Celebrando a Juan García Ponce - Fondo de Cultura Económica · Lichtenberg y Kafka La literatura...

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del Fondo de Cultura Económica Celebrando a Juan García Ponce Castañón, Espinasa, Goldin, Lara Zavala, Melo, Rivas, B. Rodríguez, F. Segovia, T. Segovia Juan García Ponce: Réquiem y elegía Günter Grass: Kafka y sus ejecutantes Dos poemas de Hans Magnus Enzensberger Dos cuentos de Heiner Müller Aforismos de Lichtenberg y Kafka La literatura en el nuevo Berlín vista por Jürgen Jakob Becker Narrativa actual de Alemania: Burmeister, Hermann, Schneider y Staffel

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del Fondo de Cultura Económica

Celebrando a Juan García PonceCastañón, Espinasa, Goldin, Lara Zavala,

Melo, Rivas, B. Rodríguez, F. Segovia, T. Segovia

Juan García Ponce:Réquiem y elegía

Günter Grass:Kafka y sus ejecutantes

Dos poemas deHans MagnusEnzensberger

Dos cuentos deHeiner Müller

Aforismos deLichtenberg yKafka

La literatura en elnuevo Berlínvista por JürgenJakob Becker

Narrativa actual de Alemania:Burmeister, Hermann,

Schneider y Staffel

del Fondo de Cultura Económica

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SUBDIRECTORHernán Lara Zavala

EDITORFrancisco Hinojosa

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REDACCIÓNMarco Antonio Pulido y

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LA GACETA2

SUMARIOOCTUBRE, 2001

HANS MAGNUS ENZENSBERGER: Dos poemas • 3GÜNTER GRASS: Kafka y sus ejecutantes • 4

FRANZ KAFKA: Consideraciones sobre el pecado • 8G.C. LICHTENBERG: Ángeles y animales • 9

PETER SCHNEIDER: El regreso a casa de Eduard • 10BRIGITTE BURMEISTER: Bajo el nombre de Norma • 15

UCELEBRANDO A

JUAN GARCÍA PONCE

TOMÁS SEGOVIA: Tantos años sin vernos • IIFRANCISCO SEGOVIA: Juan García Ponce, el poeta • III

JUAN GARCÍA PONCE: Réquiem y elegía • IVJOSÉ MARÍA ESPINASA: La memoria como una afirmación

del presente • VIDANIEL GOLDIN: Juan, el inmor(t)al • IX

JOSÉ LUIS RIVAS: Toda la noche • XHERNÁN LARA ZAVALA: Crónica de la intervención • XI

ADOLFO CASTAÑÓN: Juan García Ponce y la mujer sin atributos • XIIIJUAN VICENTE MELO: Carta a Juan García Ponce • XIV

BLANCA RODRÍGUEZ: Los placeres de la obediencia • XV

UJÜRGEN JAKOB BECKER: Observaciones sobre la literatura

en el nuevo Berlín • 17HEINER MÜLLER: Dos narraciones • 19

JUDITH HERMANN: Casa de verano, más tarde • 20TIM STAFFEL: Queso cottage • 24

‹ ‹ ILUSTRACIONES: TOMADAS DEL LIBRO DE HEINZ MODE

ANIMALES FABULOSOS Y DEMONIOS, FCE, 1980 › ›

‹ ‹ CARICATURA DE JUAN GARCÍA PONCE: NARANJO › ›

OCTUBRE, 2001SUMARIO

LA GACETA3

Dos poemasq Hans Magnus Enzensberger

q Traducción de Ricardo Corchado Fabila

• Hans Magnus Enzensberger (Kaufbeuren, Allgäu, 1929) ha sido editor de las revistas Kursbuch y TransAtlantik. Narrador, dramaturgo, crítico, tra -ductor y poeta, entre sus libros de poesía se encuentran Verteidigung der Wölfe (1957), L a n d e s s p r a c h e (1960), B l i n d e n s c h r i f t (1964), G e d i c h t e1 9 5 5 -1970 (1971) y Die Furie des Verschwindens (1980). Los dos poemas que presentamos en este número de La Gaceta han sido tomados de Gedichte (Lospoemas), volumen publicado por la editorial Suhrkamp en 1983.

EL PRESO

Sepultado en mi carnehay un hombre con manos de leónde tiernos y formidables ojosque respira en mi esqueletoun ancianoque no muereun niño perseveranteque no temesumergido en mi sangreun preso que obedecesepultado en mi carneque espera y desesperay envía mensajes en clavetierno y formidableen mis oídos que zumbanhabita entre guijarros ardientesperseverante como el picapedreroque no temefirme y claro como el hieloque se liberarácon mano de leóny dictará como una sentenciaerguido como un viento potenteque no muereque respira en mi esqueletoy que lo destrozará

EL OTRO

Uno que no ríeque se acongojaque alza su rostro con piel y pelo bajo el cieloque hace salir de mi boca palabras rodandouno que tiene dinero y miedo y un pasaporteuno que lucha y amauno que se mueveque pataleapero yo noyo soy el otroque no ríeque no tiene su rostro bajo el cieloni palabras en su bocaque es desconocido para sí y para míyo no: el otro: siempre el otroque no vence ni es vencidoque no se acongojaque no se mueveel otroque es indiferentedel que no sédel que nadie sabe quién esque no me conmueveese soy yo

LA GACETA4

4 Las páginas que ofrecemos a continuación son un fragmento

del texto dedicado a Kafka del libro Ensayos sobre literatura, editado por

nuestra casa editorial en 1990 en la colección Breviarios.

E l 2 7 y 28 de mayo de 1 9 6 3 un gru-po de letrados, filósofos y escrito-res, se reunió en el castillo Liblice(Bohemia) para hablar sobre un

autor cuyos libros hasta entonces habían sidodesacreditados —si no es que convertidos entabúes— y cuya edición como obras comple-tas ha resultado imposible en las naciones delbloque oriental.

Al dar por sentado que desde el X X C o n-greso del Partido Comunista de la Unión So-viética no sólo había cobrado importancia latesis política de la coexistencia, sino que tam-bién se permitía, dentro de ciertos límites, lacrítica al estalinismo, principalmente bajo ellema de “La pasada fase del culto a la perso-nalidad”, es posible concebir la conferenciasobre Kafka llevada a cabo en el castillo Libli-ce como una temprana señal de la Primaverade Praga.

Los participantes en dicha conferencia seconsideraban, sin excepción, marxistas. To-das las ponencias, 27 en total, expedían al es-critor Franz Kafka el certificado más o menosfranco —en algunos casos vergonzante y su-jeto a restricciones, a menudo rimbombantepero fiel, en términos generales, a la doctrinadel marxismo— de haber sido, pese a su con-cepto pesimista de la vida, un escritor huma-nista y de formar parte, por lo tanto, delpatrimonio humanístico comunista. Fue cali-ficado, así, de progresista.

Si bien en la actualidad estos dictámenesparecen ridículos, en ese entonces eran muynecesarios: sólo esa muletilla admitía discutira Kafka. Presentárase con convicción o gui-ñando el ojo, el testimonio de que el escritor—hasta entonces proscrito o callado— fueseun humanista, despejó el camino para refle-xiones ulteriores.

A manera de resumen, más tarde se hizola siguiente declaración:

La conferencia se esforzó por lograr unaaclaración ideológica de los problemas li-terarios relacionados con la obra de Kafk a .Algunas ponencias plantearon, asimismo ynaturalmente, preguntas referentes a lapolítica cultural de ciertos países, sobretodo la cuestión de si deberían editarselas obras de Kafka. El intercambio de opi-niones fue provechoso también a este res-pecto, aunque la conferencia no gozaba,desde luego, de la autoridad como paraparticipar en la solución de estos asuntos,ni podía tenerla.

El posterior destino de algunos asistentesa la conferencia pone de manifiesto las con-mociones que han afectado al comunismodesde entonces. El presidente de la misma,Eduard Goldstücker, fue también titular dela asociación checoslovaca de escritores du-rante el efímero periodo de Dubcek; actual-mente vive como emigrado en Inglaterra. Elaustriaco Ernst Fischer fue expulsado delPartido Comunista de su país por protestarcontra la ocupación de Checoslovaquia. Ro-ger Garaudy, por otra parte, tuvo que aban-donar el Partido Comunista de Francia pordecisión de su Comité Central.

Para finalizar su intervención, Garaudy ci-ta un diálogo entre Kafka y Gustav Janouch,amigo de éste, sobre Picasso. Con motivo de laprimera exposición cubista en Praga, el amigodice: “Es un deformador petulante”. Y Kafkareplica: “No lo creo. Sólo hace constar las des-figuraciones que aún no penetran en nuestra

conciencia: el arte es un espejo que ‘se adelan-ta’ como un reloj... a veces”.

La comparación entre Picasso y Kafka notuvo eco en las otras ponencias. Ninguno delos participantes deseaba ir tan lejos. Fueronmás frecuentes los intentos de demostrar unatemprana relación del joven Kafka con el so-cialismo. Una y otra vez se aseveró que Kafkahabía logrado revelar, especialmente, la ena-jenación del ser humano dentro del sistemacapitalista. La crítica burguesa del Oeste fuecensurada por mistificar a Kafka y sup r i-mir su posición crítica ante la sociedad.

A esto, el filósofo polaco Roman Karstrespondió en la siguiente forma:

[...] la crítica burguesa ha sido acusada defalsear el sentido de la obra de Kafka; esmás, incluso se afirma la necesidad de de-fender a Kafka contra ella. Tales asertosolvidan, sin embargo, que durante mu-chos años, después de la última guerramundial, no escribimos una sola palabrasobre Kafka, sino que lo acallamos. Mu-chos nos han exhortado a leer de maneraracional a Kafka; pero, ¿es posible siquie-ra leer racionalmente a un novelista? Enmi opinión, Kafka debe ser leído y, sobretodo, impreso.

Ernst Fischer, por su parte, pidió unaaplicación práctica al socialismo:

Kafka es un novelista que nos atañe at odos. La enajenación del ser humano,

Kafka y sus ejecutantesq Günter Grass

p i ntada por él con máxima intensidad, al-canza dimensiones monstruosas en elmundo capitalista. Sin embargo, el mun-do socialista no la ha superado tampoco,de ningún modo. Vencerla paso a paso,mediante la lucha contra el dogmatismo yel burocratismo, en nombre de la demo-cracia, la iniciativa y la responsabilidadsocialistas, constituye un proceso que to-mará mucho tiempo y representa unenorme cometido. La lectura de obras co-mo El proceso y El castillo es indicada paracontribuir a la solución de dicha labor. Ellector socialista hallará en ellas algunostrazos de su propia problemática y, porsu parte, el funcionario socialista se veráobligado a presentar argumentos mejordocumentados y diferenciados con res-pecto a muchas cuestiones.

El publicista y traductor Alexej Kusák, dePraga, se adelantó un paso más:

El hecho de que Kafka sea también el na-rrador de nuestros absurdos, de que lassituaciones kafkianas sirvan como mode-lo de ciertas circunstancias —que en lospaíses socialistas conocemos desde laépoca del culto a la personalidad—, hablaen favor de Kafka y de su capacidad ge-nial para tipificar, es decir, de su métodoartístico, el cual lo puso en condiciones dereconocer que determinado grado deopacidad en las relaciones sociales, más elabsolutismo del poder institucional, en-gendran, día con día, situaciones absur-das en las que inocentes son acusados decrímenes que no cometen...

Otras colaboraciones llegaron al extremode comparar al siempre activo, insistente yambicioso agrimensor K. de El castillo, quiena veces llega incluso a las manos, con el pasi-vo, huidizo y evasivo Josef K. de El proceso ;

equiparación que adjudica al agrimensor unpapel de precursor o revolucionario. Gold-stücker sugiere, asimismo, que en el agri-mensor se vea al repartidor de tierras.

Con razón se levantaron protestas en con-tra de este intento por sacar provecho de Kaf-ka. Convertido ahora en un autor para usodoméstico del comunismo y definido, enconsecuencia, no sólo como humanista sinotambién como revolucionario. Sin embargo,Franz Kafka no se deja asignar a ningunaideología: previó la evolución de todas las co-rrientes ideológicas de sus tiempos.

En su biografía sobre el escritor, HeinzPolitzer cita un acontecimiento del año 1920,incluido en las Gespräche mit Kafka( C o n v e r s a-ciones con Kafka), de Gustav Janouch. Los in-terlocutores se encuentran con un grupo deobreros que, cargando banderas y estandar-tes, salen de una asamblea. Kafka dice: “Esagente tiene tanto aplomo, seguridad de sí ybuen ánimo. Domina la calle y, por consi-guiente, cree dominar al mundo. En realidadse equivoca. Detrás de ellos ya están los se-cretarios, funcionarios y políticos; todos lossultanes modernos para quienes preparan elcamino al poder”. Y cuando Janouch pre-gunta, a continuación, si Kafka no cree quevaya a difundirse la Revolución rusa, éstecontesta: “Cuanto más se extiende una inun-dación, menos profunda y más turbia sevuelve el agua. La revolución se evapora ysólo queda el fango de una nueva burocra-cia. Las ataduras de la humanidad vejadason de papel oficio”.

Alguien que habla así no sacará ningúnmito progresista del apremiante proceso dela historia, sino que la sufre. El concepto queKafka tuvo del mundo era catastrofista. Deello también se habló, en forma contradicto-ria, durante la conferencia del castillo Liblice.Al fin y al cabo, se trataba de preparar unanueva fase histórica después del pretendidotérmino del estalinismo dentro de un “comu-

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•Marcapasos•

Felicidades a nuestra instituciónhermana, El Colegio de México,que este año ha sido distinguidacon el Premio Príncipe de Astu-rias en el campo de las CienciasSociales. Fundado por DanielCosío Villegas y Alfonso Reyesen los años en que fue presiden-te de México Lázaro Cárdenas —yen el mundo estallaban la Guer r aCivil española, y después la se-gunda Guerra Mundial—, el Co-legio empezó llamándose Casade España para, luego, adoptarsu nombre actual. Esta institu-ción de altos estudios (inspiradaen parte en la Escuela de LibreEnseñanza fundada por Francis-co Giner de los Ríos, y alimenta-da por la vivificante savia de lostransterrados españoles) nuncaha dejado de ser una Casa, esdecir, un espacio hospitalario yaun familiar dadas sus relativas,modestas dimensiones.

Honra el galardón a la insti-tución premiada pero también ala Fundación que lo concede.Es una prenda de legítimo orgu-llo no sólo para sus directivos,investigadores, profesores y es-tudiantes, sino aun para todoscuantos se atarean y afanan enla fragua de la cultura mexican aen particular e iberoamericana e ngeneral. Tan alto reconocimien-to al ejercicio de las humanida-des en México se nos antoja algomás que un signo prometedorpara el ejercicio de la investiga-ción y la docencia de las cien-cias sociales. La concesión deesta presea reconoce por todoel orbe la excelencia de una ins-titución que, a lo largo de los añosy de las generaciones, ha sabi-do afirmarse como casa del sa-ber y de la memoria, de la crítica

nismo humano”, tal como aspiraban a él losreformadores checoslovacos de la Primaverade Praga.

También con la obra de Kafka, interpreta-da de una o de otra manera, debía ser enco-m i a b l e dicha aspiración.

Ya es un lugar común denominar “kaf-kiano” al mundo de los trámites administra-tivos, a la reducción de la existencia humanaa un expediente de actas y al despliegue de laburocracia y la corrupción. El cuadro exactode la jerarquía burocrática y el contraste, queuna y otra vez adquiere trazas de metáfora,entre el celo burocrático y una negligenciadedicada sólo a alborotar el polvo de las ac-tas, ese mundo constituido totalmente de pa-pel y de palabras que cobra realidad para ellector mediante la novela de Kafka El castillo,admite la comparación con una realidad aje-na a la literatura. No obstante, al mismo tiem-po la obra de Kafka se reduce si en suconjunto es limitada a esta única interpreta-ción, según la cual el agrimensor K. luchacontra un mal doble: la burocracia y la co-rrupción. Con fundamentos igualmente justi-ficados es posible interpretar la actividad delagrimensor como una búsqueda de Dios y laverdad. El castillo, que en su impenetrabili-dad permanece inalcanzable, puede ser en-tendido como metáfora del concepto teológicode la misericordia.

Asimismo, de la novela El proceso el lec-tor pudiera derivar —pese a que el libro recreael aparato triturador de la justicia terrenahasta en sus más terribles detalles— una di-vina instancia suprema. Al agrimensor K. lehan sido atribuidos rasgos fáusticos. Y si laobra se subordinara al concepto “laberínti-co”, sería posible respaldar dicho conceptoen forma concluyente con los términos de lamística judía. El gran número de interpre-taciones posible, incluso las extravagan-tes, sólo pone en evidencia que las obrasliterarias —como toda obra artística— po-seen y deben poseer significados múltiples,que no obedecen a los ritos de la lógica sinoa las leyes de la estética.

El afán de la interpretación única, correc-ta y de valor universal, responde la mayoríade las veces a exigencias ideológicas o mora-les. En todos los lugares donde hay una solaforma de existir, con todo y una doctrina ymoral de la verdad, surge también la pobreurgencia de una única interpretación ciertade las obras artísticas. (Allí, el arte es la vacaque se ordeña. Y lo que produce, aunque ten-ga un sabor amargo, debe corresponder a laidea común de la leche).

Por lo tanto, mi intento de interpretar lanovela El castillo de Franz Kafka, de maneraparticular en relación con la burocracia total,sólo se refiere a un aspecto parcial en la obrade este escritor. El hecho de que dicho aspec-to parcial puede documentarse, queda com-probado no sólo por el desarrollo de la trama,saturada de detalles, sino también por la re-toñada realidad de nuestro mundo actual,que diariamente vuelve a ganarse como cali-ficativo el lugar común “kafkiano”.

Puesto que las burocracias del Este y delOeste se igualan cada vez más, su preten-sión total de dominio sobre el ser humano—entendido como un ser definido mediantelas actas— es expresada en una forma tanubicua (y al parecer fuera de todo control te-rreno) que les corresponde esa dimensión di-fusa, hasta trascendente, que no obstantep u ede denominarse divina y kafkiana.

Pretendo afirmar que el orden fragmenta-rio creado por Franz Kafka con recursos lite-rarios, como la metáfora del castillo, tuvo uncarácter visionario, en cuanto a su signific a d oburocrático trivial así como al teológico, en elmomento de ser plasmado por escrito; ahorase ha transformado en una realidad ajena a laliteratura. La visión fue alcanzada; la utopía,superada. En Praga y en nuestra propia casa,Kafka ha encontrado a sus ejecutantes.

En todo el mundo se propagan las excre-cencias burocráticas cuyo despotismo no sólose sustrae al control democrático procuradoaquí y allá, sino que también se cierra a todarazón sensata de ser. En su absurdo, la buro-cracia de nuestros días se aproxima a Dios.

Aunque fabricada y manejada por seres hu-manos, es superior a éstos en su funciona-miento espontáneo; y es sólo ahora (cerca dealcanzar la perfección que muestra su mode-lo sobrehumano) que el autor Kafka debió re-presentase como algo real.

Parece que la burocracia de nuestrostiempos ya no pertenece en grado suficientea este mundo como para ser eliminada me-diante reformas administrativas o, muchomenos, con un cataclismo revolucionario. Yahubo intenciones semejantes. “¡Mayor cerca-nía al ciudadano!”, “¡atreverse a una mayordemocracia!”, rezaban las consignas. Miles selevantaron en protesta para emprender la“marcha a través de las instituciones”. ¿Dón-de quedaron? ¿En qué oficinas empezaron aconfundirse entre sí, como Sortini y Sordini?

A más tardar, desde la reciente amplia-ción de la potencia burocrática general pormedio de la tecnología nos hemos percatadodel peligro inherente a los todopoderososaparatos, como conceptos objetivados deDios. Ya no nos enfrentamos a inconvenien-c i a s burocráticas que con todo pudieran miti-garse, sino con el destino correctamenteimpuesto. Así, debemos someternos: en Pra-ga o en nuestra propia casa. Así, nos atreve-mos, en Praga o aquí, a protestar contra esepoder universal. Al igual que el agrimensorK., tratamos de descifrar la jerarquía de la ad-ministración del castillo, de obtener la famo-sa “admisión”, de entrar al castillo... aunquesólo podamos conseguirlo mediante sobornos.

El castillo se muestra benévolo con no-sotros. Así como al agrimensor K. le fueronasignados los llamados ayudantes, Jeremíasy Arthur, a nosotros también nos concedenespías, en forma de micrófonos ocultos o laclásica pareja. Nos ayudan, son nuestros án-geles de la guarda. Se encargan de que noerremos en un sentido más elevado. Pre-sienten nuestras acciones. Se alimentan conmás datos referentes a nosotros de los quepudiéramos retener, en vista de la faltamortal de memoria que padecemos. Son unade las demostraciones divinas de benevo-lencia ofrecidas por la burocracia universal,con implicaciones vulgares y realistas y, a lavez, trascendentes.

Puesto que los secretarios y los señoresdel castillo de Kafka se quejan, como nues-tros funcionarios de nivel inferior, medio yalto, de la carga y la responsabilidad que im-plica su deber burocrático —de la misma ma-nera como el ciudadano afectado se queja dela protección y la pesada benevolencia de laburocracia— y, además, porque los funciona-rios con deseos reformadores se empeñan,por iniciativa propia o a petición de los ciu-dadanos administrados, en reducir el tiempode circulación de las actas, en fortalecer la ju-risdicción administrativa a manera de contra-burocracia, en humanizar los despachosoficiales con la ayuda de plantas de interior,

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en volver, de manera democrática, más trans-parente la actividad de los espías y en prote-ger nuestros datos, una vez recogidos, contranosotros mismos y otros, es posible afirmar,con razón y sin admitir excepciones, que to-dos los involucrados —los señores del casti-llo y el agrimensor K., nuestros funcionariosmedios y altos y los ciudadanos afect a d o s — ,son trabajadores en la viña del Señor.

Pues así quiere la burocracia, en Praga yen nuestra propia casa, que se le conciba.Aunque no podamos abarcar todo el conjunto—sea éste el que fuera: el castillo o la viña o elEstado, con sus pretensiones absolutas—f o r-mamos parte de él y se nos considera impres-cindibles mientras sigamos trabajando en laviña del Señor. Debemos labrar y se nos per-mite quejarnos. Tenemos que guardar con-ciencia de nuestras relativas limitaciones; notodo el mundo puede saber y mucho menoshacerlo todo. Incluso desde una posición ele-vada, el conjunto a menudo resulta incom-prensible. De ahí que ciertos encumbradosseñores, de los que uno supondría que sonpoderosos y tienen todo bajo control, hayansido capaces, últimamente, de hacer adema-nes de impotencia.

Hace poco, por ejemplo, se oyó al presi-dente del consejo de Estado, Erich Honecker,exhortar a la burocracia de la otra nación ale-mana a ser, por Marx y Engels —y por elhombre socialista—, menos burocrática. Porsupuesto, dicha exhortación quedó sin res-puesta. Pese a la multiplicidad de sus formas,la burocracia no tiene boca.

Y aquí, entre nosotros, el canciller y susministros se lamentan elocuentemente conuna impotencia tal que, si bien no puedecompararse con aquélla, sí se le asemeja. E n-cuentran lamentable el hecho de no recono-cer ya, simplemente, sus proyectos decancilleres o de ministros, una vez que éstosson introducidos en la burocracia ministerialy devueltos nuevamente a ellos después deldebido tiempo de circulación. Es cierto que lamaquinaria aún funciona sin contratiempos;es más, con menos contratiempos que nunca

antes, pero ya no de una manera conforme asus instrucciones.

Leemos, por ejemplo: en el fondo, el lla-mado decreto de radicales es nulo desde hacemucho tiempo. Sin embargo, la burocracia noquiere reconocer esta declaración de nulidadhecha por el poder gubernamental. En cam-bio, redobla los esfuerzos por realizar, h a s t aen sus últimas consecuencias, un decreto l a n-zado hace años, condicionado desde enton-ces en varias ocasiones y, finalmente, casiabolido. Salta a la vista que la burocracia s eha independizado. Hay que admitirlo, la-mentablemente, por mucho que se aprecie laeficiencia de nuestros funcionarios.

De esta manera, se habría identificado alculpable, si fuese posible dirigirle la palabra.Los poderosos se deslindan del asunto: la bu-rocracia tiene la culpa. Es la que convierte lasleyes progresistas en su opuesto reaccionario.Constituye un Estado dentro del Estado. ¿Nosería, pues, razonable y provechoso que elEstado constitucional introdujera al mayornúmero posible de radicales en el serviciopúblico, con el fin de acabar con ese Estadodentro del Estado?

Hace diez años la gente estaba decidida,en Praga y en nuestra propia casa, a tomarpor asalto los castillos burocráticos y venceral Estado dentro del Estado. Recuérdese quela Primavera de Praga tuvo su efímera co-rrespondencia entre nosotros, en forma de laprotesta estudiantil. En todas partes: París,Varsovia, Berlín, Praga, la “imaginación [as-piraba] al poder”, se invocaba el “principiode la esperanza”. No obstante, sólo en Pragala cosa no quedó en protesta.

Traducción de Angelika Scherp

LA GACETA7

y de la conciencia, casa de laesperanza y de la inteligenciapresente y por venir.

Dizque las alegrías no siemprevienen solas y, a veces, comolas golondrinas, anuncian la lle-gada de una nueva estación. A s írecordamos que nuestro autor,amigo y maestro, el ensayista ycrítico George Steiner, fue dis-tinguido también este año en elárea de las letras y la comunica-ción con la misma presea otor-gada a El Colegio de México. Ynos dio gusto no sólo —o notanto— por la relación que conél hemos podido tener como au-tor de nuestro catálogo, sinopor la cultura hispánica mismaque, al distinguir al autor deDespués de Babel, Heidegger ySobre la dificultad, entre tantosotros títulos, afirma estar abier-ta a esa nueva estación espiri-tual e intelectual que sus libros,al deslindar el crepúsculo de laNostalgia del absoluto —el títu-lo de uno de sus ensayos re-cientemente traducidos por lapeninsular Siruela— ya parecetraer albores de otra edad de lacultura. Otra edad nutrida porotra crítica, como la que preci-samente su libro Grammars ofC r e a t i o n (publicado este año yaún no vertido a nuestra len-gua) parece atraer con el ritmo,entre musical y matemático, desu infatigable reflexión.

Hace poco más de ocho años L aG a c e t a dedicó un número a la n a-rrativa germana contemporánea.Con motivo de la Feria Inter-n acional del Libro de Monterrey—que se lleva a cabo este mes yque tiene a Alemania como paísinvitado—, en esta entrega ledamos la bienvenida a los auto-res que nos visitan publicando

4 Esta brevísima muestra del pensamiento fragmentario del autor de

El castillo proviene del libro de Werner Hoffmann Los aforismos de Kafka, reimpreso este año

en la colección Breviarios.

H ay dos pecados capitales humanos de los que se derivantodos los otros: impaciencia y desidia. A causa de la im-paciencia han sido expulsados del paraíso, a causa de ladesidia no vuelven a él. Pero quizás haya sólo un pecado

capital: la impaciencia. A causa de la impaciencia han sido expulsa-dos, a causa de la impaciencia no vuelven.

* * *

El momento decisivo del desarrollo humano es perpetuo. Por eso to-dos los movimientos espirituales revolucionarios que declaran nulotodo lo anterior tienen razón, pues todavía no ha ocurrido nada.

* * *

Uno de los medios de seducción más efectivos que tiene el mal es in-vitar a la lucha.

* * *

Es como la lucha con las mujeres, que termina en la cama.

* * *

No dejes que el mal te haga creer que puedes tener secretos delantede él.

* * *

Tú mismo eres la tarea. No hay ningún discípulo ni a lo largo ni a loancho.

* * *

Las cornejas afirman que una sola corneja puede destruir el cielo. Nohay dudas al respecto; pero esto no prueba nada contra el cielo, puescielo significa, precisamente, imposibilidad de cornejas.

* * *

Antes yo no comprendía por qué no recibía ninguna respuesta a mispreguntas; hoy no comprendo cómo podía creer que podía preguntar.Pero yo no creía en absoluto, solamente preguntaba.

* * *

En la lucha entre ti y el mundo ponte de parte del mundo.

* * *

Se miente lo menos posible sólo si se miente lo menos posible, no si setienen las menos oportunidades posibles para ello.

* * *

Come los desperdicios que caen de la propia mesa; por eso durante unrato se sacia más que todos, pero se olvida de comer arriba de la mesa;por eso también deja de haber desperdicios.

* * *

Si lo que debió de ser destruido en el paraíso era destructible, enton-ces no ha sido nada decisivo; pero si era indestructible, entonces he-mos vivido con una fe errónea.

Traducción de Óscar Caeiro

LA GACETA8

Consideraciones sobre el pecadoq Franz Kafka

LA GACETA9

4 Textos tomados del libro Aforismos,editado en 1989 en nuestra

colección Breviarios. El estudio previo y la traducción son

de Juan Villoro.

C on frecuencia he visto a las cor-nejas paradas en los lomos delos cerdos mientras éstos apa-centan, en espera de que desen-

tierren un gusano para volar, atraparlo yregresar al lomo. Hermoso símbolo del com-pilador que desentierra y del escritor astutoque se lo apropia sin gran esfuerzo.

* * *

Si un ángel nos hablara de su filosofía, creoque algunas frases muy bien podrían sonarcomo “2 por 2 son 13”.

* * *

También los animales de caza huyen más delestruendo de la escopeta que de la bala.

* * *

Sus ojos, aun cuando estaban quietos, revela-ban sagacidad e inteligencia, del mismo mo-do en que un galgo inmóvil revela habilidadpara correr.

