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111 PRIMERA PARTE / El pensamiento de Marcelo Diamand... CAPÍTULO 7 Marcelo Diamand y los debates de su época Héctor Valle 1 I.- Hombre y circunstancia L a obra de Marcelo Diamand se integra no sólo con algunos de sus escritos originales más la innidad de conferencias y debates donde participó, también deben incluirse a los éxitos y contratiempos que tuvo en la gestión gremial empresaria. Tal entramado de propuestas teóricas y acciones concretas permite iluminar el escenario en que se desenvolvían los grandes temas de la época, espacio donde él jugó un papel central. Nos estamos reriendo a un período no demasiado extenso, comprendido por los años sesenta y que llega hasta mediados de la década siguiente, no mucho más. Fue la “edad dorada “de su producción intelectual, especícamente debido al papel que tuvo en la controversia acerca de cual era el modelo de desarrollo económico más conveniente para la Argentina. El análisis retrospectivo, un formidable instrumento historiográco, nos sor- prende al advertir cómo la actualidad sirve para explicar aquellos tiempos que, luego lo supimos, eran una suerte de bisagra histórica. Por entonces una de las disputas académicas más intensas giraba, especícamente, en torno a las estra- tegia que debía seguir la industrialización en un país donde ya había concluido la primera etapa en la sustitución de importaciones y estaban en curso algunos proyectos en los sectores básicos, identicables con la segunda. Las actuales carencias de la burguesía nacional, mucho tienen que ver con la frustración de aquel proceso. Al revisar sus escritos de aquellos años advertimos que “ahí está todo” acerca del pensamiento que elaboró Marcelo Diamand, en el plano de lo creativamente 1 Presidente de FIDE.

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CAPÍTULO 7

Marcelo Diamand y los debates de su época

Héctor Valle1

I.- Hombre y circunstancia

La obra de Marcelo Diamand se integra no sólo con algunos de sus escritos originales más la infi nidad de conferencias y debates donde participó, también deben incluirse a los éxitos y contratiempos que tuvo en la gestión

gremial empresaria. Tal entramado de propuestas teóricas y acciones concretas permite iluminar el escenario en que se desenvolvían los grandes temas de la época, espacio donde él jugó un papel central. Nos estamos refi riendo a un período no demasiado extenso, comprendido por los años sesenta y que llega hasta mediados de la década siguiente, no mucho más. Fue la “edad dorada “de su producción intelectual, específi camente debido al papel que tuvo en la controversia acerca de cual era el modelo de desarrollo económico más conveniente para la Argentina.

El análisis retrospectivo, un formidable instrumento historiográfi co, nos sor-prende al advertir cómo la actualidad sirve para explicar aquellos tiempos que, luego lo supimos, eran una suerte de bisagra histórica. Por entonces una de las disputas académicas más intensas giraba, específi camente, en torno a las estra-tegia que debía seguir la industrialización en un país donde ya había concluido la primera etapa en la sustitución de importaciones y estaban en curso algunos proyectos en los sectores básicos, identifi cables con la segunda. Las actuales carencias de la burguesía nacional, mucho tienen que ver con la frustración de aquel proceso.

Al revisar sus escritos de aquellos años advertimos que “ahí está todo” acerca del pensamiento que elaboró Marcelo Diamand, en el plano de lo creativamente

1 Presidente de FIDE.

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muy rico como ciertas opiniones que pueden ser objetables. Sus muchos ingre-dientes positivos revelan los frutos de una inteligencia poco común, cultivada con el perseverante ejercicio, tanto de la lectura como una cotidiana discusión enriquecedora y la tenaz elaboración de propuestas que intentaban escaparle a las matrices establecidas. Ese bagaje que Diamand construyó lo puso generosamente al servicio de la corriente heterodoxa donde militaba.

Pero todo ello no nos libera de advertir las falencias en su modelo: cierta uni-lateralidad analítica al ignorar los aportes de otras voces críticas, el desdén por la importancia que tenían fenómenos tales como las perturbaciones originadas en el largo periodo que llevaba la maduración en las inversiones manufactureras y de infraestructura, necesarias para evitar los cuellos de botella en los ciclos produc-tivos, y ese permanente supuesto, que él cultivaba, acerca de de la infalibilidad vigente en la gestión de las economías industrializadas. Estas eran tomadas como prototipos a seguir.

Nuestra aseveración no supone ignorar los trabajos posteriores, ni desmerecer la importancia del infl uyente desempeño que tiempo después ejercería –pese al deterioro ya grave de su salud– presidiendo el Consejo Académico de la Unión Industrial Argentina. A mediados de los ’90, semanalmente y convocados por Marcelo un grupo de economistas nos reuníamos para cambiar idea y estudiar alternativas que poco o nada eran consideradas por las autoridades de la Institu-ción. Pese a todo, la discusión en ese ámbito se fue enriqueciendo a medida que la Convertibilidad se acercaba al tiro de gracia.

Digámoslo de entrada, más allá de los numerosos acuerdos, siempre tuve una opinión crítica en relación a ciertos aspectos del corpus ideológico construido por Marcelo Diamand. Se trata de cuestiones todas que en el pasado, abusando de su tolerancia, he tenido el privilegio de poder discutir con él. Me permitiré opinar entonces “desangeladamente” tanto acerca de sus alcances como sobre las limitaciones que yo creo tenía su modelo.

Centralmente, no comparto la apreciación que él tenía, primero, sobre el funcionamiento del capitalismo en los países desarrollados; segundo, acerca de los mecanismos –casi de relojería– que proponía para la política industrial con el propósito de superar eventuales desequilibrios en las cuentas externas y eli-minar factores perturbadores en la formación de capital; en tercer término, creo exagerado su despiadado ataque a otras corrientes de pensamiento vigentes en la Argentina. Y considero que la precariedad con que abordó ambas cuestiones, quizá con el fi n de resaltar la viabilidad sus propias hipótesis acerca del proyecto industrial deseado, terminan opacándolo.

A los fi nes del análisis, es mi propósito, limitarme a los que considero fueron los mejores años en el creativo aporte que hizo Marcelo Diamand con el diseño de política industrial por él elaborado al cual –dado el grado en que sofi stica el uso de los instrumentos– podríamos defi nir como “de segunda generación”. Se trataba de un esquema cambiario y arancelario muy novedoso y acorde con el

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propósito de romper las asimetrías existentes en la productividad de los sectores que integran nuestro aparato productivo. Pero quiero también ocuparme, tanto de la visión que Marcelo tenía sobre el contexto internacional en que debía ponerse en marcha esas iniciativas y, especialmente, acerca de aquellas corrientes de pensamiento alternativas a la suya.

II.- El personaje

Conocí al ingeniero Marcelo Diamand a mediados de 1967. Por entonces ya se destacaba a partir de la tarea como dirigente empresario y por sus frecuentes notas de prensa. En ambos espacios se identifi caba como parte de los actores sociales que se oponían a la visión conservadora que imperaba en la llamada “Revolución argentina”. Ello no le impedía abrigar ciertas esperanzas respecto a la gestión de Krieger Vasena, las que rápidamente se disiparían. También se diferenciaba del estereotipo empresarial hiper reaccionario –caricaturizado por Landrú como el “Sir Jonas” de Primera Plana– que integraban gustosamente las fi las de ACIEL y acompañaba con fe ciega a los discursos del ingeniero Alzogaray.

