BOLANO, Roberto. Laberinto

13
LABERINTO Están sentados. Miran a Ia cámara. Ellos son, de izquierda a derecha, J. Henric, J.-J. Goux, Ph. Sollers, J. Kristeva, M.-Th. Réveillé, P. Guyotat, C. Devade y M. Devade. La foto no tiene pie de autor. Están sentados alrededor de una mesa. La mesa es común y corriente, tal vez de madera, tal vez de plás- tico, puede que incluso de mármol y pies metálicos, en cualquier caso nada más lejos de nuestra intención que describirla hasta Ia saciedad. La mesa es una mesa suficientemente grande como para que quepan los arriba mencionados y está en un bar. O eso parece. Por el momento, digamos que está en un bar. Las ocho personas que aparecen en Ia foto, que posan para Ia foto, están sentadas en abanico o en me- dia luna o formando una herradura tal vez excesiva- mente abierta, con Ia intención de que cada uno de ellos aparezca de una forma clara y rotunda. Es decir: nadie está de espaldas, nadie, necesariamente, está de 65

Transcript of BOLANO, Roberto. Laberinto

Page 1: BOLANO, Roberto. Laberinto

LABERINTO

Están sentados. Miran a Ia cámara. Ellos son, deizquierda a derecha, J. Henric, J.-J. Goux, Ph. Sollers,J. Kristeva, M.-Th. Réveillé, P. Guyotat, C. Devade yM. Devade.

La foto no tiene pie de autor.Están sentados alrededor de una mesa. La mesa es

común y corriente, tal vez de madera, tal vez de plás-tico, puede que incluso de mármol y pies metálicos,en cualquier caso nada más lejos de nuestra intenciónque describirla hasta Ia saciedad. La mesa es una mesasuficientemente grande como para que quepan losarriba mencionados y está en un bar. O eso parece.Por el momento, digamos que está en un bar.

Las ocho personas que aparecen en Ia foto, queposan para Ia foto, están sentadas en abanico o en me-dia luna o formando una herradura tal vez excesiva-mente abierta, con Ia intención de que cada uno deellos aparezca de una forma clara y rotunda. Es decir:nadie está de espaldas, nadie, necesariamente, está de

65

Page 2: BOLANO, Roberto. Laberinto

perfil. Delante de ellos, o mejor dicho, entre ellos y elfotógrafo (y esto resulta un poco extrafio), sobresalentres plantas: un rododendro, un ficus y una siempre-viva, que se alzan de una jardinera que tal vez, sólo talvez, sirve de separación entre dos zonas del bar clara-mente diferenciadas.

La foto, con casi toda probabilidad, está fechadaalrededor de 1977.

Pero volvamos a ellos. En el lado izquierdo te-nemos, como ya hemos dicho, a J. Henric, es decir alescritor Jacques Henric, nacido en 1938 y autor deArchees, de Artaud traversé par Ia Cbine, de Chasses.Henric es un hombre fuerte, un tipo ancho, de com-plexión musculosa, probablemenre no demasiado al-to. Viste una camisa a cuadros arremangada hasta Iamitad del antebrazo. No es 10 que se dice un tipo gua-po, más bien tiene una cara cuadrada de campesino ode obrero de Ia construcción, cejas pobladas y mentónoscuro, de esos mentones que necesitan (según algu-nos) dos afeitados diarios. Tiene Ias piernas cruzadas yIas manos entrelazadas sobre una rodilla.

A su lado está J.-J. Goux. De ].-J. Goux no sabe-mos nada. Probablemente se llama Jean-Jacques, peroen nuestro relato, y por comodidad, 10 seguiremos lla-mando por sus iniciales. J.-]. Goux es joven, rubio, lle-va gafas, su rostro no es un rostro de facciones agracia-das (aunque comparado con Henric no sólo parecemás guapo sino incluso inteligente), Ia línea de su man-díbula es simétrica y sus labios están rellenos, si bien elinferior es ligeramente más grueso que el superior. Vis-te un suéter de cuello alto y una americana oscura.

66

Junto a].-J. se encuentra Ph. Sollers, Philippe So-llers, el animador de Tel Ouel, nacido en 1935, autorde Drame, de Nombres, de Paradis, una figura públicaque todo el mundo conoce. Sollers tiene los brazoscruzados, el izquierdo apoyado en Ia superfície de Iamesa, el derecho sobre el izquierdo (Ia mano derechasujeta indolentemente el codo del brazo izquierdo).Su cara es redonda. No es aún ia cara de un gordo, nimucho menos, pero probablemente, dentro de algu-nos anos, 10 será: Ia cara de un hombre que gusta deIa buena mesa. En sus labios se dibuja una sonrisa iró-nica, inteligente. Los ojos, mucho más vivos que 10sde Henric o J.-J., y también más pequenos, permane-cen fijos en Ia cámara que 10 fotografía, enmarcadospor unas ojeras que contribuyen a darle a su rostroovalado una expresión a Ia vez de preocupación y dejuego, de voluntad lúdica. Viste, como J.-J., un suéterde cuello alto, aunque el suéter de Sollers es blanco,albísimo, mientras que el de J.-J. probablemente seaamarillo o verde claro. Sobre el suéter lleva una pren-da que a primera vista parece una americana, de coloroscuro, pero puede que sea una prenda más ligera,tal vez una cazadora de ante. Es el único que está fu-mando.

