas bas fibas de autom6viks que seformaban en hzs carreteras de en-trada. Resultaba comtin ver a los turistas durmiendo en sus autos o, incluso, en Lt misma calle. La aparici6n de estas escuelas, propici6 asimismo Lt inmi-graci6n de una gran cantidad de musicoi. Hubo aficionados a instrumentos primitivos y ejecutantes de mmica cUsica. Lncluso apareci6 uno que inven-taba suspropios instrumentos, muchos de los cuaksse tocaban solos. Algunos de los ejecutantes llegaban con ms familias, que se imtalaban en los campa-mentos acondicionadospara talfin. Ciertosfordneos desconocian hts razones por las que no existian hoteUs en la regi6n. Eranpoco% los quesabian que los babia prohibido un decreto emanado del comite" de damas, quejustamente presidia Rosa Pliniamon. En este punto, cabiia preguntaise por la auten-ticidad de las palabras exactas que udliz6 Joseph Roth pata naiiar el pa-irafo anterioi. En la editoiial Kiepeiheuer&Witsh, se tienen dos veisiones sobre este pasaje. Leyendo la primeia, que no es la ofYecida lineas antes, se puede pensai que eI autoi trat6 el ielato como obra acabada, y que deseaba prepaiai al lector para su publicaci6n inmediata. No se sabe de d6nde pudo piovenir la idea de utilizar el baile como un arco narrativo, capaz de transmitir el pensamiento cential del libio. Quiza Joseph Roth haya estado buscando; a uav& de una cuiiosa mezcla entte tendencia mfstica y mitica de la interpretaci6n —teoiia en la que el baile juega un

Page 271: Bellatin, Mario. Obra Reunida

291

papel fundamental—, expresar su visi6n del derrumbe de toda una es-tirpe. No es casual que el relato comience en la ^poca de Xospogroms ru-sos y termine un siglo mas tarde. Tampoco, que se describa c6mo una comunidad de inmigrantes va abandonando, de manera gradual, sus an-tiguas creencias. Joseph Roth no ietrata regimenes polfticos efectuando limpiezas raciales —como suelen hacer algunos autores que tratan el te-nia—, sino que pone los hechos de forma taI, que la decisi6n parece ser

asumida, con bastante naturalidad, por los habitantes de un hipot&ico poblado tomado por cientos de academias de baile. El escritor afirma en su relato que s6lo las casas habitadas por los integrantes del comite" de damas se mantenian libres de la influencia de las academias. Las vivien-das de estos personajes aparecen aqui como si hubieran sido construidas alrededor de un lago de aguas estancadas. El lago y las casas se muestran, en esta versi6n, como un lugar maloliente y plagado de insectos, y no como eI bello remanso que, supuestamente, encuentraJacobo Pliniak en la primera descripci6n de los hechos, cuando despu& de las innumerables cartas escritas por su hermano, llega a la regi6n acompanado de Julia y de Rosa, su hija adoptiva. Mucho menos, como el espl^ndido teireno que le tiene preparado su hermano espiiitual, Abraham. Las casas, dice el au-tor en esta paite de la histoiia, han sido edificadas frente a un lago de aguas pestilentes, que piopicia una exagerada multiplicaci6n de insectos, lo que han'a imposibIe el desenvolvimiento de una clase de baile normal. Peio a los miembros del comite" de damas parece no impoitarles vivir en estas condiciones. Tienen una misi6n que cumplii: acabar con las acade­mias instaladas en la ciudad. No estan dispuestos a dejarse vencer y aban-

Page 272: Bellatin, Mario. Obra Reunida

donai sus casas, como en los ultimos afios han hecho decenas de familias, no s6lo por motivos religiosos sino ante las ofeitas de los actuaks duenos de las academias. Hace poco, se cerr6 una academia porque el comite' descubri6 que los camerinos se utilizaban como lugai para doimir. Se logi6 cancelar la licencia, pero no se pudo iecobrar la propiedad. La due-fia continu6 siendo la Inmobiliaria Pliniak, fundada muchos anos atr4s por el hermano espiiitual deJacobo, Abraham, que no tard6 en ponerla en renta nuevamente.. El comite tampoco dej6 que fuera tocada la iglesia de la comunidad, que estuvo en la mira de mas de una academia. Otro de los puntos que el comite salv6 fue el malec6n y la playa. Logr6 quese prohibiera pasear poi esa zona con instrumentos musicales o con iopas de baile. Cualquier paso extrano que se llevara a cabo, estaba penado con una multa. Para determinar cuando un paso comenzaba a ir contra la ley, se habfan instalado discretos carteles, en los que por medio de dibujos se hacia una explicaci6n del momento en que el movimiento empezaba a ser peligroso. Es asombiosa la claridad con la que, en este pasaje, estan expresadas las ideas no dichas que tenia Joseph Roth acerca de los ap6s-tatas de su generaci6n. Desde que habitaba su Galitzia nataJi, el escritor sentfa que estaba viviendo las ultimas etapas del espfritu judio. Su pasa-do paiecia estar siendo puesto en tela de juicio por la historia, senala en una de sus caitas —perdidas en la actualidad—, advirtiendo, un poco mas adelante, de la absoluta obviedad de su inteipretaci6n de los hechos. El mal mas profundo no era necesariamente el que habfa comenzado a ejercerse en lospogromi, sino el que iban a infligir a la fe las generaciones sobrevivientes, puntuaJiizaba.. Jacobo Pliniak senalaba, asimismo, inme-

Page 273: Bellatin, Mario. Obra Reunida

293

diatamente despues de someterse a la piimera abluci6n del dfa, que habi'a que ptoclamar una nueva forma de leer las Escrituras. Con estas afiimaciones, tanto Jacobo Pliniak como Joseph Roth, parecian intuir que el destino les era ajeno. Al menos, para una religi6n como la que compaitfan. No es casual, entonces, que al igual que las penitencias que se imponia Joseph Roth, caracterizadas principaImente por las largas y tortutadoias sesiones de escritura a las que se obligaba —llevadas a cabo muchas veces en un estado de embiiaguez total—, Jacobo Pliniak mojara su pieI a la menor opoitunidad. Tampoco, que J'oseph Rodi llegara a afir-mar que no todo era rectitud entre los miembros del comite de damas de

la ciudad. Escribe que en cieita opottunidad, se desat6 un escdndalo que compiometi6 a dos de sus miembros piincipales: a la respetable Rosa Pli-nianson, la hija transformada, y al reverendo Joshua Mac Dougal, muy conocido en la regi6n poi obtener las mas asombrosas conversiones reli-giosas unicamente poi medio de cantos espirituales. Todo comenz6 al descubriise que Rosa Plinianson habia empezado a participar, aunque ca-si sin querei si se toma como cierto su posteiior testimonio, de la fiebie de academias que asfixiaban a la ciudad. Para sorpiesa de todos, Rosa Pli­nianson cie6, de la noche a la mafiana, su propia academia de baile. Esta aparente conuadicci6n, que podn'a aparecer como un error de escritura deJoseph Roth, es posiblemente una de las consecuencias por las que el texto La frontera no se encuentre completo. En las libretas de la investi-gadora inglesa, que acompafi6 al escritor durante sus anos finales, hay marcados ciertos apuntes que describen c6mo Joseph Roth deline6 as-pectos de Miss Rosalyn Plinianson, que precisamente tienen que ver con

Page 274: Bellatin, Mario. Obra Reunida

294

el desarrollo de este pasaje. Afirma que esa mujer cre6 su academia por error. Lo que la vieja dama pietendfa era lo contrario, librar a la ciudad del azote del baile. No repar6, en que al hacerlo, estaba creando su pro-pio espacio para bailar. Los apuntes afiiman que Joseph Roth senala que Miss Rosalyn Plinianson querfa llevai a cabo una serie de sesiones que, simulando ser encuentros de danza, permitieran, en realidad, la cons-trucci6n de un Gokm, figura arquetfpica de la tradici6n judia capaz de anular la invasi6n que estaba sufiiendo la ciudad. Para eso necesitaba del baile, se lo habfa dicho incluso al reverendo Mac Dougal, su conse-jero espiritual. Pero mientras continuen perdidas las paginas originales de Joseph Roth, es poco lo que se puede hacei para conocer la verdad de los hechos. S6lo se sabe que Miss Rosalyn Plinianson acondicion6 una pequefia propiedad, que las companfa inmobiliaria Pliniak & Co habfa dejado de lado por miserable. Aquel lugar, oculto detias de un roquedal, parecido al que le sirvi6 al hermano Abraham Pliniak para salvatse del holocausto que acab6 con su aldea, habfa sido utilizado, durante la e >o-ca de la esclavitud, como palenque de esclavos. Tambi6n como refugio para fabricantes clandestinos de alcohol. Rosa Plinianson limpi6 sola el local e instal6, sobre una pequefia mesa, un viejo tocadiscos que habfa tenido guardado en el s6tano de su casa. Al lado puso una modesta co-lecci6n de discos de musica sagrada, que habfa comprado a un agente viajero la misma tarde en que decidi6 ofrendar la vida a su nueva reli-gi6n. Estaban sin usar, pues precisamente cuando pensaba estrenarlos, el comite" de damas, cuya organizaci6n era aun incipiente, dict6 el primer decreto, que prohibfa a sus miembros escuchar musica de cualquier clase.

Page 275: Bellatin, Mario. Obra Reunida

295

Rosa Plinianson clav6 en la pueita un letrero que mand6 hacer a un pin-tor que solfa pasear por la ciudad. Despu& se desnud6 y se calz6 unos za-patos de tac6n alto. De inmediato se coloc6 junto a la puerta de entrada en espeia de alumnos. Antes habia dejado sobre la mesa un punado de mi-gajas, que luego cambi6 por un montfculo de bario, con la intenci6n —se lo dijo en voz baja despu& al ieverendo Joshua Mac Dougal— de que los discipulos hicieran un mufieco mientras aprendian los pasos de baile. Con-viene detenerse en este punto de la narraci6n, para considerar los ele-mentos puestos en juego duiante estas lirieas poi el autor. Habria que tomar en cuenta, para entendei el sentido de lo que Joseph Roth supues-tamente quieie explicar la estiecha ieIaci6n entre misticismo y magia en la histoiia de las ieligiones. Paiecieia que la figuia de Rosa Plinianson hubiese sido cieada s6lo para confundir a ciertos te6iicos, que jamis es-perarian encontiai en un peisonaje con las caiacteristicas de esta ancia-na a un personaje-maestro, es decii a un gufa del Gran nombre de Dios,

como se les conoce en ciertas 6idenes a los enviados divinos. Baile, cuer-po desnudo, musica sagrada, pedagogia, maldici6n —simbolizada por la avalancha desenfrenada de academias de baile—. Todos estos elemen-tos concatenados, ademas, de tal modo que s6lo cbntempIen una salida posible: la construcci6n de un Golem, muneco de barro dueno de una especie de vida propia capaz de salvar, no s6lo a ese pueblo sojuzgado si-no a toda una tiadici6n ieligiosa. No es arbitraria, por eso, la acci6n que realiza Rosa Plinianson al cambiar las migajas por el bairo. La musica de 6rgano, que comienza a surgii del tocadiscos, no parece ser lo suficien-temente fueite como para llamar la atenci6n de nadie, escribe de inme-

Page 276: Bellatin, Mario. Obra Reunida

296

diato el autot, como para no revelar sus verdadeias intenciones. Cualquiei sonido es ahogado pot el que producen las demas academias. Quizd p6t eso, el primei di'a es una jotnada solitaria. S6lo al cabo de una semana se le ocune a Rosa Plinianson disefiai unas pequefias hojas informativas paia indicai el lugar exacto donde se van a desanollar las sesiones. Al

principio tiat6 de hacei los mapas ella misma. Los traz6 en la sala de su casa. Los mosquitos le impidieion trabajai con comodidad. Constante-mente debia accionar el insecticida, que mantenia siempre al lado de h estufa. Demor6 dos dias en teiminarlos. Durante ese tiempo, la incipiefi: te academia permaneci6 cerrada. Peio, en cieito momento se dio poi vencida. Con esos mapas tan impeifectos, nadie iba a ser capaz de tias-pasat el roquedal que todeaba el galp6n donde se ubicaba la academia. Estaban mal dibujados, y ninguno se parecia entre si.. A la mafiana si-guiente, se levant6 temprano y sali6 a la calle vestida con el habito de Soi Gertrudis Lt venerada, que no habfa usado desde la muerte de su madre Antes contaba con dos tiajes sagrados, aquel de Sor Gertrudu b. veneradt y el de Graciela U convena. Rosa Plinianson habia hecho que su madre Julia Pliniak, llevaia como mortaja el de GracieUt la convena. La vistid estando ya muerta, a pesar de los juramentos de no haceilo que le hizc duiante la agonfa. Rosa sabfa que su madre estaba equivocada. Antes dt moiir Joseph Roth expies6 una idea, mas o menos similar, a la de Rosj Plinianson: de lo necesario de abandonar antiguas costumbres. Su inter-locutoia, la investigadora inglesa que lo acompafi6 en sus afios finales las tiansciibi6 en la libreta que llevaba siempie consigo —cuadeino de apuntes, seria mis preciso denominar—.. Rosa Plinianson no estaba dis-

Page 277: Bellatin, Mario. Obra Reunida

297

puesta a permitir que su madre se quemara en el fuego eterno del infier-no. Para enmendar aquel error, luego del funeral se deshizo de la quipd de su padre adoptivo y del ejemplar de la Tora, con el que aquel hombre se habfa ganado buena parte de su vida.. Pero, a diferencia de la anciana dama, Joseph Roth no contaba con muchos objetos religiosos de los cua-les prescindir. Al salir a la caUe vestida de ese modo, algunos vecinos mi-raron a Rosa Plinianson con asombro. El agrimensor que vivia al lado, el viejo farmaceutico y la costurera que tenfa su negocio en la esquina se asomaron para verla pasar. Algunos hicieron la senal de la cruz a su paso mientras, al mismo tiempo, le daban la espalda. Posiblemente, sea inne-cesario detenerse en el punto de la senal de la cruz y dar la espalda, por-que a estas alturas del relato, el mal ya parece haber perdido cualquier significado. Rosa Plinianson sabia d6nde se estaba dirigiendo. Querfa encontrar al pintor que habfa hecho los carteles del malec6n. Sabia de posibles lugares en los cuales hallarlo. Mis de una vez lo habfa visto en la plaza central, dibujando los arboles de los alrededores. O en la playa, estatico frente a las olas durante muchas horas seguidas. Pero, donde en mas ocasiones lo habfa encontrado era en el promontorio que se levan-taba sobre la bahfa central. Fue hasta alld. Como lo imagin6, el pintor estaba delante de su caballete. La paleta se encontraba en el suelo. Por eso, debfa agacharse a cada rato para continuar con la marina que estaba ejecutando. Aquella meseta eta uno de los pocos lugares que recordaban

6pocas pasadas. Desde alIf se contemplaba la antigua carretera. Tambi^n la playa y el malec6n. Habfa que caminar hasta el borde de la explana-da, para que aparecieran recien las construcciones modernas. Desde esa

Page 278: Bellatin, Mario. Obra Reunida

298 4

posici6n se veian dos edificios, cuyas ventanas brillaban con el sol. To- :1 dos sus pisos estaban tomados por academias. Los techos se usaban como -' grandes pistas de baile. Desde el piomontorio, se podia obsetvar el pobla- 1 do en todo su esplendor. Nunca se podia estar seguro de sus verdaderas 4 dimensiones. Desde cierto punto, se trataba de una ciudad medianarnen- '^ te importante y desde otro no era mas que un olvidado villorrio. Estaba % enclavado en unos campos de cultivo, disenados por los colonos de la re- 1

gi6n quienes, desde los piimeros tiempos, se habian visto obligados a diez-mar a los habitantes originarios de la zona. Los tratos de Abraham Pliniak habian sido con esos colonos, que a la larga se habfan convertido tambi^n en una suerte de abongenes. Uno de los miembros del comite" de damas sabi'a que los primeros pobladores, los habitantes oiiginales, habian ba-sado su vida social en la adoiaci6n al baile. Rosa Plinianson interrumpi6, sin prea^mbulos, al pintor. No le import6 el grado de entrega en el que podia estar sumido. El aitista reaccion6 de inmediato. Dej6 una mancha en la nube que estaba pintando. Rosa Plinianson le pidi6, entonces, ir a su casa paia hacer los mapas. Sabia que en sus condiciones, aquel hom-bre no podia rechazar su piopuesta. Se ignora —no hay nada consigna-do sobre este detalle en la libreta de la investigadora inglesa—, si Joseph Roth fue consciente de lo ins6lito de la reuni6n, en aquella explanada, entre una anciana vestida con un hdbito religioso y un hombre en pleno trance cieativo. Sin decir una palabia, el pintor comenz6 a guardar sus implementos. Contaba con un pequeno caj6n de madera. Meti6 la pa-leta y los pinceles despu& de lavailos con un liquido que verti6 de una botella. Extendi6, luego, un papel secante sobre la pintura sin terminar.

Page 279: Bellatin, Mario. Obra Reunida

299

pas6 despu& el lienzo y el papel por debajo de su brazo. Rosa Plinianson se pregunt6 c6mo habria podido, tomando en cuenta su circunstancia fisica, subir tantas cosas. Quiso ayudarIo, al menos, con el caballete. El pintor acept6 y lo desarmaron juntos. Rosa Plinianson calzaba unos za-patos c6modos. Si bien no eran especiales para ancianos, estaban con-feccionados con cuero flexible. El pintor comenz6 a caminar con rapidez. Se adelant6 unos pasos. Bajaron juntos a la ciudad. A Rosa Plinianson no le molestaron los ruidos, cada vez mas cercanos, de las academias. Trat6, incluso, de encontrarles sentido. Aquel ejercicio era parecido al que practicaba cuando estaba en silencio, bajo su reloj de pared. Siempre acababa hallando alguna melodfa. En Korsiakov, antes de dormirse, Ja-cobo Pliniak acostumbraba iealizar una actividad semejante. Cuando su esposa Julia lo dejaba solo en la cama para ir a atender la taberna junto al joven Anselm, se arruIlaba escuchando el tic tac de un viejo ieloj. En esos momentos iecieaba, mentalmente, el canto con el que todas las madres ortodoxas, al menos hasta el siglo XVI, hacian dormir a sus hijos. Un canto milenario acompasado poi el iitmo del ieloj, quiza sea motivo suficiente como para haceise una seiie de pieguntas: ^De d6nde habria sacado Ja-cobo Pliniak aquel reloj, que lo arruIlaba cuando su mujer lo dejaba solo? Y si se empiezan a hacei cuestionamientos de este tipo. ^Por que" su es­posa se empen6 tanto, duiante su peiiodo de infidelidad, en dejar pistas

que pusieran en evidencia su telaci6n con el joven Anselm? En otio or-den de cosas cabiia pieguntarse por un posible vinculo entre el inter& de Jacobo Pliniak por los pogroms y su probable impedimento para en-gendrar hijos. Se trata de inteirogantes que, quiza, nunca puedan hallar

Page 280: Bellatin, Mario. Obra Reunida

300

una respuesta, aunque, tal vez, el resto de la nanaci6n pueda dai ciertos atisbos. Como se sabe, el pintor caminaba delante. Rosa Plinianson ve-nia un paso detras. Mientras evitaba tropezar con las piedras que cubrfah la superficie de la meseta que bajaba tan de prisa, se le ocurri6 proponerle al pintor que, aparte del dibujo de los mapas, hiciera tambi^n las ilustra-ci6n de las lecciones que pensaba impartii. Momentos despues se detuvo en seco. Ya se encontraban en la zona urbana. Coloc6 de pionto el caba-llete en mitad de la acera, y le pidi6 al artista que se reuniera con ella en el cobertizo una hora mas tarde. Antes de irse le pidi6 que Uevara, apar­te de sus implementos de pintura, dos docenas de huevos blancos. Fue entonces cuando visit6, despues de varias semanas de no hacerlo, asu antiguo maestro de religi6n, el reverendo Joshua Mac Dougal. Se habian

conocido muchfsimos anos atras, cuando era una especie de nifia ancia-na y Jacobo Pliniak acababa de desapaiecer. En aquella epoca, pasaror largas horas sentados en la puerta de la iglesia. Mientras ofan la music< de las academias, parecian preguntarse c6mo habi'a sido posible que 1< hija adoptada, Rosa Pliniak, se hubiese convertido, sin mas, en la hono rable dama Rosa Plinianson.. Mas de una vez se cuestionaron, tambi^n por la verdadera existencia de una aldea como la de Korsiakov, de la qui tanto hablaba Jacobo Pliniak hasta antes de su ultima inmersi6n. <Ser; real?, se interrogaban sin nunca, por supuesto, ponerse de acuerdo. Ha blaron, mas de una vez, del misterioso castillo que supuestamente la pre sidfa, de sus torres tenebrosas. De la madre de Rosa, Julia, quien no s6l' atendfa la taberna sino que cambiaba, en una tienda de granos, las mone das que la traficante, la iubia Macaca, le entregaba a su marido la noch

Page 281: Bellatin, Mario. Obra Reunida

301

anteiioi. La iglesia era uno de los pocos lugares donde los habitantes del poblado podian guarecerse de la afrenta de las academias. E1 reverendo no estaba capacitado para celebrar misa, pero podia arengar con sus can-tos a los feligreses. Eva siempie vesu'a una camisa marr6n de manga cor-ta con cuello de saceidote. Rosa Plinianson tom6 asiento en una de sus bancas preferidas. Por una de las ventanas entraba la brisa del mar. EI sol incidia, sobre todo, en el pasillo y en las paredes de la derecha. Parte del altar se mantenia en la sombra. El reverendo acostumbraba dar vueltas dentio de la iglesia desde el amanecer hasta las uItimas hoias de la tarde. Cuando vio a Rosa Plinianson, vestida con el habito, no pudo reprimir una expresi6n de asombro. Se le acerc6 y bes6 uno de los bordes de la tela. El ruido de las academias se hizo, en esos momentos, casi impercep-tible. Luego de unos minutos, el reverendo se dirigi6 al altar. "Los hue-vos que acabo de poner en la hornilla ya deben estar listos", dijo mientras se introducia por una puerta diminuta que habia debajo del crucifijo central. Poco despu^s regres6 con un plato de huevos cocidos. Le ofreci6 uno a Rosa Plinianson, quien lo rechaz6 con un gesto. El reverendo s6lo se alimentaba con huevos preparados de esa forma. En este punto, nue-vamente, se interrumpe el relato. Es la segunda vez que ocurre un corte tan evidente. El primero se produjo cuando Jacobo Pliniak se encontra-ba regentando aun su taberna en la zona fronteriza y, de pronto, se le ve trabajando para unos comerciantes a quienes anos antes habia ayudado a cruzai la frontera. Se piensa que los pasajes del libro hoy perdidos es-taban presentes en la versi6n original. Fueron entregados a sus editores por la investigadora inglesa inmediatamente despu& de la muerte de

Page 282: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Joseph Roth. Sin embargo, la lectota conttatada en ese entonces por la Casa Stioemfeld, Henriette Wolf, hurt6 algunos fragmentos sin que has-ta ahoia se conozcan los motivos de semejante acci6n. Pot eso con lo uni-co que se cuenta actualmente es con el siguiente pasaje, que desciibe c6mo despu& de apieciai al ieverendo ofieciendo un huevo cocido el texto pa-sa, sin mediaci6n pievia, a repiesentar el cobertizo de Rosa Plinianson adaptado para las lecciones de baile. Se encuentia iluminado con unas antorchas empapadas en alcohol. Los insectos, que supuestamente son una plaga en cierta veisi6n del telato, aqui han desaparecido por com-pleto. No es la piimera vez que el reverendo se encuentia presente en aquel lugar. Reconoce, de inmediato, el rinc6n donde cuarenta anos atras estuvo instalado el alambique de su familia. En su lugai, estl ahora sen-tado, frente a su caballete, el aitista conttatado paia dibujar las escenas. Aprecia, asimismo, sobre una mesa, el tocadiscos que Rosa Plinianson ha rescatado del s6tano de su casa. El ambiente se mantiene en silencio. El lejano sonido de las academias se escucha s6lo como un vago rumor. El aitista no hace el menoi movimiento. En el suelo se apilan algunos discos. El ieverendo se acerca para ver de que' clase de musica se trata. Son sinfonias clasicas. Odia esas composiciones. En ese instante, de un lugar que no es visible, casi como aparecida de la nada, surge, de pronto, la voz de Rosa Plinianson pidiendo que se coloquen los discos. El ieve­iendo parece iesistiise a usai el apaiato. Desde la oscuridad, la vozde Rosa Plinianson insiste. El aitista no abandona su inmovilidad. Su perfil es definido, la sombra que proyecta su cabeza algo alargada. Su mirada no se dirige a ninguna parte. Durante algun tiempo aquel hombre asis-

Page 283: Bellatin, Mario. Obra Reunida

303

ti6, con fiecuencia, a la iglesia. Solfa sentarse en un lugar ceicano al altar. Lleg6 al poblado con eI giupo de tiabajadoies que tenian el encargo de transformar las casas en academias. El capataz, al verlo, mont6 en c6lera. No era posibIe que Ia empresa de contrataciones le hubiera enviado a un hombre semejante —le faltaba el brazo izquieido— como trabajadoi. Antes de echarIo del giupo, escupi6 al suelo con desprecio.

Page 284: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Sabbath

Las figuras quedan en suspenso. La piel de los hombres peipe-tuamente mojada. Un Golem. Una docena de huevos cocidos. La em-pleada de la editorial Stioemfeld, buscando boirar las huellas del texto. No se pioduce ninguna mutaci6n. Tan s6lo apaiece la imagen de unas ovejas pastando en un roquedal.

Page 285: Bellatin, Mario. Obra Reunida

#

Page 286: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Perros heroes

Tratado sobre el futuro de America Latina vis-to a trav& de un hombre inm6vil y sus treinta Pastor Belga Malinois.

Page 287: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Cerca del aeropuerto de la ciudad vive un hombre que, aparte de ser un hombre inm6vil —en otras palabias, un hombre impedido para mover-se—, es considerado uno de los mejores entrenadores de Pastor Belga MaHnois del pafs. Comparte la casa con su madre, una hermana, su en-fermero-entrenador y treinta Pastor Belga Malinois adiestrados para ma-tar a cualquiera de un solo mordisco en la yugular. No se conocen las razones por las que, cuando se ingresa en la habitaci6n donde aquel hom­bre pasa los dias recluido, algunos visitantes intuyen una atm6sfera que guarda relaci6n con lo que podiia considerarse el futuro de AmeYica La-tina. Si es que alguien le pregunta sobre su condici6n, este hombre sue-le decir, en su casi incomprensible forma de hablar, que una cosa es ser un hombre inm6vil y otra un retardado mental.

Page 288: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Frente a la fachada de la casa se apiecian algunas jaulas. Cada una con-V tiene un par de perros, que pasan la jornada entera lanzando agresivos ladridos a las personas que ciiculan por la aceia. Si alguna se acerca alas rejas, es tanta la furia desatada que los animales terminan romptendose algun diente al morder los barrotes, o atacindose unos a otros sin piedad. Cada vez que esto sucede, el hombre inm6vil emite chiUidos agudos, mo-tivados seguramente por la desesperaci6n de no poder salir a espantar a los intiusos. Los perros quedan agitados y debe acudir el enfeimero-en-trenador a calmar su ansiedad. Emplea juguetes a prueba de mordidas profundas, y un numeio limitado de palabias en fianc^s, idioma oficial para adiestrar Pastor Belga Malinois.

Page 289: Bellatin, Mario. Obra Reunida

311

Nadie sabe si el enfermeio-entienador piimero fue enfeimero y luego entrenador, o viceversa, si antes fue entrenadoi y despu^s enfeimeio. Se trata de un joven algo subido de peso, que viste ropas deportivas un tan-to desalinadas. Mas de una noche ha compartido la cama con el hom-bre inm6vil. Sobre todo, cuando un dolot ptofundo atenaza una de sus piernas.

Page 290: Bellatin, Mario. Obra Reunida

EI hombre inm6vil asegura que notoda su vida mantuvo unaquietud| similar. Afirma que hasta hace unos anos, podfa girar el cuello a unov otro lado. vi

Page 291: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Las paredes del cuaito estan pintadas de verde. De ellas cuelgan diversos diplomas, que certifican la asombrosa destreza que posee aquel hombre para entrenar perros de conducta tan diffcil como los Pastor Belga Ma-]inois. El hombre inm6vil suele ser trasladado diariamente hasta un si-U6n situado junto a la cama. Alli, el enfermero-entrenador le amarra en torno a la cabeza eI auricular del teleTono. Detras se mantiene atada un ave de cetreria, que es encerrada en una caja de madera cada vez que ha-cen entrar a uno de los Pastor Belga Malinois en la habitaci6n.

Page 292: Bellatin, Mario. Obra Reunida

El hombre inm6vil posee un album de fotos —que s6lo permite mirarf algunas personas—, con una colecci6n de imagenes de los mejores ejeffl plares de Pastor Belga Malinois del mundo. Tias aclaiar que una cosa>tf ser un hombre inm6vil y otia un retardado mental, el hombre inm6yil asegura que no hay peno taiado sino amo estupido. De inmediato,s| echa a reii en forma desmesurada. . :M

Page 293: Bellatin, Mario. Obra Reunida

' En la planta baja, la madre y la hermana se dedican a una extrafia laboi, que tiene que ver con la clasificaci6n de bolsas de pldstico vacfas. Nin-guna de las dos parece estar de acueido con el ingreso de gente extrafia en la casa. Muestran actitudes de fastidio cada vez que alguien es invita-do a la habitaci6n del hombre inm6vil. Ya que se le ha asignado la tarea ie guiar a las visitas, el enfermero-entrenador se enfrenta a una situaci6n embaxazosa cada vez que llega alguien de afueia. Hace ya mucho tiem-po que el hombre inm6vil recibe dnicamente a personas ielacionadas con la crianza de los Pastor Belga Malinois.

Page 294: Bellatin, Mario. Obra Reunida

En ciertas epocas del aflo, eI hombre inm6vil decide deshacerse de a no de los peiros: "s6lo la sangre nueva otoigara los avances gen&icos cesaiios", asegura, y se echa nuevamente a reii.

Page 295: Bellatin, Mario. Obra Reunida

317

El hombre inm6vil podria piescindii de todos los perios, menos de An-nubis. Le seria mas fdcil deshacerse de su familia, del enfermero-entre-nador o de su piopia casa antes que de su animal prefeiido. En caso de que eligiera al perro a la casa, es algo cruel imagindiselo, acostado junto a Annubis, a un lado de la via rapida que une el aeiopueito con la ciu-dad. El hombre inm6vil tiene la cetteza de que su perio pieferido impe-diifa, de la maneia mas feroz posible, que nadie se aceicase a su cueipo tendido.

Page 296: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Pese a opiniones contrarias, de falsos especialistas principaImente, el en^ fermero-entrenador trata de convencer a las visitas de que el PastorBel-ga Malinois es el perro ideal para cualquier peisona con peculiaiidades en sus cuerpos. Pone como ejemplo, al hombre inm6vil, al que en voz alta y delante de los presentes califica de bulto. Afirma que un perro nors mal hace tiempo se lo hubiera comido. Las visitas escuchan en silenci6 las palabras del enfeimeio-enuenador. Luego, algunos se atreven a suger iir que no se le llame bulto al hombre inm6vil.

Page 297: Bellatin, Mario. Obra Reunida

319

El hombre inm6vil pasa la mayor parte del dia pidiendo que le Ueven los perros a su habitaci6n. Tiene preparados distintos sonidos para recibir-los. Algunos son casi impeiceptibles. Es curioso comprobar c6mo a par-tir de aquellos ruidos tan insignificantes los animales se echan, se paran, ladran, aullan, y vuelven a salii de la habitaci6n. Algunas visitas, y a ve-ces tambi^n el mismo enfermero-entrenador, aseguran que el hombre inm6vil ha logiado dominar de esa manera a los perros porque ha dedi-cado cada minuto de su vida a observar sus conductas. Cierta vez, un grupo de intelectuales conocedores del caso catalogaron al hombre in-m6vil como el psic6logo de perios mas prominente de la ciudad.

Page 298: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Los Pastor Belga Malinois no s6lo hacen pruebas de obediencia y val6r dentro de la casa. Tal como lo certifican los diplomas que cuelgan de las paredes han participado en innumerabIes competencias, muchas de ca-' i4cter internacionaL Los ejemplares del hombre inm6vil han sido carri-peones del ringfranch piincipalmente, prueba de habilidades caninas que incluye rastreo, salto y valentfa. Han destacado tambi^n en ejerci> cios de defensa peisonal, y en detecci6n de olores de sustancias narc6tiT cas. Nadie sabe c6mo, desde una rigidez tan absoluta, el hombre inm6vil ha conseguido entrenar a sus perros en pruebas que exigen tanta animai-ci6n. El enfermero-entrenador parece tener una respuesta. Sin embargo, nunca se atrevei4 a expresarIa en publico.

Page 299: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Se tiene la impresi6n de que han pasado muchos enfermeros-entienado-res por la vida del hombre inm6vil. Peio con ninguno parece haber de-sarrollado una relaci6n tan estrecha como la que mantiene con el actual. Si alguien buscaia ponerle una edad definida al hombre inm6vil, estaria haciendo meras especulaciones. A partir de una rapida observaci6n ffsica, se le podria calcular cualquier edad de entre treinta a cincuenta afios.

Page 300: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Puede iesultar un detalle curioso sefialar, que en la parte opuesta del cuar-to se encuentra colgada una jaula con media docena de pericos de Austra-lia. AJi verlos, se desvanece la idea de que el ave de cetreria estd amarrada de una de sus patas por temor a que la devoren los peiios. Parece que atan-do al ave, se busca preseivar mis bien la vida de los pericos.

Page 301: Bellatin, Mario. Obra Reunida

En otia de las paredes hay un gran mapa de ArneVica Latina donde, con cfrculos rojos, estin marcadas las ciudades en las que parece estar mds desarroUada la crianza de Pastor Belga Malinois. S6lo a ciertos visitantes la presencia de este mapa los lleva a pensar en el fututo del continente.

Page 302: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Sobie la mesa, donde esti colocado el aparato telef6nico cuyo auricular mantiene el hombre inm6vil atado todo el tiempo en torno a la cabeza, se encuentra una lamina a coloies que muestra a mis de una docena de naves espaciales recorriendo el espacio estelai. El hombre inm6vil siem-pre le pide a su hermana que deje por unos momentos su labor con las bolsas de pl4stico, y suba al segundo piso paia recortarle algunas estam-pas. Le solicita tambi^n que inserte, en cada una de las naves, las imdge-nes de los perros que guarda en ciertos albumes. La hermana trata de no hacetle caso. Es mis, nunca ha subido al segundo piso de la casa en la que habitan.

Page 303: Bellatin, Mario. Obra Reunida

325

Con cierta iegularidad, el hombre inm6vil le ordena al enfermero-entre-nador que le maique el numero de tel^fono de la Central de Informa-ciones. Pretende averiguai, ya en la realidad y no en el universo de las laminas, cuantos Pastor Belga Malinois podnan entiai en una nave es-pacial.

Page 304: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Hay una prueba a la que, de cuando en cuando, el hombre inm6vil so-mete al enfermero-entrenador. Se trata de una experiencia hasta cierto punto ins6lita. Comienza cuando el hombre inm6vil le pide al enferme-ro-entrenador que juegue, en forma exagerada, con Annubis. Que lo azuce hasta ponerlo feliz. El Pastor Belga Malinois paiece ponerse muy contento con el joven vestido con ropa depoitiva, quien es el unico ser humano con quien desde cachorro ha mantenido un contacto ffsico. El enfermero^ntrenador ha sido el encargado de alimentar, asear y dar pal-madas de carifio a Annubis desde el dfa en que naci6.

