Cartas Abelardo y Eloisa

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Cartas de Abelardo y Eloisa

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Cartas de Abelardo y ElosaCartas de Abelardo y ElosaEstudio preliminar y traduccin de Natalia Jakubecki y Marcela BorelliEdiciones La Parte MalditaAcadmicaDiseo de tapa y diagramacin interior:Ed. La Parte Maldita.2013, Natalia Jakubecki y Marcela Borelli.2013, Ediciones La Parte Maldita.Bolivia 269, Ciudad Autnoma de Buenos Aires.Queda hecho el depsito que indica la Ley 11.723www.edlapartemaldita.com.aredlapartemaldita@gmail.comPrimera edicin, octubre 2013.Licenciado bajo Creative CommonsAtribucin - No comercial - Compartir obras derivadas igualJakubecki, NataliaCartas de Abelardo y Elosa / Natalia Jakubecki y Marcela Borelli. 1a ed. - Ciudad Autnoma de Buenos Aires: Ediciones La Parte Maldita, 2013. 256 p. ; 19x13 cm. Traducido por: Marcela Borelli y Natalia JakubeckiISBN 978-987-28626-9-51. Traduccin. 2.Filosofa Medieval. I. Borelli, MarcelaII. Borelli, Marcela, trad. III. Jakubecki, Natalia, trad. IV. TtuloNDICEEstudio preliminarEl siglo ............................................................................ 14Abelardo .......................................................................... 16Elosa .............................................................................. 20Sobre la autenticidad del texto ......................................... 24Esta edicin ..................................................................... 29Tabla cronolgica............................................................. 31Bibliografa...................................................................... 34CARTA DE ABELARDO A UN AMIGO HISTORIA DE MIS CALAMIDADESCaptulo I........................................................................ 39Captulo II ...................................................................... 40Captulo III. .................................................................... 45Captulo IV ..................................................................... 48Captulo V. ...................................................................... 49Captulo VI ..................................................................... 50Captulo VII.................................................................... 55Captulo VIII .................................................................. 61Captulo IX ..................................................................... 66Captulo X ...................................................................... 72Captulo XI ..................................................................... 85Captulo XII .................................................................... 86Captulo XIII .................................................................. 90Captulo XIV .................................................................. 95CORRESPONDENCIA PERSONAL ENTRE ABELARDO Y ELOSACARTA II ..................................................................... 103CARTA III .................................................................... 115CARTA IV .................................................................... 125CARTA V ..................................................................... 138CARTA VI .................................................................... 164CARTAS DE ABELARDO PARA ELOSAY LAS HERMANAS DEL PARCLITO (SELECCIN DE PASAJES)CARTA VII ................................................................... 195CARTA VIII ................................................................. 209OTRAS CARTAS, OTROS TEXTOSCARTA XVII............................................................... 237CARTA DE PEDRO EL VENERABLE AL PAPAINOCENCIO II ........................................................... 240PRIMERA CARTA DE PEDRO EL VENERABLE A ELOSA ........................................................................ 242CARTA DE ELOSA A PEDRO EL VENERABLE ..... 252RESPUESTA DE PEDRO EL VENERABLE AELOSA ........................................................................ 254ABSOLUCION DE PEDRO ABELARDO ................. 256EPITAFIOS PARA ABELARDO .................................. 257UN EPITAFIO PARA ELOSA .................................... 261De la serie de hechos inexplicables que son el universo y el tiempo, la dedicatoria de un libro no es, por cierto, el menos arcano. Se la defne como un don, un regalo. Salvo en el caso de la indiferente moneda que la caridad cristiana deja caer en la palma del pobre, todo verdadero regalo es recproco. El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo mismo.Jorge Luis Borges, La cifra.Hemos recibido, pues, el inestimable apoyo de Silvia y Su-sana quienes, cada una y desde su propio rincn, guiaron nuestros primeros pasos por el Medioevo. Es a ellas a quie-nes queremos dedicarle esta traduccin. Gracias. [ 13 ]ESTUDIO PRELIMINARElla, la dulce quinceaera que, seducida por su tutor, se deja llevarporlosimpulsosdelacarne.l,brillantedialcticocon fama in crescendo que, cegado por la pasin, no logra vislum-brarlasdesventurasquedeberatravesaracausadetamaa osada. Dos amantes que han conmovido, escandalizado y con-quistado a todo aquel que tuvo noticia de ellos. S, podra creerse que el prrafo anterior es la contratapa de una novela romntica, pues contiene todos los elementos para que una historia se torne verdaderamente apasionante: romance, fama, dolor Pero no lo es. Este dramtico enca-bezado corresponde a una historia real que se desencaden en el lejano siglo XII, en Pars, ciudad foreciente en donde todo poda pasar. Y pas.Estelibroreneelepistolarioquemantuvierondos amantes en los ltimos aos de su historia. Pedro Abelardo ysuElosahanalimentadoconsusvivenciaslaincontable lista de amores desdichados: Orfeo y Eurdice, Eneas y Dido, Tristn e Isolda, Romeo y Julieta, Paolo y Francesca Pero a diferencia de casi todos ellos -personajes nacidos de la pluma de sagaces escritores- estos dos enamorados fueron personas reales que vivieron y sufrieron no ya en un papel, sino en el mundoalcualnosotrosdamosformaconnuestraspropias historias.Ellegado?Unascuantascartascruzadas,rebosantesde recuerdosdulcesyamargos,colmadasdereprochesyacu-saciones.Ira,lujuria,soberbia,envidiaytodoslospecados [ 14 ]conocidos alimentan las pginas que seguirn a este prlogo. Como ha dicho Gilson, Elosa y Abelardo son grandes hasta en sus fallos.1EL SIGLOMuchosehadichosobreelRenacimientodelQuattro-cento, en el que grandes maestros del arte, de las letras y de lascienciasrenegarondecuantoleshabasidolegadopor sus sucesores inmediatos. Pero slo recientemente los medie-valistas han vuelto sus miradas sobre el siglo XII como otro renacimiento y no fue poco lo que ste les ofreci. Sibiendurantesigloslaculturahabapermanecidores-guardada bajo el manto protector de las abadas, poco a poco trascendi sus severos muros para instalarse en las ciudades, que ya desde el siglo anterior crecan a un ritmo vertiginoso. No le fue difcil encontrar, pues, un nuevo asilo en las cate-drales. As, el siglo cuyo mayor representante fue Pedro Abe-lardo,leregalabaalmundolasprimerasescuelascitadinas, esdecir,lasescuelasepiscopales,capitularesycatedralicias, mostrando estas ltimas un protagonismo indiscutible.Cada uno de los centros de estudio se destacaba en una disciplinadeterminada.Sieraladialcticaolaretricalas que entusiasmaban al joven estudiante, lo ms acertado era acudir a Pars; Laon, en cambio, era paso obligado para los futuros telogos, as como Orlens para los poetas y Chartres para los que deseaban abarcar todas las artes del quadrivium.2 1 GILSON, E., Elosa y Abelardo, Navarra, Eunsa, 2004, p. 52.2Elquadriviunconforma,juntoconeltrivium,aquelloqueseconoce como las artes liberales. El primero comprende las disciplinas de aritm[ 15 ]Entretanto,lasescuelasmonsticasseguandescifrandolas Escrituras, tal como venan hacindolo desde haca siglos, e incluso con ms fuerza en respuesta a las turbulentas muta-ciones que vean acaecer fuera de sus muros.Este avance no responde a ningn azar. Muy por el con-trario,ciertosfenmenospolticosyeconmicosacompa-aron,comoesdeesperarse,estoscambios.Paraempezar, pensemos que en los siglos XII y XIII se asiste al perodo de mayor poder del Papa y de la alta jerarqua eclesistica. stos apoyarn, al menos en principio, la conformacin de centros educativos, pues estaban urgidos de nuevas herramientas in-telectuales con las que afrontar los desafos que toda concen-tracin de poder trae aparejados. Lostericosmedievalesvierontambindesarrollarse otrofenmenoparaleloynomenossignifcativo:lareva-lorizacindeltrabajo.Conelcrecimientodelasciudades, venlaluzdiferentescorporaciones,cadaunadelascuales representaunofciodeterminado:artesanos,carpinteros, herreros,maestrosSibiennoessinohastaelsigloXIII que la actividad docente se corporativiza, las bases para ello ya estn dadas. El conocimiento, aunque no deja de ser un dondivino,pasaaser,adems,unaposesinacuyousu-fructo se tiene derecho. Desde esta nueva ptica, se produce una paulatina desacralizacin del conocimiento y, as como el artesano le transfere su destreza al aprendiz cobrando por ello, el maestro se la transmitir a su alumno con los mismos fnes. Resta decir que en el siglo en el que estas cartas fueron es-critas, se pueden rastrear los primeros esbozos de la corriente tica, geometra, astronoma y msica; en tanto que el segundo, gramtica, dialctica y retrica.[ 16 ]que ms tarde ser llamada Humanismo. Muchos intelec-tuales pusieron al ser humano en el centro de sus teoras, al tiempo que posaron su mirada en los autores clsicos. Sne-ca, Virgilio,Cicernyotrosgrandespensadoresdelaanti-gedad son resucitados por estudiosos entre los que Abelardo y Elosa fguran en las primeras flas, si bien este movimiento intelectual se consolidar con el Policraticus de Juan de Salis-bury, discpulo del maestro Pedro.Siguiendo la lnea que propone Gilson, hoy se puede afr-mar todava que no hay ninguna esencia de la Edad Media ni del Renacimiento, y por esto precisamente, no hay que bus-car una defnicin.3 No obstante, si aun as insistiramos en ello, diremos que stas son algunas de las principales razones por las que se puede considerar al siglo XII como un primer renacimiento en la historia occidental.4ABELARDOAutobiografaSera ocioso detallar minuciosamente la vida del maestro Pedro cuando l mismo lo ha hecho en su Historia calamita-tum, una extensa carta de consuelo para un amigo. A pesar de que sta pertenece a la correspondencia privada del autor, puedeconsiderarse,noobstante,laprimeraautobiografa 3 GILSON, E., op. cit., p. 123.4Inclusostehasidodivididoendosetapas:laprimeraesladescripta aqu, y la segunda comprende los ltimos aos del siglo, con el reingreso de Aristteles. Vase De LIBERA, A., La flosofa medieval, Buenos Aires, Docencia, 2000, cap.7.