Junto a Sollers tenemos a J. Kristeva, Julia Kriste-va, Ia semióloga búlgara, su mujer. Es Ia autora de Latraversée des signes, de Pouvoirs de l'borreur; de Le Lan-gage) cet inconnu. Se trata de una mujer delgada, depómulos ligeramente pronunciados, de cabellera ne-gra partida por Ia mitad y atada en Ia parte posteriorcon un mono. Sus ojos son oscuros y vivaces, tan vi-

67

Page 3: BOLANO, Roberto. Laberinto

vaces como los de Sollers, aunque Ia diferencia radi aen que los ojos de Kristeva, además de ser más gran-des, transmiten un cierto calor hogarefio (es deeir, unaeierta serenidad) del que carecen los ojos de SoUers.Viste únicamente un suéter de cuello alto, muy cefii-do, aunque con el cuello holgado, del que cae un lar-go collar en forma de uve que contribuye a realzar Ialínea del pecho. En realidad, a primera vista, juliaKristeva parece una vietnamita. Sus senos, sin embar-go, se adivinan excesivamente grandes para ser unavietnamita común y corriente. Es Ia única que, al son-reír, deja entrever una parte de sus dientes.

Junto a Ia Kristeva tenemos a M.-Th. Réveillé.Tampoco de ella sabemos nada. Es probable que sellame Marie-Thérese, Convengámoslo así. En cual-quier caso Marie- Thérese es Ia primera persona delgrupo que no cubre su cuello con un suéter de cuelloalto. Henric, de hecho, tampoco 10 hace, pero Henrictiene un cuello corto, casi no tiene cuello, y Marie-Thérese Réveillé, por el contrario, tiene un cuello lar-go que su prenda de vestir de color oscuro deja com-pletamente al descubierto. El pelo es liso y largo,partido por Ia mitad, de color castafio claro, tal vez ru-bio amielado. Su rostro, ligeramente vuelto haeia Ia iz-q~ierda, nos permite observar, como un satélite per-dido, una perla que cuelga de su oreja.

Junto a Marie- Thérese Réveillé está P. Guyotat, esdecir Pierre Guyotat, nacido en 1940 y autor de Tom-beau pour cinq cent mille soldats, Eden, Eden, Eden yProstitution. Guyotat es calvo. Eso es 10 primero quesalta a Ia vista. Yes, también, el más atractivo de en-

68

ti" los hombres que componen el grupo. Es deeir: sualva es radiante, su cráneo es voluminoso, el pelo ne-

gro que cubre sus sienes sólo se parece a Ias hojas delaurel que cefiían Ias cabezas de los generales romanosvencedores. Su rostro muestra sin recato y sin exhibi-cionismo el gesto de los viajeros nocturnos. Viste unaamericana de cuero, una camisa y una camiseta. Estaúltima prenda de vestir (pero aquí debe de haber unerror) es de color blanco ornada con rayas negras ho-rizontales, y con el cuello redondo y marcado por unaraya negra aún más gruesa, como Ias camisetas de losnifios o como Ias camisetas de los paracaidistas sovié-ticos. Las cejas son delgadas y firmes. De hecho, Iascejas constituyen Ia frontera entre su frente interrni-nable y su cara que oscila entre Ia concentraeión y Iaindiferencia. Los ojos son inquisidores, pero puedeque nos engafíen. Sus labios están apretados, en ungesto que tal vez sea involuntario. .

Junto a Guyotat tenemos a C. Devade. ~Carolllle,Carole, Cada, Colette, Claudine? No 10 sabremosnunca. Digamos, por comodidad, que se llama CadaDevade. Es, posiblemente, Ia más joven del grupo.Lleva el pelo corto, sin flequillo, y aunque Ia foto esen blanco y negro es razonable suponer que su pieltiene un matiz oliváceo que remi te a un origen meri-dional. Cada Devade tal vez provenga del sur de Fran-cia, o de Catalufía, o de ltalia. Sólo Ia Kristeva es tanmorena como ella, pero Ia piel de Ia Kristeva, acasopor Ia luz, tiene una característica metálica, bronc~-nea, mientras ia piel de Cada Devade posee los atn-butos de ia elastieidad y de Ia tersura. Está vestida con

69

Page 4: BOLANO, Roberto. Laberinto

un suéter oscuro, de cuello redondo, y con una blusa. En sus labias y en sus ajas vemos algo más qu latisbo de una sonrisa, acaso una sefial de reconoci-rruento.

Junto a Cada Devade tenemos a M. Devade. Pre-sumiblemente se trata del escritor Marc Devade, quen 1972 aún era miembro del comité de redacción deTel Que!. Su parentesco con Cada Devade es obvio:son marido y mujer. ~Podrían ser hermanos? Es posi-ble, aunque físicamente Ias desemejanzas son abun-dantes. Marc Devade (me resisto a llamarlo Marc, debuena gana esa inicial M Ia hubiera traducido porMarcel o por Max) es rubio, moíletudo, de ajas clarf-simos. Así que 10 mejor es concluir que son marido ymujer. Devade, para variar, viste un suéter de cuelloalto, al igual que J.-J. Goux, Sollers y Ia Kristeva, yuna americana oscura. Sus ajas son grandes y herrno-sos y su boca es firme. El pelo, como ya hemos dicho,es rubio y largo (de todos Ias hombres es el que máslargo 10 lleva), peinado hacia atrás con elegancia. Sufrente es amplia, acaso levemente abombada. Y tiene,aunque el granulado de Ia foto puede inducirnos aerrar, un hoyuelo en Ia barbilla.

~Cuántos están mirando directamente al fotógra-fo? Sólo Ia mitad: Henric, J.-J. Goux, Sollers y Deva-de. Marie- Thérese Réveillé y Cada Devade miran ha-cia Ia izquierda, hacia un lugar más allá de donde se~ncuentra Henric. La mirada de Guyotat está sesgadaligeramente hacia Ia derecha, digamos a un metro odos metros de donde se encuentra el fotógrafo. Y Iamirada de Kristeva, en esta tesitura Ia más rara de to-

70

d , aparentemente se dirige hacia Ia cámara pero enr alidad está mirando el estómago del fotógrafo o másconcretamente el espacio vacío que media entre Ia ca-dera del fotógrafo y Ia nada.

