Chesterton. Francisco de Asís

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SAN FRANCISCO DE ASÍS G. K. CHESTERTON Digitalizado por

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Se trata de una biografía de San Francisco de Asís escrita por el escritor británico Chesterton. Puede entrar dentro del tema biográfico

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  • SAN FRANCISCO DE ASS

    G. K. CHESTERTON

    Digitalizado por

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    Introduccin

    San Francisco y su siglo

    El siglo XIII se abre con el resplandor de un sol que lo ilumina y que se proyectar

    en los siglos posteriores. En ese siglo el estilo gtico alcanz su mximo esplen dor en lascatedrales de Colonia, Amiens y Burgos, entre otras. Florecieron las universidades, losgremios, las ciudades y las rdenes de caballera que defendan al dbil. Ese resplandor loprovoca un hombre que naci en 1182 en Ass, ciudad italiana de Umbra, hijo de PedroBernardone, rico comerciante, y de Madona Pica. Fue bautizado con el nombre de Juanpero aos ms tarde se lo llam Francisco por ser su madre natural de la Provenza.

    Su mayor mrito fue el de reflejar brillantemente la imagen de Cristo y su influenciaabarca actividades humanas tan diversas como literatura, filosofa, artes plsticas,teologa, ciencia y santidad. La literatura y la ciencia moderna son en parte producto deesa apertura de San Francisco a la naturaleza. No sin razn apareci en el siglo XIII elgenio literario del terciario franciscano Dante Alighieri (1265-1315) poeta mximo de lalengua italiana, y el Arcipreste de Hita en Es paa (1283-1350). Tambin surgen enaqulla poca telogos y filsofos como los dominicos San Alberto Magno (1193-1280)y Santo Toms de Aquino (12251274) y los franciscanos San Buenaventura (1221 1274) yJuan Duns Escoto (1266-1308). Entre los cien tficos precursores de la observacin de lanaturaleza -astrnomos, fsicos, qumicos y matemticos-, se refleja el espritu del santocomo in los franciscanos Rogelio Bacon (1214-1294) y el terciario Beato RaimundoLulio (1235-1315). Entre los artistas plsticos Cimabe (1240-1302), el terciario Giotto(12661337). Los reyes tambin acogen el espritu franciscano como el terciario rey diFrancia San Luis (12141270) y los reyes de Espaa San Fernando (1199-1252) y Alfonsoel Sabio el di las Diez Partidas (1221-1284). El viajero veneziano Marco Polo (1254-1324) y santos como el franciscano San Antonio di Padua (11911231) y Santo Domingode Guzmn (1170-1221) fundador di la orden dominicana di frailes mendicantes ypredicadores similar a la franciscana.

    SAN FRANCISCO DE ASIS Y EL SIGLO XX

    Los santos son ante todo hombres; la santidad, que es del orden sobrenatural, se

    apoya en el orden natural. El hombre es el nico ser de la creacin que puede ser santo,pero no hay dos santos iguales porque cada uno singulariza su santidad segn los donesrecibidos. A pisar de estar tan cercanos entre s en el tiempo, santos como Domingo deGuzmn, Toms de Aquino, Luis rey de Francia y Francisco de Ass, son muy dis tintosen su santidad.

    Los santos viven en la eternidad y en el tiempo, par ticipan de Dios y de la historia,pero la intemporalidad de San Francisco es ms evidente porque su lenguaje, que es el del

  • amor y del corazn, llega a lo ms profundo del ser humano. La santidad es la plenitud enel amor, pero en la unin con el Amor hay moradas y creemos que el hombre Franciscolleg a la ms cercana.

    Su figura en el siglo XX adquiere contornos y dimensiones similares a las que tuvohace 800 aos porque el siglo que termina est sediento de amor. Ha bebido el agua enfuentes envenenada y necesita fuentes puras. Se nos ocurre que el Amor lo ha elegidonuevamente para acercarnos el mensaje de su Hijo, el Verbo Encarnado, nos intrig hace

    20 siglos. Las palabras del mensaje son sencillas: "Amaos los unos a los otros como yo oshe amado", "Si amis slo a los que os aman, qu tiene de particular, no lo hacentambin los gentiles?. Amad a los que no os aman". "Dad di beber al sediento", "Lo quehicireis con el ms pequeo de vosotros conmigo lo estis haciendo" y "El que quiere iren pos de m que tome su cruz y mi siga". Palabras extraas al hombre moderno peropalabras de unin y di gozo que debemos empezar a balbucear y practicar como sifuramos nios recin nacidos.

    CRONOLOGIA DE LA VIDA DE SAN

    FRANCISCO

    1182. El 26 di Setiembre nace en Ass.1199. Interviene in el asalto al Castillo Imperial de Ass.1202. Cae prisionero in Peruggia luego de una guerra entre dicha ciudad y Ass.1205. Regresa enfermo de Spoletto luego di una frustrada intencin di guerrear inApulia.1206. A los 24 aos di edad renuncia a la herencia paterna delante di Guido, obispodi Ass, y empieza a vivir como un mendigo y a predicar el amor a Cristo y a lascriaturas.1207. El crucifijo di la iglesia di San Damin le habla y le dice que "reconstruya suIglesia" y San Francisco -entendiendo esas palabras materialmente - repara la iglesiade San Damin a la que seguirn otras cercanas.1208. El 24 di febrero, el da di San Matas, responde al llamado di Cristo y abraza lavida evanglica. Si dedica a comunicar el mensaje di amor enseado por Jesucristo diver a Dios in todas las criaturas.1209. Si le acercan los primeros discpulos o seguidores que tienen distinto orgen:ricos y pobres, nobles y plebeyos, sabios e iletrados, sacerdotes de diversa jerarqua ylaicos. En su mayora mayores que l y algunos de su misma edad.1209. Va a Roma para conseguir del Papa la aprobacin de las reglas. Su amigo yprotector el obis po Guido le presenta al Cardenal Juan quien rpidamente le consigueuna entrevista son el Papa Inocencio III. A pesar de la fuerte oposicin de algunoscardenales que consideraban imposible la pretensin de vivir en plenitud la vidaevanglica, el Papa posos das despus aprueba las Reglas de la nueva orden.1210. El obispo Guido permite a San Francisco predicar en la Catedral de Ass.1211. El 28 de marzo, Santa Clara viste el hbito religioso de las clarisas.1211. San Francisco realiza viajes apostlicos a Siria, a Espaa, Marruecos, Tnez,Oriente y Egipto. 1224.1217. El entonces Cardenal Hugolino, futuro Papa, se convierte en protector y padreespiritual de la orden franciscana.1221. Funda la Tercera Orden Franciscana para que los que quieran vivir el espritu

  • franciscano puedan hacerlo sin abandonar la vida en el mundo.1223. El Papa Honorio III confirma mediante una Bula la 2da. Regla de la Orden.1223. En Greccio, ciudad italiana, San Francisco por primera vez en la historia,organiza un pesebre para celebrar la Navidad.1224. En el otoo, en el Monte Alvernia, San Francis co recibe las llagas deJesucristo en las manos, los pies y en el costado del pecho.1225. Escribe el Cntico al Hermano Sol.1226. El 3 de octubre al atardecer a la edad de 44 aos muere San Francisco.1228. El 16 de julio es canonizado por el Papa Gregorio IX.

    Captulo 1

    El problema de san Francisco

    Un estudio moderno sobre san Francisco de Ass se puede escribir de tres maneras.

    Entre ellas debe elegir el autor, pero la tercera, que es la adoptada aqu, resulta en algunosaspectos la ms difcil. Cuando menos sera la ms difcil si las otras dos no resultaranimpo sibles.

    Segn el primer mtodo, el autor puede estudiar a este hombre insigne y asombrosocomo si fuera una simple figura de la historia secular y modelo de virtudes sociales.Puede describir a este divino demagogo como si fuera, y probablemente lo fue, uno de losver daderos demcratas del mundo. Puede decir, aunque ello signifique bien poso, que sanFrancisco se adelant a su poca. Y afirmar, lo que no deja de ser verdadero, que el Santoanticip cuanto de liberal y ms atractivo encierra el genio moderno: el amor de lanaturaleza, el amor de los animales, el sentido de la compasin social, el sentido de lospeligros espirituales que encierran la prosperidad y aun la misma propiedad. Todas estassosas que nadie comprendi antes de Wordsworth eran ya familiares a san Francisco.Todas estas sosas que Tolstoi fue el primero en descubrir eran sosa admitida y corrientepara el Santo. A l se lo podr presentar no slo como hroe humano sino tambin delhumanismo; en realidad como el primer hroe del humanismo. Se lo ha descrito comouna especie de lucero de la maana del Renacimiento. Y en comparacin con todo estopuede alguien ignorar o pasar por alto su teologa asctica como mero accidente de lapoca que afortunadamente no result fatal. A su religin se la puede mirar comosupersticin, bien que inevitable, de la que ni el mismo genio poda librarse totalmente y,vistas as las cosas, considerar que sera injusto condenar a san Francisco por la negacinde s o censurarlo por su castidad. No cabe duda que aun desde semejante punto de vistala estatura del Santo mantendra los rasgos de la heroicidad y todava mucho se podraaadir acerca del hombre que intent acabar las cruzadas hablando con los sarracenos eintercedi por los pajarillos ante el emperador. El autor de semejante estudio describirde manera puramente his trica toda la gran inspiracin franciscana que transutan luegolas pinturas de Giotto, la poesa del Dante, los "milagros" teatrales que hicieron posible eldrama moderno y tantas cosas que aprecia la cultura de nuestro tiempo. Ciertamente,puede el autor intentar un tratamiento del tema como ya otros lo hicieron sin casi plantearsiquiera la menor cuestin religiosa. En resumen, podra esforzarse por contar la historiade un santo sin Dios, lo cual se asemeja a querer relatar la vida de Hansen sin mencionarel polo Norte.

    Si se elige la segunda manera, el autor quizs se vuelque al otro extremo y asuma lo

  • que podramos llamar un tono decididamente piadoso. Har entonces del entusiasmoreligioso un tema tan central como lo fue para los primeros franciscanos. Tratar lareligin como la cosa real que ella fue para el Francisco de Ass real e histrico. Hallar,por as decir, un austero gozo en desplegar las paradojas del ascetismo y los trasiegos dela humildad. Marcar todo el relato con el sello de los estigmas y anotar los ayunoscomo batallas reidas contra un dragn, hasta que a la huera mentalidad moderna sanFrancisco le resulte tan sombro como la figura de santo Domingo. En resumen, crear loque muchos en nuestro mundo miraran como una suerte de negativo fotogrfico, como el

    reverso de todas las luces y sombras; cosa que los necios hallarn tan impenetrable comolas tinieblas y aun muchos sapientes tan invisible como lo escrito en plata sobre fondoblanco. Semejante estudio de san Francisco resultar ininteligible a cuantos no compartanla religin del Santo y tal vez slo en parte inteligible a quienes quiera no participen de suvocacin. Segn los matices del juicio que se adopten respecto a Francisco se lo mirarcomo algo muy bueno o muy malo para el mundo. Pero la nica dificultad paradesarrollar el tema segn esta orientacin radica en que la empresa es imposible. Paraescribir la vida de un santo se necesita otro santo. En el caso presente las objeciones aesta orientacin son insuperables.