Estos no son datos menores. Necesitan ser valorados habida cuenta de los tiempos en que ocurrían: una sociedad que convalidaba en silencio (y un con-junto de medios que no escatimaban elogios) el estado de sitio y la represión a las huelgas de los trabajadores y donde ya había dejado su huella la noche de los bastones largos ocurrido en la Universidad de Buenos Aires. Esto último era todo un símbolo de los fuertes prejuicios ideológicos propios del oscurantismo “cursillista “ convertido en el común denominador imperante en el partido militar que gobernaba de facto.

Como parte de ese “modo de ser” típico del onganiato, a mediados de 1967, un almirante produjo la segunda purga entre el personal del CONADE. Juzgados expeditivamente como “subversivos sospechosos” caímos en la volteada varios integrantes del departamento Industria. El ingeniero Roque Carranza, nuestro ex Secretario, se preocupó por acercarnos algunas oportunidades de trabajo, aunque fueran temporarias. Así me conectó con la Cámara de la Industria Electrónica (CADIE). Por entonces Diamand era su líder natural y estaba discutiendo con la Secretaría de Industria un proyecto de estructura arancelaria para las actividades que abarcaba a ese sector manufacturero.

Decía que aceptado el crecimiento como meta, la misión del análisis econó-mico pasa por determinar los instrumentos que conduzcan tanto a maximizar la tasa a la cual puede crecer el PIB como el excedente de las cuentas externas, y a partir de esas metas superiores de largo plazo, fi jar los objetivos prioritarios o estratégicos de la política económica y seleccionar los instrumentos para lograr-los. Dicho en otros términos: una vez producida la devaluación, en términos reales, del peso era necesario aplicar de forma inmediata una adecuada estruc-

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tura arancelaria acompañada de retenciones sobre el valor de las exportaciones primarias ; y esta combinación instrumental se convertiría en la herramienta esencial para que la industria tuviera un tipo de cambio que fuera competitivo y garantizara el objetivo principal de promocionar un fuerte y continuo aumento en las exportaciones de origen manufacturero.

Era en función de tal orden de prioridades que Diamand no veía con malos ojos el ensayo de Krieger Vasena al intentar un mecanismo de devaluación com-pensada. Pero insistía en la urgencia por avanzar rápido, produciendo acciones en otros aspectos. Tal el caso de abrir el mercado cambiario (en comercial y fi nanciero) para luego manejar la cotización vigente en el primero, por la vía arancelaria y fi scal, moviéndolo a favor de la industria. A ello se le sumarían otras acciones como el otorgamiento de subsidios para estimular la oferta primaria, la ampliación de los montos del draw-back a los exportadores de bienes de origen industrial y la provisión de crédito barato al empresariado argentino, así como establecer estímulos fi scales dirigidos a la industria local. Todo esto debía impo-nerse, como un shock inmediato, antes que el tipo de cambio real fuera devorado por la infl ación y todo terminara en otra devaluación del peso, como así ocurrió poco tiempo después.

A su juicio, cuando se cayó el esquema de Krieger:

“el inconveniente surgió debido a que la reforma coincidió con un reajuste general de los salarios y la elevación consecuente de los costos internos. Su utilización simultánea como un elemento de la política estabilizadora obligó a mantener el tipo de cambio nominal fi jo y compensar los crecientes costos por vía de una paulatina reducción de los derechos a la exportación que se habían fi jado, De modo que con el correr del tiempo, el impacto de la reforma se ha diluido en gran medida” (Diamand, 1979).

Para su propuesta de nueva estructura arancelaria del sector electrónico se fundaba en un trabajo de CADIE que él había dirigido en 1966, titulado “Pro-yecto de modifi cación de la estructura arancelaria y cambiaria” y en la Cámara me encargaron la tediosa tarea de confeccionar las planillas respectivas del pro-yectado nomenclador. Este era el instrumento, pensado como una norma “de sintonía fi na”, que permitiera consolidar el sesgo expansivo que mostraba la pujante industria electrónica de aquellos años.

Tanto el explosivo crecimiento en la compra de televisores que siguió a la aparición de nuevos canales como la urgente necesidad de modernizar la infraes-tructura de comunicaciones, particularmente las vinculadas con el servicio telefó-nico – cuyo principales proveedores eran empresas extranjeras, en un permanente tironeo con las PyMEs que podían proveerlas de componentes–, implicaban una atractiva demanda potencial, cuyo aprovechamiento debía ser maximizado por la oferta interna. Además, en una segunda consecuencia, ello derivaba en una mayor demanda de partes y componentes cuyo precio de importación era sensi-

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blemente mas bajo que el nacional. No resultaba sencillo entonces compatibilizar los intereses de los diversos actores participantes en la cadena de valor, donde la mayoría de sus integrantes generalmente preferían importar los insumos que utilizaban en su ciclo fabril en lugar de apelar a la oferta nacional. El panorama era similar en las restantes ramas de la industria nacional.

Para que estas ecuaciones dieran el resultado esperado era necesario revisar la estructura arancelaria a partir de una escala donde aquellos bienes sin pro-ducción interna tuvieran arancel cero y luego el coefi ciente crecería a medida que se trataba de artículos con mayor valor agregado. Ello implicaba considerar producto por producto, bien fi nal por bien fi nal, componente por componente, recorriendo todas las celdillas en la matriz sectorial de insumo producto. Luego vendría la peliaguda tarea de alcanzar el consenso interno lo distintos empresa-rios e importadores de electrónica (generalmente con intereses encontrados), y fi nalmente encarar la nada sencilla discusión con los funcionarios de la Secretaría de Industria.

De tanto en tanto lo informaba acerca de los avances en el trámite. Para eso, en algunas ocasiones, me corría hasta su fábrica de radios “TONOMAC” localizada en el barrio de Chacarita. Típica mediana empresa en pleno ascenso, nacida en 1951, la planta fabril consistía en dos edifi cios vecinos, los cuales se comunicaban por unos accesos abiertos en la pared medianera. No era sencillo llegar a la ofi cina de Marcelo, superando pasadizos y eludiendo líneas de ensamblado y puestos de control de calidad, lugar que, para los no habituados era difícil de identifi car.

Por aquellos años Diamand era un tipo alto, saludable, que hablaba un espa-ñol de dudoso origen, pero con fuerte infl uencia eslava. Se trataba de una per-sona extremadamente gentil y siempre dispuesta a emplear generosamente todo el tiempo que fuera preciso para exponer sus ideas con quienes se acercaba a conocerlas o cuestionarlas. Este último era mi caso –estábamos en vertientes ideológicas diferentes–. Pero me sorprendía, tanto su espontánea simpatía como la predisposición permanente que tenía a discutir ideas. Claro está, jamás modifi -caría en un ápice su visión de las cosas, materia en la cual no reconocía fi suras.