* * *

Sería posible que un ser viera con mayor faci-lidad el futuro que el pasado. En el instintode los insectos ya hay algo que nos hace pen-sar que se guían más por el futuro que por elpasado. Si los animales pudieran recordar elpasado como anticipan el futuro ya habríamossido superados por algún insecto. Sin embar-go, tal parece que la capacidad de anticiparguarda una relación inversa a la de recordar.

* * *

Sería estupendo que se inventara un catecis-mo, o más bien un plan de estudios, paratransformar a los hombres del tercer Estadoen castores. No conozco mejor animal en estastierras de Dios: sólo muerde en cautiverio, esindustrioso, muy afecto al matrimonio, astu-to y tiene una piel excelente.

* * *

Los caballos de palo no sirven para carruajes.No se les puede apalear.

* * *

Un murciélago puede ser visto como un ra-tón transfigurado a la manera de Ovidio: alser perseguido por un ratón maligno, le pidealas a los dioses y éstos se las conceden.

* * *

Los pájaros de más colores son los que peorcantan. Lo mismo sucede con los hombres;jamás hay que buscar pensamientos profun-dos en un estilo bombástico (como el deZ i m m e r m a n n ) .

* * *

El asno me parece un caballo traducido alh o l a n d é s .

Ángeles y animalesq Georg Christoph Lichtenberg

una muestra breve de su pro-ducción narrativa.

Nos enteramos con pesar de lamuerte de Emilio Adolfo We s t-phalen. Mandamos nuestro pé-same a sus hijas y nietos, a suyerno y a sus muchos amigos ylectores. En nuestra próxima en-trega dedicaremos algunas pá-ginas a su breve pero intensaobra poética y crítica.

Elmore Leonard, escritor poli-ciaco que cuenta en su haber conmás de treinta novelas e inspiróla película Pulp Fiction, ha pu-blicado recientemente su decá-logo de la escritura, el que nospermitimos compartir con nues-tros lectores: “1) Nunca iniciesun libro con descripciones cli-matológicas; 2) Evita toda suertede prólogos; 3) En los diálogosnunca uses otra forma que ‘dijo’;4) No añadas ningún adverbiopara modificar ‘dijo’; 5) Manténtus signos de admiración bajo elmás estricto control; 6) Nunca usesla frase ‘de repente’; 7) Emplealos dialectos regionales y el calóc o n mucha discreción; 8) Evitala descripción detallada de tuspersonajes; 9) También de los lu-gares y las cosas; 1 0) Eliminatodo aquello que el lector tiendaa saltarse”.

La escritora Doris Lessing, unade las líderes del feminismo lite-rario gracias a su novela El cua -derno dorado, opina ahora que“los hombres sufren devaluaciónpor la constante denigración porp a r t e de las mujeres”. Sin dudala evolución del movimiento femi-n i s t a requiere de ciertos replan-t e a m i e n t o s sobre los papeles

4 Nacido en Lübeck en 1940, Schneiderparticipó en los movimientos

estudiantiles de los años sesenta ysetenta. Sus experiencias en ellos,

así como la vida política de Berlín, se han reflejado en su narrativa.

L o desconcertaba que el nuevo ma-pa de la ciudad ya no diferenciaralas calles que pertenecían al Este yal Oeste. En los viejos mapas de

Berlín oriental le había asombrado que al oes-te del muro no se identificara nada más q u esuperficies yermas. Ahora le admiraba que e nel nuevo plano de Berlín faltara toda referen-cia al muro, absolutamente, como si la ciudadnunca hubiera estado dividida. Sólo despuésde hojear y desplegar largo tiempo ese mapa,Eduard pudo grabarse el camino a la casa dealquiler en la Rigaer Strasse, cuya mitad ha-bría de pertenecerle de pronto.

Gran parte de la estación del tren urbanoestaba cubierta de andamios y plásticos.Eduard se sintió aliviado cuando oyó el ruidodel tren que llegaba. Era todavía el restallidofamiliar, de alguna manera humano, que co-nocía de la época de su partida —una exhala-ción áspera, largamente contenida.

Ese año, el otoño había irrumpido tem-pestuoso, sin transición alguna, después deun verano caluroso. Las ramas de los arces ylas hayas, que él veía al paso por la ventana

del tren, se recortaban en el cielo negras y hú-medas por la lluvia; sólo pocas hojas pendíantrémulamente de los tallos secos. Algunos ár-boles, sin embargo, como si pertenecieran aotra especie inmune al viento, habían conser-vado completamente el adorno de sus hojas.Bajo el cielo negro azulado, el amarillo y elverde dorado de las copas de los árboles pro-ducían un efecto irreal, como si estuvieranpintadas. Cuando un rayo de sol caía sobre elfollaje, los árboles parecían encenderse en lla-mas y era como si los patios traseros se trans-formaran en salones de fiestas con el últimorayo luminoso. Casi todas las fachadas grisoscuro, descascaradas, estaban cubiertas deg r a f f i t t i. Pero también las paredes claras yr ecién enlucidas, incluso las ventanas y laspuertas de los vagones del tren, estaban marca-d a s . Al principio, cuando surgieron, Eduardhabía observado las inscripciones de s p r a ycon curiosidad y un optimismo impreciso,como mensajes de una civilización subterrá-nea o futura. Cuando se propagaron en todasdirecciones, sólo vio en ellas los signos de ladescomposición y el abandono, anuncios deun mundo sin gramática. Los agentes de esemundo contrario dejaban sus señales comomarcas de orínen cada superficie vacía, lo su-f i c i e n t e m e n t e grande para agitar el spray, y elúnico misterio de esos jeroglíficos consistíaen que no tenían significado. No podían des-cifrarse porque no cifraban nada. Si se re-f l exionaba acerca de la ubicuidad de las

rotulaciones, se debía inferir un enorme ejér-cito de autores. Una guerrilla de spray, que secontaba por miles, se dedicaba, en ataquescasi siempre nocturnos, a sobreescribir lasobras de la civilización diurna con sus men-sajes caóticos. Y el mundo diurno parecíarendirse paulatinamente ante los manejado-res de los sprays, incluso trabajaba para ellos.Con ira, Eduard registró que los rayones ver-des, negros y rosas en el tapizado de plásticode los asientos del vagón no estaban hechoscon algo parecido al s p r a y, sino impresos. Losdiseñadores del tren urbano simplemente ha-bían copiado una muestra representativa delos luchadores de g r a f f i t t i y la habían adopta-do para la elaboración del tapizado de losasientos. Quizá querían decirles con ello: porfavor, aquí no, ¡aquí ya ganaron!

A esa hora temprana, el vagón estaba lleno.La mirada de Eduard cayó en el rostro delhombre que estaba sentado a su lado, que seinclinaba sobre un periódico abierto. Depronto, alzó la vista, pero ya que obviamentesentía la mirada de Eduard como una moles-tia, de inmediato volvió a dirigir los ojos ha-cia el periódico. También el resto de lospasajeros estaba ocupado, de manera eviden-te, en el esfuerzo de no encontrar con sus ojoslos de los otros. Todos miraban, eludiendo aquien tuvieran enfrente, a un vacío bien cal-culado, que debían compartir con quienes es-taban sentados enfrente y a su lado. Lamirada de Eduard fue atraída por un encabe-zado en la primera plana del periódico quesu vecino sostenía como protección ante sucara. “Las mujeres en la ex RDA, más propen-sas al orgasmo”, leyó en grandes letras.

Instintivamente inclinó la cabeza paradescifrar los pequeños renglones insertadosdebajo: “Expertos temen enajenamiento sexualen la RDA”, leyó ahí, “la tasa de orgasmos delas mujeres en la otrora R D A es, con 3 7 %,marcadamente mayor que en Alemania Occi-dental: -2 6 %” ¿Qué motivaría a los alemanesrecién reunificados a asomarse al lecho con-yugal de sus coterráneos y hacer semejantescomparaciones? Pero más que el encabezadoacerca de la tasa de orgasmos en el Este y elOeste, otra cosa lo asombró: la noticia implí-cita de lo baja que era también la tasa de mu-jeres “más afortunadas”.

El viaje le fue revolviendo el estómago. Eltren daba constantes frenazos durante el tra-yecto, avanzaba un momento al paso para

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El regreso a casa de Eduardq Peter Schneider

luego acelerar en un arranque brusco. Por laventana se veían losas de concreto recién co-lado, de las cuales se elevaban armazones dehierro para las junturas. Había rieles sin ins-talar, que se apilaban a un lado de las vías; enotros montones se acumulaban vigas corta-das; en otros más, grava o arena; y todos esosmontones estaban cubiertos con lonas deplástico. Los trabajadores permanecían en-fundados en chalecos de seguridad anaranja-dos; sus cabezas, también con cascosanaranjados; sólo las manos estaban al descu-bierto y obraban indefensas entre el materialencubierto. Eduard se asombró de que casininguno de ellos usara guantes. Pero algomás lejos, a izquierda y derecha del trayecto,los ojos chocaban también y en todas partescon lo encubierto, lo empaquetado, lo ama-rrado. Cada segunda o tercera casa estabaobstruida por andamios que, a su vez,aparecían cubiertos por lonas o mallas. Eracomo si media ciudad hubiera sido empaca-da y esperara su remisión.

De repente hubo una frase de Jenny en sucabeza. Una frase incidental, completamentebaladí, que no significaba nada. Quizá se leocurrió sólo porque Jenny se la había dicho lanoche anterior a su partida. O porque la dijoen un momento en el que se está más prepa-rado a escuchar otros sonidos que una fraseclara. Mientras él, llevado por el impulso as-cendente de su embriaguez sexual, se hallabaflotando arriba de las maletas empacadas eimaginaba que sólo debía estirar la mano pa-ra alcanzar a Jenny volando junto a él o enci-ma de él; con una voz en la que no se podíaescuchar el menor indicio de falta de aliento,ella le había preguntado: “Por cierto, ¿haspensado en cancelar tu cita con el dentista?”

Él se levantó siguiendo, en el departa-mento a oscuras, el ruido suave de los ron-quidos infantiles. Loris había trepado a lacama de Ilaria y, relajado y de espaldas, ha-bía puesto el brazo atravesando su cara. De

los pies, Eduard atrajo hacia sí a Loris y seasombró de ver cómo los niños dormidosson mucho más pesados que cuando estándespiertos. Lo había cargado y puesto denuevo en la parte inferior de la litera que lec o r r e s p o n d í a .

También el acristalamiento y las vigas dehierro de la estación, en la que debía trans-bordar, estaban recubiertos con lonas deplástico. Siguiendo las flechas improvisadas,caminó por huecos entarimados de un lado aotro, hasta que encontró el andén correcto. E ltren que llegaba estaba cubierto por el polvo d ela construcción. Sólo cuando las puertas secerraron, Eduard se percató de que había su-bido al tren equivocado. Éste salió de la esta-ción en el mismo sentido por el que habíallegado: el Oeste. El hombre junto a él sóloencogió los hombros ante su pregunta y dijo:“nada más mire”. Una joven salió en su ayu-da explicándole que, por el momento, el tra-yecto era de una sola vía, recorrido en tráficovaivén. Sólo hasta la estación del zoológicopodía bajarse debido a que las estaciones si-guientes estaban cerradas.

Cuando se acercaban a la antigua inter-sección entre la mitad del Oeste y la del Estede la ciudad, las casas, de pronto, se retirabande las vías. Durante kilómetros no había na-da qué ver, únicamente zanjas hormigonadasy superficies de arena; entre ellas, contenedo-res rojos y amarillos y vehículos de construc-ción aislados, casi todos parados. El sueloestaba abierto hasta una profundidad dediez, quince, veinte metros, y la tierra excava-da reunida en montones enormes. El centrode la ciudad estaba yermo y vacío, un hoyoenorme sobre el que giraban grúas altísimascomo torres. El muro había desaparecido sindejar rastro. Sólo al regreso se percató de quelas extrañas figuras de hormigón con el bordesuperior redondo, colocadas como esculturasen el terreno cercano al recodo del Spree,eran restos del muro.

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que desempeñan los individuosen la sociedad, así como su re-lación con el medio ambiente ylas innovaciones tecnológicas.Otra escritora británica, MaryM i d g l e y, aborda estos y otrostemas en su libro Utopías, delfi -nes y computadoras: proble -mas de plomería filosófica, d epróxima coedición entre el FCE yTurner editores.

El 12 de agosto murió en París, a laedad de 9 6 años, el escritor, ensa-y i s t a y pintor Pierre Klossowski(hermano del pintor Balthus),quien fuera ampliamente difun-dido en nuestro país gracias alos diversos ensayos de JuanGarcía Ponce y a las traduccio-nes que él y Michelle Alban hi-cieron de Roberte esta noche,La vocación suspendida y E lBaphomet. Klossowski fue, jun-to con Bataille, uno de los grandesdel erotismo francés; herederoasimismo del espíritu de Sade yde Nietzsche.

Murió también el argentino-ja-ponés Kazuya Sakai. A d e m á sde su participación en el grupofundador de P l u r a l —revista queantecediera a Vuelta de OctavioPaz—, Sakai escribió algunasreflexiones acerca de la literaturanipona, editadas por El Colegiode México en el que fue profe-sor de tiempo completo. Tr a d u-jo a Akutagawa, Mishima, Dazaiy algunas obras de teatro Noh.Asimismo, desarrolló en Méxicouna parte importante de su obraplástica. “Abstracto lírico” y “geo-métrico programado” le llamóDamián Bayón en Pensar conlos ojos (FCE, Tierra Firme, 1982).Descanse en paz.

Se bajó en la estación Lichtenberg. Las ca-lles estaban cubiertas de hojarasca húmedaque llenaba las banquetas y los charcos conuna mugrienta masa amarilla. Una luz in-quieta, repentinamente ensombrecida pornubes que pasaban con rapidez, caía sobrelas fachadas, las cuales estaban un poco oscu-recidas por los aguaceros y, a veces, refulgíanmojadas en un rayo de sol, que de inmed i a t oemigraba de nuevo. Por lo visto, algunasde lascasas habían sido renovadas aun antes dela caí-da del muro. Las entradas adornadas con pe-queños mosaicos y la pintura verde clara orosada le recordaron los años cincuenta ger-mano occidentales, cuando las fachadas estri-dentes, ornamentadas con rectángulos ytriángulos dispuestos unos dentro de otros,eran consideradas signos de gusto lúdico yespíritu cosmopolita. Sin embargo, la mayo-ría de las casas, aparte de las medidas demantenimiento más necesarias, habían sidodejadas en el mismo estado en que quedarondespués de la guerra. En tramos completosde la calle, el revoque, salvo pequeños rema-nentes, se había caído de la pared, dejando ala vista los ladrillos desnudos. En algunas ca-sas los canalones colgaban de los techos, mu-chos marcos de las ventanas parecían estarsueltos en la mampostería, y las vigas de hie-rro bajo los balcones mostraban grandes ho-yos de herrumbre, y se veían como si se lespudiera jalar con un fuerte tirón, y todos losque estuvieran arriba o abajo de uno de esosbalcones, parecían confiar en que el desastreprevisible no les iría a ocurrir a ellos, sino acualquier otro. De alguna manera, todo estole era conocido a Eduard de la época anteriora su traslado, las imágenes percibidas no ledecían nada nuevo, pero parecían más dete-rioradas por dejar de verlas que por mirarlas.¿Cómo había podido negar tanto y tan tenaz-mente la enorme ruina de la mitad oriental dela ciudad en anteriores visitas? Si no hubierahabido otro indicio, una mirada despreocupa-

da al estado de las casas hubiera bastado pa-ra predecir con bastante puntualidad el des-plome del socialismo real existente.

No fue fácil encontrar su herencia. En al-gunas puertas de entrada faltaban los núme-ros; en otras, el color estaba tan luido que nose podía diferenciar con certeza un 3 de un 8.Eduard recorrió en vano la calle buscandouna fachada, de la cual le hubiera gustado serheredero. En conjunto, se trataba de casas deaquel tipo único, sólo difundido en Berlín,que solía despertar una suerte de interés et-nológico entre los visitantes extranjeros.¿Quién habría concebido esos cuarteles resi-denciales con dos o tres patios interiores en-cadenados uno con otro, que les escatimabanla luz a los moradores y a los árboles y que,en el mejor de los casos, servían como pasadi-zo a aquellas viviendas propiamente dichas,a las que nunca se llega?

Después de haber ido y venido dos vecesentre las entradas cuyos números termina-ban en 5 y 7, ya no había duda. Precisamentela casa sin numerar, con las ventanas tapia-das en la planta baja y el primer piso, era laque les había legado el abuelo a Lothar y a él.Cruzó al otro lado de la calle para poder con-templar su herencia desde una distancia ma-yor. Por lo que concernía a las condiciones enque estaba la casa, a primera vista no se po-día decir nada más que sobre cualquiera delas otras en el grupo de cinco: un milagro quetodavía estuviera en pie. Sólo cuando sig u i ócon los ojos la confusa maraña de alambreen lafachada, le quedó claro lo extraordinario desu herencia. Quienquiera que vivieran ahí nopodían ser inquilinos. Cables telefónicos,alambres de antenas, cables eléctricos condu-cían, en parte desde el sótano, en parte desdeel techo, hacia algunas de las ventanas, y deellas de nuevo hacia fuera; los cables colgabancomo plantas trepadoras sin sustento en la fa-chada garabateada con estridencia: L I B E R-

TAD AL PAÍS VASCO. EAT THE RICH. THINK

PINK. LAS CASAS PARA LOS QUE VIVEN EN

E L L A S . Una reflexión desacostumbrada cru-zó por su cabeza: lo más rápidamente posibletendría que dilucidar qué aparatos estabanconectados a todos esos cables y quién paga-ba la electricidad, el gas, el agua y la recolec-ción de basura. ¿A quién iban dirigidas todasesas facturas? ¿En qué cuenta de banco seconcentraban?

Una plancha de metal con varios impac-tos de bala servía de puerta de entrada. Nohabía timbre ni interfono, y era improbableque la casa todavía representara una direc-ción para el repartidor de las facturas. Era desuponer que su carta dirigida “A los inquili-nos de la casa”, en la que con toda amabili-dad anunciaba su llegada, tampoco había sidorepartida. Los dos pisos inferiores estaban t a-piados, en los superiores faltaban, en parte,los cristales de las ventanas, pero, a plenodía, había luz prendida. La esperanza de quela casa, en el fondo inhabitable, estuvierarealmente desocupada, fue refutada con in-tensidad por la música de r a p, que retumbabadesde el hueco de alguna de las ventanas.Una mirada hacia el techo informaba acercade la identidad de los habitantes de la casa:ahí ondeaba una bandera negra.

Empujando la puerta de entrada, que es-taba un poco abierta, accedió al zaguán de lacasa, que conducía a un patio interior con dosentradas laterales. Por un segundo vio el ros-tro delgado de un muchacho, que lo miró conuna seriedad enigmática y volvió a des-aparecer de inmediato. La visión produjo enél un sentimiento para el que no estaba pre-parado. Era como si ese rostro le fuera fami-liar, de otro país, de otra vida, como si hubieranotado en él, con todo y su obstinación, undesamparo, algo suplicante.

Un número incalculable de bicicletas, ci-clomotores y motocicletas, la mayoría inser-vibles y sin placas, obstruían el pasillo. En elpatio se apilaban cajas, puertas de refrigera-dor oxidadas, colchones reventados y abier-tos en canal, carriolas de niños y carritos decompras, todo revuelto, como si las cosassimplemente hubieran sido arrojadas por laventana. Por un rato quedó indeciso entre to-dos los trastos, mirando hacia las ventanas dearriba del edificio interior. Un ruido explosi-vo, que en el mismo momento se transformóen un silbido directamente sobre su hombroizquierdo, lo hizo estremecerse. En el instan-te en que se agachó y oyó la segunda explo-sión vio, junto a la bandera anarquista, a dosfiguras embozadas similares a enormes pája-ros de mal agüero que vestían de negro; acu-clilladas en el techo, parecían saludarlo conlos brazos extendidos. Con algún retraso re-conoció en las manos extrañamente unidas delos dos hombres unas pistolas que lo estabanapuntando. Demasiado sorprendido parasentir miedo, se lanzó entre los trastos haciael pasillo de entrada de la casa y, desde ese

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refugio, pudo identificar el impacto de las ba-las que se sucedían entonces a un ritmo másintenso. Tan pronto dejaban el cañón de lasarmas, encendían un arco de fuego entre eltecho y la entrada de la casa, que se disolvíaen segundos; Eduard escuchó con claridad eltraqueteo de los cartuchos vacíos cuando re-botaban en las paredes y caían al suelo. Sin-tió, súbitamente, un golpe en el cuello y deinmediato un ligero ardor. Cuando se palpó,notó sangre en su dedo. Al parecer, un cartu-cho le había rozado el cuello después de re-botar en la pared. Sin embargo, y a juzgarpor la cantidad de sangre, éste le había cau-sado tan sólo un pequeño rasguño. La risaen el techo parecía indicar que los actualesusuarios de la casa consideraban esa bienveni-da al dueño —cuya llegada, por lo visto, sí es-p e r a b a n— como una broma sumamentedivertida.

Más tarde, Eduard no supo cómo habíalogrado llegar hasta la comisaría. Alguien sehabía detenido asustado cuando él, jadeante,le preguntó por el camino; aquél le indicó laruta e, incluso, lo siguió rápidamente a lolargo de un tramo porque Eduard, en lugarde dar vuelta a la izquierda, había doblado ensentido contrario.

La comisaría ocupaba casi toda la cuadra;un edificio público del siglo pasado que en-tonces, quizá, no se veía tan atemorizante.Con excepción de la entrada feudal de co-lumnas y el frontispicio de estuco, toda la fa-chada estaba cubierto de revoque gris, y habíaquedado dispuesta en aquella forma de cajasdesnudas que en los años cincuenta fue con-siderada como la fórmula original, finalmen-te redescubierta, de toda construcción.

En la puerta preguntó por el director d eoperaciones. Esas palabras, cuando apenas lashabía pronunciado, despertaron en él un de-sasosiego olvidado. Qué quería decirle enrealidad a un hombre con esa denominación

profesional, pensó. La ira por la recepcióninaudita en su propia casa lo había llevado demanera casi automática de la Rigaer Strassehasta allí. Le habían disparado con balas tra-zadoras y no podía ser su misión descubrir,por medio de una visita ulterior, si los habi-tantes también disponían de municiones deverdad. El hombre detrás de la ventanilla re-donda se quedó viendo desconcertado la ma-no y el cuello de Eduard y le señaló elsegundo piso.

El edificio parecía estar vacío y abandona-do. Las huellas puestas en el suelo del pasillo,que debían indicar el camino, sólo conducían apuertas sin picaporte. El eco de pasos, queEduard creyó escuchar varias veces a la vueltade un pasillo, cesaba cuando él se detenía. E ncaso de que un nuevo espíritu se hubiera ins-talado detrás de esos muros, no se daba a co-nocer mediante señales externas. El dibujodel piso de l i n o l e u m remedaba un p a r q u e t d eroble.

Mientras más tardaba en subir y bajar es-caleras buscando el cuarto 2 1 5, más absurdole parecía su propósito. Era para él como si sehubiera perdido en el tiempo; como si, diezaños antes de la caída del muro, intentara re-clamar en una oficina de la V o l k s p o l i z e i s u sderechos sobre una casa de alquiler en Frie-drichshain. Sólo en un tablero de anunciosdescubrió una alusión a que el fin de la épocasocialista no había pasado del todo inadverti-da. ¡ALTO A LA VIOLENCIA! ¡JUNTOS A FA-

VOR DE LOS EXTRANJEROS! SOY MIGRO Y

CREO QUE LA VIOLENCIA ESTÁ MEGA-OUT.

Difícil determinar si la mano extendida en elpapel era negra porque la copiadora había re-producido el dibujo así o porque el autor loquiso de ese modo.

En la vitrina, a un lado del tablero, esta-ban expuestas copas doradas y plateadas decampeones en tenis de mesa y h a n d b a l l. Le e x-trañó que todas provenían de los años pos-

t e r i o r e s a la unificación. ¿Sería que los nue-vos patronos habían escondido las copas ga-nadas anteriormente por el equipo de lapolicía (a fin de cuentas esos deportes no seaprenden de un día para el otro) porque nopodían soportar el emblema de la hoz y elmartillo estampado en los trofeos?

En el segundo piso, Eduard escuchó porfin voces y descubrió una puerta medioabierta. El funcionario que lo conminó a pa-sar estaba de espaldas a él, y no se volteócuando Eduard entró. Un segundo funciona-rio, bastante mayor, levantó la vista un mo-mento de su máquina de escribir, quemaniobraba con el dedo medio de la manoizquierda y el índice de la derecha, pero noestaba dispuesto o facultado para oírlo. Conun movimiento de cabeza lo remitió con elcolega más joven que, dándole la espalda,permanecía de pie frente a un armario demetal. Al parecer, estaba a punto de partir,ocupado en colocarse un ceñidor. Eduardmiró con atención cómo sacaba su arma deservicio del armario, probó el seguro y luegometió la pistola en la funda de cuero del ce-ñidor, en el lado equivocado, algo por enci-ma de la cadera. Obviamente era zurdo. Laescena fue incómoda para Eduard. Le pare-ció como si hubiera sorprendido a una mujerque se estuviera acomodando la pantimediaen la oficina; reprimió una disculpa. Lo des-concertaba que el policía, quien por lo vistose preparaba para una misión, llevara ropade civil. ¿Quién era realmente responsableahí? ¿Qué estructuras de mando regían enese lugar?

En la pared, detrás de la cabeza del másviejo, todavía estaban colgadas las fotos de Le-n i n, Dscherninski, Honecker. El último deellos vivía aún, pero había abandonado Ale-mania para siempre después de la desapari-ción de su Estado.

De pronto, el hombre del ceñidor se vol-teó hacia Eduard y se le quedó viendo. Pare-cía disfrutar el haber sido observado en unacto que aparentemente resultaba embarazo-so para el visitante, pero que para él no teníanada de íntimo.

De la manera más concisa posible,Eduard refirió el incidente en la Rigaer Stras-se. Pero mientras hablaba, quizá debido a lamirada que intercambiaron ambos funciona-rios, su crónica le pareció pálida e inve-r o s ímil. ¿Oirían todos los días historiassemejantes? En vano buscó en sus semblan-tes un reflejo de aquel s h o c k que lo habíaarrojado al suelo en el patio del edificio dealquiler. Le pareció que ellos tomaban notade un suceso que a él se le presentaba comoinaudito, apenas comunicable, con compren-sión, incluso con aprobación encubierta. A p a-rentemente no hallaron nada extraordinarioen el hecho de que al dueño le dispararancon balas trazadoras desde el techo de supropia casa.

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¿Quería presentar una denuncia?, pre-guntó el funcionario más joven, a quienEduard, por alguna razón, tuvo por berlinésoccidental. Eduard negó con la cabeza. Porprimera vez, el funcionario lo miró con aten-ción, incluso con cierta curiosidad. “Tiene ra-zón, son niños”, dijo entonces. “¡No se lesdebe echar encima todo un ejército por unaimpertinencia como ésa!”

Eduard se sintió malinterpretado. ¿Conquién hablaba? ¿Con policías o con trabaja-dores sociales que portaban pistolas?

“Veo”, continuó el que estaba de servi-cio, “que es usted un hombre sensible, quepuede entenderlo. Aquí, los inquilinos noestán acostumbrados a que los visiten losarrendatarios. ¡Póngase en lugar de esaspersonas! El dueño llega del Occidente en suMercedes...!”

“En el tren urbano”, lo interrumpióEduard.

“Eso no cambia nada. Los inquilinos nun-ca han oído hablar de ese dueño, y el dueñono sabe nada de los inquilinos; la mayoría delas veces sólo se enteró por medio de una car-ta certificada de que es el dueño. Por lo tanto,llega y le explica a la gente: la casa en la que

viven desde hace veinte o cuarenta años, lepertenece a él. Veremos quiénes de ustedespueden quedarse. Entonces, por muy amabley sensible que sea, arde el alma popular”.

“Pero me dispararon”, exclamó Eduard.“Exijo un desalojo!”

Él mismo se sorprendió de su resolución.Todavía no había pensado en absoluto en undesalojo. Pero el amoldamiento desconcer-tante del policía occidental a su nuevo entornode trabajo, su disposición para compenetrar-se con la manera de pensar de sus colegasorientales y para hablar como experto del“alma popular” de Berlín oriental lo enfure-cía sobremanera. En su coraje, Eduard lo veíasentado en el techo de la casa de la Rig a e rStrasse, tomando café con los embozados.

“Primero debería buscar el diálogo. Unavez que los inquilinos le hayan tomado con-fianza...”, dijo el más joven.

“¡No son inquilinos, son invasores de ca-sas! ¡Y vienen del Oeste!”

El reparo le pareció intrigar también alviejo de la máquina de escribir. Por primeravez, cesó su tecleo tartamudeante. Sin embar-go, Eduard tuvo la impresión de que el inte-rés repentino no se refería a la identidad delos malhechores de la Rigaer Strasse, sino a lade él, el quejoso.

En qué lo habría notado Eduard, queríasaber el más viejo.

“¡Las consignas en las paredes! ¡Los zapa-tos!”

Ambos, el jefe de las operaciones y el co-lega de la máquina de escribir, parecieron di-vertirse con esa información.

“¿Los zapatos?”, preguntó el más joven.“¿De qué marca eran?”