    En tercer lugar, el autor puede tratar de hacer lo que yo he ensayado en este libro,mtodo que, como ya antes indiqu, encierra tambin sus peculiares problemas. El autorpuede adoptar la postura del hombre moderno comn que inquiere desde afuera, posturaque es todava la del autor de este libro en buena medida y antes lo fue en formaexclusiva. Como punto de partida puede uno empezar desde la visin de quien admira yaa san Francisco pero slo por las cosas que a ese hombre comn y moderno resultanadmirables. En otras palabras, presume que el lector es al menos tan ilustrado comoRenan o Matthew Arnold y, a la luz de este conocimiento, tratar de iluminar lo que Renany Matthew Arnold dejaron a oscuras. Se intenta, pues, echar mano de cosas yacomprendidas para explicar las que no lo son. Al lector moderno el autor le dir: "He aquuna personalidad histrica que a muchos de nosotros nos resulta atractiva por su alegra,su romn tica imaginacin, su cortesa y camaradera espirituales, pero en la que tambinconcurren ciertos elementos, evidentemente tan sinceros como vigorosos, que parecenharto anticuados y repulsivos. Pero, a fin de cuentas, este hombre fue un hombre y no unadocena de ellos. Lo que a vosotros os parece incompatible no le pareci a l tal. Veamos,pues, si es posible entender con ayuda de las cosas ya comprendidas las que parecenahora doblemente oscuras, por su propia opacidad y por su contraste irnico." Nopretendo naturalmente alcanzar esa totalidad psicolgica en este es bozo sencillo y breve.Quiero decir, empero, que es s ta la nica condicin polmica que doy aqu por sentada,a saber: que estoy tratando con alguien que desde afuera observa con simpata. Nosupondr mayor ni menor compromiso. A un materialista' no ha de importarle que lascontradicciones se concilien o no. Un catlico no ha de ver contradiccin alguna quedeba conciliarse. Pero en este libro me dirijo al hombre moderno comn, simpatizantepero escptico, y me atrevo a esperar, aunque sea vagamente, que, acercndo me a lahistoria del gran Santo a travs de lo que hay en ella de claramente pintoresco y popular,podr co municar al lector una mayor comprensin de la coherencia de su carcter enconjunto, y que, acercndonos a l de este modo, podremos juntos vislumbrar por lomenos la razn que asisti al poeta que alab a su seor el Sol para esconderse a menudoen oscura caverna, por qu el Santo que se mostr tan dulce con su hermano Lobo fue tanrudo con su hermano Asno -segn motej a su propio cuerpo-, por qu el trovador quedijo abrasarse en amor se apart de las mujeres, por qu el cantor que se goz en la fuerzay el regocijo del fuego se revolc deliberadamente en la nieve; por qu el mismo canto

  • que grita con toda la pasin de un pagano: "Loado sea Dios por nuestra hermana la Tierraque nos regala con variados frutos, con hierba, con flores resplandescientes", casi terminaas: "Loado sea Dios por nuestra hermana la muerte del cuerpo".

    Renan y Matthew Arnold fracasaron en esta empresa de conciliar contradicciones. Sedieron por satis fechos caminando junto a Francisco y prodigndole sus alabanzas hastaque en la marcha se cruzaron los propios prejuicios: los tercos prejuicios del escptico.En cuanto Francisco empez a hacer algo que no entendan o que no les resultaba grato,no intentaron comprenderlo y menos lo aprobaron; volvieron sencillamente la espalda atodo el problema y dejaron de "caminar junto al Santo". Pero de esta suerte resulta

    imposible avanzar en la senda de la inquisicin histrica. En realidad, nuestros escpticosse ven obligados a desistir, desesperados, del estudio de la totalidad del tema, aabandonar el ms simple y sincero de los caracteres histricos como un amasijo decontradicciones, al que slo cabe alabar desde una visin si no a ciegas a ojos tuertos.Arnold se refiere al ascetismo del Alverno casi de pasada como si fuera una mculadesafortunada pero innegable en la belleza de la historia; o mejor dicho, como si setratara de un desfallecimiento y de una vulgaridad en el final de la historia. Ahora bien,esto equivale, ni ms ni menos, a cegarse ante lo que constituye la fina punta y el sentidode los hechos. Presentar el monte Alverno como un mero decaimiento de Franciscoequivale exactamente a presentar el monte Calvario como un simple desfallecimiento deCristo. Estas montaas son, sean por lo dems lo que fueren, y es necio decir quecomparativamente son cavidades o huecos negativos en el suelo. Manifiestamenteexistieron para significar culminaciones y sealar linderos. Tratar de los estigmas comode una especie de escndalo, al que hay que referirse con ternura pero no sin pena, esidntico a hablar de las cinco llagas de Jesucristo como cinco mculas de su persona.Quizs no nos guste la idea del ascetismo; quizs nos repugne la idea del martirio, y eneste mismo orden de cosas hasta la concepcin del sacrificio que la cruz simboliza quizsengendre en nosotros una repugnancia sincera y natural. Pero si es una repugnanciainteligente, conservar an cierta aptitud para darse cuenta del sentido de la historia, seasta la historia de un mrtir o la de un simple monje. No se puede leer racionalmente elevangelio y considerar la crucifixin como una reflexin tarda o un anticlmax o unaccidente en la vida de Cristo; es muy a las claras la fina punta y el sentido del relato,punta como la de una espada, de aquella espada que traspas el corazn de la Madre deDios.

    Y no podremos leer racionalmente la historia de un hombre a quien se presenta comoespejo de Cristo sin comprender su fase final como "varn de dolores" y sin apreciar,siguiera artsticamente, lo acertado de verle recibir en una nube de misterio y soledad yno infligidas por mano de hombre las heridas incurables y eter nas que sanan al mundo.

    Por lo que hace a la conciliacin prctica de la alegra con la austeridad, dejar quesea la misma his toria la que sugiera. Pero ya que he mencionado a Arnold Matthew, aRenan y a los admiradores racionalis tas de san Francisco, insinuar lo que me pareceaconsejable que recuerde el lector. En cosas como los estigmas tropiezan estosdistinguidos escritores porque para ellos la religin es una filosofa. Los juzgaban, pues,cosa impersonal cuando lo nico entre las cosas terrenas que nos procura aqu unparalelismo aproximado es la pasin ms personal. Nadie se revuelca en la nieve por latendencia en cuya virtud todas las cosas cumplen la ley de su ser. Ni se priva de alimentopor amor de un algo -no de un alguien- que es fundamento de la rectitud. Har estascosas, u otras muy parecidas, en virtud de un impulso bien distinto. Har estas cosascuando est enamorado. Lo primero que hay que tomar en cuenta acerca de san Franciscoest ya contenido en el primer hecho con que arranca su historia, a saber, que cuando yaen los inicios dijo que era un trovador y proclam luego que era trovador de un romance

  • nuevo y ms noble no usaba una simple metfora; se comprenda a s mismo mejor que lohacen los eruditos. Fue hasta en las ltimas agonas del ascetismo un trovador. Fue unamante. Enamorado de Dios y enamorado en realidad y de verdad de los hombres, cosaque entraa una vocacin mstica mucho ms singular. Enamorado de los hombres es ca

    si lo contrario de filntropo; y por cierto, la pedanteradel vocablo griego conlleva en s una stira. Del filntropo puede decirse que ama a

    los antropodes. Pero como san Francisco no am la humanidad sino a los hombres, astampoco am la cristiandad sino a Cris to. Alguien podr decir, si as le place, que era lun luntico enamorado de una persona imaginaria; pero se trataba de una persona

    imaginaria, no de una idea imaginaria. El lector moderno, pues, hallar mejor la lave delascetismo y del resto en las historias de enamorados cuando stos se asemejan casi alunticos. Contemos la historia de Francisco como si fuera el relato sobre un trovador ylas cosas extravagantes que es t dispuesto a hacer por su dama y la perplejidad mo dernadesaparecer. En semejante romance no hay contradiccin entre el poeta que junta floresal sol y so porta una vigilia helada en la nieve, entre quien alaba toda belleza terrena ycorporal y se niega a tomar bocado, entre quien glorifica el oro y la prpura y viste aciencia y conciencia unos andrajos, entre quien muestra patticamente una grande hambrede vida feliz y a la vez una gran sed de muerte heroica. Estos enigmas se resuelvenfcilmente en la simplicidad de todos los amores nobles; slo que el amor de Francisco lofue tanto que muchos ni siguiera oyeron hablar de l. Veremos ms adelante que elparalelismo del amor mundano enmarca de manera muy til los problemas de la vida delSanto como, por ejemplo, las relaciones con su padre, con sus amigos, con sus familiares.El lector moderno descubrir que si es capaz de sentir co mo una realidad semejante amor,casi siempre podr sentir tambin esta suerte de extravagancia como un bello romance.Pero esto lo hago notar aqu a manera de punto preliminar porque, si bien est ello lejosde encerrar la verdad final en esta materia, constituye la mejor manera de aproximarnos aella. Nunca el lector empezar ni a vislumbrar siguiera el sentido de una historia quepuede parecerle lo ms extravagante mientras no comprenda que para aquel gran mstico

    su religin no era algo as como una teora sino algo as como unos amores. Y elnico propsito de este captulo preliminar consiste en exponer los lmites del presentelibro, que se dirige solamente a aquella porcin del mundo actual que encuentra en sanFrancisco cierta dificultad moderna, que se siente capaz de admirarle y no obstante loacepta a duras penas o que puede admirar al santo prescindiendo casi de la santidad. Y minico derecho para intentar siquiera semejante tarea consiste en que durante tiempo meencontr en distintos estadios de una situacin similar. Infinidad de cosas que ahoracomprendo en parte las imagin del todo incomprensibles; muchas que ahora tengo porsagradas las hubiera desdeado como totalmente supersticiosas, y muchas que, alconsiderarlas desde adentro me parecen lcidas y transparentes, hu biera dicho consinceridad que eran oscuras y brbaras miradas desde afuera cuando ya hace aos, en losdas de mi mocedad, en mi fantasa prendi fuego por vez primera la gloria de sanFrancisco de Ass. Tambin yo he vivido en Arcadia; pero en la misma Arcadia en contra un caminante vestido con hbito pardo que amaba los bosques ms que Pan. La figuracon hbito pardo se levanta sobre la chimenea donde escribo, y es la nica entre otrasmuchas imgenes que en ninguna etapa de mi vida dej de serme familiar. Existe unacierta armona entre la chimenea y la luz de la lumbre y el primer placer que hall en laspalabras de Francisco sobre el hermano Fuego, pues su recuerdo se levanta bastanteremotamente en mi memoria para mezclarse con los ensueos ms domsticos de los dasinfantiles. Las mismas sombras fantsticas que proyecta la lumbre ejecutan una calladapantomima que remite a la infancia y, sin embargo, las sombras que yo vea eran yaentonces las sombras franciscanas de sus fieras y pjaros favoritos tal como l las vio

  • ornadas con la aureola del amor divino. Su hermano Lobo, su hermano Cordero casi separecen al hermano zorro y al hermano Conejo de un cuento infantil ms cristiano.

