Boletín 50 Libélula Libros

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―Cansancio, languidez, fragi- lidad. Como cuando las pilas se agotan y la linterna sólo parpadea‖, escribió en su diario Sándor Márai el 20 de enero de 1984, pocos días después perdió la vi- sión por un ojo, mientras que el otro comenzaba a cansarse y a ver borroso: ―Lo único que lamento es que cuando se acabe, se habrán acabado también las lecturas; no echaré de menos nada más‖, escribió entonces. Luego presencia y padece el deterioro creciente de L., su compañera por más de sesenta y dos años, a quien apenas puede observar en su cama mientras descansa y mue- re lentamente: ―sigue siendo tan guapa a los ochenta y siete años como lo fue de joven; de otro modo, pero sigue siendo guapa. No sé hasta cuándo me aguantará el cuerpo, pero quiero estar con ella hasta el último momento, ayudarla y cui- darla‖. L. murió el 4 de enero de 1986, precedida de Gábor y seguida por Kató y Géza, hermanos de Márai, y de János su hijo adoptivo. En el término de un año el escritor se queda solo, hastiado de la literatura, que percibe ahora como mero ―pavoneo, presunción y exhibición‖, ―malabarismos artificiosos, vanidad por todas partes‖. Sólo le quedan entonces la lectura, la añoranza de L., y el plan que ha trazado tiempo atrás, pero que ha venido meditando y posponien- do a pesar de la furia que lo inunda con ―Dios (si existe) porque no asistió a L. y … con Dios (si no existe) porque no existe cuando se necesita su intervención‖. Plan que finalmente cumple cuan- do siente que ―ha llegado la hora‖. Abruman y conmueven estas notas. ¿Si esto no es literatura entonces que lo es? (pfa) Boletín Bibliográfico. Cra. 23 A No. 59-104. Teléfono 8854201. Manizales. Colombia. [email protected] - CAROLINA ARANGO * PABLO FELIPE ARANGO ISSN 1909-0110 Fecha del boletín Febrero 28 de 2009. Volumen 1, nº 50. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. NOTAS (pfa) 101 cenas en un momento. Edi- torial Grijalbo: “Cortar la carne de cerdo a tiras en di- agonal. Introducir la harina y el romero en una bolsa de plástico, salpimentar y agre- gar el pollo. Agitar hasta enharinar bien la carne”. ¿Metacocina? *** “Es decir, el Librero Estable- cido hubo de recurrir a cien argucias para sobrevivir. La más útil fue la de asumir la victoria de la imbecilización y tratar de semejarse. Prac- ticó cara de tonto frente al espejo y sólo tuvo diálogo con algunos, peligrosos co- mo él, que frecuentaban to- davía las librerías y no con- formes con eso adquirían libros que leían”. Olvidó Yanover que la cara de imbé- cil no se pone, se tiene y es el resultado de un ejercicio sincero y constante. ¿Una librería con espejos? No co- nozco ninguna, aparte de kitch y de mal gusto, sería un insulto a ciertos compra- dores. Que se vean ellos so- los. *** En Libélula existe un vano interno que separa dos espa- cios, algunos clientes que recién entran y miran a través de él creen estar ante un espejo, aunque no se ven reflejados. ¿Qué creerán? No han sido pocos los que han manifestado tal suposición. Diarios 1984-1986. Sándor Márai. Salamandra. 2008. De prodigios y librerías A pesar del empeño e insistencia con que Caroli- na requiere a las editoriales y distribuidoras, es corriente que muchos libros nunca lleguen a Libé- lula. Algunos incluso nunca llegan a Colombia. Supondrán los encargados que tal vez esos títulos no serán vendidos y que entonces deberán repo- sar en las bodegas sin esperanza alguna. Tendrán razón en algunos casos, pero la expe- riencia me permite advertir que son más los títu- los de esoterismo (incluido el empresarial) o nue- va era que reposan por años en los estantes, que los libros de buena literatura o de rigor científico. No obstante de los primeros traen al país cantida- des monstruosas. Cada uno verá cómo lleva su negocio, habrá quienes trabajen esperando que un golpe de suerte resuelva sus inconvenientes, pero es claro que este tipo de empresarios no pueden, ni deben, encargarse del ofrecimiento de libros que requieren paciencia, tranquilidad, per- sistencia y confianza. Pero no viene al caso, ni corresponde, ni es justo, criticar a quien corre el riesgo, con su propio dinero asunto extraño en el mundo cultural, de intentar hacer leer a los de- más algún libro o autor en especial. Por supuesto se escapan títulos y quisiéramos contar con la misma oferta editorial que gozan argentinos o españoles, pero eso no será posible mientras nuestros índices de lectura sean los que conoce- mos, queda, por tanto, seguir teniendo la esperan- za de que el sitio donde compramos nuestros li- bros sea el afortunado de recibir algún ejemplar de los muy pocos que llegaron a Colombia. La relación con aquel libro tendrá sin duda otras con- diciones, al salir con él por la puerta de la librería sentiremos que algo sobrehumano habrá pasado, alguien o algo distinto a editor y librero habrá defi- nido el encuentro. ―Los libros ruedan al azar. Es un milagro que estén ahí, en el momento‖, dice Ga- briel Zaid en Los demasiados libros. Un milagro así sólo es posible para aquel que visita librerías y se deja llevar sin afán ni motivo por los estantes, buscando nuevos títulos o simplemente estable- ciendo relaciones o descubriendo nuevos nombres e historias; a la espera y vigilante del prodigio. (pfa)

