CAPÍTULO 4. Literatura de la independencia

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LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA 37 CAPÍTULO 4. Literatura de la independencia 4.1. Introducción En 1810 se producen los primeros levantamientos en México y en general en toda Hispanoamérica, en medio de un ambiente de liberalidad motivado por hechos como la Constitución norteamericana (1787), la Revolución Francesa (1789-1799) y las Cortes de Cádiz (1810-1814). Entre 1811 y 1825, todas las colonias españolas en América con excepción de Cuba y Puerto Ricodeclaran su independencia. Sin embargo, con la vuelta de Fernando VII al trono español en 1813 y la restauración del absolutismo (1814- 1820), los ejércitos españoles se lanzan a la reconquista de los territorios sublevados. En todas las colonias americanas se impone el autoritarismo como forma de restituir el orden, lo que dará origen a la figura política y literaria del dictador sudamericano. Estos hechos hacen que se empiece a forjar una mala imagen de España en la conciencia de los americanos, como nación fanática e intolerante, por oposición a la ilustración americana. En este ambiente surge la prominente figura de Simón Bolívar, que se convierte en el “Libertador” de América al liderar la lucha por la independencia que cristalizó en el nacimiento de los primeros estados americanos entre 1821 y 1824. Estos sentimientos de libertad y rechazo hacia España darán paso durante la primera mitad del siglo XIX a la literatura de la independencia hispanoamericana, en la que escritura, sociedad y política están íntimamente relacionadas y los escritores muestran su preocupación por destacar los aspectos costumbristas de la realidad y realizar una crítica social y moral de su entorno. Uno de los personajes decisivos para la configuración de esta nueva literatura hispanoamericana es el humanista venezolano Andrés Bello (1781-1865), maestro del libertador Simón Bolívar y artífice directo en el proceso que conduciría a la independencia de Venezuela en 1811. En Londres, en donde residió entre 1819 y 1829 en misión diplomática para recabar la ayuda de las potencias europeas en su lucha con España, Bello publicó dos revistas literarias que servirían de impulso a las letras hispanoamericanas (en particular, a una poesía patriótica inspirada en los valores propios): La biblioteca americana (1823) y El repertorio americano (1826). 4.2. La emancipación cultural de Hispanoamérica El período comprendido entre 1800 y 1830, con el auge del espíritu patriota e independentista en las colonias americanas, representa el punto culminante del Neoclasicismo hispanoamericano, que se refleja fundamentalmente mediante una poesía que canta a la belleza natural del Nuevo Continente. Con Argentina como principal foco de irradiación, los escritores recuperan los valores artísticos de la cultura clásica, al tiempo que critican la realidad social de Hispanoamérica. A partir sobre todo de la década de 1830, los contactos culturales con Inglaterra y Francia hacen que el Historia y antología de la literatura hispanoamericana - Santiago Velasco

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CAPÍTULO 4. Literatura de la independencia

4.1. Introducción

En 1810 se producen los primeros levantamientos en México ―y en general en toda

Hispanoamérica―, en medio de un ambiente de liberalidad motivado por hechos como

la Constitución norteamericana (1787), la Revolución Francesa (1789-1799) y las Cortes

de Cádiz (1810-1814). Entre 1811 y 1825, todas las colonias españolas en América ―con

excepción de Cuba y Puerto Rico― declaran su independencia. Sin embargo, con la

vuelta de Fernando VII al trono español en 1813 y la restauración del absolutismo (1814-

1820), los ejércitos españoles se lanzan a la reconquista de los territorios sublevados. En

todas las colonias americanas se impone el autoritarismo como forma de restituir el

orden, lo que dará origen a la figura política y literaria del “dictador sudamericano”.

Estos hechos hacen que se empiece a forjar una mala imagen de España en la conciencia

de los americanos, como nación fanática e intolerante, por oposición a la ilustración

americana. En este ambiente surge la prominente figura de Simón Bolívar, que se

convierte en el “Libertador” de América al liderar la lucha por la independencia que

cristalizó en el nacimiento de los primeros estados americanos entre 1821 y 1824. Estos

sentimientos de libertad y rechazo hacia España darán paso durante la primera mitad del

siglo XIX a la literatura de la independencia hispanoamericana, en la que escritura,

sociedad y política están íntimamente relacionadas y los escritores muestran su

preocupación por destacar los aspectos costumbristas de la realidad y realizar una

crítica social y moral de su entorno.

Uno de los personajes decisivos para la configuración de esta nueva literatura

hispanoamericana es el humanista venezolano Andrés Bello (1781-1865), maestro del

libertador Simón Bolívar y artífice directo en el proceso que conduciría a la

independencia de Venezuela en 1811. En Londres, en donde residió entre 1819 y 1829

en misión diplomática para recabar la ayuda de las potencias europeas en su lucha con

España, Bello publicó dos revistas literarias que servirían de impulso a las letras

hispanoamericanas (en particular, a una poesía patriótica inspirada en los valores

propios): La biblioteca americana (1823) y El repertorio americano (1826).

4.2. La emancipación cultural de Hispanoamérica

El período comprendido entre 1800 y 1830, con el auge del espíritu patriota e

independentista en las colonias americanas, representa el punto culminante del

Neoclasicismo hispanoamericano, que se refleja fundamentalmente mediante una poesía

que canta a la belleza natural del Nuevo Continente. Con Argentina como principal foco

de irradiación, los escritores recuperan los valores artísticos de la cultura clásica, al

tiempo que critican la realidad social de Hispanoamérica. A partir sobre todo de la

década de 1830, los contactos culturales con Inglaterra y Francia hacen que el

Historia y antología de la literatura hispanoamericana - Santiago Velasco

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Neoclasicismo de comienzos del siglo XIX ceda terreno progresivamente ante el

Romanticismo, que dominará el panorama literario de Latinoamérica hasta finales del

siglo XIX (especialmente en el terreno de la poesía), con Argentina y México como

principales centros de difusión. Los románticos hispanoamericanos, a diferencia de los

europeos, no miraban hacia el pasado con aire sentimental, sino que se centraban en un

futuro lleno de esperanza y progreso tras la conquista de su independencia. En una

primera etapa de este movimiento, conocida como “Romanticismo social” (1830-1860),

las luchas contra el poder tiránico dan lugar a una literatura impetuosa de marcado

carácter político en la que se exalta la libertad del individuo frente a la opresión de las

autoridades; con la llegada al poder de los liberales, que instauran el orden y el progreso

en los países americanos, el llamado “Romanticismo sentimental” (1860-1890) recupera

su pureza y subjetivismo original y se fusiona con otro movimiento literario iniciado a

mediados del siglo XIX bajo la influencia del Realismo español, el Costumbrismo, que

busca reflejar las costumbres y tradiciones locales.