La foto ha sido tomada en invierno o en otofio,puede que al principio de Ia primavera, en modo al-guno en verano. ~Quiénes son, por tanto, Ias másabrigados? Sin duda alguna J.-J. Goux, Sollers y De-vade, quienes a sus suéteres de cuello alto afiaden unasamericanas que, sobre todo en el caso de J.-J. y Deva-de, se adivinan gruesas. El caso de Kristeva es diferen-te: su suéter de cuello alto es más bien delgado, máselegante que funcional, y además ésa es su única pren-da de vestir. Después tenemos a Guyotat. Puede queGuyotat vaya más abrigado que Ias antes menciona-dos. No 10 parece, aunque por 10 pronto él es el úni-co que lleva tres prendas de abrigo: Ia americana decuero negro, Ia camisa y Ia camiseta a rayas. Se podríaaducir que iría vestido de Ia misma manera aunque Iafoto hubiera sido tomada en verano. No es ímproba-ble. Lo único cierto es que Guyotat viste como si es-tuviera de paso. Cada Devade, por el contrario, se co-loca en el justo término media. La blusa, cuyo cuellosobresale por encima del suéter, se presiente suave ~cálida; el suéter mismo es informal, ni muy grueso III

muy delgado, de buena calidad. Finalmente tenem.osa Jacques Henric y a Marie-Thérese Réveillé. Hennc,resulta notorio, no es un hombre friolento, aunque sucamisa de lefiador canadiense parece abrigadora. Ma-rie-Thérese Réveillé, por 10 tanto, es Ia que va más de-sabrigada: debajo de su suéter abierto, delgado, de

71

Page 5: BOLANO, Roberto. Laberinto

punto, sólo están sus pechos, sujetos por un sosténblanco o negro.

Todos ellos, inmoviIizados con más o menos ropaalrededor del afio 1977, son amigos y además de ami-gos algunos son pareja. Por 10 pronto Ios dos casosmás notorios son Ia pareja que forman Sollers y Kris-teva, y Ia obvia pareja formada por Cada Devade yMarc Devade. Se podría decir que ésas son Ias parejasestables. Sin embargo algunos símbolos presentes enIa foto (una cierta disposición de los objetos, Ia pre-sencia aterrorizada y musical del rododendro, dos decuyas hojas se introducen en el ficus como nubes den-tro de nubes, Ia hierba que crece en Ia jardinera y quemás que hierba parece fuego, Ia siempreviva inclinadahacia Ia izquierda en una contemplación inútil, los va-sos que permanecen en el centro de Ia mesa y no enlos bordes -salvo el de Kristeva- como si Ios comen-sales temieran que éstos fueran a caerse) nos llevan apresuponer un entramado más complejo y más sutilen Ias relaciones que ellos tienen entre sí.

Imaginemos a].-]. Goux, por ejemplo, aJ.-]. quenos observa desde el fondo de sus gruesos anteojossubmarinos.

Lo vemos caminar, vacío por un instante el espa-cio que ocupa en Ia foto, por Ia rue de L'ÉcoIe de Me-dicine, con dos libros bajo el brazo, como no podía sermenos, hasta desembocar en el boulevard Saint-Ger-main. Ya allí orienta sus pasos hacia Ia estación de me-tro de Mabillon, pero antes de llegar se detiene en unbar, mira Ia hora, entra, pide una copa de cofiac, AIcabo de un rato J.-]. abandona Ia barra y se sienta en

72

una mesa cercana a Ia ventana. 2Qué hace? Abre un li-bro. Nosotros no podemos saber qué libro es el queestá leyendo, pero en cualquier caso a ].- J. le cuestaconcentrarse en Ia lectura. Cada veinte segundos,aproximadamente, alza los ojos y contemp~a Ia aceradel boulevard Saint-Germain con una mirada quepaulatinamente se va ensombreciendo. Llueve. y Iagente lleva paraguas y va de prisa. El pelo rubio de].-J. no está mojado, por 10 que podemos suponer ~ueIa lluvia ha comenzado cuando él se hallaba en el in-terior del bar. Anochece. J.- J. sigue sentado en el rnis-mo lugar y su consumición se eleva a dos copas de co-fiac y dos cafés. Si nos acercamos podemos notar quealrededor de sus ojos se ha abierto una zona de guerra:son sus ojeras. En ningún momento se ha sacado loslentes. Su aspecto es desolador. Tras una espera des-medida, vuelve a salir a Ia calle, en donde sufre un es-tremecimiento tal vez producido por el frío. Duranteunos segundos, de pie en Ia acera, se queda dete~ido,mirando a ambos lados; luego echa a andar en direc-ción al metro Mabillon. AIllegar a Ia boca del metrose toca el pelo, se 10 echa hacia atrás, varias veces,como si de pronto creyera que está despeinado, ~un-que no es el caso. Después desciende por Ias escalina-tas y Ia historia se acaba o se inmoviliza e~ un .vacío enel que Ias apariencias poco a poco se difuminan. 2Aquién ha estado esperando ].-]. Goux? 2A Ia personaque ama? 2A alguien con quien pensaba a~ostarse ~sanoche? 2Y cómo afectará a su espíritu delicado Ia m-

. d ~comparecenCla e esa persona. .Supongamos que quien ha faltado a Ia Cita es Jac-

73

Page 6: BOLANO, Roberto. Laberinto

ques Henric. Mientras ].-]. 10 esperaba Henric se hadesplazado sobre una moto Honda de 250cc hasta eIportal de Ia casa de Ios Devade. Pero no. Eso no es po-sible. Imaginemos que Henric simplemente se hamontado en su Honda y se ha perdido en un París va-gamente Iiterario, vagamente inestable, y que su au-sencia obedece a una estrategia, como casi todas Iasausencias amorosas.