Generalmente, cuando no andaba de un lado al otro en el sector fabril, supervisándolo todo, atendía en su “despacho”: una amplia ofi cina sin mayores pretensiones que compartía con un par de secretarias y pilas de componentes electrónicos. En mi caso, dialogábamos (en realidad predominaban sus largas explicaciones, donde quedaba poco espacio para cualquier duda existencial) al tiempo que fi rmaba, alternativamente, pilas de cheques, ordenes de compra y pagarés. Tal escena siempre me pareció un divertido ejemplo práctico del proceso que regula la transformación de la Mercancía en “Dinero prima” y el “Dinero prima” en “Mercancía prima” de acuerdo al famoso esquema del Tomo II de “El Capital”.

Empresario exitoso, pero además una persona interesada en todas las variadas manifestaciones culturales de esos años, muy lector y bravo polemista, con nula

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preocupación por aparentar status y lejano a caer en los engolamientos típicos de aquellos años. Destinaba todo el tiempo que fuera preciso a divulgar sus ideas. Con sus mas y sus menos podríamos defi nirlo como el prototipo del “burgués nacional”, una especie casi en extinción que la Argentina tanto necesita. Ya por entonces manifestaba una vocación muy nítida por las cuestiones de la macro a partir de su preocupación inicial el torno al tipo de cambio y una innata descon-fi anza respecto a la corriente principal de la teoría económica.

III.- Posicionamiento teórico y juicios categóricos

Diamand no sólo era un ingeniero que producía artículos electrónicos con la mejor tecnología por entonces disponible, dirigente empresario en ascenso y un activo propagador de sus propias ideas, abrumador del adversario cuando de polemizar se trataba y si eso era preciso para derrotarlo (pero siempre dejando el espacio para un acuerdo amistoso, como solía decir y parecía creerlo). Se trataba de un autodidacta, ingeniero electrónico quizá algo desordenado en sus lecturas. Pero en realidad todos los economistas heterodoxos somos en alguna medida autodidactas y ello es, en gran parte, el resultado de la hegemonía neoclásica predominante en nuestras facultades.

La unilateralidad en sus lecturas, quizá, le permitía sostener, sin asumir duda alguna, que las corrientes nacional-populistas, tenían sus raíces intelectuales de modo exclusivo en una versión simplifi cada de la teoría keynesiana. Y por eso las cuestionaba. Se trataba de un supuesto demasiado fuerte, que además no se puede ratifi car en los escritos del variopinto universo de los supuestos “populistas “. Tal los casos de Jauretche, Scalabrini Ortiz, Spilimbergo, Liceaga, Frigerio, Abelardo Ramos, Silvio Frondizi o Hernandez Arregui, por citar sólo algunos.

Valga una anécdota: una de esas tardes en TONOMAC aproveché mi visita para darle un vistazo a hojas sueltas del borrador –recién mecanografi ado y que gentilmente me alcanzó– de uno de sus artículos; el cual, mientras tanto él enmen-daba una y otra vez con esa su caligrafía difícil de descifrar. Creo que eran los originales de “Seis falsos dilemas en el debate económico nacional”. Me permití señalarle la similitud entre muchas de sus ideas y las que había desarrollado Kalecky años atrás; subrayé que ambos coincidían en juzgar negativamente a la síntesis neoclásica keynesiana por considerarla una suerte de “keynesianismo bastardo”, según Kalecky.

Es más, yo creía advertir que él, Marcelo, había desenvuelto teóricamente sus ataques a los populistas (léase el peronismo) a quienes les adjudicaba un keynesianismo trasnochado, trabajando a partir de las tesis de Kalecky. Pero, sin que se le moviera un pelo me contestó que no conocía a Kalecky ni a sus ideas y luego comprobé que no tenía un gran interés por averiguarlo. Tampoco había frecuentado demasiando a Dobb ni a otros marxistas contemporáneos (recorde-

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mos que el viejo Keynes –economista de cabecera de Diamand– siempre desca-lifi caba al socialismo marxista como “una doctrina tan ilógica como obtusa” y a “El Capital como un viejo manual plagado de errores” (Dillard, 1962). Esa era una de las razones de su inocultable antipatía con Frigerio quien, sabido es, había abrevado en el marxismo desde su juventud, cuando militaba en la FEDE y en el grupo Insurrexit.

Por entonces se concentraba en el estudio de la obra de keinesianos al estilo Joan Robinson y denotaba una lógica atracción por los escritos de Schumpeter, principalmente. Más adelante, a medida que crecía el interés que tenía en perfec-cionar detalles de sus propuestas frecuentó los trabajos de Chenery, Bela Balassa y Daniel Schidlowski, particularmente, con el objeto de fundamentar su crítica al proceso que había seguido la industrialización de post guerra en la Argentina según criterios que a su parecer habían sido “autarquizantes”. Tales son los con-tendidos principales de su famoso artículo publicado en el n° 45 de Desarrollo Económico, en junio 1972.

Pero, ya en 1973 cuando publica “Doctrinas económicas, desarrollo e inde-pendencia”, estamos frente a una obra, muy polémica, cuyos objetivos trascien-den a la nueva realidad que enfrentaba el país con la vuelta a la democracia, para avanzar en el plano teórico. Puede en ese texto advertirse que había ampliado sustantivamente el arco de sus economistas de referencia. Pero también salen a la superfi cie ciertas limitaciones y analíticas y prejuicios políticos. Es notable la osa-día de sus juicios hacia algunas teorías económicas que no comparte. Veamos.

En esa obra, escrita con un estilo que no parece el de siempre, Diamand califi ca al “frigerismo” y al ensayo 1958/61 de haber adoptado un esquema inco-herente y reñido con los objetivos políticos postulados, propugnando innecesaria-mente recurrir al capital extranjero, bloqueando las propias fuentes generadoras de capital y llevando a un tipo de desarrollo intrínsecamente inviable y “desti-nado a estrellarse contra el desequilibrio en el balance de pagos”. Le adjudica, además tener hostilidad manifi esta hacia las exportaciones industriales, cuando precisamente estas deberían ser el objetivo privilegiado en un efi ciente modelo de desarrollo. Como es sabido, las principales empresas que se instalaron durante la presidencia del Dr. Frondizi, pocos años después lideraban las exportaciones de origen industrial de la Argentina; es cierto, lamentablemente en muchos casos ello se debió al desaliento del mercado interno provocado por las sucesivas polí-ticas de ajuste.

Adicionalmente Diamand considera que:

“el desarrollo basado en los aportes extranjeros es posible únicamente si el respiro que estos otorgan se aprovecha en para mejorar la situación de la balanza de pagos, de modo que pueda compensar el endeudamiento que se va produciendo. Pero dicho efecto se logra únicamente si durante el período en cuestión existe una fi rme acción tendiente a la ampliación de

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la capacidad exportadora y de la capacidad sustitutiva de importaciones… Cuando el endeudamiento explotó en 1962, los frigeristas carecieron de instrumentos conceptuales para entender qué les había pasado”.

Se trata de afi rmaciones donde ignoraba que para Frigerio, primero, el tipo de inversiones externas deseadas eran principalmente aquellas de riesgo, dirigidas a la ampliación de la base material. Segundo, Frigerio descartaba la única vía que por entonces existía para ampliar substancialmente el ahorro nacional, consistente en forzar un recorte agudo de los salarios. Con la experiencia de 1959 ya tenía bastante y ese tema constituyó el eje de su extensa polémica con Alsogaray. En tercer termino, Diamand desdeñaba la importancia perturbadora del descalce existente entre el largo periodo de maduración en las inversiones dirigidas a las industrias básicas y las demanda anual de dólares necesarios para cumplir con los pospagos externos.

