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CHINA Y LOS PAÍSES DE SU ÁREA DE INFLUENCIA La China de los Ming y de los Qing por Leon Vandermeersch (Escuela Práctica de Altos Estudios de París) Reforzamiento del poder del Emperador Bajo las dos últimas dinastías -la de los Ming (1368-1644) y la de los Qing (1644-1911)-, en las estructuras estatales de la China imperial se produjo un reforzamiento considerable del aparato de palacio en detrimento del aparato gubernamental. Este reforzamiento inducido deliberadamente por el emperador Taizu (1368-1398), fundador de la dinastía Ming, se amplió en la época Qing a causa de las necesidades de consolidación del dominio manchú, es decir, de una soberanía extranjera en el seno del Imperio chino. El cargo de primer ministro, pieza clave del poder gubernamental, fue abolido en 1380, y desde entonces los seis grandes departamentos de la administración central pasaron a depender directamente del trono imperial. En lo sucesivo, ningún organismo administrativo gozaría de prestigio suficiente para contrarrestar el poder del órgano de las decisiones soberanas, que a principios del siglo xv se constituyó progresivamente bajo la forma de un Gran Secretariado, instalado en el interior del palacio e integrado por consejeros personales del emperador. Por encima de este organismo existiría a partir de 1780 un Gran Consejo de matiz militar situado todavía más profundamente en el entorno privado del soberano y aun más secreto que el anterior. A nivel provincial, el poder administrativo se dividió en órganos distintos de gestión, justicia y defensa; la única función unificadora por encima de dichos órganos se restableció progresivamente a partir del siglo xv, con gobernadores y virreyes nombrados directamente por el emperador, quien, por otra parte, siguió reservándose el mando supremo de todos los ejércitos. Este sistema sólo podía funcionar adecuadamente con soberanos lo bastante enérgicos como para asumir la tarea de decidir personalmente sobre los numerosos asuntos que dependían de la iniciativa imperial, mucho más que antes, y capaces de rodearse de buenos consejeros y colaboradores. Ahora bien, la

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CHINA Y LOS PAÍSES DE SU ÁREA DE INFLUENCIA

La China de los Ming y de los Qingpor Leon Vandermeersch (Escuela Práctica de Altos Estudios de

París)

Reforzamiento del poder del EmperadorBajo las dos últimas dinastías -la de los Ming (1368-1644) y la de los Qing

(1644-1911)-, en las estructuras estatales de la China imperial se produjo un reforzamiento considerable del aparato de palacio en detrimento del aparato gubernamental. Este reforzamiento inducido deliberadamente por el emperador Taizu (1368-1398), fundador de la dinastía Ming, se amplió en la época Qing a causa de las necesidades de consolidación del dominio manchú, es decir, de una soberanía extranjera en el seno del Imperio chino. El cargo de primer ministro, pieza clave del poder gubernamental, fue abolido en 1380, y desde entonces los seis grandes departamentos de la administración central pasaron a depender directamente del trono imperial. En lo sucesivo, ningún organismo administrativo gozaría de prestigio suficiente para contrarrestar el poder del órgano de las decisiones soberanas, que a principios del siglo xv se constituyó progresivamente bajo la forma de un Gran Secretariado, instalado en el interior del palacio e integrado por consejeros personales del emperador. Por encima de este organismo existiría a partir de 1780 un Gran Consejo de matiz militar situado todavía más profundamente en el entorno privado del soberano y aun más secreto que el anterior. A nivel provincial, el poder administrativo se dividió en órganos distintos de gestión, justicia y defensa; la única función unificadora por encima de dichos órganos se restableció progresivamente a partir del siglo xv, con gobernadores y virreyes nombrados directamente por el emperador, quien, por otra parte, siguió reservándose el mando supremo de todos los ejércitos.

Este sistema sólo podía funcionar adecuadamente con soberanos lo bastante enérgicos como para asumir la tarea de decidir personalmente sobre los numerosos asuntos que dependían de la iniciativa imperial, mucho más que antes, y capaces de rodearse de buenos consejeros y colaboradores. Ahora bien, la monarquía Ming se vio afectada por una plaga a la que estas modalidades institucionales la hacían precisamente mucho más sensible: el arribismo de los eunucos, a quienes el emperador Chengzu (1402-1424) había abierto el camino al apoyarse en ellos para destronar a su sobrino, el emperador Hui (1398-1402). Uno de estos eunucos, Wang Zhen, aconsejó equivocadamente al emperador Yingzong (1435-1449 y 1457-1467), embarcándolo en una expedición catastrófica contra los oirats -normongoles-, lo que le acarreó el cautiverio y la pérdida de su trono durante ocho años. Sin embargo, esta influencia desastrosa se manifestó de manera todavía más perniciosa a lo largo del siglo xvi, principalmente con el eunuco Liu Jin, que subyugó al emperador Wuzong (1505-1521), y fue ilustrada de forma siniestra, hasta el fin de la dinastía, por los errores del eunuco Wei Zhongxian. Dos síntomas traducían el deterioro progresivo del régimen: una corrupción de una amplitud inigualada hasta entonces y una policía secreta que gangrenaba todo el estado. Al ser detenido Liu Jin en 1510 se descubrieron en su casa riquezas fabulosas; sólo en dinero poseía dos millones y medio de taels de oro y cincuenta millones de taels de plata (el tael equivalía a 38 gramos). Por su parte, encargados en principio sólo de vigilar disimuladamente a los

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empleados de palacio e instalados por esta razón cerca de una de las puertas de la Ciudad prohibida -en el cuartel del Este- por el emperador Chengzu, la policía secreta, dirigida por los eunucos, extendió rápidamente sus actividades a todo el territorio. La creación Dor el eunuco Wang Zhi, durante el reinado del emperador Xianzong (1464-1487), de una segunda policía todavía más poderosa -a la que se instaló en el cuartel del Oeste- para controlar a la primera no condujo más que a multiplicar las exacciones y a hacer todavía más inexpugnable la posición de los eunucos, basada en el terrorismo y la tortura. Liu Jin llegó a crear, en 1506, una tercera policía, la del cuartel del Interior, encargada de vigilar a las otras dos, si bien ésta desapareció con él.

Fracasos de los Ming en política exteriorLos primeros síntomas de la incapacidad de un gobierno afectado por

semejantes taras se manifestaron en el plano de la política exterior. A partir del siglo XVI, los Ming ya no fueron capaces de garantizar la defensa del Imperio contra los mongoles. Éstos habían recuperado parte de su poder durante el reinado de Bátü Mongke (h. 1464-h. 1532), unificador de los mongoles orientales. A partir de 1531, la rama meridional de este grupo, la de los tártaros, que ocupaban la región de los Ordos (al norte de Shaanxi) y con quienes los chinos no querían mantener relaciones puesto que numerosos opositores al régimen encontraban refugio en sus tierras, empezó a lanzar casi cada año incursiones devastadoras en Shanxi y Hebei, diezmando a las poblaciones, capturando esclavos y llevándose el ganado sin encontrar oposición. En 1550 la propia Pekín se vio amenazada, y los mongoles consiguieron que se volviera a celebrar su mercado de caballos; sin embargo, éste tuvo lugar sólo dos veces, antes de producirse una nueva ruptura. Hasta 1570, con la deserción del nieto del jefe de los tártaros Altan Gagan, furioso porque su abuelo lo había privado de la joven con la que pensaba casarse, los chinos no tuvieron ocasión de negociar definitivamente con su enemigo del norte, negociación llevada a cabo a cambio de la extradición simbólica de algunos desertores. A partir de entonces, los tártaros mantuvieron la paz con los Ming. Sin embargo, cuarenta años de hostilidades con sus vecinos habían afectado seriamente las finanzas chinas. Pero aún fue más elevado el coste del cierre del país al comercio con el Japón; este intercambio, que se basaba sobre todo en la seda china, era muy lucrativo y, por tanto, daba lugar a un importante contrabando. En puridad, en la China imperial no existía más comercio internacional que el que se llevaba a cabo bajo las formas rituales del sistema de tributo; los países «tributarios» enviaban al emperador, a intervalos determinados, una embajada que portaba un tributo formado por productos apreciados por los chinos (en el caso del Japón se trataba de azufre, cuero, sables y abanicos y otros objetos artísticos). El emperador ofrecía a su vez regalos, con un valor por lo general superior al de lo que había recibido, que la embajada llevaba a su país. Además, los miembros de la embajada estaban autorizados a aprovechar la ocasión para llevar a cabo sobre el terreno un comercio personal, aunque dentro de unos límites muy estrictos. Fuera de este marco no se permitía ningún negocio con el extranjero; la idea que las autoridades chinas tenían de los imperativos de la defensa contra los bárbaros inducía incluso a prohibir a todo súbdito chino salir del país sin autorización expresa, bajo pena de ser castigado por traición.

Sin embargo, de hecho, desde las costas de Zhejiang. Fujian y Guangdong, numerosos chinos se dedicaban a la navegación comercial, con grandes beneficios. Bastaba con sobornar a los eunucos que se encargaban de la vigilancia de estas operaciones para poder disfrutar de impunidad. A pesar de todo ello, el comercio

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chino-nipón oficial estaba limitado desde 1467-1468 a una embajada cada diez años, formada por trescientos japoneses embarcados en tres barcos, portadores cada uno de ellos de un documento acreditativo; una matriz del mismo se guardaba en Ningbo y otra en Pekín. Dos familias de daimyó se disputaban el privilegio de llevar a cabo estas fructíferas expediciones: la de los Hosokawa y la de los Ouchi. En 1523 estalló una pelea en Ningbo entre las misiones competidoras de cada una de las dos familias. Las autoridades chinas retiraron entonces su aprobación a la realización de las embajadas niponas, que ya únicamente serían autorizadas con reticencias, en 1540 y 1548, antes de ser definitivamente suprimidas. Desde entonces, lo que se denominó la piratería japonesa -que llevaba a cabo tantos tráficos ilegales como incursiones en las costas, y estaba ligada tanto a los contrabandistas chinos como a los corsarios nipones-, fenómeno endémico desde la época mongol, adquirió unas proporciones desastrosas y enligo a Guiña a emprender operaciones defensivas cada vez más costosas, sin demasiado éxito, si exceptuamos algunas espectaculares victorias conseguidas primero por Hu Zongxian y posteriormente por Yu Dayou y Qi Jiguang. El antagonismo chino-japonés empeoró hasta desembocar en una guerra abierta cuando Toyotomi Hideyoshi, que había conseguido dominar a todos sus rivales en la lucha por el poder en Japón, concibió el insensato proyecto de conquistar China a través de Corea. De 1592 a 1598, fecha de la muerte de Hideyoshi, los chinos tuvieron que hacer frente a tres campañas sucesivas, en el curso de las cuales utilizaron por primera vez las armas de fuego. El coste de las luchas ascendió a diez millones de taels de plata, que hay que añadir al presupuesto ordinario, mientras que la producción anual de este metal era de apenas tres millones de taels, procedentes de las minas del Yunnan y del Sichuan. Ello no impidió, no obstante, que para las ceremonias de investidura de los príncipes imperiales la corte ordenara una recaudación de fondos excepcional, de un montante de veinticuatro millones de taels.