Page 305: Bellatin, Mario. Obra Reunida

327

Cuando Annubis da la apariencia de llegar a la cumbre de felicidad, el hombre inm6vil, por medio de seflas, le ordena al enfermero-entrenador que salga de la habitaci6n y lo deje a solas con el perro. El hombre in-m6vil comienza entonces a emitir los sonidos necesarios para que Annu­bis lo mire fijamente y, entre otros signos, levante las orejas. Emite despu& un ruido, mas enrevesado aun, que Ie avisa al enfermero-entrenador que debe entrai nuevamente al cuarto. Al veilo ingresar, Annubis se dispone a atacarlo con una fiereza indescriptible. El siguiente sonido que sale de la garganta del hombre inm6vil, frena al perro en el aire. El hombre in-m6vil reitera, en ese momento, que continua siendo duefio de todo el podei. El enfermero-entienadoi parece gozar con la satisfacci6n que la prueba con Annubis produce en el hombre inm6vil.

Page 306: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Unos minutos despu&, el hombre inm6vil acostumbra ordenar que le vuelvan a marcar el numero de la Central de Informaciones. Parece que-rei resolvei sus dudas acerca de la telaci6n entre los Pastor Belga Malinois y las naves espaciales. Sobie la mesa del cuaxto se encuentia la lamina, a colores, de las naves con los iecoites de los peiros pegados encima. Ha si-, do el enfermero-entrenador quien ha usado las tijeras y colocado las figu-ras donde el hombre inm6vil deseaba que estuvieran puestas.

Page 307: Bellatin, Mario. Obra Reunida

329

Es tan ilpida la velocidad de la voz que contesta en la Central de Infor­maciones, y tan lenta y distorsionada la que emite el hombre inm6vil que, a pesai de establecerse la comunicaci6n, la llamada no llega a buen teYmino. La Central de Informaciones da por finalizado el contacto an-tes de que el hombre inm6vil pueda pronunciar la segunda vocal.

Page 308: Bellatin, Mario. Obra Reunida

En la planta baja, la madre y la hermana continuan con el oficio de clasi-ficaci6n de las bolsas de plastico. Aquel dfa no se espera ningun visitante. Los perios estan todos en sus lugares. En el piso de algunas jaulas hay to-davia excremento que no ha sido recogido. El hombre inm6vil lo sabe pues, entre otras habilidades, tiene bastante desarrollado el sentido del olfato. Sin embargo, aquel dfa parece no importarle aquella situaci6n. Algunos petios aullaran poi no tener limpia su jaula. Otros, oleran con insistencia tanto sus desechos como los ajenos. En lugar de pieocuparse poi el estado de los animales, el hombre inm6vil afirmari sentii molestias en la pierna que siempre le duele. El enfermero-entrenador deberd hacer-le masajes. La madre y la hermana giitan desde abajo para consolarlo. El enfermero-entrenador aprovechara ese momento paia pedirles a Ias dos mujeres su consentimiento para pasar la noche en la habitaci6n.

Page 309: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Mientras estdn a punto de dormir —los dos juntos en la misma cama—, el hombre inm6vil tiene la esperanza de que a la manana siguiente los despierte la llamada de la Central de Informaciones proporcionando el dato de cudntos Pastor Belga Malinois caben en una nave espacial. En tanto se materializa la esperada comunicaci6n, el hombre inm6vil se con-suela pensando en que los circulos marcados sobre las ciudades del ma-pa de Am^rica Latina son, sin lugar a dudas, los espacios mds adecuados para que se lleve a cabo sin tropiezos la crianza de Pastor Belga Malinois. Asf lo comprueban los ensayos llevados a cabo en otios planetas del sis-tema solar.

Page 310: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Se puede pensar que en la casa del hombre inm6vil nadie tiene conoci-miento de las circunstancias en las que fue contratado el actual enferme-ro-entrenador. Se cree que no es el primero en ocupar el puesto. Cuando se menciona al primer enfermero-entrenador, el hombre inm6vil grita como nunca y la hermana busca esconderse debajo de las faldas de la ma-dre. El anterior enfermero-entrenador aparece en muchas de las fotos, donde se ve al hombre inm6vil compitiendo en Ios rings en los que ha paiticipado. Se trata de un sujeto de escaso cabello que, en toda ocasi6n, usa traje y corbata. El hombre inm6vil asegura que el anterior enferme-ro-entrenador odiaba a los perros, a pesar de que atenderlos era su obli-gaci6n principal.

Page 311: Bellatin, Mario. Obra Reunida

333

El hombre inm6vil parece haber construido su propia historia familiar. Ha inventado una suerte de pasado para todos y cada uno de los miem-bros de la familia. Entre otras cosas, afiima que durante mucho tiempo todos estuvieion recluidos en diversas instituciones de caridad. Que se mantuvieron separados poi cerca de veinte anos. Para lograr estar jun-tos nuevamente, el hombre inm6vil asegura que la madre inici6 un lar-go recortido cuando logi6 ser dada de alta del establecimiento donde la mantenfan recluida. Fue de ese modo que la casa fue iecuperando a sus habitantes.

Page 312: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Cuando la madre apareci6 en la instituci6n donde el hombre inm6vil habfa crecido, el hijo se resisti6, por todos los medios, a que lo sacaran de alli. Pidi6 a unos enfermeros que lo escondieian en los almacenes de la parte trasera. Fue encontrado horas despu&. Entre los extranos soni-dos que emiti6 para evitar su salida, se pudo entender algo relacionado con una maquina de escribii;-AqueUa fue la segunda ocasi6n en que le era negado un aparato semejante. La primeraocurri6 poco despu& de conocer a un nino que le dijo que se dedicaba a escribir historias de pe-rros h&oes.

Page 313: Bellatin, Mario. Obra Reunida

335

Segun el relato deI hombre inm6vil, la hermana tenia rango de sirvienta en la instituci6n donde se encontraba internada. Unicamente mante-niendo esa condici6n podia justificar su presencia allf y no ser echada, sin mas, a la calle. Apenas se volvieron a ver, el hombre inm6vil y su her­mana se repudiaron mutuamente. Eran dos perfectos desconocidos.

Page 314: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Nunca se supo de que manera, el hombre inm6vil consigui6 el dinero necesario para adquirii los primeros Pastor Belga Malinois que mante-nfa en su casa. S6lo se tenia conocimiento de que aquellos pertos habian sido llevados a la casa por el enfeimeio-entrenadot de ese entonces. Qui-za" esos animales no costaion un centavo. Existe la teoria de que el..pri-'; mer enfeimeio-entienador acept6 el empleo porque no sabfa qu^ hacer con una jauiia de la cual eia dueiio. Duiante los meses anteiioies, la suer-te le habfa sido adversa. Se trataba de un entrenadoi en bancairota.

Page 315: Bellatin, Mario. Obra Reunida

337

Al apreciar las condiciones en que vive la familia, muchos se preguntan de d6nde se consigue el dinero necesario para pagai, rio s6lo los gastos de los perros, sino el que ocasionan los seres humanos.

Page 316: Bellatin, Mario. Obra Reunida

El actual enfermero-entrenador Ueg6 a la casa con el fin de cumplir coi cietto requisito acad^mico: para graduarse como enfermero debfa prime ro hacer un trabajo prictico voluntario. Pero, a pesar de que el enferme ro-entienadoi el dfa de hoy est4 en capacidad de demostrar su experienci con el hombre inm6vil —y con eso accedei a un titulo a nombie de 1 naci6n—, jamds se le ha ocurrido regresar a su centro de estudios a re cabai ningun documento.

Page 317: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Es dificil entender las circunstancias que hacen. posible que el enfermero-entrenador continde en la casa sin iecibir ninguna remuneraci6n. Cada vez que el enfeimero-entrenadoi manifiesta su decisi6n de abandonarlo, el hombre inm6vil caUa sus palabtas con la amenaza de mandar matai a los animales. A1 ofrlo, el enfermero-entienador baja siempre al piimer pi-so. AUi, junto a la madre y a la hermana, cuenta que imagina una matan-za bastante salvaje. El enfermero-entrenador recrea, en esos momentos, tanto a la persona capaz de Uevar a cabo la carniceria como los m&odos a utilizarse. El enfermero-entrenador cree que el veidugo sera alguien conseguido a trav6s de la Cential de Informaciones. La madre y la her­mana afirman que, ante una situaci6n de ese tipo, se encerraiian atena-das en alguna de las jaulas.

Page 318: Bellatin, Mario. Obra Reunida

En el momento de la matanza, el hombre inm6vil pedir4 que Annubls sea el piimer animal sacrificado. Luego de pronunciar estas palabias, di8 ce sentii siempre un intenso dolor en la pierna que le duele con regula^ ridad. El enfermero-entrenador abandona, entonces, todo lo que este* haciendo para comenzai un masaje terapeutico. Si el dolor no cede,eI enfermero-entrenador debe intioduciise en la cama del hombie inm6vil paia calentar con su cuerpo la pierna adolorida. Para lograrlo lo despo-ja, piimero del auricular del teleTono atado a su cabeza y luego lo Ueva cargado, desde el sill6n donde pasa las jornadas hasta la cama situadade-bajo de la jaula de los pericos de Australia.

Page 319: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Despu& de acomodar al hombre inm6vil bajo las cobijas, el enfermero-entrenador se acurruca a su lado. Peio antes desciende al primer piso a pedir uno de los acostumbrados permisos para acostarse con el hijo. El hombre inm6vil y el enfermero-entrenador se quedan juntos hasta la ma-fiana siguiente. En mis de una ocasi6n el hombre inm6vil ha dicho que aqudla es Ia unica manera de vei disipado su dolor.

Page 320: Bellatin, Mario. Obra Reunida

En cierta oportunidad un sujeto, aprendiz de instiuctor canino para rr#| senas, estuvo interesado en adquirir uno de los Pastoi Belga MalinoisdeI hombre inm6vil. Antes de darle la direcci6n, el hombre inm6vil somet|<i al sujeto aun examen minucioso. A trav& del teleTono le pregunt6 prinl cipalmente por sus caracteristicas ffsicas. Como la casa del hombre inrn6l vil se encuentra en una calle enrevesada, mand6 al enfermero-entrenadpi a que esperara al aprendiz de instructot en un cruce estrat^gico.

Page 321: Bellatin, Mario. Obra Reunida

l El dia anterior a la llegada del aptendiz de instructor, el hombre inm6vil haMa decidido cuiles podfan ser Ios penos en venta. S6lo estaban a dis-posici6n del interesado los animales que mis problemas piesentaban. Uno que moidfa sin control al primei extrano que se le ponfa delante, y otro que mostraba una conducta mas piopia de un peiro faldero que de un Pastor Belga Malinois.

Page 322: Bellatin, Mario. Obra Reunida

En los ultimos tiempos, el prestigio del hombre inm6vil como entrerial dor de Pastor Belga Malinois ha decafdo en forma notable. Quizi seap|| el cambio en su cardcter, que se hace cada vez mds evidente. Cadadfa muestra una irritabilidad mayor no s6lo con los perros sino, sobxe tod$ con los duefios de otros animales. El despiestigio puede haberse produf cido tambi^n poique las t^cnicas apiendidas del anterior enfermero-enf tienador son ya obsoletas. El ringfranck se moderniza con una iapidez asombrosa. Asimismo, se han inventado colkres que lanzan discretos choques el^ctricos para que los perros obedezcan de una manera m&s efectiva las 6rdenes de sus entrenadoxes. En sus actuales condiciones,ej hombre inm6vil no tiene ya la posibilidad de adquirii ni estos collares ni los manuales que hay en circulaci6n.

Page 323: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Cuando el aprendiz de instructor Ueg6 a la casa, la madre y la hermana se colocaron unos panuelos en la cabeza y apagaron las luces del piimer piso. Aquel dfa tuvieron que continuar en la oscuridad su labor con las bolsas. Al enterarse de la actitud de las dos mujeres el hombre inm6vil protagoniz6 tal escindalo, que a la madre y a la hermana no les qued6 otra akernativa que despojarse de los panuelos y encender las luces nue-vamente. Durante aquella visita insult6, mis de una vez, al enfermero-entrenador. Hizo, ademds, algo de lo que nadie pens6 podi'a ser capaz: sacrificar sin inmutarse el ave de cetreria.

Page 324: Bellatin, Mario. Obra Reunida

El aprendiz de instructor fue sentado en una silla colocada delante de1 so&. El hombre inm6vil parecia habei organizado, hasta en sus mfnimoi detalles, la visita. Para comenzar, el aprendiz de instructor debfa permal necer todo el tiempo que durara su presencia en el cuarto, sentado en e$a silla. El enfermero-entrenador debfa ir sacando uno por uno a los perros de sus jaulas. Debfa llevarlos despu& a la habitaci6n. Mientras elenfe$ mero-entrenador iba a buscai a los animales, el hombre inm6vil le expU caba al aprendiz de instructor la conducta que mostrarfan en el cuartol En cierto momento, el hombre inm6vil describi6 la forma en que uno de los perros iba a dar muerte al ave de cetrerfa. Los Pastor Belga Mali-nois se comportaron tal como lo iba profetizando el hombre inm6vil! Llegado el momento, la destrucci6ndel ave fue bastante violenta.

Page 325: Bellatin, Mario. Obra Reunida

;%)urante la exhibici6n, el enfermero-entrenador debi6 mantenerse en si-Jlericio. De ese modo hizo desfilar a todos los Pastor Belga Malinois con

los que contaba el hombre inm6vil. En el grupo estaban mezclados los 5ejemplares de los que deseaban deshacerse. S6lo en una ocasi6n, uno de

los perros desobedeci6 las 6rdenes del hombxe inm6vil. Shakura, la perra nias vieja de la casa, se lanz6 en un descuido sobre la pierna del aprendiz deinstructor. El hombre inm6vil insult6, entonces, al enfermero-entre-nador como nunca antes lo habia hecho. De inmediato, ech6 de la casa al inocente aprendiz de instiuctor.

Page 326: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Despu& de aquel incidente, iba a ser imposible iealizar la transmisi6 de mando necesaria para que alguien adquiriese alguno de los animaIe giitaba el hombre inm6vil desde el sill6n.

Page 327: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Luego de que el aprendiz de instiuctor abandon6 la casa, el hombre in-jn<5vil le orden6 al enfermero-entrenador que volvieia a traer a Shakura al cuarto. Fueron agudos los aullidos que lanz6 la perra al recibir el cas-tigo de su amo.

Page 328: Bellatin, Mario. Obra Reunida

De vez en cuando, la madre y la hermana le piden ayuda al enfermero-en trenador para ordenar las bolsas de plistico que deben dasificar diariarnef te. Ni la madre ni la hermana le han dicho nunca al enfermero-entrenado la funci6n que cumplen esas bolsas en sus vidas. Sin embargo, el enfet meto-entrenador parece ser capaz de intuirlo. |

Page 329: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Gada vez que la madre y la hermana solicitan el auxilio del enfermero-:entrenador, el hombre inm6vil cae en una especie de ataque de nervios. Sabe que, durante esos momentos, quedara" absolutamente solo. No pa-rece tomar en cuenta la piesencia en su cuarto de los pericos de Austra-tta. El hombre inm6vil emite, en esos momentos, los ruidos necesarios para que los perros auUen en forma constante. Es cuiioso c6mo los Pas-tor Belga Malinois, a pesar de encontiarse a cierta distancia, oyen sin di-ficultad los sonidos que produce su amo.

Page 330: Bellatin, Mario. Obra Reunida

. .'-7'^

Pese a las condiciones en que deben trabajar, con el hombre inm6vil pr| sa de un ataque de panico y los perros aullando sin parar, la madre ys hermana saben que no pueden abandonar la tarea que estan iealizando El enfermero-entrenador se enfrenta, en momentos asf, a una disyurit1 va. Sabe que el hombre inm6vil sufre por el abandono del que es vfcti; ma, pero sabe tambi^n que hay gastos econ6micos que atender. Trabaij con las bolsas vacfas, sin pensat en el desorden desatado a su alrededoi AJ final, ni las mujeres ni el enfermeio-entrenador podran soportarmi la situaci6n y, alterados, dejai4n el trabajo. El enfermero-entrenador su bird a la habitaci6n y, aunque el hombre inm6vil no le diga que le est doIiendo, masajeara' la pieina que siempie le molesta. La madre y la her mana se mantendiln escondidas. Los empleadores no tardaiin en veni a recoger las bolsas y en traer otras nuevas. Debeian entonces pedir, um vez mas, una de las acostumbiadas tteguas laboiales.

Page 331: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Esa noche, cuando el hombre inm6vil se encuentredormido, la madre y la heimana tiabajaiin el doble de lo acostumbrado. En jornadas como aqu^lla los Pastor Belga Malinois suelen mantenerse tianquilos, siem-pre y cuando el hombre inm6vil no haya pedido la piesencia de Annu-bis paia que pase la noche a su lado. Los demas peiios —peicibiendo que Annubi$ es quien vela aquel sueno—, se mantendian inquietos has-ta la madiugada.

Page 332: Bellatin, Mario. Obra Reunida

En estas noches, el enfermero-entrenador tendrl que abandonar acadaJ momento la labor con las bolsas para visitar las jaulas. Pero pese a sus? esfuerzos, no lograr4 apaciguar a los perros del todo. Los Pastor BeW* MaIinois s6lo se calmardn con las primeras luces del alba. A esa hora, el enfermero-entrenador subira al segundo piso para llevarle al hombrein-s m6vil una taza de ti. El enfermero-entrenador sabe que en momentoss asf no puede ingresar, de buenas a primeras, al cuarto. Debe tocai antesi la puerta con sigilo, buscando que el hombre inm6vil despierte e imparta; las instrucciones necesarias para que Annubn no lo despedace apenas lo vea entrando con la taza. En amaneceres de esa naturaleza, lo mds pro-' bable es que el hombre inm6vil finja estar dormido. Que por mis que oiga, no s6lo los toques de puerta sino las palabras tiernas del enferme-ro-entrenador, haga el simulacro de no escuchar.

Page 333: Bellatin, Mario. Obra Reunida

355

La madre y la hermana oir4n angustiadas, desde el piso de abajo, el si-nuoso despertar del hombre inm6vil. Necesitardn, con urgencia, que el enrermero-entrenador regrese al primer piso y continue ayud4ndolas con el trabajo. Ni la madre ni la hermana saben, en realidad, que" hacer con las bolsas de pldstico que deben clasificar. Se limitan a acomodailas en pilas, una y otra vez. Mientras el hombre inm6vil no conteste y siga ha-cieWose el dormido, es poco lo que se puede avanzar. No es que la ma­dre y la hermana no amen al hombre inm6vil y deseen, de buena fe, que despieite y beba el ti caliente. Disfrutan incluso del tono con el que el enfermero-entrenador, manteniendo la taza en equilibrio, le anuncia la llegada del nuevo dfa.

Page 334: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Annubis se mantiene en silencio. Sin embargo, sus oiejas se encuentrarr en actitud de alerta. Parece esperar cualquiet orden para entrar en acci6nJ El hombre inm6vil, de pronto, abie un ojo. Segun su costumbie, despe-gara el otro diez minutos despues. Quizi le gustaiia continuar hasta el; infinito con ese juego. De abrir y cerrar los ojos sin parar. Sabe quelos demds penden de un hilo. Sabe tambi6n que piensan, aunque sean inca-paces de manifestarlo, que puede incluso estai muerto.

Page 335: Bellatin, Mario. Obra Reunida

357

En caso de que eI hombre-inm6vil no fuera mis que un cadaver, seria una verdadeia proeza recuperarlo. Annubis daria la vida antes de permitir que alguien pusiera un dedo sobre el cueipo ineite de su amo. E1 hambre, que el hombre inm6vil comienza a sentir, termina siempre poniendo punto final a la situaci6n. Su est6mago empieza a crujir levemente. No ha pro-bado bocado desde las seis de la tarde del dfa anterior. A esa hoia el en-fermero-entrenador le subi6 algo ligero. El enfermero-entrenador teimina su manera de despertai al hombre inm6vil ofieciendo en voz alta, junto a la taza de t^, un empaiedado que asegura prepaiara de inmediato. S6lo en ese momento el hombre inm6vil emitita un ruido, minimo ademas. Annubis aullata acompanando los sonidos de su amo. Abajo, la madre y la heimana no podran conteneise y reiian a hurtadillas. El enfeimeio-enttenadoi entia, entonces, en el cuarto para dejat la taza en la mesa de noche. Annubis grufie ligeiamente. No llega a atacai, pues el mfnimo iuido que produjo la garganta del hombre inm6vil se trat6 de una orden para mantenerlo tranquilo.

Page 336: Bellatin, Mario. Obra Reunida

E1 enfermero-entrenadoi sale del cuarto segundos despu&. Con una es-pecie de desesperaci6n, baja las escaleias. No parece importarle tropezar y caei. Pasa coiriendo delante de la madre y de la hermana, que lo miran plenas de esperanza. Antes de volver a sentaise con ellas, debera" ira la cocina a preparar el emparedado prometido. Todavfa no ha amanecido. A lo lejos se escucha el rumor de los coches, que van y vienen del aero-pueito.

Page 337: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Segun la versi6n del hombre inm6vil, cuando naci6 fue llevado a una ins-tituci6n caritativa para recibir una crianza adecuada. Tomando en cuenta las caiacterfsticas de la criatura, ciertos cientfficos no consideraron apta a Ia madie para una responsabilidad maternal de esa naturaleza. E1 hombre inm6vil asegura que, apenas le dieion de alta en el hospital donde dio a luz, la madie regres6 sola a su casa con la poco noble intenci6n de as-fixiar a su hija mayor. En aquella ^poca, Ia casa s61o constaba de una ha-bitaci6n. La heimana del hombre inm6vil se salv6 a ultimo momento de aquel anebato homicida. Algunos vecinos —que acudieron a dai la bien-venida, conocei a la nueva criatuia y a devolvei a la hija que la madie habi'a dejado encaigada durante los dias en que estuvo internada en el hospital— fueion testigos de la exaltaci6n incontrolada de aquella mu-jer. A1 menor descuido, y sin siquiera permitir que los vecinos regresaran a sus casas, coloc6 una almohada en Ia cara de la aterroiizada criatura. Sindrome de estadopuerperal, diagnosticaron los mismos cientificos que dias atras le habian arrebatado la tutela del hijo reci^n nacido.

Page 338: Bellatin, Mario. Obra Reunida

De acueido con lo que acostumbia afirmar el hombre inm6vil, la madrl fue reduida a instancia de los vecinos. Al principio, parece que no'qu$ sieron aceptarla en ninguna instituci6n. Tuvo que intentar prender fue3 go a su hogar, una semana despu& del intento de asesinato, para que,las" autoiidades reci^n tomaran caitas en el asunto. fista es una de las versiol nes que mas repite el hombre inm6vil. Paiece que dici^ndola una y otra vez, pretende explicar las causas por las que, supuestamente, no creci6 dentio de lo que se puede llamar un tipico nucleo familiar.

Page 339: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Durante ceica de veinte anos, los miembros de la familia se mantuvie-ron alejados entre sf. Desde el principio la heimana extrafi6, de manera desmesuiada, a la madre. Nunca se acostumbr6 a la sepaiaci6n. Quiza' aquella fue la taz6n por la que perdi6 buena parte de los dientes en un tiempo relativamente coito. Las cejas y pestanas, en cambio, se le fueron cayendo en forma gradual. El hombre inm6vil aseguia, y con eso consigue que la hermana cuando lo escucha entre en accesos de coiaje difi'ciles de manejai, que durante sus anos de intetnamiento fue tiatado a cuerpo de iey. Afiimaba que disponia de ties enfermeias de tiempo completo, a quienes todos los dfas les solicitaba la Ia^nina recoitada de algun perro. En ese tiempo no mostraba piedilecci6n todavfa poi ninguna raza en particulai. Aliededot de su cama conseivaba una seiie de figutas de spa-niels, teckels, perdigueros y penos alanos. Algunas estaban pegadas en las paredes. Otras se amontonaban en un caj6n del pequeno rppero con el que contaban todos los ninos de la instituci6n..

Page 340: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Por aquellos anos, conoci6 a un nino que decfa haber escrito un libro so-bie perros de vidas heroicas. Aquel nino lo habia ilustrado con figuras iecoitadas, parecidas a las que se multiplicaban aliededor de su cama. E1 nino esciitor lleg6 de visita al pabell6n durante el mes de octubre de 1967. Acababa de hacer, esa misma manana, la Primera Comuni6n. La parro-quia habia organizado aquella visita piadosa. Dfas antes los iesponsables aclaraion a los pieocupados padres de familia, que no se recorrerian las zonas de nifios con enfeimedades infecciosas. El peiegrinaje incluin'a s6-lo las de los pacientes quemados o cdn pioblemas psicomotrices.

Page 341: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Al nifio escritor paiece que le llam6 especialmente la atenci6n una pa-ciente a la que le faltaba parte de la nariz. Quiza' poi eso, le entreg6 in-tegro el contenido de la bolsa de iegalos que llevaba consigo. Tenfa dos docenas de sorpresas, ehvueltas en papel de colores. Siempre de acuerdo a la versi6n del hombre inm6vil, cuando el nifio vio las laminas de perros recortadas en las paredes del sanatorio asegur6 que era escritor y que ha-bia compuesto un libro acerca de perros h^roes. Dijo, tambi^n, que una vez que lo termin6 su abuela habfa sido la unica interesada en leerlo.

Page 342: Bellatin, Mario. Obra Reunida

.364

Esa misma tarde el hombre inm6vil pidi6, por primera vez en su vida, una maquina de escribir. La solicit6 a las enfermeras que velaban por su bienestar. A1 igual que aquel nino, queiia escribir una serie de historias. Las habfa imaginado mientras miraba las laminas que ellas le recortaban diariamente. S6lo voIvi6 a solicitar una maquina de escribir cuando fue retirado de la instituci6n.

Page 343: Bellatin, Mario. Obra Reunida

365

A veces, el hombre inm6vil le reIata al enfermero-entrenador historias relacionadas con los treinta Pastot Belga Malinois que mantiene en su casa. Tambien con el ave de cetreria, que debfa ser tapada con una caja de madera cada vez que los perros entraban al cuaito,, En ocasiones, in-cluso, con los peiicos de Australia. Mientras estructura aquellos ielatos —de una manera lenta y confusa—, el hombre inm6vil olvida que la madre y la hermana trabajan en la planta baja con las bolsas que siempre Uevan atraso en entregar. EIlas aprovechan cualquier momento de em-beleso del hombre inm6vil para llamar al enfermero-entrenador —quien sale del cuarto sin que el hombre inm6vil muchas veces lo advierta—, y avanzar, con premura, el trabajo que tienen encomendado. Ambas re-cuerdan, siempre, que fueron precisamente las bolsas de plistico las que reunieron nuevamente a la familia. El enfermero-entrenador intenta, con frecuencia, conocer detalles de c6mo aquellas bolsas pudieron ser el ins-trumento que logr6 que vivieran nuevamente juntos.

Page 344: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Pese a que el enfermero-entienador sabe que es una faisa el asunto de la^ reclusi6n en distintas instituciones, actua como si ese pasaje en la vida 4 de los habitantes de la casa fuera cierto. Cuando pregunta a las mujeres i sobie el pasado familiar, s6lo logra producir un respetuoso silencio. Am- " bas estin convencidas de que aquel estado, en que el silencio foizado crea una especie de tensi6n, hace que la labor tianscuira en la mejor de las * condiciones. Por esa raz6n y, seguramente para mejoiar la producci6n ^ obtenida, la madre y la heimana incitan, todo el tiempo, al enfeimero-entrenadoi a que les piegunte c6mo fue posible que las bolsas de pldsti-co reunieian nuevamente a la familia. El silencio termina cuando, en el segundo piso, el hombre inm6vil, produciendo sus habituales sonidos, logra una reacci6n en cadena de ladiidos que compromete a los treinta Pastoi Belga Malinois que se mantienen en la casa. En situaciones asi' el enfermero-entrenador sube, de inmediato, las escaleras.

Page 345: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Todos los dias, el hombre inm6vil le dice al enfermero-entrenador que le gustaifa mantener, nuevamente, una cbnversaci6n con el nino que, cuaienta afios atr4s, Ie dijo que habia esciito un libro sobre penos h^-roes. Ese recuerdo hace que, cada vez con mayor frecuencia, olvide la re-Iaci6n existente entre los Pastor Belga Malinois y las naves espaciales. Olvida, incluso, tambi^n el mapa de Am&ica Latina que se mantiene colgado en una de las paredes del cuarto. El hombre inm6vil suele decir-le al enfermero-entrenador que desea conversar con el nino alrededoi de las seis de la tarde, hora exacta en que abandon6 el pabell6n del hospital donde el hombre inm6vil se encontraba recluido. Su deseo, a veces, se vuelve un tanto exaltado. El enfermero-entrenador busca, entonces, di-versas formas de calmar su ansiedad. La mis usual consiste en llevar to­dos los penos al cuarto. Cada uno de los Pastor Belga Malinois tiene un tiempo determinado para permanecer alli. Se cuenta con un promedio de diez minutos poi animal. Cuando se piesenta una situaci6n de este tipo, el enfermero-entrenador dedica unas cuatro horas en la tarea. An-tes de llevar al primei peno, el enfermero-entrenador debe colocar la ca-ja de madera encima del ave de cetreria. Los pericos de Australia, en ese momento, suelen encontrarse tapados con una manta que representa el sistema solar.

Page 346: Bellatin, Mario. Obra Reunida

A pesar de que el enfeimero-entrenador nunca lo ha olvidado, el hom- i bre inm6vil le recuerda siempre —la mayoria de las veces con gritos exal- jt tados—, que coloque la caja de madera encima del ave de cetrerfa antes de lIevar los perros al cuarto. Se lo ordena, incluso, cuando el ave ya no estd mis en la habitaci6n. S6lo despu& de que el ultimo Pastor Belga Malinois visitaba la habitaci6n, el enfermero-entrenador se ocupaba de las necesidades vitales de aquel pajaro. Cuando el ave de cetrerfa no ha-bfa sido despedazada aun, el enfermero-entrenador se dirigfa, a esa hora, al primer piso y sacaba de un frasco uno de los ratones vivos que criaba como alimento del ave. Solia mantener media docena de animales, que ienovaba una vez poi semana con roedores nuevos que comptaba enel meicado. El enfermero-entrenador introducia al iat6n escogido en un aparato, que el hombie-inm6vil habia bautizado como tianspottador de ioedores. Se tiataba de un pequeno tubo de malla metalica, que contaba con una agaiiadera en la parte superioi. Cuando regiesaba a la habitaci6n, el enfeimero-entrenadoi destapaba la caja del ave y le desamanaba la pa­ia. Luego abrfa la puerta del tiansportadoi y azuzaba al iat6n paia que salieia coiriendo. Eia indescriptible el caos que se desataba en el cuarto cada vez que el pajaro se disponfa a cazar a su presa. Curiosamente, cuan­do el ave desoidenaba en forma desesperada los objetos a su alrededor era uno de los pocos momentos en los que el hombre inm6vil refa de manera distinta a la que todos le conocian. Ensayaba una sonrisa que, de alguna manera, podria considerarse como beatifica.

Page 347: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Entretanto, y en viitud de los acontecimientos, en la planta baja la ma-dre y la hermana cubrian sus cabezas con un pai de bolsas de pldstico. Salian despues de la casa. Parecia que no hubietan podido soportar eI ie-vuelo que desataba el paJaro tras el rat6n.

Page 348: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Desde la ventana del segundo piso, el enfeimero-entrenador miraba a las dos mujeies alejarse. En momentos asf, nunca podia sabetse si ibah a volver. Fijense: el hombre inm6vil mantiene inalteiable su patticular soniisa.

Page 349: Bellatin, Mario. Obra Reunida

possier

^^fN*44* .^

Page 350: Bellatin, Mario. Obra Reunida

'W'"-'.Bi ->v.-" 'i.- . - ^ ?

i^V-'pMfmmi[ ^^^&$M'M'

N*#^:<*fe

y _jM*

Page 351: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Flores

Page 352: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Recuerdo cuando acudi donde un anciano y reputado m^dico home6-pata. Me Uev6 mi padre, yo eia un nino. En'ese tiempo ya usaba una ma-no ortop^dica. E1 m^dico la asi6 para tomarme el pulso. Yo estaba tan intimidado que no hice nada para sacarlo de su error. El honorable m^-dico atenaz6 con fuerza la muneca de pl4stico. Pese a todo, en ningun momento me dio poi mueito. A1 contrario, mientras iba contando las supuestas pulsaciones le dictaba en voz alta a su ayudante la receta que cuiaria todos mis males.

DEL DLUUO DEL PREMIO NOBEL DE FfSICA, 1960

Page 353: Bellatin, Mario. Obra Reunida

; Existe una antigua t^cnica sumeria, que paia muchos es el antecedente de las natutalezas muertas, que permite la construcci6n de complicadas

: estructuras narrativas basandose en la suma de determinados objetos que juntos conforman un todo. Es de este modo como he tratado de confor-rnai este relato, de alguna forma como se encuentra estiucturado el poe-rna de Gilgamesh. La intenci6n inicial es que cada capftulo pueda leerse poi separado, como si de la contemplaci6n de una flor se tratara.

Page 354: Bellatin, Mario. Obra Reunida

'Hr j :l'':l

m

B!