Si se interrumpe la entrada de nuevas inversiones, como ocurrió debido a la crisis desatada por el Dr. Pinedo en abril de 1962 (algo asombrosamente ignorado por Diamand que adjudica esa turbulencia a la incapacidad de gobierno derrocado en marzo/62 para resolver los problemas de su endeudamiento externo), estare-mos en el peor de los mundos: dependemos de las divisas que pueda aportar la vieja economía, basada en la exportación primaria, con todas sus limitaciones, puesta a cubrir la brecha externa. Y esto último era difícil que ocurriera, dadas las condiciones de los años sesenta.

Las únicas inversiones de rápida maduración fueron las vinculadas con los denostados contratos petroleros, rescindidos por el Dr. Illia en 1963, con lo cual no solo se volvió a importar petróleo sino que debió pagarse las indemnizaciones a las compañías petroleras. Aquella decisión del gobierno radical, por otra parte habría de convertirse en efectivo desestímulo al ingreso de inversiones de riesgo en la Argentina. En su mayoría optaron por radicarse en el Brasil. Finalmente, cabe recordar que, a partir de 1964, cuando las inversiones en acero, petroquí-mica, producción de tractores, etc fi nalmente maduraron, ello permitió el ingreso en una fase expansiva de la industria que duro unos diez años.

IV.- ¿Todo es descartable en Marx?

No menos enojado estaba Diamand con el marxismo. En sus escritos juzga que es erróneo estudiar la economía argentina tomando como dato lo que pasa con la propiedad de los medios de producción ya que, como es sabido “ los graves problemas por los que atraviesa el país no se deben a la naturaleza intrínseca del sistema (¿el capitalismo de libre mercado?) sino a su manejo desastroso.” De lo cual cabe deducir que las reglas cambiarias que propugnaba Diamand –apenas

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con ello– garantizaban un manejo tan infalible como virtuoso del capitalismo en este lejano rincón del mundo. Es más enfatizaba que:

“para actuar sobre el sistema hay que entender previamente cómo funciona. La ideología marxista en cambio bloquea totalmente esta comprensión, tanto en lo que se refi ere a la naturaleza de los problemas económicos como al tipo de estrategia política necesaria para llevar a su solución” (Diamand, 1973).

La cuestión principal en ese ataque desdeñoso a cualquier forma del pensa-miento crítico, creo, y más allá de la reciente reivindicación que viene ocurriendo con el desarrollismo en nuestro país, pasa por preguntarse si efectivamente el aporte del marxismo a la comprensión del funcionamiento de las sociedades es absolutamente descartable como suponía Diamand. Sorprende que en su obra no exista mención alguna a trabajos contemporáneos en temática similares, como el estudio de las leyes que regulan en intercambio internacional (Amin, 1971; Emmanuel, 1972) o tomar en cuenta los criterios prioritarios para la asignación de inversiones en países subdesarrollados (Dobb, 1973); por citar sólo algunos escritos contemporáneos a los trabajos de Diamand.

Diamand, por cierto, no se permitía sospechar, dada su ausencia de dudas sobre la infalibilidad del capitalismo industrial como sistema –en todo caso ahí estaban las ideas de Keynes para rescatarlo ante cualquier tropiezo– que este en realidad fuera intrínsecamente inestable. También parecía ignorar las per-turbaciones que ya sacudían al primer mundo y menos aún augurar que en un futuro más lejano pudiera ocurrir una crisis sistémica, precisamente originada en las economías desarrolladas, como la que estalló en 2008. No solo eso sino además, sorprendentemente, que esta reciente crisis respondiera tan claramente a las pautas del viejo Marx sobe sobre fenómenos tales como la tendencia natural a la caída en la tasa de ganancia, los riesgos de la sobreproducción provocada por la regresividad secular en la distribución del ingreso y la destrucción de capital material y humano como el único remedio coherente que existe, según las pautas del sistema, para salvarlo.

Es necesario advertir que Diamand exponía sus ideas a fi nes del largo ciclo positivo que vivió la economía del hemisferio norte desde la postguerra. Pero, a afi nes de 2010, nosotros no podemos darnos el lujo de ignorar que –como lo prueba el reciente record en las ventas de “El Capital” en las librerías de los países industrializados–, la concepción materialista de la historia y la teoría del valor en Marx siguen teniendo inocultable vigencia a la hora de estudiar el origen y recorrido de las crisis. Otro tanto ocurre con los distintos desarrollos posteriores, desde Rosa de Luxemburgo hasta Gramsci y desde la escuela de Frankfurt hasta Mandel o Jean Paul Sastre, por citar solo algunos de sus exponentes, que en un marco no exento de duras polémicas, han venido a enriquecer esa ideología.

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“Al mismo tiempo hay que reconocer que el modelo del propio Marx debe hacerse más explícito de lo que es en sus escritos, que tal vez requiera que se amplíe y perfeccione, y que ciertos vestigios del positivismo del siglo XIX, más evidentes en las formulaciones de Engels que en el pensamiento del propio Marx, deben quitarse del medio. Nos quedan entonces los problemas históricos específi cos acerca de la naturaleza y la sucesión de las formaciones socioeconómicas y los mecanismos de su evolución interna y su infl uencia recíproca. Son cam-pos donde el debate ha sido intenso desde Marx y no en menor medida durante los pasados decenios, y en algunos sentidos el el avance respecto a Marx ha sido impresionante. Asimismo, análisis recientes han confi rmado la brillantez y la profundidad del planeamiento y la visión generales de Marx, aunque también han llamado la atención sobre las omisiones de su tratamiento, en particular de los períodos precapitalistas. Sin embargo, estos temas no pueden analizarse, ni siquiera de la forma mas somera, ex-cepto en términos de conocimiento histórico concreto, esto es, no pueden analizarse en el contexto del presente coloquio. Al ser imposible analizarlos como es debido, lo único que puedo hacer es refi rmar mi convicción de que el planteamiento de Marx todavía es el único que nos permite explicar la historia de la humanidad en toda su extensión, y forma el punto de partida más fructífero para el análisis moderno” (Hobsbawm, 1998).

V.- El debate sesentista sobre el destino de la industria

La situación resulta paradojal, pero dista de ser novedosa. Es notable, como este interesante intelectual, como la mayoría de sus contemporáneos “progre-sistas“ aplicaban y siguen aplicando un criterio de doble vara cuando se trataba considerar a otros personajes que incidieron en la historia económica nacional. También Diamand, el hiper crítico de Frigerio y Oscar Braun a quienes puso en la picota en el último capítulo de “Doctrinas Económicas, desarrollo e indepen-dencia” adoptaba, en paralelo, una muy concesiva actitud, bordeando el acriti-cismo, por ejemplo, respecto a las idas y vueltas de Prebish en la Argentina. No se encuentra en sus artículos y libros mención alguna tanto a los vínculos de Prebisch con el viejo “modelo pacto Roca Runciman” del que había sido actor de reparto y el cual remachaba la especialización agro exportadora de nuestro país. Se trata del mismo personaje y las mismas propuestas que reiteró en su regreso a la Argentina para asesorar a los cabecillas de la revolución libertadora de 1955, insistiendo en recomendar el libre mercado de cambios y la apuesta por la exportación primaria (“sembrado hasta debajo de los catres”). Pero ese era precisamente, el mismo esquema , la misma idea de país, siempre objetado

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por Diamand y cuya aplicación inevitablemente tuvo en cada ocasión en que fue impuesto, las consecuencias que él acertadamente subrayaba.

