Certamen de cuentos 2014

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Edición de los cuentos ganadores del 17 certamen que se celebra a nivel de centro en CC Cruz de Piedra de Jumilla

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Relación de Ganadores3er Curso Infantil: ANTONIO GARCÍA LOZANO

“El Camión de Bomberos Campero”1er Curso Primaria: NOELIA GRANADOS AMADOR

“El Sapo Egoísta”2do Curso Primaria: KAOTAR LASFAR

“El Gigante Feliz”2do Curso Primaria. Apoyo: ZAKARÍA KADFI

“Busquemos Ayuda”3er Curso Primaria: GABRIELA VÉLEZ CALVA

“La Casa Embrujada”4º Curso Primaria: JUANI CARRILLO TORRES

“La Pequeña Abeja”5º Curso Primaria: NAYARA RUBIO SÁNCHEZ

“El Compañerismo”6º Curso Primaria: JOSÉ VERDÚ HERNÁNDEZ

“Aventuras en el Campamento”1º ESO: MARCOS GARCÍA MARÍN

“La Invasión Alienígena”

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1º ESO. Apoyo: CONSUELO SORIANO RODRÍGUEZ

“El Arcoíris Perdido”2º ESO: MOHAMED SEKRAM

“Una Niña Cariñosa”3º ESO: MAYRA ELIZABETH PANIMBONZA VEGA

“Risonlandia”4º ESO: ANA GILAR LÓPEZ

“Aprender a Valorar”

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Érase una vez un camión de bomberos que iba por el campo apagando fuegos.

Se estaba quemando una casa cerca de un monte y un búho fue volando a llamar al camión. El búho lo guió. Consiguieron apagar el fuego.

Una niña y su papá que vivía allí les

contaron que un rayo había caído del cielo. La

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niña y su papá les dieron las gracias. Al búho le regalaron una casita y al camión lo adornaron con flores.

Colorín colorado este cuento se ha acabado, y paso por un zapatito rojo para que mañana inventemos otro.Autor e Ilustrador: Antonio García Lozano

3º Curso de Educación Infantil

Érase una vez un sapo egoísta y gruñón.

Un día el sapo se sintió muy triste, sólo y aburrido, ya que no tenía nadie con quien jugar.

De repente, apareció una niña que vio al sapo tan triste que le preguntó:

- ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan triste?

-Porque estoy solo, nadie quiere estar conmigo.

-¿Por qué? – le pregunto la niña.

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-Porque dicen que soy muy gruñón, egoísta y que protesto por todo.

Entonces la niña le dio un consejo.-Deberías ser más amable y simpático

con todos tus amigos.La niña y el sapo se despidieron.Esa noche el sapo estuvo pensando en

lo que la niña le había dicho y decidió hablar con sus amigos y pedirles perdón.

Después, el sapo los invitó a una fiesta.

Y desde entonces el sapo ya no estuvo solo, porque ya había aprendido cómo debía tratar a sus amigos.

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Y colorín colorado, este sapo contento se ha quedado.

Autora e Ilustradora: Noelia Granados Amador

1º Curso de Primaria

En un país muy lejano, vivía una niña llamada Kaotar y un niño llamado Mohamed, los dos eran muy amigos y se pasaban el día entero juntos.

Un día fueron al bosque a buscar flores, se pusieron a jugar y se les hizo de noche. De pronto empezó a llover, se asustaron de los truenos y relámpagos y salieron corriendo.

Se encontraron una casa de madera con la puerta abierta. Con un poco de miedo, entraron pensando que no habría nadie. Encima de la mesa había una tarta, y sin pensarlo dos veces se pusieron a comer. De repente, apareció un gigante con la cara arrugada, peluda y con una nariz gigantesca.

Mohamed dijo: - ¡Qué feo eres!

Kaotar, empezó a temblar y tartamudeando dijo:- ¡Vaaamonoos a cacasa!

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El gigante salió corriendo tras ellos muy enfadado, pero como los niños eran muy rápidos llegaron antes a su casa.

Le contaron a su madre lo que había ocurrido y la madre de Kaotar decidió ir para hablar con el gigante. Los niños la siguieron, pero del susto que se llevaron Kaotar se desmayó y el gigante le dio una medicina y les pidió perdón por haberles asustado.

Los pequeños se hicieron muy amigos del gigante, que desde entonces vivió feliz y contento.

Autora e Ilustradora: Kaotar Lasfar 2º Curso de Primaria

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Había una vez un granjero llamado Zakaría y su mujer María. Eran muy trabajadores y tenían en su granja todo tipo de animales: ovejas, gallinas caballos y vacas. Se pasaban el día cuidándolos, dándoles de comer y acababan muy cansados, pero ellos eran felices.

Un día que los animales dormían, oyeron al granjero decirle a su mujer: - María, no tenemos dinero para comprar más

comida para los animales y no llueve, por lo que los campos están secos.- ¿Tendremos que cerrar la granja? – preguntó

su mujer.- Si no encontramos una solución, sí-

respondió el granjero.Los animales que no estaban del todo

dormidos, oyeron la conversación y se reunieron a pensar.

La oveja tuvo una idea:- ¿Por qué no hacemos jerséis con la lana que

me quiten?La gallina dijo: - Pues yo con mis plumas puedo ayudar para

plumeros.La vaca dijo que ella prestaría un poco de su

leche para hacer yogures.

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El caballo lo llevaría al mercado y lo venderían para conseguir dinero.

Al poco tiempo, le dejaron a Zakaría una bolsa con dinero y este le dijo a su mujer que ya no tendrían que vender la granja.

Y colorín colorado, este cuento de animales ha finalizado.

Autor e Ilustrador: Zakaría Kadfi2º Curso de Primaria. Apoyo

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Había una vez una niña que se llamaba Ana Belén.

