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Ceremonia del Día del Abogado.

Edificio de Rectoría. Aula Magna. 12 de julio de 2017.

Me han recordado que, en alguna época de nuestra Alma Mater, sabios profesores del Derecho solían estimular a sus alumnos avanzados obsequiándoles con una novela: LA

COLUMNA DE HIERRO. Al hablar de Cicerón, Taylor Caldwell describe el foro romano con dos personalidades para desentrañar la Ley: el sabio jurisconsulto —tenedor de los grandes libros de consulta— y los advocati, aquellos que eran llamados en auxilio para hablar por otro, cuyo trabajo no exigía recompensa pues su misión era servir a quien buscaba justicia. En esta transmisión del libro, vemos la noble imagen universitaria que transfiere conocimiento de siglos, impulsa a jóvenes sucesores y da continuidad a la fe y esperanza en la Justicia. Doy la bienvenida y agradezco la presencia institucional y amistosa de la Dra. en D. Luz María Zarza Delgado. Consejera Jurídica del Ejecutivo estatal y representante personal del Gobernador Constitucional del Estado de México, Dr. en D. Eruviel Ávila Villegas. Gracias Dra. por acompañarnos en fecha tan especial. Nos distingue con su presencia —tan emblemática en esta fecha— el M. en D. Marco Antonio Morales Gómez. Ex Rector de nuestra Casa de Estudios; miembro del Consejo de la Judicatura estatal y representante personal del Presidente del Tribunal Superior de Justicia y del Consejo de la Judicatura del Estado de México,

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Dr. Sergio Javier Medina Peñaloza. Mtro.: bienvenido siempre a su Casa. Igualmente, nos honra la grata compañía del M. en D. Baruch Delgado Carbajal. Presidente de la Comisión de los Derechos Humanos del Estado de México. Agradezco la muy notable asistencia del M. en D. Germán García Beltrán. Vicefiscal general de Justicia del Estado de México y representante del Fiscal General de Justicia del Estado de México. Saludo cordialmente la grata asistencia del Dr. en C. S. Luis Raúl Ortiz Ramírez. Secretario de Rectoría de la UAEM. Saludo con especial gratitud la asistencia de la Dra. en C. Soc. y P. Gabriela Fuentes Reyes. Abogada General de la Universidad Autónoma del Estado de México. Agradezco con emoción profunda la compañía de la Dra. en D. Inocenta Peña Ortiz. Directora de la Facultad de Derecho, por su atenta disposición al desarrollo de esta ceremonia. De manera muy especial, saludo con admiración y respeto a la Dra. en D. Martha Elba Izquierdo Muciño. Profesora de Tiempo Completo de la Facultad de Derecho, a quien hoy se galardona por méritos que reflejan una brillante trayectoria profesional.

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Por cuatro décadas, el ímpetu informático ha trastornado culturas y economías a un ritmo tan vertiginoso que avasalla conceptos y paradigmas considerados irrefutables durante siglos. Nociones axiomáticas como civilización, progreso o solidaridad han diluido su profunda significación frente a la guerra inesperada, los incomprensibles terrorismos o la iniquidad que acompaña las migraciones inhumanas entre continentes. El mundo jurídico no ha permanecido inmóvil frente a las transformaciones impuestas por una época de turbulencias éticas y culturales. Las exigencias derivadas de esta mundialización, su vértigo informático y situaciones del intercambio acelerado entre individuos, comunidades y naciones han favorecido la propensión a homologar el sentido de las normas vigentes en todo el planeta. Dos temas ilustran esta sacudida planetaria. El primero expresa una serie de dilemas jurídicos en torno a las redes sociales, el uso y el abuso de las mismas o los excesos del Estado e individuos en pos de una verdad en disputa. El problema de las redes sociales y la respectiva implicación del Derecho nos sitúa en lo que André Comte-Sponville denomina relativismo intelectual extremo, el cual ha ganado adeptos a partir de nuestra fatiga, languidez y mentes entorpecidas. “Se argumenta”, observa el filósofo francés, “que el progreso es solo una ilusión, que la moral es embustera y nefasta, que nada es verdad o que la verdad no existe”. En esta perspectiva, que ningún conocimiento sea verdad absoluta o eterna es evidente; pero, asumir que las ciencias sean relativas, no es una razón para rechazarlas. Porque, de lo contrario, “si nada es verdad se puede pensar cualquier cosa y nadie sería responsable de nada. Si no existiera la verdad, no habría conocimientos ni por tanto progreso en el conocimiento.”.

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Estas palabras de Comte cuestionan nuestro tiempo: “Si no hay valor que valga ni deber que se imponga, sólo queda placer, cobardía, intereses y relaciones de fuerza. Si se careciera de valores, no habría ni derechos humanos, ni progreso social y político. Pasaríamos de la libertad a la licencia, de la rebelión a la indolencia, y del relativismo a la barbarie. Si todo está permitido y uno ya no tiene nada que imponerse a sí mismo, ni que reprochar a los demás, ¿para qué luchar contra el horror, la violencia, o la injusticia?” Opongamos con urgencia, concluye Comte-Sponville, racionalismo y humanismo a estos juegos de barbarie. Hagamos que la Ley y la Justicia coincidan en nuestro compromiso con la Verdad. El segundo tema se localiza en la moderna consecuencia de los Derechos Humanos, un planteamiento que concita unanimidad en los foros mundiales donde ocurre su promoción y defensa consecuente con los postulados emergidos de la revolución francesa. Esta homologación, sin embargo, propicia de tanto en tanto controversias respecto de su aplicación práctica. Existen casos específicos en algunos países, firmantes de esta Carta Internacional de Derechos Humanos completada en 1966, donde ritos y costumbres ancestrales contravienen el precepto universal y crean tensiones comunitarias. La aplicación de tratados internacionales en la materia pareciera ubicarse por encima de las leyes fundamentales y con ello generan contradicciones entre las bases de la cohesión comunitaria y los imperativos categóricos de dicha globalidad jurídica.