Degradación de la situación interna en el Imperio MingA nivel de las clases dirigentes, el estado Ming se encontraba interiormente

minado cada vez más profunda-mente por las facciones y, a nivel de las clases populares, por las revueltas. Una primera lucha muy grave entre facciones estalló cuando Shizong (1522-1566), primo del emperador Wuzoug (1506-1521), muerto sin descendencia, sucedió a éste en el trono. En vez de aceptar la norma ritual que obligaba al heredero del trono a tratar como padre a aquel de quien recibía la herencia imperial (en este caso se trataba del emperador Xiaozong, padre de Wuzong; ya que el nuevo emperador había sido llamado a suceder al monarca desaparecido en calidad ficticia de hermano, por el contrario, Shizong pretendía tratar como emperador a título póstumo a su propio padre, que sólo había sido príncipe real de Xing. Esta pretensión dividió a los letrados en dos bandos, a favor o en contra de la interpretación ortodoxa de los ritos que el joven emperador rechazaba. Posteriormente, a finales de siglo, la oposición de los letrados integristas, representados por Gu Xiancheng (1550-1612), alcanzó unas proporciones y una violencia mucho mayores frente al deseo del emperador Shenzong (1572-1620) de designar como príncipe heredero, en vez de a su hijo primogénito, a un segundón nacido de una favorita. Los que se opusieron al emperador se vieron obligados a abandonar sus cargos o fueron degradados; entonces, como centro de reunión escogieron un lugar cerca de Wuxi en el que se alzaba una antigua academia de la época Song, la de Donglin, que reconstruyeron en 1604, convirtiéndola en el núcleo de su resistencia. Posteriormente se formaron otras facciones, aliadas u opuestas a la de Donglin, y de las vicisitudes de sus luchas

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dependieron, hasta el final de la dinastía, todos los nombramientos de funcionarios y todas las designaciones de cargos, aunque fueran poco importantes.

Por otra parte, las exacciones de una administración lo-cal sometida a las exigencias de los eunucos provocaron sublevaciones populares a lo largo de todo el siglo xvi, ora en una provincia, ora en otra. En las regiones costeras, numerosos chinos partieron con sus navíos desobedeciendo las prohibiciones del comercio marítimo, y al no atreverse a volver a su país se establecieron por todo el Sudeste asiático; fue la primera gran oleada de emigración china. La gran revuelta del «rey impetuoso» selló, por último, el destino de la dinastía. Esta insurrección se desencadenó en 1628, tras un período de escasez de víveres que afectó a la zona de Shaanxi y redujo al bandidaje a una masa de campesinos sin recursos. Un ladrón de caballos, Gao Yingxiang, se puso a su cabeza al proclamarse cnuang- wang «rey impetuoso». Sus bandas, que pronto alcanzaron los doscientos mil hombres, se extendieron por Shanxi. Tras su muerte, ocurrida en 1636, le sucedió su sobrino Li Zicheng, que pasó a la región de Sichuan, ocupó Henan, invadió Hebei y, en 1644, entró en Pekín, donde el emperador Yizong (1628-1644) se suicidó. Li Zicheng se proclamó emperador. Un general Ming, Wu Sangui, encargado de la defensa de las fronteras contra los manchúes, recibió la orden de reconquistar Pekín, y para lograrlo pidió ayuda a quienes antes combatía, que le exigieron que se pusiera a sus órdenes. Wu Sangui cambió, pues, de bando y abrió China a los manchúes, al servicio de los cuales combatiría posteriormente durante cerca de treinta años. Li Zicheng se retiró, y el emperador manchú entró victorioso en Pekín y se proclamó emperador de China.

El imperio Qing de los manchúes Los manchúes, descendientes de los yurchets o jurcheds (fundadores, ya en el

siglo XII, de una dinastía Jin en la China del norte), habían adoptado desde 1636 de hecho todas las instituciones chinas y tomado el nombre dinástico de Qing. Al instalarse en Pekín, legitimaron su soberanía sobre China autodesignándose continuadores de la dinastía de los Ming, que consideraban extinguida tras el suicidio de Yizong, en honor del cual decretaron un período oficial de duelo y al que confirieron un título póstumo imperial, concediéndole un mausoleo ritual. Sin embargo, los legitimistas Ming se enfrentaron militarmente a la nueva dinastía manchú durante cerca de veinte años, y de hecho, el irredentismo de los fieles a la antigua dinastía no se extinguió nunca. No obstante, la disgregación espontánea del poder Ming y las adhesiones chinas entrega-ron el Imperio a los manchúes, que, con los setenta u ochenta mil hombres de su propio ejército, por muy aguerridos que fueran, nunca habrían podido conquistar por sí mismos ni siquiera la China del norte. Por esta razón, los nuevos amos de China dejaron que sus habitantes administraran su propio país, sin modificar en nada las estructuras del estado imperial. Sin embargo, dos importantes características diferenciaban el estado Qing del estado Ming. Una era la institución de la sinarquía, que consistía en designar para todos los puestos de la administración central, además de los funcionarios chinos, funcionarios manchúes, en número igual en todas partes y reclutados a través de una vía especial. La otra característica era el mantenimiento del sistema militar manchú, basado en una organización de los ejércitos en «banderas»: ocho banderas de tropas manchúes, ocho de tropas mongoles y ocho de soldados chinos unidas formando los cuerpos de élite; además, existía una bandera verde que agrupaba al conjunto de las tropas autóctonas. Esta organización militar conservó durante mucho tiempo una notable eficacia, tanto para la conquista como para la represión, facilitada por otra parte por

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una disposición de 1645: todos los chinos estaban obligados, bajo pena de muerte, a dejar de re-cogerse los cabellos en un moño y a adoptar la costumbre manchú de peinarse con una trenza. A partir de entonces ya no se podía ser un resistente sin ponerse en evidencia, a menos que se empezara por mitigar el espíritu de resistencia con la cobardía de un primer y evidente compromiso.

La edad de oro de los Qing: finales del siglo XVII y siglo XVIIILos Qing empezaron a implantar su dominio por medio de una represión

despiadada. Sin embargo, su dinastía se consolidó gracias a tres reinados prestigiosos, que se encuentran entre los más brillantes de toda la historia de China: los de los emperadores Shengzu (era Kangxi: 1662-1722), Shizong (era Yongzheng: 1723-1735) y Gaozong (era Jianlong: 1736-1795). Estos tres reinados se vieron en principio coronados por grandes éxitos militares. En primer lugar, el emperador Shengzu concluyó la pacificación del Imperio, dominando entre 1673 y 1681 el levantamiento conjunto de las poderosas casas de los tres generales más valerosos, unidos después de haber perdido su mando tras la conquista del Imperio, dominando entre 1673 y 1681 el levantamiento conjunto de las poderosas casas de los tres generales chinos más valerosos, unidos después de haber perdido su mando tras la conquista: Wu Sangui en el Yunnan, Shang Kexi en el Guandgong y Geng Jimao en el Fujian. Posteriormente, en 1683, Shengzu se adueñó de Taiwan (Formosa), ocupada por irredentistas Ming, descendientes del célebre pirata Zheng Chenggong (alias Guoxingye o Koxinga), que había expulsado de allí a los holandeses en 1662. Tras apoderarse de Taiwan, el emperador detuvo con sus ejércitos el avance ruso en Mongolia y concluyó con el zar el tratado de Nertchinsk (1689], primer pacto que los chinos firmaron con una potencia occidental y uno de los tres únicos tratados (junto con los de Kiakhta, en 1727, y Washington, en 1868) que nunca han sido considerados «desiguales». Por él, China lograba que se reconociera su propiedad sobre toda la cuenca del río Amur al sur de los montes Yablonovy. Por último, varias campañas victoriosas contra los eleutes proporcionaron a China la actual Mongolia exterior, mientras que el Tibet fue sometido en 1720. Durante el reinado del emperador Shizong en 1724, se conquistó la región de Qinghai. Por su parte, Gaozong conquistó Yili y el Turquestán entre 1755 y 1759. A finales del siglo XVIII, los Qing habían hecho avanzar todas las fronteras del Imperio más allá de sus límites anteriores más lejanos.

En el campo de la política interior, los grandes emperadores Qing practicaron con respecto al pueblo campesino una política paternalista de carácter confucianista. En aquella época, en el seno del campesinado, era particularmente dramática la situación de los siervos que trabajaban por cuenta de los manchúes (o de sus adictos) en las «tierras de las banderas»: particularmente se trataba de unas tierras confiscadas por los conquistadores y que se asignaban a la casa imperial o se distribuían entre los miembros de las banderas, tanto nobles como simples soldados; eran inalienables y estaban cultivadas por prisioneros de guerra o por campesinos a los que la miseria obligaba a vender su fuerza de trabajo y sus bienes. En 1669, estas tierras de las banderas representaban una treinteava parte de todas las tierras cultivables del país, si bien en el norte eran relativamente mucho más importantes. Los siervos que las trabajaban eran tratados con gran dureza y se veían sometidos a leyes de excepción que sancionaban en particular las evasiones -muy numerosas- de manera draconiana. En 1669, se decretó el fin de las confiscaciones, y progresivamente fueron suavizándose las leyes señaladas. La facultad de redimirse de la servidumbre y de ser reinscrito como hombre libre se extendió a categorías cada

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vez más numerosas de siervos, mientras que las tenencias serviles se fueron transformando progresivamente en arrendamientos, y nuevas leyes consolidaron los derechos de los colonos. Además, la práctica de la hipoteca y de la venta de «tierras de las banderas» a chinos, en principio fraudulenta, se hizo corriente. En resumen, a finales del siglo XVIII la existencia de esta clase de tierras dejó de tener sentido. Sin duda, la resistencia de los campesinos fue lo que dio lugar a esta evolución, en la que, por otra parte, también tuvieron interés los manchúes, ya que el rendimiento de las tierras arrendadas resultaba mucho mayor que las de explotación directa. Otros emperadores menos lúcidos no habrían aceptado estos cambios, que el poderío de los Qing podía entonces haber impedido fácilmente si hubiera querido. Por otra parte, la contribución territorial y la capitación se fijaron en unas tasas ínfimas y, en 1713, Shengzu decretó que nunca serían modificadas. Ambos impuestos se fundieron en 1724 en uno solo, que únicamente gravaba la propiedad. Con frecuencia se concedían exoneraciones fiscales, y la administración Qing realizó esfuerzos muy importantes para ayudar a los afectados en los períodos de hambre. En resumen, de finales del siglo XVII a finales del XVIII los emperadores Qing supieron conducir a China por un camino de notable prosperidad, que se reflejó en el crecimiento demográfico: según las estadísticas oficiales, que por lo general subestimaban las cifras reales, se pasó de 143 a 293 millones de habitantes.