[ 17 ]queseharedactado.5SibienesciertoqueAbelardonunca dej a un lado su soberbia, la autobiografa que escribe anula esaidealizacindelprotagonistaquesolarealizarseenlas biografas6 hasta entonces redactadas. De hecho, ya el mismo ttulonosadvierteque,adiferenciadelasaventurasyro-mances cantados sobre el amor corts, el contenido de estas pginas ser poco o nada venturoso. Sihayalgoquellamanecesariamentelaatencin,esla ausenciadetodocomentario,detodareferenciaconcretaa su amigo y a las angustias que ste estaba padeciendo y que, tericamente,dieronorigenalacarta.Msbienpareciera una justifcacin que Abelardo se hace a s mismo; tal vez, la maneraqueencontrdeconsolarse,recordandounpasado an ms turbulento que ese presente en el que escribe.La narracin comienza con un fugaz repaso de su infancia y adolescencia, se centra en los aos de madurez y culmina cuandoAbelardoserecluyeenlacasadeunannimoca-marada, tras haber sido vctima de un intento de asesinato. Pero, si bien all termina la narracin autobiogrfca, comien-za,asuvez,lacorrespondenciaquemantendrconElosa, yquenospermitesabercmocontinuaronsushazaas. Ser Pedro, Venerable abad de Cluny, quien nos relate cmo pas Abelardo los ltimos das de su vida bajo su amparo y proteccin. 5 Muchos le otorgan este privilegio a Confesiones de San Agustn pero, rigu-rosamente, el gnero confesionario, aunque muy similar al autobiogrfco, no es estrictamente igual.6Biografasynoautobiografas,pues,comohemosdicho,laHistoria calamitatum es la primera en su gnero.[ 18 ]BiografaAo 1079, Pallet, Nantes: Luca daba a luz a Pedro Abe-lardo, quien mucho tiempo despus ser apodado el Rino-ceronte,porsuindomabletalante.Berengario,suesposo, estaba feliz de tener al fn un primognito a quien dejar en herencia su cargo militar. Pero sus anhelos no pudieron verse realizados. Cuando el joven Pedro se encontraba listo para la carrera de las armas, decidi legarles a sus hermanos menores el derecho de primogenitura para educarse en los brazos de Minerva. Varios fueron sus profesores, varias fueron las con-tiendas flosfcas que mantuvo con ellos hasta que por fn se asienta ya como maestro en Pars. Por las calles de esta prs-peraciudaddeambulaelnombredeunatalElosa,famosa por su belleza y cultura. Era fcil predecir que el Rinoceronte acometera contra ella sin piedad. Mediante inteligentes ar-gucias y favorecido por su reputacin, entabla una turbulenta relacin con la quinceaera a la que dobla en edad. Lgrimas y slo lgrimas naceran de este romance. Para ser justos, slo lgrimasno,tambinunpequeollamadoAstrolabioque, nada ms ver la luz, es entregado a las hermanas de Abelardo para que cuidasen de l.Nielmatrimonio,nilaseparacin,lograronevitarel cruel destino que le esperaba al dialctico ms famoso de Pa-rs:lacastracin.Humillado,abatidoydesesperado,toma los hbitos religiosos, no sin antes asegurarse de que su joven esposa tambin lo hiciera. Cuando pareca que ya nada poda empeorar las cosas, Abelardo escribe su primer libro de teolo-ga: De unitate et trinitate divina, que terminar siendo con-denado en el snodo de Soisson. No se quebranta: polemiza con sus compaeros religiosos y, maltratado, huye. Tras idas y venidas, consigue desligarse de la orden y funda el Parclito, [ 19 ]oratorio dedicado al Espritu Santo, donde retoma sus clases. En1128esnombradoabaddeSaintGildasy,unaoms tarde, cede su olvidado oratorio a Elosa y sus hermanas, des-alojadas ya del convento de Argenteuil.Nada va bien. Los monjes de Saint Gildas son el ejemplo mselocuentedeldesenfrenoylacorrupcinquehabitaba enmuchosdelosmonasteriosdeaquellapoca. Traselya mencionado intento de asesinato, huye a la casa de un amigo y es entonces cuando redacta para ste la Historia calamita-tum. Pero, si bien goz de un tiempo de tranquilidad dando clases en Sainte Genevive, no terminaron all sus calamida-des. Bernardo de Clairvaux no comparte diversas tesis abelar-dianas y convoca un concilio en Sens, que fnaliza con la que-ma de las obras de Abelardo y la excomunin para el autor, castigo peor que el destierro, pues signifcaba la expulsin de la patria celestial. Luego de este ltimo golpe, el quebrantado flsofo se refugia en Cluny, gracias a la intercesin de Pedro el Venerable ante el Papa Inocencio II.7 Muere en 1142, en el monasterio de Saint Marcel, dejan-do tras de s varias obras flosfcas y teolgicas; delante de s, puertas que sern abiertas no sin ciertos recaudos por Juan deSalisbury,GuillermodeOckhameinclusoImmanuel Kant.Muchos le han reprochado la severidad de sus respuestas a Elosa. Otros, en cambio, han elogiado su radical conversin y vocacin cristiana. Condenado y encumbrado, castigado y respetado, Pedro Abelardo ha sido todo lo que fue capaz de 7 Por mediacin de Pedro el Venerable, Abelardo tambin se reconcilia con Bernardo de Clairvaux y se le levanta la excomunin.[ 20 ]ser. Tal vez por eso, su epitafo diga: Est satis in tumulo. Pe-trus hic jacet Abaelardus, cui soli patuit scibile quidquid erat.8ELOSADe no haber sido por estas cartas, seran pocas o nulas las noticias que tendramos de ella. No obstante, gracias a Pedro Abelardo y Pedro el Venerable, podemos hacernos una idea de la vida y, sobre todo, de la personalidad de Elosa, la mujer que conquist el corazn del dialctico.Antes de las cartasArgenteuil es una abada fundada en el siglo VII y some-tida a la potestad de Saint Denis. En el siglo IX fue donada temporalmente a la hija de Carlomagno y, desde entonces, se convirti en un convento para mujeres. En 1129 regresa a su antiguo dueo, cuando el Abad Suger reclama sus derechos jurisdiccionales. AllfueenviadalaniaElosaaprocurarselasprimeras letras, al igual que muchas hijas de las familias nobles de Pars y alrededores. Quinceaera, regresa a la casa de su to Fulber-to pero, tras la tragedia desatada dos aos ms tarde a causa de su romance con Abelardo, vuelve al convento, siendo an adolescente, para tomar los hbitos por orden de su esposo. 8Haysufcienteenestetmulo,aquyaceAbelardo,elnicoalquese mostr cognoscible cuanto exista. Este es el epitafo ms reproducido de los tantos que se han conservado sobre Abelardo. Cfr. LUSCOMBE, D., Te school of Peter Abelard, Cambridge, Cambridge University Press, 1970, p.10, n.2. Al fnal de esta edicin se incluye la traduccin de los epitafos medievales conocidos.[ 21 ]De all se ir una priora de treinta aos, una vez disuelta la congregacin.Las dos Elosas Cuando Duby postul la existencia de dos Elosas con-tradictoriasnoestabaequivocado:laquejumbrosa,rebelde y hasta blasfema mujer que mantiene correspondencia con PedroAbelardo;ylavirtuosaydevotaabadesadelParcli-to a quien escribe Pedro el Venerable. El historiador resuel-veeldilemasuponiendolainautenticidaddelasprimeras cartas.9 Pero si bien esta es una salida vlida, consideramos menos problemtica e incluso ms feliz otra solucin. Pen-samosqueunamujerdedicadaalosestudios,unamujer flosfca como el abad de Cluny la llama,10 una mujer que hatrocadotodoslosplaceresmundanospordulceshoras encompaadeVirgiliooSneca,puedetambinseruna rebeldequeseenfrentaalmismoDios,11yaqueporlos caprichos de la fortuna o de la predestinacin divina fue objeto de semejantes sufrimientos y amarguras. Ella, una y la misma, se comport tal como su corazn le fue dictando alolargodelasdiferentesetapasdesuvida.Situvotanta fuerza de espritu como para rechazar la vida licenciosa que Pars le ofreca a su juventud, porqu no creer que tuvo la misma fuerza para rebelarse contra todo aquello que consi-deraba injusto, sea ello el olvido de Abelardo o el castigo del Altsimo? 9 DUBY, G., Mujeres del siglo XII, Chile, Andrs Bello, 1998, vol. I, p. 78.10 Carta I de Pedro el Venerable a Elosa.11 DUBY, G., op. cit.[ 22 ]Recordemos que tras el arribo al Parclito con sus compa-eras religiosas, toda aquella pasin y angustia que reprimi durantepocomsde16aos,resurgecuandonuestrafa-mante abadesa confrma el descuido en el que ha cado por partedelfundadordelaorden,quieneranadamenosque su marido en el mundo, el mismo que la inici tanto en los juegos de la carne como en la vida religiosa. Alrededor de 1135 cae en sus manos la carta que ste le haba escrito a un amigo para consolarlo, cunto ms con-suelo le deba a ella, la que todo lo haba hecho por l, incluso contrasuvoluntad!Noesdifcilimaginarqueesadulcey piadosamonjasetransformaraenunamujerquereclama lo que le pertenece: atencin y afecto. All mismo comienza elepistolarioqueterminarconlamuertedesuAbelardo. Elosa,luegoderecibirrespuestasesquivasyhastaseveras amonestaciones, calma su mpetu y vuelve a la sumisin que siempre le fue caracterstica. A ella se refere Pedro el Venera-ble en el largo elogio que compone su carta XCVIII.12 Por qu pensar, entonces, que una Elosa inventada es la autora de cartas fcticias y que una Elosa real es la merece-dora de los elogios de Pedro el Venerable? Por qu ver una contradiccin donde no hay ms que la evidente manifesta-cindeunavidaasaltadaporlosvaivenesdeldestino?Las dos Elosas que cree ver Duby no son sino una sola, mujer y abadesa, flsofa y monja, la eterna amante que afront, de la manera en que le fue posible, las alegras y los sinsabores queconvienenacualquierexistencia.Lavida,despusde todo, no es una historia con ambicin de coherencia lgica, sino ms bien una secuencia de eventos en los cuales buscar 12 La numeracin corresponde a la correspondencia general del abad. Equi-vale, en la presente edicin, a la primera carta que le enva a Elosa.[ 23 ]unsignifcadoesirresistible,talvezloable;peropretender indicarlo es ilusorio.13Una mujerPor ltimo, cabe destacar el rol que cumple Elosa en lo que se refere al papel de la mujer en aquella poca. Es cier-to que adjudica a su condicin femenina la responsabilidad de las desgracias padecidas por Abelardo; as, la omos decir Oh, suma costumbre de las mujeres ser ruina para los gran-deshombres!.14Noobstante,serellaquienlesoliciteal fundador del Parclito que redacte nuevas reglas que puedan ser cumplidas por mujeres, ya que no parece haberse tenido encuentalacondicinfemeninaalimponerleslasmismas cargas que a los hombres, reunidos tal como estn bajo una sola Regla, la de San Benito. Juzga cun alejado est de todaprudenciayraznobligaraprofesarlasmismasreglas tanto a varones como a mujeres, y cargar con el mismo peso tantoalosdbilescomoalosfuertes,lediceenlaltima cartaqueleescribe.Enestoconcuerdaconmuchosdelos autores de su tiempo, quienes ven a la mujer necesitada del vigor masculino, no tanto por una cuestin de superioridad intelectual o espiritual, sino por una realidad biolgica. Sin embargo, nadie vea en ello motivo alguno para que se revisa-ran y renovaran las costumbres monsticas. Y pese a las ten-dencias misginas de aquellos das, de las que la abadesa no logra escapar completamente, el pedido de Elosa demuestra 13 FUMAGALLI, M., Elosa, l intellettuale, en Medioevo al femminile, (a cura di Bertini F.), Roma, Laterza, 2005, traduccin propia.14 Carta IV.