Blancanieves.

4
Blancanieves. Érase una vez una reina que estaba cosiendo junto a su ventana, y en un descuido, se pinchó el dedo, y vio cómo su sangre caía sobre la nieve, lo que la hizo desear tener una hija que fuera tan blanca como la nieve y sus labios tan rojos como la sangre. Lamentablemente, su deseo no se cumplió y su hija resultó ser todo lo contrario a lo que ella siempre había deseado. El hecho de no haber logrado lo que deseaba, hizo que se convirtiera en una mujer muy mala… una bruja; tanto que una vez, demasiado desesperada por haber tenido una hija tan horrible; hablaba con el rey, y su conversación fue de la siguiente manera: —Creo que mientras ella sea pequeña, no tenemos más opción que cuidarla, no podemos abandonarla —empezó diciendo la reina— aunque quisiera hacerlo... —No puedo creer que pienses eso de tu propia hija... —contestó el rey; como siempre muy alarmado de que su esposa tuviera esos pensamientos respecto a Blancanieves. —No me importa que pienses así, sabes cuál era mi deseo: tener una hija tan blanca como la nieve... —Y con los labios tan rojos como la sangre... —completó el rey; desanimado, ya que sabía que nada iba a cambiar la forma de pensar de su mujer. —Así es, y esa niña es todo lo contrario. — ¿Y qué es lo que piensas hacer? —preguntó él, aún más preocupado que antes, si es que eso era posible. —Cuando cumpla 18, en lugar de seguir con la tradición de presentarla ante el pueblo como la princesa, haremos que se la lleven del castillo... tan lejos que ya nunca más pueda volver. — ¿Haremos? Tu harás eso, yo no —contestó el hombre, para luego marcharse. Mientras que a la reina, seguía sin importarle lo que él pensaba y estaba dispuesta a seguir con el plan que había formulado. Los años pasaban y el sentimiento que la reina sentía hacia su hija, jamás cambió; ni siquiera la cuidaba, nunca jugó con ella y siempre la dejaba de lado cuando la pequeña lo único que deseaba era poder hacer a su madre sonreír, aunque fuera solo una vez, y estar con ella; ser ambas felices; pero jamás lo logró, ni siquiera el día que cumplió los dieciocho años. Aunque, ese día, algo cambió, y fue la primera vez que su mamá le habló en muchísimo tiempo... —Hija... —empezó la mujer.

description

Trabajo escolar.

Transcript of Blancanieves.

Blancanieves.

Érase una vez una reina que estaba cosiendo junto a su ventana,

y en un descuido, se pinchó el dedo, y vio cómo su sangre caía

sobre la nieve, lo que la hizo desear tener una hija que fuera

tan blanca como la nieve y sus labios tan rojos como la sangre.

Lamentablemente, su deseo no se cumplió y su hija resultó ser

todo lo contrario a lo que ella siempre había deseado. El hecho

de no haber logrado lo que deseaba, hizo que se convirtiera en

una mujer muy mala… una bruja; tanto que una vez, demasiado

desesperada por haber tenido una hija tan horrible; hablaba

con el rey, y su conversación fue de la siguiente manera:

—Creo que mientras ella sea pequeña, no tenemos más opción que

cuidarla, no podemos abandonarla —empezó diciendo la reina—

aunque quisiera hacerlo...

—No puedo creer que pienses eso de tu propia hija... —contestó

el rey; como siempre muy alarmado de que su esposa tuviera esos

pensamientos respecto a Blancanieves.

—No me importa que pienses así, sabes cuál era mi deseo: tener

una hija tan blanca como la nieve...

—Y con los labios tan rojos como la sangre... —completó el rey;

desanimado, ya que sabía que nada iba a cambiar la forma de

pensar de su mujer.

—Así es, y esa niña es todo lo contrario.

— ¿Y qué es lo que piensas hacer? —preguntó él, aún más

preocupado que antes, si es que eso era posible.

—Cuando cumpla 18, en lugar de seguir con la tradición de

presentarla ante el pueblo como la princesa, haremos que se la

lleven del castillo... tan lejos que ya nunca más pueda volver.

— ¿Haremos? Tu harás eso, yo no —contestó el hombre, para luego

marcharse. Mientras que a la reina, seguía sin importarle lo

que él pensaba y estaba dispuesta a seguir con el plan que

había formulado.

Los años pasaban y el sentimiento que la reina sentía hacia su

hija, jamás cambió; ni siquiera la cuidaba, nunca jugó con ella

y siempre la dejaba de lado cuando la pequeña lo único que

deseaba era poder hacer a su madre sonreír, aunque fuera solo

una vez, y estar con ella; ser ambas felices; pero jamás lo

logró, ni siquiera el día que cumplió los dieciocho años.

Aunque, ese día, algo cambió, y fue la primera vez que su mamá

le habló en muchísimo tiempo...

—Hija... —empezó la mujer.

— ¿Madre? ¿Qué necesitas? ¿Hay algo que pueda hacer por ti? —

preguntó con una sonrisa en el rostro al escuchar por primera

vez esa voz, dirigiéndose a ella.

—En realidad sí, hija, antes de que sea tú presentación quería

pedirte que me acompañaras al bosque por unas moras silvestres

—mintió la reina con facilidad, había una sonrisa en su rostro;

fingida, claro. Pero Blancanieves le había creído.