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Este cosmopolitismo exige agudas interpretaciones de gran riqueza y complejidad para el conjunto de la jurisprudencia. Día tras día, el abogado debe enfrentar esta innovación de mecánicas pesadas y agobiantes diligencias, impelido como nunca a la actualización ardua y metódica; un trabajo exhaustivo que no difiere de las obligaciones a que se hallan sometidos tribunales y universidades de nuestro tiempo. El laberinto de la modernidad jurídica —si se me permite parafrasear a nuestro poeta Octavio Paz— representa un camino interminable que demanda mucho y tenaz estudio pues “el derecho se transforma constantemente”, como ha sentenciado al inicio de su celebérrimo decálogo el uruguayo Eduardo J. Couture Etcheverry. Son diez máximas sintetizadas por el extraordinario procesalista cuya presencia conceptual permanece intacta a siete décadas de su publicación. Así, propone como principio de vocación estudiar, pensar, trabajar con denuedo y no rendirse. “(…) Pero el día que encuentres en conflicto el derecho con la justicia, lucha por la justicia”. Couture propone cultivar valores inquebrantables como lealtad, tolerancia, fe y paciencia que ennoblecen la ética del abogado. Añade la definición del ejercicio profesional como “una lucha de pasiones” que requiere olvido al término de los combates. El conmovedor remate del texto merece comentario aparte no sólo por la contundencia del examen para la ética de la abogacía, sino porque también retrata nuestra calidad moral cuando transmitimos una pasión intelectiva al hijo. Más aún, es aplicable como prueba de fuego a otras disciplinas académicas y a la voluntad misma de los universitarios.

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Al evocar el pensamiento de Eduardo Couture, me permito homenajear con respeto y admiración a los grandes abogados que la Universidad Autónoma del Estado de México ha formado desde su origen institutense en el siglo XIX. Miles de profesionistas del Derecho que han acrecentado el prestigio de nuestra Casa de Estudios a partir de convicciones deontológicas que explayan en diversos campos de actuación al egresar del aula.

Celebrar con ustedes esta fecha, la conmemoración por el Día del Abogado, es un honor donde también reconocemos a históricos abogados surgidos desde el Instituto Literario y de la Universidad Autónoma del Estado, cuyas trayectorias plenas de razones éticas cimentaron el prestigio de la Máxima Casa de Estudios de la entidad; una estafeta de orgullo que ustedes vienen asumiendo en el interminable relevo generacional. Nuestra institución ve en ustedes mujeres y hombres capacitados para ejercer con lealtad sus competencias en juzgados y tribunales; que desarrollan trayectorias en legislaturas, cabildos y cargos públicos donde se requieren individuos educados en la reflexión crítica y la interpretación aguda de la Ley; estudiosos de la doctrina que se retransmite en las aulas, con imaginación en debates parlamentarios. Para fortuna nuestra, muchos de ustedes aportan sabiduría y experiencias profesionales en la docencia universitaria. Con paciencia y lealtad, no se rinden en la batalla cotidiana por consolidar vocaciones y revaloran en el aula la razón de ser universitarios. Son ejemplos quienes pugnan por construir vínculos verdaderos con el mundo jurídico, quienes flexibilizan horarios para intensificar las prácticas en la observación directa de los juicios orales o que impulsan talleres y laboratorios jurídicos. Gracias a ello, la Universidad Autónoma del Estado de México se adecua a nuevos desafíos y requerimientos que derivan de modernizar tribunales y juzgados frente al debido proceso.

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Abogadas y abogados: Si el reto de esta época es recuperar el equilibrio entre el necesario respeto a los derechos humanos y el logro verdadero de la justicia a través de la ley, debemos trabajar con las herramientas ontológicas adquiridas en nuestra institución como el juramento profesional que compromete a vivir honestamente, no dañar a nadie y dar a cada quien lo que le corresponde. Recuperemos el placer y la responsabilidad de estimular con los grandes libros a nuestros sucesores. Reivindiquemos racionalismo y humanismo, como dice Comte-Sponville. Retomemos del maestro Couture Etcheverry el gusto por estudiar, pensar, trabajar y luchar; con lealtad y tolerancia; con fe y paciencia; en el olvido necesario de victorias y derrotas para soportar nuevos combates. Hagamos que nuestros hijos se sientan orgullosos de nuestra profesión. Sobre todo, en la lucha cotidiana por la igualdad jurídica, pugnemos por el sentido del derecho que una y otra vez coloca el corazón humano en el centro de la vida. Felicidades. Patria, Ciencia y Trabajo.