“Nike, Adidas...”“¿En qué siglo vive usted?”, preguntó el

mayor. “¿Cree usted que debemos usar V E B

Estrella Roja eternamente?”Confundido, Eduard miró los zapatos de-

portivos del más joven —¿Reebock?— y la

camisa pegada al cuerpo, con pinzas en eltalle y cuello abotonado. En realidad, ¿de dón-d e tenía la certeza de que el hombre era deoccidente? ¿Y qué pasaba con el más viejo,que hablaba con un ligero acento sajón? Lle-vaba el uniforme verde de la policía occiden-tal, que se había vuelto el mismo de la policíade toda Alemania. No, los alemanes ya no sepodían diferenciar por la ropa.

“¿No creen que ya va siendo tiempo dequitar a sus santos comunistas de la pared?”,preguntó Eduard.

“A mí no me molestan”, repuso el más jo-ven con serenidad, “y algunos colegas aquítodavía les tienen apego”.

Ahí, en esa oficina pública, ciertamente launificación había tenido éxito, pensó Eduardfurioso. Probablemente en ninguna otra par-te había tanta comprensión para la necesidadde adaptarse a una dictadura alemana comoen las comisarías de policía y en los cuartelesde los militares. Al mismo tiempo, no podíanegar que ambos le resultaban cada vez másy más simpáticos. ¿No representaba ese dúola versión alemana de aquel par legendariode s h e r i f f s, uno negro y otro blanco, que seveía todas las noches en los telefilmes de lasveintidós horas, recorriendo a toda velocidady con la torreta prendida los d o w n t o w n s n o r-teamericanos? Y, fuera del color de la piel,¿no tenían que enfrentar conflictos similares?Aunque ciertamente los s h e r i f f s de la televi-sión no se contentaban con entenderse entreellos, sino que arremetían uno contra el otro,se peleaban y se reconciliaban, y sobre todo:se precipitaban a su patrulla y salían a todaprisa cuando a un ciudadano le habían dispa-rado desde el techo de su casa.

“Entonces ¿qué me recomiendan?”Se enteró de que había que cumplir con

ciertos requisitos legales antes del desalojo.Éste sólo se podía practicar en virtud de unaresolución judicial y, únicamente, si la casaya había estado ocupada antes de la devolu-ción a los herederos. Pero aun en caso de unaresolución judicial positiva, el desalojo sólopodía realizarse si Eduard llevaba un grupode obreros, comisionados y pagados por él,para que tapiaran de inmediato todas las puer-tas y ventanas accesibles del edificio —unamedida que para un objeto de esa magnitud,costaría alrededor de 7 0 mil marcos. “Cuan-do todas esas condiciones estén cumplidas”,dijo el más viejo, “sólo queda una cosa entreusted y su propiedad: su conciencia”.

“¿Y quién paga la recolección de basura,el agua y la luz hasta que no se practique eldesalojo?”, preguntó Eduard.

“El propietario”, dijeron ambos al mismotiempo, se miraron y rieron.

Traducción de Javier García-Galiano

LA GACETA14

4 Las páginas siguientes son un fragmento del primer capítulo de la

novela Bajo el nombre de Norma,publicada por la editorial Klett-Cotta

de Stuttgart en 1994. Burmeister nació en Poznan, Polonia, y vive

en Berlín desde 1983.

V erano de 1992. Un antiguo edificiode apartamentos en el distrito Ber -lin Mitte, en la parte oriental. Unamujer está sentada en su casa

frente a la computadora. Con los rumores del patiointerior en el oído, traduce un libro sobre Saint-Just, el revolucionario francés. En medio de todoello, los sucesos del día: la liquidación de bienes deun apartamento después del suicidio de la inquili -na. Visita de Max, un tipo voluble de la farándula.Conversaciones telefónicas con Johannes, el espo -so, que se ha marchado al sector occidental del país.Cartas de los Estados Unidos, escritas en los añossesenta a las hermanas König, las vecinas hacetiempo fallecidas. La traductora encuentra e inven -ta —recuerdos de la vida propia, de vidas ajenas.

Viaja donde Johannes. En una fiesta, entre personas exitosas de la

parte occidental, la mujer toma por confidente auna desconocida y le cuenta la historia de la infor -mante Norma: “Ha llegado el momento de que us -ted conozca la verdad sobre mí…”

Es un edificio grande, cien años de construi-do. El sector de la ciudad en que se encuentrase siguió llamando Mitte, el centro, aun mu-cho tiempo después de haber pasado a sermargen, con la tierra de nadie detrás, dondese hacía uso de las armas de fuego. En mediode la ciudad, el vacío, un sitio de recreo paralos conejos, que desde la reaparición de laspersonas han desaparecido de allí, de vueltaal cercano Tiergarten. Desde la esquina don-de se encuentra situado el edificio se llegaahora en pocos minutos bajo la sombra deempinados árboles. Ya estaban allí antes dela guerra o han estado durante casi cincuentaaños, más jóvenes que el barrio que ha vueltoa ser el centro, a pesar de que la mayoría desus calles parecen tan olvidadas como todo eltiempo anterior. Edificios todavía en pie porobra del azar, alguno que otro recién pintado,con esa sólida escala descendente establecidahace un siglo y que va desde las bondadesdel edificio del frente pasando por el edificiotransversal, hasta los patios interiores, unaevidente reducción de espacio, luz y agua,que luego fue mejorada un poco, sólo en loscasos muy extremos. El edificio de la esquinano pertenecíaa estos últimos; con su precarie-dad promedio, lo mismo antes que después,su fealdad parece ahora colosal bajo una nue-va luz, y basta verlo para saber quiénes sonsus habitantes: una masa gris y cetrina, repar-tida en cuatro pisos en el edificio del frente ylas escaleras del fondo, de la A a la E. Sin em-

bargo, si uno se detiene un rato, verá salir poresas puertas a algún individuo sonriente o deaspecto casualmente colorido que rompe elconjunto, de modo que resulta imposible de-cir algo más general salvo que todas esas per-sonas, a no ser que estén de visita, llevan enel espacio correspondiente de sus cédulas deidentidad la misma dirección, o mejor dicho,la misma enmienda; porque la calle en cuyaesquina se encuentra el edificio fue rebauti-zada con el viejo nombre que había ten i d o ,hasta la enmienda anterior, en las azulesc é d ulas de identidad de los inquilinos másantiguos.

—¿Busca a alguien? —preguntó un jovencon cola de caballo al que no había visto nun-ca y a quien tampoco miré detenidamente,pues, como si me hubiesen sorprendido i nf r a g a n t i, mi mirada se deslizó por la alta pareddel edificio transversal, y señaló directamen-te hacia una puerta. —No, a nadie, yo vivoaquí —dije y caminé derecho hacia la puerta,como si mi manera de andar hubiese de subra-y a r la respuesta, y entré en la escalera, que e s-taba oscura y silenciosa, así es, no tenebrosa ydesierta, como decía la última de las cartas,que me llegan puntualmente exhortándomea ser más precisa en mi manera de expresarme.

Tú y tu maldita condescendencia, siem-pre tratando de no meter la pata, ¿no es cierto?Tienes que aprender a ser menos considerada,dice allí, y aunque sé que eso es cierto, no obs-tante, insisto, oscura y silenciosa, al fin y alcabo subo cada día por esa escalera que el re-mitente ha abandonado definitivamente;¿comprendes?, borrón y cuenta nueva, de otromodo no podría comenzar otra vida; además,ya nada me ata a ese valle de lágrimas, escri-be él textualmente, nada, excepto tú, y luegodescribe la vista de las montañas lejanas, delos viñedos y de la llanura del Rin, la alegrequietud del pequeño jardín y el preciosoapartamento. Idilio de mierda, pensé, peroaun así esto aquí no es, ni con mucho, el lim-bo, le escribiré, ja ja, y ojalá tenga que buscaren el diccionario lo que significa esa palabra.

¡Nada de tenebrosa y desierta! La ciudadestá inundada de luz, el cielo es azul como u nnomeolvides, y en mi recorrido de compraspor el barrio la gente se veía como si hubiesecreído esta mañana lo que decía el periódico:jamás fue tanto el comienzo. Incluso en nues-tro patio [...]. El ir y venir de los cargadoresde mudanza, contoneándose bajo unos buta-

LA GACETA15

Bajo el nombre de Norma q Brigitte Burmeister

cones alzados, ebrios de sol y en la euforia deuna incesante fiebre de mudanzas, eso notengo que explicártelo.

En la escalera escuché que en el segundopiso la señora Schwarz se disponía a abrir suapartamento. Conocía los ruidos, el correr dela cadena, cuyo pesado extremo golpeabacontra la jamba, donde seguramente habríauna parte desgastada y una muesca; el soni-do de las llaves en el llavero, el chasquido yel cliquear de los cerrojos; cuando hacía girardos veces el seguro y luego giraba el picapor-te y sacudía la puerta, como si ésta tuvieraque abrirse antes de tiempo, era que ya la se-ñora Schwarz había logrado abrirla, dejandosalir a la escalera un torrente con el olor de suapartamento.

Sabía que ella estaría ahora husmeandoen el umbral, veía sus pantuflas unos escalo-nes más arriba, las gruesas medias pardas,luego el cuerpo entero, hoy con un vestido dechaqueta color vino, sin delantal, como sifuese domingo. Con la señora Schwarz, paraquien su entorno se hacía cada vez más in-comprensible, uno tenía regularmente opor-tunidad de describir y de explicar, sólo erapreciso en esos casos elevar la voz con ciertaperseverancia. Pero cuando me decidía a ha-cerlo, era siempre de un gran provecho, unaconversación sin trastiendas y sin ese tonosuspicaz, ni el de antes y ni el de ahora. Quésucedía en el patio, quiso saber la señoraS c h w a r z . Nada especial, dije; deposité la bol-sa de las compras en el suelo y le hice, gritan-do en su oído derecho, una descripciónexacta de los muebles, de los empleados demudanza, un detallado informe sin los viejostonos de crítica ni los nuevos de legitimación.Me esforcé mucho, y al poco rato también laseñora Schwarz pareció agotada de escuchar.

Agradeció mi esfuerzo y olvidó preguntarquién se había mudado. Así me libré del asun-to. Tal vez aparecería alguien en mi lugar quemencionara el nombre y le explicara que nose trataba de una mudanza, sino la triste ver-dad, y así la señora Schwarz conocería la his-toria, hoy mismo, o tal vez otro día por mipropia boca, ya veríamos.

Como siempre, tenías que salir tempranode casa y pasabas todo el día fuera; como enlos bellos fines de semana salíamos de la ciu-dad, nunca notaste cuán luminoso es nuestroapartamento por las mañanas, al menos éste.Del anterior no podía decirse lo mismo, niaun con la mejor voluntad, mucho menosdespués que añadieron aquellos pisos en laMarienstrasse, algo que a ti apenas te moles-tó, pero que para mí fue una catástrofe, segu-ramente lo recordarás, cómo te parecióexagerada mi desesperación al ver aquel cie-lo menguado, e impropio mi llanto por aquelsimple pedazo de muro, mientras que el otro,tan cercano, parecía no importarme. Haga-mos la comparación, dijiste, tus lágrimas dela última semana a causa de aproximada-mente cuarenta metros cuadrados de concre-to, y ahora dime, cuánto mide el Muro deBerlín, ¿acaso lo sabes? No tengo ni idea, gri-té, y me importa un bledo, también tu estúpi-da estadística, como si uno llorara por metroo sólo por las grandes cosas de carácter gene-ral; por las miserias de este mundo, ¿quién lohace?, nadie, te lo apuesto, en eso la humani-dad entera se comporta de manera impropia,puedes olvidarte de ella, igual que olvidasobviamente que soy yo la que pasa todos losdías en este agujero, porque es aquí dondeestá mi lugar de trabajo, junto a una supuestaventana desde la cual uno tiene que sacarmedio cuerpo afuera para poder ver si el cielo

está gris o azul, si es que eso te dice algo. Tam-bién de esa disputa quedóalgo, una incisión enalguna parte a la que no se le prestó mayoratención. Poco después surgió aquella posibi-lidad de cambiarnos al piso más alto, desdedonde incluso se ven árboles por encima delos tejados y patios, un grupo de álamos, quetú, ignorando la realidad, bautizaste comoLos Tres Iguales, porque el nombre te recor-daba algo, unas rocas o las torres de un casti-llo en lo alto de un río. Te gustaba la vista,también el apartamento, más luminoso, aun-que habrías podido seguir viviendo en elotro, o en uno peor incluso, y ahora de repen-te ese entusiasmo por la vida confortable, lasalabanzas al horizonte y a la luz. Como si en-viaras tus cartas a una caverna. Es que no sa-bes cuán luminoso es esto aquí por lasmañanas.

El sol brilla sobre mi mesa de trabajo, pe-ro yo no corro las cortinas y dejo abierta laventana. Durante el día me estorba el silen-cio. Claro que no todos los ruidos son igual-mente bienvenidos. Las voces, los pasos, lostenues ruidos del rotulista y del plomero losprefiero a los de los motores en marcha, ymás aún al de la sierra que a veces pone afuncionar nuestro comerciante de carbón. Enel segundo patio se escucha todo esto mez-clado con un lejano ronroneo, de manera dis-tinta al cajón del frente, que absorbe el ruidoy arroja ecos, y que es lo bastante estrecho co-mo para que los inquilinos, sin necesidad deponer un pie en la puerta, puedan conferen-ciar en cualquier dirección, algo que de todasformas no sucede.

Los ruidos suben y pasan por mi lado, ha-cia el cielo. No me estorban. Al contrario. Loque me estorba durante el día es el silencio.Aquí ese silencio siempre es falso, un motivode distracción, porque uno trata de escucharlo que oculta, o adivinar el instante en que se-rá roto de repente. Tampoco me agrada lamitad fría del año, porque en ella predominael ruido del edificio. A pesar de su intensi-dad, ese ruido es más afín al silencio tal y co-mo yo lo conozco aquí que a los ruidos delexterior. Sólo los pasos en el desván, que sonraros y se escuchan en horarios bastante irre-gulares, me distraen gratamente. Son pasosmisteriosos, ya que allá arriba no hay másque escombros y polvo, y los oigo solamenteen invierno. Ahora estamos en junio.

Traducción de José Aníbal Campos

qLA GACETA

16

Celebrando a Juan García Ponce

Premio Juan Rulfo2001

La Gaceta

del Fondo de Cultura Económica

T antos años sin vernos, querido Juan. Y ahora te dan unpremio y me piden que te escriba. Te pido perdón por to-dos estos años que he dejado pasar sin verte, pero sobre todote pido perdón por escribirte obedientemente cuando te

dan un premio. No solíamos ser tan obedientes cuando éramos jóve-nes (tú más que yo, nadie lo niega) y empezábamos a hacer esas cosaspor las que ahora nos dan unos premios que recibimos obedientemen-te. No estamos ya para desobediencias disonantes, pero confío en quetú adivinarás que lo que me importa es el tirón de manga en mi me-moria que esta circunstancia ha provocado. Lo que pienso es: Dejemostodo esto y vamos a lo que importa, que es lo que veíamos, lo que adi-vinábamos, lo que buscábamos en la buena, la estupenda época en quetrabajábamos juntos.

Esta llamada de atención es como un silbatazo que me señala la lle-gada en nuestro viaje a una nueva estación, sin duda una de las últi-mas, y me empuja inevitablemente a echar la vista atrás y evocar laescena de la partida. Y nos veo, a ti y a mí, en la revista Universidad deM é x i c o, en la Revista Mexicana de Literatura, en la Casa del Lago, atarea-dos, emprendedores, seguramente ilusos, claramente obstinados, talvez un poco heraldos. Ahora nos parece claro, a ti y a mí y a otroscuantos, que intentábamos asentar algo. Pero concretamente qué, meparece que sigue siendo neblinoso, incluso en parte para nosotros mis-mos, pero sobre todo para esos otros cuantos. El mundo literario hacambiado muchísimo en México desde nuestros tiempos, y ahora haymil reflexiones, informaciones y consecuenciasde cualquier nimio acon-tecimiento de las letras. Pero sigue siendo bastante desatendida lacuestión de qué significaron y qué huellas dejaron cosas como la RMLo la primera Casa del Lago. Nuestro amigo Panabière (que no es pornada, pero casualmente era francés), que se había puesto en serio a es-

tudiar el tema, murió muy joven sin haber podido avanzar mucho.Nadie ha tomado el relevo.

No lo lamentemos demasiado: tal vez ése es nuestro honor. Sinuestro lugar en la historia literaria sigue siendo ambiguo, tal vez esporque somos inclasificables. Pero seamos modestos, digamos un pocoinclasificables; con todo, tal vez es que rebasamos un poco los raseros,las definiciones y las fórmulas. Lo digo así no sólo porque obviamen-te no me incumbe a mí juzgar cuál es nuestro lugar, sino también porquecreo que en efecto los proyectos en que estuvimos juntos se s e ñ a l a npor haber estado al margen de extremismos, partidismos, dogma-tismos, y por ende de recetas, programas, manifiestos, escuelas, modastiránicas, innovaciones compulsivas, divergencias deliberadas, carac-terizaciones exacerbadas en pos de la publicidad y la competencia.

Seguramente piensas como yo que esta especie de f i l i a c i ó n no es todolo que hay en la obra de un escritor. Al lado de las tendencias, grupos,idearios, empresas, propuestas, fes y esperanzas en que ha participa-do un escritor, lo que en algún sentido importa más es lo que sus lec-tores más entregados reciben por debajo o por detrás de todo eso,como de persona a persona, como de viva voz, como se recibe el calor oel olor de un cuerpo al margende sus condiciones sociales e históricas.Una idea del escritor más o menos de este tenor era tal vez una de lascosas que compartíamos tú y yo y los otros cuantos que trabajabancerca de nosotros. Paradójicamente, lo que más nos amalgamaba eracreer que lo que menos importa en un escritor es lo que lo amalgamacon otros.

Era pues predecible que los que participamos en esas empresasque mencioné antes y en otras afines, una vez que cada uno empren-diera su camino personal, seríamos el grupo, o tal vez sólo deberíamosdecir (porque no es claro que eso sea de veras un grupo) la l i s t a m á sdivergente y dispersa que pueda imaginarse. Puesto que lo éramosya cuando nos unió una semejanza de actitud que justamente no en-c a j aba en los casilleros disponibles. Había entonces, ¿te acuerdas?,unos casilleros ideológicos de época, más o menos universales o in-t e rnacionales; y unos casilleros ideológicos regionales con sus subcasillasnacionales; y unos casilleros literarios con altisonantes proyeccionesestéticas y más aún filosófico-políticas. Nosotros empezamos decidi-damente —y hasta un poco impertinentemente— fuera de las casillasmás prestigiosas del consenso de la época, de la región, de la nación, yprimero que nada, aunque por eso mismo más confusa y angustiosa-mente, de la literatura y sus moralismos.

A ti, por supuesto, no tengo que aclararte que estar fuera delconsenso, lo mismo ya entonces que ahora, no era lo que algún inge-nuo pensaría, o sea que ya entonces la vanguardia, la innovación dei-ficada, el terrorismo de lo moderno, la rebeldía gratuita y todo eso eradesde hacía rato el consenso puro y duro, el consenso burgués y ofi-cial, tan consenso como la exigencia inquisitorial de poner nuestraobra al servicio de la revolución social.

Bueno, creo que cuando nosotros nos echamos a andar cada unopor su lado, caminábamos ya alegremente despojados de todas esasvestimentas. Yo todavía siento a ratos, ya te lo dije, que lo que signifi-có ese momento, ese episodio o coyuntura histórica, ese fugaz encuen-tro de personalidades, sigue estando en un limbo. No debe ser fácilsacarnos de él, porque puede decirse que nosotros, como pocos escri-tores, creímos que uno no escribe para las academias, para las f a c u l t a-

LA GACETAII

Tantos años sin vernosq Tomás Segovia

des de letras, para la crítica profesional, p a r alos jurados de premios, becas, doctorados,para los confeccionadores de programas edu-cativos, listas de hombres ilustres, dicciona-rios de literatura; uno no escribe para sermateria de tesis de doctorado o ilustración debrillantes teorías semiológicas —sino parasus prójimos, para unos lectores que a menu-do ¡ay!, se dejan apantallar por todas esas ins-tancias, pero que aun así buscan siempreentenderse directamente con el escritor comose entienden dos seres libres—.

Ya he dicho que todos nosotros nos fui-mos por caminos muy divergentes. Estoy se-guro sin embargo de que ambos seguimosfieles, claro que cada uno a su manera, a al-guna de las cosas, sobre todo a algunas de lasactitudes, que compartimos hace tantos años.Porque nuestra disidencia, poco explosivapero nada superficial, frente a muchos luga-res comunes de nuestro tiempo, no nos hacíasentir, entonces menos aún que ahora, queestuviéramos fuera de la modernidad. Yo di-ría que más bien nos sentíamos, con petulanciajuvenil bastante justificable, la o t r a m o d e r n i-dad. En la cual sin duda, tú allá y yo aquí, se-guimos ahondando, con o sin premios, con osin etiquetas en la espalda como los deportis-tas, y mejor así, porque si empieza uno a lle-var dorsales, ¿verdad, querido Juan?, acabauno endosando la promoción de cualquiermarca poderosa.

29 de julio, 2001

LA GACETAIII

Es quizá el destino de todo réquiem y toda elegía hablar en voz baja,desde la devastada intimidad del sobreviviente, y despedirse del

muerto sin hacer alarde de la vida propia —o, como decía Confucio,haciendo “precaria la existencia”—, como si quisiera ser hum i l d equien tiene a fin de cuentas la última palabra. Y por eso mismo,

quizá, no es raro que quien escribe una elegía se atreva a tomar lapalabra sólo para decir que también él se callará después de des-

pedirse, que cederá finalmente la palabra... aunque sea al silencio.Porque “frente a la oquedad” lo debido es “aprender a estar calla-dos”, que todo “al final es otra vez silencio humilde”.

Pero hay que decir que sólo es de veras humilde el silencio deaquel que se calla —o dice en susurros que se calla— pudiendo

hablar; es decir, sólo es humilde ese silencio porque es el silenciode un vivo, no el de un muerto. Y entonces ¿podemos de algún m o-do estar seguros de que el murmullo humilde de los mortales dia-

loga con el feroz silencio de los muertos? Sí, si damos fe a losversos de las elegías, que prestan fe. Porque en el terreno común

de la poesía —aunque sólo sea fugazmente, en lo que dura el poe-ma—, el silencio escucha y el silencio habla. Sólo ahí “Lo abiertoen verdad es el silencio” y sólo ahí pueden decirse estas últimas

palabras: “No hay que decir más / Para no turbar la voz de tu reposo”. Así como el silencio del reposo es una voz, así también las pa-

labras del poema son un silencio. Pero debo subrayar esto: “laspalabras del poema”. Si es verdad que la elegía (o el sentimientode la elegía) exige expresarse en verso, es quizá porque la intens i-

dad de su silencio procede de que el autor se calla desde la poesía, n odesde la prosa. Por eso no resulta extraño que Juan García Ponce h a-

ya abandonado las seguridades (y la maestría) de su prosa para ha-blar en verso de la muerte de su abuela. Lo que en cambiosorprende es la fidelidad con que ha cumplido la promesa de guar-

dar siempre ese preciso silencio que se impuso (o se le impuso)f r e n t e a su abuela “muda”.

“Réquiem y elegía” es el único poema que ha publicado JuanGarcía Ponce (y eso sólo en una edición limitada de 2 5 0 e j e m p l a-res). Le agradecemos que nos permita reproducirlo en La Gaceta, y

que así nos deje sentir cómo y cuánto pesa la feroz fidelidad a esesilencio que comenzó a callarse aquí.

q

Juan García Ponce:el poetaq Francisco Segovia

LA GACETAIV

In memoriam María G. Cantón de Ponce

Ante la oquedadTú para quien el tiempo era ya espacioTal vez hayas tenido tu fe inextricableTierna y feroz como una exacta armadura

Casi un siglo y de pronto algo se ha rotoTe restó sólo la edad sumada de mis dos hijosImagen de lo fugaz que es imperecederoSe necesitaría el tiempo de los árboles

Mudos y abiertos en su forma únicaAmarillento jardín del recuerdo de la infanciaSin principio ni fin del mismo modoAmarillento como todo lo vivido

Y allí ¿qué te esperaba?¿La pálida voz de tu hija muerta que te llamaba del fondo del portal?¿Las ánimas que entre la noche y el día acompañaban tu rosario?O quizás sólo el silencio que te deja en manos de tu estirpe

Estás aquí todavíaRecuperando el otro olor en la piel de tus nietosSobre el oscuro recuerdo de lo que siempre estuvo vivoTierno y feroz también como tu fe en el mundo

El paso es lo que cuentaNinguna edad es suficiente para cercar el límiteAhora desciendes sobre ti misma hasta tocar tu fondoUna tras otra se acumulan las figuras

Tal las plantas recortadas en un geométrico jardínEl silencio de tu voz es un solo rumor inagotable

Réquiem y elegíaq Juan García Ponce

LA GACETAV

De cuyo murmullo se levanta una fuenteCuyo surtidor regresa a los orígenes después

de remontarse

Se acallan los recuerdosBajo el ardiente sol de un campo enceguecidoJunto al tranquilo mar de colores transparentesTu vida es una sola y así se continúa

Acaso fue el amor tu verdadero signoNo el grito que se levanta y muereSino el silencio tapado de un aljibeVivo en su quietud como la noche

Te quedan los testigosEllos atesoran tu paciente esperaHuerta murmurante cielo abierto y la alta alcobaDonde alguna vez fuiste tú misma

Quizás él lo supo contigoNada sabemos de ti ni antes ni ahoraNos sobrepasas en tu propio vueloTu vida es una sola línea recta enjuta y rica

Como la planta de tu tierraEl fin entonces es florecimientoEsperándolo te fortaleciste de tal modo que

todo recomienzaTu apartarte deja una imborrable cicatriz en el

suelo

Las figuras se dispersan y vuelven a juntarseEs siempre una y otra vez el mismo juegoDeseo y deber tienen la misma sílabaY tú sola supiste conjugarlos

Pero el secreto ¿no vas a revelarlo?Tu respuesta llega demasiado lejosEn su altivo estar nos sobrepasaY al final es otra vez silencio humilde

Tal vez tenemos que aprender a estar calladosLo abierto en verdad es el silencioPero en ti era una vozY ahora se levanta y canta

Canta al mundo de todo lo vividoTu oscuridad es una luz ardienteApenas se levanta pero por eso duraLugares que son paso se aquietan a tu sombra

Tocan a rebatoComo las campanas tu permanencia se

extiende por la tardeInmovilidad de las palmeras realesErectas columnas de un templo destruido

Cuyo recuerdo desafía al tiempoSobre el que siempre tu espera era un estarAl cortar la muerte separa pero no destruyeEs un hilo que nos ata a un otro espacio

A la sombra de los árboles frutalesEl tiempo detenido te continúaNo hay que decir másPara no turbar la voz de tu reposo.

• Enero de 1969

1 Cuando se organizan homenajes,coloquios o números monográficosde revistas dedicados a Juan G a r c í aPonce —o, como ahora, el anuncio

de la entrega del premio Juan Rulfo— lo queviene a la cabeza es la justicia de un homena-je y la necesidad de situarlo a él y a su gene-ración que, en muchas formas (si no es queen todas), determina esa modernidad o pos-modernidad del fin de siglo X X m e x i c a n o .P ero es evidente que ni los muchos ya cele-brados ni los muchos que pudieran venirdespués fijarán la imagen de una generaciónen permanente cambio, que ha recibido yamuchos nombres —generación de Medio Si -g l o , de la Casa del Lago, de la ruptura— yque está muy lejos de agotar las sorpresas quenos depara, caja de Pandora literaria queabrimos una y otra vez con curiosidad yplacer. Pero si ponerle un nombre puede serd i s p ut a metodológica, una labor académica ohasta trivia cultural, lo que sí se necesita estener una memoria, una conciencia del lugarque ocupa en nuestro imaginario crítico.

2 . Considero inevitable que Juan GarcíaPonce sea un modelo de lo que yo, y varios demis compañeros de generación llamamos, conemoción no ajena al engolamiento, un escritor.Juan, que empezó escribiendo teatro, hizo des-pués algunos de los mejores cuentos y novelasde nuestra literatura, relatos perfectos, comoEl gato y De anima, textos muy ambiciosos, co-mo Crónica de la intervención, ensayos revela-dores —a él debemos el interés en Musil,Miller, Mann y Klossowski, entre muchosotros creadores—, una nueva manera de en-tender la cultura —basta repasar su crítica deartes visuales— y, suma de todo ello, una in-tensa y profunda manera de entender la vida.

A lo largo de los muchos ensayos dedica-dos a su obra es evidente que, y a pesar de loáridos, abstrusos y académicos que puedanser, nunca se consigue ocultar que ese conte-nido literario, esa especificidad del texto, quees también (diría que ante todo) una condi-ción vital. Lo evasivo y elusivo de ésta es loque lleva al escritor a reconocerse como tal enel acto de escribir, y a nosotros a tratar de en-tender lo que fue y lo que es. Y es precisa-

mente el grupo al que pertenece, que llamaré—y después voy a dar algunas de mis razo-nes— de la Revista Mexicana de Literatura, delos que más atraen esa mirada crítica, que esa la vez homenaje y revisión de sus plantea-mientos, fotografía familiar e historiografía,gesto admirativo y distanciamiento necesario.

3 . Es bueno empezar por señalar que JuanGarcía Ponce es un escritor poco frecuente enla literatura mexicana, en donde se privilegiala intriga a la verdadera discusión. Él nuncase ha dejado llevar por los intereses externosa la propia literatura ni se complace en lasmezquindades tan a flor de piel en nuestromedio. Una palabra que le cuadra plenamen-te es la de ser una persona generosa, pero —hay que advertirlo— también es exigente engrado sumo, no tolera la tontería y la falta deargumentos. Y nunca ha dejado de leer y es-cribir como una aventura.

