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CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE CARTA SAMARITANUS BONUS SOBRE EL CUIDADO DE LAS PERSONAS EN LAS FASES CRÍTICAS Y TERMINALES DE LA VIDA

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CONGREGACIÓN PARA LADOCTRINA DE LA FE

CARTASAMARITANUS BONUS

SOBRE EL CUIDADO DE LAS PERSONAS EN

LAS FASES CRÍTICAS Y TERMINALES DE LAVIDA

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ÍNDICE

IntroducciónI. Hacerse cargo del prójimoII. La experiencia viviente del Cristo sufriente y el

anuncio de la esperanzaIII. El “corazón que ve” del Samaritano: la vida

humana es un don sagrado e inviolableIV. Los obstáculos culturales que oscurecen el valor

sagrado de toda vida humanaV. La enseñanza del Magisterio1. La prohibición de la eutanasia y el suicidio asistido2. La obligación moral de evitar el ensañamiento terapéutico3. Los cuidados básicos: el deber de alimentación e hidratación4. Los cuidados paliativos5. El papel de la familia y los hospices6. El acompañamiento y el cuidado en la edad prenatal y

pediátrica7. Terapias analgésicas y supresión de la conciencia8. El estado vegetativo y el estado de mínima consciencia9. La objeción de conciencia por parte de los agentes sanitarios y

de las instituciones sanitarias católicas10. El acompañamiento pastoral y el apoyo de los sacramentos11. El discernimiento pastoral hacia quien pide la eutanasia o

el suicidio asistido12. La reforma del sistema educativo y la formación de los

agentes sanitariosConclusión

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INTRODUCCIÓN

El Buen Samaritano que deja su camino parasocorrer al hombre enfermo (cfr. Lc 10, 30-37) esla imagen de Jesucristo que encuentra al hombrenecesitado de salvación y cuida de sus heridas ysu dolor con «el aceite del consuelo y el vino de laesperanza»1. Él es el médico de las almas y de loscuerpos y «el testigo fiel» (Ap 3, 14) de lapresencia salvífica de Dios en el mundo. Pero,¿cómo concretar hoy este mensaje? ¿Cómotraducirlo en una capacidad de acompañamientode la persona enferma en las fases terminales de lavida de manera que se le ayude respetando ypromoviendo siempre su inalienable dignidadhumana, su llamada a la santidad y, por tanto, elvalor supremo de su misma existencia?

El extraordinario y progresivo desarrollo delas tecnologías biomédicas ha acrecentado demanera exponencial las capacidades clínicas de lamedicina en el diagnóstico, en la terapia y en elcuidado de los pacientes. La Iglesia mira conesperanza la investigación científica y tecnológica,y ve en ellas una oportunidad favorable deservicio al bien integral de la vida y de la dignidadde todo ser humano2. Sin embargo, estosprogresos de la tecnología médica, si bien

1 Misal Romano reformado por mandato del Concilio Ecuménico Vaticano II,promulgado por la autoridad del papa Pablo VI, revisado por el papa Juan Pablo II ,Conferencia Episcopal Española, Madrid 2017, Prefacio común VIII, p.515.

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preciosos, no son determinantes por sí mismospara calificar el sentido propio y el valor de lavida humana. De hecho, todo progreso en lasdestrezas de los agentes sanitarios reclama unacreciente y sabia capacidad de discernimientomoral3 para evitar el uso desproporcionado ydeshumanizante de las tecnologías, sobre todo enlas fases críticas y terminales de la vida humana.

Por otro lado, la gestión organizativa y laelevada articulación y complejidad de los sistemassanitarios contemporáneos pueden reducir larelación de confianza entre el médico y elpaciente a una relación meramente técnica ycontractual, un riesgo que afecta, sobre todo, alos países donde se están aprobando leyes quelegitiman formas de suicidio asistido y deeutanasia voluntaria de los enfermos másvulnerables. Estas niegan los límites éticos yjurídicos de la autodeterminación del sujetoenfermo, oscureciendo de manera preocupante elvalor de la vida humana en la enfermedad, elsentido del sufrimiento y el significado del tiempoque precede a la muerte. El dolor y la muerte, dehecho, no pueden ser los criterios últimos que

2 Cfr. Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, Nueva carta de losAgentes sanitarios, Ed. Salterrae, Maliaño (Cantabria – España) 2017, n. 6.3 Benedicto XVI, Carta Enc. Spe salvi (30 noviembre 2007), n. 22: AAS 99(2007), 1004: «Si el progreso técnico no se corresponde con un progresoen la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre interior(cfr. Ef 3, 16; 2 Cor 4, 16), no es un progreso sino una amenaza para elhombre y para el mundo».

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midan la dignidad humana, que es propia de cadapersona, por el solo hecho de ser un “serhumano”.

Ante tales desafíos, capaces de poner enjuego nuestro modo de pensar la medicina, elsignificado del cuidado de la persona enferma y laresponsabilidad social frente a los másvulnerables, el presente documento intentailuminar a los pastores y a los fieles en suspreocupaciones y en sus dudas acerca de laatención médica, espiritual y pastoral debida a losenfermos en las fases críticas y terminales de lavida. Todos son llamados a dar testimonio juntoal enfermo y transformarse en “comunidadsanadora” para que el deseo de Jesús, que todossean una sola carne, a partir de los más débiles yvulnerables, se lleve a cabo de manera concreta4.Se percibe en todas partes, de hecho, la necesidadde una aclaración moral y de una orientaciónpráctica sobre cómo asistir a estas personas, yaque «es necesaria una unidad de doctrina ypraxis»5 respecto a un tema tan delicado, queafecta a los enfermos más débiles en las etapasmás delicadas y decisivas de la vida de unapersona.

4 Cfr. Francisco, Discurso a la Asociación Italiana contra las leucemias-linfomas ymielomas (AIL) (2 marzo 2019): L’Osservatore Romano, 3 marzo 2019, 7.5 Francisco, Exhort. Ap. Amoris laetitia (19 marzo 2016), n. 3: AAS 108(2016), 312.

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Diversas Conferencias Episcopales en elmundo han publicado documentos y cartaspastorales, con las que han buscado dar unarespuesta a los desafíos planteados por el suicidioasistido y la eutanasia voluntaria –legitimadas poralgunas legislaciones nacionales– con unaespecífica referencia a cuantos trabajan o serecuperan dentro de los hospitales, también enlos hospitales católicos. Pero la atención espiritualy las dudas emergentes, en determinadascircunstancias y contextos particulares, acerca dela celebración de los Sacramentos por aquellosque intentan poner fin a la propia vida, reclamanhoy una intervención más clara y puntual de partede la Iglesia, con el fin de:

– reafirmar el mensaje del Evangelio y susexpresiones como fundamentos doctrinalespropuestos por el Magisterio, invocando lamisión de cuantos están en contacto con losenfermos en las fases críticas y terminales (losfamiliares o los tutores legales, los capellanes dehospital, los ministros extraordinarios de laEucaristía y los agentes de pastoral, losvoluntarios de los hospitales y el personalsanitario), además de los mismos enfermos;

– proporcionar pautas pastorales precisas yconcretas, de tal manera que a nivel local sepuedan afrontar y gestionar estas situacionescomplejas para favorecer el encuentro personaldel paciente con el Amor misericordioso de Dios.

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I. HACERSE CARGO DEL PRÓJIMO

Es difícil reconocer el profundo valor de lavida humana cuando, a pesar de todo esfuerzoasistencial, esta continúa mostrándosenos en sudebilidad y fragilidad. El sufrimiento, lejos de sereliminado del horizonte existencial de la persona,continúa generando una inagotable pregunta porel sentido de la vida6. La solución a esta dramáticacuestión no podrá jamás ofrecerse solo a la luzdel pensamiento humano, porque en elsufrimiento está contenida la grandeza de un misterioespecífico que solo la Revelación de Dios nos puededesvelar7. Especialmente, a cada agente sanitariole ha sido confiada la misión de una fiel custodiade la vida humana hasta su cumplimiento natural8,a través de un proceso de asistencia que sea capazde re-generar en cada paciente el sentidoprofundo de su existencia, cuando viene marcadapor el sufrimiento y la enfermedad. Es por estonecesario partir de una atenta consideración delpropio significado del cuidado, para comprenderel significado de la misión específica confiada porDios a cada persona, agente sanitario y depastoral, así como al mismo enfermo y a sufamilia. 6 Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Past. Gaudium et spes (7 diciembre 1965),n. 10: AAS 58 (1966), 1032-1033.7 Cfr. Juan Pablo II, Carta Ap. Salvifici doloris (11 febrero 1984), n. 4: AAS76 (1984), 203.8 Cfr. Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, Nueva carta de losAgentes sanitarios, n. 144.

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La experiencia del cuidado médico parte deaquella condición humana, marcada por la finitudy el límite, que es la vulnerabilidad. En relación ala persona, esta se inscribe en la fragilidad denuestro ser juntos “cuerpo”, material ytemporalmente finito, y “alma”, deseo de infinitoy destinada a la eternidad. Nuestro ser criaturas“finitas”, y también destinadas a la eternidad,revela tanto nuestra dependencia de los bienesmateriales y de la ayuda reciproca de los hombres,como nuestra relación originaria y profunda conDios. Esta vulnerabilidad da fundamento a la éticadel cuidado, de manera particular en el ámbito de lamedicina, entendida como solicitud, premura,coparticipación y responsabilidad hacia lasmujeres y hombres que se nos han confiadoporque están necesitados de atención física yespiritual.

De manera específica, la relación de cuidadorevela un principio de justicia, en su dobledimensión de promoción de la vida humana(suum cuique tribuere) y de no hacer daño a lapersona (alterum non laedere): es el mismo principioque Jesús transforma en la regla de oro positiva«todo lo que deseáis que los demás hagan convosotros, hacedlo vosotros con ellos» (Mt 7, 12).Es la regla que, en la ética médica tradicional,encuentra un eco en el aforismo primum non nocere.

El cuidado de la vida es, por tanto, la primeraresponsabilidad que el médico experimenta en el

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encuentro con el enfermo. Esta no puedereducirse a la capacidad de curar al enfermo,siendo su horizonte antropológico y moral másamplio: también cuando la curación es imposibleo improbable, el acompañamiento médico y deenfermería (el cuidado de las funciones esencialesdel cuerpo), psicológico y espiritual, es un deberineludible, porque lo contrario constituiría unabandono inhumano del enfermo. La medicina,de hecho, que se sirve de muchas ciencias, poseetambién una importante dimensión de “arteterapéutica” que implica una relación estrechaentre el paciente, los agentes sanitarios, familiaresy miembros de las varias comunidades depertenencia del enfermo: arte terapéutica, actosclínicos y cuidado están inseparablemente unidos enla práctica médica, sobre todo en las fases críticasy terminales de la vida.

El Buen Samaritano, de hecho, «no sólo seacerca, sino que se hace cargo del hombre mediomuerto que encuentra al borde del camino»9.Invierte en él no solo el dinero que tiene, sinotambién aquel que no tiene y que espera ganar enJericó, prometiendo que pagará a su regreso. AsíCristo nos invita a fiarnos de su gracia invisible ynos empuja a la generosidad basada en la caridadsobrenatural, identificándose con cada enfermo:«Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis

9 Francisco, Mensaje para la XLVIII Jornada Mundial de las ComunicacionesSociales (24 enero 2014): AAS 106 (2014), 114.

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hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis»(Mt 25, 40). La afirmación de Jesús es una verdadmoral de alcance universal: «se trata de“hacersecargo” de toda la vida y de la vida de todos»10, pararevelar el Amor originario e incondicionado deDios, fuente del sentido de toda vida.

Por este motivo, sobre todo en lasestructuras hospitalarias y asistenciales inspiradasen los valores cristianos, es más necesario quenunca hacer un esfuerzo, también espiritual, paradejar espacio a una relación construida a partir delreconocimiento de la fragilidad y la vulnerabilidad dela persona enferma. De hecho, la debilidad nosrecuerda nuestra dependencia de Dios, y nosinvita a responder desde el respeto debido alprójimo. De aquí nace la responsabilidad moralligada a la conciencia de todo sujeto que se hacecargo del enfermo (médico, enfermero, familiar,voluntario, pastor) de encontrarse frente a unbien fundamental e inalienable –la personahumana– que impone no poder saltarse el límiteen el que se da el respeto de sí y del otro, es decirla acogida, la tutela y la promoción de la vidahumana hasta la llegada natural de la muerte. Setrata, en este sentido, de tener una miradacontemplativa11, que sabe captar en la existencia

10 Juan Pablo II, Carta Enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), n. 87: AAS87 (1995), 500.11 Cfr. Juan Pablo II, Carta Enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), n. 37:AAS 83 (1991), 840.

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propia y la de los otros un prodigio único eirrepetible, recibido y acogido como un don. Es lamirada de quién no pretende apoderarse de larealidad de la vida, sino acogerla así como es, consus fatigas y sufrimientos, buscando reconocer enla enfermedad un sentido del que dejarseinterpelar y “guiar”, con la confianza de quien seabandona al Señor de la vida que se manifiesta enél.