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Libélula libros es una librería ubicada en la ciudad de Manizales - Colombia. Fundada en el mes de julio de 2001.

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Page 1: Boletín 50 Libélula Libros

―Cansancio, languidez, fragi-

lidad. Como cuando las

pilas se agotan y la linterna

sólo parpadea‖, escribió en

su diario Sándor Márai el 20

de enero de 1984, pocos

días después perdió la vi-

sión por un ojo, mientras

que el otro comenzaba a

cansarse y a ver borroso:

―Lo único que lamento es

que cuando se acabe, se

habrán acabado también

las lecturas; no echaré de menos nada más‖,

escribió entonces. Luego presencia y padece el

deterioro creciente de L., su compañera por más

de sesenta y dos años, a quien apenas puede

observar en su cama mientras descansa y mue-

re lentamente: ―sigue siendo tan guapa a los

ochenta y siete años como lo fue de joven; de

otro modo, pero sigue siendo guapa. No sé hasta

cuándo me aguantará el cuerpo, pero quiero estar

con ella hasta el último momento, ayudarla y cui-

darla‖. L. murió el 4 de enero de 1986, precedida

de Gábor y seguida por Kató y Géza, hermanos de

Márai, y de János su hijo adoptivo. En el término

de un año el escritor se queda solo, hastiado de la

literatura, que percibe ahora como mero

―pavoneo, presunción y exhibición‖,

―malabarismos artificiosos, vanidad por todas

partes‖. Sólo le quedan entonces la lectura, la

añoranza de L., y el plan que ha trazado tiempo

atrás, pero que ha venido meditando y posponien-

do a pesar de la furia que lo inunda con ―Dios (si

existe) porque no asistió a L. y … con Dios (si no

existe) porque no existe cuando se necesita su

intervención‖. Plan que finalmente cumple cuan-

do siente que ―ha llegado la hora‖.

Abruman y conmueven estas notas. ¿Si esto no es

literatura entonces que lo es? (pfa)

Boletín Bibliográfico. Cra. 23 A No. 59-104. Teléfono 8854201. Manizales. Colombia. [email protected] - CAROLINA ARANGO * PABLO FELIPE ARANGO

ISSN 1909-0110

Fecha del boletín

Febrero 28 de 2009.

Volumen 1, nº 50. Libélula

Libros. Boletín Bibliográfico.

NOTAS (pfa)

101 cenas en un momento. Edi-

torial Grijalbo: “Cortar la

carne de cerdo a tiras en di-

agonal. Introducir la harina

y el romero en una bolsa de

plástico, salpimentar y agre-

gar el pollo. Agitar hasta

enharinar bien la carne”.

¿Metacocina?

***

“Es decir, el Librero Estable-

cido hubo de recurrir a cien

argucias para sobrevivir. La

más útil fue la de asumir la

victoria de la imbecilización

y tratar de semejarse. Prac-

ticó cara de tonto frente al

espejo y sólo tuvo diálogo

con algunos, peligrosos co-

mo él, que frecuentaban to-

davía las librerías y no con-

formes con eso adquirían

libros que leían”. Olvidó

Yanover que la cara de imbé-

cil no se pone, se tiene y es el

resultado de un ejercicio

sincero y constante. ¿Una

librería con espejos? No co-

nozco ninguna, aparte de

kitch y de mal gusto, sería

un insulto a ciertos compra-

dores. Que se vean ellos so-

los.

***

En Libélula existe un vano

interno que separa dos espa-

cios, algunos clientes que

recién entran y miran a

través de él creen estar ante

un espejo, aunque no se ven

reflejados. ¿Qué creerán? No

han sido pocos los que han

manifestado tal suposición.

Diarios 1984-1986. Sándor Márai. Salamandra. 2008.

De prodigios y librerías

A pesar del empeño e insistencia con que Caroli-

na requiere a las editoriales y distribuidoras, es

corriente que muchos libros nunca lleguen a Libé-

lula. Algunos incluso nunca llegan a Colombia.

