Ciencia y Ética Mundial

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ÉTICA MUNDIAL Y ECONOMÍA MUNDIAL. UNA PERSPECTIVA ÉTICO-ECONÓMICA «¡Hasta el mercado mundial exige una ética a nivel mundial!»l. Es evi- dente que la tendencia hacia la globalización de los mercados represen- ta una de las buenas y actuales razones para el audaz proyecto de una ética mundial. Tal vez se trata incluso de la verdadera piedra de toque para el alcance de este proyecto en el campo de tensiones tripolar entre el pluralismo cultural, el universalismo ético y el globalismo económico (véase la figura de la página siguiente). Hans Küng ha dicho algo esen- cialal respecto en su obra más reciente 2 El presente trabajo intenta apor- tar algunas reflexiones desde el punto de vista de una ética de la econo- núa que se entienda como ética racional ético-filosófica de la actividad éconómica, es decir: como reflexión crítica fundamental de los supues- tos previos normativos de la actividad económica al servicio de la vida (lo que quiere decir: razonables y legítimos para la vida práctica)3. El proyecto de una ética mundial puede entenderse en esencia como el intento de descubrir lo universal ético como el in común de las tradiciones religiosas previas de la humanidad y de alcanzar seguridad en la comunidad mundial interreligiosa de su obligatoriedad general frente a todas las demás fuerzas configuradoras, poderosamente efica- , ces, entre las que no son las últimas las de la economía mundial. Sobre ~ primer lado del triángulo bosquejado, el formado por los polos del _t·~ 1, 1. H. Küng, Proyecto de una ética mundial, Trotta, Madrid, 62003, p. 53. ¡. 2. H. Küng, Una ética mundial para la ética y la política, Trotta, Madrid, 1999, Jlrl. 169 ss. . \1< 3. Cf., como exposición sisremática de este ensayo, P. Ulrich, Integrative Wirt- tPaftsethik. Grundlagen einer lebensdienlichen Ókonomie, Bern/Stuttgart/Wien, 1997.

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Peter Ulrich

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ÉTICA MUNDIAL Y ECONOMÍA MUNDIAL.UNA PERSPECTIVA ÉTICO-ECONÓMICA

«¡Hasta el mercado mundial exige una ética a nivel mundial!»l. Es evi-dente que la tendencia hacia la globalización de los mercados represen-ta una de las buenas y actuales razones para el audaz proyecto de unaética mundial. Tal vez se trata incluso de la verdadera piedra de toquepara el alcance de este proyecto en el campo de tensiones tripolar entreel pluralismo cultural, el universalismo ético y el globalismo económico(véase la figura de la página siguiente). Hans Küng ha dicho algo esen-cialal respecto en su obra más reciente2• El presente trabajo intenta apor-tar algunas reflexiones desde el punto de vista de una ética de la econo-núa que se entienda como ética racional ético-filosófica de la actividadéconómica, es decir: como reflexión crítica fundamental de los supues-tos previos normativos de la actividad económica al servicio de la vida(lo que quiere decir: razonables y legítimos para la vida práctica)3.

El proyecto de una ética mundial puede entenderse en esenciacomo el intento de descubrir lo universal ético como el in común de lastradiciones religiosas previas de la humanidad y de alcanzar seguridaden la comunidad mundial interreligiosa de su obligatoriedad generalfrente a todas las demás fuerzas configuradoras, poderosamente efica-

, ces, entre las que no son las últimas las de la economía mundial. Sobre~ primer lado del triángulo bosquejado, el formado por los polos del

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1, 1. H. Küng, Proyecto de una ética mundial, Trotta, Madrid, 62003, p. 53.¡. 2. H. Küng, Una ética mundial para la ética y la política, Trotta, Madrid, 1999,Jlrl. 169 ss .

. \1< 3. Cf., como exposición sisremática de este ensayo, P. Ulrich, Integrative Wirt-tPaftsethik. Grundlagen einer lebensdienlichen Ókonomie, Bern/Stuttgart/Wien, 1997.

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UNIVERSALISMOÉTICO

PLURALISMOCULTURAL

GLOBALISMOECONÓMICO

El campo de tensiones tripolar del proyecto de una ética mundial,entre el universalismo ético, el pluralismo cultural y el globalismo económico.

pluralismo cultural y el universalismo ético, el filósofo de la ética ~~ deconsiderar en primer lugar si es posible ofrecer un fundamento sufIcIen-te para semejante ética de validez universal: ms lo suficientementesólida la ética mundial interreligiosa en el sentido de Küng como basede una ética mínima universal? (sección 1). A la luz de la comprensiónesclarecida de la ética puede dilucidarse a continuación el segundocampo tensional: el existente entre el pluralismo cultural y la economíade mercado global. Se mostrará que aquí reside el problema específica-mente económico del proyecto de una ética mundial (sección 2). Apartir de ahí pueden explorarse también, en la tercera relación «tensio-na!» la existente entre el universalismo ético y el globalismo económi-co fundamentales ideas directrices de una ética de la economía mundial,éticorracional sólida (sección 3).

1. Sobre la posibilidad de fundamentar la ética mundialen el campo de tensiones existente entre la pluralidadde las tradiciones morales y la ética racional universalista

El proyecto de una ética mundial tiene totalmente de su lado a lasabiduría de la historia de la cultura: construye en el fondo sobre elhumanitarismo del mensaje ético de todas las grandes religiones delmundo. A través de todas las versiones y variantes de la fundamentaciónmetafísica de la obligatoriedad que se dan concretamente en la historia,

se vislumbra, por así decido, la experiencia humana general con lasconstantes universales de la condición humana. Se trata, por expresadocon Helmut Plessner, de las fundamentales «condiciones de la posibili-dad de la existencia humana» comunes a todos los human beings4• Unade estas condiciones previas es la disposición humana básica de lamoralidad, entendida como la capacidad humana específica de poderjuzgar en categorías morales las propias acciones, así como las de otraspersonas. La moralidad es la auto pretensión incontestable del serhumano en cuanto sujeto que se concibe como libre y autónomo porprincipio, pero cuya cualidad subjetiva resulta sumamente vulnerable(<<ofendible»también en el sentido anímico) y por lo tanto necesitada deprotección. Entre las condiciones de la existencia humana se cuenta, enconsecuencia, que todos los seres humanos por igual dependen delrespeto incondicional (categórico) de su dignidad, es decir: del respetode su identidad e integridad personales. Esta última significa literalmen-te la ilesa totalidad del autoentendimiento moral de la persona, que seautopercibe como miembro digno de respeto de una comunidad moral,porque experimenta el respeto de los restantes miembros de esa comu-nidad. Las condiciones de la posibilidad del autorrespeto personal son,en una comunidad tal, idénticas con el respeto y reconocimiento mu-tuos de los seres humanos como seres de igual dignidad. Entre lasaspiraciones iguales de todos los sujetos y el respeto de su cualidadSubjetiva existe una simetría fácil de ver: quien se entiende a sí mismo,como cuestión de principio, como persona digna de respeto, concede-rá también a todos los demás seres humanos la misma pretensión derespeto y reconocimiento incondicionales como personas.

En esta ética de la reciprocidad, es decir, de la mutua obligatoriedadentre los seres humanos de las vinculaciones morales fundamentales, sereconoce también el núcleo humanístico culturalmente invariante detodas las grandes tradiciones éticas. Dicho de otro modo: el punto de.ista universal de la moral, que es inherente a todas las tradicionesmorales específicas de las distintas culturas, y a partir del cual puedefundamentarse totalmente un «ética mundial» que las trascienda, se da apartir de la general lógica normativa de la interhumanidad5.( El punto de vista moral así fundado es el moral point of view de unaética racional filosófica moderna. Constituiría un equívoco rechazadacomo constructo de la «fría» ratio, incapaz de hablar a los «corazones»

4. H. Plessner, «Conditio humana», en Propyliien Weltgeschichte, t. 1, ed. de GoloMann y Alfred Heuss, Berlin/Frankfurt a.M., 1964, pp. 33-86.

5. Cf. a este respecto, en detalle, P. Ulrich, Integrative Wirtschaftsethik ... , cit., pp.23 ss. y en especial 44 ss.

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de los seres humanos, pues el lado racional concierne únicamente a lafundamentación filosófico-ética de la validez y la obligatoriedad univer-sales de una ética correspondiente a la (inter)humanidad. Este irrenun-ciable momento cognitivo de la facultad de juicio moral no está enmodo alguno en contradicción con el momento afectivo de los senti-mientos morales, que en cuanto seres humanos todos sentimos, sinoque, antes bien, sirve siempre de base a los mismos. Los sentimientosmorales -por ejemplo los del agravio o incluso la humillación del senti-miento del propio valor, de la vergüenza respecto a nuestras propiasacciones o de la irritación en relación con las acciones ajenas, de lacompasión hacia otros y del sentimiento de culpa ante ellos, cuandohemos descuidado nuestra propia responsabilidad o la obligación desolidaridad, etc.- no son irracional es, sino que, antes bien, constituyenya por sí mismos expresión de nuestra capacidad de juicio moral: nos larecuerdan incuestionablementé.

Desde una perspectiva ética racional moderna, entendida de estamanera, llama la atención una latente ambivalencia en el concepto deKüng de una ética mundial. Por una parte utiliza implícitamente todo lodicho, incluso erige totalmente «lo humano como criterio fundamentalecuménico,'? En consecuencia se busca explícitamente lo interreligiosovinculante en la «regla de oro»8 que de hecho se encuentra en todas lasreligiones del mundo, y que no es en definitiva más que una formula-ción históricamente temprana, aunque aún no del todo suficiente, delprincipio racional ético de la reciprocidad. Por otra parte, la cualidadética racional de la lógica normativa de la interhumanidad, que al efectose utiliza, se coloca, en mi opinión indebidamente, en una hipotéticacontraposición con el proyecto interreligioso de una ética mundial9

Permítaseme formular una pregunta ligeramente herética: ¿hay queadscribir quizá el rechazo de las pretensiones de la razón práctica,totalmente innecesario, al viejo momento inercial, contrario a la razón,que sigue actuando en el trasfondo en la tradición cristiana, sobre todo

6. Una explicación más en detalle puede verse ibid., pp. 27 s.7. H. Küng, Proyecto de una ética mundial, cit., pp. 115 ss.8. Cf. ibid., pp. 80 s.; íd., Una ética mundial para la ética y la política, cit., pp.

122 s.; respecto a la apreciación y la crítica filosófico-éticas de la regla de oro, d.P. Ulrich, Integrative Wirtschaftsethik ... , cit., pp. 59 ss.

9. Cf. la forma notablemente escéptica, un tanto insensible con la que Küng «des-pacha» la aportación de la moderna ética filosófica: H. Küng, Proyecto de una éticamundial, cit., pp. 61 ss., así como Una ética mundial para la ética y la política, cit., pp.108 s. Hay que admitir que en ambos libros se encuentran también afirmaciones ensentido contrario, que reconocen el irrenunciable papel de la razón ética, así en la p. 113del último título citado.

en la católica romana? ¿Por qué no confiar, en vez de ello, en que sunúcleo moral-teológico decisivo, al igual que los mensajes de las otrasgrandes religiones, podía pasar perfectamente la «prueba racional» filo-sófico-ética? ¿y no se trata posiblemente, en la medida en que determi-nados elementos de la(s) doctrina(s) moral(es) teológica(s) no superasenesta prueba, de mero lastre dogmático que históricamente ha sofocadoel buen núcleo humanístico, y del que habría que deshacerse en ventajadel proyecto de una ética mundial?