“cuando se habla del valor real de la divisa, se presupone siempre que ese valor real se refi ere a una cierta estructura productiva, existente en un mo-mento dado. La supresión de la protección llevaría la demanda de divisas en un primer instante a valores varias veces superiores a los actuales. La necesidad de reducir esta nueva demanda al nivel de la oferta forzaría a una devaluación muy intensa , la que provocaría un traslado masivo de ingresos hacia el agro, una caída brusca del salario real , una reducción de la demanda efectiva y una consecuente recesión”.

Lo cierto es que, desde principios de los ’60 (cuando escribe “El FMI y los países subdesarrollados”) y a través de sus permanentes colaboraciones con el Centro de Estudios Industriales y el Centro de Estudios de la realidad económica, Diamand fue construyendo una interpretación y proponiendo soluciones para las crisis recurrentes en la economía argentina que alcanza su versión mas afi nada en el ya famoso artículo “La estructura económica desequilibrada y el tipo de cambio” publicado allá por junio de 1972 en Desarrollo económico.

Ahora bien, por entonces ya abundaban las señales inquietantes en el contexto internacional. La economía del planeta venía de sacudones como el originado en el “mayo francés” y donde la derrota de los Estados Unidos en Vietnam se percibía como inevitable y convirtiéndose en una fuente potencial de incertidum-bre adicional. Se trata de cuestiones que ya habían sido auguradas por analistas como Sweezy y Baran en los Estados Unidos asi como el propio Mandel en Francia, entre otros. Paralelamente, la economía de la URSS también emitía señales sombrías. Nunca habían cicatrizado las heridas de la invasión a Hungría en 1956 y, en 1968 los tanques soviéticos aplastaron la “primavera de Praga”, junto a otras no menos violentas intervenciones en varios países satélites. Era evidente la incapacidad de su burocracia para satisfacer las demandas largamente insatisfechas de la población soviética.

Todas esas evidencias de las convulsiones que sacudían al planeta y el el grado en que ellas podían rebotar sobre la Argentina no son tomadas en cuenta en los trabajos de Diamand. Pero tampoco contempló en sus escritos y conferencias el grado en que sus buenos propósitos se podrían ver afectados por otros fenómenos tales como la estrategia de las fi rmas multinacionales; qué era esa cosa llamada imperialismo, las reivindicaciones de los pueblos que salían del colonialismo ni nada vinculado con el origen y la acumulación del excedente o la existencia de la lucha de clases. Si sus trabajos se hubieran meramente limitado a la cuestión cambiaria, tal actitud podía aceptarse, pero toda vez que se metió a discutir cuestiones ideológicas, que requerían fundamentos mas sólidos, sus aportes pro-positivos empezaron a evidenciar ciertas falencias llamativas.

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Otro tanto le ocurría en sus relaciones con el mundo del trabajo. En los tiem-pos en que lo frecuenté jamás permitió la existencia de una comisión gremial interna en TONOMAC; su gestión de las cuestiones con el personal tenían un fuerte carácter paternalista. Sin embargo conoció su época más brillante como dirigente empresario, con el resurgimiento de la CGI durante la primera mitad de los años 70, bajo la conducción indirecta de Gelbard, titular de la CGE. Pro-bablemente por entonces, ciertos proyectos como el “Pacto Social” de 1973 hayan determinado un cambio en sus ideas acerca de la relación entre patrones y trabajadores, quizá compensando la infl uencia sobre las actitudes originales de Diamand que puede haber ejercido las conocidas posiciones de Lord Keynes en esta materia que, en sus buenos tiempos como abanderado de los industriales británicos, permanentemente batalló contra las Trade Unions de esa nación.

VI.- Teoría y práctica

“Las doctrinas económicas del Fondo Monetario son el refl ejo de las posi-ciones del sector más tradicional de la ciencia económica mundial. Mientras la tendencia a los desequilibrios externos constituye el principal hecho económico en los países subdesarrollados y en los que atraviesan la etapa de transición, estos sectores tradicionales, a través de las revistas, tratados y libros de texto universitarios, explican las ventajas del libre comercio internacional y enseñan sobre lo pernicioso que es el proteccionismo o cualquier otra acción directa sobre la balanza de pagos. La posibilidad de desequilibrios externos autónomos no se ad-mite y los problemas de balance de pagos se atribuyen a los factores de desorden interno. La infl ación, que en gran medida se origina a raíz de los desequilibrios externos, se confunde siempre con una infl ación de demanda, que sería causante de estos desequilibrios. Debido a este diagnóstico, el equilibrio del presupuesto, la con-tracción crediticia, junto a la liberación de importaciones y de regímenes de cambio, se convierten en objetivos prioritarios de los planes económicos impuestos. Estas restricciones al manejo de la política económica termi-nan de imposibilitar toda acción específi ca sobre la balanza de pagos, sea restrictiva o promocional. De este modo, lo que antes era una infl uencia ideológica, a partir de ese momento se transforma en una imposición. Países con riqueza interna, con amplia posibilidades de subsanar su cuello de botella externo que traba su crecimiento económico, se ven impedidos de hacerlo por aquello que constituye el verdadero cuello de botella de su desarrollo: los esquemas doctrinarios, propios y ajenos, que paralizan los esfuerzos de la sociedad, desviándolos hacia políticas suicidas” (Diamand, 1968).

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La elección de esta cita lejos está de ser inocente. Se trataba de un diagnóstico que pudo haberse repetido en las tantas ocasiones en que, durante las décadas posteriores, la Argentina se vio sometida a los ajustes impuestos por el FMI. En 1968 –mientras el Plan Krieger, convalidado por el FMI, ya daba señales de su agotamiento– Marcelo Diamand, no solo acertaba en su critica al pensamiento de la ortodoxia sino que lo hacia a partir de haber elaborado el cuerpo central de su aporte instrumental. Explicitaba, así, una cierta ruptura con el pensamiento convencional, pero hasta ciertos límites.

Diamand enfatizaba que:

“ el hecho que el tipo de cambio está fi jado en base al sector mas produc-tivo se convierte en el determinante central de la falta de exportaciones industriales e inicia la cadena de acontecimientos que culmina con las crisis y con el estancamiento argentino” (Diamand, 1972).

Si ese fuera únicamente el problema del subdesarrollo, la solución sería rela-tivamente sencilla: debe encontrarse un gobernante dispuesto a seleccionar un conjunto de medidas, cambiarias, arancelarias y fi scales que garanticen un tipo de cambio competitivo a la actividad manufacturera y estimulen también las exportaciones primarias. Tal es el núcleo duro de su tesis ¿quién puede estar en desacuerdo?