Esa generosidad la contagió a otros escri-tores contemporáneos suyos, que han vueltouna tradición el compartir lecturas y descu-brimientos con los otros, para establecer unterreno en donde el yo y el otro se encuentranen un nosotros nada dogmático ni impositi-vo. Su magisterio lo es en el sentido más no-ble del término, alejado de los cubículosacadémicos, de las exigencias curriculares yprogramáticas. García Ponce no se ha guar-

dado nunca para sí —¿qué sentido tendría?,se pregunta— el autor nuevo o el pintor des-cubierto, como si hubiera un acta de propie-dad en el acto de leer, o —incluso— en el deescribir. Por eso bajo su dirección, al princi-pio en colaboración con Tomás Segovia, laRevista Mexicana de Literatura alcanzó un ni-vel que muy pocas publicaciones han tenido—entre esas pocas: C o n t e m p o r á n e o s, la quedio nombre a una generación cuyo desarrollotiene un cierto parecido con la de Juan en laprimera mitad del siglo—.

4 . El uso del Juan, advierto, más que unapretensión coloquial, responde a un sentidoconcreto del hecho literario. En una ocasiónJuan Carvajal, uno de los más tardíos peromás brillantes integrantes del grupo, me dijohablando de Simone Weill, la extraordinariapensadora judeo-francesa, que mientras quela otra Simone, la Beauvoir, sería siempre “laBeauvoir”, la Weill era “Simona” porque re-sultaba más nuestra, más cercana. Así quieroentender ese Juan referido a García Ponce.Hay, incluso en los lectores que no lo cono-cen, un impulso casi natural a llamarlo consu nombre de pila.

5 . En los últimos años se han multiplicadoediciones de su obra y acercamientos críticos,el propio autor ha desarrollado su retrato en

LA GACETAVI

La memoria como una afirmación del presenteApostillas de un permanente homenaje

q José María Espinasa

textos memoriosos, muchos de índole p r o u s-tiana. El poliedro de su obra tiene infinitascaras, y una de las que aún falta por explorarin extenso es su trabajo en la Revista Mexicanade Literatura, y prolongarla en su p a r t i c i p a-ción en la Revista de la Universidad de México,hasta llegar a V u e l t a y D i a g o n a l e s. Cuando seinsiste en el hecho de que a García Ponce ledebemos el conocimiento de y el interés porautores, antes de él poco atendidos, la sumase vuelve multiplicación: le debemos unaidea de la literatura que antes nos era ajena.Por eso no me parece extraño que muchasveces la admiración por la obra del escritoryucateco funcionara como cédula de identifi-cación entre personas que iniciaban aventu-ras editoriales o de diversa índole cultural, yentre las cuales los libros de Juan se coleccio-naban como estampitas de un álbum infantil,con la misma fruición y el mismo entusias-mo. Se buscaba tener presentes (y hay queentender la expresión en todo lo que ella sig-nifica) sus pasiones.

Por ejemplo, la Revista Mexicana de Litera -t u r a tuvo dos épocas: esas dos épocas —laprimera dirigida por Emmanuel Carballo yCarlos Fuentes— son un antes y un después.Y ese después volvió imposible regresar a loanterior. Publicar una revista era —para él,para ellos— pensar la literatura, pensar lapropia obra, ponerse frente a un parámetrode verdad exigente. Todos los que han vividoel quehacer de una revista o una editorial sa-ben las intrigas y los pleitos que ahí se coci-nan, sólo que cuando las publicaciones sonbuenas parece que esas inquinas hubieran si-do pensadas en conjunto para llevar a buenpuerto la tarea del grupo.

La virulencia de algunos pleitos, los con-flictos sentimentales y amistosos, los des-encuentros, los estragos que produjo enalgunos de ellos el alcohol, las diversas y nopocas veces enfrentadas propuestas litera-rias, todo ello dio a la generación un aspectoextraño, a la vez muy concreto pero difuso,mezcla del “grupo sin grupo” y de la “genera-ción perdida”, pero México sí fue una fiesta.En el centro de ella estuvo Juan García Ponce.

6 . No creo que establecer como eje gene-racional a la persona y la obra del autor de Lacasa en la playa sea cometer alguna injusticiacon otro escritor, y es que en general todosellos fueron en cierta manera casos extraños,que no entraban dentro de una taxonomía li-teraria, ni siquiera dentro de una patología.Las brillantes novelas de Pitol o los cuentosperfectos de Inés Arredondo encuentran unorden en esa idea de la literatura de la que sehabló antes. Por eso no me parece extrañoque Pitol, al que por las mismas razonesmencionadas antes se le llama con frecuenciaSergio, nos entregue en El arte de la fuga u n averdadera obra maestra, también memorio-sa, también necesitada de ese reconocimien-

to-diálogo entre ellos. Una hipótesis posiblees que el trabajo de los críticos literarios debeahora ser retomado por los historiadores, notanto porque interese constatar una verdaddel grupo, sino porque la historia tiene pordelante un futuro llamado en busca del tiem-po perdido.

7 . Es curioso cómo esa deuda que los ho-menajes no alcanzarán nunca a saldar, se vemás bien cubierta al asumir esa idea de la li-teratura como propia. Juan García Ponce, taniconoclasta en sus juicios, es el tronco del cualse desprende una tradición a la que como es-critor me gustaría pertenecer: con lo que yoescribo simplemente me quiero hacer dignode ese follaje.

8. Uno de los puntos que la literatura deJuan ha hecho surgir como central es el de lasexualidad; sus opiniones, que tanta ira pro-vocan entre las feministas, han sido uno delos revulsivos liberadores de la hipocresíareinante. La mujer como personaje ocupa ensu obra un lugar sobresaliente, y bastaría pa-ra mostrarlo ese intenso homenaje literarioque es Pasado presente . Y es que su estar másallá de la moral es, manes del destino, unaexigencia ética. El ejercicio de la sexualidady el pleno dominio del cuerpo se presentaentonces como una cuestión expresiva, delenguaje, de gramática si nos ponemos enplan radical.

El cuerpo, como lugar —depositario—de la memoria es, sin embargo, sinónimo deamnesia, su recordar es un ejercicio inútil denostalgia, pues siempre se conjuga en pre-sente. Y la escritura se nos aparece, a mane-ra del calígrafo oriental, como una extensióndel cuerpo, pero en la que sí se recuerda, endonde sí tiene lugar el pasado, en donde —yla palabra se usa no como metáfora sino entérminos estrictamente biológicos— el pasa-do no ha muerto.

Recordar es entonces escribir, simple yllanamente. Todo hecho literario —todo tex-to— nos afirma en el presente. García Poncesabe que tiene que dejar indicado, casi comoacotación escénica, el matiz indispensablepara entender lo que ha dicho. Pero, claro, in-dicar un matiz no significa explicar didáctica-mente al lector la intención del texto. Juan hallegado a proponer una ausencia de inten-ción, traslada la responsabilidad al personajecomo a un ser vivo y le exige hacer uso de sulibertad.

No quiero dejar de insistir en el caráctermilitante de estas notas: todo homenaje a JuanGarcía Ponce me parece justo, aunque no darápor obligación en el blanco, y permítanmeagregar que su verdadero terreno se encuen-tra fuera de las jergas académicas, inevitable-mente reduccionistas, pero también es ciertoque las expresiones de asombro pueden ad-quirir la forma más inesperada.

9 . La fuerza con que aglutina la obra deGarcía Ponce a la de otros escritores contempo-ráneos suyos se debe en parte a que él ha escri-to el libreto según el cual se ordenan sobre elescenario de nuestras letras: las palabras queescribió sobre Jorge Ibargüengoitia, cuando elaccidente aéreo, y también las que escribiríadespués, son un ejemplo de ello: pocos escrito-res entienden tan bien una obra que es en mu-chas cosas la antítesis de la que él mismoescribe. Pero incluso habría que agregar que,desde finales de los años cincuenta, es decir ha-ce ya cuarenta años, Juan se ha tomado el tra-bajo de pensar por la literatura mexicana, demantenerla viva y despierta.

Esa evidente toma de partido de quien es-to escribe testifica, más allá de los acerca-mientos preceptivos que se puedan tener,una fidelidad de lector: he leído todo lo queél ha publicado, y muchas cosas las he releí-do una y otra vez, mi gusto literario está for-mado en muchas de sus admiraciones —nohace mucho tiempo, después de conocer sutexto sobre Heimito von Doderer me leí lascasi tres mil páginas de Los endemoniados y leestoy muy agradecido—, he leído tambiénmuchos textos sobre él y sé que los seguiré le-yendo, no tanto porque crea que algún día al-guien me explicará las razones de esafidelidad, sino porque el terreno del homena-je es también un terreno donde el yo y el tú sereencuentran en el nosotros.

1 0 . Antes señalé un cierto paralelismo conlos Contemporáneos, que no desarrollé, peroque me permite hacer aquí una serie de com-paraciones, un poco traídas de los pelos peroilustrativas: Juan García Ponce es una sumade las inteligencias de Jorge Cuesta y XavierVillaurrutia, frente al Novo que sería Ibar-güengoitia y el Pellicer que sería Pitol (y e lOwen que sería Juan Vicente Melo y el Go-rostiza que sería Inés Arredondo, pero es lle-var demasiado lejos las comparaciones).Todo paralelismo se rompe al señalar que lageneración de La Casa del Lago fue ante todouna promoción de extraordinarios narrado-res, a los que no les importó escribir a la som-bra de Rulfo y Arreola.

1 1 . En esa foto de grupo que entre todosreconstruimos hay un rostro que está ilumi-nado por una sonrisa y nos mira de frente, di-vertido, pero escéptico, y en cierta maneracondescendiente, es Juan, que sabe —comoLezama Lima— que todo escapa cuando haalcanzado su definición mejor. Intentar llegara ella siempre vale la pena.

1 2 . La lectura de los libros de Juan ha si-do, desde mis años de adolescencia, unaconstante que se volvió hábito. Ya en distin-tos textos críticos me he ocupado de la obraque su pluma nos va entregando, y tambiénde lo que otros escritores han dicho sobre ella,

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palabras recopiladas en distintos volúmenes,amén de innumerables páginas desperdiga-das en revistas y suplementos. En diversos co-loquios y homenajes nos vamos encontrandouna cofradía de admiradores, de amigos en elsentido más profundo del término, que esgri-mimos esa admiración como un documentode identidad. Autores que se reconocen entresí a pesar de las diferencias: Hernán Lara Za-vala, Adolfo Castañón, Armando Pereira, JoséLuis Rivas, R. H. Moreno Durán, Daniel Gol-din, José Antonio Lugo, Alfonso D´Aquino.Cada uno de nosotros —y en este nosotros de-be haber una carga de orgullosa retórica— sesiente poseedor de la verdad, pero no la oponea la del otro sino que la conjuga en un peculiardiálogo con mucho de teatral pero tambiénmucho de intensa sinceridad.

Al releer algunos de los textos que ya heescrito antes para redactar estas notas mesucede algo bastante común: los siento insu-ficientes, no explican esa admiración, noacaban de dar cuenta de lo que me resulta tanevidente. Y que comparto con los arriba nom-brados: el nexo entre escritor/autor/personay obra/libro/texto es, para mi generación, uncontinuo transitar de una cosa a la otra en laliteratura de Juan García Ponce, en donde éles tan obra como sus libros. En efecto, para míJuan es, como Inés Arredondo o Juan VicenteMelo, el arquetipo del escritor, modelos inclu-so antes de haberlos leído, tal vez incluso an-tes de saber leer, pero ya entendiendo eintuyendo qué significa ser escritor. No voy atratar, desde luego, en estas notas de explicar-lo —no podría ya que no hay explicación, espura empatía— sino de recrear la sensaciónen el recuerdo y afirmarla en el hoy que nosocurre. Todo lo que diga se basa en un fervor—no sé si la palabra viene de fe, pero me gus-taría— que lo legitima y marca mi propia vo-cación como escritor.

Por lo mismo ni siquiera me disculparé derecurrir tanto a la cuestión personal y a n e c d ó-tica. Al querer releer algo de su ya vasta bi-bliografía, en lugar de ir hacia el librero busquéalguna nueva edición en las librerías, y coin-cidieron la reciente (y hermosa) edición deTres voces , que reúne sus ensayos sobre Tho-mas Mann, Heimito von Doderer y RobertMusil, Crónica de la intervención en su terceraedición, ahora por el Fondo de Cultura Eco-nómica, y una selección de su narrativa brevebajo el título de La gaviota y otras narraciones,hecha por Lara Zavala. Los luminosos ensa-yos y la extensa novela los tenía muy presen-tes, pero los cuentos no los recordaba bien,así que escogí los relatos. “La gaviota” cuen-ta el despertar adolescente a la sexualidad yal amor, esa revelación tan importante en laobra de Juan en la cual la intensidad de vivirse muestra en toda su felicidad y en todo sudolor. Hermosa noveleta que consigue en-carnar la atmósfera en que ocurre el m i l a g r ode la resurrección gracias al amor.

La consecuencia de esa relectura fue la si-guiente: me puse a escribir no un texto críticosino un cuento, muy en el tono suyo, casi mi-mético en anécdotas y adjetivos, sobre todoen espíritu, lo cual no me molesta sino me en-tusiasma cada vez que me ocurre. Creo queel propio Juan ha dicho que escribir es unejercicio de admiración, rendir homenaje aun estilo, a una forma, escribir como..., perono se trata de una imitación o pastiche cons-ciente y planeado sino de un impulso irresis-tible. La lectura de obras de Juan me provoca,de manera inevitable, la necesidad de escribiry lo acabo haciendo, guardando las distan-cias, como él. Ese “como él” significa con lamisma voluntad de vivir el gesto de escribir,y es una manera de afirmar que es en su mis-ma atmósfera que quiero no tanto escribir si-no ser leído. García Ponce es uno de esosautores que crea su contexto, que inventa sutradición y su riqueza: lee, escribe, comenta,propone, enseña.

Durante varios días y semanas pensé queacabaría convirtiendo estas apostillas en eseborrador de un cuento “a imitación suya”,pero después se me fue presentando la opor-tunidad de escribir un cuento de un cuento, ala manera del Mann de la Novela de una nove -l a. La adolescencia es, en ese cuento, un um-bral, un momento a la vez paradisiaco einfernal, justo el instante en que resultan si-nónimos. Lo que se hace después es quererreconstruir ese momento y se está dispuestoa cualquier cosa por volver a vivirlo. No haypoder que pervierta su fuerza, su valor, capazde purificar todas nuestras perversiones. Me-nuda ambición la de la escritura: hacernos deverdad libres en la libertad del otro. No dejade ser llamativo que ese umbral tenga todoen su contra, a la sociedad, a los preceptosmorales, al contexto, a la tradición, al miedoy —si se quiere— hasta la biología, pero depronto allí está la fuerza incontenible, no decruzar sino de vivir en el umbral, y de encon-trarse con el otro radical, la mujer.

13. Escribir es, para cada cual, conservar-se en ese umbral. La inexplicable violenciaque lleva a la muerte de la gaviota es tambiénla que hace posible su resurrección. La muer-te es entonces no un final sino una condicióndel ser enamorado. Por eso en obras futurasla violencia ocupará su espacio, habrá que iral límite para recuperar esa intensidad. Perosiempre se estará en un estado de potencialpureza, de “imagen primera” para utilizaruno de sus títulos, o —dicho de otra mane-ra— no hay placer sin inocencia. Para mí leera Juan es recuperar el impulso original de esalectura primera, otra vez el entusiasmo ante larevelación. Pero lo que se entiende por revela-ción es algo bastante difícil de definir. En él lapalabra conserva las cualidades de la expe-riencia religiosa, pero sin los sustratos teoló-gicos, se tratará de un milagro laico, y sólo se

da en el tránsito de su vivencia a su encarna-ción artística. No hay, para él, revelación siésta no ocurre a través de la obra de arte, yaque sólo así se comparte, se vuelve patrimo-nio de la comunidad. El deslumbramiento dela pasión amorosa sólo se da —sólo adquiererealidad— en la escritura. No hay, por lo tan-to, división fáctica entre ambos niveles sensi-bles: vivir es escribir. De la misma manera lapasión adolescente, a medias descubrimientoa medias confirmación, se mantiene intactaen la entrega a “todos” los hombres de nove-las posteriores.

14. Hay muchas maneras de entender esamuerte y resurrección de la gaviota. Por unlado parece que el amor, y sobre todo el amoren cuanto experiencia física, requiriera deuna dosis de crueldad para darse, como si —en términos psicológicos— fuera necesariauna explosión, una herida, un desgarramien-to, una transposición del umbral, para que elyo tomara conciencia —no posesión— delotro. La escritura es así un acto de sexualiza-ción de la comunicación. La mirada, la voz, eltacto, maneras de confirmar la existencia delotro en su corporeidad. Por eso la caricia esuna sensación motriz y cuando se asiste almilagro se busca tocarlo para confirmar surealidad.

Así, hay un movimiento de tocar (mascu-lino) y un movimiento (aunque permanezcaen reposo) de ser tocado (femenino), es decir,una disposición para atraer y una para seratraído, que condiciona el movimiento con-junto de los personajes. Creo que por eso aJuan le ha interesado tanto la pintura, ya queen ella se conjugan ambas disposiciones. Laliteratura describe y piensa. Escribir es unamanera de mostrar la dirección de la mirada,de dibujar la parábola de la mano en buscadel cuerpo revelado. Por eso el impulso des-crito antes —escribir un cuento— es lógico,ya que se trata de dar a mi revelación perso-nal el sentido de una revelación literaria.

Por eso creo que su literatura es absoluta-mente refractaria a las simplificaciones aca-démicas y a las sistematizaciones conceptuales.Es una forma ingente de la vivencia que seniega a ser clasificada, a pesar de que muestrecon orgullo sus constantes —la más manif i e s-ta es la de la sexualidad de las mujeres—, y aque si bien sus obsesiones serán siempre lasmismas (por eso son obsesiones) a la vez se-rán siempre impredecibles, milagrosas. Esose contagia a su lectura ya que cuando se to-ma un libro suyo sorprende esa cualidad derevelación de lo ya conocido. Por eso antes sedijo que leer a Juan García Ponce es, en ciertamanera, releerlo. La primera vez es un regre-so, conocer es reconocer.

1 5 . Quisiera recordar que cuando haceveinticinco años hice la primera revista litera-ria de mi vida, Cuadernos de Literatura, junto a

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Roberto Vallarino y Francisco Segovia, ade-más de contar con los consejos y los textos deJuan, el mimetismo con la Revista Mexicana deL i t e r a t u r a llegó a grados extremos (mismoformato, un diseño casi idéntico, secciones si-milares, un nombre muy parecido). En estasapostillas la palabra mimetismo ha aparecidoya varias veces, y creo que se trata de un con-cepto central en la obra de García Ponce. Laposesión sexual es una desposesión: me anu-lo en el otro siendo el otro, me transformo enél, me integro a él. Ese proceso psicológico hasido bien estudiado por la psiquiatría, peroen la literatura se ha vuelto una estética, unestilo, una exigencia moral. Por eso tampocome avergüenza, más bien me enorgullece, eseintento de mimesis.

16. Sólo que mi ingenuidad me hizo pensarentonces, y aún no consigo librarme de esasensación, que el gesto se refería a lo más in-mediato, a la apariencia, y no a lo más esen-cial, el alma (si se me permite usar una palabratan manida). La apariencia no es la imagen,pero la relación entre ambas es tan estrecha,que se puede clarificar con un juego de pala-bras: ser no es parecer sino aparecer, de lamisma manera que ver es imaginar e imagi-nar adquirir una imagen, ser objeto de unamirada. Estos saltos mortales del concepto nohacen sino simplificar el proceso, pero mues-tran claramente que hay un proceso de exte-riorización del alma, de tránsito del yo alotro, o —en su caso— la otra, la mujer, mani-festación extrema de esa otredad.

Los cuentos, novelas y ensayos de Juanson una bitácora de esa disposición hacia elotro, de esa transformación del yo en otroque tanto pedía Rimbaud. Son una disposi-ción, una condición del ser tal como se en-tiende en la frase “estar dispuesto a”. Eso eslo que se refleja en el gesto de escribir a partirde su lectura, de que el homenaje sea un diá-logo, un gesto de admiración a su fidelidad ala literatura y a la vida.

LA GACETAIX

L a primera sospecha de la inmorta-lidad de Juan García Ponce la tuvemucho antes de conocerlo, al con-trastar diferentes retratos suyos

tomados a lo largo de los años. Tras obser-varlos con detenimiento pensé: "Cambiaránuna y otra vez las marquesinas de fierro de laPlaza Constitución —ora anunciando c i g a r r i-llos rubios, ora alpargatas españolas—; sedestruirán todas las infames páginas de Car-los Argentino Daneri hasta que nadie recuer-de su nombre y el de Beatriz Elena Viterbo,su prima hermana, sea sólo un hermoso talis-mán en labios de unos pocos; caerá y volveráa ascender el (si el oxímoron me lo permite)Revolucionario Institucional; pero el rostrode Juan —siempre enmarcado en una rigu-rosa vestimenta negra, con su fleco de galánsesentero y sonrisa franca— continuará res-plandesciente por toda la eternidad, idénticoa sí mismo”. Y es que el tiempole hace a Juanlo que el viento a Juárez: le afina los rasgos.

Después comprobé que Juan no sólo esconsciente de esto, sino que pregona su in-mortalidad cada que puede y especialmenteen sus cumpleaños, a la hora en que los asis-tentes, ya casi todos borrachos, se callan paraescuchar los brindis. Entonces Juan los mira yanuncia con regocijo: “Los voy a enterrar atodos”. Y conforme pasan los años la senten-cia se cumple. “Nos estamos quedando so-los”, le dice de tanto en tanto a algún amigo.Y, mientras que los que quedan peinan nue-vas canas, acumulan arrugas o engrosan lasbarrigas, Juan, siempre igual a sí mismo, son-ríe divertido, aunque esté en silla de ruedas ylleve años viviendo sin que los médicos lo-gren explicar su persistencia.

Recuerdo haberle comentado esto hacealgunos años y que en su respuesta apareciósu genealogía yucateca emparentada con lacasta divina (o maldita, pero pura casta alfin). Tal vez. Yo prefiero buscar el secreto enlas huellas de su voz.

Fiel a su pasión errante, es decir a la me-moria y simultáneamente al olvido que todolo purifica, como lector y como escritor, Juanha asumido la literatura como una forma decelebración de la vida en la que ésta simultá-neamente se celebra, inventa y depura; y loinventa y lo depura. Por eso en su obra la dis-tinción entre ficción y realidad, o entre críticay creación, es pueril y, en último caso, impo-sible. La empresa en la que Juan se ha com-prometido está descrita con claridad en eltítulo de Crónica de la intervención, una de sus

novelas más “confesionales”: la intervenciónde la vida en el arte y del arte en la vida. Es elitinerario de un pensamiento que tras reco-nocer la ausencia de verdad (y en este sentidoJuan surge de la crítica nietzscheana a la ver-dad) creó para sí sus propias condiciones deverdad. Una errancia sin fin y sin principio através de la cual la vida busca la libertad pa-ra inventarse y la cultura se destruye a sí mis-ma para ser siempre vida. Que en ésa o enotras novelas García Ponce se valga de lasobras de Lowry, Mann, Klossowsky o Musilpara narrar aspectos autobiográficos las hacedoblemente confesionales: revela no sólo loque ha vivido y leído, sino cómo los vasos co-municantes entre una y otra son el sentido,no la forma. Y, de manera implícita, habla decómo solicita ser leído. Qué poca importanciatiene la distinción entre lo propio y lo ajeno oen último caso el cuerpo y el espíritu cuandotodo es usado por una voluntad de afirmación.

Apartándose de esta perspectiva se pue-de hablar de repeticiones, contradicciones,traiciones, pero eso es volver a un mundo es-table, de identidades fijas. La obra entera deGarcía Ponce es una crítica a ello. El suyo esun pensamiento silencioso gestado por la ac-ción crítica del pensamiento contra la posibi-lidad de estatuirse, que a su vez demarca unespacio en donde podrá surgir siempre nue-vo, siempre igual, siempre distinto. “Un len-guaje que se expresa en imágenes de las cualesninguna quiere ser la última”, como reza elepígrafe de Musil que Juan utilizó en Encuen -t r o s. Un lenguaje que tan pronto se ve realiz a-do, corre el peligro de traicionar a la verdadque trata infructuosamente de expresar, noporque ésta sea inefable sino porque, sin elsostén de la verdad, el sentido de lo expresa-do se desvanece tan pronto nace o, como diceél, una proposición es capaz de engendrar in-mediatamente a su contraria.

Por eso Juan nos sobrevivirá a todos, in-cluso después de muerto, cuando su obra sesiga leyendo con devoción, como alguna vezse leyeron las vidas ejemplares; y aún des-pués, cuando olvidado de sí e idéntico a símismo sea sólo lo que siempre ha sido: unaafirmación que se afirma. Prístina y transpa-rente, radiante.

6 de agosto de 2001

Juan, el inmor(t)alq Daniel Goldin

LA GACETAX

Para Juan García Ponce

Toda la noche,igual que un molinillode raíces,las hélicesdel abanico eléctricoagitaron las sombrasde un caldo de cacaoaglomerado en grumos por la pieza.Estrato impenetrabletendido como lienzo,el bochorno me impuso hasta la aurorasu estacionada lápida.Vuelve la luzcomo una hoja de afeitaral expuesto recuerdo de mis pupilas.Lechosa es la primera claridadque nada a manotazosentre un enjambre suelto de chirridos:los zanateslos chéncheresy una postrer salamanquesa...A la lista de vidriodel ventanocomienzan a sumarse las primerasfiguras que tiritanbajo una apenas brisala palmera, el almendro—oxidados lo mismo que la reja.Ebrio de repenteun zigzagueantezancudo se golpea contra el muro.Una mano morenase levantabrava contra el zumbidosin lograr apagarlo por ahora.

El cuatrero que al alba destazaen vasto copalarbarre con escoba de palmas hasta el arroyola sangre derramada al pie del guayoy al duende que fustiga los tejadoscon su honda implacable.

Toda la nocheq José Luis Rivas

¿ Qué se puede esperar de una nove-la que lleva como título Crónica dela intervención? ¿Una novela histó-rica? ¿Un testimonio? ¿Una paro-

dia? Y más específicamente, ¿a cuál de todaslas intervenciones se puede referir el autor?¿A la más conocida en nuestro país, la Inter-vención francesa? ¿Y qué hay cuando se lee laprimera frase de la novela: “Quiero que mecojan todo el día y toda la noche”, adjudicadaa Mariana, la protagonista?

En ocasión de un encuentro sobre el temade la crónica, el historiador Edmundo O´Gor-man cuestionaba la validez de ese términoaplicado a la literatura. En sentido estricto,comentaba él, una crónica consiste en una re-lación de hechos con respecto al tiempo. Es laparte más elemental a partir de la cual sepuede elaborar un estudio histórico, biográfi-co o literario. Es evidente que no es éste elsentido que García Ponce le quiso dar a sunovela de casi dos mil páginas. Y sin embar-go, la monumental obra de García Ponce es,como su nombre lo indica, una crónica. Él,efectivamente, se refiere a una relación deta-llada de hechos durante una época particularde México. Por supuesto, su indagación no es—aunque aluda a algunos hechos reales— decarácter histórico sino estrictamente literaria;se trata de una ficción que aprovecha ciertoselementos de la vida cultural y social de Mé-xico con objeto de transformarlo literaria-mente y convertirlo en una novela. Elresultado es una crónica imaginaria no deuna sino de varias “intervenciones” que ocu-rren a lo largo de la novela. Por eso para vol-ver a la pregunta inicial valdría la penamencionar que en primera instancia se tratade un título propositivamente ambiguo quebusca despistar al lector al tiempo que abreun amplio rango de posibilidades interpreta-tivas. Si nos sujetáramos a los hechos de ca-rácter histórico bien podríamos afirmar que,en primera instancia, la intervención a la quese alude en el título es la que tuvo el ejércitomexicano en Tlatelolco, durante los JuegosOlímpicos de 1 9 6 8. Pero limitar la obra a esesuceso sería empobrecer terriblemente lasmúltiples implicaciones de la novela. Recor-demos que Crónica de la intervención o s t e n t aun críptico epígrafe de Georges Bataille quedice que “la indiferencia se muestra en la in-tervención que la manifiesta, que expone sufuerza y, por decirlo así, su intensidad”. Es

decir, esta enigmática cita nos lleva a pensarque la principal intervención que ocurre en lanovela no será tanto de carácter externo sinointerno, y la experimentarán varios persona-jes a través de diversos episodios. Quizá seaEsteban, uno de los protagonistas principalesy el que desempeña el papel de alter ego d e lautor, quien más evidentemente encarna esa“indiferencia” a la que alude Bataille en elepígrafe. A pesar de ser fotógrafo de oficio,Esteban vive como un solitario, un huérfanocuya vida es “un puro desorden” y que ni tie-ne ni aspira a un lugar en el mundo, es unaespecie de “hombre sin atributos” que sólosabe que no quería ser nada. Esa actitud, pa-siva en apariencia, permite que su vida se veasúbitamente intervenida la noche en la que seinicia la novela, cuando Esteban conoce y po-see a Mariana junto con su amigo Anselmoquien, de alguna manera, representa al dobledel propio Esteban. Anselmo tiene un espíri-tu más religioso que Esteban, pero su bús-queda se da también en torno a la identidadpersonal. En el momento de su encuentro conEsteban y Mariana, Anselmo está a punto deemprender el viaje al Japón en el que llegará

a la conclusión de que “necesita anular suyo”. Por su parte, Mariana reflejará desde elinicio a la mujer misteriosa, inasible, ina-prensible e independiente que tampoco po-see una identidad fija en tanto que es laencarnación del deseo, del placer y de la be-lleza. Mariana ofrece libremente su cuerpo aquien lo desee sin que por ello se sienta de-gradada, antes al contrario, concibe su cuer-po y su belleza como algo ajeno a sí misma,una especie de santuario abstracto que atraey cautiva sin necesidad de que ella se veaafectada ni en sus sentimientos ni en su inte-gridad. Esteban, Anselmo y Mariana forma-rán así una triada de personajes que en ciertamanera viven fuera del mundo “real”. Lavinculación que existe entre ellos se finca enla idea de que el amor y el deseo no conocensujeto, como si la diferencia o el cambio deobjeto amoroso afectara la intensidad de lapasión intensificándola.