Se trata hoy, en mi opinión, precisamente, de apelar de maneraexpresa e todos los seres humanos en su razón práctica vital y dehacerles conscientes de que ésta habla a favor y no en contra del núcleode los mensajes religioso-éticos que une a las tradiciones religiosas en la«ética mundial». A mí me parece que, por lo menos hoy, los más gravesproblemas de la humanidad están más relacionados con una demasía deirracionalidad práctica que con un exceso de razón. Nunca en la historiaha sido más necesario que hoy el esfuerzo de la razón práctica, siqueremos que dé adecuada respuesta a los desafíos socioeconómicos,ecológicos y culturales de la época. En mi opinión tiene validez, tam-bién a este respecto, lo que Hans Küng ha formulado tan certeramentede forma general: un «antimodernismo que mire al pasado, por parte delas religiones, no constituye aportación alguna para la superación de lacrisis epocal»10.

¿Por qué hacemos aquí hincapié de este modo en el momento éticoracional? Hayal menos dos razones elementales que a mi parecerhablan en favor de que así lo hagamos. En primer lugar -tal como ponede relieve el propio Hans Küng-, en la relación que se establece con lastradiciones éticas culturales suele residir precisamente el problema -asaber: en forma de conflictos interculturales, a veces intensos, que elProyecto para una Ética Mundial trata de superar de manera pacífica yracional (iqué otra posibilidad cabe!)- y no su soluciónll• Sólo a partirde una ética de principios «postconvencional»12, que argumenta desdeel punto de vista racional, humanístico y universal, es posible argumen-tar de manera imparcial y carente de prejuicios, es decir, de un modoético-crítico, sin reservas frente a todas las tradiciones culturales porigual. y sólo así es posible fundamentar en última instancia la credibili-dad intercultural de los principios que reclaman validez en nombre de la

10. H. Küng, Proyecto de una ética mundial, cit, p. 39.11. Cf. íd., Una ética mundial para la ética y la política, cit., pp. 126 ss.12. Con referencia a la famosa distinción que hace Kohlberg entre los estadios de

~nciencia moral preconvencional, convencional y postconvencional, d. L. Kohlberg,Essay on Moral Development, vol. 1, San Francisco, 1991.

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ética mundial. La importancia que esto tiene la muestra, por ejemplo, elreproche relativista estándar de eurocentrismo que está de moda hacer-les a las convenciones de derechos humanos. Sólo si los derechos huma-nos encuentran su fundamentación en una concepción ética racional dederechos fundamentales morales de carácter universal, que establezcala idea de los derechos humanos como algo previo a toda caracteriza-ción propia de una cultura específica, podrán hacerse fuertes frente alespíritu relativista de la época. De todas formas, los derechos humanosconstituyen el impulso con mayor poder de eficacia (de ahí su difama-ción a veces tan intensa por parte de círculos «interesados») que se hadado hasta ahora en la dirección de una ética universalista para lahumanidad13. Su racionalidad como cuestión de principio no deberíapasarse por alto precisamente por parte del Proyecto de una ÉticaMundial, sino que debería defenderse con decisión.

En segundo lugar, el menosprecio subliminal de la mo~erna éticaracional encierra en sí el peligro de que el Proyecto de una Etica Mun-dial quede reducido a la forma de doctrina moral convencional premo-derna, esto es, de «valores fijos» en el sentido de ética axiológica mate-rial. Frente a esto se alza la concepción moderna de una ética formal yprocedimental que no proclama valores fijos concretos, sino que clarifi-ca, con buenas razones (es decir, defendibles ante cualquiera), ideas re-gulativas y procedimientos para dar respuesta racional, capaz de hallarconsenso entre todos los seres humanos de buena voluntad, a las cues-tiones morales. Tampoco hoy pueden resolverse los problemas básicosesenciales de una sociedad bien ordenada únicamente mediante una éti-ca individualista, en el plano de la vinculación axiológica personal (vir-tud), sino que requieren ideales éticos institucionales que definan losprincipios formales generales de la convivencia justa entre ciudadanoslibres, emancipados y responsables. En un mundo de culturas, formasde vida y valores plurales, de lo que precisamente se trata es de funda-mentar la estructura básica normativa a una sociedad bien ordenada -ya la vez de la convivencia bien ordenada de pueblos y culturas- de ma-nera tal que sea neutral en relación con concepciones culturalmente di-versas del bien, esto es, que no establezca preferencias de determinadosproyectos vitales frente a otros. Así pues, sólo pueden considerarse par-tes integrantes del consenso básico universal aquellos principios funda-mentales que precisamente sean indispensables para garantizar un plu-

13. Cf. también, respecto a la interpretación de los derechos humanos como núcleode una «macroética moderna de la humanidad», Karl-Otto Apel, Diskurs und Verantwor-tung: Das Problem des Übergangs zur postkonventionellen Moral, Frankfurt a.M., 1988,en especial las pp. 135, 193 Y 206.

ralismo de identidades culturales y formas de vida libremente elegidas,en el sentido de su igualdad de derechos y de trato. Únicamente un con-senso básico intercultural y neutral constituye el orden político funda-mental de una sociedad (mundial) abierta, justa y pacífica.

Es la ética política moderna del liberalismo político (ino dellibe-ralismo económico!) la que, con resultados apreciables, trabaja en laresolución de estos problemas éticos de decisiva importancia para unmundo religiosa, cultural e ideológicamente pluralista. Estos resultadosno pueden recogerse suficientemente en la tradicional forma aditiva delos valores fijos convencionales, tales como el Decálogo, puesto que deese modo no pueden hacerse valer las relaciones mutuas entre losdistintos supuestos previos de una sociedad bien ordenada, que es de loque en esencia se trata14.

El punto capital del tema que nos ocupa es el siguiente: mientras laética económica sea en parte ética política -y tal es el caso a mi entenderen aspectos totalmente esenciales-, difícilmente cabe esperar una fértilclarificación de la relación «tensional» entre la idea de la ética mundialy la economía mundial en proceso de formación, si sistemáticamente seminusvalora el status de la ética política. Esto no va en contra delprincipio de reforzar el carácter vinculante de las tradiciones morales delas religiones del mundo existentes, pero va a favor de que no se excluyala:importante aportación que en mi opinión han hecho los modernosprincipios de la ética racional (filosofía práctica y política), sino, antesbien, de que se le dé cabida de manera coherente en el Proyecto de unaÉtica Mundial.

A continuación, en la sección segunda, empezaremos por clarificarclsignificado específico de este postulado en el contexto de la éticaeconómica, antes de que, en la tercera sección, hagamos el intento debosquejar, al menos a grandes rasgos, las líneas maestras de una socie-dad bien ordenada en la que podría acogerse una economía de mercadoal servicio de la vida.

La ética económica en el campo de tensión entre las tradicioneséticas de las culturas y la lógica del mercado global

ya una «ética mundial», sumamente eficaz, aunque más biencuestionable: es la ética económica capitalista, que se introduce e instala

. 14. No hay espacio aquí para entrar más en detalle en las preguntas en torno a laética política, ricas en premisas, respecto a las que John Rawls (Political Liberalism, NewYork, 1993) sobre todo ha hecho decisivas aportaciones. Véase su examen sistemático enP. Ulrich, Integrative Wirtschaftsethik ... , cit., pp. 247 ss.

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progresivamente, bajo el signo de la globalización de los mercados, entodos los espacios culturales, escondida tras la «lógica objetiva» de laeconomía, anónima, y que, por ello, falsamente suele tenerse por axio-lógicamente neutra e imparcial. Sin embargo lo que en ella se «objetiva»es la lógica, totalmente condicionada desde el punto de vista axiológico,de un modo de actuación que sigue estrictamente la racionalidad deléxito bajo las condiciones de la competencia de la economía de merca-do. La transmutación de todos los valores que a principios de la EdadModerna «desinhibiera» moralmente la búsqueda del éxito y la ventaja,liberándola de las ataduras tradicionales a otros valores prioritarios,tiene irónicamente todavía sus raíces en una tradición religiosa. Talcomo ha mostrado Max Weber en su famoso estudio «La ética protes-tante y el espíritu del capitalismo», el «espíritu» capitalista brota de las«formas más íntimas de la piedad cristiana» 15, especialmente en suversión calvinista (y zwingliana). Partiendo de Ginebra (y de Zúrich), seextendió rápidamente por los Países Bajos, Inglaterra, Escocia y NuevaInglaterra (Estados Unidos) y, con la expansión de los mercados, sedifundió de manera creciente por todos los países económicamentedesarrollados. Lo que anteriormente fuera objeto de rigurosa prohibi-ción, a saber: la persecución sin freno de intereses mercantiles, se con-vierte, sobre la base de la «ética económica» calvinista-capitalista 16,enparadigma de una forma de vida grata a Dios, al llegar a ser el aumentode la riqueza económica casi equivalente al «incremento de la gloria deDios»17.Se considera «naturalmente como criterio más importante ellucro económico privado. Pues, cuando ese Dios que el puritano veactuar en todos los asuntos de la vida muestra a uno de los suyos unaoportunidad de ganancia, es evidente que tiene sus propósitos. Y, portanto, el creyente cristiano tiene que seguir la llamada sacando prove-cho de esos propósitos»18.

La consecuencia fue una dinámica de racionalización económica li-teralmente desenfrenada que progresivamente colocaba a las personasen cuestión bajo la obligación objetiva de imponerse en medio de la com-petencia, y que desde hace tiempo ha desarrollado una dinámica propiade carácter anónimo. En última instancia, ya no cabe atribuirle perso-nalmente a nadie la responsabilidad por la presión general que ejerce la

15. En Gesammelte Aufsiitze zur Religionsoziologie [1904-1905], Tübingen, 91998,pp. 17-206, Yaquí p. 26.

16. Ibid., Prólogo, p. 13.17. Ibid., p. 109.18. Ibid., pp. 175 s. La primera cursiva es del original; la segunda, del presente

autor.

competencia bajo las condiciones del mercado mundial anónimo. Lapeculiar (!) violencia que impone el mercado <<libre»es antes bien resul-tado de la ilimitable interacción de todos cuantos concurren en el mer-cado. Cada cual se ve en la apremiante necesidad de imponerse frente asus directos competidores, como trabajador, en el mercado de trabajo;como empresario, en el mercado de los bienes y los servicios.

Weber lo comprendió mejor que la mayor parte de los economistasde hoy, que a menudo no saben lo que hacen cuando, en conformidadcon el espíritu de la época y con bastante falta de imaginación, pidenmás mercado y competencia desregulada como supuestos remedios parasolucionar casi todos los problemas económicos y sociopolíticos. Puesmás mercado y más competencia no son en modo alguno medios libresde valores y neutrales respecto a los intereses para un «más eficiente»aumento del «bien común», tantas veces invocado pero rara vez con-templado. Antes bien, el mercado ejerce una función selectiva, determi-nada en grado extremo por ciertos valores, entre distintas formas devida: el que no viva «empresarialmente», es decir, el que incluso comotrabajador (= empresario de su personal fuerza de trabajo) no inviertade manera coherente y sin miramientos en su propio «valor de merca-do», consigue que el mercado, antes o después, le saque la tarjeta roja,con lo que queda eliminado de la competición. En otras palabras: el'mercado educa «despiadadamente» a los sometidos a su lógica objetivaforzosa en un «modo de vida y una concepción de la profesión adapta-dos a las características del capitalismo»19, «quien en su modo de vidano se adapta a las condiciones del éxito capitalista se hunde o no sube»20.