Rehagamos, por 10 tanto, Ias parejas. Cada Deva-de y Marc Devade. Sollers y Ia Kristeva. J.-]. Goux yJacques Henric. Marie- Thérese Réveillé y Pierre Gu-yotat. Y rehagamos Ia noche. Es de noche y].-]. espe-ra Ieyendo un libro cuyo título omitiremos, está sen-tado en eI bar deI boulevard Saint-Germain, su suéterde cuello alto no 10 deja transpirar pero éI aún no sesiente deI todo incómodo dentro de su propia piel.Henric está tirado en su cama, a medio vestir, fuman-do y mirando eI techo. Sollers está escribiendo ence-rrado en eI estudio de su casa (eI suéter de cuello altode Sollers se adapta perfectamente a su pieI sonrosaday tíbia). Julia Kristeva está en Ia universidad. Marie-Thérese Réveillé camina por Ia Avenida de Friedland,a Ia altura de Ia rue Balzac, y Ias Iuces de los auto mó-viles iluminan su rostro. Guyotat está en un bar de Iarue Lacépede, cerca deI Jardin des Plantes, bebiendocon unos amigos. Cada Devade está en Ia cocina de sudepartamento, sentada en una silla, sin hacer nada.Marc Devade está en Ia redacción de TeI Quel ha-blando educadamente por teIéfono con uno de Iospoetas que más admira y que más odia. Dentro depoco, Sollers y Ia Kristeva estarán juntos, Ieyendo,

74

después de haber cenado. Esa noche no harán eI amor.Dentro de poco Marie- Thérese Réveillé y Guyotat es-tarán juntos, en Ia cama, y élla sodomizará. Se dor-mirán sobre Ias cinco de Ia mafiana, después de cruzarunas palabras en eIlavabo. Dentro de poco Cada De-vade y Marc Devade estarán juntos y ella va a gritar yél va a gritar y luego ella se irá al cuarto y cogerá unanoveIa, cualquiera de Ias muchas que tiene sobre sumesita de noche, y él se sentará en su escritorio y tra-tará de escribir pero no podrá hacerlo. Cada se que-dará dormida a Ia una de Ia mafiana; Marc 10 hará so-bre Ias dos y media y procurarán no tocarse. Dentrode poco Jacques Henric bajará al párking subterráneo,se montará sobre su Honda y saldrá al frío de Ias ca-lles de París, él mismo convertido en un hombre frío,en un tipo que maneja los hilos de su propio destinoy que se sabe afortunado, o eso es, por 10 menos, 10que él cree. Será eI único que contemplará eI amane-cer y Ia desastrosa retirada de los últimos noctámbu-los, cada uno de eIlos una letra indescifrable en un al-fabeto imaginario. Dentro de poco ].-]. Goux, que hasido eI primero en dormirse, tendrá un suefio en don-de aparecerá una foto y en donde se oirá una voz quele advertirá sobre Ia presencia deI demonio y sobre Iainfausta muerte. EI suefio, o Ia pesadilla auditiva, con-seguirá despertado de golpe y ya será incapaz de vol-ver a dormir durante eI resto de Ia noche.

Luego amanece y Ia luz ilumina, una vez más, Iafoto. Marie- Thérese Réveillé y Cada Devade miranhacia Ia izquierda, hacia un objeto que está más alla deIos musculosos hombros de Henric. En Ia mirada

75

Page 7: BOLANO, Roberto. Laberinto

de Cada hay reconocimiento o aceptación: su mediasonrisa, sus ojos dulces así 10 proclaman. Marie-Thérese, en cambio, hurga con su mirada: sus Iabiosestán ligeramente entreabiertos, como si le costara res-pirar, y sus ojos intentan fijar (intentan clauar y no 10consiguen) el objeto, presumiblemente rnóvil, de suatención. Ambas dirigen su mirada hacia el mismopunto, pero resulta evidente que aquello que mirandespierta en ellas emociones encontradas. ia dulzura~e Cada t~ vez sea fruto de Ia ignorancia. ia insegu-ndad, Ia mirada defensiva y aI mismo tiempo inquisi-torial de Marie- Thérese, tal vez proviene del vacia-rniento repentino de aIgunas capas de Ia experiencia.

J.-J. Goux podría ponerse a llorar ahora mismo.ia voz que 10 ha advertido sobre Ia presencia del de-monio aún resuena, si bien débilmente, en sus oídos.Pero él no mira hacia Ia izquierda, hacia el objeto queconcita Ia atención de Ias dos mujeres, sino directa-mente hacia Ia cámara, y en sus Iabios ahora se insinúauna sonrisa infinitesimal, una sonrisa que querría serirónica pero que sólo funciona, por ahora, en Ios te-rritorios menos peligrosos de Ia placidez.

Cuando Ia noche caiga una vez más sobre Ia foto-grafía J.-J. Goux se dirigirá sin preámbulos hacia sucasa, se preparará un sándwich, verá Ia televisión du-rante quince minutos, ni uno más, y Iuego se sentaráen el sillón de Ia sala y llamará por teléfono a PhillipeSollers. EI teléfono sonará cinco veces y J.-J. coIgará elfono lentamente, con Ia mano derecha, mientras selleva dos dedos de Ia mano izquierda aIos Iabios,como para asegurarse de que aún está allí, de que él

76

aún tá allí, sentado, en una sala no demasiado gran-de, no demasiado pequena, atestada de libros por to-das partes, a oscuras.