[ 24 ]la lucidez de su pensamiento y la profundidad de su sabidu-ra.Y vivieron felicesFinalmenteElosapierdeaAbelardo.En1142,trassu muerte, ella entierra el cuerpo de su gran amor all mismo, en el Parclito. Pasarn 22 aos de soledad y espera para que vuelva a reunirse con Pedro en el cielo o en el inferno, an no lo sabemos. Lo que s sabemos es que desde 1817, has-ta nuestros das, ambos cuerpos descansan en un mausoleo comn en el cementerio de Pre Lachaise, Pars. Cuenta la leyendaquelosamantespermanecenabrazadosdentrode sus tumbas. Supongamos que fuese cierto: de seguro Elosa, obstinada como siempre, fue quien dio el primer paso y se acerc a Pedro. l, luego de dudarlo unos instantes, cedi, por fn, a esas ganas de abrazarla que jams lo haban aban-donado.SOBRE LA AUTENTICIDAD DEL TEXTOEn 1841, Orelli, un estudioso de la correspondencia aqu presentada,alegquestanoeramsqueunafalsifcacin perpetradaporalgnadmiradorannimodelapareja,in-augurando, de esta manera, una larga controversia acerca de la autenticidad de estas cartas.15 La misma se perpetu hasta nuestrosdas,enunaespeciedeaporaenlaqueyapocos intentan incursionar.15 Orelli no present argumentos para sostener su hiptesis, slo fue quien dio pie para que otros s lo hicieran. [ 25 ]Todava no se han dado razones concluyentes ni a favor niencontradelalegitimidaddeestosescritos,ycreemos que posiblemente no se den nunca. No es nuestra intencin entrardellenoenesteproblema,muchomenospresentar argumentospropios.Noobstante,creemosqueestedebate esdegranintersnosloparalosestudiososdelavidade Abelardoy/oElosa,sinotambinparatodolectorquese interese particularmente por esta historia de amor. Por ello, nos limitaremos a resear algunas de las principales objecio-nescontralaautenticidaddeesteepistolario,ascomosus respectivas refutaciones.16La primera objecin que ha dado lugar a prolongados de-bates reside en un problema de traduccin. Nadie duda de la autenticidad de la Historia calamitatum, en la cual Abelardo nos cuenta que volvi a ver a Elosa al momento de instalarla en el Parclito, luego de la expulsin de Argenteuil. Sin em-bargo, un pasaje de la primera carta de Elosa,17 segn Lalan-ne, dira lo siguiente: Decidme solamente si podis, porqu desde nuestra conversin, que nicamente vos decidisteis, me habis abandonado del tal forma, olvidado de tal forma, que no he tenido vuestra presencia para poder alegrarme, ni tan sloenvuestraausenciaunacartaparaconsolarme.18Esta traduccin dejara en evidencia una clara contradiccin entre los hechos narrados en una y otra carta. Muchos traductores 16 Para ampliar este tema, vase GILSON, E., op. cit., apndice.17ElosaescribesuprimeracartaaAbelardoalmenoslaprimeraque presentamos aqu y de la que tenemos noticia aproximadamente en el ao 1135, cuando por azar llega a sus manos la Historia calamitatum. Haca ya 6 aos que estaba instalada en el Parclito. 18 LALANNE, L., La correspondance littraire, t. I, 1856.[ 26 ]han seguido esta misma lnea de interpretacin,19 mantenien-do la discordancia. Ahora bien, Gilson argumenta que si se traduce correctamente este pasaje, la contradiccin se desva-nece pues Elosa no se lamenta de no haber vuelto a ver nun-ca ms a Abelardo, sino de su ausencia.20 El pasaje, entonces, dira: Por qu, despus de nuestra conversin, a la que slo t nos condujiste, devine en tan grande abandono y olvido para ti? Pues, en tu presencia, ni me has hablado para recrear-me, ni en tu ausencia has escrito una carta para consolarme.Tambin existen argumentos que sealan lo que deberan haberdichoAbelardooElosaparaquelascartassetorna-senverosmiles.As,Schmeidlersealaque,alprincipiode suprimerarespuestaaElosa,21Abelardoadmitenohaber escrito nunca una carta de consuelo, anulando, de esta ma-nera,laexistenciadelaHistoriacalamitatum.Noobstante, una mirada ms atenta al texto latino nos permite observar que Abelardo dice que nunca escribi una carta de consuelo para Elosa, no en general. Por su parte, Charrier admitira la autenticidad de la correspondencia si Elosa le hubiera repro-chado a su esposo el abandono del hijo de ambos en Bretaa. Pero, acaso no es responsable tambin ella por el nio? Por-qu, entonces, deba ser sta una queja obligada?Otra de las objeciones que se han presentado es la que se apoya en el estilo de escritura. Ciertamente, el uso de frmu-lashechas,comotamquam,lafrecuenteaparicinde obsecro o saltem tanto en las cartas de Abelardo como en las de Elosa, dieron lugar a dudas. Quienes no queran arriesgarse 19 Entre ellos, Schmeidler, Charrier y Oddoul.20 GILSON, E., op. cit., p. 139. 21 Carta III.[ 27 ]apresentaruntercerescritor,dijeronque,obienAbelardo retoc las cartas de Elosa, o bien ella fue quien hizo lo mis-mo con las de l. Ms aun, debido a que en varias ocasiones utilizan las mismas citas tanto de la Biblia como de autores paganos-sobretodoenlascartasVI,VIIyVIII-estaim-pugnacin se tornaba cada vez ms slida. Sin embargo, los objetores parecen no recordar el tiempo de estudio y las horas que los amantes pasaron leyendo las mismas cosas. Tampo-cotomanencuentaladesmesuradaadmiracinqueElosa sentaporquienenotrotiempofuerasumaestro,amante, esposoy,fnalmente,hermanoenCristo.Esaadmiracin, sin dudas, podra haberla empujado a aprender de su estilo, cuando no a imitarlo.Porltimo,restasealarlaobjecindeDuby,quedes-cansa-comoyahemosanticipado-enlasdosElosasque aparecen en los manuscritos: la que escribe apasionadas car-tasdeamoraAbelardoylaquerecibeelogiosdelabadde Cluny. Duby sostiene que la primera Elosa no es ms que un invento de algn editor descarado. Cree probarlo sealando la cohesin del conjunto que nos permitira leer una novela quecierraperfectamente,antesqueunacorrespondencia redactada a lo largo de varios aos. Tambin advierte que es muy poco frecuente, en la poca en que fueron escritas, que las cartas tuvieran carcter ntimo: Ninguna haca confden-cias, como tampoco las haca el gran canto corts de los tro-vadores.Niexpansionesespontneasdepersonaapersona. Su autor pensaba ante todo en demostrar su virtuosismo de escritor.22 Y esto sera lo que precisamente aparece en la co-rrespondencia respecto de Elosa: la composicin de un per-sonaje perfectamente coherente, el de pecadora obstinada. 22 DUBY, G., op. cit., p. 92.[ 28 ]El propsito de toda esta fantochada? El historiador est convencidodequesedebealacreacindeunaespeciede texto edifcante, en el cual se ilustran tres puntos: la debilidad de la mujer, la vigencia del problema del monaquismo feme-nino con la consecuente institucin de reglas y la misgina pero dominante tesis de la sumisin de la mujer al hombre, sea ste su marido o su abad. Por todo esto, Duby concluye queslolaElosadelascartasdePedroelVenerableesla Elosahistrica,ymantieneconfrmezaquelacorrespon-denciadelosdosamantesnoesmsqueunameranovela epistolar. Como vimos, los argumentos presentados no ofrecen una evidenciairrefutable.Sibienalgunostienenmspesoque otros,ningunoesconcluyente.Quedaadecisindellector elesfuerzodeencontrarenestascartasalgunapistaquelo gue. O no. Tambin tiene la opcin de disfrutar de su lec-tura y dejarse llevar por esta historia sin preocuparse por una cuestinporelmomentoinsoluble.Talvez,alconcluirla, opine lo mismo que Gilson: importun sin vergenza a un amable erudito Quera que l decidiese en aquel mo-mento, y sin demora, sobre el sentido exacto de las palabras conversatioyconversioenlaReglabenedictina.Yporqu mepreguntporfnconcedeustedtantaimportanciaa estaspalabras?.Esquecontestyodelsentidodeestas palabras depende la autenticidad de la correspondencia entre AbelardoyElosa.Jamsrostroalgunorefejmayorsor-presa.Luego,trasunsilencio,dijo:Esimposiblequetodo esto no haya sido autntico: es demasiado bello. Ni l ni yo tomamos este juicio por una prueba pero sabamos bien que era cierto.2323 GILSON, E., Elosa y Abelardo, ed.cit., p. 22-23.[ 29 ]ESTA EDICINCreemosnecesariaunanuevatraduccindeesteepisto-lario, puesto que siempre es til la elaboracin de ediciones que aporten nuevos comentarios basados en los estudios ms recientes. Elvolveratraducirunodelosmsvaliososdocumen-tosdelahistoriadelaliteraturaaltomedievalyponerloal alcance de todos es una tarea que el acadmico muchas ve-ces desdea. No obstante, consideramos que la historia que protagonizaron estos dos amantes del siglo XII, y que nos ha llegado mediante su correspondencia, es digna de ser trans-mitida al pblico masivo y no slo al mundo intelectual que, de seguro, ya la conoce. Es por esta razn que tanto la traduc-cin como la introduccin y las notas a pie de pgina estn confeccionadas de manera tal que, lejos de la erudicin y el bagajeconceptualquepuedandemandarestaspginas,sea asequibleallectornoespecialista,sinporellodisminuirla riqueza de dicho material.Nos resta sealar que, como en aquel tiempo las citas se hacan apelando a la memoria, en varios pasajes no coincide exactamente el texto citado por los autores con la fuente que pretende citar. Por dicho motivo, hemos decidido ser leales a lo que escribieron en estas cartas y traducir sus propias pa-labras. No obstante, el texto fuente al que remiten aun con sus alteraciones se encuentra oportunamente sealado.ContenidoHistoria de mis calamidades. Carta autobiogrfca escrita por Abelardoparaconsolaraunamigosuyoqueestabaatrave-sando infortunios menores.[ 30 ]Correspondencia entre Abelardo y Elosa. El epistolario propia-mente dicho de los amantes. Consta de 7 cartas, de las cuales las dos ltimas VII y VIII se encuentran resumidas.24 Las mismas contienen la historia y la justifcacin de las rdenes femeninas y las reglas que Abelardo instituye para la congre-gacin del Parclito, respectivamente.ConfesindefedeAbelardo.CartaqueAbelardoledirige aElosa,dondecomparteconellasucredodespusdela condena por herticas de algunas de sus tesis.Carta de Pedro el Venerable al papa Inocencio II. Peticin del abad de Cluny al Sumo Pontfce para que Abelardo concluya sus das en la abada a su cargo.CorrespondenciaentreElosayPedroel Venerable.Lamisma contiene 3 cartas que versan sobre Abelardo, su relacin con Elosa, la muerte del flsofo y su absolucin.Absolucin de Pedro Abelardo entregada a Elosa por Pedro el Venerable tras la muerte de Abelardo.Epitafos de los amantes.Natalia JakubeckiMarcela Borelli24 Las razones por las que hemos decidido resumir estas cartas son dos. En primer lugar, por el contenido: la historia de amor ha quedado atrs, dan-do lugar a estas dos epstolas que bien pueden considerarse de conduccin espiritual,peroyanocartasdeamor.Asimismo,proliferanenejemplos quepuedenresultarprescindiblesalahoradecomprendereltexto.En segundolugar,ambassedesarrollanalolargodemsde150pginas, extensin que sobrepasa los planes de la presente edicin. [ 31 ]TABLA CRONOLGICA (ALGUNAS FECHAS SON APROXIMADAS)1079: Nace Pedro Abelardo en Pallet, Nantes. Sus padres son Berengario y Luca.1090-1093/4: Estudia lgica en varias escuelas de Bretaa.1094-1098:EstudiaenLochesbajoladireccindeRosce-lino de la Compigne. 1100:ViajaaPars. TomaclasesconGuillermodeCham-peaux, refutando su tesis principal sobre el problema de los universales.1101: Abelardo funda una escuela propia, primero en Melun y luego en Corbeil. Nace Elosa.1102-1107: Vuelve a Le Pallet, ciudad natal, donde se reins-tala por un tiempo, mientras contina sus estudios. 1107:RetornaaParsy,unavezms,asistealasclasesde Guillermo de Champeaux. Por segunda vez obliga a su maes-tro a retractarse de su nueva tesis.1108: Trascomplejosconfictosacercadelasucesindela ctedradeDialctica,Abelardocomienzaaensearenel monte de Sainte Genevive, lugar donde crece su renombre.1111:Primerosupadre,ymesesmstarde,sumadre,le comunican que han de entrar en diferentes rdenes religiosas paraabrazarlavidamonstica,raznporlacualAbelardo vuelve a Le Pallet. All, decide estudiar teologa.1113:ComienzasusestudiosdeteologaenLaon,bajola direccin de Anselmo, para entonces, clebre telogo. Opo-[ 32 ]nindose a su maestro y al mtodo de estudio cannico, Abe-lardo consolida su fama.1114: Empieza a ensear en la escuela catedralicia de Notre-Dame y obtiene una canonja. Aqu vivira sus aos de mxi-ma gloria.1117: Conoce a Elosa y se muda a su casa como tutor. Co-mienza el romance y la redaccin de Logica ingredientibus.1118: Nace Astrolabio, su hijo con Elosa. Se casan en secre-to. Abelardo lleva a su esposa a un monasterio. Esta accin desata la ira de Fulberto, to de Elosa, quien mandar a cas-trar a Abelardo. Emprende la redaccin de la Dialectica.1119:AbelardoentraenelmonasteriodeSaintDenis,y Elosa a Argenteuil.1120: Reanuda sus clases. Escribe su primer libro de Teolo-ga: De unitate et trinitate divina.1121:LaobradeAbelardoescondenadaenelsnodode Soisson,solicitadoporAlbericodeRheimsyLotulfode Lombarda,discpulosdelosantiguosprofesoresdelPala-tino.1122: Tras nuevas contiendas con los monjes de Saint Denis sobre el fundador del monasterio, Abelardo huye a la Cham-pigne.1123:EnNogent-sur-SeinefundaeloratorioParclito y reanuda sus clases con ms xito del esperado.1128: Abelardo es abad en Saint Gildas. Escribe: Ethica seu liber dictus Scito te ipsum.1129: Las monjas de Argenteuil son expulsadas. Abelardo les cede el Parclito, del cual Elosa ser abadesa.