Supondrán los encargados que tal vez esos títulos

no serán vendidos y que entonces deberán repo-

sar en las bodegas sin esperanza alguna.

Tendrán razón en algunos casos, pero la expe-

riencia me permite advertir que son más los títu-

los de esoterismo (incluido el empresarial) o nue-

va era que reposan por años en los estantes, que

los libros de buena literatura o de rigor científico.

No obstante de los primeros traen al país cantida-

des monstruosas. Cada uno verá cómo lleva su

negocio, habrá quienes trabajen esperando que

un golpe de suerte resuelva sus inconvenientes,

pero es claro que este tipo de empresarios no

pueden, ni deben, encargarse del ofrecimiento de

libros que requieren paciencia, tranquilidad, per-

sistencia y confianza. Pero no viene al caso, ni

corresponde, ni es justo, criticar a quien corre el

riesgo, con su propio dinero –asunto extraño en el

mundo cultural–, de intentar hacer leer a los de-

más algún libro o autor en especial. Por supuesto

se escapan títulos y quisiéramos contar con la

misma oferta editorial que gozan argentinos o

españoles, pero eso no será posible mientras

nuestros índices de lectura sean los que conoce-

mos, queda, por tanto, seguir teniendo la esperan-

za de que el sitio donde compramos nuestros li-

bros sea el afortunado de recibir algún ejemplar

de los muy pocos que llegaron a Colombia. La

relación con aquel libro tendrá sin duda otras con-

diciones, al salir con él por la puerta de la librería

sentiremos que algo sobrehumano habrá pasado,

alguien o algo distinto a editor y librero habrá defi-

nido el encuentro. ―Los libros ruedan al azar. Es un

milagro que estén ahí, en el momento‖, dice Ga-

briel Zaid en Los demasiados libros. Un milagro

así sólo es posible para aquel que visita librerías y

se deja llevar sin afán ni motivo por los estantes,

buscando nuevos títulos o simplemente estable-

ciendo relaciones o descubriendo nuevos nombres

e historias; a la espera y vigilante del prodigio.

(pfa)

Page 2: Boletín 50 Libélula Libros

tantes vitales, fugacidades y desencuen-

tros, por eso emociona encontrar una obra

en la que se presenta de manera generosa

un individuo, tan posible como el mismo

lector. Por otra parte, y tal vez debido tam-

bién a Óscar, puede afirmarse que La ma-

ravillosa vida breve es una novela que

refresca el ambiente literario contemporá-

neo, acudiendo a las más tradicionales

formas literarias.

Es tan innegable la relación existente entre

Óscar Wao y el ya mencionado Ignatius

Reilly, que estoy seguro Junot Díaz la reco-

nocerá, si no es que ya lo ha hecho, como

es indudable también su deuda con las

historias menores que rodearon al régimen

trujillista, narradas con destreza y humor;

pero el asunto de Óscar Wao va más allá,

porque además de dominicano es también

un latino en Estados Unidos y las posibili-

dades tragicómicas que se derivan de tal

condición son múltiples y Díaz sabe apro-

vecharlas. El gordo Óscar es un nerd so-

brehormonado que vive en un mundo de

ciencia ficción, en el que las mujeres son

lo único lejano e imposible, no obstante el

personaje es dulce e inteligente y termina

ganando el afecto del lector, que a pesar

de su pesadez física, lo convierte en un

héroe torpe y querido, tal como lo es Igna-

tius. (pfa)

La maravillosa vida breve de Óscar Wao. Junot Díaz. Mondadori. 2008.

Ignatius Reilly, el pro-

tagonista de La conju-

ra de los necios, y

Óscar Wao, el perso-

naje de La maravillosa

vida breve de Óscar

Wao tienen muchas

cosas en común: gor-

dos, excluidos, incom-

prendidos, y paranoi-

cos en mayor o menor

grado, son formidables

personajes que, gra-

cias a su fuerza y contundencia, no solo se

sienten posibles y hasta cercanos, sino

que también han convertido sus espacios

vitales, es decir, las novelas en las cuales

viven, en formidables obras literarias.

La creación de un personaje memorable

implica una complejidad literaria y creativa

difícil de conjugar. La historia refleja lo

eventual que puede ser esta conjunción.

El personaje creado por el dominicano

Junot Díaz tiene una fuerza vital extraña

en la literatura contemporánea, y esa vir-

tud sin duda merece, tal como ha sucedi-

do, el reconocimiento de la crítica y los

lectores. Sin importar el género nos

hemos acostumbrado a una literatura

desprovista de seres humanos, leemos en

cambio acerca de meras presencias, ins-

Página 2 Volumen 1, nº 50. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.

