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BEN GOLDACRE

MALA CIENCIA

Distinguir lo verdadero de lo falso

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A quien corresponda

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Déjenme que les cuente lo mal que se han puesto las cosas. A losniños se les enseña de forma rutinaria (de boca de sus propios maes-tros, y por millares en las escuelas públicas británicas) que, moviendola cabeza hacia arriba y hacia abajo, aumentan el riego sanguíneo dellóbulo frontal del cerebro y, con ello, mejoran la concentración; quefrotando las yemas de los dedos unas contra otras, conforme a un méto-do supuestamente científico, mejorarán su «flujo de energía» por todoel cuerpo; que no hay agua en los alimentos procesados; y que si retie-nen líquido sobre la superficie de la lengua, podrán hidratarse el cere-bro directamente a través del paladar. Todo esto forma parte de unprograma de ejercicios especiales denominado Brain Gym («gimnasiacerebral»). Dedicaremos algún tiempo a tales creencias y, lo que esmás importante aún, a los bufones que las promocionan en este siste-ma educativo.

En cualquier caso, este libro dista mucho de ser una mera compi-lación de memeces triviales. Refleja, más bien, un crescendo naturalque parte de las estupideces de los charlatanes, pasa por el crédito quese les dispensa en los medios de comunicación convencionales y que de-semboca en los trucos de la industria de los suplementos alimenticios(que mueve 30.000 millones de libras esterlinas anuales), en las mal-

Introducción

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dades de la industria farmacéutica (que mueve 300.000 millones), enla tragedia en la que se ha convertido el periodismo científico actual yhasta en el encarcelamiento, el público escarnio o la muerte de perso-nas, simplemente por culpa de la interpretación errónea que nuestrasociedad suele hacer de las estadísticas y de las pruebas empíricas.

Cuando C. P. Snow pronunció su famosa conferencia sobre las«dos culturas» diferenciadas de las ciencias y las humanidades hacemedio siglo, los titulados en carreras de letras se limitaban a ignorar-nos. En la actualidad, los científicos y los médicos se ven superados ennúmero y en potencia de fuego por nutridos ejércitos de individuosque se sienten autorizados a emitir juicios sobre asuntos que son unasimple cuestión de evidencia (hasta aquí, admirable aspiración lasuya), pero sin preocuparse siquiera por adquirir un nivel básico decomprensión de las materias por tratar.

En el colegio y el instituto, nos dieron lecciones sobre sustanciasquímicas y tubos de ensayo, sobre las ecuaciones necesarias para des-cribir el movimiento y tal vez también sobre la fotosíntesis (de la quehablaremos más adelante), pero a casi ninguno nos dieron clase algu-na sobre la muerte, el riesgo, las estadísticas y la ciencia de lo que pue-de matarnos y de lo que puede curarnos. Ése es un agujero en el nú-cleo de nuestra cultura: la medicina basada en la evidencia empírica—la ciencia aplicada por antonomasia— ha dado algunas de las másbrillantes e ingeniosas ideas de los dos últimos siglos y, aun así, no hamerecido nunca una sola exposición en el Museo de la Ciencia deLondres.

No es algo que podamos achacar a una falta de interés en el tema.La salud nos obsesiona (la mitad de las noticias sobre ciencia en losmedios informativos son de temática médica) y no dejan de bombar-dearnos con afirmaciones e historias pretendidamente científicas alrespecto. Pero como ustedes mismos podrán ver, adquirimos la infor-mación de la boca o de la pluma de las mismas personas que han de-mostrado en reiteradas ocasiones su incapacidad para saber leer, in-terpretar o dar testimonio fiable de las pruebas verdaderamentecientíficas.

Antes de empezar, permítanme que les haga un mapa esquemáticodel territorio que vamos a recorrer.

En primer lugar, nos fijaremos en lo que significa realizar un ex-perimento, ver los resultados con nuestros propios ojos y juzgar si en-cajan en una teoría determinada o si avalan alguna alternativa másconvincente. Puede que esos primeros pasos les resulten un tanto in-

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fantiles y condescendientes, y los ejemplos relacionados son, sin duda,deliciosamente absurdos, pero todos ellos han sido promocionadoscon suma credulidad y revestidos de la más excelsa autoridad por losgrandes medios informativos convencionales. Examinaremos tambiénla atracción que suscitan las noticias de pretendida apariencia científi-ca relacionadas con nuestro cuerpo, y la confusión que pueden oca-sionar.

De ahí pasaremos a la homeopatía, no porque ésta sea importanteo peligrosa (no es ni lo uno ni lo otro), sino porque constituye el «con-tramodelo» perfecto para enseñar lo que es la medicina basada en laevidencia empírica: a fin de cuentas, las píldoras homeopáticas no sonmás que unas pastillitas de azúcar vacías que parecen funcionar y que,por lo tanto, encarnan la esencia misma de lo que debe ser un «expe-rimento controlado» que ponga a prueba la validez de un tratamientodeterminado, y que demuestran hasta qué punto se nos puede inducirequivocadamente a pensar que cualquier intervención es más eficaz delo que realmente es. Ustedes aprenderán todo lo que hay que saber so-bre cómo realizar una prueba o un ensayo de forma adecuada, y sobrecómo detectar uno que haya sido mal realizado. Semioculto entre lasbambalinas, advertiremos la presencia del efecto placebo: probable-mente, el aspecto más fascinante y peor entendido de la curación hu-mana. Éste trasciende con mucho los límites de una simple pastilla deazúcar: no es nada intuitivo, es extraño, es la esencia de la curaciónpsicosomática y es mucho más interesante que cualquier majadería in-ventada sobre las supuestas pautas terapéuticas de la energía cuántica.Estudiaremos las pruebas de su poder y ustedes extraerán sus propiasconclusiones.

Luego, nos dedicaremos a una pesca de más calado. Los nutricio-nistas son terapeutas alternativos, pero se las han arreglado para pre-sentarse a sí mismos como hombres y mujeres de ciencia. Sus erroresson mucho más interesantes que los de los homeópatas, ya que en ellossí que se encierra un ápice de ciencia. Pero eso hace que aumente nosólo su interés, sino también su peligro, pues la amenaza real de estosprofesionales de la excentricidad no radica tanto en la posibilidad deque sus clientes mueran por su culpa (ha habido algún que otro caso,pero sería exagerado insistir en este punto) como en lo mucho quecontribuyen a socavar la comprensión popular de la naturaleza de laspruebas y las evidencias.

Veremos los juegos de manos retóricos y los errores de aficionadoque han llevado a que tantas y tantas personas se hayan visto repetida-

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mente inducidas a engaño en materia de alimentación y nutrición, ycómo esta nueva industria nos distrae de los auténticos factores deriesgo para la salud relacionados con nuestros estilos de vida. Veremostambién su impacto —más sutil, pero no menos alarmante— en laconcepción que tenemos de nosotros mismos y de nuestros cuerpos,que se traduce en esa tendencia tan generalizada a «medicalizar» losproblemas sociales y políticos, a entenderlos dentro de un marco bio-médico reduccionista, y a comerciar con soluciones fácilmente con-vertibles en artículos de consumo: sobre todo, las que se compran y sevenden en forma de píldoras y de dietas de moda. Les mostraré prue-bas de la introducción en las universidades británicas de una auténti-ca vanguardia de alarmantes ideas erróneas, que conviven en nues-tros campus con investigaciones académicas serias en el campo de lanutrición. En esa sección, también hallarán a la doctora favorita delpaís, Gillian McKeith. Posteriormente, aplicaremos esas mismas he-rramientas a la medicina propiamente dicha y veremos los trucos em-pleados por la industria farmacéutica para nublar la vista de médicosy pacientes.

Inmediatamente después, examinaremos de qué modo los mediosde comunicación facilitan una concepción equivocada de la ciencia ala población en general. Veremos también la pasión inquebrantable deesos mismos medios por las «no noticias» sin sentido, y su interpreta-ción fundamentalmente errónea de las estadísticas y de las pruebasempíricas: un error, el suyo, que ilustra la esencia misma de por quéhacemos ciencia, que es para impedir que nuestras experiencias y pre-juicios individuales nos induzcan a error. Por último, en la parte del li-bro que me resulta más inquietante, veremos cómo personas que ocu-pan puestos de gran poder (y que, por lo tanto, deberían conocermejor estas cuestiones) cometen aún errores fundamentales con gravesconsecuencias. Y comprobaremos también cómo la cínica distorsiónque hicieron los medios de la evidencia empírica disponible en dosalarmas sanitarias concretas alcanzó extremos tan peligrosos comofrancamente grotescos. Será tarea de ustedes apreciar, a medida quevayamos tratando todos estos aspectos, lo increíblemente corrienteque se ha vuelto lo que aquí les cuento, pero también será cosa suyareflexionar sobre qué podrían hacer al respecto.

No se puede disuadir a nadie mediante razones de una posturaque, en su momento, tampoco adoptó siguiendo razonamiento alguno.Pero, al acabar este libro, ustedes contarán con las herramientas nece-sarias para ganar —o, cuando menos, entender— cualquier debate

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que decidan iniciar, ya sea en torno a las curas milagro, la vacuna tri-ple vírica, los ardides de las grandes farmacéuticas, la probabilidad deque un vegetal determinado prevenga el cáncer, la creciente idiotiza-ción de la cobertura informativa de los temas científicos, las dudosasalarmas sanitarias mediáticas, el valor de las pruebas anecdóticas, la re-lación entre el cuerpo y la mente, la ciencia de la irracionalidad, la«medicalización» de la vida cotidiana, y otras muchas cuestiones. Paraentonces, habrán constatado también la falta de evidencias sobre la quese basan algunos engaños muy populares, pero, por el camino, tambiénhabrán ido recogiendo todos los conocimientos útiles que hay que te-ner para entender el funcionamiento de la investigación científica, losdiversos niveles de evidencia empírica, el sesgo, las estadísticas (tran-quilos), la historia de la ciencia, los movimientos anticientíficos y elcuranderismo. Y, entre tanto, se habrán ido encontrando con algunasde las fascinantes historias que las ciencias naturales pueden explicar-nos acerca del mundo en el que vivimos.

