BLOQUE IV.1

21
EL ARTE FRANCISCANO COMO LUGAR TEOLÓGICO Profesor: Francisco Javier Rojo Alique ofm IV. 1. ARQUITECTURA DE LOS MOVIMIENTOS FRANCISCANOS DE REFORMA (SIGLOS XV-XVII) BIBLIOGRAFÍA BÁSICA: ÁMEZ PRIETO, Hipólito, El Palancar de la descalcez franciscana, Guadalupe, 2010 (2ª). DÍEZ GONZÁLEZ, María del Carmen, «Alcance de las consignas constructivas de San Sedro de Alcántara en la descalcez franciscana: algunos ejemplos extremeños», en Congreso Internacional Imagen Apariencia. Noviembre 19, 2008 - noviembre 21, 2008, Murcia 2009, [disponible en Internet en https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo? codigo=2928838&orden=199940&info=link ] DÍEZ GONZÁLEZ, María del Carmen, «Lenguajes de la evangelización en la cultura popular. Los lenguajes del franciscanismo», en Cauriensia, X (2015) 67-90, DOI http://dx.medra.org/10.17398/1886-4945.10.67. GARCÍA ROS, Vicente, Los Franciscanos y la Arquitectura: de San Francisco a la exclaustración, Valencia, 2000. MARTÍNEZ DE VEGA, María Elisa, «Formas de vida del clero regular en la época de la Contrarreforma: los franciscanos descalzos a la luz de la legislación provincial», Cuadernos de Historia Moderna, 25 (2000), 125-188 [disponible en Internet en https://dialnet.unirioja.es/servlet/ar»ticulo? codigo=123222&orden=1&info=link ] RECURSOS DIGITALES: CDLXXIV Convento de El Palancar, vídeo realizado por Marcial Jesús Hueros- Iglesias, https://www.youtube.com/watch?v=EXABvl9OxFs Monasterio de Santa Ana del Monte de Jumilla, reportaje realizado por el NO- DO, https://www.youtube.com/watch?v=A1dmVKQi_k8 Monasterio de Santa Ana del Monte de Jumilla. Leyenda de Fray Bernardo. Documental de Región de Murcia Digital: https://www.youtube.com/watch?v=U2V52M6aB3w

Transcript of BLOQUE IV.1

Page 1: BLOQUE IV.1

EL ARTE FRANCISCANO COMO LUGAR TEOLÓGICOProfesor: Francisco Javier Rojo Alique ofm

IV.1.

ARQUITECTURA DE LOS MOVI-MIENTOS FRANCISCANOS DE RE-FORMA (SIGLOS XV-XVII)

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA:

ÁMEZ PRIETO, Hipólito, El Palancar de la descalcez franciscana, Guadalupe, 2010 (2ª).

DÍEZ GONZÁLEZ, María del Carmen, «Alcance de las consignas constructivas de San Sedro de Alcán-tara en la descalcez franciscana: algunos ejemplos extremeños», en Congreso Internacional Imagen Apariencia. Noviembre 19, 2008 - noviembre 21, 2008, Murcia 2009, [disponible en Internet en https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2928838&orden=199940&info=link]

DÍEZ GONZÁLEZ, María del Carmen, «Lenguajes de la evangelización en la cultura popular. Los len-guajes del franciscanismo», en Cauriensia, X (2015) 67-90, DOI http://dx.medra.org/10.17398/1886-4945.10.67.

GARCÍA ROS, Vicente, Los Franciscanos y la Arquitectura: de San Francisco a la exclaustración , Va-lencia, 2000.

MARTÍNEZ DE VEGA, María Elisa, «Formas de vida del clero regular en la época de la Contrarrefor-ma: los franciscanos descalzos a la luz de la legislación provincial», Cuadernos de Historia Moderna, 25 (2000), 125-188 [disponible en Internet en https://dialnet.unirioja.es/servlet/ar»ticulo?codigo=123222&orden=1&info=link]

RECURSOS DIGITALES:

CDLXXIV Convento de El Palancar, vídeo realizado por Marcial Jesús Hueros-Iglesias, https://www.-youtube.com/watch?v=EXABvl9OxFs

Monasterio de Santa Ana del Monte de Jumilla, reportaje realizado por el NO-DO, https://www.you-tube.com/watch?v=A1dmVKQi_k8

Monasterio de Santa Ana del Monte de Jumilla. Leyenda de Fray Bernardo. Documental de Región de Murcia Digital: https://www.youtube.com/watch?v=U2V52M6aB3w

1. Las reformas en la Orden Franciscana

Desde finales del siglo XIV la Familia Franciscana experimentó un intenso proceso de refor-mas y una fase de renovada vitalidad. En diversos lugares de Europa fueron surgiendo grupos de religiosos que buscaban recuperar las formas primitivas de la vida franciscana. El núcleo central de las aspiraciones de estos grupos se encontraba en el regreso a los orígenes, es decir, a la observancia de la Regla Franciscana en toda su pureza, lo que parecía incompatible con los privilegios y exenciones que los papas habían ido concediendo a los frailes con el paso del tiempo. Frente a ellos, otro sector de la Orden, el de los conventuales, pensaba que mantener

Page 2: BLOQUE IV.1

la forma de vida que se llevaba hasta entonces, con privilegios y exenciones, era la mejor for-ma de poner en práctica el ideal de Francisco y de prestar un servicio más eficaz a la Iglesia.

