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BIBLIOTECA AYACUCHO es una de las experiencias editoriales ms importantes de la cultura latinoamericana. Creada en 1974 como homenaje a la batalla que en 1824 signific la emancipacin poltica de nuestra Amrica, ha estado desde su nacimiento promoviendo la necesidad de establecer una relacin dinmica y constante entre lo contemporneo y el pasado americano, a fin de revalorarlo crticamente con la perspectiva de nuestros das. El resultado es una nueva forma de enciclopedia que hemos denominado Coleccin Clsica, la cual mantiene vivo el legado cultural de nuestro continente, como conjunto apto para la transformacin social, poltica y cultural. Las ediciones de la Coleccin Clsica, algunas anotadas, con prlogos confiados a especialistas y con el apoyo de cronologas y bibliografas, hacen posible que los autores y textos fundamentales, comprendidos en un lapso que abarca desde las manifestaciones de los pobladores originarios hasta el presente, estn al alcance de las nuevas generaciones de lectores y especialistas en las diferentes temticas latinoamericanas y caribeas, como medios de conocimiento y disfrute que proporcionan slidos fundamentos para nuestra integracin.

R e p b lic a B o l iv a r ia n a d e V e n e z u e la

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Biblioteca Ayacucho

HISTORIA DE LA PRIMERA REPUBLICA DE VENEZUELA

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Caracciolo Parra-Prez

HISTORIA DE LA PRIMERA REPUBLICA DE VENEZUELA183ESTUDIO PRELIMINAR

Cristbal L. MendozaCRONOLOGA Y BIBLIOGRAFA

Rafael Angel Rivas

R e p b lic a B o liv a r ia n a d e V e n e z u e la

F u n d a c i n

i m Ayacucho e i Biblioteca

F u n d a c i n B ib lio te c a A y acu cho, 1992 d e e sta e d ic i n F u n d a c i n B ib lio te c a A y acu ch o y B an c o C e n tra l d e V en ezu ela, 2011 C o le c c i n C lsica, N 183 P r im e ra e d ic i n F u n d a c i n B ib lio te c a A yacucho, 1992 P r im e ra re im p re s i n , 2011 H e c h o D e p s ito d e L ey D e p sito le g a l lf5 0 1 2 0 0 9 9 0 0 2 2 0 1 (rstica) IS B N 9 7 8 -9 8 0 -2 7 6 -4 9 7 -6 (rstica) A p a rta d o P o s ta l 14413 C arac a s 1010 - V e n ezu ela w w w .b ib lio tec a y ac u c h o .g o b .v e Concepto grfico de coleccin: J u a n F re s n Preprensa: Impreso en Venezuela./Printed in Venezuela

ESTU D IO PRELIM INAR

C i e r r a l a A c a d e m i a N a c i o n a l de la Historia su primera etapa de publicaciones conmemorativas de los Sesquicentenarios de la Revolucin de Caracas y de la Declaracin de Independencia absoluta, con la repro duccin de la Historia de la Primera Repblica de Venezuela, obra de nuestro eminente colega el doctor Caracciolo Parra-Prez, cuya edicin original, aparecida hace ya muchos aos y totalmente agotada, despert vivo inters entre los escritores dedicados al estudio de los problemas his tricos hispanoamericanos. Despus de haber presentado a los estudiosos de la Historia del Con tinente una casi exhaustiva documentacin sobre el perodo que se extiende desde la formacin de la Junta de Gobierno de Caracas hasta la disolucin de la Primera Repblica, nada pareca ms indicado y oportuno que ofre cerles la relacin y anlisis de los acontecimientos de esa poca, hechos por uno de nuestros ms competentes y autorizados profesionales. As, el lector, ya enterado de la vasta literatura filosfco-poltica de nuestra pri mera experiencia republicana, tendr el beneficio de un comentario objetivo y desapasionado acerca de los sucesos de ese perodo, desde los orgenes del movimiento hasta el trmino de aquella tentativa inicial. Historiador ponderado, de criterio eclctico y ajeno a todo sectarismo, el autor de esta obra no es el ciego y recalcitrante defensor de las institu ciones coloniales ni forma tampoco en las filas de los partidarios de la Leyenda Negra, tan cara a las mentalidades librepensadoras para quienes la monarqua ibrica era tan slo un monstruo poltico-religioso, doblado de apetitos materiales, privado de toda nocin de administracin pblica y, por ende, incapaz de conducir con acierto los intereses espirituales y eco nmicos de su gigantesco imperio ultramarino. Conviene advertir, desde luego, que el doctor Parra-Prez ha tomado a empeo desvanecer las som bras acumuladas desde los propios tiempos coloniales sobre las actuaciones de la Monarqua en Amrica y acerca de los resultados del rgimen penin sular. Sobre este tema ha escrito una interesante monografa: El Rgimen Espaol en Venezuela, que si bien asume en ocasiones aspectos polmicos, no por ello deja de ser un estudio sereno y consciente de aquel proceso en el cual intervinieron tantos y tan complicados factores de diverso orden