Con respecto a la clase de los letrados, la política Qing consistió en imponer la doctrina oficial del neoconfucianismo mediante una rigurosa presión ideológica. Durante los siglos XVII y XVIII, el sistema de los exámenes para convertirse en mandarines, además de ser más exclusivo de lo que había sido nunca en relación con las otras vías de promoción en la función pública, se convirtió en el modelo del más estricto conformismo. Los grandes emperadores manchúes, más cultivados en las letras y la cultura china que sus predecesores Ming, proporcionaron a la aristocracia intelectual la satisfacción de grandes trabajos de edición de obras clásicas: sobre todo, de filología, ciencias y filosofía durante el reinado de, Shengzu, y de historia y literatura bajo Gaozong. Sin embargo, la menor sospecha de que un escrito, aunque fuera a través de suposiciones, pudiera criticar al poder Qing, desencadenaba sangrientos procesos literarios. En 1726 fue detenido Cha Siting, que moriría en prisión, por haber propuesto como tema de un examen una frase en la que se creyó encontrar un juego de palabras que hacía burla del soberano reinante. En 1727 el descubrimiento de fragmentos poco ortodoxos en los escritos de Lü Liuliang, ya fallecido, provocó la exhumación y dispersión de sus restos y de los de su primogénito, también fallecido, la decapitación de su segundo hijo y la reducción a la esclavitud de su esposa y del resto de sus descendientes. El emperador Shizong, que trató de frenar el proceso de desaparición del espíritu nacionalista manchú en sus compatriotas, cada vez más chinizados, fue especialmente duro con los letrados. A partir de su reinado se adoptó una nueva doctrina sobre la legitimidad de los Qing, que no se basaba ya en la continuidad con los Ming, sino en un «cambio de mandato celestial», ilustrado por la victoria de los ejércitos manchúes y ejecutado, no a través del suicidio de Yizong, en 1644, sino por la captura, el 18 de junio de 1645, de su sobrino Zhu Youzong, proclamado emperador en Nankín tras el suicidio de su tío.

Los gérmenes de capitalismo bajo los Qing

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Tras el cese de las destrucciones causadas por la conquista manchú, la economía china empezó a progresar, y en el siglo XVIII adquirió unas formas estructurales en las que los historiadores chinos contemporáneos han creído descubrir los gérmenes de un cierto desarrollo capitalista. La abolición del sistema de prestaciones personales y de la dependencia administrativa de los obreros cualificados dio lugar a un desarrollo sin precedentes de todas las producciones manufactureras: no sólo en el sector más desarrollado, el textil (seda, algodón, cáñamo), sino también en la industria agroalimentaria (aceite, harina, alcohol, azúcar, té, tabaco), en la metalurgia y en la fabricación de papel, de porcelana y de todo tipo de objetos de madera, bambú, laca, jade, etc. La participación en la producción de las empresas estatales de Jindecheng (porcelana) o de Nankín, Suzhou y Hangzhou (sederías) era cada vez menor: en lo sucesivo dominaría la empresa privada, al organizarse progresivamente a gran escala. La prohibición de superar la cifra de cien telares para las manufacturas privadas fue suprimida; en el bajo río Azul algunas sederías empleaban a más de mil obreros, que trabajaban en unos quinientos o seiscientos telares. En Suzhou, la cifra de bataneros pasó de unos siete u ocho mil a finales del siglo XVII a diecinueve mil en 1730, empleados por 450 empresas. En el Yunnan, las empresas privadas que explotaban el cobre local daban trabajo, las más pequeñas a miles de trabajadores y las más grandes a varias decenas de miles; en los mejores años del siglo XVIII, esta provincia produjo más de 700 toneladas de cobre. En la región de Ouning, al norte del Fujian, se pueden contabilizar desde finales del siglo XVII más de mil manufacturas de té, cada una de las cuales empleaba de varias decenas a más de un centenar de personas. El desarrollo del comercio acompañó al de la producción, como lo atestigua indirectamente la importancia cada vez mayor que adquirieron en el conjunto de los recursos fiscales los impuestos sobre la producción, que se recaudaban en unos ochocientos puntos diseminados por todo el país y gravaban la circulación general de las mercancías. En 1685 estos impuestos alcanzaron los 1,2 millones de taels, es decir, un 4 % de los ingresos fiscales (los impuestos directos representaban el 87 % de la recaudación total y los impuestos sobre la sal el 9 % restante), y en 1725, los 1,35 millones de taels, es decir, otro 4 % de los ingresos (frente a un 84 % de los impuestos directos y un 12 % del impuesto sobre la sal). Sin embargo, en 1735 los impuestos sobre la producción mercantil llegarían a los 4,3 millones, es decir, un 10 % de los ingresos (frente a un 73 % y un 17 % de los impuestos directos y los percibidos sobre la sal, respectivamente) y en 1766 a los 5,4 millones, es decir, un 13 % de los ingresos (frente a un 73 % de los impuestos directos y un 14 % de los percibidos sobre la sal).

La arbitrariedad que imperaba en la antigua fiscalidad china, en la que los impuestos se fijaban de antemano a tanto alzado, y el carácter excesivamente discrecional de las prácticas de recaudación (aunque en principio el impuesto sobre la producción era de un 5 % ad valorem) impiden extraer conclusiones precisas de esta evolución, derivada en parte de una política deliberadamente hostil al comercio; sin embargo, se puede constatar la importancia cada vez mayor que las actividades comerciales adquirieron en la economía china. El comercio exterior se desarrolló enormemente: al norte, a partir de Pekín, con Corea, con los nómadas de la estepa y con Rusia después del tratado de Kiakhta (1727); al sur, tras la apertura en 1685 de los puertos de Cantón, Amoy, Ningbo (Ningpo) y Shanghai, pero también a partir de 1757 cuando el primero de ellos fue el único puerto abierto, con el Sudeste asiático y Europa. Estos intercambios con el exterior proporcionarían a China, desde el final de

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la época de los Ming al final de la de los Qing, unos ingresos de 350 millones de dólares de plata. La clase mercantil se enriqueció, y los banqueros de Shanxi, los concesionarios del comercio de la sal y los grandes compradores de Cantón amasaron grandes fortunas. Los bienes del más célebre de estos últimos, Howqua, fueron estimados en 1834 en unos 26 millones de dólares.

Sin embargo, China se encontraba en realidad, muy lejos del capitalismo. Las empresas florecientes únicamente trabajaban algunos productos privilegiados: sal, té, cobre, sedas, tenían un carácter más mercantil que industrial, aunque llevaran a cabo actividades productivas. Los beneficios comerciales se basaban en gran parte en la usura, a través de los mecanismos del crédito o simplemente mediante la manipulación de los precios de compra y venta. Las instituciones bancarias más poderosas actuaban con un capital que, como máximo, era del orden de unos cien mil taels. De hecho, el espíritu de empresa consistía en explotar no tanto las condiciones de la producción mercantil como las de la reglamentación estatal de la economía y del funcionamiento de las finanzas públicas. Se conseguían los mayores beneficios haciendo el juego de la administración. Además, las relaciones entre patronos y empleados, entre comerciantes, entre productores y comerciantes, se mantenían bajo la influencia determinante de las relaciones tradicionales de padre a hijo, de parentesco, de «compatriotismo» local, de afinidades sociales. Y cuando uno se enriquecía no trataba tanto de multiplicar sus empresas como de adquirir tierras, y procuraba tener un hijo o un nieto funcionario.

Contactos con Occidente

El expansionismo comercial del Occidente moderno afectó a China desde comienzos del siglo XVI con la frustrada embajada del portugués Thomé Pires en 1520-1521. Posteriormente, se produjo el establecimiento de los portugueses en Macao, en 1556, con el acuerdo de las autoridades locales. En 1624 los holandeses ocuparon Formosa, y en esta misma isla los hispánicos, instalados en Manila desde 1571, establecieron en 1626 una base, que duraría muy poco. En 1637 llegó por primera vez a Cantón una pequeña flotilla inglesa, por cuenta de una sociedad creada para competir con la Compañía de las Indias, y empezó a comerciar antes de ser capturada. La primera travesía comercial francesa en China fue la del «Amphitrite», financiada por la Compañía Jourdan-De Coulange, que arribó a Cantón y a Ningbo entre el 5 de octubre de 1699 y el 26 de enero de 1700. Por lo que se refiere a los norteamericanos, los últimos en llegar, en 1784 atracó en Cantón el «Empress of China», armado por comerciantes de Nueva York y de Filadelfia. Instalados únicamente en Macao y Cantón, prácticamente sin contactos con los chinos, a excepción de la decena de mercaderes autorizados que formaban en Cantón la corporación denominada Co-hang, los comerciantes occidentales no tuvieron durante tres siglos ninguna influencia en China; el lamentable resultado de las dos embajadas inglesas de Macartney (1793-1794) y de lord Amherst (1816) basta para atestiguarlo. No ocurrió lo mismo con los misioneros. En 1557 se había creado ya un obispado de China, con sede en Macao; sin embargo, fueron los jesuitas, gracias a la inteligencia de Mateo Ricci, llegado en 1583, quienes verdaderamente fundaron la misión de China. Ricci tradujo al chino los seis primeros libros de Euclides, y en lo sucesivo los padres de la Compañía se granjearon el favor imperial al convertirse en introductores de las ciencias y de las técnicas occidentales. De 1653 a 1827 dirigieron la Oficina

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Imperial de Astronomía, salvo durante una interrupción entre 1665 y 1669, como consecuencia de un proceso que al final se volvió en contra del difamador, Yang Guangxian. De 1708 a 1718 los jesuitas elaboraron el mapa del Imperio, provincia por provincia. Sin embargo, la lucha de los ritos y, en 1704, la condena por parte del papa Clemente XI de la posición de la Compañía, que defendía la compatibilidad entre los ritos chinos y la fe cristiana, dieron al traste con esta influencia. Considerados como agentes de las potencias extranjeras, los misioneros, a excepción de los que trabajaban para la corte de Pekín, fueron confinados en Macao por un decreto del 12 de enero de 1724; posteriormente, la propagación de la fe cristiana fue objeto de persecución como consecuencia de una disposición especial añadida al artículo del código penal chino que sancionaba en general las prácticas religiosas perversas. Así pues, la tentativa de cristianización de China concluyó en fracaso. 

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VIETNAM: DIVISION DEL PAÍS Y LLEGADA DE LOS EUROPEOS

por Nguyeng Phú Phong (Centre National de la Recherche Scientifique, París)

Tras ser rechazados los Ming, en 1428 Lé Lo’i fue nombrado emperador y fundó la dinastía de los Lé posteriores, que conoció su máximo apogeo hacia finales del siglo XV e inició el declive en los primeros años del siglo siguiente. La usurpación de los Mac hizo huir a los reyes Lé, y durante un largo período (1527-1592) el país conoció dos cortes diferentes: la del sur (región de Thanh Hoá-Nghé An), de los Lé, y la del norte, de los usurpadores. Finalmente, en 1592 los Lé reconquistaron la capital Thang-long, aunque sólo ejercieron una autoridad nominal sobre ella. En efecto, en las guerras para la restauración de los Lé el poder real cayó en manos de dos familias aliadas pero rivales, los Trinh y los Nguyén, cuya ruptura, consumada en 1600, estalló en guerras a partir de 1627; en aquella fecha el dominio de los Nguyén se extendía en la parte del país situada al sur del Sóng Gianh (paralelo 19). Sin embargo, a comienzos del siglo XIX, el país salió unificado y engrandecido de estas luchas internas -que constituyen una de las páginas más sombrías de la historia de Vietnam-. Fue durante ese período (1527-1592) que se llevó a cabo la extensión del territorio, por las armas, hacia el sur, a expensas de los chams y los khmers, y fue entonces cuando la llegada de los europeos permitió presagiar la salida de Vietnam de la órbita china, con el desplazamiento del centro de gravedad político al sur del paralelo 17. Entre los siglos XVI y XVIII la mezcla entre una cultura de inspiración china y una cultura de influencia hindú, implantada en las tierras conquistadas, dejó profunda huella en los hábitos y la conducta de los territorios meridionales del país; hay que destacar también que fue en ese mismo período cuando Vietnam y el reino de Siam entraron por primera vez en conflicto directo.