La vida de los primeros observantes se caracterizaba por la búsqueda del retiro, la oración mental, la austeridad y la pobreza, la sencillez en los edificios y la sencillez litúrgica. En 1415, el Concilio de Constanza reconoció la forma de vida de uno de esos grupos reformados, el de los observantes franceses, como regular observancia, y les dio un estatuto jurídico y unos superio-res propios. Se abrió así un período de fuertes tensiones con los franciscanos conventuales. Ante la falta de acuerdo entre ambas familias, en 1446, el papa Eugenio IV concedió a la regu-lar observancia la independencia casi total del resto de la Orden.

Pero los conflictos no terminaron: siguiendo las indicaciones de Eugenio IV, la regular ob-servancia comenzó a absorber al resto de los grupos reformados; al mismo tiempo, trató de acabar con el conventualismo, para unificar la Orden bajo un Ministro General observante. En 1517, el papa León X puso fin a las disputas dividiendo a la Orden de Frailes Menores en dos: la de los Frailes Menores Observantes y la de los Frailes Menores Conventuales.

Durante algún tiempo, la observancia se mantuvo fiel a sus orígenes, pero poco a poco fue perdiendo vigor y adoptando un estilo de vida no muy diferente del de los conventuales. De hecho, ya en el siglo XV se vivió un proceso similar al que se había producido dos centurias atrás: las comunidades franciscanas instaladas en viviendas humildes en las inmediaciones de los núcleos urbanos, se trasladaron a conventos de mayor tamaño situados dentro de las mu-rallas. Muchos frailes no acabaron de sentirse satisfechos con la vida en los amplios y "confor -tables" conventos en los que acabaron por instalarse los observantes, ya en el interior de las ciudades, y buscaron establecer nuevas fundaciones de tipo eremítico.

A lo largo del siglo XVI fueron así surgiendo, de forma más o menos extraoficial, numero-sos movimientos de observancia más estrecha y estrechísima, que se manifestaron con más fuerza en España que en ningún otro lugar de Europa. Entre ellos destacan:

Los descalzos o alcantarinos, de gran pujanza en España, quienes pretendían volver a la primitiva pobreza franciscana practicando la más dura penitencia, viviendo de la mendicidad y renunciando incluso a la posesión del propio convento.

Los capuchinos, que buscaron un retorno a la estricta observancia de la regla, por el deseo de atender las necesidades del pueblo cristiano y su auténtica conversión y como medio de lucha contra la expansión del protestantismo. En 1528, a estos frailes se les reconoció como una nueva familia independiente de Franciscanos: los Frailes Menores Capuchinos.

Los recoletos, grupos de religiosos surgidos en Francia a finales del siglo XVI, que se agrupaban en casas de retiro que integraban al menos quince religiosos, para llevar allí una vida de oración, silencio y austeridad.

Las reformas del siglo XVI también estuvieron impregnadas por el profundo misticismo de la época, que en el franciscanismo se reflejó en una acusada tendencia al eremitismo y un gran interés por la vida de los orígenes.

2

Page 3: BLOQUE IV.1

2. Rasgos generales de la arquitectura de los movimientos de reforma

Con los nuevos movimientos de reforma comenzó, desde finales del siglo XIV, un nuevo período de fiebre constructora de conventos, que continuó a lo largo de toda la centuria si -guiente. De hecho, el número de conventos fundados en esta época no tuvo parangón con los de la época medieval. Estas construcciones reflejaban el anhelo de máxima pobreza y el espíri -tu eremítico, que jamás habían desaparecido del seno de la Orden Franciscana.

Los frailes reformados expresaron en su arquitectura algunos caracteres inconfundibles que permiten esbozar, entre la gran variedad de soluciones, alguna tipología en sus conventos:

Los conventos, prácticamente sin excepción alguna, se encontraban extramuros, aunque próximos a la ciudad “para poder atender espiritualmente a los fieles”. Dicha ubicación respondía a los orígenes eremíticos de este movimiento, aunque los observantes optaron por no distanciarse excesivamente de las ciudades situándose a lo largo de los grandes caminos de tránsito comercial, con el fin de no descuidar el apostolado y la atención a los necesitados y, en ocasiones, por iniciativa de la nobleza. Otro factor que pudo contribuir a que los frailes no se alejaran mucho del medio urbano sería el control sobre los monaste-rios de clarisas situados en el interior de las ciudades.

Normalmente se trataba de cesiones de ermitas en despoblado que los frailes ocupaban para llevar una vida eremítica. A menudo se hizo necesario construir dependencias para residencia de los frailes anejas a la capilla, que actuaba como iglesia conventual. Las nece-sidades de la comunidad obligaron pronto a efectuar obras de reforma o de ampliación de los conventos. De reducidas dimensiones, su espacio consistía en un pequeño cuadrilátero con un pequeño claustro central y dependencias dispuestas en planta baja y piso. Las cel-das eran “pequeñas y angostas”, como suelen referir los cronistas de la orden.

Sus iglesias eran de construcción modesta, con una sola nave de escasa altura con capillas o altares, a la que posteriormente se le añadió un coro alto sobre arco rebajado a los pies. Sus fachadas estaban presididas por la sencillez, con una sola puerta centrada, sobre la que existía una amplia ventana rectangular que iluminaba el interior. Entre ambos huecos, solía aparecer un pequeño panel de azulejos con la imagen de San Francisco o la del titular de la capilla.

La organización de las dependencias conventuales variaba de un lugar a otro, principal -mente por dos motivos:

Porque las construcciones casi nunca surgieron a partir de un proyecto inicial totalmente definido, sino más bien como fruto de adaptaciones y ampliaciones realizadas en diversas fases constructivas.