[ 33 ]1130:Visitaenmsdeunaoportunidadeloratorio.Los encuentrosconElosasonmotivodeescndalos y murmu-raciones.1134/5: Tras un intento de asesinato, huye defnitivamente de Saint Gildas. Se aloja en casa de un amigo donde comien-za a redactar Historia calamitatum.1136:RetomasusclasesenSainteGenevive.Culminala Dialectica.1139:DisputapblicaentreAbelardoySanBernardoen Pars.1140: Concilio de Sens en donde, por solicitud de San Ber-nardo, Abelardo es condenado a la excomunin y sus obras son quemadas.1141/2:AbelardoserefugiaenCluny.ElabadPedroel Venerable intercedeporlanteelPapaInocencio II,quien fnalmente lo absuelve.1142:MuertedeAbelardo.Comienzalacorrespondencia entre Elosa y Pedro el Venerable, quien le restituye el cuerpo de su esposo para ser sepultado en el Parclito.1164: Muerte de Elosa.1817:LosrestosdePedroAbelardoyElosasontraslada-dos al Cementerio del Pre Lachaise, Pars, donde descansan actualmente.[ 34 ]BIBLIOGRAFASe ha utilizado como fuente para la traduccin el texto de Patrologia Latina de Migne. El mismo fue confrontado con: Ep. 1 ed. Monfrin; Epp. 2-5 ed. Muckle, Mediaeval Studies 15(1953)68-94;Epp.6-7,ed.Muckle,MediaevalStudies 17 (1955) 241-281; Ep. 8, ed. McLaughlin, Mediaeval Stud-ies 18 (1956) 242-297; Ep. 17, ed. Burnett, Mittellateinisch Jahrbuch 21 (1986), 152-155.Seleccin de bibliografa complementaria:para el contexto general de la poca:GILSON, E., Historia de la flosofa, Madrid, Gredos, 1982.De LIBERA, A., La flosofa medieval, Buenos Aires, Docen-cia, 2000.FUMAGALLI BEONIO-BROCCHIERI, M., El intelectual entre la Edad Media y el Renacimiento, Buenos Aires, Eudeba, 1997.sobre Abelardo y ElosaAA.VV., Soror mea Elossa, en Pierre Ablard. Colloque in-ternational de Nantes (Jolivet, J. y Habrias, H. dirs.), Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2003, partie 2.ARIES, P. y DUBY, G., Historia de la vida privada: El indivi-duo en la Europa feudal, Madrid, Taurus, 1991, vol. IV.[ 35 ]BACIGALUPO, L., Pedro Abelardo. Un esbozo biogrfco en La flosofa Medieval, Madrid, Trotta, 2002. BRUNDAGE,J.,Laley,elsexoylasociedadcristianaenla Europa Medieval, Mxico, F.C.E., 2000.DE MARTINO, G., Elosa del Parclito, en Las Filsofas, Madrid, Ctedra, 1996.DUBY, G., Elosa, en Mujeres del Siglo XII, Madrid, Alian-za, 1995, vol I.GILSON, E., Elosa y Abelardo, Navarra, EUNSA, 2004.FUMAGALLIBEONIO-BROCCHIERI,M.,Elosalin-telettuale,enMedioevoalfemenile,FerrucioBertini,Ma-drid, Alianza, 1991.FUMAGALLI BEONIO-BROCCHIERI, M., Eloisa e Abe-lardo. Parole al posto di cose, Milano, Mondadori, 1987. FUMAGALLI BEONIO-BROCCHIERI, M., Introduzione a Abelardo, Roma, Laterza, 1988.LUSCOMBE,D.,TeschoolofPeterAbelard,Cambridge, Cambridge University Press, 1970.PERNOUD,R.,ElosayAbelardo,Barcelona,Acantilado, 2011.ZUMTHOR, P., La letra y la voz en la literatura medieval, Madrid, Ctedra, 1989.Carta de Abelardo a un amigo[ 39 ]HISTORIA DE MIS CALAMIDADESCAPTULO IEl lugar de nacimiento y sus padresA menudolosejemplos,msquelaspalabras,mitigano exaltan las pasiones humanas. Por ello, puesto que nin-guna de las conversaciones que hemos tenido hasta ahora ha logrado consolarte, comenc a escribir una carta de consuelo para un amigo ausente sobre las experiencias de mis calami-dades. As, en comparacin con las mas, las tuyas parecern nada o poca cosa, y de esta manera las soportars de un modo ms tolerable. Yoprovengodeunaciudadqueseencuentraenelin-gresodelaBretaamenor,aunasochomillasalestedela ciudaddeNantes,llamadaLePallet.Deboalanaturaleza de mi tierra y de mi casta mi ligereza de espritu y mi eleva-do ingenio inclinado hacia las disciplinas literarias. Mi padre haba profundizado en el estudio de las letras antes de haber sido distinguido con el cinturn militar. Luego dehaber sido abrazado de tal modo por el amor a ellas, dispuso que todo hijoquetuviereseinstruyeraenlasletrasantesqueenlas armas. As se hizo,y se preocup con mayor diligencia por mi instruccin, pues yo era su primognito y, por lo tanto, el ms querido. Cuanto ms fcilmente progresaba en el estu-dio de las letras, con un mayor ardor me adhera a ellas. Y fui seducido con tan grande amor que abandon por completo las tropas de Marte para educarme en los brazos de Minerva, dejando para mis hermanos las pompas de las glorias milita-res junto con la herencia y las prerrogativas de los primog-[ 40 ]nitos. Y,puestoquepreferlasarmadurasdeladialcticaa todas las lecciones de la flosofa, cambi aquellas armas por estas otras, y prefer los confictos de las disputas a los trofeos de las batallas.1 Recorr las distintas provincias de las que ha-ba escuchado que sobresalan en el estudio de aquellas artes y, disputando, me hice mulo de los peripatticos.CAPTULO IILa persecucin de su maestro GuillermoLlegu a Pars, donde haca tiempo foreca especialmente esta doctrina. All me acerqu a Guillermo de Champeaux, quien fue preceptor mo en dialctica, pues era el primero en ella por su fama y su magisterio. Con l permanec un corto tiempo,siendoaceptadoalprincipio,peroluegomostrn-domecomounagrancarga,puesmehabarefutadoalgu-nassentenciasevidentesparal.Marchabasabiamentecon laraznensucontra,yavecesmemostrabasuperioren lasdisputas.Yaquellosquetenanlareputacindeserlos principales entre mis compaeros, tanto ms se indignaban cuanto menos edad tena yo y estudiaba haca menos tiempo. Aqu comenzaron mis calamidades, las que hasta hoy persis-ten: all donde se extenda mi fama, se infamaba contra m la envidia ajena. 1 En las escuelas citadinas, la disputa era una parte de la enseanza de la dialctica, arte liberal que en aquella poca puede ser equiparada a la l-gica. Abelardo contribuir notablemente a la transformacin del mtodo disputativoescolsticoquellegarasuapogeoenlasuniversidadesdel siglo XIII. [ 41 ]Sucedique,presumiendodemiingenio,mayorqueel de los hombres de mi edad, aspir al rgimen escolar siendo un joven adolescente. Fue as que me prove de un lugar en el que ejercer: fue Melun, una ciudadela insigne, y sede real en aquella poca. Mi maestro, presintiendo esto, se dispuso a alejar mi escuela lo ms posible de la suya, maquinando en secreto cuanto poda, de tal modo que, antes de que me re-tirara de sus clases, me arrebat del lugar que estaba previsto param.Pero,aunqueGuillermotenaenemigosentrelos poderosos del lugar, de quienes me confaba de que me ayu-daran, por su manifesta envidia conquist el asentimiento delamayoraenmicontra.Apartirdelmomentoenque comenzaron mis lecciones, mi nombre comenz a resonar en las artes dialcticas de tal modo que la fama que haban con-seguidomiscondiscpulosysusmaestroscomenzaextin-guirse poco a poco. Desde ese entonces, presumiendo mucho de m mismo, transfer mis lecciones a la ciudad de Corbeil, vecina de Pars, para evitar desde alllos frecuentes ataques en mi contra.No mucho tiempo despus fui forzado a volver a mi pa-tria, afigido por una enfermedad causada por mi inmodera-do estudio. Alejado por un tiempo de Francia, fui requerido con mayor ardor por los que estaban interesados por la ense-anzadialctica.Pasaronunospocosaosy,yarecuperado de mi enfermedad, me enter de que mi maestro Guillermo, archidicono de Pars, se convirti a la orden de los clrigos regulares tras haber cambiado el antiguo hbito. Y ello, segn contaban, para ser promovido a una mayor prelatura, puesto que sera considerado ms piadoso. Y as, una vez nombrado obispo de Chlons, alcanz el grado siguiente. Pero, a pesar del cambio de hbito, no abandon ni sus paseos por la ciu-dad de Pars ni el acostumbrado estudio de la flosofa. Y en [ 42 ]ese mismo monasterio, al que se retir a causa de su vocacin religiosa, pronto se dedic como de costumbre a las clases p-blicas. Entoncesvolvparaescuchardelmismosuslecciones de retrica. Entre otros ejercicios argumentativos, con dispu-tas de poderosos argumentos, hice cambiar a mi maestro -o ms bien obligu a destruir- sus antiguas sentencias sobre los universales.2 En su tesis sobre la comunidad de los universa-les afrmaba que la esencia misma resida toda, simultnea y singularmente en sus particulares y en sus individuos. De ello se segua que no haba ninguna diferencia esencial entre los individuos, sino que sta residira solamente en la diversidad de accidentes. Entonces, mi maestro pas a corregir su sen-tencia para sostener inmediatamente que los individuos no lo eran esencial sino indiferentemente. 2Laquerelladelosuniversalesesunadelasprincipalescuestionesque signan las disputas dialcticas de la poca. En esta controversia, que versa sobrelareferenciadelostrminosuniversales(comoelhombreola justicia), pueden distinguirse casi tantas posiciones como maestros haba. Sin embargo, aqu aludiremos brevemente slo a tres: las de los maestros deAbelardo,yladeAbelardomismo.GuillermodeChampeauxfueun representantedelrealismo,tantoensuprimeraformulacin,enlaque postulaba una esencia material, como en su segunda, la del realismo de laindiferencia,quesostenaqueeluniversaleraaquelloenlocualno diferan los particulares. Roscelino de Compigne, en cambio, sostuvo que los universales se identifcaban con simples signos lingsticos o ruidos de voz(fatusvocis),porloqueestaposturaseconocecomonominalismo o, ms exactamente, vocismo. Finalmente, la solucin de Abelardo afrma que,sibiensloexistenenlarealidadcosasparticulares,cadaunatiene unstatus,unaformadeestarsiendo,quepermiteque,porabstraccin, podamos agruparlas no arbitrariamente bajo un mismo nombre. Sin em-bargo, el status no es el universal, sino aquello que nos hace decir que este hombre es hombre pues, para el Palatino, slo existen en la realidad cosas particulares. [ 43 ]Esta cuestin sobre los universales ha sido siempre la prin-cipalentrelosdialcticos,tantoquePorfrio,ensuIsagog, escribi sobre los universales y no se arriesg a defnirlos, di-ciendo: es un asunto muy complejo. Cuando mi maestro co-rrigi aquello, o ms bien renunci forzado a su tesis, sus clases cayeronentaldescrditoqueapenaseraaceptadoparadar lecciones de dialctica, como si en sta, es decir, en su tesis so-bre los universales, consistiera la suma de todo su magisterio.Apartirdeesemomento,misleccionescobrarontanto vigoryautoridadqueinclusoaquellosquehastaentonces adheran con mayor entusiasmo a las enseanzas de mi maes-tro, y que ms atacaban mi doctrina, vinieron en bandada a mis clases. Quien iba a suceder a mi maestro en la escuela de Parsmeofrecisulugar,dondehastaeseentonceshaban forecido su maestro y el mo, para participar de mi clase jun-to con el resto. No es fcil expresar cunta envidia consuma a mi maestro y cunto dolor comenz a infamarlo pocos das despus de haber tomado a mi cargo las lecciones de dialcti-ca. Y l, una vez que percibi su miseria, no resisti el ardor y con astucia se empe en alejarme. Pero, puesto que no tena contramraznporlaqueacusarmeabiertamente,sevio forzado a desplazar de la escuela a aqul que me concedi su ctedra, alegando crmenes infames. En su lugar puso como sustituto a otro rival mo.Entonces volv a Melun y constru mi escuela como an-tes. Y cuanto ms me persegua su manifesta envidia, mayor autoridad me conceda, como dice aquel poeta: La envidia persigue al que descuella, los vientos alborotan las alturas.3 No mucho tiempo despus, cuando l se dio cuenta de que todossusdiscpulosdudabanmuchodesupiedad,ymur-3 Ovidio, Remedios del amor, I, 396.