4.3. Neoclasicismo tardío

La ficción narrativa —censurada durante el periodo colonial por su peligrosa carga de

crítica social y repudiada durante el Siglo de las Luces por su carácter fantástico—

comienza a cultivarse durante el Neoclasicismo del primer tercio del siglo XIX de la

mano de escritores como el mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827),

autor de la primera novela publicada en Hispanoamérica: El Periquillo Sarniento

(1816). De la obra de Lizardi puede decirse que en realidad inicia y concluye al mismo

tiempo la narrativa neoclasicista hispanoamericana, pese a que otros prosistas

cultivaron subgéneros afines, como el ensayista hondureño José Cecilio del Valle

(1780-1834), notable por sus descripciones del paisaje americano y gran defensor de la

unidad del continente frente al despotismo —como demuestra en su ensayo Soñaba el abad de San Pedro (1822). La poesía neoclásica decayó en los primeros decenios del

siglo XIX, debido a que el recurrente tema patriótico se hacía excesivamente retórico.

Las escasas muestras de calidad lírica las proporcionaron el venezolano Andrés Bello

(1781-1865) —autor de unas de las obras más simbólicas de la poesía

hispanoamericana, Silva a la agricultura de la zona tórrida (1826)— y el argentino

Juan Cruz Varela (1794-1839) —cultivador de una poesía crítica con la dictadura de

Juan Manuel de Rosas (1829-1852), como demuestra en El 25 de mayo de 1838.

4.4. Andrés Bello

Andrés Bello López (Caracas, 1781 - Santiago de Chile, 1865), intelectual, filólogo,

poeta y político venezolano, está justamente considerado como el padre de la nueva

América. Por su cultura, su racionalidad y su afán constructivo, es el representante

más cualificado del neoclasicismo americano del primer tercio del siglo XIX. Tras

ejercer de maestro del libertador Simón Bolívar y participar activamente en la

declaración de independencia de Venezuela en 1811, Bello se convirtió en uno de los

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principales mecenas de las letras hispanoamericanas tras crear en Londres —en donde

ejerció como emisario diplomático del recién creado gobierno venezolano— dos

revistas literarias fundamentales para propagar la nueva literatura americana (en

particular la poesía de tema patriótico): La biblioteca americana (1823) y El repertorio americano (1826). Tras la independencia de Chile, Bello se desplazó en 1829 a este país

para organizar la legislación del nuevo estado, que se convirtió de esta manera en la

segunda patria del escritor venezolano hasta su muerte.

Bello participó activamente en la difusión de la literatura

neoclásica hispanoamericana mediante la publicación de sus

propios artículos y poemas en las revistas literarias que fundó

en Londres. Dentro de su producción lírica, destacan el poema

épico Silvas americanas (1826) y la famosa oda Silva a la agricultura de la zona tórrida (1826), en la que Bello alaba

las características de la naturaleza americana y hace un

llamamiento a la juventud para que recupere los valores

tradicionales del campo. Desde el rigor científico y una

sincera preocupación por la conservación de la lengua común

americana, escribió una Gramática de la lengua castellana

(1847) que representa el primer estudio lingüístico del español de América. En 1843,

Bello comenzó a trabajar en una monumental Filosofía del entendimiento, en donde

recogió las reflexiones filosóficas y metafísicas de sus anteriores ensayos, aunque no pudo

completarla en vida y fue publicada tras su muerte, en 1881.

El siguiente fragmento, correspondiente a las dos primeras estrofas del poema Silva a la agricultura de la zona tórrida, ilustra el estilo neoclásico de Andrés Bello, caracterizado

por la belleza estética y el amor a la naturaleza:

¡Salve, fecunda zona,

que al sol enamorado circunscribes

el vago curso, y cuanto ser se anima

en cada vario clima,

acariciada de su luz, concibes!

Tú tejes al verano su guirnalda

de granadas espigas; tú la uva

das a la hirviente cuba;

no de purpúrea fruta, o roja, o gualda,

a tus florestas bellas

falta matiz alguno; y bebe en ellas

aromas mil el viento;

y greyes van sin cuento

paciendo tu verdura, desde el llano

que tiene por lindero el horizonte,

hasta el erguido monte,

de inaccesible nieve siempre cano.

y el perfume le das, que en los festines

la fiebre insana templará a Lico.

Para tus hijos la procera palma

su vario feudo cría,

y el ananás sazona su ambrosía;

su blanco pan la yuca;

sus rubias pomas la patata educa;

y el algodón despliega al aura leve

las rosas de oro y el vellón de nieve.

Tendida para ti la fresca parcha

en enramadas de verdor lozano,

cuelga de sus sarmientos trepadores

nectáreos globos y franjadas flores;

y para ti el maíz, jefe altanero

de la espigada tribu, hincha su grano;

y para ti el banano

desmaya al peso de su dulce carga;

Andrés Bello

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Tú das la caña hermosa,

de do la miel se acendra,

por quien desdeña el mundo los panales;

tú en urnas de coral cuajas la almendra

que en la espumante jícara rebosa;

bulle carmín viviente en tus nopales,

que afrenta fuera al múrice de Tiro;

y de tu añil la tinta generosa

émula es de la lumbre del zafiro.

El vino es tuyo, que la herida agave

para los hijos vierte

del Anahuac feliz; y la hoja es tuya,

que, cuando de süave

humo en espiras vagorosas huya,

solazará el fastidio al ocio inerte.

Tú vistes de jazmines

el arbusto sabeo,

el banano, primero

de cuantos concedió bellos presentes

Providencia a las gentes

del ecuador feliz con mano larga.

No ya de humanas artes obligado

el premio rinde opimo;

no es a la podadera, no al arado

deudor de su racimo;

escasa industria bástale, cual puede

hurtar a sus fatigas mano esclava;

crece veloz, y cuando exhausto acaba,

adulta prole en torno le sucede.

Mas ¡oh! ¡si cual no cede

el tuyo, fértil zona, a suelo alguno,

y como de natura esmero ha sido,

de tu indolente habitador lo fuera!

Silva a la agricultura de la zona tórrida

4.5. José Joaquín Fernández de Lizardi

El periodista y escritor mexicano José Joaquín Fernández de

Lizardi (1776-1827) ocupa un destacado lugar en la literatura

de la independencia, ya que es el autor de la primera novela

hispanoamericana moderna: El Periquillo Sarniento (1816).

