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ESPECIAL BICENTENARIO N.º 221 / agosto 2019 ISSN 1657-0987 www.unperiodico.unal.edu.co [email protected] Bogotá, Colombia Bicentenario Ilustración: Cristhian Saavedra/Unimedios Descarga la App Compatible con iOS y Android

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ESPECIAL BICENTENARIO

N.º 221 / agosto 2019ISSN 1657-0987

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agosto 2019 | 2 Periódico – N.º 221 – Universidad Nacional de Colombia

palabras clave: esclavitud, manumisión, Nueva Granada, libertad. Consúltelas en www.unperiodico.unal.edu.co

Especial Bicentenario

Una historia de libertad La “rebelión de los etíopes” de Medellín en 1812

María EugEnia ChavEs Maldonado*, docente, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín

La libertad entendida como un derecho político fundamental, y la liberación de los esclavos como un hecho jurídico y económico, fueron conceptos y acciones que no tuvieron un vínculo natural, y que sin embargo se afectaron mutuamente de forma trascendental; un ejemplo de ello fue lo sucedido con la “rebelión de los etíopes”.

Entre 2019 y 2020 Colombia celebra doscientos años de la gesta bolivariana de independencia. Esta celebración coincide con el Decenio de los Pueblos Afrodescendientes declarado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) para recordar, celebrar y dar a conocer el impacto de la diás-pora africana y de la cultura y la historia de los pueblos afrodescendientes en el mundo.

En las Américas, y en particular en lo que fuera el territorio de la Nueva Granada, el aporte histórico de estos pueblos, a pesar de haber sido importante y per-manente, no ha tenido el reconocimiento que merece. En el proceso de Independencia entre 1808 y 1820, la población afrodescendiente esclavizada y liberta se in-volucró de forma directa en los enfrentamientos bélicos formando parte de los ejércitos en disputa; aunque esta parecería ser la participación más destacada y visible, la verdad es que la forma en que los esclavizados se apropiaron de la retórica de la libertad política que las élites empezaron a popularizar impactó de forma muy relevante la manera en que se definieron los discursos políticos en las nuevas repúblicas. Un ejemplo de esta situación es la historia que se relata aquí.

En agosto de 1812 la Villa de Medellín amaneció en medio de una tormenta política: ante el Cabildo de la ciudad se había presentado un memorial firmado por más de 200 esclavos, en el que solicitaban se les otorgara la libertad que –según decían– había declarado el Gobierno. Sus pa-labras han sobrevivido al tiempo entre los expedientes de los archivos judiciales:

Señores del Supremo Tribunal de Justicia de Mede-llín, decimos nos, los diez mil y setecientos esclavos de Medellín y sus distritos y jurisdicción, todos juntos nos postramos ante Vuestras Señorías, con el objeto de darles a saber a sus mercedes de cómo hace largo tiempo de que por noticias que hemos sabido y por palabras de nuestros propios amos que nos vino la libertad la cual ignorábamos, […] que se nos ha dado a saber de cómo Dios nuestro Señor nos hizo libres e independientes de tal esclavitud. […] que hace dilatado tiempo que estamos padeciendo el insufrible yugo de la esclavitud […] y siendo todos iguales como declaró en el auto del nuevo gobierno que publicaron sus mercedes el primer martes de julio de este presente año.1

Esta solicitud, que sin duda ponía en aprietos a las au-toridades del Cabildo, vino a colmar un vaso lleno ya de noticias y hechos políticos sin precedentes que estaban redefiniendo las realidades políticas tanto en España

como en Hispanoamérica, y que se iniciaron cuando en 1808 el victorioso ejército napoleónico invadió la Península y obligó a los reyes a abdicar.

Unos años más tarde, en marzo de 1812 y en medio de la guerra de resistencia contra los ejércitos invasores, las Cortes españolas publicaron una Constitución Política que habría de transformar la monarquía absolutista en una monarquía constitucional, el reino en nación y los súbdi-tos en ciudadanos. En este contexto, la colonial Provincia de Antioquia expidió en mayo del mismo año su propia Constitución Política, en la que se estableció que uno de los derechos fundamentales del hombre en sociedad era la libertad, y además se contempló la obligación de “pro-teger la libertad pública e individual contra la opresión de los que gobiernan”.2 Cuando los legisladores antioqueños decidieron defender la libertad natural como un derecho humano fundamental seguramente no tuvieron en cuenta el sacudón de enormes proporciones que tal declaración iba a producir entre la población de afrodescendientes esclavizados.

Élites entraron en pánico

Para 1808 Medellín tenía cerca de 18.000 habitantes, 1.800 de los cuales eran personas esclavizadas y 9.000 fueron identificadas como “libres de todos los colores”, es decir que tenían algún antepasado afrodescendiente y posible-mente esclavo.3

Un hecho curioso es que, en su memorial, los 206 esclavos firmantes dicen representar a los “diez mil y setecientos esclavos de Medellín, su distrito y jurisdicción”, y sin embargo para la época la población esclavizada de toda la Provincia –según cálculos de los historiadores– no llegaba a 7.000 personas. Este desfase no es importante por sí mismo, sino en la medida en que indica que la intención de los esclavizados al presentar el memorial fue la de tomar la palabra por un colectivo que sentían y concebían como una totalidad amplia, numéricamente importante, y que tenía un vínculo y una meta en común: la búsqueda de la libertad. ¿Pero qué significó para esas élites antioque-ñas –que habían declarado en su Constitución la defensa de la libertad natural como derecho fundamental– esta toma colectiva de palabra de los esclavos en Medellín? La respuesta es: pánico.

Inmediatamente después de recibir el memorial, las autoridades capitulares iniciaron una investigación sumaria que empezó en Medellín pero se extendió a Rionegro y Ma-rinilla, pues se encontró que un grupo de esclavos se había desplazado durante varias semanas por todo el territorio comprometiendo el apoyo de decenas de esclavos en los tres distritos más importantes de la Provincia.

El temor que despertó este suceso fue tal, que lo bau-tizaron como la “rebelión de los etíopes”. En realidad, ni los testimonios que se produjeron durante el proceso ni el memorial que presentaron los esclavos dieron pistas ciertas de que se preparara algún alzamiento violento. Aún así, las autoridades percibieron la acción colectiva expresada en el documento como un acto amenazador en sí mismo, y no estaban muy equivocados: el memorial hacía patente la profunda contradicción que suponía declarar la libertad política y natural como derecho fundamental en una sociedad que mantenía la esclavitud como sistema social y económico.

estrategia para prevenir las rebeliones

La libertad entendida como un derecho político funda-mental, y la liberación de los esclavos como un hecho

En las Américas, y en particular en lo que fuera el terri-torio de la Nueva Granada, el aporte histórico de los pueblos afrodescendientes no ha tenido el reconocimiento que merece.

Director: Fredy Chaparro S.

coorDinación eDitorial: Blanca Nelly Mendivelso Rodríguez • coorDinación perioDística: Diana Manrique Horta

corrección De estilo: Liliana Ortiz Fonseca • Diagramación: Ricardo González Angulo • impresión: ceet, Casa Editorial El Tiempo

Las opiniones expresadas por los autores y sus fuentes no comprometen los principios de la Universidad Nacional de Colombia ni las políticas de UN Periódico.

Versión digital: www.unperiodico.unal.edu.co • Correo electrónico: [email protected] • Teléfonos: 3165348 y 3165000, extensión 18338

Edificio Uriel Gutiérrez, carrera 45 no. 26-85, piso 5o. • issn 1657-0987

jurídico y económico, fueron conceptos y acciones que no tuvieron un vínculo natural, y que sin embargo se afectaron mutuamente de forma trascendental.

Los legisladores antioqueños entendieron que mientras conservaran la esclavitud en una república libre, el riesgo de una rebelión de esclavos era inminente. Fue así como un año después de la “rebelión de los etíopes”, los antioqueños Félix de Restrepo y Juan del Corral propusieron una ley de manumisión paulatina de la esclavitud, como un antídoto para contrarrestar el peligro de una rebelión de esclavos.

La propuesta fue acogida por la legislatura antioqueña que en 1814 sancionó una de las primeras leyes de manu-misión de esclavos en Hispanoamérica. La ley abogaba por una libertad contradictoria: los nacidos a partir del año de su promulgación serían libres, no sin antes cumplir un tiempo bajo el mandato del amo de sus progenitores como pago por los servicios prestados por aquel, princi-palmente en lo que a educación, evangelización, vestuario y, en algunos casos, alimentación se refería. Los demás esclavizados obtuvieron su libertad poco a poco, y en gran medida gracias a sus propios esfuerzos.

La apropiación de la idea de libertad que hicieron los esclavos de Medellín en 1812 les costó a varios de ellos la cárcel, la persecución y el destierro. Tendrían que pasar más de cuarenta años para que finalmente, en 1851, la Nueva Granada expidiera una ley de abolición total de la esclavitud. Para muchos, entre ellos los 10.000 esclavos representados en el memorial, esta ley llegó demasiado tarde.

* Editora del libro Los “otros” de las independencias, los “otros” de la nación: Participación de la población afrodescendiente e indígena en las independencias del Nuevo Reino de Granada, Chile y Haití, publicado por Editorial un.

1 Archivo Histórico de Rionegro, Esclavos, vol. 193.2 Fondo Restrepo, Biblioteca Pública Piloto. (Mayo 3 de 1812). Constitución del Estado de Antioquia. vol. 7, rollo 4, fls. 173-208. 3 Álvarez, Víctor. (2013). La relación de Antioquia 1808. Me-dellín, Programa de Investigación Expedición Antioquia.

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agosto 2019 | 3 Periódico – N.º 221 – Universidad Nacional de Colombia

Especial Bicentenario

Doscientos años de ciudadaníaFranCisCo ortEga MartínEz, docente, Facultad de Ciencias Humanas Universidad Nacional de Colombia

El fundamento ciudadano que se instauró hace

doscientos años abolió de tajo los estatutos

sociorraciales que organizaban la población

de manera jerárquica y nos puso a todos, en

principio, en una relación de igualdad ante la ley.

A finales Del siglo XVIII la voz “ciuda-dano” había ganado prestigio y empezó a desplazar a otros vocablos entre los jóvenes ilustrados. Francisco Antonio Zea publicó en el Papel Periódico de Santafé (1791) un ar-tículo en el que sacrificaba su “reputación de literato” por el título de ciudadano, refiriéndose con este término a quien se comprometía a procurar el bien del reino cultivando y administrando un saber que producía el bien común. El patriota y el ciudadano convivían en el mismo espacio.

Las palabras más comunes para referirse a los habitantes del virreinato eran vecino y vasallo. Como “vecino” se designaba a quienes vivían en los pueblos y ciudades, en particular a aquellos con solar, que re-sidían allí y tenían representación en el Cabildo. Aunque en el siglo xvi el término distingue a lo más granado del reino, para la segunda mitad del xviii se generalizó entre los sectores populares, en particular en lugares donde el mestizaje tuvo un impacto importante. Cuando en la actualidad se llama “vecino” al tendero del barrio, se está evocando esa larga historia de arraigo en la localidad.

En cambio la palabra “vasallo” nombraba a los súbditos de un soberano al que se le rendía obediencia, y expre-saba la vinculación a una comunidad mayor y gloriosa: la monarquía católica.

Los dos términos se referían a una sociedad jerarqui-zada que se sustentaba sobre las virtudes idealizadas de los hombres, los nobles y los más blancos. En este orden, el padre, a la manera del rey con sus súbditos, “protegía” a las mujeres, los niños, los sirvientes y los esclavos que formaban parte de su casa.

palabra transformaDora

Durante la crisis política de 1808 la voz “ciudadano” reco-gió buena parte de la energía transformadora del periodo. Antonio Nariño y Juan del Corral la impusieron en sus administraciones; a Bolívar le gustaba decir que prefería “el sublime título de buen ciudadano […] al de Libertador” (1819); curas de pueblos la ensayaron frente a sus feligre-sías y sargentos la invocaron para inspirar valor entre sus soldados. Las mujeres también se imaginaron ciudadanas, como aquella cartagenera que en una angustiosa tarde de agosto de 1815 increpó a las mujeres para que merecieran el “nombre de colombianas, título que equivale al de patriotas”.

El fervor neogranadino por el ciudadano desencadenó la furia de las autoridades monárquicas. En 1816, el presbí-tero realista José Antonio de Torres y Peña ordenó furioso que se borrara de las partidas notariales “el odioso título de ciudadanos, que adoptado como un distintivo propio

palabras clave: ciudadanía, educación, República, Bicentenario. Consúltelas en www.unperiodico.unal.edu.co

de los demócratas, anarquistas y jacobinos (defensores del centralismo de Estado), lo introdujeron como signo del desorden y la rebelión”.

Aunque el impulso inicial de la ciudadanía americana fue el reclamo por la igualdad entre los pueblos americanos y los españoles, la construcción de la igualdad entre los colombianos fue lenta; los privilegios y las distinciones se han ido minando poco a poco. En 1808 Francisco José de Caldas señaló que en la escuela no debía existir ninguna distinción que hiciera que un niño se sintiera superior a otro; por el contrario, allí todo debía ser “igualdad y fraternidad”, y los niños debían estar unidos por lazos de amistad sin importar su condición económica y social.

Las Constituciones políticas que se adoptaron en el territorio neogranadino a partir de 1810 proclamaban el principio de igualdad ante la ley para todos sus ciudadanos. Para 1819 dicho principio había sido apropiado por diversos grupos sociales que entendían la igualdad como un derecho fundamental. Abundan los testimonios de oficiales republicanos que arengaban a sus tropas señalando que la legislación española les negaba a los negros y a las castas el derecho de la ciudadanía. Incluso quienes se oponían a la República señalaron con frecuencia la falta de voluntad de los criollos para realizar ese principio ciudadano. Su opción por el rey también era una forma de ciudadanía.

Los escenarios en los que se construyó la ciudadanía en este periodo fueron tres: las elecciones, fundamento del sistema representativo; el ejército bolivariano, masivo y disciplinado; y la escuela, ambicioso proyecto cívico que dominó la primera década de vida republicana.

A finales de 1818 aparece en el periódico revoluciona-rio El Correo del Orinoco la convocatoria a elecciones para

diputados en las provincias republicanas de Venezuela y Casanare, la cual es sor-prendentemente amplia: contrario a las modalidades censitarias –que imponían un monto de propiedad o renta para permitir el voto–, el reglamento de 1818 concede el voto directo sin limitarlo por renta, pro-piedades o calidad étnica.

escenarios De la ciuDaDanía

En los cuarteles y parroquias el proceso electoral se demoró ocho meses y tuvo que enfrentar enormes dificultades, como el estado de guerra, la destrucción de la economía y la infraestructura, las enormes distancias, los obstáculos geográficos y la ausencia de un censo civil. Aun así, las elecciones dislocaron las antiguas formas de legitimidad e iniciaron un lento pero efectivo cambio en la forma de hacer polí-tica, lo mismo que sucedería más adelante con los debates en el Congreso.

El reglamento dice: de nada vale eman-ciparse si terminamos sometidos “a una ley que no [es] la obra del consentimiento general del pueblo”, consentimiento que conduce a disfrutar la “libertad civil bien constituida”. Los colombianos (ya desde An-gostura se denominaban así) encontraban en este régimen democrático razones para el orgullo ante lo que veían como la tiranía y el despotismo prevalentes en Europa.

La convocatoria de 1818 les permitió el voto a los militares que tuvieran el grado de cabo en adelante, una medida que abrió efectivamente el sistema representativo a nuevos sectores sociales. Aunque futuras elecciones prohibirían el voto militar, lo

cierto es que la construcción de la primera ciudadanía colombiana pasó por la incorporación masiva de gentes de todas las procedencias sociales a la institución militar. El ciudadano soldado se convirtió en uno de los modelos más influyentes de la ciudadanía republicana.

La escuela se convirtió en el proyecto institucional más ambicioso de la primera década republicana. El consenso entre quienes se enfrentaban al reto mayúsculo de erigir

una república era que, como señaló el presidente de la Sociedad Patriótica del Cantón de Caloto (Cauca), “sin luces ni educación moral […] no hay libertad, no hay prosperidad, no hay sistema representativo”. Para 1827 se mantienen casi 500 escuelas en las que se educan cerca de 20.000 estudiantes, un esfuer-zo inmenso cuyo propósito es ofrecer educación a todos los ciudadanos en forma gratuita, igualitaria y unificada.

Aunque es cierto que han existido restricciones al ejercicio de la ciudadanía a lo largo de toda nuestra historia, tam-bién lo es que el fundamento ciudadano

que se instauró hace doscientos años abolió de tajo los estatutos sociorraciales que organizaban la población de manera jerárquica y nos puso a todos, en principio, en una relación de igualdad ante la ley.

ILUSTRACIÓN: Carlos Alexander Marroquín

Como consecuencia de la crisis de la monarquía española (1808), en el virreinato de la Nueva Granada, del cual formaba parte Colombia, se adelantaron profundas reformas que se tornaron en escenarios de una importante experimentación política. Se impuso un nuevo lenguaje, y palabras antiguas –como ciudadano, representación e igualdad– tomaron nuevos sentidos y se volvieron inevitables.