No tendrán la más mínima dificultad en reconocer los errores quese cometen, pues les puedo garantizar que quienes se equivocan e in-curren en esos fallos tontos no son ustedes. Y si creen que, al terminar,es posible que continúen sin estar de acuerdo conmigo, esto es lo queles propongo: seguirán estando equivocados, pero lo estarán con mu-cha más gracia y estilo que los que pueden exhibir en este momento.

BEN GOLDACRE

Julio de 2008

INTRODUCCIÓN 15

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Paso mucho tiempo hablando con gente que no está de acuerdoconmigo (me atrevería incluso a afirmar que es mi actividad favoritaen mis momentos de ocio) y continuamente me encuentro con indivi-duos ansiosos por compartir sus opiniones sobre la ciencia pese a nohaber realizado jamás un experimento. Nunca han puesto a prueba unaidea con sus propias manos, ni han observado los resultados de esaprueba con sus propios ojos, ni han reflexionado detenidamente sobrelo que tales resultados implican para las ideas que están sometiendo aexamen. Para estas personas, la «ciencia» es un monolito, un misterioy una autoridad, antes que un método.

Desmontar nuestras ideas y concepciones iniciales más escandalo-samente anticientíficas es un modo excelente de aprender el funciona-miento básico de la ciencia, en parte, porque ésta consiste sobre todoen refutar teorías, pero también en parte porque la ignorancia científi-ca de los profetas de las curas milagrosas (así como la de quienes lasvenden y la de quienes informan de ellas) nos suministra ciertas ideasmuy sencillas que someter a examen y contraste. Esas personas tie-nen unos conocimientos bastante rudimentarios sobre ciencia y cometenerrores básicos de razonamiento; cuentan, además, con nociones sobremagnetismo, oxígeno, agua, «energía» y toxinas: ideas tomadas de los

C A P Í T U L O

1La base de la cuestión

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manuales de ciencia de secundaria, y enmarcables todas ellas dentrodel apartado de la química de juguete.

LA ELIMINACIÓN DE TOXINAS Y EL CUENTO DE LA PORQUERÍA

Como seguramente querrán que su primer experimento sea deesos en los que uno se ensucia de verdad, empezaremos con la elimi-nación de toxinas. Aqua Detox es un baño de pies desintoxicante, unomás de un elevado número de productos similares. Ha sido objeto deuna profusa y acrítica promoción en ciertos artículos bastante vergon-zantes publicados en diarios como el The Daily Telegraph, el Daily Mi-rror y el The Sunday Times, en revistas como GQ, y en varios progra-mas de televisión. Les incluyo a continuación una pequeña muestraextraída del Mirror para abrir boca.

Pedimos a Alex que fuera a buscar un nuevo tratamiento denomina-do Aqua Detox, que libera toxinas ante nuestros propios ojos. Alex cuen-ta así la experiencia: «Coloco los pies en un barreño con agua, mientrasMirka, la terapeuta, introduce unas gotas de sal en una unidad ionizante,que ajustará el campo bioenergético del agua y estimulará mi cuerpo paraque despida toxinas. El agua va cambiando de color a medida que éstasse liberan. Después de media hora, el agua se ha enrojecido. […] Mirkaconsigue que Karen, nuestra fotógrafa, también lo pruebe. Lo que elladeja tras pasar por el mismo proceso que yo es un barreño de burbujasmarrones. Mirka le hace un diagnóstico: hígado y sistema linfático sobre-cargados. Karen tiene que beber menos alcohol y más agua. ¡Ha conse-guido que me sienta como un dechado de virtud!».1

La hipótesis con la que trabajan estas empresas es muy clara: tucuerpo está repleto de «toxinas», sean lo que sean; tus pies están llenosde unos «poros» especiales (descubiertos nada menos que por los cien-tíficos de la antigua China); si uno pone los pies en el baño, éste extraelas toxinas y el agua se vuelve marrón. Pero ¿se debe ese color amarro-nado del agua a las toxinas o todo esto no es más que un cuento?

Un modo de verificarlo es contratando un tratamiento de AquaDetox para probarlo personalmente en un balneario, un salón de be-lleza o cualquiera de los miles de sitios que están disponibles en la red,y sacando los pies fuera del baño en cuestión cuando la persona en-cargada de administrarle la terapia abandone la estancia. Si el agua sevuelve marrón sin que tenga los pies dentro, estará claro que ni sus

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pies ni sus toxinas la colorearon de esa forma. Ése es un experimentocontrolado: todo se mantiene constante en ambos contextos salvo lapresencia/ausencia de sus pies.

Este método experimental no está exento de desventajas (y de ellopodemos extraer una importante lección: a menudo debemos sopesarlos beneficios y los aspectos prácticos que nos pueden reportar las dife-rentes formas de investigación, algo de cuya importancia adquiriremosconciencia en posteriores capítulos). Desde una perspectiva práctica,el experimento de los «pies fuera» implica recurrir a un subterfugio,lo que tal vez les resulte incómodo. Pero es que, además, es bastantecaro: una sesión de Aqua Detox cuesta más que la suma de los com-ponentes necesarios para fabricarse su propio mecanismo desintoxi-cador (una imitación perfecta del auténtico).

Para esto último sólo necesitará:

— Un cargador de batería de coche.— Dos clavos grandes.— Sal de mesa.— Agua templada.— Una muñeca Barbie.— Un laboratorio analítico completo (opcional).

Este experimento combina electricidad y agua. En un mundo don-de existen los cazadores de huracanes y los vulcanólogos, debemosaceptar que cada persona fije su propio nivel de tolerancia al riesgo,pero es muy posible que si realizan un experimento así en casa, acabenrecibiendo una desagradable descarga eléctrica o, incluso, que que-men parte de la instalación de su hogar. Este procedimiento no es se-guro, pero sí relevante hasta cierto punto para entender buena partede la parafernalia que rodea a temas como el bulo sobre la vacuna tri-ple vírica, la homeopatía, las críticas posmodernas contra la ciencia y

Cargador de batería de coche

NO LO INTENTEN EN CASA

Barbie Detox Agua templada

+ sal

Clavos

Barreño

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las maldades de las grandes farmacéuticas. En resumen, no lo pruebenen casa.

En cualquier caso, cuando enciendan su aparato Barbie Detox, ve-rán que el agua se vuelve marrón debido a un proceso muy sencillo de-nominado electrólisis: en esencia, los electrodos de hierro se oxidan yese óxido marrón pasa al agua. En ésta, además, se produce otro fenó-meno añadido, algo que tal vez recuerden de sus clases de química enel instituto. En el agua hay sal. El nombre científico de la sal común es«cloruro de sodio»: eso significa que, cuando se halla en solución, el lí-quido en el que se disuelve pasa a contener múltiples iones de clorocon carga negativa (así como iones de sodio, con carga positiva). El co-nector rojo de su cargador de baterías de coche es un «electrodo posi-tivo», por lo que arrebata los electrones con carga negativa de los io-nes de cloro (también con carga negativa), que se liberan así en formade gas de cloro.

Así pues, del baño en Barbie Detox, como del baño de pies enAqua Detox, acaba emanando cloro en estado gaseoso. Las personasque utilizan ese aparato han incorporado el característico olor a cloroa su versión de los hechos y le han proporcionado una bonita explica-ción causal. Son los productos químicos, explican ellos. Es el cloroque emana de nuestro cuerpo, de los muchos envases plásticos que en-volvían los alimentos que hemos ido comiendo a lo largo de nuestrasvidas, de tantos y tantos años bañándonos en piscinas con agentes quí-micos. «Ha sido interesante ver el cambio de color del agua y el olordel cloro que iba abandonando mi cuerpo», dice un testigo de Eme-rald Detox, otro aparato similar. Y en otro sitio web de venta de estosartículos, se puede leer: «La primera vez que ella usó [el «balneario deenergía»] Q2, su compañero de trabajo le dijo que le escocían los ojosde tanto cloro como emanaba de ella, residuo de los tiempos de su in-fancia y su juventud». Todo ese gas de cloro acumulado en nuestrocuerpo a lo largo de los años: ¡qué idea más aterradora!

Pero aún queda otra cosa que también debemos comprobar. ¿Haytoxinas en el agua? Entonces aquí nos encontramos con un nuevo pro-blema: ¿qué entienden esas personas por «toxinas»? He hecho estapregunta una y otra vez a los fabricantes de muchos productos desin-toxicantes, pero siempre ponen reparos. Agitan las manos, hablan delestrés de los estilos de vida modernos, hablan de la contaminación, ha-blan de la comida basura, pero nunca mencionan el nombre de unasola sustancia química que yo pueda medir. «¿Qué toxinas se extraendel cuerpo con su tratamiento?», les pregunto. «Díganme que hay en el

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agua y yo lo buscaré en un laboratorio». Jamás he recibido respuestaalguna a estas preguntas.

Tras muchas largas y evasivas, opté por elegir dos sustancias quími-cas más o menos al azar: la creatinina y la urea. Se trata de productos dedesecho habituales de nuestro metabolismo que los riñones aíslan y ex-pulsan a través de la orina. Por medio de un amigo, logré hacerme conun aparato de Aqua Detox, tomé una muestra de agua marrón y utili-cé las ultramodernas instalaciones de análisis del Hospital St. Mary deLondres para buscar restos de esas dos «toxinas» químicas. Pero nirastro de toxinas en el agua: sólo grandes dosis de hierro marrón y oxi-dado.

