BUSTO EN LA ESQUINA - cvc.cervantes.esBUSTO EN LA MISMA ESQUINA ... Javier Coma -DE LA NINEZ EN LOS...

13
EL MISMO BUSTO EN LA MISMA ESQUINA Juan Madrid, Regalo de la casa. Co- lección Etiqueta Negra, Ediciones Jú- car, 1986. S i algún día cayeran en be- neficio de una rma política con mayor pro- gresismo los inventores del «cambio», Juan Ma- drid debería escribir la novela con- memorativa del suceso, y ésta qui- zá pudiese ser considerada la equi- valencia hispánica a la obra de Wi- lliam Riley Burnett Alrededor del reloj en Volari's, donde se celebra- ba el fin de ocho años de hegemo- nía republicana y el nuevo adveni- miento del partido demócrata. La cuádruple hipótesis me ha si- do sugerida por esta parábola polí- tica, colmada de carne de desecho, que Juan Madrid presenta bajo el título Regalo de la casa. Me antici- po al comentario canónico de al- gún reciente ncionario ministe- rial con pulcro pretérito en la iz- quierda militante: ya sé que ahora es posible publicar novelas como Regalo de la casa y antes no. Por al- go se habla en nuestro país de no- vela negra, un género que ya exis- tía en Estados Unidos a través de los mandatos presidenciales de Calvin Coolidge y Herbert Hoover, quienes no eran precisamente so- cialistas. Y tal vez la relativa per- misividad actual constituya la cau- sa, directa o indirecta, de que la úl- tima novela de Juan Madrid se de- nomine, en todo caso certeramen- te, Regalo de la casa. Evidentemente, el título tiene apoyo narrativo: el co de la cri- minalidad que campa por la novela reside en una empresa comercial. También cuanto quiera rerirse a los significados de Regalo de la ca- sa emerge de la ficción: ahí está el secreto, a voz riosa, de que tales significados se escalonen, paralela- mente al desvelamiento de los he- chos, hasta la imposibilidad de su culminación (el fin épico que de- searía todo lector perverso, catego- ría en la que me incluyo por su- puesto, es inviable, y de ahí su reemplazo, similar en estrategia a Los Cuadernos de la Actualidad la célebre partida de cartas de ri- diana, por la irrupción tumultuosa del protagonismo en la mansión de la empresaria, arrollando a los sir- vientes). En relación a que sólo la derrota resulta verosímil, el relato en pri- mera persona se acoge a una pers- pectiva que invierte con eficacia las reflexiones chandlerianas sobre los ectos corrosivos del paso del tiempo. A lo largo de la novela no es el marchitamiento de las cosas lo que las envilece; su degradación procede de cuando eran jóvenes, y el problema reside en su manteni- miento. El máximo ror de la na- rración recae, gracias a un inteli- gente ánimo de alegría, en exterio- rizar que lo que no ha muerto ma- ta. Vía capitalismo salvaje, vía ho- micidio. El enque narrativo res- ponde a un instintivo cansancio del personaje principal, cuya mirada no logra de su entorno más que re- flejos de su propio envejecimiento. Incluso cuando un policía comenta la llegada de un presuntamente ju- bilado al cargo de comisario: «A eso le llaman el cambio. Es la nue- va política del ministerio. Cuanto más viejos, mejor». La sensación de vejez que trasla- dan las páginas de la obra no se re- fiere, desde luego, a la edad; la acumulación individual de años ac- túa como símbolo, recurrido por cierto con significativa insistencia a través de la figuración. El declive está en la superviviencia, en que el transcurso del tiempo haya sido acompado por la mutación. Des- 92 de tal punto de vista, la narración en primera persona se birca hacia la melancolía y hacia el testimo- nio; el pretérito policial y la pre- sente actitud del protagonista con- fluyen en su descripción de una de- pendencia de la Dirección de Segu- ridad: «Todo tenía la misma deco- ración que recordaba: maderas vie- jas, cortinones, lámparas de casino de pueblo y el mismo busto de Franco en una de las esquinas». El capítulo correspondiente, clave también con respecto al contexto de decadencia que recubre la nove- la, adquiere singular relevancia en lo rerente a una estructura dra- mática donde los persones apare- cen y se conducen como despojos de un muy concreto pasado. En un mundo que teóricamente ya no es suyo pero del que conservan las riendas. La herencia de Chandler no se manifiesta por inversión, si- no por adecuación, en el diálogo del comisario antes aludido y el protagonismo: «No somos unos chapuceros». «Cuando el muerto es rico no sois chapuceros, es ver- dad». Asimismo, en una reflexión del narrador sobre el auge de la droga: «Para un traficante mediano cien millones de pesetas no es de- masiado dinero y cien kilos deja ciega a mucha gente: policías, jue- ces, fiscales, comisarios». Ni la arquitectura del relato me- diante una concatenación de sím- bolos, ni la erza expresiva a tra- vés del culto a la alegoría, hubieran podido cristalizar si Juan Madrid careciese de su cercanía espiritual

Transcript of BUSTO EN LA ESQUINA - cvc.cervantes.esBUSTO EN LA MISMA ESQUINA ... Javier Coma -DE LA NINEZ EN LOS...

Page 1: BUSTO EN LA ESQUINA - cvc.cervantes.esBUSTO EN LA MISMA ESQUINA ... Javier Coma -DE LA NINEZ EN LOS TREINTA Mercedes Neuschafer-Carlón, La acera rota. Ediciones Juan Granica, S. A.,

EL MISMO BUSTO EN LA MISMA ESQUINA

Juan Madrid, Regalo de la casa. Co­lección Etiqueta Negra, Ediciones Jú­car, 1986.

S i algún día cayeran en be­neficio de una forma política con mayor pro­gresismo los inventores del «cambio», Juan Ma-

drid debería escribir la novela con­memorativa del suceso, y ésta qui- �zá pudiese ser considerada la equi- �valencia hispánica a la obra de Wi- � lliam Riley Burnett Alrededor del ci.ireloj en Volari's, donde se celebra-ba el fin de ocho años de hegemo­nía republicana y el nuevo adveni­miento del partido demócrata.

La cuádruple hipótesis me ha si­do sugerida por esta parábola polí­tica, colmada de carne de desecho, que Juan Madrid presenta bajo el título Regalo de la casa. Me antici­po al comentario canónico de al­gún reciente funcionario ministe­rial con pulcro pretérito en la iz­quierda militante: ya sé que ahora es posible publicar novelas como Regalo de la casa y antes no. Por al­go se habla en nuestro país de no­vela negra, un género que ya exis­tía en Estados Unidos a través de los mandatos presidenciales de Calvin Coolidge y Herbert Hoover, quienes no eran precisamente so­cialistas. Y tal vez la relativa per­misividad actual constituya la cau­sa, directa o indirecta, de que la úl­tima novela de Juan Madrid se de­nomine, en todo caso certeramen­te, Regalo de la casa.

Evidentemente, el título tiene apoyo narrativo: el foco de la cri­minalidad que campa por la novela reside en una empresa comercial. También cuanto quiera referirse a los significados de Regalo de la ca­sa emerge de la ficción: ahí está el secreto, a voz furiosa, de que tales significados se escalonen, paralela­mente al desvelamiento de los he­chos, hasta la imposibilidad de su culminación ( el fin épico que de­searía todo lector perverso, catego­ría en la que me incluyo por su­puesto, es inviable, y de ahí su reemplazo, similar en estrategia a

Los Cuadernos de la Actualidad

la célebre partida de cartas de Viri­diana, por la irrupción tumultuosa del protagonismo en la mansión de la empresaria, arrollando a los sir­vientes).

En relación a que sólo la derrota resulta verosímil, el relato en pri­mera persona se acoge a una pers­pectiva que invierte con eficacia las reflexiones chandlerianas sobre los efectos corrosivos del paso del tiempo. A lo largo de la novela no es el marchitamiento de las cosas lo que las envilece; su degradación procede de cuando eran jóvenes, y el problema reside en su manteni­miento. El máximo furor de la na­rración recae, gracias a un inteli­gente ánimo de alegría, en exterio­rizar que lo que no ha muerto ma­ta. Vía capitalismo salvaje, vía ho­micidio. El enfoque narrativo res­ponde a un instintivo cansancio del personaje principal, cuya mirada no logra de su entorno más que re­flejos de su propio envejecimiento. Incluso cuando un policía comenta la llegada de un presuntamente ju­bilado al cargo de comisario: «A eso le llaman el cambio. Es la nue­va política del ministerio. Cuanto más viejos, mejor».