Esta obra pertenece al género de la novela picaresca española,

con un protagonista-narrador que relata su vida en forma

autobiográfica, desde su juventud como pícaro hasta sus

reflexiones morales en la vejez, si bien el deseo de escapar a

la corrupción de su entorno conduce a su redención final. A

pesar del trasfondo moralizante y la crítica de la hipocresía

social en las postrimerías del Virreinato de Nueva España, El Periquillo Sarniento posee un indudable valor literario

gracias a sus elementos costumbristas, su humor y la vivacidad de sus descripciones.

Otras dos novelas picarescas en las que Lizardi refleja sus ideales de hombre

comprometido con la lucha por las reformas en México son La Quijotita y su prima

(1818) y Don Catrín de la Fachenda (1832). Su autobiografía Noches tristes y día alegre (1818) contiene los primeros gérmenes del romanticismo mexicano.

El siguiente fragmento de El Periquillo Sarniento ilustra el primer encuentro del

protagonista, Pedro Sarmiento, con el defectuoso entorno social que le rodea

(representado por un maestro incompetente), circunstancia que da pie a una serie de

reflexiones morales y consejos prácticos a sus hijos:

Capítulo II

En el que Periquillo da razón de su ingreso a la escuela, los progresos que hizo en ella, y otras

particularidades que sabrá el que las leyere, las oyere leer, o las preguntare

J. J. Fernández de Lizardi

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Hizo sus mohínas mi padre, sus pucheritos mi madre, y yo un montón de alharacas, y berrinches

revueltos con mil lágrimas y gritos; pero nada valió para que mi padre revocara su decreto. Me

encajaron en la escuela mal de mi grado.

El maestro era muy hombre de bien; pero no tenía los requisitos necesarios para el caso. En primer

lugar era un pobre, y emprendió este ejercicio por mera necesidad, y sin consultar su inclinación y

habilidad; no era mucho que estuviera disgustado como estaba, y aun avergonzado en el destino.

Los hombres creen (no sé por qué) que los muchachos, por serlo, no se entretienen en escuchar sus

conversaciones ni las comprenden; y fiados en este error, no se cuidan de hablar delante de ellos

muchas cosas que alguna vez les salen a la cara, y entonces conocen que los niños son muy

curiosos, y observativos.

Yo era uno de tantos, y cumplía con mis deberes exactamente. Me sentaba mi maestro junto a sí,

ya por especial recomendación de mi padre, o ya porque era yo el más bien tratadito de ropa que

había entre sus alumnos.

No sé qué tiene un buen exterior que se respeta hasta en los muchachos.

Con esta inmediación a su persona no perdía yo palabra de cuantas profería con sus amigos. Una

vez le oí decir platicando con uno de ellos: «sólo la maldita pobreza me puede haber metido a

escuelero; ya no tengo vida con tanto muchacho condenado; ¡qué traviesos que son y qué tontos!

Por más que hago, no puedo ver uno aprovechado. ¡Ah, fucha en el oficio tan maldito! ¡Sobre que

ser maestro de escuela es la última droga que nos puede hacer el diablo!...» Así se producía mi

buen maestro, y por sus palabras conoceréis el candor de su corazón, su poco talento y el concepto

tan vil que tenía formado de un ejercicio tan noble y recomendable por sí mismo, pues el enseñar y

dirigir la juventud es un cargo de muy alta dignidad, y por eso los reyes y los gobiernos han

colmado de honores y privilegios a los sabios profesores; pero mi pobre maestro ignoraba todo

esto, y así no era mucho que formara tan vil concepto de una tan honrada profesión.

En segundo lugar, carecía, como dije, de disposición para ella, o de lo que se dice genio. Tenía un

corazón muy sensible, le era repugnante el afligir a nadie, y este suave carácter lo hacía ser

demasiado indulgente con sus discípulos. Rara vez les reñía con aspereza, y más rara los castigaba.

La palmeta y disciplina tenían poco que hacer por su dictamen; con esto los muchachos estaban en

sus glorias, y yo entre ellos, porque hacíamos lo que se nos antojaba impunemente.

Ya ustedes verán, hijos míos, que este hombre, aunque bueno de por sí, era malísimo para maestro

y padre de familias; pues así como no se debe andar todo el día sobre los niños con el azote en la

mano como cómitre de presidio, así tampoco se les debe levantar del todo. Bueno es que el castigo

sea de tarde en tarde, que sea moderado, que no tenga visos de venganza, que sea proporcionado al

delito, y siempre después de haber probado todos los medios de la suavidad y la dulzura para la

enmienda; pero si éstos no valen, es muy bueno usar del rigor según la edad, la malicia y

condición del niño. No digo que los padres y maestros sean unos tiranos, pero tampoco unos

apoyos o consentidores de sus hijos o encargados. Platón decía que no siempre se han de refrenar

las pasiones de los niños con la severidad, ni siempre se han de acostumbrar a los mimos y caricias.

La prudencia consiste en poner medio entre los extremos.

Por otra parte, mi maestro carecía de toda la habilidad que se requiere para desempeñar este título.

Sabía leer y escribir, cuando más, para entender y darse a entender; pero no para enseñar. No todos

los que leen saben leer. Hay muchos modos de leer, según los estilos de las escrituras. No se han

de leer las oraciones de Cicerón como los anales de Tácito, ni el panegírico de Plinio como las

comedias de Moreto. Quiero decir, que el que lee debe saber distinguir los estilos en que se escribe,

para animar con su tono la lectura, y entonces manifestará que entiende lo que lee, y que sabe leer.

Muchos creen que leer bien consiste en leer aprisa, y con tal método hablan mil disparates. Otros

piensan (y son los más) que en leyendo conforme a la ortografía con que se escribe quedan

perfectamente. Otros leen así, pero escuchándose y con tal pausa, que molestan a los que los

atienden. Otros por fin, leen todo género de escritos con mucha afectación, pero con cierta

monotonía o igualdad de tono que fastidia. Éstos son los modos más comunes de leer, y vosotros

iréis experimentando mi verdad, y veréis que no son los buenos lectores tan comunes como parece.

El Periquillo Sarniento (libro I, capítulo II)

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4.6. Romanticismo

El Romanticismo hispanoamericano comienza a tomar cuerpo gracias al venezolano

Simón Bolívar (1783-1830), cuyos discursos y manifiestos, totalmente al servicio de su

actividad política, incitan a la lucha heroica en busca de la independencia y la libertad.