Pues bien, lo que se espera de los científicos es que, cuando dencon un hallazgo como éste, vuelvan sobre sus pasos y revisen sus ideassobre cómo creían que funcionaban esa clase de baños de pies. Dequien, en el fondo, no esperamos algo así, es de los fabricantes, pero loque dicen en respuesta a tales hallazgos es muy interesante (o, al me-nos, a mí me lo parece), porque responde a un patrón que veremos re-petirse a lo largo y ancho del mundo de la pseudociencia: en lugar deabordar las críticas, o de aceptar los nuevos hallazgos para incorpo-rarlos a un nuevo modelo, parecen más bien modificar los límites delterreno de juego a su antojo retirándose (y esto es muy importante) ha-cia posturas incontrastables.

Los hay, por ejemplo, que pasan entonces a negar que las toxinasse disuelvan en ese baño de pies (lo que me impediría medirlas): nues-tro cuerpo recibe de algún modo (no sabemos cómo) la señal de que hallegado el momento de liberarlas de forma normal (una forma que des-conocemos tanto como las toxinas que supuestamente se liberan) aun-que a mayor ritmo. Algunos de ellos admiten ahora que el agua sevuelve un poco marrón antes incluso de que metamos los pies en ella,sí, pero «no tanto» como después. Muchos cuentan largas historias so-bre el llamado «campo bioenergético», que, según dicen, no se puedemedir más que por lo bien que uno o una se siente al seguir el trata-miento. Todos ellos, eso sí, hablan de lo estresante que resulta la vidamoderna.

Esto último es seguramente cierto, pero no tiene nada que ver consu baño de pies, que es puro cuento: y el cuento es el denominador co-mún de todos los productos desintoxicantes, como veremos. Juntocon la porquería marrón, claro está.

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Velas para los oídos

Puede que piensen que las velas óticas son un blanco fácil para miscríticas. Pero, aun así, su eficacia ha sido promocionada con gran en-tusiasmo en medios tan respetables como el The Independent, el TheObserver y la BBC, entre otros muchos. Dado que estos profesionalesdel periodismo actúan como proveedores autorizados de la informa-ción científica, dejaré que sea la propia BBC la que explique cómoesos tubos huecos de cera desintoxican nuestro cuerpo:

Las velas funcionan vaporizando sus ingredientes al ser encendidas,lo que provoca una corriente convectiva de aire hacia la cámara anteriordel oído. La vela genera una succión suave que permite que los vaporesmasajeen suavemente el tímpano y el canal auditivo. Cuando se coloca lavela en la oreja, forma una especie de sello que facilita la extracción dela cera y de otras impurezas del interior del oído.2

La supuesta demostración llega cuando abrimos una de esas velasy descubrimos que está llena de una sustancia cerosa anaranjada quenos resulta bastante familiar y que no puede ser otra cosa que cerumendel oído, pensamos nosotros. Si quieren probar esto ustedes mismospor su cuenta, van a necesitar: un oído, unas pinzas de tender la ropa,algo de masilla adhesiva, un suelo polvoriento, unas tijeras y dos de es-tas velas óticas. Yo recomiendo la marca OTOSAN por su eslogan pu-blicitario: «El oído es la puerta de entrada al alma».

Si ustedes encienden una vela ótica y la sostienen por encima de unpoco de polvo, no notarán indicio alguno de su supuesto poder suc-cionador. Pero antes de que se lancen apresuradamente a publicar suhallazgo en alguna prestigiosa revista académica, sepan que ya hayquien se les ha adelantado: un artículo publicado en la revista médicaLaryngoscope relató un experimento para el que se había empleado uncaro equipo de timpanometría y que había concluido —como uste-des— que las velas óticas no ejercen ningún tipo de succión.3 Comoven, no es cierto eso que se dice de que los médicos desestiman cual-quier terapia alternativa de entrada y sin más.

Pero ¿y si la cera y las toxinas pasan del oído a la vela a través dealguna otra ruta —más esotérica— como se suele afirmar? Para exa-minar esto último, necesitarán realizar lo que se llama un experimentocontrolado, en el que se comparen los resultados de dos situacionesdiferentes: una será la de las condiciones experimentales y la otra, la

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de las condiciones «de control». La única diferencia entre ambas seráel factor que ustedes estén interesados en someter a prueba. Por esoles decía antes que se aprovisionaran de dos velas.

Coloquen una vela ótica en la oreja de alguien, siguiendo las ins-trucciones del fabricante, y déjenla ahí hasta que se consuma del todo.*Pongan la otra vela en el suelo y manténganla en posición vertical conun poco de masilla adhesiva mientras se consume: éste será el «grupode control» de su experimento. El objetivo de un control es simple:necesitamos minimizar las diferencias entre los dos escenarios paraque la única diferencia real entre ellos sea el factor único que estamosestudiando (que, en este caso, debe ser el siguiente: «¿Es mi oreja laque produce la porquería naranja?»).

Retiren las velas consumidas y ábranlas con un corte longitudinal.En la vela «de la oreja» hallarán una sustancia cerosa anaranjada. En lavela «de control», que dejaron sobre el suelo, encontrarán una sustan-cia cerosa anaranjada. Sólo hay un método internacionalmente reco-nocido para detectar si algo es cerumen: recoja un poco con la puntadel dedo y lléveselo al extremo de la lengua. Si su experimento da losmismos resultados que el mío, en ambos casos esa sustancia tendrá unsabor muy parecido al de la cera de vela.

¿Extrae la vela ótica cerumen de sus oídos? Ustedes no podránasegurarlo aún a ciencia cierta, pero en un estudio publicado se hizoun seguimiento de todo un programa de tratamiento con velas óticas ysus autores no hallaron reducción alguna de la cantidad de cera en losoídos de las personas tratadas.4 Aun cuando tal vez hayan aprendidoaquí algo muy útil acerca del método experimental, existe un hechoaún más significativo que también deberían haber captado: resultacaro y supone una gran pérdida de tiempo testar cualquier invenciónque alguien pueda sacarse de la manga para vender curas milagrosasimprobables. Pero sepan que puede hacerse… y que se hace.

Los parches desintoxicantes y la «barrera anticomplicaciones»

En último lugar de nuestro tríptico de desintoxicantes de lodosamarronados tenemos el parche de pies liberador de toxinas. Pueden

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* Tengan cuidado. En un artículo académico reciente, que recogía los resultados de un es-tudio realizado entre 122 otorrinolaringólogos, se compilaron hasta 21 casos de lesiones gravesprovocadas por cera derretida que había alcanzado el tímpano tras precipitarse dentro del oídodurante sesiones de tratamiento con velas óticas.

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encontrarlo en la mayoría de los comercios de productos dietéticos yalimentos naturales, o comprárselo a su visitadora de Avon (no lesmiento). Tienen el aspecto de unas bolsitas de té con refuerzo de papelde aluminio y se pegan al pie justo antes de irse a la cama. Cuando lapersona que los ha usado se levanta a la mañana siguiente, nota un olorextraño y una especie de sustancia fangosa marrón adherida a la plantadel pie y en el interior de la bolsita. De esa viscosidad barrosa —yavemos que esto es una especie de patrón— se nos dice que son «toxi-nas». El problema es que no es cierto. Probablemente, ustedes mismossabrían ya idear un experimento rápido para mostrar que no son toxinas.En cualquier caso, les ofrezco una posibilidad en una nota al pie.*

Los experimentos son uno de los modos que tenemos de determi-nar si un efecto observable —el lodo— está relacionado con un pro-ceso dado. Pero también podemos contrastar fenómenos a un nivelmás teórico. Así, si examinan la lista de ingredientes de esos parches,comprobarán que han sido diseñados con gran esmero.

Lo primero que aparece en la lista es «ácido piroleñoso», o vinagrede madera. Se trata de un polvo marrón que es altamente «higroscópi-co», una palabra que simplemente significa que atrae y absorbe agua(como esas bolsitas de gel de sílice que se incluyen en el interior de lospaquetes de los aparatos electrónicos). Si hay humedad en el ambien-te, el vinagre de madera la absorberá y generará una papilla marrónque producirá una ligera sensación de calor sobre la piel.

¿Cuál es el otro gran ingrediente, citado con la impresionante de-nominación de «carbohidrato hidrolizado»? Un carbohidrato es unalarga cadena de moléculas de azúcar enlazadas entre sí. El almidón esun carbohidrato, por ejemplo, y en nuestro cuerpo, las enzimas diges-tivas lo descomponen gradualmente en moléculas de azúcar que, fi-nalmente, podemos absorber. El proceso de descomposición de unamolécula de carbohidrato en los azúcares que la conforman es lo quellamamos «hidrólisis». Así pues, un «carbohidrato hidrolizado», comoya habrán deducido, por muy pretendidamente científico que suene,no es más que azúcar. Y, como es evidente, el azúcar se vuelve pegajo-so con el sudor.

¿Hay algo más que quepa mencionar sobre estos parches? Sí lohay. Se trata de un nuevo dispositivo que deberíamos llamar «la barre-ra anticomplicaciones»: otro tema que, como veremos, será recurren-

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* Si echa un chorrito de agua sobre una de esas bolsitas y luego coloca una bonita taza deté caliente sobre ella y espera unos diez minutos, verá que, en el fondo de la taza, por fuera, sehabrá formado lodo marrón. Y la porcelana no tiene toxinas.