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Especial Bicentenario

palabras clave: Caribe, Cartagena, hegemonía regional, 20 de julio, 7 de agosto. Consúltelas en www.unperiodico.unal.edu.co

Tras la Guerra de los Mil Días y la separación de Panamá, a pesar de que la sociedad estaba polarizada se diseñó una estrategia para cimentar una identidad nacional alrededor de un pasado común: la Independencia. Para ello se retomaron el 20 de julio y el 7 de agosto como fechas para conmemorar dicho acontecimiento, pero se ignoraron otros hechos relevantes que sucedieron en el Caribe colombiano.

El 20 De julio 2010 se celebró el Bicentenario de la Independencia de Colombia, evocando los hechos de esa fecha como la máxima expresión que llevó al país a ese logro. En 2019 se retoma esta conmemo-ración para darle un nuevo significado a la batalla de Boyacá de 1819, con el propósito de extenderla hasta 2021 para representar la inauguración de la República de Colombia en 1821. Pese a sus mínimos cambios, estas celebraciones siguen reproduciendo los propósitos de los Gobiernos que conmemoraron el primer centenario de la Independencia entre 1910 y 1919.

En todo sentido se sigue magnificando la inven-ción del 20 de julio y del 7 de agosto como fechas de la Independencia nacional, y con ello se exaltan los hechos del interior del país y se definen como los más importantes en la construcción de la Repú-blica colombiana. Así, se repite la marginación de los acontecimientos y símbolos representativos de otras regiones, por ejemplo del Caribe.

A principios del siglo xix el Caribe neogranadino –compuesto por las gobernaciones de Santa Marta, Cartagena y los territorios de La Guajira–, además de lograr conexiones directas con Santafé de Bogotá, alcanzó niveles de autonomía importantes.

Cartagena, la ciudad más significativa de esta zona, se constituyó en uno de los centros de poder de la Nueva Granada –en paralelo con la capital y con Popayán–, preponderancia que provenía de su condición de puerto y de fortaleza militar. Desde finales del siglo xviii recibía ingresos sustanciales para su funcionamiento, que se multiplicaban con los flujos económicos provenientes del comercio.

Tal importancia le permitió jugar un papel clave en el proceso de la Independencia y la creación de la República; basta señalar que fue en Cartagena desde donde se desafió la autoridad del virrey neo-granadino en 1810, creando una Junta de Gobierno autónoma, y un año después se erigió en Estado independiente de España.

Aunque la historiografía colombiana soslayó esta primacía, los resultados de recientes investigaciones permiten comprender la causa de esta discrimina-ción en el discurso histórico y discutir las razones que engrandecieron los acontecimientos de la Re-gión Andina como fundacionales de la República de Colombia.

construcción histórica centralista

Entre las explicaciones para entender por qué se ig-noraron los acontecimientos del Caribe en la historia colombiana, sobresalen las confrontaciones políticas y militares entre las élites de Cartagena y de otras ciudades de la región y de los grupos económicos y

políticos que entre 1932 y 1955 controlaban el poder del Estado de manera centralizada.

Durante el siglo xix esas confrontaciones desencadenaron rivalidades para consolidar una hegemonía regional en el naciente Estado, que solo se conseguiría en el siglo xx, cuando la Región Andina –en cabeza de Bogotá– y Antioquia lograron el control político y eco-nómico del país.

Antes de alcanzar tal hegemonía política y económica, las élites andinas realizaron varios esfuerzos para derrotar en el plano político-militar, económico y simbólico a las localidades de la Costa; basta señalar la imposición en Cartagena de gobernadores provenientes de la Región Andina durante la década de 1830. Incluso relatos históricos del siglo xix ensalzaron los acontecimientos ocurridos en Cundinamarca y Boyacá, y sus protagonistas por encima de los de otras zonas.

La construcción ideológica, con profunda connotación racista, hizo inferiores a los ha-bitantes de tierras calientes, catalogándolos incluso de bárbaros y salvajes; además pro-dujo tensiones en el imaginario nacional, y desde entonces funciona como un instru-mento para priorizar la inversión estatal en los territorios.

La marginación sigue siendo tan evidente que la conmemoración del Bicentenario por parte del gobierno de Iván Duque incluye una inversión de 3,6 billones de pesos en obras de alto impacto que, con el nombre de “Pacto Bicentenario”, contempla la construcción de siete corredores viales para conectar a Arauca, Casanare, Boyacá, Santander y Cundinamarca, departamentos que “hicieron parte de la Ruta Libertadora”.

creanDo referentes De iDentiDaD nacional

En paralelo con el proceso poco sólido de cons-trucción de una “historia nacional”, la ausencia de consensos políticos y las luchas por el control del Estado condujeron a cambios constantes en los credos constitucionales en el siglo xix –más de siete Constituciones precedidas de guerras lo evidencian– y a la imposibilidad de cimentar un pasado común sobre el cual definir un proyecto político para el futuro.

La Guerra de los Mil Días (1899-1902) y la sepa-ración de Panamá (1903) hicieron evidente que el proyecto político de la Regeneración –engendrado en 1886 por Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro– fracasó en su objetivo de centralizar al país y buscar la unidad de la nación.

Entonces lo que se le ocurrió al Gobierno central, en cabeza del presidente Reyes (1904-1909), fue elaborarle a la nación un pasado común alrededor de la fecha del 20 de julio. Detrás de ese objetivo estaba la intención de crear una hegemonía regional, haciendo que Bogotá apareciera como la ciudad fundadora de la República, además de atribuirse la guía de esta, lo que permitió que el poder legislati-vo y el ejecutivo se asentaran definitivamente allí. Para consolidar ese propósito, a finales del siglo xix se crearon un himno, un escudo nacional y una bandera, y se instituyó con la Ley 39 del 15 de junio de 1907, sancionada por la Asamblea Nacional, que “el 20 de julio de 1910, primer centenario de la me-morable fecha inicial de la Independencia nacional, será celebrado con la correspondiente solemnidad”.

Entre el 16 y el 27 de julio de 1910 se conmemoró el 20 de julio como día de la Independencia, se invitó a representantes de varios países, incluyendo España, y se organizó una Junta del Centenario, presidida por el ministro de Relaciones Exteriores, que les impuso a las Secretarías de Instrucción Pública de

las capitales departamentales la realización de actos alusivos a esta conmemoración.

De esta manera se consiguió el despliegue de una pedagogía de la nación que utilizó la escuela, el espacio público (estatuas, placas, banderas, marchas, etc.) y la enseñanza de la historia como elementos imprescindibles para disciplinar la memoria social en Colombia y la invención de una serie de tradiciones patrióticas que solo exaltaban acontecimientos de la Región Andina, relegando otras fechas relevantes como el 11 de noviembre de 1811, día de la Indepen-dencia de Cartagena.

La intención de centralizar se hizo todavía más evidente cuando en 1913 el Congreso de la República escogió el 7 de agosto como la fecha para conmemorar el primer centenario de la Independencia definitiva de Colombia, marginando de nuevo acontecimientos como los ocurridos en Magdalena.

En estos diez años de conmemoraciones bi-centenarias es muy poco lo que se ha innovado: el 20 de julio y el 7 de agosto siguen siendo las fechas fundacionales de la nación, y los acontecimientos regionales siguen estando al margen, a pesar de los esfuerzos por incorporar a las regiones distantes en los protocolarios.

La cíclica historia colombiana hace que todo parezca ocurrir como hace cien años: grandes con-frontaciones entre partidos, visiones diferentes sobre el modelo estatal, una búsqueda aparente de la paz que genera violencia y diferencias regionales por la distribución de los recursos; es evidente que en doscientos años se ha avanzado muy poco.

*Autor del libro Celebraciones centenarias: La construcción de una memoria nacional en Colombia, publicado por Editorial un.

Las Bóvedas, construidas entre 1792 y 1796, tuvieron uso militar durante la Colonia y en la Independencia sirvieron de cárcel. Con 47 arcos y 23 bóvedas, el lugar es ahora un centro turístico para la compra de artesanías en Cartagena.

El Caribe y otras regiones marginadasraúl roMán roMEro*, historiador, docente Universidad Nacional de Colombia Sede Caribe

foto: Diana Manrique Horta

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Especial Bicentenario

Los pastusos preferían ser vasallosángEla roCío Mora CaiCEdo*, magíster en Historia Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín

Durante el proceso de independencia Pasto adoptó una postura diferente a la del objetivo perseguido desde Santafé, que era romper con el régimen colonial y buscar la autonomía de los pueblos. La defensa del orden tradicional colonial y monárquico asumida por la región, denominada “realista”, ha sido calificada como una “anomalía” debido a su lealtad obstinada a la monarquía española. De forma paralela al vasallo

existía otro estatus que fue la base para distinguir a aquellos que ostentaban

un lugar positivo de reconocimiento y de

privilegios y que les permitió participar en los procesos y en la toma de decisiones

políticas: el vecino.

Tanto en Colombia como en el resto de América Latina la conmemoración de los Bicentenarios de sus independen-cias ha llevado a plantearse diversas preguntas, muchas de las cuales exigieron dejar a un lado las miradas históricas tradicionales –focalizadas en estudios de procesos lineales y en los grandes héroes patrios– que desconocían la impor-tancia de contextos y actores “marginales” para la historia nacional. En esta trama histórica existe una pregunta reiterada en la configuración de la nación colombiana: ¿por qué Pasto asumió una posición contraria frente al proyecto republicano?

Para tratar de responder a esta pregunta es necesario hacer una lectura histórica del complejo periodo de in-dependencia en la Provincia de Pasto (1809-1824), la cual remite al conocimiento de las circunstancias particulares experimentadas en dicho contexto. Estas van desde las dificultades geográficas para el acceso a la cabecera del Cabildo, hasta su difícil comunicación con las ciudades, que ordenaban sobre ella disposiciones administrativas, judiciales y eclesiales.

La distancia entre Pasto y los centros de poder más im-portantes –como Quito y Santafé– llevó a que las élites locales y los grupos subalternos (especialmente los indígenas) cultivaran cierta autonomía a la hora de tomar decisiones y a la vez fortalecieran sus arraigadas formas de autorregularse y autogobernarse. Este grado de autonomía se manifestó tanto en los levantamientos –por la aplicación de algunas medidas fiscales estipuladas en las Reformas borbónicas a finales del siglo xviii– como en los enfrentamientos mi-litares con los ejércitos republicanos por la defensa de los principios monárquicos: Dios, Patria, Rey.

En Pasto la resistencia al cambio de los distintos co-lectivos sociales hizo que la circulación de los principios liberales y republicanos se tradujera en múltiples com-bates ideológicos, discursivos, y por supuesto militares. Durante cerca de catorce años la ciudad fue el escenario de esas confrontaciones que llevaron diversas dinámicas internas, en las que los intereses de las élites y los indígenas tuvieron como punto de confluencia la defensa del orden monárquico, en el cual ya habían logrado ciertos privile-gios, reconocimientos y garantías materiales y morales.

En este horizonte de acciones, los principios liberales expresados en el estatus del ciudadano o del lenguaje re-publicano no tuvieron trascendencia en un orden de férrea defensa del orden monárquico. Para los habitantes de Pasto fue más importante ser reconocidos como “vasallos”, atribución propia de aquellos que profesaban obedien-cia y lealtad al Rey, a Dios y a la Patria. En el vasallo se integraban los intereses de los blancos de calidad o élites, del clero, de los libres de todos los colores, de las mujeres, los indígenas y los negros (en algunos casos). El vasallaje se constituyó en el principal argumento para

palabras clave: Pasto, resistencia, vasallos, vecinos. Consúltelas en www.unperiodico.unal.edu.co

unificar los esfuerzos de las élites y los subalternos en torno a la defensa de la monarquía como orden social.

el vecino: un hombre público y De reconociDo prestigio

De forma paralela al vasallo existía otro estatus que fue la base para distinguir a aquellos que ostentaban un lu-gar positivo de reconocimiento y de privilegios y que les permitió participar en los procesos y en la toma de deci-siones políticas: el vecino. Entre 1809 y 1822 en Pasto fue más importante ser distinguido como “vecino” que como ciudadano; además, desde el Antiguo Régimen, los vecinos se habían consolidado como aquellos miembros de la so-ciedad que ostentaban un origen reconocido (blanco), eran poseedores de propiedades, de oficio útil y políticamente activos, características que a su vez descansaban en una buena moral y en unas cualidades familiares aprobadas socialmente (buen padre, buen hijo, buen cristiano, etc.).

Hacia 1813 en Pasto fue juramentada la Constitución Monárquica de Cádiz, un documento que institucionalizó ideas liberales en un orden social fiel a un rey ausente. La base constitucional de Cádiz permitió que el ciudadano, como estatus, se adap-tara en Pasto a una experiencia arraigada en la tradición, como el vecinazgo o la vecindad. En 1814, cuando Fernando vii retomó el control de la monarquía española, la Constitución gaditana dejó de regir en ambos lados del Atlántico y se volvió a usar el lenguaje que fija-ba la subordinación, la obediencia y la fidelidad de los vasallos y vecinos al rey, cabeza del cuerpo social. Estos elementos ayudaron a forjar el discurso del realismo, que hizo trascender a Pasto en la historia colombiana.

En principio, la élite en el poder local de la Provincia de Pasto supo direccionar el papel de los indígenas, de tal manera que estos pelearon y dieron su vida por unos intereses políticos, sociales y económicos particulares, que fueron presentados como generales a todos los colectivos sociales; esta alianza se dio entre 1809 y 1822. Después de la capitulación firmada entre las élites pastusas y Bolívar (1822) sucedió una serie de hechos que dejaron en evi-dencia ciertos acomodamientos, negociaciones, alianzas y traiciones entre estos colectivos sociales.

implementación forzosa

Alrededor de 1819, cuando empezó la implementación final del orden republicano en Colombia, Bolívar asumió la tarea libertadora de los pueblos del sur, un recorrido que incluía irremediablemente el paso por Pasto, una ciudad de obstinada lealtad al rey.

Después, las confrontaciones militares entre el ejér-cito republicano y las fuerzas realistas terminaron por debilitar a una ciudad combatiente. Con la Constitución

de 1821, la República de Colombia ya era una realidad y Pasto se encontraba agotada espiritual y materialmente. Hacia 1822 se implementó forzosamente un orden liberal y republicano, cuando el 8 de junio Bolívar proclamó a los pastusos como ciudadanos colombianos, tras la firma de unas capitulaciones, para evitar que siguieran los combates.

Ante estas circunstancias y el pacto acordado entre las élites de poder local (Cabildo y clero) se llevó a cabo la arti-culación de Pasto a la República, no propiamente gracias al poder de las palabras ni al atractivo proyecto republicano, sino al desgaste militar, la pobreza, y a que las élites estaban quebradas y cansadas, de modo que prefirieron firmar el pacto, resguardar el honor y los privilegios ganados en el Antiguo Régimen y no arriesgar más sus intereses.

Los indígenas, el grupo subalterno más grande, se sepa-raron de los intereses de las élites locales y –contrario a lo que Bolívar pretendió al firmar las capitulaciones con los integrantes del Cabildo– siguieron combatiendo de forma autónoma a los ejércitos libertadores hasta 1824, cuando se da muerte al pastuso Agustín Agualongo, un militar

del Ejército Real Español y caudillo, quien durante trece años hizo férrea oposición armada a los ejércitos re-publicanos en los territorios del sur de Colombia. Sin embargo los docu-mentos dejan ver tensiones y actos de rebeldía contra el orden republicano hasta 1842, aproximadamente.

La respuesta a la pregunta inicial ubica de nuevo el debate en torno a la complejidad de las lecturas que se pueden hacer, no solo sobre la participación de Pasto en el proceso de Independencia en Colombia, sino sobre su gradual proceso de incorpo-

ración a la vida republicana. Hechos como la Guerra de los Conventillos, la fuerte influencia de la Iglesia católica y la posterior creación del departamento, en 1904, marcaron decisivamente la relación entre estos territorios y la nación, llevando a momentos de concurrente contradicción entre la definición de una identidad regional y la participación en el proyecto nacional.

Después de haber vivido una lenta articulación al pro-ceso de construcción de nación, Nariño es hoy uno de los 32 departamentos de la República de Colombia. Sin em-bargo su adhesión al país inició con muchas fragilidades, una de ellas la débil unidad política y territorial frente a un poder central, hecho que permitió el fortalecimiento de los poderes locales y regionales, una característica vigente hasta hoy.

* Docente del Departamento de Sociología de la Universidad de Nariño. Especialista en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Nariño.

La batalla de los ejidos de Pasto (mayo de 1814) fue un enfrentamiento armado entre las tropas patriotas y las realistas (en la que participaron pastusos) asentadas en San Juan de Pasto. En la imagen, pintura Batalla de los ejidos de Pasto, José María Espinosa. Museo Nacional de Colombia.