El mecanismo anónimo «recompensa» a quienes de una maneracoherente llevan una forma de vida orientada hacia la competencia, esdecir, que «calculan» todo lo que hacen como inversión en su futuraéapacidad competitiva, y mantienen con los demás un trato puramenteestratégico, es decir, orientado hacia la mejora de su propia situación deé'Cito.Otras formas de vida, que apuestan en mayor medida por valoresde interrelación humana por sí mismos, y que sólo conceden a lospuntos de vista económicos una importancia de segundo grado, seconsideran de antemano causas perdidas. Esta asimetría estructural delas posibilidades de las distintas formas de vida dentro de la competenciapropia de la economía de mercado, en la que rara vez se ha reparado, nosólo explicaría en gran medida el «triunfo» cultural-histórico de laforma de vida «empresarial» en el proceso de modernización occidentalsobre modelos de vida alternativos, sino que permite hacer hoy un

19. Ibid., p. 37.20. Ibid., p. 140.

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pronóstico bastante seguro respecto a los resultados culturales a escalamundial de la globalización de los mercados que están en marcha. Puesla «competencia entre las regiones» que la mayoría de los economistassaludan por su eficiencia y su efecto generador de bienestar (¿paratodos?) y de las correspondientes «condiciones marginales» de la utili-zación privada del capital, constituye al mismo tiempo, inevitablemen-te, una competición altamente selectiva entre el industrial way of life ylas formas de vida tradicionales de otras culturas, arrolladas por laglobalización. También esta competencia entre las culturas está decidi-da de antemano en el mercado «libre». Seleccionará por sí misma, comohemos visto, la forma de vida empresarial «adecuada» y marcará a lospartidarios de otras orientaciones axiológicas con el sello de perdedo-res. Aun cuando esto es la consecuencia estructural de una violenciasistémica objetiva, en todos aquellos lugares a los que haya llegado el«mercado libre» se producirá pronto la apariencia de que la mayoría delas personas de todas las culturas del mundo no desean nada más fer-vientemente que renunciar a su cultura cotidiana y adoptar la «cultura»occidental orientada hacia la competencia, el rendimiento, el éxito y lapropiedad21•

La doctrina económica neo liberal hoy dominante consiste en elfondo en la elevación normativa a la categoría de economismo precisa-mente de esta lógica de obligatoriedad objetiva. Consecuencias sinto-máticas de esto son la absolutización de los valores económicos conver-tidos en los únicos valores que cuentan, y la extensión abusiva de laeconomía de mercado hasta convertida en paradigma (modelo de pen-samiento) de una sociedad de mercado total. Ante la vieja metafísica delmercado, bastante persistente al parecer y que confiaba más en la razónpráctica del ser humano, son ciegos los neoliberales ep relación con losdos principales efectos prácticos vitales de la política de desregulacióndel mercado y de intensivación de la competencia que ellos propulsan.Por una parte, la autoafirmación individual en medio de la competenciaagudizada se vuelve cada vez más dura, y con ello se torna cada vez másdifícil tener en cuenta otros criterios distintos de los económicos, esdecir, tener también en cuenta los valores de la interrelación humana, yacaba por no poder exigírsele a los individuos. En el mercado supuesta-mente «libre» impera la forzosidad objetiva. Y, por otra parte, se pro-duce una división cada vez más crasa de la sociedad en ganadores yperdedores. Amenaza con producirse una tercermundización de todos

21. Cf. a este respecto P. Ulrich, Integrative Wirtschaftsethik ... , cit., pp. 225 ss. Ensentido parecido: U. Thielemann, Das Prinzip Markt. Kritik der okonomischen Tauschlo-gik, Bern/Stuttgart/Wien, 1996, pp. 323 ss.

los países, incluso de los económicamente «más avanzados». De hechoes ya detectable estadísticamente en muchos países, introducida por losEstados Unidos (reaganomía) y Gran Bretaña (thatcherismo).

Quien no quiera limitarse a denunciar los síntomas, sino que quieradescubrir las causas de esta cuestionable evolución y oponerse a ella conargumentos precisos, no puede soslayar el debate en profundidad, par-tiendo de la crítica ideológica, con las imposiciones objetivas y mentalesdel economismo. La crítica del economismo es, en las circunstancias realesde hoy en día, la primera y más importante tarea sistemática de la mo-derna ética económica22• Dicho de otra manera: hay que poner al descu-bierto el carácter normativo que encierra la «lógica objetiva» económi-ca, y hay que hacer que ésta entre en razón, es decir: en razónético-práctica. Esto es: no basta con anteponer a la lógica objetiva eco-nómica, poderosa en sus efectos, la ética o la norma de comportamientomundial postulado meramente como «lo otro de la razón económica»,sino que, antes bien, es necesario que la norma económica que se nos hatransmitido y que, hoy más que nunca, celebra su marcha triunfal portodo el mundo, acompañada de los correspondientes gritos ideológicosde victoria, necesita en cuanto tal ser sometida a una crítica ética racio-nal desde su interior. Precisamente en esto consiste la idea fundamentalde la ética económica «integradora» (en vez de meramente correctora).

Sin clarificación sistemática y sin la superación cultural del espíritueconomicista de la época está también decidida estructuralmente deantemano -así lo afirma el incómodo resultado provisional de la rela-ción entre el Proyecto de una Ética Mundial y la ética económica capi-talista realmente existente, y que precisamente en estos momentos seestá globalizando- la competición entre estas dos «ofertas éticas». La¡¡ríticaética racional sin contemplaciones de la norma económica que senos ha transmitido es por tanto, sin duda, la mejor forma de colabora-ción con el Proyecto de una Ética Mundial que la ética económica pue-de prestar.

3. Mercados globales y orden económico global.Ideas para una ética de la economía mundial todavía por desarrollar

Tomemos de nuevo el postulado de Hans Küng que citábamos al co-mienzo de este trabajo: <<ÍNoes el mercado mundial el último en exigirUna ética mundial!». De acuerdo con las consideraciones básicas que

22. En relación con una crítica sistemática del economismo, P. Ulrich, IntegrativeWirtschaftsethik ... , cit., pp. 131 ss.

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anteceden, en relación con el principio integrador de la ética económi-ca, la «ética mundial>, representa aquí, por de pronto, una ética econó-mica posteconomicista, es decir, una «concepción de la economía» ilus-trada2J, que deja atrás la metafísica economicista del mercado y dafundamental prioridad, en su lugar, a la lógica normativa de la interrela-ción humana, anteponiéndola a la lógica del mercado. A la primacía dela ética que de este modo se postula, y de la política (fundamentada enla ética), anteponiéndola a la «lógica objetiva» económica, correspondeuna concepción instrumental de la economía de mercado. Lo cual quie-re decir que la configuración del orden económico no debe tampocoproseguirse según criterios económicos «puros» de eficiencia, de capaci-dad competitiva internacional, etc., sino en consonancia con criteriosético-prácticos «vitales», basados en la vida buena y en la justa convi-vencia de los seres humanos. De acuerdo con esta idea fundamental deuna economía al servicio de la vida24, no es posible en consecuenciareducir la política del orden a una política de la competencia (es decir, ala política que tiene por finalidad asegurar una competencia eficaz enlos mercados abiertos), tal como hace la concepción neoliberal de unapolítica de orden «limpia» que en la actualidad marca la tónica, sino quehay que concebirla, simultánea y prioritariamente, como «política vi-tal»25(lo que exactamente significa: como política de la organización delas fuerzas del mercado de acuerdo con los criterios éticos supraordena-dos del servicio a la vida), por recuperar un acertado concepto de losordoliberales.

Pues fueron los adelantados del pensamiento ordoliberal -especial-mente, junto con Alexander Rüstow, Wilhelm Ropke, Walter Eucken yFritz Bohm- los que, en los años cincuenta y sesenta del siglo xx,contrapusieron a la vieja metafísica liberal del mercado «libre», quepresuntamente se autorregula, la concepción ilustrada de la economía(social) de mercado como «organización estatal». Comprendieron queno es sencillamente el mecanismo del mercado, sino antes bien el «mar-gen del mercado», el que es constitutivo de una economía de mercado al

23. M. Weber, Gesammelte Aufsiitze zur Religionsoziologie, cit., p. 12.24. El bello concepto de «al servicio de la vida» lo tomo del teólogo evangélico y

ético social A. Rich, Wirtschaftsethik, II: Marktwirtschaft, Planwirtschaft, Weltwirtschaftaus sozialethischer Sicht, Gütersloh, 1990, p. 23, que circunscribe en él la «finalidadfundamental de la economía». Rich, a su vez, se ha referido al teólogo E. Brunner, DasGebot und die Ordnungen, Zürich, 41978, p. 387.

25. Cf. A. Rüstow, «Wirtschaftsethische Probleme der sozialen Marktwirtschaft», enP. M. Boarman (ed.), Der Christ und die soziale Marktwirtschaft, Stuttgart/Kiiln, 1955, pp.53-74; aquí, p. 74: la «política vital», a diferencia de la política de competencia, orientadaúnicamente por la eficiencia, toma «en consideración todos los factores ... de los que de-penden en realidad la felicidad, el bienestar y la satisfacción de los seres humanos».

servicio de la vida. Entendían bajo este concepto el conjunto de lasventajas ético-políticas que limitan la competencia y que ajustan lasincitaciones del mercado a los fines «vitales». También procede deRüstow la famosa afirmación según la cual «el margen del mercado ... esel verdadero ámbito de lo humano, cien veces más importante que elpropio mercado .... El mercado es un medio para un fin, no es un fin ensí mismo, mientras que el margen comprende gran cantidad de cosasque son fines en sí, que son valores humanos intrínsecos»26.A la políticavital entendida de esta manera se le plantean dos preguntas fundamen-tales en relación con la ética económica: por una parte, la pregunta porel sentido de acuerdo con el proyecto cultural de vida, a cuyo serviciotendría que estar nuestra forma de economía y, por otra parte, lapregunta por la justicia, según el modelo de una sociedad bien ordenadaen la que hay que dar cabida a una economía al servicio de la vida. Elconcepto de justicia hay que entenderlo en sentido amplio: junto a laprotección de los derechos fundamentales y de la igualdad de oportuni-dades incluye la justicia social entre los miembros de la sociedad, perofambién la justicia intergeneracional, y por tanto la «compatibilidad conel futuro» (durabilidad) de la forma de economía. Además, la cuestióndel sentido remite a la cuestión de la justicia, puesto que la libre elec-ción a una forma de vida auténtica, que responda a los patrones de valorculturales propios y que por tanto sea humanamente satisfactoria, sóloes posible en absoluto, cuando las «condiciones marginales» tambiénofrecen una posibilidad equitativa de desarrollo a otras formas de vidaque no sean estrictamente las orientadas hacia la competitividad y eléxito. Sin embargo, no ocurre así en modo alguno en el caso de unapolítica de competencia neo liberal que aspira a una desregulación delmercado y a una intensivación de la competencia ilimitadas, como yahemos visto en la sección segunda.

Con la creciente globalización de los mercados, estas consideracio-nes han adquirido desde hace poco un insospechado carácter explosivo.La primacía de la política (que debe fundamentarse éticamente) frente ala lógica del mercado, y por tanto el orden marco para la economía de~rcado, garantizado por el Estado de derecho, se convierte tenden-

26. A. Rüstow, «Palaoliberalismus, Kommunismus und Neoliberalismus», en F. Greissy F. W. Meyer (eds.), Wirtschaft, Gesellschaft und Kultur. Festgabe für Alfred Müller-~k, Berlin, 1961, pp. 61-70, Y aquí, p. 68. No es posible entrar aquí en algunosllllltemáticosfallos de pensamiento de los ordoliberales, y por tanto también de los inicia-dores de la economía social de mercado (Alfred Müller-Armack, Ludwig Erhard), funda-mentalmente la exigencia de «conformidad con el mercado» de todas las medidas que seadoptan en política económica, en modo alguno coherente con la primacía de la políticaYital. Cf., al respecto, P. Ulrich, Integrative Wirtschaftsethik ... , cit., pp. 352 ss.