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te en modalidades más avanzadas de estupideces, como las que estu-diaremos más adelante. El número de marcas distintas bajo el que secomercializa es enorme. Muchas de ellas acompañan su producto deuna excelente y detallada documentación repleta de parafernalia cien-tífica para demostrar que funciona: con diagramas, gráficos, es decir,con la apariencia característica de la ciencia. Pero se echan de menoslos elementos clave. Hay experimentos, dicen los fabricantes, que de-muestran que los parches desintoxicantes hacen algo… pero no noscuentan en qué consistieron tales experimentos, ni cuáles fueron los«métodos» que siguieron: sólo nos proporcionan unos gráficos de «re-sultados» muy bien presentados.

Y es que centrarse en los métodos, piensan los fabricantes, seríapasar por alto lo verdaderamente importante de estos supuestos «ex-perimentos»: no importan los métodos, importan el resultado positi-vo, los gráficos y la apariencia «científica». Estos tres argumentos soncomo unos tótems lo bastante convincentes para ahuyentar a los pe-riodistas inquisitivos —una especie de barrera anticomplicaciones— yéste es otro de los temas recurrentes cuya presencia apreciaremos—bajo formas más complejas— en muchas de las áreas más avanzadasde la mala ciencia. Ya verán cómo les encantan los detalles.

SI NO ES CIENCIA, ¿QUÉ ES?

Descubra si beber orina, hacer equilibrios en los salientes de las mon-tañas y levantar pesos con los genitales cambió de verdad sus vidas parasiempre.

Extreme Celebrity Detox, Channel 4

Éstos son algunos de los absurdos extremos a los que llegan los fa-bricantes de los desintoxicantes, pero dan buena fe de lo que es esemercado en un sentido más general —el de las píldoras antioxidantes,las pociones, los libros, los zumos, los «programas» de cinco días, lostubos por vía rectal y los aburridos espacios televisivos—, un mercadocontra el que seguiremos arremetiendo en un capítulo posterior dedi-cado al nutricionismo. En cualquier caso, hay algo importante en losdesintoxicantes que cabe analizar y destacar. No creo que baste conafirmar: «Todo esto son tonterías».

El fenómeno Detox, en general, es interesante porque representauna de las innovaciones más imponentes impulsadas por los comercia-

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lizadores, los gurús y los terapeutas alternativos: la invención de todoun nuevo proceso fisiológico. En términos de bioquímica humana bá-sica, la desintoxicación (entendida como la eliminación de toxinas) esun concepto absurdo. No tiene una correspondencia natural. El epígra-fe «sistemas desintoxicantes» no figura en ningún manual médico. Quelas hamburguesas y la cerveza pueden tener efectos negativos sobrenuestro cuerpo es indudablemente cierto, y por varios motivos. Pero laidea de que dejen un residuo específico que puede ser luego secretadoa través de un proceso concreto (un supuesto sistema fisiológico «de-sintoxicante») es una invención de puro marketing.

Si observan un diagrama de flujo metabólico (uno de esos gigan-tescos mapas —que ocupan paredes enteras— de todas las moléculasde su cuerpo, en los que se detalla cómo se descompone un alimentoen sus partes constitutivas y cómo esos componentes se remodelanluego generando nuevos elementos básicos que se reagrupan para for-mar músculos, huesos, lengua, bilis, sudor, moco, cabello, piel, esper-ma, cerebro y todo aquello que nos hace ser lo que somos), resultamuy difícil distinguir en dicho diagrama algo que pueda ser bautizadocomo el «sistema desintoxicante».

Al carecer de significado científico, la eliminación de toxinas se en-tiende mucho mejor como un producto cultural. Como todas las bue-nas invenciones pseudocientíficas, mezcla deliberadamente el (por logeneral, útil) sentido común con la fantasía «medicalizada» en su ver-sión más extravagante. En algunos aspectos, la medida en la que noscreamos tales historias refleja lo mucho o lo poco que nos gusta dra-matizar sobre nosotros mismos, o —dicho en términos menos conde-natorios— lo mucho o lo poco que disfrutamos con los rituales ennuestra vida cotidiana. Cuando uno va a muchas fiestas, bebe mucho,pasa noches sin dormir y se excede con comidas precocinadas, sueleacabar decidiendo que necesita un poco de descanso. Así que se que-da unas cuantas noches en casa, leyendo y comiendo más ensalada delo habitual. Las modelos y los famosos hacen lo mismo, pero eliminantoxinas.

Hay algo que debemos dejar muy claro, pues se trata de un temarecurrente a lo largo y ancho del mundo de la mala ciencia. Nada denegativo tiene la idea de comer sano y de abstenerse de aquellos facto-res de riesgo para nuestra salud, como el excesivo consumo de alcohol.Pero los productos desintoxicantes no van por ahí. Más bien se en-tienden como una especie de inyecciones de salud inmediata, ideadasdesde un principio como soluciones a corto plazo, cuando los factores

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de riesgo para la salud asociados a nuestra manera de vivir dejan sen-tir sus efectos a lo largo de toda una vida. Pero estoy dispuesto a acep-tar que algunas personas prueben una solución desintoxicante de cincodías y que, de ese modo, a lo mejor, acaben recordando (o, incluso,aprendiendo) qué se sentía comiendo verduras, frutas y hortalizas: esoes algo que no critico en absoluto.

Lo que sí está mal es que se nos haga creer que esos rituales estánbasados en la ciencia, o, incluso, que son novedosos. Casi todas lasreligiones y culturas tienen algún tipo de rito de purificación o absti-nencia, que puede incluir desde el ayuno, el cambio de dieta o elbaño, a cualesquiera otras intervenciones, y la mayoría de las cuales sepresentan envueltas en jerigonzas terminológicas. Nada de eso se nospresenta como ciencia, pues proviene de una era anterior a la intro-ducción de los términos científicos en nuestro léxico. Aun así, el YomKipur en el judaísmo, el Ramadán entre los mahometanos, y toda cla-se de rituales similares en el cristianismo, el hinduismo, el bahaísmo,el budismo, el jainismo, etc., tienen que ver con la abstinencia y lapurificación (entre otras cosas). Tales ritos —como los regímenes dedesintoxicación antes mencionados— se detallan hasta unos extremostan llamativos como inexactos (y estoy convencido de que así lo pien-san también algunos creyentes). Los ayunos hindúes, por ejemplo, pa -ra ser estrictamente guardados, han de durar desde la puesta de sol deldía anterior hasta cuarenta y ocho minutos después de la salida del solde la mañana siguiente.

La purificación y la redención son temas tan recurrentes en los ri-tos porque la necesidad de estas dos prácticas es tan evidente comomundialmente extendida: nuestras circunstancias nos llevan a hacercosas que podemos lamentar, así que, a menudo, inventamos nuevosrituales como respuesta al surgimiento de nuevas circunstancias. EnAngola y Mozambique han aparecido ritos de purificación y limpiezapara niños afectados por la guerra, en especial, para antiguos niñossoldado. Son rituales de curación en los que se purgan el pecado y laculpa del niño, que queda así purificado de la «contaminación» gene-rada en él por la guerra y la muerte («la contaminación» es una metá-fora recurrente en todas las culturas por razones obvias). También seprotege así al niño de las consecuencias de sus acciones previas, lo queviene a significar que se le protege de las posibles represalias de los es-píritus vengadores de aquellas personas a las que ha matado. Según uninforme del Banco Mundial, de 1999:

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Estos rituales de limpieza y purificación para niños soldado tienen laapariencia de lo que los antropólogos llaman ritos de transición. Es decir,el niño experimenta un cambio simbólico de estatus: deja de ser alguienque existía en un ámbito punible de infracción o suspensión de las nor-mas (asesinatos, guerra, etc.) para convertirse en alguien que pasa a viviren un ámbito de normas pacíficas de buen comportamiento individual ysocial, y que debe obedecer dichas normas.5

No creo que esté llevando todo esto demasiado lejos. En el que lla-mamos «mundo occidental desarrollado», también buscamos formasde redención y purificación que nos liberen de las formas más extre-mas de los abusos en que nos incurrimos. Nos atiborramos de dro-gas, bebida, mala comida y otros excesos perjudiciales para nosotrosmismos, sabemos que hemos obrado mal, y luego ansiamos una pro-tección ritualista contra las consecuencias: un «rito transicional» pú-blico que conmemore nuestro retorno a unas normas de conducta mássaludables.

El modo de presentación de estas dietas y rituales de purificaciónha sido siempre un producto de su tiempo y su lugar. Ahora que laciencia es el marco explicativo dominante con el que damos cuenta delmundo natural y moral, de lo correcto y lo incorrecto, es normal queinsertemos una espuria justificación pseudocientífica en nuestra re-dención. Como gran parte de los absurdos presentes en la mala cien-cia, la pseudociencia de la «eliminación de toxinas» no es algo que nosendosen unos agentes foráneos corruptos y codiciosos: es más bien unproducto cultural, un tema recurrente, y somos nosotros mismos quie-nes nos lo autoinfligimos.

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En circunstancias normales, ésta debería ser la parte del libro en laque monto en cólera contra el creacionismo y obtengo por ello enar-decidos aplausos, pese a que ése es, hoy por hoy, un tema marginal enlos centros educativos británicos. Si buscan un ejemplo más cercano anosotros, sepan que la pseudociencia se ha asentado en una especie deimperio de grandes dimensiones que se vende —a cambio de dinerocontante y sonante— a escuelas públicas de todo el país. Es la llamadaBrain Gym («gimnasia cerebral»), que extiende sus largos tentáculos atodos los rincones del sistema educativo estatal (donde el profesoradola engulle sin masticar y se la presenta tal cual a su alumnado) y estáplagada de absurdos tan obvios como bochornosos.