Page 355: Bellatin, Mario. Obra Reunida

La senora Henriette Wolf lleva treinta y cinco anos trabajando junto al cientrfico Olaf Zumfelde. Lo asiste diariamente en la consulta, asf co­mo en las investigaciones en las que ese hombre de ciencia suele invo-lucrarse. Olaf Zumfelde goza de prestigio internacional. Tres d^cadas atras descubri6 que las malformaciones de cientos de reci^n nacidos, que comenzaron a presentarse de manera intempestiva, se debieron a un far-maco hecho a base de determinada sustancia. EI laboratorio que lo pro-dujo fue acusado ante un tribunal que centr6 la atenci6n del mundo entero. No s6lo se puso en evidencia la inadecuada aplicaci6n del far-maco, sino que se sembr6 la desconfianza frente a los avances de la cien­cia en general. Se tuvo la impresi6n, dada la repercusi6n mundial deI asunto, de que los cientfficos contaban con distintos metodos para ir asimilando, todos a la vez, los descubrimientos que iban presentandose en su campo. Dieron la idea de que recurrian a diferentes sistemas lo que les peimitia decodificar, en un idioma universal, los elementos que fundamentaban sus hallazgos. Sin embargo, hasta ahora es un verdade-ro misterio lo que ocuire con esos tecursos cuando la ciencia parece equi-vocaise. <Habra mecanismos creados especialmente para olvidar esos errores, para hacer posible que toda la comunidad cientifica retroceda, de pronto, frente a sus convicciones?, se pregunta el escritor que prota-goniza este relato cuando piensa en la ausencia de una de sus piernas. Nunca lleg6 a conocerse el numero real de afectados por el medicamen-to. Durante los anos del juicio internacional, el cientifico OlafZumfel-de conoci6 a su colega el maestro Panser, quien una ddcada atrds habfa sido el primero en sintetizar aquella sustancia. De inmediato, entablaron relaciones de una cordialidad asombrosa. Poco despu&, ambos fueron nombrados por el gobierno como los unicos peritos autorizados para dic-taminar cualquier nuevo caso que se presentara. Dos afios mas tarde se dio el veredicto final, donde se estableci6 el monto econ6mico asf como las formas en que los laboratorios debian hacer efectiva la indemnizaci6n. Se declar6 cosa juzgada, y se excluy6 de la demanda a las victimas de las medicinas que hubieran sido adquiridas fuera del pafs. A partir de en-tonces, casi una docena de pacientes visita cada dia la consulta del cien­tifico Zumfelde. Muchos necesitan con urgencia la certificaci6n. En el

Page 356: Bellatin, Mario. Obra Reunida

38o m

area de consultoiios de la universidad, se ha hecho comun ver una fij| de deformados aguardando pacientemente su turno. El consultorio dS cientifico esta ubicado en un pequefio edificio de madera rodeado de ]M dines sembrados con iosales. Cuando apaiecen casos dudosos, dondel| apenas posible reconocer las causas de los defectos, la senoia Henrieti Wolf pone al cientffico Zumfelde en contacto telef6nico con el maestro Pansei, quien se encuentra, en su propio consultorio, a cientos de kil^ metros de distancia. Aparte de los afectados por el farmaco, el cientffico Zumfelde debe enfrentar, con bastante frecuencia, a seres mutantes qu| tambien exigen algun tipo de retribuci6n econ6mica. Esas personas via sitan la consulta incluso en numeio mayoi que los deformados por>el medicamento. Treinta afios despues del veiedicto, las unicas vfctimas coJQ derechos que quedan en el mundo son tal vez aquellas que estuvierqifi encerradas dettas del muro de Berlin. El cientffico Olaf Zumfelde pien| sa que la bonificaci6n para los mutantes no debe provenir de los laboral torios Giiinewald, que fueion los principales fabiicantes del producto1 Piensa que quiza el gobierno pueda buscai alguna forma de ampararlos^ En todo caso, no esta en sus manos hacer nada por ellos. $

Page 357: Bellatin, Mario. Obra Reunida

381

Orqui<leas

Los dep6sitos manejados por eI gremio de carniceros fueron construidos ceica de los muelles de Ia ciudad. Entre uno y otro existen pequenos lo-cales abandonados que alguna vez sirvieron de merenderos para trabaja-dores. Casi todos cuentan con s6tanos espaciosos, donde ciertos di'as de la semana se llevan a cabo los Altares. Para saber cuando se va a produ-cii el siguiente Altai, se ha establecido una peculiar cadena teleftmica a la cual pueden acceder s6lo los usuarios habituales. Los datos, ademis, unicamente se conocen horas antes de iniciada una sesi6n,, Es posible que se trate de un encuentro sadomasoquista en sus distintas variantes. Hay ocasiones en que los animales tambi^n forman parte de las funciones. Se acostumbra escoger entonces cerdas rechonchas o perros daneses. En otras oportunidades el Altar esta dedicado a losAdulos maltratados en U infan-cia. En esas ocasiones aparecen en el escenario hombres y mujeres vesti-dos como ninos, haciendo el simulacro de ser apaleados poi sus padres o tutores. Casi todos los Altares comienzan a las dos de la mafiana, salvo los reservados a losJ6venes que aman a los ancianos, pues los hombres de edad madura contiatados para estas funciones sueIen quejarse de enfer-medades causadas por frecuentat la calle a altas horas de la madrugada. Los asistentes, regularmente, pueden subir al escenaiio, siempie y cuan­do esa noche no se presenten los gemelos Kuhn. Es de tal naturaleza el desarrollo de las perfomances de esos hermanos, que todos los visitantes deben guardar una distancia prudencial. Las funciones duran cerca de una hora y, por temor a las autoiidades, casi todos se retiran apenas ter-mina la actuaci6n. Sin embargo, aparte de lo que sucede en escena nada realmente importante ocuite entre el publico. Esa pasividad parece mo-lestarle al escritor, quien en esta ocasi6n lleva puestos unos pantalones cortos y se ha colocado la pierna decorada con piedras artificiales. Pese a todos sus esfuerzos, nadie parece nunca dispuesto a conocer las posibili-dades sadicas o masoquistas que ese miembro falso es capaz de ofrecer. El escritor espera hasta que el ultimo asistente abandone el local. Aguarda hasta que quede sin clientes el hombre obeso y con torso aI descubierto que ofrece masajes gratuitos. Mas de una vez ha deseado pedir un turno. Quisiera comenzar con un masaje de relajaci6n, y no con una de esas te-rapias aplicadas sobre zonas er6genas que constantemente le solicitan. Es

Page 358: Bellatin, Mario. Obra Reunida

382

notable c6mo ese hombre cumple con sus tratamientos de la manera mas * profesional posible. En ningun momento dejan de ser sesiones de traba--'. jo. Pero lo que mis le llama la atenci6n al escritor es la pulcritud con la ' que se desinfecta las manos y los brazos antes y despu& de las sesiones. Al lado de su cama de masajes cuenta con una mesa de madera donde coloca los aceites necesatios para cumplir de una maneia mis efectiva su tarea, asf como los productos que necesita para su desinfecci6n peisonal. En una esquina tiene un pequeno florero con ties orqufdeas de pldstico dentro. Las flores son negias con jaspeados amaiillos. Una vez que se po-ne el pantal6n largo y el giueso abrigo dejados en al guaidarropa, el escri-tor saie del local. Pide un taxi con destino a la avenida de establecimientos con cabinas tiiple equis. Esta" seguio de que nada ocuiiird allf tampoco. Lo mis probable es que s6lo encuentre a otro solitaiio deti4s de las placas transparentes que separan una cabina de otra. Despu^s caminard hasta el muelle que se adentra en el n'o, y quizi aIli establezca algun contacto noc-turno.

Page 359: Bellatin, Mario. Obra Reunida

383

ClaveIes

En los afios cincuenta, un grupo de cientificos descubri6 un f4imaco ca-paz de aliviar la depresi6n y las niuseas de Ias mujeres embaiazadas. Diez afios despu&, se demostr6 que causaba serias malfoimaciones en los fe-tos si era suministrado en los primeios tres meses de gestaci6n. Aquel medicamento provoc6 que por lo menos diez mil ninos en todo el mun-do piesentaran defectos en los brazos y en las piernas.

Page 360: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Treboles y-, ')

La mezquita de Ia ciudad se ubica en una calle estrecha. Esta iluminada por un frio sol de invierno. Queda entre la calIe veintis&s y la s^ptima avenida. La entrada es casi imperceptible, pues se encuentra en un reco-do escondido entre una floreria y una tienda de ropa que utiliza parte de la acera para colgar sus productos. Cierta tarde de enero, el <,heik que di-rige las sesiones toma asiento, como es su costumbre, frente al adorato-' iio. Les habla a sus fieles de la importancia de la Virgen Maiia como nexo entre el pensamiento cristiano y el musulman. Comienza, nadie sabe por que, refirtendose al piofeta Zacarias. De acueido con algunos historia-dores biblicos, cuando el profeta Zacarias alcanza los ciento veinte anos de edad y su esposa cumple los noventa, aprovecha una tempoiada de sequfa para quejarse ante Dios. Lo culpa de no haberle dado nunca hi-jos. A pesar de haberlo pedido una y otia vez, su esposa jamas ha queda-do embarazada. Desea un vastago para que lo suceda como lider espiritual. El sheik, de pronto, interrumpe su discuiso y senala que no entiende las razones por las que se refiere a Zacarias precisamente en ese momento. Los fieles bajan entonces las cabezas y pronuncian la palabia adjdndulil-ah, todos al mismo tiempo. En momentos asf es comun que los seguido-ies imaginen un iamo de flores oftecido sin motivo apaiente al Amado, que no es otro que el mismo Dios. Un ramo de flores sostenido por un racimo de ti^boles dandole foima al conjunto. Luego el iheik bebe de una lata de iefresco que mantiene junto a sus pies. Enciende despu& un cigaiiillo. Fuma una y otta vez. Con el cigairo aun en la mano, senala al escritor que protagoniza este relato y lo obliga a relatar algdn sueno mis-tico. Todos los fieles experimentan, de vez en cuando, ese tipo de sueno. Todos allf saben que lo diffcil no es teneilo, sino diferenciarlo de un sue-> no psicol6gico. Entre otras cosas, para eso esta la presencia del sheik, pa­ra guiar a los discfpulos dentro del mundo onirico. Durante las sesiones, al escritor normaImente le gusta peimanecei en silencio. Se mantiene de ese modo hasta el momento del shiker, que es cuando los fieles comien-zan a bailar, rotando sobre su eje, como una emuIaci6n de los astros que se mueven alrededor del sol. El escritor en esos momentos entona un canto gutural, que no recuerda haber aprendido antes y del que ignora ademas su significado. En esas ocasiones, casi siempre se encuentrades-

Page 361: Bellatin, Mario. Obra Reunida

385

pojado de su pierna ortop6dica. Suele dejarla en la entrada, junto con los zapatos que se quitan los fieles antes de ingresar a la mezquita. E1 escri­tor se cuida de no llevar nunca la pierna adoinada con piedras de fanta-sia cuya decoraci6n, si se observa con detenimiento, recuerda una sucesi6n de ti^boles por Ia forma como las piedras se encuentran dispuestas. An-te el asedio del sheik, que deja el cigarrillo en un cenicero colocado en el piso para mirar al discipulo con atenci6n, el escritor empieza a contar un suefio que sucedi6 un jueves, Dia de kt remembranza. Dentro de ese sue-no ha pasado varias horas seguidas bebi'endo en un bar, actividad anti-musulmana, que en algunos pafses estd penada incluso con la muerte.

Page 362: Bellatin, Mario. Obra Reunida

386

Cartuchos

El amante otofial, personaje que apaiecei4 pr6ximamente en el relato —se sabra por primera vez de su existencia en el apartado de los jacintos—, cree que el paraiso estd habitado s6lo por ancianos decr^pitos dispuestos a mostiar sus bondades sexuales unicamente con pedirlo.

Page 363: Bellatin, Mario. Obra Reunida

387

Azucenas

Precisamente en los dfas cercanos al julcio internacional en favor de los afectados por el farmaco, apaieci6 en los peri6dicos la noticia de que ha-bi'an hallado a unos nifios abandonados en una cueva ubicada en unos arrecifes cercanos. Los encontraron dentro de una canasta cubierta con una frazada celeste. Un pescador los escuch6 Ilorar y, al destaparlos, no-t6 que no contaban con brazos ni piernas. Los reci6n nacidos pasaron unos dfas en la estaci6n policial. Al no ser ieclamados por nadie, fueron remitidos al orfanato estatal. Nadie sabe los motivos, pero desde el pri-mer momento la piensa bautiz6 a aquellos hermanos como los gemelos Kuhn. El orfanato estatal estaba situado ceica del mar. Quiz4, por eso, sus rejas mostraban sefiales de herrumbre. Se encontraba piotegido por muros altos, y en algunas esquinas se habfan colocado imagenes de san-tos en piedia. En otras, se podfan apreciar complicados y gigantescos arreglos florales esculpidos en granito. Magnolias, hortensias y azucenas de color gris. Aparte del personal m^dico y de las nineras que alli traba-jaban, el orfanato contaba con un grupo de mujeres voluntarias que co-laboraban adoptando simb6licamente a alguno de los ninos recluidos. Tenfan prohibido sacarlos a Ia calle. La mayor parte de las colaboradoras eian mujeres que no habfan podido concebir. No importaba que fueran solteras o casadas. Algunas iealizaban su funci6n de madies con coriec-ci6n, sin embargo habfa otras a las que ningun nino parecfa colmar sus expectativas. Esas madres cambiaban de hijos en forma constante. Al principio, todas eran vigiladas de cerca por el personal del orfanato. S6-lo al cumplirse el afio de la adopci6n simb6lica se les peimitfa tiatar a sus hijos como quisieran. Podfan educailos con golpes o reprimendas. Tenfan el derecho de hacerles comer, incluso a la fuerza, los alimentos que les llevaban en termos y en vasijas de plastico. Casi ninguna habla-ba fuera sobre su labor en el orfanato. En las casadas podrfa ser visto co­mo un reproche a su vida conyugal, y en las solteras la aceptaci6n de la soledad como una suerte de castigo.

Page 364: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Amapolas

E1 teiror que se produjo en las salas de maternidad al ver nacer a las pri-meras victimas, llev6 a mas de uno a pensar en el cumplimiento de cier-tas profecfas bfblicas. En muchas casas pusieron, detias de las puertas, la imagen del arcangel San Juan. Sin embargo, hubo una pronta tesigna-ci6n y una vez que fueron detectadas las caracterfsticas de las deforma-ciones en todos sus aspectos, se comenz6 a tratar a las criaturas como si nada hubiera sucedido.

De los apuntes del maestro Panser, Munster, 1963.

Page 365: Bellatin, Mario. Obra Reunida

389

Magnolias

En el sueiio mfstico que le relata al sheik en la mezquita, el escritor ex-tranamente no siente culpa por encontiarse tomando bebidas alcoh61i-cas. Muchas de las personas piesentes en el bar le parecen aut^nticos bebedoies. Durante la jornada escucha muchas historias contadas por esas personas. Unas son tristes, otras alegies. Es testigo, tambi^n, de algu­nos alteicados y del extrano desmayo de una mujer que momentos antes se habia escondido con un hombre detias de una cortina. De pronto, el hombie sali6 con rapidez y abandon6 el local. Un instante despu& la mu­jer apareci6 tiastabillando y pudo apenas llegat a la barra. Acto seguido cay6 de espaldas produciendo un ruido seco al golpearse contra el piso. Las acciones parecieron paralizarse. Los demas asistentes se concentraron en sus propias bebidas. S6lo el barman tealiz6 algun sonido, al ponerse a silbai mientras secaba un mont6n de vasos. En ese momento, el escritor comenz6 a sentir los primeros sintomas de embriaguez. Experiment6 pa-vor. Horas mis tarde debia celebiar, junto con los demas fieles, el Dia de U remembranza.. Sin embargo, pens6 que se le disipanan los efectos al-coh6licos en el tiempo que le faltaba para su cita con el <,heik. Temi6 un acto de repudio, y hasta la expulsi6n de la mezquita si era descubierto. Sali6 del bar, luego de pagai la cuenta. El barman le recibi6 el dineio pe-io no le dio el cambio correspondiente. Cuiiosamente, el escritor no pro-test6. La mujer continuaba acostada en el suelo. Nadie parecra dispuesto a marcai el numero de emergencias m^dicas. El escritor enconti6 en la calle una gran cantidad de gente. Le moIest6 el sonido que producfa el transito urbano. Cruz6 algunas avenidas. Tom6 el transporte subteridneo. Realiz6 un cambio de lfneas, para lo cual debi6 volver a la superficie y ca-minar hasta otra estaci6n ubicada a un par de cuadias. En el camino se detuvo frente a una cancha de basquetbol. El partido que se libraba le pareci6 interesante. A un lado existfa un restaurante de comida deTailan-dia, y pocos metros despu^s un local donde en las noches se escuchaba musica de jazz. Camin6 unos momentos mas, hasta hallar la caIle donde se encontraba el punto donde debfa hacer la conexi6n. Lleg6 a su desti-no pocos minutos despues. Para su sorpresa, algunos asistentes del bar estaban esperandolo en la puerta de la mezquita.. El escritor se desorien-t6. No entendi6 las razones por las que lo aguardaban. Tampoco com-

Page 366: Bellatin, Mario. Obra Reunida

390 i

prendi6 c6mo habfan hecho para llegar antes que 6l. Apenas Io vieron l un par de ellos levant6 los brazos en senal de saludo. Mientras se fue acer-; *" cando escuch6 que le pedian que Ios dejara entrar. E1 escritor empez6 v* entonces, a reflexionar sobre el mandato divino que habfa hecho posible '> que esas personas se encontrasen alli. No podla oponerse a la voluntad *' de Dios. Tenia que haber sido el mismo Amado, o sea Dios, quien habfa propiciado esa piesencia. No le qued6 otro remedio sino dai indicacio-nes a ese grupo de beodos. Era cierto, la entrada era confusa. Nunca se sabfa d6nde estaba iealmente la puerta que conducfa a la mezquita. El negocio de ropa acrecent6, aun mas, la confusi6n. Cuiiosamente, cuan-do el grupo trat6 de ingresar, la puerta se volvi6 mas pequena. Casi co-mo por efecto de un milagio, se hizo mds baja y angosta. S6lo algunos de los peisonajes reunidos logiaion pasai. Los que quedaion afuera re-clamaron. Incluso uno qued6 atascado al pretender pasar por un espacio mAs pequeno que su cuerpo. Adentro, los fieles ya se encontraban dis-puestos a comenzai eI shiker, la ronda ahededor de los asttos. Se haUa-ban en el momento previo a las oiaciones del anochecer. S6lo esperaban la aparici6n del iheik, quien iba a bajar del segundo piso vistiendo un kaftdn negro o blanco segun fueia su estado de dnimo. El escritor, que entr6 precisamente antes de que el hombre quedara atascado, not6 sefia-les de alarma en los fieles cuando advirtieron la intromisi6n del grupo de gente ebria. Fue entonces cuando recibi6 una especie de iluminaci6n, o algo parecido, y comenz6 a hablar como un perturbado. Nunca antes le habfa sucedido algo semejante. Al contiario, siempre habfa hecho to-do lo posible por mantenerse en silencio.

Page 367: Bellatin, Mario. Obra Reunida

391

pasionarias

"Todo debe ser cambiado", dijo el escritqr mientras trataba de liberarse del pantal6n asi como de las correas que sujetaban la pr6tesis. Ninguno de los beodos reunidos habfa dejado los zapatos en la entrada. S6lo lo habian hecho los fieles verdaderos. "Las costumbres tendran que variar desde sus raices", continu6 el escritor cuando se vio exento de la pierna. "Primero se efectuaran los giros rituales, que duraran una hora exacta", afirm6. "Luego sera el momento de la cena, que se servira acompafiada de vino. Las oraciones debfan situarse al final de la ceremonia". Afirm6, asimismo, que la direcci6n de La Meca debfa ser ignorada. Pero habi'a que visitarla, aunque para haceiIo se tuvieia que pedii dinero piestado. De pronto, apareci6 Abu Bakar en el sueno del escritor. Abu Bakar ha-bfa sido uno de los compafieios pieferidos del profeta Mohamed, la paz sea con 6l, quien, incluso, estuvo piesente durante el peiiodo de giacia que llev6 al profeta a iedactai el sagiado Coian. En su iostro podia vei-se una sonrisa dirigida al escritor. "Sigue adelante", le dijo Abu Bakar. Ignoiando a sus companeros y al sheik, quien habia bajado apresurada-mente y se encontraba sentado en el suelo con los ojos cerrados y mo-viendo la cabeza. en forma pendulai, eI escritoi camin6 por el resto de la mezquita. Cruz6 el adoratorio y el patio. Finalmente, se coloc6 frente a uno de los textos proftticos, que solfan ofrecer la forma de una flor, es-crito en una tabla clavada en la pared. Se encontraba protegido por un vidrio, que el escritor, de pronto, rompi6 de un golpe. En ese instante, qued6 destiozada la supuesta magnolia donde estaban contenidas, como en resumen, las principales ensefianzas del Amado. Por una curiosa raz6n, el ruido del cristal quebrado despert6 a la mujer acostada en el piso del bai. Antes de que tuviera fin el suefio del escritor, apareci6 en la escena un pequeno pajaro negro que sobrevol6 por encima de los aterrados fie­les. El pajaro se pos6 en uno de los hombros del escritor y murmur6 algo que nadie pudo escuchar. Se dirigi6 luego al hombro del sheik, desde donde lo acus6 de no haberIes nairado a sus fieles el relato de la mirada del pajaro transparente. Segun ese relato, escrito por Mario Bellatin, en algun momento aquel ave no habia sido un pajaro sino un nifio que vi-vfa en un pequeno departamento del Cairo asustado por los prohibidos ritos religiosos que practicaban sus padres.

Page 368: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Cristantemos

Una mujer en Italia, despu& de postular durante muchos anos junto con su esposo para la adopci6n de un nifio sudamericano, termin6 ariojan-do a la criatura a las lineas del ferrocarril. A1 preguntarsele las razones de su conducta, afirm6 que aquella adopci6n habfa modificado demasiado su vida. E1 esposo no habia podido soportar la nueva situaci6n, por lo que abandon6 la casa definitivamente. La mujer se volvi6 alcoh6lica. Con graves problemas econ6micos y una endeble estabilidad mental, decidi6 que ese hijo estaba Ilamado a ser desgraciado pasara lo que pasase. Antes de airojarlo al tren en marcha, dud6 si lo mejor no seria devolverlo asu pais de origen. S6lo pensar en los trdmites que esto supondria, hizo que no considerara dos veces esa posibilidad y esperase, a cuatro pasos desu hijo, el paso del tren expreso. Quizd en ese momento fue posible apre-ciai al fondo del paisaje, a lo lejos y envuelto en la bruma, un campo sembrado de ciisantemos. De cualquier forma, la presencia intempesti-va del tren obstaculiz6 toda visi6n.

Page 369: Bellatin, Mario. Obra Reunida

393

Geranios

El examen de afectados por el farmaco comienza cuando la senora Hen­riette Wolf hace pasar a los pacientes a una pequena sala previa al con-sultorio. Ella misma los ayuda a desvestirse. Mientras les quita las ropas, va destruyendo cualquiei esperanza que puedan albeigai los pacientes de ser reconocidos como merecedores de una bonificaci6n econ6mica. Les habla de sujetos que llegan piocedentes de casi todas las regiones del pla-neta.. Viajes inutiles, iecalca, pues el laboratorio no entregara' ni un cen-tavo a los que tomaron la soluci6n bajo maicas extranjeias. Tampoco a los defectuosos por natuialeza. Para muchos esa conducta es extrana. Pa-reciera como si la senoraWolfmantuviera un pacto con los laboratorios acusados y buscara preservar sin reservas sus intereses. Ambos, la senora Henriette Wolfy el paciente desnudo, esperan en el recinto hasta que el piofesor Zumfelde haga sonai desde su consultoiio una campanilla que mantiene siempre sobie una mesa clfnica. A menudo, la habitaci6n hue-le a flores. No a las iosas que ciicundan el consultoiio, sino a geranios en descomposici6n. Segdn la sefiora Henriette Wolf, ese olor es piodu-cido por unos fetos mantenidos en formol que el cientffico guarda en la pequena sala como piueba de las consecuencias del fatmaco. A veces, Olaf Zumfelde tarda una hora o mas en hacer sonat la campanilla. No importa el tiempo que demore, su ayudante no va a dejai de hablar con el paciente que tenga a su lado. La senoia Henriette Wolf empez6 a tia-bajax para el cientifico Olaf Zumfelde a su regreso de Paii's. Pas6 en esa ciudad varios anos, dentro de las filas del faUecido maestro Gurdieff. Pa­ra tener una presencia significativa dentro de aquel grupo, se convirti6 en una gran conocedora de la obra de Ouspensky, el fil6sofo y mistico de la ciencia de quien los seguidores de Gurdieff son grandes devotos. Gracias a estos conocimientos, logr6 obtener un lugar privilegiado en la organizaci6n. La sefiora Henriette Wolf conoci6, entre los discipulos, a un anciano que en secreto aseguraba haber acompanado al maestro Gur­dieff durante sus peregrinaciones por los pueblos rusos. Segun aquel hom-bre habia sido a la mitad de una noche de verano, cerca de la propiedad de Yasnaya Poliana, cuando el maestro Gurdieff habia vislumbrado la verdad del Cuarto Camino, precepto fundamental de los gurdi^fanos. La senora Henriette Wolf abandon6 aquel grupo cuando descubri6 que

Page 370: Bellatin, Mario. Obra Reunida

394

veinte anos antes el maestro habfa sido envenenado por sus piopios dis-cfpulos. Ley6 a escondidas documentos reseivados, donde se detaUaban horrorosos detalles del crimen. La senora Heniiette Wolf se instal6 lue­go en un departamento donde continu6, sin que nadie lo supiera, con sus estudios de Ouspensky. Siguiendo cierta lfnea del pensamiento del sabio empez6 entonces a pieguntarse, entre otras cosas, por el origen de algunas enfermedades. Sus dudas casi siempre tenfan como base ciertos pasajes de la Biblia, que trat6 de interpretar desde una supuesta perspec-tiva m^dica. Durante la primera entrevista, que antes de obtener el em-pleo sostuvo con el piofesoi Zumfelde, habl6 de lo que habrfa sucedido si en el momento de la crucifixi6n de Cristo, a la Virgen Marfa o a algu-no de los discipulos se le hubiese desatado, por ejemplo, un agudo ata-que de asma producto de la tensi6n a la que habfan estado sometidos durante aquellos dfas. Lo mas probable es que hubieran muerto despu& de terribles ahogos. La Biblia, dentro del marco de la gran injusticia que la humanidad estaba cometiendo como colocaba aquel pasaje, habrfa in-terpretado aquel suceso como la manifestaci6n despiadada de las fuerzas del mal. Luego de escucharla en silencio, en el viejo consultoiio dela Universidad de Heidelberg, el cientffico Olaf ZumfeIde senal6 que asf como habfa males de vieja estirpe existian los de nueva cieaci6n. El far-maco que deforma a los fetos es uno de los mas modernos, asegur6. El piofesor, ademas, habia descubierto que cuando se lanz6 al mercado, la f6imula habfa sido distinta en los diferentes pafses en los que se comer-ciaHz6. La soluci6n que se vendi6 en Alemania, por referiise al caso, con-tenfa una dosis bastante alta del pioducto. No ocurri6 lo mismo en los Estados Unidos, donde la f6rmula estuvo algo diluida. A los pafses pe-rifericos apenas si les toc6 algo de dosis en sus productos. El cientffico habfa constatado que las consecuencias fueron proporcionales a las can-tidades consumidas. Por eso mientras que los ninos alemanes presenta-ban una especie de aletas en los puntos del cuerpo donde debfan estar los brazos y las piernas, algunos de los nacidos en otras regiones experi-mentaron las consecuencias de una manera bastante mas atenuada.

Page 371: Bellatin, Mario. Obra Reunida

395

Jacintos

El escritor vive en el centro de la ciudad pero quiere mudarse. Ademas de la perturbaci6n que le produce el iuido urbano, tiene inconvenientes para pagar la renta. No es suficiente el dinero que le otorga el ayunta-miento por hacer una investigaci6n sobre las distintas manetas en que se ejerce el sexo en la ciudad.' Cuenta con ahorros unicamente para los si-guientes meses. Comienza, por esa raz6n, a recorrer distintas calles su-burbanas en busca de la mds adecuada para trasladaise. Desea vivir lejos del barullo, sin embargo no esta dispuesto a traspasar los puentes que delimitan la ciudad. Piensa que ir mds alli variara" en forma notable sus actividades, sobre todo las relacionadas con el trabajo de investigaci6n que debe presentar pocos meses despu&. En esos momentos, escribe prin-cipalmente sobre algunos grupos aposentados en la zona conocida como el Hell kitchen. Aparte de los establecimientos clasicos dedicados a las Drag queens y de los bares de mujeres donde se juega al billar la jornada entera, el escritor ha descubierto a un grupo de muchachas que, vestidas como hombres, se reunen todas las tardes en un local de puertas doradas llamado el Okoge. En la entrada existe un par de carteles donde se ve a dos picapedreros en plena faena. A esas mujeres les atraen los hombres que gusten de otros hombres. Casi ninguna logra emparejarse de manera adecuada, pese a que tienen conocimiento de que en otras sociedades ese tipo de relaci6n encierra una carga er6tica bastante compleja. Ante su ne-cesidad de encontrar un lugar donde vivir, el escritor llama por teltfono a una de las pocas personas con las que se comunica regularmente. El es­critor lo ha bautizado como el Amante Otonal, por su tendencia a rela-cionarse de una manera comprometida con el mundo de los ancianos.

' Progiama desarroUado a nivel nacional con el que se perseguia, entie otros fines, dai apoyo a cierto numero de escritoies. Consistia en descubrh cudntas vaiiantes de sexo podfan encontrarse en los distintos grupos de ciudadanos, y estudiar asi' la forma de implementar oficinas de auxilio para cada una de ellas.

Page 372: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Petunias s,

Pese a la cantidad de ninos que presentaron defoimaciones fisicas en eI momento de nacer, pas6 algun tiempo antes de que el cientifico Olaf Zumfelde establecieia plenamente una relaci6n de causa y efecto entie el farmaco y las anomalias. Hubo desconcierto en los hospitales, que de la noche a la mafiana vieron aumentar de manera inusitada el numero de ieci^n nacidos anormales. Se aventuraion algunas hip6tesis, casi siem-pie relacionadas con las secuelas de la energia at6mica. El iefeiente mis ceicano fueron los ninos de Hiroshima. Nuevamente apaieci6 en el ima-ginario de los ciudadanos la imagen de La Pieta japonesa. La figura de aqueIla madie y su hijo, conveitidos en una petunia en plena floraci6n. La sefioia Henriette Wolf escuch6 al cientifico Olaf Zumfelde en silen-cio. Luego de su primera entievista, pidi6 formalmente y por escrito con-veitirse en su asistente. En su solicitud de tiabajo asegui6 estai pieparada paia enfientar cualquier tipo de escandalo publico. A los encargados de peisonal de la univeisidad, que debieion avalai su ingieso, no dej6 de sor-prenderles aquelIa anotaci6n. S6lo el cientifico OlafZumfelde supo to-marla en su real medida.

Page 373: Bellatin, Mario. Obra Reunida

397

TuUpanes

Como iesultado de las ultimas medidas gubeinamentaIes, la zona de la ciudad conocida como el Hell kitchen esta" a punto de desaparecer. Por eso, el escritor tiene cada vez mayor dificultad para ubicai puntos de en-cuentio con personas que ejercen sexualidades alternativas, por llamai-las de algdn modo. Ha enviado una queja denunciando esta decisi6n de las autoridades como una iIegal injerencia en la vida privada de los ciu-dadanos.

Page 374: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Aves del paraiso

Un juez norteamericano conden6 a cadena perpetua a un padre que ino-cul6 el viius del sida a su propio hijo. En el momento de dictaminar su sentencia proclam6 que mientras el nifio iba a gozar para siempre de las bondades del cielo, el padre se consumirfa en las llamas eternas del in-fierno. Brian y Marjorie se conocieron en una discoteca en las afueras de Misuri a finales de los afios ochenta. Marjorie habfa salido esa noche acompafiada poi dos amigas, que trabajaban con ella en un sal6n de be-lleza. Las tres eran manicuristas. Cuando apaieci6 Brian, un hombre for-nido de cabello rojizo, estaban a punto de irse a sus casas. Eran mds de las dos de la manana. Habian planeado realizar, al di'a siguiente, un pa-seo a los lagos situados detrds de las colinas. Dormirfan hasta el medio-dia y partirfan a la una de la tarde. Irian en el coche de Marjorie, un Rabit convertible que habfa comprado un ano antes. Ninguna tenfa no-vio en ese momento. AqueK habfa sido un afio desastroso paia sus rela-ciones amorosas, pues las ties habian terminado sus romances de modo abrupto. Marjoiie, incluso temfa que su antiguo pretendiente le agredie-ra si se la encontraba en la calle. Pero esa noche, dfa de pago, decidieron olvidar el pasado. Escogieron una discoteca algo alejada de la ciudad. Dance with crocodiks, se leia en un gran Ietrero de ne6n colocado a un lado de la carretera que une Misuii con los desiertos del sur. Como me-dida de precauci6n bebieron alcohol en cantidades moderadas. Aparte del manejo de vuelta, debfan estai alerta pot si aparecia alguno de los an-tiguos novios. Cada una se limit6 a tomai un par de ceivezas. En uno de sus regresos del bano, Matjorie se encontr6 con que Brian habfa ocupado su puesto. Conversaba con sus amigas. Al verla llegar a la mesa, se levan-t6 y la invit6 a bailar. La tom6 de la mano y la llev6 a la otia secci6n de la discoteca. Media hora despues se acercaron a la baria. Marjorie acept6 un vodka con t6nica. Antes de besarla, Brian le dijo que era enfeimero. Maijoiie contest6 que no advertia la diferencia con los demds hombres con los que habfa bailado esa noche. Las amigas debieron pedir un taxi para regresar a sus casas. El paseo del dfa siguiente fue cancelado. Horas despu&, qued6 selIada la uni6n entie el enfermero y la manicuiista.

Page 375: Bellatin, Mario. Obra Reunida

399

Siemprevivas

Alba la Poeta, la mujer que adopt6 a los gemelos Kuhn en el orfanato estatal, no se encontraba en el grupo ni de las solteras ni de las casadas, que por lo general era la condici6n de esas madres adoptivas. Compar-tia su casa, desde hacfa algun tiempo, con un musico que habia conoci-do en una cantina. Alba tenfa, en ese entonces, cincuenta anos de edad. Ahora esta muerta. Era aficionada a la bebida, peio socialmente no se la consideraba una alcoh6lica. Se embriagaba una o dos veces al mes y, a menudo, perdia el sentido cuando comenzaba a amanecer. La mueite le sobievino precisamente en una de esas ocasiones, pues parece que en aquellas circunstancias olvidaba tomar las pastillas que tenia prescritas para el coraz6n. Meses atias habia adoptado a una nifia que termin6 de-cepcionandola. Se trat6 de una nifia silenciosa que miraba la televisi6n durante muchas horas seguidas. Aparte de alimentarla y vestirla de acuer-do con sus posibilidades, siempre le llevaba libros de cuentos. Sin em-bargo, nunca logr6 que mientras se los lefa la escuchara con atenci6n. Los cuentos se fueron acumulando entre las pertenencias de la hueifana. Cuando decidi6 abandonarla, carg6 con los libros sin dejar uno solo. Sin embaigo en los dias siguientes continu6 acudiendo puntualmente al oi­fanato. Buscaba otia criatura a la cual adoptar;. A pesar de que en muchas ocasiones la nifia repudiada se le acercaba al verla llegar, Alba la separa-ba con firmeza piefiriendo dedicarse a encontrat un infante que pudieia iealmente satisfacerla. Cuando aparecieron los gemelos Kuhn tuvo que luchar contra las demas madres paia obtener la tutela. Todas las mujeres se interesaron desmedidamente en esos ninos. Paiecia como si hacerse cargo de los gemelos fuera la demostraci6n definitiva de la calidad del amoi maternal que buscaban colmai en el orfanato. Durante dos dias dejaron desatendidos a sus hijos temporales, y una a otra se pasaion a los gemelos para darles los cuidados que consideraban necesarios. Alba la Poeta tuvo que demostrar ciertos meYitos para obtener el visto bueno de las autoridades del orfanato. Desde muy joven habia redactado sus poe-mas pero s6lo cuando su inspiraci6n se lo pedia. Habia epocas en que no escribi'a durante meses enteros. Cuando cumpli6 los cuarenta y cinco afios de edad, y usando parte del dinero que su hermano, traductor del aleman, le enviaba desde el exterior, decidi6 reunirlos en tres pequenos

Page 376: Bellatin, Mario. Obra Reunida

400

libros que circulaion principalmente dentro de un grupo que se caUfica-ba a si mismo de amante de la cultura. Aquel grupo efectuaba sus juntas en una casa situada en el centro de la ciudad. Uno de sus prop6sitos con-sistia en detectar cualquier nueva publicaci6n de poesfa y conseguir al-gunos ejemplares para analizailos en sus reuniones. Parecfan pretender construir una historia de la comunidad a trav& de las imagenes po^ticas que iban analizando. Alba consigui6 que ese grupo le firmara una cons-tancia donde se mencionaba que habia dedicado cuatro jueves consecu-tivos a la lectura y comentario de sus libros. Aquel documento bast6 para que las autoridades del oifanato dieian su consentimiento. De esa forma, Alba la Poeta pas6 a convertiise en madre temporal de los gemelos Kuhn. Apenas supo de la designaci6n, Alba la Poeta se coloc6 frente a la cuna de barrotes de metal designada para los gemelos, y repiti6 en forma incesan-te su propio nombie. Con esa conducta no consigui6 sino que los ninos la miraran, sin entender realmente lo que buscaba de ellos.

Page 377: Bellatin, Mario. Obra Reunida

401

Gladiolos

La pregunta sobre los avances y equivocaciones de la ciencia es aun pei-tinente, sefiala el escritor mientras se encuentra sentado en el restaurante Thai situado al lado de la cancha de basquetbol. Lleva en el bolsillo de una estampa del arcangel San Juan. En ese momento pasa por la acera un vendedor de gladiolos, flores inusitadas en esa ^poca del afio.