La sensación de vejez que trasla­dan las páginas de la obra no se re­fiere, desde luego, a la edad; la acumulación individual de años ac­túa como símbolo, recurrido por cierto con significativa insistencia a través de la figuración. El declive está en la superviviencia, en que el transcurso del tiempo haya sido acompañado por la mutación. Des-

92

de tal punto de vista, la narración en primera persona se bifurca hacia la melancolía y hacia el testimo­nio; el pretérito policial y la pre­sente actitud del protagonista con­fluyen en su descripción de una de­pendencia de la Dirección de Segu­ridad: «Todo tenía la misma deco­ración que recordaba: maderas vie­jas, cortinones, lámparas de casino de pueblo y el mismo busto de Franco en una de las esquinas». El capítulo correspondiente, clave también con respecto al contexto de decadencia que recubre la nove­la, adquiere singular relevancia en lo referente a una estructura dra­mática donde los personajes apare­cen y se conducen como despojos de un muy concreto pasado. En un mundo que teóricamente ya no es suyo pero del que conservan las riendas. La herencia de Chandler no se manifiesta por inversión, si­no por adecuación, en el diálogo del comisario antes aludido y el protagonismo: «No somos unos chapuceros». «Cuando el muerto es rico no sois chapuceros, es ver­dad». Asimismo, en una reflexión del narrador sobre el auge de la droga: «Para un traficante mediano cien millones de pesetas no es de­masiado dinero y cien kilos deja ciega a mucha gente: policías, jue­ces, fiscales, comisarios».

Ni la arquitectura del relato me­diante una concatenación de sím­bolos, ni la fuerza expresiva a tra­vés del culto a la alegoría, hubieran podido cristalizar si Juan Madrid careciese de su cercanía espiritual

Page 2: BUSTO EN LA ESQUINA - cvc.cervantes.esBUSTO EN LA MISMA ESQUINA ... Javier Coma -DE LA NINEZ EN LOS TREINTA Mercedes Neuschafer-Carlón, La acera rota. Ediciones Juan Granica, S. A.,

a los clásicos literarios del género negro; por otra parte, su habitual práctica del periodismo-denuncia contribuye a sus aproximaciones hacia los hombres que en la Nor­teamérica de antaño empleaban el estilo behaviorista para remitir a las altas esferas de la sociedad la siembra del crimen. De alguna for­ma, las novelas de Juan Madrid han afrontado la transición ( o, si se cree más justo, la época democráti­ca) con un aliento equiparable al de los colaboradores de la antigua Black Mask comprometidos en el desvelamiento de la corrupción; los gangsters que reinaban antes de Roosevelt no estaban, por supues­to, lejos del fascismo.

Si aún se duda de que los califi­cativos «crítico» y «testimonial» resultan excesivos para el género negro, lease a Juan Madrid. Y si se quiere saber sobre el «cambio» al­go más que lo exhibido por las cró­nicas devotas, véase en profundi­dad este Regalo de la casa.

Javier Coma

-

DE LA NINEZ

EN LOS

TREINTA

Mercedes Neuschafer-Carlón, La

acera rota. Ediciones Juan Granica, S. A., Barcelona, 1986.

U na niña, de los cuatro a los nueve años, entre 1934 y 1939, en Oviedo y en otros lugares de Astu­rias: existe entre las agi­

taciones de la revuelta asturiana, el asedio de la capital en el primer año de la Guerra Civil y toda la du­ración de esta guerra y sus prime­ras consecuencias tras el desenlace. Esa niña, Elena, es la mirada pura y la asomante reflexión hacia las que la narradora se inclina atentamente, a corta distancia en el sentir pero lo bastante larga en la contemplación para hacer aparecer a la criatura co­mo otra e imaginaria y no como ella misma al cabo de los años.

La niña oye hablar a los adultos de cosas importantes, quiere que la dejen en sus juegos y no la llamen a cenar, percibe la hospitalaria lar-

Los Cuadernos de la Actualidad

gueza de su madre, detesta compa­recer en las «visitas», desde los cin­co años intuye lo que será llegar a los cincuenta, admira a un niño al­go mayor que tutela a ella y a sus hermanos o amigos y que muere, ve por primera vez un cadáver, imagina con sus compañeros un te­soro escondido en un sótano, sien­te un gran desconsuelo al pensar que sus padres vayan a morirse, de­sea jugar siempre incluso cuando sea mayor, pasa con encogido res­peto por delante de un cementerio, disfruta a sus anchas en la gran playa de los juegos comunes, escu­cha embelesada los cuentos que en serie le relata su padre, desborda de alegría cuando comprueba que sabe leer, se hastía con el solfeo, créese incapaz de matar jamás una gallina torciéndole el pescuezo, ad­vierte el tono falsamente animado con que la gente habla a los peque­ños, asiste al extravío de un herma­nito, se prepara en la catequesis, hace la primera comunión.

Cualquier niña, o niño, de tal edad, en familia de la burguesía media (y aun de la baja y la alta si se retoca algún detalle) habrá vivi­do, estará viviendo y vivirá, entre otras, las experiencias aludidas, que son como invariantes infanti­les, sobre todo el deseo y la prome­sa de jugar perpetuamente. Así, cualquier lector de cualquier pue­blo occidental y tiempo moderno habrá de leer La acera rota con el deleite de la corroboración, un de­leite tan legítimo y tan hondo co­mo el que puede ofrecer al otro ex­tremo la fantasía más i.mprevisible. En ambos extremos es doble el en­canto si el narrador -como aquí sucede- acierta a ser genuino, in­genuo, no por obligación sino por empatía.

93

la �égo ...

REVISTA «LUEGO ... »

Núm. 3

Historia y significado de la distinción emic/ etic (y 11) - O. MASOTT A: Freud y la estética -F. FERNANOEZ, R. GRATACOS y E. AGUI­LAR: La formación de imágenes mentales desde la percepción táctil - U. ECO: Innova­ción y repetición: entre moderna y postmo­derna estética - S. TORNAY: Color y simbo­lismo en la vida de los Nyangaton - R.CALLO IS: Máscaras - M. CHEBEL: El cuer­po escrito. RESEÑAS BIBLIOGRAFICAS.

Núm. 4

J.L RODRIGUEZ ILLERA: Lógica y dimen­siones de lo creativo - M. HARRIS: Por quéel perfecto conocimiento de todas las reglasque hay que saber para actuar como un nati­vo no permiten saber cómo actúan los nati­vos - F. PESSOA: Fragmentos filosóficos: larelación cuerpo-alma - F. HERNANDEZ: Elmapa cognitivo del parque: los procesos dela representación y la intervención en el di­seño - N. LAZAR O: El jardi mirall de l'home -TOMAS DE AQUINO: Catequesis sobre la resurrección - A. CAR DIN: Entrecortadas no­ticias de América - RESEÑAS BIBLIOGRA­FICAS.

Núm. 5

CI. LEVI-STRAUSS: Psicoanálisis y mito - D.HONISCH: Arte y espacio público - V. SE­GALEN: Del exotismo como una estética delo distinto - F.C. LADO: Una entrevista conKevin Lynch - A. CARDIN: El sentimiento re­ligioso actual - J.J. MORENTE: Acerca delsurgimiento de las «nuevas tecnologías» - O.PI SUNYER: La historiografía de AméricoCastro desde el punto de vista antropológi­co - RESEÑAS BIBLIOGRAFICAS.

Suscripciones:

Un año (4 números) Suscripción de apoyo .. Números sueltos

1.000 ptas. 2.000 ptas.

350 ptas.

Servicio de Copisteria de la Facultad de Bellas Artes

Avda. Pau Gargallo, s/n 08028 Barc elona

Page 3: BUSTO EN LA ESQUINA - cvc.cervantes.esBUSTO EN LA MISMA ESQUINA ... Javier Coma -DE LA NINEZ EN LOS TREINTA Mercedes Neuschafer-Carlón, La acera rota. Ediciones Juan Granica, S. A.,

Los lectores de La acera rota ca­paces de obtener un efecto corro­borativo más intenso serán, con to­do, los que puedan, evocando aquel tiempo histórico irrepetible, decirse a sí mismos mientras leen la novela: Yo también, a esa edad, oí disparos en la calle y gritos de «iadentro, a casa!», yo también oía cantar «Soy el novio de la muerte», fui vacunado contra el tifus, prepa­ré a escondidas o pobremente un «nacimiento» con mis hermanos, yo también comía la escasa ración muy despacio para que durara más, también mi padre fue buscado por unos hombres que se lo llevaron lejos, también yo sentía cómo al vecino lo sacaban de noche para darle el paseo, también aquellos colegiales llevamos antes o des­pués camisa azul, también una criada cantaba por la ventana «lDónde estás, corazón?», también recuerdo a las Shirley Temple de la localidad, también vi por mucho tiempo a una pobre mujer en un portal junto a una cesta con regaliz o chufas, también ayudaba yo a mimadre en la cocina y le encendíacon papeles torpemente la hornilla,también noté la escualidez y laaflicción de los vencidos, tambiéna mí me daban a leer vidas de san­tos, también hice la primera comu­nión. También.

El interés que puede hallarse en la ajena confirmación de lo vivido por uno mismo (virtud notoria del «realismo» de cualquier época) consistiría no sólo en la confedera­ción tácita del lector con el autor dentro de la profunda confianza que éste sepa inspirar a aquél reite­rándole la verdad común a ambos (como en toda amistad), sino ade-

Los Cuadernos de la Actualidad

más en el hecho de que la reitera­ción de la experiencia aparezca configurada por la imaginación y el estilo en una obra concentrada y trascendente, fuera de la dispersión y el fragmentarismo de la confi­dencia privada.