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cialmente en internacional competición entre los órdenes marco, lo queequivale a la primacía fáctica de la lógica del mercado frente a la ética yla política. Desde la perspectiva ordoliberal, la tarea de la época consis-te en rectificar también a nivel supranacional el orden de las cosas, estoes: en desarrollar e imponer paso a paso, mediante el derecho interna-cional, un orden marco basado en una política vital. Quien desee elmercado global tiene que desear también, en calidad de ciudadanoilustrado en la ética económica y con conciencia de responsabilidad, unorden marco global que subordine las fuerzas del mercado a las condi-ciones «vitales» de la compatibilidad humana, social y medioambiental.

Nadie se engañará acerca de la magnitud de este desafío ni de lasinnumerables resistencias con las que la razón ético-económica tropeza-rá por parte de incontables coaliciones de poderosos intereses particu-lares, posiblemente durante decenios todavía. Tanto más es así porcuanto, hasta ahora, la mayor parte de los llamados «expertos» de laeconomía no se embarcan en esta tarea, sino que, por el contrario,parecen ser más que nunca víctimas del virus del economismo. Condesprecio a los conjuntos de relaciones «vitales» que hemos señalado,los mismos economistas y políticos de la economía que en el nivelnacional, hasta hace poco, entendían en gran parte la economía demercado como una «institución estatal» que había que configurar deuna manera totalmente política, retroceden en formación para ir a caerno sólo más atrás del ordoliberalismo, sino incluso del concepto ordo-liberal, en un pensamiento liberal paleolítico, al no considerar en elplano internacional la «competición entre los órdenes marco» primor-dialmente como un problema político relativo al tipo de orden, y alsaludado, antes bien, por el contrario, como su solución. Frente a esto,una concepción coherentemente neo liberal debería al menos insistir enla irrenunciabilidad, como mínimo, de un orden marco político queregulara la competición globaF?

Es evidente que este nuevo fundamentalismo mercantil, que veprecisamente en la globalización la promesa de salud para la realizacióndel bien común a escala mundial, no es otra cosa que la más recienteforma fenoménica de la vieja ética económica, que tiene por deseableúnicamente una forma de vida «empresarial»28y que eleva el mercado

27. Véase en detalle lo referente a la tajante delimitación del viejo liberalismo, elneo liberalismo y el ordoliberalismo y de sus correspondientes correlatos en relación conla cuestión de la globalización, en P. Ulrich, Integrative Wirtschaftsethik ... , cit., pp. 340ss. y 377 ss.

28. Totalmente en este sentido, los autores del manifiesto neoliberal Mut zum Auf-bruch - Eine wirtschaftspolitische Agenda für die Schweiz (ed. de David de Pury, Heinz

«libre» a suprema encarnación de una sociedad de ciudadanos libres.Frente a esto, resulta hoy decisivo, en vista del cambio epocal de lascondiciones socioeconómicas, establecer de nuevo los presupuestos nor-mativos de una sociedad bien ordenada y de una economía de mercadolegitimada desde ésta, en el nivel sistemático de la filosofía política y dela ética modernas.

Una sociedad moderna de ciudadanos libres, bien ordenada, seorienta preferentemente por la finalidad de garantizar por igual la ma-yor libertad real posible para todos los ciudadanos. Libertad real signifi-ca la vivibilidad del proyecto de vida cultural auténtico dentro de loslímites de la salvaguardia de las aspiraciones legítimas iguales de todoslos ciudadanos. Tal como hemos visto en la primera sección de estetrabajo, un orden liberal en este sentido bien entendido esencialmenteaspira, en consecuencia, a no otra cosa que a la igualdad de derechosimparcial de todas las identidades culturales y de todos los proyectos devida, sobre la base del mutuo respeto. La fundamental importancia deeste modelo del liberalismo político resulta palmaria en vista de lacreciente cotidianeidad de la convivencia multicultural dentro de cadapaís y entre unos países y otros. No debe subvalorarse -según reza mitesis nuclear-, desde el punto de vista de su concepción, por parte de unconcepto de la ética mundial que pueda con razón pretender imparcia-lidad cultural y dignidad consensual, y que quiera asimismo pasar la"prueba de dureza» de la lógica objetiva forzosa de la economía enproceso de globalización. Por tanto hay también que dar validez siste-mática, dentro del Proyecto de una Etica Mundial, a los elementosbásicos de una sociedad bien ordenada y de una economía de mercadoal servicio de la vida que encuentre en ella acogida. Estos elementosson, por una parte, una base institucional fundamental (derechos de losciudadanos) y, por otra, premisas de ética ciudadana (virtudes cívicas).

3.1. El aspecto ético institucional: derechos económicosde los ciudadanos

Como base fundamental socioeconómica de una libertad general vivi-ble deben realizarse, en vista del endurecimiento experimentado por la~ompetición en la economía de mercado, nuevos derechos civiles quegaranticen a todos los ciudadanos los presupuestos de una vida en elrespeto por sí mismos, así como la respetabilidad social de ciudadanos

Hauser y Bea Schmid, Zürich, 1995), que ha desencadenado en Suiza un vivo debatepúblico, exigen con llamativa frecuencia un fundamental «cambio de mentalidad» de~os los ciudadanos precisamente en la dirección de llevar una vida entendida empresa-nalmente (por ejemplo, ya en el prólogo, p. 10).

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con pleno valor de tales, con independencia de que deseen llevar unaforma de vida «premiada» o «castigada» estructuralmente por el merca-do y de si, en la competición de autoafirmaciones que se da en laeconomía de mercado, forman parte de los ganadores o de los perdedo-res. Precisamente en los países «avanzados» está hoy en juego la deci-sión de si, en el cambio de agujas sociopolítico, seguimos ateniéndonosal proyecto moderno, no superado, de la sociedad civil, es decir, de unasociedad compuesta por ciudadanos libres e iguales, y contrarrestamosla división de la sociedad en ganadores y perdedores, o si aceptamosesta dañina evolución como «imposición objetiva» del «progreso» eco-nómico (¿hacia dónde y para quién?) y sacrificamos el proyecto políti-co-liberal no concluso de la sociedad civil al modelo económico-liberalde la sociedad de mercado total. Quien se decida por la primera de estasvías reconocerá en la complementación de los derechos civiles actualesen los Estados de derecho libres y democráticos -en lo esencial se tratade derechos de la personalidad y de derechos ciudadanos- medianteuna nueva categoría de derechos civiles generales de carácter económi-co: al trabajo y al aseguramiento de la existencia, una de las tareasdecisivas de reforma decisivas con finalidad ética29•

Sin embargo, difícilmente puede realizarse esto en un solo país,debido a la creciente competencia entre los órdenes marco en la era dela globalización de los mercados, tal como hemos expuesto. En conse-cuencia, el horizonte lejano de orden ético sólo puede constituirlo unacomunidad civil mundial plenamente desarrollada que encuentre subase socioeconómica en derechos civiles que puedan imponerse a escalamundial, incluidos los derechos civiles de carácter económico que he-mos propuesto. Pues, tal como ha puntualizado un clarividente pensa-dor, paladín del liberalismo político, Ralf Dahrendorf, los derechosciviles (también y precisamente los de carácter socioeconómico) son«los derechos incondicionales que van más allá de las fuerzas del merca-do y al mismo tiempo les señalan sus límites»3o.Quien tenga esto porcorrecto, desde un punto de vista político vital, verá en los derechosciviles económicos, que deben ser garantizados por el derecho de gen-tes, aun cuando sin duda necesiten una constante interpretación especí-fica en relación con las distintas culturas y épocas, un momento consti-tutivo de un futuro orden mundial económico civilizado. Por pedregosoque sea el camino, de él dependerá en lo esencial que «la condición de

29. Baste aquí esta idea fundamental. Para mayor detalle, d. P. Ulrich, IntegrativeWirtschaftsethik ... , cit., pp. 259 ss.

30. Ralf Dahrendorf, «Moralitiit, Institutionen und die Bürgergesellschaft»: Merkur7 (1992), pp. 557-568, Yaquí, pp. 567 s.

ciudadano sea un proyecto universal o solamente una triste coberturade privilegios»3!.

El aspecto ético relacionado con la virtud:derechos económicos de los ciudadanos

Ahora bien: ¿cómo avanzamos por la vía del ideal de una comunidadeconómica mundial que hemos bosquejado? La respuesta no resultadifícil en principio: una sociedad (mundial) bien ordenada sólo puederealizarse, sobre una base liberal-democrática, con personas de cuyaidentidad «ciudadana» forme parte una ética de los derechos civilessuficientemente fuerte. Con puros egoístas, que sólo ven en la políticauna continuación de sus negocios privados por otros medios y que loúnico que hacen con ella es maximizar su propia ventaja y sus interesesparticulares, no es posible, literalmente, constituir «ningún Estado», ymucho menos ningún orden supranacional. Lo que hace falta es unmínimo de espíritu de solidaridad colectiva, ciudadano y económicoci-vil, de solidaridad de los privilegiados con los desfavorecidos y, enespecial, de corresponsabilidad republicana de los ciudadanos para ~onlos «públicos asuntos» de la res publica.

Quien hoy en día considere que estos postulados son ajenos a larealidad y están pasados de moda sí que está anticuado y olvida elMundo vivo: sigue creyendo en el sueño iusnaturalista-metafísico hob-besiano, según el cual es posible pensar y fundamentar una sociedadliberal en su totalidad como un sistema de egoísmo organizado, sin darpor sentada virtud moral alguna en los ciudadanos, a los que se presentaComo puros homini economici, que resuelven todos sus problemas decoordinación únicamente a través del intercambio privado de ventajasen el mercado. Sin embargo, este sueño se ha desechado definitivamen-.'tras su explicación ética económica: ha revelado ser puro economis-180. Yendo más allá de esta ideología mercantil-fundamentalista setinpone definir esos indispensables momentos de virtud burguesa repu-~cana que siempre, necesariamente, sirven de base a una sociedadliberal bien entendida como condición mínima individualista. No se

.'ltata en modo alguno de fomentar virtudes heroicas, «ajenas al mundo»,:(,;~tino únicamente de la autocomprensión política del ciudadano: para.. ,quien se considere miembro de una sociedad bien ordenada de ciudada-

~os, iguales, libres y emancipados, la participación en la cosa pública

. 31. R. Dahrendorf, «Über den Bürgerstatus», en B. Van den Brink y W. Van Reijen(eds.), Bürgergesellschaft, Recht und Demokratie, Frankfurt a.M., 1995, pp. 29-43, YaqUí, p. 38.

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forma parte de la propia identidad. Ser un buen ciudadano en sentidorepublicano no equivale, así pues, a la pretensión virtuosa ilimitada deser «buena persona» en todos los sentidos. Antes bien, es algo quecorresponde a la disposición a asumir una adecuada corresponsabilidadpolítica en el establecimiento democrático de las reglas de juego de lasociedad, bajo las cuales pueda considerarse legítima la prosecuciónindividual de los intereses privados32•

En este sentido y especialmente forma siempre parte de una éticaempresarial republicana, además de la ética comercial inmediata, lacorresponsabilidad en la política referida al orden, y en la política delramo, de la «economía privada» -nunca totalmente privada en susefectos- respecto a las condiciones marco legítimas y sujetas a responsa-bilidad de participación competitiva33• Y esto es válido para las empre-sas que actúan multinacionalmente tanto en el plano nacional como enel supranacional. Quien no quiera pecar de candor tendrá que com-prender que, en la era de la globalización, sólo es realizable un ordeneconómico mundial que sea en alguna medida humana, social y medio-ambientalmente soportable, conjuntamente con las poderosas organiza-ciones de la «economía privada» que desde hace tiempo vienen actuan-do internacionalmente, pero no mediante la adaptación oportunista alas «condiciones» que ellas imponen, sino recordándoles sus obligacio-nes republicanas como corporate citizens, que dicen los norteamerica-nos. y si no sirve de nada es asunto de la mayoría ciudadana ilustradaobligarles a cumplir su obligación mediante los métodos democráticos ydel Estado de derecho.