    Poco a poco he logrado ver nuevos aspectos maravillo sos de este hombre, pero nuncaolvid el que ahora me place evocar. Su figura se yergue sobre un puente que enlaza mijuventud con mi conversin a travs de muchas otras cosas, ya que el romance de lareligin de Francisco haba penetrado hasta el romanticismo de aquella huera pocavictoriana. Porque he pasado por esta experiencia espero lograr que avancen otros por elcamino un poco ms... aunque slo sea un poco ms. Nadie mejor que yo sabe que en talsendero hasta los ngeles andan con tiento; ms con todo y ver seguro mi fracaso no me

    abruma el temor puesto que el Santo supo tolerar con alegra a los locos.

    Captulo 2

    El mundo de san Francisco

    La innovacin moderna, que ha sustituido con el periodismo a la historia o, si se

    quiere, a la tradicin, que es como las habladuras de la historia, ha tenido por lo menosun resultado definido. Se ha asegurado que todos de cada relato oigamos el resultadonicamente. Los periodistas tienen la costumbre de imprimir en los ltimos captulos desus historias por entrega (cuando el protagonista y la protagonista estn a punto debesarse en el ltimo captulo, ya que slo una impenetrable perversidad les priv dehacerlo en el primero) estas palabras harto desconcertantes: "El relato puede empezaraqu". Pero aun esto ser para el caso un paralelismo incompleto, ya que los peridicos esverdad que dan una especie de resumen de los relatos, pero no dan nunca nada que separezca ni remotamente a un sumario de la historia. Los peridicos no slo hablan denovedades, de cosas recientes, sino que lo tratan todo como novedad, cosa reciente.Tutankhamn, por ejemplo, es para el periodismo una novedad. En la misma exactamanera leemos que el almirante Bangs cay muerto de un tiro, con lo que sta es laprimera indicacin que nos llega de que haya nacido. Hay algo curiosamente significativoen el uso que hace el periodismo de sus relatos biogrficos. Nunca piensa en informarsobre la vida sino cuando publica la muerte. Y aplica este procedimiento as a losindividuos como a las instituciones y a las ideas. Despus de la Primera Guerra Mundialnuestro pblico empez a oir hablar de naciones de toda laya que se haban emancipado;pero nadie le haba informado sobre que hubieran sido esclavizadas. Se nos convocaba ajuzgar la equidad de las soluciones cuando nunca se nos permiti ni oir siquiera palabracuando la existencia de conflictos. A la gente le parece pedante comentar la poesa picade los servios y preferir hablar en el lenguaje llano y moderno de cada da acerca de lanueva diplomacia internacional yugoslava; le conmociona extraordinariamente algo quellaman Checoslovaquia y al parecer nunca ha odo hablar de Bohemia. Cosas tan antiguascomo la misma Europa se consideran ms recientes que las proclamas muy posterioresenarboladas en las praderas de Amrica. Algo sorprendente y curioso: tanto como lo es elltimo acto del drama para quien llega al teatro un momento antes de caer el teln. Perono precisamente conducente a saber de qu se trata. Esta desgarbada manera depresenciar el drama podr recomendarse a quienes se contenten con presenciar elmomento del pistoletazo o del beso apasionado. Pero a quienes atormente la curiosidadintelectual sobre quin da el beso o es asesinado y por qu nunca les resultar ellosuficiente.

  • En buena medida la historia moderna, sobre todo en Inglaterra, se resiente del mismodefecto peculiar al periodismo. De la cristiandad nos contar a lo sumo la mitad de lahistoria y, para el caso, la segunda sin la primera. Hombres para quienes la razn empiezacon el Renacimiento y la religin con la Reforma nunca sern capaces de brindarnos unrelato completo de nada, pues obligadamente parten de instituciones cuyo origen nosaben explicar y, por lo comn, ni siquiera

    imaginar. Tal como nos enteramos de que el almiran te cay muerto de un tiro sinhabrsenos informado que hubiera nacido, asi omos hablar largamente sobre ladisolucin de los monasterios sin casi ser advertidos de la creacin de los mismos. Ahora

    bien, una historia as resulta irremediablemente insuficiente has ta para el hombreinteligente que odia los monasterios. Y resulta tambin irremediablemente insatisfactoriacon relacin a ciertas instituciones que de hecho odian con espritu perfectamente sanomuchos hombres inteligentes. Por ejemplo, es posible que algu nos de nosotros noshayamos tropezado en nuestros cultos autores de primera lnea con alusiones inciden talesa una oscura institucin llamada Inquisicin es paola. Y bien, por lo que nos cuentanellos y los relatos en que se inspiran era sta en verdad una institu cin oscura. Es oscuraporque lo es su origen. La historia protestante empieza simplemente con esta cosahorrible en su apogeo como la pantomima arranca con el rey-demonio a punto de frer alos duendes. No es improbable que la Inquisicin, sobre todo haca su ltima poca, hayasido una cosa horrible poblada de demonios; pero con decir esto ni siquiera vagamentenos enteramos de la razn por la que es asi. Para comprender la Inquisicin espaola sehace necesario descubrir dos cosas de las que nunca nos preocupamos: saber qu eraEspaa y qu era la Inquisicin. Lo primero suscita en su totalidad la gran cuestin de lacruzada contra el moro y de cmo, a partir de la heroica gesta de andantes caballeros, unanacin europea pudo liberarse de la dominacin extranjera venida del frica. Lo segundoplantea todo el problema de la otra cruzada contra los albcenses y de por qu la genteam y odi la visin nihilista venida del Asia. S no comprendemos que estosacontecimientos encerraban en los orgenes el mpetu y el romance de una cruzada, nolograremos entender cmo hayan alucinado a los hombres y los hayan arrastrado haca elmal. Los cru zados abusaron indudablemente de su victoria, pero la victoria tentaba alabuso. Existe una forma de entusiasmo que incita a los excesos y disimula las faltas. Paraponer un ejemplo, en m caso particular yo sostuve desde das lejanos la responsabilidadde los ingleses por el trato atroz que dispensaron a los irlandeses. Pero no sera justo paracon los ingleses s describiera las maldades del 98 y pasara por alto toda mencin de laguerra contra Napolen. Sera injusto insinuar que la mentalidad inglesa slo soaba conla muerte de Emmett cuando lo probable es que se hallara enchda con la gloria de lamuerte de Nelson. Por desgracia, el 98 est lejos de ser la ltima fecha en que Inglaterrase aplicara a tan innoble tarea; todava hace pocos aos sus polticos se dedicaban agobernar a Irlanda mediante el asesinato y el robo indiscriminados mientras gentilmenteenrostraban a los irlandeses por recordar todava viejas cosas desafortunadas y batallasdel pasado. Pero por mal que pensemos en el tema de los Blackand- Tan, sera injustoolvidar que muchos de nosotros no pensbamos en ellos sino en los caquis y que el caquitena entonces una noble connotacin nacional que compensaba muchas cosas. Escribirsobre la guerra de Irlanda sin mencionar la guerra contra Prusia y la sinceridad inglesa eneste punto sera injusto para con los ingleses. Por igual modo hablar de la mquina detorturar que se supone fue la Inquisicin co mo s fuera un juego horrendo es cosa injustapara con los espaoles. No explica de manera convincente y des de su origen lo que losespaoles hicieron ni por qu lo hicieron. Podemos conceder a nuestros contemporneosque por lo menos no es esta una historia que termine bien. Tampoco les reprochamos por

  • suponer que debera haber empezado bien. Nuestra queja se reduce a que en la versin deellos la historia ni siquiera empieza. Esa gente slo en el instante de la ejecucin estpresente y aun entonces, como lord Tom Noddy, llega tarde para presenciar el momentode echar la soga al cuello. Es cierto que la Inquisicin fue a menudo ms horrible quetodas las ejecuciones, pero nuestros modernos historiadores slo recogen, por decirlo as,las cenizas de las cenizas, la ltima vara del haz de lea de la hoguera.

    Tomamos aqu, al azar, el caso de la Inquisicin por ser uno de tantos que ilustranuna misma cosa y no precisamente porque est relacionado con san Francis co, sea cualfuere la relacin que la Inquisicin haya podido tener con santo Domingo. Cabe suponer,tema que luego explayaremos, que san Francisco, la igual que santo Domingo, resulta

    ininteligible si no captamos en alguna medida lo que para el siglo trece significaban lahereja y la cruzada. Pero de momento utilizo el caso de la Inquisicin como ejemplomenor para ilustrar un propsito ms amplio. Para dar a entender que empezar la historiade san Francisco con su nacimiento es pasar por alto el sentido de los hechos o, mejor, norelatar siquiera la historia. Y para insinuar que la moderna forma del relato periodsticoque empieza por el rabo nos lleva siempre al fracaso. Nos enteramos de la existencia dereformadores sin saber que algo haba por reformar; de rebeldes sin una idea siquiera deaquello contra lo cual se rebelaban; de memoriales que no se relacionaban con ningunamemoria, y de restauraciones de cosas que aparentemente no exis tieron nunca. Por ello,aun a riesgo de que el presente captulo parezca desproporcionado, es necesario deciralgo acerca de los grandes movimientos que nos conducen hasta la aparicin del fundadorde los franciscanos. Lo que implica que describamos un mundo o aun un universo conmiras a describir un hombre. Y que inevitablemente lo hagamos con unas pocasgeneralidades osadas y unas pocas frases abruptas. Lo que lejos de significar que en tanamplio firmamento slo veremos una figura muy pequea nos dice que debemos medir laamplitud del cielo si en verdad queremos abarcar toda la estatura de hombre tan gigante.

    Y esta sola frase me lleva a las indicaciones preliminares que parecen necesariasantes de fijar siquiera un dbil bosquejo de la vida de san Francisco. Debemospercatamos, aunque sea de manera basta y elemental, de cul era el mundo en que entrel Santo y cul la historia, por lo menos en lo que a l le concerni. Se impone trazar,aunque sea en pocas frases, una manera de prefacio al estilo del Bosquejo de la historiade Wells. En el caso particular de Wells salta a los ojos que el notable novelistaexperiment la desventaja de quien se ve obligado a escribir la novela de un hroe queodia. Escribir historia y odiar a Roma, tanto a la pagana como a la papal, es odiar cuandoha acontecido. Casi equivale a odiar a la humanidad por razones puramente humanitarias.Aborrecer a la vez al sacerdote y al soldado, los laureles del guerrero y los lirios del santoequivale a segregarse de la masa de la humanidad, hecho que todas las destrezas de lams sutil y dctil de las inteligencias modernas no pueden compensar. Mayor simpata serequiere para enmarcar his tricamente a san Francisco que fue guerrero y santo a la vez.Terminar, pues, este captulo con algunas generalidades sobre el mundo que hall sanFrancisco.

    La gente no cree porque no quiere dilatar su pensamiento. Expresndolo en trminosde fe individual, no cabe duda que podra referir lo mismo diciendo que algunos hombresno son lo bastante catlicos (universales) para ser catlicos. Pero no voy a discutir aqulas verdades doctrinales del cristianismo sino tan slo y en trminos generales el simplehecho histrico del mis mo, tal como puede mostrrsele a una persona realmente ilustraday de imaginacin despierta aun cuando no sea cristiana. Lo que de momento quierosignificar es que la mayora de las dudas se asientan en pormenores. En el curso delecturas casuales tropezamos con tal costumbre pagana que nos sorprende por lopintoresca o con tal accin cristiana que nos llama la atencin por lo cruel; pero no

  • abrimos nuestra mente lo bastante para descubrir la verdad esencial de las costumbrespaganas o de la reaccin cristiana contra ellas. Mientras no comprendamos, noprecisamente en detalle sino en su estructura y proporcin fundamental, aquel avancepagano y aquella reaccin cristiana, no comprenderemos realmente el punto esencial delperodo histrico en que san Francisco apareci ni lo que fue su gran misin popular.

