Botón Del Pánico

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No conozco a nadie más enamorado ni más aburrido del amor que yo. Y puesto que ambos sentimientos antagónicos me los inspira la misma persona, tengo un remordimiento t an malsano que la hernia de hiato ha pasado a ser una úlcera sangrante. Ocho años de convivencia y un precipicio acechándome el cogote; una biografía sentimen tal que rezuma vulgaridad. A menudo me despierto en el primer sueño con ganas de fumarme el pitillo de después; pero ni encuentro tabaco ni ha habido un antes. Ni un durante. Resulta imposibl e toparse con una cajetilla en el dormitorio desde que ella me prohibió fumar; el resto no precisa detalles. Pasan los días a dieta, aunque no deje de quererla. El amor es una extraña entelequia que nos concede la idoneidad para grandes empres as –sacrificios, entregas, hijos, hipoteca, admiración sin límites– pero tarde o tempran o nos inhabilita para el sexo. ¿Por qué si la quiero tanto no la deseo? Ah, profundo dilema para el que no he hallado una respuesta. Lo fácil sería argüir que ese físico que te hizo perder la cabeza, con los años se vuelve flácido, deforme, cel ulítico. Sin embargo, desde que se ha vuelto adicta a la electro-estimulación y al r unning mi pareja tiene un cuerpo perfeccionado para pecar. Es decir, está mejor qu e cuando la conocí. El que empeora soy yo, pues me brincan en la barriga los garba nzos de los cocidos que me meto entre pecho y espalda. Lo normal sería que ella me evitara; tampoco es que sea una máquina, pero no rehúye el contacto. Soy yo quien se hace el remolón. A menudo me pregunto cómo puede excitarme, en cambio, la camarera de la cafetería –una ecuatoriana redonda, se mire por donde se mire–, mi compañera de trabajo o su mejor amiga. A todas luces más feas y menos sexys que ella. Entonces deduzco que la atr acción erótica radica no en la belleza, sino en un componente subliminal en las rela ciones humanas denominado morbo. Vale, comprado. No obstante, cuando mi pareja apoya la cabeza en su mano, la lad ea y entreabre los labios, no puede ser más morbosa. Lo aseguran mis amigos y me e ntran unos celos que rabio. Pero llega la noche y no la toco un pelo. Sí, he de ca mbiar de hora, a ver si me pone más la una de la tarde. Este debate interior –caer en la tentación o reprimirla– llevo tiempo sosteniéndolo; cas i el mismo en que decidí que no se merecía la deslealtad de serle infiel con alguien a quien pudiera saludar por la calle. No lo perdonaríamos nunca. Ninguno de los d os. Razón por la que un día abrí el ordenador, puse un nombre en Google y en una página de d eseos por satisfacer encontré a cientos de mujeres atenazadas por las mismas dudas . Solo había que pulsar un botón para que, sin perdernos en inútiles seducciones, nos fumáramos el cigarrillo antes, durante y después. ¿Me siento mal? No sabría decirles, porque les confesaré un detalle: esa pecaminosa we b posee un mecanismo para evitar que el usuario sea descubierto in fraganti. Un botón, un simple clik sobre él que elimina el flirteo dando paso a una página de decor ación de interiores. Hoy por hoy, soy tan cobarde que, si bien en el sexo he avanzado poco, en el asu nto de las texturas de las paredes me he hecho un lince.

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�No conozco a nadie más enamorado ni más aburrido del amor que yo. Y puesto que ambos sentimientos antagónicos me los inspira la misma persona, tengo un remordimiento tan malsano que la hernia de hiato ha pasado a ser una úlcera sangrante.Ocho años de convivencia y un precipicio acechándome el cogote; una biografía sentimental que rezuma vulgaridad.A menudo me despierto en el primer sueño con ganas de fumarme el pitillo de después; pero ni encuentro tabaco ni ha habido un antes. Ni un durante. Resulta imposible toparse con una cajetilla en el dormitorio desde que ella me prohibió fumar; el resto no precisa detalles. Pasan los días a dieta, aunque no deje de quererla.El amor es una extraña entelequia que nos concede la idoneidad para grandes empresas –sacrificios, entregas, hijos, hipoteca, admiración sin límites– pero tarde o temprano nos inhabilita para el sexo. ¿Por qué si la quiero tanto no la deseo? Ah, profundo dilema para el que no he hallado una respuesta. Lo fácil sería argüir que ese físico que te hizo perder la cabeza, con los años se vuelve flácido, deforme, celulítico. Sin embargo, desde que se ha vuelto adicta a la electro-estimulación y al running mi pareja tiene un cuerpo perfeccionado para pecar. Es decir, está mejor que cuando la conocí. El que empeora soy yo, pues me brincan en la barriga los garbanzos de los cocidos que me meto entre pecho y espalda. Lo normal sería que ella me evitara; tampoco es que sea una máquina, pero no rehúye el contacto. Soy yo quien se hace el remolón. A menudo me pregunto cómo puede excitarme, en cambio, la camarera de la cafetería –una ecuatoriana redonda, se mire por donde se mire–, mi compañera de trabajo o su mejor amiga. A todas luces más feas y menos sexys que ella. Entonces deduzco que la atracción erótica radica no en la belleza, sino en un componente subliminal en las relaciones humanas denominado morbo.Vale, comprado. No obstante, cuando mi pareja apoya la cabeza en su mano, la ladea y entreabre los labios, no puede ser más morbosa. Lo aseguran mis amigos y me entran unos celos que rabio. Pero llega la noche y no la toco un pelo. Sí, he de cambiar de hora, a ver si me pone más la una de la tarde.Este debate interior –caer en la tentación o reprimirla– llevo tiempo sosteniéndolo; casi el mismo en que decidí que no se merecía la deslealtad de serle infiel con alguien a quien pudiera saludar por la calle. No lo perdonaríamos nunca. Ninguno de los dos. Razón por la que un día abrí el ordenador, puse un nombre en Google y en una página de deseos por satisfacer encontré a cientos de mujeres atenazadas por las mismas dudas. Solo había que pulsar un botón para que, sin perdernos en inútiles seducciones, nos fumáramos el cigarrillo antes, durante y después. ¿Me siento mal? No sabría decirles, porque les confesaré un detalle: esa pecaminosa web posee un mecanismo para evitar que el usuario sea descubierto in fraganti. Un botón, un simple clik sobre él que elimina el flirteo dando paso a una página de decoración de interiores.Hoy por hoy, soy tan cobarde que, si bien en el sexo he avanzado poco, en el asunto de las texturas de las paredes me he hecho un lince.