Uno de los grandes cantores de las gestas del “Libertador” es el poeta ecuatoriano José

Joaquín de Olmedo (1780-1847), autor del poema épico Canto a Bolívar (1825)

compuesto tras la victoria en la batalla de Junín. Entre el Neoclasicismo y el

Romanticismo se debate la poesía del cubano José María Heredia (1803-1839), cuya

formación inicial clásica se fusionó posteriormente con las lecturas de los románticos

europeos, dando lugar a una producción lírica que mezcla los ideales neoclásicos de la

Ilustración y la pasión romántica, como se refleja en el poema En el Teocalli de Cholula

(1820). Heredia es también autor de la primera novela histórica de la literatura

hispanoamericana, Xicotencatl (1826), que narra el paso de Hernán Cortés por Tlaxcala

en su marcha a México.

La principal figura del Neorromanticismo hispanoamericano es el argentino Esteban

Echeverría (1805-1851), que popularizó este movimiento literario con la primera gran

obra de la literatura argentina, el poema épico La cautiva (1837). Otros exponentes de la

nueva corriente romántica en su etapa inicial son el peruano Mariano Melgar (1790-1815)

—uno de los primeros poetas románticos de la nación andina tras su independencia, que

cultivó un tipo de poesía popular conocida como “yaraví”, canto amargo y triste por la

pérdida de la amada que fusiona elementos líricos del harawi inca con la poesía

trovadoresca española—, el guatemalteco José Batres Montúfar (1809-1844) —

considerado el más grande poeta de Guatemala del siglo XIX, autor de una poesía de

carácter satírico en la que critica el entorno intransigente y tradicionalista que le

rodea y composiciones de un intenso lirismo romántico como Yo pienso en ti (1839)—

y el venezolano Rafael María Baralt (1810-1860) —creador de la oda Adiós a la patria

(1843), en la que muestra su exaltado patriotismo desde el exilio.

Argentina —y, en general, el Río de la Plata— representó uno de los principales centros

de la creación romántica en Hispanoamérica. Uno de los máximos exponentes del

Romanticismo social de mediados del siglo XIX fue el argentino José Mármol (1817-

1871); crítico con la dictadura de Juan Manuel de Rosas en Argentina, Mármol expresa

en sus Cantos del peregrino (1847) sus sentimientos patrióticos y el dolor por el destierro

durante el régimen argentino. Otro “proscritos” argentinos perseguidos por el régimen

de Rosas fueron Juan Bautista Alberdi (1810-1884) —autor desde el exilio de encendidos

escritos políticos como Cartas quillotanas (1853), El crimen de la guerra (1870) y

Peregrinación de Luz del Día (1871)—, Juan María Gutiérrez (1809-1878) —genuino

representante del liberalismo hispanoamericano y uno de los grandes promotores de la

cultura argentina durante el siglo XIX, con obras como Noticias históricas sobre el origen y desarrollo de la Enseñanza Superior en Buenos Aires (1868)— y Bartolomé

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Mitre (1821-1906) —que debe su fama literaria a su labor como historiador, con obras

tan importantes como Historia de Belgrano y de la independencia argentina (1889) e

Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana (1887-1890). En México,

el Romanticismo social tuvo un surgimiento autóctono, en el marco de las protestas

liberales contra la dictadura de Antonio López de Santa Anna (1833-1855). Los

principales representantes de este movimiento literario de mediados del siglo XIX en

el país centroamericano fueron Ignacio Rodríguez Galván (1816-1842) —introductor

del Romanticismo en su país con las novelas cortas La hija del oidor (1836), Manolito el Pisaverde (1837) y La procesión (1838)—, Fernando Calderón (1809-1895) —

iniciador del teatro romántico en México con los dramas históricos El torneo (1839),

Hernán o la vuelta del cruzado (1842) y Ana Bolena (1842)—, Manuel Payno (1810-

1894) —que popularizó la novela por entregas con El fistol del diablo (1845-1846),

relato romántico de corte realista— y José Joaquín Pesado (1801-1861) —cuyo poema

Los aztecas (1854) está inspirado en los antiguos cantares mexicanos.

En la segunda mitad del siglo XIX, una vez superados los turbulentos acontecimientos

de las décadas anteriores, la literatura hispanoamericana está dominada por el

Romanticismo sentimental que, liberado de connotaciones políticas, se centra en la

creatividad poética y en los sentimientos puros. En Argentina y México —que

continuaron siendo los principales centros de difusión del Romanticismo durante este

periodo— los autores más destacados de esta segunda generación romántica son los

siguientes:

Argentina

Ricardo Gutiérrez (1836-1896) —exponente de una concepción humanista y

sentimental de la poesía, como demuestra en La fibra salvaje (1860) y El libro de las lágrimas (1878)—, Carlos Guido y Spano (1827-1918) —cuya producción lírica se

recoge en los poemarios Hojas al viento (1871) y Ecos lejanos (1895)—, Olegario

Víctor Andrade (1839-1882) —autor de los poemas épicos Prometeo (1878) y El nido de cóndores (1881)—, Rafael Obligado (1851-1920) —que otorgó una nueva figura

épico-lírica al gaucho argentino en su famoso poema Santos Vega (1885), en el que

hace de este popular personaje un símbolo de los valores nacionales frente a la

influencia extranjera— y Pedro Bonifacio Palacios (1854-1917) —quien, bajo el

pseudónimo de “Almafuerte”, publicó de forma tardía poemas de juventud, como

Lamentaciones (1906). También en la vecina Uruguay cala hondo el sentimiento

romántico, gracias sobre todo a la figura de Juan Zorrilla de San Martín (1855-1931),

considerado el mayor poeta romántico uruguayo, cuyo poema épico Tabaré (1888)

presagia el Simbolismo.

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México

Manuel Acuña (1849-1873) —poeta que se suició de forma romántica a causa del amor

no correspondido de una mujer, Rosario de la Peña, a quien dedicó su famoso poema

Nocturno a Rosario (1873)—, Manuel María Flores (1840-1885) —autor de una poesía

sensual cercana a la realidad, como en Pasionarias (1874)—, Guillermo Prieto (1818-

1897) —cuyo poema épico Romancero nacional (1885) celebra la gesta de la

Independencia mexicana— y Juan de Dios Peza (1852-1910) —autor de una poesía

que combina intimismo y realismo, como expresa en Cantos del hogar (1891).