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que los intereses de potencias rivales y prejuicios de toda ndole han venido, durante siglos, desnaturalizando y deformando hasta el extremo de crear una historia diferente, en gran parte al menos, de la cierta y verdadera. El doctor Parra-Prez ha contribuido poderosamente al esclarecimiento de los fenmenos polticos, sociales y econmicos ocurridos durante ese proceso secular y aun cuando los adversarios de la administracin espaola pudie ran tacharlo de parcial, la verdad es que nuestro autor ha prestado seala dsimo servicio a la causa de las investigaciones histricas. No es, pues, extrao sino, por el contrario, natural y justo, que el autor de esta notable Historia de la Primera Repblica nos ofrezca en su Introduccin el panorama sinttico de lo que era la Capitana General de las Provincias Unidas de Venezuela para las vsperas del famoso movi miento de Caracas. El cuadro que nos presenta es sobrio y objetivo aun cuando, quizs, un tanto optimista en ciertos aspectos.Gobiernan y administran la Colonia nos dice , cada cual en su esfera, el Capitn General, la Real Audiencia, el Intendente de Real Hacienda, los gobernadores de las distintas provincias, los ayuntamientos, los alcaldes y los tenientes de justicia. En los pueblos de indios hay corregidores cuya funcin principal es proteger a aqullos contra sus propios caciques. El mecanismo de la administracin espaola en aquel pas de castas superpuestas, de inmensa extensin territorial, privado con frecuencia, en los ltimos tiempos, de relaciones estrechas con la metrpoli a causa de la guerra martima con ingleses o franceses, funcionaba normal y eficazmente, si se juzga por el estado floreciente en que nos hall la revolucin de independencia. En la cima de la jerarqua, el Capitn General manda las fuerzas militares, compues tas de escasas tropas de lnea y de milicias suficientes, preside sin voto deliberativo ni aun consultivo la Real Audiencia, a la cual debe consultar para los negocios importan tes, y cumple las atribuciones ordinarias del poder ejecutivo. No es, en manera alguna, dicho alto mandatario el dspota pintado por algunos historiadores, que antes bien su magistratura se presenta como esencialmente constitucional y limitada. Cohibido fuertemente por la Audiencia y el Ayuntamiento, sin intervencin ordinaria en los asuntos de hacienda y con la obligacin final de someterse al juicio de resi dencia, es innegable que el supremo gobernante de la Colonia ejerca poderes menos considerables que los de cualquiera de nuestros presidentes republicanos. La Real Audiencia, rgano de aplicacin de las leyes judiciales en su carcter de tribunal de alzada y, para ciertas causas, de primera instancia, es tambin, en el terreno poltico, la defensora de las libertades del colono y ejerce con su facultad de apelar al Rey, saludable contrapeso a la autoridad gubernativa. Los fallos de los oidores en Venezuela fueron, en general, imparciales y justos y desmienten las acusa ciones sumarias que se han levantado contra la justicia espaola. El Intendente de Real Hacienda, con absoluta independencia del Capitn General en materia de rentas, recauda stas, nombra los empleados del ramo y decide judicial mente en algunas causas conexas con su administracin. Respecto de hacienda son sus delegados los gobernadores de las provincias. Regida por hombres competentes, la Intendencia de Caracas levant a notable altura el tesoro pblico.