Page 378: Bellatin, Mario. Obra Reunida

402

DaUas

Cuando el escritor le pide ayuda para cambiar de casa, el Amante Oto­fial le informa que una anciana tia suya desea rentar el cobertizo de su vivienda. La ti'a vive en un conjunto de casas con patio trasero, visible cuando una de las principales lineas de transpoite publico eleva sus rie-les por encima de la ciudad. Desde las ventanas de los vagones se pueden ver los techos de esas casas en todos sus detalles. El escritor conoci6 al amante otofial una noche en que ambos se encontraban frente a las ca-binas triple equis sin atreverse a entrai a ninguna. Quiza porque se ha-llaban en las mismas circunstancias comenzaron una conversaci6n. El escritor le coment6 que era escritor y, casi de inmediato, intent6 hablar del libro en el que trabajaba en ese entonces. Algunos hombres salieron en aquel instante de las cabinas. Dejaron el local sin mirarlos. El escri­tor, senal6 que se trataba de una novela donde cada personaje queria en-contrar una sexualidad y una religi6n personaks. El amante otofial, dijo que hubo una temporada en que le gustaba salir a la calle vestido de mu-jer. Abandon6 esa practica cuando fue acuchillado por un anciano con quien entr6 en el elevador de un edificio vetusto. Luego de pasar unas semanas en el hospital, permaneci6 encerrado en su departamento hasta que las heridas quedaron curadas del todo. Durante aquel tiempo de re-clusi6n, en mas de una oportunidad se piepar6 infusiones con unas flo-res que habi'a plantado en las macetas de la cocina. Aquellas bebidas les haci'an tener suenos sumamente agradables. Antes de que fuera hora de que cerraran el establecimiento de las cabinas, el escritor y el amante oto­fial fueron a sentarse en las bancas de un parque rodeado de abetos. Se quedaron alli hasta el amanecer. El amante otofial prosigui6 diciendo que meses despu& de su acuchillamiento decidi6 vestirse como una an­ciana. Su atuendo estuvo conformado por una blusa blanca con lazo, una chaqueta y una falda recta que le cubria las rodillas. En apariencia se tra­taba de tres piezas, pero en realidad era un mismo vestido cosido de ese modo para poder ser sacado y vuelto a poner con facilidad. Usaba tam-bien una peluca blanca cubierta con un sombrero de tul. Nunca Uev6 ropa interior. Por esa poca comenz6 a frecuentai algunos bares de sado-masoquismo, donde solia convertirse en el centro de atenci6n. Al esco-gerlo como parte de sus ritos nocturnos, los asistentes no maltrataban

Page 379: Bellatin, Mario. Obra Reunida

403

con sus bates de beisbol al amante otonal sino a la anciana en la que se habia conveitido. Mientras fueron aclatandose los contornos delparque, el amante otonal senal6 que consideiaba esa etapa como una de las mas intensas de su vida. Siempie habia disfrutado con la companfa de la gen-te mayor. Experiment6 esa sensaci6n desde nifio. Los fines de semana, les pedia a sus padres que le permitieian acompafiailos al hogat de an-cianos donde estaba inteinada su abuela. S6lo le hicieron caso una vez. En aquella ocasi6n, vio a la abuela sentada en una sala junto a otios an-cianos que, sin ningun motivo apaiente, se miraban entie si. Le daba vei-guenza admitirlo, pero fiie en aquella oportunidad cuando experiment6 la primera excitaci6n que recueida.

Page 380: Bellatin, Mario. Obra Reunida

404 -5

CameUas

Encima del televisor de la sala de ancianos del hospicio, donde se encon-tiaba internada la abuela del amante otofial, solfa haber siempre una gran jarr6n con camelias. La abuela mandaba compiar esas flores con el dine-ro que su familia le dejaba en cada una de sus visitas. El olor de las ca­melias parecia recoidaile los anos de su nifiez, pasados en el sur. Cuando nadie la miiaba, acostumbraba levantarse de su silla y acercaise al jarr6n. Una vez que olia las floies solia echarse a lloiai, quejindose de su condi-ci6n de hu^ifana. El profeta Zacarfas, al que tantas veces se refiri6 el sheik en la mezquita, solia imploiai de manera similar. Pero a difeiencia dela abuela, quien continu6 siendo hueVfana hasta el dia de su muerte, Zaca­rfas al final fue recompensado. Pese a su edad tuvo un hijo, el arcingel San Juan.

Page 381: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Gardenias

Un ano despu&, las amigas del sal6n de belLeza fueion invitadas a la bo-da de Marjorie y Brian. Se trat6 de una ceremonia sencilla. La disfruta-ron, sobre todo, las estilistas y los companeros de Brian del hospital. Se llev6 a cabo en un jaidin que se rentaba para esa clase de eventos. Esta-ba sembrado piincipalmente de gardenias. Pero habfa, ademas, floies de todo tipo: aves del paraiso, rosas gigantes y retamas de un intenso ama-rillo. Estaban colocadas en jarrones colocados en el perfmetro del atiio donde se llevaria a cabo la ceremonia. A1 final de la tarde, los novios es­taban un poco bebidos. Se retiraron temprano. Hubo algunos escarceos entre las estilistas y los empleados del hospital, quienes se quedaron en el jardi'n hasta que el frio los oblig6 a retirarse. Dos meses rais tarde Mar­jorie qued6 encinta. A partir de entonces, comenzaron los problemas en-tre la pareja. Desde un comienzo Brian no habia querido ninos, al menos no por el momento. Su bajo sueldo y su deseo de buscar mejores oportu-nidades anulaban cualquier instinto de paternidad. Primeio queria dejat el area de oncologfa en la que estaba asignado. Era dificil lograrlo. Todos los dfas debia poneise el mandil moiado que identificaba a los enferme-ros de aquella unidad. Marjorie no estaba de acuerdo con la decisi6n de su marido. Por eso le minti6 con respecto a las pfldoras anticonceptivas. Cuando vio la reacci6n de Biian se anepinti6 de su engano. La fuiia que mosti6 el esposo al enterarse del embarazo, hizo que quedaran hechos anicos los adoinos de la sala y la pantalla del televisoi. Marjorie se salv6 de una paliza, porque en el preciso momento en que Brian levantaba el brazo para golpeaila una vecina toc6 alarmada el timbre de la casa. A Biian no se le volvi6 a ver sino hasta un mes despu& del parto. Ante una petici6n de Marjorie, fue citado por la policia para que se sometiera a una piueba de ADN que comprobase su paternidad. Durante el tiempo que dur6 su embarazo, Marjorie no habia querido acercarse a su esposo. Hubiera podido ir a la unidad de oncologia del hospital, peio temfa por el nino que estaban por nacer. Sus amigas del sal6n de belleza estuvieron atentas a su bienestar. Sin embargo, despu& de nacer la criatuia a Mai­joiie le comenz6 a pieocupar que careciera de padre. Despu& de todo, era posible que Brian hubiese iecapacitado. No fue asi. Brian acudi6 a los examenes s6lo para evitar ir a la caicel. Marjorie fue aconsejada por

Page 382: Bellatin, Mario. Obra Reunida

406

sus amigas para que presentara tambi^n una demanda judicial. Al prin- i cipio se resisti6 a hacerlo. Albeigaba hacia su marido un sentimiento in- ' definido. Ademas, sucediera lo que sucediese, no dejaba de sei el padre ' de su hijo. En todo caso, le inspiraba cieita lastima la situaci6n de Brian. Pese a su resistencia lograron convencerla. Las amigas utilizaron el argu-mento de que ese dinero podfa contribuir a hacer iealidad el deseo de ins-talar un sal6n de belleza propio, idea que tenfan desde que se conocieron. Cuando el ieci6n nacido cumpli6 dos meses, comenz6 a presentar pro-blemas iespiratoiios. Todo comenz6 con un resfrfo que se transfoim6 en influenza. Se le diagnostic6, al poco tiempo, un cuadro asmatico. Mien-tras la demanda de la madre segufa su curso, el nifio debi6 pasar algunas temporadas dentro de una carpa de oxfgeno. Para evitar cualquier en-cuentro desagradable, Marjorie no lo internaba en el hospital donde tra-bajaba su maiido. Cuando se dict6 la sentencia, senalando la cantidad que debfa abonai, Brian pidi6 una apelaci6n. Piesent6 vaiios documen-tos piobatorios de su verdadera situaci6n econ6mica. Tiat6 de iebajarla suma impuesta en la coite. El dineto que debi'a depositai cada mes sig-nificaba mas del sesenta poi ciento de su sueldo. Llam6 a Marjorie un pat de veces. Quiso sei amable, le explic6 cual era la verdadeia condici6n de un enfeimeio. Maijorie intent6 sei comprensiva. Hubieia querido bajar la cantidad, pero las amigas la convencieron de lo contrario. Antes que nada debfa pensar en el futuro del nino, iecalcaion. Poco despu& de abandonai la casa, Biian se relacion6 con una nueva mujer, quien lo de-)6 apenas comenzaron los asuntos legales. Se tiat6 de una vecina. Brian habia rentado una habitaci6n en un edificio pintado de celeste. En la paite tiasera existfa una piscina para uso de los inquilinos. La conoci6 alli una taide de vetano. Sobre el agua podian veise ieflejadas las luces del edificio. Brian pens6, quiza, que aquella mujei podiia salvailo de sus noches soIitaiias. Cuando le tuvo mas confianza, le dijo que no podfa so-portar el engano al que Marjorie lo habia sometido. Bajo ninguna cir-cunstancia aceptarfa a la criatura. Se aferr6 a esa mujer, tal vez porque necesitaba a alguien a su lado que de algun modo lo compensara del des-agrado que le producfa su profesi6n. En otras areas del hospital las cosas podfan sei diferentes. Lo que mas le exasperaba era constatar el estado de putrefacci6n al cual podfan llegar los cueipos de los pacientes. Esa mis-ma tarde lo habfa perseguido el recuerdo de los espasmos de una anciana que la semana anterior habfa muerto en sus brazos. Despu& de salir del hospital habfa ido directamente a su habitaci6n del edificio pintado de celeste. No bien lleg6 destap6 una lata de cerveza y tom6 asiento delante de la televisi6n. Al instante se qued6 dormido.

Page 383: Bellatin, Mario. Obra Reunida

407

AstromeUas

Por esas fechas, el escritor tuvo un breve encuentio con una critica lite­iaria que conoci6 durante la piesentaci6n de un libro. EI escritor y la cri­tica se sentaron juntos en el bar al que algunos de los amigos del autor acudieron despu&. Alguien los present6 y la critica liteiaria comenz6 a hablar, sin cesai, de las obras que se pioducian en la ciudad. El escritor la escuch6 casi en silencio. Fue curioso este encuentro entre dos perso-nas avidas de hablar de su trabajo con los demas. Es imposible, afirmaba la critica, establecer una medida estandar de las obras que iban apare-ciendo. Parecfa desconcertada con los cambios. Hasta unos afios atras,le era facil detectai cualquiei variaci6n en las lineas literatias tradicionales. Luego de salii del bar, se diiigieron al departamento que la critica liteia­ria tenia en el centro. El escritor le habia pedido acompafiarla. Apenas llegaron, la critica despidi6 a la nifiera. Su hija ya estaba dormida. Ter-minaron acostandose en la habitaci6n. En la madrugada, el escritor sin-ti6 deseos de ii al bano. Se coloc6 la pieina artificial y sali6 del cuarto. Pas6 frente a la habitaci6n de la hija. A un lado se encontraba la cama, y enel piso se podian distinguir algunos juguetes despattamados. Sabfa que delante de 6l, se encontraba la nifia doimida. Intufa su piesencia, a pesar de no poderla vei bien. En un extremo habia una ventana que da-ba a la calle. El esctitoi mii6 poi ella y se dio cuenta de que la avenida es­taba animada. Era un tanto anormal que no lo hubiese notado al entrar. Al orientarse advirti6 que habfan entrado al edificio por la calle opuesta. En la acera de enfrente habia un club nocturno. El portero hacia foimar en filas a las personas que querfan entrar. Momentos antes de dormirse, la critica literaria habia llorado al lado del escritor. Ambos se encontra-ban desnudos sobre la cama. Podian escucharse los sonidos de la ciudad. En un par de ocasiones oyeron las sirenas de algun vehfcuIo de emeigen-cia. La pierna artificial estaba apoyada contra la pared. La critica litera­ria habia senalado que le gustaria dejar aqueI departamento. No lo hacfa porque la nina estaba acostumbrada a vivir allf. Dijo, tambi^n, que des-de hacfa unos meses ya no preguntaba por su padre. Fue eI momento en que comenz6 a Uorar. Cuando se calm6, le sefialo al escritor que desea-ba contarle la historia completa. Le habl6, entonces, de que al finalizar el invierno pasado su esposo con quien Uevaba cerca de diez anos casada,

Page 384: Bellatin, Mario. Obra Reunida

403

la invit6 cierta noche a cenar fuera de casa. Despu& de dejar a la hija al cuidado de la nifieia, salieron con direcci6n a un restaurante situado a po-cas cuadras de distancia. Cuando estaban pot terminar, el esposo lanz6 la noticia. Iba a someterse a una operaci6n de cambio de sexo. Senal6 que le atraian las mujeres, pero de una manera distinta a la habitual. Queria acetcarse a ellas de mujer a mujer. Deseaba continuar con el matrimo-nio, agreg6. No se atrevia a pedirselo, pero queria que se transformaran en dos mujeres que vivian juntas con una nifia pequena que criar. Ovi-llada en una esquina de la cama, la critica literaria le dijo al escritor que era la primera persona a quien le contaba toda la verdad. Para los demds se trat6 de un simple divorcio. A partir de la noche de la confesi6n, el marido no volvi6 mas al departamento. Al dia siguiente, la critica empa-c6 sus cosas y las mand6 a un dep6sito. La critica literaria se qued6 unos momentos en silencio, para despu& decir que no creia que lo peor hubie-se sido la decisi6n del marido de someterse a una operaci6n de cambio de sexo, sino no haber aceptado la propuesta de seguir viviendo juntos. Lue-go de volver del bafio, el escritor fue al cuarto por sus ropas. Se visti6 en silencio. No queria despertar a la critica literaria. Sali6 del departamento sin que nadie lo advirtiera,. En los dias siguientes visit6 en las tardes el parque de diversiones aledano al edificio. Desde lejos veia a la hija jugan-do. Algunas veces se encontraba acompafiada por su madre. Otras por mujeres desconocidas. El escritor nunca volvi6 a comunicarse con la cri­tica literaria. En un par de ocasiones, encontr6 en su contestador men-sajes donde la mujer le solicitaba textos para publicat en diversas revistas. El escritor no devolvi6 las llamadas. Durante algunas tardes continu6 observando de manera persistente a la nina. S6lo se le acerc6 en una oca-si6n. Sucedi6 cuando fue hallado en eI parque un perro perdido. Se tra-t6 de un animal pequeno, con el pelo corto y una mancha marr6n en el ojo. El escritor observ6 el momento en que la hija recogia la coirea que el perro llevaba arrastrando por el piso. S6lo en ese instante —cuando veia que la nina aferraba la coriea y comenzaba a averiguar sobre el ori-gen del animal—, el escritor se pregunt6 si su conducta podia tener algo de anormal. No estaba bien que un adulto dedicara tardes enteras a vi-sitar parques infantiles. El escritor se acerc6 entonces a la nina y le dijo que el perro era suyo. La hija de la critica se lo entreg6 confiada. El es­critor camin6 con el perro al lado algunas cuadras. Al llegar a una esqui­na se lo entreg6 a un anciano, que estaba ocupado en armar una covacha utilizando cajas de cart6n. La sorpresa del viejo fue mitigada con un bi-Uete que eI escritor le proporcion6.

Page 385: Bellatin, Mario. Obra Reunida

409

Begonias

Antes de que la senora Henriette Wolf'fueia aceptada en la universidad, el cientffico Olaf Zumfelde le pidi6 que olvidase cualquier asunto rela-cionado con Gurdieff. Que olvidase tambi^n sus pesquisas personales en la Biblia. La puso al corriente de sus hallazgos cientfficos con respecto al farmaco causante de las malformaciones. Hasta ese momento, aquello habfa sido manejado como informaci6n reservada. Confiaba, de argun modo, en aquella senora. Querfa, sobre todo, que le quedase claro que en el asunto de los laboratorios no estaba en juego ninguna cuesti6n de fe. Su intenci6n era poner en tela de juicio a la ciencia hasta sus ultimas consecuencias. Estaba convencido de que en los ultimos tiempos los avan-ces en aquel campo aparecfan de una manera salvaje, sin control de nin-gun tipo. Era hora de que alguien abogara en favor de las vfctimas que ese desenfreno trafa consigo. Anos despu&, cuando lo nombraron revi-sor oficial por orden del gobierno, acostumbraba esperar a los pacientes con una minigrabadora en la mano derecha y una cinta m^trica en la iz-quierda. Comenzaba a examinarlos tomando las medidas de los cuerpos al mismo tiempo que le hablaba al aparato, el pegaba con exageraci6n a la boca. La sefiora Henriette Wolf lo escuchaba de pie a su lado. Soste-nia siempre una pequena libreta. Despu& de veinte minutos de examen, el cientifico solfa dar el vetedicto final. Mutante o Afectado, eran las dos unicas posibilidades dignas de contemplarse. De inmediato, la senora Henriette Wolf apuntaba en su libreta la palabra dicha por el cientffico. Conducfa luego al paciente a la pequena sala anterior. Mientras lo ayu-daba a vestirse, le daba las instrucciones sobre lo que deberfa hacerse a continuaci6n. En el caso de que se tratase de un afectado por el farma-co, le senalaba los pasos a seguir despu& de que el cientffico le firmase su certificado. Pero si era un mutante, le hablaba con distancia. Cual-quiera que hubiese visto aquellas escenas, pensarfa que un extrano placer embargaba a la senora Henriette Wolf en el momento de describir las posibles causas de las mutaciones en el g^nero humano. A veces, parecfa no recordar el juramento que le habfa hecho al cientffico de olvidar sus creencias pasadas. Se referfa entonces, en el tono bajo con el que habfa aprendido a expresarse durante sus anos en el extranjero, a Gurdiefify sus ensenanzas. Tambi^n a sus propias interpretaciones de la Biblia, que co-

Page 386: Bellatin, Mario. Obra Reunida

410

menz6 a elaborar en su minusculo departamento de Paris. Las charlas que propiciaba en la antesala hacfan que, muchas veces, el ambiente se envolviera de cierto halo espiiitual. Pero sin embargo hubo una ocasi6n en que se desat6 un verdadero escandalo en la consulta. Ocurri6 cuando un organiIlero, que habfa perdido la pierna a causa de un accidente de ti4nsito, trat6 de hacerse pasar por vfctima con derecho a ser indemniza-da. La sefiora Henriette Wolf observ6 c6mo el cientifico OlafZumfelde palidecfa al comprobar que las medidas que iba tomando con la cinta no calzaban con los c4nones ni de los mutantes ni de los afectados por el faimaco. El cientifico pas6 del desconcieito a la ira. Airoj6 la minigra-badora al piso, y sali6 del consultorio dando un poitazo. Fue tal la in-dignaci6n mostrada por la sefiora Henriette Wolf, al entender lo que acababa de suceder, que no condujo al paciente a la pequena sala sino que lo sac6 desnudo al ambiente donde los demds esperaban su turno. Empuj6 con fuerza la silla de ruedas en la que se desplazaba el impostor, y lo abandon6 frente a la miiada asombiada del resto. Luego se encerr6 en Ia consulta y se neg6 a devolverle sus ropas. Antes de ceriar la puerta cit6 una frase de Ouspensky, donde quedaba senalado que el camino de purificaci6n que tuvo Jesucristo en el templo de Heli6polis estaba basa-do en una veiacidad a toda piueba. Pese a algunos problemas legales, pendientes aun de soluci6n, que tiene la senora Henriette Wolf con la universidad y con los tribunales del pafs, hasta el dfa de hoy sigue asis-tiendo al cientifico Olaf Zumfelde en la consulta externa de la Universi­dad de Heidelberg. De vez en cuando, le llama la atenci6n que el verde con que estdn pintadas las puertas y ventanas de la instituci6n no haya cambiado en los ultimos treinta anos. El camino de entiada esti flan-queado por rosales de todos los colores y tamanos. A veces piensa en lo que significai4 en las vidas de los pacientes que el color verde de las puer­tas, asi' como el oloi a geranios podridos, sea el tiltimo recuerdo que guar-den de aquel lugar.

Page 387: Bellatin, Mario. Obra Reunida

411

Primaveras

"No es posible pensar en avances cientificos sin tener presente la regi6n bavara", afiima el hermano de Alba la Poeta, misteiioso tiaductor del ale-man mientias diserta sobre los pioblemas lingufsticos que acairean los textos de los nibelungos.

Page 388: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Pensamientos

En mas de una ocasi6n, el esciitor escuch6 a su madre hablarle de las cir-cunstancias que se desarrollaron alrededor del embarazo que le dio vida. La acci6n de esos relatos solia situarse un mes antes deI parto. La madre y la abuela, quien habia viajado desde la costa oeste s6lo con Ia intenci6n de estar al lado de su hija, se encontiaban en una cafeteria ubicada en el segundo piso de un centro comerciaL La madre habia pedido un batido de chocolate y agua mineial. La abuela una taza de t6. La madre tenfa prohibido el chocolate, pero en ese grado de gestaci6n poco importaba tomar precauciones. Estaba segura de que lo peor habia pasado. Como en esos meses las piernas sufrieron una ligera hinchaz6n, utilizabaunas medias especiales. Por ese mismo pioblema los zapatos eran de tac6n ba-jo. Dos dfas antes habia visitado a su ginec6logo, quien le inform6 que no advertia ninguna complicaci6n y que, como se sabia desde el princi-pio, dentro de poco serfa madre de mellizos.. Acudi6 donde aquel m^di-co desde que sinti6 los primeros sintomas de embarazo. Se trataba de un ginec6logo joven, al que no le gustaba alarmar a los pacientes dando una importancia excesiva a sus malestares. La abuela, que habfa pedido un pastel de manzana junto con su taza de t^, hubiera preferido que a su hija la tratara el m^dico de la familia. Sin embargo, result6 imposible convencerla de que se trasladara al sur para los chequeos peri6dicos. Los paquetes de la compra, artfculos para ieci^n nacidos casi todos, estaban colocados en una tercera siUa. Las dos mujeres se quedaron en la cafete­ria cerca de media hora. De las bolsas sobresalfan los artfculos, rosas y celestes, que habfan adquirido. Despu& de media hora las dos mujeres se levantaron de la mesa y salieron con direcci6n al estacionamiento del centro comercial. Segun lo previsto, un mes despu& la madie dio a luz. Por tratarse de mellizos, se le practic6 una cesarea. En el momento del parto no se presentaron complicaciones mayores, pero una vez que las criaturas nacieron hubo confusi6n en la sala. De inmediato se llam6 a otros m^dicos, pediatras especialmente. Luego de que los reci^n nacidos fueron revisados, se orden6 que los trasladasen a una secci6n especial de la cuna maternal. Quedaron en observaci6n y en espera de los analisis clinicos. Aquella era la secci6n de las incubadoras, aunque los gemelos no las necesitaron porque nacieron, incluso, con un peso mayor que el

Page 389: Bellatin, Mario. Obra Reunida

413

normal. Lo que tenia tan akrmado al personal m^dico era que los recie^i nacidos careci'an de algunas extremidades. A uno de ellos le faItaban am-bos brazos y al otro una pierna. E1 primero en conocer la noticia fue el padre de las criaturas. El directoi deI hospital le habl6 en privado. En forma calmada le fue describiendo el caso en todos sus detalles. Incluso le mostr6 unas fotos, que fueron tomadas minutos despu& del parto. Los ieci^n nacidos habian sido puestos en una mesa de metal y, efectivamen-te, eran evidentes las anomalias cong^nitas. El padre pudo ver en una de las fotos a la madre, quien un poco mas atras dormfa bajo los efectos de la anestesia. Tanto el como su esposa eran personas religiosas. Se cono-cieron durante un retiro espiritual para j6venes organizado por una ins-tituci6n cat6lica. Al ofr al director, el padre se ech6 a lloiar cubii^ndose la caia con las manos. Una vez que se tranquiliz6 y volvi6 a obseivar las fotos, se puso a iezar juntando las manos como un nino antes de acos-tarse. No tenia mas de veinticinco ainos. Acababa de comprai un ramo de ciisantemos paia su esposa. Despu& de iestableceise, mosti6 una ac-titud digna que le hizo decir cosas como que aquello lo obligaba a que-rer aun mas a sus hijos. El siguiente paso consistia en darle la noticia a su esposa y al iesto de la familia. Mirando fijamente al director, que se mantenia aleita a sus teacciones detras del escritorio, dijo que saldria unos momentos a la calle. Despu& regresarfa para informar personal-mente de lo sucedido. Pidi6 discreci6n. EI director acompafl6 al padre hasta Ia puerta de su despacho, y lo vio alejarse por un pasillo de losetas iluminado por una serie de ventanales que daban a un soleado jardi'n. El padre nunca cumpli6 su promesa de regresar para avisar personalmente a su esposa y a su familia. A partir de ese momento, nunca mas volvi6 a saberse de su existencia.

Page 390: Bellatin, Mario. Obra Reunida

414

Lirios

Despu& de dar a luz, Marjorie puso en venta el Rabit convertible. Qui-so compiar un coche mis seguro, donde pudiera pasear a su hijo con tranquilidad. El nino no sac6 el pelo rojizo de su padre, tal como Mar-jorie hubiese deseado.

Page 391: Bellatin, Mario. Obra Reunida

415

Flor Arana

Se Ilamaba Eva la tfa del Amante OtoiiaI que deseaba rentar el coberti-zo. Tem'a mas de ochenta afios y vivfa sola. En los ultimos tiempos habfa conseguido que algunos vecinos le sirvieran de nexo con el exterior. Co-nocfa el horario de muchos de ellos. Sabfa, por ejemplo, la hora exacta en que la vecina mas joven realizaba sus compras. Eva apaxecia entonces por la ventana y arrojaba sin mds una lista con los articulos que reque-rfa. El dinero lo colocaba en un sobie apaite. Estaba enterada, tambidn, del momento en que regresaba del trabajo el hombre que habitaba la ca-sa de al lado. Acostumbraba llamailo cada vez que habfa un pioblema reIacionado con la electiicidad o la plomerfa. Eva se mostr6 desconfiada cuando el escritor se present6 a preguntar por el alquilei del cobertizo. Ley6, con una especie de fastidio, la tarjeta que le pasaion por debajo de la puerta. Su ideal de inquilino no era aquel hombre, sino alguna mu-chacha llegada a la ciudad con aspiraciones menores. Lo que en iealidad deseaba era alguien que le sirviera de companfa. Una persona con quien ver la televisi6n e ir a su visita mensual al sal6n de belleza. Sin embargo, pese a su recelo inicial abri6 Ia puerta. Hizo tomar asiento al escritor en uno de los softs cubiertos con fundas de pldstico. Sin apartar la vista de la pierna artificial, que se insinuaba debajo del pantal6n, comenz6 a ha-cer pieguntas. Aquel interrogatorio desanim6 al escritoi. Se le comenz6 a diluii la idea de rentar nada alli. Se puso por eso de pie ripidamente y, despu& de despedirse, sali6 de la casa con rumbo a la estaci6n del sub-terrdneo. Sin embargo, dos meses despu& llam6 con la vaga esperanza de que el cobertizo no se encontrase rentado. No le entusiasmaba dema-siado la idea de vivir allf, pero en todo ese tiempo no habfa hallado nada que se ajustara a sus necesidades. No guardaba muchas expectativas en relaci6n con las comodidades del espacio que Eva rentaba, ni tampoco con la actitud de la anciana, sin embargo intuy6 que no iba a pedir mu-cho dinero al mes. Curiosamente, cuando le habl6 not6 cambios en su voz. Parecfa como si hubiese recapacitado despu& de su visita. Segura-mente habia conversado con su sobrino, el amante otonal, pues al llegar a la casa la anciana lo iecibi6 en forma algo mis amable. Le pregunt6, tambi^n, sobre lo que habfa sucedido con su pierna. Por alguna raz6n, s61o al ofr la respuesta lo hizo pasar. Eva le cont6 entonces que cuarenta

Page 392: Bellatin, Mario. Obra Reunida

afios atras, un autobus le habi'a seccionado la pierna a una de sus mejores '^"* amigas. Cuando saIieion al patio, el escritor descubri6 que el cobertizo ' -<-' estaba peor que lo imaginado. Se trataba de un espacio bastante peque- '. no. Las paredes se encontraban, ademas, repletas de agujeros. Decidi6 sentarse en una esquina. Mirando el estado de la habitaci6n pens6 en esas flores que en los cementerios se mantienen varios meses seguidos no se sabe si vivas o muertas, reflejando su palido color sin necesidad de nin-gun tipo de cuidado. Se le hizo algo extiano ese pensamiento. Aparecfa con fiecuencia en su mente, sobre todo cuando las cosas daban la impre-si6n de estar perdidas. Costaria mucho tiempo y dinero repaxar ese Iu-gai. Tenfa urgencia por dejai, esa misma semana, el departamento que ^'S|' habitaba. Eva, en ese momento se encontraba en la cocina preparando ^%S un poco de t^. En ese entonces, el escritor no sabfa todavfa rezar como ''S3S> es debido. Ese instante de desanimo habrfa de recordarlo en la mezquita K S muchas veces. Pese a la p^rdida de esperanza, o tal vez por esa misma ra- >K! z6n, decidi6, de pronto, aceptar el arriendo, opci6n que se fbrtaleci6 cuando Eva volvi6 con el te" y le dijo que las repataciones podfan descon- y,: tarse del pago de la renta. Duiante los dias siguientes, el escritor se de- piii dic6 a cubrir los agujeros y a pintar las paredes. Consigui6 apropiaise no v s6lo del cobertizo, sino tambi^n del patio de la casa. En los dos afios pos-teiiores se comunic6 con Eva s6lo por una pequefia ventana, ubicada en-tre la cocina y el patio, que tenfa roto el vidrio. Ninguno de los dos hizo nada por componerlo. El escritor comenz6 a pasar por ese agujero las ;S# compras que le hacfa a Eva con regularidad, asf como las comidas quede S j ; vez en cuando prepar6 en una estufa colocada en una esquina del patio. Los fines de mes la acompafiaba al sal6n de belleza, donde aguardaba a que terminase su tratamiento leyendo alguna revista femenina en la sala de espera. Nunca acept6 ninguna de sus invitaciones para ver juntos la televisi6n. Una de las imagenes recurrentes de aquella epoca es la que .;f protagoniza Eva mientras conversa, a trav& del agujero, con algunos de :" los informantes que visitaban al escritor como parte del programa del ayuntamiento. Eva mostraba especial agrado en conversar con un traves-ti, de mediana estatura, que acudfa siempre acompanado por su hijo de tres afios de edad.

Page 393: Bellatin, Mario. Obra Reunida

417

Alhelies

Paia ingresar al otfanato, Alba la Poeta contaba con una ctedencial que, sin embargo, casi nunca mosttaba. Eia l6 suficientemente conocida por los portetos de la instituci6n. Podia incluso llevat invitados. Cietta vez ingtes6 acompanada del musico con quien vivfa. Con esa acci6n tom-pi6 el pacto establecido entte las madies voluntatias, de no hacet patti-cipe a nadie de fueia de las actividades que alli se llevaban a cabo. No s6lo entt6 acompanada por ese hombte, sino que en mas de una ocasi6n le habia tepetido las tazones pot las que la piimeta nina la habia decep-cionado. Entte ottas cosas poique nunca pateci6 despettai en la criatuta sentimiento alguno, ni de amor ni de odio. Tambien le habia ofrecido al musico detalles de la llegada de los gemelos Kuhn, y de c6mo esa presen-cia habia ttastomado a muchas de las mujetes,. Cuando le concedieion la tutela, algunas las madtes ieclamaton con actitudes histeiicas. Hubo las que abandonaton a sus hijos y no volvieion mas por el oifanato,. Alba la Poeta le relat6 c6mo a pesar de sus limitaciones, los gemelos pdco a po-co se las iban ingeniando pata valetse por si mismos. Muchas veces, el musico le pteguntaba pot las razones que la movtan a hacetse cargo de los gemelos Kuhn. Lo hizo cuando la mujer estaba sobria, y tambien cuando su ebiiedad le impedia incluso mantenetse en pie. En cieitas oca-siones Alba le contest6 que le provocaban compasi6n. En ottas admitfa que la motivaba cietto tato sentimiento. S6lo cuando se encontraba en un estado de embiiaguez incipiente, afitmaba que no lo sabfa con certeza. Sentia, de impioviso, una fueiza exttana que la llevaba a estat con los ge­melos todo el tiempo posible. Peto esa energia tetminaba pot agobiaila. Cuando ese sentimiento llegaba a sus limites, abandonaba atuidida el or­fanato y no se volvia a sabet de ella en vaiios dfas. Al tegresar notaba en los gemelos los estragos del abandono. Eia ptecisamente en esos momen-tos, cuando trataba con ansias de subsanar su conducta, cuando cobrara ieal importancia lo mucho que los necesitaba. El musico solfa escuchaila en silencio,. De esa forma acostumbraba obsetvai tambien a Alba la Poe­ta cuando decidia embriagarse. Alba comenzaba a beber desde las ptime-tas horas de la noche y no se detenia sino hasta el amanecer. Cuando visitaba la cantina las cosas etan distintas,. Llegaba a la medianoche lle-vando en su bolso los poemas que hubieta esciito durante esos dfas. To-

Page 394: Bellatin, Mario. Obra Reunida

418

maba asiento y, luego de beber un vaso de aguardiente, comenzaba con la lectura de los manuscritos. Leia cerca de una hora. A1 teiminar y daf-se cuenta de que nadie la habia realmente escuchado, repaxn'a los pape-les escritos entre los asistentes. Iba de una mesa a otra pidiendo opiniones o repitiendo versos de memoria. Cuando notaba que seguian sin hacerle caso iecogfa los poemas, se dirigfa a su mesa y, mitando hacia un punto mueito, balbuceaba palabias reIacionadas con el trabajo po^tico. En los ultimos tiempos aquel final habk tenido algunas vaiiaciones. En lugar de sentarse, se paraba en una silla y ielataba, una y otra vez, la supuesta verdadera historia de los gemelos Kuhn.

Page 395: Bellatin, Mario. Obra Reunida

419

Azahares

Segun Alba la Poeta, los gemelos Kuhn habfan nacido como producto de un incesto cometido entre dos hermanos. Afirmaba que aquello lo sa-bfa por cieitos informantes que en cierta ocasi6n llegaron hasta la puer-ta del orfanato. E1 verdadero comienzo de Ia historia se iniciaba muchos anos atris, cuando los padres de los gemelos eran unos ninos. Ambos te-nfan los cuerpos cubiertos de lunares. A medida que crecfan les iban apa-reciendo m&s, algunos en lugares inusitados. En aquel tiempo la ciudad presentaba un alto numero de habitantes con deformidades fisicas. AIba solfa interrumpir su relato para decir que un mddico le habfa contado que esas caracterfsticas eran normales en determinadas ^pocas de la evo-luci6n de las sociedades. Las mutaciones gen^ticas piopias de cada raza, se manifiestaban en algunos momentos con mds ruerza que en otros, afir­maba. Aquel m&Uco le dijo, ademds, que tales descubrimientos solfan evidenciarse con la observaci6n simple de las anomalias. A1 final de ese pioceso la sociedad acostumbraba reconocer que lo anoimal estaba, de alguna maneia, llamado a convertirse en lo esperado. En ese tiempo las caracterfsticas an6malas fueion tan evidentes en aquella ciudad, que in-cluso se conform6 un grupo humano que se congiegaba en virtud de las peculiaridades de sus cuerpos. Le habfan otorgado el mando a un ancia-no ciego, quien parecia tener el poder de evitar las deformaciones en la descendencia. Aparte de los tullidos y de los seres anormales, todos los dfas acudian hasta la sede, ubicada en las afueras, decenas de paiejas que deseaban tener hijos sin anomalfas. El anciano ciego habfa hecho cons-truir un conjunto de pequenas casas que daban asilo a una serie de cojos, jorobados y tuertos. Muchos de ellos lo ayudaban en la administraci6n de las curaciones. Algunas veces los males eran conjurados con infusio-nes de flores, que el anciano mandaba traer de remotas regiones. El cie­go afirmaba que, mientras dormfa, las recetas le eran dictadas por un reputado m^dico muerto muchos anos atris. Molestos por las miradas insistentes de los vecinos, los padres de las criaturas plagadas de lunares llevaron cierto dia a sus hijos a la consulta de aquel anciano. Querfan res-tituir la normaHdad en la estirpe. El anciano ciego revis6 a los ninos mi-nuciosamente. Observ6 largo rato el iiis de sus ojos y les tom6 el pulso durante casi media hora. Luego pas6, una y otra vez, la mano sobie sus

Page 396: Bellatin, Mario. Obra Reunida

420

cuerpos. Despues del examen los mand6 afuera y se retir6 a un pequeno cuarto, donde solia dictar las prescripciones. Luego de unos momentos, una mujer sali6 del cuarto llevando el papel donde estaban anotadas las indicaciones del anciano,. Se dirigi6 diiectamente donde los padies. Les dijo que el anciano no podia saber aun de que clase de alteraci6n se tra-taba. Habfa que esperar unos anos hasta que los cuerpos tiansmitieran, de forma natural, la veidad de los defectos. Sin embargo lo que habfa que hacer desde entonces, era ir preparando a esos dos heimanos para que llegado el momento se casasen entre ellos. Lo similar cura lo similar, habia hecho apuntar el anciano en el papel que la mujer tenfa en la ma-no. S6lo con la uni6n carnal de esos hermanos seria posible evitaise que, en las siguientes geneiaciones, los males gen^ticos llegasen a un grado aun peoi de desarrollo.