Las guerras entre los Trinh y los Nguyén

De 1627 a 1672 se desarrollaron siete grandes campañas, durante las cuales la iniciativa correspondió a menudo al norte. En efecto, los Trinh consiguieron reclutar ejércitos de 200.000 hombres, y alinear 500 elefantes, 600 barcos de guerra y 500 juncos de transporte. Frente a este poderoso ejército, los Nguyén llevaron a cabo una guerra esencialmente defensiva: al comienzo las tropas sudistas contaban con sólo 30.000 hombres, pero al final de las hostilidades sus efectivos alcanzaron una importancia semejante a la de los Trinh. Para compensar su inferioridad numérica, los Nguyén tuvieron que recurrir a trabajos de fortificación; en la zona de demarcación se erigieron al menos cinco murallas, la más importante de las cuales, la de Dong Hói, alcanzaba una longitud de 18 kilómetros y tenía seis metros de altura. También organizaron cuerpos especializados, como el de elefantes y la artillería. Los dos grupos, que no vacilaron en pedir ayuda a los europeos para mejorar sus armas y sus técnicas navales, recurrieron incluso a la intervención directa de los buques de guerra.

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Después de largas e implacables batallas, ambos bandos contendientes decidieron una tregua de hecho, que duró un siglo (1672-1774), tiempo que emplearon para resolver sus problemas.

Crecimiento demográfico y crisis en el señorío del norte

El crecimiento demográfico, iniciado ya en los comienzos de la dinastía de los Lé, progresó durante los períodos de prosperidad económica y de estabilidad política de la segunda mitad del siglo XV. Pero en el siglo siguiente el delta del Río Rojo sufría ya una superpoblación, que Lé-Tránh-Tón (1460-1497) había intentado aliviar con una serie de medidas destinadas a fomentar la producción agrícola: creación de 43 colonias militares (don dién), explotación de los terrenos de aluvión, reforzamiento de los diques y mejora del sistema de irrigación. Por último, algunas expediciones militares extendieron el territorio y las tierras cultivables hacia el oeste y el sur, en detrimento, respectivamente, de Laos y de Champa.

No obstante, la situación se degradó a comienzos del siglo XVI, a causa de la incompetencia de los sucesores de Lé-Tránh-Tón y las luchas entre legitimistas y usurpadores. Durante el período comprendido entre 1570 y 1582 la población (sobre todo la de Thangnghé) sufrió los efectos de la guerra, de las calamidades naturales y de la falta de alimentos, que llevaron al abandono de las tierras y a la emigración en masa de los habitantes hacia el sur y el nordeste.

Ese mismo ciclo de guerra (entonces guerra de secesión), plagas naturales y mala alimentación se repitió en los primeros años del siglo XVII. Con la tregua entre los Trinh y los Nguyén a partir de 1672 no se consiguió acabar con el hambre, que volvió casi anualmente, durante determinados períodos de este siglo y del siguiente, be trataba de carestías que asolaban particularmente las populosas llanuras del norte, y que afectaban también a las zonas media y alta. Esta crisis de alimentos crónica, junto con el creciente agotamiento de los campos, encadenó una serie de efectos acumulativos que condujeron a una agravación del éxodo rural. A principios del siglo XVIII los campesinos, agobiados por las expediciones militares, por la frecuente falta de alimentos y por las gravosas obligaciones fiscales, abandonaron masivamente sus aldeas y pasaron a engrosar las filas de los vagabundos, los sin trabajo y los no inscritos. Según un censo de 1741 había 3.691 pueblos afectados por el éxodo, 1.730 de los cuales muy acusadamente.

Esta migración generalizada, que afectó a una masa humana flotante en la que se incubaban revueltas políticas, conflictos sociales y crisis económicas, provocó la afluencia de población hacia las ciudades, lo que modifico la fisonomía de éstas y condicionó su evolución. Entonces se operó la clasificación de la mano de obra en beneficio de las actividades no agrícolas, al tiempo que se preparaba (gracias también a otros factores) el auge de una burguesía mercantil.

El señorío del sur y sus problemas

Al situarse en 1558 al frente del gobierno de Thuan Quáng, Nguyén Hoáng se fijó como tarea prioritaria transformar la región, todavía poco poblada y hasta entonces fundamentalmente tierra de proscritos y deportados, en una tierra acogedora, poblándola con una reserva humana capaz de enfrentarse a los rivales del norte. Su empresa se vio facilitada por las inundaciones, la escasez de alimentos y la guerra civil

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que asolaron la región limítrofe de Thangnghé e impulsaron a sus habitantes a emigrar, en sucesivas oleadas, hacia el sur. La política de poblamiento intensivo emprendida por los Nguyén se basaba también en la implantación de los prisioneros de guerra o de la población civil capturados en las batallas contra los Mac y los Trinh, así como de los restos del ejército chino que huía ante la victoria manchó. En un principio el campesino no planteó problemas a los Nguyén: la «frontera» abierta del sur, en dirección a las llanuras casi vacías del Mekong, ofrecía una permanente salida a las capas más desheredadas de los campos. Además, la situación interna no provocaba tampoco grandes conflictos: las minorías étnicas de las regiones montañosas que rodeaban el dominio de los Nguyén eran mucho menos peligrosos que las del norte, y sus empresas no podían compararse a los ataques de los Mac o las intrigas de los chinos que amenazaban a los Trinh.

Las modificaciones de los cultivos

Como consecuencia de la presión demográfica, en el señorío de los Trinh, se impuso además del arroz, que constituía el alimento básico, el recurso a otros cultivos complementarios. El maíz, las batatas dulces, introducidos en el siglo XVII, así como el mijo, el sésamo, las judías negras y los guisantes, importados por los holandeses, se cultivaban en gran escala y proporcionaban no sólo una alimentación complementaria de los cereales para la subsistencia de la población, sino que permitían ocupar los campos de arroz durante el invierno. Al estar todos los esfuerzos dedicados a la producción alimentaria, otras posibilidades agrícolas eran desaprovechadas.

Por el contrario, en el sur la agricultura se hallaba muy diversificada. Había arroz abundante para una población todavía dispersa que tendía a variar su alimentación y salvo algunas excepciones cultivaban las mismas legumbres, las mismas féculas y los mismos frutos que en el norte, pero las especies se multiplicaban y los cultivos se hacían cada vez más especializados. Por ejemplo, Gia Dinh y Vinh Long eran célebres, respectivamente, por sus cacahuetes y sus mangostanes, aunque ambos productos habían sido introducidos en el país hacía poco: los cacahuetes hacia 1682 y los mangostanes hacia finales del siglo XVIII... También fue notable el desarrollo de las plantaciones netamente especializadas, como la pimienta y la caña de azúcar, que llegó a tener carácter verdaderamente industrial, y abastecía a un artesanado tanto más floreciente cuanto que en parte trabajaba para la exportación.

Las crecientes posibilidades de vender al extranjero dieron impulso a la extensión del cultivo del pimentero, que siempre había sido objeto de un activo comercio en el Mar de China. Los señores Nguyén, que obtuvieron con ello una fuente considerable de ingresos, no tardaron en asegurarse su monopolio; con tal fin, establecieron un derecho de compra preferente sobre la totalidad de la producción anual y llegaron incluso a conseguir que la cosecha les fuera entregada bajo escolta militar.

Así, los cultivos llamados secundarios fueron perdiendo gradualmente su carácter complementario, adquirieron una creciente importancia y ocuparon una superficie cada vez más extensa. En lo sucesivo, como por lo general las tierras se hallaban divididas en campos de arroz y en campos de cultivos diversos, localidades enteras pudieron dedicarse al cultivo de determinada cucurbitácea, de determinada especia, o de una oleaginosa, sin preocuparse, contrariamente a lo que sucedía en el norte, de la prioridad ni de la disponibilidad de los arrozales.

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La llegada de los europeos

Los comerciantes occidentales y misioneros estaban ya presentes en la península indochina en el siglo XVI, pero la evangelización no se hizo efectiva hasta el siglo XVII.

Las tentativas del capitalismo de estado y de las diferentes compañías europeas de las Indias para establecerse en Vietnam conocieron resultados diversos. Los obstáculos procedían de varios factores: maniobras de unos, intrigas de otros, rivalidades entre nacionalidades, fluctuaciones de la política «exterior» de los señores locales en función de la evolución de sus conflictos internos, actitud desfavorable de los mandarines hacia el comercio, etc. Precisamente los mandarines concebían la jerarquía social por este orden: si (letrados), nong (agricultores), cong (obreros) y, en último lugar, thuong (comerciantes).

Con bastante frecuencia, los misioneros, amenazados por la prohibición, se disfrazaban de negociantes para poder introducirse en el país. Además, las actividades combinadas de propagación de la fe, de servicio al rey y de desarrollo del comercio no eran irreconciliables para muchos de los europeos que desembarcaban en Extremo Oriente, eclesiásticos y comerciantes. Pero esta colaboración entre la religión y el comercio perjudicaba tanto a la una como al otro, pues no inspiraba confianza a los indígenas. Además, el apostolado católico amenazaba a los propios fundamentos del estado vietnamita, basado en el confucianismo, incompatible con el cristianismo.

Sin embargo, los vietnamitas sabían apreciar los conocimientos y la competencia de los occidentales en el dominio de la ciencia y la técnica. Así, en los círculos de los señores Nguyén había sacerdotes, algunos afamados médicos del rey (Siebert, Loureiro), otros geómetras (Monteiro), etc. Así mismo, los comerciantes resultaban indispensables a las dos familias Nguyén y Trinh, puesto que les proporcionaban productos estratégicos: cañones, fusiles, plomo, azufre, etc.

Los dirigentes vietnamitas vacilaban entre los peligros que comportaba la presencia europea, con el riesgo de un debilitamiento del poder del estado, y los beneficios que de ella podían obtener en materia militar, científica, técnica y financiera. A lo largo del siglo XVII y a partir del siglo XVIII se fueron sucediendo y anulando diversas medidas de prohibición del cristianismo y manifestaciones de tolerancia.

El desarrollo del comercio

Así pues, el crecimiento del comercio internacional en Vietnam se vio estimulado por la necesidad de los dos bandos rivales, Nguyén y Trinh, de orientarse hacia el exterior para reforzar su potencial militar. Además, la península indochina ocupaba una posición neurálgica en la «ruta de las especias», que estaba dominada por las flotas europeas.