El núcleo de la llamada Brain Gym está formado por una retahíla deejercicios complejos (y patentados) para niños y niñas que «potencian laexperiencia del conjunto del aprendizaje cerebral». Muestran una espe-cial fascinación por el agua, por ejemplo: «Beban un vaso de agua antesde las actividades de Brain Gym —dicen—. Al ser un componente fun-damental de la sangre, el agua resulta de vital importancia para trans-portar oxígeno hasta el cerebro». Claro, no vaya a ser que nuestra san-gre se seque. Esa agua debe retenerse en la boca, dicen ellos, porque asípodrá ser absorbida directamente desde allí hacia el cerebro.

C A P Í T U L O

2La gimnasia cerebral

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¿Hay algo más que podamos hacer para que llegue sangre y oxíge-no al cerebro de manera más eficiente? Sí, un ejercicio llamado «boto-nes cerebrales»: «Forme una “C” con el pulgar y el dedo índice de unamano y apóyela a uno u otro lado del esternón, justo por debajo de laclavícula. Frote suavemente durante unos veinte o treinta segundoscolocando, al mismo tiempo, su otra mano justo por encima del om-bligo. Cambie a continuación de mano y repita la misma operación.Este ejercicio estimula el flujo sanguíneo que transporta oxígeno al ce-rebro a través de las arterias carótidas, de tal forma que se incrementala concentración y la relajación». ¿Por qué? «Los botones cerebralesse hallan directamente sobre las arterias carótidas y las estimulan.»

Los críos pueden llegar a ser desagradables y, muchas veces, pue-den llegar a desarrollar talentos extraordinarios, pero todavía no heconocido el niño capaz de estimular sus arterias carótidas dentro de sucaja torácica. Para eso, probablemente necesitará esas tijeras afiladasque sólo mamá puede usar.

Tal vez se figuren ustedes que estos dislates son una tendencia mar-ginal y periférica que he descubierto, tras mucho rebuscar, en un re-ducido número de escuelas aisladas y ofuscadas. Pero no. La gimnasiacerebral de Brain Gym se practica en cientos (cuando no en miles) deescuelas públicas de todo el país. A fecha de hoy, tengo compilada unalista de más de cuatrocientas que la mencionan explícitamente por sunombre en sus sitios web, y otras muchas (muchísimas) también la es-tán impartiendo. Pregunten si la practican en la escuela de su barrio.Me interesaría mucho saber cómo reaccionan ante su consulta.

Brain Gym está patrocinada por las autoridades educativas localesy financiada por el Estado, y la formación necesaria para aplicarlacuenta como crédito curricular para el profesorado. Pero sus ramifi-caciones no son sólo locales. Está promocionada en el sitio web delMinisterio de Educación del Reino Unido, así como en los más vario-pintos lugares, y surge repetidamente como herramienta favorecedorade la «inclusividad» (como si imponer la pseudociencia a los niñosfuese a mejorar las desigualdades sociales como por arte de magia, envez de empeorarlas). Estamos ante un extenso imperio del disparate,que ha infectado al conjunto del sistema educativo británico, desde lamás pequeña escuela de educación primaria hasta el gobierno central,y nadie parece haberse dado cuenta ni a nadie parece importarle.

Quizás haciendo los ejercicios de «conexión» de la página 31 delBrain Gym Teacher’s Manual [Manual de Brain Gym para el profesora-do], dirigidos a practicar contorsiones diversas con los dedos presiona-

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dos entre sí, se lograría «conectar los circuitos eléctricos del cuerpo, yde ese modo contener y, por lo tanto, centrar tanto la atención como laenergía desorganizada», y tal vez así, finalmente, acabarían atisbandoalgo de sensatez en todo esto. Puede que si movieran las orejas con losdedos conforme a las instrucciones del manual de Brain Gym, se les «es-timulase la formación reticular del cerebro para disipar las distraccionesy los sonidos irrelevantes, y sintonizar con el lenguaje».

El mismo profesor que explica a sus alumnos que el corazón bom-bea sangre a los pulmones y, luego, al resto del cuerpo, está contándo-les también que, cuando hacen el ejercicio bautizado como Activadorde Energía (que resulta demasiado complicado para describirlo aquí),«el movimiento hacia atrás y hacia delante de la cabeza incrementa lacirculación sanguínea hacia el lóbulo frontal, lo que favorece una ma-yor capacidad de comprensión y de pensamiento racional». Asustaaún más pensar que ese mismo docente estuvo sentado durante todauna clase escuchando y aprendiendo ese tipo de estupideces de bocade un instructor de Brain Gym sin cuestionarlo ni poner en duda suspalabras.

En ciertos sentidos, las implicaciones de este tema vienen a ser si-milares a las mencionadas en el capítulo sobre los desintoxicantes: silo que quieren hacer es simplemente un ejercicio respiratorio, enton-ces no hay problema alguno. Pero los creadores de Brain Gym vanmucho más allá. Su especial y teatral bostezo patentado favorece, se-gún ellos, «un aumento de la oxidación, que facilita, a su vez, un fun-cionamiento eficiente y relajado». La oxidación es la causante de laherrumbre y el óxido en general. No hay que confundirla con la oxi-genación, que supongo que es lo que ellos querían decir. (Pero inclu-so si se refieren a la oxigenación, lo cierto es que no es necesario darbostezos raros para hacer llegar oxígeno a la sangre: como la mayoríade los animales salvajes, los niños tienen instalado un sistema fisioló-gico perfectamente adecuado y fascinante que regula sus niveles deoxígeno y de dióxido de carbono en sangre, y estoy seguro de que mu-chos de ellos preferirían que les enseñaran eso y, ya puestos, el papelde la electricidad en el cuerpo —o cualquiera de las otras cosas queBrain Gym mezcla en un confuso revoltijo— y no este disparate tanevidentemente pseudocientífico.)

¿Cómo puede estar tan extendida semejante memez en nuestras es-cuelas? Un motivo obvio es que el discernimiento del profesorado seofusca al oír o leer expresiones tan altisonantes como «formación re -ticular» o «aumento de la oxidación». De hecho, ese mismo fenómeno

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ha sido estudiado en un fascinante conjunto de experimentos publica-dos en el número de marzo de 2008 del Journal of Cognitive Neuros-cience, que demuestran que las personas se creen mucho más fácil-mente las explicaciones falaces cuando éstas vienen revestidas de unascuantas palabras técnicas tomadas del mundo de las neurociencias.

A los sujetos de esas pruebas se les facilitaron descripciones devarios fenómenos del mundo de la psicología y, luego, se les ofrecíancuatro explicaciones posibles de los mismos, distribuidas al azar entrelos participantes a razón de una por persona y fenómeno descrito. Al-gunas de dichas explicaciones contenían elementos de neurociencia yotras no, y algunas eran «buenas» y otras «malas» (entendiéndose pormalas, por ejemplo, reformulaciones circulares del fenómeno explica-do o meras palabras huecas).

He aquí una de las situaciones incluida en estos experimentos. Di-versas investigaciones han mostrado que las personas hacemos estima-ciones bastante malas del nivel de conocimientos de otros individuos:si sabemos la respuesta a una pregunta sobre cultura general, porejemplo, sobreestimamos la probabilidad de que otras personas sepantambién dicha respuesta. Pues bien, en el experimento, una de las ex-plicaciones sin terminología neurocientífica que se daba de dicho fe-nómeno era: «Los investigadores afirman que esta [sobreestimación]obedece a que los sujetos tienen problemas a la hora de cambiar superspectiva para valorar lo que puedan saber otras personas, y pro-yectan erróneamente su propio nivel de conocimientos sobre los nive-les posibles de otros individuos». (Ésta era una de las explicaciones«buenas».)

Una explicación con terminología neurocientífica (y bastante estú-pida, por cierto) era la siguiente: «Los escáneres cerebrales indicanque esta [sobreestimación] se debe a los circuitos cerebrales del lóbu-lo frontal, que hoy sabemos que están implicados en el conocimientoque la propia persona tiene de sí misma. Los sujetos cometen máserrores cuando tienen que juzgar el conocimiento de otros. Las perso-nas saben juzgar mucho mejor lo que ellas mismas ya conocen». Se tra-ta de una explicación que añade muy poco, como pueden ver. Ade-más, la información relacionada con las neurociencias es meramentedecorativa e irrelevante para la lógica de la explicación.

Los sujetos participantes en el experimento procedían de tres gru-pos distintos de personas: gente corriente, estudiantes de neurocien-cias y académicos del ámbito de las neurociencias. Sus resultados fue-ron muy distintos. Los tres grupos juzgaron más satisfactorias las

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explicaciones buenas que las malas, pero los sujetos de los dos grupos«no expertos» opinaron que las explicaciones con la información neu-rocientífica irrelevante desde el punto de vista lógico les resultabanmás satisfactorias que las explicaciones desprovistas de esos elementosneurocientíficos espurios. Más aún: la neurociencia espuria demostrótener un efecto mucho mayor en los juicios que las personas hicieronde las explicaciones «malas». Como es lógico, los charlatanes y curan-deros de los que hablamos aquí son muy conscientes de esto último yno han dejado de añadir explicaciones de apariencia supuestamentecientífica a sus productos desde los inicios mismos de la charlataneríacon el propósito de fortalecer su autoridad sobre el cliente. Y esto pre-cisamente en una era, la actual, en la que los médicos se esfuerzan másque nunca por dar mayor información a sus pacientes y por hacerlospartícipes de las decisiones referidas a sus propios tratamientos.

Es interesante reflexionar sobre por qué esta especie de ornamen-tación resulta tan seductora, incluso para personas de quienes no lo es-peraríamos, a juzgar por su nivel de conocimientos. En primer lugar,la presencia misma de información neurocientífica tal vez sea vistacomo un indicador «vicario» de una explicación «buena», con inde-pendencia de lo que realmente se diga en ella. En palabras de los pro-pios investigadores, «algo hay en la información neurocientífica queseguramente incita a las personas a creer que se les ha dado una expli-cación científica aun cuando no sea cierto».