Page 397: Bellatin, Mario. Obra Reunida

421

Lotus

Conforme continuaba su camino, el escritor que protagoniza este relato se preguntaba por su conducta de las ultimas semanas. Le daba remor-dimiento las tardes pasadas espiando a la nina en el parque. Tambien ha-berle entregado el perro a aquel vagabundo. La critica literaria tal vez hubiera aceptado al animal en su departamento,. Aquello quiza hubiera hecho feliz a la hija. Aunque en sus pesquisas en el parque no habia vis-to nunca a una nifia triste. Cierta vez en que la observaba columpiarse, el escritor se acord6 de un momento especifico de su infancia. De la oca-si6n en que su madre no tenia el dinero necesario para comprarIe la pier-na artificial que debia reemplazar a la anterior. Desde nino el escritor tenia conocimiento de lo costosos que pueden Ilegar a ser los aparatos ortop^dicos. Que se debia, muchas veces, a que no eran construidos en serie pues cada persona malformada muestra una malformaci6n particu-lar. El escritor fue llevado entonces a un programa de televisi6n. Se tra-taba de un espacio conducido por una mujer y dirigido a un publico femenino. Apaite de ofrecer cuisos de cocina y de artes manuales, el pro­grama contaba con un tiempo dedicado a pedir ayuda de orden social. El escritor fue sentado al lado de la conductora, quien despu& de decir unas palabras al publico le pidi6 a uno de los camar6grafos que mostra-ra un primer plano de su rodilla trunca. Giacias a una serie de llamadas, que llegaron al canal inmediatamente despues, se consigui6 muy pronto el dinero necesaiio para la confecci6n de la pr6tesis. Los talleres donde las fabiicaban quedaban a casi tieinta kil6metros de distancia. Hasta an-tes de volverse musulman, el esciitor aseguraba que la imposici6n de una pr6tesis a edad temprana, era la causa de que siempre que se despojaba de ella se sintiera desnudo. Pero actualmente, y en buena parte debido a los giros mi$ticos que realiza ocasionalmente, el escritor puede prescindir de su pierna cuando Io juzga conveniente.

Page 398: Bellatin, Mario. Obra Reunida

422

BuganviUas

E1 joven travesti que solfa conversar con Eva a trav& del agujero de la ventana, concibi6 a su hijo con una mujei, con quien lo unfa cierta amis-tad, paia que ella y su novia fueran al fin las madres del bebe" que tanto ansiaban criar. Pero luego de una terrible discusi6n, motivada por unos celos incontrolables, las dos mujeres se separaron y cada una regres6 a su lugar de origen. Le dejaron al nino en custodia, supuestamente, por un tiempo corto. Sin embargo, hasta el momento no lo han reclamado y el travesti no sabe que* hacer con el. Conoce algunos programas de reubica-ci6n familiar, pero ha escuchado historias tan teriibles que ocurren en el seno de esas familias falsas que piefiere Uevar al nino todo el tiempo con-sigo. En las noches lo acompafia al club donde imita a cantantes famosas. El nino acostumbra dormir en una esquina del camerino principal.

Page 399: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Una de las pesadillas recurrentes del escritor suele situarse en dos planos muy distintos de la realidad: en una maceta de violetas colocada en la sala del departamento de su madre y en un escenario donde se va a llevar a cabo un especticulo de danza contemporanea. El sueno acostumbra co-menzar cuando Ia mirada del escritor queda fija en una de Ias flores de su madre durante largo tiempo. Poco a poco logra introducir todo su cuer-po en la supuesta esencia de esta flor. Una vez cruzado el coraz6n de las violetas, el personaje se haUa dentro de un escenario. De pronto se encuen-tra, con el torso desnudo, frente a un pubuco que comienza a refr de su cuerpo deforme. Cuando Uega al centro de la escena, repara en la falta de su pierna de metal. Se ha desplazado dando pequenos saltos. Recuerda en­tonces una explicaci6n psicol6gica, que escuch6 en la adolescencia, que afirma que una pr6tesis colocada en pacientes menores de dos afios pro-duce, cuando se es despojada del cuerpo, la sensaci6n al usuario de sentir-se desnudo. Todo ha comenzado una hora antes, en Ios camerinos de un teatro de reciente construcci6n. Del techo sobresalen unos tubos rojos. Al­rededor hay varios bailarines que se pieparan para salir a escena. Hombres y mujeres que, extranamente, se despojan todos al mismo tiempo de sus trajes de baUet para colocarse unos leotardos que apenas cubren sus cuer-pos. El escritor se encontraba frente a un espejo viendo c6mo las correas, fierros y pldstico que lleva en sustituci6n de su pierna derecha contrastaba con la delicada tela de aquellos leotardos. Se demor6 mas de lo habitual, pues se puso a ejercer un curioso juego consistente en atrapai, dentro de la luna del espejo y con una hebilla que sujetaba el borde de la pierna, la tela de los trajes de los demas bailarines. A pesar de realizarse s6lo en la imagen reflejada a algunos les molestaba el juego, aunque la mayorfa afirmaba que los transportaba a fantasfas de caracter er6tico. En determinado momen-to, alguien entr6 de improviso a los camerinos. Se trataba del portero deI teatro, quien en voz alta dijo que habrfa problemas con la obra progiama-da para esa noche. En k caUe aguardaba una gran cantidad de publico, piosigui6, que no parecfa dispuesto a aceptar la representaci6n que se anun-ciaba en el cartel. Proponfa, entonces, que el especticulo girase alrededor del escritor, para lo cual tendrfa que salir a escena despojado de su pierna*' oitop^dica. Debfa abandonar el pie falso, calzado ya con la zapatilla de ba-

Page 400: Bellatin, Mario. Obra Reunida

424

llet, la pierna fabiicada con carbono, asi como las correas y hebillas que servfan como uni6n con el cuerpo. Al escritor le sorprendi6 que nadie dis-cutiera las opiniones del portero. Si bien es cierto que el diiector y los de-mis responsables de la obra habfan desaparecido, no era posible que un portero asumiera de ese modo el mando. Sin embargo, en vista de la su-misa conducta de los demas, no parecia quedarle otia alternativa que acep-tai las nuevas instrucciones. Despu& de que se coIoc6 el leotardo que le correspondia, la primera bailarina lo ayud6 a caminar. Alguien sac6 la pier­na de los camerinos y la puso al lado de la pueita. Por alguna raz6n que el escritor no entendfa en ese momento bien, los demas bailarines no quisie-ron participar de la funci6n. Se negaron a formar parte de un espectacuk> cuya coreograffa se improvisaria en ese momento. Entre las bailaiinas exis-tfa una bastante diminuta, era flaca y muy bajita, que aseguraba ser su pro-metida. Pero el escritor nunca la habi'a visto, ni en la iealidad ni en sus suefios. La pequena mujer afitmaba, sin embargo, que estaban pr6ximos a casarse. Mientras la escuchaba, el escritor fue conducido casi hasta al borde del escenario. El publico ya habia ingiesado en la sala.. En ese mo­mento el escritor gii6 la cabeza y obseiv6, a lo lejos, su pieina ortopeMica abandonada al lado de la pueita del cameiino. Recoid6 entonces la hilera de macetas de violetas colocadas en la sala del depaitamento de su madre. El escritoi comenz6 a extranar su pierna,. Sali6 de su ensimismamiento cuando observ6 que unas enfeimeras cruzaion velozmente el escenario em-pujando una silla de ruedas ocupadas poi dos nifios. Al vei a las criaturas, el publico empez6 a gritar. Esos ninos parecian ser los gemelos Kuhn. El publico vocifeiaba. Era extrano que se presentase una reacci6n de esa na-turaleza pues, poi motivos que el escritor jamas podra entender del todo, la apariencia de esas criaturas no guardaba relaci6n con la de los gemelos Kuhn tal como eran en la vida ieal. Se trataba de una suerte de falsos ge­melos Kuhn que, sin embargo, causaban un efecto entre el publico aun mas estiepitoso que los verdaderos. Cuando las enfermeras Uegaron al cen-tio del escenario arrojaron a los gemelos al suelo. El publico ii6 al unfso-no. Los gritos que se empezaron a ofr, aclamandolos, se hicieion cada vez mas fuertes. Las enfermeras, una vez que dejaron el escenario, volvieron rapidamente. Todo habia patecido indicar que despues de dejar abando-nados a los gemelos iban a llevar las sillas al dep6sito de utileria. Pero no fue asi. Cambiaron de pronto el rumbo y se dirigieron directamente hacia el punto donde estaba ubicado el escritor. Patecieron tenei la intenci6n de atropellarlo,. Para evitar la colisi6n, el escritor tuvo que entrar a escena dan-do pequeiios saltos. Antes de escuchar la reacci6n deI publico ante supre-sencia, mir6 hacia arriba y, a traves de las potentes luces de la sala, advirti6 la esencia del coraz6n de las violetas de su madre.

Page 401: Bellatin, Mario. Obra Reunida

425

Mastuerzos

Yo cieo que no tengo conciencia, o mejoi dicho, que mi inconsciente es-ta" caiente de la conciencia necesaria de la falta de mi miembio inferior. Poi ejemplo, en los cuarenta afios que llevo cumplidos jamas ha apaie-cido ni en suenos ni en estados alteiados esa particularidad. A1 contia-iio, mientias dueimo paiticipo en competencias atl^ticas, formo patte de concuisos de baile y he escalado mis de una montana. La iecurrencia de actividades que no puedo realizai, quiza sea la clave para iniciai el pio-ceso teiapeutico.

Tomado del Diario de un hombre comun, de Tanizaki Yunichiro

Page 402: Bellatin, Mario. Obra Reunida

426

Retamas

Luego de dictada la sentencia, Brian pag6 s61o en un par de ocasiones la mensuaIidad que se le exigi6. Pudo hacerlo gracias a unos ahorros que habfa logrado juntar el afio anterior, antes de conocer a la mujer de la piscina. Cuando dej6 de depositar el dinero fue detenido por la policia. Ademis de tenerlo preso unos dfas, se le embarg6 el auto, un Maverick modelo 1974. Tras su liberaci6n, algo pareci6 cambiar en la actitudde Brian. Trat6 de acercarse a su hijo lo mis posible. Comenz6 a visitar la casa de Marjorie los fines de semana. A veces llevaba un tamo de flores amarillas. Marjorie preparaba te* y galletas. Se sentaban los tres juntos en el porche. Ni Marjorie ni Brian sentfan ya nada el uno por el otro. Du-rante una de esas tardes, Brian le habl6 a Marjorie de la mujer de la pis­cina. Le cont6 la tristeza que le habfa causado su abandono. Era imposible, dijo por fin, que con su sueldo y la sentencia pudiera llevar nuevamente una vida normal. Estaba condenado a no pedii el cambio a ningun otro departamento del hospital. No podfa aiiiesgarse a solicitarlo, pues era posible que perdiera el empleo si sus superiores advertfan que no estaba satisfecho con su labor. Su vida se iba a circunscribir a tratar diariamente con aquellos cuerpos atacados por el cincer. Aquel oloi lo acompafiarfa en forma perpetua. En ese tiempo, Brian empez6 a preocuparse tambi^n por la salud del nifio. Hizo que Marjorie lo llevara a que le trataran el as-mu una serie de m^dicos que atendfan en su hospital. Era el sanatorio mds grande del condado. Cada uno de sus ocho pisos estaba reservado paia diferentes especialidades m6iicas. A pesar de las explicaciones, Mar­jorie no entendfa por que" Brian estaba incapacitado paia pedir un cam­bio a un area menos deprimente. El hospital contaba con un edificio aledano pintado de blanco, donde estaba situada la zona de pediatrfa. Cuando cumpli6 su piimer afio de vida, el nino tuvo un ataque deas-ma realmente seveio. Marjorie llam6 a Brian muy angustiada. No sabfa c6mo afrontar sola la emergencia. Brian hizo rapidos arreglos y una am-bulancia pas6 por la casa minutos despu&. En el hospital estaba todo preparado para la llegada del nino. Los meViicos senalaron que debfa per-manecer en una caipa de oxfgeno. La noche fatal, aqueUa en la que Brian entr6 a la sala de ninos Uevando una jeringa en la mano, Marjorie debi6 retiiarse temprano a su casa. Brian habfa dispuesto Ias cosas de tal mo-

Page 403: Bellatin, Mario. Obra Reunida

427

do, que en la habitaci6n de su hijo no existiera una cama para acompa-nantes. Marjorie quiso reclamar, pero Brian la inst6 a que no dijera nada. Us6 como argumento que habia conseguido que no les cobrasen nada por la hospitalizaci6n. Si se quejaba podfa echar las cosas a perder. Esa segunda noche, Marjorie no se qued6 ni siquiera a pasar la noche senta-da en la silla de metal en la que durmi6 cuando inteinaron al nifio. Al dfa siguiente era eI aniversario del sal6n de belleza. Iban a ofrecer, como todos los anos, los servicios a mitad de precio, lo que iba a propiciar un numero desusado de clientes. E1 acto de Brian hubiera pasado quizi in-advertido de no ser porque, en el preciso instante en que inyectaba a su hijo, una enfermera apareci6 en la sala. Brian trat6 de inventar una ex-cusa. Sin embargo, la presencia de la jeringa fue evidente. Hubo una es-pecie de forcejeo entre ambos. La enfermera grit6. Brian trat6 de huir, pero el resto del personal se lo impidi6. Actualmente, el nino se alimen-ta con una sonda insertada en su est6mago y ha perdido buena parte del ofdo. Marjorie ha vuelto a casaise. Brian sabe que, tarde o temprano, se-ti. asesinado en el penal.

Page 404: Bellatin, Mario. Obra Reunida

428

CalenduIas

No es cierto que nunca mas se volvi6 a saber del padre de los mellizos abandonados en el hospital. Despu& de aparecei en el piograma feme-nino de la televisi6n, la madie deI esciitoi que protagoniza este ielato re-cibi6 una carta donde el padre Ie deci'a, entie otras cosas, que repudiaba la religi6n cat6lica. Habia abandonado el pais para conveitirse en.mu-sulmin. Terminaba diciendo, al igual que el sheik de la mezquita que sue-le frecuentar el escritor, que encontraba a Ia virgen Maria como el unico nexo posible con su pasado.

Page 405: Bellatin, Mario. Obra Reunida

429

Rosas japonesas

Durante el ultimo ano el cientifico Olaf Zumfelde ha recibido una serie de denuncias de afectados por el farmaco, a los cuales se les ha dado eir6-neamente certificado de mutantes. A1 principio se temi6 que existiera una conexi6n il(cita entre los laboratorios y el cientifico en cuesti6n. Eso hubiera destruido los esfuerzos delcientifico. Era piobable, entonces, que la credibilidad ciega en la ciencia pudiera ser ieivindicada. Despues de una seiie de investigaciones, oidenadas tanto por las autoiidades del gobierno como de la universidad, se descubri6 que la asistente del cien­tifico, la senora Heniiette Wolf, modificaba personalmente algunos de los dictimenes. Pese a que se la ha sometido a una serie de interrogato-rios, aun no logran desentrafiarse los beneficios que le pudo aportar se-mejante conducta.

Page 406: Bellatin, Mario. Obra Reunida

430

Casablancas

La dltima vez que visit6 la mezquita, el escritor se atrevi6 a confesarle su oficio aI sheik que la dirije. De las artes lo mds puro, fue la respuesta que recibi6. "Escritor puedes ser, pero jamis pintor ni cosa parecida", senten-ci6 el sheik luego de escucharlo con atenci6n. El pdjaro negro que solfa aparecer en muchos de sus suefios mfsticos, le habfa dicho lo mismo: "es­critor puedes ser, pero jamis pintor ni cosa parecida". En m4s de una ocasi6n, el sheik habfa expresado que tratar de representar la realidad por medio de la plistica equivalfa a querer imitar a Dios. En algun momento de su vida, el sheik habfa sido pintor. Eso habfa sido antes del peregrinaje alrededor del mundo que realiz6 treinta afios atrds. De Am&ica lleg6 a Medio Oriente y recorri6, uno a uno, los templos de la mayor parte de las religiones conocidas. Estuvo en algunos de los espacios sagrados de la India, Nepal y el Tfbet, hasta que conoci6 una mezquita en Estam-bul donde consinti6 que lo bautizaran. Desde ese momento se hizo dis-cfpulo del pensamiento suff. Cuando regres6 a su pafs quem6, en un acto ritual, sus materiales de pintura y alguno que otro lienzo olvidado. Al instalar una mezquita, tal como las habfa visto en su viaje, atrajo poco a poco a los actuales creyentes. Cuando el escritor leconfes6 al sheik que escribfa libros, ya no se encontraba arrendando el cobertizo de Eva. Lo habfa dejado luego de la muerte de la anciana. Una semana despu& de acompanarla a su ultima visita al sal6n de belleza, el escritor not6 que Eva llevaba varios dfas sin asomarse por el agujero de la cocina. La lla-m6 varias veces, pero no iecibi6 respuesta. Habl6 entonces por teleTono con el amante otofial, quien lleg6 a la casa media hora mis tarde. Den-tro haHaron lo temido. Eva se encontraba tendida en la cama. No se ha­bfa acostado. Mostraba sfntomas de descomposici6n y, sin embargo, aun se notaba el peinado que le habfan hecho dfas atrds en el sal6n. El aman­te otofial no quiso mirar la escena. Cuando estuvo solo, el escritor se que-d6 unos minutos en el cuarto mirando el cadaVer. Encima de una c6moda se encontraba el sombrero redondo, aquel que contaba con margaritas de fantasfa blancas y amarillas, que Eva acostumbraba colocarse para indi-cai que debfan acompanarla al sal6n de belleza. Minutos despu&, desde la planta baja, el amante otofial comenz6 a gritarle. Lo estaba culpando por haber dejado que las cosas Uegaran hasta ese extremo. Lo acusaba de

Page 407: Bellatin, Mario. Obra Reunida

431

no haber sido lo suficientemente responsable como para ocuparse seria-mente del estado de su ti'a. Es imposible que no hayas sentido el olor, re-piti6 varias veces. Luego llam6 a la policia. Poco despu& llegaron algunos agentes, el m^dico forense y un par de enfermeros que cargaban una ca-miUa. Introdujeron, casi de inmediato, el cuerpo en la ambulancia. Antes tomaron algunas fotos utilizando unas cimaras de luces muy potentes. La situaci6n pareci6 volver repentinamente a la normalidad. A1 cabo de dos dfas, el amante otofial visit6 el cobertizo y le dijo al escritor que de-bia abandonarlo lo mds pronto posible. Iba a mudarse a la casa junto a un musico que habfa conocido haci'a algunas semanas. Senal6 que se tra-taba del viudo de una poeta, que necesitaba de alguien que lo cuidase debidamente. Afirm6 que lo habfa pasado mal desde la muerte de su mu-jer. Al notar cierto biillo en los ojos deI amante otonal, el escritor prefiri6 no contestai. Aquella conversaci6n tuvo lugar en la sala, sentados los dos en los muebles cubiertos con las fundas de pldstico. Era jueves, dia de mezquita. En cieito momento se puso de pie y se despidi6 del amante otoiial sin comentar la noticia que acababa de darle. Se dirigi6 al cober­tizo, sobie el que tenia derecho hasta el pr6ximo mes. Debfa comenzar a prepararse para la reuni6n con los demds fieles. Necesita rezar y entrar, cuanto antes, en el aura que piopician los giros misticos. Se quit6 la pier-na adornada con piedras preciosas que llevaba puesta, y se coloc6 la de repuesto. El amante otofial dej6 en ese momento la casa. El escritor lo supo por el ruido de la puerta principaI. Busc6 entonces, en el caj6n re-servado paia los objetos musulmanes, el rosario de cuentas de madera, el gorro blanco y la tunica que le cubrfa el cuerpo completamente. Guar-d6 todo en un pequeno maletin. Pero cuando estaba a punto de salir so-n6 el teldfono. A trav& de la lfnea, una voz desconocida le inform6 que esa noche habrfa un Altai muy especial. Colg6 de inmediato, como asus-tado. Antes de hacerlo escuch6 que le deci'an que para saber la direcci6n exacta tenia que efectuar la pesquisa obligatoria de siempre. A pesar de sus dudas iniciales, sobre si emprendei la busqueda o ii a la mezquita, marc6 de todos modos diversos ndmeros, dio contrasefias, colg6 y des-colg6 vaxias veces. Se entei6 de que el Altar, en esa ocasi6n, iba a estar dedicado a los hombres a quienes les gustaba dafiar a los ninos. Habrfa un homenaje el enfermero de Misuri. Despu& de colgar por dltima vez, el escritor mir6 la pierna adornada con piedras preciosas que se encon-tiaba tirada en medio de la habitaci6n. Hizo el ademdn de cambiarla por la que trafa puesta, pero en lugar de hacerlo fue en busca de un maletfn donde introdujo los objetos musulmanes. Sali6 a la calle. En ese momen­to se entrecruzaron los sonidos de dos sirenas. El escritor empez6 a ca-minar sin piestar atenci6n real al ruido.

Page 408: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Las preguntas sobie lo que sucede con los mecanismos de informaci6n de la ciencia cuando 6st2. se equivoca, tal vez nunca sean contestadas. Quiza algun fil6sofo este" preparando una respuesta, esperemos, a la al-tura de las circunstancias. Habri que aguardar, no se sabe cu4nto tiem-po, para escuchaila. Mientias tanto, las ielaciones entre padres e hijos, entre lo anoimal y lo noimal en la naturaleza, la busqueda de sexualida-des y ieligiones capaces de adaptarse a las necesidades de cada uno de los individuos, seguiran su rumbo, como si de una complicada estiuctuia sumeria se tiatase. Es posible que frente a esto, el lenguaje de las flores sea mas expresivo de lo que parece. Confiemos en ello....

Page 409: Bellatin, Mario. Obra Reunida

La escuela del dolor humano de Sechuan

Melvilk no sueU escuchar elsonido del viento, afir-ma Lt madre cuando descubre que su hijo ha re-dactado unapdgina en buinco.

Page 410: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Reglas para una posible puesta en escena de la Escueht del doU>r hu-tnano

Se tendrd que ser muy cuidadoso con Lz claridad con que se deben expresar Usformas de representaci6npor kis que este tipo de teatro debe transitar.

En algunas regiones se representa con cierta regularidad lo que algunos estudiosos llaman el teatrilb itnico, bautizado de ese modo porque fue un giupo de antrop6logos quienes casi por casualidad detectaron por primera vez esta peculiar forma de actuaci6n. Se trata de cierto tipo de performances, constituidas por una serie de pequefias piezas, a veces de-cenas, que en apariencia guardan una supuesta autonomia. Antes de co-menzar cada una de ellas, los actores explican al publico de una manera breve el contenido o la forma de representaci6n que emplearan para lle-vailas a cabo. S6lo al final estos fragmentos —cada uno Ueva un tftulo difeiente— se insertan al conjunto dando una sospechosa idea de tota-lidad. Por una extrana raz6n, cuando este fen6meno ocurre el publico entra en un estado catartico bastante particular. Por tal motivo esta for­ma teatral es una manifestaci6n controlada por las autoridades. Unica-mente se permite la representaci6n de un limitado numero de piezas al ano, solamente para celebrar sucesos importantes para la comunidad.

Page 411: Bellatin, Mario. Obra Reunida

438

La instaIaci6n de las escuelas

Se reLztard, con U mayor economia de recursosposibk, c6mo se intent6 hacer del doU>r una experiencia cotidiana.

Desde hace algun tiempo se han instalado en la zona verdaderas escue­las populaies, donde se ensena la adaptaci6n de las manifestaciones del dolor a las difeientes instancias de la vida cotidiana. Puede parecer cu-rioso que precisamente en una provincia semejante se haya puesto en prdctica una escuela de este tipo. E1 pasado imperial no esti lejano del inconsciente colectivo —con sus hambrunas y guerras que diezmaron millares de vidas— asf como tampoco los horrores de la rep4blicapopu-Ur, que al acabar con todo atisbo de individualidad hizo del dolor de los ciudadanos una tragedia en comun. Tampoco se olvida la aparici6n de un equipo de voleibol en el que todos sus integiantes carecian de dedos en la mano derecha.

Page 412: Bellatin, Mario. Obra Reunida

439

Los mejores paJaros son los que se quedan mudos

Quienes se detienen a observar lo que sucede en LispLtzaspublicas sueUn lUvarse mds de una sorpresa. Unajoven en unafaentey unos hombres obe-sos convertidos enpdjaros defuego.

Es cada vez mayor la distancia que iecorro con la vista cuando miro des-de esta ventana. A1 principio s6lo puedo ver las lmeas del tren. Dos, pa-ralelas, ocultas por la heriumbre. S6lo despu& de unos dfas soy capaz de observar las ruedas completas del feriocarril. Cuando me atrevo a admi-rar el vag6n enteio suelo dejar nuevamente de percibir la realidad. En esos momentos debo recordar viejas ticnicas. Recurrir a mi pasado re-ciente, por decirlo de alguna maneia. Actualizai ciertas ensenanzas apren-didas en la escuela como pararme de tal modo, poner los brazos en cruz y realizar una breve genuflexi6n. Respirar luego tres veces seguidas, ha-ciendo mucho ruido, y de inmediato contener la respiraci6n hasta sen-tirme morii. Este m&odo suele ser efectivo. Me consta. En mds de una oportunidad lo he utilizado con sorprendentes resultados. Por ejemplo, cuando debo golpear al niiio que tengo asignado para ahogar en la fuen-te a la hoia de mayor afluencia de publico. O cuando rio al ver a unos hombres obesos pegarse plumas de pajaro en el cuerpo. Es por eso que despu& de aguantar el aire lo mis que se pueda, casi siempre logro ver nuevamente la luz.

Page 413: Bellatin, Mario. Obra Reunida

440

Herman MelviUe hace su aparici6n

Es importante discernir si el malpresente en los ocianospuede encontrarse tambie"n en Lzs Ltgunas encerradas entre montanas

En cierto pasaje de la novela Moby Dick, el esciitor Herman Melville menciona el mal instalado en el agua para ieferirse a la ballena blanca. En aquellas piginas se puede vei c6mo las profundidades del mar son de cierta manera el espacio propicio para albeigai las tinieblas presentes en el alma humana. Me pregunto entonces lo que sucede cuando el mar se encuentra a cientos de kil6metros de distancia, cuando lo unico que se halla ceica es un inmenso lago rodeado de peligrosos pantanos. E1 mal sera el mismo? La respuesta quiza la tenga la pintora exttanjeia que aparece en esta obia, quien afirma que cuando lleg6 aJ poblado, donde actualmente yace su maiido mueito, ttafan consigo un diploma de gra-duaci6n. La tesis de grado del marido, obtenida despu& de investigai so-bie la simboIogfa que se despliega altededor del bote Pequod en la obra de Melville.

Page 414: Bellatin, Mario. Obra Reunida

441

Muerte del marido presa de convulsiones

Una viuda de otras tierras recapacita acerca de su marido muerto a causa del mal de rabia.

Nunca se que* contestar a los pobladores cuando me preguntan si es GO­TO^ que desentieiren de vez en cuando a sus muertos. En medio de Ias fiestas dedicadas a los difuntos suelen contarme sobie el estado de las ca-laveras de los padres, de los hijos, de los abuelos. Acostumbran afirmar que muchas todavfa conservan los ojos en buen estado, con un biillo es-pecial que puede significai que sus muertos no han sido destinados por los espiiitus a un lugar del todo desagiadable. Hablan de cabelleras que permanecen atadas de la misma manera que en el dia de su inhumaci6n. Tambien les gusta referirse al tema de los vestidos. Me desciiben princi-palmente el estado de las telas de Ias mortajas. Establecen de pronto una extiafia competencia entre estas telas y la carne muerta. Reci^n con el paso del tiempo he crei'do entendei el significado ieal de las compara-ciones,

Page 415: Bellatin, Mario. Obra Reunida

442

Noticia del pedagogo

Actualmente, en Lts regiones ruraks delsurprincipalmente, se comienzan a detectar distintas muestras de una te"cnica quepermite sacar aun mdsprove-cho del doU>r humano.

Entre otras manifestaciones, aun mas inveiosi'miles, los ciudadanos, cam-pesinos principalmente, empiezan a fotografiarse empufiando armas ru-dimentarias. Casi todas las representaciones muestran a los personajes haciendo coincidir el momento exacto del disparo de la fotografta con la acci6n violenta que el arma empunada es capaz de llevar a cabo. En algunas provincias se han suscitado una serie de situaciones tragicas al haber sido despedazado el fot6grafo en el preciso instante de obturar su disparador. Es comun asimismo apreciar albumes familiares con las fo-tos totalmente mutiladas por acci6n de un arma punzo cortante.

Page 416: Bellatin, Mario. Obra Reunida

443

Unas y testfculos ajustados

En hs banosptiblicos una madre ensena con orgulh a hz$ demds usuarias hs testicuU>s de su hijo.

Si alguien me viera actualmente, si disfrutara de mi cueipo como lo ha-ce gente de los mds diveisos origenes, ni lejanamente pensaria que no he recibido ninguna educaci6n. Mis de uno puede creer que las marcas en mi piel o mis ufias un tanto calcinadas son otro de los recursos utiliza-dos en estas tierias para alargai hasta extremos innombrables las sensa-ciones del placer. Pueden pensar que soy uno mis de los que transforman sus cuerpos a semejanza de las mujeres que sin pudor se entregan a los caminantes que aducen no soportar sus destinos. Pero miren bien estas unas. Obs^rvenlas con detenimiento. Ningun manicurista se atreveria a desgajarlas del modo como las tengo desgajadas, nadie a trituiar las me-dias lunas que tanto brillo adquieren cuando mi cuerpo se encuentra bien alimentado. Poi mds que ruegue que me las chamusquen completamen-te, las machaquen, las arranquen de cuajo de mis dedos. Ni siquiera me harian caso si implotase que necesito tener las unas de ese modo para su-perar a las mujeres que sin duda gozan hasta lo indecible los apareamien-tos clandestinos.

Page 417: Bellatin, Mario. Obra Reunida

444

Los vagones tan cercanos son imposibles de ser apreciados en toda su dimensi6n

Se tratard de explicar U conducta de los hombrespdjaro apostados deLtnte de U fuente. El elemento de la representaci6n no debe ser el mismo utilizado en elfragmento de "U>s mejorespdjaros son los que se quedan mudos".

Percibo principalmente la luz del cielo. Lastima que entonces las nubes sean lo unico que llame mi atenci6n. Ya no existen rieles de metal, ni ruedas de fenocanil, ni siquiera el vag6n detenido.. Hay s6lo luz y mas luz. Ni un aplauso, ni espacio paia poner en piactica las t^cnicas que de pionto logran transfbimar la tealidad, precipitarla hasta conveitiila en una misma cosa. Eso hace que no impoiten demasiado los actos de los demas, que carezca de inteies, por ejemplo, que el giupo de hombrescon plumas de pajaro pegadas al cueipo diga que soy la piimera joven des-nuda con vida que ven eri su existencia. Caiece asimismo de valoi la oca-si6n en que no todos los nifios a mi cargo muiieion ahogados al mismo tiempo.

Page 418: Bellatin, Mario. Obra Reunida

445

Injerencia arbitraria pero un tanto necesaria del autor

Criar un nino enfermopuede traer cierto<,probUmas sociales..

Mi padre es un simple empleado del Depaitamento de Agricultura. Sale todos los di'as rumbo al trabajo. Toma un auto de seivicio pubIico que recorre de extiemo a extremo la avenida principal. Me llama especial-mente la atenci6n la pulctitud de sus camisas blancas, que no sufren m&-cula a lo largo de la jornada. Se que una vez en la oficina se coloca unos guaidamangas de plastico para evitat que la tela se desgaste con la ruti-na diaria. Mi madie esta encinta. Vivimos en un pequeno y humedo de­paitamento que acrecienta un asma que s6lo es calmada con una serie de medicamentos que, si bien relajan los bronquios, me llevan a un em-brutecimiento ante el que no tengo la certeza de encontiaime doimido o despierto. Mi madie esta neiviosa. Parece sentirse mal. Vomita el dfa entero. Se queda recluida por horas en la oscura habitaci6n que compar-te con mi padre. Yo, a veces, cuando logro liberarme del efecto de las pas-tillas salgo a la calle para encontraime con algo de aire. En la escuela no me quieren iecibir porque achacan los accesos de tos, que sufio de vez en cuando, a una enfermedad contagiosa. El diagn6stico lo hicieron una mafiana de invierno. La maestra hizo venir al sal6n de clases al director, quien se me acerc6 y me hizo la pregunta: "Tu tienes tos convulsiva ^vei-dad?", y yo contesto muy convencido que si. Como prueba saco de mi boca un pequeno hilo. Se trata de la fibra con la que atan el pate" de cer-do del desayuno, y que yo sin que nadie lo advierta me meto en la boca antes de levantarme de la mesa para saborearlo por horas. Quiza para mantener durante la jornada entera un trozo de vida familiar. De inme-diato me envian de vuelta a casa, con la oiden firmada de no volvei a piesentarme hasta no llevar un certificado de salud. La maestra que cum-ple el mandato, y me lleva petsonalmente a mi casa, comenta algo iela-cionado con el embarazo de mi madre y la tos convulsiva pero, como dea'a, mi madre esta sumamente nerviosa y cieo que no tiene fueiza pa­ra contestar; Se limita a hacerme pasar, darme una pastilla para el asma y dejarme encerrado en mi cuarto.. Antes de que se retire a su habitaci6n le pido que abra, aunque sea un poco, la pequefia ventana para escuchar los ecos de una televisi6n encendida en alguna casa vecina.

Page 419: Bellatin, Mario. Obra Reunida

446

Las telas y las pieles humanas guardan relaciones algo ins6Utas

Esta escena debe simarse en una especie de cementerio cUvndestino.

Los pobladores muchas veces afirman, con entusiasmo casi siempre, que los h4bitos y las mantas estan destrozados por la acci6n de la tierra y los gusanos, y que en cambio las pieles de los mueitos se mantienen tersas, los cutis frescos, las oiejas aun delineadas. Parece que tienen obsesi6n por las uiias. Siempie hacen referencia a ellas. A la forma en que siguen cre-ciendo a pesai de las circunstancias. O, por el contrario, puedo ver sus expresiones de quebranto cuando constatan que las unas son lo primero que la muerte se ha llevado de sus seres queridos. Las caras de tristeza que muestran cuando de las pieles no quedan sino jirones podridos y que, en cambio, los trajes o vestidos de fiesta con que a veces los entie-rran se encuentran como acabados de comprar. Nunca me lo han queri-do explicar abiertamente, peio intuyo que piensan que de acuerdo al modo en que se mantiene el cuerpo bajo tierra, se pueden sacar conclu-siones sobre la vida que llev6 el difunto. Es probable saber si se trat6 de una buena persona, si los dioses estuvieron de acuerdo con su existencia y, sobre todo, si esa muerte es capaz de traer bienestar a los deudos.

Page 420: Bellatin, Mario. Obra Reunida

447

Los democriticos

Es un deber cumplir con Lts obligacionespese a Lis circunstancias.

Uno de los equipos de voleibol mis populares de la regi6n es el conocido como Los democrdticos. Ese equipo ha ganado varios campeonatos y ha si-do el invitado de honor en mis de una fiesta comunal. Aparte de su do-minio en la cancha, es famoso porque sus integiantes carecen de dedos en la mano derecha. Es por eso que cuando su prestigio decreci6 —entre otras cosas por razones de edad y porque les sali6 al encuentro un equi­po que contaba con un entrenador venido de la capital— montaron un espectlculo con el que se presentaban en las ferias dominicales de la re-gi6n. Haci'an aUi alarde de sus destrezas, mostrando entre otras cosas c6-mo una mano sin dedos es capaz de duplicat la potencia del golpe en una pelota.