Aparte de Argentina y México, otros países hispanoamericanos también

contribuyeron a la popularización del Romanticismo sentimental en la segunda mitad

del siglo XIX (incluso en la primera mitad de la centuria, en el caso de los territorios

con mayor estabilidad política). Algunos de los escritores más destacados son los

siguientes:

Cuba

Gabriel de la Concepción Valdés (1809-1844) —que, bajo el pseudónimo de “Plácido”,

compuso una poesía popular iniciadora del criollismo cubano—, José Jacinto Milanés

y Fuentes (1814-1863) —iniciador del teatro romántico cubano con el drama histórico

El conde Alarcos (1838)—, Juan Clemente Zenea (1832-1871) —uno de los principales

poetas del romanticismo cubano, al que contribuyó desde el exilio, por su oposición al

gobierno español en Cuba, con poemas como el pesimista Cantos de la tarde (1860)—

y, en especial, Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) ― escritora cubana que

desarrolló en España toda su carrera literaria, dentro de la que destacan las novelas

románticas Sab (1841), Dos mujeres (1843) y Guatimozín (1846) y los dramas bíblicos

de corte romántico Saúl (1849) y Baltasar (1858).

Centroamérica y Caribe

El guatemalteco Juan Diéguez Olaverri (1813-1866) —autor desde el exilio del poema

patriótico A los Cuchumatanes (1848)—, el puertorriqueño Alejandro Tapia y Rivera

(1826-1882) —considerado el padre de la literatura de Puerto Rico y autor de obras

como el drama La cuarterona (1867), en el que denuncia los prejuicios raciales—, el

dominicano Félix Mota (1822-1861) —autor del celebrado poema La Virgen del Ozama (1874)— y el costarricense Aquileo Echeverría (1866-1909) —poeta que

encarna el tránsito del Romanticismo al Costumbrismo, como demuestra en su

poemario Concherías (1905), en el que refleja la vida de los campesinos.

Venezuela

Fermín Toro (1806-1865) —autor de la primera novela venezolana, Los mártires (1842)—, Abigail Lozano (1821-1866) —exponente de la tendencia conservadora y

antiliberal del Romanticismo tardío, que reflejó en una poesía de exaltado patriotismo,

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como Oda a Barquisimeto (1846)—, José Heriberto García de Quevedo (1819-1871) —

autor de los dramas históricos Un paje y un caballero (1849), Isabel de Médicis (1850)

y El proscripto (1852)—, José Antonio Maitín (1804-1874) —autor del poema elegiaco

Canto fúnebre (1851), una de las cumbres de la literatura romántica venezolana—,

José Ramón Yepes (1822-1881) —iniciador de la novela indianista en Venezuela con

Anaida (1872) e Iguaraya (1874), relatos de estilo romántico-costumbrista— y,

especialmente, Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892) —el poeta más

representativo del romanticismo venezolano y precursor de las nuevas tendencias

modernistas en su país, como refleja en su célebre poema Vuelta a la patria (1877).

Colombia

Rafael Pombo (1833-1912) —autor de una poesía que refleja un sentimiento de

escepticismo y desesperanza propio del más genuino espíritu romántico, como en La hora de las tinieblas (1855)—, José Joaquín Ortiz (1814-1892) —creador de una poesía

de forma clásica y espíritu romántico y autor de la primera novela romántica de la

literatura colombiana, María Dolores (1863)—, Julio Arboleda (1817-1862) —uno de

los poetas románticos más importantes de Colombia, autor del poema épico Gonzalo de Oyón (1883)— y, muy en particular, José Eusebio Caro (1817-1853) —considerado

el poeta más representativo del romanticismo colombiano, autor de poemas cargados

de melancolía como Estar contigo (1857).

Ecuador

Julio Zaldumbide (1833-1887) —uno de los más destacados poetas de la segunda

generación romántica ecuatoriana, autor de cantos a la naturaleza, composiciones

melancólicas y reflexiones filosóficas—, Numa Pompilio Llona (1832-1907) —

destacado representante del tránsito entre el Romanticismo y el Modernismo en

Ecuador, con libros de poemas como La odisea del alma (1876)— y Juan León Mera

(1832-1894) —uno de los precursores de la novela ecuatoriana con el melodrama

romántico de tema indígena Cumandá (1879).

Perú

Carlos Augusto Salaverry (1830-1891) —uno de los más destacados representantes del

romanticismo peruano, autor de una poesía amorosa e intimista, como Cartas a un ángel (1871)—, Clemente Althaus (1835-1881) —poeta romántico de inspiración

clasicista—, José Arnoldo Márquez (1832-1903) —representante de la poesía

romántica peruana de carácter filosófico y social— y Luis Benjamín Cisneros (1837-

1904) —cuya variada producción literaria (narrativa, poesía y teatro) simboliza el

tránsito entre el Romanticismo y el Modernismo en Perú.

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― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ―

46

Chile

Salvador Sanfuentes (1817-1860) —autor de destacadas composiciones líricas

herederas del romanticismo español de Espronceda, Zorrilla y Bécquer, como el

drama en verso Caupolicán (1835) y el poema narrativo El campanario (1842)—,

Eusebio Lillo (1826-1910) —creador de una poesía de plena expresión de los ideales

románticos: amor, naturaleza, nostalgia, miedo y recuerdos—, Guillermo Blest Gana

(1829-1904) —cuya poesía se inspira en el romanticismo español y francés en sus

facetas más pesimistas y melancólicas— y Eduardo de la Barra (1839-1900) —

exponente del Romanticismo en su vertiente más pasional y desgarradora.

4.7. Esteban Echeverría

El argentino José Esteban Antonio Echeverría Espinosa

(Buenos Aires, 1805 - Montevideo, 1851) es una de las figuras

fundamentales del Romanticismo hispanoamericano,

movimiento que popularizó con la primera gran obra de la

literatura argentina, el poema épico La cautiva. Echeverría es

uno de los iniciadores del llamado “Romanticismo social”, que

en Argentina se refleja como una literatura de marcado

carácter político que se opone a la dictadura de Juan Manuel

de Rosas (1829-1852) y defiende la libertad. Junto con otros

escritores románticos, Echeverría funda en 1837 “El Salón

Literario”, desde el que se propone la emancipación mental, no

ya solo política, del oscurantismo e ignorancia españoles.

En sus obras, Echeverría defiende la tesis de que la geografía determina la personalidad

de los pueblos, y ofrece una visión de la joven América como un continente en el que

luchan la civilización (progreso) y la barbarie (tradición). Tras entrar en contacto con el

romanticismo francés durante su estancia en París entre 1826 y 1830, inicia su

producción literaria con el poema narrativo Elvira o la novia del Plata (1832),

considerado la primera obra romántica de la literatura hispanoamericana. Los consuelos (1834) es igualmente el primer manifiesto en favor del paisaje y las costumbres de un

país hispanoamericano como base para la creación de una poesía autóctona. El escritor

argentino retoma estos elementos en La cautiva (1837), grandioso himno a la Argentina

en el que alaba la pampa como elemento autóctono inspirador de su poesía. La prosa de

Echeverría posee también gran importancia dentro de su producción literaria, por

cuanto da testimonio de su impetuoso y encendido espíritu romántico. En este sentido,

su obra más importante es El matadero (1840), que inaugura prácticamente la narrativa

en el Río de la Plata; se trata de un relato alegórico que recrea la situación política de

Argentina durante el conflicto civil entre unitarios y federales, en el que Echeverría se

muestra claramente partidario de los primeros y critica duramente la sociedad corrupta

sobre la que se asienta el poder del dictador Rosas.