Porque la modestia de medios materiales y los rápidos cambios en la organización de la comunidad no permitían establecer programas arquitectónicos a largo plazo.

Esta realidad no debe infravalorarse, porque condicionó durante siglos el desarrollo y la transformación arquitectónica de los franciscanos: períodos de intensa actividad constructora se alternaron con tiempos de depresión de las estructuras, que en ocasiones incluso se aban-donaron por causas de fuerza mayor.

3

Page 4: BLOQUE IV.1

3. Arquitectura de los movimientos de reforma del siglo XV

Los primeros observantes abandonaron los conventos urbanos para trasladarse a peque-ñas ermitas algo alejadas de las ciudades. El mismo san Buenaventura había considerado nece -sario conservar los eremitorios como medio legítimo de encauzar los movimientos de obser-vancia más estrecha. En estos cenobios los frailes llevaban una vida apartada y muy pobre. La comunidad no poseía nada del terreno donde vivía, ni podía recibir legados ni limosnas en dinero. Los religiosos tenían prohibida toda propiedad personal. Vivían de aquello que produ-cía el convento (hortalizas, fruta...) y de las limosnas.

Ese anhelo de máxima pobreza y el espíritu eremítico, que jamás habían desaparecido del seno de la Orden Franciscana, también influyó en su arquitectura. Y lo hizo hasta el punto de que algunos de los grupos reformados comenzaron a crear una reglamentación detallada so-bre la construcción de edificios.

Tal fue el caso del movimiento de reforma creado en Castilla a principios del siglo XV por fray Pedro de Villacreces, cuyos seguidores se agrupaban a mediados de siglo en la Custodia de Santa María de los Menores. Las Constituciones de la Custodia, redactadas en 1457, recogían las siguientes indicaciones a la hora de construir edificios, que influyeron en las normas de construcción de otros movimientos de reforma del siglo XVI, como los descalzos:

Como modelos de construcción se establecen dos conventos ya existentes de esta refor-ma: el de San Antonio de la Cabrera (Madrid), para comunidades de cuatro a seis frailes, y el de San Bernardino de la Sierra (cerca de Fresneda de la Sierra Tirón, Burgos) para comu -nidades mayores. Los nuevos conventos no podían ser mayores ni más suntuosos que di -chas casas, aunque sí que se podían reducir sus dimensiones para ganar luz, siempre que esa medida no encareciera la construcción.

En estos edificios no se puede construir nada de cal y canto. Las construcciones tendrán que ser de buena tapia, de piedra y lodo tosco, o de adobe o de «secor», siguiendo las indicaciones de San Francisco. Las iglesias deben ser pequeñas, bajas y limpias. Las cubier -tas de las iglesias, claustrillos y oratorios se harán de madera «blanca, limpia», sin bóvedas ni «curiosidades algunas».

Se autoriza a escribir en los muros «santos documentos, atractivos a contrición e a peni -tencia». La costumbre de escribir rótulos de tipo piadoso o ascético en los muros de los conventos continuaría entre los franciscanos de épocas posteriores.

Donde sea posible, pueden hacerse celdas secretas para los reclusos, según las ordenacio-nes del papa Martín V.

Los patronos deberán reservarse el derecho del señorío y propiedad de los edificios y de sus huertas, ante notario y ante testigos, en su persona y en la de sus sucesores para siem -pre.

Se prohíbe tener huertas mayores o plantar más árboles de lo necesario para el sustento de la casa, de acuerdo con lo establecido por Clemente V en la bula Exivi de paradiso, que no permite a los frailes tener explotación comercial de sus huertas. Los religiosos serán quienes trabajen la huerta con sus propias manos durante la hora que cada día destinan al

4

Page 5: BLOQUE IV.1

trabajo manual. Así se corregirá lo que se ha hecho con la fábrica de conventos y con las huertas hasta ese momento.

Las iglesias serán de tapia, de adobe o de piedra, o de lodo bien asentado, con buenas ventanas y «llanillas» de yeso, o emblanquecidas con arena y cal, sin añadidos de cal y canto.

Siguiendo las ordenanzas del papa Martín V, ningún superior de la casa podrá, sin consul-tar con el custodio, edificar ni deshacer edificio alguno, ni trasladar a ningún religioso ni los libros ni los objetos litúrgicos de una casa a otra.

4. Arquitectura de los franciscanos descalzos o alcantarinosEn el siglo XVI, surgió en Extremadura el movimiento de reforma de la descalcez francisca-

na, que alcanzó su consolidación definitiva de la mano de San Pedro de Alcántara. Los ejes de la forma de vida de los descalzos, que recogía muchos elementos de la reforma villacreciana, eran una liturgia silenciosa, acompasada y meditativa; la oración mental prolongada, que se alternaba con el trabajo manual; la mendicación como forma de garantizarse el sustento; un hábito religioso y un ajuar acorde con la pobreza del ambiente, y unas viviendas similares a los de los campesinos extremeños.

Para llevar a la práctica esa forma de vida, era fundamental que los conventos se ubicasen fuera de los núcleos de población. A menudo los frailes comenzaran por establecerse en ermi-tas situadas en las proximidades de las poblaciones. En torno a ellas se construían las depen -dencias para la morada de los frailes, creando así conventos extremadamente rudimentarios. En el nuevo edificio se levantaban una o varias pandas claustrales, que se abrían a un patio interior en el que existía un pozo. La presencia al otro lado de un pequeño huerto como medio de autosuficiencia era muy frecuente en los conventos extraurbanos.

