CAPITULO 15 "Visita Materna" del libro "NUESTRO HOGAR"

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LA VISITA MATERNA DEL LIBRO NUESTRO HOGAR CAPÍTULO No .15

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LA VISITA MATERNA

DEL LIBRO NUESTRO HOGAR CAPÍTULO No .15

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Atento a las recomendaciones de Clarencio, procurabareconstruir energías para comenzar de nuevo el aprendizaje. Enotro tiempo tal vez me hubiera ofendido ante observaciones, enapariencia, tan crudas, pero en aquellas circunstancias recordabamis antiguos errores y me sentía confortado. Los fluidos carnalescompelen el alma a profundas somnolencias. Verdaderamente,

apenasahora reconocía que la experiencia humana, bajo ningunahipótesis podía ser considerada como un juego.

La importancia de la reencarnación en la Tierra, surgía a mi vista evidenciando grandezas hasta entonces ignoradas. Considerando las oportunidades perdidas, reconocía no merecer la hospitalidad de Nuestro Hogar.

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Se sentía André Luis solo… meditando…

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Clarencio tenía dobladas razones para hablarme con aquellafranqueza Pasé varios días entregado a profundas reflexiones sobre la vida.

Sentía en lo íntimo gran ansiedad de volver a ver el hogar terrestre. Sin embargo, me abstenía de pedir nuevas concesiones.Los benefactores del Ministerio de Auxilio eran excesivamenteGenerosos conmigo. Adivinaban mis pensamientos. Si hasta entoncesno me habían proporcionado una satisfacción espontánea asemejante deseo, era que tal propósito no sería oportuno. Callaba,pues, resignado y algo triste. Lisias hacía todo lo posible porcontentarme con opiniones consoladoras. Yo estaba en esa fase derecogimiento inexplicable en que el hombre es llamado adentro de

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Yo estaba en esa fase de recogimiento inexplicable en que el hombre es llamado adentro de sí mismo por su concienciaprofunda.Un día el bondadoso visitador penetró radiante en mi departamento exclamando:

–¡Adivine quién llegó para verlo!

Aquella fisonomía alegre, aquellos ojos brillantes de Lisias nome engañaban.

–¡Mi madre! –respondí lleno de confianza.Con los ojos desorbitados por la alegría vi a mi madre entrarcon los brazos extendidos.

–¡Hijo! ¡Hijo mío! ¡Ven a mí, amado mío!

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No puedo decir lo que pasó entonces. Me sentí nuevamente niño como en los tiempos en que jugaba bajo la lluvia con los pies descalzos, en la arena del jardín.Me abracé a ella cariñosamente, llorando de júbilo, experimentando los más sagrados transportes de ventura espiritual. La besé repetidas veces, la apreté en mis brazos mezclando mis lágrimas con las suyas. No sé cuanto tiempo estuvimos juntos abrazados. Finalmente fue ella quien me despertó de aquel arrobamiento, recomendándome:

–¡Vamos, hijo, no te emociones tanto! También la alegría cuandoes excesiva acostumbra a castigar el corazón

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En vez de cargar a mi adorada viejecita en los brazos, como lohacía en la Tierra, en los últimos tiempos de su romería por allá, fueella quien me enjugó el copioso llanto, conduciéndome al diván.

–Estás débil todavía, hijito. No malgastes energías.Me senté a su lado y ella, cuidadosamente, acomodó mi cansadafrente en sus rodillas, acariciándola levemente para confortarme ala luz de santas recordaciones. Me sentí el más venturoso de loshombres. Tenía la impresión de que el barco de mis esperanzas habíaanclado en puerto seguro. La presencia maternal constituía infinito consuelo a mi corazón. Aquellos minutos me daban la idea de un sueño tejido en la trama de una felicidadindecible. Como un niño que no pierde detalles me fijaba en su ropaje, copiaperfecta de uno de sus viejos trajes caseros.