Esto les permite transitar por el mundoajenos a las normas y prejuicios de la socie-dad. Los tres tendrán su contraparte en lospersonajes de María Inés, José Ignacio Gon-zaga y fray Alberto Gurría que, aunque vi-

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Crónica de la intervenciónq Hernán Lara Zavala

ven dentro del mundo “real”, también sufri-rán una “intervención” cuando empiezan arelacionarse con Esteban y Mariana, con locual se establecerá un juego de espejos en elque todos se verán reflejados en todos. Estatransposición de identidades se lleva a un lí-mite extremo en el caso de Mariana y MaríaInés, físicamente idénticas, pero totalmentediferentes en su concepción del mundo, entanto que el espíritu de Mariana invade, amedida que avanza la novela, el cuerpo deMaría Inés al grado de que llega a convertir-se en su doble. Un lugar preponderante enla historia le corresponde a Evodio Martí-nez, chofer de la familia Gonzaga, de un es-trato social más bajo que el resto de losotros protagonistas y que representa el es-píritu de los instintos primarios, de la locu-ra y del crimen.

Los principales protagonistas de la nove-la, así como la enorme cantidad de personajessecundarios que la pueblan, se irán relacio-nando entre sí gracias a la organización de“El festival mundial de la juventud”, que se-rá el lazo de unión de todos los caracteres yque le sirve al autor para parodiar la inutili-dad, la burocracia, las pretensiones culturales,las pugnas internas, los intereses personales,el despilfarro y el despropósito que significóla Olimpiada de México de 1 9 6 8. Alr e d e d o rde este descabellado proyecto se irán a g l u t i-nando diversas personas de la cultura nacio-nal y por la novela desfilarán desde PedroRamírez Vázquez hasta José Revueltas y,muy particularmente, los miembros de lapropia generación de García Ponce, comopueden ser Salvador Elizondo, Huberto Ba-tis, Tomás Segovia, Inés Arredondo, ManuelFelguérez y tantos más que, aunque no sem e ncionan con sus nombres reales, son fácil-m e n t e identificables para el lector sagaz.

Como sucedió en la vida real “El festivalmundial de la juventud” tiene un desastrosofinal cuando ocurre la última intervención dela novela, la del ejército contra el movimientoestudiantil, que culminó con la matanza deTlatelolco.

Existe una intervención más que no quie-ro soslayar: la de los autores que García Pon-ce ha leído, estudiado y comentado en susensayos y que, en esta novela que constituyeuna negación sistemática de la identidad per-sonal, irrumpe a manera de pastiche paraevocar otras novelas cuyos autores, RobertMusil, Thomas Mann, James Joyce, Heimitovon Doderer, Vladimir Nabokov, Jorge LuisBorges y muy particularmente Pierre Klos-

sowski, logran apoderarse del espíritu delpropio autor.

Así que, efectivamente, la novela de Gar-cía Ponce resulta una ambiciosa crónica quetiene como motivo principal la indagación delos temas que le han interesado al autor a lolargo de su ya extensa trayectoria como sonlos misterios de la identidad personal y su re-lación con la experiencia amorosa, los ritualesde la carnalidad, lo inefable de la vivencia eróti-c a y sus estrechos vínculos con la experienciamística y artística y muy particularmente elpapel decisivo que desempeña la memoriadel artista para preservar mediante la litera-tura aquellos momentos significativos quevivió en carne propia.

Pero es gracias a todo esto que la novelada cuenta de cómo vivió, cómo amó, a quéaspiró y en qué creyó toda una generación deartistas y escritores durante la década de losaños sesenta. Sin duda se trata de la crónicade una generación que, comandada por elpropio Juan, se atrevió a vivir como no lo ha-bían hecho sus antecesores ni lo harían sussucesores: amafiados, llenos de complicidades,valientes, discriminativos, europeizantes, lo-cuaces, bebedores, perversos e iconoclastas,sin más convicciones que las de su propio arte.Ellos fueron amantes de unas cuantas muje-res que se intercambiaron libremente entre sí.Con ello probaron, paradójicamente, que talvez eran mejores amigos que amantes. Aellas las amaron, las veneraron, se las usurpa-ron y las abandonaron. Pese a todo, la amis-tad entre ellos logró subsistir. Es unageneración que bien valía una novela y esanovela, publicada ahora en su edición definiti-v a por el Fondo de Cultura Económica, llevael título de Crónica de la intervención.

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J uan García Ponce (1 9 3 2) es uno delos escritores hispanoamericanosmás relevantes del siglo X X y C r ó -nica de la intervención,publicada en

1 9 8 2 cuando él tenía cincuenta años, es unade sus obras más ambiciosas y complejas.Dos tomos, cientos de páginas —1 5 6 2 en laedición del F C E—, decenas de personajes, unverdadero río de historias y un delta de tra-mas convergentes en torno a la figura única ydoble, singular y desdoblada, de Mariana-María Inés.

No es ésta, en sentido técnico y tipográfi-co, la primera edición de la novela —se pu-blicó antes en Bruguera (Barcelona, 1 9 8 2), ydiez años después en México en Lecturas me -xicanas—; sin embargo, las ediciones anterio-res tenían tres defectos, que dificultaban lalectura o distorsionaban la novela. Me refie-ro, de un lado, a la cantidad de erratas y al ta-maño reducido de la letra y, del otro, alhecho de que en las ediciones anteriores lanumeración de cada tomo era independientey, de hecho, se podían comprar por separado,cosa que resulta obviamente un atentadocontra la unidad de la novela; aunque solíaocurrir que algunos sólo compraran el segun-do tomo porque “ahí viene lo del 68”. Por es-ta razón, cuando Juan García Ponce lepropuso al F C E, a través de mi persona, quese reeditara la novela, el proyecto fue vistocon buenos ojos ya que no sólo se daba así laoportunidad de incorporar al catálogo unaobra fundamental de la literatura mexicanacontemporánea, sino que se le brindaba a la

editorial la posibilidad de publicar, por pri-mera vez en una edición legible y tipográfica-mente ventilada, Crónica de la intervención.Por último, cabe decir que si esta edición estálimpia de saltos y erratas, ello no sólo se debea los buenos oficios de los peritos tipográfi-cos del F C E, sino al ojo implacable del propioautor, quien leyó pruebas y corrigió erratas apesar de las limitadas fuerzas físicas de quedispone debido a esa prolongada enferme-dad —parálisis múltiple— que desde hacemucho lo aqueja.

Dos cosas llaman la atención del lector enCrónica de la intervención: la primera es la am-plitud —la voluntad de amplitud—; la se-gunda es el placer evidente con que el autorse entrega a la recreación de un vasto y com-plejo mundo de tramas, encuentros, fidelida-des, amores, trabajos de amor perdido,conquistado y vuelto a perder. Extensión deltexto y placer por la extensión del texto. Unplacer que, indudablemente, se logra trans-mitir al lector. Obra de un gran escritor, C r ó n i c ade la intervención es una novela aparente-mente —pero sólo aparentemente— infinita,que uno no quisiera que terminara nunca yque se c o ncluye con esa leve melancolía conque terminan para los niños los periodos fe-lices de vacaciones. Es una novela felizmenteejecutada, impregnada de gracia, sensuali-dad, ironía y buen humor, pero es tambiénuna novela profunda y abismal cuyos asun-tos explícitos y subyacentes son la felicidad, lag r a c i a, la pureza, el éxtasis y en última ins-tancia el paraíso: el edén subversivo de la car-ne desdoblada, la intermitencia obsecuente yobsesiva con que los personajes buscan y en-cuentran las puertas del paraíso a través de lareinvención de un rito amoroso o padecen, aveces consciente, a veces inconscientemente,la expulsión de ese paraíso que aparece en lanovela no tanto como un asunto de ortodoxiareligiosa, sino como una cuestión heterodo-xa, y en última instancia ética.

La novela gira en torno a un eje: Marianay/o María Inés. ¿Es el caso de una mujer conpersonalidades múltiples, como entiende eldoctor Alfonso Raygados, o el caso de dosmujeres que comparten una personalidad,como lo entiende fray Gurría? Alrededor deese imán erótico que es Mariana y su doble,María Inés y su doble, se despliega en sucesi-vas oleadas y a través de diversas capas so-ciales la música imaginaria de esta novela

que recapitula la historia de una genera-ción, reconstruye la historia pública de Mé-xico —desde algunos años antes de los JuegosOlímpicos de 1968 hasta la matanza de Tlate-lolco, y aun después—, recompone la memo-ria pública y privada de la clase media, lapequeña y la alta burguesía, los políticos ylos empresarios en un momento crítico deMéxico, donde la historia apenas contenidapor la instauración de un modelo político yeducativo rompe los diques y hace su entra-da entre las instituciones imaginarias de unasociedad que se había complacido en negarla.Con estas líneas, el crítico quisiera subrayarla complejidad y la unidad de una noveladonde el espejismo de una personalidadd ividida, o de dos mujeres con una mismaánima, tiene en cierto modo una correspon-dencia con la sociedad también dividida ytambién corroída por una duplicidad del len-guaje, como la que se enfrenta a sí misma en1 9 6 8, entre los Juegos Olímpicos, el movi-miento estudiantil, la masacre de Tlatelolco yla ocupación de la Ciudad Universitaria porel ejército y los fastos y certezas triunfalistasde una clase en el poder que no quiere admi-tir su decadencia. Pero esa correspondenciano es desde luego central en la novela, aun-que esté insinuada. Resulta más pertinentela capacidad del narrador para verse a símismo en el espejo, para desdoblarse una yotra vez y hablar en tercera persona de símismo, para salirse por así decir de la nove-la y establecer con el lector una complicidadíntima, una magnética persuasión que hacede ese narrador, omnisciente como Dios ocomo el Big Brother , un amigo del lector. Es-te dispositivo autocrítico —presente en na-rradores mexicanos como Salvador Elizondoo Sergio Pitol—, cobra en la saga de GarcíaPonce una dimensión particular, tanto máseficaz cuanto más humorística. Crónica de lai n t e r v e n c i ó n es una novela feliz sobre la bús-queda de la felicidad. Es también una nove-la divertida. No una novela sarcástica dondenos reímos de los personajes sino una narra-ción irónica y humorística donde no siem-pre sabemos cuándo nos reímos de ellos ycuándo nos reímos con ellos. Somos presade esa levedad, de esa feliz irresponsabilidadque es, al mismo tiempo, gravedad lúdica.En Crónica de la intervención se teje y destejeuna tapicería fulgurante y animada, entra-ñable y luminosa.

LA GACETAXIII

Juan García Ponce y la mujer sin atributosq Adolfo Castañón

Despliegue y repliegue, sístole y diástolede universos paralelos, de mundos en corres-pondencia, Crónica de la intervención es unanovela habitada por personajes que a su vezescriben cuentos y poemas, toman fotogra-fías, pintan, escriben cartas, diarios, diagnós-ticos, informes clínicos. Si por el juego demiradas cruzadas y de vínculos amorososambiguos nos recuerda a la novela epistolarLas relaciones peligrosas —un Choderlos de La-clos releído por Henry Miller—, por la diver-sidad y riqueza de materiales producidos porlos personajes, nos recuerda a Thomas Manny a Robert Musil.

De hecho, cabría destacar no pocos para-lelos entre El hombre sin cualidades y Crónica dela intervención: los preparativos de una granfiesta civil y cultural como marco del itinera-rio hacia el éxtasis que emprende una parejao un puñado de personajes. También, por su-puesto, pueden presentirse ciertos ecos deThomas Mann, homenajes de Nabokov, alu-siones a Akutagawa y a Tanizaki —desde lavisión de la vida como un paisaje panorámi-co, o un diorama, hasta la contemplación delcuerpo de la mujer como un mandala—. Peroademás de Robert Musil, la presencia más in-cisiva y ubicua es la de Pierre Klossowski, alque Juan García Ponce ha traducido y co-mentado en su libro Teología y pornografía.

Pierre Klossowski es autor de una obracompleja y subversiva: la trilogía de Las leyesde la hospitalidad—Roberte ce soir; La révocationde l’Édit de Nantes y Le souffeur ou le thêatre des o c i e t é—, donde la obsesión por poseer a lapropia mujer a través de la posesión de otro(uno de los temas de Crónica de la interven -c i ó n ) es explorada en forma sistemática. Estetema tiene un origen muy antiguo y está rela-cionado con el de la prostitución ritual.Por elloKlossowski —el hermano de Balthus, q u i e ntambién aparece como una de las autor i d a d e sinspiradoras de la novela— ha escrito un bre-ve libro sobre El origen cultural y mítico de cier -ta práctica entre las damas de la Roma antigua.Esa práctica es la prostitución sagrada, la teo-gamia o hierogamia, institución o rito que ami parecer es el gran tema de Crónica de la in -t e r v e n c i ó n. “Déjame ser tu puta”, le suplicaEloísa a Abelardo, el filósofo al que un pa-riente de ella terminará castrando y que es ci-tado por el narrador. Detrás de esa súplicaestá el deseo como disponibilidad, el deseode la disponibilidad. “¿Qué mandáis hacerde mí que a todo digo que sí?”, implorará laimpetuosa Santa Teresa. La disponibilidadhace de Mariana la mujer sin a t r i b u t o s y deCrónica de la intervención un vasto campo debatalla donde está en juego —ni más ni me-nos— la conquista de la pureza.

LA GACETAXIV

Q uerido Juan: miro la foto dondeestamos juntos, muy sonrientes, einevitablemente me invade unromanticismo provinciano que

me hace pensar: ¿quién le imprime tanta ve-locidad al tiempo?

Bueno; la verdad es que no deseo poner-me como literato latoso y aprovecho el regresode Francisco Hernández al D. F. para hacertellegar unas cuantas palabras.

Debo decirte lo inevitable: el sol deslumbraal rebotar en el muro amarillento de enfrente,el cuadro de Joy Laville se ha ido decolor a n-do, el de Vicente Rojo sigue fiel a sí mismo y elron nuestro de cada día continúa siendo u nsabroso, aunque prohibido sostén. Conste: d i-go “sostén” y no brassiere.

He vuelto a asomarme a tus libros, así no-más, al azar, y me han dado mucho gusto tusdedicatorias llenas de jiribilla.

Por cierto, creo que en castellano, estarásde acuerdo, el principio de la novela más re-cordado y famoso es el del Quijote. Pues en se-gundo lugar, déjame decirte, yo pondría elinicio de tu Crónica de la intervención: “ Q u i e r oque me cojan todo el día y toda la noche”. Ca-rajo, Juan, ¡es absolutamente genial!

Otro fragmento que me gusta muchísimo,siempre te lo dije, es este de “El gato”, queFrancisco me hizo favor de buscar: “A pesarde que a veces su silenciosa presencia resul-taba inquietante, su aspecto tenía siempre al-go tierno y conmovedor que incitaba aprotegerlo, haciendo sentir que su orgullosaindependencia no ocultaba su debilidad”.

Supongo que no te resultará extraña mipreferencia por estas líneas tuyas, tan rítmi-

cas, tan precisas y con las que me identificoplenamente, gatunamente.

Sí, de manera muy nítida, aquí me vieneel saco del felino o, mejor dicho, su pelaje, suno muy robusta independencia y su facilidadpara quedar atrapado entre los barrotes deuna libertad contrahecha y repleta de mel a n-colía. ¿Será cierto que de esa debilidad puededesprenderse una especie de fortaleza?

Vuelvo a observar la fotografía donde es-tamos tan contentos y en mi traqueteado ce-rebro aparecen de inmediato preguntas sinrespuesta. ¿Estábamos en los edificios Conde-s a ? ¿Quién hizo la foto? ¿Qué año era? ¿Íbamosese día hacia la desobediencia nocturna?

Querido Juan, ya llegó el taxi que ha dellevar a Chico a la estación.

El cielo se puso negro de repente, como sifuera a reventar el norte.

¿Nos veremos, milagrosamente, una vezmás?

Y una última pregunta: ¿dónde escribisteaquello de que es necesario llegar al terrorque se encuentra en el centro de la creación?

Te abraza tu amigoJuan Vicente

• Carta publicada originalmente en el diarioMilenio, el 3 de agosto de este año...

Carta a Juan García Ponceq Juan Vicente Melo

4 Este ensayo obtuvo el 2o. lugar enel Concurso Juan García Ponce de

Ensayo Literario, convocado por el Instituto de Cultura de la Ciudad de

México. El jurado estuvo compuesto por Juan José Reyes, Graciela

Martínez-Zalce y Alfonso D’Aquino.

D e nuevo la prosa impecable deJuan García Ponce destella en larelectura de su texto “El gato”.Es un río pacífico que desembo-

ca en la plenitud del mar sin desbordamien-tos ni a contracorriente. Ante las oraciones desu inicio uno se sorprende porque reflejan unaire de familia con el cuento más recordadode Tito Monterroso. Si el minicuento nos in-vita a imaginar aquello no escrito que prece-de a su estrecho desenlace, García Ponce, encontraste, adelanta lo irreversible desde elprincipio. Ya se intuye, entonces, hacia dón-de fluirá la corriente y el autor jugará a ga-narle la partida a su adversario, esto es, a sulector.

Gris y pequeño, “un gato niño todavía”,el animal se convertirá en el personaje central.Giran a su alrededor D y la amiga. Masc u l i-no-femenino. Masculino matemático porquelo representa una letra a secas, la letra D e nestado de aislamiento, como aquellas con quese aprende el álgebra, y por ende, no existe laposibilidad de que el lector retorne a la suge-rente intriga de la inicial de un nombre segui-da por un punto, con la que, a manera deantifaz, se encubrían las relaciones galantesen la novelística del X V I I I. La amiga, en cam-bio, es sustantiva, tal es su nombre: “amiga”que, a lo sumo, se concentra en el pro-nom-bre ella, el-la: masculino-femenino igual a D-amiga. Por ella, la soledad de D “no eracompleta: una amiga lo visitaba casi diaria-mente y se quedaba en el departamento to-dos los fines de semana”.

En el orden de la narración, el contactoentre los tres seres se ha establecido gradual-mente a través de la mirada, leit motiv concu-rrente en varias obras de García Ponce. Elanimal recibe la mirada de D y su deleite esignorarlo, pero la fijación de D sobre el gato

es tan potente que, a su vez, imagina el des-plazamiento amarillo de la mirada felina sobresu espalda como si se tratara de un fenómenode refracción. De intensidad similar le resultaa D la contemplación del cuerpo desnudo d esu amiga bañado por la luz suave de la maña-na: el placer lo embarga. Cuando la contem-plación es recreada durante el recuerdo, l ageometría viviente del cuerpo femenino estáintegrada al espacio de su departamento. Laamiga, a su vez, responde a la mirada con unrelajado orgasmo, en un juego activamentepasivo.

García Ponce recurre a una representa-ción binaria en su escritura. Una muestra deello es la conjunción letra-espacio, que en eltexto se realiza por la descripción arquitectó-nica que enmarca a los personajes. En ella elequilibrio es la condición de la belleza. Sin re-ferencia explícita, la ciudad de México estásobriamente representada por un edificio, si-tuado quizás en la Condesa. La desnudez depasillos y escaleras se entibia con el paso cau-teloso del animal, que igual puede restregarsu cola serpeante en busca del rincón donde,noche a noche, expele sus humores. Dentrodel pequeño departamento de D, su miradase desahoga desde “casi todos los ángulos”.Espacio de apertura visual, erótica, orgásmi-ca. Recinto de placer donde las ventanas, laluz, los árboles de ramas estáticas, contribu-yen a exaltar la plasticidad mediante la cualel cuerpo femenino es representado. Con ellola conjunción se ha expandido a letra-espa-

cio-dibujo. La escritura de García Ponce en“El gato” integra la belleza inmóvil de las ar-tes plásticas con la móvil belleza del cuerpohumano, dotando a cada una de vida y sen-sualidad.

Si desde el inicio del texto ya se encuentraen mente su desenlace, ¿qué es lo que nosconmina a sostener su lectura una y otra vez?La presencia del gato establece de inmediatoel triángulo entre D y su amiga. Sólo que nose genera en la disputa entre dos por la pose-sión de un tercero. El gato se convierte enprolongación de D a través de la mirada, lavoz-maullido y el tacto. En cierto modo, elanimal sustituye a D durante su ausenciacuando él sale a comprar los periódicos. Parauna mente integrada bajo la influencia de unsiglo freudiano, sería su alter ego , pero si seapuesta por una mirada más remota, una mi-rada colindante con el romanticismo, el ani-mal sería la evidencia de una dualidadinterior en D en convivencia armónica. Y éstees un elemento de intensa nostalgia, porquepertenece al mundo de la lectura (o a la audi-ción) temprana, cuando el niño se deleita conlos viejos cuentos populares de personajesfantásticos, bien sean los de nahuales o los dehadas. Dualidad, pues, en llana extensión. L apresencia del gato, a la vez, afirmará entre D ysu amiga la estricta relación erótica gestadaentre ambos. Estricta en cuanto al rigor que elautor le concede a la plenitud del goce de lossentidos, a la plenitud del placer por la obe-diencia al cuerpo.

LA GACETAXV

Los placeres de la obedienciaq Blanca Rodríguez

En los términos de la tradición judeo-cris-tiana, lo que distingue al hombre del animales su alma, por ello, la cultura resalta su prio-ridad sobre el cuerpo. En la educación delhombre se privilegia que sea su alma la quedomine la pasión del cuerpo: contraeduca-ción en realidad. Alma es vocablo popular yánima, culto. Animal proviene, igual que almay ánima, del latín a n i m a. De modo que a pesardel tiempo, dogmas y puritanismos que hanintentado cancelar nuestra naturaleza primi-genia, no se vuelve sino al punto de partida,que es la esencia del hombre: ser ánima-animal.Cuanto se recrea en “El gato” es la restaura-ción de esta esencia primordial inherente alser humano.

Si en los espacios colectivos la totalidaddel cuerpo es velado a la mirada ajena, en elespacio personal la desnudez es privilegio.En su departamento, las marcas sociales en Dy su amiga están ausentes. Solamente lamanifestación de su erotismo, que ahoraabandona el claustro de sus cuerpos paraanimar-lo con el gato “niño todavía”. Animarsu fetiche y animalizar-se: creación de ambosrespecto de ese otro, que pierde su carácterajeno. Metamorfosis de una perfección: el re-flejo binario se transforma en un triángulo.“Y entonces era el gato, la presencia del gato,la que llenaba ese vacío que parecía abrirseinevitable entre los dos. De algún modo, éllos unía definitivamente”.

En las oraciones citadas, un lector recelo-so observaría la réplica de lo irreversibleplanteado desde el inicio del cuento y podríacorroborar la intuición con respecto del final.Sin embargo, el autor distiende el ansia sem-brada (porque la lectura puede resultar trai-cionada en cualquier momento), reintegrandoel elemento plástico. En el dibujo del cuerpode su amiga se muestra, cual nuevo trazo, un

largo y rojizo rasguño en su espalda, que enla observación y el tacto despiertan sensacio-nes intensas entre los amantes. El gato se haintegrado a la binaridad original para trans-formarla en un triángulo, en el que lo másimportante ya no son sus líneas de límite conel exterior, sino la afirmación, la voluntad, laconciencia que se juega en el interior de ellas.

La presencia del gato se ha intensificado.No es sólo su mirada, sus maullidos o su ju-guetona suavidad, ante la cual D observó cómoel pezón de su amiga se erguía. Ahora es elgozo de la herida superficial y el dolor leve loque provoca en su cuerpo una tensa apertura.En cierta manera, es su esencia animal lo queanima a la mujer, cual gata que brama en l anoche por el singular rasguño de su especie,

cuando el diminuto y sonrosado miembro delgato la penetre y se expanda radialmente ensu interior, como un paraguas abierto, ras-gando en forma múltiple y dolorosa susm e m b r a n a s .

A diferencia de la revelación de Dios, queminimiza al hombre porque no puede adqui-rir el conocimiento por sí mismo, la revela-ción con la cual Juan García Ponce nos haconvertido en sus cómplices, es la del cuerpoy sus placeres, esto es, la revelación erótica,que en otras obras del autor aparece bajo laóptica de la perversión y la pornografía. En“El gato” el erotismo encuentra su cauce pri-mordial y original. D y su amiga son Adán yEva creados por mano y pluma humanas, si-tuados en el edén de su departamento, bajo lasombra de los árboles e integrados por el ga-to a su también naturaleza animal. “Y esta-ban ambos desnudos, Adán y su mujer, y nose avergonzaban”, transmite el Génesis antesde la caída. En ausencia del bien y el mal, D ysu amiga viven en la ausencia de calificati-vos: carecen de moral y de inmoralidad. Sóloguardan obediencia al sentido de sus cuerpos.

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LA GACETAXVI

E l 9 de noviembre de 1 9 8 9 situó aBerlín de un solo golpe en el focode la atención mundial: imágenesde gente jubilosa, llorando de ale-

gría, dieron la vuelta al globo y transmitieronuna visión simpática de una Alemania en laque acababa de consumarse una revoluciónpacífica, antitotalitaria. La fecha marca unaincisión profunda en la historia, que con laconsecuencia de su progresión sorprendió atodos los contemporáneos. Significó el fin delas constelaciones de la guerra fría, cuyashuellas en ninguna parte se apreciaban demanera más palpable que en Berlín. Fue elfin de la ciudad dividida, de un estado de ex-cepción que había perdurado más de 28 añosy al que posteriormente —como se vería ade-lante— más de uno habría de añorar: del ladooriental, la “capital de la R D A”, el centro depoder de un régimen socialista anquilosado,que se resistió hasta el final a la Perestroika ysufrió por ello el castigo de la historia (la sen-tencia de Gorbachov “la vida castiga a quienllega tarde” se convirtió en proverbial); unagran urbe con una subcultura y todas las con-tradicciones de una metrópoli socialista. Dellado occidental, una ciudad-Estado amuralla-da, una estructura marcada en igual medidapor la mentalidad pequeño burguesa comopor una vanguardia alternativa; económica-mente débil, pero aun así, gracias al generosoapoyo financiero de la República Federal, unlugar donde se vivía bastante bien. Como“ciudad siamesa” describió Peter Schneideral Berlín del Muro, y también aludió con ello,en realidad, a un país siamés cuyas mitadesgemelas llevaban cada una su vida propia y,aun así, eran inconcebibles la una sin la otra.

Como era natural, el paroxismo de la ale-gría no persistió por mucho tiempo despuésdel 9 de noviembre. Entre el colapso de laRDA, la caída del Muro, las primeras eleccio-nes libres, el establecimiento de la uniónmonetaria y la reunificación estatal el 3 de oc-tubre de 1 9 9 0, transcurrieron tan sólo algu-nos meses. Durante ese presente vertiginoso,todo un país fue trastrocado, modos de vidase convirtieron en objeto de museo y se escri-bieron las biografías de ganadores y perde-dores. ¡Cuánto material para la literatura! E nrealidad no fue sino congruente que la críticaliteraria, no bien hubo caído el Muro, recla-mara la gran “novela del cambio” y lamen-tara su no aparición con creciente sinsabor.

Desde luego, la pretensión de que la lite-ratura tratara de inmediato y en forma con-cluyente los grandes acontecimientos históricosdel momento era demasiado osada. En lugarde ello, había llegado el momento de losgrandes ajustes de cuentas, y precisamente anivel del debate político los escritores no tar-daron en convertirse en personajes simbóli-cos de las disputas que se fueron suscitandoen torno de la superación del pasado. Ya enotoño de 1 9 9 0, Christa Wolf, quien había go-zado de gran prestigio tanto en Occidente co-mo en el ámbito internacional, se convirtió enblanco de una campaña que reinterpretaba laquiebra del sistema de la R D A como la banca-rrota moral de algunos escritores que, comola misma Christa Wolf o Volker Braun, ha-bían tenido una conducta solidaria frente alrégimen y seguían acariciando la idea de unaalternativa socialista. A Wolf se le acusó dehaber hecho, en última instancia, causa co-mún con el Estado en el que vivía. Y de pron-to se descubrieron en sus libros rasgos demendacidad y una actitud de “intimidad alabrigo del poder”. Escritores como GünterGrass y Walter Jens salieron en defensa de laautora, pero la polarización del debate se ha-bría de agudizar aún más en los tiempos sub-secuentes. El año de 1 9 9 1 marca el inicio delasí llamado “debate de la Stasi”. Una vezabiertos los archivos del servicio secreto de laR D A, algunos escritores germano orientales

fueron desenmascarados como espías de di-cha organización. Las sospechas expresadascon prontitud por un lado, y las estrategiasde minimización de muchos autores, por elotro, envenenaron el ambiente durante mu-chos años y constituyeron un replanteamien-to de las preguntas de fondo acerca de la culpay el castigo y, en consecuencia, por la relaciónentre estética y moral: ¿debía considerarseque autores moralmente corruptos tambiénquedaban artísticamente desacreditados?