4.1. Legislación sobre construcción de edificios

Desde el comienzo de la Reforma, en la mente de san Pedro de Alcántara estuvo siempre presente la preocupación por los edificios pobres que, casi al final de su vida, dejó plasmada en las Ordenanzas de 1561 para todos los Descalzos, que recogen muchos de los elementos de la legislación villacreciana del siglo XV. Como ocurrió con el resto de grupos reformados francis-canos, la razón última que va a explicar esta reglamentación sobre edificios es la pobreza, en torno a la cual gira toda la vida de estas comunidades.

Los Estatutos provinciales de los descalzos situaron la pobreza en un plano similar al con-cepto que sobre la misma tenía Francisco de Asís. De este modo, reiteran el abandono de la propiedad de los edificios y la seguridad que deparaban las rentas fijas. San Pedro de Alcántara a su vez disponía que «ninguna pared de las casas, aunque sean fuertes, sean de cantería la-bradas, y toda madera de la casa sea tosca y no labrada a cepillo» para que «en nuestros edifi-cios resplandezca toda pobreza, aspereza y vileza.»

Se exigía que los conventos no sólo fueran pobres en su construcción, sino que debían levantarse a manera de casitas donde sólo pudieran vivir un máximo de ocho religiosos, con el mínimo espacio vital para moverse. Al mismo tiempo, se regula el espacio ocupado por la igle-sia y por las distintas dependencias conventuales de manera muy pormenorizada. Como mo-

5

Page 6: BLOQUE IV.1

delo de convento, San Pedro concibe un edificio de forma más o menos cuadrada y de doble altura:

El perímetro externo debería oscilar entre unos 12-14 metros, por lo que la superficie de cada planta sería inferior a 200 metros cuadrados.

Una de las crujías estaba ocupada por la iglesia, que podía tener una longitud variable: unos 2 por 7 metros como mínimo hasta un máximo de unos 3 por 8,5 me-tros, incluyendo la capilla, la sacristía, dos altares y el coro.

El espacio habitable se articula de manera tradicional, a través de un claustro cuadrado con una bandeja de unos metros por lado. San Pedro prescinde de algunas

dependencias habituales en los conventos, como la sala “de profundis”, el archivo y la biblioteca.

En la planta baja debían situarse el refectorio y la cocina, con sus respectivas “ofici-nas”, la portería, el hueco de la escalera para subir al piso alto y una enfermería. La doble altura del edificio obligaba a ensanchar las paredes a unos 0,70 metros las exte-riores y 0,56 las del interior.

En la zona alta se construirían una enfermería sobre el refectorio y ocho celdas, que deberían medir unos 2 metros de largo por 1,68 de ancho. Las celdas se abrirían direc -tamente al claustro si para la crujía del refectorio y la cocina se elegían las medidas de anchura mínima (unos 2,24 metros). Si se escogían las máximas (unos 3 metros), se intercalaba un pasillo entre las habitaciones y el corredor del claustro, para resguardar las celdas de las inclemencias del tiempo.

Se reduce también la altura de las construcciones. Los muros se estipula que tengan unos 2 metros de alto. La iglesia, por su parte, es ligeramente más alta, hasta 1,82 metros, o «lo mismo que la casa».

Al mismo tiempo, estaba prohibido el uso de cante-ría labrada, y la madera que se utilizaba tenía que ser tosca, sin labrar con cepillo, salvo en la iglesia, el coro y la sacristía. La iglesia era la estancia mejor atendida en cualquier convento.

Con esta normativa se intentaba evitar así la fundación de conventos de medidas desmesuradas como los del siglo XIV. Sabemos asimismo que, al menos en algunas provincias, existía un plano al que tenían que ceñirse los diferentes conven-tos de nueva construcción.

4.2. Los edificios como manifestación de la espiritualidad alcantarina

La estructura arquitectónica de estos conventos estaba diseñada en última instancia para conseguir el recogimiento y la clausura interior de los frailes, además de constituir el símbolo externo de la pobreza que se predicaba y se practicaba hasta sus últimos extremos. Los alcan-

6

Page 7: BLOQUE IV.1

tarinos trataron de llevar a la práctica la Regla para los eremitorios de San Francisco. Para facilitar ese objetivo, también levantaron, separados del cuerpo principal de sus conventos, algunos oratorios o ermitas independientes, en las que se recogían en tiempos señalados un número redu-cido de religiosos para llevar una vida de mayor recogi-miento y oración. La legislación de algunas provincias des-calzas ordenará que en todas las casas se levanten una o

dos ermitas, en la huerta o fuera de ella, para que haya siempre en ellas uno o dos frailes dedi-cados por completo a la oración.

Por su parte, la estrechez de las casas trataba de favorecer el recogimiento de los frailes. Particular importancia tenía para ello la estrechez de las celdas, que algunos contemporáneos definían como verdaderas cárceles, pero que evitaba la dispersión del religioso y potenciaba la tranquilidad y quietud del alma pues, como escribía un cronista de la época, «en la celda ni se oye, ni se ve, ni se habla». Encerrado en su estrecha celda, el fraile desarrollaba la capacidad de pasear «con el alma la anchura de las moradas del cielo».

Las disposiciones que San Pedro de Alcántara mandó redactar en la década de 1560 ya se habían puesto en práctica en algunas casas, como el diminuto eremitorio de El Palancar (Cáceres), que en un espacio de unos 9 metros de largo por 8 de ancho alberga iglesia, claustro, cocina y refectorio en la planta baja y las celdas de los frailes, la enfermería, la ropería y el coro en la alta.

