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LOS LÍMITES DEL OCÉANO ESTUDIOS FILOLÓGICOS DE CRÓNICA Y ÉPICA EN EL NUEVO MUNDO al cuidado de guillermo serés y mercedes serna, con la colaboración de bernat castany y laura fernández Bernat Castany Prado, Ángel Delgado Gómez, Teodosio Fernández, Thomas Gómez, José Luis Madrigal, Raúl Marrero-Fente, Remedios Mataix, José Antonio Mazzotti, Carmen de Mora, José Carlos Rovira, Pedro Ruiz Pérez, Guillermo Serés, Mercedes Serna Arnaiz y Miguel Zugasti centro para la edición de los clásicos españoles universidad autónoma de barcelona Bellaterra ∙ mmix

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  • LOS LÍMITES DEL OCÉANOESTUDIOS FILOLÓGICOS DE CRÓNICA

    Y ÉPICA EN EL NUEVO MUNDO

    al cuidado deguillermo serés y mercedes serna,

    con la colaboración de bernat castanyy laura fernández

    Bernat Castany Prado, Ángel Delgado Gómez, Teodosio Fernández, Thomas Gómez, José Luis Madrigal,

    Raúl Marrero-Fente, Remedios Mataix, José Antonio Mazzotti, Carmen de Mora, José Carlos Rovira, Pedro Ruiz Pérez,

    Guillermo Serés, Mercedes Serna Arnaizy Miguel Zugasti

    centro para la edición de los clásicos españolesuniversidad autónoma de barcelona

    Bellaterra ∙ mmix

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    Prólogo

    En el presente volumen se recogen los trabajos históricos y críticos presentados durante el Congreso Internacional «Crónicas de Indias y Épica Americana», que se celebró del 19 al 21 de diciembre de 2007 en la Universidad Central y en la Universidad Autó-noma de Barcelona.

    En ellos se abordan desde múltiples puntos de vista y metodologías, si bien con una visión de conjunto articulada, las cuestiones principales que caracterizan uno de los corpus histórico-literarios más interesantes de toda la historia: el que surgió del que probablemente fue el último encuentro entre dos culturas radicalmente diferentes.

    Los temas tratados van desde la presencia de la cultura precolombina en las cró-nicas hispánicas y mestizas, hasta la influencia del modelo cronístico en la narrativa mundonovista e, incluso, las metamorfosis de una figura como Lope de Aguirre en la literatura y cine más recientes. Ciertamente, el tema más tratado es el de las cróni-cas de indias, que se estudian en todas sus manifestaciones: erudita y popular, religiosa y secular, católica y protestante, oficial y privada. El género épico también está repre-sentado en el estudio de la figura de Rodrigo de Valdés y su relación con el naciona-lismo criollo. Asimismo, en este campo, son fundamentales los estudios que trabajan en la edición de textos cronísticos, estudio de las fuentes y crítica textual.

    Podría decirse que por la naturaleza híbrida de las crónicas, éste es un ámbito nece-sariamente interdisciplinario que precisa de una relectura desde las ideas y herramien-tas críticas más recientes.

    Asimismo, este volumen refleja la creciente importancia de los estudios coloniales tanto desde el punto de vista historiográfico como estético. Por otra parte, las conexio-nes que los principales temas y enfoques que caracterizan la cronística y la épica ame-ricanas mantienen con algunos de los interrogantes fundamentales de nuestro mundo contemporáneo hacen que su estudio no sólo sea relevante para conocer nuestro pasado, sino también para comprender nuestro presente y construir nuestro futuro.

    Queremos hacer constar aquí nuestro agradecimiento al grupo de investigación «Estudio y edición de algunas Crónicas de Indias de los siglos xvi y xvii» por su colabo- ración, tanto material como personal, en la organización del evento y en la publica-ción de este volumen, de manera especial a D. Francisco Rico, director del proyecto, y a Melba Maldonado.

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    Francisco López de Gómara y Jean de Léry: escepticismo moderado y

    escepticismo radical en las crónicas de Indias

    Bernat Castany PradoUniversidad de Barcelona

    Introducción

    El hecho de que existan factores que se repiten en todos los descubrimientos y conquistas, hace deseable que exista una «cronística comparada». Ésta no sólo nos permitiría reflexionar acerca de las características generales de este tipo de fenómenos históricos y culturales, sino también acerca de las especi-ficidades de cada uno de estos procesos y, en nuestro caso, de las crónicas de indias escritas en español.

    A modo de prueba y propuesta me gustaría dedicar mi intervención a com-parar la Historia general de las indias del español Francisco López de Gómara y la Historia de un viaje hecho al Brasil, también conocido como La América, del francés Jean de Léry.1

    Debo señalar que la bisagra sobre la cual voy a articular mi comparación va a ser la diferente actitud cognoscitiva, esto es, la diferente concepción y actitud respecto al conocimiento, que ambos autores presentan y que estu-diaré en sus relaciones con el contexto cultural del que surgen.

    No se trata, claro está, de que ambos autores tuviesen una concepción explí-cita y clara acerca de qué cosa es el conocimiento y qué posibilidades tenemos de acceder a la verdad. Ciertamente, ninguno de los dos era filósofo y sólo uno, erudito.

    Es esperable, sin embargo, que no tengan la misma relación con la idea de verdad Gómara, un eclesiástico y alto funcionario de un país en el que la Contrarreforma triunfó rápidamente, y Jean de Léry, un zapatero calvinista que durante las guerras de religión fue testigo en ambos bandos de los peores actos de tortura e, incluso, de antropofagia.

    1 Las ediciones que manejo son las siguientes: Francisco López de Gómara, Historia general de las indias, Linkgua, Barcelona, 2004 y Jean de Léry, Histoire d’un voyage en terre du Brésil, Droz, Ginebra, 1975.

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    I. El escepticismo y las crónicas

    El análisis de las actitudes respecto al conocimiento de los diferentes cronistas no es trivial. Ciertamente, el descubrimiento del Nuevo Mundo y su difusión mediante las crónicas supuso una verdadera revolución científica y cultural. Durante el proceso de escritura y lectura del Nuevo Mundo, gran parte de las certidumbres de la época entraron en crisis. Este hecho hizo que muchos comenzaran a replantearse las relaciones hasta entonces vigentes entre las tra-dicionales fuentes de conocimiento –autoridades, Biblia, Iglesia– y la verdad.

    Por otro lado, casi todas las crónicas entraron en una verdadera guerra por la reescritura de la historia que erosionó el carácter casi divino y, por lo tanto, siempre veraz, de la palabra escrita. En este sentido, resulta significativo que el mismo título de diversas crónicas caigan en la «excusatio non petita, acusatio manifesta» al afirmar el carácter «verdadero» de lo que relatan. Tal sería el caso de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo y de la Verdadera historia de los sucesos de la Conquista del Perú de Francisco de Jerez.

    Pero, por encima de todo, resulta relevante ver cómo de una actitud cog-noscitiva de tendencia más o menos escéptica surgirán crónicas en mayor o menor medida deformantes de las nuevas realidades y abiertas y tolerantes con su diversidad.

    Muchas veces se ha dicho, a modo de boutade, que otra hubiese sido la suerte de Hispanoamérica si hubiesen sido los franceses quienes la hubiesen descubierto y colonizado. Dejando a un lado el hecho de que todos los países europeos, llegado su momento colonizador, cometieron errores semejantes, cabe entender que quien realiza dicha afirmación piensa, sobre todo, en el carácter abierto y tolerante con las demás culturas que presenta, por ejemplo, una obra como «De los caníbales», de Montaigne, principal figura del huma-nismo y del escepticismo europeo.

    Cabe señalar, sin embargo, que cuando hablo de escepticismo no lo hago en un sentido trivial. Para empezar, el escepticismo es el núcleo filosófico mismo del humanismo. Baste recordar que el escepticismo sapiencial de los clásicos grecolatinos, las Academica de Cicerón o las Hipotiposis pirróni-cas de Sexto Empírico, cuyo contenido será divulgado por Montaigne en su «Apología de Raimundo Sabunde», son elementos explicativos centrales de la actitud abierta y tolerante del humanismo. Tampoco debe obviarse, claro está, el escepticismo erasmista, utilizado como caballo de batalla por la Iglesia Católica contra las pretensiones protestantes de interpretación personal de la Biblia.

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    No es casual, pues, que los humanistas mostrasen un gran respeto por la complejidad y diversidad del mundo, lo que los llevó a mantener una actitud de tolerancia tanto hacia aquellos que pensaban de manera diferente como hacia la ambigüedad y falta de certeza existentes en todos los ámbitos de la vida. Como dice Stephen Toulmin, los humanistas sabían que ése era «el precio que tenemos que pagar por ser seres humanos, y no dioses.»2

    En lo que respecta al contenido, baste señalar que el escepticismo es una filosofía práctica que busca liberar al hombre de sus pretensiones de conoci-miento absoluto, que constituyen un «pecado» de hybris que tiene como castigo atormentarlo gratuitamente. Para realizar dicha liberación y situar al hombre en un estado de tranquilidad o ataraxia, los escépticos intentan demostrar que los sentidos nos engañan, que la razón se equivoca, que el lenguaje es una herramienta inútil para el conocimiento y que las supuestas esencias son fic-ciones que deben ser destruidas mediante la historización y el contraejemplo.

    Lo que más nos interesa en este momento es que a la hora de intentar poner de manifiesto la ignorancia del ser humano, los escépticos no hacen distingos y hablan de la humanidad en general. Y desde el momento mismo en que el escepticismo le niega a todos los seres humanos la capacidad de conocer la verdad o el bien, queda negada toda organización jerárquica de las culturas en función de superioridades intelectuales o morales. Es evidente que este hecho va a tener unas consecuencias muy importantes en aquellos autores que se vean en la tesitura de observar y describir culturas radicalmente diferentes como, en el caso que nos ocupa, las indígenas.

    Por otra parte, en su intento de mostrarle al hombre su ignorancia, el pen-sador escéptico trata de hacerle ver que sus capacidades perceptivas y cog-nitivas no son superiores a las de los animales. En este sentido, son famosos los argumentos que Montaigne blande en su «Apología» y Pierre Bayle en el artículo «Rorario» de su Diccionario histórico y crítico. Más allá de lo discutible de algunos de estos argumentos, lo que nos interesa es ver que, para los escép-ticos, no hay razón alguna que nos permita «situar a las bestias por debajo de nosotros e interpretar desdeñosamente efectos que no podemos imitar ni comprender.»3

    Nuevamente, la igualdad esencial entre hombre y bestia postulada por los escépticos nos permite comprender cómo es que estos pensadores fueron los únicos en mantener una actitud abierta respecto al «salvaje» o «animal» ame-ricano. En efecto, al afirmar Montaigne, en su «Apología», que «cuanto nos parece extraño o no entendemos, lo condenamos» y que «así nos pasa con el

    2 Stephen Toulmin, Cosmópolis, Península, Barcelona, 2001, p. 59.3 Michel de Montaigne, Ensayos, Porrúa, México, 1991, p. 402.