Esteban Echeverría

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― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ―

47

El siguiente fragmento de El matadero describe la escena final, en la que el “salvaje

unitario” (personificación del propio Echeverría) muere de rabia antes que permitir que

los matarifes federales del “Juez del Matadero” (imagen alegórica del dictador Rosas) lo

torturen, en clara referencia a la situación política de Argentina:

Apenas articuló esto el Juez, cuatro sayones salpicados de sangre suspendieron al joven y lo tendieron

largo a largo sobre la mesa comprimiéndole todos sus miembros.

―Primero degollarme que desnudarme; infame canalla.

Atáronle un pañuelo por la boca y empezaron a tironear sus vestidos. Encogíase el joven, pateaba,

hacía rechinar los dientes. Tomaban ora sus miembros la flexibilidad del junco, ora la dureza del fierro,

y su espina dorsal era el eje de un movimiento parecido al de la serpiente. Gotas de sudor fluían por su

rostro grandes como perlas; echaban fuego sus pupilas, su boca espuma, y las venas de su cuello y

frente negreaban en relieve sobre su blanco cutis como si estuvieran repletas de sangre.

―Átenlo primero ―exclamó el Juez.

―Está rugiendo de rabia ―articuló un sayón.

En un momento liaron sus piernas en ángulo a los cuatro pies de la mesa volcando su cuerpo boca

abajo. Era preciso hacer igual operación con las manos, para lo cual soltaron las ataduras que las

comprimían en la espalda. Sintiéndolas libres el joven, por un movimiento brusco en el cual pareció

agotarse toda su fuerza y vitalidad, se incorporó primero sobre sus brazos, después sobre sus rodillas y

se desplomó al momento murmurando: ―Primero degollarme que desnudarme, infame canalla.

Sus fuerzas se habían agotado; inmediatamente quedó atado en cruz y empezaron la obra de

desnudarlo. Entonces un torrente de sangre brotó borbolloneando de la boca y las narices del joven y

extendiéndose empezó a caer a chorros por entrambos lados de la mesa. Los sayones quedaron

inmobles y los espectadores estupefactos.

―Reventó de rabia el salvaje unitario ―dijo uno.

―Tenía un río de sangre en las venas ―articuló otro.

―Pobre diablo: queríamos únicamente divertirnos con él y tomó la cosa demasiado a lo

serio ―exclamó el juez frunciendo el ceño de tigre―. Es preciso dar parte, desátenlo y vamos.

Verificaron la orden; echaron llave a la puerta y en un momento se escurrió la chusma en pos del

caballo del Juez cabizbajo y taciturno.

Los federales habían dado fin a una de sus innumerables proezas.

En aquel tiempo, los carniceros degolladores del Matadero eran los apóstoles que propagaban a verga

y puñal la federación rosina, y no es difícil imaginarse qué federación saldría de sus cabezas y

cuchillas. Llamaban ellos salvaje unitario, conforme a la jerga inventada por el Restaurador, patrón de

la cofradía, a todo el que no era degollador, carnicero, ni salvaje, ni ladrón; a todo hombre decente y

de corazón bien puesto, a todo patriota ilustrado amigo de las luces y de la libertad; y por el suceso

anterior puede verse a las claras que el foco de la federación estaba en el Matadero.

El matadero (1840)

4.8. Costumbrismo

El argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) fue uno de los precursores del

Costumbrismo con Facundo: civilización y barbarie (1845), obra compleja que mezcla

la novela, el ensayo y la biografía para exponer la tesis de que el problema principal de

Argentina —y de Latinoamérica en general— es el enfrentamiento entre la ciudad

(representada por los unitarios, símbolo de la “civilización” procedente de Europa y

Norteamérica) y el campo (representado por los federales, sinónimo de la “barbarie” y

la tradición española). Romanticismo y Costumbrismo se mezclan en la novela

sentimental Amalia (1851), del argentino José Mármol (1817-1871), que inaugura este

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― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ―

48

género narrativo en el Río de la Plata. El peruano Felipe Pardo y Aliaga (1806-1868) es

autor de obras costumbristas de carácter satírico (poesías, comedias y artículos

periodísticos) en las que censura las prácticas políticas y las costumbres sociales de su

país.

4.9. Domingo Faustino Sarmiento

El político y escritor argentino Domingo Faustino Sarmiento

(San Juan, 1811 - Asunción, 1888), presidente de Argentina

entre 1868 y 1874, es uno de los precursores del

Costumbrismo hispanoamericano de la segunda mitad del

siglo XIX gracias a su obra más conocida, Facundo: civilización y barbarie, en la que refleja de forma literaria el

enfrentamiento entre unitarios y federales en Argentina, y

de forma general, el contraste entre cultura urbana

(civilización) y tradición rural (barbarie) en Latinoamérica.

En sus primeros escritos, de estilo romántico, Sarmiento se

opone a la estética artificiosa del Neoclasicismo de principios del siglo XIX, que para él

representaba el pasado estancado de Hispanoamérica, y defiende el lenguaje popular y

espontáneo, símbolo de la la libertad y el futuro. Facundo: civilización y barbarie

(1845) es una durísima crítica contra el caudillo federal Juan Facundo Quiroga,

conocido como “El Tigre de los Llanos”, al que Sarmiento identifica con los dos

elementos representativos de la barbarie argentina: el gaucho y la pampa. En su

autobiografía Recuerdos de provincia (1850), Sarmiento expone las cualidades que

según él debe poseer la nueva juventud latinoamericana: cultura y poliglotismo. Entre

sus numerosos escritos de carácter político, destacan Argirópolis (1850) —descripción

de una ciudad imaginaria concebida por Sarmiento como capital de los Estados Unidos

del Río de la Plata— y El Chacho (1865) —crónica histórica acerca del caudillo

federal Ángel Vicente Peñaloza.