En los edificios de nueva planta, con frecuencia adoptaron el modelo constructivo de iglesia de una nave y uno o dos pequeños claustros en el recinto conventual. Sus iglesias, casas y celdas eran muy reducidas. En algunos casos la observancia estricta de la regla llevó a la erección de conventos extremadamente po-bres. Así, en Sollana (Valencia) los frailes se instalaron en una cueva grande, donde excavaron seis nichos que sirvieron de celdas, que en palabras de un cronista de la época «más bien te-nían traza de sepulcros, pues apenas cabía en ellas un cuerpo humano, y a este modo dispusie -ron las demás oficinas y divisiones, que eran forzosas, sin más puerta o ventana que la boca de la misma cueva.» Similares términos utiliza el cronista para describir el convento de Santa Ana del Monte en Villena (1592), donde «el claustro era tan estrecho, que puesto un religioso en un lienzo, y otro en el contrario, alargando las dos manos, faltaba poco para dársela el uno al otro.» Del de Lliria, afirma que tenía unas «celdillas tan bajas y estrechas, que más tienen traza de algún palomar que de dormitorios de frailes».

En opinión de Hipólito Ámez, la extrema sencillez de estos edificios no permite por tanto hablar de la existencia de un arte alcantarino propiamente dicho. De hecho, el empleo de ma-teriales pobres ha impedido que muchas de estas construcciones perduraran con el paso del tiempo. En otros casos, la percepción de ingresos llevó, con el paso del tiempo, al engrandeci-miento de estos edificios, sobre todo cuando aumentó el número de religiosos que integraban las comunidades.

7

Page 8: BLOQUE IV.1

Resulta también llamativo apreciar cómo la extrema sencillez que presentan estos conven-tos reformados contrasta en ocasiones con la presencia en los mismos de elementos extraídos del ámbito de la arquitectura “culta”. Así, en algunos de sus claustros o de sus portadas pode-mos observar cómo se incorporan soluciones tomadas de los tratados teóricos del Renacimien-to, cuyo lenguaje se hizo presente en la arquitectura franciscana desde comienzos del siglo XVI, superando definitivamente la tradicional imagen gótica de los conventos de la orden.

Ya en vida de San Pedro de Alcántara los conventos descalzos comenzaron a trasladarse a las inmediaciones de los pueblos, ante la insistente demanda de los fieles. Ese proceso se ace -leró a la muerte de San Pedro (1562), debido a la ruina de los primeros eremitorios, construi -dos con materiales muy pobres, y también para facilitar la recogida de limosnas, la atención médica y, sobre todo, el apostolado de los frailes. De este modo, los frailes alcantarinos fueron también perdiendo su carácter eremítico primitivo y entrando en la misma dinámica que los Observantes.

Sin abandonar las pequeñas dimensiones, sus edificios fueron también creciendo en núme-ro de moradores y en extensión, transformando su apariencia: así, a lo largo del siglo XVII se emplea ya la piedra labrada en las casas alcantarinas, y comienzan a aparecer en ellas depen-dencias como el archivo y la librería conventuales. Y, a lo largo de la centuria siguiente, impor -tantes arquitectos como Ventura Rodríguez trabajan en las casas y capillas descalzas, que tam-bién se pueblan de las molduras de yeso o de capulines (pequeñas cúpulas). Aun así, la imagen de pobreza y humildad se mantuvo en la altura y las dimensiones de las dependencias conven-tuales, aunque las mismas rebasan ya ampliamente en superficie las fijadas por la legislación del siglo XVI. También se fueron diluyendo la austeridad de las iglesias y el inicial carácter ere -mítico de sus enclaves, al acercarse los conventos a los núcleos de población.

5. Los capuchinos y la arquitectura (1530-1620)La reforma capuchina se caracterizó por un retorno a la estricta observancia de la regla,

por el deseo de atender las necesidades del pueblo cristiano y su auténtica conversión y por su lucha contra la expansión del protestantismo.

Dichos ideales ayudan a explicar los ambiciosos programas constructivos de los capuchinos durante los últimos años del siglo XVI y comienzos del XVII. Estos religiosos impulsaron progra-mas de renovación y de adecuación, litúrgica y funcional, pero también estética y artística, de muchos antiguos conventos bajomedievales. La consecución de una nueva arquitectura religio-sa debía ser reflejo de la nueva imagen de renovación espiritual impulsada por la reforma.

Los capuchinos consideraban la pobreza como el fundamento de toda perfección francisca-na. La pobreza resplandecía en sus primeros edificios, que eran auténticos albergues provisio-nales que los frailes fabricaban con sus propias manos. Con el tiempo esa excesiva sencillez se fue mitigando, mediante el pavimentado de los suelos y el uso de la piedra y mortero en los muros, se procuró que todo fuese tan estrecho cuanto fuera posible. Apenas existía mobiliario; los frailes por lo general dormían sobre las tablas desnudas o sobre una estera. No se conside-raban necesarios los armarios ni las mesas o escritorios en las celdas. No se admitían provisio-nes para más de una semana, y en ocasiones no se permitió la construcción de almacenes para el acopio de frutas u hortalizas. Para facilitar la práctica de la contemplación, había en el bos-

8

Page 9: BLOQUE IV.1

que próximo a cada convento cierto número de ermitas solitarias a las que podían retirarse libremente los religiosos.