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    juicio que nos formamos de las bestias»,4 está utilizando el mismo argumento del que se servirá en «De los caníbales» para absolverlos de sus cargos de bar-barie, esto es, que «llamamos barbarie a lo que no entra en nuestros usos.»5

    Teniendo en cuenta que «el salvaje es una de las claves de la civilización occidental»,6 no es de extrañar que la abolición escéptica de la jerarquía entre animal, salvaje y humano resulte fundamental a la hora de observar y describir el Nuevo Mundo.

    Por otra parte, el agrado escéptico respecto a la irreductible pluralidad del mundo hace que el escritor de influencia escéptica sea un excelente observa-dor. Fiel a los detalles, sin tratar de traducir a sus propias categorías culturales las nuevas realidades con las que entra en contacto, el cronista de ascendencia escéptica intenta conservar la radical diferencia del Nuevo Mundo para no empobrecer así la rica diversidad del universo.

    Por todo esto, podemos afirmar que el escepticismo constituye una acti-tud cognoscitiva privilegiada a la hora de entrar en contacto con la otredad; mientras que de una actitud de tendencia dogmática surgirán crónicas que violenten las nuevas realidades con el objetivo de imponerles las viejas pre-concepciones.

    Un ejemplo clásico de este tipo de actitud dogmática sería el caso de Colón, que se negará a revisar la idea que tenía del mundo a pesar de que la informa-ción empírica la refutaba constantemente.

    Ciertamente, comparar la América de Léry con los diarios de Colón sería más fácil ya que en ambas obras resulta evidente el paso del dogmatismo medie-val al del escepticismo humanístico. He optado, sin embargo, por comparar la América de Léry, al que consideraré escéptico radical, con la Historia general de las indias de Francisco López de Gómara, al que consideraré escéptico mode-rado, porque al ser menor la distancia temporal y filosófica, los resultados serán, quizás, menos previsibles y más sugerentes.

    II. La «América», de Jean de Léry

    Jean de Léry, nacido en 1536 y muerto en 1613, era un hombre de origen modesto, zapatero de oficio, que, al convertirse a la reforma, se vio obligado a refugiarse en Ginebra, donde inició estudios de teología.

    4 Michel de Montaigne, Ensayos, p. 390.5 Michel de Montaigne, Ensayos, p. 155.6 Roger Bartra, Wild men in the looking glass, The University of Michigan Press, Michigan,

    1994, p. 204.

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    En 1558, Calvino lo enviará junto con otros trece ginebrinos a la «Francia Antártica», una pequeña colonia francesa, situada en la bahía de Guanabara, cerca del actual Río de Janeiro.

    Nicolas de Villegagnon había fundado la «Francia Antártica» en 1555 por orden del rey Enrique II, quien deseaba fundar en el Brasil una colonia en la cual los protestantes franceses pudiesen ejercer libremente su religion.

    Sin embargo, pocos meses después de que Jean de Léry llegase a la «Fran-cia Antártica», Villegagnon se convirtió de nuevo al catolicismo, lo que pro-vocó una cruenta guerra civil que acabó suponiendo el colapso y desaparición de la pequeña colonia francesa.

    Durante el enfrentamiento, Jean de Léry y los demás protestantes de la «Francia Antártica» serán desterrados de la colonia, viéndose obligados a vivir con los indios tupinamba, antes de ser definitivamente expulsados de Brasil.

    Varios meses de convivencia con los tupinamba marcarán profundamente a Jean de Léry, quien se sentirá dividido entre el rechazo que provocaban en él el paganismo y la antropofagia de aquellos indios y la admiración que le causaban su espontaneidad y «bondad natural».

    A su regreso a Francia, en 1559, Jean de Léry será testigo de numerosas masacres sucedidas durante las Guerras de Religión. Tras escapar a la san-grienta carnicería de la Saint-Barthélemy (1572), el futuro autor de la Amé-rica se refugiará en la ciudad de Sancerre, que, poco después, se verá asediada durante meses por el ejército católico.

    Durante el cerco, el hambre llevará a varios de sus compañeros a cometer actos de antropofagia. Jean de Léry no podrá evitar comparar el canibalismo ritual y, en cierto modo, civilizado de los tupinamba con el canibalismo real y figurado de protestantes y católicos franceses. Él mismo transcribirá todos estos hechos y reflexiones en su Historia memorable de la ciudad de Sancerre, de 1574.

    Por aquel entonces hacía ya 15 años que Jean de Léry había regresado de la «Francia Antártica». Sus compañeros protestantes le habían pedido en numerosas ocasiones que relatase su experiencia con el objetivo de restaurar el honor de los protestantes de la antigua colonia, que, según los católicos, habían sido los culpables de su desaparición.

    Cabe tener en cuenta, por otro lado, que la futura obra de Jean de Léry pertenecerá, junto a otras como la Histoire nouvelle du Nouveau Monde de Urbain Chauveton y los Grands voyages de Théodore de Bry, a lo que Marcel Bataillon llamó el «corpus hugonote».7 Este conjunto de obras se caracteriza por denunciar los crímenes de la conquista española, usando como soporte la Brevísima relación de Bartolomé de Las Casas; y por defender al «buen sal-

    7 Marcel Bataillon, Erasmo en España, FCE, México, 1950.

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    vaje», al que los conquistadores católicos deberían haber dejado en su natural ignorancia a pesar del riesgo de su condenación eterna.

    Sin embargo, gracias, a las contradictorias experiencias que vivió Jean de Léry así como a su capacidad para extraer de dichas experiencias una lección escéptica, su obra trascenderá con mucho el género de la historia polémica, resultando ser tanto una interesante etnografía del Nuevo Mundo como una profunda reflexión acerca de la condición humana en general.

    Tras perder en dos ocasiones el manuscrito, Jean de Léry conseguirá publi-car, en 1579, su América cuyo título completo será Historia de un viaje hecho a las tierras del Brasil, o también llamada América. Conteniendo la navegación y las notables cosas vistas en el océano por el autor; la conducta de Villegagnon en ese país; las costumbres y las extrañas formas de vida de los salvajes americanos; junto con la des- cripción de varios animales, árboles, plantas y otras cosas singulares completamente desconocidas acá.

    La primera versión de 1578 será corregida, y ampliada por el mismo autor en las subsiguientes ediciones de 1580, 1585, 1599 y 1611. Dichas ampliacio-nes le irán confiriendo al texto una significación más profunda y universal. Por otro lado, el elevado número de ediciones es prueba del enorme éxito de público que conoció en su época.

    Cabe señalar, sin embargo, que a mediados del siglo siguiente dicha obra pasará a ser olvidada hasta que, a mediados del siglo pasado, Claude Lévi-Strauss afirmase, en Tristes trópicos (1955), que la América es un verdadero «breviario del antropólogo» y Michel de Certeau le dedicase todo un capítulo de su obra La escritura de la historia (1975). Desde entonces, la obra Jean de Léry ha ido cobrando importancia llegando a inspirar la novela Rojo Brasil, de Jean Cristophe Rufin, ganadora del premio Goncourt de 2001 y llegando a pasar a ser lectura obligatoria en las oposiciones para entrar a la Escuela Normal Superior francesa.8

    En lo que respecta a la obra en sí, la América de Léry se compone de una dedicatoria al Conde de Coligny, fundador de la ciudad de Río de Janeiro y antiguo gobernador de la «Francia Antártica», unos sonetos de elogio al libro, un prefacio y veintidós capítulos.

    En el prefacio el autor afirma haber escrito su libro con el objetivo de res-ponder a las mentiras expuestas por André Thevet en su Cosmographia universal

    8 Aunque no tendremos tiempo para reflexionar acerca de ello, sería interesante tratar de ela-borar una explicación de los avatares de la recepción de esta obra. En mi caso dicha explicación pasaría por afirmar que al imponerse, en el siglo xvi, el racionalismo cartesiano, una obra de corte escéptico como la de Jean de Léry pasó a ser inconsistente con los intereses y sensibilidades de la Francia de la modernidad.

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    (1575), donde se acusa a los protestantes del fracaso de la «Francia Antártica». Sin embargo, como hemos señalado antes, dicha obra va a acabar siendo mucho más que un mero intento de restablecer la «verdad histórica» de la facción protestante.

    El cuerpo de la obra se compone de 22 capítulos. Los seis primeros narran los preparativos de la expedición, el viaje y la llegada al Brasil. Los catorce capítulos siguientes describen la flora y fauna de la región (capítulos IX al XIII) y las creencias y costumbres de sus habitantes (capítulos XIV al XX), siendo el capítulo XX un coloquio bilingüe francés-tupinamba. Los dos últi-mos capítulos, XXI-XXII, narran el viaje de regreso e insisten en la perfidia de Villegagnon.

    En lo que respecta al contenido, baste decir que, a lo largo de todo el libro, el autor realiza toda una serie de juicios contradictorios según los cuales los indios son primitivos y bestiales, pero no más que los europeos; su antropofa-gia es terrible, pero no causa tanto tanto dolor como las rebuscadas torturas de los europeos; su desnudez es bárbara, pero los llamativos vestidos de los europeos son, a su manera, mucho más obscenos; su trato es rudo, pero la amabilidad de los franceses es artifical y poco sincera.

    No se trata, claro está, de que, a sus ojos, los indios tupinamba sean mejores que los europeos; sino, en todo caso, que ambos grupos humanos son con-denables y salvables en igual proporción, si bien, como resulta evidente, por diferentes razones.

    Esta actitud ecuánime, que va a llevar al autor a abstenerse a la hora de realizar un juicio absoluto y definitivo acerca de indios o europeos, está direc-tamente relacionada con el escepticismo radical al que antes me refería. Al fin y al cabo, el escepticismo afirma que siempre es posible invocar, por y contra de toda opinión, dos razones de fuerza idéntica (antilogía), de modo que lo mejor es confesar que no se debe tomar partido por ninguna de las opciones (adiaphoria) y realizar suspensión de juicio (epoché).

    No es casual, pues, que la América de Léry fuese la principal fuente de inspiración de «De los caníbales»,9 el más importante ensayo de Michel de Montaigne, figura central del escepticismo humanístico del siglo xvi quien, por otro lado, tenía como emblema una balanza con los platos perfectamente equilibrados.