La pregunta esencial en relación con la ética de la economía, que nodebe dejar de hacerse una verdadera ética económica propia de laciudadanía mundial, se plantea de cara al futuro próximo todavía conmayor radicalidad. Se trata en última instancia de la decisión de siestamos dispuestos a sacar las consecuencia de que nuestro actual estilode vida y de economía «occidental», ni puede generalizarse a escalaglobal, ni es sostenible en el futuro, puesto que la capacidad de nuestro

32. En relación con el renacimiento actual de la tradición ética republicana dentrode la filosofía política del liberalismo, al que aquí sólo podemos señalar, véase la exposi-ción que se hace en P. Ulrich, Integrative Wirtschaftsethik ... , cit., pp. 293 ss.

33. Respecto a la concepción bigradual de la ética empresarial republicana, d. conmás detalle ibid., pp. 427 ss.

planeta de soportar las cargas ecológicas -y no tenemos otro planeta-está por lo que hoy sabemos tan rebasada como la capacidad de integra-ción social de nuestras sociedades. Se impone la autolimitación denuestras aspiraciones de bienestar individual en favor de la justa distri-bución social, internacional e intergeneracional, del disfrute de las basesnaturales de la vida. ¿Quién negaría que la cobertura de las necesidadesbásicas de todos los seres humanos debe ser objetivo «vital» preferentede una economía mundial legítima y al servicio de la vida? Este objetivoconstituye el sentido social de una economía con fundamento ético.Vistas de este modo, las cuestiones relativas a la justicia y la solidaridadson la piedra de toque de la «eficiencia» socioeconómica de la economíamundial.

Sería no obstante miopía mental vincular incondicionalmente unaeconomía mundial social e intergeneracionalmente justa, con un futuroecológicamente posible, con la idea de que esto tendría inevitablementeque ir unido a considerables renuncias para los hasta ahora «hijos delbienestar» de los países ricos. Quien así piense sigue estando adherido almodelo de progreso economicista que busca la quintaesencia de la vidabuena en el crecimiento económico (cuantitativo), en el inacabableincremento de la abundancia de bienes disponibles. Frente a esta con-cepción, la idea directriz y dadora de sentido de una economía verdade-ramente avanzada podría y debería ser la que la orientara hacia lafinalidad del ensanchamiento de la plenitud vital humana.

La base socioeconómica para ello sería la emancipación parcial detodos los seres humanos respecto a las «necesidades» y las «imposicio-nes objetivas» de la producción económica, por medio, entre otrascosas, de un acortamiento general y una distribución justa del trabajoproductivo, coherente con el progreso de la productividad. Con el finde evitar desleales ventajas competitivas internacionales para países conjornadas laborales normales excesivamente largas, estas reformas de lapolítica laboral requieren naturalmente una coordinación internacio-nal. Pero sólo así podrá tener en el futuro todo ciudadano del mundocon capacidad productiva la posibilidad de ganar con su propio esfuer-zo el necesario poder adquisitivo para su sustento, mientras por otraparte todo el mundo consigue el tiempo y los espacios de libertad parael cultivo de las dimensiones no económicas de la vida buena.

Es evidente que la historia del progreso cultural posible dista mu-cho de haber concluido. Únicamente si somos capaces de entender y deconfigurar la actividad económica verdaderamente como medio al ser-vicio de la vida, en favor de una forma de vida cultivada, accesible entodo lo posible a todos los seres humanos, dará también sus frutos comoética de la economía mundial el Proyecto de una Ética Mundial.

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¿QUÉ ÉTICA DEBE APLICARSE A LOS BIENESPÚBLICOS EN LA ECONOMÍA MUNDIAL?

En 1954 Y 1955 publicó Paul Samuelson dos breves artículos sobre lateoría de los bienes públicos (Samuelson 1954 y 1955), que tuvieronuna decisiva importancia para el desarrollo de la moderna teoría de laeconomía pública y que contenían fundamentales implicaciones rela-cionadas con los fallos del mercado. A pesar de que en un primermomento suscitara intensas discusiones en los círculos especializados,la fuerza explosiva de su análisis se ha olvidado en gran parte a lo largode estos años, o incluso se ha reprimido. Aunque existe literatura alrespecto (Atkinson y Stiglitz 1980; Oakland 1987; Laffont 1987; Sand-mo 1987), apenas parece tenerse en cuenta en las actuales discusionessobre la economía de mercado y la economía mundial. Cuando secantan las alabanzas del mercado se llega incluso a silenciar la impor-~cia de los bienes públicos. Así, por ejemplo, en muchas obras enci-dopédicas importantes no hay ninguna entrada que se refiera a losbienes públicos (Staatslexikon, Enzyklopiidie Philosophie und Wisen-schaftstheorie, Encyclopedia of Ethics, Encyclopedia of Applied Ethics,8l4ckwell Encyclopedic Dictionary of Business Ethics; son excepciónel mencionado New Palgrave, el Handwarterbuch der Wirtschaftswis--.nschaften y el Lexikon der Wirtschaftsethik).l. . Samuelson desarrolló una definición analítica del «bien común» (pu-hlic good), que distinguió nítidamente del «bien privado», y la integróea una teoría del fracaso del mercado. Cuando un bien privado (porejemplo: un vaso de vino) es consumido por un individuo, no puede serQ)nsumido al mismo tiempo por otro. En cambio, un bien público (tal

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como la luz solar) no excluye su simultáneo consumo por otros. Ahorabien: el punto capital del análisis de Samuelson es que, bajo los supues-tos habituales del modelo neoclásico, el mercado no puede ofrecer (su-ficientemente) ningún bien público (puro).

Ya en una economía nacional cerrada se dan un sinnúmero desituaciones en las que no es posible distinguir racionalmente entre con-sumo individual y consumo conjunto. Y cuanto (para bien o para mal)más avanza la globalización con sus mutuas dependencias, tanto más esaplicable este hecho a la economía mundial. El concepto del bien públi-co puede aplicarse en consecuencia a un amplio espectro de problemasy contribuir a su mejor compresión y a hallar soluciones más razonablespara los mismos. Una serie de ejemplos puede poner de manifiesto lapertinencia y la fuerza explosiva de este concepto central.

Uno de los problemas más acuciantes es el cambio climático global.Nadie en el planeta Tierra puede eludir sus efectos. El «consumo» delclima por personas o países individuales puede afectar a la calidaddel clima, pero no a su carácter público. Tanto si se está produciendoel calentamiento global (y hay muchos indicios de que así es) como sino, el clima global es de todas formas un bien público que no es posibleproducir ni conservar mediante mecanismos de mercado. Otro tantoocurre con los océanos que cubren la mayor parte de la superficieterrestre y que, como han mostrado recientes investigaciones, influyenunos en otros de modo sumamente complejo. También en este caso, el«consumo» puede tener efectos sobre su calidad (con consecuenciasposiblemente catastróficas), pero no sobre su carácter público. Natu-ralmente que no todos los problemas de medio ambiente tienen dimen-siones globales. La contaminación del aire de las grandes urbes, lacontaminación del agua de los ríos y otros daños del medio ambienteestán más limitados geográficamente y cabe designarlos bienes públi-cos locales. Pero dentro del ámbito local no puede excluirse a nadie delos mismos. No obstante, como los bienes públicos locales, positivos ynegativos, se distribuyen de manera muy desigual en el contexto nacio-nal e internacional, son motivo de innumerables conflictos y constitu-yen una de las principales razones de los movimientos migratorios.

Además de aplicarse al ejemplo más patente de la problemáticamedioambiental, el concepto de los bienes públicos puede aplicarse aotros muchos ámbitos. La información como bien público significa quetodo el mundo tiene acceso a ella, ya sea en forma de formación básicaen el seno de una sociedad, como saber procedente de la investigaciónen el campo académico, como información presente en Internet o tam-bién como supuesto previo de la producción de todos los bienes priva-dos. La información que uno adquiere (<<consume»)no excluye la ad-

quisición de esa misma información por parte de otros. Otros ejemploslos constituyen los grandes riesgos (como por ejemplo una catástrofell1edioambiental, la crisis financiera de un país como México o Tailan-día, o las consecuencias de las privatizaciones en los antiguos paísessocialistas), una economía internacional relativamente libre de corrup-ción (en la que no merezca la pena practicar el soborno) y la observan-cia de normas y códigos globales (relativos a las condiciones de trabajo,etc.) por parte de las empresas que desarrollan sus actividades a escalainternacional. En todos estos casos se trata de que el disfrute (<<consu-mo») de una situación no se merma por el hecho de que otros tambiénla disfruten.

Aparte de estos ejemplos, parece también oportuno contemplar losdistintos órdenes desde el punto de vista de los bienes públicos: el ordeneconómico y jurídico, el orden monetario, el orden de la competencia,el social y el medioambiental. Los miembros de estos órdenes debenatenerse a sus exigencias, de manera voluntaria u obligatoria (por locual su calidad tiene decisiva importancia para su estabilidad). Su acep-tación por determinados miembros no excluye la aceptación por partede los demás. Los órdenes son bienes públicos que influyen de esencialmanera en la producción y el consumo de los bienes privados. De lacalidad de estos bienes públicos depende la de los bienes privados.

Además, un orden económico (o un sistema económico) se especifi-ca de acuerdo con el papel que atribuye, dentro de su marco, a losbienes públicos y a los bienes privados producidos públicamente. Unorden liberal extremo tiene relativamente pocos bienes de este tipo(sobre todo un orden jurídico con fuerte protección de los derechos depropiedad privada que garantice el funcionamiento de los mercados),mientras que una economía de mercado social y ecológica comprendeun número mayor de tales bienes (junto con las leyes sobre la compe-tencia y los monopolios, también leyes sobre la seguridad social, lapolítica de empleo, la política de salud y educación, la redistribución dela renta, la protección del medio ambiente, las relaciones económicasinternacionales, etc.). Tal como puede deducirse de esta breve compa-ración, la diferencia entre los bienes públicos y los bienes privadosproducidos públicamente (Atkinson y Stiglitz 1980) tiene importantesimplicaciones que se pasan por alto en el debate sobre el tipo de orden,y que por tanto se exponen en la sección siguiente.

Los bienes públicos pueden asimismo concebirse y definirse comocondiciones de posibilidad de la vida social e individual y de la actividadeconómica. Ejemplos de ello son la ausencia de guerras económicas, laestabilidad de los convenios internacionales, la confianza básica en talestratados, la superación de la pobreza y de las desigualdades económicas

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crasas, la herencia que la generación anterior deja a las posteriores, eldesarrollo sostenible (en el sentido de la Comisión Brundtland) y, porúltimo, una ética mundial, es decir, un fundamento ético común paralas relaciones internacionales en la economía, en la política y en lacultura.

La breve exposición de los múltiples ámbitos de aplicación ha pretendi-do mostrar la importancia del concepto de bienes públicos para la éticay la economía mundiales. Este concepto posee agudeza analítica y, talcomo escribe W. H. Oakland (1987, 492), «despite the apparent na-rrowness of the pure public good concept, it is quite robust» [«pese a suaparente estrechez, el concepto puro de bien público es bastante resis-tente»]. Además ofrece la ventaja de que, aun cuando pueda referirse acuestiones relativas al tipo de orden, no se limita a ellas, y puedeasimismo, separado de éstas, aplicarse a problemas y ámbitos concretos,así como a cuestiones básicas de la actividad económica, sin que hayaque esperar a que se produzca un cambio revolucionario del ordeneconómico. Puesto que sus aplicaciones no están demasiado estrecha-mente vinculadas a la solución de los problemas del orden, su instru-mentario conceptual resulta especialmente útil para todas las econo-mías, incluida la economía mundial, que se hallan en un proceso detransición y podrían ganar mucho con la discusión esclarecedera entorno a los bienes públicos. Si se toma en serio la relevancia de granalcance de los bienes públicos, pueden percibirse y juzgarse de manerabastante más realista que hasta ahora la capacidad de rendimiento y loslímites del mercado y de la competitividad, precisamente en el contextointernacional.