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agosto 2019 | 6 Periódico – N.º 221 – Universidad Nacional de Colombia

Especial Bicentenario

Los Iluminados de la guerra que nunca se bajaron del caballoJuan MarChEna FErnándEz, director Área de Historia de América Universidad Pablo de Olavide (Sevilla, España)

El análisis de las historias de vida de 1.500 líderes que conformaron la generación militar de las independencias latinoamericanas, permite comprender el poder de las élites criollas en las guerras de Independencia y en la construcción de la República. El estudio contempló los orígenes familiares, las carreras militares y políticas, los bienes, matrimonios, hijos, escritos y hasta sus muertes.

Gabriel García Márquez sintetizó genialmente los avatares y circunstancias de la generación que llevó adelante la operación política y militar de acabar con el régimen colonial y construir las repúblicas americanas. En El general en su laberinto, el Nobel relata:

Eran hombres de guerra, aunque no de cuar-tel, pues habían combatido tanto que apenas si habían tenido tiempo de acampar. Había de todo, pero el núcleo de los que hicieron la independencia más cerca del General era la flor de la aristocracia criolla, educados en las escuelas de los príncipes. Habían vivido peleando de un lado para otro, lejos de sus casas, de sus mujeres, de sus hijos, lejos de todo, y la necesidad los había hecho políticos y hombres de gobierno […] los vínculos de clase o de sangre los identificaban o los unían.

A partir de memorias, diarios de operaciones, correspondencia, actuaciones políticas, testamen-tos y epitafios he elaborado una gran base de datos biográficos con la información de los 1.500 líderes que conformaron dicha generación. A partir de ella se analizaron más de 30 variables de la generación comprendida entre los que nacieron en 1780-1800 y murieron en 1820-1860.

En mi trabajo, “Iluminados por la guerra. La ge-neración militar de las independencias en América Latina: 1808-1850”, se demuestra, con todo el utillaje académico del caso, lo escrito por García Márquez. Así, la rigurosa historia científica se acerca a la in-tuición literaria.

En el estudio se analiza quiénes fueron los mili-tares que lideraron las guerras de Independencia; por qué intervinieron en las contiendas; cómo fue el conflicto entre el liberalismo profesado por muchos frente a la reacción ejercida por otros de entre ellos; cuáles fueron los argumentos que emplearon; y, de qué manera les fue posible mantener posturas tan contradictorias en lo ideológico y tan opuestas entre sí, dentro del severo ámbito militar. Asimismo, el trabajo se detiene en estudiar cómo, tras terminar las guerras, pudieron seguir empleando los mismos argumentos políticos y fácticos para ejercer el poder y mantenerse en él.

En definitiva, estos actores constituyen una gene-ración “iluminada por la guerra”, que marcó la política y la construcción de las naciones americanas durante muchos años, pues las determinaron por completo.

¿quiÉnes eran?

Durante el siglo xix estos “iluminados” fueron una de las herencias de los combates por la Independencia, como actores y gestores del sinfín de guerras civiles

palabras clave: élites criollas, militares, Independencia. Consúltelas en www.unperiodico.unal.edu.co

y territoriales que estallaron por todos lados tras finalizar la lucha contra la monarquía española. Es el caso, entre cientos, de los López de Santa Anna, Gua-dalupe Victoria, Sucre, Iturbide, Santander, Montilla, Bolívar, Páez, Mosquera, Flores, Córdoba, Obando, Padilla, Tristán, Espinar, Piar, Olañeta, La Mar, Ga-marra, Santa Cruz, O’Higgins, Riva Agüero, Carrera, San Martín, Montúfar, Goyeneche, Otamendi, Melo, Lavalle, Alvear, Castilla, Belgrano, Artigas, Saavedra...

La mayoría eran hijos o parientes muy próximos de españoles asentados en América, comerciantes, mineros, hacendados y sobre todo altos funciona-rios de la administración colonial, emparentados matrimonialmente con esposas pertenecientes a las más encumbradas y tradicionales familias de las élites locales. Por tanto, como hijos o sobrinos de estos, eran en buena parte americanos de primera generación. Fueron educados en los colegios más selectos, donde recibieron una enseñanza ilustra-da, europea y, acorde con la época, moderna y de espíritu liberal.

Algunos estudiaron en España, donde fueron en-viados por sus familias, incluso a colegios de nobles, o como cadetes militares en regimientos de lustre, como los de la Guardia de Corps, o a las academias de Marina o de Ingenieros, augurándoseles prome-tedoras carreras.

Casi todos entraron a la guerra, bien a la peninsular contra Napoleón o a las de Independencia america-nas, con apenas 20 años de edad. No fueron pocos los que, vencido Napoleón en Europa, de España saltaron a América, haciendo ahora la guerra contra las fuerzas realistas (después de 1815) en nombre de la libertad y contra el absolutismo de Fernando vii. Otros no se movieron de América; aunque fueron alistados por sus familias como oficiales de las tropas monárquicas, pronto se adhirieron a la causa de la libertad y conformaron los cuadros más importantes de los ejércitos patriotas. Y otros, desde el primer día se envolvieron en las banderas de la revolución, aunque entre sí muchas veces no coincidieran en su sentido y alcances.

Toda la generación terminó victoriosa estas gue-rras con un promedio de 30 años, siendo ya líderes nacionales –si no continentales algunos de ellos–; libertadores de un mundo ahora republicano y libre de monarquías; caudillos de nacientes patrias y na-ciones, vestidos de uniformes de dorados galones y distinguidos con el grado mínimo de general. Décadas después muchos de ellos murieron como políticos de fama y renombre, presidentes, diputados del pueblo, senadores… o exiliados de empaque algunos de ellos, más de lo que suele suponerse, y ricos hombres o hacendados otros muchos, sumando a su fortuna familiar de origen su formidable posición social mi-litar-republicana, tras matrimonios realizados en

el seno de su clase, o ascendiendo mediante estos, pues la ocasión era propicia para emparentar con la creme de las nuevas élites nacionales.

Quienes procedían de sectores populares (apenas un 15 % de esta generación) tuvieron más dificulta-des para alcanzar puestos de relevancia política en los años que siguieron a la guerra. Esto se aplica a los que no acabaron siendo apartados o a aquellos que se vieron plantados ante un pelotón de fusilamiento, acusados de deslealtades o traiciones para con sus antiguos compañeros. Quienes sobrevivieron a la guerra y a la posguerra siguieron siendo oficiales profesionales, sin cargos políticos de relevancia, participando en las guerras posteriores.

no ceDieron el poDer

Porque fueron muchas las guerras que siguieron al proceso de Independencia, casi toda la generación que lo adelantó acabó enfrentada entre sí en multi-tud de conflictos posteriores. Parecía como si todos estos caudillos no cupieran en el mismo mapa, lo que en efecto acabo por suceder, y el violento siglo xix latinoamericano lo demuestra.

La generación de “iluminados por la guerra” no quiso bajarse nunca más del caballo. No abandonaron sus posiciones porque entendían que eso significaba quedar apartados del poder frente a sus antago-nistas-competidores, sus antiguos compañeros de uniforme. No quisieron entender que la política y los pueblos podían prescindir en adelante de ellos, o que el poder y la gloria no tenían por qué ir de la mano.

Creyeron ser una fuerza de la naturaleza, un poder superior al que nadie podía impedirles nada, porque su determinación en la guerra conformó de una vez el alma de las naciones, de las que se sintie-ron protectores titulares en la línea que ellos habían marcado, la única y genuina forma de entender la patria y el honor.

Todo aquel que contradijera tal idea de la guerra libertadora como epifanía de las naciones, o defen-diera opiniones divergentes sobre su lectura, y en especial sobre el papel que ellos jugaron en esta, sería considerado como subversor del orden nacional instaurado por ellos, y habría de ser perseguido y erradicado como enemigo de la nación.

Estudiar a esta generación, analizar sus orígenes, características y comportamientos es imprescindible para conocer no solo el periodo de las independen-cias, sino buena parte del siglo xix latinoamericano, y aún los días de nuestro presente.

Los militares que lideraron las guerras de Independencia fueron hijos o parientes muy próximos de españoles asentados en América, casados con esposas pertenecientes a las élites locales. En la imagen, óleo de Martín Tovar y Tovar que muestra una escena de la batalla de Boyacá, exhibido en el Palacio Federal de Caracas.

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agosto 2019 | 7 Periódico – N.º 221 – Universidad Nacional de Colombia

Especial Bicentenario

palabras clave: indígenas, negros, mestizos, sectores populares. Consúltelas en www.unperiodico.unal.edu.co

Indios, negros y mestizos en la IndependenciahEraClio Bonilla Mayta, docente, Facultad de Ciencias Humanas Universidad Nacional de Colombia

Los sectores populares tuvieron un lugar trascendental en la historia de las luchas por la emancipación, y cada vez más la historiografía revela los elementos que forjaron el sentimiento de búsqueda de la libertad, incluso desde tiempo atrás. Los aportes de entonces y los de ahora siguen siendo esenciales para la construcción de nación.

Una consecuencia de la peculiar agenda de las investigaciones de la historiografía tradicional es el muy reciente interés por conocer cuál fue el papel de los indios, negros y mestizos en el proceso de la Independencia de los países de América Latina, y por lo tanto de Colombia. Aunque hoy se sabe un poco más sobre este tema, aún falta mucho por conocer porque los estudios son escasos y fragmentados, lo que impide formular una pro-puesta convincente.

Para la mayoría de los países de América Latina la independencia de la metrópoli española dejó casi intactas las bases económicas y sociales del ordena-miento colonial, y en el caso de la Nueva Granada, la actual Colombia, no solo fue “inesperada” –a juicio del historiador Jorge Orlando Melo–, sino que hundió su economía hasta mediados del siglo xix.

Según el censo de 1778 el país tenía 792.668 habitantes, de los cuales el 20 % eran indios, 26 % blancos, 8 % esclavos y 46 % mestizos. Aunque las cifras son útiles para precisar el contexto demográfico del pro-ceso de la Independencia no son suficientes para hacer un análisis más preciso, porque se trata de categorías muy amplias que encubren diferencias por localización, oficios, relación con los recursos económicos –como la tierra, la minería y el comercio– y tiempo de su asentamiento en el espacio colonial.

Los grupos de indios, blancos y negros no eran homo-géneos sino que estaban separados por barreras infran-queables, aunque a veces actuaron de manera conjunta tanto en su vida cotidiana como en las protestas. La otra mitad de la población, los mestizos o los “libres de todos los colores”, estuvieron en todos los intersticios de la sociedad, por no encontrar una adhesión precisa en la organización de las “repúblicas” estamentales.

Otro factor que limita un análisis más preciso tiene que ver con los objetivos –deseados y no deseados– que sus protagonistas se trazaron para formar parte de las acciones durante el proceso. Por ejemplo lo ocurrido en Socorro en 1781 fue una importante movilización orientada al restablecimiento del ordenamiento impuesto por los Austrias, desestabilizado por las reformas borbónicas en el siglo xviii. Más que la libertad para introducir cambios políticos, los manifestantes querían la libertad frente a los cambios políticos, como acertadamente escribe el historiador inglés Anthony McFarlane.

libertaD, proceso irreversible

Es paradójico que segmentos importantes de la población indígena y negra, en vez de apoyar con entusiasmo la causa de la Independencia se opusieron a ella y a sus principales líderes. Así pasó en Pasto, en Iquicha (cerca de Ayacucho), inmediatamente después de la batalla que selló la separa-ción de las colonias españolas en América del Sur (Cuba y Puerto Rico siguieron en esa condición hasta finales del siglo xix), y también en varias regiones de México y en la Araucanía de Chile, ¿cómo explicarlo?

Hasta el momento las escasas investigaciones mues-tran que en el caso de Pasto la oposición se produjo ante el

Según el censo de 1778 el país tenía 792.668 habitantes, de los cuales el 20 % eran indios, 26 % blancos, 8 % esclavos y 46 % mestizos. Acuarelas sobre papel. Edward Walhouse Mark, s.f. Colección del Banco de la República.

ción. Para empezar, hubo negros esclavos y libertos; “bozales” y ladinos; y urbanos y rurales trabajando en el campo o en las unidades domésticas, hombres y mujeres, para no mencionar la cascada inacabable del proceso de amestizamiento que produjo zambos, mulatos y pardos, entre otras mezclas.

Historiadores como Alfonso Múnera, Óscar Alma-rio, Francisco Zuluaga y Marixa Lasso han ayudado a comprender que la participación de los libres y los pardos fue efectiva en la radicalización y en el desenlace de la Independencia de Cartagena el 11 de noviembre de 1811, pero que igualmente inspiraron el terror de las élites por la amenaza a sus vidas y a sus bienes. Las preguntas que surgen son: ¿buscaron la igualdad o la libertad frente a sus amos o frente a España, qué ocurría con los esclavos?

Mucho antes de la crisis de la Independencia la población negra había iniciado un proceso irre-versible de liberación frente a sus amos, a través de su evasión y fuga para constituir esos “espacios de libertad” que fueron las “rochelas”, los “palenques” y los “quilombos”. Pero durante la guerra patriotas y realistas los reclutaron por medio de la persuasión o de la fuerza, con la promesa de otorgarles la libertad, promesa que por cierto no cumplieron. Ni José de San Martín ni Simón Bolívar hubieran obtenido sus logros de no haber contado con estos contingentes.

conDenaDos a la marginación

Con respecto a las consecuencias de aquella parti-cipación, oposición o abstinencia de los indígenas en el proceso, pareciera que su rechazo fue premo-nitorio porque los liberales afectaron de manera negativa sus intereses en pocos años en el siglo xix, lo que no pudo conseguir el ordenamiento colonial anterior, es decir que perdieron tierras, resguardos,

protección, e incluso el derecho al voto reconocido por la Constitución española de 1812. Mucho más adelante, y como resultado de intensas protestas, finalmente estos derechos conculcados les fueron restablecidos.

En relación con los negros, en el continente no se re-produjo nada similar a lo ocurrido en Haití, y aún así no pudieron alcanzar su libertad sino hasta mediados del siglo xix, aunque su participación en las guerras, como lo reconoce el historiador Óscar Almario, profesor de la Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín, desor-ganizó la actividad minera en el Pacífico neogranadino y debilitó las bases de la reproducción del sistema esclavista en el sector minero.

En 2019 se conmemoran dos siglos de la ruptura de la dominación política establecida por la metrópoli espa-ñola, e infortunadamente las poblaciones negra, india y mestiza se siguen caracterizando por su marginación social. No se trata de un congelamiento en el tiempo, porque las barreras coloniales que antes separaban a las diferentes “repúblicas” se debilitaron para dar paso a una mayor integración del conjunto social, de la misma manera que en cada grupo étnico se ha producido una movilidad que fracturó la homogeneidad de la pobreza.

La Constitución Política de 1991, una de las más avan-zadas de la región, contiene dispositivos que los protege frente a su vulnerabilidad. Pero aún es largo el camino por recorrer, y al igual que los logros de las grandes movili-zaciones de Bolivia y del Ecuador, también se espera que en esta aldea cada vez más global los sectores populares puedan dejar una impronta de la grandeza de su pasado y de su presente.

acecho y el cerco de los quiteños; la imposición del tributo; el dislocamiento de la figura del Rey como su protector y referente sagrado; el desconocimiento de sus autoridades étnicas; el ataque a la religión católica, y el hecho de haber contado con aliados interesados entre la población criolla y negra del Patía.

De otra parte, descifrar el significado de la participación de la población negra implica ir más allá de esta generaliza-

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agosto 2019 | 8 Periódico – N.º 221 – Universidad Nacional de Colombia

palabras clave: caudillismo, ciudadanía, masonería, partidos políticos. Consúltelas en www.unperiodico.unal.edu.co

Especial Bicentenario

La invención del ciudadano y el nacimiento del miedo al puebloFaBio zaMBrano PantoJa, historiador e investigador, Instituto de Estudios Urbanos Universidad Nacional de Colombia

Después de lograr la Independencia terminó el consenso en torno al proyecto republicano. Ante la inexistencia de caudillos o líderes, y la imposibilidad de emplear el Ejército libertador como un factor de poder, se usaron elementos propios de la cultura política moderna –como educación y partidos políticos– para establecer un sistema que lograra una legitimidad suficiente en las instituciones nacientes.

Con el ejercicio de la ciudadanía, el nuevo

vocabulario de la Constitución, el sufragio,

los derechos civiles, la separación de la Iglesia

y el Estado, y demás conceptos, se entronizaron

definitivamente en el lenguaje político nacional.

DesDe la Distancia que nos ofrecen los dos siglos que hemos recorrido en la construcción de la nación colombiana, podemos decir que la tarea más fácil fue la guerra de Independencia.

Los acontecimientos militares de 1810 (inicio del proceso) a 1824 (batalla de Ayacucho) cubren un trayecto de escasos 14 años. En estos se transita hasta llegar a los reclamos por la autonomía a la Carta Magna de 1821 –suscrita en la Villa del Rosario– que hiciera Camilo Torres en el Memorial de Agravios. Hasta entonces no hay dudas de que la lucha por la independencia era el camino a seguir. Esta Consti-tución fue el punto de partida en la cimentación de las instituciones republicanas y el referente obligado en la construcción de la sociedad moderna.