[ 44 ]muraban ms enrgicamente sobre su conversin -pues no se haba alejado de la ciudad-, se traslad con su cofrada y escue-laaunavillaalejada.RegresinmediatamenteaParsdesde Melun, esperando hacer luego las paces con l. Pero, puesto que mi lugar lo haba hecho ocupar por mi adversario, instal el campamento de mi escuela fuera de la ciudad, en el monte Sainte Genevive, dispuesto a asediar su lugar, ese que antes ocupaba yo. Odo esto, mi maestro, volviendo descaradamen-teaPars,llevdenuevosusclases-lasqueentoncespoda tener- y su cofrada al antiguo monasterio a modo de una mi-licia, como queriendo librar de mi asedio al soldado suyo que habaabandonado.Peroaquelloquepretendaquelefuera til, lo perjudic en sumo grado. Aqul, sin duda, antes tena algunos discpulos cualesquiera, ms que nada en razn de sus lecciones de Prisciano, en las que crea tener reputacin. Pues bien, luego de su llegada, perdi todos los alumnos porcompleto,yassevioforzadoacesarelrgimenesco-lar.Nomuchotiempodespus,desesperandoyadegloria mundana, l mismo tambin se convirti a la vida monstica. Pero los hechos te ensearon ya hace tiempo qu disputas y discusiones tuvieron mis alumnos tanto con Guillermo des-pusdevueltoalaciudad,comoconsusdiscpulos;yqu suceso les dio la fortuna en esas batallas a mis alumnos ms que a m mismo. Dir aquello que dijo Ayax con mayor mo-deracin, aunque con audacia: Si preguntas cul fue el resultado de la lucha, no fui superado por l.4

4 Ovidio, Metamorfosis, XIII, 89-90.[ 45 ]Porque aunque yo callara, las cosas mismas hablaran,5 e indicaran el fnal de estos asuntos. Pero mientras esto suce-da,miqueridsimamadre,Luca,mepresionabaparaque merepatriara.Ellasedisponaaseguirlamismavidaque habahechomipadreBerengarioluegodesuconversin.6 Por lo que, una vez cumplido, volv a Francia principalmente para aprender teologa pues, para ese entonces, mi maestro ya se haba hecho de cierto renombre en el obispado de Chlons. Hasta ese momento, su maestro Anselmo de Laon tena en estas lecciones la mxima autoridad por su antigedad.CAPTULO IIICmo llega a Laon, al maestro AnselmoEntonces me acerqu a este anciano, cuyo nombre estaba asociado a sus muchos aos ms que a su ingenio o su me-moria. Si alguien lo abordaba con dudas para despejar alguna cuestin, sala ms inseguro an. Era admirable ante los ojos delauditorio,peroparanadaanteelexamendequieneslo cuestionaban. Tenaunmaravillosousodelapalabra,pero con sentido despreciable y falto de razn. Cuando encenda el fuego, llenaba su casa de humo pero no la iluminaba. Su rbol estaba todo lleno de hojas para quienes lo miraran des-deunadistanciavisible,perolosqueseacercabanyobser-vaban con ms atencin, lo vean sin frutos. As, cuando me 5 Cicern, Catilinarias, 1,8. 6 Berengario, padre de Pedro Abelardo, habra tomado los hbitos religio-sos alrededor de 1111. Unos meses ms tarde, tras su muerte, lo seguir en la misma vocacin Luca, su esposa. Vase Estudio preliminar.[ 46 ]acerqu a l para recoger de all alguno, comprend que aque-lla era la higuera que maldijo el Seor7 o bien aquella vieja encina con la que Lucano compara a Pompeyo, diciendo: Queda la sombra de un gran nombre, como noble encina en un campo frtil.8Entonces,trashaberdescubiertoesto,yacociosoasu sombra no muchos das. Poco a poco me fui presentado rara vez a sus lecciones, lo que sus discpulos ms eminentes so-portabancondifcultad,comosiyodespreciaraatangran maestro.Enconsecuencia,ellostambinlopusieronenmi contraconsugestioneserrneas,ydespertaronsuenvidia contra m. Sucedi cierto da que lo estudiantes bromebamos unos con otros luego de una clase sobre sentencias. Uno de ellos mepreguntconnimoamenazantequmeparecanlas lecciones de lectura de las Sagradas Escrituras a m, que no habaestudiadomsquelaflosofa.9Respond,entonces, que ciertamente era muy saludable el estudio de esas leccio-nes en las que se conoce la salvacin del alma. Pero que me asombraba mucho que a los que son instruidos, ni los textos de los santos ni las glosas les fueran sufcientes para la com-prensin de sus exposiciones, pues de otro modo no necesi-taran de su magisterio. La mayora de los presentes se rean 7 Mt., XXI, 19; Mc., XI, 13.8 Lucano, Farsalia, IV, 135.9SibienAbelardoenvariasdesusobrasaclaraqueladialcticaesslo unapartedelaflosofa,comoalcomienzodesuLogicaingredientibus por ejemplo, en muchas otras oportunidades parece identifcarlas. Es muy posible que aqu se est dando el segundo caso.[ 47 ]y preguntaban si yo sera capaz de hacerlo, y si presuma que podra abordar tal empresa. Respond que, si queran probar-me, me preparara. Entonces ellos rieron y gritaron an ms: Ciertamente aceptamos. Busca y trenos algn comentador de las Escrituras poco conocido y probemos lo que nos pro-metiste.Todosconsensuaronenlaoscursimaprofecade Ezequiel. Entonces, una vez aceptado el comentador, inme-diatamentelosinvitalaexposicinparaeldasiguiente. Ellos,dndomeconsejosencontrademivoluntad,decan quefrenteasemejanteasuntonodebaapresurarme,sino que tena que profundizar y ordenar mi exposicin con ms tiempo:uninexpertocomoyodebaservigilado.Indigna-do, respond que no era mi costumbre progresar por prctica constante sino por mi ingenio, y aad que abandonaba por completo o bien ellos acudan sin demora a la leccin, segn mi decisin. Pocosasistieronamiprimeraexposicin,porquetodos consideraban ridculo que yo abordara tan apresuradamente estas cuestiones, como si fuera experto por completo en las lecciones de las Escrituras. No obstante, a todos los que es-tuvieron presentes les pareci tan grata que la alabaron con elogios extraordinarios y me arengaron a continuar glosando despus del tenor de mi leccin. Odo esto, aquellos que no haban ido comenzaron a presentarse en la segunda y tercera clase.Ytodoslosqueestuvieronpresentesdesdeelprimer da, se preocupaban cada vez ms por transcribir las glosas de lo que haba dicho desde el primer momento.[ 48 ]CAPTULO IVLa persecucin por parte de su maestro AnselmoElsusodichoanciano,AnselmodeLaon,muyagitado por la envidia y por la persuasin de aquellos que eran mis enemigosyaguijoneadoporellos,comenzaperseguirme en mis lecciones de las Sagradas Escrituras no menos de lo queantesmehabaperseguidomimaestroGuillermoen flosofa. Por ese entonces, haban en la escuela del anciano dos alumnos que parecan prevalecer sobre el resto: Alberi-co de Rheims y Lotulfo de Lombarda, quienes cuanto ms presuman de s mismos, ms encendan su hostilidad en mi contra.Como ser luego demostrado, perturbado el anciano por sussugestiones,meprohibiimprudentementecontinuar en su lugar de clases con los escritos de mis glosas que haba comenzado haca bastante. Y ello alegando como causa que eraposibleque,porcasualidad,escribieraalgunacosapor error, pues poda suceder siendo un inexperto en este tema. Encuantoestollegalosodosdelosescolares,sesintie-ron muy agitados por la indignacin frente a tan manifesta calumnia, fruto de la envidia, cosa que a nadie jams haba sucedido antes. Y cuanto ms evidente era la calumnia, tan-tomshonorablememostrabaylapersecucinmehaca ms glorioso.[ 49 ]CAPTULO VDequmodovuelveaParsyterminalasglosasqueco-mienza a leer en LaonA los pocos das de haber vuelto a Pars, me concedieron algunos aos pacfcos en la escuela que ya haca tiempo me haba sido destinada y ofrecida, y de la que antes haba sido expulsado. De inmediato me dediqu a terminar en esa mis-ma escuela aquellas glosas de Ezequiel que haba comenzado enLaon.Misglosasfueronaceptadashastatalpuntopor quienes las leyeron, que creyeron que yo ya haba obtenido nomenosgloriaenlasleccionesdelasSagradasEscrituras de la que consideraban que tena en el estudio de la flosofa. Mis alumnos se multiplicaron en ambas clases, las de flosofa ylasdeteologa.Nopuedoocultartecuntasgananciasde dinero y cunta gloria obtuve gracias a mi fama.Pero, puesto que la prosperidad siempre infa a los necios y la tranquilidad mundana debilita el vigor del alma, adems de disiparlo fcilmente por los atractivos de la carne; y como an me consideraba el nico flsofo que quedaba en el mun-do y no tena alguna inquietud ulterior, comenc a afojar las riendas del deseo, yo, que siempre viv en la ms grande con-tinencia. Y cuanto ms avanzaba en la flosofa y las lecciones de las Sagradas Escrituras, ms me alejaba de los flsofos y de los santos por la inmundicia de mi vida.Esevidente,enefecto,quelacontinenciahacebrillar con los mayores decoros a los flsofos, y con mayor razn a los santos, es decir, a aquellos aplicados a las mximas de las lecciones sagradas. Puesto que en estas circunstancias padeca por entero a causa de la soberbia y la lujuria, la gracia divina me trajo, an no querindolo, el remedio para ambos males: [ 50 ]primero, para el de la lujuria y, luego, para el de la soberbia. Paraeldelalujuria,privndomedeaquelloconloquela ejerca; para el de la soberbia -la que naca en m mayormente por la ciencia de las letras, tal como el Apstol dice: El cono-cimiento infa10-, humillndome con la quema del libro del que tanto me gloriaba. De estos asuntos quiero que conozcas estas dos historias en el orden en el que efectivamente suce-dieron, ms verdaderas por los hechos mismos que por lo que escuches de otra gente. En ese entonces, aborreca la inmundicia de las prostitu-tas y me retiraba del exceso y la frecuentacin de mujeres de la nobleza a causa de mi afcin por el estudio, y tampoco co-nocalasconversacionesmundanas.Lafortunahalagadora, segn dicen, dio nacimiento a una ocasin ms que oportuna para derribarme de la altura de aquella cima con mayor faci-lidad. La divina piedad reclam para s al humillado o, ms bien, al muy soberbio que haba olvidado la gracia recibida. CAPTULO VI De qu manera se enamora de Elosa, las heridas que ello le provoc tanto en la mente como en el cuerpoHabaenesamismaciudaddeParsunajovenadoles-cente cuyo nombre era Elosa, sobrina de un cannigo llama-do Fulberto que, tanto la quera, tan cuidadoso era en todo cuantopoda,quehizoqueseeducaraenlacienciadelas letras. Ella, que no era la ltima por su rostro, por el conoci-miento de las letras era la mejor. La fama de la muchacha se 10 I Cor., VII, 1.