En la introducción de Facundo: civilización y barbarie, Sarmiento presenta la figura

del caudillo Juan Facundo Quiroga y su nefasta influencia en los acontecimientos

política de Argentina:

¡Sombra terrible de Facundo! ¡Voy a evocarte, para que sacudiendo el ensangrentado polvo que

cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que

desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: revélanoslo. Diez años aun

despues de tu trágica muerte, el hombre de las ciudades y el gaucho de los llanos argentinos, al

tomar diversos senderos en el desierto, decían: “¡No! ¡no ha muerto! ¡Vive aún! ¡Él vendrá!!” —

¡Cierto! Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares, en la política y revoluciones

argentinas; en Rosas, su heredero, su complemento: su alma ha pasado en este otro molde más

acabado, más perfecto; y lo que en él era sólo instinto, iniciación, tendencia, convirtióse en Rosas

en sistema, efecto y fin; la naturaleza campestre, colonial y bárbara, cambióse en esta

metamorfosis en arte, en sistema y en política regular capaz de presentarse a la faz del mundo

Domingo F. Sarmiento

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― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ―

49

como el modo de ser de un pueblo encarnado en un hombre que ha aspirado a tomar los aires de

un genio que domina los acontecimientos, los hombres y las cosas. Facundo, provinciano, bárbaro,

valiente, audaz, fue remplazado por Rosas, hijo de la culta Buenos Aires, sin serlo él; por Rosas

falso, corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin pasión, y organiza lentamente el

despotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo. Tirano sin rival hoy en la tierra, ¿por qué

sus enemigos quieren disputarle el título de Grande que le prodigan sus cortesanos? Sí; grande y

muy grande es para gloria y vergüenza de su patria; porque si ha encontrado millares de seres

degradados que se unzan a su carro para arrastrarlo por encima de cadáveres, también se hallan a

millares las almas generosas que en quince años de lid sangrienta no han desesperado de vencer al

monstruo que nos propone el enigma de la organización política de la República. Un día vendrá, al

fin, que lo resuelvan; y el Esfinge Argentino, mitad mujer por lo cobarde, mitad tigre por lo

sanguinario, morirá a sus plantas, dando a la Tebas del Plata el rango elevado que le toca entre las

naciones del Nuevo Mundo.

Facundo: civilización y barbarie (1845)

4.10. Literatura gauchesca

En el período neoclásico, la literatura hispanoamericana ensayó nuevos modelos que

fructificaron en la época romántica y costumbrista, entre ellos el de la literatura

gauchesca, género literario exclusivo del Río de la Plata que recrea la figura mítica del

gaucho, vaquero de la pampa argentina cuyas costumbres y vivencias se reflejan en

forma de canciones populares. El iniciador de este género fue el sacerdote argentino

Juan Baltasar Maciel (1727-1788), que en 1777 se aparta intencionadamente de la lírica

culta neoclasicista para componer un romance popular titulado Canta un guaso en estilo campestre los triunfos del Excmo. señor don Pedro de Cevallos, en el que un “guaso”

(campesino o gaucho) alaba con su lenguaje rural “los triunfos y las gazañas” de su

protector Pedro de Cevallos, virrey del Río de la Plata. Ya dentro del siglo XIX, el

también argentino Juan Gualberto Godoy (1793-1864) contribuyó decisivamente al

asentamiento de la poesía gauchesca como género popular gracias a su participación en

“payadas”, competiciones poéticas en las que los “payadores” o juglares de la pampa se

retaban con versos improvisados. Sin embargo, este género literario se estableció

definitivamente gracias al uruguayo Bartolomé Hidalgo (1788-1822), cuyos originales

“cielitos” y diálogos patrióticos vinculaban la realidad política del momento a la

sensibilidad del hombre de la pampa. Posteriormente, el argentino Hilario Ascasubi

(1807-1875) contribuyó a otorgar auténtica jerarquía artística a la literatura gauchesca

con el extenso poema Santos Vega o los mellizos de la Flor (1851), en el que la ruda

poesía de la pampa se expresa en un culto al coraje del gaucho, que se convierte en un

héroe nacional al margen de la ley (en una clara afirmación de rebeldía ante el gobierno

de Rosas); en algunas de sus obras, Ascasubi usó como pseudónimo el nombre de dos de

sus poemas: Paulino Lucero (1846) y Aniceto el Gallo (1853). Otro escritor rioplatense

que contribuyó decisivamente a la poesía gauchesca fue el argentino Estanislao del

Campo (1834-1880), gran admirador del anterior, de quien tomó la costumbre de firmar

sus obras con un pseudónimo (el suyo era “Anastasio el Pollo”); tras asistir al estreno de

la ópera Fausto en Buenos Aires, Del Campo compuso el poema Fausto, Impresiones del gaucho Anastasio el Pollo en la representación de esta Ópera (1866) —popularmente

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― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ―

50

conocido como “El Fausto Criollo”—, en el que dos gauchos dialogan acerca de esta

ópera, mezclando de forma ingenua realidad y ficción en lo representado. Dentro del

género narrativo, el uruguayo Alejandro Magariños Cervantes (1825-1893) es autor de

la primera novela histórica de tono gauchesco: Caramurú (1848).

La literatura gauchesca supone una revalorización de las cualidades positivas del campo y

sus habitantes, negadas o sencillamente ignoradas durante la literatura colonial

hispanoamericana, que consideró al gaucho como el símbolo del desorden social, la

rebelión y la mala vida. Sin embargo, tras su decisiva intervención en las guerras de la

independencia, la figura del poblador de la pampa quedó rehabilitada y pasó a formar

parte del acervo literario. La literatura gauchesca se afirma precisamente cuando el

gaucho no es más que un recuerdo histórico en la mentalidad hispanoamericana

moderna del siglo XIX, un ser ideal al que hay que recuperar como parte de la identidad

propia. En ese momento, la poesía fija su carácter para siempre, le otorga dimensiones

míticas y lo eleva a símbolo de las virtudes nacionales, creando un nuevo héroe a la

manera del Cid Campeador en España. Surge así, ya dentro del periodo de la literatura

nacionalista, la figura más representativa del gaucho: Martín Fierro (1872-1879), poema

narrativo del argentino José Hernández (1834-1886), que muestra, no obstante, una

imagen más realista y amarga del gaucho, personaje marginado por una sociedad injusta.

El éxito de esta obra hace que la figura del gaucho se traslade a la novela, y de esta forma

el también argentino Eduardo Gutiérrez (1851-1889) escribe Juan Moreira (1880), novela

romántica publicada en forma de folletín en la que el protagonista, basado en un

personaje histórico, se rebela contra la injusticia. A raíz de la popularidad de esta última

entre el creciente público lector urbano, la temática gauchesca se extiende en la década

de 1880 a los circos criollos, y de ahí posteriormente al teatro y al cine. La figura del

gaucho se hallaba tan arraigada en la mentalidad rioplatense que traspasa incluso el

ámbito de otros géneros, como en la novela picaresca Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira (1910), del argentino Roberto Payró (1867-1928). El último ejemplo de

mitificación del gaucho en la literatura hispanoamericana, ya dentro del siglo XX, será

Don Segundo Sombra (1926), del argentino Ricardo Güiraldes (1886-1927).