    Ahora bien, es cosa sabida, en mi opinin, que los siglos doce y trece fueron undespertar del mundo. Fueron un fresco florecer de cultura y arte, despus del largo letargode la experiencia mucho ms dura y dira ms estril que llamamos "Edad Oscura". Deaquellos siglos podemos decir que fueron una emancipacin; fueron ciertamente un fin, elfin de tiempos que se nos muestran por lo menos como ms rudos e inhumanos. Pero,

    qu fue lo que acababa? De qu se emancipaban entonces los hombres? Aqu chocanlas diversas filosofas de la historia y ste es el punto crucial entre ellas. Desde un puntode vista puramente externo y profano, con verdad se ha dicho que los hombresdespertaban de un letargo; pero aqul letargo se vio atravesado por sueos msticos y aveces monstruosos. De acuerdo con la rutina racionalista en que ha cado la mayora delos historiadores modernos se considera suficiente decir que la humanidad se emancipabade la mera supersticin salvaje y avanzaba simplemente hacia luces de civilizacin. Yste es precisamente el gran despropsito que se levanta como tropiezo y obstculo alprincipio de nuestra historia. Quien suponga que la "Edad Oscura" fue tinieblas y nadams, y que la aurora del siglo trece slo fue plena luz de da, no encontrar pie ni cabezaen la historia humana de san Francisco. Lo cierto es que la alegra del Santo y de losjuglares de Dios no fue slo un des pertar. Fue algo imposible de entender sin compren dersu credo mstico. El fin de la "Edad Oscura" no fue nicamente el fin de un sueo. Enrealidad de verdad, no fue el fin de una supersticiosa esclavitud solamente. Fue el fin dealgo perteneciente a un orden de ideas perfectamente definido aunque totalmente distinto.

    La "Edad Oscura" representaba el fin de una penitencia o, si se prefiere, de unapurgacin. Seal el momento en que terminaba una cierta expiacin espiritual y en queal fin se extirpaban del sistema ciertas dolencias espirituales. Se lo haca a travs de unaera de ascetismo, nico medio que poda curarlas. El cris tianismo entr en el mundo parasanarlo y lo san de la nica manera que era posible.

    Observndolo de modo puramente externo y experimental, la elevada civilizacin dela antigedad termin en su totalidad al aprender una leccin, a saber, al convertirse alcristianismo. Pero esta leccin fue un hecho psicolgico tanto como una fe teolgica.Ciertamente la civilizacin pagana haba alcanzado un nivel muy elevado. Nuestra tesisno se debilitar y tal vez hasta se robustezca si decimos que haba llegado al grado msalto de cuantos la humanidad haba logrado. Haba descubierto las artes de la poesa y larepresentacin plstica an no rivalizadas, haba descubier to sus propios y permanentesideales polticos, haba descubierto su propio y claro sistema de lgica y de lenguaje.Pero, por encima de todo, haba descubierto su propio error.

    El error era demasiado profundo para ser definido ideolgicamente, en abreviatura,se lo puede definir como el culto de la naturaleza. Casi con igual razn se lo podrallamar el error de la naturalidad, lo que era, ciertamente, un error muy natural. Losgriegos, esos grandes guas y pioneros de la antigedad pagana, partieron de una ideamaravillosamente simple y directa: la de que mientras el hombre avance por la gran vade la razn y la naturaleza no cabe esperar dao alguno, sobre todo si es l tandestacadamente ilustrado e inteligente como los griegos. Si no fuera pedante diramosque le bastaba al hombre seguir el olfato de su nariz siempre que se tratara de una narizgriega. Pero no hace falta ms que los propios griegos para ilustrar la extraa pero ciertafatalidad que se sigue de esta falacia. Apenas se empean los griegos en seguir el olfatode su nariz y su nocin de naturalidad, les acontece la cosa ms singular de la historia.

  • Demasiado singular para ser tema fcil de discusin. Notemos cmo nuestros msrepelentes realistas nunca nos conceden a nosotros el beneficio de su realismo. Susestudios de temas desagradables no toman nunca en cuenta el testimonio que de ellos sedesprende en favor de las verdades de la moralidad tradicional. Pero si en verdadtuviramos olfato para estas cosas, podramos citar millares de ellas como partes de unalegato en favor de la moral cristiana. Y un ejemplo de esto nos lo da el hecho de quenadie haya escrito una verdadera historia moral de los griegos con esta orientacin. Nadiese ha percatado del peso o singularidad de esta historia. Los hombres ms sabios yprudentes del mundo se propusieron ser naturales, y lo primero que hicieron fue la cosamenos natural del mundo. El efecto inmediato de saludar al sol y de la soleada salud de la

    naturaleza fue una perversin que se extendi como la peste. Los ms grandes y aun losms puros filsofos no pudieron librarse aparentemente de esta especie de locura de bajaestofa. Por qu? Al pueblo cuyos poetas concibieron a Helena de Troya y cuyosescultores labraron la Venus de Milo debe haberle parecido cosa sencilla mantenerse sanoen este particular. Pero lo cierto es que quien adora la salud difcilmente puedamantenerse sano. Cuando el hombre se empea en seguir el camino recto anda cojeando.Cuando sigue el olfato de su nariz termina torcindosela o aun quizs cortn dosela en unrostro desfigurado, y esto ocurrir en consonancia con algo ms profundo en la naturalezahu mana de cuanto son capaces de entender los adoradores de la misma. Hablandohumanamente el descubrimiento de ese algo fue lo que constituy la conversin alcristianismo. Hay una inclinacin en el hombre co mo la hay en el juego de bolos, y elcristianismo fue el descubrimiento de la manera de corregir la perversa inclinacin yacertar en el blanco. Muchos se sonreirn al oirlo, pero es profundamente cierto que labuena noticia que trajo el evangelio fue la nueva del pecado original.

    Roma se levant a contrapelo de sus maestros griegos porque nunca acept del todoque le ensearan semejantes aagazas. Era duea de una tradicin domstica mucho msdecente; pero a la postre adoleci de la misma falacia en su tradicin religiosa, que fuepor fuerza y en no pequea medida la tradicin pagana del culto de la naturaleza. Elproblema de toda la tradicin pagana se concentra en que en la va al misticismo nadahallaron los hombres fuera de lo concerniente al misterio de fuerzas innombrables de lanaturaleza tales como el sexo, la generacin y la muerte. Tambin en el Imperio Romano,ya mucho antes de su fin, encontramos que el culto a la naturaleza produ ceinevitablemente cosas contra natura. Se han convertido en proverbiales casos como el deNern cuando el sadismo se asentaba, imprudente, en el trono a plena luz. Pero la verdada que me refiero es algo mucho ms sutil y universal que un convencional catlogo deatrocidades. Lo que le aconteci a la imaginacin hu mana en su conjunto fue que elmundo se iba tiendo de peligrosas pasiones en rpida descomposicin: de pasionesnaturales que se convertan en pasiones contra natura. As, al tratar la sexualidad como sislo fuera cosa natural produjo el efecto de que el resto de las cosas inocentes y naturalesse embebiesen y saturasen de sexo. Porque a la sexualidad no se la puede tratarsimplemente en pie de igualdad con emociones elementales o experiencias como elcomer y el dormir. Tan luego como el sexo deja de ser siervo se convierte en tirano. Hayalgo peligroso y desproporcionado en el lugar que el sexo ocupa en la naturaleza humana,y no cabe duda de que el sexo necesita purificacin y especial cuidado. La charlataneramoderna sobre que el sexo es igual a los dems sentidos y sobre el cuerpo bello como laflor o el rbol o es una descripcin del paraso terrenal o un fragmento de psimapsicologa, de la que el mundo se cans hace ya dos mil aos.

    Empero, no se confunda lo dicho con mero sensacionalismo puritano acerca de laperversidad del mundo pagano. Lo que aqu proponemos ms que decir cun perverso erael mundo pagano seala que era ste lo bastante bueno como para percatarse de que su

  • paganismo se estaba pervirtiendo o, mejor dicho, que se hallaba en el camino lgico de laperversin. Quiero decir que la "magia natural" no tena porvenir alguno; profundizar enella no era sino obscurecerla hasta hacerla magia negra. No tena futuro alguno porque enlo pasado slo fue inocente por ser joven. Podramos decir que fue inocente slo porqueera superficial. Los paganos eran ms sabios que el paganismo; por esto se hicieroncristianos. Muchos de ellos posean una filoso fa, virtudes familiares y honor militar enque afirmarse para no caer; pero por aqul entonces esa cosa puramente popular quellamamos religin ya lo arrastraba por la pendiente. Y cuando contra el mal se acepta unareaccin semejante no es equivocado suponer que esto representaba un mal que estabapor doquier. En un sentido distinto y ms literal su nombre era Pan.

    No es metfora decir que esas gentes necesitaban un cielo nuevo y una tierra nueva,porque hablan profanado la propia tierra y aun el propio cielo. Cmo po dan resolver suproblema mirando el cielo cuyas estrellas desplegaban leyendas erticas? Cmo podanaprender algo del amor de los pjaros y las flores des pus de las historias de amor que deellos se contaban? No podemos multiplicar aqu las evidencias, y un pequeo ejemplohabr de suplirlas. Todos conocemos la naturaleza de las asociaciones sentimentales quedes pierta en nosotros la palabra "jardn" y cmo muchas veces nos trae a la memoriarecuerdos de romances melanclicos e inocentes o, con igual frecuencia, el de unagraciosa doncella o un bondadoso y anciano sacer dote modelado a la sombra de unvallado de tejos, a la vista quiz de un campanario pueblerino. Y luego quien conozca unpoco de poesa latina invagine sbitamente lo que un tiempo se alz, obsceno ymons truoso, en el sitio de la puesta del sol o en el lugar de la fuente y recuerde de qucondicin fue el dios de los jardines.

    Nada poda purgar semejante obsesin sino una religin que literalmente no fueraterrena. No cuadraba decir a tales gentes que disfrutaran de una religin poblada deestrellas y flores; ni una flor ni una estrella siquiera existan que no hubieran sidomancillados. Los hombres tenan que marchar al desierto para no encontrar flores o aunal fondo de las cavernas para no ver estrellas. En este desierto y en esas cavernas penetrel ms alto intelecto humano cosa de cuatro siglos, y fue esto lo ms cuerdo que pudohacer. Para la salvacin de ese mundo nada restaba sino lo francamente sobrenatural; siDios no poda salvarle, no podran ciertamente hacerlo los dioses. La Iglesia primitivallam demonios a los dioses del paganismo y tu vo razn. Sea la que fuere la relacin queen los principios tuvieron quizs los dioses con una religin natu ral, en aquellossantuarios vacos nada moraba ahora sino demonios. Pan ya no era ms que pnico.Venus ya no era ms que vicio venreo. No pretendo decir por manera alguna, qu dudacabe, que todos los paganos individualmente tuvieran estos rasgos ni siquiera hacia elfinal del paganismo, pero de ellos se apartaban como individuos. Nada distingue tanclaramente al paganismo del cristianismo como el hecho de que ese algo que llamamosfilosofa tuviera poco o nada que ver con ese algo social que llamamos religin. De todasmaneras, no caba esperar provecho alguno de predicar una religin natural a gente paraquien la naturaleza se habla convertido en tan poco natural como cualquier religin.Saban ellos mucho mejor que nosotros sus propios males y la suerte de demonios que lestentaban y atormentaban a un tiempo, y escribieron el siguiente texto encima de estedilatado espacio de la historia: "Esta suerte (de demonios) no se echa sino con la oraciny el ayuno".