En definitiva, se trata de una arquitectura que hace de la pobreza su lema. Pero una pobre -za entendida no sólo como renuncia al empleo de materiales de calidad, sino ante una pobreza "funcional", que propone la reducción espacial más extrema.

5.1. La construcción de edificios en la legislación capuchina

La identidad capuchina se sitúa entonces en la articulación entre lo sagrado y lo profano, con un constante ejercicio de vigilancia sobre las cláusulas de un compromiso siempre inquie-tante y en ciertos aspectos muy peligroso, entre lo religioso y lo mundano. De hecho, los capu-chinos se apresuraron a elaborar normas precisas con las que defender la configuración de sus propios asentamientos habitacionales, manteniéndolos inmunes de los modelos no conformes a su propio estilo de vida.

Tal declaración de intenciones aparecía recogida en la legislación de la Orden, que incluye meticulosas normas relativas a la construcción de edificios, que recuerdan en muchos aspectos a las de los villacrecianos y los alcantarinos. Las Constituciones capuchinas de 1536 declaran el absoluto rechazo de la propiedad de conventos, que siempre debían quedar en propiedad de los bienhechores.

Se consideraba asimismo que las fábricas excesivas y los lugares próximos a las ciudades eran peligrosos para los capuchinos, ya que «los conventos elegantes requieren frailes elegan-tes, y de ahí nace la familiaridad con los seglares y la pérdida del espíritu». Los conventos de-bían albergar comunidades pequeñas, de entre seis y doce frailes, porque la presencia de mu-chos frailes dificultaba la práctica de la pobreza, al ser entre otras cosas mucho más caros de mantener. Los lugares donde viven los frailes debían «ser similares a las pobres habitaciones de la gente pobre».

Estas prácticas rígidas y austeras no sólo se siguieron en los orígenes de la reforma, sino siempre que las circunstancias y condicionantes particulares lo permitieron.

Con la estabilización de la reforma capuchina los primeros eremitorios fueron trasladándo-se a las proximidades de las ciudades. Las constituciones establecieron que los conventos no se ubicasen ni demasiado lejos, ni demasiado cerca de los núcleos de población, para evitar un «excesivo frecuentar» con los seglares. La distancia que se establecía era de una milla y media, más o menos, de las poblaciones, preferiblemente en los parajes despoblados.

Las Constituciones de 1536 establecían que la construcción de edificios debía basarse ante todo en criterios de «altísima pobreza», tomando como modelo «no los grandes palacios de los ricos», sino «los pequeños tugurios de los pobres mendigos, peregrinos y penitentes». En la medida de lo posible, se construirían de paja y barro, con celdas tan pequeñas y angostas que «antes parezcan sepulcros que celdas»; se pretendía así evitar la permanencia –stabilitas– del fraile, subrayando su condición de «peregrino y forastero en este mundo». Se permite además la existencia de «una o dos ermitas apartadas del convento para retirarse los frailes con toda libertad a orar y llevar una vida más rígida».

El fundamento de la arquitectura de los capuchinos se encuentra en su afán por tomar como modelo «las pequeñas casas de los pobres y no las modernas habitaciones». Las Consti -

9

Page 10: BLOQUE IV.1

tuciones de 1536 especifican con claridad cómo debían ser los edificios capuchinos: las celdas no podían sobrepasar los nueve palmos de largo y ancho (2,34 m.) ni los diez de alto (2,60 m). Las puertas no debían superar siete palmos (1,82 m.) de alto y dos (65 cm.) de ancho; las ven -tanas, siete palmos de alto y dos y medio de ancho (65 x 39 cm.). El claustro, debía medir seis palmos de ancho (1,56 m.), al igual que el corredor del dormitorio. Las demás dependencias debían ser «pequeñas, humildes, pobres, abyectas y bajas, de manera que todo predique hu-mildad, pobreza y des-precio del mundo.» Los conventos debían carecer de depósitos y bode-gas. Las iglesias debían ser «pequeñas, pobres y honestas», desterrando de ellas todo orna-mento y los cálices de oro y plata.

Con el fin de observar la pobreza, los frailes no debían ocuparse personalmente de la cons-trucción sino de controlar que los ejecutores materiales respetaran la «forma austera del mo-delo» y de prestarles ayuda material. Los materiales que se aconsejan son muy pobres: «cañas, adobe y cascotes». Esta práctica constructiva traía consigo una rápida degradación de los edifi-cios y la necesidad de reparaciones poco después de la construcción lo que, a la larga, suponía el efecto contrario a la intención inicial de contener gastos. No obstante, las reparaciones co-rrían a cargo del pueblo y de las autoridades, por lo que los frailes realizaron una aportación muy limitada a los gastos de construcción.

En el texto de las Constituciones de 1608 se introduce una nueva prescripción, la elección en cada provincia de cuatro frailes encargados de escoger los lugares y cuidar que las obras siguieran las indicaciones de la Regla (fabbricieri). Es la primera vez que aparece, de forma explícita, en la legislación franciscana mención a la existencia de hermanos dedicados al diseño y la supervisión de edificios.