Ciertamente, la medicina debe aceptar ellímite de la muerte como parte de la condiciónhumana. Llega un momento en el que ya noqueda más que reconocer la imposibilidad deintervenir con tratamientos específicos sobre unaenfermedad, que aparece en poco tiempo comomortal. Es un hecho dramático, que se debecomunicar al enfermo con gran humanidad ytambién con confiada apertura a la perspectivasobrenatural, conscientes de la angustia que lamuerte genera, sobre todo en una cultura que laesconde. No se puede pensar en la vida físicacomo algo que hay que conservar a toda costa –algo que es imposible–, sino como algo por viviralcanzando la libre aceptación del sentido de laexistencia corpórea: «sólo con referencia a lapersona humana en su “totalidad unificada”, esdecir, “alma que se expresa en el cuerpoinformado por un espíritu inmortal”, se puede

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entender el significado específicamente humanodel cuerpo»12.

Reconocer la imposibilidad de curar ante lacercana eventualidad de la muerte, no significa,sin embargo, el final del obrar médico y deenfermería. Ejercitar la responsabilidad hacia lapersona enferma, significa asegurarle el cuidadohasta el final: «curar si es posible, cuidar siempre (tocure if possible, always to care)»13. Esta intención decuidar siempre al enfermo ofrece el criterio paraevaluar las diversas acciones a llevar a cabo en lasituación de enfermedad “incurable”; incurable,de hecho, no es nunca sinónimo de “in-cuidable”.La mirada contemplativa invita a ampliar lanoción de cuidado. El objetivo de la asistenciadebe mirar a la integridad de la persona,garantizando con los medios adecuados ynecesarios el apoyo físico, psicológico, social,familiar y religioso. La fe viva, mantenida en lasalmas de las personas que la rodean, puedecontribuir a la verdadera vida teologal de lapersona enferma, aunque esto no seainmediatamente visible. El cuidado pastoral detodos, familiares, médicos, enfermeros ycapellanes, puede ayudar al enfermo a persistir enla gracia santificante y a morir en la caridad, en el

12 Juan Pablo II, Carta Enc. Veritatis splendor (6 agosto 1993), n. 50: AAS85 (1993), 1173.13 Juan Pablo II, Discurso a los participantes al Congreso Internacional sobre “Lostratamientos de soporte vital y estado vegetativo. Progresos científicos y dilemas éticos”(20 marzo 2004), n. 7: AAS 96 (2004), 489.

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Amor de Dios. Frente a lo inevitable de laenfermedad, sobre todo si es crónica ydegenerativa, si falta la fe, el miedo al sufrimientoy a la muerte, y el desánimo que se produce,constituyen hoy en día las causas principales de latentación de controlar y gestionar la llegada de lamuerte, aun anticipándola, con la petición de laeutanasia o del suicidio asistido.

II. LA EXPERIENCIA VIVIENTE DEL CRISTO SUFRIENTE Y EL ANUNCIO DE LA ESPERANZA

Si la figura del Buen samaritano ilumina deluz nueva la práctica del cuidado, la experienciaviviente del Cristo sufriente, su agonía en la Cruzy su Resurrección, son los espacios en los que semanifiesta la cercanía del Dios hecho hombre enlas múltiples formas de la angustia y del dolor,que pueden golpear a los enfermos y susfamiliares, durante las largas jornadas de laenfermedad y en el final de la vida.

No solo en las palabras del profeta Isaías seanuncia la persona de Cristo como el hombrefamiliarizado con el dolor y el padecimiento (cfr.Is 53), si releemos las páginas de la pasión deCristo encontramos también la experiencia de laincomprensión, de la mofa, del abandono, deldolor físico y de la angustia. Son experiencias quehoy golpean a muchos enfermos, con frecuenciaconsiderados una carga para la sociedad; a vecesno son comprendidos en sus peticiones, a

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menudo viven formas de abandono afectivo, deperdida de relaciones.

Todo enfermo tiene necesidad no solo de serescuchado, sino de comprender que el propiointerlocutor “sabe” que significa sentirse solo,abandonado, angustiado frente a la perspectiva dela muerte, al dolor de la carne, al sufrimiento quesurge cuando la mirada de la sociedad mide suvalor en términos de calidad de vida y lo hacesentir una carga para los proyectos de otraspersonas. Por eso, volver la mirada a Cristosignifica saber que se puede recurrir a quien haprobado en su carne el dolor de la flagelación yde los clavos, la burla de los flageladores, elabandono y la traición de los amigos másqueridos.

Frente al desafío de la enfermedad y enpresencia de dificultades emotivas y espiritualesen aquel que vive la experiencia del dolor, surge,de manera inexorable, la necesidad de saber deciruna palabra de confort, extraída de la compasiónllena de esperanza de Jesús sobre la Cruz. Unaesperanza creíble, profesada por Cristo en laCruz, capaz de afrontar el momento de la prueba,el desafío de la muerte. En la Cruz de Cristo –cantada por la liturgia el Viernes Santo: Ave crux,spes unica– están concentrados y resumidos todoslos males y sufrimientos del mundo. Todo el malfísico, de los cuales la cruz, cual instrumento demuerte infame e infamante, es el emblema; todo

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el mal psicológico, expresado en la muerte de Jesúsen la más sombría soledad, abandono y traición;todo el mal moral, manifestado en la condena amuerte del Inocente; todo el mal espiritual,destacado en la desolación que hace percibir elsilencio de Dios.

Cristo es quien ha sentido alrededor de Él laafligida consternación de la Madre y de losdiscípulos, que “estaban” bajo la Cruz: en este“estar”, aparentemente cargado de impotencia yresignación, está toda la cercanía de los afectosque permite al Dios hecho hombre vivir tambiénaquellas horas que parecen sin sentido.

Después está la Cruz: de hecho uninstrumento de tortura y de ejecución reservadosolo a los últimos, que parece tan semejante, ensu carga simbólica, a aquellas enfermedades queclavan a una cama, que prefiguran solo la muertey parecen eliminar el significado del tiempo y desu paso. Sin embargo, aquellos que “están”alrededor del enfermo no son solo testigos, sinoque son signo viviente de aquellos afectos, deaquellas relaciones, de aquella íntimadisponibilidad al amor, que permiten al que sufrereconocer sobre él una mirada humana capaz devolver a dar sentido al tiempo de la enfermedad.Porque en la experiencia de sentirse amado, todala vida encuentra su justificación. Cristo ha estadosiempre sostenido, en el camino de su pasión, porel confiado abandono en el amor del Padre, que

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se hacía evidente, en la hora de la Cruz, también através del amor de la Madre. Porque el Amor deDios se revela siempre, en la historia de loshombres, gracias al amor de quien no nosabandona, de quien “está”, a pesar de todo, anuestro lado.

Si reflexionamos sobre el final de la vida delas personas, no podemos olvidar que en ellas sealoja con frecuencia la preocupación por aquellosque dejan: por los hijos, el cónyuge, los padres,los amigos. Un componente humano que nuncapodemos descuidar y a los que se debe ofrecerapoyo y ayuda.

Es la misma preocupación de Cristo, queantes de morir piensa en la Madre quepermanecerá sola, con un dolor que deberá llevaren la historia. En la crónica austera del Evangeliode Juan, es a la Madre a quien se dirige Cristo,para tranquilizarla, para confiarla al discípuloamado de tal manera que se haga cargo de ella:“Madre, ahí tienes a tu hijo” (cfr. Jn 19, 26-27). Eltiempo del final de la vida es un tiempo derelaciones, un tiempo en el que se deben derrotarla soledad y el abandono (cfr. Mt 27, 46 y Mc 15,34), en vista de una entrega confiada de la propiavida a Dios (cfr. Lc 23, 46).

Desde esta perspectiva, mirar al Crucificadosignifica ver una escena coral, en la que Cristoestá en el centro porque resume en su propiacarne, y verdaderamente transfigura, las horas

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más tenebrosas de la experiencia humana,aquellas en las que se asoma, silenciosa, laposibilidad de la desesperación. La luz de la fenos hace captar, en aquella plástica y descarnadadescripción que los Evangelios nos dan, laPresencia trinitaria, porque Cristo confía en elPadre gracias al Espíritu Santo, que apoya a laMadre y a los discípulos que “están” y, en este su“estar” junto a la Cruz, participan, con su humanadedicación al Sufriente, al misterio de laRedención.

Así, si bien marcada por un tránsitodoloroso, la muerte puede convertirse en ocasiónde una esperanza más grande, gracias a la fe, quenos hace partícipes de la obra redentora deCristo. De hecho, el dolor es existencialmentesoportable solo donde existe la esperanza. Laesperanza que Cristo transmite al que sufre y alenfermo es la de su presencia, de su real cercanía.La esperanza no es solo un esperar por un futuromejor, es una mirada sobre el presente, que lollena de significado. En la fe cristiana, elacontecimiento de la Resurrección no solo revelala vida eterna, sino que pone de manifiesto que enla historia la última palabra no es jamás la muerte,el dolor, la traición, el mal. Cristo resurge en lahistoria y en el misterio de la Resurrección existela confirmación del amor del Padre que noabandona nunca.

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Releer, ahora, la experiencia viviente delCristo sufriente significa entregar también a loshombres de hoy una esperanza capaz de darsentido al tiempo de la enfermedad y de lamuerte. Esta esperanza es el amor que resiste a latentación de la desesperación.

Aunque son muy importantes y estáncargados de valor, los cuidados paliativos nobastan si no existe alguien que “está” junto alenfermo y le da testimonio de su valor único eirrepetible. Para el creyente, mirar al Crucificadosignifica confiar en la comprensión y en el Amorde Dios: y es importante, en una época históricaen la que se exalta la autonomía y se celebran losfastos del individuo, recordar que si bien esverdad que cada uno vive el propio sufrimiento,el propio dolor y la propia muerte, estas vivenciasestán siempre cargadas de la mirada y de lapresencia de los otros. Alrededor de la Cruz estántambién los funcionarios del Estado romano,están los curiosos, están los distraídos, están losindiferentes y los resentidos; están bajo la Cruz,pero no “están” con el Crucificado.

En las unidades de cuidados intensivos, en lascasas de cuidado para los enfermos crónicos, sepuede estar presente como funcionario o comopersonas que “están” con el enfermo.

La experiencia de la Cruz permite así ofreceral que sufre un interlocutor creíble a quien dirigirla palabra, el pensamiento, a quien entregar la

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angustia y el miedo: a aquellos que se hacen cargodel enfermo, la escena de la Cruz proporciona unelemento adicional para comprender que tambiéncuando parece que no hay nada más que hacertodavía queda mucho por hacer, porque el “estar”es uno de los signos del amor, y de la esperanzaque lleva en sí. El anuncio de la vida después de lamuerte no es una ilusión o un consuelo sino unacerteza que está en el centro del amor, que no seacaba con la muerte.

III. EL “CORAZÓN QUE VE” DEL SAMARITANO: LA VIDA HUMANA ES UN DON SAGRADO E INVIOLABLE

El hombre, en cualquier condición física opsíquica que se encuentre, mantiene su dignidadoriginaria de haber sido creado a imagen de Dios.Puede vivir y crecer en el esplendor divinoporque está llamado a ser a «imagen y gloria deDios» (1 Cor 11, 7; 2 Cor 3, 18). Su dignidad estáen esta vocación. Dios se ha hecho Hombre parasalvarnos, prometiéndonos la salvación ydestinándonos a la comunión con Él: aquídescansa el fundamento último de la dignidadhumana14.

Pertenece a la Iglesia el acompañar conmisericordia a los más débiles en su camino dedolor, para mantener en ellos la vida teologal y

14 Cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Placuit Deo (22febrero 2018), n. 6: AAS 110 (2018), 430.

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orientarlos a la salvación de Dios15. Es la Iglesiadel Buen Samaritano16, que “considera el servicioa los enfermos como parte integrante de sumisión”17. Comprender esta mediación salvíficade la Iglesia en una perspectiva de comunión ysolidaridad entre los hombres es una ayudaesencial para superar toda tendencia reduccionistae individualista18.

Específicamente, el programa del BuenSamaritano es “un corazón que ve”. Él «enseñaque es necesario convertir la mirada del corazón,porque muchas veces los que miran no ven. ¿Porqué? Porque falta compasión. […] Sincompasión, el que mira no se involucra en lo queobserva y pasa de largo; en cambio, el que tieneun corazón compasivo se conmueve y seinvolucra, se detiene y se ocupa de lo quesucede»19. Este corazón ve dónde hay necesidadde amory obra en consecuencia20. Los ojosperciben en la debilidad una llamada de Dios a

15 Cfr. Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, Nueva carta de losAgentes sanitarios, n. 9.16 Cfr. Pablo VI, Mensaje en la última sesión pública del Concilio (7 diciembre1965): AAS 58 (1966), 55-56.17 Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, Nueva carta de los Agentessanitarios, n. 9.18 Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Placuit Deo (22 febrero2018), n. 12: AAS 110 (2018), 433-434.19 Francisco, Discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria de laCongregación para la Doctrina de la Fe (30 enero 2020): L’Osservatore Romano, 31enero 2020, 7.20 Benedicto XVI, Carta Enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), n. 31:AAS 98 (2006), 245.