El año1989 implicó el final de la literaturade la RDA, pero el cambio también marcó unacesura para la literatura de la República Fe-deral de Alemania. Seguramente no es erró-neo hablar del fin de la literatura depostguerra, que había estado dominada porautores prominentes como Heinrich Böll,Uwe Johnson y Günter Grass. Su literaturalleva la impronta de la experiencia bélica, dela superación del régimen nazi y de un im-pulso moral en la escritura. Es cierto que paraesta generación ya había pasado el cenit desu importancia antes de comenzar la décadade los años noventa, salvo si tomamos encuenta la tardía celebridad del Premio Nobel1 9 9 9: Günter Grass. En aquellos momentos elpanorama l iterario estaba más bien deter-minado por fig u r a s solitarias como el autorteatral y novelista Botho Strauss o los austria-cos Peter Handke, Elfriede Jelinek y Chris-toph Ransmayr. Ellos tuvieron éxito pero, en

LA GACETA17

Observaciones sobre la literatura en el nuevo Berlínq Jürgen Jakob Becker

sentido estricto, nunca fueron populares o representativos, y se mos-traban reacios a ser acaparados por algún público político, cual-quiera que fuese su signo. En la discusión literaria de aquelentonces prevalecía la opinión de que la literatura alemana estaba pa-sando por un periodo difícil. También en los años setenta y ochenta seescribía buena literatura en Alemania, pero lo que predominaba eraun sentimiento decrisis. Muchos de los autores de la generación jovense ejercitaban en estilos experimentales, rapsódicos —las “simulacio-nes de la realidad” eran un recurso socorrido, de preferencia con tri-ple fractura, y desembocaban en el callejón sin salida de la abstracción.El gusto por el juego postmoderno se agotaba con excesiva frecuenciaen un mero virtuosismo exento de contenido, el que acabó por no in-teresar a nadie, y menos que nadie al público lector. La recepción en elextranjero fue decreciendo: en retrospectiva, los editores alemanes ha-blan de una “experiencia humillante” al recordar sus intentos de ofre-cer sus libros a colegas de otros países. La literatura alemana tenía lamala fama de ser demasiado académica, seria e indigesta.

Fue un puñado de obras en prosa, preponderantemente de autoresy autoras jóvenes, el que a mediados de los años noventa dio la señalde retorno a lo épico: Helden wie wir (Héroes como nosotros) de ThomasBrussig (1965), 33 Augenblicke des Glücks (33 instantes de dicha) y SimpleS t o r y s de Ingo Schulze (1962), Sommerhaus später (Casa de verano, mást a r de) de Judith Hermann (1970) y T e r r o r d r o m de Tim Staffel (1965),son algunas de ellas.

Los autores mencionados (y a la lista podrían agregarse escritorescomo Thomas Lehr, Ulrich Peltzer, Helmut Krausser, David Wagner,Karen Duve, Georg Klein, Felicitas Hoppe y Julia Franck) son repre-sentantes de un cambio de mentalidad en la nueva literatura alemana.Éste se caracteriza por una nueva confianza en las posibilidades deasumir el presente a través de la narrativa, ya sea en historias de amor,descripciones de determinados ambientes, t h r i l l e r s o —y ésta es unatendencia que llama particularmente la atención entre los autores másjóvenes— mediante la recuperación de experiencias infantiles. Estosescritores son cosmopolitas, exitosos y profesionales en su trato con el“negocio literario” y con un sector de los medios que ha descubiertopara sí mismo las caras de autores que prometen ventas.

Si bien las causas que originaron esta nueva tendencia no radicanen el Berlín reunificado ni en un nuevo florecimiento de la novela ur-bana, es precisamente en la vida literaria de la nueva capital donde en-cuentra su materialización más cabal. Todo aquel que se interese p o rliteratura y visite la ciudad en la actualidad, acabará sorprendido porla vitalidad de la vida literaria, que se manifiesta en un sinnúmero delecturas, discusiones, p e r f o r m a n c e s y eventos de poesía oral (s p o k e np o e t r y). En ninguna otra ciudad alemana hay tantos foros para la litera-tura como en Berlín: instituciones como el Literarisches Colloquium Ber -l i n (www.lcb.de) y la L i t e r a t u r w e r k s t a t t ( w w w . l i t e r a t u r w e r k s t a t t . o r g )promueven tanto a escritores como al intercambio literario internacio-nal y constituyen un foro para el análisis del fenómeno que represen-ta la literatura contemporánea. Actos con Judith Hermann o conestrellas internacionales como Michel Houellebecq y Viktor P e l e w i nllenan las salas. En cafés y clubes del centro de la ciudad, en los“escenarios de lectura” de las zonas de Prenzlauer Berg y Frie-drichshain (www.russendisko.de, www.enthusiasten.de) se arremoli-na un ambiente literario vivaz que sigue las pautas de la cultura pop.

La escena se caracteriza por una actitud de apertura, de ausenciade rigidez; en las fiestas que organizan editoriales, agentes y periódi-cos, se puede observar a periodistas, políticos y literatos en continuodiálogo. En principio, Berlín no es una ciudad de “auge editorial”. Lasgrandes editoriales literarias siguen residiendo en Munich, Francf u r ty Hamburgo, aunque en algunos casos se dan el lujo de establecer u n apequeña subsidiaria en Berlín (como Rowohlt Berlin y Eichborn Ber-lin). Nuevas fundaciones exitosas como la editorial Christoph Links ola Berlin Verlag siguen siendo excepciones. La ciudad, sin embargo,ejerce una gran atracción sobre los ambientes intelectuales y creativosque, trae a la memoria los famosos años veinte, de grato recuerdo

siempre. En la ciudad, a orillas del Spree, se han establecido tambiénescritores procedentes de los Estados Unidos y de Europa central yoriental (hay, por ejemplo, un considerable grupo de literatos rusos),y el ánimo de auge ha trascendido hasta el extranjero: la prensa fran-cesa celebró “le printemps des jeunes ècrivains” (la primavera de losjóvenes escritores), cuando en marzo de 2 0 0 1 Alemania hizo su presen-tación como anfitrión en el parisino Salon du livre —haciendo énfasisen Berlín: “Berlin s’écrit en capitale” (Berlín se escribe con mayúsculas).

¿Y la novela del cambio? A doce años de la caída del Muro, ya nose escucha el reclamo de l a novela del cambio. Visto desde la perspectivadel futuro, podría ser tema de discusión saber si la crítica alemana tu-vo razón en su postura —preponderantemente negativa— frente a lanovela de Günter Grass Ein weites Feld (Es cuento largo), publicada en1 9 9 5 y que constituye, probablemente, el intento más ambicioso d e s t i-nado a interpretar la historia alemana contemporánea. A lo largo de l o súltimos años, la literatura alemana ha generado un gran número deobras que reflejan la historia a través de vidas individuales, llevandoa cabo, de este modo, una historiografía con los recursos de la literatura.

Traducción de Edda W. Webels

LA GACETA18

LA CRUZ DE HIERRO

E n abril de 1 9 4 5 en Stargard, Mec-klenburgo, un papelero se deci-dió a pegar un tiro a su mujer, asu hija de catorce años y a sí mis-

mo. A través de unos clientes, se había entera-do de las nupcias y el suicidio de Hitler.

Como oficial de reserva de la primeraGuerra Mundial, aún conservaba un revól-ver, así como una carga de diez municiones.

Cuando su esposa salió de la cocina conla cena él se encontraba de pie, junto a la me-sa, limpiando su arma. En la solapa llevabaprendida la Cruz de Hierro, como solía ha-cerlo sólo en días festivos.

El Führer elegió la muerte voluntaria, con-testó a la pregunta de su mujer. Él le sería fiele inquirió si ella estaría dispuesta también aseguirlo. En cuanto a su hija, no tenía la me-nor duda de que preferiría una muerte hon-rosa a manos de su padre que una vida sinhonor.

La llamó. Y ella no lo decepcionó.Sin esperar la respuesta de su esposa, las

exhortó a ponerse sus abrigos dado que, parano causar ningún escándalo, las llevaría a unsitio apropiado, fuera de la ciudad. Ellas obe-decieron. Él cargó el revolver y dejó que suhija le ayudara a ponerse el abrigo, corrió elcerrojo de la casa y echó la llave por la rendi-ja del buzón.

Estaba lloviendo cuando caminaban porlas carreteras apagadas, ya fuera de la ciu-dad; el hombre iba adelante, sin volverse amirar a las mujeres que le seguían a distan-cia. Percibía sus pasos sobre el asfalto.

Tras haber dejado la carretera y tomar elsendero del bosque de hayas, se volteó a mi-rarlas por encima del hombro y las conminóa apresurarse. Con el viento nocturno, queempezaba a soplar más fuerte sobre el llanodesarbolado, sus pasos no hacían ningún rui-do sobre el suelo mojado por la lluvia.

Les gritó que se adelantaran. Al seguirlas,no sabía si tenía temor de que ellas huyeran osi él mismo deseaba huir. No tardó muc h opara que ellas le sacaran ventaja. Cuando yano pudo verlas, supo que tenía demasiadomiedo como para huir, simplemente; y cuán-to deseaba que ellas lo hicieran. Se detuvo aorinar. Traía el revólver en el bolsillo del pan-talón y lo sentía frío a través de la delgada te-la. Cuando empezó a andar más aprisa para

alcanzarlas, el arma le golpeaba en la pierna acada paso. Avanzó despacio. Pero al llevarsela mano al bolsillo para deshacerse del revól-ver, vio a su esposa y a su hija: estaban para-das en medio del camino, esperándolo.

Habría querido hacerlo en el bosque peroel peligro de que se oyeran los tiros era me-nor aquí.

Al coger el revólver para retirar el seguro,su mujer se le echó al cuello en medio de so-llozos. Pesaba mucho y, no sin esfuerzos,pudo quitársela de encima. Se acercó a su hi-ja que lo miraba fijamente; le puso la pistolaen la sien y, con los ojos cerrados, jaló el gati-llo. Tuvo la esperanza de que la bala no salie-ra, pero la oyó y vio cómo la muchacha setambaleaba y se desplomaba.

La mujer temblaba y pegaba de gritos.Tuvo que sujetarla. Sólo después del tercer ti-ro se quedó quieta.

Estaba solo.No había nadie que le ordenara llevarse

la boquilla del revólver a su propia sien. Lasmuertas no lo veían, nadie lo veía.

Guardó el arma y se inclinó sobre su hija.Luego echó a correr.

Corrió de vuelta por el camino hasta lacarretera, y avanzó un tramo sin dirigirse a laciudad, sino al oeste. Luego, se sentó a la ori-lla del camino, apoyando la espalda en un ár-bol; recapacitó sobre su situación, respirandocon dificultad. Encontró que aún había algode esperanza.

Tenía que continuar hacia el oeste evadi-e ndo los pueblos próximos. En alguna partepodría esconderse; lo mejor sería una ciudadmás grande, con un nombre extranjero, y serun refugiado desconocido, común y corrien-te, sin empleo.

Echó el revólver a un hoyo de la carrera yse puso de pie.

Mientras caminaba le vinó a la mente quese había olvidado de tirar la Cruz de Hierro.Lo hizo.

OBRA NOCTURNA

En el escenario hay un hombre de pie. Es deun tamaño más que natural, quizás un mani-quí. Está vestido con carteles. Su rostro notiene boca. Se contempla las manos, muevelos brazos, prueba sus piernas. Una bicicleta,a la cual le quitaron el manubrio o los peda-les, o ambos; o manubrio, pedales y asiento,

avanza veloz por el escenario, de derecha aizquierda. El hombre, que tal vez es un mani-quí, echa a correr tras ella. Un umbral surgedel suelo. El hombre tropieza con él y cae.Tendido boca abajo ve desaparecer la bicicle-ta. El umbral desaparece sin que él lo note.Cuando se levanta y se pone a buscar la causade su caída, el suelo se encuentra de nuevoplano. Sus sospechas se fundan en sus pier-nas. Intenta arrancárselas sentado, de espal-das, de pie. Con los talones pegados al trasero,agarra un pie con ambas manos y se arrancala pierna izquierda, cayendo de bruces; ya enesa posición, se arranca también la pierna de-recha. Está boca abajo cuando la bicicleta cru-za lentamente el escenario, de izquierda aderecha, y pasa delante de él. Demasiado tar-de se percata de ello y no puede alcanzarla arastras. Incorporado, sosteniendo su troncooscilante con ambas manos, descubre quepuede usar sus brazos para avanzar si balan-cea el tronco; impulsa éste hacia delante, esti-ra las manos, etc. Lleva a la práctica su nuevaforma de andar. Espera la bicicleta, primeroen el portal derecho, después en el izquierdo.La bicicleta no sale. El hombre, que quizá esun maniquí, se arranca a un tiempo ambosbrazos: el derecho con el izquierdo y el iz-quierdo con el derecho. A sus espaldas y enel escenario, emerge del suelo el umbral, quellega a la altura de su cabeza, esta vez parasostenerlo. Pendiendo del plaflón, la bicicletadesciende y se detiene frente a él. Recargadoen el umbral al nivel de su cabeza, el hombre—que quizá es un maniquí— contempla suspiernas y brazos (que yacen dispersos por to-do el escenario) y la bicicleta que ya no puedeusar más. Cada ojo llora una lágrima. Al ni-vel de sus ojos salen, del lado izquierdo y ellado derecho, un par de aguijones. Se quedaninmóviles ante el rostro del hombre, que qui-zá es un maniquí; él sólo necesita girar la ca-beza a la derecha y a la izquierda, de lodemás se encargan los aguijones. Los aguijo-nes son extraídos y cada uno lleva en la pun-ta un ojo. De las cuencas vacías del hombre,que quizá es un maniquí, surgen pulgas quese esparcen negras por toda su cara. Él grita.Y su boca nace con ese grito.

Traducción de Ricardo Corchado Fabila

LA GACETA19

Dos narracionesq Heiner Müller

S tein encontró la casa en invierno.Me llamó un día de comienzos dediciembre y dijo: —Hola —y sequedó callado. Yo también me

quedé callada. Dijo: —Soy Stein —dije: —Yalo sé —dijo: —¿Qué tal? —dije: —¿Por quéllamas? —y él dijo: —La encontré —y yo, sinentenderlo, pregunté: —¿Qué es lo que en-contraste? —a lo que contestó irritado: —¡Lacasa! He encontrado la casa.

La casa. Ya recordaba. Stein y su cantine-la de la casa, salir de Berlín, una casa de cam-po, una casa solariega, un caserío, con tilosdelante, castaños detrás, el cielo encima, unlago de la Marca, tres fanegas de tierra comomínimo; desplegar mapas, marcarlos, reco-rrer la región durante semanas, buscar. Lue-go, cuando regresaba, tenía un aspecto raro,y los otros decían: “Pero qué dice éste. Nuncalo conseguirá”. Me olvidaba de todo estocuando no veía a Stein. Como también me ol-vidaba de él.

Encendí mecánicamente un pitillo, comosiempre que Stein hacía una de sus aparicio-nes, y a mí no se me ocurría nada. Dije vaci-lante: —¿Stein? ¿La compraste? —y él gritó:—¡Sí! —y el auricular se le cayó de la mano.Nunca lo había oído gritar. Luego se pusootra vez al teléfono y siguió gritando. Grita-ba: —¡T i e n e s que verla, es increíble, es mara-villosa, es fenomenal! —no pregunté por quétenía que ser precisamente yo quien la viera.Me quedé escuchando, aunque no dijo nadadurante largo rato.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó porfin. Sonaba casi obsceno y le temblaba leve-mente la voz. —Nada —dije—. Tocarme lasnarices y leer el periódico. —Te recojo. Den-tro de diez minutos estoy allí —dijo Stein ycolgó.

Llegó a los cinco minutos y no retiró elpulgar del timbre a pesar de que ya hacía ra-to que le había abierto. Dije: —Stein, estásmolestando. Deja de tocar el timbre —cuan-do lo que quería decir era: “Stein, afuera haceun frío que pela, no tengo ganas de salir con-tigo, lárgate”. Stein dejó de tocar el timbre, la-deó la cabeza, quiso decir algo, no dijo nada.Me vestí y salimos. Su taxi olía a tabaco; bajéla ventanilla dándole a la manivela y asoméla cara al aire frío.

Entonces ya habían pasado dos años des-de la relación con Stein, como la llamaban losotros. No había durado mucho y había con-sistido, sobre todo, en recorridos que hacía-mos juntos en su taxi. Fue precisamente en sutaxi donde lo conocí. Me llevaba a una fiestay mientras íbamos por la autopista puso unacinta de Trans-A M en el radiocasete; cuandollegamos dije que la fiesta era en otra parte,así que seguimos y en algún momento a p a g óel taxímetro. Se vino conmigo a mi casa. Depo-sitó sus bolsas de plástico en el vestíbulo y sequedó tres semanas. Stein nunca había tenidopiso propio, andaba con sus bolsas de un ladoa otro de la ciudad y dormía unas veces aquí,otras allá, y cuando no encontraba nada dor-mía en su taxi. No era como uno se imagina a

un sin techo. Era limpio, vestía bien, nuncaparecía descuidado, tenía dinero porque tra-bajaba, sólo que no tenía piso propio, quizásporque no quería.

Durante las tres semanas que Stein vivióen mi casa nos dedicamos a recorrer la ciu-dad en su taxi. La primera vez por la Avenidade Francfurt, subimos hasta el final y dimosmedia vuelta, escuchábamos a Massive At-tack y fumábamos, y debimos estar una horasubiendo y bajando por la Avenida de Franc-furt hasta que Stein dijo: —¿Tú lo entiendes?

Tenía la cabeza absolutamente vacía, mesentía hueca y como en un estado extraño desuspensión; la calle frente a nosotros era an-cha y estaba mojada por la lluvia, los limpia-parabrisas se deslizaban en el cristal, haciadelante y hacia atrás. La arquitectura estali-niana de ambos lados de la calle era gigantes-ca y ajena y bella. La ciudad ya no era laciudad que yo conocía, era autárquica y de-sierta; Stein dijo: —Como un mastodonte ex-tinto —y yo dije que lo entendía; había dejadode pensar.

Después, casi siempre dábamos vueltasen el taxi. Stein tenía una música distinta pa-ra cada ruta, Ween para las carreteras, DavidBowie para el centro urbano, Bach para lasavenidas, Trans-A M sólo para la autopista.Íbamos casi siempre por autopistas. Cuandocayó la primera nieve, Stein se bajaba del cocheen cada área de reposo, salía corriendo hastael campo nevado y efectuaba lentos y conc e n-trados movimientos de t a e - k w o n - d o h a s t a q u eyo, entre la risa y la rabia, gritaba que vol-viera porque quería continuar el viaje, teníafrío.

En algún momento me harté. Cogí sustres bolsas de plástico y dije que ya era horade que se buscara otro lugar donde quedarse.Dio las gracias y se fue. Se pasó al piso de Ch-ristiane, que vivía una planta más abajo, lue-go al de Anna, al de Henriette y al de F a l k ,después al de los otros. Se los folló a todos,qué remedio, era bastante guapo, a Fassbin-der le hubiera encantado. Participaba y noparticipaba. No pertenecía al grupo pero p o ralguna razón se quedaba. Posaba en el estu-dio de Falk, ponía los cables en los conciertosde Anna, escuchaba las lecturas de Heinz enel Salón Rojo. Aplaudía en el teatro cuandonosotros aplaudíamos, bebía cuando noso-tros bebíamos, tomaba drogas si nosotros lastomábamos. Participaba en las fiestas y venía

LA GACETA20

Casa de verano, más tardeq Judith Hermann

con nosotros cuando en verano salíamos dela ciudad, a las sórdidas y destartaladas casi-tas de campo que muy pronto todos tuvierony en cuyas verjas podridas había pintas de“¡Berlineses fuera!” Y de vez en cuando unode nosotros se lo llevaba a la cama, y otro sequedaba a dos velas.

Yo no. Yo no repetí. Puedo decir que re-petir no era mi estilo. Tampoco me acordabade cómo había sido eso, eso del sexo conStein.

Pasábamos las horas con él, ociosos, sen-tados en jardines y casas de personas con lasque no teníamos nada que ver. Allí habían vi-vido obreros, campesinos, aficionados a lajardinería que nos odiaban y a los que noso-tros odiábamos. A los lugareños los evitá-b a m o s , el mero hecho de pensar en ellos loestropeaba todo; no encajaba. Les robábamosel “estar-entre-nosotros”, desfigurábamos lospueblos, los campos e incluso el cielo, y sedaban cuenta por la manera que teníamos demovernos a lo Easy Rider , de empujarnos enplan chulo y tirar las colillas de porros a losparterres de flores de sus jardines. Pero a pe-sar de todo, queríamos estar allí. Arrancába-mos el papel pintado de las casas, quitábamospolivinilos y polietilenos, y era Stein el que lohacía; nos sentábamos en el jardín, bebíamosvino, mirábamos embobados hacia la arbole-da con su enjambre de mosquitos, hablába-mos sobre Castorf y Heiner Müller y elúltimo fiasco de Wawerzinek en el Teatro Po-pular. Cuando Stein se hartaba de trabajar, sesentaba con nosotros. No tenía nada que de-cir. Tomábamos L S D; Stein también lo toma-ba. Toddi andaba tambaleante a la luz delatardecer, y farfullaba “azul” cada vez quetocaba a alguien; Stein sonreía exagerada-mente alegre y callaba. No le salía, por mu-cho que se esforzara, esa mirada nuestra, tansutil, tan neurasténica, tan retorcida; por logeneral nos observaba como si actuáramosen un escenario. En una ocasión me quedésola con él, creo que fue en el jardín de la ca-sa de Heinz en Lunow, cuando los otros sehabían ido a ver la puesta del sol. Stein reco-gía vasos, ceniceros, botellas y sillas.Lo consi-guió. Al poco rato ya nada recordaba a losotros. —¿Quieres vino? —preguntó; yo dije:—Sí —bebimos y fumamos en silencio, élsonreía cada vez que nos mirábamos. Y esofue todo.

“Y eso fue todo”, pensé yendo ahora en eltaxi junto a Stein, por la Avenida de Franc-furt en dirección a Prenzlau, en medio deltráfico de la tarde. El día era neblinoso y frío,había polvo en el aire y, a nuestro lado, con-ductores fatigados que miraban con cara deidiota y hacían cortes de manga. Fumaba unpitillo y me preguntaba por qué tenía que serjusto yo la que se encontrara ahora sentadajunto a Stein, por qué me había llamado a míprecisamente... ¿por qué yo había sido un co-mienzo para él? ¿Por qué no había localizado

a Anna, ni a Christiane, ni a Toddi? ¿Por quéninguno de ellos hubiera salido de la ciudadcon él? Y ¿por qué salía yo con él? No llegabaa ninguna conclusión. Tiré la colilla por laventana y no hice caso de lo que me dijo elconductor de al lado; en el taxi hacíaun frío ho-rrible. —¿Pasa algo con la calefacción Stein?— Stein no contestó. Era la primera vez quevolvíamos a estar juntos en su cochedesde en-tonces; pregunté con prudencia: — S t e i n ,qué tipo de casa es. Cuánto has pagado porella —Stein miraba distraído al retrovisor, sesaltaba los semáforos en rojo, cambiaba decarril continuamente, daba caladas hasta queel ascua de su cigarrillo le tocaba los labios.—80 000 —dijo—. Pagué 80 000 marcos. Espreciosa. Fue verla y saber que era l a casa —te-nía manchas rojas en la cara y aporreaba el cla-xon con la palma de la mano mientras lequitaba la prioridad a un autobús. Dije: —¿Yde dónde has sacado tú 80 000 marcos? —meechó una breve mirada y contestó: —Hacespreguntas que no vienen al caso —resolví nodecir nada más.

Abandonamos Berlín; Stein salió de la au-topista a una carretera, comenzaba a nevar.Me amodorraba como siempre que iba en co-che. Miraba fijamente los limpiaparab r i s a s ,los remolinos de nieve que nos llegaban d efrente en círculos concéntricos, pensaba enlos recorridos en coche con Stein dos añosatrás, en esa rara euforia, en la indiferencia,en la extrañeza. Stein conducía con más calmay de vez en cuando me echaba una miradafugaz. Pregunté: —¿Ya no funciona el radio-casete? —sonrió y dijo: —Sí que funciona. Nosabía... pero si te sigue gustando —torcí l o sojos. —¡Claro que me sigue gustando! —in-troduje en el radiocasete la cinta de la C a l l a sen la que Stein había grabado un aria d eDonizetti veinte veces seguidas. Rió. —Toda-vía te acuerdas —la Callas cantaba, subía ybajaba de tono; Stein aceleraba y ralentizaba,yo también me reí y le toqué por un instante

la mejilla con la mano. Su piel era de una as-pereza poco habitual. Pensé: —Qué es lo ha-bitual —Stein dijo: Ves —y comprendí que sehabía arrepentido.

Pasado Angermünde salió de la carreteray, ante la entrada de vehículos de una casa detecho plano de los años sesenta, frenó con talbrusquedad que me fui de bruces contra elparabrisas. Decepcionada e inquieta pregun-té: —¿Es ésta? —a Stein le hizo gracia y, conmuchos aspavientos y patinando sobre elasfalto helado, se acercó a la mujer con de-lantal de cocina que acababa de asomar porla puerta. Un niño pálido, esmirriado, se afe-rraba a su delantal. Bajé la ventanilla, oí c ó m oStein exclamaba con jovial cordialidad: —¡Se-ñora Andersson! —siempre odié su manerade tratar a gente de esta laya—, vi cómo letendía la mano, pero la mujer en lugar de es-trechársela, dejó caer en ella un enorme ma-nojo de llaves. —Cuando hiela no hay agua—dijo—. La toma está estropeá. Pero la co-rriente la van a poné la otra semana —el niñoprendido del delantal empezó a chillar. —Noimporta —dijo Stein; volvió patinando hastael coche, se paró frente a mi ventanilla abier-ta y comenzó a efectuar con la pelvis movi-mientos giratorios elegantes y obscenos a lavez. Come on baby, let the good times roll —di-jo. —Stein, para ya —dije, y sentí cómo meponía colorada; el niño soltó el delantal dela mujer y, asombrado, dio un paso hacian o s o t r o s .

—Éstos vivían en la casa —dijo Stein alencender de nuevo el motor, y reculó hasta lacarretera; la nevada caía ahora más fuerte,me volví y vi a la mujer y al niño en el rectán-gulo iluminado de la puerta hasta que la casadesapareció tras una curva—. Están cabrea-dos porque tuvieron que marcharse hace unaño. Pero no fui yo el que los echó sino el pro-pietario de Dortmund. Yo sólo la compré. Pormí hubieran podido quedarse. —Dije t a j a n t e :—Qué asquerosos son —y Stein dijo: —Qué

LA GACETA21

es asqueroso —y me tiró el manojo de llavesen el regazo. Conté las llaves: eran veintitrés,las había muy pequeñas y muy grandes, to-das eran viejas y bellamente torneadas, y yocantaba para mí a media voz: —La llave parael establo, la llave para la buhardilla, la delportón, la del granero, la del salón, la delcuarto de los enseres de ordeñar, la del bu-zón, la del sótano y la de la cancela —y depronto, sin querer, entendí a Stein, su entu-siasmo, su ilusión, su ansia febril. Dije: — Q u ébien que vayamos a verla juntos, Stein —y él,sin querer mirarme, dijo: —La cuestión esque desde el porche se ve ponerse el sol pordetrás de la torre de la iglesia. Y ya vamos allegar. Después de Angermünde viene Ca-nitz, y en Canitz está la casa.

Canitz era peor que Lunow, peor queTemplin, peor que Schönwalde. Casas grises,agazapadas a ambos lados de la sinuosa ca-rretera, con muchas ventanas cegadas con ta-blas y ni una tienda, ni una panadería, ni unataberna. La ventisca arreciaba. —Mucha nie-ve la que hay por aquí, Stein —dije yo, y éldijo: —Claro —como si hubiera comprado lanieve junto con la casa. Cuando a la izquier-da de la carretera apareció la iglesia del pue-blo, que sí era bella y roja, con un campanarioredondo, Stein empezó a hacer un ruido raro,un zumbido propio de una mosca que enverano rebota contra las ventanas cerradas.Dirigió el coche a un pequeño camino trans-versal, frenó hasta parar el vehículo, soltó enese mismo momento el volante con un gestoenfático y dijo: —Ésta es.

Miré por la ventanilla del coche y pensé:—Seguirá siéndolo durante cinco minutosmás —parecía como si la casa fuera a desplo-marse en cualquier momento, sin ruido y sinprevio aviso. Bajé del vehículo y cerré lapuerta con tanto cuidado como si cualquiersacudida pudiera ser excesiva, y hasta el mis-mo Stein caminaba de puntillas hacia la casa.La casa era un barco. Estaba a la vera de

aquella calle del pueblo de Canitz y se ase-mejaba a un soberbio barco encallado desdetiempos remotos. Era un gran caserío de la-drillo rojo y dos plantas, tenía un tejado a dosvertientes, con correas a la vista y dos cabe-zas de caballo talladas en madera a ambos la-dos; la mayoría de las ventanas carecía decristales. El porche alabeado sólo se sosteníagracias a la tupida hiedra, y en las paredesse abrían grietas tan anchas como un pulgar.La casa era hermosa. Era l a casa. Y estaba enr u i n a s .

La cancela, de la que Stein intentó quitarel cartel que ponía “En venta”, se derrumbócon un quejido. Pasamos por encima, luegome detuve, asustada por la expresión queasomaba a la cara de Stein, y vi cómo él desa-parecía tras la hiedra del porche. Al poco ra-to, un marco de ventana se desprendió de lacasa cayendo fuera, el rostro febril de Steinapareció entre las puntas de un cristal ilumi-nado por el resplandor de una lámpara dep e t r ó l e o .