En las siguientes consideraciones quisiera proponer algunos pasostendentes a concretar «una visión realista que apunta al futuro» (Küng1999, 11-15) aplicable al mundo a la hora del cambio de milenio. Lapregunta que plantea Küng respecto a qué es lo que mantiene la cohe-sión de la sociedad moderna (143-155) es también para mí una pregun-ta de lo más pertinente, en vista de la globalización y del pluralismo ideo-lógico. Debería dirigir, de manera decisiva, la búsqueda y concretizaciónde esta visión e incluir la participación de todas las tradiciones ideológi-cas religiosas y no religiosas. Para el desarrollo de un nuevo paradigmade ética económica son indispensables muchas competencias, tanto lasde los economistas como las de los éticos. Así lo resumía ya Arthur Rich,en 1984, en su ética económica, al formular el principio de «que no puedeser verdaderamente propio de los seres humanos lo que no responde ala realidad, y no responde verdaderamente a la realidad lo que es con-trario a los derechos humanos» (Rich 1984, 81). Küng ha señalado esta

colaboración de forma parecida (Küng 1999, 244-252). En este sentidohan de entenderse las siguientes explicaciones.

Tras la exposición introductoria sobre la relevancia de los bienes públi-cos, vamos ahora a examinar el concepto con mayor precisión. ¿Qué secontiene en él? ¿Cómo pueden crearse los bienes públicos? ¿y quéestructuras de motivación hay implícitas en ellos?

A menudo se dificulta una exacta comprensión de los bienes públicospor el hecho de que se empieza por preguntar, y se pregunta ante todo,por su creación. Se quiere, por así decido, embridar el caballo por lacola. De ese modo, el papel del Estado pasa a ocupar el centro. Ycuando no se pueden aportar los medios necesarios para la producciónde los bienes, esos bienes (ya) no son bienes públicos. La escasez derecursos económicos (y de voluntad política) no sólo define su configu-ración específica, sino incluso su carácter público sin más. Un bienpúblico, máxime en forma de public bad, puede existir antes de que seplantee la pregunta de cómo puede resolverse el problema.

Parece por tanto conveniente examinar más a fondo el concepto debienes públicos antes de plantearse su producción. Varios de los ejem-plos que hemos mencionado anteriormente (tales como la afectación atodos los seres humanos -y a la naturaleza toda- de los cambios climá-ricos globales) no son bienes públicos por el hecho de que se determinencomo derechos de disposición, accesibles a todos los ciudadanos (de unEstado o del mundo). Son públicos, antes bien, porque afectan, demanera insoslayable, a todos los seres o grupos humanos, con indepen-dencia de cómo se comporten en concreto los afectados. Son, por asídecido, bienes públicos «fácticos» o «tecnológicos», con los que losseres humanos pueden actuar de uno u otro modo, e influir con ello ensu calidad, pero no en su carácter público.

Los bienes públicos, en el sentido fáctico o en el sentido de la teoríade la decisión, se definen por el hecho de que «each individual' s con-sumption of such a (public) good leads to no substraction from anyother individual' s concumption» [«el consumo que hace cada individuode un bien (público) semejante no supone que se sustraiga al consumode otro individuo»] (Samuelson 1954,387). Lo que significa «consumode un bien semejante» puede abarcar, tal como se exponía en la sección

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primera, un amplio espectro de significados: los bienes pueden sergoods (en positivo) y bads (en negativo), materiales y no materiales;consumo puede significar uso de bienes de consumo y aplicación derecursos en el proceso de producción, en el que estos bienes y recursosprecisamente no se consumen ni se gastan. Quien acostumbre a pensarúnicamente en categorías de bienes privados difícilmente podrá aceptarestos hechos. El no consumo parece burlarse de todo el discurso econó-mico de la escasez y no permite entender sin más la economía como laciencia de la asignación de recursos escasos.

Dos principios definen los bienes públicos. El principio de la noexclusión reza que, en contraposición a los bienes privados, el «consu-mo» de afectación y de derechos de disposición por parte de un indivi-duo, o de un grupo, no excluye el «consumo» por parte de otros, ya seapor razones técnicas (porque la condición del bien no lo permite), porrazones de eficiencia (porque la exclusión mediante recargo del precioresultaría relativamente cara), o por razones jurídicas y éticas (porqueno se debe excluir a los demás). El segundo principio es el principio dela no relatividad. Incluye la relación con otros consumidores (es decir,el bien resulta de interés para más de un consumidor) y se determinacon mayor exactitud mediante la ausencia de rivalidad o de competen-cia. Así, por ejemplo, unos fuegos artificiales en un desierto serían unbien privado, mientras que ese mismo espectáculo en el parque de unaciudad habría que designarlo como bien público (Oakland 1987, 485).

Es evidente que ambos principios presentan considerables implica-ciones para la distribución. Si no se excluye a nadie del consumo, setrata a todos por igual en relación con sus posibilidades de consumo.(Aunque eso no quiere decir desde luego que todos extraigan la mismautilidad, ni que sus «capacidades» -respecto a este concepto, véase Sen1992- sean influidas del mismo modo.) Además, si se limita esta ofertade bienes públicos a un determinado círculo de demandantes, o puederestringirse a ellos, la cuestión de la distribución desigual se plantea enun contexto mayor (por ejemplo, entre comunidades, países o genera-ciones). Además, la cuestión de la distribución no se hace extensivaúnicamente al consumo de lo~ bienes públicos, sino también a su pro-ducción (en relación con los f~ttores de la producción, los costes, etc.),así como también a la recíproca influencia de la magnitud y la distribu-ción de consumo y producción. No es por tanto sorprendente que, confrecuencia, sobrevengan luchas por la distribución de los bienes públi-cos. Se han hecho numerosos intentos de criticar el concepto de losbienes públicos o de limitarlo muy estrechamente en su utilización.Oakland (1987,491-509) trata una serie de estos intentos: inadmisibili-dad de usos negativos de los bienes públicos, limitación a puros bienes

de consumo (o factores de producción), externalidades en la produc-ción de bienes privados (por ejemplo emisión de humos), sobresolicita-ción de bienes públicos (por ejemplo atascos de tráfico y superpobla-ción), bienes para consumidores selectos y bienes públicos locales(limitados geográficamente), y llega a la conclusión de que con ello nosufre esencial menoscabo la solidez del concepto de bienes públicos.

Tras haber expuesto el concepto de bienes públicos podemos ocupar-nos ahora de la cuestión de su producción. Es importante recordar quelos bienes públicos no son únicamente bienes que se producen, sino queen muchos casos -en forma de bienes positivos o negativos- existen ya.La producción no se refiere a su carácter público, que se da por supues-to, sino a su calidad, que puede adoptar formas muy diferentes.

Puesto que la creación de bienes públicos puede producirse en loesencial a través de mercados privados o mediante medidas políticas (degobiernos), la cuestión es la capacidad de rendimiento y el posiblefracaso de estas instituciones. Están en juego, así pues, no sólo losbienes públicos, sino también el mercado y la política. Un juicio justosobre estos dos instrumentos presupone un conocimiento a fondo de sumodo de funcionar en un contexto concreto, y sólo es posible mediantela comparación de esta y quizá de otras alternativas. Si fracasa la políti-ca, no quiere decirse necesariamente que el mercado tenga éxito. Y, a lainversa, si se da un fracaso del mercado, la política no tiene en absolutopor qué conducir a mejores resultados. Se trata, así pues, de la relativacapacidad de rendimiento y del relativo fracaso de estos instrumentos.¿Qué cabe decir, desde un punto de vista económico, de la producciónprivada de bienes públicos? La capacidad de rendimiento del mercadodepende de una serie de factores: características del bien público delque se trate, tales como las posibilidades de exclusión del consumo; elnúmero de individuos que se benefician del mismo; la existencia degrandes ventajas para los consumidores directos; las ventajas de laproducción masiva de bienes públicos; las condiciones marco jurídico-institucionales en las que se desarrollan las transacciones mercantiles.Debido a estos complejos conjuntos de relaciones objetivas sólo puedenhacerse escasas afirmaciones de carácter general. Pero hay algo que estáclaro: que los mercados privados tienden a un subabastecimiento debienes públicos y a un sobreabastecimiento de no bienes públicos (pu-blic bads). Una razón principal de este fracaso es la dificultad de distin-guir convenientemente entre consumo individual y consumo total y,por tanto, el consumo de bienes públicos, bajo los supuestos habituales

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del modelo, no crea claros estímulos para su producción. En la literatu-ra suele tratarse el problema asimilándolo a la práctica de «viajar en elestribo» (es decir, de aprovecharse del servicio de transportes sin pagarpor él) y al «dilema del prisionero» (es decir, no puede producirse unbien ventajoso para las dos partes: <<laliberación de la prisión»). Tam-bién la producción estatal de bienes públicos encuentra considerablesproblemas (si es que han de cumplirse las condiciones de Samuelson).Los responsables estatales de adoptar las decisiones tienen que sabercómo produce bienes públicos el propio sector privado, y cómo reac-ciona ante las medidas políticas, y necesitan asimismo informaciónsobre los costes y sobre las preferencias relativas a los bienes públicos.Estas rigurosas exigencias sólo pueden cumplirse con dificultad y, auncuando exista información completa, sigue subsistiendo la posibilidadde que los responsables estatales, por intereses personales, procurenque no se produzca la asignación eficiente.

El resultado de esta breve exposición sobre la producción de bienespúblicos es francamente desilusionante. Aunque los bienes públicos sonmuy importantes en muchos terrenos, su producción a través de losmercados privados, pero también, hasta cierto punto, mediante medi-das estatales, va unida a difíciles problemas. Una razón decisiva (perono la única) de estas dificultades reside en el ámbito motivacional y enel modo y manera en que se ha soslayado el problema de la motivación.Por ello entramos a continuación con más detalle en este problema.

Partiendo de la relevancia de los bienes públicos, hay que preguntarsequé clase de motivaciones es necesaria para su producción y qué clasede motivaciones dificulta o incluso impide su producción. La segundade estas preguntas parece menos difícil de contestar y en consecuencianos ocuparemos de ella en primer lugar, antes de que expongamos en lasección cuarta lo relativo a la primera.

De la discusión basada preponderantemente en las ciencias econó-micas pueden sacarse cinco razones motivacionales para la falta de pro-ducción de bienes públicos. La primera de estas razones se refiere a larelación que existe entre las motivaciones y las consecuencias de los actosy es opuesta a la opinión de que la separación tajante de las motivacio-nes individuales y de las consecuencias públicas de los actos contribuyedecisivamente al éxito de la economía moderna. Esta opinión se remitea la famosa fábula de las abejas de B. Mandeville (1724) Ya los efectosde la «mano invisible» según Adam Smith. Ambos autores son de hechodel parecer de que las consecuencia reales de los actos pueden ser muy

distintas de lo que pretendían ser. Los «vicios públicos» producen «pú-blicos beneficios», y la «mano invisible» (que Smith menciona únicamentedos veces en sus dos obras) hace que, a pesar de la acumulación de ri-queza por parte de los ricos, se dé una distribución relativamente porigual para todos de lo necesario para la vida (Smith 1974, 184-185) Yconsigue en el comercio exterior mejores resultados que si personas bien-intencionadas quisieran procurar directamente el bien público (Smith1976,456).