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obrar, reconociendo en la vida humana el primerbien común de la sociedad21. La vida humana esun bien altísimo y la sociedad está llamada areconocerlo. La vida es un don22 sagrado einviolable y todo hombre, creado por Dios, tieneuna vocación transcendente y una relación únicacon Aquel que da la vida, porque «Dios invisibleen su gran amor”23 ofrece a cada hombre un plande salvación para que podamos decir: «La vida essiempre un bien. Esta es una intuición o, másbien, un dato de experiencia, cuya razón profundael hombre está llamado a comprender»24. Por esola Iglesia está siempre dispuesta a colaborar contodos los hombres de buena voluntad, concreyentes de otras confesiones o religiones o nocreyentes, que respetan la dignidad de la vidahumana, también en sus fases extremas delsufrimiento y de la muerte, y rechazan todo actocontrario a ella25. Dios Creador ofrece al hombre21 Benedicto XVI, Carta Enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), n. 76: AAS101 (2009), 707.22 Cfr. Juan Pablo II, Carta Enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), n. 49:AAS 87 (1995), 455: «El sentido más verdadero y profundo de la vida:serun don que se realiza al darse».23 Conc. Ecum. Vat. II, Const. Dogm. Dei Verbum (8 noviembre 1965), n.2: AAS 58 (1966), 818.24 Juan Pablo II, Carta Enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), n. 34: AAS87 (1995), 438.25 Cfr. Declaración conjunta de las Religiones Monoteístas Abrahámicas sobre lascuestiones del final de la vida, Ciudad del Vaticano, 28 octubre 2019: «Nosoponemos a cualquier forma de eutanasia –que es el acto directo,deliberado e intencional de quitar la vida– así como al suicidiomédicamente asistido –que es el apoyo directo, deliberado e intencionalpara suicidarse– porque contradicen fundamentalmente el valor inalienable

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la vida y su dignidad como un don precioso acustodiar y acrecentar y del cual, finalmente,rendirle cuentas a Él.

La Iglesia afirma el sentido positivo de la vidahumana como un valor ya perceptible por la rectarazón, que la luz de la fe confirma y realza en suinalienable dignidad26. No se trata de un criteriosubjetivo o arbitrario; se trata de un criteriofundado en la inviolable dignidad natural –encuanto que la vida es el primer bien porque escondición del disfrute de todos los demás bienes–y en la vocación trascendente de todo serhumano, llamado a compartir el Amor trinitariodel Dios viviente27: «el amor especialísimo que elCreador tiene por cada ser humano le confiereuna dignidad infinita»28. El valor inviolable de lavida es una verdad básica de la ley moral natural yun fundamento esencial del ordenamientojurídico. Así como no se puede aceptar que otrohombre sea nuestro esclavo, aunque nos lopidiese, igualmente no se puede elegirdirectamente atentar contra la vida de un ser

de la vida humana y, por lo tanto, son inherente y consecuentementeerróneos desde el punto de vista moral y religioso, y deben ser prohibidossin excepciones».26 Cfr. Francisco, Discurso al Congreso de la Asociación de Médicos CatólicosItalianos en el 70 aniversario de su fundación (15 noviembre 2014): AAS 106(2014), 976.27 Cfr. Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, Nueva carta de losAgentes sanitarios, n. 1; Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr.Dignitas personae (8 septiembre 2008), n. 8: AAS 100 (2008), 863.28 Francisco, Carta Enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), n. 65: AAS 107(2015), 873.

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humano, aunque este lo pida. Por lo tanto,suprimir un enfermo que pide la eutanasia nosignifica en absoluto reconocer su autonomía yapreciarla, sino al contrario significa desconocerel valor de su libertad, fuertemente condicionadapor la enfermedad y el dolor, y el valor de su vida,negándole cualquier otra posibilidad de relaciónhumana, de sentido de la existencia y decrecimiento en la vida teologal. Es más, se decideal puesto de Dios el momento de la muerte. Poreso, «aborto, eutanasia y el mismo suicidiodeliberado […] degradan la civilización humana,deshonran más a sus autores que a sus víctimas yson totalmente contrarias al honor debido alCreador»29.

IV. LOS OBSTÁCULOS CULTURALES QUE OSCURECEN EL VALOR SAGRADO DE TODA VIDA

HUMANA

Hoy en día algunos factores limitan lacapacidad de captar el valor profundo e intrínsecode toda vida humana: el primero se refiere a unuso equivoco del concepto de “muerte digna” enrelación con el de “calidad de vida”. Irrumpe aquíuna perspectiva antropológica utilitarista, queviene «vinculada preferentemente a lasposibilidades económicas, al “bienestar”, a labelleza y al deleite de la vida física, olvidando

29 Con. Ecum. Vat. II, Const. Past. Gaudium et spes (7 diciembre 1965), n.27: AAS 58 (1966), 1047-1048.

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otras dimensiones más profundas –relacionales,espirituales y religiosas– de la existencia»30. Envirtud de este principio, la vida viene consideradadigna solo si tiene un nivel aceptable de calidad,según el juicio del sujeto mismo o de un tercero,en orden a la presencia-ausencia de determinadasfunciones psíquicas o físicas, o con frecuenciaidentificada también con la sola presencia de unmalestar psicológico. Según esta perspectiva,cuando la calidad de vida parece pobre, nomerece la pena prolongarla. No se reconoce quela vida humana tiene un valor por sí misma.

Un segundo obstáculo que oscurece lapercepción de la sacralidad de la vida humana esuna errónea comprensión de la “compasión”31.Ante un sufrimiento calificado como“insoportable”, se justifica el final de la vida delpaciente en nombre de la “compasión”. Para nosufrir es mejor morir: es la llamada eutanasia“compasiva”. Sería compasivo ayudar al pacientea morir a través de la eutanasia o el suicidioasistido. En realidad, la compasión humana noconsiste en provocar la muerte, sino en acoger al

30 Francisco, Discurso al Congreso de la Asociación de Médicos Católicos Italianosen el 70 aniversario de su fundación (15 noviembre 2014): AAS 106 (2014),976.31 Cfr. Francisco, Discurso a la Federación Nacional de las Ordenes de MédicosCirujanos y de los Odontólogos (20 septiembre 2019): L’Osservatore Romano, 21septiembre 2019, 8: «Son formas apresuradas de tratar opciones que noson, como podría parecer, una expresión de la libertad de la persona,cuando incluyen el descarte del enfermo como una posibilidad, o la falsacompasión frente a la petición de que se le ayude a anticipar la muerte».

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enfermo, en sostenerlo en medio de lasdificultades, en ofrecerle afecto, atención ymedios para aliviar el sufrimiento.

El tercer factor, que hace difícil reconocer elvalor de la propia vida y la de los otros dentro delas relaciones intersubjetivas, es un individualismocreciente, que induce a ver a los otros comolímite y amenaza de la propia libertad. En la raízde tal actitud está «un neo-pelagianismo para elcual el individuo, radicalmente autónomo,pretende salvarse a sí mismo, sin reconocer quedepende, en lo más profundo de su ser, de Dios yde los demás […]. Un cierto neo-gnosticismo,por su parte, presenta una salvación meramenteinterior, encerrada en el subjetivismo»32, quefavorece la liberación de la persona de los límitesde su cuerpo, sobre todo cuando está débil yenferma.

El individualismo, en particular, está en laraíz de la que se considerada como la enfermedadlatente de nuestro tiempo: la soledad33, tematizadaen algunos contextos legislativos incluso como“derecho a la soledad”, a partir de la autonomíade la persona y del “principio del permiso-

32 Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Placuit Deo (22 febrero2018), n. 3: AAS 110 (2018), 428-429; cfr. Francisco, Carta Enc. Laudatosi’ (24 mayo 2015), n. 162: AAS 107 (2015), 912.33 Benedicto XVI, Carta Enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), n. 53: AAS101 (2009), 688: «Una de las pobrezas más hondas que el hombre puedeexperimentar es la soledad. Ciertamente, también las otras pobrezas,incluidas las materiales, nacen del aislamiento, del no ser amados o de ladificultad de amar».

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consentimiento”: un permiso-consentimientoque, dadas determinadas condiciones de malestaro de enfermedad, puede extenderse hasta laelección de seguir o no viviendo. Es el mismo“derecho” que subyace a la eutanasia y al suicidioasistido. La idea de fondo es que cuantos seencuentran en una condición de dependencia yno pueden alcanzar la perfecta autonomía yreciprocidad son cuidados en virtud de un favor.El concepto de bien se reduce así a ser elresultado de un acuerdo social: cada uno recibelos cuidados y la asistencia que la autonomía o lautilidad social o económica hacen posible oconveniente. Se produce así un empobrecimientode las relaciones interpersonales, que seconvierten en frágiles, privadas de la caridadsobrenatural, de aquella solidaridad humana y deaquel apoyo social, tan necesarios, para afrontarlos momentos y las decisiones más difíciles de laexistencia.

Este modo de pensar las relaciones humanasy el significado del bien hacen mella en el sentidomismo de la vida, haciéndola fácilmentemanipulable, también a través de leyes quelegalizan las prácticas eutanásicas, procurando lamuerte de los enfermos. Estas acciones provocanuna gran insensibilidad hacia el cuidado de laspersonas enfermas y deforman las relaciones. Entales circunstancias, surgen a veces dilemasinfundados sobre la moralidad de las acciones

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que, en realidad, no son más que actos debidos desimple cuidado de la persona, como hidratar yalimentar a un enfermo en estado deinconsciencia sin perspectivas de curación.

En este sentido, el Papa Francisco hahablado de la «cultura del descarte»34. Las victimasde tal cultura son los seres humanos más frágiles,que corren el riesgo de ser “descartados” por unengranaje que quiere ser eficaz a toda costa. Setrata de un fenómeno cultural fuertemente anti-solidario, que Juan Pablo II calificó como «culturade la muerte» y que crea auténticas «estructuras depecado»35. Esto puede inducir a cumplir accionesen sí mismas incorrectas por el único motivo de“sentirse bien” al cumplirlas, generandoconfusión entre el bien y el mal, allí donde todavida personal posee un valor único e irrepetible,siempre prometedor y abierto a la trascendencia.En esta cultura del descarte y de la muerte, laeutanasia y el suicidio asistido aparecen como unasolución errónea para resolver los problemasrelativos al paciente terminal.

V. LA ENSEÑANZA DEL MAGISTERIO

34 Cfr. Francisco, Exhort. Ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), n. 53:AAS 105 (2013), 1042; se puede ver también: Id., Discurso a la delegación delInstituto “Dignitatis Humanae” (7 diciembre 2013): AAS 106 (2014) 14-15;Id., Encuentro con los ancianos (28 septiembre 2014): AAS 106 (2014), 759-760.35 Cfr. Juan Pablo II, Carta Enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), n. 12:AAS 87 (1995), 414.

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1. La prohibición de la eutanasia y el suicidioasistido

La Iglesia, en la misión de transmitir a losfieles la gracia del Redentor y la ley santa de Dios,que ya puede percibirse en los dictados de la leymoral natural, siente el deber de intervenir paraexcluir una vez más toda ambigüedad en relacióncon el Magisterio sobre la eutanasia y el suicidioasistido, también en aquellos contextos donde lasleyes nacionales han legitimado tales prácticas.

Especialmente, la difusión de los protocolosmédicos aplicables a las situaciones de final de lavida, como el Do Not Resuscitate Order o elPhysician Orders for Life Sustaining Treatament –contodas sus variantes según las legislaciones ycontextos nacionales, inicialmente pensadoscomo instrumentos para evitar el ensañamientoterapéutico en las fases terminales de la vida– ,despierta hoy graves problemas en relación con eldeber de tutelar la vida del paciente en las fasesmás críticas de la enfermedad. Si por una partelos médicos se sienten cada vez más vinculados ala autodeterminación expresada por el paciente enestas declaraciones, que lleva a veces a privarlesde la libertad y del deber de obrar tutelando lavida allí donde podrían hacerlo, por otra parte, enalgunos contextos sanitarios, preocupa el abusodenunciado ampliamente del empleo de talesprotocolos con una perspectiva eutanásica,cuando ni el paciente, ni mucho menos la familia,

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es consultado en la decisión final. Esto sucedesobre todo en los países donde la legislaciónsobre el final de la vida deja hoy ampliosmárgenes de ambigüedad en relación con laaplicación del deber de cuidado, al introducirse enellos la práctica de la eutanasia.

Por estas razones, la Iglesia considera quedebe reafirmar como enseñanza definitiva que laeutanasia es un crimen contra la vida humana porque,con tal acto, el hombre elige causar directamentela muerte de un ser humano inocente. Ladefinición de eutanasia no procede de laponderación de los bienes o los valores en juego,sino de un objeto moral suficientementeespecificado, es decir la elección de «una acción ouna omisión que por su naturaleza, o en laintención, causa la muerte, con el fin de eliminarcualquier dolor»36. «La eutanasia se sitúa, pues, enel nivel de las intenciones o de los métodosusados»37. La valoración moral de la eutanasia, yde las consecuencias que se derivan, no depende,por tanto, de un balance de principios, que, segúnlas circunstancias y los sufrimientos del paciente,podrían, según algunos, justificar la supresión dela persona enferma. El valor de la vida, la

36 Congregación para la Doctrina de la Fe, Declarac. Iura et bona (5 mayo1980), II: AAS 72 (1980), 546.37 Juan Pablo II, Carta Enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), n. 65: AAS87 (1995), 475; cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declarac. Iuraet bona (5 mayo 1980), II: AAS 72 (1980), 546.