Una tarde, jugando y corriendo, se fue alejando poco a poco de su casa y, cuando menos se lo esperaba, empezó a llover. Ana Belén, que no llevaba paraguas ni nada para protegerse de la lluvia, pensó en buscar cómo y dónde refugiarse. Encontró una casa abandonada y, sin pensarlo dos veces y sin llamar, pues la puerta no tenía cerradura, entró en ella. Nada más entrar, se encontró con un vampiro, un fantasma, un zombi y una momia.

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Ana Belén se sorprendió mucho, gritó y salió de la casa tan rápido, que los monstruos no tuvieron tiempo ni de reaccionar. Asustada como iba, ya no le importaba la lluvia, sólo quería llegar cuanto antes a su rica casa.

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Al llegar, contó a sus padres todo lo sucedido. Ellos, por supuesto, ya se lo imaginaba ella, no creyeron ni una palabra de lo que les contaba su hija. Creían que estaba delirando y estaban más preocupados por el resfriado que cogería al verla calada como una sopa; así que, la mandaron a ducharse y a ponerse ropa seca, a beber un vaso de leche y a dormir. Pero ella no pensaba en dormir, se

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vistió y se preparó para salir cuando todos estuvieran dormidos.

Cogió una linterna, una bicicleta, una estaca, un aspirador y un candelabro para hacer lo que tenían que haber hecho los mayores. Cuando la niña llegó y entró en la casa

embrujada, lo primero que vio fue al vampiro, fue a por él y le clavó la estaca. De pronto apareció el fantasma, encendió

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la aspiradora y lo succionó antes de que pudiera hacer nada. Del ruido apareció el zombi, a quien quemó con el candelabro encendido. Sólo le faltaba la momia; alumbrándose con la linterna, entró a una habitación y en un armario la encontró y, con la aspiradora, la succionó.

Al salir, encontró una pala en la puerta de la casa, entonces pensó e hizo un gran hoyo en el suelo. Allí enterró a todos los seres malvados que había liquidado esa noche para que no salieran a molestar a nadie más.

Los enterró y se fue a su casa antes de que se hiciera de día, antes de que la pudieran echar de menos. Al llegar a su casa comprobó que todos dormían y

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así supo que no habían notado su ausencia. Por eso, pudo ser feliz para siempre, sabiendo que había hecho algo bien sin que nadie se enterara.

Autora e Ilustradora: Gabriela Vélez Calva3º Curso de Primaria

Érase una vez una pequeña pradera en la que había una gran colmena. Allí, vivían miles de abejas y entre ellas había una que era muy pequeñita para la edad que tenía. Esta pequeñita abeja se llamaba Tina.

Tina era la más pequeña, pero también era la más bonita. Al igual

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que todas las abejas, le gustaba mucho volar y comerse el polen de las flores. Pero Tina tenía un problema, debido a su tamaño no podía volar distancias largas y por eso, no se alejaba nunca de la colmena. A Tina le gustaba volar, y deseaba hacerse mayor para ir a coger el polen con las demás abejas.

Todas las mañanas la abeja reina revisaba las colmenas para asegurarse de que todo iba bien. Cuál fue su sorpresa, cuando vio que faltaba una de sus crías, se puso muy nerviosa y alborotada. Entonces, empezó a llamar a todas las abejas de la colmena, para preguntarles si habían visto a su pequeña cría. Ninguna la había visto, pero como buenas compañeras que eran, se pusieron a buscarla por todos los sitios. Ninguna la encontraba, y la abeja reina, ordenó que tocaran la alarman de la colmena. Tina, en ese

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momento estaba jugando alrededor de la colmena, y fue a ver qué sucedía, y cuál era el motivo de tanto alboroto. Una de las abejas le dijo que la pequeña cría de la reina había desaparecido.

Tina sin pensárselo dos veces empezó a buscarla, pero no lo encontraba. De repente, vio una pequeña grieta en el suelo, que se formó a causa de un terremoto. Se asomó a ella, y allí estaba la pequeña cría. Tina gritó con todas sus fuerzas:

- ¡Aquí está, aquí está la pequeña cría. Aquí está la pequeña cría de la reina!

Todos los soldados de la reina intentaron sacarla uno por uno, pero no pudieron por su gran tamaño, y muy nerviosa y alborotada, la abeja reina se puso a gritar y llorar.

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Tina al ver así a la reina propuso ser ella, ya que era la más pequeña, quien se metiese en la grieta y

sacara a la pequeña cría.Al decir esto, todos se pusieron a

murmurar y a decir:- No va a poder, es muy pequeña

y debilucha.

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Pero Tina, que era muy valiente, entró en la grieta y al cabo de unos minutos apareció con la pequeña cría. Entonces, todos se pusieron muy contentos y admiraron el valor de Tina.

Así, Tina pudo demostrar que ser pequeña no es un impedimento para conseguir lo que te propongas. Con esfuerzo y valentía todo se puede alcanzar.

Autora e Ilustradora: Juani Carrillo Torres

4º Curso de Primaria

Había una vez una niña llamada María, era lista y tímida y vivía en una casita cerca del bosque con una familia humilde y buena.

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María no veía muy bien y llevaba gafas desde que era pequeña.

Sus compañeros de clase se burlaban de ella porque sus gafas tenían cristales gruesos.

Óscar, el niño más chulito de la clase y con muy poca educación, la llamaba “cuatro ojos”. Y casi todos los compañeros la conocían por “cuatro ojos”, porque así la llamaba Óscar.

Un día hicieron una excursión con el colegio para visitar unas cuevas famosas.

María vio a lo lejos un objeto que brillaba en el suelo. Como era muy curiosa, se separó del grupo para inspeccionar qué podía ser aquello. Óscar, al ver que María se alejaba, salió tras ella para comprobar qué hacía y así poder contárselo más tarde a los demás de la clase.