Pero aún podemos encontrar más pistas al respecto en la amplísi-ma bibliografía especializada en el tema de la irracionalidad. Las per-sonas tendemos, por ejemplo, a creer que las explicaciones más largasson las más propias de los «expertos». Existe también el llamado efec-to de los «detalles seductores»: cuando a las personas se les presentaunos detalles relacionados (aunque irrelevantes desde el punto de vis-ta lógico) como parte adicional de un argumento, éstos parecen difi-cultar su capacidad para codificar y, posteriormente, recordar el argu-mento principal de un texto, ya que desvían su atención.

Quizá la cosa vaya aún más allá y todos sintamos cierto fetichismoante las explicaciones del mundo de tipo reduccionista. No sabemosmuy bien por qué, pero nos resultan más elegantes. Cuando leemos ellenguaje pretendidamente neurocientífico del experimento sobre las«explicaciones neurocientíficas falaces» —y en los libros y los folletosque acompañan a Brain Gym— tenemos la sensación de que nos handado una explicación física de un fenómeno conductual («interrumpirla clase para hacer unos ejercicios es una experiencia refrescante»). Sin

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saber muy bien cómo, hemos acabado con la sensación de que los fenó-menos de la conducta están conectados con un sistema explicativo másamplio, el de las ciencias físicas: un mundo de certeza, de gráficos y dedatos inequívocos. Es una sensación de progreso. Pero en realidad, comosuele ocurrir con las certezas erróneas, es justamente lo contrario.

Repito que no deberíamos olvidar lo que Brain Gym tiene de bue-no: cuando lo despojamos de sus diversos elementos disparatados, nosencontramos ante un programa que propone descansos regulares, ejer-cicio ligero intermitente y abundante ingesta de agua. Todo esto esmuy sensato.

Pero Brain Gym ilustra a la perfección dos temas recurrentes másde la industria de la pseudociencia. El primero es que se pueden usartrampas y galimatías verbales —o aquello que Platón denominó eufe-místicamente «mitos nobles»— para inducir a la gente a hacer cosastan lógicas y sensatas como beber agua y tomarse un momento parahacer ejercicio. Cada uno de nosotros tendrá su propio criterio a lahora de juzgar hasta qué punto es esto proporcionado y si está justifi-cado o no (incluyendo en nuestro juicio, quizá, factores como el hechode que sea necesario o no, o los efectos secundarios que se pueden de-rivar de que consintamos semejantes tonterías), pero lo que me sor-prende de forma particularmente impactante es que, en el caso deBrain Gym, la posibilidad de que el público destinatario cuente consemejante criterio resulta muy, muy remota: los niños están predis-puestos a aprender de los adultos y, en concreto, de sus maestros y maes tras. Son esponjas de información, de modos de ver, y las figurasde autoridad que les llenan la cabeza de sinsentidos están allanando elcamino (diría yo) para toda una vida de explotación.

El segundo tema es posiblemente más interesante: la comercializa-ción del sentido común. Cualquiera de ustedes podría recomendaruna acción perfectamente razonable, como beber un vaso de agua devez en cuando e introducir descansos para hacer algo de ejercicio, ydarse así un aire de persona inteligente añadiéndole un poco de pala-brería sin sentido y una apariencia más técnica. Esto seguramente ser-viría para potenciar el efecto placebo de dicha intervención, pero ca-bría preguntarse si el objetivo fundamental de algo así no sería otromucho más cínico y lucrativo, a saber: el de convertir el sentido co-mún en algo protegido por un copyright, singularizado, patentado yposeído como propiedad particular.

Esto es algo que veremos repetirse una y otra vez, aunque a mayorescala, en el trabajo de los profesionales de la salud de dudosa repu-

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tación, y, muy concretamente, en el campo del «nutricionismo», pues elconocimiento científico —como los consejos dietéticos razonables—es gratuito y pertenece al dominio público. Cualquiera puede usarlo,entenderlo, venderlo o, simplemente, regalarlo. La mayoría de las per-sonas saben ya lo que constituye una dieta saludable. Si alguien quiereganar dinero con ello, tendrá que abrirse un espacio en el mercado. Ypara hacerlo, deberá complicarlo en exceso y asignarle su propio y du-doso sello.

¿Causa algún daño este proceso? Para empezar, no hay duda deque supone un despilfarro: hasta en el hedonista Occidente, y justoahora que entramos en una probable recesión, no deja de parecer bas-tante curioso que tiremos el dinero a cambio de consejos dietéticos bá-sicos o de pausas para hacer ejercicio en la escuela. Pero, además, exis-ten otros peligros ocultos que resultan mucho más corrosivos. Esteproceso de profesionalización de lo obvio fomenta la formación deuna especie de aura de misterio en torno a la ciencia y los consejosde salud que es tan innecesaria como destructiva. Más que nada —másincluso que lo innecesario de que lo obvio sea propiedad de nadie— loque esto hace es despojarnos de poder. Con demasiada frecuencia,esta privatización espuria del sentido común se produce en áreas enlas que nosotros podríamos estar asumiendo el control, haciendo lascosas por nosotros mismos, sintiendo nuestra propia capacidad y ha-bilidad para tomar decisiones sensatas. En lugar de ello, nos dedica-mos a potenciar nuestra dependencia de unas personas y unos siste-mas externos y caros.

Pero lo más aterrador radica en cómo la pseudociencia saturanuestras cabezas. Para desacreditar Brain Gym —permítanme que selo recuerde— no se necesitan conocimientos sofisticados de especia-lista. Estamos hablando de un programa que afirma que «los alimen-tos procesados no contienen agua»: posiblemente, el enunciado másrápidamente falsable que he leído en toda la semana (¿y la sopa?).«Todos los demás líquidos se procesan en el cuerpo como alimento yno atienden a las necesidades hídricas de nuestro organismo.»

Hablamos de una organización situada en los márgenes mismos dela razón pero que, aun así, opera en un incontable número de escuelasbritánicas. Cuando, en 2005, escribí sobre Brain Gym en mi columnadel periódico que «los descansos para hacer ejercicio están bien, perolos disparates pseudocientíficos dan risa», si bien muchos profesores yprofesoras disfrutaron con mis afirmaciones, otros muchos se sintie-ron indignados y «contrariados» por lo que, según su criterio, consti-

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tuía un ataque contra unos ejercicios que ellos mismos habían experi-mentado y encontrado útiles. Uno de ellos (un director adjunto de es-cuela, nada menos) me interpeló sobre mis reflexiones del modo si-guiente: «Por lo que veo, ¿he de entender que usted no ha visitadoaulas, no se ha entrevistado con profesores ni ha preguntado a ningúnniño, y aún menos ha mantenido una conversación con alguno de losnumerosos especialistas en este campo?».

¿Acaso tengo que visitar un aula para averiguar si los alimentosprocesados tienen agua? No. Si me encuentro con un «especialista»que me cuenta que un niño puede masajearse ambas arterias carótidasa través de la caja torácica (y sin tijeras), ¿qué voy a decirle? Si me en-cuentro con un maestro que piensa que tocándose las puntas de losdedos entre sí conectará el circuito eléctrico del cuerpo, ¿de qué másvamos a hablar?

Me gustaría creer que vivimos en un país donde los profesores y lasprofesoras tienen posiblemente el buen tino necesario para detectaresos sinsentidos y para cortarlos de raíz. Si yo fuera otro tipo de per-sona, seguramente me enfrentaría airadamente a los departamentosgubernamentales responsables de semejante majadería y les exigiríaque me informaran de lo que piensan hacer al respecto, y luego les ex-plicaría a ustedes las atropelladas y avergonzadas excusas que aduje-ron en su defensa. Pero yo no soy esa clase de periodista, y Brain Gymes un producto tan obvia y transparentemente disparatado que nadade lo que pudieran decir podría justificar en modo alguno las afir-maciones anteriormente hechas en defensa de esta «gimnasia cere-bral». Sólo una cosa me infunde esperanzas y es el goteo constantede mensajes de correo electrónico que recibo sobre este tema de ni-ños y niñas, encantados con el placer que les produce la estupidez desus maes tros y maestras:

Me gustaría hacer llegar a Mala ciencia el caso de mi maestro, que nosrepartió un folleto que dice que «el cuerpo absorbe mejor el agua cuan-do ésta se suministra en cantidades pequeñas y frecuentes». Lo que quie-ro saber es: si bebo demasiada de un solo tirón, ¿se me escapará entoncestoda por el ano?

ANTON, 2006

Gracias, Anton.

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Vaya por delante que siento un gran respeto por los fabricantes decosméticos. Ellos ocupan el otro extremo del espectro de sectores e in-dustrias que trabajan con los desintoxicantes: el suyo es un sector alta-mente regulado en el que se puede ganar mucho dinero con las extra-vagancias y los absurdos, de ahí que hallemos en él a grandes equiposorganizados de empresas biotecnológicas internacionales que no cesande generar pseudociencia, una pseudociencia tan elegante, alienante ysugerente, como perfectamente defendible. Tras la infantilidad de BrainGym, nos vemos ahora obligados a subir un poco nuestro listón.