    9 Michel de Montaigne, Ensayos, pp. 153-163.

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    III. La «Historia general de las indias»de Francisco López de Gómara

    No hará falta que gastemos tanto tiempo en presentar la figura de Francisco López de Gómara. Baste decir que este eclesiástico, que nació en 1511 y murió en 1566, estudió en la Universidad de Alcalá donde luego enseñó lenguas clási-cas, viajó por Italia y los Países Bajos y que, como luego lo harían el Inca Garci-laso de la Vega y Agustín de Zárate, «se sirvió del conocimiento de la historio-grafía grecolatina para escribir su crónica según los cánones humanistas.»10

    Mi intención, sin embargo, es mostrar que el humanismo de Gómara no es radical de la misma manera que puede serlo el de Léry o Montaigne. Y esto va a ser así por la sencilla razón de que su escepticismo, que como ya dijimos antes, era el núcleo filosófico del humanismo, tampoco lo es. Se trata, pues, de un humanismo moderado que no se atreve a extraer todas las consecuencias de una concepción radicalmente humana, ergo humilde y limitada, del cono-cimiento.

    Para empezar, en su Historia general de las indias, Gómara nos propone una historia total, tanto en lo que respecta a los contenidos, como en lo que res-pecta a las explicaciones. Ciertamente, el carácter sistemático y omniabarcante de dicho proyecto, nos remite a una actitud mucho menos insegura y dubita-tiva respecto al conocimiento que la de Léry.

    Por otra parte, el providencialismo de Gómara, remanente de la historio-grafía de corte medieval, más teocéntrica que la humanística, contrasta con las dudas que Jean de Léry muestra en numerosas ocasiones al pensar en la «vestida barbarie» de los europeos o en el carácter bicéfalo del proyecto evan-gelizador francés.

    Puede afirmarse que el providencialismo siempre ha sido uno de los ele-mentos centrales dentro del discurso oficial de todo imperio a la hora de justi-ficar sus conquistas. En todo caso, sea cual sea la razón por la que se lo invoca, el providencialismo es una manera bastante poco escéptica de concebir la his-toria, ya que supone que el historiador conoce con exactitud la voluntad divina así como los medios que ésta escoge para realizarse.

    Por otra parte, es cierto que hallamos en la Historia general de las indias cier-tas consideraciones de corte humanista acerca de la rica pluralidad del mundo. Éste es el caso cuando afirma que «Es el mundo tan grande y hermoso, y tiene tanta diversidad de cosas tan diferentes unas de otras, que pone admiración a quien bien lo piensa y contempla.»

    10 Mercedes Serna, ed., Crónicas de indias, Cátedra, Madrid, 2000, p. 82.

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    Sin embargo, el elogio lírico a la pluralidad del mundo era un lugar común de la época con una larga tradición que pasaba por el thauma aristotélico, la enumeración de rarezas que en el Libro de Job, Dios enarbola como prueba de su incognoscibilidad; el Salmo 104, intitulado De los esplendores de la creación; o el concepto agustiniano de numerositas. De modo que puede no ser más que una cuestión retórica, especialmente útil tratándose de una obra que versa sobre el Nuevo Mundo y que, por lo tanto, apela a la curiosidad de los lectores.

    Lo cierto es que, cuando dicha tolerancia y agrado por la pluralidad del mundo deba aplicarse a otras culturas como las indígenas, Gómara sostendrá el punto de vista oficial, opuesto al de Las Casas, y no presentará ni una actitud demasiado abierta ni tolerante respecto a las culturas indígenas ni, aún menos, una actitud autocrítica respecto a la propia cultura española.

    Por otra parte, aunque en ciertas ocasiones transija con los tópicos elogios a la bondad natural de cierto grupos indígenas, no lo hará –como tampoco lo hará Las Casas–, en nombre de la divina pluralidad que fascinaba a los huma-nistas, sino, en todo caso, en virtud de su convertibilidad. Además, dichos elo-gios sólo aparecerán cuando se trate del indio «civilizado», nunca del caníbal, cuando tanto en Léry como en Montaigne, también el indio caníbal es salvado en nombre de la irreductible pluralidad del mundo.

    Así, Léry, sobreponiéndose al prurito evangelizador, finalizará su edición de la América de 1611 con una alabanza a Dios por haber llenado el universo de criaturas tan bellas y variadas (xxiii), incluyendo a los caníbales. Y Montaigne, en «De los caníbales», «absolverá», tanto al indio «caníbal», por ser igual de cruel que el europeo, como al indio «taíno», que era mucho más fácilmente idealizable. También en su ensayo «Un niño monstruoso» afirmará que «lo que llamamos monstruos no lo son para Dios, que ve en la inmensidad de su obra la infinidad de formas que ella comprende».11

    Regresando al carácter moderadamente humanista de Gómara, cabe seña-lar que, aunque en diversas ocasiones insiste en que todo conocimiento debe tener un inicio empírico, escribió su crónica sin haber cruzado nunca el Atlán-tico. Así, a diferencia de la obra de Léry, que surge de la misma convivencia con los indios tupinamba y que tenía como divisa «voir plus qu’avoir» («ver, más que obtener»), las de Gómara, «escritor de oídas», no pasarán de ser un refundido de citas y noticias.

    Tenemos, pues, razones suficientes para considerar que Francisco López de Gómara y Jean de Léry presentan una actitud diferente respecto a las capa-cidades cognoscitivas del ser humano: más dogmática (o más moderadamente escéptica) el primero, menos dogmática (o más radicalmente escéptica) el

    11 Michel de Montaigne, Ensayos, p. 608.

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    segundo. A continuación me gustaría estudiar de qué modo los diferentes con-textos culturales de los que surgen ambos escritores pueden haber tenido algo que ver en ello.

    IV. El contexto cultural de Jean de Léry

    Ciertamente, el término «contexto cultural» es muy vago e incluye numero-sos factores de corte político, histórico, religioso, así como de corte propia-mente cultural. Sin embargo, aun a riesgo de desatender a ciertas excepciones, es posible afirmar que, en ciertas circunstancias, todos estos factores pueden llegar a generalizar en el sector intelectual de una determinada sociedad una u otra actitud filosófica.

    Así, la diferencia de actitud de Léry y Gómara no puede deberse exclusi-vamente al hecho de que, en aquel momento, Francia no pudiese aspirar ya a grandes conquistas en Hispanoamérica y, por lo tanto, no necesitase vehicular un discurso legitimador de corte providencialista.

    Tampoco la diferente adscripción religiosa de los autores nos ofrece una explicación satisfactoria. Ciertamente, protestantes y católicos cayeron por igual en el dogmatismo y el fanatismo. De este modo, el escepticismo y tole-rancia de Léry habrían existido «a pesar de» –y «no gracias a»– su protestan-tismo. Por otro lado, siendo Montaigne católico, sus Ensayos presentan una actitud muy parecida a la que Léry muestra en su América (1578).

    Asimismo, la diferencia tampoco puede explicarse en función de la dife-rente nacionalidad de los autores. Considero que, en nuestros días, ya ha que-dado totalmente superada la idea de una «psicología nacional» que postula para nación o cultura una manera diferente de sentir o actuar.

    Por mi parte, considero que la diferencia fundamental puede radicar en que, en Francia, el bando protestante y el católico tuvieron unas fuerzas bas-tante equilibradas, lo que dio lugar a un prolongado y feroz debate teológico así como a toda una serie de enfrentamientos militares que acabaron provo-cando en muchos de los intelectuales de la época una desconfianza generali-zada hacia todo tipo de dogmatismo. En su Historia del escepticismo, Popkins llama a este fenomeno «crisis pirrónica» (de Pirrón, fundador de la escuela escéptica en el siglo iv a. C.), y considera que determinó que el humanismo francés –católico o protestante–, fuese de corte radical ya que el escepticismo, que ya es de por sí núcleo del pensamiento humanístico, pasó a convertirse en el marco conceptual de toda aquella generación.

    En España, en cambio, dicho equilibrio se rompió en fecha muy temprana y la Contrarreforma detuvo toda disputa y enfrentamiento militar. Así, pues,

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    del lado sur del cordón sanitario que se estableció en los Pirineos, no sólo no pudo producirse una «crisis pirrónica» como la francesa sino que, además, la atmósfera intelectual era cerrada y prudente. Esto explicaría que el huma-nismo francés fuese radical mientras que el español fuese moderado.

    Quizás sea interesante ver con más detalle en qué consistió la «crisis pirró-nica» a la que acabamos de hacer referencia. Recordemos, para empezar, que el escepticismo fue el arma principal de protestantes y católicos en la querella central de la Reforma, esto es, la disputa por la norma apropiada del conoci-miento religioso, también conocida como «regla de fe».12

    En un principio Lutero fue un reformador, un crítico que se mantenía dentro de la estructura ideológica del catolicismo. En las Noventa y cinco tesis y en su carta al Papa León X critica las prácticas de la Iglesia pero insiste en que respeta sus normas. Será en el Coloquio de Leipzig (1519), en El manifiesto a la Nobleza Alemana (1520) y en Del cautiverio de Babilonia en la Iglesia (1520) donde Lutero niegue la autoridad de la Iglesia en materia de fe y presente un criterio radicalmente distinto, la propia conciencia, para el conocimiento religioso. En ese momento pasará de ser reformador a ser el cabecilla de «una revuelta intelectual que había de conmover los cimientos mismos de la civilización occidental.»13

    Durante largos siglos la Iglesia había sido el criterio de todo tipo de cono-cimiento tanto religioso como natural y filosófico de modo que negarle la posesión del criterio de verdad teológica era, en aquellos tiempos, «como negar las reglas de la lógica.»14 Se dice que Lutero abrió en Leipzig una caja de Pandora puesto que el problema de justificar una norma de conocimiento no surge mientras no se desafía la norma y cuando ésta se desafía se cae en una regresión al infinito que radica en el hecho de que para demostrar un nuevo criterio se necesita un criterio previo que valide la demostración, y así indefi-nidamente.

    La Iglesia no podía contentarse con expulsar de su seno a Lutero, sino que necesitaba intentar cerrar el problema del criterio a su favor. Uno de los pri-meros intentos fue el de Ignacio de Loyola quien afirmó, en Reglas para pensar con la Iglesia, que «podemos ser todos de la misma opinión y en conformidad con la propia Iglesia; si ella ha definido como negro algo que a nuestros ojos parece blanco, de manera similar, hemos de pronunciar que es negro.»15 Sin

    12 Richard H. Popkins, La historia del escepticismo desde Erasmo hasta Spinoza, FCE, México, 1983, p. 22.

    13 Richard H. Popkins, La historia del escepticismo desde Erasmo hasta Spinoza, p. 23.14 Richard H. Popkins, La historia del escepticismo desde Erasmo hasta Spinoza, p. 24.15 Richard H. Popkins, La historia del escepticismo desde Erasmo hasta Spinoza, p. 26.

  • 20 bernat castany prado

    embargo, este argumento no solucionaba filosóficamente el problema escép-tico del criterio.