La maestra y el resto de los alumnos siguieron caminando en fila ajenos a lo que les había pasado a sus compañeros.

Oscar seguía a María y, sin darse cuenta, tropezó en una piedra, resbaló y metió el pie en un agujero. Al darse cuenta de que se caía, agarró a María, que iba delante de él, por el abrigo, y los dos cayeron en un socavón que estaba camuflado bajo unos matorrales.

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Cayeron dentro de un agujero muy profundo. Por suerte, no sufrieron nada más que unos rasguños y algún que otro corte producido por las ramas que se encontraban en las paredes de la cueva.

Al terminar el recorrido, la maestra comprobó que faltaban dos de sus alumnos: Óscar y María, y volvió a entrar en la cueva para buscarlos. Como no los encontraba, inmediatamente avisó a la policía. Pasaron muchas horas hasta que oscureció. La policía, los bomberos y algunos vecinos del pueblo siguieron buscándolos con linternas durante toda la noche.

Cuando Oscar y María se recuperaron del golpe y se dieron cuenta de lo que les había pasado, miraron a su alrededor y vieron que estaba todo muy oscuro, solo se veía un rayito de luz que apenas llegaba de la superficie.

Llenos de pánico, empezaron a dar gritos, pero nadie los escuchaba. Decidieron tranquilizarse, se hacía de noche y tenían que pensar con calma y recuperarse para la mañana siguiente.

Óscar, aunque estaba aterrado, se hizo el valiente y le dijo a María que se tranquilizara, que seguro que estarían buscándolos y que pronto los encontrarían.

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Y así pasaron toda la noche abrazados, temblando de miedo.

A la mañana siguiente, todavía seguían ahí, y solo se veían con ese rayito de luz. Pasaban las horas y supieron que era mediodía porque el rayito alumbraba justo en el centro del suelo.

María encontró unos palitos que había en el suelo, cogió varios y, haciendo una lupa con sus gafas, convirtió aquel rayito en una llama para encenderlos y así poder alumbrarse. Óscar, muy contento, encendió otro palito y, gracias a esa luz, pudieron caminar juntos para buscar una salida.

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Caminaron un buen rato, a través de muchos pasadizos, hasta que llegaron a la entrada principal de la cueva. Ese día, Óscar pudo comprobar que, gracias a las gafas de María, habían podido salir de ese terrible agujero. Le dio un fuerte abrazo y le pidió perdón por haberse reído siempre de

sus gafas.

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Al día siguiente, ya recuperados, volvieron al colegio y se encontraron de nuevo con todos sus compañeros. Óscar les explicó con detalle la aventura que habían tenido y que gracias a María y a sus gafas, pudieron salir de ese agujero.

Desde ese momento nadie insultaba ya a María, la llamaban por su nombre y aprendieron que lo más importante de una persona no es su aspecto exterior.

Autora e Ilustradora: Nayara Rubio Sánchez

5º Curso de Primaria

El primer día de campamento fue extraordinario. Los días previos al viaje me sentía algo distraído y excitado. Aquella noche no pegué ojo, hacía ya varios días que lo tenía todo preparado. Por fin llegó la mañana, cerré la maleta y me encontré con Juanito, muy emocionado también. ¡Me voy de viaje! Mi madre, mi hermana y yo caminábamos tranquilamente, había tiempo de sobra. Al

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doblar la esquina me choqué contra una farola. Allí estaba el autobús y todos mis amigos revoloteando alrededor. Le endosé la maleta a mi madre, pues Richi y yo teníamos pensado pillar sitio en los asientos de atrás y otros cerca de nosotros para las chicas. Desde el cristal saludé a mi madre y a mi hermana, que no paraba de agitar la mano.

Nos esperaban diez horas de viaje. En el autobús cantamos, jugamos, nos reímos y nos dormimos. A mitad del camino nos tomamos un tentempié, en la venta de un pueblo cercano al campamento. Las maestras, un té. Continuamos el viaje y, ¡por fin! llegamos al campamento. Mi madre telefoneó, le conté que nos estaban dando instrucciones con las normas del lugar.

La primera sorpresa fue que, para comunicarnos, necesitábamos hablar con nuestros monitores en inglés. De alguna forma había que sobrevivir. Nuestros compañeros de la otra punta de España fueron recibidos en el comedor de la cabaña más grande. Nos empezamos a conocer mediante actividades como canciones, juegos, etc. Estábamos agotados, así que todo el mundo a dormir.

Al día siguiente nos reunimos en medio de la naturaleza. Aquel día estaba todo nevado. El paisaje era realmente fascinante y sorprendente. Le pegué a Richi con una bola de nieve en sus partes bajas y vio las estrellas. Hicimos un muñeco de nieve, sus

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ojos eran dos lacasitos. Vimos un águila enorme buscando comida y salimos corriendo despavoridos. De pronto, nos encontramos ante un río y, para cruzarlo, hicimos un puente con un tronco grueso de árbol que había por allí. Demasiadas emociones y, además, empezaba a anochecer. No había tiempo para regresar al campamento. Entonces nuestro grupo, unos diez o doce niños acompañados de dos monitores americanos, nos detuvimos en una cueva y encendimos una hoguera, pues hacía frío. El ambiente era misterioso. Nos pusimos alrededor del fuego a contar las peripecias de ese día. De repente, el suelo empezó a temblar, parecían unas gigantescas pisadas y un ruido extraño y feroz nos envolvió a todos.