Claro está, el autor no tenía porque saber que escribía en la vísperas del pri-mer shock petrolero mundial, desatado por la OPEP a causa de la depreciación del dólar, y este último era un hecho previo que fue consecuencia a su vez, de la perdida de credibilidad en la paridad entre el dólar y el oro. Y ambos fenómenos ponían en duda la continuidad del ciclo largo de crecimiento en las economías avanzadas, con las cuales comparaba Diamand nuestra paupérrima realidad, así como los males que nos habíamos auto impuesto con “ los intentos autarquizan-tes del pasado”. Aquella era de expansión mundial iniciada a fi nes de los años cuarenta mucho había tenido que ver con la disponibilidad de petróleo barato y la fe internacional en el “patrón dólar” junto al impacto positivo ejercido por el Plan Marshall tanto sobre las economías europeas como en la demanda dirigida a los fabricantes yankees de bienes de capital e instalaciones industriales.

Luego de una fase corta de recuperación en 1973 –derivada esencialmente de movimientos especulativos en los mercados inmobiliarios y del dinero–, durante 1974/75 las economías capitalistas del atlántico norte conocieron su primera recesión generalizada desde la segunda post guerra, golpeando a todas las grandes potencias y en particular a los Estados Unidos. A partir de entonces nada volvió a ser como en los “viejos buenos tiempos”.

Insisto con estas cuestiones porque se trataba del tipo de fenómenos que habitualmente no merecían consideración alguna en los trabajos de Diamand. Y ello es una coincidencia notable –más allá de las ya referidas diferencias– con la conducta de los economistas formados en la escuela neoclásica por nuestras

124 ENSAYOS EN HONOR A MARCELO DIAMAND

beneméritas facultades de Ciencias Económicas. Es duro decirlo, al abordar sus estilizados modelos siempre se tiene la sensación de que los rige una lógica de pensamiento donde se parte del supuesto que las condiciones internacionales pre-valecientes en las economías maduras son de equilibrio o tendiendo al equilibrio; supuesto que Diamand hace suyo.

Otro tanto ocurre en sus abordajes al interior de nuestras actividades prima-rias donde no se distinguen matices según región, tamaño de las explotaciones o tipo de producto; como tampoco se consideran las diversidades existentes en las cadenas de valor industrial, en el comportamiento de las cuales se ignora, por ejemplo, el largo tiempo que implicó la maduración, superior a lo esperado, de las inversiones iniciadas en 1958/61.

Hoy generalizadamente se reconoce que aquel “envión desarrollista “ter-minó siendo decisivo en el ciclo positivo verifi cado durante la segunda mitad de los sesenta. Curiosamente ello se registro paralelamente a una cerrada ofensiva –tanto en los medios académicos locales y del exterior como en las instituciones multilaterales de crédito y, obviamente, entre los sectores conservadores argenti-nos que históricamente han estado vinculados al comercio de importación– contra la estrategia sustitutiva de importaciones. Eran temas que se debatían acalorada-mente en Buenos Aires mientras que en Sao Paulo, con el sentido práctico que siempre caracteriza a su empresariado, la industrialización dirigida al mercado interno sostenía su fuerte curso expansivo.

En nuestro país, por el contrario, ese frente crítico ya había conocido una primera manifestación en los trabajos de un profesor de Harvard que nos visitó en tiempos del Dr. Illia, para opinar sobre el Plan de Desarrollo: David Felix, cuyo artículo mas conocido fue “Más allá de la sustitución de importaciones, un dilema latinoamericano” Algunas de sus ideas también se podían encontrar en las recomendaciones del Dr. Diaz Alejandro contenidas en sus libros y artículos sobre la economía argentina.

Todos aquellos interesados en el tema pasaban por Buenos Aires para estudiar, como en un laboratorio universitario, esta extraña malformación, ese hecho mal-dito, conocida como Industria Nacional, sector donde la inversión se encontraba stand by desde la caída de Frondizi. Tantas dubitaciones y tantas intervenciones de teóricos de paso, terminarían abonando el terreno para el violento sesgo desin-dustrializador que, sin tanto debate, se impuso en 1976. Entre los nuevos funcio-narios, casualmente, fi guraban varios de los que participaron de aquel debate.

Pero la historia siguió su curso. A principios del nuevo siglo, contrariando a los que auguraban el fi n de las ideologías dado el carácter hegemónico que había adquirido el liberalismo de libre mercado, que supuestamente había lle-gado para terminar con las leyes de la historia, hemos asistido a la eclosión del último ensayo neoliberal en nuestra país. Internacionalmente, la crisis de 2008 a probado (con el paradigmático ejemplo de Irlanda y las nuevas nacio-nes, ex componentes de la Unión Soviética, que se abrazaron entusiastamente

125PRIMERA PARTE / El pensamiento de Marcelo Diamand...

al neoliberalismo), las debilidades de un crecimiento fundando esencialmente en industrias de exportación, contar con el fi nanciamiento internacional y, prin-cipalmente, disponer de una gran cantera de mano de obra con bajos salarios, Estos eran, en última instancia, modelos a “la Harvard” similar al que años atrás proponían el entonces profesor Guido Di Tella y otros. Casi inercialmente se han recuperado los paradigmas del desarrollo económico, asumido que el espacio del mercado interno es el MERCOSUR, reconocido los efectos dinámicos de la recomposición en la condición laboral. Y, entre otras consecuencias, se asiste a una reivindicación de la sustitución de importaciones.

Cabe reconocer, en efecto, que algunas de las recomendaciones de política económica, coherentes con ese diagnostico que por entonces proponía Diamand para escaparle no solo a la trampa de la ortodoxia sino también a la receta con-vencional keynesiana, recién probaron su validez con la estrategia alternativa que adoptó el gobierno argentino a partir de 2003. Hay sin embargo una diferencia importante; Diamand, a la hora de establecer las prioridades en la estrategia de desarrollo, ponía particular énfasis en el crecimiento de las exportaciones manu-factureras, desdeñaba la prioridad a las industrias básicas y manifestaba ciertos temores respecto al impacto infl acionario de un eventual auge en el consumo –sea privado o público– estimulados por las mejoras salariales. Esa dista de ser la situación actual donde la política económica otorga prioridad a la dinámica del mercado interno y nadie cuestiona que es necesaria más inversión en los sectores básicos de la economía que están operando al límite de su

Cuarenta años después de los largos debates sobre estrategia industrial para la argentina (una muestra de los mismos puede encontrase en “Estrategias de industrialización para la Argentina” dirigida por el Dr. Mario Brodersohn, 1970), contrariando las opiniones mayoritarias en ese texto, en la actualidad nadie pone en duda la importancia, por ejemplo, de expandir el complejo metalmecánica, recuperar el terreno perdido en el desarrollo los polos petroquímicos, planifi car nuevas usinas atómicas y advertir el aporte del aluminio a las exportaciones de origen manufacturero. En todos los casos, ahora la participación estatal juega un papel decisivo, especialmente luego de haberse nacionalizado los recursos previsionales. Convengamos que, por lo menos en eso hemos progresado.

Claro está, las actuales condiciones objetivas son diferentes, toda vez que no existe la restricción externa que soportaba nuestro país hace más de cuatro décadas; explotaron nuevos mercados para las materias primas agropecuarias y los términos del intercambio mutaron su signo a favor de la Argentina. Segu-ramente, Diamand, hombre práctico al fi n, al ver realizada alguna de sus ideas contemplaría esta situación con aquella sonrisa suya, tan característica.