Resumen

El deseo de libertad de las colonias españolas en América durante la primera mitad del

siglo XIX da origen a la literatura de la independencia, que se inicia bajo el signo del

Neoclasicismo. Los escritores hispanoamericanos muestran su lado más patriótico

mediante una doble preocupación en sus obras: por un lado, ensalzan la belleza natural

del Nuevo Continente (Andrés Bello) y destacan los aspectos costumbristas de la

realidad americana (literatura gauchesca), y por otro realizan una crítica social y

moral de su entorno (como en El Periquillo Sarniento, de José Joaquín Fernández de

Lizardi, primera novela hispanoamericana).

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― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ―

51

En el segundo tercio del siglo XIX, el Neoclasicismo da paso al Romanticismo, corriente

que dominará el panorama literario de Latinoamérica hasta finales de la centuria

(especialmente en el terreno de la poesía), con Argentina y México como principales

centros de difusión. Este movimiento literario, cuyo principal representante es el

argentino Esteban Echeverría, está dividido en dos etapas: “Romanticismo social” (1830-

1860), movimiento de pasiones exaltadas que refleja la libertad del individuo frente al

poder opresor de los gobiernos autoritarios, y “Romanticismo sentimental” (1860-1890),

que recupera su pureza y subjetivismo original en un ambiente de libertad.

A mediados del siglo XIX, el Romanticismo se fusiona con el Costumbrismo, que

busca reflejar los usos y tradiciones locales. El argentino Domingo Faustino Sarmiento

es el precursor de esta corriente literaria con Facundo.

Actividades 1) Investiga la fecha de independencia de los distintos países hispanoamericanos en la primera mitad

del siglo XIX.

2) El venezolano Andrés Bello, uno de los iniciadores de la literatura de la Independencia, exalta la

geografía y recursos naturales de América en su poema Silva a la agricultura de la zona tórrida, al

tiempo que hace una defensa de la sencilla vida rural frente a los vicios de la ciudad. Señala los frutos

tropicales que menciona en el fragmento incluido en 4.4.

3) El Periquillo Sarniento, del mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi, es la primera novela

moderna publicada en Hispanoamérica. A través de las vivencias del protagonista, Pedro Sarmiento,

Lizardi lleva a cabo una crítica de la sociedad de su país bajo la forma de una novela picaresca. Indica

qué elementos de este género narrativo aparecen en el fragmento incluido en 4.5.

4) El argentino Esteban Echeverría es uno de los principales representantes del “Romanticismo social”

hispanoamericano de la primera mitad del siglo XIX, que exalta la libertad y las pasiones del individuo

frente a la opresión de los gobiernos autoritarios en Latinoamérica. En su novela más famosa, El matadero, el escritor ilustra de forma alegórica el enfrentamiento político entre unitarios y federales en

Argentina bajo el gobierno del dictador Juan Manuel de Rosas. Investiga este periodo histórico

argentino e indica cómo describe Echeverría a unos y otros en el fragmento incluido en 4.7.

5) Facundo: civilización y barbarie, del argentino Domingo Faustino Sarmiento, es un análisis crítico de

la sociedad argentina tras su independencia en 1816. En él, el escritor refleja acertadamente el contraste

entre “civilización” (representada por Europa, Norteamérica, las ciudades y los unitarios) y “barbarie”

(identificada con la tradición española, el campo y los federales). ¿Cómo describe Sarmiento la figura

del gaucho argentino en el siguiente fragmento?

El gaucho anda armado del cuchillo que ha heredado de los españoles: esta peculiaridad de la Península, este grito característico de Zaragoza: ¡Guerra a cuchillo!, es aquí más real que en España. El cuchillo, a más de un arma, es un instrumento que le sirve para todas sus ocupaciones: no puede vivir sin él, es como la trompa del elefante, su brazo, su mano, su dedo, su todo. El gaucho, a la par de jinete, hace alarde de valiente, y el cuchillo brilla a cada momento, describiendo círculos en el aire, a la menor provocación, sin provocación alguna, sin otro interés que medirse con un desconocido; juega a las puñaladas, como jugaría a los dados. Tan profundamente entran estos hábitos pendencieros en la vida íntima del gaucho argentino, que las costumbres han creado sentimientos de honor y una esgrima que garantiza la vida. El hombre de la plebe de los demás

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― LITERATURA DE LA INDEPENDENCIA ―

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países toma el cuchillo para matar, y mata; el gaucho argentino lo desenvaina para pelear, y hiere solamente. Es preciso que esté muy borracho, es preciso que tenga instintos verdaderamente malos, o rencores muy profundos, para que atente contra la vida de su adversario. Su objeto es sólo marcarlo, darle una tajada en la cara, dejarle una señal indeleble. Así, se ve a estos gauchos llenos de cicatrices, que rara vez son profundas. La riña, pues, se traba por brillar, por la gloria del vencimiento, por amor a la reputación… Matar es una desgracia, a menos que el hecho se repita tantas veces que inspire horror el contacto del asesino. El estanciero D. Juan Manuel Rosas, antes de ser hombre público, había hecho de su residencia una especie de asilo para los homicidas, sin que jamás consintiese en su servicio a los ladrones; preferencias que se explicarían fácilmente por su carácter de gaucho propietario, si su conducta posterior no hubiese revelado afinidades que han llenado de espanto al mundo. […] ¿Creeráse que estas proezas y la destreza y la audacia en el manejo del caballo son la base de las grandes ilustraciones que han llenado con su nombre la República Argentina y cambiado la faz del país? Nada es más cierto, sin embargo. No es mi ánimo persuadir a que el asesinato y el crimen hayan sido siempre una escala de ascensos. Millares son los valientes que han parado en bandidos oscuros; pero pasan de centenares los que a esos hechos han debido su posición. En todas las sociedades despotizadas, las grandes dotes naturales van a perderse en el crimen… Con esta sociedad, pues, en que la cultura del espíritu es inútil e imposible, donde los negocios municipales no existen, donde el bien público es una palabra sin sentido, porque no hay público, el hombre dotado eminentemente se esfuerza por producirse, y adopta para ello los medios y los caminos que encuentra. El gaucho será un malhechor o un caudillo, según el rumbo que las cosas tomen en el momento en que ha llegado a hacerse notable. Facundo: civilización y barbarie (capítulo III: “Asociación”)