“¡Mira lo que tienes detrás de ti, Dani!”, exclamó Raquel. Sin pensarlo, me abalancé sobre “esa cosa” y lo asusté, alzando una antorcha en mi mano. La enorme bestia retrocedió por el pasillo de la cueva y todos salimos inmediatamente de allí con la lengua por el suelo: “¡Yo creo que era un oso!”, dijo alguien. “¡No, era un monstruo enorme y venía a por nosotros!”, contesté, y todos aplaudieron la idea que tuve: “¡eres nuestro héroe!”. “No es para tanto”, exclamé yo. Cualquiera en mi lugar hubiera hecho lo mismo.

De regreso al campamento encontramos el camino fácilmente. Una vez allí, nos calmamos y dormimos plácidamente.

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Al día siguiente hicimos actividades con arcilla, elaboramos pan en un taller de panadería y aprendimos nombres de árboles y animales para aumentar nuestro vocabulario inglés. Lo que no esperábamos era lo que nos iba a suceder por la noche.

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Después de cenar jugamos a adivinar canciones y películas a través de gestos. El equipo azul nos ganó por una mínima diferencia. En la cena nos reímos mucho contando chistes. A continuación, íbamos a nuestro dormitorio cuando percibimos un denso humo que inundó la sala. “¡Fuego, fuego! ¡Salid, salid rápido!” gritaron los mayores. Entre todo ese alboroto intenté

recuperar algunas de mis pertenencias. Miré debajo del colchón y descubrí un pergamino que se camuflaba entre mi ropa. “¿Para qué diantres es esto?”, me pregunté. Parecía el mapa de un tesoro. A pesar de la situación, solo podía pensar en aquel gran descubrimiento. “¡Poneos en marcha, que vamos a buscarlo!”, les dije a mis amigos. El fuego se extinguió cuando vinieron los bomberos.

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A la mañana siguiente nos dirigimos al sitio que indicaba el mapa. Era un extraño lugar rodeado de rocas con formas de animales, probablemente fósiles. Destacaba un gran monumento que se asemejaba a un barco pirata, por su forma y su tamaño. Era nuestro objetivo.

Cuando dimos con el cofre del tesoro fue algo mágico, como abrir la cueva de Alí Babá. No podía creerlo: ¡era una fortuna procedente de un antiguo rey moro!

El dinero lo destinamos, en parte, a reparar los daños causados por el incendio en la cabaña del campamento y, el resto, fue para una sociedad benéfica que cuidaba a personas pobres y enfermas, por lo que todos recibimos un obsequio y nos quedamos con ese fantástico recuerdo.

Autor e Ilustrador: José Verdú Hernández

6º Curso de Primaria

Érase una vez un habitante de un planeta muy lejano que llegó a la Tierra. El extraño ser no tenía aspecto

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humano ni mucho menos, sino que era verde y tenía el cuerpo cubierto de escamas, además de una larga cola. Llegó diciendo que era la avanzadilla de un ejército alienígena y que traía un mensaje para los terrícolas. El mensaje decía así: “Nuestro ejército no invadirá vuestro primitivo planeta, siempre que me venzáis en cualquier juego o deporte que vosotros mismos elijáis”.

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La Organización de las Naciones Unidas, muy preocupada con el tema, preparó a los mejores jugadores de todos los deportes que existían y de

todos los juegos que se le pudieron ocurrir, pero ninguno de esos expertos competidores pudo derrotar al invasor, que lo único que manifestó fue un ligero cansancio.

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Aunque lo que el extraño ser no sabía es que el plan original de los grandes jefes de la Tierra era precisamente ese: provocarle un agotamiento tan grande, que le hiciera caer exhausto y así poder vencerle.

Pero el alienígena no se agotaba tan fácilmente, pues con un pequeño tiempo de recuperación volvía a las actividades con más energías todavía.

Decidieron dejar a un lado los deportes y le pusieron a hacer los trabajos más duros que se pudieron imaginar, diciéndole que se trataba de juegos: excavar zanjas, levantar paredes de ladrillos, acarrear piedras, cortar gruesos troncos de árboles para hacer leña, etc. Él trabajaba día y noche sin parar, hasta que un buen día se quedó dormido de puro agotamiento.

Todas las grandes personalidades aprovecharon esta tregua para reunirse y decidir cómo vencer al ser invasor, y urdieron un plan.

Cuando el alienígena despertó, le presentaron al habitante más anciano de la ciudad.

-Escucha, grandullón, voy a proponerte algo, -le dijo al lagarto.

-Soy mucho mejor que todos vuestros mejores deportistas. Seguro que también

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soy mucho mejor que tú, -le contestó éste con aire insolente.

-Yo soy campeón mundial de inmersión sin oxígeno. Aguanté 100 años debajo del agua sin respirar, -le mintió el anciano.

-¿Ah, sí?, pues yo conseguiré aguantar 200 años, -dijo el extraño ser.

El extraterrestre, que era bastante bruto, pero que tenía poca inteligencia, se sumergió en el agua con idea de no salir hasta que no hubiesen pasado esos 200 años.

Los habitantes de la Tierra se quedaron tranquilos, de momento, pues sabían que tenían un periodo de 200 años para poder inventar cualquier arma que les ayudara a defenderse de los ataques alienígenas.

Y así fue:

Cuando pasaron los 200 años y el extraterrestre salió del agua, dijo:

-¡He vencido! Así que se han acabado todas vuestras oportunidades. Y llamó a toda su flota de naves diciéndoles que podían comenzar la invasión de la Tierra.

Pero los humanos, que ya se habían preparado para esta situación,

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consiguieron librarse de los alienígenas con las armas más avanzadas y sofisticadas que se habían conocido hasta entonces.

Autor e Ilustrador: Marcos García Marín

1º Curso de Secundaria

Había una vez en un país, llamado Villa Doble de los Colores, una niña llamada Dulce María. Ella iba al colegio, como todas las mañanas cuando, de repente, se encontró una llave muy rara. Le llamó la atención y se la guardó en la mochila.