    Fue Desiderio Erasmo quien ofreció lo que iba a ser la solución oficial de la Contrarreforma francesa. Como los mejores sorteadores del abismo escéptico –Descartes, Kant–, Erasmo aceptó sinceramente el problema del criterio y, en vez de negarlo frontalmente recurriendo a autoridades eclesiásticas, sugirió una defensa escéptica de la fe consistente en afirmar que, ya que el ámbito de la teología «es uno de los que contienen más laberintos», lo mejor es «seguir la actitud de los escépticos», esto es, «suspender todo juicio» y pensar que, ya que no hay criterio para saber la verdad, lo mejor será seguir como estábamos y «confiar en la Iglesia».

    De servo arbitrio (1525) fue la furiosa respuesta que Lutero lanzó contra el escepticismo fideísta de Erasmo. En este libelo, el líder del movimiento protes-tante, después de afirmar que «el Espíritu Santo no es escéptico», preguntará indignado «¿cómo se puede creer aquello de que se duda?» y amenazará con que él se reafirmará en sus verdades «mientras que tú te aferras a tus escépticos y académicos hasta que Cristo también te llame.» Para Lutero la verdad se nos impone y el verdadero conocimiento no presenta contradicción alguna.

    Como el problema del criterio es irresoluble y ninguna de las dos partes podía fundamentar de manera satisfactoria su posición, cada facción intentó afirmarse atacando el criterio de sus rivales. Los católicos afirmaban que la libertad de conciencia de los reformistas llevaría a la anarquía religiosa, mien-tras que los reformistas atacaban la autoridad de la Iglesia mostrando la incon-gruencia de sus opiniones.

    A medida que se fue apagando la lucha militar entre catolicismo y protestan-tismo, se intensificó la lucha intelectual, poniéndose en evidencia la naturaleza epistemológica del problema en cuestión. Además, con el redescubrimiento de los antiguos argumentos escépticos –gracias a la edición latina de las Hipotipó-sis pirrónicas de Henri Estienne (1562) y a la traducción francesa de Gentian Hervet (1569)–, «la crisis pasó de la teología a la filosofía», dando lugar, a fina-les del siglo xvii, a lo que Popkins dio en llamar una «crisis pirrónica.»16

    Aunque la explosión pirrónica tendrá lugar con la «Apología de Raimundo Sabunde» de Montaigne, esta obra no deja de ser la culminación de todo un proceso de erosión epistemológica. Ya Gian Francesco Pico della Mirandola, «el menor», había realizado, en su Examen Vanitatis Doctrinae Gentium (1520), una revisión crítica de toda la filosofía en la que se incluía una exposición histórica del problema de la certidumbre y una presentación sistemática de las ideas de Sexto Empírico. En 1526, Agrippa von Nettesheim había publicado

    16 Richard H. Popkins, La historia del escepticismo desde Erasmo hasta Spinoza, pp. 22 y 43.

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    su De Incertitudine et vanitate scientiarum declamatio invectiva, obra que tuvo una enorme difusión y que tuvo una gran influencia sobre Montaigne. Otras figu-ras de la teología negativa fideísta serán las del cardenal Adriano di Corneto, Reginaldo Pole, Pierre Bunel y Arnauld du Ferron, quienes también usaron argumentos escéptico-académicos.

    Debemos tener en cuenta que fue en este ambiente en el que Jean de Léry y Michel de Montaigne se educaron y escribieron. Claro está que, como hemos señalado antes, el humanismo ya tenía como núcleo epistemológico el escep-ticismo, de modo que todos estos enfrentamientos no hicieron más que radi-calizarlo.

    Hay, sin embargo, un último elemento que no podemos obviar si queremos comprender en profundidad qué es lo que llevó a Léry y a Montaigne a mante-ner hacia el «otro» una actitud tan diferente a la de la mayor parte de cronistas españoles, en general, y la de Gómara, en particular: la violencia.

    Teniendo en cuenta que el escepticismo busca liberar al hombre de sus falsas dignidades –no puede saberlo todo, sus instintos son animales, no es coherente, cree en las fantasías que él mismo inventa–, no es extraño que la inútil violencia que arrasó Francia durante las ocho guerras civiles les sirviese como argumento para igualar a los franceses a los animales y, luego, a los salvajes.

    En efecto, las primeras crónicas francesas, a pesar de algunos prejuicios de superficie, nacen desde una actitud autodespreciativa en la que el observador considera su propia cultura con horror. Esto da lugar a la nivelación cultural necesaria para establecer un contacto sincero con el Otro. Parece que en la poesía moral francesa del siglo xvi era un lugar común la idea de que los fran-ceses eran más salvajes que los salvajes mismos.

    A continuación transcribo, como ejemplo, una Oda que en 1588 Jodelle le dedicó a André Thevet, autor de la Singularites de la France Antarctique (1557) y de la Cosmographie universelle (1575). Cabe señalar que Jodelle y Thevet eran católicos, lo que probaría que la crisis pirrónica habría afectado de forma gene-ralizada tanto a protestantes como a católicos. El poema dice así:

    Esos bárbaros van desnudos y nosotros vamos disfrazados maquillados, enmascarados. Ese pueblo extraño no se conforma a la piedad, nosotros despreciamos la nuestra, engañamos, traicionamos, disimulamos. Esos bárbaros para comportarse no tienen tanta racionalidad como nosotros.

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    ¿Pero quién no ve que la que poseemos no sirve más que para hacernos daño los unos a los otros?17

    Tampoco debe sorprendernos que la América de Léry se publicara en Gine-bra, «la ville du réfuge». Lo cierto es que la significación del argumento prin-cipal de «Des cannibales», que Montaigne parece haber recogido del mismo Léry, sólo puede entenderse plenamente en este contexto de violencia genera-lizada y ausencia de criterio. Creo que dicho argumento tuvo tanta resonancia en Francia no tanto porque lo dijesen Léry y Montaigne –algo muy parecido había dicho Las Casas en su Brevísima relación de la destrucción de las indias– sino porque existía un ambiente de recepción propicio a este tipo de argumentos.

    V. El contexto cultural de Francisco López de Gómara

    Cabe ahora preguntarse con mayor detenimiento cuál fue el contexto cultural del que surgirá la Historia general de las indias de Francisco López de Gómara.

    Ciertamente, la primera mitad del siglo xvi español fue una edad de oro para el escepticismo humanista. Uno de los dos manuscritos de Sexto Empí-rico fue descubierto en España; dos de los más importantes tratados escépticos de la época –el Que nada se sabe, de Francisco Sánchez, y el Filosofía primera, de Juan Luis Vives–, fueron escritos por españoles; no sólo los más grandes intelectuales españoles fueron declaradamente escépticos o presentan dicha tendencia –Huarte de San Juan, los hermanos Valdés, Pedro de Valencia, Juan Luis Vives o Francisco Sánchez–,18 sino que, además, el escepticismo jugará un papel fundamental en el pensamiento de muchos literatos posteriores como Quevedo, Cervantes, Saavedra Fajardo o Gracián.

    Señalará Charles Nauert que la actitud antiespeculativa de muchos de los humanistas españoles «delata la omnipresente influencia de pirrónicos y aca-démicos sobre la filosofía del Imperio.»19

    17 Jean de Léry, Histoire d´un voyage en terre du Brésil, cap. XIX. La traducción es nuestra. Origi-nal: «Ces barbares marchent tous nuds, / et nous nous marchons incognus, / fardez masquez. Ce peuple estrange / à la pieté ne se range. / Nous la nostre nous mesprisons, / pipons, vendons et deguisons. / Ces barbares pour se conduire / n’ont pas tant que nous de raison. / Mais qui ne voit que la foison / n’en sert que pour nous entrenuire».

    18 Menéndez Pelayo estudia, en Historia de los heterodoxos españoles, autores escépticos menos cono-cidos como Fox Morcillo (1526?-1560), Gómez Pereira (1500-1558) y Francisco Vales (1524-1592).

    19 Charles Nauert, Agrippa and the Crisis of Renaissance Thought, University of Illinois Press, Illinois, 1965, p. 174.

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    Sin embargo, el Concilio de Trento supuso el encierro, destierro, censura o autocensura de los reformistas, acusados todos como «luteranos», «calvinistas» o, simplemente, «alemanes». Y aunque, como hemos visto, en un principio, el escepticismo le sirvió a los católicos como caballo de batalla y escudo protector contra los protestantes, lo cierto es que llegó un momento en el que éste se con-fundió con el reformismo o el ateísmo y también acabó siendo anatemizado.

    Este hecho, junto con la necesidad de justificar la empresa imperial espa-ñola, hizo que muchos se abstuvieran de escribir obras sobre el Nuevo Mundo que presentasen una actitud análoga a la que presentará el «corpus americano hugonote» y la América de Léry, en particular.

    Esto no quiere decir, claro está, que no hubiese en la España del xvi toda una Atlántida de escritores auténticamente escépticos, esto es, auténticamente humanistas. Sin embargo, la ausencia de un ambiente político propicio y la inexistencia de un tejido espiritual y filosófico como el generado en Francia a raíz de la «crisis pirrónica» hicieron que en España no tuvieran toda la reso-nancia filosófica o política que merecían este tipo de ideas.

    Por otra parte, la conquista y colonización no pudo ser protagonizada por españoles sospechosos de reforma o herejía. En efecto, apenas tenemos eras-mistas en Hispanoamérica y uno de los pocos que, según Bataillon, estuvo influido por ellos fue Bartolomé de Las Casas, cuya Brevísima relación influyó, a su vez, a Léry y a Montaigne con afirmaciones como la que sigue: «Este nombre de bárbaros cuadra a ciertos españoles que afligieron a los indios, gente en verdad inocente y la más mansa de todas, con tan horrendas cruelda-des, tan terribles mortandades y males más que infernales.»

    Conclusión

    Siendo el escepticismo uno de los elementos centrales del humanismo y viendo las diferencias aquí estudiadas entre el escepticismo de Jean de Léry y el de Francisco López de Gómara, podemos afirmar que el primero participa de un humanismo radical mientras que el segundo lo hace de uno moderado.

    Este hecho explicaría las diferencias que sus respectivas crónicas presentan en su acercamiento al Nuevo Mundo, en general, y a las culturas indígenas, en particular.

    El escepticismo radical de Léry –que llevará a la cima Montaigne– supon-dría una actitud cognoscitiva privilegiada a la hora de encontrarse con una cultura radicalmente diferente como la Tupinamba, mientras que el escepti-cismo moderado de Gómara le llevará a mantener una actitud menos abierta y tolerante con las diversas culturas de las que habla en su crónica.

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    Bibliografía citada

    Bartra, Roger, Wild men in the looking glass, The University of Michigan Press, Michi-gan, 1994.