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Observé su vestido obscuro, sus medias de lana y su mantilla azul. Contemplé su pequeña cabeza aureolada de hilos de nieve, las

arrugasde su rostro y su dulce y serena mirada de todos los días. Con las manos trémulas de alegría acaricié sus queridas manos sin conseguir articular frase. Empero, mi madre más fuerte que yo, dijo con serenidad:–Nunca sabremos agradecer a Dios tan grandes beneficios. ElPadre jamás nos olvida, hijo mío. ¡Qué largo tiempo de separación!Pero no juzgues por ello que te he olvidado. A veces la Providenciasepara a los corazones, temporalmente, para que aprendamos el amordivino.

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Con su ternura de todos los tiempos sentí que se revivían lasllagas terrestres. ¡Oh, qué difícil es desprenderse de residuos traídosde la Tierra!¡Cómo pesa la imperfección acumulada en siglos sucesivos! Cuántas veces oyera consejos saludables de Clarencio, Observaciones fraternales de Lisias, para renunciar a las lamentaciones; pero ¡cómo se reabrían las viejas heridas al contacto del cariño maternal!Del llanto de alegría pasé a las lágrimas de angustia, recordando exageradamente los pasajes terrestres. No conseguía aceptar que aquella visita no era para satisfacción de mis caprichos y sí una preciosa bendición de la misericordia Divina.

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Evocando antiguas exigencias, llegué a la conclusión de que la autora de mis días debía continuar siendo depositaria de mis quejas y males sin fin. En la Tierra, las madres no pasan de ser esclavas en el concepto de los hijos. Son raros los que entienden su dedicación antes de perderlas. Con la misma falsa concepción de otros tiempos resbalé por el terreno de dolorosas confidencias. Mi madre me oía callada, dejando traslucir inexplicable melancolía. Con los ojos húmedos y apretándome de cuando en cuando estrechamente en su corazón, habló llena de cariño:

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–¡Oh, querido hijo! No ignoro las instrucciones que nuestro generosoClarencio te suministró. No te quejes. Agradezcamos al Padre labendición de este reencuentro. Sintámonos ahora en una escueladiferente, donde aprendemos a ser hijos del Señor. En la posición de Madre terrestre no siempre conseguí orientarte como debía.También yo trabajo reajustando el corazón. Tus lágrimas me retrotraen al panorama de sentimientos humanos. Algo intenta operar ese retroceso en mi alma. Quiero dar razón a tus lamentos, erigirte un trono como si fueses la mejor criatura del Universo; pero esta actitud, actualmente, no se aviene con las nuevas lecciones de la vida. Esos gestos son perdonables en las esferas de la carne; pero aquí, hijo mío, es indispensable atender ante todo al Señor.

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No eres el único hombre desencarnado que tiene que reparar suspropios errores, ni soy yo la única madre que debe sentirse distante de sus seres amados. Por tanto, nuestro dolor no nos edifica por el llanto que vertemos o por las heridas que sangran en nosotros, sino por la puerta de luz que nos ofrece al Espíritu con el fin de ser másComprensivos y más humanos .Lágrimas y úlceras constituyen un Proceso de bendita expansión de nuestros más puros sentimientos. Después de extensa pausa en que la conciencia profunda me advertía solemne, mi madre prosiguió:–Si es posible aprovechar estos rápidos minutos en expansión de amor, ¿por qué hemos de desviarlos hacia sombras de las lamentaciones? Regocijémonos, hijo, y trabajemos incesantemente.Modifica tu actitud mental. Me conforta tu confianza en mi cariño y experimento sublime felicidad con tu ternura filial, pero no puedo retroceder en mis experiencias. ¡Amémonos con el grande y sagrado amor divino! Aquellas benditas palabras me despertaron.

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Tenía la impresión de que vigorosos fluidos partían del sentimiento materno vitalizándome el corazón. Mi madre me contemplaba embelesada mostrando una bella sonrisa. Me levanté y respetuoso la besé en la frente sintiéndola más amorosa y más bella que nunca.

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REFERENCIAS• Libro Nuestro Hogar psicografiado por Francisco

Cándido Xavier, dictado por el espíritu André Luiz.• Imágenes de download gratuito de la web• Compilado por el Área de Familia, Infancia y Juventud

del Centro Espírita “Redención” de Montevideo, Uruguay.

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