El impulso dado a los intercambios con el extranjero, junto con la extensión territorial hacia el sur, se tradujo en un aumento de los recursos, que sirvió de punto de partida al despertar de las ciudades y a una evolución de las instituciones económicas y de las clases sociales. En efecto, al lado de las ciudades-fortalezas tradicionales se formaron las ciudades-mercados, que prosperaron en las dos regiones del país: se trataba a la vez de ciudades, mercados, ferias y plazas de transacciones, permanentes

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o periódicas. El desarrollo económico desempeñó un papel decisivo en el establecimiento de los mercados y, por tanto, en la creación de nuevos centros urbanos, en los que se instaló una parte de la población liberada del trabajo de la tierra. También el desarrollo económico puso en circulación una masa monetaria importante, cuya manipulación estaba en manos de una burguesía mercantil embrionaria, y transformó sensiblemente el artesanado, cuyos oficios se perfeccionaron, se multiplicaron y se hicieron independientes de la agricultura para obedecer sólo las leyes del mercado. Junto al trabajo individual o de los talleres familiares, aparecieron otros modos de producción, como, por ejemplo, determinadas refinerías de azúcar o fábricas de cerámica, donde decenas de obreros coordinaban su trabajo en las etapas sucesivas de una técnica bastante compleja. Entre la clase dirigente de los letrados-mandarines y el pueblo llano, hasta poco antes formado casi totalmente por campesinos, se introdujeron entonces los componentes de una estratificación social más diversificada: los artesanos y los obreros, cuyo número fue creciendo, y los comerciantes y empresarios, cuya influencia no tardó en dejarse sentir.

Hemos citado numerosos agentes dinámicos que sembraron los gérmenes favorables a la instauración de un orden social nuevo, a verdaderas transformaciones de estructura. Pero la dinámica de cambio se encontró pronto bloqueada por las actividades guerreras de un país en secesión, que canalizaban los recursos materiales y humanos hacia fines improductivos. Las ideas de Confucio hicieron el resto, encerrando al país en una red de obligaciones morales y sociales e incitando a cultivar el pasado y volver la espalda a una reflexión realmente científica: el quóc ngü, escritura alfabética elaborada por los misioneros en el siglo XVII, tardó más de un siglo y medio en sustituir los caracteres chinos, cuyo difícil estudio hacía en gran medida estéril el pensamiento, y hacer que éstos cayeran en desuso.

Pero la semilla de la revuelta y de la innovación había sido lanzada. Y corresponde al movimiento campesino de los hermanos Táy Son (1773-1789) el mérito de haber unificado el país después de proceder a la aniquilación del sistema señorial.

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EL JAPÓN: PROCESO UNIFICADOR Y DIFICULTADESpor Paul Akamatsu (Centre National de la Recherche Scientifique, París)

Los japoneses llevaban ya varios siglos navegando a la ventura por los mares cuando los portugueses, los primeros europeos, arribaron a sus islas, hacia 1543. A partir de entonces, el Japón, que no conocía más que Corea, China, parte de Siberia, el Sudeste asiático y la India, descubriría otro mundo antes insospechado, aunque más tarde, a partir de 1639, volvería a aislarse durante más de dos siglos.

Las relaciones con los europeos

A menudo, como consecuencia de una tempestad, algunos barcos europeos, o juncos en los que viajaban europeos, navegaron a la deriva en dirección al Japón, en cuyas costas zozobraron: así sucedió con el junco tripulado por portugueses que llegó, en 1543, a Tanegashima, isla situada al sur de Kyüshü, o con el «San Felipe», barco procedente de Manila, que tuvo que refugiarse en un puerto de Shikoku en 1596, o con el «Liefde», navio holandés que, en 1600, se vio arrastrado hacia una bahía de Kyüshü. Se abrió así el camino a los misioneros que buscaban el Cipango, del que había hablado Marco Polo. El primero de ellos fue Francisco Javier, que desembarcó en el Japón, al sur de Kyüshü, en 1549: el futuro santo encontraría una acogida variable según las distintas regiones que atravesó en su camino en dirección a Kyóto, la capital imperial, que visitó. Francisco Javier abandonó el archipiélago tras una estancia de cerca de dos años, dejando allí a los fundadores de las iglesias católicas del Japón.

Tanto en el campo del comercio como en el de las misiones, las relaciones entre japoneses y europeos se desarrollaron rápidamente. Sin embargo, la sensibilidad religiosa de los japoneses chocó a menudo con las exigencias de la vida cristiana, en particular con lo que se interpretó como una doble fidelidad al papa de una parte y a su soberano de otra. No obstante, algunos señores feudales y los soberanos reunificadores del Japón apreciaron los intercambios comerciales con los europeos y sus aportaciones técnicas, sobre todo en el dominio militar. De hecho, los primeros mártires católicos no fueron ejecutados hasta 1597, cuando los dirigentes japoneses temieron que la misión fuera el preludio de una invasión. Ello no fue impedimento para que continuara la propagación de la fe cristiana: a comienzos del siglo XVII, la Compañía de Jesús contaba con cinco diócesis, sesenta sacerdotes, cincuenta hermanos alrededor de doscientos cincuenta pensionados en sus establecimientos y al menos quinientos mil fieles. Las relaciones entre las misiones católicas y las autoridades japonesas se degradaron, sin duda, a causa de la resistencia de los budistas, pero también porque las disensiones entre los propios

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católicos hacían temer que se produjeran nuevos conflictos. Poco a poco, los europeos protestantes empezaron a ser apreciados por su discreción en materia de proselitismo y por su eficacia en el comercio. A partir de 1612, los españoles, los portugueses y, más tarde, los japoneses católicos serían expulsados. Las persecuciones sangrientas datan sobre todo de la década de 1620 y siguientes.

Sin embargo, las relaciones comerciales con los países extranjeros, incluidos los europeos, nunca fueron abolidas: éstas continuaron con los holandeses, aunque de manera muy restringida, hasta el siglo XIX.

La expansión japonesa

Al mismo tiempo que los europeos empezaban a ser cada vez más numerosos en el Japón, los japoneses marchaban cada vez más lejos en el continente asiático y los mares del sur. Cuando los hispánicos se establecieron en Manila, en 1572, existía ya una colonia japonesa en sus proximidades. Esta expansión japonesa se debía, en la mayoría de los casos, a la iniciativa de un determinado comerciante, armador o capitán, seguido por algunos compañeros. Pero la ambición conquistadora de los europeos inspiró a los japoneses proyectos de invasiones militares organizadas. En el transcurso de dos campañas desgracia-das, en 1592 y 1597, los japoneses trataron de ocupar Corea y de hacer frente al ejército chino, pero la inferioridad de la flota japonesa en relación a la marina coreana fue decisiva y, en 1598, tuvo que ordenarse la retirada general. También fue abandonado un plan de conquista de las Filipinas, y Formosa nunca fue ocupada de modo estable.

En el aspecto comercial, los japoneses prescindían cada vez más de los intermediarios -principalmente chinos y portugueses- en sus relaciones con las regiones del sur de China y en el Sudeste asiático. Hubo barrios japoneses en Manila, en Turane y Faifo y en Ayuthia, y también se instalaron colonias japonesas más reducidas en las Molucas, Borneo, Java, Sumatra, la península malaya y Birmania. Así mismo, dentro de la guardia imperial siamesa se encuadró una compañía japonesa, que en la década de 1620 desempeñaría un papel determinante en las guerras civiles, siendo disuelta y expulsada después de 1630.

En la misma época, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales se imponía progresivamente en el océano índico y el Asia oriental. Tras el fracaso de las intervenciones en Corea, las autoridades oficiales japonesas habían dejado de sostener activamente los esfuerzos de establecimiento de factorías niponas en el exterior. Así, el movimiento de expansión japonesa se hizo más lento, en beneficio de la expansión holandesa.

Oda Nobunaga y Toyotomi Hideyoshi

La buena resistencia frente a las presiones procedentes del exterior y el despliegue comercial sólo fueron posibles gracias a una estabilización de la política interna.

Los shógun Ashikaga habían perdido su poder, comprometidos en las querellas familiares de sus vasallos, quienes tenían a su vez sus propios vasallos. El Japón se hallaba dividido en feudos más o menos extensos, algunos de los cuales eran casi independientes: los misioneros los denominaban «principados». Las guerras feudales facilitaban el ascenso de guerreros modestos y de magnates locales. Así, los Oda,

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miembros de un consejo señorial de la región de Nagoya, impusieron su predominio en toda la provincia de Owari: Oda Nobunaga (1534-1582) iniciaría el proceso de reunificación del Japón, obra que sería finalmente concluida por dos de sus vasallos, Toyotomi Hideyoshi (1536-1598), de origen oscuro, y Tokugawa Ieyasu (1543-1616), nieto de un daimyó, salido de las filas de la pequeña nobleza.

Nobunaga había llegado a Kyóto, en 1568, con la pretensión de restablecer el poder del shógun Ashikaga Yoshiaki. Sin embargo, Nobunaga pronto lo expulsó de la capital y emprendió la conquista de las provincias del centro del Japón. Sin duda fue el iniciador en el Japón de la utilización masiva y racional de los arcabuces. En el orden religioso acogió favorablemente a los misioneros, tanto en Kyóto como en su castillo de Azuchi, cerca del lago Biwa, y se mostró inflexible con respecto a algunos monasterios búdicos, que en ocasiones amenazaban la seguridad de la capital o que fomentaban motines campesinos: hizo quemar, por ejemplo, el templo Enryaku, en el monte Hiei, santuario cuyos orígenes se remontaban al siglo VIII. En el aspecto político restableció el orden en todas las provincias. Una vez sometido todo el centro de Honshü, con la colaboración de Tokugawa Ieyasu, y cuando se disponía a combatir a los daimyó en las regiones occidentales, murió en Kyóto, en el curso de los disturbios provocados por la revuelta de uno de sus vasallos. Éste resultó también muerto en la guerra civil, desencadenada con la llegada de Toyotomi Hideyoshi, que había regresado precipitadamente del oeste, adonde lo había enviado Oda Nobunaga.

Una larga rivalidad enfrentaba a Hideyoshi y Ieyasu. Pero cuando este último aceptó rendir homenaje al primero en 1586, rápidamente se llevó a cabo la pacificación del Japón. Hideyoshi conquistó todo el oeste, hasta Kyúshü, en el año 1587; en 1590 se unió a Ieyasu para ocupar el Kantó: la guerra civil había ya prácticamente llegado a su fin.

En el interior, Hideyoshi consolidó y sistematizó las medidas adoptadas por Nobunaga. Ordenó la agrimensura de las tierras explotadas e hizo desarmar a los campesi¬nos, de manera que la condición de bushi o samurai, es decir, de guerrero, fue distinguida, sin equívoco, de la de agricultor, lo que hasta entonces no había sucedido, en el derecho imperial. Confiscó el puerto de Nagasaki, que había sido concedido a los jesuitas por el daimyó local, aunque sin prohibirles su uso, e impulsó el comercio. Intentó, sin conseguirlo, monopolizar el comercio exterior, principalmente la importación de oro y de seda cruda. A partir de 1587 tomó la iniciativa de perseguir a los católicos, pero salvo algunas acciones espectaculares, como la ejecución de veintiséis mártires en 1597, toleró la presencia de los misioneros.