Un martini. Este es el

trago con el que se de-

bería acompañar Mi

último suspiro de Luis

Buñuel. Un libro lleno de

vida, de historia, de

encanto y desencanto,

de lucidez y locura.

Buñuel dicta, que no

escribe, esta serie de

recuerdos, que no auto-

biografía, como un abuelo contaría retazos

de su vida, su infancia, sus logros y, sobre

todo, sus amigos. Las anécdotas son in-

creíbles por su inteligencia e inocencia,

como aquella vez que muy serio le pre-

guntó a García Lorca si era maricón. O

cuando decidió ver qué pasa al disparar

un arma en un recinto cerrado y terminó

por volarse una oreja para luego no reco-

mendar el experimento.

Se podría definir a este director con dos

palabras: conservador surrealista. Un

hombre que fue fiel y fieramente anarquis-

ta y surrealista, pero que no podía sopor-

tar que dijeran malas palabras en su pre-

sencia, o que pasó la mitad de su vida

buscando la fórmula del martini perfecto.

Habla de sus películas como si no fueran

suyas, como si se tratara de mirar de

reojo algo que parece familiar pero no es

del todo conocido. Buñuel es encantador

aun si no se han visto sus filmes, es un

ser formidable, lleno de anécdotas y re-

cuerdos.

Hay una cosa sobre las anécdotas, gene-

ralmente las personas no consideran

interesante su vida; lo que construye una

anécdota es la mirada de quien vive con

pasión y hace de los pequeños aconteci-

mientos grandes aventuras y los cuenta

como tal. Así sucede con Buñuel, quien

además relata sus sueños, sus deseos, al

fin y al cabo un surrealista.

Este parece un número monográfico del

Boletín, por alguna razón la mayoría de

los reseñadores, o al menos una parte

representativa de ellos, escogieron libros

o citas autobiográficas o de diarios. Inte-

resante. Aunque nunca deja de ser sospe-

choso que tanta realidad sea tan maravi-

llosa o que tanta mentira pueda interesar-

nos. Son los privilegios de la literatura.

Carlos Augusto Jaramillo—Libélula libros

Mi último suspiro. Luis Buñuel. DeBolsillo.

A la sombra de las hojas Silas Flannery apunta en su Diario: “De los

lectores espero que lean en mis libros algo que

yo no sabía, pero puedo esperármelo sólo de los

que esperan leer algo que ellos no sab-

ían.” (Italo Calvino, Si una noche de invier-

no un viajero, Bruguera 1984, página 181)

Recordé la espléndida fórmula de Flanne-

ry—Calvino cuando repasé la noticia que

di, hace un mes, a mi librero: “entre anoche

y esta mañana, en medio de ruido y calor que

nada podían contra mí pues estaba suspendido

en una suerte de embeleso, acabé Chesil Be-

ach [por Ian McEwan, Anagrama 2008].

Tendré que poner en orden mis ideas, por lo

pronto: creo que la cifra vuelve a estar en Wa-

kefield: Edward quedó convertido en un pa-

ria, pero habrá que convenir en que el amor

devino perdurable por cuenta de su irrealiza-

ción (otra vez Monterroso, pero principalmen-

te Yourcenar en Fuegos: “No hay amor des-

dichado: no se tiene sino lo que no se tiene. No

hay amor feliz: lo que se tiene ya no se tie-

ne.”).”

El apartado del cuento: Wakefield, de Nat-

haniel Hawthorne, de que trato, su final:

dice:

“Entre la aparente confusión de nuestro mis-

terioso mundo, los individuos se hallan tan

definitivamente insertos en un sistema y cada

sistema se encuentra tan estrechamente vin-

culado a otro u otros, y, finalmente, a un total,

que el hecho de salir por un momento de su

sistema expone al hombre al riesgo espantoso

de perder para siempre su lugar propio en el

todo del mundo. De manera semejante a Wa-

kefield, puede fácilmente convertirse, como

éste se transformó en el Apátrida del Univer-

so.” (Premiá editora 1978, páginas 26 y

27).

Así Edward, el protagonista de Chesil Be-

ach, resuelve un incidente escabroso sin

percatarse de que —de ese modo— se

apartaba de su sistema y quedaba conver-

tido en un paria: pero su misma perdición

contenía la perduración del amor: “El

amor es mientras todavía no lo es del to-

do.” (Eduardo Torres—Augusto Monte-

rroso: Lo demás es silencio, Joaquin Mortiz

1979, página 130).

José F. Calle

Libélula libros

Page 3: Boletín 50 Libélula Libros

Página 3 Volumen 1, nº 50. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.