Page 421: Bellatin, Mario. Obra Reunida

448 $ f |

Un hombre abrasado nunca querra morir en soledad

Se necesitard de una serie de recurso<,para dar U ideadefuego desatado sin que nadie resulte victima de una kri6n.

De aquella ocasi6n recuerdo que de los cueipos de los nifios que sf murie-ron salieron pequenas burbujas que se desvanecieron al tocar la superficie del agua. Fue curioso constatar c6mo a pesai de mantenerse inm6viles, ese dfa los hombtes pajaio no dejaion de hablar un solo instante. No les im-poit6 la presencia de los ciudadanos en Ia plaza en el momento de ma-yor afluencia de publico. Los hombres pijaro discutieion sin parat. Los ciudadanos habfan aprendido a guardai una distancia ptudencial desde cuando a uno de los hombres pajaro —que mostraba una gordura ma-yor que el mas obeso de los actuales hombres pajaro— se le prendi6 fue­go en el ala deiecha. En menos de un segundo el fuego se extendi6 y aquel ser se convirti6 en el ptimeio en dejar de lado su inmovilidad to-tal. Corii6 envuelto en llamas dispuesto a afeiraise al primeio que en-contrara en su camino,, Alguien me dijo despues que esa desesperaci6n por asirse a cualquiera es una manifestaci6n de lo que se conoce como panico extiemo.

' i ' ^ -'*''''

Page 422: Bellatin, Mario. Obra Reunida

449

Las fiestas infantiles

Sonpocos los que asisten sin obsequios a Lis celebraciones. En todo caso nun-ca son tratados igual.

Mientras va haciendo efecto la pastilla del asma, lo unico que permane-ce fijo en mi mente es el iecuerdo de la brillante camisa de mi padre. Tambi^n la figura del capit4n Ahab luchando contra la ballena blanca. No iecuerdo d6nde he conocido la historia. Quiza' la he leido en alguna parte o tal vez alguien me ha contado la an^cdota principal. Mi madie no me ha pedido que me ponga el pijama ni que me despoje del brazo ortop^dico. El brazo, se llama. CoUcate el brazo, quitate el brazo, ^d6nde has dejado el brazofNo aiustes a bi ninos con el brazo. En efecto, a partir del mal uso del apaiato cada vez me invitan menos a las fiestas infanti­les. En una ocasi6n se peidi6, no el brazo sino el guantecillo mullido que hacia de mano. ^Qui6i se lo pudo llevar? Menos mal que en casa conser-vo uno de repuesto. Mi pieocupaci6n no radic6 tanto en d6nde podia es-tar la mano, sino en que la fiesta del nifio de pionto cambi6 de rumbo y la misi6n principal de los adultos invitados no fue ya celebrai eI cumplea-fios sino ponerse a buscar el dichoso guantecillo. Demas esti decir que nunca sere" invitado nuevamente, ni a 6sa. ni a ninguna otra casa.

Page 423: Bellatin, Mario. Obra Reunida

450

La rabia es un maI que ataca principaImente en las aIturas

Se buscard representar alperro que atac6 al marido delpersonaje.

En mas de una ocasi6n he visto c6mo despu& de la ceIebraci6n del dia de todos los muertos, los habitantes se han retirado a sus casas llevando consigo fiagmentos de los cuerpos que desenterraron durante la fiesta. En un principio pense" que se trataba de demostraciones de un amor que iba mas alld. de los h'mites establecidos. S6lo con el tiempo descubrf que lo hacian para conducii los iestos, dias despu&, hasta la cumbre de la foitaleza que preside el poblado, y comprobar alli, desde la altura, de que" clase de muerto se tiataba. A pesar de sei una costumbre bastante arrai-gada entie los pobladoies, nunca se han atrevido a proponeYmeIa para mi propio difunto, que muri6 presa de convulsiones semanas despu& de haber sido moidido por un peno enano que rondaba la plaza principaI. Mi tumba es requerida dnicamente una vez al afio, paia hacerle los ho-nores de rigor. Pese a que con el tiempo puedo vei con noimalidad que se lleven los despojos hasta la cumbre de la fortaleza, me asombra que nunca me hayan dicho nada ielacionado con mi mueito. De hab^rmelo sugeiido hubieia mandado a picai de inmediato la losa de cemento bajo la cual yace el cueipo de mi marido.

Page 424: Bellatin, Mario. Obra Reunida

451

Todo aprendizaje emana de cierta escuela popular

jSepodrd captar el instante deldoh>r? Lo ignoramos, pero siparece .serposi-bk intentar conocer algo de sus manifestaciones.

Cada vez prolifeian con mds rapidez grupos que iinden culto a Ia idea de que el dolor es un instante, ysu permanencia una representaci6n. Pue-de parecer cuiioso que, a escondidas de las autoridades, se reuna un gtu-po de peisonas pata discutii las posibilidades que es capaz de piovocat el dolor humano. Aunque puede no ser tan extrano, pues no esta lejano del inconsciente colectivo el abominable pasado impeiial, con sus ham-biunas y gueiras civiles que costaron millaies de vidas. Tampoco lo estan los estiagos de la republicapopuLzr, que como se senal6 hizo del dolor in-dividual de los ciudadanos una tragedia colectiva.

Page 425: Bellatin, Mario. Obra Reunida

452

Las unas Uevadas asi de nacimiento son dificUes de soportar

Se tratard de mostrar el drama sin ensenar una ioU una ni un $oU> testiado.

Estas unas que ven cuentan con un pasado misterioso. Y por lo mismo mis interesante. Aunque su atracci6n sea s6lo relativa para los foraneos. Para los extranjeros que de vez en cuando llegan a nuestra tierra a obser-var con asombro la extiana felicidad que obtenemos cuando buscamos sacarle provecho al dolor humano. Incluso nos han dicho algunospere-grinos que a trav& del dolor podemos vislumbrar algun destelIo de luz. Naci con las unas de este modo. Al menos eso lo afirmaba mi madre cuan­do con oigullo mostiaba mis manos a las otras mujeres de la comarca. Una vez que saciaba su satisfacci6n y quedaba demostrada su superiori-dad sobie las demds, me deci'a en secreto que en iealidad esas ufias eran producto de una naturaleza equivocada. Ese iecuerdo va acompaiiado siempre de una etecci6n. Mientias siento la piesi6n de mi miembro con-tra la tela aspeta de la ropa inteiior, se me hace piesente el cabello de mi madre, su cuello latgo destacando sobre el del iesto de las mujeres sen-tadas en los banos publicos. Mi pene duro. Mi madre ajustando con pre-mura la tela que envuelve mis incipientes testi'culos. Ocultando, con una risa forzada, la tensi6n que se pioduce cuando se habla de unas chamus-cadas por la naturaleza. En su iostio oval aparece entonces lo que mas taide entendi como el bien y el mal. Ambos al mismo tiempo tomando cuerpo en esa faz casi iedonda.

Page 426: Bellatin, Mario. Obra Reunida

453

Los pies luminosos del padre

La b6squeda de Lt calma va en distintas direcciones. Lavar lospies delpadre puedeser una de eUas> siemprey cuando no se encuentrealgun elemento que transforme ht operaci6n en el descubrimiento de que el hombre no tiene un origen divino.

Mi padre me pide que le lave Ios pies. Esti enfermo. Hace un mes que esta tendido en la cama. Que no cumple con sus necesidades basicas. Ha dejado de comer, de orinar y de defecar. Hasta cierto punto me parece l6gico que esto ocuria. Si no se ingieie no se deglute. Peio pese a todo quiere que le lave los pies. En todo este tiempo no se ha quitado ni los calcetines ni los zapatos. No usa ni siquiera las pantuflas que solfa llevai dentro de casa. Tiene puestos los zapatos de los dias festivos. Empiezo a desatar los coidones como si pelara un pldtano. Primero el pie izquier-do. El nudo esta firme. Patece que la inmovilidad en que los zapatos se han mantenido a lo largo de este tiempo los ha puesto rigidos. Da la im-presi6n de set uno de esos nudos llamados ciegos poi los ciudadanos de la fuente. Cuando logro desatat el primero sigo con el segundo. La taiea es similar. Dudo sobre cual de los dos estd m& firme. La veidad no lo s6. Mis pensamientos pasan a otia cosa cuando compiuebo que desanudar estos zapatos no puede set una acci6n sin consecuencias.

Page 427: Bellatin, Mario. Obra Reunida

454

Liberado de los arneses

Debe ser desde una mirada en cenital como se aprecie a un nino despojdn-dose de bs arneses con los que debe convivir el resto de su vida.

Quiza sea mejor quedarme en mi cuarto. Constato una vez mas que para mi padre es un verdadero problema econ6mico ser convocado a una de las celebraciones de cumpleanos. Piincipahnente porque hay que comprar un regalo. Pot lo general nunca est4 dispuesto a gastar dinero en nada que no haya planificado con mucha anteIaci6n. Sospecho que tampoco le pa-rece una buena idea dedicai sus fines de semana en dejaime y recogerme de casa de mis amigos. Quiza sea mejor asf. Puedo de ese modo quedar liberado de las molestias que me producen los arneses que se incrustan en mi espalda.

Page 428: Bellatin, Mario. Obra Reunida

455

Panorama generaI

La muerte se limita a una ceremonia. Habrd tantas ceremonias como muer-tes ocurran a nuestro alrededor.

Cuando una criatura muere en los poblados situados en la parte alta de las montafias, el padre debe avisar de inmediato a los padrinos para que se encarguen de los gastos necesarios. Horas despu& la madre del pdrvulo tendra que cocinar los alimentos que los padrinos estin en la obligaci6n de proveer para la celebiaci6n del velorio. Aquellos padrinos dadivosos llegan en la noche acompafiados de un arpista contratado especialmente para la ocasi6n. Los invitados dedican las primeras horas de la ceremo­nia a descubrir si la criatura muri6 con los ojos abiertos. Uno a uno se acercan a la pequena mesa donde se encuentra eI cuerpo sin vida y dan en voz alta su opini6n. No siempre es fecil darse cuenta hasta que* grado los ojos de un muerto, y menos aun los de un infante, estin cerrados del todo. En caso de que los invitados no logren ponerse de acuerdo, los pre-sentes saben que la duda es sfntoma de que pronto el pirvulo se Uevara consigo a alguno de los alli reunidos. El cuerpo de la criatura es trasla-dado al cementerio a medianoche. El padrino debe obsequiarle siempre al sacristdn una botella de aguardiente para que repique en forma en^r-gica la campana.

Page 429: Bellatin, Mario. Obra Reunida

456

Deporte y arte

Se debe conseguir que se representen de Li manera mds abstractaposibk dos disciplinas hasta bgrar que sefundan en una sola.

En cierta ocasi6n Los democrdticos se unieron a una compafiia de aitistas que andaba de giia, pero sin motivo apatente el empiesario los dej6 aban-donados en una zona bastante alejada. Los miembios del equipo tuvie-ion entonces que volvei poi sus piopios medios paia ieencontiarse con los demas integrantes de una comunidad donde la falta de dedos de la mano deiecha era la caracteristica sobresaIiente.

Page 430: Bellatin, Mario. Obra Reunida

457

El pedagogo y la horca

Es de importancia capital conocer Lu formas en que sepuede guardar un sa-ber coUctivo.

Algunos investigadores se preguntan las razones poi las que una escuela dedicada a sacai partido de la representaci6n de los estados de inimo pu-do haber sido considerada peligrosa para la naci6n. Les paiece extiano asimismo que a pesai de las prohibiciones que siempre pendian sobre ella se inauguraran todo el tiempo pequenas sucursales. Esta prictica se llev6 a cabo sobre todo durante un peculiar momento de prosperidad del im-perio: cuando la mayor parte de los pobladores estaban convencidos de que participar en la edificaci6n de La Gran Muralhi era la meta mds im-portante a la que se podfa aspirar.

Page 431: Bellatin, Mario. Obra Reunida

458

E1 amor a los padres es una suerte de amor propio

En esta imagen debe quedar ciaro que los hijos se deben entregar de una manera casi ciega a suspadres. Desde U antigiledad mds remota todas Lts teorias van dirigidas a estefin. Es U raz6npor Lz quepara lograr un ima-ginario verosimil de ht escena sepuede hacer uso de distintas corrientes de pensamiento.

Intuyo que mi padre se ha orinado. Sin embargo trato de no detenerme en el incidente. Haci'a tiempo que no orinaba. No quieio pensar c6mo fue posible que esto sucediera si ni siquiera bebe agua. Continuo con mi tarea. El siguiente paso es sacar el zapato derecho. Para logiarlo hay que alzar levemente una pierna que lleva inmovilizada mds de un mes. Qui-za piovoque dolor al hacerlo. Estoy a punto de arrepentirme de haber emprendido semejante aventura. A qui^n se le ocurre lavar los pies del padre en estas circunstancias. A mi lado, en el suelo, el agua que he pre-parado en una palangana debe estar enfriandose. No puedo echarme pa­ia atras. Esta tarea resulta mas dificil de lo que pens^. Qu^ clase de hi]a serfa si dejara a mi padie en su lecho de enfeimo con los zapatos puestos y los coidones desatados. No pienso. Actuo. Puf,paf, ya esta. El zapato derecho queda fueia del pie. Un olor agiadable invade lentamente el am-biente. Un aioma de esos que traen recuerdos por las sensaciones que evocan y no poi el olor en si'. El otro zapato ya no presenta dificultad. Me doy cuenta de que es necesario Uevar a cabo el movimiento de despo-jo en forma mecanica. Mi padre ya esta descalzo. Con los pies enfunda-dos en unos calcetines que muestran las puntas algo mas oscuras. Palpo el tejido. Esta rigido. Sobre todo en las partes donde el tono es mas in-tenso. Golpeo involuntariamente la palangana y un poco de agua salpi-ca mi pierna doblada. Ya se enfri6. Nuevamente dudo de la opeiaci6n que estoy realizando. No puedo ser tan cruel como para permitir que mi padre sufra por una acci6n mfa. Pero debo cumplir hasta el final con la misi6n que me he propuesto. Sin pensar arranco, casi con furia, el cal-cetin derecho. Curiosamente corre con una suavidad que me sorprende. Me doy cuenta entonces de que ya no puedo continuar.

Page 432: Bellatin, Mario. Obra Reunida

459

E1 famoso certificado m^dico o E1 sufrimiento de los padres

Durante htposguerra algunasfdbricas de Ut regi6n se dedicaron a hacerju-guetes recichmdo Lttas de comida.

Mi padre sufre. Principalmente porque no soy capaz de aprender los tra-zos de la escritura local necesarios para mi incorporaci6n a la sociedad. Tambi^n porque estoy incapacitado para perfeccionar mis conocimien-tos de suma, resta y multiplicaci6n, que paxecen ser lo unico que tiene valor en la vida. Hasta ahoia no compiendo por que" se sulfuia tanto. En-tra en un estado de furia incontiolable cuando olvido que al resultado final de una suma debo anadiile los dfgitos que llevo de la columna an-teiior. Por que me ariincona para golpeatme por habei olvidado las ope-iaciones matemiticas. En estos tiances la mis danada resulta ser mi madre, porque interpone su cuerpo para impedir que mi padre me siga golpean-do. Luego todo vuelve lentamente a la calma. Mi madre se oIvida por unos momentos de su malestar y me Ueva a mi pequefia habitaci6n. Puedo des-pojarme entonces de los atneses que me he debido colocar desde las pri-meras hoias del dia.

Page 433: Bellatin, Mario. Obra Reunida

460

Cualquier nino debe ser enterrado de madrugada

Es curioso constatar que fasfiestasfolktiriccts son simiLtres en todo el mundo.

En la fosa, cavada pot el propio padre inmediatamente despu& de haber avisado del deceso a los padrinos, se coloca el pequeno cuerpo envuelto en un habito normalmente marr6n. Tras el entieiro comienza el baile. Los aipistas tocan entonces aJgo de gran animaci6n. Los primeios en bai-lai alrededoi de la tumba son los padrinos, seguidos por el iesto de los concunentes. Los padiinos deben brindar con los padies una y otra vez. Por eso, y mas aun si han sido iealmente dadivosos, son llevados carga-dos de vuelta a sus casas.

Page 434: Bellatin, Mario. Obra Reunida

461

La Gran MuraUa

Se deben evidenciar de una manera sumamente cUira los sentimientos que suelen embargar a los constructores.

Precisamente fue en ese tiempo cuando nuestro pedagogo, inventor de Ia escueIa humana de Sechudn, ide6 e'I modo de convertir en rituales los sentimientos que embargaban el alma de los individuos mientras lleva-ban a cabo la construcci6n de U Gran MuraUa. Muchas veces algunos miembros de las cuadrillas se adelantaban cientos de kil6metros y arri-baban a poblados —donde la muralLt taidaria todavia muchos anos en llegai— con el fin de prepaiar el estado de animo de los fututos cons­tructores. Las t&nicas de actuaci6n ideadas por nuestro pedagogo eran de una limpidez asombrosa. Lograban, de una manera absoIutamente eficaz, representar los sentimientos mds profundos. Hoy en dfa conoce-mos con exactitud esas t6cnicas gracias al esmerado trabajo de las muje-res del suroeste de la regi6n. Durante generaciones esas artesanas se han dedicado a bordar sobre telas guardadas en secreto la representaci6n de aquellos m^todos.

Page 435: Bellatin, Mario. Obra Reunida

462

Fazoval

La vergilenza de una madre muchas vecespuede transformarse en motivo de orgullo, frente a fos demas mujeresprincipalmente.

El orgullo como bien y la verguenza como mal, ambos presentes al mis-mo tiempo en el rostro de mi madre. Por eso cuando ensefio estas unas exhibo uno de mis mayores atributos, los que hacen posible que mi ma­dre muestre expresiones aparentemente tan contradictorias. Sin embargo no puedo detenerme a disfrutar de su faz casi redonda. Por mis que me lo proponga no puedo dejar de sentir la extiafia rozadura que me produ-ce la tela cuando aprisiona mis testfculos. Unos testfculos ahora inexis-tentes. O tal vez no. Quiza" impalpables unicamente cuando mi madre me mostraba con orgullo a las demds mujeres del bano, y ahora grandes y pesados como los de un viejo camello. Testiculos palpables, sebosos, caigados de una pdtina de giasa. Testiculos imposibles de ocultar, de de­jar de peicibir, pestiferos sin medida. Ufias y testiculos. Testfculos y unas protegidos por la madre. Se puede pedir algo mds? Poi supuesto que si. Sei violentado por uno de aquellos caminantes que buscan pagar con sus lamentos el derecho al placer. Por alguno de esos infelices que implorarfa mas de la cuenta con tal de ser aceptado no por mf y mi decadente natu-raleza, sino por cualquiera de las mujeies con el dinero, la paciencia y Ia valentfa como paia hacerse tratar las unas por un cruel manicurista.

Page 436: Bellatin, Mario. Obra Reunida

463

Llegada de los medicos

Elconocimiento cada vez mds avanzado de Lzsfunciones delcuerpo humano hace que se fogre, de una manera casi siempre eficaz, h correcci6n de muchos de sus errores.

Los pies desnudos de mi padre no son s6lo los pies desnudos de mi pa­dre. Puede tratarse mds bien de la representaci6n de cierto aspecto de la teoifa darwiniana, puesta en prdctica en el cuarto donde mi progenitor pas6 un mes acostado, sin comer ni defecar, antes de morir. Que" bendi-ci6n la llegada de los dedicados galenos, a quienes Uame" inmediatamen-te despu& de comprobar que el dedo goido se habia convertido en una especie de garra de mono. Poitaban bajo el biazo un manual de piime-ros auxilios. El cueipo de mi padre segufa tendido, ineite. Lo unico que se destacaba del cuadro eran los pies desnudos. Emergiendo hasta el in-finito. Peio los galenos parecieron no ieparai en ellos. De manera algo mecdnica se colocaron a ambos lados de la cama. Con un embudo clini-co comenzaron a verter un liquido viscoso directamente a la garganta. La botella, puesta boca abajo, se fue vaciando lentamente.

Page 437: Bellatin, Mario. Obra Reunida

464

^Por que" raz6n deben colocar un brazo ortopedico, con un compU-cado juego de correas, fierro y cuero, a un nino de tres afios?

Muchaspreguntas hasta eldia de hoy no halhm respuesta. Por esa raz6n es-ta escena debe <,er interpretada tratando de que no se logre en ningtin mo-mento un sentido de unidad.

Quiza las palizas motivadas por un incondicional iespeto a las sumas y las iestas pueda tenet una explicaci6n, pero el asunto de la pr6tesis ob-tenida gracias al empeno de un gtupo de damas piadosas no admite una interpietaci6n cueida. No puedo olvidai, ya no digamos la paiafernalia de esas damas de la guaida que se enorguUecian de ser las piomotoias de una pr6tesis que casi no contaba con una utilidad ieal, sino la pelota que me iegalaion en una celebraci6n que se oiganiz6 poi Navidad. Aquellas senoras me entregaron un boleto con un numero. Luego vino el sorteo. Cuando me acerque" al estrado vi sobre una mesa una seiie de juguetes que brillaban bajo la luz del sol. En realidad no fue la pelota que me en­tregaron lo que atrajo mi atenci6n sino una locomotora de muchos colo-ies que, segun me dijeron, estaba hecha con restos de latas de comida.

Page 438: Bellatin, Mario. Obra Reunida

465

Viudas cdlebres en un mismo poblado

Un guerrero se arrojapor amor al vacio. Una mujer bmcapreservar la me-moria de su marido muerto.

No iecuerdo bien cuando exactamente me ensenaion una tela de mu-chos anos de antigiiedad. Estaba en perfectas condiciones, como si hu-bieia sido ieci^n tejida. Envolvia una calaveia diminuta, que tambi^n estaba completa. Afirmaban que era la momia de quien consideiaban co­mo la madre de la fortaleza. Aigunos sostenian que se trataba de la prin-cesa poi quien un c^lebie guerrero se arroj6 al vacio desde la explanada mayoi. La leyenda cuenta que al tenei conocimiento de aquel suicidio, la piincesa huy6 del templo donde se hallaba tecluida y se instal6 en una pequena choza levantada al boide de la foitaleza que preside el poblado. Dudo de que la tela que me ensefiaion fuera verdadeiamente la mortaja de aquella mujer. En todo caso me ayud6 a cieer que en el poblado exis-tia mas de una viuda c^lebre.

Page 439: Bellatin, Mario. Obra Reunida

466

Campeones de voleibol

Ayudando a Lt comunidad que los vio nacer.

Cuando hubo cierta caIma politica en la tegi6n, los pobladores fueron conminados a ejercer el derecho a sufragio por primera vez en sus vidas. Despu& de incontables anos bajo un r^gimen totalitario se les obligaba avotar. Ningun peiiodo mas propicio para exacerbar manifestaciones so-ciales contradictorias como en tiempos de transici6n democrdtica. Si por un lado el poblado se encontraba cubierto de piopaganda electoial, un oscuro proselitismo hacfa correr la premisa de no votat. Caos total, sa-botaje a las instituciones se proclamaba en forma soterrada. Se contaba ademas con las armas y la suficiente sangre frfa como para asustar al m^s dem6crata. El dia de las elecciones los ciudadanos patecieron no tener alternativa. Durante las horas de sufragio las fuerzas del orden controla-ron que todos los habitantes mayores embadurnaran su dedo r'ndice de la mano derecha con la marca de tinta indeleble. Cuando el comit^ elec-toral, escoltado por las mismas fuerzas del orden, abandon6 el poblado llevandose las urnas, un ej&cito de encapuchados tom6 por asalto la pIa-za mayor e inici6 de inmediato un juicio sumario.

Page 440: Bellatin, Mario. Obra Reunida

467

Hambruna terrible

Ningun me"todo es capaz deprever ni de controlar Ui menor desgracia. Los actores, o los medios que se utilicenpara Li representaci6n, contardn de ma-nera natural el comienzo delfin delpedagogo que ide6 Lt Escuela del dolor humano.

Segun nuestro pedagogo, fundadoi de semejante escuela, el mal suele aparecer siempre acompafiando cualquiei acci6n humana. En los mares se acostumbra ver repiesentado como monstruosas ballenas y, en las zo-nas montanosas, como fieios caballos blancos peididos en las llanuras. Todo se tambale6 paia el pedagogo cuando comenz6 la terrible hambru­na. La escuela y sus famosas t&nicas no pudieron hacer nada para evitar las muertes que ocuirieion a lo laigo y ancho del imperio. Para los go-bernantes la representaci6n de los estados de animo en tan terribles cir-cunstancias parecia tratarse de una peligiosa caricatura del estado del pai's.

Page 441: Bellatin, Mario. Obra Reunida

468

El Padre como libro

Se debe representar esta escena en Lz oscuridadtotaly en un tono casi inau-dibk,

De pronto mi padre paxece activarse. Se sienta iepentinamente y su cuer-po se cierra y se abie como si se trataia de un libro. Luego viene un soni-do piofundo y todo el ambiente se cubre con el excremento acumulado.

Page 442: Bellatin, Mario. Obra Reunida

469

Muerte en la cuna

Nadie conoce el origen de U co.stumbre defotografiar a h>s muertos.

El hijo de mi madre naci6 mueito. Los familiares que logiaion verlo afir-maban que se trataba de un dngel. Mi madre estuvo inteinada vaiios dias en el hospital. A mi gaifio hubo que colocarle un recubiimiento de es-puma pata evitai que danara a mis companeros de clase. En el fondo de la gaveta de la c6moda de la habitaci6n de mis padres, debajo de una se-rie de iopa, se mantenia la fbto de la ciiatuia muerta. Mi padre la coloc6 en ese lugar. En esa e poca eia comun la existencia de fot6grafos tondan-do los anflteatros de los hospitales para que los deudos se llevasen un ul-timo recuerdo de los difuntos.

Page 443: Bellatin, Mario. Obra Reunida

470

E1 hermano es una nutria y una nutria es el hermano

Son varios los animales en hs que un hombrepuede convertirse mientras duerme. Pero entre todos Lt nutria suek ser el mas abyecto.

La noche anterior al dia de todos k>s muertos, una de las mujeres que reaIi-za el aseo de la posada que abrimos con mi esposo cuando nos mudamos aquf, se present6 con un atado y me sugiri6 que abri&emos la tumba de mi marido a escondidas de los demas. Le parecfa una buena fecha para hacerlo. Ya habfa pasado el tiempo suficiente, me dijo, debia ver si en realidad mi muerto se encontraba en el lugar adecuado. Quiza las unas estdn ciecidas, pens^, o tal vez las manos no sean sino un punado de pol-vo. Hubiera sido imposible apreciar la cicatriz de la mordida. La mujer que me propuso ver nuevamente a mi mueito se hallaba en un estado de embriaguez absoluto. Acababa de desentenar a su hermano, senal6, quien habia abusado de su hija mientras todos doimian en la casa. Algunas pai-tes del cuerpo del hermano que acababa de desentenar estaban dentro del atado que llevaba consigo. Fue entonces cuando me cont6 lo que les sucedfa durante el suefio a quienes mantenian relaciones cainales con los miembros de su piopia familia. Su hermano se transform6 en una nutria doliente, que todas las noches emitfa gritos desgairadores en las inme-diaciones del camino que conducfa a la foitaleza. La madre y la hija vio-lentada se empenaron en cazarla. Para logiarlo empezaron a dejax cebos con pequenas dosis de veneno, principalmente en los recodos del cami­no principal.

Page 444: Bellatin, Mario. Obra Reunida

471

Decapitado y en la horca.

No es necesario conocer en detalk U forma de muerte de un Uder.

El pedagogo muri6 decapitado y en la horca. Aquel fue el final de la his-toria del fundador de la R>cuefo. del doh>r humano. Cada quien lo vio en su muerte de distinta manera. Sin zapatos, con garras de pdjaro, con el cuerpo cubierto de plumas, con los testi'culos colgindole como si de un camello viejo se tratara, con una erecci6n presente como cuando introdu-ci'a las unas destiuidas en el cuerpo de sus amantes, con los pies embalsa-mados como les corresponde a todos los padres deI planeta e incluso con un pajaro mudo acuixucado junto a su cabeza.

Page 445: Bellatin, Mario. Obra Reunida

472

Ahorcado no es lo mismo que decapitado

Los caminantes sin destinoparecen nopreferir a las mujeres con unas trata-daspor un manicurista.

Hace muchos aiios que nadie utiliza esta ventana. S6lo en cierta ocasi6n unajoven se acerc6 y coIoc6 su mano en el marco. Encima del polvo. De inmediato compare" mis unas con las suyas.. Acomode" al instante mis tes-ticulos. La joven estaba ataviada con un curioso traje largo y ajustado. La tela brillaba como la seda, peio se trataba realmente de un g^nero vul-gar. De aquellos que se pueden adquirir en cualquiei mercado de la zona. En determinado momento introdujo la cabeza poi la ventana, lo hizo desde afuera. Pregunt6 en voz alta si habfa alguien del otro lado. Era ab-surdo verla en aquella situaci6n, pues la ventana estaba sostenida s61o por un destruido muro de adobe. Era lo unico que quedaba de una cons-trucci6n que quiza habfa sido mayor. La ventana puesta sobre ese trozo de muro. Con el marco casi entero y los vidrios incompletos. Faltaba anadir tal vez un paJaro a la imagen. La joven vestida de un modo estra-falario obseivando hacia adentro a trav& del marco de una ventana, que era lo unico que se mantenfa de la construcci6n original. Desde cierta perspectiva se trataba de una persona que miraba desde fuera hacia fue-ra. Limpi6 con sus manos la suciedad del marco de madera. Hacia mu­chos aflos que nadie utilizaba esta ventana. Me olvidaba del paJaro. Dije que le faltaba un pijato a la imagen. Pero alli estaba. Un paJaro con vida sobre la ventana. La joven, sus manos, el pajaro,. Se trataba de un paJaro que no cantaba ni de noche ni de dia. De un ave muda. La joven habl6 a trav& del marco. Pregunt6 cosas que no creo que a nadie le interese sa-ber en estos momentos. Inquiii6 sobre asuntos de manos, de dedos, de unas chamuscadas. Dijo que sabi'a que por las inmediaciones existia un ser de giandes testfculos experto en esos temas. Por supuesto que no me presente, hubiera sido un suicidio delatarme. Pregunt6 tambi^n si al­guien conocfa a la persona que desde una ventana se entretenfa relatan-do a los caminantes historias de hombres pajaro de fuego. Que utilizaba esos cuentos en apariencia banales para engatusar a todo el que estuvie-ra dispuesto a escucharla. Que llevaba sus relatos al clfmax cuando can­taba c6mo uno de esos hombres pijaro, el mis gordo de todos, se lanz6 envuelto en llamas contra los apacibles ciudadanos que comenzaban a reunirse alrededor de la fuente de la plaza principal. No tengo certeza de qui^n seria la joven de las preguntas, pero sospecho que se trataba de la misma muchacha encargada de ahogar a los hijos que escapaban a la pla-

Page 446: Bellatin, Mario. Obra Reunida

473

nificaci6n social. Lo se" poique es una caiacteifstica tfpica de esa cIase de personas pieguntar por eIlas mismas.

Page 447: Bellatin, Mario. Obra Reunida

474

Dia funesto

Con menos de tres anos de edad muchos nihos saben distinguir un hombre pdjaro de otro que no h> es.

Aciago dfa. La escuela perdi6 al mas obeso de sus integrantes: se consu-mi6 ante la vista y paciencia del resto. Tuve entonces que abandonar la fuente sin lograr que todos los ninos cumplieran su destino. Me qued6 el consuelo de husmeai al hombre chamuscado. Poi unos meses deje* de comer caine. Para colmo de males todos los piesentes en la escena del obe­so hombre pajaro fuimos recluidos en oscutos calabozos. Algo habia sali-do mal en la representaci6n. Obviamente no se trat6 tanto del fuego, que empez6 en el ala derecha, sino de los aspavientos que hizo aquel hombre justo en el momento en que el rito requerfa de mayor precisi6n. Hice en­tonces, dentro de aqueUa prisi6n, los ejercicios una y otra vez. Pararme de tal modo, poner los biazos en ciuz y iealizai una breve genuflexi6n. Res-pirar tres veces seguidas haciendo mucho ruido y de inmediato contener la iespiraci6n hasta sentirme morir. Una y otra vez. Diez, once, cincuen-ta y cinco, cincuenta y seis, setecientos veinte...

Page 448: Bellatin, Mario. Obra Reunida

475

Tumba permanente y tumba tran$itoria

Algunos ki'an, en Lts telas bordadasprincipalmente, que muchas veces bs cuerpos muertos no encuentran sosiego jamds.

La foto que de vez en cuando husmeaba en el fondo de la gaveta no es la imagen final que guardo de mi desconocido hermano. En un di'a de pri-mavera vi por primera y ultima vez el pequeno ataud de un blanco des-tefiido. Tambi^n unos diminutos huesecillos, casi convertidos en polvo. Habian pasado cerca de quince afios de la fecha de su nacimiento. En to-do ese tiempo se habian producido muchos cambios en mi familia. Por ejemplo yo era el unico miembro que habia quedado viviendo en el lugar de origen. Mis padres, por iazones estrechamente ligadas a la constiuc-ci6n de la muralLt, habian emigrado a otia ciudad. Durante esa primave-ia me escribieron una caita, donde me oidenaban trasladar el cuerpo de mi hermano a una secci6n distinta del cementerio. Habfa que comptar una tumba permanente para que el pequeno cuerpo no fuera enviado a la fosa comun. A1 momento del fallecimiento mis padies habian enterra-do a su hijo en una tumba transitoria. Una vez hechos los trdmites, el encargado de hacei Ios tiaslados abri6 el ataud e insisti6 en que inspec-cionaia los restos para que se pudiera firmar la autoiizaci6n.

Page 449: Bellatin, Mario. Obra Reunida

476

La nutria es acorralada

La nutria y elhermano eran seres enfranca decadencia. No se deben utilizar animak$ vivos en esta escena.

El hermano que habia abusado de la sobrina luci'a cada manana rais del-gado. Comenz6 a regiesar del ttabajo p4lido y cansado. Cuando por fin la nutria fue vista al amanecer acostada al lado del camino, el hermano no volvi6 a despettat. Esta histoiia me caus6 cieita impiesi6n. Incluso me dio curiosidad averiguar el estado del cuerpo del hermano que en ese momento llevaba la mujer dentro del saco.

Page 450: Bellatin, Mario. Obra Reunida

477

Cerro de dedos

Se describird de una manera ipica el verdadero origen delequipo de voleibol Los democraticos.

Bajo la oscuridad de la noche los pobladores fueron formados en filas, una de hombres y otia de mujeres. A1 cehtro se acomodaion dos largas mesas de madera, frente a las cuales debfan ensenar todos el dedo fndice de la mano derecha. Los que tuvieran los dedos limpios podfan irse, los del dedo manchado, muestra de haber cumplido con su deber democra-tico, debfan poner la mano completa sobie la mesa y prepararse para el castigo. Un pai de hachazos bastaba para cercenar los dedos de por lo menos tres ciudadanos. Una pila de dedos qued6 en medio del poblado. Por orden de los ejecutores fueron colocados encima de un tapete de ter-ciopelo rojo que sacaron de la iglesia. Ordenaron ademis que fueran cir-cundados por un conjunto de velas. Los dedos debfan permanecer dos di'as sin ser tocados. Los habitantes se mantuvieron a una respetuosa dis-tancia. AJi entierro posterior acudi6 la comunidad entera.

Page 451: Bellatin, Mario. Obra Reunida

478

Tijeras de manicurista

Se deben mostrar k>s diferentes cortes que un instrumento afihufo es capaz de producir.

Decapitado y ahorcado al mismo tiempo, mirando a trav& de la venta-na un cielo cubierto de estiellas, recordando a una madre que estuvo pre-sente cuando las vecinas en los baiios publicos se pusieion de acuerdo para capar en secreto a la criatura de las eiecciones peipetuas, duefio de un priapismo capaz de asustar a cualquieia de las mujeres que se entre-gaban con placei extiemo a los hombres de los caminos. Con las ufias dafladas por algun manicurista que si se lo hubieian pedido no habrfa puesto objeci6n en empleat sus pinzas no s6lo para intervenir esas ufias, sino que hubieia estado encantado de coitai tambi^n los aiomaticos y consistentes testiculos.