Simboliza la «acera rota» del título de esta obra (quinta de las publicadas con merecida fortuna por Mercedes Neuschiifer-Carlón) el transcurso de los años de infan­cia salvados en sus páginas, suges­tivas en gran manera por su conse­guida sencillez aparente. Las rayas bien marcadas y ordenadas de la acera de su calle, que Elena trataba de saltar sin pisarlas porque pisar­las era condenarse (pág. 36), al ter­minar aquellos ásperos años ya no se distinguían, destrozada como estaba la antes ancha y limpia acera (pág. 223). iAcabados los juegos!, aunque también -verdadera «libera­ción»- el temor a la condena.

Minúscula «novela de aprendi­zaje» por la disposición formativa de su protagonista y por el desarro­llo conducente a una maduración temprana, el último relato de Mer­cedes Neuschiifer-Carlón sobresale por una rara dote: el tacto, el tino, la medida con que la autora labra el texto en forma de breves escenas flotantes, discretamente ensartadas al hilo de una memoria de ligero vuelo y verificadora visión. Si esta calidad recordativa conlleva a ve­ces acentos del Azorín de Las con­fesiones de un pequeño filósofo y del Delibes de El camino y El príncipe destronado, una veta unamunesca aparece en el anhelo de perenne vi­da corpórea y concreta que anima a la tierna Elena.

Parecería extraño (algo así como si la narradora se hubiese super­puesto a la heroína) que niña de tan poca edad padeciera tan fuerte obsesión con la muerte (en las pá­ginas 30, 57, 72, 78, 120, 162 aflora esa obsesión como un motivo pri­mordial del libro). Pero no hay lu­gar para la extrañeza si se recuerda el signo conflictivo y luctuoso de los años acotados y si se piensa que el niño -todo niño sensitivo-, por hallarse a mayor lejanía del fin nor­mal de la existencia, conoce apenas

94

la muerte y quiere saber siempre algo más de aquello que aún no puede comprender.

Suele sentirse alguna prevención frente a los adultos que hablan a los niños como «pequeños» y ante los escritores que hacen literatura «para niños». La acera rota no es reducidamente una novela para ni­ños, aunque éstos la lean con gusto y con provecho: es una novela, y una buena novela, para todos los que recuerden que fueron niños y deseen con la autora volver a serlo -contra la muerte- durante el sue­ño quedamente efusivo de tan cor­dial, veraz y delicada lectura. Na­rraciones acordes sobre concien­cias o destinos infantiles de prime­ra memoria compusieron, conplanteamiento afín al de La acerarota, hermanos mayores de Merce­des: Ana María, Josefina e Ignacio,Carmen y Rafael, Jesús y Juan yMedardo, «los niños de la guerra»,y lo que a ella la singularizaría den­tro de tal familia sería la perfilada ycálida sencillez del ademán, nuncaimpasible.

Gonzalo Sobejano

OUT OF TIME

Ramón Buenaventura, El abuelo de

las hormigas; Madrid, ediciones Hipe­rión, 1986.

N o fármaco de la memoria,sino simulación de ella,la escritura -escribe Pla­tón, en líneas memora­bles. No verdad, aletheia,

la poiesis, el éidolon, simulacro. Tras una prolongada vida en la

escritura, en la poiesis, tras de un

Page 4: BUSTO EN LA ESQUINA - cvc.cervantes.esBUSTO EN LA MISMA ESQUINA ... Javier Coma -DE LA NINEZ EN LOS TREINTA Mercedes Neuschafer-Carlón, La acera rota. Ediciones Juan Granica, S. A.,

proyecto que pasa por Rimbaud y Lautréamont, virados a la imposi­ble lengua castellana, que pasa por una de las más notables -y anóma­las- antologías joven-poéticas que este país ha visto en estos últimos años, tras de haberse asenderado en casi todas las variantes de la pa­labra escrita, para no ser, al fin, en todas ellas, sino poeta, que es lo verdaderamente suyo, Ramón Bue­naventura ha retornado al mito.

Como al Platón de siempre, co­mo al Aristóteles del libro A de los

Metafísicos, la experiencia lamen­table del tiempo -que erosiona y fosiliza irremediablemente toda es­critura que sólo se quiera mímesis, hasta tornarla objeto sin aristas, ro­mo, pulido y como anímicamente blanco- le ha venido a imponer ese relato del tiempo (y, como tal, necesariamente fuera del tiempo) que es el mito. Sólo el tiempo es, en efecto, el tema, el objetivo, el blanco amenazado que centra la espiral riquísima de palabras que quiere ser, que es, su último libro: El abuelo de las hormigas. Y como para el Platón del Fedro o el Ploti­no de la Enéada VI, como para el Aristóteles del libro A o para el Schelling de Erlangen, como para el Marx de la sección VI de aquel libro que quiso ser el mundo ... , es­cribir en el tiempo sobre el tiempo (tal vez escribir el tiempo, desde el tiempo suspendido) no es -no pue­de ser-, para Ramón Buenaventu­ra, sino declarar formalmente una guerra -que no podría tener cuar­tel- a ese orden mentiroso y mez­quino de las cosas, al que este tiempo nuestro -todo tiempo, no nos engañemos- llama mundo.

«Llama», escribo. Y sé ya que me estoy mistificando. Llamamos -confesémoslo. No hay héroes in­tangibles en el tiempo apalabrado

Los Cuadernos de la Actualidad

de los hombres. El animal que ha­bla -no digo ya el que escribe- es­tá en el orden que el sentido inalte­rable de las palabras impone. Cuán precisa la formulación de Buena­ventura -que un Espinosa no hu­biera rechazado-: dioses son las palabras; Dios, tal vez, la lengua.

Dios -lo infinitamente odioso, claro. También nosotros, sólo len­gua. Nosotros, que en ella somos brutalmente poseídos, literalmente hechos, transitados por el orden sin fisuras al que desesperadamen-

te detestamos. Decir el tiempo, que es decir el orden de las palabras que nos tornan tiempo, es decir el dios abominable que, en nuestro imposi­ble espíritu de inalterables fórmulas verbales, es nosotros en lugar del nosotros que hubiéramos gustado imaginar, que imaginamos, a veces, a modo de consuelo miserable. Co­mo la muerte epicúrea, el deicidio nos es, así, materialmente imposible. A su simbólica desesperada, su re­presentación litúrgica y perversa en la escritura ( esa enfermedad teoló­gica de la inteligencia) llamamos

' precisamente mito: supresión meta­fórica del tiempo de decir el mundo ( que no es sino el conglomerado temporal de esos coágulos de tiem­po muerto: las palabras). Decir el tiempo, el mundo, los campos inter­feridos del lenguaje que son el tiem­po, el mundo. Desde la poiesis que es la memoria (lo que es lo mismo: desde la escritura que lucha a muerte contra la escritura), la his­toria, toda historia, es autobiográfi­ca, la guerra, toda guerra, ritual suicidio.

«Mi generación -escribe hoy Ramón Buenaventura- es el ene­migo. No volváis nunca a mencio­nármela». Traduzcamos su decla­ración de guerra: el enemigo, yo. No volváis nunca más a mencio-

95

narme. Si el horror de este tiempo -todos los tiempos fueron espan­tosos, cierto, pero éste es el nues­tro y, por consiguiente, el único­nos es tan literalmente insoporta­ble, no es sino porque él somos no­sotros, porque nada de su mons­truosidad nos es ajeno, porque nin­guna sordidez, ninguna mezquin­dad existe en él que nos sea reco­nocible como nuestra. Somos él.Por eso nuestro odio hacia él es infi­nito y terrorista. Tanto como el si­mulacro de vida que él nos otorga.

Una genealogía de esta cloaca inmunda en que vivimos, una ge­nealogía de las voraces ratas que en ella imponen, despóticas, un mando que es vicario de la muerte, lcómo poder emprenderla, si no es bajo la mítica poiesis de la autobio­grafía -esa variante, específica­mante moderna, de la tragedia? Tal, El abuelo de las hormigas.

Desde la soledad -lqué otra apuesta decente, en un tiempo co­mo éste (esto es: en cualquier tiempo)?-, el tiempo y la memo­ria: mirada hacia las cosas, que son todas yo. Sólo tras de la muerte en vida se reconoce el mundo que fue nuestro (que imaginamos nuestro) y, ahora, sólo extranjera bestia en un rincón de cuyo carcomido ros­tro nos es aún posible reconocer el pliegue de una sonrisa triste que, hace muchísimo tiempo ya, noso­tros inventamos. Este mundo odia­do, en fin nosotros lo hemos hecho -si es que hacer algo es posible: élse ha hecho, mejor, en nosotros,por nosotros, haciéndonos, burlán­donos, deshaciéndonos ahora,cuando ya no le servimos para na­da. Nadie podrá decir que renega­mos de nuestro magisterio de bru­jos aprendices, de ilusorios de­miurgos. Odiando nuestro mundoen la memoria del presente, nos

Page 5: BUSTO EN LA ESQUINA - cvc.cervantes.esBUSTO EN LA MISMA ESQUINA ... Javier Coma -DE LA NINEZ EN LOS TREINTA Mercedes Neuschafer-Carlón, La acera rota. Ediciones Juan Granica, S. A.,

odiamos; diciendo la intolerabili­dad de ese ser suyo que es implaca­ble espejo, no de lo que quisimos o soñamos ser, de lo que fuimos, so­mos; diciendo el asco que nos tran­sita y que es, al fin, nosotros, algo en nuestra escritura puede semos -lo es, en todo caso, en El abuelode las hormigas� esa navaja limpiade barbero que añora tercamentenuestra muñeca izquierda ...