—¡Stein! —exclamé—. ¡Sal de ahí! ¡Que seviene abajo!

—¡Ven! ¡Entra! —contestó él—. ¡Si es micasa!

Me pregunté por un momento por quéhabría de ser tranquilizadora esa circunstan-cia, luego me dirigí al porche tropezando conbolsas de basura y chatarra. Las tablas delporche chirriaban, la enredadera engullía alinstante todo atisbo de luz; aparté asqueadalos zarcillos y luego la gélida mano de Steinme atrajo al interior del vestíbulo. Yo la cogí,cogí esa mano porque de repente no queríavolver a perder el contacto con él, y menosaún el resplandor de la pequeña mecha de sulámpara; Stein tarareaba, y yo lo seguía.

Empujó los batientes de todas las venta-nas hacia fuera, hacia el jardín y, a través delos cristales rotos y rojos de las puertas, vi-mos las últimas luces del día. Sentí el pesodel manojo de llaves en el bolsillo de mi cha-

queta, llaves que no eran en absoluto necesa-rias pues todas las puertas estaban abiertas oya no existían. Stein iluminaba, indicaba, des-cribía, se ponía frente a mí sin aliento, queríadecir algo y no decía nada, seguía arrastrán-dome. Acariciaba barandillas de escaleras ypicaportes, daba golpecitos en las paredes,arrancaba trocitos de papel pintado y seasombraba ante el revoque polvoriento queafloraba por debajo. Decía: —¿Ves? —y: —¡Toca ahí! —y: —¿Qué te parece? —no nece-sitaba contestarle, hablaba consigo mismo. Searrodilló en la cocina y quitó con las manos lasuciedad de las baldosas hablando para sí; yome aferraba a él durante todo ese tiempo y,no obstante, ya no estaba presente. En las pa-redes unos jóvenes habían dejado sus mar-cas... Ve donde está ella y deja volar tu cometa.He estado aquí. Mattis. No risk, no fun... Dije: —Ve donde está ella y deja volar tu cometa —yde repente Stein se volvió hacia mí como undemente y dijo: —¿Qué? —y yo dije: —Nada—me agarró del brazo y fue empujándomedelante de sí, dio una patada a la puerta tra-sera de modo que se abriera hacia el jardín yme hizo bajar por una escalerilla.

—Aquí.—Aquí ¿qué? —dije.—¡Pues todo! —dijo Stein; nunca le había

visto un comportamiento tan insolente—. Ellago, la Marca, los castaños en el patio, tresfanegas de tierra, podéis plantar vuestra m a l-dita hierba y los hongos y el cáñamo y toda esamierda. Hay sitio suficiente, ¿comprendes?¡Hay sitio suficiente! Os haré un salón y u n asala de billar y un fumadero, y a cada uno suhabitación propia, y una mesa grande detrásde la casa para todas vuestras puñeteras co-midas, y entonces te podrás levantar e ir alOder y darle a la coca hasta que te revientenlos sesos —y me giró bruscamente la cabezahacia el campo, tan oscuro que apenas podíadistinguir nada, y comencé a temblar.

Dije: —Stein. Por favor. Para ya.Y paró. Se quedó callado; nos miramos,

respirando agitadamente, casi al compás.Acercó despacio su mano a mi cara y yo di unrespingo echándome para atrás; dijo: —Estáb i e n . Está bien, está bien. O. K.

No me movía. No entendía nada. Muyvagamente, sin embargo, comencé a enten-der algo, algo aún demasiado lejano. Desma-dejada y agotada, pensé en los otros y sentíuna rabia momentánea porque me hubierandejado sola en este lugar, porque no e s t u v i e-ra ninguno para protegerme de Stein, ni C h-ristiane, ni Anna, ni Heinz. Stein rascando elsuelo con los pies, dijo: —Lo siento.

Yo dije: —No importa. No pasa nada.Me cogió la mano con la suya, que ahora

estaba caliente y blanda, y dijo: —Bueno,como te decía: el sol detrás de la torre de lai g l e s i a . . .

Limpió la nieve de los peldaños del por-che y dijo que me sentara. Así lo hice. Sentía

LA GACETA22

un frío increíble. Cogí el cigarrillo encendidoque me alargó y fumé mirando la torre de laiglesia tras la cual ya se había puesto el sol.Tenía la sensación de estar obligada a deciralgo con trascendencia para el futuro, algooptimista; sintiéndome confusa, dije: —Yoque tú quitaría la hiedra del porche, en vera-no. Si no, no veremos nada cuando queramosestar aquí y tomar vino.

Stein dijo: —Lo haré.Estaba segura de que no me había escu-

chado en absoluto. Stein, sentado junto a mí,parecía cansado, miraba hacia la calle fría,desierta y blanca de nieve; me acordé del ve-rano, de aquella hora en el jardín de Heinz enLunow, deseé que Stein volviera a mirarmeuna vez más como me había mirado enton-ces, y me odié por ello. Dije: —Stein, ¿puedesdecirme una cosa, por favor? ¿Podrías darmealguna explicación?

Stein, con un giro brusco de la muñeca,tiró su cigarrillo a la nieve, me miró y dijo:—Qué quieres que te diga. Ésta es una posi-bilidad, una entre muchas. Puedes aprove-charla o desecharla. Yo puedo aprovecharla ocortar e irme a otra parte. Podemos aprove-charla juntos o hacer como si no nos hubiéra-mos conocido nunca. No tiene importancia.Sólo quería enseñártela, y nada más.

Dije: —¿Has pagado 80 000 marcos paraenseñarme una posibilidad, una entre mu-chas? ¿Lo he entendido bien? ¿Stein? ¿Quésignifica eso?

Stein no reaccionó. Se inclinó hacia delan-te y contempló la calle, esforzadamente; le se-guí la mirada. La calle estaba sumida en elcrepúsculo, la nieve reflejaba la última luzdel día y me deslumbraba. Al otro lado de lacalzada había alguien. Entorné los ojos y m eincorporé; aquella figura, situada quizá aunos cinco metros, se dio la vuelta y desap a-reció en la penumbra entre dos casas. Unacancela se cerró; yo estaba convencida deh a b e r identificado al niño de Angermünde,al niño pálido y tonto que se agarraba del de-lantal de aquella mujer.

Stein se levantó y dijo: —Vámonos.Yo dije: —Stein... el niño. El de Anger-

münde. ¿Qué hace parado ahí en la calle ob-servándonos?

Sabía que no contestaría. Sujetó la puertadel automóvil para que entrara y yo me quedéparada frente a él, esperando algo, que me to-cara, que tuviera algún gesto. Pensé: “Pero sieres tú el que siempre ha querido estar connosotros”.

Stein dijo fríamente: —Gracias por habervenido conmigo.

Entonces subí al coche.Ya no recuerdo qué música escuchamos

durante el viaje de vuelta. Durante las sema-nas siguientes no vi a Stein sino en contadasocasiones. Los lagos se helaron, compramospatines y, por las noches, atravesábamos elbosque con antorchas y salíamos a patinar

sobre hielo. Escuchábamos a Paolo Conte enel Ghettoblaster de Heinz, nos metíamos éx-tasis y leíamos en voz alta los mejores pasa-jes de American Psycho de Brett Easton Ellis.Falk besaba a Anna, y Anna me besaba a mí,y yo besaba a Christiane. Stein a veces parti-cipaba. Besaba a Henriette, y cuando lo hacíayo miraba hacia otro lado. Nos esquivábamos.Él no había contado a nadie que por fin habíacomprado la casa ni que había ido a verlaconmigo. Yo tampoco lo conté. No pensabaen la casa, pero, a veces, cuando volvíamos ensu taxi a la ciudad y tirábamos nuestros pati-nes y antorchas en el maletero, descubría allípintura para paredes, tela asfáltica y papelpintado.

En febrero Toddi se hundió en el hielo dellago de Griebnitz. Mientras patinaba a todavelocidad, Heinz levantó en alto su antorchay exclamó: —¡Qué bien lo podemos pasar,qué requetebién, qué alucine! —estaba com-pletamente borracho, y Toddi le seguía tam-baleante, y nosotros gritábamos: —¡Di azul,Toddi! ¡Dilo! —y entonces se oyó un chasqui-do y Toddi desapareció.

Nos quedamos quietos. Heinz dio unamagnífica media vuelta con la boca abierta, elhielo vibraba, las gotas de cera caían sisean-tes de nuestras antorchas. Falk echó a corrercon los patines puestos, dando traspiés, An-na se arrancó la bufanda, Christiane se pusolas manos sobre la cara como una boba y chi-lló con voz tenue. Falk comenzó a reptar bo-ca a bajo, y a Heinz ya no se le veía porninguna parte.

Falk llamó a Toddi a grito pelado, y Tod-di le contestó también gritando. Anna tiró subufanda, Henriette se aferró a los pies deFalk, yo me quedé parada. Stein también sequedó parado. Cogí el cigarrillo encendidoque me tendía, él dijo: “azul”, y yo dije“ f r í o ”, y nos echamos a reír. Nos tronchába-mos de risa, tumbados sobre el hielo y conlas lágrimas rodándonos por las mejillas; nopodíamos parar de reír ni siquiera cuandotrajeron a Toddi, mojado y tiritando, y Hen-riette dijo:

—¿Están pirados, o qué?En marzo Stein desapareció. No se pre-

sentó cuando Heinz cumplió los treinta, ni enel estreno de Christiane, ni en el concierto deAnna. Se había esfumado y cuando Henriettepreguntaba discretamente dónde estaba,ellos se encogían de hombros. Yo no me en-cogía de hombros, pero me quedaba callada.Al cabo de una semana llegó la primera pos-tal. Era una foto de la iglesia del pueblo deCanitz y en el dorso decía:

He impermeabilizado el tejado. El niño es-tá siempre ahí, sonándose los mocos, sinhablar. Siempre luce el sol, fumo cuandose pone; he plantado cosas que podrás co-mer. Cortaré la hiedra cuando vengas, sa-bes que aún tienes las llaves.

Luego las postales empezaron a llegar pe-riódicamente; yo las esperaba y me sentía de-cepcionada el día que no recibía ninguna.Siempre eran fotos de la iglesia y siempre lle-vaban escritas cuatro o cinco frases, como pe-queños acertijos, a veces bonitos, a vecesincomprensibles. Stein me decía a menudo“cuando vengas...” No me decía: “Ven”. De-cidí esperar el “ven” y luego partir. En mayono llegó ninguna postal pero sí una carta. Mequedé mirando el sobre, la letra grande y tor-pe de Stein; me metí otra vez en la cama, jun-to a Falk y rasgué el sobre. Falk aún dormía yroncaba. El sobre contenía un artículo recor-tado del periódico local de Angermünde;Stein había garabateado la fecha en el dorso.Aparté el cuerpo cálidamente amodorradode Falk, desdoblé el artículo y leí:

LOCAL

El antiguo caserío de Canitz fue reducidoa cenizas por un incendio en la madruga-da del viernes. Su dueño, un berlinés quehabía rehabilitado el edificio del sigloXVIII adquirido por él hace medio año, seencuentra desde entonces en paraderodesconocido. La causa del siniestro no es-tá esclarecida; la policía no descarta queel fuego haya sido provocado.

Lo leí tres veces. Falk empezó a moverse.Mi mirada iba del artículo a la letra de Steinen el sobre y viceversa. El matasellos era deStralsund. Falk se despertó, me miró con in-diferencia, luego me cogió por la muñeca ypreguntó con la pérfida astucia de los tontos:

—¿Qué es eso?Retiré la mano, me levanté de la cama y

dije: —Nada.Fui a la cocina y me quedé de pie frente al

horno, alelada, durante unos diez minutos.El reloj de la cocina hacía tic-tac. Me dirigí ala habitación del fondo, abrí el cajón y colo-qué el sobre junto a las demás postales y almanojo de llaves. Y pensé: “Más tarde”.

LA GACETA23

C ancha de básquet. Jugamos trescontra tres. Corro hacia la canas-ta, hago una finta, pero Moritzme bloquea de todos modos. El

jugador chingón. Las chocamos y me sonríecon su sonrisa mamona. Philipp viene y quie-re hablar con Moritz, pero aquel todavía estáocupado conmigo. Checo si Philipp tiene ci-catrices nuevas. Tyree quiere la pelota e in-tenta otra vez una de sus movidas mamonas.Yo no lo soporto; el dios negro con el hombroroto. Me voy y Philipp puede hablar por fincon Moritz. Yo espero a Oktai, que no se dejaver desde hace dos semanas y cuando por finaparece, simplemente pregunta:

—¿Qué transa, güey?—Todo bien. ¿Qué transa contigo? —Estoy hasta mi madre, man.Hace dos años, yo hubiera jurado que Ok-

tai no se mete esa mierda. Me da sus p a p e r s ypresupone que yo traigo el resto, y obviamen-te tengo ganas de echarme un s h o t con Oktai.Aunque después no meta ninguna bola. Valemadres. Ellos ya lo saben; yo me puedo dar ellujo. Oktai se mete el toque al revés en la bocay como siempre, temo por su lengua. Hace-mos casita con las manos, su boca de un lado,la mía del otro, él saca el aire, yo lo inhalo.

—Cabrón, ¡eres una gallina!—¿Una gallina?—¡Una gallina!Soy una gallina, a eso ya me acostumbré.

Moritz me cuenta que ahora Tyree vive con

él porque no puede regresar a su departa-mento. Su permiso de estancia está vencido.Yo no tengo idea de lo que eso tiene que vercon el departamento.

A Tyree le gusta sacar fotos, ok., y le gus-tan los niños. Y la chavita que vive arriba deél, esa tiene como 11 años más o menos y él aveces la cuida y el otro día le sacó fotos. Y lachava ahora está contando que Tyree le sacófotos y que se desvistió porque él así lo quería.

Digo que eso está de la chingada, porqueno tengo ganas de contradecir.

—¿Y ahora?—Ahora la mandan al siquiatra porque

la jefa tampoco le cree. La chava está clavadacon Tyree, por eso cuenta esas pendejadas,pero Tyree ahora necesita una chamba o setiene que casar por el permiso de estancia.Pero su jefa se la hace cansada por lo de lamorrita.

Ni idea de cómo le hace Oktai para seguirmetiendo el balón de gancho. Moritz está es-perando algo y yo no capto que me está espe-rando a mí, a que yo haga algo.

—Bueno, ¿qué transa?, ¿va a haber acción?Yo tengo un bisne pero no para Tyree. Pa-

ra mí, a Tyree le va a llegar pronto. Philipp sequita la playera y yo me quedo viendo la ci-catriz, 15 cm., a la derecha del ombligo.

—Entonces ¿qué?—¿Qué de qué?—De lo de Tyree.—La morrita tiene que ir al psicólogo.

—Sí, eso ya lo dije.Trato de verlo a los ojos pero le barre.—Está bien si vive un rato contigo, ¿no?—Claro, pero necesita la chamba.—¿Sabe sacar fotos?—¡No mames!—Pues ya veremos.Las chocamos, el jugador chingón, y yo

empiezo a contar otra vez las cicatrices dePhilipp, mientras Oktai da una vuelta en elaire y mete el balón en la canasta.

Nos vamos a casa de Moritz porque su je-fa siempre hace de cenar a esta hora. Su pieltiene el color del pelo oxigenado. Le da unafumada a su cigarro y sólo tiene ojos paraMoritz. Por eso me lancé con ellos. Tyree,Philipp y Oktai se dejan atender de volada yyo pregunto si me puedo dar un baño antes.Me estoy enjabonando cuando un pendejoabre la puerta de golpe y abre la cortina deun jalón. Miro fijamente la jeta del tira queme aprieta el plomo contra la cabeza, pero sele resbala por el jabón. Él todavía cree quesoy el bueno, me agarra de la muñeca, que estan delgada que se queda colgado. Tyree estáparado en la puerta y dice:

—You’ve got the wrong man, Sir!El tira agarra una toalla y trata de que

yo afloje. No hay chance. No soy yo. La jefase queda tranquila y le explica que no tieneidea en dónde está Moritz. Yo no la hago deemoción y el otro tira capta por fin que lac a g a r o n .

Philipp saca a Moritz del cajón bajo lacama y es obvio que la jefa ahora quisieraestar a solas con él, que lo quiere protegera m p l i a m e n t e .

Oktai arma unos toques de reserva. Hacedos años todavía se veía morrito. Yo estoysentado junto a Philipp, que cuenta algo decómo parchar. Moritz se pone cinta adhesi-va en su rodilla. El doctor le prohibió el bás-quet porque se desgarró un músculo y yo ledigo:

—Hazle caso, si no, vas a jugar básqueten silla de ruedas.

—Dime que deje de parchar, y dejo deparchar. Dime que deje de jugar básquet y tevas a la verga.

—Como veas. Pienso yo.Nos vamos. La jefa ya está contando las

horas. Va a ser un viajezote, eso está claro, yno tengo idea si la voy a levantar. Tyree mecuenta algo de un chavo negro de Sudáfrica

LA GACETA24

Queso cottageq Tim Staffel

que salvaron de un g h e t t o y que mandaron aAlemania en donde tampoco es feliz y dondejunta la lana para regresarse. Yo no entiendoinglés y no sé cómo termina la historia. M eacuerdo que Philipp tiene un asunto y le pre-gunto qué hay, pero él dice que eso me vale ylo dejo en paz.

Tomamos el metro. El sudor me cae de lascejas a la playera y Oktai me explica que elturco está fácil, pero que él no me lo quiere e n-señar. El poli no se fija en la cara de malandrode Tyree y su perro tampoco está entrenadopara notarlo. Babea a través de su bozal y yome imagino cómo me lo puedo chingar conun patadón en el hocico. Afuera hace más ca-lor que en el tren, sólo que aquí los g u a r d i a na n g e l s1 se catean unos a otros en busca dedrogas y armas. Ética profesional. Philipp sechinga la gorra roja de uno de ellos y juegaf r i s b e e con Oktai. El tipo grita, pero los guar-dianes tienen otros problemas, ya que le en-contraron un fierro a uno de sus ángeles.Según yo, le pertenece a Philipp, prendo uncigarro y pongo la mirada de malandro. Ésasiempre protege. Nos vamos en dirección alDog-Food pero el antro está hasta su madrey hay muy poco oxígeno. Me voy por un parde chelas y una coca para Moritz.

—Pon un cacho de carne en Coca-Cola ya la mañana siguiente ya no hay nada.

—Ya sé, pero yo ya no chupo, gracias.Los chavos empiezan a desvestir a las

chavas con la mirada. El cabecilla Tyree sepone al tiro. Los primeros pendejos caen ynegocian el azúcar en un callejón, mientrasyo echo ojo.

-—Ok. Tyree. Yo echo ojo; yo soy tu ángely te cuido. Yo extiendo mis alas y les hago unaseñal a los cerdos. Tú ya valiste madres hacerato, Tyree, yo soy tu ángel. Yo no tengo ac-ción para ti, yo te mando de regreso a tuchante, de a gratis, y de esa historia puedeshacer por fin tu película.

Le hago la señal a Tyree y el güey al quele vimos la cara se larga. Tyree y yo las c h o c a-

mos. Yo no entiendo inglés. Capta la acción yse calla. Oktai y Moritz le perrean a dos cha-vas que no están interesadas. Philipp está es-perando a su nueva vieja. Apuesto a que noviene. De lado, puedo ver a través de su pla-yera de los Lakers y pienso que una pequeñacicatriz más, arriba de su pezón izquierdo, noestaría mal. A lo mejor tomo prestada supunta y se la hago yo mismo, un día de estos.Moritz me presenta a Maik y yo pregunto sise le olvidó cambiarse de nombre después desu transformación sexual. Moritz se ríe, peroMaik me tira un chingadazo. Yo paro el golpey le digo que me dé chance. Moritz me jala aun lado y quiere saber qué tipo de personasme laten. Hay que tener cuidado. Moritz esmi apoyo en esta banda. Hace dos años pen-sé que sería Oktai.

—¿Qué onda contigo?—No me late.—Eres puto ¿o qué?—A huevo.El puño de Moritz sobre el mío y su sonri-

sa. Estoy mamón esta noche. A Philipp se leolvida que tiene un asunto con una reina, metrae una cerveza y quiere entrar. Oktai ya es-tá junto al D J y lo chorea. Necesito un rato pa-ra acostumbrarme a la luz setentera y medejo llevar por la música de Tupac debajo dela esfera de espejitos, a lo mejor porque noentiendo inglés. En la barra de atrás está pa-rado Eric. No se nota que me pongo rojo. Siviene a ligar aquí, entró al antro equivocado.A lo mejor se quiere morir, el güey. Mientras,mis chompas se reunieron a la orilla de la pis-ta de baile y le muestran a todo el mundo quesomos una banda. Le digo algo a una tal Est-her, para darme un poco de espacio. Me pre-gunta si vengo seguido.

—Chance.—Nunca te había visto por aquí.—Soy invisible.—¿Pero se te puede tocar?—Chance.—Eres bastante complicado, ¿verdad?

—No. Pensé que me podrías gustar.—Y, ¿te gusto?—Chance.—¿Estás ciego?—Pues a lo mejor. Perdí a mi perro.—Voy por algo de tomar.—Seguro.—¿Vas a estar aquí cuando regrese?—A ver. Quién quita.Me sonríe y hasta se ve menos pendejo

de lo que pensaba. Moritz las choca conPhilipp y los dos me enseñan sus pulgares.Oktai baila su baile d r i v e - b y - s h o o t i n g para No-torius B . I . G . A lo mejor hace dos años pensóque debía volverse abogado. Un brazo meagarra de la cintura desde atrás y yo espero aEsther, pero cuando volteo hacia ella, veo aEric y él se ve mejor que Esther. Digo:

—Qué onda.Pero están mis cuates. Traigo la mirada

de malandro y lo quiero mandar a volar, p e-ro Eric opina:

—Qué buena onda verte, cabrón.—No mames, si tú ni me hablas.—Pero si te llevo tus bebidas a la mesa.—Creo que te perdiste.—No creo.—No estoy solo aquí.—Ya sé. Vámonos afuera.—No la capeas, güey.Su pinche brazo sigue sobre mi espalda.

Moritz se acerca a decirme no sé qué madres.Que le presento a Eric. A lo mejor la cagué.Esther se mete entre nosotros con dos caballi-tos con vodka y limón. Mientras, Philipp sepuso hasta su madre con la coca de los ami-gos de Tyree y camina con la mano en el c i e-rre del pantalón, la luz estroboscópica sobresus Calvin. El h i p - h o p la neta no me aliviana ysiento que se me puede ir la hebra en los pró-ximos minutos. No sé qué mano me está aga-rrando las nalgas en este momento, cómo fueque Moritz metió su lengua en la oreja de unabelleza negra, qué es lo que quiere el pelónde Tyree, por qué Oktai y Tyree están a susespaldas. Me desafano al baño porque tengoque ver cómo escabullirme. Eric se me atra-viesa y me pregunta si me quiero echar unviaje con él. Me enseña sus tachas y no puedodecir que no. Como media hora basta paraponernos chidos, pero yo no puedo estarmeando por media hora. Tyree, Oktai y Phi-lipp están tramando algo y Moritz saca porfin su lengua de la oreja de la negra y me ex-plica que ésa es Vanessa de Detroit. Yo no ha-blo inglés, sólo le digo:

—Hi, Vanessa.Esther me da un tallón con sus tetas y Eric

se ríe, con la reserva necesaria de agua bajo elbrazo. Tyree nos dice que es hora de partir.Afuera no hace aire. Esther y Vanessa quie-ren saber qué vamos a hacer ahora y en mismanos empieza poco a poco el cosquilleo.Nos movemos y nos mezclamos con la g e n t een la calle. Eric no se me despega, pero ahora

LA GACETA25

está con Esther. Moritz no le quita las manosa Vanessa. Ella no la hace de tos, pero no leafloja ni madres, a pesar de que él le suelta elchoro de que es el más chingón en el básquet.Yo crezco hasta el cielo, mido como t r e s

metros. Ahora puedo poner mi brazo sobre elhombro de Philipp y a pesar de que sólo al-canzo la cicatriz de la vacuna de la polio, lellego mucho más hondo. Él quiere saber quépasa, yo nada más le sonrío y le cuento algode Esther.

—No te claves con una vieja, güey. Haymuchas. Pasan a cada rato; nada más hay queestar al tiro. Yo sé que tú me tiras de a loco,pero con eso no hay pedo. Para ti, digo. Confíaen mí, y te digo que yo no sé qué transa con l aotra vieja, pero Esther es un forrazo, bueno, notanto. Ella es una princesa y tú eres el prínci-pe, ¿ves? Y la neta yo no soy un príncipe, yosoy más bien el chalán del príncipe o algo así,o sea que yo no soy el bueno, porque ése erestú. Esther, la princesita, quiere al príncipe y elúnico aquí eres tú, me cae, güey.

—¿Qué pasa contigo, güey?—Pienso, que te voy a enseñar a Esther.—Chíngate tú a esa perrita, güey. A mí ni

me va ni me viene.Sigo sonriendo y me quedo apendejado

con el rojo de la Sparkasse. Mi banco se llamaahora Sparkasse y de ése la neta que hay entodos lados. Eric me da la botella de agua, yestá igual de bueno que Philipp, en realid a destá más bueno, así junto a mí, y mientras sigosin abrazarlo, veo a Oktai con Esther. Los dosse están riendo y él con su mano en su pelo.Hace dos años, él era el príncipe.

—¿Cómo pasó esto? Pregunta Eric. Yo tengo cinco años y des-

cubro el mundo. Antes de que pueda seña-larlo, Eric ve lo mismo. Chocamos las manosq u e se quedan entrelazadas. Estamos en laretaguardia y me vale si alguno de esos güe-yes se voltea.

Tyree lleva su nave hacia la estación espa-cial Mc Donald’s. Yo me quedo con Eric sen-tado frente al acuario sobre la banqueta.

—Son cagados los güeyes con los queandas, Lars.

—¿Cagados? ¿Por qué?—Me refiero a que esto es un milagro y

que ellos no lo saben. No saben ni madres.—¡Que tú estés aquí es un milagro!—Eso hubiera sido desde cuándo.—Olvídalo. Tú estás en otro planeta para

el que yo no consigo boleto.Se voltea hacia los anuncios resplande-

cientes y dice:—¡Sí! Konica.—¡Togal!—Fuji.—Allianz.—¡No lo creo!—Me imagino las luces en Las Vegas.—Debe ser insoportable.—Tampoco mames, güey.—Sería absolutamente chingón.—¡Sí!—Vamos.—¡Vamos!Esther se sienta junto a mí y creo que está

guacareando en la coladera, pero sólo me to-c a con su muslo y me vale porque me voy alanzar con Eric a Las Vegas. Ella cuenta que semetió en el baño con un papelito de coca deTyree, pero que no sabía bien cómo ponerle.

Estaba tan sacada de onda. ¡Mierda! quese me olvidó todo lo que me había dicho O k-tai sobre el popote y todo y que pego la narizasí nomás en el papelito y que le jalo con ga-nas. Como dos veces, pero todavía quedabaalgo en el papel y pienso que hice todo mal yque me salgo y le digo a Oktai que no me lopude acabar todo y él viene a ver y se caga dela risa. Se caga de la risa el güey, así nadamás porque me eché cuatro líneas gruesassin querer, porque no sabía y ahora no me di-

cen si me voy a morir, si es peligroso o qué.¡Qué pendeja!, ¿Y ahora me voy a morir? ¡Di-me! Me siento de la chingada, cuatro líneas¡En la madre! ¿Qué me va a pasar ahora? Ayú-dame, ¡Me tienes que ayudar, Lars!

—Queso c o t t a g e. Es completamente quesocottage.

Eric dice que es queso c o t t a g e y Esther s eecha a llorar. Así que la abrazo y le digoque queso c o t t a g e está bien y que Oktai depor sí está bien y que debería fumar algocon él porque eso siempre te hace el paro. Ellap r e g u n t a :

—¿Neta? Y le digo:—Claro. Oktai ya lo arreglará. Él quiere

contigo, así que no te preocupes.—Es que yo quería contigo.—Ya sé, pero te juro que te vas a llevar

mucho mejor con Oktai.—¿Entonces me regreso de nuevo?—Pues sí.Nos pregunta todavía qué significa lo del

queso c o t t a g e porque no tiene idea de que sucerebro ahora se ve así, cuando por fin locali-zo a los árabes que están tramando algo. Ésteno es nuestro barrio. Eso trae broncas. Ericme enseña una torre de vidrio reflejante conletras resplandecientes, pero yo le digo quelos árabes andan merodeando por aquí ycreo que quieren bronca. Tomo la botella deagua para rellenarla en la estación espacial ypara avisarle a mi banda que afuera se estáarmando algo.