[ 51 ]exaltaba aun ms, pues este don es ms raro en las mujeres, ylahizoclebreentodoelreino.Enestascircunstancias, considerando todo lo que suele atraer a los amantes, evalu que era ms ventajoso unirme a ella enamorndola, y cre que podra hacerlo fcilmente.Tanto renombre tena yo, y tanto prevaleca en juventud y gracia, que no tema ninguna negativa de cualquiera de las mujeresque me dignara aamar. As,cre queme serams fcil que esta muchacha sucumbiera a m porque ella cono-ca y amaba las letras. Y cuando estuviramos ausentes, nos seraposiblehacernospresentespormediodecartas.Saba quemsaudazseraalescribirquealhablar,yassiempre estaramosentredilogosdeliciosos.Entonces,infamado completamenteporelamordeestajovencita,buscabacon la conversacin ntima y cotidiana la ocasin para que se fa-miliarizara conmigo, para que me aceptara ms fcilmente. A fn de que esto sucediera, fui a vivir con el to de la mu-chacha, cuyos amigos intervinieron para que me aceptara en su casa, que estaba cerca de mi escuela. Pagara cierto precio por el alojamiento, teniendo como pretexto el hecho de que los cuidados domsticos de mi familia estorbaban mucho mis estudiosyquemecargabanenexcesocongastos.steera tan avaro con su sobrina que siempre procuraba para ella el mayorprogresoenlacienciadelasletrasyenlosestudios. Asintiaambascosas,yasalcancfcilmenteaquelloque quera, pues l codiciaba el dinero y crea que su sobrina iba a recibir algo de mi doctrina.Fulbertoaccediamispedidosmsdeloqueyohaba previsto, y me advirti sobre el amor. La conf totalmente a mi magisterio, de manera que todas las veces que estuvie-ralibrealavueltadelaescuela,tantoduranteeldacomo por las noches, me dedicara a lo que deba ensearle, y dijo [ 52 ]que la reprimiera con vehemencia si ella era negligente. Me admiraba mucho su ingenuidad en estos asuntos, no menos quesihubieraentregadounainocentecorderitaaunlobo famlico, pues me la encargaba no slo para que la educara, sinotambinparaquelareprendieraenrgicamente.Qu otra cosa haca sino dar por completo licencia a mis deseos ybrindarmelaocasin-auncuandonoloquisiera-dedo-blegarlamsfcilmenteconazotessinopodahacerlocon halagos? Dos cosas eran, en verdad, las que ms lo alejaban de sospechar de mi deshonestidad: el amor a su sobrina y mi vieja fama de continencia. Qumsdecir?Primeronosunimosbajounmismo techo,luegoenelespritu.Enocasindelaenseanzanos consagrbamos por completo al amor, y el estudio nos ofre-ca los escondrijos que la pasin anhelaba. Si bien los libros estaban abiertos, se decan ms palabras de amor que acerca de la leccin. Ms eran los besos que las sentencias. Mis ma-nos se conducan ms frecuentemente a sus senos que a los libros. El amor volva sobre s mismo nuestros ojos con ms frecuencia de lo que la leccin los diriga a las pginas. Y para que genersemos menos sospechas, daba azotes el amor y no la clera. Era el cario, no la ira, el que superaba la dulzura de todos los ungentos. Qu otra cosa podra contarte? Ningn grado del amor se nos pas por alto, y si existe algo que el amor pueda imagi-nar de inslito, fue aadido. Cuanto menos expertos ramos enestosgoces,msardientementeperseverbamosenellos ymenosnoshastibamos.Ycuantomsmeocupabaeste deseo, menos poda ocuparme de la flosofa o de dar clases. Era para m muy tedioso ir a la escuela o permanecer en ella, eigualmentetrabajosomantenerlasvigiliasnocturnasdel amor y el estudio diurno.[ 53 ]Deestamanera,misclaseserantantibiasynegligentes queyanadaproducaporingenio,sinoporcostumbre:ya nohacamsquerecitarmisantiguaslecciones.Ycuando poda, inventaba algunos poemas. Eran de amor y no sobre los secretos de la flosofa. La mayor parte son cantados to-dava en muchas regiones, incluso en la nuestra, y repetidos por aquellos a los que la vida complace con las mismas cosas. No es fcil imaginarse cunta tristeza, qu gemidos, qu lamentos se apoderaron de mis estudiantes cuando percibie-ron la preocupacin, o ms bien perturbacin de mi espritu! Apocospodaengaarunacosatanevidente.Aninguno, creo,exceptoaquienleconcernalainjuria:almismoto delamuchacha.lnopodacreeresto,aunquealgunavez le haba sido sugerido por alguien; y ello, tanto por el amor inmoderado a su sobrina, como por la continencia de mi vida anterior. En efecto, difcilmente sospechamos alguna torpeza de aquellos a los que ms queremos. Tampoco puede existir en un amor profundo la torpe desconfanza de una mancha moral. Eso dice San Jernimo en la carta a Castriciano: So-lemos ser los ltimos en conocer los males de nuestro hogar, losviciosdenuestroshijosydenuestrocnyuge,mientras nuestrosvecinosloscantan.11Peroloqueseconocetarde, seguramente en algn momento sale a la luz, y es difcil que aquelloquetodossabenquedeocultoaunosolo.Asnos sucedi a nosotros muchos meses despus. Cunto dolor caus al to el conocer esto! Cunto dolor, la separacin de los amantes! Cun avergonzado y turbado mesentycuntasagitacionessoportcondolorlamisma 11 San Jernimo, Cartas, 147, 10. Esta misma cita, pero parafraseada, apa-rece en Monita ad Astrolabium, una especie de advertencia edifcante para su hijo. Cfr. PL., 178, 1762D. [ 54 ]Elosa a causa de mi vergenza! Ninguno de los dos se que-jaba de lo que le suceda a s mismo, sino al otro. Ninguno delosdossegolpeabaelpechoporsuspropiasdesdichas, sino por las del otro. La separacin de nuestros cuerpos estre-chaba aun ms nuestras almas; y al negrseles la unin, ms se encenda el amor. Una vez pasada la vergenza, la pasin nos hizo ms audaces, y tenamos menos pudor cuanto ms conveniente nos pareca la unin. Nos sucedi lo que narra lafbulapoticasobreMarteyVenuscuandofueronsor-prendidos.No mucho tiempo despus, Elosa descubri que estaba embarazada. Y con gran alegra me escribi inmediatamente acerca de ello, consultndome qu pensaba yo que deba ha-cer. Cierta noche, mientras Fulberto estaba ausente, la saqu a escondidas de la casa de su to y la llev sin demora a la ma, comohabamosconvenido.Allvivijuntoamihermana hasta que dio a luz un varn al que llam Astrolabio.Tras la huda de Elosa, su to se volvi casi loco. Nadie, amenosqueloexperimentara,podraentendercuntolo consumi el dolor y lo afect la vergenza. No saba qu ha-cer conmigo, ni qu trampa tenderme. Si matarme o mutilar algunapartedemicuerpo.Perotemaquesuqueridsima sobrina fuera castigada por mi familia en represalia por ello. De ningn modo tena el valor de capturarme contra mi vo-luntad e infringir un castigo en mi cuerpo. Y sabiendo que yo estaba al tanto de esto, estaba seguro de que si osaba o tena el valor de hacerlo, yo lo agredira antes. Compadecindomemuchodesuinmoderadaansiedad yacusndomeardientementeammismodelengaoque causara mi amor, as como de la gran traicin, fui a reunir-me con el hombre, suplicndole y prometindole cualquier tipodeenmiendaquelmismofjara.Ledijequeanadie [ 55 ]que hubiera experimentado la fuerza del amor, ni que retu-vieraenlamemoriaacuntaruinalasmujerescondujeron alosmsgrandeshombresdesdeelcomienzomismodela humanidad,estoleparecerasorprendente.Adems,para mitigarmssudolordeloquepudieraesperar,meofrec asatisfacerlounindomeenmatrimonioconella,alaque habacorrompido,contaldequeestosucedieraensecreto yquenoincurrieraendetrimentodemifama.Finalmente asinti, y la conciliacin que tanto buscaba comenz con su consentimiento, sus besos y los de sus parientes, hecho que fnalmente se volvi en mi contra. CAPTULO VIIIntento de Elosa de disuadir a Abelardo del matrimonio. CasamientoInmediatamente volv a Bretaa, mi patria, llevando a mi amante para hacerla mi esposa. Pero ella no aprobaba esto del todo, mejor dicho, en absoluto, e intent disuadirme con dos motivos: el evidente peligro y la deshonra que yo padecera. Juraba que ninguna satisfaccin podra calmar a su to alguna vez, tal como se supo despus. Me preguntaba qu gloria ha-bra de tener, puesto que el matrimonio arruinara mi fama y nos humillara a los dos por igual. Cuntas expiaciones deba exigirle el mundo a ella, si le arrebataba tan gran luminaria! Cuntas maldiciones, cuntos daos a la Iglesia!12 Cuntas lgrimasdeflsofoshabrandeseguiraestematrimonio! 12 Al momento de proponerle matrimonio a Elosa, Abelardo era cannigo de Pars. Vase Gilson, E., Elosa y Abelardo, Navarra, Eunsa, 2004, cap. I. [ 56 ]Qu indecente! Cun lamentable sera que aqul al que la naturaleza haba creado para todos, se consagrara a una sola mujer,sometindolaasemejantedeshonra!Rechazabaeste matrimonio, pues sera un oprobio y una carga para m. Alegaba la infamia que sufrira, al igual que las difculta-des de la unin, aquellas que el Apstol nos exhorta a evitar: No tienes esposa? No quieras buscar una. Pero si te casas, no pecars. Y tampoco si te casas siendo virgen. Sin embargo, de esta manera padecers las tribulaciones de la carne. Por mi parte,selosrespeto.13 Ytambin:Quieroverloslibresde preocupaciones.14Si no escuchas el consejo del Apstol ni las exhortaciones de los santos respecto del gran yugo del matrimonio -deca- al menos consulta lo que escribieron los flsofos y lo que de ellos se escribi acerca de esto. Es lo que hacen con frecuencia lossantos:nosamonestanconprudencia. Taleselcasode San Jernimo en su primer libro Contra Joviniano, donde re-cuerda que Teofrasto, refrindose a las intolerables molestias de las nupcias y a las asiduas inquietudes que provienen en gran parte de estas, concluy que para los sabios no existen razones del todo evidentes para que tomen esposas. Refexin que culmina con los argumentos de los flsofos sobre aque-llas razones: Si de tal modo razonaba Teofrasto, a quin de los cristianos no confundir?.15 Y sigue diciendo: Cicern, al rogarle Hircio que se desposara con su hermana luego de repudiaraTerencia,desistirotundamentedehacerlo,di-ciendo que no podra dedicarse de igual manera a s mismo, 13 I Cor., VII, 27.14 Ibid., 33.15 San Jernimo, Contra Joviniano, 47.[ 57 ]a la flosofa y a su mujer. No dice solamente dedicarse, sino que agrega de igual manera, pues no quera hacer nada que se equiparara al estudio de la flosofa.16Entonces, aunque no tomes en cuenta esto como impedi-mento para los estudios flosfcos, considera el estado mis-modelavidamatrimonial.Pues,qurelacintienenlos alumnos con las sirvientas, un escritorio con una cunita, un libro o una tablilla con las ruecas, una pluma o un punzn conloshusos?Aquelqueseaplicaameditacionessacrasy flosfcas, podr soportar los gritos infantiles que slo cal-manlascancionesdecunadelasnodrizas,laturbatumul-tuosa de la servidumbre, tanto de varones como de mujeres? Quin podr, pues, tolerar las asiduas y poco agradables in-mundicias de los nios? Me responderas esto: que los ricos pueden, los que tienen palacios, o casas con amplias habita-ciones, cuya opulencia no siente los gastos ni es atormentada porlaspreocupacionescotidianas.Peronoes,tereplico,la condicindelosflsofoslamismaqueladelosricos,ni ladelosque,dedicndosealafortuna,estnenredadosen preocupacionesmundanasylibresdelosofciosdivinoso flosfcos.Por ello, los ms insignes flsofos hace tiempo desprecia-ron por completo el mundo, no tanto abandonndolo, sino huyendodel;yseprivaronasmismosdetodaclasede placer para descansar en los brazos de la flosofa. Sneca, el nico y mximo, cuando instruye a Lucilio, dice sobre esto: No has de flosofar cuando tengas tiempo, sino que has de tener tiempo para flosofar. Se ha de menospreciar cualquier otra cosa para poder dedicarse a aquella para la cual ningn 16 Ibid.