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autonomía, la capacidad de decisión y la calidadde vida no están en el mismo plano.

La eutanasia, por lo tanto, es un actointrínsecamente malo, en toda ocasión ycircunstancia. En el pasado la Iglesia ya haafirmado de manera definitiva «que la eutanasia esuna grave violación de la Ley de Dios,en cuantoeliminación deliberada y moralmente inaceptablede una persona humana. Esta doctrina sefundamenta en la ley natural y en la Palabra deDios escrita; es transmitida por la Tradición de laIglesia y enseñada por el Magisterio ordinario yuniversal. Semejante práctica conlleva, según lascircunstancias, la malicia propia del suicidio o delhomicidio»38. Toda cooperación formal o materialinmediata a tal acto es un pecado grave contra lavida humana: «Ninguna autoridad puedelegítimamente imponerlo ni permitirlo. Se trata,en efecto, de una violación de la ley divina, de unaofensa a la dignidad de la persona humana, de uncrimen contra la vida, de un atentado contra lahumanidad»39. Por lo tanto, la eutanasia es un actohomicida que ningún fin puede legitimar y que notolera ninguna forma de complicidad o

38 Juan Pablo II, Carta Enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), n. 65: AAS87 (1995), 477. Es una doctrina propuesta de modo definitivo en la cual laIglesia compromete su infalibilidad: cfr. Congregación para la Doctrina dela Fe, Nota doctrinal ilustrativa de la fórmula conclusiva de la Professio fidei (29junio 1998), n. 11: AAS 90 (1998), 550.39 Congregación para la Doctrina de la Fe, Declarac. Iura et bona (5 mayo1980), II: AAS 72 (1980), 546.

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colaboración, activa o pasiva. Aquellos queaprueban leyes sobre la eutanasia y el suicidioasistido se hacen, por lo tanto, cómplices delgrave pecado que otros llevarán a cabo. Ellos sontambién culpables de escándalo porque tales leyescontribuyen a deformar la conciencia, también lade los fieles40.

La vida tiene la misma dignidad y el mismovalor para todos y cada uno: el respeto de la vidadel otro es el mismo que se debe a la propiaexistencia. Una persona que elije con plenalibertad quitarse la vida rompe su relación conDios y con los otros y se niega a sí mismo comosujeto moral. El suicidio asistido aumenta lagravedad, porque hace partícipe a otro de lapropia desesperación, induciéndolo a no dirigir lavoluntad hacia el misterio de Dios, a través de lavirtud moral de la esperanza, y comoconsecuencia a no reconocer el verdadero valorde la vida y a romper la alianza que constituye lafamilia humana. Ayudar al suicida es unacolaboración indebida a un acto ilícito, quecontradice la relación teologal con Dios y larelación moral que une a los hombres para quecompartan el don de la vida y sean coparticipesdel sentido de la propia existencia.

También cuando la petición de eutanasianace de una angustia y de una desesperación41, y

40 Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2286.41 Cfr. ibidem, nn. 1735 y 2282.

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«aunque en casos de ese género la responsabilidadpersonal pueda estar disminuida o incluso noexistir, sin embargo el error de juicio de laconciencia –aunque fuera incluso de buena fe– nomodifica la naturaleza del acto homicida, que ensí sigue siendo siempre inadmisible»42. Dígase lomismo para el suicidio asistido. Tales prácticas noson nunca una ayuda auténtica al enfermo, sinouna ayuda a morir.

Se trata, por tanto, de una elección siempreincorrecta: «El personal médico y los otrosagentes sanitarios –fieles a la tarea de “estarsiempre al servicio de la vida y de asistirla hasta elfinal– no pueden prestarse a ninguna prácticaeutanásica ni siquiera a petición del interesado, ymucho menos de sus familiares. No existe, enefecto, un derecho a disponer arbitrariamente dela propia vida, por lo que ningún agente sanitariopuede erigirse en tutor ejecutivo de un derechoinexistente»43.

Es por esto que la eutanasia y el suicidio asistidoson siempre un fracaso de quienes los teorizan, dequienes los deciden y de quienes los practican44.

Son gravemente injustas, por tanto, las leyesque legalizan la eutanasia o aquellas que justificanel suicidio y la ayuda al mismo, por el falso42 Congregación para la Doctrina de la Fe, Declarac. Iura et bona (5 mayo1980), II: AAS 72 (1980), 546.43 Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, Nueva carta de los Agentessanitarios, n. 169.44 Cfr. ibidem, n. 170.

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derecho de elegir una muerte definidainapropiadamente digna solo porque ha sidoelegida45. Tales leyes golpean el fundamento delorden jurídico: el derecho a la vida, que sostienetodo otro derecho, incluido el ejercicio de lalibertad humana. La existencia de estas leyes hiereprofundamente las relaciones humanas, la justiciay amenazan la confianza mutua entre loshombres. Los ordenamientos jurídicos que hanlegitimado el suicidio asistido y la eutanasiamuestran, además, una evidente degeneración deeste fenómeno social. El Papa Francisco recuerdaque «el contexto sociocultural actual estáerosionando progresivamente la conciencia de loque hace que la vida humana sea preciosa. Dehecho, la vida se valora cada vez más por sueficiencia y utilidad, hasta el punto de considerarcomo “vidas descartadas” o “vidas indignas” lasque no se ajustan a este criterio. En esta situaciónde pérdida de los valores auténticos, seresquebrajan también los deberes inderogables desolidaridad y fraternidad humana y cristiana. Enrealidad, una sociedad se merece la calificación de“civil” si desarrolla los anticuerpos contra lacultura del descarte; si reconoce el valorintangible de la vida humana; si la solidaridad sepractica activamente y se salvaguarda como

45 Cfr. Juan Pablo II, Carta Enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), n. 72:AAS 87 (1995), 484-485.

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fundamento de la convivencia»46. En algunospaíses del mundo, decenas de miles de personasya han muerto por eutanasia, muchas de ellasporque se quejaban de sufrimientos psicológicoso depresión. Son frecuentes los abusosdenunciados por los mismos médicos sobre lasupresión de la vida de personas que jamáshabrían deseado para sí la aplicación de laeutanasia. De hecho, la petición de la muerte enmuchos casos es un síntoma mismo de laenfermedad, agravado por el aislamiento y por eldesánimo. La Iglesia ve en esta dificultad unaocasión para la purificación espiritual, queprofundiza la esperanza, haciendo que seconvierta en verdaderamente teologal, focalizadaen Dios, y solo en Dios.

Más bien, en lugar de complacerse en unafalsa condescendencia, el cristiano debe ofrecer alenfermo la ayuda indispensable para salir de sudesesperación. El mandamiento «no matarás»(Ex 20, 13; Dt 5, 17), de hecho, es un sí a la vida,de la cual Dios se hace garante: «se transforma enla llamada a un amor solícito que tutela e impulsala vida del prójimo»47. El cristiano, por tanto, sabeque la vida terrena no es el valor supremo. Lafelicidad última está en el cielo. Así, el cristiano

46 Francisco, Discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria de laCongregación para la Doctrina de la Fe (30 enero 2020): L’Osservatore Romano, 31enero 2020, 7.47 Juan Pablo II, Carta Enc. Veritatis splendor (6 agosto 1993), n. 15: AAS85 (1993), 1145.

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no pretenderá que la vida física continúe cuandola muerte está cerca. El cristiano ayudará almoribundo a liberarse de la desesperación y aponer su esperanza en Dios.

Desde la perspectiva clínica, los factores quemás determinan la petición de eutanasia y suicidioasistido son: el dolor no gestionado y la falta deesperanza, humana y teologal, inducida tambiénpor una atención, humana, psicológica y espirituala menudo inadecuada por parte de quien se hacecargo del enfermo48.

Es lo que la experiencia confirma: «lassúplicas de los enfermos muy graves que algunavez invocan la muerte no deben ser entendidascomo expresión de una verdadera voluntad deeutanasia; estas en efecto son casi siemprepeticiones angustiadas de asistencia y de afecto.Además de los cuidados médicos, lo que necesitael enfermo es el amor, el calor humano ysobrenatural, con el que pueden y deben rodearlotodos aquellos que están cercanos, padres e hijos,médicos y enfermeros»49. El enfermo que sesiente rodeado de una presencia amorosa,humana y cristiana, supera toda forma dedepresión y no cae en la angustia de quien, en

48 Cfr. Benedicto XVI, Carta Enc. Spe salvi (30 noviembre 2007), nn. 36-37:AAS 99 (2007), 1014-1016.49 Congregación para la Doctrina de la Fe, Declarac. Iura et bona (5 mayo1980), II: AAS 72 (1980), 546.

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cambio, se siente solo y abandonado a su destinode sufrimiento y de muerte.

El hombre, en efecto, no vive el dolorsolamente como un hecho biológico, que segestiona para hacerlo soportable, sino como elmisterio de la vulnerabilidad humana en relacióncon el final de la vida física, un acontecimientodifícil de aceptar, dado que la unidad de alma ycuerpo es esencial para el hombre.

Por eso, solo re-significando elacontecimiento mismo de la muerte –mediante laapertura en ella de un horizonte de vida eterna,que anuncia el destino trascendente de todapersona– el “final de la vida” se puede afrontar deuna manera acorde a la dignidad humana yadecuada a aquella fatiga y sufrimiento queinevitablemente produce la sensación inminentedel final. De hecho, «el sufrimiento es algo todavíamás amplio que la enfermedad, más complejo y a lavez aún más profundamente enraizado en lahumanidad misma»50. Y este sufrimiento, conayuda de la gracia, puede ser animado desdedentro con la caridad divina, como en el caso delsufrimiento de Cristo en la Cruz.

Por eso, la actitud de quien atiende a unapersona afectada por una enfermedad crónica oen la fase terminal de la vida, debe ser aquella de“saber estar”, velar con quien sufre la angustia del

50 Juan Pablo II, Carta Ap. Salvifici doloris (11 febrero 1984), n. 5: AAS 76(1984), 204.

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morir, “consolar”, o sea de ser-con en la soledad,de ser co-presencia que abre a la esperanza51.Mediante la fe y la caridad expresadas en laintimidad del alma la persona que cuida es capazde sufrir el dolor del otro y de abrirse a unarelación personal con el débil que amplía loshorizontes de la vida más allá del acontecimientode la muerte, transformándose así en unapresencia llena de esperanza.

«Llorad con los que lloran» (Rm 12, 15),porque es feliz quien tiene compasión hasta llorarcon los otros (cfr. Mt 5, 4). En esta relación, en laque se da la posibilidad de amar, el sufrimiento sellena de significado en el com-partir de unacondición humana y con la solidaridad en elcamino hacia Dios, que expresa aquella alianzaradical entre los hombres52 que les hace entreveruna luz también más allá de la muerte. Ella noshace ver el acto médico desde dentro de unaalianza terapéutica entre el médico y el enfermo,unidos por el reconocimiento del valortrascendente de la vida y del sentido místico delsufrimiento. Esta alianza es la luz para

51 Cfr. Benedicto XVI, Carta Enc. Spe salvi (30 noviembre 2007), n. 38:AAS 99 (2007), 1016.52 Cfr. Juan Pablo II, Carta Ap. Salvifici doloris (11 febrero 1984), n. 29:AAS 76 (1984), 244:«No puede el hombre “prójimo” pasar con desinterésante el sufrimiento ajeno, en nombre de la fundamental solidaridadhumana; y mucho menos en nombre del amor al prójimo. Debe “pararse”,“conmoverse”, actuando como el Samaritano de la parábola evangélica. Laparábola en sí expresauna verdad profundamente cristiana,pero a la vez tanuniversalmente humana».

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comprender el buen obrar médico, superando lavisión individualista y utilitarista hoypredominante.

2. La obligación moral de evitar el ensañamientoterapéutico

El Magisterio de la Iglesia recuerda que,cuando se acerca el término de la existenciaterrena, la dignidad de la persona humana seconcreta como derecho a morir en la mayorserenidad posible y con la dignidad humana ycristiana que le son debidas53. Tutelar la dignidaddel morir significa tanto excluir la anticipación dela muerte como el retrasarla con el llamado“ensañamiento terapéutico”54. La medicina actualdispone, de hecho, de medios capaces de retrasarartificialmente la muerte, sin que el pacientereciba en tales casos un beneficio real. Ante lainminencia de una muerte inevitable, por lo tanto,es lícito en ciencia y en conciencia tomar ladecisión de renunciar a los tratamientos queprocurarían solamente una prolongación precaria

53 Congregación para la Doctrina de la Fe, Declarac. Iura et bona (5 mayo1980), IV: AAS 72 (1980), 549-551.54 Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2278; Pontificio Consejo para losAgentes Sanitarios, Carta de los Agentes sanitarios, Ciudad del Vaticano, 1995,n. 119; Juan Pablo II, Carta Enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), n. 65:AAS 87 (1995), 475; Francisco, Mensaje a los participantes en la reunión de laregión europea de la Asociación Médica Mundial (7 noviembre 2017): «Y sisabemos que no siempre se puede garantizar la curación de la enfermedad,a la persona que vive debemos y podemos cuidarla siempre: sin acortar suvida nosotros mismos, pero también sin ensañarnos inútilmente contra sumuerte»; Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, Nueva carta de losAgentes sanitarios, n. 149.