Su política exterior sería menos coherente y afortunada. Fue Hideyoshi quien emprendió la conquista de Corea, y quien antes de su muerte, en 1598, tuvo que ordenar el repliegue de su ejército.

Tokugawa Ieyasu

Tokugawa Ieyasu era uno de los tutores a los que Toyotomi Hideyoshi había confiado su hijo, que sólo contaba cinco años. A instancias de Hideyoshi, Ieyasu había aceptado de buen grado trasladarse desde su feudo, en Kantó, a Edo, la actual Tókyó, donde instaló su gobierno señorial. En el orden político-militar evitó comprometer a su ejército en la guerra de Corea, por lo que lo conservaba intacto, y formó una coalición contra sus rivales, como él antiguos vasallos de Hideyoshi. Gracias a su diplomacia y a su habilidad como estratego venció en la memorable batalla de Sekigahara, en 1600.

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Puede considerarse que fue entonces cuando terminó la serie de guerras feudales que había sacudido al Japón desde el siglo XIV. 

Después de su triunfo, Ieyasu recibió acatamiento de los otros daimyo, y posteriormente se hizo nombrar shógun, título que pasaría a su hijo Hidetada dos años después, en 1605. Sin embargo, Ieyasu siguió siendo el verdadero soberano del Japón hasta su muerte, en 1616.

Durante su mandato, culminó la obra de Nobunaga y de Hideyoshi, pero aportándole su propia personalidad. Mantuvo a su gobierno en Edo, donde también residirían los shógun Tokugawa, sus sucesores. Antes o después de la batalla de Sekigahara, Ieyasu había tenido que conquistar más de la mitad del territorio del Imperio, tierras que repartió entre su propia familia y sus vasallos directos, a los que convirtió en daimyo. Confirmó los feudos de quienes se sometieron a él, aunque anteriormente hubieran sido sus adversarios; pero mantuvo a los daimyo al margen del gobierno shógunal. También hizo explotar feudos a cuenta del emperador, a quien reservó una función puramente ritual. Respetó a los daimyo la autonomía en el interior de sus territorios, pero les prohibió -con éxito- las guerras privadas, les exigió que residieran periódicamente en Edo -por lo general un año de cada dos- y se reservó el derecho de confirmar la sucesión de su feudo y sus proyectos matrimoniales. De este modo, coexistieron más de doscientos feudos que tenían su propio gobierno señorial. Un factor importante en el mantenimiento del equilibrio fue el control que ejercía el shógun sobre las comunicaciones a través del Imperio. Sin embargo, si durante más de dos siglos se vio asegurada la paz interior del Japón, en realidad ello fue debido menos al poder del shógun o a la estabilidad de las instituciones que al respeto del statu quo por parte de los daimyo y de las nuevas clases en ascenso.

El cierre al exterior

Tokugawa Ieyasu había fomentado siempre los inter-cambios con el extranjero, pero al parecer reanudó la represión contra los católicos, iniciada ya antes de su llegada al poder, puesto que, con miras al desarrollo comercial, estaba convencido de la inutilidad de favorecer a las misiones, que molestaban a muchos de sus principales vasallos. En cambio, permitió que los comerciantes se instalaran en el sur del país, aunque sin prestarles ayuda militar en caso de peligro. Así mismo, se aseguró el monopolio de una gran parte de las transacciones que se realizaban en Nagasaki. Después de la muerte de Ieyasu, la política del gobierno shógun al se modificó; sin embargo, esta política, que quería tomar la iniciativa de la defensa del archipiélago, de hecho se encontró frente a las repercusiones de las transformaciones que se producían en el movimiento de expansión europea, y a los desórdenes que tenían lugar en China, donde en 1644 sería derrocada la dinastía de los Ming por la dinastía de los Qing, de origen manchú. En efecto, la influencia española se debilitaba; los ingleses, preocupados por los conflictos en el interior de su reino, abandonaron por sí mismos el Japón en 1623, y no volverían allí hasta el siglo xix; los portugueses, perseguidos por los buques holandeses, se veían acosados y obligados a mantenerse en las factorías indias y en Macao. Los propios japoneses resistían mal la presión de los holandeses, a quienes abandonaron Formosa, a su vez reconquistada en 1662 por los legitimistas chinos, que habían permanecido fieles a los Ming. No se debió, pues, al azar que el Japón frenara su movimiento de expansión en un período en que se imponía en China una nueva dinastía -que antes de finales de siglo habría acabado

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con sus adversarios, y que, entre los europeos, reservara sólo a los holandeses el privilegio de las relaciones comerciales.

Tras la sublevación, durante el invierno de 1637-1638, de los campesinos de la península de Shimabara y de las islas Amakusa (cerca de Nagasaki), aliados a los católicos fugitivos y animados por vasallos supervivientes de los Toyotomi, exterminados por orden de Ieyasu, el gobierno shógunal decidió la ruptura total de las relaciones con los portugueses y la intensificación de la represión contra los católicos. También prohibió a los japoneses que se expatriaran, y los que regresaban de ultramar debían probar, bajo pena de muerte, que habían sido víctimas de un naufragio. El gobierno pidió a los holandeses que trasladaran su factoría de Hirado a Dejima, isla artificial construida ante el puerto de Nagasaki, al que estaba unida por un puente. En 1639 fue incendiado un buque portugués que se internó en la rada de Nagasaki: su tripulación, sería exterminada, excepto trece marineros, que fueron enviados de vuelta a Macao para dar a conocer la decisión de los japoneses de romper definitivamente con los católicos. En lo sucesivo, el gobierno shógunal sólo mantuvo relaciones regulares con los chinos, los holandeses y, por mediación del señor de Tsushima, con Corea, así como, a través del señor de Stasuma, con las Riu-Kiu. Vemos, pues, que el Japón aunque encerrado en sí mismo, no suprimió completamente las relaciones con el exterior.

La era Genroku (1688-1703)

La reducción de relaciones con el extranjero se producía en el momento en que el Japón empezaba a padecer las primeras dificultades económicas tras el restablecimiento del orden en el interior. No hay duda de que durante la primera mitad del siglo XVII el crecimiento demográfico fue muy rápido, aunque no es posible aportar cifras fiables de él.

El gobierno shógunal pudo hacer frente a esta situación organizando poco a poco los servicios de una administración central en Edo, y gracias a la docilidad de los daimyó, que no opusieron ninguna resistencia. Hacia fina-les del siglo XVII, el Japón era un imperio federado donde reinaba la paz, con rutas bien conservadas, que unían Edo con Kyóto, la capital imperial, y con Osaka, gran mercado del arroz, y que se prolongaban hasta Nagasaki, único puerto abierto al comercio exterior.

Durante los años de la era Genroku (1688-1703), el Japón de los Tokugawa conoció sin duda su época más brillante. Ya no se cuestionaba la perpetuidad de la dinastía shogunal. La obligación de residir en Edo un año de cada dos impuesta a los daimyó gravaba fuertemente sus finanzas, pero los daimyó encontraban en la capital shógunal una vida cultural nueva y en ocasiones divertida.

En aquella época, en la propia Edo, el poeta Matsuo Bashó (1644-1694) elaboraba el arte del haikai, poema de diecisiete sílabas; en Osaka, Ihara Saikaku (1642-1693) publicaba sus novelas burguesas, género literario que tendría gran aceptación y en Kyóto, Chikamatsu Monzaemon (1653-1724) escribía piezas para el teatro de muñecas jórurl y el teatro de actores kabuki, cuyo éxito se extendió a Osaka y Edo.

Esta aparente gloria del régimen de los Tokugawa suponía grandes logros económicos, pero ocultaba también verdaderas miserias.

El comercio interior y el artesanado

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Los comerciantes conservaron determinadas prácticas de la época en que el Japón había participado en el comercio internacional -prácticas que entonces habían sido nuevas, por ejemplo la utilización de los equivalentes del papel moneda, efectos o letras de cambio- y algunas de las antiguas tradiciones, como las ventas en subasta pública o la fidelidad a los contratos orales; además, mantuvieron la red de los mercados locales y regionales tal como se había organizado en el siglo XVI y comienzos del XVII. Desarrollaron, así mismo, los sistemas de crédito, no sólo los que forman parte de las atribuciones ordinarias de los banqueros, sino también formas de crédito como los arrendamientos de los censos señoriales, la multiplicación de los pequeños préstamos, la creación de entidades equivalentes a los «montes de piedad», etc. Conservaron un doble sistema monetario; en el oeste, de Osaka y Kyóto a Naga- saki, la plata seguía siendo el metal de referencia, como en China, y era pesada para el pago de las transacciones; en el este, cuyo principal mercado era Edo, el oro acuñado se había convertido en la moneda de cuenta. El shógun se reservaba el derecho de acuñación: en su nombre, un oficial de acuñaciones garantizaba la ley y el peso de las monedas de oro, así como la ley de la plata, que circulaba en forma de bolas o pequeños bloques. Los pagos corrientes se realizaban en monedas de bronce (una milésima de tael). Dos grandes mercados comerciales y monetarios se hacían la competencia: Osaka, donde las transacciones se tasaban en moneda de plata, y Edo, donde se fijaban en moneda de oro. En el interior del Japón existía un activo mercado de cambios que daba lugar a todo tipo de especulaciones. Los banqueros eran denominados ryó-gaeya, es decir, cambistas.

El principal de ellos era Mitsui, comerciante de sake, y posteriormente de tejidos, que se convirtió en el más importante banquero titular del shógun, cuya función se ha perpetuado hasta nuestros días. También cabe citar a Sumitomo, librero y boticario de Kyóto del siglo XVII, que, bajo los Tokugawa, se convirtió en una de las mayores fortunas gracias a la explotación de las minas de cobre.

Paralelamente a la aparición de estas grandes fortunas comerciales se produjo un crecimiento de la producción artesanal. El comercio exterior había dado origen a diversas artes de imitación: los tejidos de seda confeccionados a partir de los modelos chinos u orientales, los tejidos de algodón, introducidos desde Corea en el siglo xv y fabricados en el Japón desde el siglo XVI, etc. Aunque sería prematuro hablar de un artesanado urbano, no hay duda de que se estaban desarrollando nuevas ciudades, además de Kyóto, que seguía siendo un gran centro artesanal, y de Osaka y Edo, donde los oficios estaban implanta¬dos ya y organizados en corporaciones desde los siglos XVI y XVII.

Los pueblos y su organización

Al igual que cualquier sociedad que hubiera conservado durante mucho tiempo un carácter medieval, el Japón, cuya población total en el siglo XVIII ascendía probable-mente a unos 28-29 millones de habitantes, contaba al menos con un 80 % de agricultores.

