Carta a mi madre

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UNA CARTA A MI MADRE Ayer fue el día más triste de mi vida. Ayer enterré a mi Madre y cuando mire dulce y adorable carita, así como su bello cabello plateado por el tiempo, me di cuenta que esa seria la última vez que la vería. Entonces muchos pensamientos y recuerdos vinieron a mi mente, como aquellos cuando la encontraba temblando de frio y como vela marchita, en el umbral de la casa de la calle; esperando mi regreso. O cuando juntos nos sentábamos en una deslucida banca de la vieja cocina. En esos instantes de amor, cobijados por el calor del cuartucho lleno de hollín, escuchaba que de sus labios salían hermosas frasees de amor para la Virgen del Cisne, a quien le pedía, no un día mas de vida, sino más fuerzas para seguir amando. Luego cuando crecí y me casé, llegaron los hijos y por la noche no teníamos quien nos cuidara a los chicos, acudíamos a mi Madre, porque no queríamos perdernos los estrenos del cine o las fiestas de los amigos. Ella jamás se negó porque todos los días se inauguraba como abuela y su única felicidad, era vernos a cada uno de nosotros, también felices. Cierta vez la encontré en la panadería de la esquina, y note que la única chompita que abrigaba su frágil cuerpecito, estaba desteñido, rota y vieja. Entonces pensé que debería ir a algún almacén y comprarle uno nuevo. Sabia que aunque ella lo necesitaba, jamás me lo iba a pedir, pero siempre tuve otras cosas más importantes que hacer, y mi pobre Madre siguió con su chompita vieja, hasta el ocaso de su vida. Casi no recuerdo su cumpleaños. En una ocasión, apenas pude mandarle una rosa blanca y marchita como su cabecita, con una tarjeta que decía: “Lamentamos no poder estar contigo en esta fecha, pero a través de esa flor, te enviamos nuestro amor”. Pues de ninguna manera nos hubiéramos perdido una gran fiesta que brindaba un compañero de oficina, por el cumpleaños de su esposa, y era la ocasión especial para salir en las portadas de las notas sociales, para sentirnos importantes. La última vez que vi a mi Madre, fue en el matrimonio de un pariente, ella se veía más viejita y cansada. Entonces pensé

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UNA CARTA A MI MADREAyer fue el día más triste de mi vida. Ayer enterré a mi Madre y cuando mire dulce y adorable carita, así como su bello cabello plateado por el tiempo, me di cuenta que esa seria la última vez que la vería.

Entonces muchos pensamientos y recuerdos vinieron a mi mente, como aquellos cuando la encontraba temblando de frio y como vela marchita, en el umbral de la casa de la calle; esperando mi regreso. O cuando juntos nos sentábamos en una deslucida banca de la vieja cocina.

En esos instantes de amor, cobijados por el calor del cuartucho lleno de hollín, escuchaba que de sus labios salían hermosas frasees de amor para la Virgen del Cisne, a quien le pedía, no un día mas de vida, sino más fuerzas para seguir amando.

Luego cuando crecí y me casé, llegaron los hijos y por la noche no teníamos quien nos cuidara a los chicos, acudíamos a mi Madre, porque no queríamos perdernos los estrenos del cine o las fiestas de los amigos. Ella jamás se negó porque todos los días se inauguraba como abuela y su única felicidad, era vernos a cada uno de nosotros, también felices.

Cierta vez la encontré en la panadería de la esquina, y note que la única chompita que abrigaba su frágil cuerpecito, estaba desteñido, rota y vieja. Entonces pensé que debería ir a algún almacén y comprarle uno nuevo. Sabia que aunque ella lo necesitaba, jamás me lo iba a pedir, pero siempre tuve otras cosas más importantes que hacer, y mi pobre Madre siguió con su chompita vieja, hasta el ocaso de su vida.

Casi no recuerdo su cumpleaños. En una ocasión, apenas pude mandarle una rosa blanca y marchita como su cabecita, con una tarjeta que decía: “Lamentamos no poder estar contigo en esta fecha, pero a través de esa flor, te enviamos nuestro amor”. Pues de ninguna manera nos hubiéramos perdido una gran fiesta que brindaba un compañero de oficina, por el cumpleaños de su esposa, y era la ocasión especial para salir en las portadas de las notas sociales, para sentirnos importantes.

La última vez que vi a mi Madre, fue en el matrimonio de un pariente, ella se veía más viejita y cansada. Entonces pensé mandarla a que pase unas vacaciones con un hermano que vivía en la costa, para que se asoleara un poco y no se vea tan pálida. Pero no lo hice, había otras cosas más importantes que despachar.

Ay. ¡Dios mío!, si yo pudiera regresar las hojas del almanaque, jamás la hiciera esperar en las noches, la llenaría de besos, le secaría sus lagrimas con mis labios, le apretaría junto a mi corazón, me sentaría junto a ella, para orar, la llevaría al cine, le compraría todas las chompitas del mundo y pasaríamos las noches agarraditos de las manos, mirando su programa favorito de la televisión.

Si yo pudiera regresar el tiempo, me la llevaría a la costa, y a todos los sitios que quisiera ir, y me tomaría mil fotos con ella. Pero ya es muy tarde, ella ya no esta conmigo, ella es un ángel que partió al cielo y yo, estoy en la tierra, enfermo del corazón por todas aquellas oportunidades perdidas.

Que distinto hubiera sido, si hubiera leído una carta como esta, antes de que ella inicie su viaje para nunca más volver.