Antes de nada, es importante que entendamos cómo funcionan real -men te los cosméticos (y, concretamente, las cremas hidratantes), por-que no tienen misterio alguno. Para empezar, lo que quiere quien com-pra una de esas caras cremas es que le hidrate la piel. Todas lo hacen yla vaselina cumple muy bien con ese cometido: de hecho, buena partede las importantes investigaciones iniciales en el campo de los cosmé-ticos giró en torno a cómo preservar las propiedades humectantes dela vaselina y, al mismo tiempo, evitar su tacto grasiento. Ésa fue unacima técnica escalada hace ya varias décadas. Hydrobase, un produc-to que se puede comprar en cualquier farmacia por unas diez libras elmedio litro, sirve a la perfección a tal efecto.

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Si de verdad les interesa, pueden reproducir ese logro creando supropia crema hidratante en casa. Basta con conseguir una mezcla deagua y aceite, pero una que esté «emulsionada», que es lo mismo quedecir «bien mezclada». Cuando yo colaboraba con el teatro hippy decalle (hablo completamente en serio), recuerdo que fabricábamos cre-ma hidratante combinando a partes iguales aceite de oliva, aceite decoco, miel y agua de rosas (el agua del grifo también va bien). La cerade abejas es mejor emulsionante que la miel y ustedes podrán modifi-car la consistencia de la crema a su gusto: cuanta más cera, más firmeserá; cuanto más aceite, más blanda; y cuanta más agua, más esponjo-sa, aunque a riesgo de volver a separar los ingredientes. Caliéntenlostodos ligeramente, pero por separado. Vayan removiendo el aceitemientras lo echan sobre la cera, sin dejar de batir la mezcla, y luegoañadan y remuevan también el agua. Introdúzcanlo todo en un tarro obote y guárdenlo unos tres meses en el frigorífico.

Las cremas que venden en la farmacia de su barrio parecen ir mu-cho más allá. Están llenas de ingredientes mágicos: tecnología Rege-nium XY, complejo Nutrileum, RoC Retinol Correxion, Vita-Niacina,Covabeads, ATP Estimulina y «tensor peptídico vegetal». Seguro queustedes jamás podrían reproducir todo eso en su cocina, y menos aúncon cremas que cuestan tanto por litro como un ínfimo chorrito deesas otras (vaporizado de sus reducidísimos envases). Pero ¿qué sontodos esos ingredientes mágicos? ¿Y qué hacen?

Básicamente, son tres los grupos de ingredientes presentes en unacrema hidratante. En primer lugar, hay sustancias químicas potentes(como los ácidos alfa-hidróxidos), niveles elevados de vitamina C o va-riaciones moleculares sobre la base de la vitamina A. Todas ellas handemostrado fehacientemente que confieren una apariencia más juvenila la piel, pero sólo resultan eficaces en concentraciones tan altas —o aniveles de acidez tan pronunciados— que las cremas así fabricadasprovocan irritaciones, picores, quemazón y enrojecimiento. Eran la«gran esperanza blanca» de la década de 1990, pero ahora todas hanvisto muy rebajadas sus concentraciones por ley, excepción hecha delas que se sirven bajo receta médica. Nada sale gratis y tampoco hayefectos primarios sin sus correspondientes efectos secundarios (comosiempre).

Las empresas que comercializan estos productos continúan nom-brando esas sustancias en sus etiquetas, regodeándose en la conocidamaravilla de su eficacia a niveles superiores de concentración, graciasa que no están obligadas a facilitar las dosis de sus ingredientes, sino

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solamente a ordenarlas por volumen de presencia en el preparado fi-nal. Pero lo cierto es que esos compuestos químicos sólo suelen figu-rar en la crema que el consumidor compra en niveles de concentraciónmeramente testimoniales, como si de un talismán se tratara. Los pre-tendidos efectos anunciados en los diversos frascos y tubos son heren-cia de los tiempos idílicos de las eficaces cremas ácidas de alta poten-cia, pero es difícil saber hasta qué punto son ciertos hoy en día, porquenormalmente se basan en estudios financiados y publicados de formaprivada, realizados por el propio sector y casi nunca disponibles en suformato publicado y completo (como todo trabajo propiamente aca-démico debería estar para que cualquiera pudiera comprobar el pro-cedimiento y los resultados). Obviamente, la mayoría de las «pruebas»citadas en los anuncios de cremas dejan a un lado todas esas cuestio-nes técnicas y se basan en testimonios subjetivos, según los cuales «sie-te de cada diez personas que recibieron muestras gratuitas de la cremadijeron estar satisfechas con los resultados».

El segundo ingrediente presente en casi todas las cremas de postínes uno que más o menos funciona: proteína vegetal cocinada e hibri-dada (ya sean «nutricomplejos» de microproteína X hidrolizada, ten-sores peptídicos vegetales o cualquier otro nombre que se les hayaocurrido darles este mes). Se trata de unas largas cadenas de aminoá-cidos que flotan en la crema y yacen sobre la humedad de ésta. Cuan-do la crema se seca sobre el rostro de una persona, estas cadenas largasy (hasta entonces) saturadas de humedad se contraen y se tensan: lasensación de tirantez ligeramente desagradable que cualquiera de us-tedes puede sentir en el rostro al aplicarse alguno de estos productosse debe a la contracción que experimentan esas cadenas de proteínaspor toda la piel de su cara, y que actúa encogiendo temporalmente lasarrugas más finas. Es la efímera (aunque inmediata) recompensa quese obtiene de usar estas cremas caras, pero que no serviría para que us-tedes se decantaran por una u otra, ya que casi todas ellas contienencadenas de proteínas hibridadas.

Por último, está la enorme lista de ingredientes esotéricos, dis-puestos como quien arroja pócimas a un caldero mientras pronunciaun conjuro, y que vienen elegantemente envueltos en un lenguaje su-gerente que permite que creamos toda clase de promesas asociadas asu uso.

Es ya un clásico que las empresas de cosméticos aprovechen infor-mación sumamente teórica (más propia de un manual especializado)sobre el funcionamiento de las células (ya sea de los componentes de

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éstas a nivel molecular o de su comportamiento en una placa de Petrien el laboratorio) y luego pretendan hacernos creer que es el últimogrito en ciencia sobre productos para mejorar nuestro aspecto. «Estecomponente molecular —anuncian con cierta fanfarria— es crucialpara la formación de colágeno.» Y eso puede ser perfectamente ver-dad (como también lo es en el caso de otros muchos aminoácidos quenuestro cuerpo usa para insertar proteína en las articulaciones, la piely en todos sus demás rincones), pero no hay motivo para pensar quenadie padezca una deficiencia del mismo, o que, embadurnándose lacara con él, vaya a notar diferencia alguna en su aspecto. En general,no hay nada que se absorba muy bien a través de la piel, ya que la fi-nalidad de ésta es, precisamente, la de actuar como una barrera rela-tivamente impermeable. Cuando alguien pisa uvas en un tonel conmotivo de algún acto más o menos festivo o simbólico, ni se emborra-cha ni engorda.

Pese a esto, si ustedes hacen una visita a la farmacia (lo cual les re-comiendo), podrán encontrar allí un despliegue fenomenal de los in-gredientes mágicos que se comercializan actualmente en el mercado.Valmont Cellular DNA Complex está hecho de «ADN de hueva desalmón especialmente tratado» («Desgraciadamente, embadurnarse lacara de salmón no tiene el mismo efecto», comentó The Times en sureseña del producto), pero es extraordinariamente improbable quenuestra piel absorba una molécula tan grande como la del ADN, oque ésta fuera a ser de utilidad alguna para la actividad sintética cutá-nea en el casi imposible caso de que la absorbiera. Mucho más proba-ble es, sin embargo, que ninguno de ustedes ande corto de compo-nentes de ADN en su organismo: tienen ya más que de sobra.

Pensándolo un poco más detenidamente, si el ADN de salmón fue-ra realmente absorbido por nuestra piel, lo que sucedería sería quenuestras células estarían absorbiendo mapas genéticos ajenos, concre-tamente, de un pez: es decir, que estarían recibiendo las instruccionesnecesarias para fabricar células de pez, lo que podría no ser muy bene-ficioso para los humanos. También sería sorprendente que el ADN aca-bara siendo digerido y descompuesto en sus elementos constitutivosdentro de nuestra piel (es nuestro intestino el que está específicamenteadaptado para digerir moléculas grandes mediante el uso de enzimasdigestivas que descomponen aquéllas en sus partes constituyentes paraque sean absorbidas por nuestro organismo).

El denominador común subyacente a todos estos productos es lasupuesta posibilidad de engañar a nuestro propio cuerpo, cuando, en

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el fondo, hay toda una serie de mecanismos «homeostáticos» de preci-sión, de elaborados sistemas con dispositivos de medición y retroali-mentación, que calibran y recalibran constantemente las cantidades delos diversos constituyentes químicos que se envían a las diferentes par-tes de nuestro organismo. Si algún efecto podría tener el hecho de in-terferir en ese sistema, sería probablemente el opuesto a los efectossimplistas que se atribuyen a tales intervenciones.

El ejemplo perfecto es el de la infinidad de cremas (y otros trata-mientos de belleza) que, pretendidamente, suministran oxígeno direc-tamente a nuestra piel. Muchos de esos productos contienen peróxido(agua oxigenada), que, para los que de verdad quieran convencerse desu eficacia, les diré que se representa por la fórmula H2O2 y que, for-zando la imaginación, podríamos concebir como una especie de agua«con algo de oxígeno adicional», aun cuando las fórmulas químicas nofuncionan realmente así (a fin de cuentas, el óxido acumulado en unpuente es un montón de hierro «con algo de oxígeno adicional» y ja-más se nos ocurriría que pudiera oxigenarnos la piel).