De un solo y definitivo tajo, su­primir irreversiblemente el mundo. La escritura, el mito, exorcizan - tal vez sólo proponen-la imposi­bilidad de la vida en un tiempo es­tancado como éste. Cuando el pa­sado no quiere acabar de morir,cuando el futuro no puede acabarde nacer a la vida, acaecen tiemposmórbidos -pensaba, desde el justocalabozo, cierto intratable terroris­ta. Los tiempos que él previera sonlos nuestros. Ramón Buenaventuralos ha contado con un tono que amí me da a veces miedo y que, enél, quiere ser sabiamente sosegado,fingidamente de vuelta de las co­sas. Tal vez porque, desde la forta­leza de su autobiografía, el abuelode las hormigas aguarda aún (nodigo «espera», demasiada inteli­gencia hay en su texto como parapermitirse tal tipo de engaños) lallegada de «esos pequeños bárba­ros, recién llegados de los criaderosque, lustros ha, montamos en lasfronteras con los desiertos». Y por­que yo, yo ya no aguardo nada. Loscriaderos fueron arrasados por el soly la arena. El desierto está ahoraaquí, somos nosotros ... y nunca másel tiempo estará de nuestra parte.

Gabriel Albiac

HACIA UN

TEATRO NO

GARBANCERO

M adrid, origen y centro de muchos avatares cultu­rales, progresa poco en esto del teatro. El matiz antañón que tienen los

escenarios de la capital está refleja­do con elocuente coherencia en los espectáculos que se representan en tan vetustos edificios. Se ha pasado

Los Cuadernos de la Actualidad

de lo privado a lo concertado, de la empresa particular a la pública o semipública pero seguimos viendo los mismos nombres haciendo las mismas cosas. Repasemos y coteje­mos nuestra cartelera con la de ha­ce veinte o veinticinco años y en­contraremos de cabeceras de car­tel, en sus correspondientes come­tidos a Rodero, Arturo Femández, Alberto Closas, Aurora Bautista, M: Femanda D'Ocón, Mañas, Ta­mayo, Buero Vallejo, María Asque­rino, Juanjo Menéndez, Garisa, Jo­sé Luis Alonso, Mari Carmen Prendes, Vicente Parra, Alonso Millán, Pedro Osinaga, Perez Puig, Morera, Concha Velasco ... Este re­vuelto catálogo de actores, actrices, autores y directores me parece bas­tante orientativo sobre las ofertas actuales. Un Sastre de los sesenta y un Mishima montado y dirigido como una producción del TEU completan una prngramación que afecta a veintitantas sallas. Un pú­blico de la tercera edad, biológica o mental, en la mayoría de las oca­siones escaso, en otras un poco más nutrido, sobre todo los fines de semana o cuando se sabe que la comedia es divertida según la pe­culiar concepción del entreteni­miento de tales espectadores, un público así constituye la clientela de esta arqueología cultural.

lEs que en el Madrid actual, lu­gar de variopintas «movidas» de to­do tipo, no hay capacidad para ge­nerar espectadores un poco menos fosilizados? Las pretendidas van­guardias del último Festival de Otoño, restos de serie de celebra­ciones similares europeas, sobre todo parisinas, o mitos norteameri­canos devaluados como Foreman no logran sacamos del insípido es­tado en que se encuentra nuestra recalcitrante afición, a pesar de las ilustradas intenciones de los abru­madores neoburócratas culturales.

De pronto, con el comienzo del año, un inesperado «happening-ve­rité», interpretado por adolescen­tes airados nos sorprendería a tra­vés de una participación incon­mensurablemente más rutilante que aquella realizada en Oviedo por los universitarios de los sesenta a cuento de la guerra del Vietnam. Pero dejando de lado este diurno espectáculo de «calle» al fin vis­lumbramos dos lucecitas que alumbran con entidad distinta se­mejante panorama. Una de estas luminarias desusadas es «El Públi­co» de García Lorca estrenado por

96

el CDN (Centro Dramático Nacio­nal).

Una lectura atenta de tan curio­so e importante texto póstumo del granadino nos confirma e ilustra sobre la prosa poética plena de tér­minos antitéticos y de símbolos an­tagónicos que se plasman en una concepción platónica, teñida de moda surrealista y de clasismo sha­kespeariano. Obra abierta, imagi­nativa y plural, que excita la fanta­sía consustancial a cualquier «met­teur en scéne» que se precie. Lluis Pascual, responsable final del es­pectáculo que se puede ver en el María Guerrero, parece ser que en­cuentra en Lorca la horma de su zapato. No olvidemos su adapta­ción del «Diálogo del amargo» esta misma temporada. Después de un discutible Valle-lnclan y un no me­nos rebatible Brecht, Pascual apro­vecha la sugerente literatura escrita en pleno auge crativo de su autor y elabora, partiendo de los mínimos necesarios, su propia dramaturgia escénica. El hecho de que esta exista con una coherencia estilísti­ca rítmica y técnica inusuales re­sulta insólito tal como está el cota­rro teatral. Es espacio escénico, arrebatado a los espectadores con­vencionales, ese patio de butacas convertido en arena azul y la «luz de cañón» que sigue a las persona­jes clave emulando las funciones de circo y cabaret son aditamentos esenciales, simples pero eficaces de un drama de pasiones sin argu­mento. Prestidigitador y Director, circo y teatro, teorías del amor, ri­tuales simbólicos del deseo y cul­tas referencias a Shakespeare; Tita­nía y Julita ejemplifican la casuali­dad y la libertad del amor.

lSerá todo esto una pirueta es-

Page 6: BUSTO EN LA ESQUINA - cvc.cervantes.esBUSTO EN LA MISMA ESQUINA ... Javier Coma -DE LA NINEZ EN LOS TREINTA Mercedes Neuschafer-Carlón, La acera rota. Ediciones Juan Granica, S. A.,

tilística para hablarnos del amor homosexual? Posiblemente. Pero Lorca sitúa en «El Público» todo ti­po de relaciones amorosas, tratán­dolas en un mismo plano. No hay ortodoxia posible en cuestiones de sentimientos. El prestidigitador nos recuerda que Titania en «El sueño de una noche de verano» se enamora de un asno. Tenemos an­te nosotros sueño y realidad, dua­lismo surrealista que funciona en «El Público»-representación gra­cias a una articulación pfástica per­fecta. No olvidemos al Bosco, Brueghel o Goya, pintores oníricos que cultivaron la sinrazón de la ra­zón como lo hace el Pastor Bobo encarnado por Echanove. Ensoña­ción y misterio presentes en el frá­gil Traje de Bailarina que incorpo­ra en la arena una quebradiza y etérea Paola Dominguín, Cascabe­les y Pámpanos, Caballos blancos y Caballo negro/de Bias, Barbudos que buscan el amor, caretas y tra­jes, nombres genéricos que hacen el papel de propios, un circo, una pista de arena, un espacio circular en suma es el modelo elegido para transcribir el mundo del deseo que lucha con la realidad. Complejas ideas sin historia que Pascual hace nítidas, transportables a un univer­so contemporáneo, afín a nuestro entorno. Hallazgo de una dicoto­mía de amor y belleza, plástica y li­teratura, Eros y Tánatos, finalmen­te Lorca/Pascual y el público, no­sotros, observadores atónitos y en­cantados desde la arena o en el in­fierno. El catalán logra una extraña conjunción literatura/plástica que en la representación va tomando la sensación desdibujada de un Ban­quete frustrado.

Si «El Público» nos aleja tanto de los usos y constumbres de nues-

.. ?", .,

--.. ---

Los Cuadernos de la Actualidad

tro teatro que casi no lo reconoce­mos como tal si contemplamos su r

espacio escénico, Narros en «El sueño de una noche de verano» parte también de unos «mínimos shakespearianos», que diría el pro­fesor Conejero, y el teatro isabeli­no, diurno e interpretado por hom­bres, se convierte en el montaje del Español en un escenario de noche estrellada, con un Puck que cruza por los aires, sobrevolando el patio de butacas y enredando las varia­das historias, que confluyen en un ambiente mágico y ambiguo, ha­ciendo de esta deliciosa comedia de Shakespeare uno de los espectá­culos más ricos en sugerencias que se han montado en el teatro muni­cipal madrileño. Puck, eje del rela­to, está representado como un sáti­ro enredador, en la mejor tradición inglesa al decir de los especialistas. José Pedro Carrión logra incorpo­rándolo un trabajo memorable. La versión literaria de Eduardo Men­doza consigue evitar toda conce­sión a las reliquias de traducciones duras y puras y aunque introduce algo de su cosecha siempre estará presente el sentido poético del ori­ginal, a pesar de que oigamos ha­blar en prosa.