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y penosa de la vida, sin interrumpir todavía loscuidados normales debidos al enfermo en casossimilares55. Esto significa que no es lícitosuspender los cuidados que sean eficaces parasostener las funciones fisiológicas esenciales,mientras que el organismo sea capaz debeneficiarse (ayudas a la hidratación, a lanutrición, a la termorregulación y otras ayudasadecuadas y proporcionadas a la respiración, yotras más, en la medida en que sean necesariaspara mantener la homeostasis corpórea y reducirel sufrimiento orgánico y sistémico). Lasuspensión de toda obstinación irrazonable en laadministración de los tratamientos no debe ser unaretirada terapéutica. Tal aclaración se hace hoyindispensable a la luz de los numerosos casosjudiciales que en los últimos años han llevado a laretirada de los cuidados –y a la muerteanticipada– a pacientes en condiciones críticas,pero no terminales, a los cuales se ha decididosuspender los cuidados de soporte vital, porqueno había perspectivas de una mejora en su calidadde vida.

En el caso específico del ensañamientoterapéutico, viene reafirmado que la renuncia amedios extraordinarios y/o desproporcionados

55 Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2278; Congregación para la Doctrinade la Fe, Declarac. Iura et bona (5 mayo 1980), IV: AAS 72 (1980), 550-551;Juan Pablo II, Carta Enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), n. 65: AAS 87(1995), 475; Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, Nueva carta delos Agentes sanitarios, n. 150.

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«no equivale al suicidio o a la eutanasia; expresamás bien la aceptación de la condición humanaante la muerte»56o la elección ponderada de evitarla puesta en marcha de un dispositivo médicodesproporcionado a los resultados que se podríanesperar. La renuncia a tales tratamientos, queprocurarían solamente una prolongación precariay penosa de la vida, puede también manifestar elrespeto a la voluntad del paciente, expresada enlas llamadas voluntades anticipadas detratamiento, excluyendo sin embargo todo acto denaturaleza eutanásica o suicida57.

La proporcionalidad, de hecho, se refiere a latotalidad del bien del enfermo. Nunca se puedeaplicar el falso discernimiento moral de la elecciónentre valores (por ejemplo, vida versus calidad devida); esto podría inducir a excluir de laconsideración la salvaguarda de la integridadpersonal y del bien-vida y el verdadero objetomoral del acto realizado58. En efecto, todo actomédico debe tener en el objeto y en lasintenciones de quien obra el acompañamiento de

56 Juan Pablo II, Carta Enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), n. 65: AAS87 (1995), 476.57 Cfr. Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, Nueva carta de losAgentes sanitarios, n. 150.58 Cfr. Juan Pablo II, Discurso a los participantes en un encuentro de estudio sobrela procreación responsable (5 junio 1987), n.1: Insegnamenti di Giovanni Paolo II,X/2 (1987), 1962: «Hablar de “conflicto de valores o bienes” y de laconsiguiente necesidad de llevar a cabo como una especie de “equilibrio”de los mismos, eligiendo uno y rechazando el otro, no es moralmentecorrecto».

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la vida y nunca la consecución de la muerte59. Entodo caso, el médico no es nunca un meroejecutor de la voluntad del paciente o de surepresentante legal, conservando el derecho y eldeber de sustraerse a la voluntad discordante conel bien moral visto desde la propia conciencia60.

3. Los cuidados básicos: el deber de alimentación ehidratación

Principio fundamental e ineludible delacompañamiento del enfermo en condicionescríticas y/o terminales es la continuidad de laasistencia en sus funciones fisiológicas esenciales.En particular, un cuidado básico debido a todohombre es el de administrar los alimentos y loslíquidos necesarios para el mantenimiento de lahomeostasis del cuerpo, en la medida en que yhasta cuando esta administración demuestrealcanzar su finalidad propia, que consiste en elprocurar la hidratación y la nutrición delpaciente61.

Cuando la administración de sustanciasnutrientes y líquidos fisiológicos no resulte dealgún beneficio al paciente, porque su organismono está en grado de absorberlo o metabolizarlo, la

59 Cfr. Juan Pablo II, Discurso a la Asociación de Médicos Católicos Italianos (28diciembre 1978): Insegnamenti di Giovanni Paolo II, I (1978), 438.60 Cfr. Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, Nueva carta de losAgentes sanitarios, n. 150.61 Cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Respuesta a algunas preguntasde la Conferencia Episcopal Estadounidense acerca de la alimentación y la hidrataciónartificiales (1 agosto 2007): AAS 99 (2007), 820.

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administración viene suspendida. De este modo,no se anticipa ilícitamente la muerte por privaciónde las ayudas a la hidratación y a la nutrición,esenciales para las funciones vitales, sino que serespeta la evolución natural de la enfermedadcrítica o terminal. En caso contrario, la privaciónde estas ayudas se convierte en una acción injustay puede ser fuente de gran sufrimiento para quienlo padece. Alimentación e hidratación noconstituyen un tratamiento médico en sentidopropio, porque no combaten las causas de unproceso patológico activo en el cuerpo delpaciente, sino que representan el cuidado debidoa la persona del paciente, una atención clínica yhumana primaria e ineludible. La obligatoriedadde este cuidado del enfermo a través de unaapropiada hidratación y nutrición puede exigir enalgunos casos el uso de una vía de administraciónartificial62, con la condición que esta no resultedañina para el enfermo o provoque sufrimientosinaceptables para el paciente63.

62 Cfr. ibidem.63 Cfr. Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, Nueva carta de losAgentes sanitarios, n. 152: «La alimentación y la hidratación, aunartificialmente administradas, son parte de los tratamientos normales quesiempre han de proporcionarse al moribundo, cuando no resultendemasiados gravosos o de ningún beneficio para él. Su indebidasuspensión significa verdadera y propia eutanasia. “Suministrar alimento yagua, incluso por vía artificial, es, en principio, un medio ordinario yproporcionado para la conservación de la vida. Por lo tanto, es obligatorioen la medida y mientras se demuestre que cumple su propia finalidad, queconsiste en procurar la hidratación y la nutrición del paciente. De estemodo se evitan el sufrimiento y la muerte derivados de la inanición y la

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4. Los cuidados paliativosDe la continuidad de la asistencia forma parte el

constante deber de comprender las necesidadesdel enfermo: necesidad de asistencia, de alivio deldolor, necesidades emotivas, afectivas yespirituales. Como se ha demostrado por la másamplia experiencia clínica, la medicina paliativaconstituye un instrumento precioso eirrenunciable para acompañar al paciente en lasfases más dolorosas, penosas, crónicas yterminales de la enfermedad. Los así llamadoscuidados paliativos son la expresión más auténtica dela acción humana y cristiana del cuidado, elsímbolo tangible del compasivo “estar” junto alque sufre. Estos tienen como objetivo «aliviar lossufrimientos en la fase final de la enfermedad y deasegurar al mismo paciente un adecuadoacompañamiento humano”64 digno, mejorándole–en la medida de lo posible– la calidad de vida yel completo bienestar. La experiencia enseña quela aplicación de los cuidados paliativos disminuyedrásticamente el número de personas que piden laeutanasia. Por este motivo, parece útil uncompromiso decidido, según las posibilidadeseconómicas, para llevar estos cuidados a quienestengan necesidad, para aplicarlos no solo en las

deshidratación”».64 Francisco, Discurso a la plenaria de la Pontificia Academia para la Vida (5marzo 2015): AAS 107 (2015), 274, citando a: Juan Pablo II, Carta Enc.Evangelium vitae (25 marzo 1995), n. 65: AAS 87 (1995), 476. Cfr. Catecismode la Iglesia Católica, n. 2279.

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fases terminales de la vida, sino como perspectivaintegral de cuidado en relación a cualquier patologíacrónica y/o degenerativa, que pueda tener unpronóstico complejo, doloroso e infausto para elpaciente y para su familia65.

La asistencia espiritual al enfermo, y a susfamiliares, forma parte de los cuidados paliativos.Esta infunde confianza y esperanza en Dios almoribundo y a los familiares, ayudándoles aaceptar la muerte del pariente. Es unacontribución esencial que compete a los agentesde pastoral y a toda la comunidad cristiana, con elejemplo del Buen Samaritano, para que al rechazole siga la aceptación, y sobre la angustiaprevalezca la esperanza66, sobre todo cuando elsufrimiento se prolonga por la degeneración de lapatología, al aproximarse el final. En esta fase, laprescripción de una terapia analgésica eficazpermite al paciente afrontar la enfermedad y lamuerte sin miedo a un dolor insoportable. Esteremedio estará asociado, necesariamente, a unapoyo fraternal que pueda vencer la sensación desoledad del paciente causada, con frecuencia, porno sentirse suficientemente acompañado ycomprendido en su difícil situación.

65 Cfr. [65] Francisco, Discurso a la plenaria de la Pontificia Academia para laVida (5 marzo 2015): AAS 107 (2015), 275.66 Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, Nueva carta de los Agentessanitarios, n. 147.

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La técnica no da una respuesta radical alsufrimiento y no se puede pensar que esta puedallegar a eliminarlo de la vida de los hombres67.Una pretensión semejante genera una falsaesperanza, causando una desesperación todavíamayor en el que sufre. La ciencia médica es capazde conocer cada vez mejor el dolor físico y debeponer en práctica los mejores recursos técnicospara tratarlo; pero el horizonte vital de unaenfermedad terminal genera un sufrimientoprofundo en el enfermo, que requiere unaatención no meramente técnica. Spe salvi factisumus, en la esperanza, teologal, dirigida haciaDios, hemos sido salvados, dice San Pablo (Rm 8,24).

“El vino de la esperanza” es la contribuciónespecífica de la fe cristiana en el cuidado delenfermo y hace referencia al modo como Diosvence el mal en el mundo. En el sufrimiento elhombre debe poder experimentar una solidaridady un amor que asume el sufrimiento ofreciendoun sentido a la vida, que se extiende más allá de lamuerte. Todo esto posee una gran relevanciasocial: «Una sociedad que no logra aceptar a losque sufren y no es capaz de contribuir mediantela compasión a que el sufrimiento sea compartido

67 Cfr. Juan Pablo II, Carta Ap. Salvifici doloris (11 febrero 1984), n. 2: AAS76 (1984), 202: «El sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia delhombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto sentido“destinado” a superarse a sí mismo, y de manera misteriosa es llamado ahacerlo».

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y sobrellevado, también interiormente, es unasociedad cruel e inhumana»68.

Debe, sin embargo, precisarse que ladefinición de los cuidados paliativos ha asumidoen años recientes una connotación que puederesultar equívoca. En algunos países del mundo,las legislaciones nacionales que regulan loscuidados paliativos (Palliative Care Act) así comolas leyes sobre el “final de la vida” (End-of-LifeLaw), prevén, junto a los cuidados paliativos, lallamada Asistencia Médica a la Muerte (MAiD), quepuede incluir la posibilidad de pedir la eutanasia yel suicidio asistido. Estas previsiones legislativasconstituyen un motivo de confusión culturalgrave, porque hacen creer que la asistenciamédica a la muerte voluntaria sea parte integrantede los cuidados paliativos y que, por lo tanto, seamoralmente lícito pedir la eutanasia o el suicidioasistido.

Además, en estos mismos contextoslegislativos, las intervenciones paliativas parareducir el sufrimiento de los pacientes graves omoribundos pueden consistir en la administraciónde fármacos dirigidos a anticipar la muerte o en lasuspensión/interrupción de la hidratación y laalimentación, incluso cuando hay un pronósticode semanas o meses. Sin embargo, estas prácticasequivalen a una acción u omisión directa para procurar

68 Benedicto XVI, Carta. Enc. Spe salvi (30 noviembre 2007), n. 38: AAS99 (2007), 1016.

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la muerte y son por tanto ilícitas. La difusiónprogresiva de estas leyes, también a través de losprotocolos de las sociedades científicas nacionalese internacionales, además de inducir a un númerocreciente de personas vulnerables a elegir laeutanasia o el suicidio, constituye unairresponsabilidad social frente a tantas personas,que solo tendrían necesidad de ser mejoratendidas y consoladas.

5. El papel de la familia y los hospicesEn el cuidado del enfermo terminal es central

el papel de la familia69. En ella la persona se apoyaen relaciones fuertes, viene apreciada por símisma y no solo por su productividad o por elplacer que pueda generar. En el cuidado esesencial que el enfermo no se sienta una carga,sino que tenga la cercanía y el aprecio de sus seresqueridos. En esta misión, la familia necesita laayuda y los medios adecuados. Es necesario, portanto, que los Estados reconozcan la funciónsocial primaria y fundamental de la familia y supapel insustituible, también en este ámbito,destinando los recursos y las estructurasnecesarias para ayudarla. Además, elacompañamiento humano y espiritual de lafamilia es un deber en las estructuras sanitarias deinspiración cristiana; nunca debe descuidarse,

69 Cfr. Francisco, Exhort. Ap. Amoris laetitia (19 marzo 2016), n. 48: AAS108 (2016), 330.

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porque constituye una única unidad de cuidado con elenfermo.