Tyree conoce a los árabes y ellos le dicenque se saque a chingar a su madre. Philippestá junto a él y juguetea con sus orejas porqueno entiende ni madres, porque quiere sacarsu punta, porque tiene que sacarse lo de lavieja. Tyree lo para y le dice a los árabes queno hay pedo; que todo está tranquilo. El cabe-cilla de los árabes no sabe bien qué transa,pero se va con Tyree para ver en qué quedan.Está denso. Un movimiento en falso, una pa-labra de Philipp y vale madres. La situaciónno le parece chistosa a Vanessa y le pide aMoritz que la lleva a su casa, pero que empie-za a guacarear Esther y ella tiene en qué ocu-parse. Tenemos público invisible. Cualquieraque pasa por ahí quiere pararse, pero sólo ba-jan la velocidad. Nadie quiere quedar e m b a-rrado. Me doy cuenta de que estoy del ladoequivocado, de que estoy en medio de losárabes, dándoles cigarros. Fumamos juntos yuno de ellos quiere saber cuánto me costó mipantalón, dónde compré ese Reebok tanchingón. A lo mejor ahora tenemos que po-nernos en la madre porque quieren mi panta-lón. Pero cuando digo: —Usados, veintemarcos —nada más sonríe y me tira de a loco.No sé cómo salir de ahí, así que le explico quesería una pendejada armar un desmadreaquí, porque yo sencillamente no estoy bus-cando broncas. Y él me explica que sólo estánsacados de onda porque tuvieron que echar

LA GACETA26

su merca en una jardinera por culpa de la tiray que se les olvidó en cuál, que no puedenencontrar su merca y que además hay unoscabezas rapadas merodeando por el barrio,que se quieren meter en sus bisnes y que no-sotros de por sí no tenemos nada que ver conese rollo, pero más vale asegurar. Es obvioque soy digno de confianza y hasta Philipp seda cuenta de que soy muy buen negociador.Cuando regresa Tyree, a nadie le importa enqué quedaron y yo todavía me fumo uno conel jefe árabe, antes de que quede claro que ahíva a quedar y que cada quien se va por su la-do. Philipp quiere regresar al Dog-Food y co-mo a los demás les da lo mismo, retornamos,donde a fuerzas que nos encontramos a losárabes y Tyree tiene que vaciar su azúcar g l a s sen la Coca-Cola de Moritz, si no quiere que seponga denso.

—Es hora de que nos desafanemos, michavo.

Eric. Me acuerdo de él, pero no sé cómodesafanarme. Le pregunto si todavía tiene ta-chas. Está cantando R. Kelly. I believe. I can fly,que no me da pena, así que bailo con Eric y élme abraza y todos lo pueden ver. Son como2 5, los que dan portazo en el antro y que pa-san sobre los de la puerta. I believe. I can fly.Veo a los árabes. Veo a mi banda. Veo. Soyinvisible. Eric hace maniobras para metermedebajo de una mesa y se pone encima de mí.Bajos y ojos. Un sonido diferente. S c r a t c h i n gcon bats de beisbol. El b e a t d e los gritos y elb e a t de los destrozos. Un cuerpo líquido yuna y otra vez ojos. Los ojos y h u esos deEric. Junto a mí el puño sobre una nariz que serompe. Juego de luces. Nada de agua, perosaliva y la lengua de Eric. Ninguna cicatriz.Árabes y cabezas rapadas. Tyree y Philipp.Shot. I believe. I can Fly y Esther guacareando.La mano de Eric sobre mis ojos y su cabezasobre mi cabeza. Sirenas. La sirena de la am-bulancia y la tira. B e a t nuevo, juego nuevo.Salir debajo de la mesa y esquivar. Brazos

que vuelan. Los hombres de verde con maca-nas y cascos. El juego de luces está loco. LasVegas sería demasiado. Eric conoce la salidat r a s e r a . Mi banda no conoce ninguna salidat r a s e r a . El beat de la tira. Todos bailando. Yomido tres metros de alto y le enseño a mibanda la salida trasera. No somos parte deesto. Alcanzamos el camión de partida, lamontaña rusa. Eric tiene todo bajo control.Somos dos tipos comunes y corrientes quecaminan por la ciudad un sábado por la no-che. Dos turistas con sus botellas de agua quedisfrutan de las atracciones turísticas. Todaslas ambulancias y los oficiales de seguridadreunidos nos ignoran. Pasamos la frontera ynadie está herido.

En una callejuela colocaron dos butacasde cine frente a una casa para nosotros, convista a una tienda de lámparas. Eric prendelos cigarros y por fin podemos fumar con cal-ma y mirar las lámparas.

—¿Estás bien, Lars?—Todo bien.—¿Neta?—Sí.—¿Ves la lámpara azul ahí?—Azul, completamente azul.—¿Alguna vez haz cogido con unas ta-

chas encima?—No. Y contigo tampoco he cogido, nada

más porque no sé cómo. No sé ni cómo ha-blarte, porque me la paso sentado en ese bary me quedo mirándote y después te doy p r o-pina sintiendo que me lleva la chingad aporque seguramente te valgo madres, porquehay un chingo de tipos con los que puedesandar y por eso no te fijas en mí. Así que nomames, güey, nunca he cogido con tachas, locual es una pendejada porque es obvio quesería muy chingón hacerlo y si cogiera a h o r acontigo, seguramente nunca nos iríamos aLas Vegas. De por sí nunca vamos a ir, peroasí menos. No quiero decidirme ahora porqueestoy aquí sentado viendo estas lámparas.

—Yo siempre me pregunto por qué esegüey es tan pendejo que no flexiona el hocicopara sacar una sonrisa cuando me da la p r o-pina, porque me cae que es diferente a toda l abola de güeyes y me caga su actitud pend e j a .Si me quiere coger, no necesita una tacha p a r aeso, porque ésa es otra onda, en otro planetay tú consigues el boleto que quieras.

—Me pregunto cómo le hacen Siegfried yR o y .2 ¿Se dan entre ellos o cogen a sus tigresblancos?

—Ésos se amarran el pito con agujetaspara que al menos se les pare y entonces estántan cansados de la amarrada que ya ni seacuerdan de qué es lo que iban a hacer cone s o .

—¿Apoco sí?—Estoy seguro.—Wow!—Eso no es nada comparado con las an-

guilas. Pueden tardar hasta 12 años para quelleguen a su madurez sexual y entonces nadan5 000 km. al Mar de Saragossa, y apenas ahíles salen realmente sus órganos sexuales yentonces ponen sus huevos y se mueren. Ylas larvas viajan otra vez durante tres añoshasta Europa o el norte de África y entoncesse convierten en algún momento en anguilas,y llegan a su madurez sexual y nadan o t r avez de regreso y ponen sus huevos y se mue-ren. Todas las anguilas nacen en el Mar de Sa-ragossa y mueren ahí, y nadie sabe por qué.

—¡Está cabrón!—Chance.—Me refiero a que está cabrón que uno

haga las cosas porque las tiene que hacer yque no haya nada que lo impida.

—Con las anguilas es así.—¡Qué gacho! —Queso cottage.—Nada más cogen una vez en su vida.—¿Cuántos kilómetros son hasta Las Vegas?—No creo que se pueda nadar hasta allá.—En una jaula contra tiburones, a lo mejor.—Nevada. Ahí hay puro desierto. —El desierto no es el problema. El pro-

blema son los tiburones.—Los tiburones no comen anguilas.—Los tiburones comen queso cottage.Si nadie me recoge, me quedaré sentado

el resto de mi vida en esta butaca mirando elaparador. Eric empieza a reír y cuando nues-tras lenguas se juntan, la sensación corre portodo el cuerpo. Es bueno porque no babea yeste beso es realmente intenso porque Eric es-tá sentado sobre mí y mis manos rozan supiel debajo de su playera y sus manos llenancada una de mis vértebras con electricidadque corre por mis venas. Nos vamos. Tengoque encontrar a mi banda, para checar si to-davía respiran. Nos encontramos a Oktai,Esther y Vanessa frente a nuestro lugar. Lamano derecha de Oktai está hinchada y lasuñas de Vanessa se quebraron. Eric va por elcafé y Oktai dice:

LA GACETA27

—¿Qué transa contigo, carnal, dóndee s t a b a s ?

—Se me fue la hebra. ¿Qué te pasó en lamano?

—Se me quedó colgada en un casco. Note vi por ningún lado.

Y Esther dice:—Estaba debajo de una mesa, pero nos

enseñó la salida.Me quiere balconear. A Oktai le vale. A él

le da gusto verme y yo respiro otra vez. Va-nessa pregunta si tengo dinero para un taxi,pero yo quiero saber qué onda con Moritz,Philipp y Tyree.

-—Sólo podemos esperar.Vanessa me mira y yo me siento incómo-

do porque esa mirada no dice otra cosa q u e :¿por qué? ¿por qué estás en esta mierda?, ¿porqué estoy yo aquí?, ¿qué clase de güey erescon un chupetón en el cuello después de unamadriza como ésa? Me siento junto a ella yme cuenta algo de Detroit y h o u s e, de lo queno entiendo ni la tercera parte, pero me ali-viana. Eric me pasa el café desde atrás y mesusurra al oído. Quiere que nos vayamos deaquí porque andamos en otra onda. No en-tiende ni madres porque yo mismo no en-tiendo ni madres, pero no me puedo ir deaquí, a lo mejor porque esto tiene algo quever con sobrevivir. Al menos así se me figura.Cuento con que se ría y se vaya, pero meplanta una beso en la oreja y se queda. Oktaipregunta:

—¿Eres puto o qué?Y Eric dice:—Chance, ¿por qué no?Y Esther dice:—Ya crees que “chance”.Hace dos años Oktai igual y lo hubiera

creído. Ahora lo considera un mal chiste. Va-nessa está entretenida con sus uñas. Yo lepreparo un toque a Oktai porque casi no pue-

de mover la mano. Eric corta una tacha a lamitad. La sobredosis, pero ya qué chingados.Por fin llegan los tres y se dejan admirar. Laceja izquierda de Tyree está abierta y algo an-da mal con la rodilla de Moritz, pero opinanque el asunto salió bien, porque ellos estuvie-ron y porque todos pudimos salir. Philippnos cuenta cómo le rajó la cara con su navajaa uno de los cabeza rapada y yo me imaginolas cicatrices y le pregunto si le pasó algo a él.Se sube su playera de los Lakers y nos enseñauna pequeña cortada debajo de su pezón iz-quierdo, sobre el corazón y hace sus fintasque conocemos del básquet:

—Soy bien chingón, carnal. Rápido.¿ C á m a r a ?

Cámara. Oktai trae unos sixs de la gasoli-nera. Moritz trata de calmar a Vanessa, quese había imaginado la noche de otra manera.Nos ponemos en camino hacia el parque paraesperar el amanecer. Nos plantamos en elcráter junto a las viejas salidas del metro. Loschavos siguen prendidos con sus aventuras yagarran cada vez más vuelo. Me preguntoqué es lo que Vanessa y Esther esperan deellos, qué es lo que yo quiero de ellos. Philippes el primero que ve a los dos güeyes. De se-guro se perdieron. Y están demasiado bria-gos como para vernos a tiempo. Oktai l o sinvita a echarse una cerveza. Cuentan algo deuna super madriza en el Dog-Food en la quedicen que estuvieron. Tyree, Moritz y Philippse hacen unas señas que no entiendo. M o r i t zdesaparece en dirección a la gas. Todos chocansus chelas y yo espero a que el cielo frente amí cambie de color. Philipp está sentado jun-to a uno de los tipos y juega con su navaja.Quieren saber qué clase de banda tan rara so-mos con negros, turcos y así. Tyree nada mássonríe y pregunta si quieren algo de coca. Lesprepara un par de líneas. Moritz regresa conun galón que deja entre él y Vanessa. Los dosgüeyes están empinados sobre la coca y jalán-dole a las líneas cuando Tyree y Philipp se le-vantan en chinga y cada uno se va sobre unode los güeyes y los apañan jalándoles los bra-zos hacia atrás. No tienen tiempo de gritarporque Oktai les da un chingadazo en la bocacon la mano buena. Moritz les amarra las ma-nos atrás de la espalda y les mete las envoltu-ras de los sixs en el hocico. Luego les amarralos pies. Tyree y Philipp siguen agarrándo-los. Las chocan y Esther dice:

—Ya párenle.Tyree le empuja la cabeza a uno de ellos

hacia atrás y Philipp le abre la playera por lamitad con la navaja. Moritz rasga la tela en ti-ras. Oktai trae el galón y lo abre. Moritz de-tiene los pedazos de tela y Oktai los baña congasolina. Philipp y Tyree envuelven la cabe-za del tipo al que le quitaron la playera conlas tiras de tela empapadas con gasolina. Lasponen una tras otra, hasta que cubren toda lacabeza. Vanessa grita:

-—¡Moritz!

Nadie la pela. Tyree jala al de la cabeza degasolina y lo pone de pie. Que se hace en lospantalones. Todos están parados frente a él,sólo Eric y yo y el otro güey, al que se le escu-rren las lágrimas, seguimos sentados. Estherpregunta:

—Ya estuvo, ¿no?Oktai pone su brazo alrededor de su

hombro. La hora azul. Todo azul. Oktai rocíala gasolina sobre la demás tela. Moritz lamete en una botella vacía y se la da a Philipp.Philipp retrocede un tanto junto con Tyree,tiro al blanco y detiene la botella en lo alto.

—Tyree toma el encendedor y con su pul-gar le da vuelta a la ruedita contra la piedrita.Tyree prende el trapo que cuelga de fuera.Philipp toma vuelo y pregunta:

—¿Le atino o no le atino?Yo cierro los ojos, Esther que grita “¡No!”

Oigo el impacto del coctel, Oktai que grita“¡En la madre!” Pasos alejándose en chinga.Abro los ojos y veo una bola roja de fuegocontra el cielo azul. Vanessa pone su chama-rra sobre la cabeza del güey, lo tira al suelo.Philipp, Oktai, Tyree y Moritz desaparecendetrás de la cima del cráter. Esther junto aVanessa. Vanessa trata de quitar la tela de lacara del güey, de su cabeza. En una parte estápegada con la carne. Me arrastro hacia el o t r oy lo desamarro. Esther tiene que vom i t a rotra vez. Vanessa le dice al tipo que no e s t átan grave. Que tuvo suerte. Vanessa y E s t-h e r los ayudan a levantarse y los sacan del par-q u e . Eric está acostado sobre una banca ymira en dirección del amanecer. El fin de lahora azul. Me siento junto a él, sin tocarlo.

—La sangre de las anguilas contiene unaneurotoxina bastante fuerte. Por eso hay queahumarlas y cocinarlas. Para que el venenose destruya. ¿Sabías eso, Lars?

No lo sabía. Le digo que me voy a casa.Desde el puente puedo ver la cancha de bás-quet. Moritz y Philipp. Tyree que intenta unafinta. Oktai. Hace dos años estaba dormido aestas horas.

Traducción de Daniela Wolf W. y César Jiménez

NOTAS

1. Guardian angels : servicio de seguridad vo-luntario de Berlín. Los miembros no puedenportar armas y se identifican por sus gorrasrojas.2. Siegfried y Roy son dos artistas alemanesg a y s famosos por su espectáculo con tigresblancos en Las Vegas.

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FONDO DE CULTURA ECONÓMICA• EL MUNDO EN ALEMÁN •

• MARTIN HEIDEGGER

El ser y el tiempo

Esta obra es sin duda una de las más influyentes de lafilosofía contemporánea; y cabe predecir que quedaráincorporada a la historia de la filosofía como la másrepresentativa de dicho periodo, tanto por su profundarelación con el pasado como por ser un punto de parti-da en la evolución posterior de la filosofía. Su traduc-ción, que realizó José Gaos con dedicación ejemplar yprofundo conocimiento de tan complejos temas, cons-tituyó, sin duda, un acontecimiento determinante en lainformación filosófica en lengua española.

• WERNER JAEGER

Paideia

Paideia no es simplemente un nombre simbólico, sinola única designación exacta del tema histórico estudia-do en esta obra. Como otros conceptos muy amp l i o s(por ejemplo, los de filosofía o cultura), este tema se re-siste a ser encerrado en una fórmula abstracta. Sucontenido y significado sólo se revelan ante nosotroscuando leemos su historia.

• MAX WEBER

Economía y sociedad

Uno de los méritos mayores de esta obra reside en laamplitud de una perspectiva, capaz de dar cuenta delmodo más “comprensivo” —para emplear el términode Weber— de la evolución social, política y culturalde la humanidad. Economía y sociedad también ade-lanta una ruptura que sólo habría de generalizarseaños después.

• GUILLERMO DE HUMBOLDT

Escritos políticos

Estos Escritos políticos sólo fueron conocidos póstu-mamente en su totalidad, aunque fueron redactadosentre 1792 y 1819. La primera fecha representa el des-vío manifiesto hacia el Estado; la segunda, la conf e-sión de que el Estado condiciona toda la vida deli ndividuo. Antes que una cuestión sistemática, quizá elenunciado “Guillermo de Humboldt y el Estado” encie-rra un problema de índole biográfica y requiere de unaexplicación no menos puntual.

• GÜNTER GRASS

Ensayos sobre literatura

Aislado en el tráfago de las estaciones de tren y losdomicilios fortuitos, Günter Grass empleó veinte añosen los artículos que ahora conforman este libro. Desti-nados a periódicos y revistas, los temas que abordason literarios y políticos, y están siempre tratados des-de una perspectiva anecdótica. Las opiniones pro-puestas no salen del gabinete del crítico, sino de lalibreta de un escritor; no aspiran a la originalidad ni alaserto categórico, sino a la charla informal con lecto-res no especializados.

• GEORG CHRISTOPH LICHTENBERG

Aforismos

Georg Christoph Lichtenberg, como señala Juan Villo-ro, “vivió contra la posteridad, pues en una época enque la r e s p i r a c i ó n n a t u r a l de un escritor conducía atreinta tomos empastados, su inteligencia impaciente,eléctrica, le impidió concentrarse en la morosa cons-trucción de su anhelada novela”. A su muerte sólo seencontraron fragmentos de una novela, El príncipe du -p l i c a d o , y varios cuadernos en los que Lichtenberg es-cribía toda suerte de reflexiones cuyo contenido esvariadísimo: lo mismo habla de la teoría de Newtonque de un botón caído tras siete años de ser el lealsostén de sus pantalones.

TÍTULOS SOBRE KAFKA EN

NUESTRA CASA EDITORIAL :

• Maurice Blanchot, De Kafka a Kafka

• Werner Hoffmann, Los aforismos de Kafka

• Marthe Robert, Franz Kafka o la soledad

LA GACETA30

FONDO DE CU LT U R A E C O N Ó M I C A1934 • LIBROS PARA IBEROAMÉRICA • 2001

Carretera Picacho Ajusco 227. Col. Bosques del Pedregal. Tlalpan, C.P. 14200. México, D.F.Tels.: (5)227-4612, (5)227-4628, (5)227-4672. Fax: (5)227-4698 • Página en Internet http://www.fce.com.mx

Coordinación General de Asuntos Internacionales [email protected] • cvaldes@fce. com.mx • [email protected]én México D. F. Dirección: José Ma. Joaristi 205, Col. Paraje San Juan.

Tels.: (5)612-1915, (5)612-1975. Fax: (5)612-0710F I L I A L E S

Fondo de Cultura Económica deArgentina, S.A.Alejandro Katz El Salvador 56651414 Capital Federal, Buenos AiresTels.: (541-1) 4-777-15-47/ 1934 / 1219Fax: (54-11) 4-771-89-77 ext. 19Correo electrónico: [email protected]

Fondo de Cultura Económica Brasil, Ltda.Isaac VinicRua Bartira, 351 Perdizes, São PauloCEP 05009-000 BrasilTels.: (55-11) 3672-3397 y 3864-1496Fax: (55-11) 3862-1803Correo electrónico:[email protected]

Fondo de Cultura Económica Ltda.(Colombia)Juan Camilo SierraCarrera 16, Nº 80-18Santa Fé de Bogotá, ColombiaTel/Fax: (571) 530-7697530-7698 • 531-2288 Correo electrónico:[email protected]ágina del FCE-Colombia:www.fce.com.co

Fondo de CulturaEconómica Chile, S. A.Julio Sau AguayoPaseo Bulnes 152Santiago, ChileTels.: (562) 697-2644695-4843 • 699-0189y 688-1630Fax: (562) 696-2329Correo electrónico:[email protected]

Fondo de Cultura Económica de España, S. L.María Luisa Capella C/FernandoEl Católico Nº 86 Conjunto Residencial GalaxiaMadrid, 28015. EspañaTel.: (34-91) 543-2904543-2960 y 549-2884Fax: (34-91) 549-8652Correo electrónico:c a p e l l a f c e @ t e r r a . e s

Fondo de Cultura EconómicaUSA, INC.Benjamín Mireles2293 Verus St. San Diego, CA. 92154, Estados UnidosTel.: (619) 429-0455 Fax: (619) 429-0827 Página en Internet h t t p : w w w . f c e u s a . c o mCorreo electrónico: s a l e s @ f c e u s a . c o m

Fondo de CulturaEconómica de Guatemala,S. A.Sagrario Castellanos6a. avenida, 8-65 Zona 9 Guatemala, C. A.Tels.: (502) 334-3351334-3354 • 362-6563362-6539 y 362-6562Fax: (502) 332-4216Correo electrónico: f c e g u a t e @ g o l d . g u a t e . n e t

Fondo de CulturaEconómica del Perú, S. A.Germán Carnero RoquéJiron Berlín Nº 238, Miraflores, Lima, 18P e r úTels.: (511) 242-9448447-2848 y 242-0559 Fax: (511) 447-0760Correo electrónico: f c e - p e r u @ t e r r a . c o m . p ePágina en Internet h t t p://w w w . f c e p e r u . c o m . p e

Fondo de Cultura Económica Venezuela,S. A.Pedro Juan Tucat ZuninoEdif. Torre Polar, P.B. Local "E" PlazaVenezuela, Caracas, Venezuela.Tel.: (58212) 574-4753Fax: (58212) 574-7442Correo electrónico: [email protected]

Librería Solano Av. Francisco Solano entre la 2a av. Delas Delicias y Calle Santos Ermini,Sabana Grande, Caracas, Venezuela.Tel.: (58212) 763-2710Fax: (58212) 763-2483R E P R E S E N TA C I O N E S

D I S T R I B U I D O R E S

Los Amigos del LibroWerner GuttentagAv. Ayacucho S-0156 Entre Gral. Anchay Av. HeroinasCochabamba, BoliviaTel.: (591) 450-41-50 y 450-41-51Fax: (591) 411-51 28Correo electrónico:[email protected]

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Librería Lehmann, S.A.Guisselle Morales B.Av. Central calle 1 y 3 Apartado 10011-1000San José, Costa Rica, A. C.Tel.: (506) 223-12-12Fax: (506) 233-07-13Correo electrónico: l l e h m a n n @ s o l . r a c s a . c o . c r

Librería Librimundi-Librería InternacionalMarcela García Grosse-LuemernJuan León Mera 851P. O. Box 3029Quito, Ecuador Tels.: (593-2) 52-16-06

52-95-87Fax: (593-2) 50-42-09Correo electrónico: [email protected]

Cuesta. Centro del LibroSr. Lucio Casado M.Av. 27 de Febrero esq. Abraham LincolnCentro Comercial NacionalApartado 1241Santo Domingo, República Dominicana.Tel.: (1809) 537-50-17 y 473-40-20Fax: (1809) 573-86-54 y 473-86-44Correo electrónico: l c a s a d o @ c c n . n e t . d o

Aldila Comunicación, S.A.Aldo Díaz LacayoCentro Comercial Managua. Módulo A-35 y 36 Apartado Postal 2777Managua, NicaraguaTel.: (505) 277-22-40Fax: (505) 266-00-89Correo electrónico: a l d i l a @ s d n n i c . o r g . n i

Librería Nuevos LibrosSr. Juan José NavarroFrente a la UniversidadCentroamericana Apdo. PostalEC Nº 15Managua, NicaraguaTel. y Fax: (505) 278-71-63

Grupo Hengar, S.A. Zenaida Poveda de HenaoAv. José de Fábrega 19 EdificioInversiones PasadenaApartado 2208-9A Rep. deP a n a m áTel.: (507) 223-65-98 Fax: (507) 223-00-49 Correo electrónico: c a m p u s @ s i n f o . n e t

ARGENTINA BRASIL COLOMBIA CHILE

ESPAÑA ESTADOS UNIDOS GUATEMALA PERÚ VENEZUELA

BOLIVIA CANADÁ ECUADOR HONDURAS PUERTO RICO

COSTA RICA NICARAGUA PANAMÁ

R E P Ú B L I C AD O M I N I C A N A

Editorial Edil Inc.Consuelo Andino Julián Blanco Esq. Ramírez Pabón Urb. Santa Rita. Río Piedras, PR 0926Apartado Postal 23088, Puerto Rico Tel.: (1787) 763-29-58 y 753-93-81Fax: (1787) 250-14-07Correo electrónico: [email protected]ágina en Internet w w w . e d i t o r i a l e d i l . c o m

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Difusora Cultural México S. de R. L. (DICUMEX)Dr. Gustavo Adolfo AguilarB. Av. Juan Manuel Gálvez Nº 234 Barrio LaGuadalupe Tegucigalpa,MDC Honduras C. A.Tel.: (504) 239-41-38 Fax.: (504) 234-38-84 Correo electrónico: [email protected]

LA GACETA31

•11 (JUEVES)

19:00 LibreríaOctavio Paz

Presentación:Y si vivo cien añosde Rodrigo Bazán

•9 (MARTES)

19:00 LibreríaOctavio Paz

Presentación:Viajeros isabelinos enla Nueva Españade Lourdes de Ita

•18 (JUEVES)

1 9 : 0 0 U n i d a dCultural Jesús SilvaH e r z o g

Presentación:El pensamientobiológico a través delm i c r o s c o p i ode José Ruiz Herrera

•20 (SÁBADO)

Clausura

FERIA INTERNACIONAL

DEL LIBRO DE

MONTERREY

•23 (MARTES)

10:00-14:00 U n i d a dCultural Jesús SilvaH e r z o gSEMANA DE CIENCIA Y

TECNOLOGÍA

18:00 LibreríaOctavio PazSEMANA DE HISTORIA

ECONÓMICA DE MÉXICO

•24 (MIÉRCOLES)

10:00-14:00 U n i d a dCultural Jesús SilvaH e r z o gSEMANA DE CIENCIA Y

TECNOLOGÍA

Sede por definirSEMANA DE HISTORIA

ECONÓMICA DE MÉXICO

•25 (JUEVES)

10:00-14:00 U n i d a dCultural Jesús SilvaH e r z o gSEMANA DE CIENCIA Y

TECNOLOGÍA

Sede por definirSEMANA DE HISTORIA

ECONÓMICA DE MÉXICO

•25 (JUEVES)

19:00 LibreríaOctavio Paz

Presentación:El mito del desarrollode Oswaldo deRivero

•22 (LUNES)

10:00-14:00 U n i d a dCultural Jesús SilvaH e r z o gSEMANA DE CIENCIA Y

TECNOLOGÍA

18:00 LibreríaOctavio PazSEMANA DE HISTORIA

ECONÓMICA DE MÉXICO

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA• Calendario de actividades •

O C T U B R E 2 0 0 1

LIBRERÍAS DEL FCE(Visite nuestra página de internet: www.fce.com.mx)

• Librería Alfonso ReyesCarretera Picacho Ajusco 227,Col. Bosques del Pedregal,México, D.F.Tels.: 5227 4681 y 82

• Librería Daniel Cosío VillegasAvenida Universidad 985,Col. Del Valle,México, D.F.Tel.: 5524 8933

• Librería Octavio PazMiguel Ángel de Quevedo 115,Col. Chimalistac, México, D.F.Tels.: 5480 1801 al 04

• Librería Un paseo por loslibrosPasaje Zócalo-Pino Suárez delM e t r o ,Centro Histórico,México, D.F.Tels.: 5522 3016 y 78

• Librería en el IPNAv. Politécnico, esquina WilfridoMassieu, Col. Zacatenco, México, D.F.Tels.: 5119 1192 y 2829

• Ventas por teléfono:5534 9141

• Ventas al mayoreo:5527 4656 y 57

• Ventas por internet:[email protected]

•3 (MIÉRCOLES)

19:00 LibreríaOctavio Paz

Presentación:El mundo de Homerode Pierre Vidal-Naquet

•4 (JUEVES)

19:00 LibreríaOctavio Paz

Presentación:Fundamentos delanálisis social. Larealidad y suconocimientode Jaime Osorio

•13 (SÁBADO)

Inauguración

FERIA INTERNACIONAL

DEL LIBRO DE

MONTERREY

•26 (VIERNES)

10:00-14:00 Unidad Cultural Jesús Silva HerzogSEMANA DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA

Sede por definir: SEMANA DE HISTORIA ECONÓMICA DE MÉXICO

•27 (SÁBADO)

Librería Fray Servando Teresa de Mier (Delegación Monterrey)Actividades para conmemorar el Día Nacional de la Lectura

ORDEN DE SUSCRIPCIÓNSeñores: sírvanse registrarme como suscriptor de La Gaceta por un año

Nombre:Domicilio:Colonia:Estado:

Para lo cual adjunto giro postal o cheque por costos de envío: $150.00, para nacionales; $45 dólares alextranjero. (Llene esta forma, recórtela y envíela a la dirección de la casa matriz del FCE: CarreteraPicacho Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, C.P. 14200, México, D.F.)

C.P.:País:

• NUESTRA DELEGACIÓN EN GUADALAJARA •

Librería José Luis MartínezAvenida Chapultepec Sur 198,

Colonia Americana, Guadalajara, Jalisco,Tels.: (013) 615-12-14, con diez líneas

• NUESTRA DELEGACIÓN EN MONTERREY •

Librería Fray Servando Teresa de MierAvenida San Pedro 222,

Colonia Miravalle, Monterrey, Nuevo León,Tels.: (018) 335-0371 y 335-03-19

DANIEL COSÍO VILLEGASI C O N O G R A F Í A

A

Recientemente editada por el FCE, esta Iconografía revisa el complejo itinerario de Daniel Cosío Villegas (1898-1976) mediante una serie de imágenes, fotografías y documentos diversos que dan cuenta de su vida y

de su rica trayectoria intelectual y política. Aquí, Daniel Cosío Villegas se revela íntimamente a través de diversos nombres

compartidos y nos permite comprenderlo así en sus espacios personales como en los diversos ámbitos de suacción intelectual y civil.