Page 452: Bellatin, Mario. Obra Reunida

479

Discursos en la plaza

Ciertos ciudadano$ dedican Lts tardes a escuchar UtspaLtbras que se dicen pubIicamente.

Peio no todo fue triste en esa mafiana de neblina. Los dedicados galenos actuaion fiente a mi padie de manera-impecable. Fue evidente que ha-bian sido educados con una ticnica ortodoxa. Luego de la opeiaci6n, poi medio de la cual lograron que mi padie defecara como nunca antes lo habfa hecho en su vida, hicieron llamai a algunas vecinas, quienes gusto-sas aceptaion limpiai el cuaito. Salimos despu& con diiecci6n a la plaza, con eI piop6sito, mas bien con la obligaci6n, de contar pubIicamente lo que acababa de suceder. El cadaver qued6 solo en la habitaci6n. Las ve­cinas lo dejaion todo listo en un tiempo relativamente coito. En la mis-ma plaza pieparamos el discuiso que debfamos pronunciar. Los dedicados galenos aprendieron sin dificultad sus parlamentos. Tuvimos que esperai hasta que la plaza estuvieia llena para dar inicio a nuestra inteivenci6n. Pedimos incluso que se suspendiera el seivicio de tranvfas que conducfa a las zonas suburbanas. No puedo decii mas que fue un verdadero mila-gro que nos hicieran caso.

Page 453: Bellatin, Mario. Obra Reunida

480

No se pueden sumar papas con ceboUas

Las kyes matemdticas son inapehbks.

Relacionando una camisa blanca, ondeando con la brisa de una playa que alguna vez visitamos, con la maxima matemitica de que no se pue­den sumar papas con cebollas, paiece cobrat sentido la inquietud de una madre ante la imposibilidad de que su hijo escuche el sonido del viento. Tambien la necesidad del personaje de Heiman Melville de iegiesar siem-pie del mai, piincipalmente paia husmear las vitiinas de las agencias fu-neraiias que exhiben ataudes paia todos los gustos.

Page 454: Bellatin, Mario. Obra Reunida

481

Piedras transportadas en catnioneta,pick-up

En virtuddeLt$ diferentes economios que rigen U vida de fospuebfos, es di-ficil halLzr elprecio justo de una piedra.

La tumba de mi marido esta ubicada justamente en la entrada del ce-menterio. Una vez que se entierran los'cuerpos, los pobladores suelen co-locax encima una gran piedra que extraen de la base de la fortaleza que preside el poblado. Jamas me habiia atrevido a solicitar el permiso paia algo semejante. Pero se tiata de una costumbre que llevan principalmen-te a la practica cada vez que se tiene un fallecido notable.

Page 455: Bellatin, Mario. Obra Reunida

482

Disfraces del dolor

Se debe tratar de no utilizar ningtin imtrumento muricalpara representar el empeno de estos humiUes ciudadanos.

De un tiempo a esta parte las personas mas modestas confeccionan tra-jes que recueidan sucesos especialmente sangrientos de la revoluci6n cul-tural. Muchos han ido recolectando, con paciencia, retazos de unifoimes militares paia iecrear los trajes utilizados poi los comisarios del pueblo en los momentos mas crudos de las razzias emprendidas para limpiar la sociedad.

Page 456: Bellatin, Mario. Obra Reunida

483

La joven que ahoga nifios suele narrar su historia infinidad de veces

Se tratardn de transmitir sohtmente los ecos del dolor.

La muchacha de la plaza en ocasiones interrumpe su discurso y piegunta: "<saben algo del doloi?" Luego continria hablando sin esperar ninguna ies-puesta. La joven del traje ex6tico no querra" que le hable de la ventana ni del muto de adobe que la sostenia. Tampoco de los rieles oxidados ni del estitico vag6n de feriocarril. Ella quiza" s6lo desea saber si cuando los hom-bres le gritaban que se trataba de la piimeia joven desnuda con vida que vefan, estaban poniendo en pidctica algun m&odo de seducci6n. Yo no puedo sabeilo, con estos testfculos de viejo camello colgindome todo el tiempo, menos aun con el recuerdo de mi madre, que cada vez que apa-iece me provoca una erecci6n casi dolorosa. Ademds, c6mo podria yo te-ner la iespuesta si apenas conozco las costumbies de estos poblados.

Page 457: Bellatin, Mario. Obra Reunida

484

Tres anos, edad h'mite

Lasfamilias ocultan, a como cU lugar, a sus hijos noprimoginitos.

Sf, fue un dia realmente funesto. Un hombre paJaro consumido y el rito inconcluso de los niiios ahogados. Permitanme explicar de manera ade-cuada el asunto de los ninos. Por motivos que despu& aclarai^, est4 pro-hibido que en las casas de la comarca convivan mas de dos hijos varones. Tan s6lo puede haber uno completo, el primog^nito. Si existe un segun-do se le deben cortar los testiculos ante las miradas de envidia de aque-llas mujeies que acuden todos los dfas, casi por consigna, a los banos publicos, y que han sentido a lo largo de sus vidas tanto pavor que ni si-quiera se han atrevido a tiaer un hijo al mundo. Los terceros deben mo-iir y me coiresponde a mi la tarea de llevar a cabo las sentencias.

Page 458: Bellatin, Mario. Obra Reunida

485

Yo soy mi propio hermano

En esta escena se debe resaltarLtpresenciafeliz, algunas veces bastante exal-tada, de los ninos sobrevivientes.

Me han dicho que, segun cierto precepto, en ninguna de Ias casas pode-mos convivir mds de dos hijos varones. Lo ideaI es que haya s6lo uno en cada familia. Por eso la madie debe llevar al segundo a los banos publi-cos para que las demis mujeres lo capen sin piedad. Quiza" entonces lo que le sucedi6 a mi hermano haya sido lo mejor para 6l. Morii en la cu-na. Al tercei var6n es peor lo que debe sucedeile. Cuando es descubier-to tiene que ser conducido a la plaza mayoi para que una joven desnuda lo ahogue ante la estupefacta mirada de los ciudadanos a la hoia de ma­yoi anuencia de publico. Casi siempie se escoge a la peor discipula de la Eicuela del doU)r humano para que se encaigue de esos saciificios.

Page 459: Bellatin, Mario. Obra Reunida

486

Buscando al Pequody al perriUo causante del mal de rabia

Muchoi esttidio.sos sostienen que el mareo de unperro en alta marse debe a que no estdn colocados de manera correcta los listones que equilibran Lts em-barcaciones.

Momentos despu& la mujer se llev6 consigo los restos de su hermano. Ni el mas valiente del poblado se hubiera atievido a transpoitailos. La hija de la mujer, la nina violentada, habia parido un ano atiis. Queiian que yo fuera la madie espiiitual de la criatura, como lo soy de la mayo-iia de los nifios de los aliededoies. Me tehus^. De alguna manera encuen-tro una ielaci6n cercana entre el fallecimiento del hombre que abus6 de la nifia y el de mi marido. Aunque mi esposo no se conviiti6 en ningun animal, si hubo un perro involucrado.

Page 460: Bellatin, Mario. Obra Reunida

487

Un oficio Ueva a otro

Se verd c6mo muchas habilidades se adquieren con Liprdctica.

Actualmente el equipo de voleibol Los democrdticos cumple una funci6n clave en el poblado. Sus miembros son los encaigados de producir las adaptaciones que necesitan los utensilios de la vida cotidiana luego de la noche sangrienta. Si bien es cierto que por casualidad descubiieron la fueiza que una mano sin dedos es capaz de imprimir a una pelota, saber-lo les ha servido para utilizar sus nuevas potencialidades y adaptar los instrumentos de la comunidad a las tareas de todos los dfas. A veces pre-tenden ensenarles a jugar voleibol a los ninos. En ese campo es poco lo que pueden hacer, pues descubren que al sobiailes cinco dedos estos ni-nos estan incapacitados para adquirii la destteza necesaiia paia este jue-go. Es comun veilos lidiando con maquinas de coser, aiados o montuias para caballos. Incluso han hecho mejoras a un par de camiones que des-de el dfa de la irrupci6n peimanecieron detenidos ante la incapacidad de sus duenos de volverlos a conducir.

Page 461: Bellatin, Mario. Obra Reunida

488

Razzia implacable

La representaci6n debe ser lkvada a Ut prdctica bajo una luz intensa. Los objetos serdn absolutamente evidentes.

La peisecuci6n desatada contia los seguidores actuales de la EscueU del dolor humano de Sechudn es de tal intensidad que se escoge siempre la pena de fusilamiento sin juicio sumario. Hasta ahora no se habla abier-tamente de la existencia de una practica semejante. Muchas veces obser-vadores internacionales cuestionan la cantidad tan alta de ejecutados que existe en la regi6n. Las autoridades afirman que se trata de individuos que se dedican a la prostituci6n y al naicotiafico.

Page 462: Bellatin, Mario. Obra Reunida

489

Presos por cumpUr mal con su deber

Se expresardn bs motivospor los que Lt no aplicaci6n de unapena que de-bian Uevara cabo revirti6 en lospropios ejecutantes.

Los ninos destinados a morir casi siempre eran detectados por los hom-bres pajaro —comisaiios que todo lo ven— antes de que cumplieran los tres afios de edad. Es de imaginar los aspavientos que hacfan antes de sei introducidos en la fuente. Sobre todo si estaban a punto de llegar a los tres afios, edad lfmite. Cuando habfa sueite y recursos les suministraban algodones.empapados con 6ter antes de mi inteivenci6n. Peio a veces las cosas fallaban por completo. Como la vez en que todo sali6 mal en la fuente. A quienes estuvimos presentes durante aquel trunco ahogamien-to nos encerraron, como senal^, en unos calabozos. Nos iepitieion una y otia vez lo que habfa salido mal. Obviamente no se refirieron al fuego aparecido en el ala derecha del hombre pajaro. Tampoco al ataque de pi-nico. Los tenfa desconcertados, por decir lo menos, que ninguno de los otros hombres pajaro que quedaron con vida hubiera mantenido la com-postura. Ni siquieia yo, que deje" de inmediato de sostenei bajo el agua la cabeza del nino a mi cargo en ese momento. Durante todb el tiempo que dur6 nuestra reclusi6n tuvimos que hacer los ejercicios una y otra vez. Pararnos de tal modo, poner los brazos en cruz y realizai una breve genuflexi6n. Respirar tres veces seguidas haciendo mucho ruido y de in­mediato contener la respiraci6n hasta sentirnos morir. Una y otia vez. Diez, once, cincuenta y cinco, cincuenta y seis, setecientos veinte... nun-ca podre olvidarlos. Pararnos de tal modo, poner los brazos en cruz y iealizar una breve genuflexi6n. Respirar tres veces seguidas haciendo mu­cho ruido y de inmediato contener la respiraci6n hasta sentirnos moiir.

Page 463: Bellatin, Mario. Obra Reunida

490

Retrato de un perro

Un cabalkte de medianasproporciones debeser elekmentoprincipalen hi representaci6n de esta escena.

Durante esos dias el nombre del Pequod se fue cubriendo con el polvo que se acumul6 en el diploma de graduaci6n que colgamos en la pared principal. Y aunque se" que hubo s6lo un perro presente en la desgracia, mas de una vez me ha parecido ver a la nutria saltando a traves de la ven-tana del sal6n de la posada. Otras la he imaginado rascando el piso de-bajo de mi habitaci6n. Algunas mas me sorprende en medio del dibujo que trazo dia tras dfa en el estudio.

Page 464: Bellatin, Mario. Obra Reunida

491

Unas en proceso de ser tratadas por un manlcurista

Se demostrard que nunca deben seguirse U>s consejos quepueda ojrecer un hombre castrado.

Estoy casi seguro de que mi misi6n no es aprender de ninguna de las ex-periencias que me pueda ofrecei la vida, sino ser un simple receptdculo de las costumbies ajenas. Habria que preguntirselo solamente a Ia gente que es capaz de aceptar sentarse a mi lado. A veces esas personas me otor-gan una intimidad abrumadora. Me permiten obseivar sus oscuras cos­tumbies y algunos se atreven incIuso a pedirme consejos. <Pensara ti acaso que soy uno de esos castiados que permiten los penetren con furia los caminantes que ni siquieia las mujeies con unas de manicurista acepta-rfan? La veidad es que lo unico que me importa es logiai que alguien to-me asiento junto a mi para contaile que un ahorcado no es Io mismo que un decapitado. Decapitaci6n he dicho, han oido bien, d-e-c-a-p-i-t-a-c-i-6-n, pues si hablaia de ahoicamiento no conseguiria que nadie peima-necieia ni un segundo conmigo.

Page 465: Bellatin, Mario. Obra Reunida

492

Observando las reglas

Se debe usar agua en este momento. No importa U cantidad.

Es poi eso que ahoia, cuando miro por esta ventana no s6lo los rieles oxi-dados sino las ruedas del ferrocarril y el vetusto vag6n detenido, creo que voy a lograr muy pronto vet algo mas que el cielo y las nubes. Aunque lo mas probable es que vuelva a obseivar nuevamente el vag6n, las ruedas del ferrocarril y los rieles herrumbrosos. Estoy convencida de que me tomara algun tiempo llegai al final, pero aplicando fielmente las reglas no me cabe duda de que lo conseguir^. Es una lastima que en este espa-cio tan reducido, donde s6lo tengo la posibiIidad de ver a trav& de una ventana que no tiene adentio ni afuera, no haya manera de lograr que se ieunan los ciudadanos a la hora de mayor afluencia de publico. Unica-mente deseo estar pronto en la fuente, esperando que me entieguen, uno a uno, los teiceios hijos varones de las distintas familias. Uno a uno los zambullir^... glup... cinco minutos... glup... a veces extrafio las conoci-das burbujas tardfas... glup... lentamente... glup... lentamente...

Page 466: Bellatin, Mario. Obra Reunida

493

Una forastera retrata ninos muertos

Ei casi seguro que el alma de un niiio quedafijada en el dleo.

La nina que naci6 del abuso del hermano falleci6 tambi^n poco tiempo despu& de nacer. Seria muy triste que lo hubieia hecho paia reunirse con su padie la nutria. Duiante el velorio pinte" como pude la escena, no que-ria que la ceremonia quedase en el olvido. Aguarde* la llegada del arpista para ietiiaime. Lo hice poique ya no sopoito visitar el cementeiio a me-dia noche, ni tampoco escuchar los gritos lastimeios que azuza el alco-hol. Hace algun tiempo hubiera ido detias de los padiinos con placer y curiosidad, pero ya tengo mi propio muerto y no siento ningun inter& por los ritos ajenos. Ahora s6lo me dedico a retratar los velorios, de ni­nos preferentemente, sobre todo de aquellos que fallecen por no haber tenido un nacimiento deseado. Cada vez que visito una de esas ceremo-nias se me hace evidente al primer vistazo la clase de ciiatura de que se trata.. Segun algunos, la verdadera causa de estas muertes esta en la men-te de los adultos, que en foima muchas veces inconsciente ponen a prue-ba a estos niiios hasta que llegan a cierta madurez. S6lo si llegan con vida a la clasica ceremonia del corte de pelo parecen quedar Hberados de todo mal.

Page 467: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Lospersanajes o fos medios que se hayan utiliza-do para Lt representaci6n deben idear Lt forma de conocer si ht espectadores han U>grado haUar vincuhi entre hs distintosfragmentos. Esta in-formaci6n es importantepara detectar ht apari-ci6n de algun grado de catarsis. Este texto, tal cualse encuentra redactado, sepuede repetiral publico.

Page 468: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Dedlcatoria

Paia Seigio Pitol que no suele escuchat el sonido del viento cuando re-dacta una p4gina en blanco.

Page 469: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Underwood portatiL Modelo 1915

Page 470: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Recuerdo esa imagen. La primera que me llev6 a escribir el libro saLin de belleza. Peces atiapados en un acuario, suspendidos en un espacio artifi-cial que poco tiene que ver con el entorno donde la pecera esta coloca-da. En las noches siguientes despieito presa de ataques de claustrofobia. Paso varias horas seguidas, especialmente las del amanecer, pensando con terror en el riesgo que tiene cualquiera de nosotios de quedar encerrado sin posibilidad de salida.

Quiza todo comenz6 cuando tenfa diez afios. De buenas a primeras se me ocuiri6 hacer un libro de penos. Estoy seguro de que el instante mismo en que tome' esa decisi6n instaur6 la culpa dentro de mi esciitura. Recuer­do, entre otras cosas, la estupefacci6n de mi familia por plantear un ejer-cicio ajeno a las tareas escolares, y luego por la sospecha de la aparici6n de un testigo constante de la esencia familiar. Cuando adviitieion que el proyecto avanzaba —conseguf una vieja maquina de escribir, cintas en-tintadas y algunas hojas de papel— se opusieron abiertamente a que con-tinuara con mi idea. Era evidente que no quen'an tener un escritor entre los suyos. Me imagino que mi familia, bastante endeble a nivel humano pues se senti'a signada por interpretaciones crueles sobre la enfermedad y la deformidad de los hijos, sospechaba que, posiblemente, no iba a estar en condiciones de mantener su unidad bajo una mirada escrutadota. Pa-ra evitar mi empeno, empezaron a hacer uso de burlas solapadas que se transformaron, muchas veces, en verdaderas sesiones de oprobio. A1 me-nos as( las tomaba yo en ese entonces. Sin embargo, creo que el rechazo, curiosamente, tuvo una importancia fundamental para la conclusi6n del libro. En pocas semanas qued6 listo un ejemplar de historias de perros, ilusttado ademas por mi' mismo. Recorte" una serie de figuras de perros de algunos diarios y revistas. Mi abuela, la unica persona que creo se dio cuenta de la verdadera situaci6n, preserv6 el ejemplar en el fondo de su ropero. Nunca lo volvf a ver. Cuando ella muri6, la verguenza me impi-di6 solicitarlo. Aun ahoia, cuando quiza exista alguna remota posibilidad de que se encuentre arrumbado entre sus antiguas pertenencias, me es to-davi'a imposible hablar de el con los miembros de mi familia.

Page 471: Bellatin, Mario. Obra Reunida

502

Hace poco me preguntaron las razones del nombre de mi primera nove-la. Me remont^, entonces, a los anos en que la escribf y, poi supuesto, a los motivos que me lIevaron a escoger el tftulo. De alguna forma, ese nombre habfa sido concebido como una especie de tributo, y lo afirmo sin ironfa, a determinado tipo de valentfa que han demostrado ciertas mujeres a lo largo del tiempo. Lo primero que vino a mi mente fue la bi-blica mujer de lot, convertida en estatua de sal cristalizada por mante-nerse encadenada a su pasado. Apareci6 despu& en mi cabeza la imagen de la esposa de cierto personaje, que vivia en una aldea remota, quien habfa dejad6 crecer las unas de sus manos de manera exagerada.

No creo tener ninguna duda de que el misterio que acompafia mi vida se encuentra en el punto de origen de mi escritura. S6lo ahora, despu& de tantos afios de busqueda e indagaciones, se" que ese misterio seguiri siendo inaccesible hasta el dia de mi muerte. Nunca sabre' cuiles pueden haber sido los motivos por los que, desde mi infancia, he estado empe-nado en permanecer sentado durante varias horas seguidas frente a una mdquina de escribir, dispuesto a que ese ejercicio de escritura sea capaz, ademas, de construir realidades paralelas a las cotidianas. En un comien-zo cref que el placer, o mas bien, la obsesi6n estaba en apreciar la apari-ci6n de las palabras por si mismas. En ese tiempo comence" a pensar que se perfilaba en mf un aut^ntico mecan6grafo.

Soy mario bellatin y odio narrar, apareci6 publicado en cierto diario ha­ce algun tiempo. El hecho de ser escritor esti mis alli de una decisi6n consciente, que haya podido ser tomada en un momento determinado, continuaba la nota. No recuerdo, exactamente, cudndo naci6 la necesi-dad de ejercer esta actividad tan absurda, que me obliga a permanecer interminables horas frente a un teclado o delante de las letras impresas de los libros. Y eso, que para muchos podria parecer encomiable y hasta motivo de elogio, para mf no es sino una condici6n que no tengo mAs remedio que soportar.

Cierta vez se me ocurri6 colocar un peno en un altar. Quise Uenar una iglesia del siglo xvi con una serie de espectadores que siguieian atentos las evoluciones de un can colocado en el lugar central de un iecinto re-ligioso. Para lograrlo emprendf un largo trabajo, que me Uev6 cerca de tres anos de preparaci6n. Comenz6 con la busqueda del perro apropia-do. No podfa desperdiciar una situaci6n semejante —la del perro en el altar—, utilizando un animal que no tuviera nada que decir.

Page 472: Bellatin, Mario. Obra Reunida

503

Repito, fue a partir de la imagen de peces suspendidos en un espacio ar-tificiaI que apareci6 la intenci6n de escribir un texto donde todo ocu-rriera en una dimensi6n cerrada que sirviera para construir un universo completo. Las peceras vendrian a constituir el encierro del encieno, los simbolos de una prisi6n mayoi que, quizi, no tendrian otro sentido que erigirse como una imagen vulgat de la lucha contra la muerte.

Estoy convencido de que el encono familiar hizo posible la existencia de mi proscrito piimer Iibro, asi como la decisi6n de que, salvo Ia escritu-ra, ninguna otia cosa en la vida tendria mucha importancia. Con el pa-so del tiempo la culpa que me causa escribir adquiii6 nuevos matices, pero nunca dej6 de estar presente. Curiosamente, cieo que ese senti-miento hace posible que mi escritura exista. Si bien es cierto que el ejer-cicio de escritura sigue estando por encima de toda actividad, tambi^n es verdad que, en lo cotidiano, cualquier otra cosa aparenta m4s impor­tancia. No iecuerdo haber dejado nunca pendiente algo por el hecho de escribir. Asimismo, no concibo que nadie pueda negarse a realizai cual­quier tarea mundana —por mds banal que &ta sea— porque deba re-dactar un texto.

Aparte de la mujer de lot, a quien obviamente alude el titulo de mi prime-ra novela, una de las pruebas mas tangibles de fuerza femenina la encon-a^, precisamente, en la esposa deI personaje de unas largas que habitaba aquella aldea remota. A esa mujer la descubri cuando leia un reportaje que hicieron sobre ese sujeto, que habia obtenido el extrano logro de ha-cer crecer sus unas hasta cerca de cincuenta centimetros de largo. En una de las imigenes se veia al hombre, sentado en una tarima envuelta en si-banas. Mostraba las manos extendidas, poniendo en evidencia ante la ca-mara el producto de su empeno. En el articulo se afirmaba que aquel hombre hacia tres anos que no hacia absolutamente nada. Quien se en-cargaba de su supervivencia era su mujer, quien parece que trabajaba de sol a sol para que su esposo alcanzara una suerte de r^cord mundial. En una de las fotos aparecia ella tambi^n. No de frente, sino mostrando una espalda desnuda y plagada de aranones. Supuse que el calamitoso estado de esa piel podia tener relaci6n con los acercamientos propios del amor. Era evidente que acciones tales como un inocente abrazo o una delicada caricia, eran capaces de ocasionar dafios sumamente graves. No quise imaginar mds.

Siempre me ha deleitado el sonido que surge de las teclas. El olor de la tinta sobre el papel, asi como la lucha que, de cuando en cuando, debia

Page 473: Bellatin, Mario. Obra Reunida

504

establecer contra la enredada cinta bicolor de la miquina, underwood portatil: modelo 1915, con la que esciibi mis piimeros textos. En ciertas ocasiones, me descubrf utilizindola para copiai piginas enteias del direc-torio telef6nico o fragmentos de los libros de mis escritores preferidos. Aquel ejercicio, de transcripci6n de textos de otros autores, reaparecerfa tiempo despu&, en cuba, donde por razones de escasez mi miquina cum-plia con una especie de servicio publico. Era la unica disponible a varias cuadras a la redonda. Esto hacfa imposible negarse al pedido de quien necesitaba redactar alguna petici6n al comiti central, los cuentos que de-bian ser enviados con urgencia a un concurso, o la solicitud del permiso necesario para abandonar el pafs. Fue entonces cuando se me ocurri6 cierto sistema para, de alguna manera, exorcizar mi underwood de la can-tidad de energias que le pasaban por encima. Igual que durante los pri-meros tiempos de escritura, empece a copiar fragmentos completosde alguno de mis autores preferidos, hasta que consideraba que las teclas re-cobraban la neutralidad necesaria para seguir escribiendo.

Desde cuando logre" librarme por fin de mi familia, siempre he tenido un perro a mi lado. El que mis tiempo estuvo conmigo fue pongo, un ejemplar deperroperuano sinpelo, que me acompafi6 en la mas perfecta armonfa durante cerca de veinte anos. Se llamaba pongo, porque lo con­sideraba de una raza de rafces andinas y uno de los cuentos que mas me interesan del escritor jose" maria arguedas se llama el meno delpongo. El pongo, en el mundo quechua, se trata de una suerte de esclavo. De al-guien que ha nacido para ofrendar su vida a un amo o patr6n. Precisa-mente lo que suefia el pongo del cuento arguedas, es que el mundo se pone de cabeza y el es quien puede humillar a su dueno. Antes de que el perro pongo muriera, vivi6 casi veinte afios, yo habfa escuchado de la existencia de los penospastor belga malinois. Me habfan hablado de ellos algunos especialistas caninos, sorprendidos cuando apreciaron las habi-lidades de pongo, s6lo comparables, segun ellos, con las de un malinois. Me repitieron, mas de una vez, que el unico animal capaz de reempla-zar a pongo despu& de su muerte era un pastor belga malinois. Debo aclarar sin embargo que no fue como consecuencia de la convivencia con pongo que decidr' colocar a un perro en un altar. Todos esos afios a mi lado hicieron que pongo dejara de ser, para mi al menos, cada vez mas un perro.

Esa especie de odio a la escritura hace que no le tenga la menor confian-za a quienes declaran tener como meta ser escritores. A quienes se pre-paran, muchas veces durante d^cadas, para escribir de una determinada

Page 474: Bellatin, Mario. Obra Reunida

505

manera y, ademds, dicen tener claros los objetivos que pretenden aIcan-zar. Me parece un oficio tan vano y sacrificado> que no puedo entender el sentido de esforzarse tanto paia obtener tan poco. Estoy convencido, ademds, de que el uso de la voluntad como impulso inicial hace que cual-quier proyecto nazca muerto. No puedo imaginarme a mi mismo urdien-do tramas, esbozando finales o constiuyendo perfiles de personajes. Hay un pudor natural que me impide hacei libros como si estuviese conscien-te de que los estoy haciendo, o pensar que lo que se narra puede ser im-poitante para alguien.

En un libro anterior, efecto invernadero, habia trabajado, basindome en la vida y la muerte de un poeta, c&ar moro, las relaciones que pueden establecerse entre belleza y muerte. En menos de ochenta piginas se de-bi'a asistir al retiato de un artista cuya vida tianscurre bajo el sino de la tiranfa de una madre que, en apariencia, muestra ante los demds una bondad absoIuta. Eso, aunado a la oscura situaci6n en medio de la cual habi'a sido engendrado, debian ser capaces de creai una especie de atm6s-fera apropiada paia que el piotagonista, de nombre Antonio como uno de los personajes del poeta cdsar moro, trataia de establecer en su vida una estetica y una moral propias, en que se demostrara que la belleza y la muerte debian ser las gufas para todo ser humano superior. Leer esto, de cierta forma, me hace recordar ciertas noches desespeiadas de mi ju-ventud, con el demian colocado en la mesa de noche. Noches, por su-puesto, que ahora me causan absoluto rubor.

La obsesi6n por llevar adelante mi escritura ha hecho posible que nunca haya dejado de ejercitarIa. Pero el sentimiento de culpa hace tambien, y aquf quiza" se encuentre el motivo piincipal de mi actual verguenza, que constate que de cieito modo, lo que escribo no escapa a un imaginaiio propio de los diez anos de edad. Parece que el espacio conceptual en el que parece sosteneise esta obsesi6n, qued6 congelado en ese instante, cuando fue rechazado de manera bastante grotesca por mi familia mi pri-mer libro.

La pregunta que me hicieron sobre el titulo del libro, mujeres de sal, me ha llevado, mas de una vez, a pensar en el tema de la valentia.

Cuando aparecieron las primeras obras publicadas, cuando las letias em-pezaron a presentarse impresas, me dio la impresi6n de que se fue desva-neciendo, lentamente, la compulsi6n poi la presencia ffsica de la palabra. En ese momento naci6, en cambio, un inter& cada vez mayor por la for-

Page 475: Bellatin, Mario. Obra Reunida

506

ma estructural de los textos. Ya no importaban las palabras en sf, ni tam-poco, como no valieron la pena nunca, el contenido de las historias que se fueran componiendo. Apareci6 lo que despu&, cieo, seria un elemen-to fundamental en buena parte de mis libros: la de hacer consciente Ia manera de aimarlos. Quise ver aparecer una serie de objetos y situacio-nes que fueran encontrando, durante el proceso de creaci6n, sus propias reglas de juego.

Cierta vez lei' en el diario de las oportunidades —de donde saco buena parte de mis historias— que anunciaban la venta de cachorros^zrt0r bel-ga malinois. Llame' de inmediato. Desde la muerte de pongo, me habfa puesto a investigar sobre esa raza. Me habfa enterado, por ejemplo, de que la destreza de esos perros se debfa a que el hombre casi no habia in-tervenido en su evoluci6n. A diferencia de otras variedades, en las que el ser humano ha propiciado una serie de cruces peiniciosos, el malinois mantiene intactas muchas de las caracterfsticas del lobo. Por esa raz6n, las pruebas acrobdticas y de trabajo que logtan realizar es imposible que sean hechas por perros de otras razas.

Los muchos anos dedicados a la escritura, teni^ndola como eje de la exis­tencia, y haber, ademds, tomado las decisiones de vida mas radicales en virtud de la necesidad de escribir, p0dr1a sonar como algo contradicto-rio con iespecto a mi idea de lo absurdo que me parece que alguien pue-da siquiera llegar a pensar en practicar este ejercicio. Sin embaigo, creo que tanto escribir como negarlo fbrman parte de lo mismo.

El peisonaje deI libro efecto invernadero llev6 toda su vida una existencia de artista errante. Pas6 mds de cincuenta anos buscando en el arte una iespuesta. Viaj6 a diferentes lugares, conoci6 a un sinnumero de perso-najes. Finalmente volvi6, enfermo y cansado, a su lugar de nacimiento, donde se instal6 en una pequena casa de madera construida al borde de un acantilado frente a un mar furibundo. Reconoci6, entonces, que una muerte en medio de tal belleza p0d1a ser la clave que tanto busc6.

En cierta ocasi6n c0nsegu1 sei aceptado en una residencia para escrito-res. Era la oportunidad tanto tiempo esperada para poner en orden una serie de archivos que andaban sueltos en mi computadora. Decidi, por eso, utilizar el tiempo no en crear nada nuevo, sino en darle forma a al-gunos intentos de escritura que habfa ensayado durante un periodo mas o menos extenso. Al leerlos, constate" que los diferentes textos estaban ubicados como c1rcul0s aliededor de determinados puntos. La enferme-

Page 476: Bellatin, Mario. Obra Reunida

507

dad, la deformaci6n de los cuerpos, el horror y la angustia asf como el estigma de la muerte eran, de alguna manera, los temas principales. Me asust^. Nunca los habfaleido juntos, rii habia tenido jamas la intenci6n de ensamblarlos. Sin embargo, fue mayor mi entusiasmo al advertir que una suerte de homogeneidad hacfa posible que esa escritura, aparente-mente dispersa, foimara parte de un todo.

A la mayoria de los esciitores se les suelen presentar dos situaciones funes-tas, de las que casi nunca pueden librarse. Experimentar la sensaci6n de haber agotado las capacidades de escritura, y ser invitados a un congreso.

Hace algdn tiempo, y con motivo de la aparici6n del libro poeta ciego, un amigo me coment6 aceica de mi ret6iica peisonal. Habl6 de las ver-dades que, supuestamente, poseo con el fin de sostener lo escrito. Segun el amigo mi lenguaje extra-libros, es decir, el que sirve para comunicarse con la prensa o el que se usa en las conferencias a las que suelo ser invi-tado, es absolutamente hueco y no comprobable. Parecia querer decirme que me habia creado un contexto propio, aparte del espacio de escritu­ra, donde ubicaba los libros publicados sin importarme, en lo mas mf-nimo, su adecuaci6n con la realidad.

Contest6 mi llamada al aviso del peri6dico de las oportunidades una voz neutral, que no supo responder, debidamente, a las pieguntas que le co-menc^ a formulai. Yo pensaba que alguien que criaba peiios, apaientemente tan especiales como los pastor belga malinoii, no podfa sei igual que otro ciiadoi. Peio la peisona que me atendfa no daba muestras de seguir mi rit-mo de cuestionamientos. Cuando quise saber, por ejemplo, por las carac-teiisticas que un malinois comparu'a con el lobo, me pregunt6, a su vez, si disponfa de tiempo para aguaidar una respuesta adecuada. Me dijo que mis dudas las resolven'a cierta persona que iba a demorar un momento, algo largo, en poder contestaime. Yo no podia saber que en ese momento se me pedia el tiempo necesario para instalaile en los ofdos el teleTono al hom-bre paralitico —que despu& se convertiria en piotagonista del libro^mw hiroes—, quien era el verdadero duefio de los animales. No podfa saber, tampoco, que quien hablaba entonces conmigo era su enfermero. Diez minutos mis tarde escuche' al personaje. Me hablaba el hombre inm6vil arrastrando, una a una, las letras. Lo primero que me trat6 de explicar fiie que una cosa era ser un paralftico y otra un retardado mental.

Saber que llevo encima una carga de escritura, por llamarlo de algun mo-do, lo pude comprender muy temprano. Frente a esa evidencia, lo uni-

Page 477: Bellatin, Mario. Obra Reunida

508

co que pude hacer fue dedicarme a tratar de darle forma a una serie de palabias que iba pioduciendo mi maquina de escribir. Comprendi que podfa aprovechar la intranquilidad que me causa —situaci6n que suele evidenciarse en mal caracter, depresi6n, ataques de nervios, tiempo in-calcuIable frente a los programas mas banales de televisi6n— pasar sdgu-nos dias sin que pueda sentarme a escribir en paz.

En eI caso del libro satin de belkza, sobre todo por la piesencia constante de los acuarios y de los peces de colores, se coiria el peligro de crear un ambiente demasiado poitico como para emprender una busqueda similai a la ensayada en los demas textos. Sentfa la necesidad de crear un mundo mas reai, del que cualquiera de nosotros pudiera sentirse pa1t1cipe.

Creo que todos los libros son lo mismo.. Por eso, y con la intenci6n de apaciguar esa suerte de estandarizaci6n, utilice" el recurso de apelar a una serie de tradiciones, aparentemente ajenas a nuestro contexto, paia dar-les a algunos de ellos un determinado recubrimiento. Aquello ocuiri6, especialmente, con eljardin de la senora murakami; $hiki nagaoka: una narizdeficci6n; U mirada delpdjaro transparente, boLi negra;jacobo elmu-tante; Lt escueht del dolor humano de secbudn, hasta ahora.

De pronto, la paz necesaria para continuar con el trabajo, el emp1ric0 orden que me suelo inventar para escribir sin ser molestado se ve destrui-do por una pequefia notificaci6n donde se me invita a un congreso en el que debo encontrarme con un publico an6nimo y, lo que es peor, con otros escritores. Mis proyectos se ven entonces modificados por comple-to. Las fechas que me habia impuesto para concluir determinado texto o para leer tal o cual libro dejan de tener sentido. La rutina se tiansfoi-ma en una cosa absurda.

Una de las ideas, que suelo repetir muchas veces ademis, es la necesidad de crear mundos propios, universos cerrados que s6lo tengan que dar cuenta a la ficci6n que los sustenta. ^Sera acaso esto posible? Nunca ha-Uare" una respuesta. Tambi^n acostumbro referirme a la necesidad de que el lenguaje se libere de la ret6rica que lo constituye lo que, muchas ve­ces, le impide nombiar las cosas tal como las cosas son.