Junto a la familia, la creación de los hospices,centros y estructuras donde acoger los enfermosterminales, para asegurar el cuidado hasta elúltimo momento, es algo bueno y de gran ayuda.Después de todo, «la respuesta cristiana almisterio del sufrimiento y de la muerte no es unaexplicación sino una Presencia»70 que se hacecargo del dolor, lo acompaña y lo abre a unaesperanza confiada. Estas estructuras se ponencomo ejemplo de humanidad en la sociedad,santuarios del dolor vivido con plenitud desentido. Por esto deben estar equipadas conpersonal especializado y medios materialesespecíficos de cuidado, siempre abiertos a lafamilia: «A este respecto, pienso en lo bien quefuncionan loshospicespara los cuidados paliativos,en los que los enfermos terminales sonacompañados con un apoyo médico, psicológicoy espiritual cualificado, para que puedan vivir condignidad, confortados por la cercanía de sus seresqueridos, la fase final de su vida terrenal. Esperoque estos centros continúen siendo lugares dondese practique con compromiso la “terapia de ladignidad”, alimentando así el amor y el respetopor la vida»71. En estas situaciones, así como encualquier estructura sanitaria católica, es necesaria

70 C. Saunders, Velad conmigo. Inspiración para una vida en cuidados paliativos.Ed. Obra Social de la Caixa, 2011, p. 56.

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la presencia de agentes sanitarios y pastoralespreparados no solo bajo el perfil clínico, sinotambién practicantes de una verdadera vidateologal de fe y esperanza, dirigida hacia Dios,porque esta constituye la forma más elevada dehumanización del morir72.

6. El acompañamiento y el cuidado en la edadprenatal y pediátrica

En relación al acompañamiento de losneonatos y de los niños afectados deenfermedades crónicas degenerativasincompatibles con la vida, o en las fasesterminales de la vida misma, es necesarioreafirmar cuanto sigue, siendo conscientes de lanecesidad de desarrollar una estrategia operativacapaz de garantizar calidad y bienestar al niño y asu familia.

Desde la concepción, los niños afectados pormalformaciones o patologías de cualquier tiposon pequeños pacientes que la medicina hoy es capazde asistir y acompañar de manera respetuosa conla vida. Su vida es sagrada, única, irrepetible einviolable, exactamente como aquella de todapersona adulta.

En el caso de las llamadas patologíasprenatales “incompatibles con la vida” –es decir

71 Francisco, Discurso a los participantes a la Asamblea Plenaria de la Congregaciónpara la Doctrina de la Fe (30 enero 2020): L’Osservatore Romano, 31 enero2020, 7.72 Cfr. Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, Nueva carta de losAgentes sanitarios, n. 148.

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que seguramente lo llevaran a la muerte dentro deun breve espacio de tiempo– y en ausencia detratamientos fetales o neonatales capaces demejorar las condiciones de salud de estos niños,de ninguna manera son abandonados en el planoasistencial, sino que son acompañados, comocualquier otro paciente, hasta la consecución de lamuerte natural; el comfort care perinatal favorece, eneste sentido, un proceso asistencial integrado, que,junto al apoyo de los médicos y de los agentes depastoral sostiene la presencia constante de lafamilia. El niño es un paciente especial y requierepor parte del acompañante una preparaciónespecífica ya sea en términos de conocimientocomo de presencia. El acompañamiento empáticode un niño en fase terminal, que está entre losmás delicados, tiene el objetivo de añadir vida alos años del niño y no años a su vida.

Especialmente, los Hospices Perinatalesproporcionan un apoyo esencial a las familias queacogen el nacimiento de un hijo en condicionesde fragilidad. En tales casos, el acompañamientomédico competente y el apoyo de otras familias-testigos, que han pasado por la misma experienciade dolor y de pérdida, constituyen un recursoesencial, junto al necesario acompañamientoespiritual de estas familias. Es un deber pastoralde los agentes sanitarios de inspiración cristianatrabajar para favorecer la máxima difusión de losmismos en el mundo.

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Todo esto se revela especialmente importanteen el caso de aquellos niños que, en el estadoactual del conocimiento científico, estándestinados a morir inmediatamente después delparto o en un corto periodo de tiempo. Cuidar aestos niños ayuda a los padres a elaborar el luto ya concebirlo no solo como una pérdida, sinocomo una etapa de un camino de amor recorridojunto al hijo.

Desafortunadamente, la cultura hoydominante no promueve esta perspectiva: a nivelsocial, el uso a veces obsesivo del diagnósticoprenatal y el afirmarse de una cultura hostil a ladiscapacidad inducen, con frecuencia, a laelección del aborto, llegando a configurarlo comouna práctica de “prevención”. Este consiste en laeliminación deliberada de una vida humanainocente y como tal nunca es lícito. Por lo tanto,el uso del diagnóstico prenatal con una finalidadselectiva es contrario a la dignidad de la persona ygravemente ilícito porque es expresión de unamentalidad eugenésica. En otros casos, despuésdel nacimiento, la misma cultura lleva asuspender, o no iniciar, los cuidados al niñoapenas nacido, por la presencia o incluso solo porla posibilidad que desarrolle en el futuro unadiscapacidad. También esta perspectiva, de matrizutilitarista, no puede ser aprobada. Unprocedimiento semejante, además de inhumano,

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es gravemente ilícito desde el punto de vistamoral.

Un principio fundamental de la asistenciapediátrica es que el niño en la fase final de la vidatiene el derecho al respeto y al cuidado de supersona, evitando tanto el ensañamientoterapéutico y la obstinación irrazonable comotoda anticipación intencional de su muerte. En laperspectiva cristiana, el cuidado pastoral de unniño enfermo terminal reclama la participación ala vida divina en el Bautismo y la Confirmación.

En la fase terminal del recorrido de unaenfermedad incurable, incluso si se suspenden lasterapias farmacológicas o de otra naturalezadestinadas a luchar contra la patología que sufreel niño, porque no son apropiadas a sudeteriorada condición clínica y son consideradaspor los médicos como fútiles o excesivamentegravosas para él, en cuanto causa de un mayorsufrimiento, no deben reducirse los cuidadosintegrales del pequeño enfermo, en sus diversasdimensiones fisiológica, psicológica, afectivo-relacional y espiritual. Cuidar no significa soloponer en práctica una terapia o curar; así comointerrumpir una terapia, cuando esta ya nobeneficia al niño incurable, no implica suspenderlos cuidados eficaces para sostener las funcionesfisiológicas esenciales para la vida del pequeñopaciente, mientras su organismo sea capaz debeneficiarse (ayuda a la hidratación, a la nutrición,

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a la termorregulación y todavía otras, en lamedida en que estas se requieran para sostener lahomeostasis corporal y reducir el sufrimientoorgánico y sistémico). La abstención de todaobstinación terapéutica, en la administración delos tratamientos juzgados ineficaces, no debe seruna retirada terapéutica en los cuidados, sino quedebe mantener abierto el camino deacompañamiento a la muerte. Se debe considerar,también, que las intervenciones rutinarias, comola ayuda a la respiración, se administren demanera indolora y proporcionada, personalizandosobre el paciente el tipo de ayuda adecuada, paraevitar que la justa preocupación por la vidacontraste con la imposición injusta de un dolorevitable.

En este contexto, la evaluación y la gestióndel dolor físico del neonato y del niño sonesenciales para respetarlo y acompañarlo en lasfases más estresantes de la enfermedad. Loscuidados personalizados y delicados, que hoy endía se llevan a cabo en la asistencia clínicapediátrica, acompañados por la presencia de lospadres, hacen posible una gestión integrada y máseficaz de cualquier intervención asistencial.

El mantenimiento del vínculo afectivo entrelos padres y el hijo es parte integrante del procesode cuidado. La relación de cuidado y deacompañamiento padre-niño viene favorecidacon todos los instrumentos necesarios y

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constituye la parte fundamental del cuidado,también para las enfermedades incurables y lassituaciones de evolución terminal. Además delcontacto afectivo, no se debe olvidar el momentoespiritual. La oración de las personas cercanas,por la intención del niño enfermo, tiene un valorsobrenatural que sobrepasa y profundiza larelación afectiva.

El concepto ético/jurídico del “mejor interésdel niño” –hoy utilizado para efectuar laevaluación costes-beneficios de los cuidados quese lleven a cabo– de ninguna manera puedeconstituir el fundamento para decidir abreviar suvida con el objetivo de evitarle sufrimientos, conacciones u omisiones que por su naturaleza o enla intención se puedan configurar comoeutanásicas. Como se ha dicho, la suspensión deterapias desproporcionadas no puede conducir ala supresión de aquellos cuidados básicosnecesarios para acompañarlo a una muerte digna,incluidas aquellas para aliviar el dolor, y tampocoa la suspensión de aquella atención espiritual quese ofrece a quienes pronto se encontrarán conDios.

7. Terapias analgésicas y supresión de la concienciaAlgunos cuidados especializados requieren,

por parte de los agentes sanitarios, una atención ycompetencias específicas para llevar a cabo lamejor práctica médica, desde el punto de vista

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ético, siempre conscientes de acercarse a laspersonas en su situación concreta de dolor.

Para disminuir los dolores del enfermo, laterapia analgésica utiliza fármacos que puedencausar la supresión de la conciencia (sedación).Un profundo sentido religioso puede permitir alpaciente vivir el dolor como un ofrecimientoespecial a Dios, en la óptica de la Redención73; sinembargo, la Iglesia afirma la licitud de la sedacióncomo parte de los cuidados que se ofrecen alpaciente, de tal manera que el final de la vidaacontezca con la máxima paz posible y en lasmejores condiciones interiores. Esto es verdadtambién en el caso de tratamientos que anticipanel momento de la muerte (sedación paliativaprofunda en fase terminal)74, siempre, en la

73 Cfr. Pío XII, Allocutio. Trois questions religieuses et morales concernant l’analgésie(24 febrero 1957): AAS 49 (1957) 134-136; Congregación para la Doctrinade la Fe, Declarac. Iura et bona (5 mayo 1980), III: AAS 72 (1980), 547;Juan Pablo II, Carta Ap. Salvifici doloris (11 febrero 1984), n. 19: AAS 76(1984), 226.74 Cfr. Pío XII, Allocutio. Iis qui interfuerunt Conventui internationali. Romaehabito, a «Collegio Internationali Neuro-Psycho-Pharmacologico» indicto (9septiembre 1958): AAS 50 (1958), 694; Congregaciónpara la Doctrina dela Fe, Declarac. Iura et bona (5 mayo 1980), III: AAS 72 (1980), 548;Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2779; Pontificio Consejo para los AgentesSanitarios, Nueva carta de los Agentes sanitarios, n. 155: «Se da, además, laposibilidad de provocar con los analgésicos y los narcóticos la supresión dela conciencia del moribundo. Este uso merece una consideraciónparticular. En presencia de dolores insoportables, resistentes a las terapiasanalgésicas habituales, en proximidad del momento de la muerte o en laprevisión fundada de una crisis particular en ese momento, una seriaindicación clínica puede conllevar, con el consentimiento del enfermo, elsuministro de fármacos que suprimen la conciencia. Esta sedación paliativaprofunda en la fase terminal, clínicamente fundamentada, puede sermoralmente aceptable siempre que se realice con el consenso del enfermo,

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medida de lo posible, con el consentimientoinformado del paciente. Desde el punto de vistapastoral, es bueno cuidar la preparación espiritualdel enfermo para que llegue conscientementetanto a la muerte como al encuentro con Dios75.El uso de los analgésicos es, por tanto, una partede los cuidados del paciente, pero cualquieradministración que cause directa eintencionalmente la muerte es una prácticaeutanásica y es inaceptable76. La sedación debepor tanto excluir, como su objetivo directo, laintención de matar, incluso si con ella es posibleun condicionamiento a la muerte en todo casoinevitable77.

se informe a los familiares, se excluya toda intencionalidad eutanásica y elenfermo haya podido satisfacer sus deberes morales, familiares y religiosos:“acercándose a la muerte, los hombres deben estar en condiciones depoder cumplir sus obligaciones morales y familiares y, sobre todo, debenpoder prepararse con plena conciencia para el encuentro definitivo conDios”. Por consiguiente, “no es lícito privar al moribundo de la concienciapropia sin grave motivo”».75 Cfr. Pío XII, Allocutio. Trois questions religieuses et morales concernant l’analgésie(24 febrero 1957): AAS 49 (1957) 145; Congregación para la Doctrina dela Fe, Declarac. Iura et bona (5 mayo 1980), III: AAS 72 (1980), 548; JuanPablo II, Carta Enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), n. 65: AAS 87(1995), 476.76 Cfr. Francisco, Discurso al Congreso de la Asociación de Médicos CatólicosItalianos en el 70 aniversario de su fundación (15 noviembre 2014): AAS 106(2014), 978.77 Pío XII, Allocutio. Trois questions religieuses et morales concernant l’analgésie (24febrero 1957): AAS 49 (1957) 146; Id., Allocutio. Iis qui interfuerunt Conventuiinternationali. Romae habito, a «Collegio Internationali Neuro-Psycho-Pharmacologico» indicto (9 septiembre 1958): AAS 50 (1958), 695;Congregación para la Doctrina de la Fe, Declarac. Iura et bona (5 mayo1980), III: AAS 72 (1980), 548; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2779; JuanPablo II, Carta Enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), n. 65: AAS 87(1995), 476; Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, Nueva carta de

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Se necesita aquí una aclaración en relación alcontexto pediátrico: en el caso del niño incapazde entender, como por ejemplo un neonato, no sedebe cometer el error de suponer que el niñopodrá soportar el dolor y aceptarlo, cuandoexisten sistemas para aliviarlo. Por eso, es undeber médico trabajar para reducir al máximoposible el sufrimiento del niño, de tal manera quepueda alcanzar la muerte natural en paz ypudiendo percibir lo mejor posible la presenciaamorosa de los médicos y, sobre todo, de lafamilia.