La minuciosidad de las especificaciones que ofrecen las Constituciones para las distintas dependencias conventuales lleva a pensar que existieron recomendaciones planimétricas ema-nadas de las instancias superiores de la Orden capuchina. De hecho, las Constituciones reco-miendan que se observe un «pequeño modelo, según el cual se fabricará». No queda claro si ese modelo consistía sólo en una detallada prescripción de las medidas o, si por el contrario, existía entre los frailes un verdadero esquema planimétrico con módulos fijos y escasas posibi-lidades de modificación. Vicente García Ros piensa que pudo existir un verdadero "canon" arquitectónico que se repetiría fielmente con pocas variantes regionales. Ese esquema teórico, no obstante, se plegaba a los condicionantes del terreno, del paisaje, de los materiales y las técnicas empleadas en los diferentes lugares. Sin embargo, en los casos que ha estudiado esta autor no ha podido constatar la existencia de ese modelo fijo o ideal.

5.2. El Tratado de fray Antonio de Pordenone

A partir de las indicaciones métricas de las Constituciones, el capuchino italiano fray Anto-nio de Pordenone compuso entre finales del siglo XVI y principios del XVII algunos manuscritos con numerosos diseños de conventos, relativos a «los modos en que se puede edificar un Mo-nasterio conforme al uso de nuestra Religión». En ellos desarrolló una amplia variedad de es-quemas tipológicos que podían adaptarse a las condiciones particulares de cada lugar.

Fray Antonio pretendía aproximar la arquitectura capuchina a la arquitectura de su tiem-po. De hecho, aun respetando las prescripciones de pobreza y las medidas reflejadas en las

10

Page 11: BLOQUE IV.1

Constituciones, este religioso, buen conocedor de los tratados de arquitectura de su época, los utilizó para todo aquello que pudiera ser útil para la construcción de los conventos capuchinos.

El tratado de fray Antonio es revelador del cambio de actitud de los franciscanos con res-pecto a la construcción de edificios: del rechazo inicial de la edificación se pasa a codificar un modo de construir, aunque esta vez pobre y rudimentario, fiel a los principios de la regla.

Con toda probabilidad fray Antonio da Pordenone tuvo en consideración el ejemplo de los jesuitas, quienes contaban con instrumentos, como las Instructiones de san Carlos Borromeo, donde se detallaban las líneas generales que guiaban su organización constructiva. Fray Anto-nio pudo tener en consideración este texto para elaborar su manuscrito; por otra parte, su amplio despliegue gráfico se puede considerar próximo a la práctica de los jesuitas en cuanto a la voluntad de difundir "su" modo de construir.

Fray Antonio comienza su obra estableciendo que el principio de la arquitectura capuchina debe ser la búsqueda de la sencillez y la pobreza constructivas «antes que la fidelidad al dórico y al jónico». Sin embargo resulta necesario, por decoro de la orden, construir bien desde el principio, es decir, de manera duradera, para ahorrar y no tener que reconstruir después.

Los proyectos que presenta, sin dejar de observar siempre las medidas prescritas en las Constituciones y, pese a ser bocetos de edificios pequeños y sencillos, se caracterizan por ser racionales, ordenados y funcionales. Por otra parte son ampliables por obra de los fabbricieri quienes, elegido el sitio, deberán en primer lugar decidir la orientación de la fachada de la iglesia. Esa decisión marcará la elección del libro correspondiente, pues cada uno de ellos muestra proyectos de conventos diferentes en función de la orientación de la fachada de su templo. También se muestran diseños para transformar «fábricas mal dimensionadas», ya edificadas, que se quieren «reducir a la manera capuchina».

La obra de Pordenone resulta emblemática para comprender la acción artístico-cultural que intentó toda la Orden Capuchina, que es la de haber transformado las formas arquitectó-nicas de su tiempo, sometiéndose a una especie de "miniaturización", es decir, despojándola de todo aquello que no afecta a los elementos arquitectónicos esenciales. En la obra de Porde -none los constructores capuchinos pudieron encontrar un instrumento básico de carácter di -dáctico para proyectar y controlar el proceso constructivo según el modo de su Orden.

5.3. Características de la arquitectura capuchina

Pese a ser deudoras de las corrientes regionales y de los condicionamientos particulares en los lugares donde se implantan, las construcciones de los capuchinos presentan formas y mo-dos comunes emanados de la propia regla, «tics funcionales adecuados a la propia vida de los frailes» (V. García Ros). El respeto al ideal primitivo de pobreza llevó al principio a adoptar formas arquitectónicas extremadamente simples y desprovistas de decoración, tales como pequeñas iglesias de una sola nave destinadas en exclusiva al uso de la comunidad. La provisio-nalidad del asentamiento inicial daría paso, merced a diversas obras de ampliación y mejora, a estructuras algo más estables.

La Orden Capuchina dedica muchas energías a recoger lo esencial de las formas arquitectó-nicas del Renacimiento inspiradas en el humanismo clásico, sometiéndolas a su ideal eremítico de fuga mundi. Resulta evidente su esfuerzo a la hora de conjugar lo sagrado y lo profano, la

11

Page 12: BLOQUE IV.1

dimensión vertical y la horizontal, tanto en sus edificios de culto como en el resto de las de -pendencias conventuales.

Frente a la riqueza formal y decorativa del arte de la época, basada en el perfeccionismo de las formas, la sencillez y la economía de los edificios capuchinos responden a un testimonio de pobreza. Se prescinde por ello de la sensibilidad y el gusto de los arquitectos pre-barrocos contemporáneos condenando cualquier posicionamiento que se aleje de una reducción espa-cial y constructiva extremas.

Los conventos capuchinos fueron construidos junto a los caminos más importantes con el fin de desarrollar una acción apostólica "itinerante" más eficaz. Los conventos se situaban a una distancia uno de otro que pudiera realizarse a pie en menos de una jornada, de modo que los frailes pudieran pasar la noche en una de sus casas.