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Los gobernadores gozan de autonoma, excepto en asuntos militares y de hacienda. La administracin real tiende a descentralizar en lo posible, y as vemos que, en 1810, las provincias tenan derechos y facultades cuya afirmacin forma parte esen cial de las reivindicaciones polticas presentadas por las diversas juntas. Fundbase, por lo dems, aquella autonoma provincial en la antigua tradicin venezolana, fuente remota de las tendencias federalistas que dominaron el movimiento revolucionario.

Seguidamente, alude el autor a los famosos Cabildos que fueron, ciertamente, el ariete de los sentimientos autonomistas en el imperio colo nial espaol.Los ayuntamientos, expresa, son el centro de la vida pblica en la Colonia. Com puesto en su gran mayora de criollos, el Cabildo es el instrumento inmediato de stos para ejercer un poder efectivo, suerte de tirana domstica a que slo pone trabas la intervencin de los agentes directos de la Corona. El cargo de regidor es venal y, por consiguiente, perpetuo, pero hay alcaldes de eleccin y alrededor de sta se desarrollan actividades polticas de grande importancia. En algunos cantones, por falta de licitador, elgese tambin a los regidores. La historia poltica de la Colonia venezolana gira, por decir as, alrededor de las contiendas entre el ayuntamiento y el gobierno, cuya oposicin se marca ms y ms en los ltimos tiempos del rgimen. Los criollos cabildantes, que pierden tiempo precioso en disputar sobre cuestiones de preeminencia y otras de igual cuanta, saben tambin defender contra el poder supre mo lo esencial de las libertades municipales. En una provincia donde la oligarqua, dadas las condiciones sociales, es casi omnipotente, los agentes metropolitanos luchan porfiadamente para mantener su propia autoridad poltica; y, en consecuencia, vienen a ser, a los ojos de las castas inferiores, campeones de la igualdad y, en todo caso, defensores naturales contra la opresin de nobles y burgueses. De all, en la poca de la Revolucin, la impopularidad de los oligarcas patriotas y la adhesin de las masas a la causa real. La accin de los funcionarios peninsulares ayuda en los ltimos aos al desquiciamiento de la oligargua, sobre todo en las ciudades secundarias, de tal modo que, a principios del siglo XIX, los oficios pblicos se confan con frecuencia a hombres de poco concepto o de ninguno, con visible menoscabo de la adminis tracin y consiguiente descontento del mismo pueblo. Rgimen de castas, basado en realidades sociales y no en principios abstractos, el colonial ha levantado el edificio de la paz pblica empleando todos los elementos del ingenioso equilibrio que admirara Humboldt. En primer lugar figuran 200.000 blancos, a cuyo frente estn algunos centenares de ricos hacendados, de aristcratas brillantes y orgullosos, de mantuanos que gozan frente al populacho dir un libe lista famoso de una consideracin tan elevada cual jams la tuvieron los grandes de Espaa en la capital del reino. Estos criollos, que mandan las milicias y legislan como alcaldes y regidores, ahogan literalmente a algunas docenas de peninsulares que como empleados o colonos van anualmente a Venezuela y acaparan de tal suerte los cargos pblicos que ya en 1770 Carlos III debe declarar que los espaoles de Espaa tienen tanto derecho como los venezolanos a ocupar dichos cargos en la Colonia. De la casta de los criollos saldrn los aristcratas revolucionarios, pero no todas las gentes de ella abrazarn las ideas nuevas, porque la dominacin de los mantuanos se tema por quienes no lo eran. Despus de los criollos, nobles o del estado llano, vienen los generalmente llamados pardos en nmero de 400.000, abigarrada muchedumbre formada por el cruza