Cuando se logra la Independencia se termina el consenso. Aunque el proyecto republicano no tuvo competencia porque no se podía regresar a un sis-tema monárquico (se intentó en México y se logró en Brasil), tampoco era viable volver a ser colonia de otro imperio. Cómo y con quiénes construir la nación sí fueron asuntos que crearon fuertes enfren-tamientos, y es por ello que el siglo xix se caracteriza por las constantes guerras civiles, levantamientos, asonadas y motines.

Los desafíos en la construcción del sistema repu-blicano fueron múltiples, ya que la guerra destruyó los centros de poder, económicos y culturales domi-nantes durante el siglo xviii. En especial Cartagena y Popayán –las dos ciudades más poderosas– que-daron profundamente afectadas, y la primacía pasó a Barranquilla y Cali.

Es importante destacar que por la fragmentación consecuente de la difícil geografía y de la crisis de las ciudades poderosas, en Colombia no se pudo seguir la misma senda que se impuso en la posindependencia en América Latina, que fue el caudillismo.

El mismo Ejército libertador, dirigido por Simón Bolívar, cuando concluyó la campaña del sur y se consolidó la Independencia de Ecuador, Perú y Bo-livia, a su regreso a la Nueva Granada se convirtió en un incómodo cuerpo extraño muy tóxico en el escenario político; el mismo Bolívar terminó sus días camino al autoexilio, rechazado en su patria y sobreviviente del intento de asesinato en Bogotá.

De vasallos a ciuDaDanos

Al carecer de caudillos o de líderes, se emplearon elementos propios de la cultura política moderna para establecer un sistema que lograra una legitimi-dad que les permitiera a las nacientes instituciones tener la legalidad suficiente para que fueran válidas.

Con el ejercicio de la ciudadanía, el nuevo vo-cabulario de la Constitución, como el sufragio, los

La guerra destruyó los centros de poder, económicos y culturales dominantes durante el siglo XVIII (Cartagena y Popayán). Después de la Independencia Bogotá se convirtió en el centro de poder de Colombia.

derechos civiles, la separación de la Iglesia y el Estado, y demás conceptos, se entronizaron definitivamente en el lenguaje político nacional.

Había que convertir los súbditos del rey de España en ciudadanos neogranadinos, y para ello se aplicó la misma estrategia que se había utilizado en Europa: crear la sociabi-lidad moderna, el empleo de la educación como el aparato ideológico más importante que podía tener el naciente Esta-do, la secularización de la sociedad, y, en especial, la creación de un pueblo moderno que se manifestara en el espacio público.

La tarea no fue fácil ni sus resultados fueron exitosos de manera inmediata; de hecho esto es lo que se hará en las dos cen-turias siguientes. La gran mutación cultural que se inicia con la introducción entre las élites de un nuevo imaginario social basado en el individuo –considerado como el valor supremo con el que se deben medir las instituciones y los comportamientos– es quizá la frontera más importante que va a aparecer a mediados del siglo xix, cuando en 1848 se funda el Partido Liberal, y en 1849 el Partido Conservador.

Para llegar allí había que crear este nuevo sujeto histórico. El triunfo del individuo se logra con el empleo de formas de sociabilidad, y es allí donde nace la opinión pública moderna, resultado de la discusión y del consenso de sus miembros. La forma de sociabilidad más importante en la primera década de vida republicana fue la masonería, fundada por Francisco de Paula Santander en 1820.

eDucación, eje central De la política pública

La masonería inició sus labores con el nombre de Libertad de Colombia, y un año después cambió el nombre por el de Fraternidad Bogotana No. 1. A partir de esta logia se funda-ron en Cartagena la Beneficencia, la Fraternidad, y las Tres Virtudes Teologales; en Bogotá la Fraternidad Bogotana y los Corazones Sensibles No. 20; en Tunja la Concordia de Boyacá; en Honda la Hospitalidad del Magdalena, y en Panamá la Mejor Unión, además de logias en Zipaquirá, Cúcuta y Guatavita, todas creadas entre 1821 y 1828.

Este tipo de sociabilidad es la primera red cultural laica que se formó en el país. En principio, estos espacios pertenecían a las élites, pero poco a poco van llegando a otros grupos sociales hasta conformar las llamadas “sociedades de pensamiento”. Tal aspecto está muy relacionado con la formación de la educación pública en las universidades, colegios y escuelas que funda Santander. La Universidad Central de la República, antecesora de la Universidad Nacional de Colombia, era el eje central de esta política pública.

Con la educación se buscaba convertir en ciudadanos al pueblo, premisa fundamental para el progreso. Esto se con-signa en los decretos y leyes expedidos entre 1819 y 1821, en

los que se enuncia la función de la instrucción pública de unificar a la diversidad de individuos y clases sociales en la figura única del ciudadano.

la primera manifestación Del mieDo al pueblo

La fundación en 1822 de la “Sociedad Democrática” en Bogotá, con el propósito de trabajar políticamente a los artesanos de la

capital, fue otra estrategia en la formación del pueblo moderno. Creada por Santander, esta formaba parte del amplio plan de difusión de las ideas de modernidad.

Los artesanos constituían el grupo social más numeroso de la capital y empezaban a padecer la competencia de las manufactu-ras extranjeras y a quedar desprotegidos y desorganizados al extinguirse los gremios.

Esta situación provocó una rápida poli-tización de los artesanos y una permanente disposición a participar en los espacios de sociabilidad creados por la élite. La entusiasta participación en la “Sociedad Democrática” provocó una fuerte reacción,

que ha sido denominada como la primera manifestación del miedo al pueblo, pues desde su creación generó una fuerte oposición que obligó a su cierre.

poDer político en manos De los partiDos

Ante la inexistencia de líderes y la imposibilidad de emplear el Ejército Libertador como un factor de poder, los partidos políticos fueron la forma como se organizó el poder político.

La muerte de Simón Bolívar en Santa Marta, en diciembre de 1830, sucede cuando la Gran Colombia se estaba desinte-grando; a ello le sigue la salida de los militares venezolanos de la Nueva Granada. Desde entonces se inicia la construcción de los partidos políticos.

La ausencia de poderes fuertes obligó a usar la cultura política moderna; tanto así, que aunque los políticos podían ejercer la política en sus provincias mediante los sistemas propios de las sociedades tradicionales, cuando llegaban a la capital, una vez eran elegidos como congresistas o presidentes, debían presumir de ser modernos.

Sin embargo lo anterior no solucionó el gran problema que acompañará la creación de la República, como es definir quién es el pueblo, quién podía ser ciudadano y por lo tanto quién podía votar. Durante todo el siglo xix y buena parte del xx este tema estará presente de manera constante.

Imagen: Plaza Mayor de Bogotá, Edward Walhouse Mark. Colección Banco de la República.

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agosto 2019 | 9 Periódico – N.º 221 – Universidad Nacional de Colombia

palabras clave: minería, exportación de oro, latifundio. Consúltelas en www.unperiodico.unal.edu.co

Especial Bicentenario

Doscientos años de statu quo y rentismoriCardo Bonilla gonzálEz, docente, Facultad de Ciencias Económicas Universidad Nacional de Colombia

Después del proceso de Independencia es poco lo que ha cambiado el país en materia económica, pues sigue siendo minero-exportador y latifundista. Al igual que ahora, en 1819 las élites que gobernaban lo hicieron manteniendo las relaciones de propiedad y de desigualdad social.

El aDagio popular Dice que “ha corrido mucha agua bajo el puente”, y eso es lo que ha pasado en Colombia en estos doscientos años: se tiene menos territorio, más población, estándares de calidad de vida diferentes, niveles educativos más altos, espe-ranza de vida superior, el envejecimiento dejó de ser una excepción y hay más propietarios, entre otros cambios.

Sin embargo algunos factores de cohesión social, aunque no han cambiado, sí tienen un barniz de modernidad: el control del Estado; la rotación de las élites; la legislación a favor del lobby; la dinámica de las “fuerzas vivas” y la diversificación de sus nego-cios; la concentración de la riqueza y del ingreso; y el predominio de los privilegios y la promoción de las actividades captadoras de rentas.

Hace dos siglos el país era extenso, rural, poco poblado, mal educado, segregado y con fuertes di-ferencias tanto sociales como étnicas y en la es-tructura de la propiedad. El censo de 1780 mostró que el territorio era habitado por un poco más de un millón de personas, distribuidas en cuatro áreas geográficas dispersas, así:

i) El grupo más numeroso y extendido (cerca del 70 %) ocupaba la cordillera Oriental de sur a norte, desde el nudo de los Pastos hasta el Catatumbo, con incipientes núcleos urbanos en Pasto, Popayán, Santafé, Tunja, Socorro y Pamplona, conectados por senderos indígenas convertidos en caminos reales y luego en la vía Panamericana.

ii) Un puerto de entrada y salida de la región, Car-tagena de Indias, conectado al río de la Magdalena

El recaudo de impuestos por el tabaco y el alcohol, la extracción y comercialización de oro y el envío de correos fueron las actividades que movieron la economía de la Nueva Granada.

Aunque el libre comercio –ideal reformista de la

Independencia– permite tener un buen surtido en

los supermercados, no creó las condiciones

para fortalecer la industria y acceder al conocimiento

de la Cuarta Revolución Industrial.

y a grandes sabanales para llegar hasta Honda, con un probable 10 % de la población.

iii) Una región agreste y minera, Antioquia, ba-sada en el oro, que comenzaba a extenderse hacia cultivos y ganadería de pequeños propietarios, en lo que se conocerá después como la “colonización antioqueña”, con otro 10 %.

iv) La región más desarrollada, con haciendas y cultivos tecnifi-cados que usaban mano de obra esclava afro e indígena, al norte de Popayán, su capital, con el otro 10 %.

El tamaño geográfico de la Nueva Granada era mucho más amplio que el de la Colombia de hoy, pero concentrado económicamente en cuatro áreas identificadas: la activi-dad principal era agrícola, con algo de pastoreo y artesanía, destinada a cubrir el mercado interno, mientras el nexo con el resto del mundo eran el oro y la minería, que pagaban las importaciones de bienes suntuarios, la compra de esclavos y los impuestos a la Corona.

Dos siglos De DesigualDaD

Las relaciones de poder eran consecuencia de la es-tructura de propiedad y los nexos familiares con los representantes de la monarquía española. Después de tres siglos de coloniaje, los descendientes criollos querían asumir el control sin perder las relaciones con la metrópoli (España), gobernar con el Rey pero sin él, y eso fue el grito de Independencia.

Detrás de ese grito estuvieron comerciantes criollos, prestamistas, dueños de haciendas y con-troladores de minas, cada uno en defensa de sus intereses y buscando ampliar sus actividades; de esos segmentos salió la oficialidad del ejército re-publicano, mientras la soldadesca la componían peones de finca, esclavos y aprendices de oficios, la mayoría analfabetos. Esas nuevas élites gober-naron manteniendo las relaciones de propiedad y segregación social.

Doscientos años después, el país tiene fronteras depuradas, sigue siendo extenso y sin control del territorio; los latifundios no han desaparecido y son la base de la estructura de propiedad en la tierra útil, mientras sus propietarios se volvieron comerciantes, industriales, banqueros y tenedores de licencias mi-neras, todo lo que originó la desigualdad en riqueza e ingresos.

Ahora somos 48 millones de habitantes mal conta-dos, ocupando prioritariamente el 50 % del territorio, desde la cordillera Oriental hasta las costas, en más de 30 centros poblados de concentración urbana supe-rior a las 100.000 personas y 6 que superan el millón. Las actividades productivas se diversificaron y las relaciones con el resto del mundo se ampliaron, más comercio e intercambios de inversión. Aún así el país

sigue siendo minero-exportador, pasando del oro mineral al “oro negro”.

Las estructuras productivas y de personas ocupa-das son asimétricas, los sectores financiero y minero, que son los que más participan en el pib, son los que

menos oportunidades de trabajo generan; los dos tienen una hipo-tética alta productividad, que no es otra cosa que la administración y explotación de unas rentas am-paradas en la ley: las utilidades del suelo minero en función de conce-siones y altos precios, y las rentas derivadas de tasas de intermedia-ción elevadas, construidas con el prurito de actividad esencial, en la que los banqueros nunca pierden y los riesgos corren por cuenta de los ahorradores. Las normativas favorecen esas concesiones y le

otorgan beneficios adicionales a los cuatro grandes “cacaos” del sector financiero, en el que no hay mayor competencia porque las ganancias son de ellos y las pérdidas se socializan.

país latifunDista

La canasta alimenticia es resultado de la produc-ción del minifundio; 6 millones de hectáreas con 3 millones de campesinos entregan el portafolio de frutas y verduras que nutren la mesa de los colom-bianos; de allí también salen la leche y la carne de los mercados populares.

El latifundio tiene ganadería extensiva y pastos, algunos son eficientes y hasta exportan, la mayoría espera que la tierra se valorice para venderla bien. Aunque el libre comercio –ideal reformista de la Independencia– permite tener un buen surtido en los supermercados, no creó las condiciones para fortalecer la industria y acceder al conocimiento de la Cuarta Revolución Industrial. En definitiva, Colombia sigue siendo un país de latifundistas ineficientes, comerciantes, banqueros prestamistas y explotadores de licencias mineras.

En estos doscientos años la estructura del poder se ha rotado entre las élites de esos mismos grupos y las mismas familias extendidas, con herederos de cada generación alternando entre las del Cauca, la agreste Antioquia y el Eje Cafetero, uno que otro cartagenero y las dinastías oriundas de la cordillera Oriental. Aunque todos posan de emprendedores y empresarios talentosos, la fuente del éxito es la puerta giratoria con el Estado, al que controlan de manera directa haciéndose elegir, o de manera in-directa financiando campañas y cobrando favores.

Imagen: acuarela de Carmelo Fernández, Comisión Corográfica, Colección Biblioteca Nacional. Imagen: acuarela Manuel María Paz, Comisón Corográfica, Colección Biblioteca Nacional.

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agosto 2019 | 10 Periódico – N.º 221 – Universidad Nacional de Colombia

Especial Bicentenario

Las balas de la Independencia halladas en BoyacáMaría luzdary ayala villaMil, Unimedios Bogotá

Al menos tres días duraron 100 peones enterrando los muertos de la batalla del Pantano de Vargas, en la que podría ser la fosa común más grande de la Guerra de Independencia. Investigadores de la Universidad Nacional de Colombia (unal) levantaron el mapa del sitio y esperan estudiar los restos para develar una nueva visión de este capítulo crucial en la historia de Colombia.

Debajo De la autopista que de Bogotá lleva a Tunja, a la altura del puente de Boyacá –sobre el río Teatinos– todavía se encuentran proyectiles del último enfrentamiento ar-mado que despejó el camino triunfal del ejército patriota rumbo a Santafé de Bogotá. De hecho, a medida que aran la tierra para cultivar papa, algunos campesinos, como don Clodomiro Quiroga, han encontrado casquetes y balines utilizados en la época.

El profesor José Vicente Rodríguez, director del La-boratorio de Antropología Física, y el magíster en Antro-pología Luis Daniel Borrero han recuperado algunos de esos elementos para conocer nuevos detalles acerca de este determinante capítulo de la historia del país. Desde hace más de una década estos antropólogos de la unal siguen las huellas de la Campaña de Boyacá, gracias a un proce-so exhaustivo de documentación, fotointerpretación y trabajo de campo.

Ayudados por georradares (artefactos que localizan objetos, estructuras o cavidades por debajo del nivel del suelo) y detectores de metales, ellos han explorado y medido el terreno; trasegado por las rutas de los caminos reales; excavado y recuperado algunos vestigios de la guerra, en acciones conocidas como “prospección arqueológica”.

Para sus estudios se han pasado al otro lado de la vía, hasta donde no llegan los centenares de turistas nacionales y extranjeros que se agolpan frente al pequeño puente de concreto –originalmente de madera– y donde guías turísticos se ganan la vida contando anécdotas de los protagonistas de esos enfrentamientos, como Bolívar, Santander, Inocencio Chincá o José María Barreiro.

Con más de 25 años en el oficio, “don Julio” comparte el trabajo de guía con Julián Flechas, quien vestido como el Libertador y con tono de orador sumerge a los visitantes en el fervor por las frases lacónicas de Simón Bolívar y en el dolor de las balas que cegaron tantas vidas.

Desde el arco del triunfo –que pasa casi inadvertido para los visitantes del puente de Boyacá– también se apre-cian el obelisco y las ruinas de la casa de teja, o de pos-tas, donde se habría produci-do el primer encuentro entre realistas y patriotas, de la que hoy solo queda un pedazo de pared en adobe. Esta casa fue identificada por el antropólogo Borrero en su tesis de grado en Antropología, pues por mucho tiempo se creyó que la histórica casa era la que hoy pertenece a un boyacense poco amigo de las excavaciones ar-queológicas.

En uno de sus tantos reco-rridos por esta zona, el magís-

ter camina hacia lo alto del “cerro del Tobal”, desde donde reconstruye con su mirada los escenarios en los que se encontraba el ejército realista, comandado por Barreiro, y donde estaba la tropa realista, preparada para sorpren-derlos en este combate que, según datos históricos, dejó cerca de 100 muertos.