Que a uno le toque

cargar con los avatares

de su genealogía es

cosa que no se puede

superar de buenas a

primeras si el apellido

que le tocó es Elano,

Kaká, Verga, Vergatiesa

o Féretro, pero no es

finalmente asunto gra-

ve. Que por culpa de

sus genes se reconozca inútil para algunos

trabajos y que eso cause que muchos de

ellos duren lo que un parpadeo, aunque

conlleve algunos problemas, viene siendo

cosa normal, más aún en medio de esta

mal librada comunidad de gentecita que

justifica sus fechorías en las enaguas de

Locke, Descartes o Kant. Que entre nues-

tros amigos se encuentre un albañil que

tiene tatuada en su pene la alineación

completa del equipo inglés que ganó el

Mundial del 1996; o Zack, uno de los con-

trabandistas vivos más grandes y de mayor

éxito, traficante de sumas de dinero más

grandes que muchos de los PIB de algunos

países medios; o Arthur, un tipo bipolar a

quien no le importa dónde va a parar su

pene siempre y cuando el lugar de destino

tenga suministro sanguíneo; o Hubert, un

ladronzuelo que intenta atracarte después

de que has llegado de un accidente en el

que pierdes no sólo tu auto, sino también

el último peso que te hacia un tipo respeta-

ble, y quien finalmente consigue que lo

poco que a garrotazos has aprendido sobre

filosofía se traduzca en audaces métodos

para robar bancos y sorprender a la siem-

pre astuta autoridad; que entre nuestros

amigos se encuentren estos personajes es

señal de que algo está sucediendo, o de

que Tibor Fischer está escribiendo. Incluso,

que tu mascota se llame Tales y sea la rata

que se comía la única porción de queso que

te quedaba, es cosa que se comprende,

teniendo en cuenta que el nombre fue otor-

gado por un ladrón que está más obsesio-

nado por la publicidad y la filosofía que por

el dinero. Pero llamarse Eddie Féretro, ser

un profesor de filosofía gordo, bajo, calvo,

borracho, feo y drogadicto; ser amigo del

albañil, de Zack, de Arthur y de Hubert; y

tener a Tales como mascota; aunque todo

junto parezca una parodia o una desgracia,

es sólo el comienzo.

No sé si uno de los propósitos de Tibor Fis-

cher sea convencernos de que nunca es

demasiado, de que la vida puede ser más

patética de lo que nuestra cabecita puede

imaginar, pero creo que lo logra, quiéralo o

no. Con Filosofía a mano armada, Fischer

cuenta las peripecias de Eddie Féretro,

profesor de filosofía de Cambridge tras un

viaje no previsto, consecuencia de un suce-

so algo extraño, llega a Francia y después

de masturbar a Gustave, un camionero de-

presivo, tierno y muy apasionado, conoce a

Hubert. Juntos se enlistan en el rentable

oficio del robo de bancos. Por insistencia de

Hubert, quien se encarga de que sus actos

sean tan percibidos como sea posible, se

hacen llamar la banda del pensamiento,

debido, claro está, a sus métodos filosófi-

cos.

Fischer rompe con la idea que uno se hace

sobre la inducción y su utilidad: uno ya em-

pieza a desconfiar de la aparente regulari-

dad de algunas cosas. Lo irregular no es

que te enamores de la cajera del banco que

acabas de atracar, lo irregular es que ella

se enamore de ti y que junto con el dinero

meta en la bolsa una tirita de papel con su

Robo, luego existo. Filosofía a mano armada. Tibor Fischer.

nombre y teléfono. Lo irregular no es que

un profesor tenga serios problemas con un

estudiante, lo irregular es que Parish, el

estudiante, resulte ser dos gemelos, dos

Parish que intentan matarte, planean domi-

nar el mundo y que, para distraerse, no

tienen mejor diversión que cometer incesto

porque, según Parish: ―poca gente tiene la

oportunidad de hacerse el amor a sí mis-

ma.‖ Quizá el problema sea de simples

prejuicios y esa sea también la razón por la

cual la vida nos sorprende aferrados a al-

gunos falsos presupuestos que Fischer se

encarga de demoler:

1. El cerebro es lo importante. Respuesta

de Féretro: la verdadera cabeza es la de

abajo, aquella blanda que oscila en medio

de sus dos hemisferios colgantes, y la otra,

la que tenemos sobre nuestros hombros,

es sólo un fachada.

2. El hombre es un animal racional. Res-

puesta de Féretro: los hombres somos un

mero sistema para mantener con vida un

falo.

El calor real viene de los soles. Respuesta

de Féretro: el calor real viene de porciones

de piel.