    Bataillon, Marcel, Erasmo en España, FCE, México, 1950.Léry, Jean de, Histoire d´un voyage en terre du Brésil, Droz, Ginebra, 1975.López de Gómara, Francisco, Historia general de las indias, Linkgua, Barcelona, 2004.Montaigne, Michel de, Ensayos, Porrúa, México, 1991.Nauert, Charles, Agrippa and the Crisis of Renaissnce Thought, University of Illinois

    Press, Illinois, 1965.Popkins, Richard H., La historia del escepticismo desde Erasmo hasta Spinoza, FCE,

    México, 1983.Serna, Mercedes, ed., Crónicas de indias, Cátedra, Madrid, 2000.Toulmin, Stephen, Cosmópolis, Península, Barcelona, 2001.

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    La crónica imposible de Bernal Díaz

    Ángel Delgado Gómez

    Raro es el caso en que una persona y su obra escrita se identifiquen de tal manera como en Bernal Díaz del Castillo.1 Soldado de a pie en las huestes de Cortés, sus indudables méritos nunca fueron suficientes para alcanzar distinción especial en las armas. Como muy bien sabía él mismo, de no ser por su condición de autor, sus opiniones, sus andanzas particulares y hasta su nombre no le hubieran sobre-vivido mucho tiempo. Sólo por su palabra sabemos de su vida. La trayectoria vital de Bernal cambió definitivamente en 1514, cuando a la edad de dieciocho años embarcó en Sevilla rumbo a las Indias. La conquista de México fue determinante en la vida de Bernal, quien participó bajo el mando de Cortés no sólo en el bienio de la conquista (1519-1521), sino a su conclusión en diversas campañas milita-res que aumentaron y consolidaron el territorio de Nueva España. Se cierra este período con la larga e infortunada expedición a Honduras (1524-1526), que tam-bién supone el fin de la etapa de Bernal como conquistador. La tercera etapa de su vida, de notable extensión, se caracteriza por su asentamiento definitivo como encomendero en las nuevas tierras conquistadas. La transición no fue fácil, ya que a su regreso de Honduras a México ve perdida su primera encomienda de Coat- zacoalcos. Sus continuas peticiones para lograr un asentamiento perpetuo y de renta suficiente no fueron atendidas, lo que motivó un viaje a España en 1539. Como Cortés y tantos otros conquistadores, Bernal comprobó que nada como la proximidad a la Corte para acelerar las gestiones en pro de sus derechos de con-quistador. El viaje dio sus frutos, ya que volvió a Nueva España provisto de reales cédulas que le acreditaban como encomendero de Guatemala, donde se asentó definitivamente, casó con Teresa Becerra y tuvo hijos.2 Todavía insatisfecho con

    1 Como explica el padre Carmelo Sáenz de Santa María, el autor se llamó a sí mismo Bernal Díaz hasta 1551, ya que así aparece su nombre en firmas y documentos hasta entonces. A partir de ese año, sin embargo, cuando el autor se había establecido definitivamente en Guatemala, alarga el apellido quizá por sentirse importante: «Bernal comenzó a redactar su crónica Díaz y la concluyó del Castillo» (Carmelo Sáenz de Santa María, Introducción crítica a la «Historia verdadera» de Bernal Díaz del Castillo, CSIC, Madrid, 1966, p. 44). Como tantos otros lectores de su obra, nuestra familiaridad entrañable con el autor nos llevará a llamarlo desde aquí simplemente por su nombre, Bernal. La Historia Verdadera se citará en adelante por las siglas HV.

    2 Teresa, también hija de conquistador y unos veinte años más joven que Bernal, había enviu-dado recientemente y tenía una hija. Bernal por su parte llegó al matrimonio con tres hijos natu-

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    sus encomiendas, volvió a España en 1550 para reclamar su mejoría. Allí asistió a la histórica Junta de Valladolid, en la que defendió la tesis mayoritaria de los conquistadores a favor de que se les otorgaran encomiendas de indios perpetuas y hereditarias, denunciadas implacablemente por Fray Bartolomé de las Casas.3 A su regreso definitivo a Guatemala fue nombrado regidor perpetuo de Santiago de los Caballeros y disfrutó de encomiendas sustanciosas que le permitieron una vida desahogada y hasta no exenta de ciertos lujos.4 Ello no impidió que, como era costumbre, en público y por escrito hiciera continuas demandas y peticio-nes para paliar una supuesta pobreza.5 Así transcurrió los últimos años de su vida hasta que, a los ochenta y ocho años de edad, murió en 1584. Apenas unos días antes había asistido a su última reunión del cabildo, si bien no pudo firmar las actas por haber perdido la vista. Sus restos fueron enterrados junto a los de Pedro de Alvarado en la catedral de Antigua, destruida después por un terremoto y bajo cuyas ruinas yacen todavía.6

    rales habidos de mujeres indígenas pero reconocidos y criados por él. Del matrimonio nacieron nueve hijos. Francisco, el heredero, hacia principios de 1545, y Pedro, quizá el menor, que debió de nacer en 1563, cuando Bernal contaba sesenta y ocho años. Esto explica el tono quejoso y preocupado de su declaración en el cap. CCX, cuando afirma: «los hijos varones ya grandes y con barbas y otros por criar ... estamos muy viejos y dolientes de enfermedades, y lo peor de todo muy pobres y cargados de hijos e hijas para casar, y nietos».

    3 El agrio debate entre ambas tesis quedó en suspenso hasta el regreso del emperador Carlos V, que se hallaba ausente en Alemania, lo que de hecho favoreció a Bernal y demás colonos. Entre las cédulas que llevó Bernal a Guatemala había dos en favor de su hija Teresa López de Padilla y de quien casara con ella, para el que además se otorgaba un corregimiento (Carmelo Sáenz de Santa María, p. 89).

    4 El licenciado Alonso de Zorita que lo visitó en Guatemala, afirma de Bernal en una Probanza de méritos que «ha tratado y trata su persona y casa con mucho esplendor y abundancia de armas y caballos y criados, como muy buen caballero» (J.J. de Madariaga, Bernal Díaz y Simón Ruiz de Medina del Campo, Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid, 1966, p. 130, n.).

    5 Cómo ha de extrañarnos que lo hiciera Bernal si hasta Cortés, cuyo marquesado del Valle incluía una encomienda de fabulosa riqueza, hasta el final de sus días siguió impenitente en sus demandas a la Corona protestando falta de medios. Dice al respecto Ramírez Cabañas: «Actos de ostentación, despilfarros y un continuo pedir era lo común y corriente en la vida de los conquis-tadores, de sus inmediatos descendientes, de sus yernos, de los casados con viudas de conquista-dores y aun de muchos que no tenían de esas calidades. Sabido y notorio era en la Nueva España, mediando el siglo de la conquista, que un buen número de aquellos sujetos estaban ricos, y, no obstante, a la más parva oportunidad de alcanzar mercedes todos eran a pedir, sin escrúpulo de declararse pobres, que pasaban necesidad, que estaban alcanzados, adeudados, acensuados, con encomiendas de poco provecho, cargos tenues, con hijas por casar y sin poderles dar estado, siem-pre en obligación de dar estado, siempre en obligación de sostener casa y criados de acuerdo con su dignidad» (Francisco López de Gómara, Historia de la conquista de México, ed. Joaquín Ramírez Cabañas, Pedro Robredo, México, 1944, 2 vols., I, pp. 16-17).

    6 Álvarez Cabañas, III, pp. 385 y 399; Cerwin, Bernal Díaz: Historian of the Conquest, University of Oklahoma, Norman (OK), 1963, p. 220. Se ignora la fecha exacta de su muerte, pero se cree

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    La génesis de la «Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España»:

    memorial, relación, historia

    Fue Bernal autor de no pocas peticiones, cartas, probanzas y memoriales en solicitación de mercedes para él y su familia.7 Como todos los conquistadores, en más de una ocasión se vio en la necesidad de apoyar esas peticiones con una extensa relación de méritos donde se resumieran los servicios de armas presta-dos a la Corona. No dudaríamos en señalar ahí el impulso germinal de la HV.8 Otros conquistadores como Andrés de Tapia, Bernardino Vázquez de Tapia y Francisco de Aguilar fueron más lejos, llegando a escribir unas relaciones per-sonales por motivos diferentes. En el caso de los dos primeros el motivo tuvo más bien carácter legal, pues se trataba de una relación de méritos debidamente contextualizada, es decir, que incluyera los hechos propios dentro de una narra-ción general sobre la conquista.9 Es importante señalar todos estos precedentes porque el impulso historiográfico de Bernal participa ampliamente de ellos. Es indudable que la HV es primariamente y desde su origen una relación de méri-tos. De hecho, podría decirse que sus más de doscientos capítulos son básica-mente un gigantesco testimonio documental que sirve para probar la Memoria de las batallas y reencuentros en que me he hallado que se incluye al final.10

    El caso de Aguilar es algo peculiar. Antiguo compañero de Bernal en la conquista, tomó posteriormente el hábito franciscano. Su longevidad permi-

    hubo de ser entre el 1 y el 3 de enero, fecha esta última en que su hijo Francisco Díaz del Castillo informó al cabildo de la muerte y asumió el cargo de regidor que le correspondía por herencia.

    7 Carmelo Sáenz de Santa María, pp. 129-130.8 Ramón Iglesia cree que el único motivo de Bernal para escribir su obra fue su pleito con la

    Corona (Cronistas e historiadores de la conquista de México, El Colegio de México, México, 1942, p. 110). Para Ramírez Cabañas, se trataba de resolver la situación económica de su familia nume-rosa (I, XII). Pero ninguno de estos autores explica cómo se transformó el texto hasta hacerse historia (Jiménez Hernández).

    9 Las relaciones de Francisco de Aguilar, Andrés de Tapia, Bernardino Vázquez de Tapia y otros conquistadores se encuentran en Germán Vázquez, ed., La conquista de Tenochtitlan, Historia 16, Madrid, 1988.

    10 Cap. CCXIII. Algo antes el propio Bernal así lo declara explícitamente: «Volviendo a mi materia, miren los curiosos letores con atención esta mi relación, y verán en cuántas batallas y rencuentros de guerras muy peligrosos me he hallado desque vine a descubrir, y dos veces estuve asido y engarrafado de muchos indios mexicanos, con quien en aquella sazón estaba peleando, para me llevar a sacrificar, y Dios me dio esfuerzo que me escapé, como en aquel istante llevaron a otros muchos mis compañeros, sin otros grandes peligros y trabajos así de hambre y sed e infinitas fatigas que suelen recrecer a los que semejantes descubrimientos van a hacer en tierras nuevas, lo cual hallarán escrito parte por parte en esta mi relación» (cap. CCXVII).