Cuando fui a ver por primera vez al hombre inm6vil mont6, exdusiva-mente para mi, una suerte de espectaculo en el que desfilaron, por turno, los treinta perros de los que era dueno,. Eian impresionantes, no s6lo las condiciones en las que aquel hombre vivia, sino el orden que habia logra-

Page 478: Bellatin, Mario. Obra Reunida

509

do instaurar para que los treinta animales sobievivieian pese a los iecur-sos tan precarios en los que eran mantenidos. Llamaba mucho la atenci6n, ademas, la conformaci6n familiar en la que el paralitico estaba inserto. Su relaci6n con el enfermero, que se habia hecho al mismo tiempo un experto entrenador de perros Las ideas y obsesiones que este hombre mantenfa con el poder, en fin, una serie de situaciones que, en forma ve-lada, trati de que formaran parte del texto perros h6roes.

Con el tiempo se me ocurri6 inventar un sistema literario propio, bas-tante absurdo por cierto, pero que fuera capaz de explicar las frases, una por una, que iban apareciendo libremente en los textos. Lo importante, como ya dije, no eran los contenidos de las historias ni los personajes. Tampoco los libros que fuetan creindose a partir de esta manera de tra-bajar. Lo unico que podfa tener algun valor, era la coherencia que pudie-ra akanzar el sistema de mi invenci6n. Eso me sirvi6 para escribii por encima de lo que estaba escribiendo, como me gusta de vez en cuando afirmar. Es decir, para no involucrarme realmente con las cosas que se contaban ni con los universos que se iban representando.

Poco a poco, la belleza que buscaba antonio, el personaje de la novela efecto invernadero, debia transformarse en algo tangible. Fue asf como surgi6 la idea de crear un sal6n de belleza ubicado en un barrio margi-nal. Un establecimiento que fuera una suerte de sfmbolo del lado mds pedestre de la belleza y, al mismo tiempo, el lugar senalado para el em-bellecimiento por excelencia. Habfa que evidenciar la belleza manosea-da, vulgarizada, llevada hasta su punto mis elementaL L&tima que ese sal6n no pudo hacerse en ese libro.

No quiero que mi espacio narrativo sea considerado como el universo de los deformados, los enfermos y los desdichados. Me parece, sin embaigo, que solamente se salvan de ese imaginario los libros anteriores a cuando descubri la impronta de los diez anos de edad piesente en casi todas mis ficciones.

Curiosa situaci6n la de los congresos para quienes se dedican a un ejer-cicio, supuestamente, solitarisimo. Para los que recurren a la palabia es-crita porque es la unica forma posible de expresi6n que pueden encontrar. Paia los que, quizd, buscan en la escrituia la cura a sus neurosis. Paia quienes la vida no tiene sentido sino a trav6s de la aparici6n de una serie de letias. Asf rezan las afiimaciones mds banales que circulan por allf.

Page 479: Bellatin, Mario. Obra Reunida

510

Creo oportuno senalar que el libro sattn de beUeza responde a un pro-yecto donde las obras son senciIlamente manifestaciones de un sistema, y los temas tratados sitven s6lo de pretexto para senalar realidades su-puestamente mis importantes que las nombradas.

Mientras tanto yo continue" investigando, por mi cuenta, sobre la verda-deia natuialeza de los pastor belga malinois. Contesti a otro aviso, don­de me encontre' a una familia de evangelistas bastante humilde cuyos miembros hablaban en franc& para comunicarse con los perros. S6lo sa-bi'an las palabias necesarias para que se parasen, se echaran, ladraran y se dispusieran a atacar. Despues de un tiempo visite" a uno de los criadores mas serios de la ciudad, quien me convenci6 para comprar un campe6n retirado del ringfrancis, que es como se conoce a la competencia a la que esros perros son sometidos. De ese modo regrese' a mi casa acompanado de un ejemplar alfa uno, que supuestamente no reconoce mis autoridad que la suya piopia. Con aquel perro convivi cerca de un mes, tiempo su-ficiente paia que apiendiera a abiii la puerta de calle por sus propios me-dios. Decidi devolveilo despues de la quinta llamada que me hicieron, desde lugares situados muchas veces a distancias impiesionantes, peiso-nas que habfan lefdo mi numero de tel6fono en la placa del perro.

Me parece que no hago uso de la escritura como supuestamente debe ejercerse. Tengo la sensaci6n de que todo el tiempo se diluye el aura poe -tica, cr^dula, inocente, que, supuestamente, debe tener la estructura de un libro en proceso de aparici6n. Sospecho, sin embargo, que esa acti-tud, de coIocar barieras a lo subjetivo para buscar la creaci6n de una suerte de mdtodo aut6nomo puede resultar la postura vais romintica de todas.

La belleza logr6 entonces ser representada. Se materializ6 en un sal6n de estetica situado en un bariio marginal, como eI que aparece en los alre-dedores de cualquier ciudad superpoblada. El negocio constaba del sa-l6n de belleza propiamente dicho, y de un galp6n posterior donde dormian los estilistas. Habia sido construido por etapas, a medida que iba produ-ciendo dinero. EI lector se entera de que se encuentra alejado de los ser-vicios de transporte publico, que para llegar hay que efectuar largas y peligrosas caminatas. Infiere, tambi^n, que los clientes, en este caso las clientas pues en el libro se lee que el publico masculino no acostumbra utilizar sus servicios, son pobladoras de las cercanfas. Mujeres pobres, que pese a su condici6n se permiten un tiempo, ahorrando el dinero ne-cesario, para recibir sesiones de belleza. El texto las senala como mujeres

Page 480: Bellatin, Mario. Obra Reunida

511

ajadas que, sin embargo, abrigan una extrana esperanza al ser uatadas en el sal6n. En fin, gente mas cercana a la muerte que a la vida.

Lo peor de todo es que se encuentran en proceso de redacci6n dos libros nuevos: kccionespara una liebre muerta, y mipiel luminosa. Creo que am-bos estan totalmente sumergidos en tematicas de dolor y deformidad. Me temo que tambi^n se encuentra presente la incapacidad de ver el mundo de una manera ajena al imaginario de una mente de diez anos de edad. Claro que trato, y estoy seguro de que seguire" intentandolo, de hacerlos aparecer como producto de un concienzudo trabajo intelectual. Sin em­bargo, s6 que en sus paginas se hara evidente todo el horror, ese y no otro, del nifio que al presentar su piimer libro recibi6 s6lo una serie de builas.

Si alguien tuvo la valentia, la constancia o la estupidez de programar su vida a partir de la escritura, alli esta la invitaci6n a un congreso para po-ner a prueba su prop6sito. Son relativamente pocos los que rechazan una convocatoria interesante. Para algunos, es la mejoi manera de conocer el mundo. Tuiismo de esciitor, suelen nombiarlo. Lo malo es que se trata de una forma de viajai donde no puede elegirse el destino deseado. Lle-gare" a donde me lleven mis libros, puede ser la premisa.

Me paiece importante constatai que en muchos de mis libros el nivel poitico ha quedado, hasta cierto punto, de lado. Quise producir, en for­ma adiede, textos que fueran en mas de una direcci6n de lectura aunque no se" por que pienso que lo po^tico tiene un caracter unidireccional. Es mis, la mayoria cree exactamente lo contrario. Yo tambi^n.

Un mes despu& devolvi al perro al criadero de donde provenia. Sin em­bargo, a pesar de que no contaba con animal alguno, seguia constante mi idea de comprobar lo que sucederia si colocaba un perro sobre un altar. Para hacer esta idea realidad, una vez que el libro^mw hiroes—donde de alguna manera esta consignado mi encuentro con el paralftico entrena-dor— estuvo a punto de entrar en prensa, me puse de acuerdo con un director de teatro, que actualmente esta al frente de un centro de artes esc^nicas, para que anunciara la versi6n teatral del texto que yo dirigiria. Se colocaron entonces avisos en los peri6dicos, y apareci6, en la marque-sina del teatio, el anuncio de la pr6xima puesta en escena. La unica in-formaci6n que se omiti6 fue, por supuesto, la fecha del estieno.

Quiza todas mis dudas acerca de muchas cosas, no sean sino la estrata-gema necesaria para evitar soportar la existencia de mis libros antes de

Page 481: Bellatin, Mario. Obra Reunida

512

que se publiquen. Por ejemplo, aI afirmar que la raz6n de ser de estos textos se encuentra en su adecuaci6n a una suerte de sistema estoy, qui-za, eludiendo toda responsabilidad.

En la primera parte de la escrituia del libro sal6n de belkza, ya estaba planteada la belleza tangible y el entorno social, faltaba s6lo la presencia de la muerte como una suerte de contraposici6n.

En un inicio la idea central era crear un texto donde solamente fueran mencionados un grupo de peces ausentes, que hasta muy poco tiempo atras daban iealce al sai6n de belleza, de cuya falta se queja el persona-je principal al comenzat el relato.. Esa voz haiia recaer el drama en el anorado esplendor de las peceras, sfmbolo de los tiempos de prosperi-dad. El asunto del moridero y sus victimas, tema que despu6s se erigi6 como en el principal, sen'a sosIayado lo mas que se pudiera. El lector sospechaiia que una verdad terrible se encontraba detrls de las palabras que iba leyendo. Sin embargo, todo estarfa dispuesto para que nunca se llegase a tener una certeza plena de que era lo que realmente estaba es-condido.

El desajuste emocional que trae consigo la invitaci6n a un congreso se ve siempre acrecentado por la idea de la futura convivencia que se tendia con otros esciitores quienes seiln, qui^ranlo o no, nuestros censores per-manentes.

Es por eso, por la falta de una perra que la o b i a ^ m w hiroei nunca se es-tien6 de la maneia tradicional. Se peidi6, por deciilo de cierto modo, en un pliegue del tiempo. Al publico que no asisti6 a la supuesta funci6n, se le prometi6 una reconstrucci6n teatral durante la piesentaci6n del li­bro que apareci6 meses despu^s.

En <,al6n de belUza trate' de ensayar un tipo de escritura que podria lla-mar oblicua. Los resultados, por eso, fueron distintos que en mis libros anteriores. Se convirti6 en un relato ceriado en si mismo. La descripci6n de los hechos no escapa a las cuatro patedes representadas. Se circunscri-ben a un vetusto sal6n de belleza, decorado con dudoso gusto. En la es­critura fueron apareciendo, por si mismos, los acuarios y las ventanas sin abrir.. El ambiente se recarg6 con miasmas y atm6sfeias densas, acercdn-dose mis al de los hospitales y las morgues que a la idea que se suele te­ner de un sal6n de esta naturaleza.

Page 482: Bellatin, Mario. Obra Reunida

513

Estoy seguro de la idea, no tan banal, de que el verdadero privilegio del que gozan algunos escritores es la existencia de un grupo de lectores.

El hecho de que haya muchas formas paia lograr seguir escribiendo y que exista, ademas, el recuiso de inventar trucos y artimanas que permiten que la esciitura genere nueva esciitura, logra que, de alguna manera, se atenue la angustia que pioduce la idea de que llegara un momento en el cual no se podia esciibii mas. '

Ocurii6, entonces, algo que cambi6 por completo la perspectiva que te-ni'a de la forma de creaci6n. Fue cuando estaba en pleno proceso de es-critura de scd6n de beUeza. En ese tiempo vivia con alguien dueno de unos celos extranos, pues paiecian abarcai todo lo que se moviera a mi alre-dedoi. Llegue" a la conclusi6n de que se trataba de un asunto num^rico. Cualquiei elemento que iemitiera a un teicero, eia motivo de conflictos mayusculos. En esa ocasi6n, el origen de la disputa fue el regreso al pafs de un grupo de amigos que habia emigrado anos atras. Fue una piueba demasiado fueite paia el ostracismo en que esa peisona intentaba que nos mantuvi^ramos. Comenzaion entonces una seiie de situaciones vio-lentas, que s6lo tuvieron fin cuando despu& de una pelea atroz ingeii, casi sin darme cuenta^ un frasco enteio de somniferos.

En cualquiei congieso sei4 inevitable que se busque sabei qui^n es qui^n. Se tendra el dudoso gusto de conocei pioyectos, textos in^ditos.. De es-cuchar aites po^ticas, biogiafias, an^cdotas y de sei participes, cuando no actores, de uno que otio incidente. Se sei4 testigo de algunas sutile-zas capaces de demostrar la rapidez asombrosa con la que se creai4 una bastante desagradable suerte de jeiarquia escrituraL

El dia de la presentaci6n del libio perros hiroes convoque, apaite de los invitados, a las personas que, en apariencia, habi'an hecho posible la pues-ta en escena del texto. Debian contarle al publico, de viva voz, cual ha­bia sido su tiabajo. Escogi' como lugai de encuentro el templo de san Jer6nimo en ciudad de mexico, construcci6n del siglo XVI ubicado den-tro del convento donde sor juana in^s de la cruz pas6 casi toda su clau-suia. Al mismo tiempo contrate" al grupo de rock oscuro, santa sabina, para que hicieia una suerte de paititura con el contenido del libio que se presentaba. Todo sali6 a la peifecci6n. El templo se llen6 de personas. La mesa de presentaci6n fue armada en el mismo altar. Cada uno habl6 de detalles y supuestos problemas surgidos duiante el montaje. Habl6, tambien, un reconocido critico teatial, quien incluso public6 su texto en

Page 483: Bellatin, Mario. Obra Reunida

514

una revista de gran ciiculaci6n. Finalmente, los presentadoies se retira-ron. El altai qued6 solitario. En ese momento apareci6 de debajo de la mesa un perro entrenado, se trataba de una hembmpastor belga malinois, que salt6 y qued6 inm6vil,por espacio de media hora, en medio del al­tai. Apenas el perro se acomod6 en su inmovilidad, la nave cential se os-cureci6. S6lo qued6 iluminado el lomo y la cabeza del animal, asi como el retabIo principal de la iglesia. En ese momento surgi6, ofda en off, la voz de la cantante de santa sabina. En mitad de la acci6n, que se iba de-sarrollando en medio de una expectaci6n pasmosa, me dieron unas ga-nas profundas de voltear hacia el publico -—me encontraba sentado en la primera fila—, y preguntar, en voz alta, que" era lo que en iealidad es-taban haciendo sentados alli.

Por supuesto que me interesa la posibilidad de alguna adaptaci6n cine-matografica de mis noveIas. Principalmente, porque le dan'a mayores al-cances narrativos a un texto apaientemente agotado, mas bien sepultado, bajo el formato de libro. Hasta ahora s6lo se han hecho algunas adapta-ciones teatiales, con may01 o menor 6rito. Actualmente, se pietende tra-bajar en el teatio con una de mis ultimas novelas, damas chinas, sin hacer ninguna adaptaci6n al texto original. No seria selectivo al momento de escogei a determinado diiectoi. Lo que me interesa no es tanto el pro-ducto acabado, que por lo demas no seria m10, sino las distintas posibi-lidades que los textos pueden sei capaces de geneiai.

Me encuentro leyendo ahora a autores que, de alguna manera, tienen que vei con los libros que tengo sin terminar. Aparte de los proyectos mencionados —leccionespara una liebre muerta y mipiel, luminosa—, hago un libro que transcunira en una ciudad que no es en verdad nin­guna pero que, sin embargo, es muy parecida a manhattan. Se tratara de la historia de un joven escritor —a quien le falta una pierna como con-secuencia de un medicamento consumido por su madre durante el em-barazo— sumergido en una busqueda, algo exaltada, por desentrafiar nuevas formas sexuales y religiosas que intuye estan presentes en la so-ciedad donde vive. Tengo pensado, tambi6n, un libro de relatos donde cada uno de los textos obedecera a una paiticular tradici6n narrativa. El primero, un texto musulman, fue publicado en una antologia sobre es-critores mexicanos. Vendra luego una narraci6n a la manera japonesa, otro en la tradici6n norteamericana y asr, hasta abarcar la mayor canti-dad posible de lineas de escritura.

Page 484: Bellatin, Mario. Obra Reunida

515

A partir de aquella toma de somni'feros, ocasionada por la terrible pelea que protagonic4 entre' en un estado distinto de la reaUdad que dur6 aproxi-madamente seis meses. Hubo una lenta recuperaci6n, durante la cual ex-perimente' una serie de sensaciones que fueron fundamentales para la novela sakln de belkza que estaba esciibiendo antes del altercado que me llev6 a consumir la sobredosis. Creo que hasta ese momento solamente tenia algunos apuntes del texto, que se ieferian piincipalmente a un es-tilista que recogia enfermos y que mostraba una muy piofunda afici6n por los peces de colores.

Mientras en .taUn de belkza iba surgiendo la presencia de un mundo has­ta cierto punto abyecto, se me ocurri6 tiansfoimar el relato en un texto que, de cierto modo, hiciera referencia a los sentidos biblicos presentes en algunos de mis otros libros.

Recuerdo la primera vez que vi la ilustraci6n de una danza sufi. Se trata-ba de la fotografia de un derviche girador en pleno proceso de oraci6n. Era impresionante obseivar el mil&imo de segundo en el que la imagen habia sido captada. En Ia reptesentaci6n la silueta del derviche> a pesar de encontrarse presente, habia casi desapaiecido. Lo unico que se podia apieciai era la estela fugaz de un movimiento sin fin. En ese momento presentf algo tan obvio como que el giiador buscaba situarse mis alld del tiempo y del espacio.

Creo que la obra de teatro perros he"roes, que nunca existi6, tenia como una de sus finalidades preguntaise sobre el papel del cieador frente al ob-jeto creado. Esa idea creo que se encadena con una pieocupaci6n que desde hace mucho me acompana, sobre el posible lugar donde debe en­contrarse el escritor con respecto a sus textos. Cuando comence' a escri-bir estaba convencido de que un creador debia construirse ese lugar, el de su propia voz. Rapidamente constate que aquello eia casi imposibIe, al menos para alguien que ieci^n comenzaba a querer componer textos. Me di cuenta, en ese instante, de que estaba atrapado en una ret6rica o, rsxis bien, en una serie de ret6ricas avaladas por la tradici6n, por un su-puesto deber ser narrativo pero, principalmente, por la cantidad de ideas estupidas que suelen acompanar el hecho literario.

Mis que la presencia de personajes determinados, lo que llama mi aten-ci6n a| momento de estar frente a la aparici6n de un texto es la atm6sfe-ra en que se desarrolla determinada situaci6n. La presencia de personajes delineados a partir de ciertas caracteristicas, presentes principalmente en

Page 485: Bellatin, Mario. Obra Reunida

516

el primer y segundo tramo de mi obra, son mera casualidad. Lo que real-mente siempre me ha interesado es constatar que a partir de determina-dos elementos, mfnimos por lo general, se puede crear una circunstancia verosimil en un ambiente donde todo se encuentra disefiado para sucon-trario. De ese modo tengo la sensaci6n de lograr, de una vez por todas, que nadie crea un ipice de lo que esta esciito.

Tal vez el fin que busco es demostrarme que, en piimer lugar, lo que se di-ce literario no es sino el impulso que hace posible la existencia de tantas obras que, por mis que sean analizadas, hacen imposible el desentrana-miento del soplo de genialidad que las sustenta. Quiz4 ese punto de vista pueda tomarse como cierta alusi6n a una experiencia de orden mfstico.

La idea original del libro saUn de belkza teni'a que ver con un texto donde al estilista que lo protagoniza s6lo le interesan sus peces y, por medio de olvidos o equivocaciones, hace que eI Iector vaya intuyendo la realidad que est4 detr4s de lo narrado. Sin embargo al momento de retomar la idea, convaleciente despu& de la experiencia con los somnfferos, senti que la propuesta era demasiado abstracta. Llamada mas a formar parte de una piopuesta de lo que conozco como po^tico que a convertirse en una novela que pudieia insertarse en el sistema literario en que pienso se ubican mis libios anterioies.

Algunos lectores han crefdo descubrir una enfermedad en particular mien-tras leian sal6n de beLleza. El sida. Pero de este sindrome tendi^ que es-cribir en libros posterioies. Quiz4 cuando haya una vacuna que pueda eriadicarlo. Mientras tanto debo permanecer en este espacio, de muerte y vida entremezclados, en que nos colocan los ultimos avances m^dicos experimentados en ese campo. Uno de los medicamentos usados, para hacer mas e.icaces los tratamientos es la talidomida. Utilizarlo seria una suerte de cierie del cfrculo en el que se halla inscrita mi existencia. Otros lectores han encontrado en el libro simiIitudes con los morideros que en la edad media servfan como ultimo refugio para los apestados. Algunos mds han hallado una serie de metdforas o puentes entre los peces y los personajes que prefiero no tomar en cuenta.

Anos despu&, cuando ya tenia casi olvidada la imagen del derviche gira-dor, entre" en contacto con una comunidad sufif, que en un principio me sirvi6 de guia, sobre todo, con iespecto a mi trabajo de escritura. En efec-to, el hecho de establecei una relaci6n con un cuerpo mfstico cuyo obje-tivo final es encontrar la trascendencia dentro de lo inmanente, me llev6

Page 486: Bellatin, Mario. Obra Reunida

517

a renovar, con una fuerza inusitada ademas, una busqueda en apariencia absurda: la toma de conciencia del acto de esciibir. Curiosamente, esa fuerza me la otorg6 ingresar a un espacio donde me sentia absolutamen-te petdido. No tenia la mi'nima idea de los ritos, del idioma que se utiliza para llevar a cabo las ceremonias, ni del sentido final de las oraciones.

En mas de una oportunidad constat^, estupefacto, que lo que estaba es-crito en mis libros reflejaba lo que detestaba estuviera escrito. E1 espacio artfstico al que cref enfientaime se trataba, en realidad, de un lugai con-gelado por una serie de convenciones y de ideas que, en ese momento, no sabi'a de d6nde surgian.

Es notable c6mo eI movimiento liteiario noveau roman, a pesar de tratar-se de un estilo hasta cierto punto estigmatizado, esta implacablemente presente en una buena cantidad de lectores latinoamericanos, especial-mente en aqueIlos que pretenden opinar de los libros. Creo que este con-cepto se erige mis como una idea general que como un conocimiento ieal de sus postulados. Quiza sea por eso que cuando alguien se encuentra con una escritura que le parece un tanto extiafia, de inmediato aparece la de-finici6n noveau roman para clasificarla. Lo mismo sucede con los tiimi-nos kafkiano o experimental. No creo que mi escritura tenga nada que ver con esas denominaciones. Pero si alguien, realmente y con conocimiento de causa, le encontraia alguna relaci6n, no solamente la aceptaiia con gus-to sino que estarfa realmente encantado con la comparaci6n.

Un texto debe estar fuera de cualquiei categorizaci6n. Allf es precisamen-te donde reside su gracia.

Alguna vez alguien me piegunt6 sobre la importancia que habia tenido la literatura japonesa en mi obra. Sin inmutaime conteste" que ninguna.

Una vez supeiadas las dudas sobre Xopoetico que podn'a ser el texto sal6n de belleza, la escritura discurri6 en la mas absoluta inconsciencia. Por el trance con los somnfferos tenia radicalmente alterados los horarios del sueflo y de la vigilia. Emprendfa largas jornadas de trabajo, que segun yo, no tenfan ninguna l6gica ni raz6n de ser. Ahora s^ que esas sesiones fueron una manera de volver al mundo, trastocado de improviso y de una forma radical.

Cuando alguien halla en mis textos un tiempo y un lugar definidos —a pesar de que no suelen estar especificados—, siento que funciona la pro-

Page 487: Bellatin, Mario. Obra Reunida

518

puesta pIanteada de hacer que cada lector reconstruya un universo pro-pio a partir de su experiencia.

En el primer tiempo, los suras del coran no eran mas que palabras huecas sin sentido. Los relatos suffes, de rumi' especialmente, no tenfan ninguna l6gica ni cumplian con el mfnimo iequisito que considero necesario para que un texto tenga la categoria de relato.

Como he sefialado, siempre se encuentra presente en mis libros Ia pre-gunta sobre el rol que debe jugar un escritor frente a lo escrito. Pienso que, por eso, al momento de disenar eljardln de Lt senora murakami, por ejemplo, mi inter& principal estuvo puesto en que el texto no aparecie-ra como producto de un autor, sino que fuera visto como la traducci6n de un libro inexistente. Es la raz6n por la que el libro esta plagado de no-tas al pie de pagina, de elucubraciones que se hace el traductor al enfren-tarse a un relato que, de antemano, esta seguro no podra traducir en su verdadero sentido. En un libro posterior, shiki nagaoka: una nariz defic-ci6n quise trasladar el rol del esciitor al de un bi6grafo, que en virtud de la vida que necesita reproducir obvia una serie de elementos necesarios para establecer la verosimilitud requerida. En jacobo el mutante, el narra-dor asume el rol de un investigador literario, que cree rigurosamente en la existencia, en las ruinas de las bodegas de una editorial olvidada, de unos papeles absurdos atribuidos al escritor joseph roth.

Nunca me he sentido ni ajeno ni parte de lo escrito. Pienso que mi tarea se trata solamente de un ejercicio de creaci6n de espacios, que generahnen-te no tienen nada que ver conmigo. Desde el principio trato de mantener distancias muy grandes con respecto a los textos que este" desarrollando. Precisamente para hacerlo evidente, para que no quepa la menor duda de mi no intromisi6n, construyo muchas veces elementos falsamente au-tobiograficos. De ese modo tengo la sensaci6n de que el lector nunca sa-be que* esta leyendo exactamente.

Hay universos paralelos que hacen que se este" en varios lugares al mismo tiempo. La escritura muchas veces es capaz de develarlos.

Es curioso c6mo el juego de inventar realidades, de recrear mundos ima-ginados, haya sido precisamente un m^todo para reconocer y formar par­te del universo de lo concreto. La redacci6n de la novela sal6n de belleza concluy6 cuando decidi enfrentar mis circunstancias.

Page 488: Bellatin, Mario. Obra Reunida

519

Tras los e"xitos de sus anteriores noveLis efecto invernadero y canon perpe-tuo, mario belUtin retoma uno de los universos mdspersonaks e inimitabks de nuestra narrativa, dice en la contratapa de uno de los libros.

Desde hace algun tiempo, las peri6dicas reuniones que se llevan a cabo en la mezquita de mi barrio versan sobre lo que podria llamarse la paz o la calma. Parece iealmente incieible, y muchas veces hasta fuera de lugar, que un grupo de ciudadanos, en apariencia normal, se vista con tunicas e incluso se bautice bajo el iito musulm4n, para que en sus vidas se pre-sente el sosiego necesario para seguir existiendo.

El inter& por saber hasta que" punto los textos pueden existir sin la pre-sencia del autor, fue definitivamente el origen del congreso de dobks de escritores que organice' hace un tiempo en paris.

Lei libros de filosoffa aiabe, trate' de encontrarle sentido al pensamiento de averroes y de ibn al-arabi. Pero ni siquiera misticos mas ceicanos, co-mo los cristianos santa teresa o san juan de la cruz eran capaces de dar-me una respuesta. Sin embaigo mi presencia en la comunidad sufl se fue haciendo cada vez m&s intensa. Mientias mayor era mi desconcieito, ha-llaba revelaciones ma^ valiosas. Sin que encontrara una relaci6n directa entre mi asistencia a la mezquita y lo que iba ocurriendo en mi escritu-ra, veia c6mo una serie de ielatos, que nunca hubieia imaginado crear, cobiaban foima de una manera no un tanto sino bastante misteriosa.

Encasillai a alguien no hari sino asfixiai sus posibilidades, decia extrafia-mente un sacerdote de la escuela a la que asisti en mi infancia, quien ha-bia aprendido a causar el mayor dolor fisico posible con la menor cantidad de recursos. Le bastaba tocar, en foima mfnima, no se" que" caitilagos pa­ra que uno aullara de dolor varios minutos seguidos. Sin embargo, iepe-ti'a siempre, nadie sabe por qu^, la fiase sobre el no encasillamiento.

Entiendo que una prictica de esa natuialeza, buscai una casilla deteimi-nada, suela ejercerse como recuiso para lograr un espacio publico como creador, pero de lo que se trata, creo, es de conseguir que la escritura, tal como se quiera plantear, genere nueva escritura. Para lograrlo cualquier truco puede set vdlido, pues al final quizi prevalezca la verdad de una propuesta.

Para su compUcencia, elkctor de sal6n de belleza experimentard kt sensaci6n deposeer en sus manos unapequena obra maestra, dice otra de las solapas.

Page 489: Bellatin, Mario. Obra Reunida

520

Cuando se me ocurri6 organizar el congreso de escritores, quise trasla-dar s6lo ideas. Para lograrlo, organice" un evento donde no iban a estar' presentes los escritores convocados sino sus dobles, es decir gente comun entrenada por los mismos autores para repetir diez temas in6ditos. Para la experiencia elegi a margo glantz, seigio pitol, salvador elizondo y jose" agustm. En un comienzo pense" tambidn en otros escritores, de diferen-tes generaciones, pero adverti que mientias mas j6venes eran los convo­cados menos entendfan o eran capaces de involucrarse en un proyecto de este tipo.

No s6lo es la fqrma de vestir de los asistentes a la mezquita lo que Uama mi atenci6n, es principalmente la manera en que realizan una serie de ritos. Al principio, aquello puede ser tomado por cualquiera como una impostura, como la paiafernalia necesaria para sentiise poseedores de una verdad a la que los demas no tienen acceso.

Despu& de leer, una y otra vez, ciertos suras del coran, lleg6 una ^poca en que comence a experimentar incluso suenos misticos, muchos de los cua-les se encuentran plasmados en forma disfrazada en varios de los libros que he publicado. Logr^ salir del aturdimiento inicial que me causaba mis visitas a la mezquita, cuando constate' que las acciones, aparente-mente sin sentido que sostienen a esa comunidad, son similares a las des-ordenadas palabras que surgen cuando busco crear textos con una cierta coherencia.

Actualmente, sigo una serie de preceptos musulmanes y, aunque la rea-lidad me diga lo contrario, aparecen textos misteriosos en mi escritura. Pese a todo, no soy capaz de encontrar todavia una relaci6n directa en-tre la practica corinica y los libros que voy publicando.

Siempre trataran de clasificarte en nuevos 6rdenes. Lo importante seri escupir sobre ellos a tiempo. Ahora, por ejemplo, cuando estd a punto de aparecer la tercera edici6n del libro poeta ciego, cambiaran los textos de la solapa y la contiacarituIa, pues me parece que, de alguna manera, me encuadraban en cierta idea de la novela que al final result6 peligrosa y hasta contraproducente.

Los que conocen lo que ocurte en la mezquita de mi barrio saben que deben ingiesar a ese espacio de puntillas. Intuyen que lo que alli' se forja es tan delicado que cualquier intruso es capaz de quebrar en un segundo

Page 490: Bellatin, Mario. Obra Reunida

521

el equilibrio obtenido despu& de tantos siglos de rezos, meditaci6n y en-trega mfstica.

En patis se dispuso de una sala de arte, de cuatro pequenas mesas y de una serie de grandes caiteles donde se graficaban las cientos de fotogra-ffas tomadas durante el proceso de clonaci6n de los escritores. El publico contaba con un menu compuesto por los diez temas elegidos, y la unica forma de escucharIos era preguntandoselos a los dobles de manera perso-nal. De la experiencia queda un libro que muestra integro el proceso de entrenamiento. Tambi^n un video que ilustra la experiencia llevada a ca-bo en la misma saIa. Aun ahora, cuando miro el video de vez en cuando, me pregunto c6mo es posible que se haya realizado un proyecto de este orden, que involucr6 a tantas personas bien intencionadas ademas.

No tuve dudas cuando constate" que la intenci6n del derviche de la foto era expresar, con el movimiento sin fin de su cuerpo, la l6gica particular con la que ciertos seres tratan de comunicaise con dios.

Aparte de hacer mis libros dirijo una escuela para escritores. Un lugar donde s6lo existe una prohibici6n, la de escribir. Es decii, los alumnos, tal vez deba decir los discipulos de un numero grande de maestros, no pueden llevar sus propios trabajos de creaci6n. Los alumnos deben, en lugar de cotejar sus textos, tener la mayor cantidad posible de expeiien-cias con creadores en plena producci6n. El maestro propone el tema y la escuela da las reglas de juego. No se puede ensenar a escribir, puede ser la premisa de una escuela semejante y, precisamente por eso, es impres-cindible su fundaci6n y mantenimiento.

S6lo me interesa realmente mi ielaci6n con los textos. Los lectores son una afiadidura. Valiosa y necesaria. Pero la verdadera obsesi6n esta cen-trada en algo que esta mas alla de las instancias por las que suelen pasar los libros en nuestros dias, puede que diga algun imb^cil con fnfulas.

Se trata de una escuela vaci'a en la que no existen programas de estudios. De un lugar donde se examinan asuntos, no unicamente relacionados con la literatura sino, especialmente, con las maneras con las que cuen-tan las demas artes para estructurar narraciones.

Los que saben un poco mas de la historia de los martires del sufismo, tie-nen conocimiento de la cantidad de vidas sacrificadas —de la manera mas cruel la mayoifa de las veces— que tuvieron que darse para hacer

Page 491: Bellatin, Mario. Obra Reunida

522

posible que las formas misticas, que contemplamos actualmente consi-guieran traspasai las baneras del tiempo y asf poder llegar, de la manera mas pura posible, al grupo de ciudadanos que buscan en la mezquita un espacio capaz de otorgarles la calma que les es negada.

Por un lado estan los libros que se encuentran en pleno proceso de cons-trucci6n, peio tengo planeado tambi^n hacer una obra extensa, en la que tendran una presencia especial la cantidad de palabtas que se han escrito sobre mis textos. Pienso rescatar la infinidad de crfticas y resenas, quitar el nombre de los autores, hacer una especie de magma, y fragmentarlas, mutilailas, desechar buena parte de ellas, para crear en el conjunto una suerte de palabra coherente. Por supuesto que cada apaiici6n del nom­bre mario bellatin sei4 reemplazada por la palabra autor. Como contra-punto, despu& de cada fiagmento, vendra un texto de ficci6n que, creo, lo conseguire' ciear alargando hasta el infinito el cuento, que esta siendo publicado por pattes, U enfermedad de Li sheika.

Me acaban de infoimar que para la presentaci6n de Ut escueht del dolor humanodesechudn, en buenos aires, se convocara a quince ciegos,quie-nes sentados frente al publico con sus perros lazarillo diran, en pocas pa-labras, lo que significa el dolor para cada uno de ellos.

Para mf el dolor puede significar, creo, ya no la presencia de la palabra es-crita, que tristemente y de alguna manera, pienso que esta ahora, hasta cierto punto, siendo domesticada. La culpa igualmente la veo diluirse, so­bre todo cuando me encuentro envuelto entre los derviches giradores, que parecen en esos momentos perder todo sentido de la medida. Quiza ahora el dolor mas grande este en los efectos secundarios de la gran can­tidad de medicinas que habitualmente debo comenzar a consumii. Me-nos mal que no se trata de un dolor triste.

Page 492: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Obra reunida se termin6 de imprimii en noviembre de 2005, en Lirogrdfica Ingramex, S.A. de C.V Centeno 162, Col. GranjasEsmeraIda,C.P.09810,M6cico,DE Com-posici6n tipogiifica: Femando Ruiz. Cuidado de Ia edi-ci6n: Ram6n C6rdoba Coirecci6n: Lilia Gianados

Page 493: Bellatin, Mario. Obra Reunida

Otros autores en esta colecci6n:

MARIO BENEDETTI

SALVADOR ELIZONDO

AGUSTIN YANEZ

CLARICE LISPECTOR

AUGUSTO MONTERROSO

VLADIMIR NABOKOV

SERGIO PITOL

Page 494: Bellatin, Mario. Obra Reunida

OBRA REUNIDA

Mario Bellatin En el panorama actual de la

literatura latinoamericana, la obra

de Mario Bellatin surge como

un proyecto original y arriesgado

cuyo objetivo es crear un

universo paralelo que desaffa no

s6lo la l6gica del mundo concreto

sino tambien los preceptos de

la literatura realista.

DlANA PALAVERSICH

Sal6n de belleza

Efecto invernadero

Canon perpetuo Damas chinas

El jardfn de la sefiora Murakami

Bola negra Shiki Nagaoka: una nariz

de ficci6n La mirada del pajaro transparente |acobo el mutante Perros heroes Flores . La escuela del dolor humano

de Sechuan Underwood portatil. Modelo 1915

ISBN:968-l9-l44l-4

9