Tres cosas recuerdo con deuda de apren-

diz de las peripecias de Eddie Féretro. Pri-

mera: ninguna cantidad de inteligencia te

puede salvar de la estupidez. Segunda:

bien vale la pena explorar cada lugar algu-

na vez, no vaya a ser que pueda uno topar-

se con un cartel llameante de diez metros

que divulgue el secreto de la vida. Tercera:

finalmente, para aquellos que tanto deses-

peraban por saberlo, lo realmente impor-

tante en la vida es atarte pesas a tu pene y

estirarlo hasta que mida cuarenta y cinco

centímetros.

John Alexander Isaza - Libélula libros

Leer un diario es una

especie de muerte

premeditada, sabe-

mos que las páginas

se acabarán y que,

tal vez, aquí o en la

siguiente página, el

anfitrión que nos ha

divertido estrepitosa-

mente, como es el

caso de Renard, mo-

rirá de arteriosclero-

sis un día de mayo de

1910. También es traspasar una intimidad

que no siempre nos estará permitida: con

Renard no es el caso porque supo siempre

de alguna manera que este conjunto de afo-

rismos, ironías, confesiones y recuerdos,

vería la luz del lector algún día. Más que la

luz, la carcajada: ―-Señora- dice una dama

madura para tranquilizar a una joven dama-,

cuando doy a luz es como si hiciera una gran

caca‖[1]. Pero no se queda sólo en ese per-

sonaje que tiene siempre la frasecilla diverti-

da, Renard es más; un padre de familia es-

critor, vagamente exitoso, un fiel lector de

Hugo, un misántropo que escribía cosas co-

mo: ―Uno siempre se equivoca sobre sus

contemporáneos. Así que no los leamos‖, un

irónico de su tiempo y sobre todo del mundi-

llo literario del París de fines del siglo XIX y

comienzos del XX.

John Updike aconsejaba reseñar el libro,

no la reputación; leyendo este Diario es

imposible acatar este consejo; Jules Re-

nard es este conjunto de anotaciones y

estas páginas son su totalidad. Aquí repo-

sa un grande del aforismo y la palabra

justa: ―Cuando me dicen que tengo talen-

to no hace falta que me lo repitan: lo en-

tiendo a la primera.‖

La verdadera librería está escondida y

lejos del alcance del público. El Diario de

Jules Renard no alcanzó a exhibirse en

Libélula. Me quedo con la entrada del 20

de julio de 1898: ―Sé nadar lo justo para

abstenerme de salvar a otros.‖

Tomas D. Rubio C. — Libélula libros

Diario 1887-1910. Jules Renard. DeBolsillo. Edición, traducción y prólogo de Josep Massot e Ignacio Vidal-Folch.

Page 4: Boletín 50 Libélula Libros

Página 4 Volumen 1, nº 50. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.

Nuevamente Ruiz Zafón nos deleita con

una novela en donde el protagonista, el

escritor en formación, David Martín, se

encamina a través de una red de suspen-

so y misterio sobrenatural, hacia una situa-

ción inesperada. Después de iniciar con

éxito el escrito por entregas en un diario

de Barcelona de capítulos de una saga

que denomina ―La ciudad de los malditos‖,

Martín comienza por encargo de un editor

desconocido, Andreas Corelli, un extraño y

enigmático personaje, una obra que sea la

génesis de una nueva religión. En cumpli-

miento de este trabajo y del encuentro con

el personaje, situación que además le aca-

rrea una mejora sustancial en su salud

física y en su economía, Martín descubre

que la casa en donde habita había perte-

necido a un prestigioso abogado Marlasca

que cambió su profesión por la de escritor

de una obra religiosa también por encargo,

al parecer por el mismo editor, sin dejar de

ser misteriosa las diferencias de tiempos y

la posible edad de los personajes. En una

especie de déjà vu la trama asocia la vida

de Martín con la de Marlasca, y en la

búsqueda ocurren toda una serie de suce-

sos trágicos que involucran a las personas

cercanas a Marlasca y a Martín, cada una

por separado, pero entrelazadas por la

figura sobrenatural y siniestra del editor. El

ancla en lo terrenal, en este panorama de

embrujo, le corresponde a Isabella, una

adolescente que se convierte en la asisten-

te y mejor amiga de Martín.

En esta novela, Ruiz Zafón sigue refrendan-

do su poderosa e impecable capacidad

narrativa, en la que el suspenso, intriga,

fuerza de los personajes y la red que la

trama va presentando atrapan al lector; a

diferencia de su éxito anterior, La Sombra

del Viento, ahora aparecen mezclados per-

sonajes reales con otros que quedan sus-

pensos en la mente del lector por su esta-

El juego del ángel. Carlos Ruiz Zafón. Planeta. 2008

do misterioso y sobrenatural, tal como

sucede en las primeras novelas de Ruiz, El

Príncipe de la Niebla y el Palacio de la Me-

dia Noche.