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    tió que años después sus correligionarios más jóvenes, llegados cuando la con-quista era ya asunto del pasado remoto, le pidieran un relato pormenorizado sobre esos hechos que desconocían. También es éste un elemento esencial en la génesis de la HV, porque cuánto más remota sería la conquista de Nueva España en Guatemala, donde el sexagenario Bernal veía con tristeza y aun desolación cómo ya se podían contar con los dedos de la mano el número de los veteranos conquistadores supervivientes. El recuerdo de las antiguas haza-ñas, sin duda tantas veces recreado oralmente, estaba en grave riesgo de per-derse a menos que se acudiera a la pluma. Bernal era en su ciudad hombre honrado y respetado regidor, pero a medida que pasan los años aumentaba la preocupación de si su nombre le sobreviviría. A diferencia de Aguilar, monje que ha hecho voto de humildad, en Bernal la preocupación era acuciante dada su condición de padre de familia numerosa. No se trataba de adquirir una fama literaria personal, sino de dar realce y contenido al linaje propio, fama del apellido que ha de servir por tanto a sus descendientes.11 Probanza de méritos por un lado y deseo de perpetuarse en la fama por otro son, pues, elemen- tos integrales en la gestación de la HV, y así lo han reseñado relevantes estu-diosos de la obra de Bernal. Si la HV no fuera más que una relación al estilo de las de sus compañeros de armas no hallaríamos objeción alguna a plantea-miento tal. Pero ni siquiera aunando ambos objetivos puede justificarse la redacción de una obra de tal envergadura. Aunque allí estuvieran los cimien-tos, el edificio narrativo requirió de otro soporte exterior.

    La obra de Bernal es, junto con El Quijote, excepcional para su tiempo por contener una reflexión sobre su propia formación textual. Comentarista de su propia autoría, Bernal dedica el cap. XVIII a explicar en detalle el momento crítico del proceso de redacción de su historia. Comienza éste así:

    Estando escribiendo en esta mi corónica, acaso vi lo que escriben Gómara e Illescas y Jovio en las conquistas de México y la Nueva España, y desque las leí y entendí y vi de su policía y estas mis palabras tan groseras y sin primor, dejé de escrebir en ella, estando presente tan buenas historias. Y con este pensamiento torné a leer y a mirar muy bien las pláticas y razones que dicen en sus historias, y desde el principio y medio ni cabo no hablan lo que pasó en la Nueva España.

    Este comentario revelador nos lleva inevitablemente a otras reflexiones. ¿Cuándo comenzó Bernal a redactar su crónica, cuándo leyó a esos autores y en qué manera su lectura alteró el plan de la obra? Son preguntas de difícil res-puesta. Nada sabemos del proyecto original de Bernal en fechas y en contenido,

    11 Cortés murió en 1546. Cita del «Legado para mis hijos», en HV, cap. CCXII.

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    pero poco importa. Lo que sí podemos afirmar es que sólo la lectura de Gómara posibilitó una nueva reestructuración del proyecto original. Comprendemos la tristeza de nuestro autor al entrar en contacto con la Hispania Vitrix, la pri-mera gran historia de la conquista de México. Su autor, el humanista soriano Francisco López de Gómara (1511-1559), la había escrito poco después de la muerte de Cortés por comisión de su hijo y heredero Martín Cortés. Siguiendo los cánones de la historiografía renacentista, Gómara centra su obra en la figura de Cortés, ensalzado para la posteridad como modelo de héroe que iguala y aun excede a los personajes de la antigüedad clásica como César y Alejandro Magno. Suyos eran el mérito y la fama, quedando los conquistadores a su mando como valientes pero al fin meros peones de milicia. Gómara, autor tan culto como de buena pluma, poseía todas las cualidades necesarias al historiador humanista, es decir: acceso privilegiado a fuentes escritas y orales, incluido el propio Cortés; un juicio crítico para ponderar y discernir los hechos; y, conditio sine qua non, un conocimiento aventajado del arte retórica necesaria para expresarse en una prosa tan clara como elegante. Bernal hubo de sentirse en efecto triste y aun airado al ver cómo esas cualidades le depararon un éxito sin precedentes. Al multiplicarse prodigiosamente las ediciones en varias lenguas, el texto se hizo canónico y su versión de los hechos tomó visos de historia oficial.12 ¿Qué podía hacer él sin recursos materiales ni estilísticos desde un lejano rincón del impe-rio? Continúa Bernal en el mismo capítulo:

    ... después de bien mirado todo lo que aquí he dicho, que es todo burla acerca de lo acaecido en la Nueva España, torné a proseguir mi relación, porque la verdadera pulicía e agraciado componer es decir la verdad en lo que he escrito. Y mirando esto, acordé de seguir mi intento con el ornato y pláticas que verán para que salga a luz, y hallarán las conquistas de la Nueva España claramente como se han de ver. Quiero volver con la pluma en la mano como el buen piloto lleva la sonda, descubriendo bajos por la mar adelante, cuando siente que los hay. Así haré yo en decir los borrones de los coronistas.

    12 La edición princeps (Zaragoza, 1552) se titula así: Hispania Victrix. Primera y segunda parte de la Historia General de las Indias, con todo el descubrimiento y cosas notables que han acaescido desde que se ganaron hasta el año de 1552. con la conquista de México de la Nueva España. La Historia general de las Indias fue la primera en su género que se dio a la imprenta, Gómara quiso destacar la conquista de México como un hecho de especial trascendencia, y de ahí que tratara el tema por separado en una segunda parte. Al año siguiente, para mayor consternación de Bernal, Gillermo de Millis imprime una segunda edición nada menos que en Medina del Campo, su ciudad natal. A partir de ahí el éxito de la obra es arrollador. En 1554 aparecen ¡seis ediciones en castellano!, dos en Zaragoza y cuatro en Amberes, ciudad flamenca donde no afectó la prohibición real de reimprimirse en España, dictada el 17 de noviembre de 1553 (Ramón Iglesia, Cronistas e historiadores de la conquista de México, p. 119). En cuanto a las traducciones, baste decir que para el año 1584 en que muere Bernal habían aparecido diez ediciones en italiano, seis en francés y una en inglés.

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    La clave del nuevo rumbo consiste en una hábil apropiación del texto de Gómara. Con la excusa de que éste ha da ser puntualmente desmentido, Bernal canibaliza a su modelo incorporando tanto sus datos como el formato huma-nista en el que se contienen. Bernal critica constantemente a Gómara por lo que considera errores y carencias, pero oculta astutamente la enorme cantidad de datos que aprovecha de él.13 Pero, lo que es más importante, Bernal aprove-cha la sólida armazón del humanista. Bernal no estaba por supuesto capacitado para escribir una historia propiamente dicha. La terminología de la época es algo vaga, y de hecho Bernal se refiere los términos relación, crónica e historia, usándolos indistintamente.14 Sin embargo, como él mismo reconoce, su bajo estilo y falta de recursos retóricos le imposibilitaban escribir una obra como la de Gómara, capaz de darse a la imprenta y ser tenida en cuanta por el público lector culto. Pero a ello contrarresta hábilmente que al hallarse en posesión de la verdad por su condición de testigo ocular de los hechos, es su deber rectifi-car los «borrones» o errores de Gómara para enmendarlos. Para ello se sirve del más precioso regalo que le ofrece su modelo, que es la estructuración de la obra en capítulos. He ahí la nueva plataforma textual que permite a Bernal la escritura de una obra diferente a todo lo que había podido concebir hasta entonces, pues ninguna de las obras que habían aparecido antes podían igua-larse a ella en extensión y amplitud de miras. Bernal sigue estrechamente ese modelo sin apenas alteración, aunque por supuesto sin reconocerlo.

    Pero volvamos al cap. XVIII. Bernal menciona además de Gómara a Illes-cas y Jovio. ¿Qué importancia tienen éstos en la obra de Bernal? Práctica-mente ninguna. Como hemos señalado, en las obras de ambos la conquista de México no ocupa sino un breve capítulo en el que nada se añade a lo afirmado por Gómara. De hecho, tanto por su contenido como por su punto de vista, que es la glorificación del héroe Cortés, los dos autores no hacen sino com-primir la historia de Gómara. Aunque Bernal en efecto se refiera de pasada y vagamente a ellos en alguna otra ocasión, lo cierto es que ni una sola vez cita un texto particular de ellos para rebatirlo, siendo los numerosos «borrones» comentados por Bernal exclusivamente de Gómara. De hecho, para finales del

    13 La deuda de Bernal para con Gómara ya fue advertida y estudiada por Eberhard Straub, en un estudio que quizá por estar en alemán no ha tenido la influencia y difusión que merecía (Das Bellum justum des Hernán Cortés in Mexico, Böhlau Verlag, Viena-Colonia, 1976). Straub estudia minuciosamente los préstamos de Bernal, que son tan frecuentes y claros que llega a la conclusión, sin duda exagerada si no se matiza debidamente, la HV debe ser considerada un plagio de la Histo-ria de Gómara. Esta cuestión está bien reseñada por Barbón Rodríguez, IV-VI.

    14 Cfr. a este respecto W. Mignolo, «Cartas, crónicas y relaciones del descubrimiento y la con-quista», en Historia de la literatura hispanoamericana, ed. Luis I. Madrigal, Cátedra, Madrid, 1986, 2 vols., I, pp. 57-116.

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    capítulo en cuestión Bernal ya se ha olvidado de Illescas y Jovio, yendo a la yugular del humanista soriano con las que son quizá las palabras más duras de su crónica, pues lo acusa de haberse vendido.15 La inclusión de Illescas y Jovio debe entenderse pues como una habilísima cortina de humo mediante la cual Bernal pretende ocultar al lector la gigantesca apropiación, en continente y contenido, del texto de Gómara.

    Todo esto tiene enorme importancia finalmente para una cuestión deba-tida que es la datación del proceso creativo de la HV. En una declaración legal de 1563 afirma haber concluido una probanza de méritos.16 Esto no excluye que simultáneamente escribiera la HV. La obra de Gómara fue reimpresa en su Medina del Campo en 1553, y uno de sus ejemplares pudo llegar a sus manos poco tiempo después. Aun suponiendo incluso que transcurrieran algunos años,17 Bernal todavía contó con un buen período de tiempo para ir redactando su obra hasta 1568, año en que él mismo declara al final de su obra estar «trasladando esta relación».18 La obra de Illescas apareció en 1565, y la traducción castellana de Giovio aun más tarde, en 1568. Quiere ello decir que en nada afectaron ambas a la redacción de la HV. Bernal tenía ya un borrador de su obra y al pasar la copia a limpio, entre las correcciones y enmiendas añadió algunas referencias vagas a Giovio e Illescas, autores a los que acababa de conocer y que ni siquiera es seguro que leyera.19 En conclusión, pues, la redacción de la HV ocupó a Bernal un máximo de quince años, que van de 1553 a 1568. Desde esta última fecha hasta su muerte en 1584 continuó, como veremos, la labor de enmienda y corrección, pero el cuerpo esencial de la obra estaba escrito. Incluso si fueron algunos menos los años de redacción, fue tiempo suficiente para que Bernal hiciera un extraordinario esfuerzo de acopio y ordenación de datos propios y ajenos, escritos y orales, y otro no

    15 «Mas bien se parece que el Gómara fue aficionado a hablar tan loablemente del valeroso Cortés, y tenemos por cierto que le untaron las manos, pues a su hijo el marqués, que agora es, le eligió su corónica, teniendo a nuestro rey y señor, que con derecho se le había de elegir y enco-mendar. Y habían de mandar borrar los señores del Real Consejo de Indias los borrones que en sus libros van escriptos.»