Cuando llegó a su casa, descubrió que su madre estaba muy enfadada porque Dulce María había bajado las notas, así que tuvo que irse a su habitación a estudiar, pues estaba castigada. La verdad es que Dulce María era una niña un poco desobediente y, en vez de estudiar, se puso a jugar con una pelota dando golpes contra la pared.

De repente, se rompió un ladrillo y se abrió un agujero en la pared. Dulce María se asomó y descubrió que al otro lado había una puerta de madera. Se metió

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como pudo e intentó abrirla, pero no lo consiguió porque estaba cerrada con llave. De pronto, se acordó de la llave que tenía en la mochila, la buscó y probó con ella y, cuando notó que giraba, se quedó muy sorprendida.

Se quedó impresionada al ver el maravilloso paisaje que apareció, el más bonito que había visto en su vida, así que se decidió a entrar y empezó a caminar mientras admiraba todo lo que había a su alrededor: un montón de árboles diferentes, flores de todos los colores y perfumes, etc.

Llevaba un rato andando cuando escuchó un grito a su espalda. Se dio la vuelta y vio que la miraba un perrito de pelo blanco y ojos azules, que la sorprendió diciendo:

-¡Hola, buenos días, señorita!

La niña se quedó con los ojos en blanco, pero por fin reaccionó y pudo hablar:

-¡Hola!, ¿qué haces aquí?

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-Voy buscando al Mago Multicolor, -le contestó el animal. –Tengo que pedirle tres deseos.

-¿Tres deseos? –preguntó Dulce.

-Sí, -respondió. –Si quieres, puedes acompañarme.

Continuaron caminando y al poco tiempo se escuchó un ruido y salió de detrás de unas matas un hermoso pavo real. Dulce María le preguntó:

-¿Cómo te llamas?

-Me llamo Celeste, -le contestó el precioso animal.

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-¡Qué nombre más bonito! ¡Me encanta!, -dijo la niña. -¿Y qué haces por aquí?

-Voy buscando al Mago Multicolor.

-¡Qué casualidad!, nosotros vamos al mismo sitio. Si quiere, iremos juntos.

-De acuerdo, -respondió el pavo real.

Y siguieron caminando los tres. Pasado un buen rato, se encontraron con un pequeño ser que lloraba desconsoladamente. Era un duende. Dulce se acercó inmediatamente y le preguntó:

-Señor, ¿qué le sucede?

-Un mago que llevaba un traje de muchos colores me ha robado mi precioso arcoíris, -contestó el hombrecillo.

-¿Un mago vestido de colores?¿De qué me suena eso?, -dijo la niña.

-Se trata del Mago Multicolor, -afirmó Celeste.

Dulce se sorprendió mucho, ya que pensaba que el Mago que concedía tres deseos era una persona buena. Pero el duende tenía pruebas: un papel que decía que era una mala persona y que estaba en busca y captura.

-¿Qué hacemos ahora?, -preguntó el perrito.

-Yo creo que ahora más que nunca debemos encontrar al mago. Así lo podremos entregar a las autoridades, -respondió Dulce María.

Así que la niña y sus amigos reanudaron de nuevo el camino para tratar de dar con el Mago Multicolor.

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Siguieron andando y andando hasta que llegaron a un castillo, en cuya puerta había un soldado.

-¿Dónde creéis que vais?, -les preguntó de muy malas maneras.

-Queremos ver al mago, -contestó Dulce.

-Pues no se puede pasar, -les dijo el guardia.

La niña y sus amigos se quedaron fuera pensando en lo que podrían hacer e idearon un plan.

El perrito empezó a dar saltos y vueltas para distraer al soldado hasta que lo consiguió y, mientras tanto, los otros dos entraron corriendo al interior del castillo. Recorrieron varias habitaciones hasta dar con el mago. Lo atraparon para entregarlo a las autoridades y se llevaron también el arcoíris que, casualmente, estaba iluminando la habitación.

Pero el mago, que en el fondo estaba cansado y arrepentido de ser malo, se disculpó con todos ellos y también con el duende, por haberle robado su precioso arcoíris y al final se hicieron todos amigos.

De pronto, la niña escuchó la voz de su madre, que le decía:

-¡Dulce, despierta, que nos vamos todos al cine!

Resulta que todo había sido un sueño. Pero, al volverse vio sobre la mesilla un sobre que contenía un mensaje de sus amigos. El mensaje decía: “Esperamos volver a verte pronto”.

Y lo mejor de todo, es que Dulce María aprobó ese curso con muy buenas notas.

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Autora e Ilustradora: Consuelo Soriano Rodríguez

1º Curso de Secundaria. Apoyo

Érase una vez, en un pequeño pueblo, una niña cariñosa llamada Bulma, que vivía con sus padres y su hermano Yamcha.

A Bulma le gustaba leer cuentos e inventarse historias. Un día estaba sentada imaginándose historias, como siempre.

- ¡Bulma! ¡Bulma!El grito de su madre la sacó de sus

sueños.- Corre a la tienda y tráeme café para

los invitados.Bulma cogió dinero para comprar el

café. Pero de camino a la tienda, escuchó el sollozo de un niño pequeño.

- ¿Qué te pasa?- preguntó Bulma.

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- Me he perdido y quiero encontrar a mi mamá.

Bulma le ayudó y le dio el dinero que tenía. La madre del niño le dio las gracias y le regaló un bote de miel pequeño.

La niña siguió su camino a la tienda pensando con qué dinero compraría el

café.

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Más adelante, Bulma se encontró con una anciana que pedía limosna. La anciana le comunicó que estaba enferma. La niña le dijo que no tenía dinero, pero que le podía dar el bote de miel, entonces se lo dio y le dijo:

- ¡Que te mejores!La anciana le dio las gracias y le

entregó un trozo de pan envuelto en un pañuelo.