Es sin duda cierto que, en una economía moderna, de división deltrabajo sumamente compleja, las relaciones de efecto entre las motiva-ciones individuales y los resultados públicos no son unas relacionesclaramente directas, y que su relajación proporciona mayor libertad alos individuos, además de ser necesaria en una sociedad pluralista. Sinembargo, cuando se exige una separación nítida, se está arrojando alniño con el agua de la bañera. Una separación así es imposible de hecho.Las motivaciones individuales influyen irremisiblemente en las deci-siones sobre los bienes públicos, y deberían por tanto incluirse en ellmálisis de los procesos de decisión. Excluir estas relaciones parecereflejar una visión francamente ingenua que no quiere percibir las dis-tintas relaciones de poder que intervienen en estos procesos y que, enconsecuencia, las acepta de hecho.

Una segunda razón para la falta de producción de bienes públicosreside en el hecho de que los responsables públicos de las decisionesocultan las preferencias y costes individuales y sólo con la mayor difi-cultad es posible averiguados. Toda una serie de intentos de hacerseCon este tipo de información se ha mostrado insuficiente: acuerdosvoluntarios sobre la distribución de los beneficios marginales de losbienes públicos; mecanismos de imposición fiscal compatibles con in-centivos; votaciones sobre los bienes públicos; análisis de costes-utili-dad; movilidad del contribuyente que le permita trasladarse a las comu-nidades que disponen de los bienes públicos que desea, etc. Estos intentossuelen partir de los supuestos motivacionales de que las personas sólodan a conocer sus preferencias y costes ante la comunidad y el Estado enla medida correspondiente a la maximización de sus ventajas. Investiga-ciones empíricas han puesto esta hipótesis en tela de juicio y hablan enfavor de estructuras de la motivación más complejas. Sin embargo,Utcluso si de manera realista fuera exacta la hipótesis de la simplelbaximización, cabría preguntarse, en vista de la gran importancia dedeterminados bienes públicos, si es éticamente aceptable.k.: Aun cuando las preferencias fueran manifiestas, se presenta otradificultad más. Según el teorema de la imposibilidad de K. J. Arrow, noes posible derivar una preferencia colectiva, bajo unos cuantos supues-

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tos plausibles para una sociedad pluralista, de preferencias individuales(que no tienen por qué ser necesariamente egoístas). Aplicado a losbienes públicos, este teorema tiene implicaciones nefastas. O bien seacepta en una sociedad pluralista una filosofía estrictamente individua-lista y tiene que renunciarse a bienes públicos que suponen preferenciascolectivas, o bien se desean los bienes públicos y ha de rechazarse portanto la filosofía estrictamente individualista. Dicho en otras palabras,no pueden tenerse las dos cosas: una filosofía rigurosamente individua-lista y bienes públicos.

Un caso especial de filosofía estrictamente individualista es la teoríadel interés propio, que se ha discutido intensamente en la historia de lafilosofía occidental moderna (véase, por ejemplo, Momo 1987) y que,con diversas variantes, ocupa una posición dominante en las cienciaseconómicas. D. Parfit define del siguiente modo la tesis central de estemodo de ver las cosas: «Para toda persona hay un fin último de lo másrazonable: que su vida transcurra para ella lo mejor posible» (Parfit1984). Todos los demás fines -el bienestar del cónyuge y de la familia,el interés de la comunidad, el cumplimiento del deber, el impulso delarte y la ciencia, el honor de Dios, etc.- se subordinan a dicho fin. Peroeso no quiere decir que esta subordinación sea siempre indispensable.Hay situaciones en las que el interés propio es perfectamente compati-ble con otros fines. Así, puedo ayudar a alguien porque le tengo afectoy, al mismo tiempo, porque es lo mejor para mí. Para definir el interéspropio en sentido estricto basta exigir que -también en mi actuaciónacorde con los deseos de otros- yo no haga nunca lo que, en mi opinión,es peor para mí. Parfit aborda esta problemática con gran agudeza yllega a la conclusión de que, desde una perspectiva filosófica, la teoríadel interés propio es incoherente y debe rechazarse (Parfit 1984, 194;véase también al respecto Enderle 1987, 149-152). Por lo demás, estacomprensión egoísta del interés propio debería naturalmente diferen-ciarse de la comprensión «subjetiva» del mismo, según la cual toda clasede interés, inclusive el interés altruista por otros, incluye un compromi-so «subjetivo» personal. No podemos proseguir aquí la discusión delinterés propio que, más allá del plano individual, tendría que hacerseasimismo extensivo a las organizaciones y a los Estados nacionales.Baste tener en cuenta que el supuesto motivacional del interés propioestrictamente definido se ve sometido a serias críticas en relación con laproducción de bienes públicos y que, como mínimo, resulta muy cues-tionable.

Puede decirse en resumen que la discusión de los bienes públicosarroja una clara luz sobre una serie de problemas de la economía demercado que gusta pasar por alto cuando se hace hincapié en la capa-

cidad de rendimiento de los mercados. La vía que aquí proponemosconduce desde la relevancia de los bienes públicos hasta la cuestión desu producción y, por último, hasta las motivaciones que para ella sonnecesarias. La discusión se ha apoyado en considerable medida sobreconocimientos relativamente firmes de la economía pública, que sueleponerse en relación con los Estados nacionales, y ha intentado aclararalgunos conceptos y conjuntos de relaciones de capital importancia. Enla siguiente sección ampliaremos esta problemática a la economía mun-dial. Si el tema de la motivación en relación con los bienes públicos estácargado de tantos problemas ya en el contexto nacional, en las condi-ciones internacionales, todavía más complejas, las dificultades resulta-rán tanto mayores. La última sección se ocupará luego de la cuestión dela ética en relación con los bienes públicos.

Para poder plantearse los retos éticos de la economía mundial se necesi-ta un conocimiento más a fondo de sus conjuntos de relaciones objeti-vas, que cada vez adquieren mayor complejidad. Expresado en la termi-nología de Rich cabría decir que lo «humanamente justo» necesita lo~bjetivamente adecuado» (lo que «responde a la realidad»). Es ésta unacondición que impone muy altas exigencias a la ética de la economía, enla teoría y en la práctica, y cuyo cumplimiento resulta difícil. Pero detodos modos, pese a la abrumadora complejidad de los problemas,tienen que adoptarse decisiones y realizarse acciones, lo que no deja deincluir una dimensión ética y requiere en consecuencia la intervenciónde la ética económica.

La siguiente propuesta es un modesto intento de contribuir a acla-lar el discurso de la «globalización», que muchas veces resulta vago, en•••que se diferencian cuatro tipos de relaciones internacionales y seestablece su referencia con la discusión sobre los bienes públicos. Conello se tiene el propósito de identificar mejor a los actores responsablesde la economía mundial, antes de plantear la cuestión de la responsabi-lidad concreta.

Resulta fundamental para las siguientes consideraciones la distin-de los bienes públicos en el sentido fáctico y en el relativo a lade las decisiones, así como la comprensión de los «límites» entre

los intereses nacionales e internacionales. Tal como hemos expuestoanteriormente, los bienes públicos «fácticos» (Xf) se caracterizan por elhecho de producir inmediata afectación, con independencia de cómo seCOmporten los afectados. Por el contrario, en el sentido de su relación

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con la teoría de la decisión, los bienes públicos se entienden comoderechos de disposición (X), que establece un Estado o se establecen dealgún otro modo. Pues bien, hay muchos problemas que se caracterizanpor el hecho de la no coincidencia de los bienes públicos fácticos y losrepresentados por derechos de disposición. O si se quiere:

donde esta desigualdad puede significar X¡ > Xd, o X¡ < Xd• Ejemplosdel primer caso de «subabastecimiento» de bienes públicos son la conta-minación del agua de un río (Rin o Ganges) que pasa por distintospaíses y la afectación de la pobreza en un país en el que las medidas parasu superación son insuficientes. En ambos casos, la magnitud de laafectación es mayor que la de los derechos de disposición, con la que se«responde» a esa afectación. El segundo caso, el del «sobreabasteci-miento», refleja que la magnitud de los derechos de disposición está porencima de la magnitud de la afectación. Ahora bien: en relación conmuchos problemas, este caso es más bien raro. Por lo que se refiere a los«límites fronterizos» es importante tener en cuenta que no existen odejan de existir sin más, sino que pueden presentar muy distintos gradosde «permeabilidad». Un caso extremo es el del cierre hermético (comoel que, por ejemplo, caracterizaba en gran medida a la antigua Albaniacomunista respecto a sus países vecinos). El extremo opuesto sería lacompleta supresión de todas las fronteras y la total apertura (tal como ladefienden algunos defensores de la globalización). Entre estos dos ex-tremos existen muchas variantes, que muestran una imagen más dife-renciada de la política y la economía mundiales, y que más adelantehemos de clasificar en cuatro tipos de relaciones internacionales. Influ-yen de diversa manera en la existencia y la producción de bienes públi-cos, y son a menudo causa de la separación entre la afectación de unbien público, por una parte, y la insuficiente «respuesta» a esa afecta-ción, por otra (o, por expresado con la ecuación que hemos utilizadoantes: X¡ '# X). Mencionaremos como ejemplo la contaminación ra-diactiva producida por la catástrofe de Chernóbil, que se extendió sintener en cuenta las fronteras nacionales existentes en la Europa orientaly septentrional. Mientras que desde el punto de vista ecológico lasfronteras resultaron ser muy «permeables», en el aspecto jurídico ypolítico lo fueron mucho menos y dificultaron la adopción de medidasefectivas y tomadas a tiempo contra la contaminación.

En la exposición que sigue, las «relaciones internacionales» se en-tienden en sentido descriptivo-analítico y comprenden todos los con-tactos que traspasan las fronteras nacionales, contactos que ya han sido

establecidos o van a establecerse pronto (y a los que las fronteras, porasí decido, «dejen pasar»). Incluyen tanto los conflictos que amenazancomo también las oportunidades de colaboración entre distintos auto-res (gobiernos, empresas multinacionales, otras organizaciones e indivi-duos). Las relaciones internacionales se caracterizan, así pues, por con-tactos internacionales existentes y emergentes, inevitables por lo tantoy que, para mayor sencillez, pueden dividirse en cuatro tipos: 1) el tipo«país extranjero»; 2) el tipo «imperio»; 3) el tipo «alianza mutua», y 4)el tipo «globalización».

El tipo «país extranjero» puede ejemplificarse con la clase de rela-ción que un país pequeño o una empresa mediana mantiene con un paísextranjero, como la relación entre Austria y Nigeria, o entre la empresade máquinas de coser Bernina (Suiza) y México. Las relaciones interna-cionales se diferencian considerablemente de las relaciones interiores yno tienen efectos importantes sobre estas últimas. Simplemente se aña-den al contexto nacional y pueden volver a separase de éste con relativafacilidad. Todo país es distinto y, en consecuencia, «extranjero». Losextranjeros tienen que adaptarse al país de acogida. Las fronteras nacio-nales son relativamente impermeables.

Como ejemplo del tipo «imperio» cabe citar la relación de GranBretaña con la India durante la época colonial británica (y de modo másgeneral la pax britannica y, hoy, la pax americana) y la de la UnitedFruit Corporation con Centroamérica. Aquí, las relaciones internacio-nales son una extensión de las relaciones internas más allá de las fronte-ras nacionales y tienen en lo esencial las mismas características (porejemplo, jurídicas, militares y de política educativa) que imperan en elinterior. Desde el punto de vista del país de acogida, esta relación depoder asimétrica suele traer consigo malentendido s, explotación y opre-sión. La repercusión en la metrópoli de lo que ocurre en el país deacogida es insignificante, puesto que las fronteras nacionales desde elpaís de acogida a la metrópoli son mucho menos permeables que en ladirección opuesta.