En este escenario fragmentado por la autopista es poco lo que los investigadores han podido recuperar, dada la vasta remoción de tierra para construir las vías y los monumentos –como el de Banderas o el Ciclora-ma– que mandatarios del momento ordenaron erigir para honrar la memoria de los héroes de estos cruentos enfrentamientos.

voces De las tumbas

La tarea tampoco ha sido fácil en Paipa, donde se localiza el imponente Monumento a los Lanceros, en el que fuera el Pantano de Vargas, ya desecado y hoy rodeado de vivien-das, restaurantes y ventas de artesanías y de postres. Intentar hacer excavaciones en estos terrenos privados es una misión prácticamente imposible.

Sin embargo en los alrededores de esta amplia zona, entre el cerro de la Guerra –o Picacho– y el cerro del Can-

grejo –o de los Muertos–, por donde el ejército patriota finalmente pudo derrotar al ejército realista, queda un sector en el que podría estar uno de los más valiosos yacimientos arqueológicos de la época.

En el sitio de Barital, en jurisdicción de la vereda Var-gas, del municipio de Paipa, parece estar una de las fosas comunes más grandes de la guerra. El cambio del color de la vegetación en una franja de este lote de 10 x 40 m parece confirmar que ahí, al lado de un antiguo vallado, se habría excavado para enterrar los cuerpos de soldados realistas y patriotas; de llaneros y británicos; de haitianos y de otros soldados abaleados en el combate, e incluso de mujeres que auxiliaban al bando patriota. Al menos 600 cadáveres desnudos fueron sepultados en una jor-nada de tres días adelantada por unos 100 campesinos contratados para esta tarea, según la documentación recopilada por el equipo de investigadores del profesor Rodríguez. Estos restos podrían dar cuenta de aspectos que no se han abordado en los documentos existentes sobre la campaña libertadora, que abarcó desde los Llanos de Venezuela hasta la entraña de la Nueva Granada, en la entonces Santafé de Bogotá.

La presunta fosa común, producto de la dura contienda que habría transcurrido entre las 8 de la mañana y las 6 de la tarde en medio de una fuerte temporada invernal –que los investigadores asocian con el fenómeno de La Niña–, permitiría saber si los protagonistas de esta guerra venían de tierras cálidas o frías, de qué se alimentaban, cuál era su edad, sus enfermedades y su capacidad de resistencia, entre otros aspectos de los que hoy se ocupa la bioarqueología.

Sin embargo, como el terreno forma parte de una finca privada, no se ha podido intervenir debido a que el municipio todavía no cuenta con su Plan Especial de Manejo Patrimonial (pemp), el cual permitiría adquirirlo para adelantar los respectivos estudios arqueológicos.

Al respecto, el secretario de Planeación de Paipa, Gustavo Cantor, dijo a un Periódico que tristemente el Pantano de Vargas es el único monumento nacional que no cuenta con el pemp, y que aunque desde 2008 se ha intentado conseguirlo, hace alrededor de seis meses se pasó el documento con algunas correcciones, pero que ni la Secretaría de Cultura de Boyacá ni el Ministerio de Cultura lo han aprobado.

Sobre la inquietud del profesor Rodríguez en relación con la zona donde se cree que estaría la fosa común, el secretario señala que, en efecto, pertenecería al área de

Con ayuda de un detector de metales los arqueólogos de la unal han hallado proyectiles esféricos, un guardamonte de bron-ce y una guarda de espada de caballería española modelo 1796.

En el sitio de Barital, en jurisdicción de la vereda Vargas, del municipio de Paipa, parece estar una de las fosas comunes más grandes de la guerra.

FOTOS: Nicolás Bojacá/Unimedios

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agosto 2019 | 11 Periódico – N.º 221 – Universidad Nacional de Colombia

palabras clave: Independencia, arqueología del conflicto, Pantano de Vargas, fosa común. Consúltelas en www.unperiodico.unal.edu.co

Durante el periodo colonial, el Campo de Boyacá, comúnmente conocido como puente de Boyacá, era el paso obligado entre Tunja y Santafé de Bogotá. Antes de la llegada de los españoles fue un camino muisca.

De la casa de teja, o de pos-tas, donde se habría produ-cido el primer encuentro en-tre realistas y patriotas, hoy solo queda un pedazo de pared en adobe.

patrimonio, ya que se encuen-tra a unos 200 m de la falda del cerro histórico.

Esta declaratoria también permitiría recuperar otras ins-talaciones importantes, como la “Casa de las seis ventanas” –cuartel del jefe del Ejército español, José María Barreiro–, que infortunadamente se ha derruido, constituyéndose en el primer paso para congelar y empezar a proteger el área de interés patrimonial que en este momento, se encuentra “sin Dios ni Ley”, según el fun-cionario.

El profesor Rodríguez ex-plica que aunque el área de la fosa es de 10 x 40 m, con una profundidad aproxi-mada de 2 m, el municipio tendría que adquirir un terreno con el triple de esa área, ya que se requiere un espacio similar para depositar la tierra excavada y otro para montar el campamento y mantener las herramientas de trabajo.

El equipo de expertos rescató documentos y estableció que además de la fosa común hubo otros dos entierros: uno en El Arenal, sitio donde se erigió el Monumento a Los Lanceros y que fue destruido, y otro en camino a El Cacical, que fue prospectado pero del cual no se hallaron vestigios.

Como la investigación arqueológica incluye las fases de documentación, fotointerpretación, tra-bajo de campo y reconstrucción histórica, el grupo de trabajo ha obtenido información que va mucho más allá de la representación del Monumento de Los Lanceros que, según el profesor Rodríguez, solo refleja una parte de la realidad.

escenarios De guerra

Gracias a la documentación histórica y paisajística, al trabajo de campo, e incluso a testimonios como el de don Bartolomé Hurtado, un poblador que siendo niño encontró un cuaderno con testimonios de guerra, el docente y su equipo reconstruyeron el recorrido de las tropas –con apoyo del Batallón de Duitama– y levantaron un mapa del escenario de batalla que se extiende por detrás del “Cerro de la Guerra” y que se puede apreciar en el Museo del Pantano de Vargas.

En este espacio se destaca el atajo conocido como “arrastraculo”, que –según don Bartolomé– el cam-pesino Fructoso Camargo les mostró a los patriotas, y eso les permitió sorprender al enemigo. En el re-corrido de este atajo se hallaron balines y se amplió un poco más el escenario del combate, detrás del Cerro de la Guerra.

El trabajo documental y de campo de esta y otras batallas de la Independencia muestran rostros ocul-tos que también formaron parte activa y heroica de las batallas comandadas por el general Francisco de Paula Santander, desde las mujeres que con su ropa interior cosieron camisas para los combatientes, hasta algunos sacerdotes que apoyaron a los patriotas al margen de los designios de la Corona, haciendo colectas de ropa y mercado entre sus feligreses, dentro de las iglesias.

También se determinan otros datos, como por ejemplo que aunque históricamente se ha creído que los ejércitos realistas estaban integrados por españoles, según una carta enviada al rey de España, el general Morillo destacaba que “hemos perdido 3.000 venezolanos de las tropas más aguerridas de la Tercera Brigada”, que se encontraba en el Nuevo Reino de Granada.

En cuanto a las tropas patriotas, se ha documen-tado que en sus filas había negros haitianos, una legión británica y muchos indígenas y granadinos, además de los llaneros de Casanare y Venezuela, quienes hicieron el recorrido que hoy une a Tiba-sosa y Duitama.

Asimismo establecieron que la famosa frase que habría pronunciado Bolívar: “General, salve usted la patria”, no iba solo para el general Rondón, sino para los tres frentes de guerra patriotas, dirigidos por los comandantes Infante, Mellizo y Carvajal, porque todas

las tropas atacaron al mismo tiempo a los realistas hasta doblegarlos.

Igualmente se supo que tras la batalla del Panta-no de Vargas se utilizaron cerca de 100 uniformes de realistas caídos para vestir a igual número de llaneros en Toca, quienes creían que la guerra se había perdido. Al llegar a Tunja fueron recibidos con honores pensando que se trataba de realistas, lo que les sirvió para volver a sorprender a las fuerzas enemigas de la Corona española.

De la descripción del Pantano de Vargas solo se recuerda que se podía cruzar en canoa o bordeándolo por el oriente por el camino real, por donde hoy corre la vía Paipa-Duitama. Sus aguas traspasaban ese trayecto hasta el borde de las colinas donde se ubica la “Casa de las seis ventanas”, hoy también de propiedad privada.

se abriría campo De estuDio

Con ayuda de un detector de metales los investiga-dores hallaron ocho proyectiles esféricos en la parte posterior del cerro de La Guerra, cerca del atajo arrastraculo; un par de ellos fueron impactados (de-formados) y el resto está sin impactar. Corresponden a dos calibres diferentes: .69, los cuales pertenecían a fusiles franceses o norteamericanos y .73 para fusiles británicos. También encontraron un guardamonte de bronce que servía para proteger el gatillo de un fusil británico de modelo comercial y una guarda de espada de caballería española modelo 1796.

Si solo con la documentación histórica y paisajística se han hallado nuevos datos, el profesor Rodríguez está seguro de que la excavación de la fosa común abrirá un amplio campo de estudio sobre la proce-dencia y las condiciones de vida y la forma como murieron los actores del conflicto, entre los que se contaban criollos, españoles y británicos. Desde ya se tiene acordado hacer un estudio genético para

establecer de dónde venían y a qué grupos poblacio-nales pertenecían los soldados patriotas y realistas.

En la reconstrucción del teatro de operaciones, los proyectiles de la época –según su tamaño, peso y grado de deformación y ubicación– permitirán delimitar las diferentes posiciones militares, espe-cialmente sobre los cerros.

Este trabajo de investigación es lo que diferentes historiadores y expertos han llamado arqueología de los combates, arqueología de la guerra o arqueología del conflicto, es decir el estudio científico del terreno donde sucedieron estos hechos bélicos, con el fin de entenderlos mejor.

A estos conceptos se suma el término “arqueología de los campos de batalla”, el cual implica un aspecto limitado del estudio del conflicto humano, que se enfoca solo en los hechos armados y en su campo de acción sin indagar sobre otros aspectos como el estudio de los hospitales de campaña, campamentos, fortificaciones, arsenales, campos de prisioneros, entre otros, explica el docente.

“Los datos recopilados hasta ahora por el equipo investigativo de la unal, a los que se sumarían el estudio de los restos de la fosa común, permitirán, doscientos años después, contar una nueva historia, la de las voces de las tumbas”, concluye el profesor Rodríguez.

Por lo pronto, el Banco de la República ha anun-ciado que financiará el proceso de excavación, pero habrá que esperar a que el pemp de Paipa se apruebe para tener acceso al terreno. Aquí, utilizando la frase que el historiador Leonidas Peñuela le adjudica al Libertador, podría decirse: “ministra de Cultura, ¡salve usted la historia!”.

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agosto 2019 | 12 Periódico – N.º 221 – Universidad Nacional de Colombia

Especial Bicentenario

Naturaleza inmortalizadaMaría alEJandra lóPEz Plazas, Unimedios Bogotá

Como en una carrera de relevos, los científicos colombianos heredaron el estudio de las colecciones y los dibujos de la Expedición Botánica de José Celestino Mutis. La publicación más reciente, el Tomo 14 de la Colección Flora de la Real Expedición Botánica, reúne 274 páginas de ilustraciones científicas y descripciones detalladas de 27 especies de plantas de nuestro país.

Gramíneas como el arroz, la avena y el salvado; leguminosas como frijoles, lentejas y habichuelas; los imponentes frailejones de los páramos, encargados de resguardar las reservas de agua; y algunas de las orquídeas que hoy se exportan a diferentes destinos del mundo, son algunas de las especies inmortalizadas en los bellos trazos de los pintores de la Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada.

Aunque dicho inventario de la naturaleza se realizó durante 30 años, desde 1783, la mayoría del material colectado se empezó a conocer hasta el siglo xx. De hecho, una parte importante de este acervo se conserva en el Herbario Nacional Colombiano del Instituto de Ciencias Naturales (icn) de la Universidad Nacional de Colombia (unal).

Dos armarios contienen una de las colecciones más importantes: la Colección José Celestino Mutis, conformada por 598 ejemplares. Aunque el clérigo español Mutis fue médico, botánico, geógrafo, matemático y profesor, pasaría a la historia por su única tarea inconclusa: la Expedición Botánica, empresa que lo consagró como científico, pero que no pudo concluir.

El profesor Jaime Uribe, director del Herbario, asegura que uno de los “problemas” del gaditano –nacido en Cádiz (España)– fue pensar en grande: “quería sentarse a escribir cuando tuviera todas las láminas, cuando hubiera completado todas las colecciones de los especímenes, y para eso no le alcanzó la vida”.

Entre la muerte de Mutis en 1808, el inicio de la campaña independentista en 1810, y el envío en 1816 de 104 baúles con los materiales acopia-dos hacia España –por orden del general Pablo Morillo durante la reconquista española– pasaría más de un siglo y unas cuantas generaciones de científicos colombianos para que se conocieran los primeros resultados de los estudios que ayu-darían a desentrañar lo que hoy es el territorio colombiano.

Unos 6.000 pliegos de herbario, 3.000 láminas en color, apuntes científicos y archivos de historia natural forman parte de la obra de Mutis que se encuentra en España. Como si este material hubiera esperado a la consolidación de la botánica y la biología colombianas con la creación del Herbario Nacional en 1931 y del icn en 1936, sería hasta 1952 cuando se empezaría el trabajo de publicar la Colección Flora de Mutis, gracias a un convenio de cooperación entre España y Colombia.

los hereDeros De la botánica colombiana

Los miembros de la nómina de la Expedición no fueron quienes terminaron el trabajo, pues muchos de ellos estaban ocupados buscando la independencia del Nuevo Reino de Granada, una causa por la que perdieron la vida. Tampoco fue Francisco José de Caldas, considerado por muchos como el heredero natural de la Expedición en vez de Sinforoso Mutis (sobrino del sabio), ni Jorge

palabras clave: Bicentenario, biodiversidad, Expedición Botánica, Herbario Nacional, José Celestino Mutis. Consúltelas en www.unperiodico.unal.edu.co

Tadeo Lozano, quienes no alcanzaron a profundizar en el estudio de las muestras colectadas. Finalmente la investigación recayó en aquellos que se convirtieron en sus discípulos históricos en una línea de tiempo que se puede rastrear.

Esos tres eventos: la creación del Herbario Nacional, del icn y el convenio de cooperación, tienen un mismo protagonista: Enrique Pérez Arbeláez, botánico y sacer-dote colombiano que realizó sus estudios en Alemania, fue el fundador tanto del Herbario como del icn –que nacería como Departamento de Botánica de la unal– y gestor del convenio binacional.

El exdirector del icn Enrique Forero, presidente de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas

y Naturales (Accefyn), señala que Pérez Arbeláez era un gran admirador de Mutis: “durante una visita al Real Jardín Botánico de Madrid vio las colecciones y les solicitó a los Gobiernos español y colombiano que hicieran algo para publicar esos dibujos”, relata.

Los Gobiernos delegaron en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid y del Instituto Colombiano de Cultura Hispánica –hoy Instituto Colombiano de An-tropología e Historia (icanh)– la tarea de publicar la Colección Flora de la Real Expedición Botánica, un proyecto editorial del que hoy se conocen 38 tomos de gran for-mato con los dibujos en su tamaño original, realizados por los artistas de la Expedición.

El magnetismo del acervo científico recolectado por Mutis y sus ayudantes parece haber atraído en un mo-mento u otro a los hombres que fundaron las bases de la ciencia en Colombia: primero fueron Francisco José de Caldas y Jorge Tadeo Lozano, después Pérez Arbeláez y José Jerónimo Triana, considerado el botánico más importante que ha tenido el país.

El profesor del icn Jaime Aguirre, coordinador cientí-fico por Colombia del proyecto Colección Flora, menciona que el naturalista Triana, miembro de la Comisión Co-rográfica, encargada de realizar el mapa geográfico de las fronteras del país, “fue la primera persona que tuvo la oportunidad de conocer en España las plantas que se colectaron durante la Expedición, darles los primeros nombres y conocer los dibujos que se realizaron”.

Pero la conexión de Triana con la Expedición es aún más profunda: fue discípulo de Francisco Javier Matis, pintor nacido en Guaduas y botánico empírico bajo la tutoría de Mutis, quien gracias a su dedica-ción para pintar de manera detallada y precisa las plantas colectadas mereció el reconocimiento de “mejor dibujante de flores del mundo” por parte de naturalistas como Alexander von Humboldt. El profesor Forero recuerda que también tomó notas de la vegetación colombiana en el Chocó, en los Llanos y en gran parte de la geografía colombiana.

un país por Descubrir

A comienzos de 2019 se publicó el Tomo 14 de la Colección Flora de la Real Expedición Botánica, un trabajo en el que participaron el icn, la Univer-sidad del Valle, el icanh y el Jardín Botánico de Madrid. El Tomo reúne 274 páginas de ilustra-ciones científicas y descripciones detalladas de 27 especies de plantas de nuestro país.

El biólogo Aguirre afirma que “a un botánico y a un biólogo la tarea les puede tomar alrede-dor de año y medio. Es una actividad por la cual no reciben remuneración y depende mucho del tiempo que tengan para dedicarse a estudiar las láminas, corroborar la información con la que existe en los herbarios, compilarla, describirla y organizarla”.