Bulma, al ver que no le quedaba tiempo, corrió para hacer el pedido de su madre.

- ¿Cómo voy a conseguir el café sin dinero? –pensaba mientras seguía su camino.

Se encontró a un hombre delgado y sin el sentido de la vista.

- ¿Le ayudo, señor?- Sí, estoy hambriento y no tengo nada

que comer.Bulma le ofreció el trozo de pan al

anciano. El anciano le dio las gracias y también una nuez, que era lo único que tenía.

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Como tardaba tanto, su padre salió a buscarla, y al encontrarla se acercó a ella y se la llevó de la mano.

-Vámonos a casa que ya he comprado el café –le dijo la niña un poco asustada.

Su padre la regañó por el tiempo que había tardado.

Bulma y su padre llegaron a casa donde su madre les esperaba.

- ¿Dónde está el café? –le preguntó la madre.

Bulma le entregó la nuez y les explicó todo lo sucedido. Entonces los padres la abrazaron por su buen comportamiento.

Al rato, Bulma abrió la nuez que le había dado el hombre sin el sentido de la vista y recibió una gran sorpresa: había dos monedas de oro dentro de la nuez.

Al ver ese milagro, el padre dijo:-¿Cómo puede haber dos monedas de

oro en una nuez?Los padres, que estaban orgullosos de

su hija, guardaron las monedas de oro y …

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Supongo que vivieron felices y no comieron perdices, porque tenían para mucho más.

Autor e Ilustrador: Mohamed Sekram

2º Curso de Secundaria

Había una vez una pequeña ciudad llamada Risonlandia, en la que no se escuchaba llanto de nadie, tristeza o dolor. Ahí supuestamente solo había alegría, felicidad y muchas, muchas risas.

Pero en una ocasión se murmuró que había una joven que vivía sumida en una gran tristeza y dolor por algo que le había sucedido en su infancia. Esta joven tenía 16 años y se llamaba Azul. Sus padres habían elegido ese nombre por el color de sus ojos, azules como el cielo y el agua del mar. Azul vivía sola, ya que sus padres habían muerto hacía mucho tiempo, en una pequeña casita alejada de la ciudad. Casi nadie en Risonlandia la conocía, ya que pasaba la mayoría del tiempo encerrada en su pequeña y misteriosa casa

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sin tener ninguna relación con las demás personas.

Sin embargo, había alguien que la conocía muy especialmente: Joaquín, el viejo pintor de cuadros de Risonlandia. En una ocasión, se encontró en el parque con unas personas que creían que allí no existía nada que tuviera relación con la tristeza o el dolor, y les dijo: “Yo les aseguro que a las afueras de la ciudad vive una hermosa joven llamada Azul. Ella puede ser la tristeza, la soledad y el dolor que habita en Risonlandia”.

Azul tenía un gran rencor y tristeza en su alma y su corazón ya que, hacía nueve años, había sido testigo de un brutal suceso: el asesinato de sus padres. Ellos habían sido condenados a muerte en la ciudad donde anteriormente habitaban, llamada Crotonlandia, y en la que no existía el derecho de libre pensamiento y expresión, ya que solo se podía hacer lo que ordenara el Rey Crotoro.

El rey Crotoro era un hombre malo, frívolo y asesino, y como los padres de Azul nunca estuvieron de acuerdo con las reglas que imponía el Rey, en una ocasión le dijeron: “Rey Crotoro, cada una de las personas que habitamos aquí en Crotonlandia somos libres y tenemos derecho a pensar y hacer lo que queramos, por supuesto, siendo consecuentes con nuestras acciones”. En ese momento fue cuando el Rey Crotoro dio la orden para que

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los padres de Azul, Don Arturo y Doña Aurora, fueran decapitados por faltar al reglamento del Rey Crotoro. Don Arturo y la Señora Aurora fueron asesinados frente a los ojos inocentes de su hija Azul, la cual solo tenía siete años, una edad en la que todo se aprende y nada se olvida.

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Azul, al ver la gran maldad del Rey, decidió huir hacia una ciudad llamada Risonlandia. Al poco tiempo de su llegada allí, pensó que tenía que hacer algo para poder sobrevivir y empezó a trabajar como asistente en el taller del pintor Joaquín, y por esta razón él la conocía muy bien, ya que ella le había comentado lo que había sucedido en Crotonlandia.

Más tarde, Azul dejó de trabajar con el señor Joaquín y decidió trabajar como panadera, ya que, desde pequeña, le había gustado hornear pan y pasteles con su madre. Y fue así como se puso a trabajar en la panadería del pueblo llamada “Dulces Risas”.

Azul era bastante eficiente en su trabajo, entraba a las siete de la mañana y salía a las cinco de la tarde y de ahí se iba a su casa y nadie más la veía.

Cuando llegaba a su casa, no hacía más que pensar en aquello tan malvado y feo que les había sucedido a sus pobres padres. Lo que no sabía era que en Risonlandia había muchas personas interesadas en conocerla, pues Joaquín les había contado su historia y todos querían ayudarla y hacer amistad con ella.

Cuando la gente la veía por la calle, aunque no estaban totalmente seguros de que fuera ella y por lo único que la identificaban era por sus ojos azules, la saludaban y le sonreían para que ella se sintiera bien y empezara a abrir su corazón poco a poco.

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Un día, Joaquín decidió ir a visitarla para decirle que en el exterior había una ciudad llena de buenas personas que estaban dispuestas a aceptar un habitante más.

Al llegar a casa de Azul, tocó la puerta y ella, con una voz muy baja y temblorosa, preguntó: ¿Quién es?