126 ENSAYOS EN HONOR A MARCELO DIAMAND

VII.- La conjetura y su destino

Como se advierte al principio de esta nota, he adoptado ciertos límites tempo-rales específi cos –la década de los ’60 y los principios de los ’70– por tratarse de una etapa en la cual la Argentina se debatía si continuaba, o no, aquel proceso de industrialización y modernización en su aparato productivo que había recibido un fuerte impulso durante 1958/61. Cabe consignar que este dato era habitualmente minusvalorado por quienes participaban del debate acerca de alternativas para el desarrollo manufacturero.

Luego supimos que durante los sesenta transcurría una de las mejores fases de la historia industrial argentina, fruto principalmente de la cadena de desequilibrios provocados por la estrategia desarrollista. Sin embargo, al repasar los debates de aquellos años, la idea instalada era que vivíamos en el peor de los mundos y el patrón de industrialización sustitutiva se juzgaba terminado. En tal sentido los esfuerzos de Di Tella y David Felix puede decirse que fracasaron; tuvo que llegar Martinez de Hoz para efectivizarlos

Una idea del punto en que se encontraba la discusión académica cuando era más agudo el cuestionamiento al viejo formato de industrialización la da este párrafo tomado de un artículo escrito por el ing. Di Tella:

“He estado escuchando que parecería que la industrial del aluminio esta por convertirse en ¡LA INDUSTRIA! No tengo nada en contra del alumi-nio. A lo mejor es realmente una industria extraordinaria y talvez en estos momentos tengamos los recursos y haya una combinación de precios, de costos, de difi cultades en el mundo, que haga que esa industria sea muy deseable. Pero, me temo que mucha gente este apoyando el proyecto por razones emocionales, difi cultando la decisión de los técnicos. No vaya a ser esta otra fantasía sin razón económica sólida detrás, y estemos enton-ces 20 años realizando grandes esfuerzos por el aluminio, sin producirlo efi cazmente, añadiendo otra frustración a las muchas que tenemos” (Di Tella, 1968).

No puede ignorarse los puntos de coincidencia que, por entonces, tenía Dia-mand con el profesor –heredero el mismo de un imperio industrial ya por enton-ces en franca decadencia– que años después se haría famoso como el creador de las ingeniosas “relaciones carnales” para defi nir el vínculo de la administración Menem con los Estados Unidos. Sostenía Diamand:

“La política industrial del frigerismo más que insistir en la sustitución de importaciones para ahorrar divisas, insistió y siguió insistiendo en la creación de industrias básicas tales como la soda solvay, acero, petróleo, petroquímica; identifi cándolas mediante un vínculo místico con la gran-deza del país y convirtiéndolas en fi nes en si mismos… Pareciera que el

127PRIMERA PARTE / El pensamiento de Marcelo Diamand...

frigerismo tomara como modelo países de economía cerrada –tales como fue la Unión Soviética antes de la segunda guerra mundial– que se de-sarrollan en condiciones de aislamiento casi total el resto del mundo” (Diamand, 1973).

Por la fuerza de las armas este debate fue barrido de la superfi cie. En 1976, con la dictadura, se impuso el modelo neoliberal basado en el estímulo a la especulación fi nanciera y a la importación competitiva con la industria nacional. Nada más lejano a las tesis de Diamand. Estas, al verse imposibilitadas de ser aplicadas se convirtieron en conjeturas. Y así continuaron las cosas con el retorno a la democracia, pese a que en su folleto “El péndulo argentino” (editado por el CERES, Buenos Aires, 1984) el autor alertará nuevamente sobre la vigencia de una estructura económica fuertemente desequilibrada y la perniciosa infl uencia de la receta fondomonetarista. No fue escuchado.

Lo cierto es que, como vimos, solamente en la actualidad –habida cuenta de circunstancias internas y mundiales muy diferentes a las de hace cuatro décadas– la gestión económica practica políticas cambiarias, monetarias y fi scales que en algunos aspectos se puede considerar emparentadas con las tesis de Diamand. La intervención del Banco Central evita la apreciación del peso, paralelamente, la vigencia de las retenciones sobre el valor de las exportaciones primarias permite que rijan tipos de cambio diferenciales que alientan tanto a las exportaciones manufactureras como la sustitución de importaciones sin afectar la expansión de las colocaciones de materias primas y manufacturas de origen primario.

Pero no puede exigirse que, tanto los posteriores avances tecnológicos en la producción agrícola como el ingreso de nuestro país en una fase larga con términos de intercambio favorables fueran sucesos previstos en los trabajos de Diamand. Tales datos novedosos tornan a las actuales condiciones del sector externo en estructuralmente diferentes a las que prevalecieron hasta mediados de los años noventa.

Antes de concluir, volvamos sobre el tema de las omisiones y sus peligros cuando de construir política económica se trata. Era imponente el listado de las cosas que pasaban en el capitalismo por aquellas épocas y que no eran tomadas en cuenta cuando Diamand elaboraba sus propuestas “infalibles” para superar los problemas de las economía subdesarrolladas. Y ello se debía, esencialmente, a que su lógica de pensamiento nunca cuestionó al capitalismo en su versión anglo sajona, tornado en paradigma hegemónico, ni tomaba en cuenta las severas distorsiones reinantes en los mercados mundiales.

Tampoco consideró la anormal expansión que ya ocurría en la esfera fi nan-ciera, una de cuyas primeras manifestaciones fue la plétora de los eurodólares que se volcó a los mercados y la apuesta internacional contra esa moneda. De hecho la persistente caída en los precios de las materias primas no nacía de la nada. Era una condición de funcionamiento del modelo global que surge en la

128 ENSAYOS EN HONOR A MARCELO DIAMAND

post guerra y se vino al suelo con las crisis del petróleo de 1973 y 1979. A partir de entonces el mundo de Diamand ya no volvió a ser lo que era.

No fue la única perturbación. A principios de los años setenta veníamos de largos años de expansión en las industrias transnacionales, Tenerlo en cuenta merecía abordar factor tales como el grado en que esa circunstancia es la que fi nalmente determina donde se localizan las fi liales y qué bien deben producir en cada sede y con cual tecnología; el creciente auge del negocio fi nanciero aún dentro de empresas productivas; el activismo de los gobiernos de los paí-ses sede de las casas matrices a favor de las mismas en los países donde están radicadas las fi liales; el impacto del desarrollo tecnológico adaptativo generado en la fi rma, muchas veces motorizado por la inversiones básica (siempre más riesgosa) originada en el complejo militar americano; las derivaciones de la per-dida de confi anza en la paridad fi ja –35 dólares la onza– entre el dólar y el oro; la difundida utilización de “precios de cuenta” en las transacciones intra fi rma; entre otros muchos detalles de un mundo cambiante pero cuyo rumbo inevitable era en dirección a la crisis.