Aunque en 1952 se planteó publicar 51 tomos de las familias botánicas estudiadas por los miembros de la Expedición, el número final permanece incierto. Según el docente, en Madrid aún reposa información de las colecciones mineralógicas y zoológicas a la

espera de ser estudiadas.En Colombia solo se encuentran los especímenes

que gracias al acuerdo binacional empezaron a ser en-viados al Herbario desde los años cincuenta, cada vez que en Madrid se encontraban duplicados. La Colección José Celestino Mutis reposa junto a los otros 600.000 ejemplares de plantas recolectadas a lo largo y ancho del territorio nacional por los botánicos que heredaron la tarea que empezó Mutis y que está lejos de culminar.

Trichantera gigantea, Camilo Quesada, Archivo Real Jardín Botánico de Madrid.

Pasiflora laurifolia, Anónimo, Archivo Real Jardín Botánico de Madrid.

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agosto 2019 | 13 Periódico – N.º 221 – Universidad Nacional de Colombia

Especial Bicentenario

palabras clave: salud, independencia, viruela. Consúltelas en www.unperiodico.unal.edu.co

Independencia en tiempos de la viruelaMaría luzdary ayala v., Unimedios Bogotá

Fiebre amarilla, tifus, disentería e infecciones venéreas también afectaron a los soldados de las guerras de Independencia y a los pobladores de la época. Historiadores de la Universidad Nacional de Colombia (unal) reconstruyen la atención médica y las causas de muerte de los soldados, en especial de aquellos que formaban parte del Ejército Expedicionario de Costa Firme que arribó desde Europa, y del Ejército Libertador de Nueva Granada y Venezuela.

La viruela, que se apoderó de las poblaciones de distintos territorios americanos desde el siglo xv, en los años de la conquista, empezando por México, también atormentó durante la Independencia a los habitantes de la Nueva Granada, desde Cartagena de Indias hasta los Llanos, justo cuando la falta de servicios de vacunación hicieron más fatídica la epidemia.

Dicha enfermedad, traída por las tropas venezolanas de vanguardia, infectó a los habitantes de Santafé de Bogotá y de otras provincias, lo que obligó a crear hospitales de virolentos en 1816 y a realizar una nueva propagación de la vacuna brazo a brazo entre civiles y militares, mientras que el Hospital de San Juan de Dios de la Orden Hospitalaria seguía funcionando en la calle de San Miguel.

Con el auspicio de la Junta de Sanidad creada para com-batir la epidemia, el médico panameño Sebastián López Ruiz, graduado en la Universidad de San Marcos de Lima, se encargó de enfrentar los casos en Santafé.

A la viruela se sumó el tifus, tabardillo o fiebre pútrida –producida por la bacteria Rickettsia prowazekii– que asoló a los habitantes de la capital ese año. Andrés Ricardo Otá-lora Cascante, doctor en Historia de la unal, advierte que los factores relacionados con los forzosos cambios de los ambientes biodiversos de América del Sur o Meridional, en especial cuando se movilizaban fuerzas armadas por medios tan diferentes, produjeron buena parte de estos males, a los que se suma la deserción, que según los datos históricos se mantuvo como la principal causa de las bajas en los ejércitos durante la Independencia.

Indagaciones realizadas por historiadores, como la inglesa Rebecca Earle, indican que de 1815 a 1824 entre un 90 y un 96 % de las fuerzas expedicionarias peninsulares perecieron en Suramérica producto de algunas de sus condiciones de vida como el clima, las enfermedades, la comida insuficiente e inadecuada y la precaria atención médica. Además, para 1821 el 85 % del Ejército Expedicio-nario original que salió de Cádiz en 1815 había perecido o desaparecido a causa de la deserción y las enfermedades.

Otras afecciones con las que se encontraron los cuerpos sanitarios fueron: fiebre amarilla, infecciones venéreas, insolación, intoxicaciones alimentarias, problemas nutricio-nales, llagas, mordeduras de serpiente, “emparamamientos” (producidos al estar expuestos a las bajas temperaturas de los páramos), fracturas –que podían terminar con ampu-taciones de brazos o piernas– y hasta mal de ojo.

Estos detalles y otros datos sobre medicina y salud fueron recopilados por el historiador Otálora en su trabajo doctoral “Bajo las alas del Cóndor. La Salud en los ejércitos del rey y libertador en el Virreinato de Nueva Granada: 1815-1820”, el último dirigido por la desaparecida profe-sora emérita Estela Restrepo Zea. La tesis, que obtuvo la distinción Laureada, da cuenta de las enfermedades que más aquejaron a la Expedición de Costa Firme –el Ejérci-to español de la reconquista–, al Ejército patriota y a los

La viruela se erradicó en el mundo en 1977, en América en 1971 y en Colombia en 1962 (406 años después de su llegada al país). Frente a la sede de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Ginebra (Suiza) se erige una escultura con la que se recuerda este importante logro.FOTO: OMS

habitantes de la Nueva Granada. Es importante aclarar que Costa Firme, o Tierra Firme, fue el nombre que los conquistadores españoles le dieron al territorio americano.

El investigador consultó más de 100 documentos sobre salud, además de la correspondencia entre personajes como José María Barreiro, desde Tunja, y el virrey Juan de Sámano, instalado en Santafé. Su reto era descubrir las que podrían ser las historias médicas de un Ejército que se movilizó desde Cartagena hasta los Llanos de Venezuela y después retomó la ruta del Altiplano –que luego sería la de la Campaña Libertadora de 1819–, en medio del frío extremo del páramo de Pisba que golpeaba especialmente a los aguerridos llaneros, vestidos con un pantalón y la mayoría sin camisa.

sin cama para tantos pacientes

Hacia 1808, con la muerte de José Celestino Mutis y del religioso Miguel de Isla, de la comunidad de San Juan de Dios, termina la educación médica en el Colegio del Ro-sario. El inicio del movimiento de Independencia en 1810 interrumpe la formación médica, que se restablece en la capital en 1816, cuando Sebastián López Ruiz publica su Manual de salud para las epidemias que azolaban la ciudad.

El investigador Otálora encontró que en 1816, con el paso de la llamada Expedición de Costa Firme, de vuelta a Venezuela, se realizó una vacunación contra la viruela en la Provincia de Tunja y se instalaron hospitales de campaña en poblaciones del camino a la capitanía.

El Ejército Expedicionario empleó el fluido vacuno que conservaba en Puerto Cabello para enfrentar la epidemia que se presentó en 1815 en Venezuela y en el Nuevo Reino. Esta acción no contó con los hospitales juaninos (como se nombraba a los frailes que pertenecían a la orden de San Juan de Dios), lo mismo que sucedió en la Expedición Filantrópica de la Vacuna de 1805, para que esta no se relacionara con la muerte. En cuanto a la inoculación de la viruela, medida promovida por el mismo Mutis antes del descubrimiento de la vacuna, esta se practicó en hospitales como el de la Concepción de Tunja durante la epidemia de 1782.

El rebrote de viruela en Santafé en 1816 hace que el investigador considere importante ahondar en el estudio sobre las dificultades que tuvieron las juntas conservadoras de la vacuna, creadas en varias poblaciones del Reino en ese año. Para él es explicable que las tropas de los Llanos interiores de la Capitanía General no tuvieran inmunidad ante la viruela, debido a la ruta que siguió la vacunación de Caracas y la creación de su Junta, mientras que las tropas peninsulares sí contaron con cubrimiento contra la viruela. Incluso en los siglos xvi y xvii las autoridades emplearon las rogativas a la Virgen de Chiquinquirá.

Las vacunaciones que se realizarían después de la Ex-pedición Filantrópica (1805) serían de no más de tres a

cuatro personas a la vez, teniendo en cuenta que la ma-duración del pus era de nueve días, por lo que en el mes se ejecutaban tres vacunaciones a entre 9 y 12 personas.

El fluido se conservaba en vidrios, preferiblemente en una Casa de Vacunación Pública y no en el hospital, hospicio o casa de niños huérfanos, lo cual representaba un reto para los cabildos, que desde 1808 hasta 1816 enfren-taron todo tipo de perturbaciones políticas y de guerra.

Los ilustrados de los sucesivos gobiernos borbónicos del siglo xviii consideraban que las instituciones mane-jadas en América por la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios presentaban un cuadro lamentable y siempre escaso de recursos, por lo cual se emprendieron múltiples acciones para reformarlos.

precaria atención

En 1819 –cuarto año de la guerra– se instalaron hospitales militares en Soatá y Sogamoso que tuvieron corta vida y que se sumaban a las instituciones sanitarias en la Provincia de Tunja. Allí, el hospital juanino de la Inmacu-lada Concepción seguía funcionando en el expropiado Convento de Jesuitas, en donde los enfermos tuvieron que cederles sus camas a los soldados del rey, quienes requerían atención médica.

Solo hasta finales del siglo xix Colombia tendría una estructura central organizada para regular el ejercicio médico y procurar la sanidad e higiene pública, herede-ra del Protomedicato colonial y del esquema sanitario expedicionario.

Desde el punto de vista de la historia de la salud, el investigador Otálora considera que la Independencia es un periodo sobre el cual se suele pasar rápidamente y las pocas publicaciones sobre la medicina en el periodo son muestra de ello; sin embargo el acceso a ciertas fuentes primarias, como las que contienen los archivos, permite ver precisamente una serie de continuidades con el de-sarrollo médico de los primeros años de la República y ya bien entrado el siglo xix, los cuales no se debían solo a inferencias o teorías sino a las realidades que imponía el posibilismo sobre el campo de batalla.

Por ello su invitación es a seguir consultando documen-tos como los del Fondo Pablo Morillo, de la Real Academia de Historia de Madrid –disponible en internet–, el cual considera como una verdadera mina de información para conocer muchos de los aspectos de la vida cotidiana de los ejércitos en este trascendental periodo de la historia colombiana.

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agosto 2019 | 14 Periódico – N.º 221 – Universidad Nacional de Colombia

Las libretas de apuntes de Peregrinación de Alpha se pueden considerar como los primeros registros de la Comisión Coro-gráfica en la República de la Nueva Gra-nada. En estos diarios de campo, Manuel Ancízar, primer rector de la UNAL, registró información sobre geografía, costumbres, agro, razas y recursos naturales.

Cerca de 600.000 ejemplares del Herbario Nacional Colombiano, del Instituto de Ciencias Naturales de la UNAL, revelan las claves del pasado botánico del país. Se destacan las colecciones de José Celestino Mutis, con 598 muestras de la Expedición Botánica; la de José Jerónimo Triana, con 5.000 ejemplares; y la Industrial, con 517 muestras consultadas para los certificados expedidos por el Invima.

En el espacio que hoy ocupa el Colegio Mayor de San Bartolomé, en 1826 se fundó la Universidad Central de la República –antecesora de la Universidad Nacional de Colombia–, la cual agrupaba: la Biblioteca Nacional, el Colegio (el primero que hubo en Bogotá) y la Universidad. En sus inicios tenía las facultades Artes y Oficios; Derecho; Medicina; Literatura y Filosofía; Ciencias Naturales e Ingeniería.

Con el mural ubicado en la entrada de la Facultad de Medicina de la UNAL–, el ar-tista mexicano José Domingo Rodríguez (1895-1968) reconoció a la primera gene-ración de médicos criollos, que ocupó la escena de la actividad profesional en el marco de las luchas independentistas y en medio de la pugna entre centralistas y federalistas.

En el piso de la segunda planta del Observatorio Astronómico Nacional, la línea meridiana –que marca las coordenadas geográficas y que sirvió para diseñar la cartografía del país– estaba hecha de plomo. En 1854, en una de las tantas guerras que afrontó Santafé de Bogotá, ante la escases de munición, los soldados levantaron la línea y se usó para hacer balas. En 1866 se fabricó en otro material.

Construido en 1803, el Observatorio Astronómico Nacional también fue estación meteorológica, centro de la hora oficial, prisión, taller de daguerrotipos y hasta local de venta de helados. Es la dependencia más antigua de la UNAL.

Patrimonio bicentenario

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agosto 2019 | 15 Periódico – N.º 221 – Universidad Nacional de Colombia

A principios del siglo XIX, el edificio donde hoy funciona el Museo Militar fue la casa de Antonio Ricaurte. Más adelante funcionó allí una fábrica de jabón y velas, y en diferentes momentos fue la sede de la Facultad de Matemáticas, la Escuela de Ingeniería y la Escuela Nacional de Bellas Artes de la UNAL.

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1. Ciudad en la que se desafío la autoridad del virrey neogranadino en 1810.2. Apellido del botánico considerado como el más importante del país.3. Coloquialmente los nacidos en España eran llamados _______.4. Tertulia literaria dirigida por Manuel del Socorro en la Biblioteca Real, hoy Biblioteca Nacional. 5. Nombre que se les dio a los líderes de las guerras de Independencia. 6. En el piso del Observatorio Astronómico Nacional estaba hecha de plomo la ___ ___ que marca las coordenadas geográficas y que sirvió para diseñar la cartografía del país. 7. En 1902 Colombia fue consagrado como el país del ___ ___.8. Pastuso que durante 13 años hizo oposición a los ejércitos republicanos.9. Servía para proteger el gatillo de un fusil británico.10. Fenómeno climático que se dio en la batalla del pantano de Vargas.11. Apellido de uno de los antioqueños que propuso una ley de manumisión paulatina de la esclavitud.12. Apellido de voluntario británico que luchó por la libertad de Colombia.13. A la altura del puente de Boyacá, arando la tierra los campesinos han encontrado ___ ___.14. Nombre del periódico revolucionario.15. Artefacto que localiza objetos bajo la tierra.16. Antecesora de la Universidad Nacional de Colombia. 17. Plaga endémica mencionada por Mutis. 18. Lugar donde posiblemente está la fosa común más grande de la guerra. 19. El primer ferrocarril de Colombia se construyó en _______.20. Según el censo de 1780, en la cordillera _______ habitaba el 70 % de la población. 21. La soberanía del monarca provenía de _______.22. Estatus social que durante la Independencia ostentaba reconocimiento y privilegios. 23. Apellido de la voluntaria extranjera más célebre.24. Se produce al estar expuesto a las bajas temperaturas del páramo.25. Nombre que se le daba a los súbditos de un soberano.26. Bolívar prefería el título de ___ ___ más que el de Libertador.27. Apellido del primer misionero protestante que llegó a la Gran Colombia. 28. Forma de sociabilidad más importante en la primera década de vida republicana.

Antes de convertirse en batallón (1781) y en cárcel de Antonio Nariño (1809), el Claustro de San Agustín albergó una biblioteca en la que se dieron los primeros contactos entre los jóvenes criollos y los pilares del conocimiento occidental, semilla de las ideas emancipadoras. Desde 2006 forma parte del patrimonio arquitectónico custodiado por la UNAL.

Fotos: Nicolás Bojacá - Luis Palacios/Unimedios

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agosto 2019 | 16 Periódico – N.º 221 – Universidad Nacional de Colombia

Especial Bicentenario

En las tertulias literarias despertó la idea de libertadiván viCEntE Padilla Chasing, docente, Facultad de Ciencias Humanas Universidad Nacional de Colombia

Con la traducción en 1794 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, por parte de Antonio Nariño, empiezan a proliferar en Colombia las ideas libertarias y las propuestas de Estado. Así se conforman los primeros espacios en los que se gesta la vida literaria nacional y se forja una literatura distinta a la de la Colonia, esta vez marcada por una fuerte concienciación de lo local, de lo neogranadino o americano.

Implementar un gobierno constitucional funda-mentado en valores modernos, republicanos, no resultó tan sencillo como parece, ni siquiera en Francia. Sus inte-lectuales, con los románticos a la cabeza, pronto descu-brieron las contradicciones y se dieron a la tarea de que las personas tomaran conciencia del giro inesperado que dieron las ideas burguesas en la organización de la sociedad de la posrevolución francesa. Con el auge del sistema dine-rario, de la Revolución Industrial, la instrumentalización de la razón y la imposición del éxito personal como valor individual, la igualdad y la fraternidad se desacreditaron: su carácter de principio universal válido se puso en duda.

En el Reino de la Nueva Granada se tomaron prestadas las ideas revolucionarias y se buscó aplicarlas a la compleja realidad de las colonias. Los intelectuales criollos se inspira-ron en los principios tanto de la Revolución francesa como de su hermana mayor, la Revolución norteamericana. La conmoción provocada por estos eventos los llevó a pensar la independencia y la organización tanto del Estado como de la sociedad en la que aspiraban a vivir. Hoy, doscientos años después, marcados por constantes conflictos internos provocados por un particular bipartidismo, además de un sinnúmero de héroes y heroínas y de un fallido proceso de democratización, vale la pena preguntarse: ¿qué nos queda de los mitos forjados alrededor del “derecho natu-ral” expuesto en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano?

Por fortuna queda la literatura, memoria y prueba in-contestable de que nuestros intelectuales, hombres y mujeres, tratando de liberarse del peso político, econó-mico, y sobre todo ético del sistema colonial, pensaron una nación que, por su proceso histórico particular, no termina de consolidarse.