«El sueño de una noche de vera­no», obra a la que Lorca se refiere varias veces en «El Público» tiene algo esencial: una concepción ac­tual del desarrollo escénico. De ello dan cuenta acciones numero­sas que divergen y confluyen según convenga y ello dentro de un mar­co sin personajes caracterizados psicológicamente pero con impor­tantes dependencias del clasicismo renacentista. Ahí están Ovidio, Apuleyo, Plutarco, la Atenas clási­ca ... , pero también la influencia de Chaucer, el autor de los «Cuentos de Canterbury» a través del len­guaje coloquial, a veces obsceno utilizado por Puck. Tres horas y media de fantasías nocturnas, duendes y hadas muy de carne y hueso con un repertorio femenino fascinante: Kiti Manver en Titania, Nuria Gallardo como Hermia y Myriam de Maeztu en Hipólita. Tres actrices bastantes jóvenes que se salen de los modos interpretati­vos de nuestras viejas glorias y cuya presencia en los escenarios es para muchos un descubrimiento, tenien­do en cuenta el rutinario elenco de intérpretes que aparecen otras veces.

La simultaneidad, quiza casual de estas dos piezas conducidas in­teligentemente por Narros y Pas-

97

11 BIBLIOTECA 11

Títulos publicados:

ANTROPOLOGÍA

John Lubbock LOS ORÍGENES DE LA CIVILIZACIÓN

ARTE Y ARQUITECTURA

Andrea Palladio LOS CUATRO LIBROS DE ARQUITECTURA

John Ruskin LAS SIETE LÁMPARAS DE LA ARQUITECTURA

EXTRAVAGANTES

Julio y Edmundo Goncourt

DIARIO ÍNTIMO (1851-1895)

FILOSOFÍA

Ernst Mach ANÁLISIS DE LAS SENSACIONES

Paul Janet EL MATERIALISMO CONTEMPORÁNEO

LENGUA Y LITERATURA

José Yxart

EL ARTE ESCÉNICO EN ESPAÑA

José Martí EL LIBRO DE LOS JUICIOS

Pídalos a su librería habitual

o escribiendo directamente a:

EDITORIAL ALTA FULLA

Bruc 71, 08009 Barcelona Tel. (93) 318 04 31

Page 7: BUSTO EN LA ESQUINA - cvc.cervantes.esBUSTO EN LA MISMA ESQUINA ... Javier Coma -DE LA NINEZ EN LOS TREINTA Mercedes Neuschafer-Carlón, La acera rota. Ediciones Juan Granica, S. A.,

cual nos hace pensar en la recupe­ración del espectáculo escénico. Si Butragueño es el ídolo de las ma­sas y el Palacio de Deportes se enardece con los partidos de «bas­ket», esa cosa minoritaria, aburrida y con olor a naftalina llamada tea­tro puede recuperar nuevas pléya­des de seguidores cuando el CDN o el Ayuntamiento de Madrid per­sistan en encargar a gente con ima­ginación textos de «modernos» tanauténticos como William Shakes­peare o Federico García Lorca.

Julio Rodríguez Blanco

UNA

METAFISICA

DEL

RECUERDO

Enrique Moreno Castillo, En el ru-mor del fondo (Barcelona, Taifa, 1987).

E nrique Moreno Castillo, catedrático de literatura, ensayista y traductor, se inicia como poeta a una edad «razonable adulta»

-que diría Angel González-, cuan­do ya había rebasado ampliamentela treintena y sus compañeros degeneración se dedicaban a recopi­lar las primeras poesías completas,con La noche prodigiosa (León,Provincia, 1982), un libro que reve­laba ya a un poeta profundamenteoriginal y dueño de un mundo pro­pio, un poeta para el que la memo­ria no es un álbum de privados re-

Los Cuadernos de la Actualidad

cuerdos más o menos entrañables, sino una forma de indagar en el misterio de la existencia.

Este libro inicial pasó tan inad­vertido como suelen pasar todos los primeros libros, especialmente cuando no se inscriben en un mon­taje generacional que los apoye (las «generaciones» -entrecomillamos el término- han solido funcionar como grupos de presión o socieda­des de bombos mutuos); sólo la agu­deza crítica de Molina Campos, se­gún creo recordar, supo darse cuenta de la importancia de la obra.

En el rumor del fondo, que conti­núa -estilizándolo, depurándolo-el camino abierto por el primer libro, corre el riesgo de ser igualmente silenciado y marginado. Las razo­nes de ello no son sólo externas (la no inclusión del autor en ninguno de los grupos que parecen mono­polizar la actual poesía española), se deben también a cierta dificul­tad inicial que la poesía de Moreno Castillo ofrece al lector.

A pesar del léxico coloquial y de las continuas referencias cotidianas (más próximo en esto a los poetas del cincuenta que a los novísimos), Moreno Castillo no escribe una poesía realista ni confesional. Los datos de la experiencia, los ele­mentos autobiográficos, se encuen­tran trascendidos a la categoría de símbolos: la casa, la infancia, el in­vierno, esa figura de mujer que se aleja volviéndonos la espalda son, lo mismo que la luz y la sombra o la noche omnipresente, borrosas prefiguraciones de la otra realidad más honda, a la que las palabras tratan de aludir y que continua­mente nos alude.

El riesgo de la monotonía -al que estos versos, con su limitación de la anécdota y su insistencia te­mática, son particularmente procli­ves- trata de evitarse con una es-

98

pecial riqueza de versificación. Al contrario que otros autores que aproximan poesía y filosofía (el úl­timo Valente, los que cultivan la llamada «poesía del silencio»), Mo­reno Castillo no desdeña la versifi­cación clásica: hay en su libro, jun­to al verso libre y el poema en pro­sa, no sólo los habituales alejandri­nos y endecasílabos (a menudo ri­mados), sino también los menos frecuentes eneasílabos y los rarísi­mos (desde la época de Juan de Mena) dodecasílabos; no faltan tampoco (especialmente en la sec­ción III del libro) los versos de arte menor, que a veces estilizan lo po­pular de una manera que recuerda el neopopularismo de los años veinte: «Flechas de oro, / gritos le­janos. / Tiemblan las ramas / altas del árbol».

Lo sorprendente de El rumor del fondo es que esta variación métrica no da nunca la impresión de meros ejercicios de estilo, de gratuito vir­tuosismo; coherente y unitario, el volumen trata de indagar en el mis­terio último de la existencia por to­dos los medios a su alcance: las distintas músicas del verso sirven para despojar a las palabras de su carga conceptual, de su limitación denotativa, y hacer que sugieran, que dejen entrever al lector, lo que está más allá del lenguaje.

Claro que el poeta, no podía ser de otra manera, no siempre consi­gue su intención y lo que se pre­tende sugerente y profundo se que­da a veces en mero fárrago abstru­so (algunos de los poemas en verso libre son buena muestra de ello), pero es que cada manera de enten-

. der la poesía lleva siempre asocia­dos sus correspondientes riesgos, tanto mayores cuanto mayor es la ambición del intento.

La poesía de Enrique Moreno Castillo, uno de los empeños esté­ticos más personales y ambiciosos

Page 8: BUSTO EN LA ESQUINA - cvc.cervantes.esBUSTO EN LA MISMA ESQUINA ... Javier Coma -DE LA NINEZ EN LOS TREINTA Mercedes Neuschafer-Carlón, La acera rota. Ediciones Juan Granica, S. A.,

de la poesía reciente, ha consegui­do ya los suficientes logros como para que resulte injusto el silencio que se cierne sobre ella.

José Luis García Martín

TOLO BONET Y LA QUIMERA

Tolo Bonet: El vuelo de [caro, Imp. Novograph, 1986.

L a cuestión de la profesio­nalidad de la poesía no es precisamente nueva, y tal vez pertenezca a ese tipo de cuestiones que, por ca-

recer de solución, retornan sin ce­sar. lEs la poesía «oficio»? No fal­tan quienes, sintiéndose «ofician­tes», así lo propalan. Pero atenda­mos a un dato: el número nada d_esdeñable de personas que sesienten compelidas a dar testimo­nio de su impulso poético sin por ello pretender «oficiar» como si lanzar al mundo unos ve'rsos signi­ficara, precisamente, todo lo con­trario que ejercitar una profesiona­lidad; se trataría más bien de indi­car al mundo que uno es algo másque la imagen, pública y notoria, de sus competencias. No se escoge para ello -por ejemplo- el teatro o la novela, más penetradas de es­píritu de métier, sino la poesía aso­ciada espontáneamente en 1� in­tención de quien la escribe a ese deseo de afirmación de un lado va­lioso de la personalidad que lo pro­fesional, precisamente, oculta. En este sentido, no sería absurdo decir que la producción de poesía -so­cialmente vista- es un fenómeno esencialmente amateur, sin que es­ta calificación tenga por qué impli­car menosprecio; el «amateuris­mo» no sería sino otra forma de designar aquel humanismo que de�de las viejas raíces griegas, v� umdo a la no-profesionalidad, a la no-especialización (la negación del especialismo ya presidió desde Aristóteles, el nacimiento de la es­peculación metafísica, tan difícil­mente distinguible, desde su ori-

Los Cuadernos de la Actualidad

gen, de la actividad poética). Este deseo de dar testimonio de una reacción general «ante el mundo y la vida», surgida exigentemente -en quien no tenga cegadas lasfuentes de la sensibilidad y la intui­ción- al margen de la profesionali­dad, alienta en todo poeta espontá­neo, es decir -en la práctica- en todo poeta, sin más.