Los cronistas describen estos conventos como edificios de intencionada sencillez que in-cluían un templo, cierto número de pandas o un claustro completo rodeado de zonas comunes y de servicios y, sobre todo, uno o dos pisos con celdas. El esquema estaba sin embargo sujeto a una gran casuística particular, no sólo para adaptar las condiciones urbanísticas al espacio disponible, sino también a las particularidades propias de la orden: así aparece la sala de pro-fundis, que daba acceso al refectorio, típica de los conventos franciscanos, y no existen las salas capitulares, cumpliendo esas funciones los refectorios.

Una buena parte del recinto conventual es ocupada por la iglesia. El templo ofrece al exte -rior una imagen de cuerpo longitudinal abierto a dos vertientes. Por encima del conjunto se levanta la espadaña con la campana del convento, puesto que las Constituciones prohibían la erección de torres-campanario.

La fachada de la iglesia presenta una sola puerta de entra-da, que da acceso a la nave única, coronada por una hornacina y un hueco de iluminación. La puerta, casi nunca precedida de un pórtico, es adintelada, de dimensiones modestas y de pie-dra vista. Sobre ellas, solía situarse un fresco o un panel de azulejos dedicados al titular de la iglesia. El hueco superior, aunque casi siempre mantiene una posición central, presenta muchas variantes, pudiendo tener forma de pequeño óculo, de ventana geminada o tripartita o, más frecuentemente, un hueco cuadrangular.

La nave de la iglesia se ilumina a través de ese hueco de la fachada y en ocasiones por me -dio de ventanas laterales, pavimentándose con losas de barro cocido, un material pobre, pero que permite la limpieza y el decoro que demandaba la legislación de la Orden y proporcionaba cierto aislamiento del subsuelo. El papa Benedicto XIII solía proponer como modelo las iglesias de los capuchinos, en las que «resplandece la suma pobreza unida a la máxima limpieza».

«En resumen, todo en el convento capuchino se pliega a la más pura racionalidad sin con-cesiones caprichosas. La sencilla volumetría del edificio, la limpieza de las superficies murales, la ausencia de decoración, el uso de materiales pobres y la propia concepción espacial de la nave única son elementos que contribuyen a una extrema sobriedad de formas y permiten concentrar la atención del fiel hacia el altar mayor» (v. García Ros). Éste es el único elemento

12

Page 13: BLOQUE IV.1

en el que la extremada linealidad del arte capuchino cedió ante la exigencia de resaltar la pre -sencia eucarística, en consonancia con las resoluciones de Trento. De este modo se generaliza-ron los retablos de madera, que todavía hoy adornan algunas de estas iglesias. Pero la obser-vancia de la pobreza no permitía el uso de materiales nobles o duraderos, como el mármol, ni el uso de estucos y dorados.

La Iglesia constituye el punto donde se en-cuentran lo sagrado y lo profano. Ese encuentro tiene lugar con la intersección del modelo hori-zontal, constituido por el espacio de la iglesia, y el vertical, que aparece en el sagrario. La forma rec-tangular alargada del templo se convierte así en metáfora del recorrido completo del fiel en su peregrinar hacia oriente, el origen de la luz. La ausencia de puntos luminosos con la renuncia a una portada monumental y sobre todo al ábside,

refuerza la connotación de esa metáfora tan sugestiva realizando en plenitud su valor simbóli -co de representación de la ascesis humana. Mientras recorre la nave para llegar hasta el altar, el fiel es inducido a elevar la mirada y el pensamiento hacia la morada divina, el sagrario, don-de se encuentra reservada la Eucaristía.

El sagrario constituye así la articulación imprescindible entre la perspectiva vertical y la horizontal, el lugar donde se cruzan lo sagrado y lo profano. Aunque se encuentre realizado con materiales muy pobres, es una obra de tal maestría que da la impresión de un lujo absoluto, pues pa-rece hecha con materiales nobles. Lo que parece una deco-ración de mármol, oro, esmaltes y otros materiales lujosos es en realidad el trabajo paciente y escrupuloso de religio-sos dedicados a esta forma de hacer arte pobre y efímera. Las grandes obras de arte de Bramante y Borromini, realiza-das en los espacios públicos para obtener la admiración de las multitudes, se reproducen en miniatura en las iglesias capuchinas, para colocarlas en el espacio cerrado de sus iglesias semioscuras, con el único objetivo de enriquecer de una manera pobre el culto a la presencia eucarística custodiada en el sagrario.

Mientras que la iglesia representa de modo emblemático la modalidad con la que lo divino habita en el mundo, el convento anejo tiene a su vez la función de hacer visible de qué manera el hombre habita en Dios. Las dependencias conventuales siguen la misma austeridad que se aprecia en los templos. Si los monjes encontraban en las amplias celdas y en otras estancias del claustro el espacio más adecuado para su encuentro con Dios, los frailes capuchinos utiliza -ban celdas angostas y pequeñas que le recordaban su estado de "peregrinos y forasteros en este mundo". Ese sentido de no privatización de la estancia lo reforzaba el precepto de mante-ner la celda siempre abierta.

13

Page 14: BLOQUE IV.1

El convento capuchino no aparece como un organismo cerrado. Ni siquiera el atrio que le precede pretende aislarlo: al contrario, proyecta su fachada directamente sobre la calle o, en la mayoría de los casos, sobre la típica plazuela. La iglesia y la plazuela, son lugares de acerca-miento de la "Ciudad de Dios" y la ciudad de los hombres.

14