La chica, muy emocionada, fue en busca de un suéter para ella

y uno para su madre para que ambas pudieran salir y enfrentarse

al frio que había esa mañana. Empezaron a caminar y poco a

poco, la conversación entre ellas se hizo muy fácil. Tanto que

la reina comenzaba a sentir arrepentimiento por el plan que

había formulado hace tantísimos años. Pero en cuanto la observó

de nuevo, el deseo de continuar con el, volvió a crecer.

En cuanto hubieron llegado a un claro en el bosque, donde

crecían miles de moras silvestres, ambas se detuvieron y

empezaron con su cosecha. Al momento en el que la reina se dio

cuenta de que el sol empezaba a ocultarse, supo que el plan

debía comenzar.

—Hija, creo que ya es demasiado tarde para que sigamos acá —le

dijo y la joven estuvo de acuerdo con ella. Empezaron a caminar

de vuelta al castillo, y la reina, al observar un tronco en el

camino vio la perfecta oportunidad.

Todo pasó muy rápido y en un instante la mujer estaba tirada

en el piso, llorando y fingiendo estar herida.

—Blancanieves, me he lastimado, ¡ve a pedir ayuda! ¡Corre! ¡Y

apresúrate, por favor! —gritaba la reina y no dejaba a la chica

acercarse a ella para que se diera cuenta de que todo era

falso.

La joven hizo como se le había solicitado, empezó a correr,

por unos diez minutos, y al observar una pequeña cabaña, con

las luces encendidas, se detuvo para acercarse a ella y

solicitar ayuda a quien viviera allí. Después de haber tocado

a la puerta un par de veces, esta se abrió, pero... no había

nadie allí...

—Aquí abajo, niña —le dijeron, y en cuanto ella bajó la mirada

se dio cuenta de que habían siete pequeños hombrecitos,

quienes, no le llegaban más que a la rodilla.

Ella, les pidió ayuda, explicándoles lo que había sucedido y

ellos, después de haberse colocado rápidamente los sombreros y

unos pequeños suetercitos, se apresuraron a salir detrás de la

joven, a quién, encontraron muy bella.

Pero, en cuanto llegaron al lugar al que ella les indicó, no

había rastro de la mujer, sino que solamente unas moras

silvestres esparcidas por todo el lugar. Ella la había

abandonado.

Efectivamente, así era, un par de minutos después de que

Blancanieves había ido a buscar ayuda para su madre, ella se

había levantado y corrido hacia el castillo lo más rápido que

podía, su plan había funcionado a la perfección y ahora,

mientras hablaba con el rey, había una verdadera y maléfica

sonrisa en su rostro. Había dejado abandonada a su hija en el

bosque.

Por días, Blancanieves estuvo intentando volver al castillo.

Tenía que, de una u otra manera. Pero todos sus intentos habían

resultado fallidos. Fuera como fuera y caminara hacia donde

caminara, unos minutos después se volvía a encontrar de vuela

en la casa de sus nuevos amigos.

Un día, hablando con uno de sus amigos, se dio cuenta de que

lo mejor era, quedarse allí, con ellos. Todos le habían tomado

cariño de inmediato, al igual que ella a los hombrecitos.

—Blancanieves, hermosa Blancanieves, lo mejor es que te quedes

acá, todos los días te cansas de tanto caminar para encontrar

una manera de volver; pero tal parece que el destino no te lo

permitirá —le había dicho su amigo. Y la joven sabía que él

tenía toda la razón, sin embargo, al haberse quedado ella muy

triste después de su conversación. El enanito prometió

presentarle a un amigo suyo… un príncipe.

Un par de días después, para sorprenderla, los siete enanitos

llevaban al príncipe oculto en una pequeña caja. ¿Caja? Sí,

una caja.

— ¿Para mí? —pregunto Blancanieves, al ver lo que ellos le

llevaban.

—Así es —contestaron todos ellos al unísono y la observaron

mientras abría el objeto.

— ¿Es un sapo? —preguntó ella sorprendida, la sonrisa no dejaba

su rostro.

—Es el príncipe... —contestaron ellos, nuevamente, en coro.

— ¿El príncipe? —preguntó ella y todos se lo confirmaron.

Blancanieves les agradeció por el regalo y los despidió,

dándoles un beso en la mejilla, porque ellos debían ir a

trabajar.

En cuanto se hubo quedado sola con el príncipe, empezó a cantar

mientras limpiaba la pequeña choza. Al haber terminado el

último verso de su canción, se dio cuenta de que el sapo,

estaba cerca de ella, observándola, como si estuviera esperando

a que cantara la siguiente canción.

— ¿Será posible? —pensó ella y se acercó al pequeño, tomándolo

en su mano y acercándolo a ella— ¿será posible que seas un

príncipe? —el sapo, entendiendo a lo que ella estaba diciendo,

asintió una vez— bueno, será mejor que me arriesgue a quedarme

con la duda, ¿no? —volvió a preguntar y el príncipe volvió a

asentir.

Muy despacio, la princesa acercó sus labios al sapo y dejo un

pequeño beso. Y todo sucedió en segundos, un príncipe estaba

parado justo frente a ella. Y al verlo, se abalanzó en sus

brazos y lo abrazó.

Recién volvían los enanitos del trabajo, cuando los observaron

abrazarse; todos igualmente sorprendidos al notar que la joven

había logrado acabar con el hechizo...

Poco tiempo después, una boda fue llevada a cabo en el bosque.

La bella princesa y su príncipe, vivieron felices por siempre.

FIN.