El vuelo de !caro de Tolo Bonet es una notable muestra de ese im­pu�so poético en carne viva, que re­qmere manifestarse tanto más im­periosamente (como el propio au­tor nos dice en su preámbulo: p. 11) cuanto más se incrementanlas exigencias de una profesiónque, en su caso, parece particular­mente lejana de los menesteres li­terarios. A lo largo de los 172 poe­mas del libro se desgrana una -porasí llamarla- «poética espontánea»en la que se imponen, recreadoslos viejos y poderosos prestigios d�o�asos, primaveras, paisajes huma­mzados, rosas, noches, recuerdosdel tiempo ido, mares, amistades, amorosas ausencias y presencias: panoplia del poetizar que Bonet se encuentra en la tradición, sin alte­rarla. El mismo dice que no desea alterarla; tal vez en estos asuntos «tradicional» valga tanto como «genuino», si recordamos las pala­bras de Chesterton según las cuales siempre se pueden volver a escribir versos acerca de emociones ordina­rias, pero no de las extravagantes: la palabra «originalidad» tendría un sentido mediocre -el de la no­vedad- y un sentido profundo el d_e avecinarse a los orígenes, es 'de­Clf, a los sentimientos permanentes que constituyen objetos poéticos permanentes. Este punto de vista va acompañado en Tolo Bonet de una percepción clásicamente ro-

99

Page 9: BUSTO EN LA ESQUINA - cvc.cervantes.esBUSTO EN LA MISMA ESQUINA ... Javier Coma -DE LA NINEZ EN LOS TREINTA Mercedes Neuschafer-Carlón, La acera rota. Ediciones Juan Granica, S. A.,

mántica (si se permiten las pala­bras) de la naturaleza de la actitud poética. Bastantes de sus poemas se titulan «Pensamiento», «Cogita­ción» o cosas similares, y, en gene­ral, el autor mismo se refiere a ellos (y no sólo a los titulados así) como «pensamientos breves» (p. 8); pero esos «pensamientos» no son tanto discurso acerca de abs­tracciones como captación de la realidad movediza en su concreto fluir; en este sentido, es revelador que incluso los poemas titulados de aquel modo consistan, práctica­mente en su totalidad, en efusiones líricas (así, «Reflexiones» -p. 24-; «Pensamiento» -p. 38-; «Cogi­tación» -p. 62-; «Cogitación» -p. 88-; «Cavilación» -p. 126-). El poeta parece complacerse en el de­

talle de la existencia (en la realidad vivida a través del momento lírico) más que en su sometimiento a la abstracción; dos de sus poemas se titulan, precisamente, «Detalles», y de uno de ellos son estas palabras meridianas: «del ser la circunstan­cia me interesa ( ... ); prefiero lo to­cante / a su ritmo y no indago en su ausencia. / Me atrae más de la paloma el vuelo / que la propia ave ( ... ) No sé del manantial, pero en su caso / el río me conforta ... » (p. 43). Esa explícita poética del de­talle (recientemente teorizada por alguna crítica francesa) bebe, en el fondo, de aquella antigua fuente patentizada en lemas como el de Keats («nada me apasiona más que el instante»), a través de los cuales la poesía queda acuñada como sa­tisfacción en la inmediatez. Quizá con ello se emparente esa «fe en la vida» que el autor encuentra repre­sentada en su obra (p. 6). Pero no sería exacto inferir de ahí que este Vuelo de /caro de Tolo Bonet reve­lase a cada paso, a pesar de esa aducida fe en la vida (bien patente, por ejemplo, en algunos poemas de relación fecunda con la naturale­za, como «Mi jardín junto a la playa» -p. 116- y, en general, los relacionados con el que podríamos llamar «tema del jardín»), un inva­riable optimismo; hay, por supues­to, luces y sombras. Y es que Bonet percibe su poesía de tal modo que aquella complacencia en el instan­te que fluye no puede ser identifi­cada, meramente, con la alegría: muchas veces manifiesta que el in­dudable consuelo de la poesía va unido irremediablemente a su ca­rácter ilusorio. No puede ser casual que en su libro reaparezca sin cesar

Los Cuadernos de la Actualidad

la palabra «quimera». Forjar qui­meras como consuelo, ésa parece ser la función que la poesía de Bo­net se autoatribuye: sin pretender exhaustividad, hallamos mencio­nada a la «quimera», dentro de ese designio, en versos de las pp. 44, 59, 88, 93, 113, 130, 136, 161, y «Quimera» se titulan dos poemas (pp. 173 y 195).

Que lo quimérico no sea lo real a secas, sino sólo esa realidad estric­tamente poética que sirve a modo de refugio, es lo que puede provo­car que la satisfacción en la inme­diatez -en el instante poético- sea ambigua; en algunos momentos sombríos, la urdimbre de quimeras parece tejerse sobre el fondo del vacío: « ... sólo aspiro a la nada», re­za el último verso del poema «Eco» (p. 121). El vuelo de lcaro, en definitiva (y el título no es, cla­ro está, arbitrario) no apunta a un final feliz, aunque la felicidad mis­ma del volar sea innegable. Aun­que también -y ésta es otra cara de la cuestión- el hecho de sumergir­se en la nada -o en el mar- tras la caída, puede no ser tan mal desti­no: esa final identificación con la naturaleza puede representarse con el nombre del Mediterráneo, al que Tolo Bonet designa varias ve­ces como su ·mar («mientras aguar­do el anhelado abrazo / que me reintegre en mi mediterráneo»: p. 125).

En alguna de las no muchas oca­siones en que la poesía de Bonet prescinde del lírico «detalle» y per­mite la alusión a algo así como «te­sis», afirma que « ... siendo necios, es norma / que prevalezca la forma / sobre el fondo ... » (p. 152). Ese re­chazo del excesivo apego por la

100

forma hace fácil entender que Bo­net no tenga por objetivo la mera pulcritud inmanente del poema, o, al menos, que la subordine clara­mente a la intensidad del conteni­do lírico. Es cierto que, pese a to­do, emplea moldes en principio tradicionales; así, la décima ( que, por cierto, es usada a menudo, con su clásica resonancia sentenciosa, para la reflexión desengañada, co­mo en el poema «Ramas olvida­das» de la p. 141), o el soneto. Pero en la utilización de dichas formas prima la urgencia de verter en ellas el contenido de la intuición poética -que posee él mismo, con frecuen­cia, su propio ritmo de ideas quepuede llegar hasta el áspero con­traste- sobre la simple musicali­dad fonética del verso. En décimasy sonetos utiliza más la rima aso­nante que la consonante -con loque el respeto a la forma adoptadase hace menos rígido e incluso, al­gunas veces, alterna ambas en unmismo poema, y el fluir de la ideamuestra entonces más acusada­mente sus aristas. Como rupturapueden verse también los saltos,incluso bruscos, de la acentuación(señaladamente, en los endecasíla­bos de los sonetos), que parecenentrañar una concepción «antica­denciosa» de los versos. No es queBonet, con todo, deje de ceder aveces al atractivo de la «cadencio­sidad»: véanse, por ejemplo, losdos poemas de metro corto («Quie­ro ser rama» -p. 50-, en alternan­cia de heptasílabos y pentasílabos,y «La barca en la arena» -p. 57- enromancillo de hexasílabos), demuy pulcra sonoridad, acomodada

Page 10: BUSTO EN LA ESQUINA - cvc.cervantes.esBUSTO EN LA MISMA ESQUINA ... Javier Coma -DE LA NINEZ EN LOS TREINTA Mercedes Neuschafer-Carlón, La acera rota. Ediciones Juan Granica, S. A.,

en esos casos al encanto sencillo de la idea. Pero, en general, da la im­presión de que Tolo Bonet, por manosear una vez más la célebre cita, prefiere atenerse a la mano vi­ril que blande la espada del verso, más bien que al oficio del forjador, y no por menosprecio del oficio, si­no por la exigencia misma de su impulso poético espontáneo que, como decíamos al principio, pre­tende ser algo aparte, y más, que cualquier oficio. Una huida, desde la convención, hacia la quimera y el ensueño; huida que no significa renuncia a la energía ( el lirismo de Tolo Bonet podrá llegar a ser de­sengañado, pero nunca es «decen­te»), y que busca, como todos los versos, quien comparta la intensi­dad que los inspira.