    Pues bien, la importancia histrica de san Francisco y de la transicin del siglo doceal trece se halla en el hecho de haber sealado el fin de aquella expiacin. Al trmino dela "Edad Oscura" los hombres podan ser rudos, iletrados e ignorantes en todo lo que nofueran guerras contra tribus paganas ms brbaras que ellos mismos; pero tenan siquierael alma limpia. Eran como nios, y los primeros pasos de sus rudas artes respiraban el

  • lmpido placer de la infancia. Debemos imaginarlos en una Europa viviendo bajo eldominio de pequeos gobiernos locales, feudales por ser una supervivencia de guerrasferoces contra los brbaros, monacales a veces y haciendo gala de un carcter amistoso ypatriarcal, an ligeramente imperiales porque Roma gobernaba todava a guisa de unagran leyenda. Pero algo haba sobrevivido en Italia representativo en mayor grado delms bello espritu de la antigedad: la repblica. Italia estaba ornada de pequeosestados, de ideales democrticos en su mayora y poblados a menudo con verdaderosciudadanos. Pero la ciudad no se mantena ahora abierta como en los das de la pazromana, sino que se replegaba detrs de altas murallas para defensa contra las guerrasfeudales, y todos los ciudadanos tenan que ser soldados. Una de ellas se levantaba en un

    lugar escarpado y peregrino entre las boscosas colinas de la Umbra, y su nombre eraAss. Por su puerta profunda bajo los altos torreones deba llegar el mensaje que sera elevangelio de la hora: "Tu guerra se ha cumplido; perdonada ha sido tu iniquidad". Sobreese fondo, pues, de feudalis mo y libertad y restos de ley romana, deba elevarse acomienzos del siglo trece, vasta y casi universal, la po derosa civilizacin de la EdadMedia.

    Es exagerado atribuir sta por entero a la inspiracin de un solo hombre, aunque setrate del genio ms original del siglo trece. La tica elemental de la frater nidad y lahonradez nunca se haba extinguido totalmente, y el cristianismo nunca haba dejado deser cristiano. Las grandes evidencias sobre la justicia y la piedad se encuentran en los msrudos anales de la transicin brbara o en las ms rgidas mximas de la decadenciabizantina. Y ya en los tempranos comienzos de los siglos once y doce claramentedespuntaba un movimiento moral ms amplio. Pero lo que con justicia cabe decir es quepor encima de estos primeros movimientos flotaba todava algo de la antigua austeridadacarreada por aquel largo perodo penitencial. Eran aqullos el crepsculo matinal, perotodava un crepsculo gris. Afirmacin que puede aclararse con slo mencionar dos delas reformas anteriores a la francis cana. Por supuesto que la institucin monstica era delejos ms antigua que estos movimientos; indudablemente casi tan antigua como elcristianismo. Los consejos de perfeccin haban tomado siempre la forma de votos decastidad, pobreza y obediencia. Con estas metas extramundanas el cristianismo habacivilizado hacia ya tiempo buena parte del mundo. Los monjes haban enseado al puebloa labrar y sembrar tanto como a leer y escribir; en realidad le haban enseado casi todolo que el pueblo saba. pero se puede decir con verdad que los monjes fueron severamenteprcticos, en el sentido de que fueron no slo prcticos sino tambin severos, si biensolan mostrarse severos consigo mismos y prcticos para con los dems. Todo aqueltemprano movimiento monstico se haba aquietado haca ya tiempo y, a no dudarlo, confrecuencia deteriorado; pero al llegar a los primeros movimientos medievales estecarcter austero resultaba todava eviden te. Podemos tomar tres ejemplos parademostrarlo.

    Primero, el viejo molde social de la esclavitud empezaba a disiparse. No slo elesclavo iba transformndose en siervo, que era prcticamente libre en lo concerniente a lapropia granja y vida familiar, sino que muchos seores declaraban libres a esclavos ysiervos por igual. Esto lo hacan presionados por los sacerdotes, pero sobre todo porespritu de penitencia. Por supuesto que toda sociedad catlica debe mantener unaatmsfera de penitencia, pero yo me estoy refiriendo a aquel spero espritu de penitenciaque haba expiado los excesos del paganismo. En torno de aquellas res tauraciones flotabala atmsfera del lecho de muerte, pues muchas de ellas eran, sin duda, palmariosejemplos de arrepentimiento en el lecho de muerte. Un ateo de buena fe con quien disenten cierta ocasin recurri a la siguiente expresin: "Lo nico que mantuvo a los hombresen la esclavitud fue el temor al infierno". Como entonces le indiqu, si hubiera dicho que

  • los hombres se liberaron de la esclavitud por temor al infierno, por lo menos habrasealado un hecho histrico indiscutible.

    Un segundo ejemplo lo constituye la arrolladora reforma de la disciplina de la Iglesiallevada a cabo por el papa Gregorio VII. Fue en verdad una reforma emprendida por losms elevados mviles y que obtuvo los resultados ms saludables: emprendi el Papa unaminuciosa investigacin contra la simona y las corruptelas pecuniarias del clero e insistien la necesidad de un ideal ms serio y austero para la vida del sacerdote parroquial. Peroel hecho de que la reforma gregoriana cristalizara precisamente en la imposicinuniversal del celibato con carcter obligatorio da la nota de algo que, por noble que fuera,parecer a muchos vagamente negativo.

    El tercer ejemplo es en un sentido el ms vigoroso de todos. Porque es el ejemplo deuna guerra, una guerra heroica y para muchos de nosotros santa aunque con serve aun astodas las rgidas y terribles responsabilidades de la guerra. No dispongo aqu del espaciosuficiente para decir cuanto convendra acerca de la verdadera naturaleza de las cruzadas.Nadie ignora cmo en la hora ms oscura de la "Edad Oscura" brot en Arabia una suertede hereja y se convirti en una religin de carcter militar bien que nmada bajo lainvo cacin del nombre de Mahoma. Intrnsecamente tiene caractersticas queencontramos en muchas herejas desde la musulmana a la monista. El hereje ve sumovimiento como una saludable simplificacin de la religin, mientras que el catlico love como una simplificacin insana de la misma ya que reduce todo a una idea nica yconsiguientemente pierde la amplitud y la ponderacin del catolicismo. De todas formas,este movimiento revesta el carcter objetivo de un peligro militar para la cristiandad ysta le asest una pualada en el propio corazn al intentar la reconquista de los SantosLugares. El gran duque Godofredo y los primeros cristianos que irrumpieron en Jerusalnfueron hroes si alguna vez los hubo en el mundo... pero hroes de una tragedia.

    Ahora bien, he tomado estos dos o tres ejemplos de los primeros movimientosmedievales para hacer notar el carcter general que los relaciona y que se refiere a lapenitencia que sigui al paganismo. En todos ellos hay algo que se agita aunque seatodava dbil, como un viento que sopla entre las hendiduras de los montes. Aquel vientoaustero y puro de que habla el poeta es realmente el espritu de la poca, pues es el vientode un mundo que ha sido al fin purificado. Quien sepa apreciar atmsferas encontrarclaridad y pureza en la de aquella sociedad ruda y a veces agria. Sus mismas pasiones sonlimpias porque no las mancilla ya el hlito d la perversidad. Sus mismas crueldades sontransparentes: no son ya las lujuriosas crueldades del anfiteatro. Arrancan o de un muysimple horror a la blasfemia o de una furia muy simple ante el insulto. Gradualmente,contra este horizonte gris, hace su aparicin la belleza como algo realmente fresco ydelicado y, sobre todo, sorprendente. El amor que ahora retor na ya no es el que una vezse llam platnico sino el que todava llamamos amor caballeresco. Las flores y lasestrellas recobraron su inocencia primigenia. Al fuego y al agua se los reconoce comodignos de ser el hermano y la hermana de un santo. La purificacin del paganismo es porfin completa.

    Porque la misma agua ha sido lavada. El fuego mis mo ha sido purificado como por elfuego. El agua no es ya el agua donde arrojaban a los esclavos para alimen to de los peces.El fuego no es ya el fuego a travs del cual se ofrecan a los nios a Moloch. Las floresno huelen ya a olvidadas guirnaldas recogidas en el jardn de Priapo, y las estrellas no sonya seales de la lejana frialdad de dioses tan fros como aquellas fras llamas. Ni eluniverso ni la tierra tienen ya la antigua significacin siniestra. Esperan una nuevareconciliacin con el hombre, pero estn ya en capacidad de ser reconciliadas. F1 hombreha arrancado de su alma el ltimo girn del culto de la naturaleza y puede volver a ella.

    Cuando an alumbraba el crepsculo, sobre una colina que dominaba la ciudad

  • apareci silenciosa y sbitamente una figura oscura contra la oscuridad que sedesvaneca. Era el fin de una larga y spera noche, noche de vela, visitada empero porestrellas. Aquella figura se afirmaba de pie, las manos en alto, como en tantas estatuas ypinturas, y en torno de ella se agitaba el bullicio de pjaros cantando. Y a su espalda seabra la aurora.

    Captulo 3

    Francisco, el batallador

    Segn un antiguo relato que si no es real no deja de ser tpico, el mismo nombre de

    san Francisco no era tal sino un apodo. En la idea de aplicarle un sobrenombre a lamanera en que en la escuela a un chico comn se lo llama "el francs" hay algo queemparenta con el instinto familiar y popular del Santo. Segn aquella versin, su nombreno era Francisco sino Juan, y sus compaeros le llamaban "Francesco" o "el Francesillo"a causa de su pasin por la poesa francesa de los trovadores. Lo ms probable es que sumadre lo haya llamado Juan cuando el nio naci estando ausente el padre, y ste, pocotiempo despus, al regresar de Francia -donde sus xitos comerciales le llenaron deentusiasmo por los gustos y usos sociales franceses- diera a su hijo el nuevo nombre quesignificaba "el franco" o "francs". Sea como quiera, no carece el nombre designificacin relacionando desde el principio a Francisco con el romntico pas encantadode los trovadores.

    El padre se llamaba Pietro Bernardone, y era un distinguido ciudadano del gremio demercaderes de telas en la ciudad de Ass. es difcil describir la posicin de semejantehombre sin examinar la de aquel gremio y aun la de la ciudad. Exactamente nocorresponda a nada de lo que en los tiempos modernos se entiende por comerciante uhombre de negocios o industrial, o a nada de lo que se da dentro del sistema capitalista.Bernardone pudo tener empleados pero no era patrono; es decir, no perteneca a una clasede empleadores como distinta de una clase de empleados.