Del siglo XIV al XVI, los campesinos se habían organizado en comunidades para defenderse de los estragos de la guerra. Sin embargo, no habían podido resistir al poder señorial, que a partir de finales del siglo XVI exigió el desarme de las aldeas y la agrimensura de todas las tierras explotadas. A partir de entonces, los campesinos

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se solidarizaron para pagar colectivamente los censos señoriales: la administración aldeana discutía el montante del impuesto con el señor local y, tras haber determinado de este modo la cuantía global del censo que debía satisfacer la comunidad, señalaba la parte proporcional que correspondía pagar a cada familia campesina. Tokugawa Ieyasu había consolidado hábilmente su poder efectivo apoyándose a menudo en esta clase de administradores aldeanos, sin atender a los agentes señoriales intermediarios.

En muchos casos, cada pueblo conservó sus costumbres para la resolución de sus asuntos internos. En lo referente a las relaciones con las villas vecinas, por ejemplo, cuando era necesario arbitrar los conflictos concernientes a la irrigación, tan importante en un territorio dedicado al cultivo del arroz, los campesinos no habían perdido toda su autonomía.

Pero después de algunas décadas de ejercicio del poder shógunal de los Tokugawa, fue preciso que los propios administradores aldeanos se convirtieran en representantes del poder señorial: a ellos les correspondía la responsabilidad del pago de los censos, de la policía en general y de la delación de los cristianos en particular. Se hizo obligatoria la división de los territorios en mura, es decir pueblos como circunscripción administrativa y unidad fiscal. El mura se autoadministraba, pero en contrapartida debía llevar los registros de estado civil, con una finalidad tanto policial como económica; podía tener también una asamblea general, que en algunos casos reunía a todos los habitantes, pero su jefe debía ser aceptado por el señor y era asistido por algunos consejeros.

A medida que la población iba en aumento se acumulaban las dificultades. Aunque es cierto que los campesinos de condición servil habían desaparecido en cuanto tales, a pesar de su condición de libres, los campesinos se hallaban igualmente bajo la dependencia de los más ricos, que disfrutaban en exclusiva de los excedentes de los beneficios obtenidos gracias a las mejoras técnicas y a los nuevos cultivos, como el algodonero. Entre los siglos XVIII y XIX empezó a constituirse una burguesía rural, al tiempo que aparecía una clase de pequeños aparceros y obreros agrícolas.

Los períodos de hambre

La paz interna había favorecido los progresos económicos, pero al parecer la producción agrícola se hizo insuficiente hacia la década de 1640. Entonces se pusieron en marcha diversos esfuerzos en favor de las roturaciones y el perfeccionamiento técnico, tanto en la utilización de abonos como en la cría de bestias de carga o en la mejora de los útiles de labor.

Sin embargo, la escasez era permanente y no pasaba un año sin que diversos pueblos padecieran el hambre. En 1632, las plagas de langosta destruyeron las cosechas de arroz en la mayor parte de las provincias occidentales, las más productivas del Japón en aquella época. No parece imposible que las secuelas de esta plaga provocaran la muerte de un millón de personas; durante el invierno siguiente se produjeron motines tanto en el campo como en las ciudades. A partir de aquella época, a pesar de los me-dios a que se recurrió para extender las tierras cultivadas, la pobreza se fue generalizando. Las más graves carestías de la época de los Takugawa, que se sucedieron de 1781 a 1788, finalizaron con el posible impulso hacia nue¬vos progresos económicos. La población aldeana,” censada en el año 1780, ascendía a algo más de 26 millones; en 1792 descendió a menos de 25 millones, y en

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1828 alcanzó la cifra de unos 27.200.000 habitantes. Pero en la década de 1830 el hambre la hizo descender de nuevo a menos de 27 millones.

El shögun, los daimyó y los comerciantes

Sería un error pensar que la clase señorial se encerró por completo en una inercia egoísta, conformándose con un relativo bienestar.

Los shógun raramente gobernaron por sí mismos: en la mayoría de los casos delegaron el ejercicio del poder en el consejo de ministros o en un hombre de su entorno que consideraran capacitado para ello. Aunque se anunciaron grandes reformas, y las roturaciones ganaron algo de terreno, dado el nivel técnico de la época no podía esperarse que se dedicaran a la agricultura grandes superficies nuevas. Por consiguiente, apenas aumentaron los censos. Las minas de oro y de plata se estaban agotando, y el comercio con los holandeses y los chinos declinaba.

La escasez de víveres y de metales provocó la depauperación de todas las capas sociales: las más modestas fueron las más afectadas, pero las superiores sufrieron también las consecuencias de la escasez. Los señores no podían tener consideraciones con sus campesinos sin reducir sus propios ingresos y los de sus vasallos. Algunos de ellos, para resarcirse de las dificultades, recurrieron a las exacciones, llegando incluso a reclamar de una vez los censos atrasados, de dos, tres y hasta cinco años: las aldeas, incapaces de hacer frente a tales exigencias, eran proclamadas villas endeudadas. Tales prácticas, por fortuna raras, eran tan inútiles como injustas. En definitiva, los señores, empezando por el shógun y los daimyó, economizaban con los feudos de sus vasallos. Quienes se encontraban en la base de la jerarquía no podían sino endeudarse con los comerciantes. En el siglo XIX los propios daimyó se veían en dificultades para conservar su rango, y muchos de ellos eran deudores de sus arrendatarios de censos.

Las comunidades aldeanas encontraron algunos medios para defenderse contra la arbitrariedad de los señores. Según costumbre, la cantidad establecida como censo de una tierra medida nunca era revisada: los ajustes derivados de los progresos de las técnicas agronómicas sólo afectaban a las tierras de nueva roturación, entendiendo por tales las dedicadas a la agricultura desde hacía de tres a nueve años. En otras palabras, cuando se había podido mejorar el rendimiento en una tierra ya medida, el suplemento de cosecha iba a engrosar los beneficios de la aldea. Además, los productos agrícolas que no servían para la alimentación -los cuales no podían ocupar las tierras destinadas a los cultivos de víveres- se hallaban, en gran medida, exentos de los censos señoriales. Así pues, cuando el suelo se prestaba a ello, los pueblos podían aumentar sus ingresos cultivando la morera (cría del gusano de seda), el algodón, la colza, las plantas tintóreas o destinadas a la fabricación de papel, etc.

Este tipo de mejoras de la economía aldeana se produjo a partir de finales del siglo XVII, en los alrededores de Kyóto y Osaka, y se extendió por la cuenca del mar Interior, y a continuación por las restantes provincias. Sin embargo, en la primera mitad del siglo xix las regiones del norte aún no se habían beneficiado de tales mejoras.

La modificación de la economía agrícola proporcionó ganancias sobre todo a los notables de las aldeas y a los comerciantes que redistribuían los productos en las ciudades. La evolución de los motines muestra la aparición de un desequilibrio socioeconómico. En efecto, en el siglo XVII los campesinos se solidarizaban, por lo

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general, con los señores. A partir del siglo XVIII, los campesinos modestos se aliaron, cada vez más, con los notables. Por último, entre los siglos XVIII y XIX fueron frecuentes los motines en las ciudades. En 1837, en período de hambre, Oshio Heihachiró, un antiguo guardia de a caballo, se sublevó en Osaka con el objetivo de distribuir entre la población hambrienta el arroz almacenado en los graneros por los comerciantes. Esta rebelión no fue más que un acto de honor por parte de un oficial consciente de la miseria general, pero preludiaba la decadencia de los Tokugawa.

El aislamiento del Japón

Algunos dirigentes ilustrados y enérgicos habían pre-visto este proceso de depauperación y habían tratado de evitarlo. El octavo shógun, Tokugawa Yoshimune (1684-1751, en funciones de 1716 a 1745), seguía personalmente, según se afirmaba, la evolución de los precios del arroz: pero, al igual que sus predecesores, no tenía más alternativa que elegir entre la exacción o su propio empobrecimiento. Tanuma Okitsugu (1719-1788), ministro ambicioso y sin escrúpulos, introdujo algunas novedades; trató de desarrollar el comercio exterior, pero murió en la desgracia, cargado de maldiciones, por no haber sabido evitar el hambre.

Por otra parte, se concretaban las amenazas procedentes del exterior. Los rusos, que en el siglo XVII habían llegado a la Siberia oriental, trataban de alcanzar el archipiélago de las Kuriles y avanzaban hacia el sur, a lo largo de las costas niponas. Durante las guerras napoleónicas, los ingleses ocuparon temporalmente algunas de las posesiones holandesas en Indonesia, y en 1808 y 1813 sus barcos llegaron a amenazar la factoría de Dejima.

Los japoneses estaban obligados a identificarse de nuevo con un universo que quizá no les permitiría conservar su tranquilidad. Yoshimune autorizó la lectura de libros holandeses con el fin de adquirir nuevos conocimientos técnicos y científicos. Algunos intelectuales instruidos sabían por obras extranjeras que el Japón era considerado como un país «cerrado», aspecto del que no tenían conciencia, puesto que la vida aislada había llegado a parecerles natural. No obstante, la excesiva prudencia de los dirigentes y la imposibilidad de medir la importancia de las transformaciones acaecidas en el mundo exterior confinaban todavía más al Japón en su aislamiento.

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COREA: DESARROLLO ECONÓMICO Y CONTACTOS LOS EUROPEOS

Li Ogg (Université de París VII)

Los confucianistas y sus facciones

Desde sus comienzos, la nueva dinastía de Cosón de los Li, fundada en 1392, mantuvo una actitud discriminatoria hacia los yangin (el pueblo llano) y los c’ónin (gente humilde). Los cargos gubernamentales de importancia sólo se confiaban a los yangban (dignatarios), quienes para preservar este privilegio consideraron que su linaje familiar era soberano y sagrado. Inspirándose en el confucianismo, estos hombres de estado mostraron desde el siglo XV una tendencia a la intolerancia ideológica. El budismo fue su primera víctima; en consecuencia sufrió un declive del que no se recuperaría nunca. En 1406 el gobierno limitó el número de templos a doscientos cuarenta y dos, y los efectivos de monjes a tres mil setecientos. En 1414 el rey ordenó quemar los libros que tenían relación con el chamanismo, y los chamanes fueron expulsados de la capital. La desaparición, en 1518, del Sogyók só (casa de plegarias taoístas) -en 1525 sería restablecida y desaparecería definitivamente a finales del siglo XVI- pone de manifiesto hasta qué punto los miembros del gobierno fueron celosos confucianistas. Sin embargo, todas estas medidas no pudieron impedir que el budismo y el chamanismo ejercieran una considerable influencia no sólo entre las masas populares, sino incluso en el interior mismo de la corte real. Consciente sin duda de este estado de cosas, en 1471 el gobierno central publicó un libro en chino titulado Samgang hangsil (Tres principios de la conducta moral) (traducido al coreano en 1481) destinado a «instruir», sobre todo a las mujeres de las provincias, acerca de los preceptos confucianos.