Vidal Peña

ALMODOVAR, EL RUIDO Y LA FURIA

Pedro Almodóvar, La ley del deseo.

Ya las espléndidas Entre ti­nieblas (1983), recreación a la vez tierna y desopi­lante de cierto cine reli­gioso español, y ¿Qué he

hecho yo para merecer esto? (1984), fotonovela esperpéntica sobre la clase baja madrileña, demostraron que Pedro Almodóvar podía atre­verse con todo, más alllá de etique­tas underground o posmodernas. Sin embargo, su peculiar concep­ción del cine -un vitalista refrito de géneros, tonos y registros narrati­vos y estilísticos- no halló su ex­presión más sofisticada hasta la realización de Matador (1985), arriesgado pero titubeante ensayo formalista que ahora viene a re­dondear y culminar La ley del deseo (1986), su última película.

En efecto, La ley del deseo se pre­senta, a primera vista, como el summun del arte almodovariano, algo así como un cine sin fronteras

Los Cuadernos de la Actualidad

i ;

Pedro Almodóvar.

en el que todo cabe, desde el melo­dramatismo más intencionada­mente exagerado hasta la intriga más o menos policial, pasando por ciertos toques perversamente ab­surdos e incluso surreales. Sin du­da, todo ello puede parecer fruto de una incontrolada tendencia ha­ciá el exceso, hacia la desmesura, algo que más de una vez se le ha achacado a Almodóvar, y no serán precisamente sus personajes quie­nes vengan a desmentir esta incli­nación. Pero no se trata de veleida­des de jovencito iconoclasta, ni de simples ganas de sorprender o es­candalizar por la vía más directa, porque si los personajes de Almo­dóvar son excesivos, el suyo resulta ser finalmente un exceso vital, una pasión irreprimible por la vida en su más puro y elevado estado.

Es algo que también les ocurre a los protagonistas de su admirado Douglas Sirk y, en este sentido, la Dorothy Malone de Escrito sobre el viento (Written on the wind, 1956) es, sin duda, el modelo del perso­naje atormentado e insatisfecho que interpreta Carmen Maura en La ley del deseo, mientras que el de Antonio Banderas remite a la pa­sión casi nihilista de Robert Stack en The tarnished angels (1957) o la misma Escrito sobre el viento, y el de Eusebio Poncela al dubidativo y desconcertado Rock Hudson de ambas películas. La ley del deseo es la historia de una obsesión amoro­sa, la de Antonio (Banderas) por el director de cine y teatro Pablo Quintero (Poncela), que le condu­ce al asesinato y, finalmente, a la autodestrucción. Pero también

101

Page 11: BUSTO EN LA ESQUINA - cvc.cervantes.esBUSTO EN LA MISMA ESQUINA ... Javier Coma -DE LA NINEZ EN LOS TREINTA Mercedes Neuschafer-Carlón, La acera rota. Ediciones Juan Granica, S. A.,

cuenta una ciega búsqueda de la felicidad y la propia identidad -la que realiza Tina (Maura), un tran­sexual obsesionado por el teatro y la religión como espectáculo-, siendo a la vez la crónica de la de­sorientación del propio Pablo, el hermano de Tina, que se debate entre su amor por Juan (Miguel Molina), más bien convencional, y la pasión arrebatadora y total que le propone Antonio. Todos los per­sonajes de la película tienden hacia algo que sublime sus vidas, en el fondo mediocres e insatisfechas, pero sólo Antonio, como Assump­ta Serna y Nacho Martínez al final de Matador, se atreve a llevarlo to­do hasta el límite. Los demás pare­cen enmascararlo subconsciente­mente, en una especie de confu­sión entre la vida y el espectáculo. Mientras Pablo lo hace por medio de su trabajo, llegando a asumir la personalidad de Laura P., presunta heroína de su próxima película, en sus relaciones con Antonio, Tina no sólo interpreta, sino que acaba siendo el único personaje de La voz humana, de Cocteau, la obra que su hermano ha puesto en escena: cuando su antigua amante (Bibi Andersen) regresa para ver a su hi­ja y observa su actuación entre bambalinas, Tina se enfrenta a ella sin abandonar su actuación, yuxta­poniendo el papel que interpreta a su propia vida.

Los personajes de La ley del de­seo, pues, son los que presentan a la película ese aire inconfundible­mente bigger than lije que también ostentan los restantes trabajos de Almodóvar. La desmesura de las

Carmen Maura en «La Ley del deseo».

Los Cuadernos de la Actualidad

situaciones, los bruscos cambios de tono, las escenas que parecen sub­vertir el orden lógico de la narra­ción (casi todas, curiosamente, re­feridas a Tina: la visita a la capilla de su antiguo colegio y su encuen­tro con el cura, el baño con la man­guera en plena madrugada ... ) no resultan, así, bravuconerías estilís­ticas, rupturas preestablecidas, sino que fluyen casi naturalmente -por muy chocantes que puedan parecer a primera vista- de la situación y la evolución de los protagonistas. To­do ello, claro está, no puede dejar de producir ciertos desequilibrios, en forma de discontinuidades na­rrativas, en la propia película: es al­go extremadamente complicado sostener una tensión de este cali­bre durante todo un film o alter­narla sin problemas con momentos de expectante relajación, lo cual es sin duda la intención de Almodó­var. Pero, por otra parte, lejos de conducir a la película por los cami­nos del exceso injustificado, le confiere una extremada fiscalidad, una intensidad emocional y plásti­ca que nada tiene que ver con la desmesura o la artificiosidad -co­mo ocurría un poco en Matador­porque está moldeada por un estilo ahora ya espontáneo, poderoso y personal, consistente en la. aplica­ción sistemática de una mirada pe­netrante, casi obscena, que despre­cia la apariencia para hurgar en el abismo de lo subterráneo, es decir, de los instintos más primarios e irreprimibles. El primer encuentro sexual entre Pablo y Antonio, el asesinato en el acantilado, la au­sencia final o las ya mencionadas

102

escenas protagonizadas por Tina, son fragmentos a la vez brutales y altamente estilizados, que extraen elementos del melodrama pasional más desenfrenado, del thriller más sórdido y turbulento e incluso del esperpento buñueliano a la manera de su época mejicana (el esperpen­to berlanguiano era la base de ¿ Qué he hecho yo para merecer esto?) pa­ra, al final, no ser ni una cosa ni otra, sino algo totalmente distinto, una especie de folletín sublimado, dignificado por la pureza y la pa­sión arrebatadora de personajes, sentimientos y situaciones. Por to­do ello, sin pretender ser psicológi­camente verosímil y con todo su feroz antinaturalismo narrativo a cuestas, La ley del deseo -ahora que tan de moda están los mamotretos en forma de adaptaciones literarias o de plomizas revisitaciones de laguerra y la posguerra civiles- apa­rece como la película más verazproducida en mucho tiempo en es­te país, y Almodóvar, por consi­guiente, como el más realista denuestros cineastas.

Carlos Losilla

GRAMAVISION:

E.C.M. CREA

ESCUELA

John Scolfield: Still warm. Anthony Davis/James Newton/Abdul Wadud: I ve Known Rivers. John Blake: Twink­ling OJ An Eye. Billy Hart: Oshumare. Kazumi Watanabe: Mobo l. Cosmetic with Jamaaladeen Tacuma: So tranqui­lizin (Gramavision Inc.)

S i hay un concepto decidi­damente equívoco a la hora del catálogo de los hechos culturales éste es sin duda el de vanguar-

dia. Si de un modo genérico hemos de entender por tal toda avanzadi­lla de la sensibilidad creadora, todo propósito beligerante frente a la tradición estética y la inercia del gusto social, toda batalla contra el cliché al uso, el corsé académico y

Page 12: BUSTO EN LA ESQUINA - cvc.cervantes.esBUSTO EN LA MISMA ESQUINA ... Javier Coma -DE LA NINEZ EN LOS TREINTA Mercedes Neuschafer-Carlón, La acera rota. Ediciones Juan Granica, S. A.,

el denostado Orden, en un sentido más estricto el término avant-garde surge en los años de la primera gran guerra europea en Francia co­mo fuerza de choque que florece­ría en la encrucijada del período de entreguerras para decantarse luego como benigno virus que ha infecta­do e infecta a la pluralidad de enfo­ques del acto creador de nuestros

días (icuánta bagatela teñida de modernidad en el ámbito de la plástica, la escritura o la moda es consagrada hoy como inédita cuan­do no es sino sucedáneo de saldo de los viejos vanguardistas del pri­mer tercio de nuestro siglo!).