Cada Devade, olvidada su sonrisa de aquiescen-cia, llamará por su parte a Marie- Thérese Réveillé yésta contestará al cabo de tres llamadas. Hablarán concircunloquios, habIarán de todo 10 que no quierenhablar, se citarán para dentro de tres días en una cafe-tería de Ia rue Galande. Esa noche Marie- Thérese sal-drá soIa, sin un rumbo prefijado, y Carla se encerraráen su habitación apenas escuche el ruido de Ia llave deMarc Devade que hurga en el ojo de Ia cerradura. Peropor ahora no habrá ninguna tragedia. Marc Devadeleerá un ensayo de un lingüista búlgaro, Guyotat irá alcine a ver una película de Jacques Rivette, Julia Kris-teva leerá hasta tarde, Phillipe Sollers escribirá hastatarde y apenas cruzará dos palabras con su mujer, am-bos enclaustrados en sus respectivos estudios, JacquesHenric se sentará delante de su máquina de escribir yno se le ocurrirá nada y por 10 tanto, al cabo de vein-te minutos, se pondrá su chaqueta de cuero y sus bo-tas y bajará al párking subterráneo y buscará en Ia os-curidad su Honda, en Ia oscuridad pues Ia luz delpárking, vaya uno a saber por qué, esta noche pareceestar estropeada, pero Henric sabe de memoria Ia pla-za que ocupa su moto, así que caminará en Ia oscuri-dad, en el vientre de ballena que es el párking, sinmiedo ni reserva de ninguna clase, pero a medio ca-mino escuchará un ruido no habitual (un rui do queno es de cafierías ni Ia puerta de un automóvil que seabre o se cierra) y se detendrá, sin saber muy bien por I

77

Page 8: BOLANO, Roberto. Laberinto

qué, a escucharlo, pero e! ruido no se repite, ha sona-do una sola vez y ahora e! silencio es total.

Y entonces Ia noche acaba (o Ia parte de Ia nochepequena, Ia parte manejable de Ia noche, acaba) y Ialu~ envue!ve Ia ~oto como un esparadrapo ardiendo yahí ten~~os a Pierre Guyotat, otra vez, casi una figu-ra familiar, con su calva reluciente y poderosa y suame~ica~a de cuero, una americana de anarquista o decomi sano de Ia guerra civil espafiola, y ahí está Ia mi-rada sesgada de Guyotat que se desvía hacia Ia dere-c~a, hacia un espacio que adivinamos en Ia retaguar-dia de! fotógrafo, alguien posiblemente cercano a Iabarra, alguien que bebe apoyado en Ia barra o senta-do, es decir, alguien que le da Ia espalda a Guyotat ya quien éste sólo puede contemplar de frente en e! su-puesto no muy improbable de que detrás de Ia barrahay~ un espejo. Posiblemente se trata de una mujer.Posiblemente es una mujer joven. Guyotat mira su re-flejo en e! azogue y mira también su nuca. La miradade Guyotat, sin embargo, no es ni con mucho tan ar-di~nte como Ia mirada de su mujer que hurga en e!abismo. Y aquí podemos, por cierto, llegar a una con-clusión: Marie- Thérese Réveillé y Carla Devade mi-ran a un hombre y Guyotat mira a una mujer. Y estaconclusión nos trae una certeza: Marie- Thérêse y Car-Ia miran a un hombre que conocen, aunque como esusual (y. f~tal) ambas. tienen una imagen completa-mente distinta de Ia rrusma persona. Guyotat, sin nin-guna duda, está mirando a una desconocida.

Digamos que se trata de X y de Z. X es Ia mujerde Ia barra. Z es e! hombre aI que Marie- Thérese y

78

arla conocen. Por supuesto, a Z 10 conocen superfi-ialmente. Por Ia mirada de Cada podría deducirse

que se trata de un hombre joven (Ia mirada de Cadano sólo es dulce sino también protectora), aunque porIa mirada de Marie- Thérese podría deducirse, asimis-mo, que se trata de un sujeto potencialmente peligro-so. ~Quién más conoce a Z? Todo parece indicar quenadie más, en cualquier caso a nadie parece importar-le su presencia: tal vez se trata de un joven escritor queen alguna ocasión intentó publicar sus textos en u.lQuel, tal vez se trata de un joven periodista sudameri-cano o, mejor aún, centro americano, que en algunaocasión intentó hacer un reportaje literario sobre e!grupo. Es muy posible que sea un joven ambicioso. ~ies un centro americano en París, además de ser ambi-cioso es muy posible que sea un joven resentido. De10s que están alrededor de Ia mesa sólo conoce a Ma-rie-Théresc, a Carla, a Sollers y a Marc Devade; diga-mos que estuvo en una ocasión en Ia redacción de TelQuel y que allí le fueron presentados estos cuatro(también estrechó en otra ocasión Ia mano de Marce-lin Pleynet, pero éste no está en Ia foto). AI resto no10s ha visto en su vida o sólo 10s ha visto (a Guyotat,a Henric) en Ias solapas de sus libros. Así que pode-mos imaginar al joven centro americano, hambrientoy resentido, en Ia redacción de Tel Quel, y podemosimaginar que Phillipe Sollers y Marc Devade 10 escu-chan, oscilando entre Ia indiferencia y Ia perplejidad,e incluso podemos imaginar que Cada D evade , porpura casualidad, está allí presente, ha ido a buscar a sumarido, ha acudido a Ia redacción a dejar unos pape-

79

Page 9: BOLANO, Roberto. Laberinto

les que Marc dejó olvidados en su escritorio, está allíporque de repente no podía soportar ni un minutomás Ia soledad de su casa, etcétera. Lo que bajo nin-guna circunstancia podemos imaginar (o justificar) esIa presencia en Ia redacción de Marie- Thérese. EUa esIa cornpafiera de Guyotat, ella no trabaja en Tel Quelella no tenía nada que hacer en Ia redacción. Sin em-bargo, allí estaba y allí conoció al joven centroarneri-cano. 2Había acudido aquel día por expreso deseo deCada Devade? 2La citó allí Cada, sabedora esta últimade que su marido no Ia iba a acornpafiar a casa? 20bien Marie- Thérese acudió a Ia redacción citada porotra persona? Volvamos, con pasos sigilosos, a Ia tardeen que el centro americano se presenta en Ia rue Jacoba ofrecer sus respetos.