    La persona que ciertamente sabemos que emple fue su hijo Francisco; alguien,estamos inclinados a suponer, que sera la ltima persona en asalariar el hombre denegocios en trance de contratar empleados. Era tan rico como puede serlo el labrador conel trabajo de su familia; pero aguardaba, sin lugar a dudas, que su familia trabajara demanera casi tan normal y evidente como puede esperarlo de la suya el campesino. Era unciudadano preminente, pero perteneca a un orden social cuya propia naturaleza cerrabael paso a toda preeminencia excesiva que lo llevara a trascender al mero ciudadano.Orden semejante mantena a toda su gente en el plano de la simplicidad que le cuadrabasin que riqueza alguna viniera acompaada de esa fuga del trabajo pesado por la que a unmuchacho, en tiempos modernos, se lo considera gentilhombre o caballero o cualquierotra cosa menos hijo de un mercader de telas. )rato es una regla probada aun en su mismaexcep- cin. Francisco era una de esas personas que son populares en todas partes, y sujactancia sin artificio como trovador y campen de modas francesas lo convirti en unaespecie de jefe romntico entre los jvenes de la ciudad. Derrochaba dinero enextravagancias y liberalidades por igual siguiendo la inclinacin nativa del hombre quenunca comprendi exactamente lo que era el dinero. Esto exultaba y tambin exasperaba

  • a su madre, la que dijo como podra decirlo en cualquier rincn de la tierra la mujer de unmercader: "Ms parece un prncipe que hijo nuestro". Pero una de las primeras imgenesque de l tenemos nos lo muestra vendiendo piezas de tela en un puesto del mercado, loque la madre habr quizs estimado o no que era un hbito propio de prncipes.

    Esta primera imagen del joven en el mercado es simblica en ms de un sentido.Ocurri, en efecto, un hecho que es tal vez el resumen ms breve y agudo que puededarse de ciertos rasgos curiosos que eran ya parte de su carcter mucho antes de que stese transfigu rara por la fe trascendental. Mientras venda telas y finos bordados a un slidocomerciante de la ciudad se acerc un mendigo a pedir limosna, evidentemente de unamanera falta de tino. Era aqulla una sociedad ruda y sencilla, y no haba leyes que

    castigaran al hambriento por expresar su necesidad de pan como las que se hanpromulgado luego en tiempos ms humanitarios, y la falta de una polica organizadapermita que tales gentes importunaran a los ricos sin mayor peligro. Pero en muchoslugares, segn creo, exista la costumbre local del gremio que prohiba a los extraosinterrumpir una tratativa honesta; es posible que algo por el estilo colocara al pobremendigo en una postura falsa. Pues bien, durante toda la vida Francisco experiment unagran simpata por cuantos se vean sometidos sin remedio a situaciones falsas. Al parecer,en la presente ocasin, el Santo se enfrent a sus dos interlo cutores con una mentedividida, distrada en verdad y quizs tambin irritada. Tal vez se sintiera an msmolesto por las fastidiosas normas establecidas que le haban inculcado y que aceptabacon toda naturalidad. Todos estn de acuerdo en que desde el principio la cortesa brotabade l como las fuentes pblicas en aqul soleado mercado italiano. Francisco hubierapo dido escribir como lema entre sus versos esta estrofa del poema de Belloc:

    "La cortesa es mucho menos

    que la intrepidez del corazn o la santidad

    pero, bien meditado, yo dira

    que la gracia de Dios est en la cortesa."

    Nadie puso en duda nunca que Francisco Bernardone fuera de corazn intrpido, en

    el sentido tanto pu ramente varonil como militar, y llegara un tiempo en que tampoco sedudara en cuanto a su santidad y gracia de Dios. Pero estimo que si en algo erapuntilloso Francisco era precisamente en el puntillo. Si de algo se senta orgulloso estehombre tan humilde era de sus buenos modales. Solamente que tras esta urbanidadperfectamente natural se ocultaban ms amplias y es forzadas disposiciones de las quetenemos un primer atisbo en este trivial incidente. De todas maneras, ante el embarazofrente a sus dos interlocutores, es evidente que el nimo de Francisco se hallaba dividido;pero de todas maneras cerr como pudo tratos con el mercader y, cuando termin, sehall con que el mendigo se haba marchado. Salt de su tienda, abandon las piezas deterciopelo y de paos finos a vista y merced de todos y se lanz a todo correr por la plazadel mercado, veloz como una flecha. Corriendo an recorri el laberinto de callesestrechas y tortuosas de la pequea ciudad en busca de su hombre y descubri por fin ycolm de dinero al mendigo asombrado. Despus se encar consigo mismo, por decirloas, y jur ante Dios que nunca en la vida haba de negar ayuda al pobre. La avasalladorasimplicidad de este emprendimiento resulta extraordinariamente caracterstica. Nunca ha

  • existido un hombre a quien atemorizaran menos las propias promesas. Su vida fue untorbellino de votos temerarios, de votos temerarios que acabaron bien.

    Los primeros bigrafos de Francisco, naturalmente sensibles a la gran revolucinreligiosa que produjo, con igual naturalidad volvieron la mirada hacia los primeros aosdel Santo en busca de augurios y seales de aqul terremoto espiritual. Pero nosotrosescribien do a mayor distancia no disminuiremos el efecto dramtico y ms bien loaumentaremos si nos percatamos de que en el joven no haba por aquellos das nin gnsigno exterior que delatara algo particularmente mstico. No haba en l ni rastros deaqul temprano sentido de la vocacin que ha sido peculiar de algu nos santos. Por encimade su ambicin principal de lograr fama como poeta francs, parece que pens a menudoen adquirirla como soldado. De su natural era bondadoso y bravo a la manera en que lo

    son los jvenes normalmente; pero tanto en bondad como en bravura fijaba su ideal sindesmedro donde lo fijara la mayora de la juventud: ante la lepra senta horror hu manocomo el que tienen sin necesidad de avergonzarse la mayora de los hombres. Gustaba detrajes alegres y brillantes propios del gusto herldico de los tiempos medievales ymostraba, segn parece, una figura asaz festiva. Y si bien no ti la ciudad con loscolores subidos de le. juerga, no le hubiera disgustado inundarla con el brillo de toda lagama del arco iris como en una pintura medieval. Pero en el relato sobre un mancebovestido de alegres colores corriendo tras un mendigo en harapos relucen ciertas notas dela individualidad natural de Francisco que hay que tomar en consideracin desde elprincipio y hasta el fin.

    Por ejemplo, aqu se hace manifiesto un cierto aire de rapidez. En algn sentido, sanFrancisco sigui corriendo por el resto de su vida como corri tras el mendigo. Porquetodas las empresas que asumi fueron emprendimientos de misericordia, en su retratosobresale tambin una nota de benignidad que, con todo y ser real en el sentido msautntico, se presta fcilmente a interpretaciones errneas. Un cierto ato londramiento erael cabal contrapeso de su alma. Entre los santos a Francisco habra que representarlocomo a menudo se ha pintado a los ngeles en cuadros anglicos: con pies alados y auncon plumas y segn el espritu de aquel texto que llama viento a los ngeles y fuegoardiente a los divinos mensajeros. Sealemos la curiosidad del lenguaje, por lo menos eningls, por la que "coraje" (courage) implica de hecho correr (running) y no faltarnmodernos ascpticos para quienes en realidad signifique huir (running away). Pero elcoraje de Francisco quera decir "correr" en el sentido de precipitarse. A pesar de toda suurbana cortesa en el fondo de su impetuosidad haba nativamente algo de impaciencia.La verdad psicolgica del hecho del mendigo que relatamos aclara muy bien la confusinmoderna acerca de la palabra "prctico". Si por prctico entendemos lo que es practicableen forma bien inmediata, diremos que prctico equivale simplemente a lo que es msfcil. En este sentido san Francisco fue muy poco prctico y sus objetivos muyextramundanos. Pero si por practitidad queremos significar una preferencia por elesfuerzo pronto y una energa semejante frente a la duda y la dilacin, el Santo fue enrealidad de verdad un hombre muy prctico. Pueden algunos llamarle loco pero fueprecisamente el reverso de un soador. Nadie se atrevera a llamarlo hombre de negocio,pero fue muy sealadamente hombre de accin. En algunos de sus tempranosemprendimientos lo fue tal vez en demasa: obr con excesiva prontitud y fueinmoderadamente prctico para ser prudente. Pero en cada recodo de su extraordinariacarrera lo veremos lanzarse y tornar esquinas de la manera ms inesperada como cuandopor calles tortuosas se lanz en pos del mendigo.

    Otra caracterstica que descubre aquella ancdota y cosa que era ya parcialmente uninstinto natural de Francisco antes de convertirse en ideal sobrenatural es algo que acasono se perdi nunca en aquellas pequeas repblicas italianas de la Edad Media. Algo que

  • algunos considerarn muy chocante y que por regla general vern con ms claridad loshombres del Sur que los del Norte y, en mi opinin, ms los catlicos que losprotestantes: a saber, el muy natural concepto de la igualdad de los hombres. No guardasta una necesaria relacin con el amor franciscano a los hombres; por el contrario uno delos medios de comprobarla en la muda prctica es la igualdad en el duelo. Y acaso no laacepte de verdad un caballero mientras no admita la posibilidad de contender con sucriado. Estamos, pues, ante una situacin antecedente de la fraternidad franciscana cual lapercibimos en ese temprano incidente de la vida seglar del Santo. Me imagino queFrancisco sinti verdadera perplejidad sobre a quin atender primero: al mercader o almendigo, y que, habiendo despachado al primero, corri a socorrer al segundo pues juzgque ambos eran igualmente hombres. En una sociedad de la que la igualdad est ausente

    esto resulta mucho ms difcil de describir, pero fue sin duda la base original de todo y esla razn por la que el movimiento popular surgiera en tal preciso lugar y a travs de aqulhombre. La imaginativa magnanimidad del Santo se elev luego como una torre haciacumbres estrelladas que pueden parecer vertiginosas y aun locura, pero aun entonces sefundaba en los altos cimientos de la igualdad humana.

    Entre un centenar de ancdotas de la juventud de Francisco, he escogido sta y me hedetenido en su sig nificacin, pues mientras no nos acostumbremos a desentraar lossignificados nos parecer a menudo que al contar la historia poco o nada hallamos fuerade un leve y superficial sentimiento. San Francisco no es precisamente un personaje dequien pueda hablarse con slo historias "bonitas". Abundan stas, pero se las utilizamuchas veces como si fueran una especie de sedimento sentimental del mundo medievalen vez de tomarlas, como Francisco lo fue en forma superlativa, por un desafo al mundomoderno. Su despliegue humano hemos de tomarlo con mayor seriedad, y la siguienteancdota en que vislumbramos un verdadero atisbo de ese desarrollo, se desenvuelve enun escenario muy distinto. Pero. de manera idntica abre casi como casualmente abismosde la mente y aun quiz del inconsciente. Francisco se muestra todava ms o menoscomo un muchacho corriente, y slo mirndolo as nos damos cuenta de cunextraordinario debi ser.