    16 Carmelo Sáenz de Santa María, p. 29.17 Carmelo Sáenz de Santa María, p. 30) cree que Bernal no pudo obtener su ejemplar después

    de 1554, año de la prohibición de su venta y distribución. A ello podría objetarse que los libros prohibidos circularon comúnmente tanto en España como en Indias, sobre todo si se habían adquirido con anterioridad. Además, el ejemplar de Bernal pudo también ser de los impresos en Amberes en 1554, ciudad a la que no afectaba dicha prohibición.

    18 Cap. CCX.19 El borrador no ha llegado a nosotros, salvo quizá los últimos folios del manuscrito Guatemala

    (cfr. más adelante), que parecen de puño y letra de Bernal (30). Esas páginas no pueden ser poste-riores a 1567, ya que para entonces la letra de Bernal es muy temblona.

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    menor de larga y sin duda difícil redacción. Bien puede decirse hoy, empero, siglos después, que la obra monumental y única que resultó de esa labor bien mereció la pena. Esa visión revela en tal manera el sentir propio de Bernal que con razón podemos calificar a su obra de autobiográfica. Su insistencia en atenerse a un relato de lo visto y vivido en carne propia tiene como resul-tado un panorama de sus juicios, prejuicios y opiniones sobre lo divino y lo humano, incluyendo en ello por supuesto la valoración que Bernal tiene de sí mismo. En ello reside la enorme importancia como documento humano y sociológico de la HV. Bernal es, como se ha dicho tradicionalmente, un con-quistador «típico», entendiendo el término en un sentido lato, es decir, de hombre que por no haber alcanzado relevancia especial representa mejor el común sentir de los conquistadores. Sus ideas y opiniones son en gran medida las que compartían tantos otros conquistadores de su tiempo y condición, y de hecho en ese nivel su obra no tiene parangón. Pero todo ello no desmerece de su individualidad; bien al contrario, la refuerza. Porque si algo representa la HV es precisamente el triunfo pleno de los valores renacentistas. ¿Cómo explicar si no que un hombre como él se atreva poner en cuestión la obra de un humanista culto y aspire a la fama en la posteridad como persona y como autor? Bien conocía él sus limitaciones educativas. Bernal sabía leer y escribir, lo que en su época no era tan extraño ni anormal como suponen algunos, pero que aun así no lo capacitaba para practicar el oficio de historiador. Y sin embargo Bernal siente tal confianza y seguridad en su propia valía, en su propia dignidad humana, que no se arredra ante nada ni nadie, y emprende una tarea imposible. Su única arma, proclama insistentemente, es la verdad, una verdad sólo hija de haber sido testigo presencial de los hechos («yo estuve allí y me hallé en ello»). Con eso le basta, como si ver, comprender, juzgar y escribir historia fueran la misma cosa. Admirable osadía, que permitió en 1575 a un anciano y oscuro encomendero de Guatemala mandar su manuscrito al Consejo de Indias en España no ya con la intención de que constara su versión de los hechos, sino aun más, la de que ésta se publicara. No ha de extrañarnos que no lo consiguiera en vida, toda vez que nada semejante había visto la luz de la imprenta hasta entonces. Más bien sorprende que, contra todo pronóstico, la fama póstuma de su obra superara incluso a la de Gómara hasta convertirse en un clásico universal. Se salió con la suya el viejo Bernal, y al igual que Cer-vantes, asimismo veterano soldado del montón, consiguió con la pluma la fama que nunca alcanzó con la espada.

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    La Crónica de Bernal Díaz en la Historia de la literatura

    Aunque Bernal soñara quizá con ver su obra publicada, sus limitaciones tanto estilísticas como pecuniarias lo hacían harto improbable. En vida tuvo la satis-facción de darla a conocer no sólo a sus conciudadanos de Guatemala sino también a algunos letrados y clérigos, quienes nos consta que la conocieron y algunos de cuyos comentarios de hecho incorporó, como hemos visto, a su obra.20 Supo también que la copia remitida al Consejo de Indias había llegado a su destino, si bien nunca tuvo una respuesta de qué pensaron de ella. Por fortuna, un relevante cronista general de Indias hizo buen uso de ella, habiendo apreciado el caudal de datos únicos que aportaba sobre el tema. Se trata de Antonio de Herrera, autor de la magna Historia de los hechos de los castellanos, quien en la parte correspondiente a México hace uso extensivo de Bernal, aunque, como es su costumbre, sin citar sus fuentes.21 Parecía que el destino de la obra de Bernal hubiera sido similar al de tantos otros cronistas que sólo modernamente han visto su obra impresa. Pero una rara ocurrencia hizo que así no fuera.

    En el siglo xvii, cuando la conquista de México era ya historia lejana, las órdenes religiosas que habían participado en la evangelización de México y Guatemala se disputaban la primacía de su labor misionera, con la que podían exigir a la monarquía derechos históricos para futuras fundaciones. Fue así como el mercedario Fray Alonso Remón, que había tenido acceso al manus-crito enviado al Consejo de Indias, decidió imprimirlo a costa y beneficio de su propia orden. En Bernal encontró el apoyo conveniente para probar que la primacía de la labor misionera en Nueva España correspondía a Fray Barto-lomé de Olmedo, monje de su misma orden que acompañó a la expedición y por quien Bernal siente no poca simpatía. Remón usó el texto de Bernal pues como medio y no por interés o respeto hacia su autor. De hecho, con notable falta de escrúpulo no dudó en manipular el texto, enmendándolo significati-vamente para sus fines. Además de los cambios de estilo que creyó oportunos,

    20 El P. Santa María recoje varios testimonios (31-33). Entre ellos se encuentran Alonso de Zorita, oidor de la Audiencia de Nueva Granada, Guatemala y México y cronista él mismo de Nueva España; Pedro de Villalobos, presidente de la Audiencia de Guatemalaque fue quien la remitió al Consejo de Indias, el cronista Diego Muñoz Camargo, autor de la Historia de Tlaxcala, y el cronista Fray Juan de Torquemada, célebre autor de la Monarquía Indiana.

    21 La fuente más importante de Herrera para la conquista de México es la Crónica de la Nueva España de Francisco Cervantes de Salazar, por entonces todavía inédita entonces, pero Bernal ven-dría a continuación, superando incluso a Cortés y a Gómara (Carmelo Sáenz de Santa María, p. 125).

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    entre los del contenido sobresale la cantidad de añadidos que tienen que ver con la actuación de los mercedarios: a Olmedo a quien se menciona por su nombre diez veces en el manuscrito y nada menos que ochenta en la versión impresa; el editor introduce además a dos monjes más a mitad de texto y aun a una docena más adelante, ninguno de los cuales fue mencionado por Bernal, y por último se añaden párrafos enteros en que se exalta la labor misionera de Olmedo. A todo ello se le conoce como la «gran interpolación mercedaria».22 El sueño de Bernal, de ver su obra impresa, se hizo así realidad póstumamente, mas no así su petición expresa en la Introducción «a los señores impresores» de que se respetara su texto sin añadidos ni supresiones.

    Del texto de Remón se hicieron dos ediciones, y es difícil saber cuál de ellas es la princeps. El texto de ambas es idéntico salvo por algunas erratas menores y aunque varía algo la paginación, las dos fueron en impresas en la Imprenta del Reyno de Madrid con los mismos privilegios, sumas, aprobaciones y privi-legios, y sólo difieren en la portada.23 Una de ellas, que tiene portada impresa con orla de adornos, lleva la fecha de impresión de 1632. La otra, que no lleva fecha, contiene una célebre portada grabada por I. de Courbes. En ella aparecen Cortés al lado izquierdo y Olmedo al derecho, uno representando la conquista militar de México y por ello con la inscipción manu (‘con la mano’) y el otro la espiritual con la inscripción ore (‘con la boca’). El grabado ilustra efectivamente el objetivo de la edición, que es naturalmente adjudicar al padre Olmedo la primacía en la evangelización de México. Al carecer esta última de fecha, existe entre los críticos una larga y aun no resuelta controversia sobre cuál de ellas fue la primera en imprimirse.24

    Nada sabemos de la recepción crítica que obtuvo la publicación de la obra, aunque cabe suponer que su reimpresión es signo de un interés considerable.

    22 Según el P. Santa María, que acuñó la expresión, el autor de la interpolación no fue el Remón, que falleció antes de que la obra de Bernal se imprimiera, sino Fray Gabriel Adarzo y Santan-der, quien la concluyó. Su argumentación se basa en que Remón escribó simultáneamente una Historia General de la Orden mercedaria en la que no se mencionan los sucesos y personajes que menciona la interpolación (Carmelo Sáenz de Santa María, 21). Ya fuera uno u otro, el objetivo era el mismo.

    23 El título de la edición grabada es el siguiente: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España escrita por el capitán Bernal Díaz del Castillo, uno de sus conquistadores. Sacada a luz por el P.M. Fr. Alonso Remón. Predicador y Coronista General del Orden de N.S. de la Merced, Redención de Cautivos. A la Catholica Magestad del Mayor Monarca D. Filipe IV. Rey de las Españas y Nuevo Mundo N.S. Con privilegio. En Madrid en la Emprenta del Reyno. El de la edición impresa es idéntico, salvo el añadido Año de 1632.

    24 No existe ninguna prueba documental fehaciente que apoye decisivamente la elección de una u otra. Bartolomé Mitre y el P. Santa María se inclinan por la de portada grabada, y G. García y Ramírez Cabañas por la impresa. Para esta cuestión, ver Carmelo Sáenz de Santa María, pp. 33-34.