La hora es Ia hora de cierre de Ias oficinas. La se-cretaria ya se ha marchado y cuando suena el timbrees el propio Marc Devade el que abre Ia puerta y 10hace pasar sin mirado a los ojos. El centroamericanotraspone el umbral y luego sigue a Marc Devade haciaun despacho al final del pasillo. Sobre el suelo de ma-dera va dejando gotas, aunque afuera hace mucho quedejó de llover. Devade, por descontado, no se fija eneste detalle y 10 precede hablando de cualquier cosa,del tiempo, del dinero, de trabajos ineludibles, con esaelegancia que sólo algunos franceses parecen poseer.En el despacho, que es amplio, con una mesa, variassillas, dos sillones y estanterías repletas de libros y re-vistas, aguarda Sollers, a quien el centroamericano seapresura a saludar y a reconocer como uno de losgrandes genios del siglo, piropo que en los países cáli-

80

d de allende el océano no es nada inusual pero queen Ia redacción de Tel Quel y en los oídos de Sollerssuena poco menos que estrambótico. De hecho, nadamás hacer su declaración el centroamericano, Ia mira-da de Sollers se cruza con Ia mirada de Devade y alinstante ambos se preguntan si no han franqueado Iaspuertas de su casa a un loco. Por otra parte, en su fue-ro interno Sollers está en un ochenta por ciento deacuerdo con Ia apreciación del centro americano, 10que hace que, tras desechar Ia idea de que éste se estéburlando de ellos, Ia entrevista discurra, al menos ini-cialmente, por cauces de cordialidad. El visitante ha-bla de Julia Kristeva (y al hablar de Ia insigne búlgarale hace un guino a Sollers), habla de Marcelin Pleynet(a quien ha conocido antes), habla de Denis Roche(cuya obra asegura estar traduciendo). Devade 10 es-cucha con una ligera mueca en los labios. Sollers 10 es-cucha y de tanto en tanto asiente, pero a cada segun-do que pasa se siente más aburrido. De pronto se oyenunas pisadas por el pasillo y se abre Ia puerta. Los treshombres se vuelven. Aparece Carla D evade , vestidacon pantalones de pana entallados, zapatos planos yuna sonrisa desolada en su bonita cara de meridional.Marc Devade se levanta de su asiento; durante un ins-tante el matrimonio susurra preguntas y respuestas. Elcentro americano se ha callado, Sollers revisa con ges-to maquinal un ejemplar de una revista inglesa. Des-pués Carla y Marc avanzan por Ia habitación (Carlacon pasitos inseguros, cogida del brazo de su marido)y el centro americano se levanta, es presentado, saludaobsequiosamente a Ia recién llegada. Acto seguido se

81

Page 10: BOLANO, Roberto. Laberinto

reanuda Ia conversación, pero el ímpetu del centro-americano toma, para su desgracia, otros cauces (dejade hablar de literatura y se pone a hablar de Ia bellezay de Ia gracia sin par de Ia mujer francesa), y el inte-rés de Sollers se evapora. La despedida se producepoco después: Sollers mira el reloj, dice que es tarde,Devade acornpafia al centroamericano a Ia puerta, sedan Ia mano y el centroamericano sin esperar el as-censor baja corriendo por Ias escaleras. En el rellanodel primer piso se encuentra con Marie- Thérese Ré-veillé. El centro americano va hablando solo, en espa-fiol y en voz demasiado alta. Cuando se cruzan Marie-Thérêse percibe en sus ojos una mirada de ferocidad.Chocan. Ambos piden perdón. Vuelven a mirarse (yesto es sorprendente, que después de pedir perdón semiren otra vez) y entonces ella descubre en sus ojos,tras el cómodo disfraz del resentimiento, un pozo dehorror y de miedo insoportables.

Así pues, el centroamericano, Z, está en el café deIa foto, y Cada y Marie- Thérese 10 han reconocido, sehan acordado de él: posiblemente acaba de llegar, po-siblemente ha pasado al lado de Ia mesa en donde es-tán todos y los ha saludado, pero, excepto Ias mujeres,nadie 10 ha reconocido, algo que ai centro americanono le es inusual, pero a 10 que no consigue acostum-brarse. Ahora él está allí, a Ia izquierda del grupo, conotros centro americanos o esperando tal vez a otroscentro americanos y en su más profunda piel hiervenIas ofensas y los resentimientos, el hielo de Ia CiudadLuz y el rencor. Su imagen, sin embargo, es ambiva-lente: en Cada Devade despierta una actitud de joven

82

Irmana mayor o de monja misionera en África y enMarie-Thérese Réveillé un sentimiento de alambradasy un vago impulso de deseo.