Joaquín, muy amablemente, dijo: “Soy yo, pequeña Azul, el viejo Joaquín y quería ver si me permites hablar contigo un momento.”

La chica contestó: “Ahora le abro la puerta, señor”.

Entonces, muy despacio y tímidamente, abrió la puerta y le dijo: “Pase señor, tome asiento, por favor”.

Joaquín entró y se sentó en una pequeña silla de madera y le dijo: “Hija, como sabes, soy una de las pocas personas que te conoce y quiero decirte que aquí, en Risonlandia, se supone que solo reina la felicidad, la alegría y las risas. Y como tú y yo sabemos, tú formas parte de esta ciudad y, por lo tanto, deberías ser como todos los que vivimos aquí, felices y sonrientes. Yo no fui tan discreto con lo que tú me contaste de tus padres y ahora hay muchas personas que saben por lo que tú pasaste y, por lo visto, sigues pasando. Y esas personas me pidieron que hablara contigo y que te convenciera para que salgas más y conozcas a las personas que viven aquí y así

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puedas entablar relaciones de amistad y puedas ser feliz”.

Azul le respondió: “Como usted sabe, Don Joaquín, mi corazón está lleno de odio por lo que injustamente le hicieron a mis padres. Por esa razón yo me niego a ser feliz porque no tengo a nadie por quien sonreír o estar feliz, aunque creo que cambiar eso sería maravilloso para mí y para los que viven aquí en Risonlandia, ya que soy consciente de que ellos no tienen la culpa de lo que me pasa. Pero dígame cómo puedo empezar mi proceso para ser una persona más sociable y amigable”.

Joaquín le respondió: “Todos te ayudaremos. En primer lugar, con que solo salgas a pasear por el parque, por el mercado o, simplemente, por las calles y les sonrías a los demás, podrás lograr que todos se fijen en ti y te hablen y puedas tener muchas amistades para lograr al fin ser feliz”.

Azul, con una gran sonrisa, le dijo: “¡Estoy dispuesta a hacerlo!”

Ella cumplió lo prometido y, al día siguiente, salió a pasear por las calles de Risonlandia, a sonreírle al mundo y tratar de entender lo maravilloso que es tener buenos amigos y felicidad en el corazón. Desde entonces, Azul inventó una frase que decía: “Las sonrisas son la vida de nuestro corazón”.

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Autora e Ilustradora: Mayra E. Panimbonza Vega

3º Curso de Secundaria

Voy a explicaros un poco de mi vida, así, de golpe, improvisadamente, como si alguien fuera a leerlo o, incluso, le importara…

Nací el nueve de agosto de 1996 en el hospital Dexeus de Barcelona, Cataluña. Al nacer con tan sólo siete meses de gestación, fui un bebé prematuro al que le costaba respirar con normalidad. Mi padre trabajaba y mi madre pasaba todo el día cuidándome, porque en más de una ocasión padecí de insuficiencia respiratoria, debido a un mal funcionamiento de los pulmones.

Hasta los cuatro años hice vida normal, o eso creo. Me sentía muy sola y les

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pedía a mis padres un hermano. Aída se llamó la criatura que habitaba en mi madre y que esperé ver casi nueve meses. Mi hermana era un bebé precioso. La quería incondicionalmente, de una forma como jamás había querido a alguien. Sentir que yo había sido pieza fundamental para crear una vida, me hacía sentir la persona más feliz del mundo. Pero conforme pasaba el tiempo, la felicidad iba desapareciendo; las discusiones se prolongaban cada vez más, y en mi casa se respiraba un aire frío y tenso.

Nunca he sabido con certeza la verdad de nada. Supongo que prefiero creer la versión que yo me he formado, antes que creer falsas versiones distorsionadas. Mis padres se separaron y yo no entendía nada. “Tú estás en medio, tú tienes la culpa”. Sin razones, me odiaba a mí y me sentía, en gran parte, culpable por el divorcio de mis padres. Quería quererles, pero no podía. Mi madre se quedó con nuestra custodia, y mi padre nos venía a ver dos días cada dos semanas. Siete años tenía yo y cuatro mi hermana. Siempre pienso: si nunca se quisieron ¿por qué incluso nos tuvieron a mi hermana y a mí? Se odiaban a muerte, y

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a nosotras nos manipulaban poniéndonos cada uno en contra del otro. Eso era un total caos.

En el colegio siempre tuve las amistades básicas y necesarias. Ni más ni menos. Nunca fui líder ni tampoco lo deseaba. Me gustaba estar al margen conmigo misma, porque ya estaba bien así. En casa, era un drama cada vez que mi padre se iba. Sentía que nos dejaba, que nos abandonaba. Sentía que jamás volvería.

Inciso: ¿alguien está leyendo el relato breve de mi vida? En ese caso continuaré igualmente sin esperar respuesta.

Al ir al instituto todo cambió. Mis antiguas amistades iban al pueblo de al lado, a tan sólo diez minutos y me quedé sola. Fueron la timidez y el miedo los que me impulsaron a encerrarme en mí misma. No confiaba en nadie, no creía en nadie, no sentía nada por nadie. No lograba entender el gran problema que me provocaba enfrentarme a otras personas. Fue como desaprender a hablar. Entonces empecé a sentirme vacía. Mi madre encontró a una pareja la cual odiaba y, de hecho, sigo odiando. Sé que nunca podré quererle. Tengo

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demasiados puntos negativos en contra de ese hombre, y su personalidad inmadura no ayuda a la situación. Me bastaría con saber que él quiere a mi madre, pero no. Es una persona aprovechada, mentirosa y manipuladora. Le odio. Discutía día sí y día también con mi madre e incluso con mi hermana. Chillaba, pegaba, tiraba y rompía cosas… Esa época fue horrible. Toda la frustración de estar sola en el instituto la pagaba con mi madre. Le tenía muchísimo odio y rabia. El odio y la rabia son sentimientos que todavía perduran en mí hacia ella.