    Haba estallado la guerra entre Ass y Perugia. Est ahora de moda decir con nimosatrico que aquellas guerras entre las ciudades-estados de la Italia medieval no tantoestallaban cuanto continuaban indefinidamente. Bastar decir aqu que, aun si ellas sehubieran sucedido sin interrupcin durante un siglo, ni remotamente hubieran muertotantas gentes cuantas perecen en un ao en una de nuestras grandes guerras cientficasentre nuestros grandes imperios industriales mo dernos. Pero los ciudadanos de unarepblica medieval podan estar seguros de vivir con una limitacin, la de no serconvocados a morir por nada que no fueran las cosas por las cuales vivieron siempre: lascasas donde moraban, los santuarios que veneraban y los gobernantes y representantesque conocan, y no por visiones ms amplas fundadas en los ltimos rumores sobreremotas colonias mencionadas en peridicos annimos. S de nuestra experienciainferimos que la guerra paraliz la civilizacin, debemos admitir por lo menos queaquellas ciudades guerreras produjeron algunos paralticos que se llamaron Dante yMiguel Angel, Ariosto y Tiziano, Leonardo y Coln, por no mencionar a Catalina deSena y al protagonista de la presente historia. Mientras nosotros miramos con lstima estepatriotismo local como simples grescas de la "Edad Oscura", no deja de ser un hechocurioso el que casi tres cuartas partes de los ms grandes hombres que en el mundo hanexistido hayan salido de esas pequeas ciudades y por aadidura hayan intervenido confrecuencia en esas pequeas guerras. An est por ver lo que a la postre saldr denuestras grandes urbes; desde que alcanzaron stas su actual tamao no veo seal algunade algo semejante, y a veces me ha asaltado un sueo que ya pobl m infancia, a saber:

  • que co sas como aqullas no acaecern hasta que alrededor de Clapham no se levante unamuralla y de noche suene el toque a rebato llamando a las armas a los ciudadanos deWimbledon.

    Pero es el caso que el clarn reson en Ass y los ciudadanos se armaron y entre ellosFrancisco, el hijo del mercader de telas. Sali a la pelea en alguna compaa de lanceros,y en alguna batalla o escaramuza, l y su pequea banda cayeron prisioneros. Tengo param como la cosa ms probable que se haya tratado de una traicin o cobarda pues se noscuenta que entre los cautivos haba uno con quien los compaeros, aun en prisin, senegaban a relacionarse, y cuando esto sucede en tales circunstancias es porque elreproche militar por la rendicin se descarga sobre alguen en concreto. De todasmaneras, se ha hecho notar una cosa menor, bien que curiosa, y que quizs parezca ms

    negativa que positiva. Nos cuentan que Francisco se mova entre los compaeros decautiverio con su cortesa y cordialidad caractersticas -"liberal y dado a la risa" comoalguien dijo de l-, resuelto a mantener el buen nimo de todos y el propio. Y cuando secruz con el proscripto, traidor o cobarde, o co mo se lo quiera llamar, lo tratsimplemente de idntica manera que a los dems, sin frialdad ni compasin, con la mismaalegra sin afectacin y el mismo buen compaerismo. Pero s en la prisin hubierahabido alguien dotado de una segunda visin sobre la verdad e inclinacin de las cosasespirituales, se hubiera percatado de que se hallaba ante algo nuevo y al parecer casianrquico: una ola profunda que arrastraba haca mares todava ignotos de caridad.Porque en este sentido todava algo le faltaba en verdad a Francisco de Ass, algo ante loque permaneca ciego s es que sus ojos deban abrirse alguna vez a la posibilidad decosas mejores y ms hermosas. Todos esos lmites en el buen compaerismo y los buenosmodales, todas las fronteras de la vida social que separan al tolerable del intolerable,todos los escrpulos sociales y convenciones que son normales y aun nobles en el hombrecorriente, todas las cosas que mantienen la cohesin de muchas so ciedades decentesnunca pudieron dominar a nuestro hombre. Am como am, al parecer a todo el mundopero en especial a quienes por l quererlos acompaaba la enemiga de los dems. Cosamuy dilatada y unversal la que se encontraba ya presente en la estrecha mazmorra, y enla oscuridad de sta un vidente hubiera podido ver el halo encendido de la caritascaritatum [caridad de caridades] que distingue a un santo entre los santos tanto comoentre los hombres. Hu biera podido or el primer susurro de aquella peregrna bendicinque tomara luego los ecos de casi una blasfemia: "l escucha a quienes ni el mismo Diosquiere escuchar".

    Pero, si el vidente quizs hubiera podido ver esta verdad, es muy dudoso que yaentonces la conociera Francisco. El Santo haba obrado obedeciendo a una magnanimidadinconsciente-o largueza, segn la bella palabra medieval- interior, por algo casi diramosilegal si no llegara a los umbrales de una ley ms divina, aunque resulta del todoimprobable que como tal entonces le conociera Francisco. Es evidente que por aquellosdas no abrigaba propsito alguno de abandonar la vida militar y menos an de abrazar lamonstica. Es cierto que, contrariamente a lo que piensan pacifistas y necios, no hayincongruencia en amar a los hombres y combatir contra ellos mientras se lo hagalealmente y por una causa justa. Pero, a mi juicio, algo ms que esto entraba aqu enjuego: a saber que de todas maneras la mente del joven se orien taba en realidad hacia unamoralidad de lo militar.

    Por aquel entonces en el camino de Francisco cruz se la primera calamidad bajo laforma de una dolencia que volvera a visitarlo en muchas ocasiones y obstacu lizara sutemeraria carrera. La enfermedad lo tom ms serio, pero imagino que lo hizo ms seriosoldado o quiz ms serio acerca de la vocacin y vida militar. Y mientras convaleca,algo bastante ms importante que las pequeas reyertas e incursiones de las ciudades

  • italianas abrile el ancho camino de la aventura y la ambicin. Al parecer, un tal Gauthierde Brienne reclamaba la corona de Sicilia, centro de controversias muy importantes porentonces, y la causa del papa, en cuya ayuda se llamaba a Gauthier, despertaba elentu siasmo de muchos jvenes de Ass; entre stos figuraba Francisco quien propusomarchar sobre Apulia en apoyo del Conde; no es improbable que el nombre francs deste haya quizs pesado en todo el asunto.

    Pues nunca olvidaremos que si era aqul un mundo de cosas pequeas, lo era decosas pequeas que se ocupaban de las grandes. Haba ms internacionalismo en esastierras salpicadas de pequeas repblicas que en las enormes, homogneas eimpenetrables divisiones de hoy en da. En aquellos tiempos la autoridad legal de losmagistrados quiz no alcanzara ms all de un tiro de ballesta desde las altas murallas

    almenadas de la ciudad. Pero las simpatas de la gente podan acompaar las incursionesde los normandos a travs de Sicilia o de los palacios de los trovadores en Tolosa odepositarse en el emperador entronizado en las selvas germnicas o en el papa moribundoen el desierto de Salerno. Por encima de todo no olvidemos que cuando los intereses deuna edad son primariamente religiosos sern forzosamente universales. Nada puede haberms universal que el universo. Y varias son las cosas acerca de la postura religiosa en eseparticular momento que escapan no sin razn a la mentalidad moderna. Entre otras, lasgentes de hoy suelen confundir naturalmente a esos pueblos tan remotos con pueblosantiguos y an primitivos. Pensamos vagamente que aquellos hechos acaecieron durantelas primeras pocas de la Iglesia cuando en realidad tena sta por entonces ms de milaos. Vale decir que la Iglesia era bastante ms antigua que la Francia contemporneapara nosotros y mucho ms que la Inglaterra de nuestros das. La Iglesia se asemejaba algran Carlomagno, de luenga barba florida, a quien segn la leyenda, habiendo reido milbatallas contra los infieles, un ngel le animaba a no desmayar y seguir luchando sincesar aunque tuviese dos mil aos. La Iglesia haba alcanzado los mil aos y avanzabaahora a la vuelta del segundo milenio; sala de la "Edad Oscura" cuando lo nico que sepo da hacer era pelear desesperadamente contra los br baros y repetir porfiadamente elcredo. Y el credo se segua repitiendo tras la victoria o la liberacin, aun que no es deextraar que cierta monotona se hubiera adueado del gesto. La Iglesia pareca tanantigua en tonces como ahora y haba algunos que ya entonces la imaginaban moribundacomo ahora. En realidad, la ortodoxia no estaba muerta pero poda parecer sombra, y escierto que no faltaron quienes por tal la tuvieran. De los trovadores del movimientoprovenzal haba empezado a apoderarse ese giro o desvo hacia las fantasas orientales ylas paradojas del pesimismo que se aduea de los europeos como viento fresco cuando lapropia salud parece aeja. Tras aquellos siglos de guerras desesperadas en lo exterior yspero ascetismo en lo interior no es de extraar que la ortodoxia oficial parecieraantigua. El frescor y libertad de los primeros cristianos parecan, como ahora, unaolvidada y casi prehistrica edad de oro. Roma todava era lo ms racional de todo y laIglesia lo ms sabio, pero bien poda parecer ella ms aburrida que el mun do. En las locasmetafsicas que soplaban desde Asia, bulla quizs algo ms intrpido y atractivo. Sobreel medioda se agolpaban soaciones como negros nu barrones a punto de estallar entruenos de anatema y guerra civil. En la planicie alredor de Roma se derramaba slo laluz, pero la luz era plida y la llanura rasa. Y nada se mova en el aire manso y el silencioinmemorial circundaba la ciudad sagrada.

    Arriba, en la oscura casa de Ass, Francisco Bernardone dorma y soaba en cosas deguerra. En las tinieblas llegle una visin maravillosa de espadas con cruces labradas, a lamanera de las que usaban los guerreros cruzados, de picas, escudos y yelmos colgados deuna panoplia y marcados todos con el sagrado emblema. Al despertar acogi el sueocomo un clarn llamndolo al campo de batalla y se lanz en busca de caballo y armas.

  • Gustaba sin duda de todo ejercicio caballeresco y era indubitablemente un caballerocumplido en todas las suertes del torneo y la maniobra militar. A no dudarlo, hubierapreferido una caballera de cuo cristiano; pero parece evidente que por en tonces sunimo estaba sediento de gloria, si bien para l esta gloria se identificaba siempre con elhonor. No le era ajena esa visin de la guirnalda de laurel que Csar legara a todos loslatinos. Mientras cabalgaba camino a la guerra, la gran puerta en la recia muralla de Assreson con su ltima jactancia: "Volver convertido en gran prncipe".

    A poco de caminar, de nuevo le atac aquella su en fermedad y le sumi en el lecho.No parece improbable, dado su temperamento impetuoso, que hu biera emprendido susandanzas antes de sanar. Y en la oscuridad de este segundo tropiezo, mucho msdeso lador, parece que tuvo otro sueo y en l le dijo una voz. "No has comprendido el

    sentido de la visin. Vuelve a tu ciudad". Y Francisco desand los pasos hacia Ass,enfermo como estaba, lnguida figura asaz desengaada y contrariada, burlada quizs, sinnada que hacer sino esperar los prximos acontecimientos. Era su primer descanso a unaoscura quebrada llamada valle de la humillacin, y le pareci rocosa y desolada aunquems tarde habra de encontrar en ella un campo de flores.