Y entonces vuelve a caer Ia noche y Ia foto se va-da o se emborrona con trazos que obedecen única-mente a Ia mecánica de Ia noche y Sollers está escri-biendo en el estúdio de su casa y Julia Kristeva estáescribiendo en el estúdio vecino, estúdios insonoriza-dos de tal manera que ninguno de los dos se escucha,por ejemplo, cuando utilizan Ia máquina de escribir nicuando se levantan a buscar un libro de consulta, nicuando tosen o hablan solos, y Cada y Marc Devadesalen de un cine (han ido a ver una película de Rivet-te), sin hablar entre ellos, aunque Marc y luego Carla,más despistada, saludan en un par de ocasiones a gen-te conocida, y J.-J. Goux está preparando su cena, unacena frugal consistente en pan, paté, queso y un vasode vino, y Guyotat desnuda a Marie-Thérese Réveilléy con un gesto violento Ia arroja sobre el sofá, un ges-to violento que Marie-Tbérese atrapa en el aire comosi atrapara a una mariposa de lucidez con una red delucidez, y Henric sale de su casa, baja hasta el párkingy se queda quieto, una vez más, en el momento en queIas luces del párking se apagan, primero Ias que estáncerca de Ia cortina metálica que da acceso a Ia calle yluego Ias otras, hasta llegar a Ia última, Ia del fondo,en donde está su Honda policromada, parpadeandodesamparada y luego sumida en Ia oscuridad. Y en-tonces Henric piensa que su moto parece un dios asi-rio y se complace en este pensamiento, pero sus pier-nas, por el momento, se niegan a adentrarse en Ia

83

Page 11: BOLANO, Roberto. Laberinto

oscuridad, y Marie- Thérese cierra los ojos y abr Iapiernas, una sobre el sofá, ia otra apoyada en ia al-fombra, mientras Guyotat Ia penetra sin quitarle iasbragas y Ia llama mi pequena puta, mi putita, y le pre-gunta qué ha hecho durante el día, qué cosas se le hanocurrido, por qué calles ha caminado sin rumbo niobjetivo, y J.- J. Goux se sienta a Ia mesa y unta un tro-zo de pan con paté y se 10 lleva a ia boca y mastica,primero con ellado derecho, luego con el izquierdo,sin prisa, con un libro de Robert Pinget a su lado,abierto en Ia segunda página, y con Ia tele apagada encuya superficie, sin embargo, se refleja él, un hombresolo comiendo con Ia boca cerrada y los carrillos lle-nos, en una actitud pensativa y distante, y Cada De-vade y Marc Devade hacen el amor, Marc abajo y Car-Ia arriba, iluminados tan sólo por Ia luz del pasillo,una luz que acostumbran adejar encendida, y Cadagim e y procura no mirar el rostro de su marido, los ca-bellos rubios ahora despeinados, los ojos claros, Ia caraancha y apacible, Ias manos delicadas y elegantes queella querría de fuego y que Ia sujetan vanamente de Iascaderas, como intentando retenerla consigo sin com-prender Ia verdadera naturaleza de su posible fuga,una fuga que se dilata como una tortura, y Ia Kristevay Sollers se van a Ia cama, primero ella, que al día si-guiente tiene una clase a primera hora en Ia facultad,luego él, ambos con sendos libros que dejarán en susmesitas de noche cuando el suefio les cierre los ojos, yentonces Philippe 5011ers sofiará que camina por unaplaya de Bretafia en compaíiía de un científico quetiene Ia clave para destruir el mundo, Ia playa es larga

84

y olitaria, amurallada por roqueríos y acantilados ne-ros, y ellos caminan de este a oeste, y de pronto 50-

11rs se dará cuenta de que el científico (el que habla yxplica) es él y que quien camina a su lado es un ase-ino, esto 10 comprende al mirar Ia arena húmeda

(con una humedad de sopa) y los cangrejos que saltany se esconden y Ias huellas que ellos dos van dejand?sobre Ia pIaya (10 que no carece de cierta lógica, perCl-bir al asesino por sus pisadas), y Julia Kristeva sofiarácon un pueblito alemán en donde hace anos participoen un seminario y verá Ias calles del pueblito, limpiasy vacías, y se sentará en una plaza minúscula pero lle-na de plantas y árboles, y cerrará los ojos y escucharáellejano piar de un pájaro solitario y se preguntará siel pájaro está en una jaula o es un pájaro silvestre, ysentirá sobre el cuello y el rostro una brisa ni fría nicaliente, una brisa perfecta, perfumada con lavanda yazahar, y entonces recordará su seminario y mirará iahora pero su reloj de pulsera se habrá detenido.

Así pues, el centro americano está más allá de losbordes de Ia foto y Ia desconocida a Ia que mira Guyo-tat, y que por el momento sólo blande Ia ventaja de subelleza, comparte con él ese territorio inmaculado y en-ganoso. Entre ellos no se cruzarán miradas. Pasaráncomo dos sombras que comparten brevemente Ia mi~-ma superficie de espanto: el teatro giróvago de París ...fL

odría convertirse sin ma ores roblemas en un asesino.Tal vez, cuando re rese a su aís en Centroamérica, 10ha a, ero no a uí, en donde Ia única osibilidad san-grienta gue estará al alcance de su mano es el suicidio.Este Pol Pot no matará a nadie en Pads. Lo más proba-

85

--------~------------------------------

Page 12: BOLANO, Roberto. Laberinto

ble, sin embar. o, es ue de vuelta en Te uci al12ao enSan Salvador se dedi ue a Ia docencia universitaria. Ladesconocida, por su parte, no caerá en Ias redes deamianto de Pierre Guyotat. Espera en Ia barra a su no-vio y con él o con el siguiente no tardará en iniciar unadesastrosa y por momentos consoladora vida matrimo-nial. La literatura pasa junto a ellos, criaturas literarias,y los besa en los labios sin que ellos se den cuenta.