El tipo de la «vinculación mutua» se ilustra con la relación de Italiacon la Unión Europea. Las relaciones internacionales se diferencianconsiderablemente de las relaciones internas y, al mismo tiempo, estánÚltima y recíprocamente unidas. Lo que se encuentra más allá de lasfronteras nacionales (en el ámbito europeo) afecta inevitablemente, aCorto y largo plazo, a los intereses nacionales, y viceversa. La mutuainterdependencia difumina el concepto del interés nacional, que sesubordina a los intereses de otras naciones y de las instituciones supra-nacionales. Aun cuando las fronteras nacionales siguen teniendo impor-tancia, son en cierta medida permeables en ambos sentidos.

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y por último, por lo que se refiere al tipo de la «globalización», quese pone de manifiesto en el ejemplo del calentamiento global del plane-ta, las relaciones internacionales dominan hasta tal punto que las fron-teras nacionales carecen de significado. Los ciudadanos de los Estadosse convierten en «ciudadanos del mundo», y los Estados nacionales (ensentido tradicional) desaparecen. Este tipo abarca prácticamente toda latierra, aun cuando hasta ahora suele incluir en realidad únicamentepartes de ella (principalmente el hemisferio norte).

La tipología de las relaciones internacionales bosquejada (que natu-ralmente debe desarrollarse más ampliamente) puede ayudar a adquiriruna imagen más diferenciada de la política y la economía mundiales,más allá del discurso de la globalización como un todo. Si se aplica esteprincipio a nuestra discusión de los bienes públicos, es posible pensaruna pluralidad de combinaciones (16 en total), en las que la afectaciónfáctica por un bien público no es «respondida» con las medidas quecorrespondería adoptar (X¡ -:F- X

d).

Un tratamiento adecuado del problema puede tener lugar, así pues,únicamente cuando tenemos el mismo tipo de relaciones internaciona-les con respecto a X¡ que con respecto a Xd• Es decir: si existe unarelación de «país extranjero», cada país es por sí mismo responsable dela solución. En el caso de una relación «imperia1»,corresponde un papelguía pleno de responsabilidad al país o la empresa dominante. Si existeuna «vinculación mutua» que traspasa las fronteras, o «globalización»,habrá que abordar el problema en el plano correspondiente. Esto, natu-ralmente, presupone que existan, o que se creen, instituciones adecua-das también para estos dos tipos de relaciones internacionales. Puedemencionarse como ejemplos, a buen seguro no completos, de este tipode institucionalización a la Unión Europea «<vinculaciónmutua») y a laConferencia Mundial sobre el Calentamiento Climático de Kioto «<glo-balización» ).

No cabe esperar ninguna solución adecuada a este respecto (paraX¡ -:F- Xd) mientras los dos bienes públicos se caractericen mediante dis-tintos tipos de relación. Así, por ejemplo, es injusto pedir a un país deacogida que solucione los problemas que tienen su origen en las relacio-nes «imperiales». Tampoco debería esperarse de las empresas multina-cionales que solucionen en última instancia el problema del clima glo-bal. Además, una institución global debería limitarse a los interesesglobales y no inmiscuirse en asuntos subglobales.

La tipología expuesta puede ayudar a la identificación de los actoresresponsables de la economía mundial. Pero también pone en claro quedeberían tomarse en consideración numerosos puntos de vista adiciona-les (como la mutua influencia de los cuatro tipos y los cambios que se

producen en ella con el paso del tiempo) para poder refle~ar mejor lacomplejidad de la economía mundial y su proceso de cambIO.

4. La cuestión de la ética en la economía mundialen relación con los bienes públicos

Por lo expuesto hasta aquí se pone de manifiesto que la problemática delos bienes públicos se torna cada vez más importante dentro del contex-to internacional. Al mismo tiempo, el abastecimiento de bienes públicos(positivos) está expuesto a crecientes dificultades. A partir de la teoríade la economía pública se sabe que el mercado tiene que fracasar cuan-do se trata de la producción de bienes públicos, y sin embargo no suelentomarse en serio los límites del mercado. Pero también la política fraca-saen grandes tramos cuando se aplican los supuestos de comportamien-to de los modelos económicos al ámbito político.

Este resultado, seriamente crítico, debería dar lugar a que se plan-tease de nuevo, más a fondo y con más imaginación, la cuestión de lamotivación y de la ética en relación con los bienes públicos. Esta cues-tión abarca tanto aspectos prácticos como teóricos. En el aspecto teóri-co se trata de sustituir los supuestos de comportamiento simples, sobretodo el del interés propio y el de la maximización del beneficio, porsupuestos más complejos que reflejen mejor la realidad de la actuaciónhumana. Y en el aspecto práctico deben utilizarse y fomentarse mejorlos «recursos éticos» que son necesarios para la producción a escalamundial de bienes públicos. Ambos puntos de vista, que además influ-yen el uno en el otro, son de extraordinaria importancia para el surgi-miento de una comunidad mundial con capacidad y voluntad paraabordar y resolver conjuntamente los problemas mundiales.

Por lo que respecta al supuesto básico del análisis económico habi-tua~ Amartya Sen (1997) establece «una interesante asimetría» entre eltratamiento de los principios empresariales (business principIes) y losrecursos éticos (moral sentiments). Mientras que los principios empre-sariales (que en lo esencial se limitan, directa o indirectamente, a lamaximización de los beneficios) son sumamente rudimentarios, perosin embargo se extienden prácticamente a todas las transacciones eco-nómicas, se considera que los recursos éticos son sumamente complejos(Porque proceden de distintas clases de ética), y tienen al parecer vali-dez únicamente en un ámbito muy estrecho, y prácticamente no influ-yen en el comportamiento económico. Sen critica esta asimetría, sobretodo el hecho de que el principio de la maximización del beneficioPuede presentar «escasa evidencia empírica y no mucha plausibilidad

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analítica» (Sen 1997, 14) en la economía internacional de hoy, y propo-ne que se sustituya este rudimentario supuesto por supuestos de mayorcomplejidad. Sólo si se introducen en el modelo económico factoressocioculturales diversos podrán entenderse y explicarse, en las distintaspartes del mundo, los éxitos y fracasos económicos, incluido el suminis-tro, logrado o fallido, de bienes públicos.

Pero, más allá de este valor explicativo, las asunciones de modelossocioculturalmente más diferenciados tienen asimismo relevancia fácti-co-normativa. Pues, con frecuencia, los supuestos rudimentarios delinterés propio y de la maximización del beneficio no sólo se entiendencomo variables explicativas, sino también como procedimientos nor-mativos que indican cómo deben comportarse los actores económicos.Pero si los supuestos rudimentarios reflejan malla realidad de la econo-mía mundial, resulta fácil comprender que su aplicación normativapuede dar lugar a consecuencias nefastas. El deficiente abastecimientode bienes públicos, no es solamente un hecho explicable, sino tambiénalgo que, aunque no se haya buscado directamente, debe ser aceptadocomo efecto colateral.

La necesaria ampliación del paradigma debe en consecuencia refle-jar mejor la diversidad sociocultural en la que opera hoy en día laeconomía transnacional y debe incluir moral commitments (compromi-sos éticos que vayan más allá del interés propio), que son irrenunciablespara la producción de los bienes públicos y que, en cierta medida,existen ya de hecho. De este modo es posible explicar mejor, porejemplo, el llamado «milagro del Sudeste asiático», si puede atribuirse,tal como he intentado demostrar (Enderle 1995) a una «moralidad de lainclusióo». También en relación con otros ámbitos culturales, incluidoslos occidentales, una mayor cercanía a la realidad por parte de losmodelos económicos aceptados implicaría que se tomarían más en se-rio, en relación con los bienes públicos, los «recursos éticos» ya existen-tes y utilizados (como el sentido del bien común, de la solidaridad y dela justicia), con lo que se juzgaría con menor pesimismo el suministrode bienes públicos (véanse por ejemplo Braybrook et al. 1992, Kerber1993, Brieskorn 1997).

Aun cuando se aplicara un paradigma ampliado y más diferenciado, seseguirían planteando, no obstante, múltiples problemas de gran peso que,más allá de la problemática cognoscitiva, son de índole ético-normativay práctica. Así lo requiere una ética mundial que, por una parte, se apo-ya en las distintas tradiciones éticas de origen religioso y no religioso y,por otra, ofrece una «base común» (o «consenso de bases imbricadas>:,en la terminología de John Rawls) que va más allá de las distintas tradl-

ciones. A mi parecer, la fortaleza del principio de Hans Küng (desarro-llado en especial en 1999 y 1997) consiste sobre todo en la «apoyatura»de la ética mundial en las tradiciones religiosas. Este aspecto del plan-teamiento no se había tratado hasta ahora, que yo sepa, desde la pers-pectiva filosófica ni desde la religiosa, con tanta coherencia. Se trata dedesarrollar un «consenso de base imbricada» de carácter global y quetrascienda las distintas tradiciones, se manera semejante a como lo hahecho Rawls para la comprensión de las distintas sociedades democráti-cas (véase Rawls 1993, en especial, 133-172).

Más allá de estas perspectivas teóricas, la problemática de los bienespúblicos en la economía mundial representa, también y ante todo, unenorme desafío práctico. Solamente si pueden movilizarse suficientes«recursos éticos» será capaz la humanidad, en el tránsito al próximomilenio, de resolver los imponentes problemas comunes. De lo expues-to anteriormente se deduce que una ética del mero interés propio degrupos, Estados y empresas (aunque sea ilustrado) no está a la alturanecesaria para asumir este desafío. Tampoco puede estarlo una éticasecular que ignore las tradiciones religiosas (aun cuando la mayoría dela humanidad forma parte de ellas). Las tradiciones religiosas ofrecen«recursos éticos» imprescindibles para la producción de bienes públicosde carácter global, ya que, de una u otra forma, siempre han fomentadoel sentido de un bien común que supera a los seres humanos en cuantoindividuos. Pero también para ellas es este desafío global nuevo, porcuanto, como jamás antes en la historia, han de hallar la relación correc-ta con quienes, más allá del círculo de sus partidarios, son diferentes deéstos, en el contexto global, en cuanto a la raza, el sexo, la cultura, lapolítica o las creencias. (Ésta es una de las cuestiones fundamentales quese plantean a las tradiciones religiosas que Gerald Barney expuso en elcurso de la reunión de las religiones del mundo celebrada en Chicago en1993; Barney et al. 1993.)

Resumamos de nuevo brevemente, como conclusión, el proceso depensamiento de esta contribución. Hemos partido de la interesanteobservación de que la discusión en torno a la economía mundial y laexpansión global del sistema de economía de mercado capitalista ape-nas trata la temática de los bienes públicos, a pesar de que, precisamenteen este contexto, es de enorme trascendencia. Afortunadamente, lateoría de la economía pública ha desarrollado de manera sistemática elconcepto central de los bienes públicos con sus implicaciones de largoalcance, de modo que este conocimiento puede aplicarse asimismo a losConjuntos de relaciones de la economía mundial. Con el fin de tratar de11l0domás diferenciado estos conjuntos de relaciones, que han solido

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discutirse como un todo, se propone una tipología de las relacionesinternacionales. El tipo de la «globalización» resulta especialmente im-portante para la problemática que se plantea en este trabajo. Las distin-tas consideraciones han acabado por despejar el camino hacia la cues-tión de la ética necesaria. Dado que es de enorme importancia y de granurgencia establecer una ética básica y duradera, corresponde a las tradi-ciones éticas, tanto religiosas como no religiosas, hacer su necesariaaportación para establecer esta base fundamental.

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