El proceso de la Independencia se podría explicar entre 1790 y 1821, aproximadamente, es decir cuando –a raíz de la traducción en 1794 de la Declaración– aparecen las ideas independentistas en los escritos de Francisco Zea y Pedro Fermín Vargas, por ejemplo, y cuando el Congreso de Cú-cuta crea la República de la Gran Colombia. Además de ser el periodo en el que proliferan las ideas libertarias y las propuestas de Estado, también es el momento en el que se instalan los primeros círculos literarios laicos y la prensa periódica en la que se gesta la vida literaria nacional y se forja una literatura distinta a la del periodo colonial, esta vez marcada por una fuerte concienciación de lo local, de lo neogranadino o americano.

Despertar De conciencias

En dicho proceso fueron vitales las tertulias literarias: “El arcano sublime de la filantropía”, también conocida como “El casino literario” (presidida por Antonio Nariño), la “Tertulia eutropélica” (dirigida por Manuel del Socorro Rodríguez en la Biblioteca Real, hoy Biblioteca Nacional), la “Tertulia del buen gusto” (de doña Manuela Sanz de Santamaría) y la “Tertulia de los naturalistas” (reunida

palabras clave: ensayo colombiano, siglo xix, conciencia histórica, identidad nacional, literatura, tertulia. Consúltelas en www.unperiodico.unal.edu.co

Antonio Nariño y Francisco Zea en la imprenta.

Imagen: Red Cultural del Banco de la República.

alrededor de la figura de José Celestino Mutis), de aparente interés literario o científico, fueron, sin duda alguna, cuna de las ideas libertarias.

Tampoco se puede desconocer la trascendencia que tuvo la aparición de la prensa. Al Papel Periódico de Santafé de Bogotá (1791), de carácter oficial, publicado con la intención de crear opinión pública, se sumaron los privados como La Bagatela (1801), El Semanario (1808), El Correo Curioso (1801), El Redactor Americano (1806), El Alternativo del Redactor (1807) y El Aviso al Público (1810).

A pesar de las contradicciones resultantes del hecho de vivir en un territorio diverso y culturalmente complejo, en los escritos se revela el despertar de la conciencia his-tórica de los criollos y la toma de conciencia de la riqueza material y simbólica que los rodea. Aunque inspirados en los modelos clásicos (grecolatinos, franceses, ingleses y españoles) nuestros escritores cultivaron la poesía, el teatro, la oratoria (política y sagrada), el escrito científico y la historia, el género más representativo de este periodo es el ensayo, como lo muestra Guillermo Andrés Castillo Quintana –magíster en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia– en su tesis “Ensayo, conciencia histórica e identidad en Colombia (1790-1820)”.

En ensayos como “Memorias sobre la población del Nuevo Reino de Granada (1788 y 1792)” de Pedro Fermín Vargas, “Estado de la geografía del virreinato de Santafé de Bogotá, con relación a la economía y al comercio” y “Del influjo del clima sobre los seres organizados” (1808) de Francisco José de Caldas, “Disertación sobre las naciones americanas” y “Cuadro filosófico del descubrimiento de la América” (1808) de Manuel del Socorro Rodríguez, “Discur-so preliminar sobre los principios y ventajas del sistema federativo” (1811) de Miguel de Pombo, “Carta de Jamaica” (1816) de Simón Bolívar y “¿Nos será conveniente variar nuestra forma de gobierno?” (1822) de Vicente Azuero se configura un sistema cultural acorde con las necesidades históricas. Así mismo se inaugura una corriente de pen-samiento que reflexionará sobre el tipo de gobierno, las relaciones entre el Estado y la Iglesia, la importancia de los valores religiosos en la organización social, la implemen-tación de las libertades civiles, la educación, la herencia hispánica, los partidos políticos, el mestizaje o la literatura.

En el fragor de la contienda bipartidista –del centralismo y el federalismo–, dicha corriente de pensamiento se afian-zará hacia mediados del siglo xix con el florecimiento de la prensa política y literaria. En periódicos como La Estrella Nacional (1836), El Argos (1838), El Observador (1839), El Cón-

dor (1841), El Albor (1846), El Duende (1846), El Museo (1849), El Trovador (1850), El Pasatiempo (1851), La Siesta (1852), El Mosaico (1858) y El Tradicionista (1871), entre otros, los ensa-yistas consolidarán una forma de pensar y reflexionar junto a nuestros escritores más reconocidos, como por ejemplo Jorge Isaacs, Eugenio Díaz y Josefa Acevedo de Gómez.

la angustia De organizar un país

El gesto crítico propio de aquellos que experimentan la angustia de tener que organizar un país se hace evidente en Ensayo sobre la situación actual de los Estados colombianos (1848) de Florentino González, Ideas fundamentales de los partidos políticos de la Nueva Granada (1858) de Manuel Ma-ría Madiedo, La cuestión de las razas (1858) de José María Samper, La cuestión española (1859) de José María Vergara y Vergara, Leyes de tuición (1863) de Salvador Camacho Roldán, Libertad radical (1882) de Miguel Antonio Caro y La mujer en la sociedad moderna (1895) de Soledad Acosta de Samper. Los ensayistas del siglo xx no solo heredan unas formas de pensar, sino también una serie de problemas que se arrastran y no parecen tener solución.

Camuflados en revistas literarias, como La Revista Gris (1892) de Max Grillo o Contemporánea (1903) de Baldomero Sanín Cano, y más tarde en Mito (1955) de Jorge Gaitán Du-rán, Bolívar (1951) de Rafael Maya, Eco (1960) de la Librería Buchholz, Argumentos (1981) de Rubén Jaramillo Vélez, aparecen de manera recurrente los mismos problemas tratados como males endémicos del país.

Revisar esta importante producción editorial y ensayís-tica descubre una familia de pensadores que desde hace doscientos años se ha dado a pensar la realidad colombiana. No en vano buena parte de nuestros escritores (Hernan-do Téllez, José Antonio Osorio Lizarazo, Jorge Zalamea, Gabriel García Márquez, Fernando Vallejo, Fernando Cruz Kronfly, Álvaro Mutis y William Ospina, entre otros), además de abordar dichos problemas en sus ensayos, los han convertido en objeto estético de sus obras de ficción. En la medida en que esta excepcional literatura forma parte del patrimonio nacional, para que no sea privilegio de especialistas, debería formar parte de los programas educativos de todos los colombianos.

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agosto 2019 | 17 Periódico – N.º 221 – Universidad Nacional de Colombia

grupos socialesPeninsulares: eran los españoles aristócratas de la sociedad colonial –también conocidos como “chapetones”– y ocupaban los cargos públicos.

Criollos: hijos de españoles nacidos en América. Los peninsulares los despreciaban y los llamaban “manchados de la tierra”.

Indios: nativos de la Nueva Granada; algu-nos eran campesinos, otros tenían resguar-dos con territorios protegidos por el rey.

DemografíaDebido a las guerras de Independencia de 1808 a 1825, la población del país pasó de 1.400.000 a 1.228.339 habitantes.

Las muertes en guerra y la libertad redujeron la población de esclavos, que pasó de 62.547 en 1808 a 45.133 en 1825.

A finales del siglo xix la esperanza de vida de los colombianos era de 29 años.

así era colombia hace doscientos años

saluDEn la Bogotá del siglo xix los sangradores y curanderos atendían a los enfermos, y las parteras a las mujeres en sus casas, pues había muy pocos médicos.

Entre las plagas endémicas se encontraban las escrófulas (cotos) y las bubas (tumores purulentos), además de las llagas y la sífilis. Otras afecciones eran la lepra judaica y la afección cutánea; además había epidemias como viruela, sarampión y disentería.

¿quién era ciudadano?En 1832 se consideraba ciudadano a quien tuviera más de 21 años o fuera casado, con propiedades por un valor mínimo de 300 pesos, o rentas por un valor base de 150 pesos que no provinieran del servicio doméstico o los jornales; además debían leer y escribir.

educaciónLa religión católica se apoderó de la educación. En 1810 los dominicos dirigían la Universidad Tomística, los jesuitas la Academia Javeriana y el Colegio de San Bartolomé, los agustinos el Colegio San Nicolás Bari, los seculares el Colegio Mayor del Rosario, y las monjas de La Enseñanza el colegio femenino, que fue el primero de América Latina.

economíaEn la Nueva Granada la principal actividad económica era la extracción de oro.

Durante la emancipación se originó la deuda externa. En 1822, sin aval del gobierno de Santafé, Francisco Antonio Zea le pidió a Londres el primer empréstito, por 2 millones de libras.

religión Durante las gestas de Independencia, mientras la alta jerar-quía de la Iglesia católica apoyó a la monarquía, los curas de parroquia y los religiosos lo hicieron con los patriotas, con la condición de que imperara la religión católica.

Con la llegada de las tropas británicas a las filas republicanas arribaron también los credos de los protestantes, a quienes se les permitió profesar sus creencias en espacios privados.

Los revolucionarios del 20 de julio de 1810 fueron llamados “masones y luteranos”, con el objetivo de descalificar sus ideas modernas.

transporteEn 1820 Juan Bernardo Elbers, empresario germano-colombiano, inició la navegación a vapor por el río Magdalena.

Entre 1850 y 1855 se construyó el primer ferrocarril de Colombia, el de Panamá, que enlazó los océanos Pacífico y Atlántico. Para entonces el principal medio de transporte eran el caballo o la mula.

A mediados del siglo XIX en la Nueva Granada había 154 oficinas postales. Intrépidos mensajeros llevaban la correspondencia a pie o cabalgando por la escarpada geografía.

fuentes:

- LaRosa Michael J. y Mejía R. Germán. (2014). Historia concisa de Colombia (1810-2013). Bogotá: Ministerio de Cultura, Pontificia Universidad Javeriana, Universidad del Rosario.

- Ocampo López, Javier. (2006). Historia ilustrada de Colombia. Bogotá: Plaza y Janés.

- Página web del Banco de la República.

- Posada Carbó, Eduardo. (2011). Colombia: Crisis imperial e independencia. Tomo I 1808-1830.

- Varios autores. (2009). Historia de la vida privada en Colombia. Tomo I. Las fronteras difusas. Del siglo xvi a 1880.

Textos: Diana Gabriela Hernández. Diseño: Juan Sebastián Cuestas/Unimedios

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agosto 2019 | 18 Periódico – N.º 221 – Universidad Nacional de Colombia

Especial Bicentenario

El mito de los extranjeros en la IndependenciaMatthEw Brown*, catedrático de Historia, Universidad de Bristol (Gran Bretaña)

Aunque el papel de los extranjeros en la Independencia ha sido un mito construido –en parte– por los historiadores del siglo xx, quienes prefirieron investigar heroísmos masculinos, estrategias militares y ejemplos de abnegación, sacrificio y martirio, la influencia de británicos e irlandeses en dicha gesta va mucho más allá de la presencia de bayonetas británicas en las principales batallas.

En la batalla De Boyacá participaron unos 100 soldados británicos e irlandeses, la mayoría en el Batallón Rifles, comandado por el coronel Arturo Sandes. Habían sido reclutados por Simón Bolívar entre 1817 y 1818 a través de su agente Luis López Méndez, en Londres, y llegaron a ser parte integral de la histórica victoria de los “patriotas”.

Daniel Florencio O’Leary, asistente del Libertador y luego general, diplomático e historiador, dejó en sus Memorias una narrativa célebre de los sufrimientos de los soldados y del sabio liderazgo de su amigo Bolívar.

Por mucho tiempo el “decisivo” papel de la Legión Británica en Boyacá que cuenta O’Leary dominó la narrativa histórica y se conmemoró en desfiles, publicaciones y reconocimientos. Pero vale la pena preguntarse: ¿qué quiere decir “extranjeros” en un conflicto que giraba alrededor de nuevas identidades? ¿Quiénes eran los verdaderos “extranjeros” en una guerra a muerte entre “españoles” y “no-españoles”, y que dejó como herencia una nacionalidad colombiana a la cual todos los hombres libres pudieron acceder, sin importar su nacimiento en tierras lejanas?

En el desarrollo de mi tesis de doctorado –publica-da por La Carreta Editores con el título de Aventureros, legionarios y voluntarios en la Independencia de Colombia (2010)– investigué la historia de los británicos e irlandeses en Colombia durante la Independencia y después armé una base de datos on-line con más de 3.000 archivos y demostré la diversidad de los famosos “voluntarios por la libertad”, cuya imagen iba mano a mano con la de Bolívar.

Una de las conclusiones principales de este tra-bajo es que en la década de 1810 llegaron de Gran Bretaña, Irlanda y Alemania más de 7.000 voluntarios extranjeros para combatir al lado de los patriotas (de Estados Unidos y Francia solo se contaba un puñado de oficiales). Sin embargo menos de la mitad se quedaron en el territorio grancolombiano para participar en el conflicto armado, pues cientos de ellos fallecieron en el camino o al llegar a las costas, otros desertaron y muchos más murieron de fiebres y otras enfermedades en los primeros meses.

Otra evidencia es que aunque pocos oficiales y soldados tuvieron alguna experiencia en el Ejército o en la Marina británica durante las guerras napo-leónicas, casi todos reclamaban sus impresionantes experiencias y honores ganados en batalla. De hecho, en los archivos militares de la Gran Colombia y de la Gran Bretaña aparecen pocos nombres. La mayoría venía como inmigrantes sin experiencia militar y tenían que hacerse pasar por soldados para ganarse el derecho a comida, ciudadanía y otros beneficios: “estuve en Waterloo con Wellington”, decían.

Con respecto a las mujeres, cientos de ellas for-maron parte de las legiones británicas e irlandesas,

palabras clave: batalla de Boyacá, británicos e irlandeses en Colombia, mercenarios británicos. Consúltelas en www.unperiodico.unal.edu.co

No todos los británicos llegaron a combatir en las batallas; aun así, con esta escultura en el puente de Boyacá se recuerdan sus aportes a este proceso.

algunas en condición de espo-sas, hermanas o hijas, y otras con papeles más activos como llevar mensajes, ejercer la di-plomacia, cocinar y apoyar a la tropa. La más célebre fue Mary English, la única de todos los voluntarios cuya imagen se halla en la National Portrait Gallery de Londres, quien se convirtió en agente financiera y luego dueña de una finca de cacao en Cúcuta. El papel de las “voluntarias” fue decididamen-te desconocido por la historia durante casi dos siglos.

un extranjero olviDaDo

Por lo general las realidades cotidianas del conflicto arma-do no pasaron a la historia de la Independencia porque los historiadores del siglo xx pre-firieron investigar heroísmos masculinos, estrategias milita-res y ejemplos de abnegación, sacrificio y martirio. Por eso la historia de los bravos volun-tarios británicos en la batalla de Boyacá –demostrándoles a los colombianos con su ejem-plo sólido y su bayoneta fija cuál era el camino patriótico a seguir– cuadraba bien con un modelo que veía en el momento de la Independencia un pasado dorado nunca igualado con el presente.

El momento actual que vi-ven Colombia y Gran Bretaña debe hacernos reflexionar sobre nuestras realidades. Por un lado, en Colombia el prospecto de una paz sostenible está amenaza-da por los grupos y sectores que no quieren reconocer las memorias del conflicto armado como verdades; y por otro, el modelo de brexit en Gran Bretaña –que fomenta aislamiento y xenofobia sobre la base de su ignorancia sobre la historia– hace más que necesaria una revisión histórica.

Aunque la batalla de Boyacá duró menos de un día, los veteranos de ambos bandos tuvieron que vivir como vecinos durante varias décadas más sin importar su lugar de nacimiento o el idioma que hablaran. Las historias que compartían lejos de los campos de batalla, los diálogos que tenían sobre cómo llegar a términos con el conflicto armado, forman parte de mi segundo libro, El Santuario: Historia global de una batalla (Editorial Universidad Externado de Colombia, 2016).

El papel de los extranjeros que se ha mitificado en Colombia ha sido precisamente eso: un mito. Paso a paso, los historiadores han podido descubrir y descifrar los otros relatos que, en algunos casos, llegaron a permanecer escondidos en los archivos durante casi dos siglos. Un ejemplo es el de John Runnel, un voluntario británico que no estuvo en la batalla de Boyacá y que nunca fue al brindis de honor en ninguna reunión militar o política.

En una breve anotación de su estudio sobre el con-flicto social en Cauca en este periodo, el historiador Ger-mán Colmenares, filósofo de la Universidad Nacional de Colombia, estableció que el británico Runnel llegó a Cali y Popayán en plena guerra de la Independencia y se estableció como líder de grupos de bandidos y

esclavos fugados, a veces aliados con los patriotas, a veces en defensa de sus derechos y su bienestar.

En 1820 Runnel fue capturado por las tropas independentistas y enviado a Bogotá para una sentencia militar, pero al parecer nunca llegó; nunca más apareció en los diarios militares ni en los periódi-cos oficiales y no oficiales, nunca se supo de su arribo a la capital ni de su exilio ni de cualquier castigo ejemplar que hubiera recibido: desapareció, o fue desaparecido. Fue un extranjero, un soldado que pasó los últimos años de su vida luchando por la libertad en Colom-bia, pero que no encontró lugar en la historia nacional (tampoco en la británica) porque no cuadraba con el mito de los extranjeros en el proyecto grancolombiano.