8. El estado vegetativo y el estado de mínimaconsciencia

Otras situaciones relevantes son la delenfermo con falta persistente de consciencia, elllamado “estado vegetativo”, y la del enfermo enestado “de mínima consciencia”. Es siempreengañoso pensar que el estado vegetativo, y elestado de mínima consciencia, en sujetos querespiran autónomamente, sean un signo de que elenfermo haya cesado de ser persona humana contoda la dignidad que le es propia78. Al contrario,en estos estados de máxima debilidad, debe serreconocido en su valor y asistido con los cuidados

los Agentes sanitarios, n. 154.78 Cfr. Juan Pablo II, Discurso a los participantes al Congreso Internacional sobre«Los tratamientos de soporte vital y estado vegetativo. Progresos científicos y dilemaséticos» (20 marzo 2004), n. 3: AAS 96 (2004), 487: «Un hombre, aunqueesté gravemente enfermo o se halle impedido en el ejercicio de susfunciones más elevadas, es y será siempre un hombre; jamás se convertiráen un “vegetal” o en un “animal”».

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adecuados. El hecho que el enfermo puedapermanecer por años en esta dolorosa situaciónsin una esperanza clara de recuperación implica,sin ninguna duda, un sufrimiento para aquellosque lo cuidan.

Puede ser útil recordar lo que nunca se puedeperder de vista en relación con semejantesituación dolorosa. Es decir, el paciente en estosestados tiene derecho a la alimentación y a lahidratación; alimentación e hidratación por víasartificiales son, en línea de principio, medidasordinarias; en algunos casos, tales medidaspueden llegar a ser desproporcionadas, o porquesu administración no es eficaz, o porque losmedios para administrarlas crean una cargaexcesiva y provocan efectos negativos quesobrepasan los beneficios.

En la óptica de estos principios, elcompromiso del agente sanitario no puedelimitarse al paciente sino que debe extendersetambién a la familia o a quien es responsable delcuidado del paciente, para quienes se debe prevertambién un oportuno acompañamiento pastoral.Por lo tanto, es necesario prever una ayudaadecuada a los familiares para llevar el pesoprolongado de la asistencia al enfermo en estosestados, asegurándoles aquella cercanía que losayude a no desanimarse y, sobre todo, a no vercomo única solución la interrupción de loscuidados. Hay que estar adecuadamente

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preparados, y también es necesario que losmiembros de la familia sean ayudadosdebidamente.

9. La objeción de conciencia por parte de los agentessanitarios y de las instituciones sanitarias católicas.

Ante las leyes que legitiman –bajo cualquierforma de asistencia médica– la eutanasia o elsuicidio asistido, se debe negar siempre cualquiercooperación formal o material inmediata. Estassituaciones constituyen un ámbito específico parael testimonio cristiano, en las cuales «es necesarioobedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29). No existe el derecho al suicidio ni a laeutanasia: el derecho existe para tutelar la vida y lacoexistencia entre los hombres, no para causar lamuerte. Por tanto, nunca le es lícito a nadiecolaborar con semejantes acciones inmorales odar a entender que se pueda ser cómplice conpalabras, obras u omisiones. El único verdaderoderecho es aquel del enfermo a ser acompañado ycuidado con humanidad. Solo así se custodia sudignidad hasta la llegada de la muerte natural.«Ningún agente sanitario, por tanto, puedeerigirse en tutor ejecutivo de un derechoinexistente, aun cuando la eutanasia fuesesolicitada con plena conciencia por el sujetointeresado»79.

79 Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios, Nueva carta de los Agentessanitarios, n. 151.

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A este respecto, los principios generalesreferidos a la cooperación al mal, es decir aacciones ilícitas, son reafirmados: «Los cristianos,como todos los hombres de buena voluntad,están llamados, por un grave deber de conciencia,a no prestar su colaboración formal a aquellasprácticas que, aun permitidas por la legislacióncivil, se oponen a la Ley de Dios. En efecto,desde el punto de vista moral, nunca es lícitocooperar formalmente con el mal. Estacooperación se produce cuando la acciónrealizada, o por su misma naturaleza o por laconfiguración que asume en un contextoconcreto, se califica como colaboración directa enun acto contra la vida humana inocente o comoparticipación en la intención moral del agenteprincipal. Esta cooperación nunca puedejustificarse invocando el respeto a la libertad delos demás, ni apoyarse en el hecho de que la leycivil la prevea y exija. En efecto, los actos quecada cual realiza personalmente tienen unaresponsabilidad moral, a la que nadie puedenunca substraerse y sobre la que todos y cada unoserán juzgados por Dios mismo (cfr. Rm 2, 6; 14,12)»80.

Es necesario que los Estados reconozcan laobjeción de conciencia en ámbito médico ysanitario, en el respeto a los principios de la ley

80 Ibidem, n. 151; cfr. Juan Pablo II, Carta Enc. Evangelium vitae (25 marzo1995), n. 74: AAS 87 (1995), 487.

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moral natural, y especialmente donde el servicio ala vida interpela cotidianamente la concienciahumana81. Donde esta no esté reconocida, sepuede llegar a la situación de deber desobedecer ala ley, para no añadir injusticia a la injusticia,condicionando la conciencia de las personas. Losagentes sanitarios no deben vacilar en pedirlacomo derecho propio y como contribuciónespecífica al bien común.

Igualmente, las instituciones sanitarias debensuperar las fuertes presiones económicas que aveces les inducen a aceptar la práctica de laeutanasia. Y donde la dificultad para encontrar losmedios necesarios hiciese gravoso el trabajo delas instituciones públicas, toda la sociedad estállamada a un aumento de responsabilidad de talmanera que los enfermos incurables no seanabandonados a su suerte o a los únicos recursosde sus familiares. Todo esto requiere una toma deposición clara y unitaria por parte de lasConferencias Episcopales, las Iglesias locales, asícomo de las comunidades y de las institucionescatólicas para tutelar el propio derecho a laobjeción de conciencia en los contextoslegislativos que prevén la eutanasia y el suicidio.

Las instituciones sanitarias católicasconstituyen un signo concreto del modo con el

81 Cfr. Francisco, Discurso al Congreso de la Asociación de Médicos CatólicosItalianos en el 70 aniversario de su fundación (15 noviembre 2014): AAS 106(2014), 977.

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que la comunidad eclesial, tras el ejemplo delBuen Samaritano, se hace cargo de los enfermos.El mandamiento de Jesús, “cuidad a losenfermos” (Lc 10, 9), encuentra su concretaactuación no solo imponiendo sobre ellos lasmanos, sino también recogiéndolos de la calle,asistiéndolos en sus propias casas y creandoestructuras especiales de acogida y dehospitalidad. Fiel al mandamiento del Señor, laIglesia ha creado, a lo largo de los siglos variasestructuras de acogida, donde la atención médicaencuentra una específica declinación en ladimensión del servicio integral a la personaenferma.

Las instituciones sanitarias “católicas” estánllamadas a ser fieles testigos de la irrenunciableatención ética por el respeto a los valoresfundamentales y a aquellos cristianosconstitutivos de su identidad, mediante laabstención de comportamientos de evidenteilicitud moral y la declarada y formal obediencia alas enseñanzas del Magisterio eclesial. Cualquierotra acción, que no corresponda a la finalidad y alos valores a los cuales las instituciones católicasse inspiran, no es éticamente aceptable y, portanto, perjudica la atribución de la calificación de“católica”, a la misma institución sanitaria.

En este sentido, no es éticamente admisibleuna colaboración institucional con otrasestructuras hospitalarias hacia las que orientar y

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dirigir a las personas que piden la eutanasia.Semejantes elecciones no pueden ser moralmenteadmitidas ni apoyadas en su realización concreta,aunque sean legalmente posibles. De hecho, lasleyes que aprueban la eutanasia «no sólo no creanninguna obligación de conciencia, sino que, por elcontrario, establecen una grave y precisa obligación deoponerse a ellas mediante la objeción de conciencia. Desdelos orígenes de la Iglesia, la predicación apostólicaha inculcado a los cristianos el deber de obedecera las autoridades públicas legítimamenteconstituidas (cfr. Rm 13, 1-7, 1P 2, 13-14), pero almismo tiempo ha enseñado firmemente que “hayque obedecer a Dios antes que a loshombres”(Hch 5, 29)»82.

El derecho a la objeción de conciencia nodebe hacernos olvidar que los cristianos norechazan estas leyes en virtud de una concepciónreligiosa privada, sino de un derecho fundamentale inviolable de toda persona, esencial para el biencomún de toda la sociedad. Se trata, de hecho, deleyes contrarias al derecho natural en cuanto queminan los fundamentos mismos de la dignidadhumana y de una convivencia basada en lajusticia.

10. El acompañamiento pastoral y el apoyo de lossacramentos

82 Juan Pablo II,Carta Enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), n. 73: AAS87 (1995), 486.

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El momento de la muerte es un paso decisivodel hombre en su encuentro con Dios Salvador.La Iglesia está llamada a acompañarespiritualmente a los fieles en esta situación,ofreciéndoles los “recursos sanadores” de laoración y los sacramentos. Ayudar al cristiano avivirlo en un contexto de acompañamientoespiritual es un acto supremo de caridad.Simplemente porque «ningún creyente deberíamorir en la soledad y en el abandono»83, esnecesario crear en torno al enfermo una sólidaplataforma de relaciones humanas yhumanizadoras que lo acompañen y lo abran a laesperanza.

La parábola del Buen Samaritano indica cualdebe ser la relación con el prójimo que sufre, queactitudes hay que evitar –indiferencia, apatía,prejuicio, miedo a mancharse las manos,encerrarse en sus propias preocupaciones– ycuales hay que poner en práctica –atención,escucha, comprensión, compasión, discreción.

La invitación a la imitación, «Ve y haztambién tú lo mismo» (Lc 10, 37), es una llamadaa no subestimar todo el potencial humano depresencia, de disponibilidad, de acogida, dediscernimiento, de implicación, que la proximidadhacia quien está en una situación de necesidad

83 Benedicto XVI, Discurso a los participantes al Congreso de la PontificiaAcademia para la Vida sobre el tema “Junto al enfermo incurable y al moribundo:orientaciones éticas y operativas” (25 febrero 2008): AAS 100 (2008), 171.

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exige y que es esencial en el cuidado integral de lapersona enferma.

La calidad del amor y del cuidado de laspersonas en las situaciones críticas y terminales dela vida contribuye a alejar de ellas el terrible yextremo deseo de poner fin a la propia vida. Soloun contexto de calor humano y de fraternidadevangélica es capaz de abrir un horizonte positivoy de sostener al enfermo en la esperanza y en unconfiado abandono.

Este acompañamiento forma parte de la rutadefinida por los cuidados paliativos y debe incluiral paciente y a su familia.

La familia, desde siempre, ha tenido un papelimportante en el cuidado, cuya presencia, apoyo,afecto, constituyen para el enfermo un factorterapéutico esencial. Ella, de hecho, recuerda elPapa Francisco, «ha sido siempre el “hospital”más cercano. Aún hoy, en muchas partes delmundo, el hospital es un privilegio para pocos, y amenudo está distante. Son la mamá, el papá, loshermanos, las hermanas, las abuelas quienesgarantizan las atenciones y ayudan a sanar»84.

El hacerse cargo del otro o el hacerse cargode los sufrimientos de otros es una tarea queimplica no solo a algunos, sino que abraza laresponsabilidad de todos, de toda la comunidadcristiana. San Pablo afirma que, cuando un

84 Francisco, Audiencia General (10 junio 2015): L’Osservatore Romano, 11junio 2015, 8.

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miembro sufre, todo el cuerpo está sufriendo (cfr.1 Cor 12, 26) y todo entero se inclina sobre elmiembro enfermo para darle alivio. Cada uno,por su parte, está llamado a ser “siervo delconsuelo” frente a las situaciones humanas dedesolación y desánimo.

El acompañamiento pastoral reclama elejercicio de las virtudes humanas y cristianas de laempatía (en-pathos), de la compasión (cum-passio), delhacerse cargo del sufrimiento del enfermocompartiéndolo, y del consuelo (cum-solacium), delentrar en la soledad del otro para hacerle sentirseamado, acogido, acompañado, apoyado.