Aun si les otorgamos el beneficio de la duda y concedemos la posi-bilidad de que tales tratamientos suministren realmente oxígeno a lasuperficie de la piel, y que éste penetre luego en cantidades significa-tivas hasta el interior de las células, ¿de qué serviría tal cosa? Nuestrocuerpo no deja nunca de controlar el volumen de sangre y de nutrien-tes que suministra a los tejidos, así como la cantidad de diminutas ar-terias capilares que abastecen una determinada área del organismo, yese mismo cuerpo hará que crezcan más vasos sanguíneos en zonascon bajos niveles de oxígeno, ya que esto último le sirve de indicadorpara saber dónde se necesita más riego de sangre. Así que, aunque fue-ra cierto que el oxígeno de las cremas penetra en nuestros tejidos,nuestro cuerpo simplemente regularía a la baja el suministro de sangrehacia esa parte de la piel, con lo que se estaría marcando una especiede gol homeostático en propia puerta. La realidad, en cualquier caso,es que el peróxido de hidrógeno no es más que una sustancia químicacorrosiva que nos produce una ligera quemadura química en concen-traciones bajas. Esto posiblemente explica esa sensación de frescor ybrillo.

Detalles como éste son moneda corriente en los efectos que se pro-meten en los envases. Examinen a fondo la etiqueta o el anuncio encuestión y comprobarán una y otra vez que les están tratando de enre-dar mediante un elaborado juego de palabras, con la complicidad delos reguladores: cuesta encontrar una afirmación explícita que nos

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diga que, aplicándonos un ingrediente mágico concreto en la cara,nuestro aspecto mejorará. Tales afirmaciones se hacen a propósito dela crema en su conjunto, y son ciertamente válidas para el producto to-mado como un todo, pues, como ya sabrán a estas alturas, todas lascremas hidratantes —hasta las más baratas— hidratan.

Una vez sabido esto, comprar un producto u otro pasa a tener uninterés puramente marginal. El vínculo entre el ingrediente mágico deturno y su eficacia no existe más que en la mente del consumidor, ycuando leemos los efectos que el fabricante atribuye a su producto, ve-mos que han sido cuidadosamente estudiados por un pequeño ejérci-to de asesores para asegurarse de que la etiqueta sea muy sugerente,pero también —a ojos de un puntilloso bien informado— sin fisurasdesde el punto de vista semántico y legal. (Si quiere ganarse la vida tra-bajando en este campo, le recomiendo que siga el camino habitual:pase una temporada contratado en un organismo regulador de lasprácticas comerciales —o publicitarias o de cualquier otra índole—antes de entrar a trabajar como asesor de empresas del sector.)

En definitiva, ¿qué tiene de malo esta presentación tan favorece-dora? Ante todo, quiero dejar clara una cosa: no pretendo emprenderninguna cruzada anticonsumo. La industria de los cosméticos juegacon los sueños de la gente como puede hacerlo la Lotería Nacional, yla gente es muy libre de derrochar su dinero. Incluso, forzando las co-sas, podría concebir los cosméticos de lujo —y otras formas de charla-tanería— como una especie de tributo especial y autoimpuesto quepagan aquellas personas que no entienden correctamente la ciencia.También sería el primero en aceptar que las personas no compran cos-méticos caros simplemente porque crean en su eficacia, y que las razo-nes «son un poco más complejas»: son bienes de lujo, artículos queconfieren estatus, y quienes los adquieren lo hacen por toda clase defascinantes motivos.

Pero tampoco se trata de un fenómeno enteramente neutro desdeel punto de vista moral. En primer lugar, los fabricantes de estos pro-ductos venden «atajos» a las personas fumadoras y a las obesas: lesvenden la idea de que se puede tener un cuerpo saludable usando unaspociones caras, antes que recurriendo a la sencilla y anticuada prácti-ca de hacer ejercicio y aumentar la ingesta de alimentos vegetales. Yéste es un tema recurrente a lo largo y ancho del mundo de la malaciencia.

Peor aún: todos estos anuncios venden una dudosa visión del mun-do. Promocionan la idea de que la ciencia no se basa en la delicada re-

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lación entre las pruebas y la teoría. En vez de eso, sugieren con toda lapotencia que les confieren sus presupuestos publicitarios de alcanceinternacional (y los consabidos complejos microcelulares, el Neutri-llium XY, el tensor peptídico vegetal, etc., que éstos ayudan a difun-dir) que la ciencia viene a ser una especie de absurdo impenetrableconsistente en ecuaciones, moléculas, diagramas científicos (sólo enapariencia), declaraciones didácticas de alcance excesivamente gene-ral pronunciadas por figuras de autoridad enfundadas en batas blan-cas, etc., y que todo ese conjunto de supuesto aspecto científico podríaser perfectamente inventado, improvisado o confabulado con el sim-ple objetivo de ganar dinero. Con toda la fuerza que tienen, transmi-ten la idea de que la ciencia es incomprensible y venden dicha ideaprincipalmente a las jóvenes atractivas, quienes (para decepción de to-dos) están ya de por sí seriamente infrarrepresentadas en el mundo delas ciencias.

En el fondo, transmiten la misma cosmovisión que aquella Barbieadolescente de Mattel que se vendía con un circuito interno que, cuan-do se presionaban sus resortes, producía una dulce vocecita con la quedecía cosas como: «¡La clase de mates es muy difícil!», o: «¡Me encan-ta ir de compras!», o: «¡No me cansaré nunca de tener mucha ropa!».En diciembre de 1992, el grupo feminista de acción directa Organiza-ción para la Liberación de Barbie (BLO, por sus siglas en inglés) in-tercambió los circuitos de voz de centenares de estas Barbies con losde otros tantos muñecos de GI Joe en varios comercios estadouniden-ses. Ese día de Navidad, en muchos hogares de Estados Unidos se oyóa Barbie decir con una voz enérgica y firme: «Los muertos no cuentanmentiras», y a muchos niños les trajeron soldados de juguete que ex-clamaban cosas como: «¡La clase de mates es muy difícil!» o: «¿Quie-res venir conmigo de compras?».

La BLO sigue en activo.

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Vayamos ahora a lo serio. Pero, antes de adentrarnos en este terri-torio, dejemos clara una cosa: pese a lo que puedan ustedes pensar, locierto es que no estoy particularmente interesado en la llamada «me-dicina complementaria y alternativa» (denominación que, ya de por sí,constituye un dudoso ejemplo de fraseología autojustificativa). Lo queme interesa de verdad es el papel de la medicina, así como nuestrascreencias sobre el cuerpo y la curación. Y lo que me fascina —en mitrabajo diario— son las complejidades de la búsqueda de pruebas em-píricas que demuestren los beneficios y los riesgos de una determina-da intervención.

La homeopatía no es más que una herramienta que utilizo para ta-les propósitos.

Así pues, aquí abordamos una de las cuestiones más importantesde la ciencia: ¿cómo sabemos si una actuación funciona o no? Ya setrate de una crema facial, de un régimen desintoxicante, de unos ejer-cicios para la escuela, de una pastilla de vitaminas, de un programapara padres y madres, o de un medicamento para prevenir ataques car-diacos, las técnicas desplegadas para contrastar la validez de una in-tervención vienen a ser las mismas. La homeopatía constituye el meca-nismo más sencillo para enseñar el funcionamiento de la medicina

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4La homeopatía

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13. M. A. Afzal, Ozoemena, L. C., O’Hare, A. y otros, «Absence of de-tectable measles virus genome sequence in blood of autistic children whohave had their MMR vaccination during the routine childhood immunizationschedule of UK», Journal of Medical Virology, 78, 5, 2006, págs. 623-630.

14. Y. D’Souza y otros, «No evidence of persisting measles virus in pe-ripheral blood mononuclear cells from children with autism spectrum disor-der», Pediatrics, 118, 4 de octubre de 2006, págs. 1.664-1.675.

15. En <http://www.westminster-pct.nhs.uk/news/mmr0405.htm>; Pear-ce y otros, «Factors associated with uptake of measles, mumps, and rubellavaccine (MMR) and use of single antigen vaccines in a contemporary UK co-hort: prospective cohort study», British Medical Journal, 336, 7.647, 2008,pág. 754.

16. S. Chapman y otros, Medical Journal of Australia, 183, 5, 5 de sep-tiembre de 2005, págs. 247-250; R. Grilli y otros, Cochrane Database of Sys-tematic Reviews, 4, 2001: CD000389.

17. D. P. Phillips y otros, New England Journal of Medicine, 325, 1991,págs. 1.180-1.183.

18. G. Schwitzer, PLoS Medicine, 5, 5, 2008, e95.19. Health Protection Agency (Agencia británica de Protección de la Sa-

lud), «Confirmed measles mumps and rubella cases in 2007: England andWales», Health Protection Report, 2, 8, 2008, consultado el 9 de abril de2008 en <http://www.hpa.org.uk/hpr/archives/2008/hpr0808.pdf>.

20. M. Fitzpatrick, «MMR: risk, choice, chance», British Medical Bulle-tin, 69, 2004, págs. 143-153.

21. R. K. Gupta, Best, J. y MacMahon, E., «Mumps and the UK epide-mic», British Medical Journal, 330, 14 de mayo de 2005, págs. 1.132-1.135.

Y una cosa más

1. En <http://www.economist.com/research/Economics/alphabetic. cfm?letter=O>.

NOTAS 381

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Mala ciencia Ben Goldacre No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal) Título original: Bad Science © del diseño de la portada, Idee, 2011 © Ben Goldacre 2008 © de la traducción, Albino Santos Mosquera, 2011 © de todas las ediciones en castellano: Espasa Libros, S. L. U., 2011 Paidós es un sello editorial de Espasa Libros, S. L. U. Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España) www.planetadelibros.com Primera edición en libro electrónico (PDF): julio de 2011 ISBN: 978-84-493-2617-2 (PDF) Conversión a libro electrónico: Newcomlab, S. L. L. www.newcomlab.com