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    El primer juicio al respecto es el del último gran cronista general de Indias, don Antonio de Solís, autor de la celebérrima Historia de la conquista de México (Madrid, 1684), en cuyo prólogo escribe lo siguiente:

    Salió después una historia particular de Nueva España, obra póstuma de Bernal Díaz del Castillo, que sacó a luz un religioso de la orden de Nuestra Señora de la Merced ... Pasa hoy por ser historia verdadera ayudándose del mismo desaliño y poco adorno de su estilo para parecerse a la verdad y acreditar con algunos la sinceridad del escritor, pero aunque le asiste la circunstancia de haber visto lo que escribió, se conoce de su misma obra que no tuvo la vista libre de pasiones para que fuese bien gobernada la pluma; muéstrase tan satisfecho de su ingenuidad como quejoso de su fortuna, andan entre sus renglones muy descubiertas la envidia y la ambición, y paran muchas veces estos afectos destemplados en quejas contra Hernán Cortés, principal héroes de esta historia, procurando penetrar sus designios para deslucir y enmendar sus consejos, y diciendo muchas veces como infalible no lo que ordenaba y disponía su capitán, sino lo que murmuraban los soldados ... 25

    El inmenso éxito de la Historia de Solís sin duda contribuyó, a la par que su censura, a que la obra de Bernal no se volviera a imprimir durante casi dos siglos. Ello no impidió, sin embargo, que su obra siguiera mereciendo la aten-ción de los especialistas. El mismo Solís a pesar de sus críticas supo aprovechar la rica información que le suministraba Bernal, y no tiene empacho alguno en reconocerlo así. Menos justo es a este respecto el gran William Prescott, que repite los juicios negativos de Solís en lo referente a su vanidad a su falta de calidad literaria, sin ni siquiera reconocer su aportación como importante fuente documental.26 El célebre historiador escocés William Robertson, quizá el primer gran hispanista británico, fue aun más lejos cuando, aun recono-ciendo sus limitaciones estilísticas y de análisis histórico, no dudó en exaltar su singularidad, llamando a su libro «uno de los más curiosos que pueden leerse en cualquier lengua».27 Este juicio fue sin duda premonitorio, pues desde que la obra se volviera a publicar en 1795 en Madrid su fama no ha hecho sino crecer. En la primera mitad del siglo xix ya habían aparecido tres traducciones inglesas, y en la segunda dos francesas, una alemana y dos húngaras. En el siglo xx las ediciones de bolsillo en varias lenguas se han multiplicado y Bernal se ha convertido en un autor conocido por el público lector en general. Entre los

    25 Antonio de Solís, Historia de la conquista de México, población y progresos de la América septentrio-nal conocida por el nombre de Nueva España, Bernardo de Villa-Diego, Madrid, 1684, lib. I, cap. 2.

    26 «El mérito de la obra es muy escaso, como es de esperar atendida la clase del escritor. Este no tiene arte ni siquiera para disimular su vanidad que rebosa de modo ridículo a cada página de su obra» (William Prescott, Historia de la conquista de México, s. n., París, 1878, 2 vols., II, p. 70. Cit. por Barbón Rodríguez, VII).

    27 William Robertson, Historia de América, Oliveres y Gavarró, Barcelona, 1840, 4 vols., III, p. 270.

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    numerosos cronistas de Indias su nombre figura en cuanto a reconocimiento junto a los clásicos como Cortés, Las Casas, Oviedo, el Inca Garcilaso, etc, y aun no dudaríamos en afirmar que de todos ellos es hoy en día el más conocida y leído. Otro tanto podríamos decir de la crítica actual. Si hasta mediados del siglo xx el interés por Bernal estuvo casi exclusivamente en manos de los histo-riadores, desde los estudios de Ramón Iglesia tanto la crítica literaria como la historia de las ideas ha visto en Bernal un tesoro por la notable singularidad de su perspectiva narrativa e historiográfica. Es curioso que precisamente lo que Solís, primer crítico de Bernal, censuraba por simple o falto de miras se haya convertido precisamente en lo más destacable y apreciado para los estudiosos y lectores actuales.

    Miremos, pues, siquiera brevemente, en qué ha parado la fama de nuestro Bernal. El juicio negativo que le inspirara a Solís y Prescott como historia-dor no fiable, vanidoso y carente de estilo ha sufrido un vuelco espectacular. La crítica actual ha reevaluado estos tres aspectos de manera diametralmente opuesta en al menos dos de ellos. Primero, en lo relativo a la veracidad, obvia-mente en nuestra era post-Toynbee y hasta ya postestructural, postfreudiana, postcolonial y deconstructora de todo, hasta del deconstruccionismo mismo, difícilmente vamos a llegar a algún acuerdo sobre el carácter unívoco del texto. Segundo, en todo caso queda claro que las deficiencias, lagunas y errores que limiten mucho o poco su ortodoxia documental, quedan compensadas por una verdad no menos tangible: y es que esa supuesta vanidad hoy es valorada por el lector moderno como la expresión genuina de una verdad psicológica, como expresión fiel de una weltanschaung individual y también colectiva, en cuanto que encarna convincentemente el punto de vista de un conquistador exterrado. Su texto es un testimonio que desvela y analiza del criollismo emergente, especialmente en su variante de evocación nostálgica de un pasado reciente pero sentido como proustianamente irrecuperable y en cierto sentido inefable, porque su lector distante no puede entender desde España las claves vitales del Nuevo Mundo. Y por último, esa carencia de estilo oficial (el «no soy retórico ni latino») es irónicamente la que hoy valoramos como única y excepcional, hasta el punto de que la obra de Bernal ha adquirido el estatus de un clásico literario. Francisco Rico ha destacado que la flexibilidad del lenguaje de Bernal puede que no tenga rival en la literatura española de su siglo, y destaca como elementos esenciales la «el juego de los tiempos verbales, sobre todo con el pertinente uso del presente histórico, y el matizado empleo del presente indi-recto».28 A ellos podríamos añadir una estrategia narrativa consistente en el

    28 Francisco Rico, «Introducción», en Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, ed. Guillermo Serés, Plaza y Janés, Barcelona, 1998, p. 22. Cit. por Barbón Rodríguez, VII.

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    uso de recursos propios de la oralidad del relato, que logran una implicación emocional del lector hasta tal punto en que éste queda implicado en su génesis y formulación.29

    La lengua de Bernal no está exenta de limitaciones y aun de deficiencias. Pero eso no excluye que la HV sea un texto nacido con vocación literaria. Si su objetivo hubiera sido tan sólo conseguir mercedes reales, la presencia continua y exigente del lector que exige un relato placentero y una adecuada ordenación del material narrativo estaba de más. Para ser una relación verdadera hubiera bastado con escribir una declaración al estilo de la de Tapia y otros. Para escri-bir historia hizo falta mucho más. No se trata sólo del procedimiento en sí, sino también de la manera de presentarlo: «dejémosle ... y volvamos», con esos pronombres inclusivos Bernal logra la complicidad del lector. Como los jugla-res de Castilla que recitaban poemas e historias en la plaza pública, Bernal no necesitaba clases de retórica para conseguir una efectiva captatio benevolentiæ. Porque el lector es un compañero de camino o jornada al que Bernal implica en su recreación o reescenificación de los hechos. Nótese cómo en los ejem-plos aducidos Bernal alterna incluso la narración en singular (diré, digo, etc.) con la del plural (dejemos, digamos). El efecto que consigue con ello es atraer al lector al punto de hacerlo cómplice de su narración.

    El texto de Bernal se hallaba en tres manuscritos: el llamado Guatemala (MsG), conservado en el Archivo General de Guatemala; el que usó Fray Alonso Remón para la primera edición y que no se ha conservado (MsM), y finalmente el llamado manuscrito Alegría, copia del Guatemala realizada por encargo de Francisco Díaz del Castillo, hijo de Bernal (MsA).30 MsG constaba original-mente de 299 folios de 29,50 x 43 cms. escritos en su mayoría por ambos lados y encuadernados con pastas de cartón cubiertas de cuero color rojo oscuro. En el lomo figuraba pegado en tiras el título BERNAL DIAS / HISTORIA ORIGINAL DE LACONQUISTA DE MEXICO Y GUATEMALA. Algunos folios se encontraban fuera del orden que les correspondía Para mejo-

    29 Ángel Delgado Gómez, «Escritura y oralidad en Bernal Díaz», en Ignacio Arellano y Fermín del Pino, edd., Lecturas y ediciones de crónicas de Indias. Una propuesta interdisciplinar, Iberoameri-cana-Universidad de Navarra, Madrid, 2004, pp. 137-156.

    30 La tradición textual de la Historia verdadera ha sido objeto de estudio durante toda una vida por el P. Sáenz de Santa María. Su investigación ha sido recogida en dos volúmenes imprescin-dibles que incluyen numerosos artículos anteriores: Introducción crítica a la «Historia verdadera» de Bernal Díaz del Castillo, (reimpresa en su edición crítica de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, CSIC, Madrid, 1982, 2 vols.), e Historia de una historia. La crónica de Bernal Díaz del Castillo, CSIC, Madrid, 1984. Un excelente análisis crítico de la cuestión es el de Guillermo Serés, «Los textos de la Historia verdadera», Boletín de la Real Academia Española, LXXI (1991), pp. 523-547. De ellos extraemos datos relevantes para este estudio.

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    rar su estado de conservación fue restaurado por el experto W.J. Barrow de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.31 El P. Santa María ha dejado claro que el manuscrito no está escrito con letra uniforme, habiendo interve-nido en él varias manos, incluida muy probablemente la de Bernal mismo32.

    Como ya hemos visto, la redacción de la crónica de Bernal se produce en un largo proceso que supone su cambio de memorial a una historia propiamente dicha, y como tal MsG es de difícil lectura debido a las continuas correcciones y enmiendas a que se vio sometido. En 1568 señala Bernal en el cap. CCX que «está trasladando esta relación», es decir que está pasando a limpio un original hoy perdido que seguramente fue escrito por Bernal de puño y letra. Ese «traslado» sería MsG, que lejos de ser una copia definitiva, Bernal a lo largo de su redacción altera con enmiendas y adiciones de todo tipo. En 1575 el presidente de la Audiencia de Guatemala, por encargo de Teresa Becerra, viuda de Bernal, envía una copia del ms. al Consejo de Indias. Carmelo Sáenz de Santa María cree que ésta es la base del ms. que usará el P. Remón para su edición, que posteriormente desapareció.33 Tras remitir esta copia, Bernal siguió trabajando en MsG, añadiendo y corrigiendo. Esta hipótesis tiene un pequeño problema que el propio P. Santa María reconoce. Si el ms. fue man-dado tan tarde, ¿por qué no incluyó en él Bernal las críticas a los historiadores Jovio e Illescas, pues tuvo tiempo de hacerlo? Da más bien la impresión de que MsM responde a una redacción más temprana, de alrededor de 1568, y así en efecto lo cree Serés,34 quien sugiere a su vez otra hipótesis. Bernal o bien mandó un ms. hacia 1568 o bien él mismo lo llevó personalmente España donde se encontraba en 1567. Pero ello plantea a su vez d