En ese sentido, la historia nunca ha sido la reproducción fiel de lo que ocurrió en el pasado. Siempre ha sido la versión del pasado que nuestros antepasados han dejado para las generaciones posteriores. Hoy, en los momentos difíciles de la búsqueda de la paz a través de las memorias del conflicto armado, las verdades y la reconciliación, vale la pena recordar que la historia se hace día a día, a base de las vidas y las memorias de los seres humanos. Los que siguen trabajando por la verdad y la memoria son los verdaderos héroes.

*Actualmente dirige el proyecto de investigación de Colciencias/Newton Fund “Memorias desde las márgenes” (2018-2021) en colaboración con la Universidad Nacional de Colombia Sede Bogotá y sus colegas María Tere-sa Pinto Ocampo, Fabio López de la Roche, Andrei Gómez Suárez, Martín Suárez y Julia Paulson.

FOTO: Luis Buitrago

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agosto 2019 | 19 Periódico – N.º 221 – Universidad Nacional de Colombia

Especial Bicentenario

palabras clave: Francisco José de Caldas, Gran Colombia, imprenta. Consúltelas en www.unperiodico.unal.edu.co

Ni el Sabio Caldas pudo salvar a la Gran Colombialina dEl Castillo*, profesora asistente, Departamento de Historia, Universidad de Texas en Austin (Estados Unidos)

En la década de 1820 los funcionarios de la Gran Colombia desplegaron la cultura de la imprenta para deslegitimar a la monarquía española y a su vez legitimar una República Central de Colombia, con Bogotá como su capital. Uno de los mecanismos utilizados para este propósito fue la reimpresión de los escritos de Francisco José de Caldas.

El Bicentenario en 2019 marca el inicio de una República cuyos reclamos geográficos asombraban. Entre 1819 y 1830 Colombia abarcaba un área cercana a los 2.400.000 km2, dentro de la cual se incluían los territorios de Venezuela, Panamá, Ecuador, partes de Guyana, Brasil, Costa Rica y Colombia. Por lo menos en términos de tamaño, efecti-vamente era mecedora del título de la “Gran Colombia”.

La República fue un milagro político, un territorio cons-truido a base de múltiples unidades urbanas autónomas y federales enraizadas en la tradición colonial de cabildos y juntas. Su tamaño se dio en parte por la necesidad de unir esfuerzos, recursos y soldados para derrotar la presencia realista que todavía amenazaba contra la Independencia. Sus líderes pensaban que un Estado centralizador lograría este fin.

La “resucitación” de los escritos de Francisco José de Caldas en la época republicana ilumina uno de los muchos mecanismos que los líderes de la época usaron para tratar de darle vida a la Gran Colombia, a pesar de los jalones centrífugos de los proyectos geopolíticos de sus muchos miembros.

Durante su década de existencia, los dirigentes de la Gran Colombia entendieron el poder de la novedosa y creciente cultura de la imprenta. Como varios investi-gadores han demostrado, a pesar de los altos niveles de analfabetismo, los periódicos decimonónicos cumplían una función importante para la incipiente democracia. Las lecturas públicas de impresos facilitaban la difusión de la información y la creación de opinión pública. El periódico oficial, la Gaceta de Colombia, jugó un papel vital en la búsqueda de una justificación al tamaño físico y al orden político centralizador de la República, ante una incipiente ciudadanía.

Una figura que ayudó a los editores de la Gaceta a legitimar este esfuerzo fue Caldas, aunque sigue siendo recordado públicamente como el padre de las ciencias colombianas. Él fue apenas uno de los muchos hombres de letras que, por generaciones, habían contribuido al conocimiento natural de la Corona española, en especial al geográfico.

Entre 1807 y 1810 Caldas editó el Semanario del Nuevo Reino de Granada, una revista científica en la que reunió y amplificó las investigaciones de varios hombres de letras provenientes de las provincias de la Nueva Granada. El primer número del Semanario se enfocó en la geografía, que para el Sabio era el área más importante para el buen gobierno.

mártir De la inDepenDencia

A pesar de haber formado parte del grupo de sabios na-turalistas de la Nueva Granada, las fuerzas militares de la monarquía española fusilaron a Caldas en 1816. Su legado servirá para sustentar la tesis republicana colombiana de la que él fue una curiosa excepción, un “Galileo” que se enfrentó solo a la ignorancia científica colonial.

La imprenta de la Gaceta de Colombia fue usada por la República para inventar uno de muchos legados coloniales: el oscurantismo.

Los editores de dicha publicación, que incluían nombres como José Manuel Restrepo –quien también fue secreta-

Francisco José de Caldas fue ideólogo y líder de la geo-grafía y del ordenamiento autónomo del territorio colom-biano. Esta imagen formó parte de la exposición Ojos en el cielo, pies en la Tierra. Mapas, libros e instrumentos en la vida del Sabio Caldas, realizada en el Museo Nacional de Colombia.

rio de Relaciones Exteriores y un discípulo caldesiano–, decidieron reimprimir de manera selectiva los trabajos de Caldas con el propósito de legitimar el régimen indepen-diente y republicano de la Gran Colombia.

La figura del Sabio, y especialmente su muerte, con-tribuyeron a la leyenda negra de que la Corona fusilaba a sus sabios. La Gaceta inventó a Caldas como mártir de la Independencia. En ese sentido, sus escritos sirvieron para justificar la centralización del poder sobre un territorio vasto y geográficamente diverso.

En ese ejercicio de reimpresión, aunque primaron los textos enfocados en el conocimiento geográfico del Nuevo Reino de Granada, también se publicaron editoriales que buscaban convencer a las audiencias nacionales de que la caótica etapa del federalismo desatado por la crisis en so-beranía había sellado la suerte de Caldas, y que por lo tanto amenazaba la sobrevivencia de la Independencia.

La ejecución misma de Caldas a manos de un escuadrón de la Reconquista de Pablo Morillo probaba que el fede-ralismo y la fragmentación política del primer momento insurreccional, al que el Sabio contribuyó como ingeniero militar, fueron responsables de su muerte: una patria republicana boba.

La Gaceta de Colombia no solo buscaba presentar la Re-pública como una alternativa ilustrada al oscurantismo colonial español y como una justificación a la centraliza-ción territorial, sino que también pretendía llevar a cabo una tercera meta: asegurar el lugar de Santafé de Bogotá como capital de la Gran Colombia. Esto ocurrió mientras otras ciudades como Caracas, Valencia, Quito y Guayaquil, a pesar de haberse unido con Bogotá constitucionalmente como parte de Colombia, no confiaban en los beneficios políticos y económicos de la centralización.

Los editores reclamaban que Caldas había inspirado tal llamado, y apuntaban a sus es-critos como prueba. El centro administrativo de la Repúbli-ca letrada quedaba inscrito en el título de su Semanario: de Santafé. Paradójicamente, este era evidencia del esfuer-zo español por construir un Estado centralizado a partir de la imprenta y la Ilustración. Usando su legado, los editores de la Gaceta deliberadamente buscaron borrar de la memoria colectiva toda conexión entre la construcción borbónica del imperio español y el surgimien-to del Estado colombiano como República.

crisis incontenible

Finalmente, hombres de Esta-do como José Manuel Restrepo usaron a Caldas para justificar la inversión en la investiga-ción geográfica: una comisión científica que daría a conocer la grandeza y riqueza de la Re-pública colombiana al mundo.

Sin embargo, en vez de ligar dicha comisión a una larga tra-dición de expediciones científi-cas apoyadas por la monarquía española, los líderes granco-lombianos argumentaban que este proyecto fue inspirado en el genio único de Caldas. Sus integrantes incluían minerólogos, biólogos, ingenieros y otros naturalistas asociados con la academia france-sa, pero muchos de ellos también tenían orígenes en la América española. Varios de los hallazgos científicos de esta expedición se imprimieron en París, incluyendo un

atlas que se enfocaba en la República de Colombia, atribuido a Restrepo.

A pesar de los esfuerzos por mantener unificada a la República colombiana, la crisis en soberanía desatada por la invasión napoleónica seguía su lógica territorial. Al despachar las últimas amenazas militares serias a la Gran Colombia en Ayacucho en 1826, el territorio entró en crisis. Ciudades como Valencia, Caracas, Quito y Guayaquil, que veían a Bogotá como amenaza política, buscaron separarse de Colombia.

En 1830 las fuerzas que desarticulaban a Colombia terminaron siendo más fuertes que la imprenta, la ciencia o la geografía en mantener un Estado-nación en función. La invención republicana de Caldas como el mártir Galileo de la Gran Colombia y como agente centralizador no fueron suficientes para evitar el colapso colombiano a manos de fuerzas centrífugas federales urbanas, de tan larga data como la sociedad payanesa y santafereña que vieron nacer al Sabio.

Caldas pudo haber sido el equivalente colombiano de Galileo, pero él no fue Atlas. Nadie podía cargar sobre sus hombros a una Gran Colombia unificada, como tampoco lo pudo hacer Bolívar.

* Autora del libro La invención republicana del legado co-lonial: Ciencia, historia y geografía de la vanguardia política colombiana en el siglo XIX, publicado por la Universidad de los Andes y el Banco de la República.

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agosto 2019 | 20 Periódico – N.º 221 – Universidad Nacional de Colombia

Especial Bicentenario

Condiciones de la Iglesia para apoyar la IndependenciaJosé david Cortés guErrEro*, docente, Departamento de Historia Universidad Nacional de Colombia

A mediados del siglo xix, cuando reformas

liberales buscaron cuestionar el poder de la Iglesia católica y los

privilegios de la religión, esta respondió indicando

que los legisladores no deberían elaborar leyes

que atentaran contra los intereses de un pueblo

católico, como lo era el colombiano.

Para ventilar la discusión entre

quienes respaldaban una posible independencia y

quienes se oponían a ella, se emplearon mecanismos religiosos como sermones,

catecismos, pastorales, oraciones, rogativas

y plegarias, entre otros.

Al querer ser moderno, el naciente Estado se enfrentó a un mundo tradicional en el cual la Iglesia católica jugaba un papel primordial en el control sociopolítico y económico. En la actualidad, pese a que ha perdido el exclusivismo de antaño, el hecho de que el 90 % de los colombianos afirme ser católico, según el Vaticano, le permite seguir participando en asuntos que le competen a toda la sociedad.

En 1808, cuanDo el rey de España Fernando vii fue tomado prisionero por Napoleón Bonaparte, multitud de voces se alzaron para condenar ese hecho. La Iglesia católica, tanto en la Península como en sus colonias, no fue la excepción. Afirmaba que ese acto atentaba contra la soberanía del monarca, la cual provenía de Dios –explicación que se daba desde por lo menos el siglo xvii– es decir que era de origen divino.

Sin embargo con el paso del tiempo lo que parecía una actitud monolítica comenzó a presentar fisuras. En las colonias americanas fue creciendo el número de quienes cuestionaban no solo la soberanía del monarca, sino que esas colonias siguieran unidas a España, con lo que se ponía sobre el tapete una posible independencia. Aunque la jerarquía de la Iglesia católica y buena parte del clero secular y regular estaban en contra de la separación de las colonias de su metrópoli, sectores de esa institución vieron con buenos ojos que se diera la separación. Quienes se oponían lo hacían argumentando que se vulneraba flagrantemente el orden natural y el derecho divino, en el que se afirmaba que la sobe-ranía del monarca provenía directamente de Dios. Por su parte, quienes la respaldaban indicaban que España no había cultivado una buena relación con sus colonias, y por lo tanto se justificaba la indepen-dencia; uno de ellos fue el clérigo Juan Fernández de Sotomayor con su célebre catecismo político de 1814.

Para ventilar la discusión se emplearon mecanis-mos religiosos como sermones, catecismos, pasto-rales, oraciones, rogativas y plegarias, entre otros. La controversia fue latente desde finales de la

primera década del siglo xix hasta cuando la Inde-pendencia era un hecho consumado, es decir en los primeros años de la década de 1820.

En esencia la jerarquía tendía a oponerse a cual-quier alteración del orden existente, por lo que criti-có con vehemencia todo intento independentista. Un ejemplo de ello es el del reconocido obispo de Popa-yán Salvador Ximénez de Enciso, de origen español, quien se opuso a la Indepen-dencia, pero cuando esta se consumó se convirtió en un

fuerte aliado del proyecto republicano encabezado por Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander; incluso desde el púlpito –como lo harían muchos eclesiásticos

palabras clave: Bicentenario, religión, Iglesia católica, República. Consúltelas en www.unperiodico.unal.edu.co

después de la batalla de Boyacá– justificó la Independencia en sus sermones.

aceptación con conDiciones

La Iglesia católica aceptó la Independencia con la con-dición de que ella y la religión católica mantuvieran pre-valencia e importancia en el naciente país. Esa fue una de las condiciones que puso el papa Gregorio xvi para darle visto bueno a la emancipación, lo que ocurrió en 1835, convirtiendo a la Nueva Granada –actual Colombia– en la primera república resultante de la Independencia en ser aceptada por la Santa Sede.

Lo que pretendía la Iglesia católi-ca era que en la naciente república se aplicara el mismo principio que en la colonia: la intolerancia religiosa, es decir que solo se profesara la religión católica, apostólica y romana, lo que se puede ver con claridad en la Cons-titución Política tanto de 1830 como de 1843. Sin embargo desde la misma Independencia se propusieron tres escenarios que durante la dominación española estaban restringidos: la libertad económica, la libertad política y la libertad religiosa.

Así, desde la década de 1820 se buscó la manera de que denominaciones religiosas diferentes a la católica tuvieran cabida en el país, sobre todo por cuestiones prácticas, ya que muchas de las personas que llegaban como diplomáticos o en función de negocios no eran católicas. Esto, como era de suponerse, generó fuertes tensiones no solo con la Iglesia como institución sino también con sus más fuertes defensores.

Después de consumarse la Independencia, la Iglesia y la religión católicas siguieron siendo preponderantes en la sociedad colombiana, aunque con el paso del tiempo perdieron el exclusivismo que poseían. Por ejemplo la religión ha sido vista por élites políticas, independien-

temente de sus filiaciones partidistas, como factor fundamental no solo de cohesión e identidad sino también de control social.

Desde los primeros años después de la Independencia se buscó que la religión católica fuera entendida como un elemento de identidad nacional. A mediados del siglo xix, cuando re-formas liberales buscaron cuestionar el poder de la Iglesia católica y los privilegios de la religión, esta respon-dió indicando que los legisladores no deberían elaborar leyes que atentaran contra los intereses de un pueblo católico, como lo era el colombiano. Pero fue en la Regeneración, con la Constitución Política de 1886, y con el Concordato firmado entre Colombia y la Santa Sede en 1887, que el nivel de identificación del colombiano con el catolicismo alcanzó un punto alto. En el artículo 38 de dicha Constitución se indicaba que la religión de la nación era la católica, apostólica y romana, y que ella era elemento fundamental del orden social.

En el citado Concordato, el Estado colombiano le cedió a la Iglesia cató-lica funciones como la vigilancia de la educación pública, el registro de la po-blación y el manejo de las fronteras por medio de las misiones religiosas. Y para reforzar el simbolismo, en 1902 el país fue consagrado al Sagrado Corazón de Jesús, con lo que se pasó a afirmar, popularmente, que “Co-

lombia es el país del Sagrado Corazón”, sobre todo para hacer alusión a aspectos paradójicos, contradictorios y anecdóticos que pasaban en el territorio nacional. Sin embargo este aspecto que se considera exclusivo del país no lo es, ya que en 1899 el papa León xiii consagró a toda la humanidad a aquella devoción, y por lo menos 12 países también fueron consagrados, entre ellos Ecuador (1874), Venezuela (1900), México (1924) y Perú (1954).

Aunque en el artículo 19 de la Constitución Política de 1991 se estipula la libertad religiosa en el país –la cual se reglamenta en la Ley 133 de 1994–, en la actualidad tanto la Iglesia como la religión católica siguen siendo las preponderantes. Con cifras del Anuario Pontificio 2019 y del Annua-rium Statisticum Ecclesiae 2017 se puede afirmar que Colombia es el séptimo país con mayor cantidad de católicos, equivalentes al 90 % de la población, lo cual no significa que todos ellos sean practicantes y que cumplan con los preceptos de la religión. Aunque no es posible cuantificar, muchos de esos católicos son nominales, es decir que

fueron bautizados pero no cumplen con lo ordenado por la Iglesia. Aún así, el solo hecho de que la mayoría de la población siga siendo católica le da bases a la Iglesia, como institución, de participar activamente en la vida pública del país opinando sobre asuntos que le competen a toda la sociedad.

* Investigador del Grupo de Estudios Sociales de la Religión, de la Facultad de Ciencias Humanas de la unal. Su más reciente trabajo se presenta en el libro La batalla de los siglos: Estado, iglesia y religión en Colombia en el siglo xix. De la Independencia a la Regeneración, publicado por Editorial un.

Iglesia del Rosario de Cúcuta, acuarela de Carmelo Fernández, Comisón Corográ-fica, Colección Biblioteca Nacional.