Mauricio López González – Libélula libros

Alguien a quien respeto y admiro mucho

citó hace unos días una frase hablando,

entre otras cosas, de literatura: ―la obra

debe defenderse por sí misma… el mundo

de los escritores se está volviendo un jet

set…‖ Al escucharla recordé mis experien-

cias nefastas conociendo escritores, que

por su obra creía seres dulces, apacibles y

amorosos, y que me sorprendieron siendo

todo lo contrario: amargos hombres que

se distancian de su lector de una manera

inapropiada.

Por tal razón considero que lo mejor es

dejar que las obras se defiendan por sí

solas, y si alguna lo hace es la de Julio

Cortázar. En repetidas ocasiones he mani-

festado mi admiración por este escritor a

tal punto de invitar a muchas personas a

leerlo, y ahora que se cumplen 25 años de

su muerte, me siento tranquilo de cono-

cerlo sólo por sus libros, porque así he

logrado ser su amigo, y se ha convertido

en uno más de sus personajes. Realmente

no era muy difícil que lo fuera, basta ver

sus fotos y escuchar sus intervenciones y

fácilmente se da uno cuenta de que se

trataba de un personaje sin tiempo, sus-

pendido por esa magia innombrable de la

literatura.

Cortázar fue la razón de que me enamora-

ra tan locamente de los libros, que encon-

trara el placer que estos silenciosos ami-

gos tienen guardado en sus páginas y que

encontrara un refugio insondable a esta

realidad que nos agobia.

Las fechas y los números no son más que

excusas para recordarnos lo importante que

pueden ser algunas cosas para nosotros,

por ejemplo, este año se celebran 200 años

del nacimiento de Edgar Allan Poe, estamos

en el boletín número 50 y Julio hace 25

años se inmortalizó, por tal motivo, invito

a los que lo han leído, a releerlo, y a los

que no, a leerse aunque sea un cuento, y

que sea nuestro mejor homenaje para

recordarlo, como debe ser, por su obra.

Humberto Posada C. — Libélula libros

25 años de la muerte de Julio Cortázar.

Dibujo de Felipe Calderón

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Página 5 Volumen 1, nº 50. Libélula Libros. Boletín Bibliográfico. Manizales. Colombia.

¿Otra coincidencia

más?, pensé mientras

leía El amigo que no me

salvó la vida de Hervé

Guibert, donde alguien,

cuyo nombre ignoro,

relata cómo durante 3

meses padeció el virus

del SIDA (no sé si es que

al final se vuelve loco o

un santo le hace el mila-

gro de curarlo). Pero esto

no es de lo que quiero

hablar, sino de una coin-

cidencia volcánica: ¿qué

tienen en común Andrés

Caicedo, Michel Foucault

y Guibert? Fuera de res-

ponder que son ―letrados‖, no hay nada más que pueda decirse,

pues todos pertenecen a países distintos por no decir que a

mundos diferentes… Mi respuesta es otra, no sólo coinciden en

las letras sino también en el gusto por el escritor Malcom Lowry y

más específicamente por Bajo el volcán.

La primera coincidencia: estaba leyendo una entrevista realizada

en 1982 a Foucault, quien, respondiendo a la pregunta ―¿qué lee

usted por placer?‖, incluyó entre sus escritores predilectos a

Lowry y como uno de sus libros favoritos Bajo el volcán (cabe

resaltar que fue el único libro que nombró). Quedé un poco

asombrada ya que tengo una imagen de un Foucault caminando

por el mundo, escrutando cuanto manicomio y cárcel encontra-

ba; lugar de los ―rechazados‖ o en términos foucaultianos de los

―otros‖, escribiendo en una libreta, sumando testimonios que

serían la base para sus estudios. Empecé a pensar que era una

señal del destino para que sacara del cajón el libro que me hab-

ían dejado para vacaciones y que por razones hedonistas (no sé

si cabe el término) es decir por física pereza dejé de lado, hasta

que me dieran otra vez ganas de continuarlo, ya que mi avance

había sido mínimo (2 capítulos).

A la segunda semana, me encontraba con El libro negro de

Andrés Caicedo, el cual había iniciado meses atrás pero, por las

mismas razones que el de Lowry, no continué. Buscando el con-

trol del televisor y sacando de los cajones cuanta cosa inútil veía,

lo encontré debajo del libro de Caicedo, lo cogí y sentí como si el

Andrés de la portada levantara su mirada de los libros y me hicie-

ra ojitos para leerlo, un cosquilleo raro, una punzada y un dilema

casi filosófico entre ver televisión o leer a Caicedo (que para mi

cumplen casi la misma función, entretenimiento y atolondra-

miento). Sin pensármelo más agarré el libro, que resultó ser la

recopilación contemporánea del Baúl negro, al que se refirieron

Luis Ospina y Sandro Romero en Destinitos fatales, sólo que está

vez no era para juntar los escritos de la obra caicediana, sino

para recopilar las críticas y comentarios que Andrés hizo de cada

libro que leyó. Y ahora sí la

segunda coincidencia:

después de leer el libro de

Caicedo me dispuse a

conseguir al menos otro de

los libros que me faltan de

él para completar su obra y

ese fue Destinitos fatales y,

en la introducción del libro,

Sandro y Luis citan a

Andrés: ―Para mí vivir en

Cali es como para el Cónsul

de Lowry vivir en Quauh-

nauac‖. De nuevo sentí una

cosa rara, de nuevo Bajo el

volcán se venía a mi cabe-

za y las ganas de leerlo

aumentaron. Esa misma

noche avancé hasta el

quinto capítulo; pero para rematar y para encontrar la raíz

―cúbica‖ del asunto, es decir la tercera y última coincidencia

(espero, a no ser que encuentre otro escritor al cual Lowry haya

dejado borracho)…

Buscando en la red, y recopilando información acerca del live 8

(conciertos simultáneos realizados en el planeta en contra del G8

y sus políticas de gobierno) que, entre otras cosas, apoya la

búsqueda de la vacuna contra el SIDA, la palabra apareció de

nuevo ante mis ojos en un libro que fue doblemente recomenda-

do y que encontré en una venta callejera, mientras le daba una

mirada ignorando obviamente el contenido, sólo con la recomen-

dación y la afirmación tan básica como sincera de ―es una putería

de libro‖, me atreví a ojearlo, y sin mucho preámbulo en la prime-

ra página encontré la palabra SIDA, siendo ésta suficiente motiva-

ción como para tenerlo, comencé a leerlo de inmediato, pero cuál

sería mi sorpresa al encontrarme a Lowry después de 56 páginas.

En ese momento, con una sonrisa y la misma sensación de asom-

bro recordé aquel refrán tan popular: ―la tercera es la vencida‖.

Bajo el volcán reposa ahora en mi maletín, y con frecuencia me

siento a leerlo con la paciencia y la dedicación que requiere un

libro que no es cualquier libro, sino el que fue escrito por un genio

borracho que, sin intenciones muy serias, logró lo que pocos, ser

un punto de encuentro de varios escritores tan originales, y

opuestos como una copa de mezcal, una de vino y una de aguar-

diente.

Como dato adicional les informo que Quauhnauac está a la vuelta

de la esquina, es decir Quauhnauac no es más que el resultado

de una mezcla considerable de alcohol y la palabra

―Cuernavaca‖: cuando estén ebrios intenten pronunciar Cuerna-

vaca y se darán cuenta de lo que les digo… Espero que les baste

para leerlo, y si no es así les deseo que, como me sucedió, en-

cuentren una razón casi fantástica al porqué Bajo el volcán es un

libro que debe estar en su lista de imprescindibles.

Pamela Natalia Zamora—Libélula libros

Lowry al cubo H

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A L

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Allá, en los recovecos de la memoria, Álvaro Burgos, todo ante-

ojos y barbas, me sigue señalando, en la vitrina de una librería,

un libro; es la cosa más estremecedora que he leído, le oigo

decir, casi hablando consigo mismo. El libro es Bajo el volcán,

en una desdeñable edición.

Más acá, en otra librería, ya en Manizales, escruto el mismo

texto, en una limpísima, hermosa, edición de era. Al final no me

resuelvo a comprarlo, y lo vuelvo a dejar en el estante con –así

lo creo entender ahora— extraño pavor.

Seguramente será el ejemplar que compra H. Lo lee de corrido,

de un tirón, conjeturo; con el afán que después le conozco, y le

discuto. Flaco, pálido, amanece con algo roto por dentro. Co-

mienza a hacer el Cónsul; se vuelve habitante de cantinas.

Apóstol de una religión no por vital menos inverosímil.

Ahora veo el libro sobre mi mesa de noche. No queda escapato-

ria. Peleo con él; lo voy fatigosamente remontando, contra la co-

rriente. Me pesa, me estruja; no es posible, como otras veces, con

otros libros, abandonarlo.

―Y así, a veces me veo como un gran explorador que ha descubier-

to algún país extraordinario del que jamás podrá regresar para

darlo a conocer al mundo: porque el nombre de esta tierra es el

infierno […] Claro que no está en México, sino en el corazón‖.

Faltan ochenta páginas, ochenta de cuatrocientas. Voy a meterme

en ellas. Apenas alcanzo a escribir esta advertencia.

José F. Calle

(esta nota apareció en la revista Grafía Plena de la Librería Pala-

bras –sin fecha, aunque sospechamos que es de la década del

80. El escrito aparece sin firma).

Bajo el volcán