El exclusivismo y particularismo de los confucianistas coreanos se desarrolló hasta tal punto que acabaron por formar facciones políticas, lo que dio lugar en varias ocasiones (1498, 1504, 1545) a sangrientas luchas por la hegemonía política. Ello se explica primero por la aparición de particularismos regionales a comienzos del siglo XV y después por la formación, a mediados del siglo xvi, de dos sectas ideológicamente opuestas: la Escuela del li, dirigida por Li Hwang (o T’ögye, 1501-1570) y la Escuela del k’i, representada por Li I (o Yulgok, 1536-1584). La formación en 1575 de dos

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facciones políticas, denominadas respectivamente del Este y del Oeste, agudizó aún más la lucha entre los yangban o dignatarios, que se dividieron cada vez más en diversos grupos Animadas a menudo por el espíritu de venganza, sus intrigas se sucedieron hasta la desaparición de la dinastía de los Li, en 1910, pese a los esfuerzos de los reyes Yóngdjo (que reinó de 1724 a 1778) y Cóngdjo (de 1776 a 1800) por ponerles fin. Un ejemplo típico de esta nefasta rivalidad entre las facciones -que se perpetuaba al adherirse los hijos a la facción a la que pertenecían sus padres- lo constituyeron Hwang Yungil (1536-?), jefe de embajada, y su adjunto, Kim Sóngil (1538-1593); ambos fueron enviados en 1591 cerca del shógun Toyotomi Hideyoshi, del Japón, y a su regreso a Corea, Hwang, celoso defensor de la facción del Oeste, informó al rey de que Toyotomi tenía realmente la intención de invadir Corea, mientras que Kim, de la facción del Este, elaboró un informe totalmente contrario. Así, al gobierno coreano le resultaba imposible preparar una defensa eficaz contra el Japón, que, en efecto, alimentaba la ambición de conquistar el continente chino.

Invasiones extranjeras

Con el pretexto de atravesar el territorio coreano para atacar a China, Toyotomi envió a un ejército formado por 200.000 soldados y 9.000 marinos, que desembarcó en Pusan en abril de 1592. Bien armados y adiestrados gracias a la guerra civil, que había causado estragos en el archipiélago japonés durante la segunda mitad del siglo XVI, los soldados del Japón no encontraron prácticamente ninguna dificultad para aniquilar a las tropas coreanas. En mayo fue tomada la capital, Seúl, y un mes más tarde cayó Pyongyang. Sin embargo, a partir de entonces, el ejército coreano, recuperado y con ayuda militar china, pudo contraatacar y obligó a los japoneses a retirarse de la península (septiembre de 1593). Mientras tanto, el almirante coreano Li Sunsin (1545-1598) había infligido una dura derrota a la flota japonesa con sus buques acorazados denominados kóbuk son (barcos-tortuga).

En enero de 1597 se reanudaron las hostilidades, pero esta vez los soldados coreanos, mejor preparados para el combate y contando con la ayuda del cuerpo expedicionario chino, consiguieron resistir eficazmente. En agosto del año siguiente, poco antes de su muerte, Toyotomi ordenó que su ejército evacuara Corea. Los estragos causados por estas dos invasiones japonesas superan todos los cálculos: prácticamente, todas las riquezas culturales fueron saqueadas o destruidas y la superficie de la tierra cultivada disminuyó en dos tercios

Aunque lenta y penosamente, Corea comenzó la recuperación. No obstante, una nueva invasión se desencadenaría a partir de sus fronteras septentrionales: irritado por la actitud de la corte real coreana, que permanecía fiel a la dinastía china de los Ming, el emperador manchú Taizong (que reinó de 1626 a 1644), de la dinastía los Qing, atacó Corea en diciembre de 1636. El ejército de este país no tuvo siquiera tiempo de reaccionar, y el rey Indjo (1623-1649) fue obligado a aceptar un humillante tratado que lo convertía en vasallo del emperador manchú y a enviar a la corte manchú a sus dos hijos en calidad de rehenes: ambos príncipes, Sohyón (1612-1645) y Pongrim (1619-1659) -este último subiría al trono con el nombre de Hyodjong y reinaría de 1649 a 1659- fueron retenidos en China durante siete años (1638-1645).

Hay que señalar que incluso en aquella época llena de dificultades los sabios coreanos conservaron su entusiasmo por los estudios y publicaron numerosas obras importantes, entre ellas, Tongguk yódji súngram (Geografía histórica de Corea, 1481),

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de Ro Sasin (1427-1498), Akhak kwebóm (Tratado sobre la música tradicional, redactado en 1493 y publicado en 1610), de Sóng Hyón (1439-1504) y otros especialistas, y por último Tongúi pogam (Manual de medicina, 1610), de Hó Cun (siglos XVI - XVII).

Las actividades económicas

Las invasiones extranjeras tuvieron una consecuencia inesperada, pero feliz, en el dominio de la agricultura. Para poner remedio a los estragos causados por los ejércitos enemigos, los campesinos coreanos se dedicaron a inventar nuevas técnicas de explotación de la tierra: mejoraron los medios de irrigación, introdujeron el sistema de dos cultivos anuales en el mismo terreno, plantaron especies más rentables, como el ginseng, el tabaco y el algodón, etc. Hay que añadir también que se produjo un cambio radical en el modo de explotación de la propiedad territorial: el sistema de la aparcería, que consistía en entregar al propietario la mitad de la cosecha, empezó a dejar paso progresivamente al arrendamiento de la tierra a cambio de un censo fijo, lo que permitió a los campesinos cultivar la tierra según su voluntad. Todo ello contribuyó a mejorar considerablemente la situación de los campesinos, algunos de los cuales no tardaron gracias a sus mayores beneficios en convertirse en propietarios de tierras en detrimento de los yangban. Sin embargo, no debemos olvidar que las nuevas técnicas agrícolas, para las que no se precisaba tanta mano de obra como antes, dejaron sin trabajo a numerosos campesinos, que, desposeídos de todo, se vieron reducidos al pillaje. Éste fue el caso, por ejemplo, de la banda dirigida por un tal Im Kódjóng, activa en el siglo XVI en la provincia de Hwangha.

El comercio se vio extraordinariamente estimulado por la ley Tádong, de 1608, que sustituyó el sistema del tributo pagado en especie por los distritos por la práctica de comprar los objetos necesarios a la corte y al gobierno central por mediación de los comerciantes. Empezó así a desarrollarse la comercialización de la producción de determinados sectores del artesanado, basta entonces organizado totalmente en manufacturas de estado. Los artesanos privados y los comerciantes se enriquecieron y no tardaron, dada la acumulación de capitales, en ejercer su influencia sobre la economía nacional, mientras que la mayor parte de los yangban apenas supieron adaptarse a la nueva situación. Esta evolución económica y social, claramente visible a partir de mediados del siglo XVII, marcó el inicio de una mutación histórica para la nación coreana, cuyos efectivos demográficos debían de alcanzar en aquella época alrededor de los cinco millones de habitantes.

Nueva tendencia ideológica: el «Silhak»

Consciente de este carácter evolutivo de la sociedad, una escuela de sabios influida por la escuela china del Kaozhengxue (espíritu crítico) empezó a mostrar en el siglo XVII su interés hacia una especie de pragmatismo utilitario. Esta tendencia es conocida con el nombre de silhak (ciencia de lo real). Los miembros de esta escuela insistían en la necesidad de llevar a cabo reformas en todos los terrenos: político, económico y social. El primer representante de esta escuela «crítica» fue Li Sugwang (1563-1628), autor de Cibong yusól (Miscelánea, 1614), de carácter enciclopédico. Su ejemplo sería seguido por Yu Hyóngwón (1622-1673), Li Ik (1681-1763) y otros. Bajo esta influencia surgió la célebre Togguk munhón pigo (Enciclopedia histórica, 1770),

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de Hong Ponghan (siglo XVIII). No obstante, debemos señalar que las ideas reformadoras de la escuela del silhak eran herederas del confucianismo, y, como es lógico, no podían determinar una renovación radical y completa de las estructuras políticas, económicas y sociales. Los que llegaron más lejos fueron los novelistas de esta misma escuela, como Hó Kyun (1569-1618), que publicó, a comienzos del siglo XVII, Hong Kildong cón (Vida de Hong Kildong), libro en el que criticaba, con estilo austero y en ocasiones sarcástico, la incapacidad de los yangban, aunque acababa expresando su deseo de evasión a través de la utopía. La misma tendencia se constata en otros novelistas, como Kim Mandjung (1637-1692) y Pak Ciwón (1737-1805), y en algunos autores anónimos de los siglos XVII y XVIII, que publicaron obras notables, como C’unhyang cón (Historia de C'únhyang), Húngbu cón (Histo¬ria de Húngbu) o Sim C’óng con (Historia de Sim C'óng), la fecha exacta de cuya primera aparición es, hasta el momento, desconocida.

Penetración de las ideas occidentales

La expansión de las ideas reformadoras de los ideólogos del silhak se vio facilitada por el conocimiento de Occidente, que en Corea empezó en el siglo XVII. Entre sus primeros introductores debemos citar en primer lugar a Cóng Tuwón (1581-?), quien en 1630, a su regreso de una misión en China, llevó a Corea un cañón de fabricación europea, un catalejo, un despertador y algunos libros sobre el mundo occidental. Poco antes, en 1627, un holandés llamado Waltervree (1595-?), que naufragó en la isla de Cedju, había iniciado a los coreanos sobre todo en la técnica de la fabricación y el manejo de los cánones, actuando como consejero en la corte real hasta su muerte. Señalemos también que otros náufragos holandeses fueron retenidos en Corea entre 1653 y 1666, los cuales contribuyeron así mismo a dar a conocer el mundo europeo a los habitantes de la Península. Entre estos náufragos holandeses destaca Hendrik Hamel (?-l 692), conocido por su obra Journal van de angelukkige vöyagie van't Jacht De Sperwer, gedestineerd na Tayowan, in't Jaar 1665 (Relato del naufragio de un barco holandés en la costa de la isla de Quelpaert, Rotterdam, 1668), obra traducida al francés (publicada en 1670 en París) y también a otras lenguas, como el inglés, el coreano y el japonés.

Poco tiempo antes de la llegada de Hamel a Corea, los príncipes Sohyón y Pongrim regresaron de su cautiverio en China. Sohyón había estudiado la ciencia europea y el catolicismo con un sacerdote alemán llamado Adam Schall (1592-1666) y llevó a Corea numerosos libros sobre Occidente, pero murió dos meses después de su retorno, lo cual impidió que transmitiera tales conocimientos a sus compatriotas.

El catolicismo empezó a interesar a los coreanos a partir del siglo XVII, y un letrado de esta nacionalidad, Li Sünghun (1756-1801), fue bautizado en 1784 en Pekín, donde se hallaba encargado de una misión diplomática. Como primer católico coreano propagó su fe a su regreso a Seúl, en 1785. La influencia del catolicismo muy pronto adquirió fuerza, lo cual obligó al gobierno coreano a condenarlo como «herejía», en 1786. En 1791 fue ejecutado un tal Yun Cic’ung (1759-1791), que había quemado las tablillas que simbolizaban a sus antepasados. A pesar de esta actitud intolerante de las autoridades reales, el catolicismo se hizo rápidamente popular en Seúl y en las provincias. En 1794, un sacerdote chino, Zhou Wenmo (1752-1801), viajó a Corea y convirtió a algunos miles de habitantes, acción que supuso el preludio

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de la gran matanza de 1801, en la que Li Sünghun y Zhou Wenmo ganaron la palma del martirio.