[ 58 ]tiempo ser demasiado largo.17 No importa si has interrum-pido o abandonado la flosofa, pues permanece all donde ha sido interrumpida. Debes huir de las dems ocupaciones, no para que no se prolonguen, sino para que desaparezcan. Aho-ra bien, entre nosotros, esto soportan por amor a Dios los que sonllamadosverdaderosmonjes.Estosoportaron,entrelos gentiles, los nobles flsofos por amor a la flosofa. En efecto, entodoslospueblos,degentiles,dejudosodecristianos, siempreexistieronalgunosqueprevalecieronsobreelresto por su fe o la honestidad de sus costumbres, y se destacaron de la multitud por su excepcional continencia o abstinencia. Entre los judos, estaban antiguamente los nazarenos, que se consagraban al Seor segn la Ley; o los hijos de los profetas, seguidoresdeElasoEliseo,delosquediotestimonioSan Jernimo, llamndolos monjes del Antiguo Testamento. Y ms recientemente aquellas tres sectas de la flosofa que Jo-sefodistingueenellibrodelasAntigedades(XVIII,2):los fariseos, los saduceos y esenios.18 Entre nosotros, estn los ver-daderos monjes que imitan la vida comn de los apstoles, o bien la anterior y solitaria vida de Juan el Bautista.Asuvez,entrelosgentiles,comodije,losflsofosno referan el nombre de la sabidura o flosofa tanto a la adqui-sicin de conocimiento cuanto a la vida religiosa. Y esto es as tanto por la misma etimologa de la palabra, como por el tes-timonio de los Santos Padres. Lo cual est en el octavo libro de la Ciudad de Dios de San Agustn, en el que distingue tres gneros de flsofos: La escuela itlica tuvo por fundador a Pitgoras de Samos, de quien proviene el mismo nombre de 17 Sneca, Cartas a Lucilio, 72.18 Sectas judas en tiempos de Jess.[ 59 ]laflosofa.Pues,comoantiguamenteeranllamadossabios los que parecan sobresalir por su modo de vida ejemplar, al ser interrogado sobre cul era su profesin, respondi que era flsofo, esto es, estudioso y amante de la sabidura; ya que le pareca muy arrogante ser llamado sabio .19Cuando se dice en este pasaje: los que parecan sobresalir por su modo de vida ejemplar, claramente se prueba que los sabios de los pueblos, es decir, los flsofos, eran llamados as por la honradez de sus vidas antes que por su sabidura. No quiero aportar ejemplos sobre cun sabia y moderadamente vivieron, no sea que parezca que quiero ensearle a la misma Minerva. Pero, si as vivieron los laicos y los paganos en nada ligados a la profesin religiosa, qu hars t, clrigo y can-nigo,paranopreferirlosplaceresdeshonestosalosofcios divinos; para que esta Caribdis no te absorba al precipitarte;20 paranosumergirteimprudenteeirrevocablementeentales obscenidades? Si no te preocupa la prerrogativa del clero, al menosdefendeladignidaddelflsofo.Sisedespreciala reverencia a Dios, al menos el amor templa con honestidad esta imprudencia. RecuerdaqueScratesestuvocasado,ydequmanera lavporaquellahorribledesgracialamanchaasuflosofa paraluegohacermscautosalrestoconsuejemplo.Nial mismo Jernimo se le pas esto por alto. Ya en el primer libro Contra Joviniano, escribe sobre el mismo Scrates: En cierta ocasin, cuando su mujer Xantipa, profriendo una infnita griteradesdeunlugaralto,learrojaguainmunda.lse 19 Agustn, Ciudad de Dios, VIII, 2.20 Monstruo que, junto con Escila, habitaba en la roca que bordea el estre-cho de Mesina que separa Italia de Sicilia. Se deca que absorba grandes cantidades de agua, tragando todo lo que en ella fotara. [ 60 ]par empapado, y no respondi ms que: saba lo que ven-dra, pues a los truenos sigue la lluvia, mientras se rascaba la cabeza.21 Luego, Elosa agreg que era peligroso que la llevara nue-vamenteaPars,yquepreferayqueseramshonorable para m que la llamara amante antes que esposa, y que con-servaraparaellaslounaamistad,sinquemeconstriera la fuerza del vnculo nupcial. Adems, dijo que, estando se-parados tanto tiempo, sentiramos con mayor fuerza el pla-cerdenuestrosencuentroscuantomsespordicosfueran. Intentandodisuadirmeconestasrazonesyotrassimilares, y puesto que no poda torcer mi insensatez, ni tampoco so-portabaofenderme, termin con estaspalabras sudiscurso, suspirandoyllorandoenrgicamente:Unacosaresta:que en la perdicin de ambos no se siga menos dolor que el amor que la precedi. Ni en esto le falt su espritu de profeca, como todo el mundo sabe! As,despusdequenacieranuestrohijoyfueraenco-mendado a los cuidados de mi hermana, volvimos ocultos a Pars. Pocos das despus, luego de haber celebrado en secreto una noche de vigilia y oraciones en cierta iglesia, all mismo, por la madrugada, consolidamos nuestra unin con la ben-dicinnupcialalaqueasistieronsutojuntoconamigos suyosynuestros.Enseguidanosalejamosporseparadoy furtivamente.Enadelante,nonosvimossinorarasvecesa escondidas, disimulando en lo posible lo que haba sucedido.Perosutoysuscriados,buscandoconsueloparasu afrenta, comenzaron a divulgar nuestro reciente matrimonio, violandolapromesaquepocotiempoatrsmehabanhe-cho.Elosa,maldiciendocontraesto,jurabaqueerafalssi-21 Jernmio, Contra Joviniano, I, 48.[ 61 ]mo,porloqueFulberto,muyperturbado,laatormentaba con frecuentes ultrajes. Cuando meenterdeesto,la envi aunaabadademonjasqueestabacercadePars,llamada Argenteuil, donde ella, en otro tiempo, haba sido educada e instruida.22 Tambin mand a confeccionar para ella los h-bitos propios de la conversin monstica, excepto el velo con el que yo mismo la vest.Trasescucharesto,Fulbertoysusfamiliares,cmplices suyos, creyeron que en ese momento me estaba burlando de ellos,yqueas,hacindolamonja,melibrabadeella.Por esta razn, extremadamente indignados y conjurados en mi contra, cierta noche, luego de haber sobornado con dinero a uno de mis sirvientes, entraron en secreto en mi habitacin mientras dorma y descansaba. Me castigaron con una muy cruel y vergonzosa venganza que el mundo recibi con gran estupor: amputaron la parte de mi cuerpo con la que yo ha-ba perpetrado aquello que ellos lloraban. Inmediatamente se dieron a la fuga. Dos de ellos, a los que pudieron capturar, fueron privados de los ojos y de los genitales, uno de los cua-les era el sirviente que mencion antes, el que, estando a mi servicio, fue conducido a la traicin por su avaricia.CAPTULO VIIILaheridadesucuerpo.SehacemonjeenSaintDenis, Elosa se monja en Argenteuil Llegada la maana, toda la ciudad se congreg a mi alre-dedor. Es difcil, si no imposible, expresar cun estupefactos 22 Vase Estudio preliminar.[ 62 ]estaban,cuntoselamentaban,cuntomeafiganconge-midosymeperturbabanconsusllantos.Pero,sobretodo losclrigosyprincipalmentemisalumnos,meatormenta-ban con intolerables quejas y sollozos, de tal modo que sufra muchomsporsucompasinqueporelpadecimientode misheridas;sentamslavergenzaquelaslesiones,yme afiga ms el pudor que el dolor.23 Me vena al pensamiento la gloria de la que gozaba. Cun humillada o tal vez extin-guida por completo fue sta por un tropiezo deshonroso y l-bil! Pensaba qu justo era el juicio de Dios, castigndome en aquella parte del cuerpo con la cual haba delinquido, y qu justa la traicin con la que me pag aqul al que yo traicio-n primero. Tambin me vena al pensamiento con cuntas alabanzas mis enemigos celebraran tan manifesta equidad. Cuntoabatimientoyperpetuodolorhabradetraeresta heridaamisparientesyamigos!Enqupocotiempoesta infamia habra de recorrer el mundo entero! Sufra por los ca-minos que vendran despus: cmo aparecera frente al pbli-co, siendo sealado con el dedo, rodo por las lenguas, siendo el futuro espectculo para todos. No menos me confunda al recordar que, segn la interpretacin literal de la Ley, tanta eslaabominacinquetieneDiosaloseunucos,quealos hombres con los testculos amputados y a los desollados les fue prohibida la entrada a la iglesia, como si fueran malolien-tes o inmundos. Y hasta rechaza a los animales castrados en 23 Fulco, prior de Deuil nos da una idea del impacto de la noticia en una carta que le dirige a Abelardo poco tiempo despus: Pues llora tu dao y tu herida la benignidad del venerable obispo quien, tanto se vendi, que procur dedicarse a la justicia. Llora la multitud de cannigos regulares y de los ms nobles clrigos. Lloran las ciudades pensando en esta deshonra y se duelen de que, a causa del derramamiento de tu sangre, su ciudad sea violada, PL., 178, 374C.[ 63 ]lossacrifcios:NoofrezcanalSeorunanimalquetenga los testculos aplastados, hundidos, cortados o arrancados.24 No ser admitido en la Iglesia de Dios aquel cuyos rganos genitales hayan sido aplastados o amputados.25Entanmseroabatimientomesumalaconfusin,lo confeso,quefuelavergenzaynoladevocinlaqueme impuls a retirarme al claustro monacal. Elosa, tras ponerse el velo, antes que por mi mandato, ingres voluntariamente al convento. Ambos tomamos los hbitos sagrados al mismo tiempo: yo en la abada de Saint Denis y ella en el convento deArgeteuil.Recuerdomuybiencmomuchos,envano, intentaban alejar su adolescencia del yugo de las reglas mo-nsticas como de una intolerable tormenta. Vindose compa-decida, prorrumpi en lgrimas y sollozos y, como pudo, dijo aquel lamento de Cornelia:Oh, el ms grande de los esposos!Oh, escandaloso tlamo mo!Tena la fortuna tanto poder sobre tu cabeza?Porqu yo, despiadada, me cas contigosi tan miserable habra de hacerte?Ahora soporta las penasque lavar voluntariamente.26En medio de estas palabras, corri inmediatamente hacia el altar y, acto seguido, se calz el velo bendecido por el obis-po y se consagr a la profesin monstica ante todos. 24 Lv., XXII, 24.25 Dt., XXIII, 2. 26 Lucano, Farsalia, VIII, 94.[ 64 ]Apenas me restableca de mis heridas, cuando los clrigos comenzaron a importunarnos a m y al abad, implorndonos con continuas splicas que, puesto que hasta ahora me con-duje por el deseo de riquezas o de fama debera, en adelante, dedicarme a los estudios por amor a Dios. Teniendo en cuen-ta que mi talento me fue entregado por l, me lo exigira con intereses. Y, puesto que hasta entonces me haba empeado en ensear a los ricos, debera, en adelante, consagrarme a la instruccin de los pobres, ms an sabiendo que haba sido tocadoporlamanodelSeor.As,libredelasseducciones de la carne y abstrado de la vida tumultuosa, me dedicara al estudio de las letras, y me conducira no tanto como flsofo del mundo, sino como flsofo de Dios.Pero la vida en la abada en la que me haba recluido era del todo mundana y deshonesta. El mismo abad, si bien re-saltaba entre los dems por su jerarqua, era ms notable an por su infamia y su vida deteriorada. Yo, poniendo enrgica y frecuentemente de manifesto las intolerables obscenidades de stos, tanto en pblico como en privado, me hice sobre-manera odioso e insoportable a sus ojos. Mucho gozaban con la presin cotidiana que ejercan sobre m mis discpulos, y vieron la ocasin para alejarme de ellos. A causa de sus ase-chanzas, que se prolongaron durante largo tiempo, y por los maltratos inoportunos del abad -en los que tambin interve-nan mis hermanos-, me reclu en una celda para ocuparme de mis habituales lecciones. Tan grande fue la multitud que acudi a ellas, que no haba lugar sufciente para mis huspe-des, ni las tierras bastaban para alimentarlos. All me avoqu an ms al estudio de las Escrituras, pues era ms apropiado para mi profesin. Sin embargo, no aban-don por completo las disciplinas de las artes seculares a las quetanhabituadoestaba y que tanto me reclamaban.Con [ 65 ]ellas fabriqu cierto anzuelo con el cual, seducidos por el sa-bor de la flosofa, atraerlos hacia el estudio de la verdadera flosofa. 