El fragmento de restaurante o cafetería en dondeIa foto tiene su nido de humo sigue su marcha impla-cable a través de Ia nada. Detrás de Sollers, por ejern-plo, podemos vislumbrar Ias figuras fragmentadas detres hombres. A ninguno es posible vede el rostro. AIde Ia izquierda, que está de perfil, se le ve Ia frente,una ceja, Ia parte posterior de una oreja y Ia cabellera.AI de Ia derecha se le ve un trocito de frente, el pó-mulo, briznas de cabello oscuro. El que está en el me-dio, y que es el que lleva Ia voz cantante, nos deja en-trever Ia casi totalidad de su frente en donde semarcan con nitidez dos arrugas, Ias cejas, el naci-miento del arco de Ia nariz y Ia punta de un discretocopete. Detrás de ellos hay un cristal y tras el cristalnumerosas personas se desplazan curiosas por unospuestos de venta o exhibición, tal vez stands de libros,Ia gran mayoría de espaldas a nuestros personajes (quea su vez también les dan Ia espalda), salvo un nino, unnino de cara redonda y flequillo lacio, vestido con unachaqueta acaso demasiado estrecha, que mira de reojohacia el bar, como si desde esa distancia pudiera sertestigo de todo 10 que ocurre en el interior, algo enprincipio bastante improbable.

86

Y a ia derecha, en un rincón, tenemos al hombreque espera o al hombre que escucha. Su rostro sobre-ale justo por encima de ia rubia cabeza de Marc De-

vade. Tiene el pelo oscuro, abundante, las cejas po-bladas, es delgado. En una mano (una mano que seapoya indolentemente sobre su sien derecha) sostieneun cigarrillo. El humo del cigarrillo sube en espiralhacia el techo Ia cámara 10 ca ta casi como si se tra-tara de Ia foto de un fantasma. Telekinesia. Un exper-to podría decidir en medio segundo Ia marca del ciga-rrillo que está fumando tan sólo con mirar ese humosólido. Un Gauloises, seguramente. Su mirada se diri-ge hacia Ia derecha de la foto, es decir, se desentiendede la foto, pero de alguna manera él también está po-sando.

Y aún hay alguien más: si miramos atentamenteveremos, emergiendo como un cáncer del cuello deGuyotat, una nariz, una agostada frente, un esbozo delabio superior, el perfil de un hombre que mira, nece-sariamente grave, hacia el mismo sitio que mira elhombre que fuma, aunque ambas miradas no puedenser más diferentes.

Y entonces Ia foto se oc1uye y sólo queda flotan-do en el aire el humo del Gauloises, como si Ia foto seescorara repentinamente hacia ia derecha, hacia elagujero negro del azar, y Sollers de golpe se detiene enuna calle cualquiera, cerca de Ia plaza de Wagram, y sepalpa los bolsillos como si hubiera olvidado o perdidosu agenda de reléfonos, y Marie-Thérese Réveillé con-duce su coche por el boulevard Malesherbes, cerca deIa plaza de Wagram, y J.- J. Goux habla por teléfono

87

Page 13: BOLANO, Roberto. Laberinto

con Marc Devade (el diapasón de Ia voz de ]._].inesrable, Devade no pronuncia una palabra), y Gu-yotat y Henric carninan por Ia rue St. André des Artsrumbo a Ia rue Dauphine y encuentran casualmente aCada Devade que Ias saluda y ya no Ias deja, y juliaKristeva sale de una dase rodeada por una corte dealumnos en donde no escasean Ias estudiantes extran-jeros (dos espafioles, un mexicano, un italiano, dosalemanes), y Ia foto se pierde otra vez en el vacío.

Aurora boreal. Amanecer de perros. Casi transpa-rentes, todos ellos abren Ias ajas. Marc Devade, em-butido en un pijama gris, suefía con Ia AcademiaGoncourt en su cama soliraria. ].-J. Goux mira desdeIa ventana de su casa Ias nubes que pasan por el cielode París y Ias compara desfavorablemente con ciertasnubes de Pisarro o con Ias nubes de Ia pesadilla. JuliaKristeva duerme y su rostro sereno semeja una másca-ra asiria hasta que un gesto imperceptible de dolo r Iadevuelve a Ia vigilia. Philippe Sollers está apoyado enellavaplatos de Ia cocina y de su índice derecho goteasangre. Cada Devade sube Ias escaleras de su casa des-pués de haber pasado Ia noche con Guyotat. Marie-Thérese Réveillé prepara café y Iee un Íibro, JacquesHenric camina por el interior de un párking oscuro ysus botas resuenan sobre el cernento.

Ante su mirada se despliega un mundo de con-tornos, un mundo de ruidos distantes. La posibilidadde sentir miedo se acerca como se acerca el viento auna capital de provincias. Henric s~ detiene, su cora-zón se acelera, busca un punto de referencia, pero siantes consiguió vislumbrar al menos sombras y silue-

88

tas n I fondo del párking, ahora Ia oscuridad le pa-r hermética como un ataúd vacío en el fondo deuna cripta. Así que decide no moverse. En esa quie-tud, su corazón paulatinamente se va serenando y Iamemoria le trae Ias imágenes de aquel día. Rememo-ra a Guyotat, a quien admira secretamente, cortejan-do sin tapujos a Ia pequefía Cada. Los ve sonreír unavez más y Iuego Ias ve alejarse por una calle en dondeIas luces amarillas se quiebran y se recomponen a rá-fagas, sin ningún orden aparente, aunque Henric, ensu fuero interno, sabe que todo obedece a algo, quetodo está causalmente ligado a algo, que 10 gratuito seda muy raras veces en Ia naturaleza humana. Se llevauna mano a Ia bragueta. Ese movimiento, el primeroque hace, 10 sobresalta. Está empalmado y sin embar-go no siente ninguna dase de excitación sexual.

89