Como aquel que cree haber encontrado el Santo Grial, parecía estar con-vencido que, gracias a invocar una formula ingeniosa –que supone una com-binar política cambiaria más sofi sticada con mejorías notables en la estructura arancelaria que vayan más allá del afán recaudatorio, y la aplicación de otros mecanismos de promoción indirecta–, ello le permitía a la economía argentina superar la restricción externa de modo defi nitivo y general un sector industrial de exportación cada vez más importante. Al no llegar a su experimentación práctica, las ideas económicas de Diamad, no pasaron de ser una conjetura que recién encuentra aplicación parcial en el presente, cuando ejercita el poder un gobierno que subordinó la estrategia económica a los objetivos superiores de la política. Convengamos que este es un orden de los factores inverso al objetivado por Marcelo Diamand.

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342 ENSAYOS EN HONOR A MARCELO DIAMAND

Gráfi co 4: Volatilidad cíclica y la estabilidad macroeconómica con tipo de cambio fi jo y libre movilidad de capitales, bajo supuestos alterna-tivos respecto de la importancia relativa de los distintos canales de impacto de la EPD sobre el ciclo del empleo.

N[t

]

tiempo

Ciclo sin EPD Ciclo con EPD

N[t]

-N[t-

1]

N[t]

Ciclo con EPDCiclo sin EPD

(a) Preponderancia del efecto precio de la EPD

N[t

]

tiempo

Ciclo sin EPD Ciclo con EPD

N[t]

-N[t-

1]

N[t]

Ciclo con EPDCiclo sin EPD

(b) Preponderancia del efecto ingreso de la EPD

Por otra parte, bajo este esquema cambiario y monetario, el régimen de demanda subyacente no defi ne los signos de:

∂∂ TCfijor

(impacto de la EPD sobre la volatilidad cíclica).Pero si tiene efectos sobre su valor absoluto. En este sentido, cuando el efecto

directo y positivo del producto sobre los salarios reales (h2) es mayor que su efecto indirecto y negativo (a través del tipo de cambio real - h3.g2), entonces, una economía profi t led incrementa el denominador de la ecuación 35, reduciendo el impacto de la EPD (ya sea éste negativo o positivo, según j2 sea menor o mayor

343TERCERA PARTE / Nuevos desarrollos teóricos basados en los aportes de M. Diamand

que g2.jl, respectivamente). Por el contrario, si los efectos indirectos son mayo-res que los directos, en ese caso el régimen de demanda wage-led disminuye la magnitud de los efectos de la EPD sobre la volatilidad (nuevamente, sean éstos positivos o negativos).

IV.- Reflexiones finales

El presente artículo es fruto del esfuerzo por incorporar el concepto de Marcelo Diamand sobre la “Estructura Productiva Desequilibrada Argentina” en modelos de ciclo económico provenientes del pensamiento heterodoxo (según la defi nición de Foley y Taylor, 2004). Más específi camente, las formalizaciones realizadas dieron cuenta de los efectos, sobre la volatilidad macroeconómica, que surgen de combinar la estructura productiva desequilibrada, el acelerador de la inversión, el multiplicador keynesiano, las pujas distributivas, y los canales de ajuste de economía abierta (comercial y fi nanciero) en diferentes escenarios de política cambiaria y monetaria. En este contexto se destaca que:

• La mayor elasticidad ingreso de las exportaciones netas que genera la EPD puede amortiguar o amplifi car del ciclo económico, dependiendo del régimen de demanda y del esquema cambiario subyacente. Con tipo de cambio fi jo disminuye la volatilidad, en tanto que con tipo de cambio fl exible tendrá este mismo efecto sólo si se combina con un régimen de demanda de tipo wage-led (e inversamente, la volatilidad se incrementa en economías tiradas por los benefi cios).

• La menor sensibilidad de las exportaciones netas a las variaciones en el tipo de cambio real (producto de la EPD) incrementa la volatilidad en economías con tipo de cambio fi jo, mientras que con tipo de cambio fl exible la aumenta sólo si el régimen de demanda subyacente es de tipo profi t-led.

En resumen, bajo un esquema de tipo de cambio fl exible, los canales comer-cial y fi nancero operan de la misma manera: a mayor desequilibrio de la estruc-tura productiva, mayor volatilidad macroeconómica si el régimen de demanda es wage-led y menor magnitud de las oscilaciones cíclicas en el otro caso. Por el contrario, con tipo de cambio fi jo estos canales tienen efectos contrapuestos entre sí e independientes del régimen de demanda, generando un resultado fi nal de carácter indeterminado (ver Tabla 4).

344 ENSAYOS EN HONOR A MARCELO DIAMAND

Tabla 4: Efectos de la EPD sobre la volatilidad y estabilidad macroeconómica bajo esquemas cambiarios y regímenes de demanda alternativos.

Régimen de demanda

Esquema cambiarioTipo de cambio

fl exible Tipo de cambio fi jo

Volatilidad

WAGE-LED Disminuye

Si j2 < g2.jl y h2 > h3.g2 aumenta mucho.Si j2 < g2.jl y h2 < h3.g2 aumenta poco.Si j2 < g2.jl y h2 > h3.g2 cae mucho. Si j2 < g2.jl y h2 > h3.g2 cae poco.

PROFIT-LED Aumenta

Si j2 < g2.jl y h2 > h3.g2 aumenta poco. Si j2 < g2.jl y h2 > h3.g2 aumenta mucho.Si j2 < g2.jl y h2 > h3.g2 cae poco. Si j2 < g2.jl y h2 > h3.g2 cae mucho.

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348 ENSAYOS EN HONOR A MARCELO DIAMAND

Anexo al capítulo 17

La solución general una ecuación en diferencia de segundo orden se expresa como:

Nt = SH + SP (36)

En donde la solución homogénea (SH) se defi ne como:

SH = Alxtt + A2x2

t (37)

Y la solución particular viene dada por:

211 aaCEDSP ++

= (38)

A1 y A2 son constantes arbitrarias que dependen de las condiciones iniciales y

2.4121 2

2,1 aaax −±=, son las raíces de la ecuación característica repre-

sentada por x2 + a1.x + a2 , cuyo discriminante es:

Δ = (a12 – 4.a2) = (a22 – 4.a2) (39)

Ya que en los modelos desarrollados, a1=a2 por construcción.Si el discriminante es negativo (0<a2<4, caso general para obtener oscilacio-

nes cíclicas), las raíces de la ecuación característica son números complejos. Para evitar el análisis combinado de dimensiones polares y cartesianas, la solución homogénea de la ecuación 1 + a1 + a2 > 0 puede re-expresarse como:

SH = Art(cos(ϕt – ε)) (40)

Donde: 2ar = (41)

⎟⎟⎠

⎞⎜⎜⎝

⎛=

1

2arctanAA

(42)

pt SNA −= =01 (43)

( )sen

ASNA pt cos.10

2

−−= = (44)

349TERCERA PARTE / Nuevos desarrollos teóricos basados en los aportes de M. Diamand

⎟⎠⎞

⎜⎝⎛−=

ra21arccos (45)

22

21 AAA += (46)

Finalmente, para obtener una descripción completa de la dinámica del empleo en el corto plazo (la solución general), al movimiento que describe la solución homogénea de cada caso, debe adicionársele el nivel de empleo específi co que determina solución particular de la ecuación 38.

Esta edición se terminó de imprimir en abril de 2011 en los talleres de Gráfi ca LAF s.r.l., ubicados en Monteagudo 741, San Martín, Provincia de Buenos Aires, Argentina.