27 As lo hizo Orgenes, el ms grande de los flsofos cristianos, tal como recuerda la Historia Eclesistica.28Puesto que era evidente que el Seor me haba concedido enlasSagradasEscriturasunagracianomenorqueenlas ciencias profanas, fue gracias a ambas que mis clases comen-zaron a multiplicarse, mientras que las del resto de los pro-fesores se debilitaban rpidamente. Por ello, incit la envidia yelodiodelosmaestros.Aquellosquemedenigrabanen todo lo que podan, siempre objetaban a mis espaldas, ante todo,doscosas:queescontrarioalpropsitodeunmonje eldetenerseenelestudiodelibrosprofanos,yquepreten-dieraencargarmedelaenseanzadelasSagradasescrituras sinhabertenidopreviamenteunmaestro.Acausadeestas cosas, queran prohibirme el ejercicio de la docencia, a la que meincitabanincesantementeobispos,arzobispos,abadesy muchas otras personas religiosas de renombre. 27 El juego de palabras entre flosofa y verdadera flosofa que hemos decidido traducir de manera literal, muy posiblemente se refera a la dia-lctica, en el primero de los casos, y a la teologa en el segundo. Como ya sabemos, Abelardo dedic los primeros aos de sus estudios a las cuestio-nes lgicas y restantes artes del trivium. Pero con el tiempo, y ms acele-radamente luego de su ingreso a la vida monstica, comienza a tratar pro-blemticas teolgicas, centrando la mayor parte de su produccin en esta rea en el tema de la Trinidad. Por otra parte, hay que tener en cuenta que en el siglo XII no es posible hablar de una distincin tajante entre flosofa yteologa,apesardequeyapodanestablecersealgunasdiferenciasque sern la clave de los encarnizados debates que se producirn un siglo ms tarde entre la facultad de Artes y la de Teologa.28 Eusebio, Historia Eclesistica, VI, 8.[ 66 ]CAPTULO IX Sulibrodeteologaylapersecucindeloscondiscpulos que sufriMe sucedi que, como me haba dedicado a disertar so-bre los fundamentos de nuestra fe con analogas de la razn humana,compuseparamisalumnosciertotratadodeteo-loga, Sobre la unidad y trinidad divinas, puesto que exigan razones humanas y flosfcas, y pedan con insistencia algo queentendermsquerepetir.Decanqueerasuperfuala pronunciacin de palabras si no era acompaada por su com-prensin, y que era ridculo que alguien predicara lo que ni l mismo ni aquellos a los que educa puedan entender, sos-teniendo que de stos afrma el Seor que son ciegos que guan a otros ciegos.29Entretanto,comoeltratadofueledoyvistopormu-chos, comenz a gustarle a todos ellos, porque en l pareca satisfacer a todos por igual en lo tocante a estas cuestiones. Y puesto que stas parecan difciles a los ojos de todos, cuanto mayor era el peso de ellas, tanto ms apreciaban la agudeza de mi solucin.Por esto, mis rivales, encendidos por la envidia, convoca-ronunconcilioenmicontra.Dosviejosinsidiososfueron los principales: Alberico y Lotulfo quienes, tras la muerte de nuestros maestros Guillermo y Anselmo, queran reinar por s solos y sucederles como si fueran sus herederos. Pues, como ambos regan en la escuela de Rheims, provocaron contra m a su arzobispo Rodolfo con frecuentes sugestiones. Trajeron al obispo de Palestrina, Conano, que se desempeaba como 29 Mt., XV, 14.[ 67 ]legado en Galia, para que celebrara en la ciudad de Soissons una pequea reunin a la que llamaron concilio. Me invita-ron a que llevara conmigo la famosa obra que compuse sobre la Trinidad. Y as fue hecho. Sinembargo,antesdellegarall,misdosenemigosme haban difamado entre el clero y el pueblo de tal manera que, el primer da que llegamos, ste ltimo casi nos lapida a m ya lospocos discpulos que me acompaaban. Decanque yo haba escrito y predicaba que haba tres dioses, segn los haban persuadido.Apenas llegu a la ciudad, me acerqu inmediatamente al legado y le di mi obrita para que la examinara y juzgara. Me ofrec a estar listo para la correccin y dar mi asentimiento, siesquehabaescritoalgunacosaquedisintieraconlafe catlica. Inmediatamente, me oblig a que diera mi obrita a mis enemigos y al arzobispo para que me juzgaran ellos, los que me acusaban. En m se cumpli aquello de: Y nuestros enemigos sern jueces.30 No obstante, aquellos la examina-ronyrepasaronunayotravez.Comonoencontraronqu presentar en mi contra ante la audiencia, demoraron hasta el fnal del concilio la condena que tanto anhelaban. Yo, por mi parte,cadada,hastaquecesaradichoencuentro,discurra sobre la fe catlica frente a todo el pblico, de acuerdo a lo quehabaescritoenmipequeaobra. Todoslosqueescu-chaban, alababan con gran admiracin, tanto la exgesis de laspalabrascomolaexposicindelcontenido.Cuandoel pueblo y el clero vieron esto, comenzaron a decirse mutua-mente: He aqu que ahora habla en pblico, y nadie dice-30 Dt., XXXII, 31.[ 68 ]nada en su contra.31 El concilio se aproxima a su fn. Es que los jueces no se dan cuenta de que ellos se equivocan antes que l?. Tras esto, mis enemigos se enardecieron ms y ms. Cierto da, Alberico, junto con algunos de sus discpulos, seacercamconnimoamenazante,yluegodealgunas serviles conversaciones, dijo que se admiraba de ciertas cosas que haba observado en el libro: que habiendo Dios engen-dradoaDiosycomonoexistasinounsoloDios,cmo poda negar que Dios se hubiera engendrado a s mismo. A loqueinmediatamenterespond:Sobreesto,siquieres,te darrazones.Nonospreocupamostantoporlaexplica-cindeunhombre-dijo-oporelsentidoqueledes,sino nicamente por las palabras de la autoridad.32 Entonces, yo le respond: Den vuelta la hoja del libro y all encontrarn laautoridad.Estbamosenpresenciaellibroquellevaba consigo, y lo hoje buscando el lugar que yo conoca y que l no haba encontrado, pues slo prestaba atencin a lo que pudiera daarme. Y fue la voluntad de Dios la que quiso que pronto encontrara lo que buscaba. Haba una sentencia titu-lada:SanAgustn,Sobrelatrinidad,libroprimero:Quien 31 Jn., VII, 26.32 Estas autoridades a las que se refere Pedro son los Padres fundadores de la Iglesia (Agustn, Jernimo, Gregorio, etc.) los apstoles y profetas de las Escrituras. En la Edad Media, sus palabras eran consideradas como Au-toridad (Auctoritas) indiscutible, ms all de que muchas veces entraran en contradiccin entre ellas mismas. Ser Abelardo el primero en cuestionar el criterio de autoridad como prueba irrefutable en la argumentacin. En su Dilogo entre un flsofo, un judo y un cristiano, escribe, entre otras cosas: Tambin aquellos que merecieron autoridad, adquirieron esta estima por la cual se les cree, porque escribieron fundndose slo en la razn, Dilogo entreunflsofo,unjudoyuncristiano,(Trad.Magnavacca,S.),Bs.As., Losada, 2003, p. 165.[ 69 ]seimaginaaDioscapazdeengendrarseasmismodesu potencia, tanto ms yerra: porque no slo Dios no es as, sino que tampoco es creatura, ni espiritual ni corporal. No existe ninguna cosa que se engendre a s misma.33Cuandosusdiscpulosqueestabanallpresentesescu-charonesto,enrojecieronestupefactos.PeroAlberico,para justifcarse de algn modo, dijo: Hay que entenderlo bien. Yo,pormiparte,repliqu:Estonoesningunanovedad, pero por el momento poco importa, pues me habas reque-ridolaspalabras,nosusentido.Aadque,sienverdad quera detenerse en el sentido y las razones, estaba preparado parademostrarlequecaaenfaltadeherejaconsupropia sentencia, segn la cual Dios, que es Padre es, a la vez, Hijo de s mismo. Al escuchar esto se puso furibundo y, volviendo a las amenazas, afrm que ni mis razones, ni las autoridades me habran de favorecer en esta causa. Y se retir.Elltimodadelconcilio,antesdequesecelebrarala sesin, el legado, el arzobispo, mis enemigos y algunas perso-nas, comenzaron a deliberar durante largo tiempo qu deci-diran acerca de m mismo y de mi libro, para lo cual haban sido llamados, puesto que ni de mis palabras ni de mi libro -que tenan a mano- obtenan lo que alegaban contra m. El obispo Godofredo de Chartres, quien preceda sobre el resto delosobispos,alverquetodoscallabanymehumillaban menos que antes, por su santa reputacin y por la dignidad de su sede, comenz a hablar as: Todos los aqu presentes conocen la doctrina de este hombre y su talento, sea el que fuere. Tuvo muchos acompaantes y adeptos en dondequiera quelasenseara. Tambinsabenquesuperlafamatanto desusmaestroscomodelosnuestrosycmoasuviale 33 Agustn, Sobre la trinidad, I, 1.[ 70 ]extendilossarmientosdeunmaraotro.34Sihandecon-denarlo por prejuicios -cosa que no creo- saben que ofende-rn a muchos y que no faltarn quienes quieran defenderlo, sobre todo porque en el presente escrito no vemos nada que sea una calumnia manifesta. Y porque es justamente aquello que dijo San Jernimo: Quien se muestra fuerte en pblico, tendrenemigos,35yloquediceelpoeta:Lasaltascimas de los montes atraen a los rayos.36 Consideren si, actuando violentamente,nohabrndeconferirlemsrenombre,ysi nos rebajaremos ms nosotros con nuestra envidia que l con nuestra justicia. Como recuerda San Jernimo: Un falso ru-mor se aniquila rpido, y la vida posterior juzga a la pasada. Pero si se disponen a actuar contra l cannicamente, que sea leda en pblico su doctrina y su escrito, y al interrogado se le permita responder libremente para que, confeso y culpable, enmudezcaporcompleto.Lomismoqueaquellasentencia deNicodemoque,deseandoliberaralSeor,dijo:Acaso nuestraLeypermitecondenaraunhombresinescucharlo antes y sin averiguar lo que ha hecho? .37Misenemigos,habiendoescuchadotodoesto,exclama-ronvociferando:Oh,sabioconsejo,ojalsepamosluchar contra su verbosidad, pues el mundo entero no puede resistir susargumentosysofsmas.Pero,ciertamente,muchoms difcil era luchar contra el mismo Cristo, a quien Nicodemo invitaba a que se lo escuchara segn prescriba la Ley.34 Sal., LXXX, 8-12. 35 San Jernimo, Epstolas, LXIV, 13.36 Horacio, Poemas, II, 10.37 Jn., VII, 51.[ 71 ]Comoelobisponopudopersuadirsusnimos,intent otra va para refrenar su envidia y lograr, as, aquello que se propona. Les dijo que para una discusin de tanta relevan-cia no podan ser sufcientes los pocos que estaban presentes, yqueestacausanecesitabamayoresexmenes.Finalmente, dijoquesteserasultimoconsejo:Quesuabad,aqu presente,leordenevolverasuabadadeSaintDenis.All, despusdeconvocaramuchasymuydoctaspersonasque debern hacer un examen ms atento sobre esa cuestin, se tomar la decisin al respecto.El legado asinti a este nuevo dictamen y luego le sigui el resto. ste, a continuacin, se levant para celebrar misa an-tes de entrar al concilio. Por medio del obispo Godofredo me envi la autorizacin acordada para volver a mi monasterio y all esperar lo que fuera convenido. Entonces, mis enemigos, pensandoquenadaseconsumarasiesteasuntosejuzgaba fuera de su dicesis -donde tendran un mnimo poder para opinar, pues en verdad confaban poco en la justicia-, persua-dieron al arzobispo de que si esta causa era transferida a otra audiencia,seramuyhumillanteparal,ytambindeque sera peligroso que yo me escapara de esta manera. De inmediato, acercndose al legado, le hicieron cambiar lasentenciay,contrasuvoluntad,loobligaronacondenar mi libro sin ninguna investigacin; a que lo quemara frente a todos en ese mismo momento y tambin a que me reclu-yeran en otro monasterio con encierro perpetuo. Decan que para la condena del libro sera sufciente el hecho de que yo haya osado leerlo pblicamente sin previa aprobacin ni del PontfceRomanonidelaIglesia.Ytambinquedespus de haberlo escrito lo haya entregado a muchas personas para quelotranscribieran. Todoestoseramuybenefciosopara [ 72 ]el futuro de la fe cristiana si, con mi ejemplo, previnieran la presuncin similar de muchos.Comoaquellegadoeramenosletradodelonecesario, mucho se guiaba del consejo del arzobispo, as como ste se guiaba, a su vez, del de mis enemigos. Cuando el obispo de Chlons supo de estas confabulaciones, me las comunic de inmediato y me exhort enr