    Ms no slo chasqueado y humillado se sinti Fran cisco sino perplejo y confundido.Crea an firmemente que sus dos sueos algo significaban y no poda imaginar elsentido. Mientras vagaba, casi dira como un sonmbulo, por las calles de Ass y loscampos de extramuros, le aconteci un suceso que no siempre se ha relacionado con eltema de sus sueos pero que sig nificaba la culminacin de ellos. Cabalgaba indiferen tepor senderos apartados, al parecer a campo abierto, cuando vio caminando hacia l unafigura, y el Santo se detuvo: era un eproso. Y comprendi en el acto que aqu se lanzabaun desafo a su valor, no como los que hace el mundo sino como lo hara quien conocelos secretos del corazn del hombre. Lo que vio avanzando no era el estandarte y lasespadas de Perugia ante las que nunca retrocedi, ni los ejrcitos que peleaban por lacorona de Sicilia, de los que siempre pens lo que un hombre valiente piensa de unvulgar peligro. Francisco Bernardone vio su miedo avanzando hacia l por el camino, elmiedo que nace de adentro no de afuera, blanco y horrible a la luz del sol. Por una sola

    vez en el largo correr de su vida debi sentirse inmvil. Luego, sin transicin entre lainmovilidad y el arrebato, salt del caballo, se precipit sobre el leproso y lo abrazo. Erael principio de su larga vocacin en el ministerio junto a los leprosos a quienes brindservicios sin cuento. Dio a aquel hombre cuanto dinero pudo, mont luego y sigui sucamino. No sabemos hasta donde cabalg ni cual fue su pensamiento sobre las co sas quele rodeaban; pero se dice que al volver la cabeza no pudo ver a nadie en el camino.

  • Captulo 4

    Francisco, constructor

    Hemos llegado ahora a la gran ruptura en la vida de Francisco de Ass, al punto en

    que algo le aconteci que permanecer oscuro para muchos de nosotros, hombresordinarios y egostas, a quienes Dios no ha quebrantado lo bastante como para hacemosnuevos.

    Al tratar este pasaje difcil y teniendo en cuenta mi propsito de hacer las cosasfciles para el simpatizante laico, me han asaltado dudas en cuanto al camino por seguir,y por fin me he decidido a contar los hechos aadiendo slo un barrunto de lo que a mientender fue su significado. La totalidad de ste se podr debatir mejor cuando podamosproyectarlo sobre la vida completa de Francisco. He aqu, pues, lo acontecido. Laancdota se desarrolla casi por completo en la vecindad de las ruinas de la iglesia de SanDamin, un antiguo santuario de Ass que estaba al parecer aban donado y cayendo apedazos. All acostumbraba orar Francisco ante un crucifijo durante aquellos dassombros y sin rumbo que sucedieron al trgico fracaso de sus ambiciones militares, dasmas amargos an por la probable merma de prestigio social tan caro a su sensibleespritu. Mientras oraba oy una voz que le deca: "Francisco , por ventura no ves quemi casa es ta en ruinas? Anda y resturala por mi amor".

    Francisco dio un salto y ech a andar. Marchar y hacer cosas era una de lasexigencias tirnicas de su naturaleza; probablemente, pues, march y actu sin meditar

    siquiera lo que haca. De todas maneras, lo que hizo fue decisivo aunque de momentohaya sido desastroso para su particular carrera social. Segn el rudo lenguajeconvencional de un mundo que no comprende, rob. Segn el exaltado punto de vista delSanto, extendi hasta su venerable padre, Pedro Bernardo,, la emocin exquisita y elinestimable privilegio de contribuir, bien que de manera ms o menos in consciente, a larestauracin de la iglesia de San Damin.

    En los hechos, lo que hijo fue vender primero el pro pio caballo y luego algunaspiezas de telas de su padre trazando sobre ellas la seal de la cruz para indicar el destinopiadoso y caritativo. Pero Pedro Bernardone no vio las cosas bajo la misma luz. Enrealidad, Pedro Bernardone careca de luces apropiadas para ver con claridad y captar elgenio y temperamento de su extraordinario hijo. En vez de comprender el viento y llamasde abstractos apetitos que el muchacho estaba viviendo, en vez de decirle simplemente -como vino a hacerlo ms tarde el sacerdote- que haba hecho algo indefendible con lamejor de las intenciones, el viejo Bernardone consider el asunto de la manera ms du raposible: en forma literal y legal. Hech mano de po deres polticos absolutos comopudiera hacerlo un padre pagano y l mismo en persona encerr a su hijo bajo llave comoa un vulgar ladrn. Segn parece, lo hecho por Francisco escandaliz a muchos entrequienes e! infortunado mancebo goz un tiempo de popularidad... y en su afn porlevantar la casa de Dios slo haba conseguido echarse encima la propia casa y yacersoterrado bajo los escombros! El conflicto se arrastr mortalmente por varias etapas; enun momento el infeliz muchacho parece haber desaparecido como tragado por la tierra enuna caverna o stano donde estuvo sumido en la oscuridad sin esperanza.

    Sea como fuere, aqul fue su instante ms negro; el mundo entero yaca sobre l.Cuando emergi, quizs aunque slo gradualmente, la gente se percat de que algo

    haba acontecido. Francisco y su padre fueron citados a comparecer ante el obispo ya queel Santo se haba negado a reconocer los tribunales legales. El obispo le dirigi algunasreconvenciones cargadas de ese excelente sentido comn que la Iglesia Catlica mantiene

  • permanentemente como trasfondo ante todas las ardorosas actitudes de sus santos. Dijo aFrancisco que deba restituir sin discusin el dinero a su padre, que ninguna bendicinpo da coronar una buena obra realizada por medios injustos, en una palabra, por decirlocrudamente, que si el joven fantico devolva el dinero al viejo loco, se dara porterminado el incidente. En Francisco se trasluca una nueva actitud. No se lo veadeprimido y menos an servil ante su padre, y sus palabras no tradu can, en mi opinin,ni justa indignacin ni desafiante insolencia ni nada que implicara mera continuacin dela disputa. Las palabras de Francisco tenan ms bien una remota analoga con lasmisteriosas frases de su gran dechado: "Qu tengo yo que ver contigo?" o tambin conaquel terrible: "No me toques".

    Se puso de pie delante de todos y dijo: "Hasta hoy he llamado padre a PedroBernardo,, pero ahora soy el siervo de Dios. Restituir a mi padre no slo el dinero sinocuanto pueda llamarse suyo, aun los vestidos que me dio". Y se despoj de todas lasropas menos una, y todos vieron que sta era una camisa de crin.

    Amonton las ropas en el suelo y encima arroj el dinero. Luego se volvi al obispoy recibi su bendicin como quien vuelve la espalda a la gente y, segn reza la historia,sali tal como estaba al fro mundo. Al parecer, era ste un mundo literalmente fro. Lanieve cubriendo el suelo. En el relato de esta gran crisis de la vida de Francisco seconsigna un detalle curioso que estimo de muy honda significacin. Sali medio des nudocon la sola camisa de crin hacia los bosques invernales y camin sobre el suelo heladoentre los rboles cubiertos de escarcha: era un hombre sin padre. No posea dinero, notena familia en el mundo, careca de ocupacin, de plan y de esperanza. Y mientrascaminaba bajo los rboles helados rompi de pronto a cantar.

    Se ha notado como digno de destacarse que la len gua en que cant fue el francs o,para el caso, el provenzal al que convencionalmente se llamaba entonces francs. No lohizo en su lengua nativa cuando precsamente sera en sta donde cobrara ms tardefama como poeta. Ciertamente San Francisco es uno de los primeros poetas nacionales enlos dialectos autnticamente nacionales en Europa. Pero entonces cant en la lengua conla que se identificaban sus ardores y ambiciones ms juveniles; para l era stapreeminentemente la lengua del romance. El hecho de que el pro venzal brotara de suslabios en esas circunstancias extremas me parece a simple vista cosa singular y en ltimoanlisis muy significativa. Sealar, empero, lo que fue o haya podido ser este significadointentar su gerirlo en el captulo siguiente, por ahora baste indicar que toda la filosofa deSan Francisco se mueve en torno de la idea de una nueva luz sobrenatural que ilu mina lascosas naturales, idea que implica la recuperacin final de stas y no su rechazo definitivo.Y para el propsito de esta parte de nuestra exposicin puramente narrativa, basteconsignar que mientras el Santo vagaba por el bosque invernal vistiendo su camisa decrin como el ms spero de los ermitaos cant en el lenguaje de los trovadores.

    Entre tanto, la narracin nos vuelve naturalmente al problema de la iglesia arruinadao, por lo menos, abandonada que constituy el punto de partida del inocente crimen delSanto y de su beatfico castigo. Es te problema todava dominaba su pensamiento y pron toreclam su actividad insaciable, pero fue sta de ndole distinta: ya no intentara msinmiscuirse en la tica comercial de la ciudad de Ass. Alboreaba en l una de esasgrandes paradojas que son tambin perogrulladas. Se percat de que la manera deconstruir un templo no consiste en andar mezclado en tratativas y en, para l, molestosreclamos legales. La manera de hacerlo consista en pagar por ello y no ciertamente condinero ajeno. La manera de construir un templo era construirlo.

    Psose, pues, a recoger piedras por s mismo. Pidi a cuantos encontraba que se lasdieran. De hecho se convirti en mendigo de un nuevo tipo invirtiendo la parbola: unmendigo que no pide pan sino piedras. Probablemente, como habra de acontecerle

  • muchas veces en el curso de su extraordinaria existencia, la misma singularidad de lasplica le dio una especie de popularidad, y mucha gente ociosa y opulenta se sinticomprometida con el generoso proyecto cual si fuera una apuesta. Trabaj Francisco conlas propias manos en la reconstruccin de la iglesia arrastrando los materiales como unabestia de carga y aprendiendo las ms bajas y rudas lecciones del trabajo. Se cuentanmuchas historias sobre el Santo referentes a este y otros perodos de su vida; pero paranuestro propsito, que es de simplificacin, lo mejor es detenernos en esta nueva ydefinitiva entrada de Francisco en el mundo por la angosta puerta del trabajo manual.Corre en verdad a lo largo de su vida una suerte de doble sentido como la propia sombraproyectada en su muro. Todo su accionar revesta un cierto carcter alegrico al punto deque no resulta improbable que a algn plmbeo historiador cientfico se le ocurra un dademostrar que el mismo Santo slo fue alegora. Es ello bastante cierto en el sentido deque Francisco estaba trabajando en una tarea doble y reconstruyendo algo distinto a la parde la iglesia de San Damin. Descubra la leccin genrica de que su gloria no consistaen acaudillar hombres en la batalla sino en edificar los positivos y creativos monumentosde la paz. En verdad construa algo distinto o empezaba a hacerlo por los menos; algo quecon demasiada frecuencia ha cado en ruinas pero que nunca ha dejado de reconstruirse,una iglesia que puede siempre reedificarse a nuevo aunque se haya corrompido hasta lapiedra angular, una Iglesia contra la que las puertas del infierno nunca prevalecern.

    El siguiente paso en el progreso de Francisco est probablemente sealado por latransferencia de iguales energas de reconstruccin arquitectnica a la pequea iglesia deSanta Mara de los ngeles en la Porcincula. Cosa semejante haba ya hecho antes enuna iglesia dedicada a San Pedro, y aquella cualidad en la vida del Santo recin

    mencionada que hace de ella un drama simblico ha llevado a m