Un día, después de una pelea con mi madre y de que quisiera llamar a la policía, decidí ir a vivir con mi padre. Cambio de vivienda, cambio de instituto, todo eran cambios; y la verdad, yo siempre he odiado los cambios, y más si son inesperados. Recuerdo el día en que me hice mis primeros cortes. Cortes que todavía me marcan clandestinamente. Nunca pude soportar el hecho de sentir que yo era inferior para mi madre que una persona de la calle, que era su pareja. Por aquel entonces, yo fui etiquetada en el instituto con apodos como ‘la margi’, ‘la friki’, ‘la chica que no habla’ o ‘la chica seria’; me marcó. Coleta

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alta, brakets y gafas. La combinación perfecta para caer mal a la escoria de gente superficial. En realidad, todavía sigo sin perdonarme cómo actué en aquel entonces. Creía ser invisible y por momentos dudaba si lo era realmente.

Me vine al pueblo de mi padre y decidí cambiar, mejorar; ser una persona completamente distinta, ser yo misma. Me solté el pelo y descubrí que mi melena rubia era bonita. Cambié de gafas y las dejé de llevar tan a menudo. Poco después me quitaron los brakets, e incluso llegué a ver mis ojos bonitos y verdes cuando me los maquillaba. Me costó, pero hice amigos. Gustaba a la gente y la gente me gustaba a mí. Encontré mi lugar, mi sitio. No me lo podía creer porque todo iba sobre ruedas. Excepto la relación con mi padre que, de mal en peor, nos íbamos distanciando. Discusiones, normas que decidí no acatar, reglas que no seguía, gritos, enfados… En resumen, la historia con mi madre se repetía de nuevo. Y no me perdoné tampoco volver a tropezar dos veces en la misma piedra.

Ese fin de semana, decidí salir con unos amigos del colegio. Mi padre me echó una mirada seria acompañada de: ‘Vuelve

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temprano y en condiciones’, mientras que yo salía por la puerta. Monté con una amiga en su coche y nos dirigimos hacia la discoteca. Mientras tanto, pensaba en las palabras de mi padre. Por eso, solamente tomé un Sprite. Sentí orgullo de mí misma, sobre todo de pensar que cuando llegara a mi casa, mi padre me vería en condiciones y nuestra distanciada relación se acercaría un poco. Hice una elección saludable, y su consejo fue correcto.

Terminó la fiesta a las 4:00 am. La gente empezó a conducir sin estar en condiciones. Mi amiga y yo volvimos al coche con la certeza de que iríamos a nuestras casas en paz. Nunca podría imaginar lo que me esperaba cinco minutos después… algo que jamás habría pensado.

Me encontraba tirada en la carretera mientras oía a un policía decir: ‘El chico que provocó el accidente iba borracho’. Su voz parecía tan distante… Mi sangre estaba derramada por todos lados e intentaba no llorar con todas mis fuerzas. Podía oír a los médicos decir: ‘Esta chica va a morir…’ Yo, mientras tanto, me preguntaba: ‘¿Por qué las personas son capaces de hacer esto sabiendo que

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pueden arruinar vidas… como la mía?’ Lo que sentía en ese momento era similar a un centenar de cuchillos afilados clavándose por todo mi cuerpo.

De repente, pensé en mi hermana y mis padres, cuando éramos felices. Cómo había ido cambiando todo conforme pasaba el tiempo. Deseaba verles para que me pudieran dar el último beso. Alguien debería haber dicho a aquel chico que está mal beber y conducir… Tal vez si sus padres se lo hubieran dicho no me habría pasado nada… Mi respiración se debilitaba, cada vez pasaban más cosas por mi cabeza y tenía muchísimo miedo. Pensaba que eran mis últimos momentos y me sentía tan mal… Me hubiera gustado que mi familia me pudiera abrazar mientras estaba allí tirada, inmóvil, casi muerta. Me hubiera encantado haberles dicho que les quería, ya que no pude demostrárselo. Mi cuerpo flojeaba más y más, no lo sentía.

Me di cuenta de que todo lo hecho en mi vida había sido un fracaso. No había sabido mostrar lo que realmente me importaban todos, debido a la hipocresía; aunque este arrepentimiento de última hora casi no me sirviese de nada. Pensé que todo estaba hecho… Pero no.

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Por suerte, no fallecí. Entré en coma, y durante tres meses en el hospital pude ver a mi familia más unida que nunca. Era fantástico. Fue entonces cuando comencé a valorar todo lo que no había apreciado antes.

Autora e Ilustradora: Ana Gilar López

4º Curso de Secundaria

Nació en 1881 en Moguer, Huelva, en el seno de una familia de ricos comerciantes.

De joven quiso dedicarse a la pintura, pero cuando un periódico publicó sus primeros

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versos, se decidió por la poesía. Cursó estudios en la Universidad de Sevilla.

En sus obras se encuentra la influencia del Modernismo de Rubén Darío y de los simbolistas franceses.

Baladas de Primavera, La Soledad Sonora, Diario de un poeta recién casado, Eternidades, Piedra y Cielo y Animal de fondo, son algunas de sus obras. Pero, sin duda, la más conocida es Platero y yo (1917).

En 1956, ganó el Premio Nobel de Literatura.

Realiza varios viajes a Francia y, más tarde a Estados Unidos, donde se casa con Zenobia Camprubí.

En 1936, al estallar la Guerra Civil española, se vio obligado a abandonar España. Estados Unidos, Cuba y Puerto Rico, fueron sus sucesivos lugares de residencia.

Falleció en 1958 en Puerto Rico.