El ministerio de la escucha y del consueloque el sacerdote está llamado a ofrecer,haciéndose signo de la solicitud compasiva deCristo y de la Iglesia, puede y debe tener un papeldecisivo. En esta importante misión esextremadamente importante testimoniar yconjugar aquella verdad y caridad con las que lamirada del Buen Pastor no deja de acompañar atodos sus hijos. Dada la importancia de la figuradel sacerdote en el acompañamiento humano,pastoral y espiritual de los enfermos en las fasesterminales de la vida, es necesario que en sucamino de formación esté prevista unapreparación actualizada y orientada en estesentido. También es importante que seanformados en este acompañamiento cristiano losmédicos y los agentes sanitarios, porque pueden

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darse circunstancias específicas que hacen muydifícil una adecuada presencia de los sacerdotes ala cabecera del enfermo terminal.

Ser hombres y mujeres expertos enhumanidad significa favorecer, a través de lasactitudes con las que se cuida del prójimo quesufre, el encuentro con el Señor de la vida, elúnico capaz de verter, de manera eficaz, sobre lasheridas humanas el aceite del consuelo y el vinode la esperanza.

Todo hombre tiene el derecho natural de seratendido en esta hora suprema según lasexpresiones de la religión que profesa.

El momento sacramental es siempre elculmen de toda la tarea pastoral de cuidado que loprecede y fuente de todo lo que sigue.

La Iglesia llama sacramentos «de curación»85 ala Penitencia y a la Unción de los enfermos, queculminan en la Eucaristía como “viático” para lavida eterna86. Mediante la cercanía de la Iglesia, elenfermo vive la cercanía de Cristo que loacompaña en el camino hacia la casa del Padre(cfr. Jn 14, 6) y lo ayuda a no caer en ladesesperación87, sosteniéndolo en la esperanza,

85 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1420.86 Cfr. Rituale Romanum ex decreto Sacrosancti Oecumenici Concilii Vaticani IIinstaruratum auctoritate Pauli PP. VI promulgatum, Ordo unctionis infirmorumeorumque pastoralis curae, Editio typica, Praenotanda, Typis Polyglotis Vaticanis,Civitate Vaticana 1972, n. 26; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1524.87 Francisco, Carta Enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), n. 235: AAS 107(2015), 939.

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sobre todo cuando el camino se hace máspenoso88.

11. El discernimiento pastoral hacia quien pide laeutanasia o el suicidio asistido

Un caso del todo especial en el que hoy esnecesario reafirmar la enseñanza de la Iglesia es elacompañamiento pastoral de quien ha pedidoexpresamente la eutanasia o el suicidio asistido.Respecto al sacramento de la Reconciliación, elconfesor debe asegurarse que haya contrición, lacual es necesaria para la validez de la absolución, y queconsiste en el «dolor del alma y detestación delpecado cometido, con propósito de no pecar enadelante»89. En nuestro caso nos encontramosante una persona que, más allá de susdisposiciones subjetivas, ha realizado la elecciónde un acto gravemente inmoral y persevera en éllibremente. Se trata de una manifiesta no-disposición para la recepción de los sacramentosde la Penitencia90, con la absolución, y de laUnción91, así como del Viático92. Podrá recibirtales sacramentos en el momento en el que sudisposición a cumplir los pasos concretos permitaal ministro concluir que el penitente ha

88 Cfr. Juan Pablo II, Carta Enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), n. 67:AAS 87 (1995), 478-479.89 Concilio de Trento, Ses. XIV, De sacramento penitentiae, cap. 4: DH 1676.90 Cfr. CIC, can. 987.91 Cfr. CIC, can. 1007: «No se dé la unción de los enfermos a quienespersisten obstinadamente en un pecado grave manifiesto».92 Cfr. CIC, can. 915 y can. 843 §1.

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modificado su decisión. Esto implica también queuna persona que se haya registrado en unaasociación para recibir la eutanasia o el suicidioasistido debe mostrar el propósito de anular talinscripción, antes de recibir los sacramentos. Serecuerda que la necesidad de posponer laabsolución no implica un juicio sobre laimputabilidad de la culpa, porque laresponsabilidad personal podría estar disminuidao incluso no existir93. En el caso en el que elpaciente estuviese desprovisto de conciencia, elsacerdote podría administrar los sacramentos subcondicione si se puede presumir el arrepentimientoa partir de cualquier signo dado con anterioridadpor la persona enferma.

Esta posición de la Iglesia no es un signo defalta de acogida al enfermo. De hecho, debe ser elofrecimiento de una ayuda y de una escuchasiempre posible, siempre concedida, junto a unaexplicación profunda del contenido delsacramento, con el fin de dar a la persona, hastael último momento, los instrumentos para poderescogerlo y desearlo. La Iglesia está atenta aescrutar los signos de conversión suficientes, paraque los fieles puedan pedir razonablemente larecepción de los sacramentos. Se recuerda queposponer la absolución es también un actomedicinal de la Iglesia, dirigido, no a condenar al

93 Cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declarac. Iura et bona (5mayo 1980), II: AAS 72 (1980), 546.

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pecador, sino a persuadirlo y acompañarlo haciala conversión.

También en el caso en el que una persona nose encuentre en las disposiciones objetivas pararecibir los sacramentos, es necesaria una cercaníaque invite siempre a la conversión. Sobre todo sila eutanasia, pedida o aceptada, no se lleva a caboen un breve periodo de tiempo. Se tendráentonces la posibilidad de un acompañamientopara hacer renacer la esperanza y modificar laelección errónea, y que el enfermo se abra alacceso a los sacramentos.

Sin embargo, no es admisible por parte deaquellos que asisten espiritualmente a estosenfermos ningún gesto exterior que pueda serinterpretado como una aprobación de la accióneutanásica, como por ejemplo el estar presentesen el instante de su realización. Esta presenciasolo puede interpretarse como complicidad. Esteprincipio se refiere de manera particular, pero nosolo, a los capellanes de las estructuras sanitariasdonde puede practicarse la eutanasia, que nodeben dar escándalo mostrándose de algún modocómplices de la supresión de una vida humana.

12. La reforma del sistema educativo y la formaciónde los agentes sanitarios

En el contexto social y cultural actual, tandenso en desafíos en relación con la tutela de lavida humana en las fases más críticas de laexistencia, el papel de la educación es ineludible.

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La familia, la escuela, las demás institucioneseducativas y las comunidades parroquiales debentrabajar con perseverancia para despertar ymadurar aquella sensibilidad hacia el prójimo y susufrimiento, de la que se ha convertido ensímbolo la figura evangélica del Samaritano94.

A las capellanías hospitalarias se les pideampliar la formación espiritual y moral de losagentes sanitarios, incluidos médicos y personalde enfermería, así como de los grupos devoluntariado hospitalario, para que sepan dar laatención humana y espiritual necesaria en las fasesterminales de la vida. El cuidado psicológico yespiritual del paciente durante toda la evoluciónde la enfermedad debe ser una prioridad para losagentes pastorales y sanitarios, teniendo cuidadode poner en el centro al paciente y a su familia.

Los cuidados paliativos deben difundirse enel mundo y es obligatorio preparar, para tal fin,los cursos universitarios para la formaciónespecializada de los agentes sanitarios. Tambiénes prioritaria la difusión de una correcta ymeticulosa información sobre la eficacia de losauténticos cuidados paliativos para unacompañamiento digno de la persona hasta lamuerte natural. Las instituciones sanitarias deinspiración cristiana deben preparar protocolospara sus agentes sanitarios que incluyan una

94 Cfr. Juan Pablo II, Carta Ap. Salvifici doloris (11 febrero 1984), n. 29:AAS 76 (1984), 244-246.

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apropiada asistencia psicológica, moral y espiritualcomo componente esencial de los cuidadospaliativos.

La asistencia humana y espiritual debe volvera entrar en los recorridos formativos académicosde todos los agentes sanitarios y en las prácticashospitalarias.

Además de todo esto, las estructurassanitarias y asistenciales deben preparar modelos deasistencia psicológica y espiritual para los agentessanitarios que tienen a su cargo los pacientes enlas fases terminales de la vida humana. Hacersecargo de quienes cuidan es esencial para evitar quesobre los agentes y los médicos recaiga todo elpeso (burn out) del sufrimiento y de la muerte delos pacientes incurables. Estos tienen necesidadde apoyo y de momentos de discusióny deescucha adecuados para poder procesar no solovalores y emociones, sino también el sentido de laangustia, del sufrimiento y de la muerte en elámbito de su servicio a la vida. Tienen que poderpercibir el sentido profundo de la esperanza y laconciencia que su misión es una verdaderavocación a apoyar y acompañar el misterio de lavida y de la gracia en las fases dolorosas yterminales de la existencia95.

95 Cfr. Francisco, Discurso a los presidentes de los Colegios de Médicos de España eHispanoamérica (9 junio 2016): AAS 108 (2016), 727-728. «La fragilidad eldolor y la enfermedad son una dura prueba para todos, también para elpersonal médico, son un llamado a la paciencia, al padecer-con; por ello nose puede ceder a la tentación funcionalista de aplicar soluciones rápidas y

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CONCLUSIÓN

El misterio de la Redención del hombre estáenraizado de una manera sorprendente en elcompromiso amoroso de Dios con el sufrimientohumano. Por eso podemos fiarnos de Dios ytrasmitir esta certeza en la fe al hombre sufrientey asustado por el dolor y la muerte.

El testimonio cristiano muestra como laesperanza es siempre posible, también en elinterior de la cultura del descarte. «La elocuenciade la parábola del buen Samaritano, comotambién la de todo el Evangelio, esconcretamente esta: el hombre debe sentirsellamado personalmente a testimoniar el amor en elsufrimiento»96.

La Iglesia aprende del Buen Samaritano elcuidado del enfermo terminal y obedece así elmandamiento unido al don de la vida: «¡respeta,defiende, ama y sirve a la vida, a toda vida humana!»97.El evangelio de la vida es un evangelio de lacompasión y de la misericordia dirigido al hombreconcreto, débil y pecador, para levantarlo,mantenerlo en la vida de la gracia y, si es posible,curarlo de toda posible herida.

drásticas, movidos por una falsa compasión o por meros criterios deeficacia y ahorro económico. Está en juego la dignidad de la vida humana;está en juego la dignidad de la vocación médica».96 Juan Pablo II, Carta Ap. Salvifici doloris (11 febrero 1984), n. 29: AAS 76(1984), 246.97 Juan Pablo II, Carta Enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), n. 5: AAS 87(1995), 407.

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No basta, sin embargo, compartir el dolor, esnecesario sumergirse en los frutos del MisterioPascual de Cristo para vencer el pecado y el mal,con la voluntad de «desterrar la miseria ajenacomo si fuese propia»98. Sin embargo, la miseriamás grande es la falta de esperanza ante lamuerte. Esta es la esperanza anunciada por eltestimonio cristiano que, para ser eficaz, debe servivida en la fe implicando a todos, familiares,enfermeros, médicos, y la pastoral de las diócesisy de los hospitales católicos, llamados a vivir confidelidad el deber de acompañar a los enfermos entodas las fases de la enfermedad, y en particular,en las fases críticas y terminales de la vida, asícomo se ha definido en el presente documento.

El Buen Samaritano, que pone en el centrode su corazón el rostro del hermano en dificultad,sabe ver su necesidad, le ofrece todo el biennecesario para levantarlo de la herida de ladesolación y abrir en su corazón hendidurasluminosas de esperanza.

El “querer el bien” del Samaritano, que sehace prójimo del hombre herido no con palabrasni con la lengua, sino con los hechos y en laverdad (cfr. 1 Jn 3, 18), toma la forma de cuidado,con el ejemplo de Cristo que pasó haciendo elbien y sanando a todos (cfr. Hch 10, 38).

Curados por Jesús, nos transformamos enhombres y mujeres llamados a anunciar su98 Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q. 21, a. 3.

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potencia sanadora, a amar y a hacernos cargo delprójimo como él nos ha enseñado.

Esta vocación al amor y al cuidado del otro99,que lleva consigo ganancias de eternidad, seanuncia de manera explícita por el Señor de lavida en esta paráfrasis del juicio final: recibid enheredad el reino, porque estaba enfermo y mehabéis visitado. ¿Cuándo, Señor? Todas las vecesque habéis hecho esto con un hermano vuestromás pequeño, a un hermano vuestro que sufre, lohabéis hecho conmigo (cfr. Mt 25, 31-46).

El Sumo Pontífice Francisco, en fecha 25 de junio de 2020 haaprobado esta Carta, decidida en la Sesión Plenaria de estaCongregación el 29 de enero de 2020, y ha ordenado su publicación.

Dada en Roma, desde la sede de la Congregación parala Doctrina de la Fe, el 14 de julio de 2020, memorialitúrgica de san Camilo de Lelis.

LuisF. Card. Ladaria, S.I.Prefecto

† Giacomo MorandiArzobispo Titular de Cerveteri

Secretario

99 Cfr. Benedicto XVI, Carta. Enc. Spe salvi (30 noviembre 2007), n. 39:AAS 99 (2007), 1016: «Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor dela verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirseen una persona que ama realmente, son elementos fundamentales dehumanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo».

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