En el terreno del jazz, el bebop fue interpretado unánimemente en su día como la vanguardia incon­formista y airada capaz de dinami­tar el estereotipado modelo del swing en tanto que a mediados de los difíciles sesenta el free irrumpe en la atonalidad e intensidad rítmi­ca como drástica y radical ruptura frente al equilibrio clasicista del cool y en clara conexión, como úl­timo desarrollo, con el hard bop. Finalmente, la invasión de mode­los sonoros ajenos al jazz (desde los clásicos europeos hasta la etnia afrocubana, los ritmos hindúes, el tardío y en mala hora hallado rock y la bossa nova) ha generado multi­tud de simbiosis que manejadas sa­biamente han enriquecido el largo camino de la gran música negra pe­ro que adulteradas con el legítimo pero interesado deseo de abarcar a públicos juveniles de alto consumo han llevado a una nada desdeñable nómina de músicos de jazz a firmar trabajos en los setenta que cuando menos causan vergüenza ajena. So­bran los ejemplos y de ahí que con

Los Cuadernos de la Actualidad

dolorosa frecuencia cualquier in­térprete que se precie necesite «epatar» con la nota vanguardista tantas veces estridente y fuera de lugar en la historia más reciente del jazz.

Si en el principio fue ECM quien de la mano del tiránico Manfred Eicher optó por detentar la exclusi­va de ser el claustro materno en el

que los más libérrimos intérpretes podían acogerse en la búsqueda de los sonidos más bellos después del silencio (de ahí la ausencia de co­mentarios alusivos a la sesión, el simbolismo posimpresionista y de­cadentón del grafismo y una desi­gual producción musical en el que acetatos de dignísimo prensaje ocultaban desde iniciales adalides del free como Braxton, Rivers y Marion Brow hasta la apuesta final por músicos asépticos y repetitivos de sólida formación clásica, frío tecnicismo y plurales enfoques creadores que a la postre cayeron como ingenuas presas en las garras del monolítico productor bávaro), más tarde otros sellos como el aho­ra reseñado han recogido el estan­darte de ECM orientando su idea­rio hacia un eclecticismo aún mayor en el que cohabitan tanto músicos de jazz fieles a las raíces, aunque nunca indiferentes a los nuevos aires de la gran música ne­gra en la década de los ochenta, co­mo excelentes instrumentistas que han optado con lamentable fre­cuencia por atraerse públicos más amplios con la merma de calidad jazzística que ello comporta y el notable incremento en dólares de sus respectivas cuentas corrientes por el tenebroso mundo de la fu­sión con el rock y el afropop. Gra-

103

Con El codáuer bojo el jordin José \,u\s i,luñoz ob­

tuvo el Prern>o T\gre Juan de Novela Corta 1985.

LJ O L lfl/lffs

ber vio�:gros son d A e I o N habitac· ?o yasesi

etenidos

ion de un nado a un, s

e les a cu hotel de � m�jer bla

sa de ha-ans. nea en la

Page 13: BUSTO EN LA ESQUINA - cvc.cervantes.esBUSTO EN LA MISMA ESQUINA ... Javier Coma -DE LA NINEZ EN LOS TREINTA Mercedes Neuschafer-Carlón, La acera rota. Ediciones Juan Granica, S. A.,

mavisión Records, creada por Jonat­han Rose en 1979, aglutina -par­tiendo de un sólido núcleo de mu­sicos de jazz- en su nómina desde músicos atentos a la estética free teñida de impulso lírico y voluntad de clasicismo ( como Antony Da vis, James Newton y Abdul Wadud) hasta notables intérpretes dispues­tos a convertir en bailable y «pos­moderno» (sic) todo lo que tocan (como el bajista Jamaaladeen Ta­cuma, ex-Ornette Coleman), guita­rristas que han elegido la vía elec­trizante de la fusión abierta hace veinte años por Miles (Scolfield o Kazumi W atanabe) y sólidos jazz­man cuyos trabajos merecen cuan­to menos un atento marcaje por parte de todo buen aficionado (los baterías Bob Moses y Billy Hart, el vibrafonista Jay Hoggard o el saxo­fonista Oliver Lake, quien con Ju­lius Hephill, David Murray y Ha­miet Bliuett integran el «World Sa­xophone Quartet», un cuarteto de saxos de indudable interés).

Vayan nuestras preferencias en el lote de vinilos aquí reseñado por el disco suscrito por Billy Hart, a quien acompañan en este típico producto «mainstream» el contra­bajista Dave Holland (a destacar su solo en Chance) y ese inseparable dúo de jóvenes que tan pronto ofrecen lo mejor de sus acreditadas esencias (en las filas de Wynton Marsalis) como lo más dudoso (en el combo de Miles) o lo más discu­tible (salvando un producto que lleva la rúbrica de Sting): el pianis­ta Kenny Kirkland y el en esta oca­sión tenorista Branford Marsalis. A destacar el tono introspectivo y de intenso acento climático de temas como Waiting Jnside o Cosmosis, en los que Marsalis, Holland, Hart y Kirkland mantienen un Tour de force de alto vuelo, y lamentar los esporádicos teclados electrónicos de Mark Grey o las guitarras sinte­tizadas de Bill Frisell (made in ECM) y Kevin Eubanks, dos músi­cos cuyo valor se cotiza a la alza. Como dato más anecdótico que va­lioso una nueva contribución al en­cuentro del jazz con lo hispánico (ya saben, los arreglos de Gil Evans para el Concierto de Aranjuez toca­do por Miles Davis, la influencia del flamenco en Coltrane, el cora­zón español de Chick Corea ... ): el tema titulado Larca. Disco pues notable aunque con un par de te­mas (Duchess y el citado Larca) que desmerecen del alto nivel del conjunto (a destacar la belleza

Los Cuadernos de la Actualidad

del tema levemente free IDGAF Suite).

Sonido urbano y marcadamente eléctrico el de los guitarristas Jhon Scolfield y el japonés Kazumi Wa­tanabe. El del norteamericano es un disco del Miles Davis de los 80 sin Miles. La ofensiva hard-jazzy del trompetista de Illinois aparece aquí fielmente evocada y la marca de la casa es más que evidente en un guitarrista de quien habría qui­zá que esperar algo más de nove­doso porque nadie duda de su in­discutible calidad. Para acentuar aún más la nota davisiana se acom­paña por los inevitables Darryl Jo­nes en el bajo eléctrico, Ornar Ha­kim en la percusión, más el teclista Don Grolnick. Producto impeca­ble, alarde técnico y una rígida es-

tructuración que sólo cede en bala­das como Still Warm o en temas to­cados por el halo del blues como High and mighty. Watanabe, en la pura ortodoxia del jazz-rock si­guiendo la tradición de los Di Meola, McLauglin o Coryell, salva el disco por el impulso de la rítmi­ca aunque el disco nos deja imper­meables a toda emoción. Salvemos el tenor de Mike Brecker en el lar­go tema que da título al álbum y que es sin duda lo mejor del aceta­to.

Nos ha gustado el trío Davis/ Newton/Wadud, aunque estemos en el campo de la música contem­poránea de corte clasicista (ya sa­ben, férreos arreglos, estética deca­dente, lirismo a ultranza, aparente frialdad ... ). Newton es un· flautista de sólida formación clásica mien­tras a Davis le reconocemos su aportación a un nuevo enfoque de

104

la estética free, en el que a la deuda con Monk y Taylor se une un im­presionismo que no excluye la di­sonancia, lo dramático y la polirrit­mia. Wadud continúa la escasa tra­dición de músicos de jazz con un violoncelo en las manos y aquí vuelve a sus orígenes clásicos tras haber acompañado a músicos for­malmente más radicales como Les­ter Bowie, Chico Freeman o Art­hur Blyte. Música de cámara, in­trospectiva, absolutamente euro­pea. No es jazz pero es hermoso. Queda un resto de cordón umbili­cal con una edulcorada estéticafree bop pero es apenas imperceptible. Aconsejable para las huestes aman­tes de estetas como Wim Mertens, Glass o Steve Reich (por no citar a Bartok, por ejemplo).

Versátil la música del violinista John Blake, conocido sobre todo por su trabajo al lado de McCoy Tyner. Con Urbaniak y Lockwood, es quizá el violinista más en alza del panorama del jazz actual y aun­que, en la línea de los citados y de Ponty, revela una clara influencia de la sonoridad del saxo, se mueve en una estética quizá más tradicio­nal. De todo hay en la viña de este señor: desde temas como La Ver­dad, que evocan una estética a me­dio camino entre la rumba y el fla­menco a la manera de Chick Co­rea, hasta el clasicismo «chopinia­no» del gillespino Con Alma, el só­lido impulso jazzístico de Dat Dere o la menos afortunada fusión conel soul o elfunky. Sonido fresco, es­tética inconcreta, disco capaz de lomejor y de lo más convencional.

Lo chillón, lo sutilmente rosáceo y convulsivo es lo del solidísimo bajista Tacuma, a quien Ornette Coleman debió de imbuir malas influencias a tenor del acetato aho­ra reseñado: estética de un afropop descaradamente comercial apto pa­ra clubes de posmodernos, bailones de break-dance, eruditos a la viole­ta de la última «movida» neoyorki­na. Bastante light, notablemente chic, con sonidos vocales que van desde Bowie hasta Al Y arrea u y so­bre todo Boy George, los Cosmetic de Jamaaladeen aburren a las pie­dras por más que sin duda los amantes de las convulsiones epi­lépticas sobre una pista de baile jueguen a sentirse «panteras ne­gras» en lo más recóndito de un Bronx o un Harlem de provincias. Lamentable.

Carlos Lomas