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miento de blancos con gentes de color, indios o negros, y de stos entre s. No todos, en ese grupo, ocupan el mismo nivel social, que mucho depende de la tinta del rostro y de las sortijas del cabello: el mestizo es ms considerado, y el mulato ms inteligente y emprendedor. Por dinero o por servicios, otorga el Rey certificados de limpieza de sangre a individuos de estas clases, que la superior incorpora. La gran masa de los llaneros, que harn papel tan importante en las guerras de independen cia, proviene de esta mezcla de razas fundidas bajo el sol tropical de las distintas provincias. Los esclavos negros son 60.000, de los cuales dos terceras partes en la sola provincia de Caracas. Los indios puros pasan de 100.000, repartidos en pueblos, sometidos a los misioneros o viviendo en estado de barbarie en los territorios fronterizos y en la hoya del Orinoco. La reduccin de los indios est, si as puede decirse, en pleno rendimiento, sobre todo en Guayana y en las provincias orientales, donde existen, a fines del siglo XVIII, ms de ochenta establecimientos regidos por religiosos. Frailes y jesutas haban realizado en el Orinoco, en Cuman y en Barcelona una obra civilizadora admirable y ayudado eficazmente al gobierno en sus empresas coloniza doras que, entre otros, impulsaron Espinosa de los Monteros y Centurin. Viven, asimismo, en la colonia 12.000 espaoles europeos, funcionarios algunos, la inmensa mayora comerciantes e industriales, originarios sobre todo de Canarias, Catalua y Vizcaya. No siempre de buenas migas con los criollos estn los europeos; sin embargo, ms dispuestos a aliarse con aqullos que con los pardos y negros. La Revolucin, a la cual adherirn al principio y con entusiasmo, muchos peninsulares e isleos, cambiar por completo la situacin y entonces se ver al bajo pueblo servir a stos de instrumento en la lucha contra los blancos rebeldes.

Nos ha parecido indispensable reproducir aqu el cuadro de la Capi tana General que nos traza el autor, tanto por la influencia que tienen las instituciones coloniales en el estallido y desarrollo del movimiento eman cipador, como para explicarse el criterio de aqul sobre las causas y orge nes de la independencia. Conviene advertir, desde luego, que nuestro histo riador no objeta, en absoluto, la oportunidad y la procedencia de la Revo lucin. Por el contrario, al analizar los argumentos, muchos de ellos inge nuos o poco fundados, que aducen los filsofos del 19 de Abril y del 5 de Julio, observa que, en realidad, cualesquiera que fuesen las providencias de la Corona Espaola en sus posesiones trasatlnticas y cualquiera que fuese su poltica general en Europa, la monarqua deba fatalmente desmembrar se. Grande importancia atribuye el autor a la hostilidad de las potencias europeas rivales de Espaa, en especial de la Gran Bretaa. La desgracia del imperio espaol fue haber tropezado con la fatal enemiga de Inglate rra, observa el autor, a lo cual aade el ejemplo de los Estados Unidos.La hostilidad de Inglaterra se acentu necesariamente cuando Espaa tom parte en la guerra angloamericana. Carlos III intervino en sta no slo en virtud de las estipu laciones del Pacto, sino con el deseo de reconquistar a Gibraltar y Mahn que estaban en poder de los ingleses desde la Guerra de Sucesin. Adems, los ingleses, con el pretexto de que barcos de los insurgentes americanos hallaban entrada y refugio en puertos espaoles, visitaban y despojaban los navios de Espaa e intercep

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taban la correspondencia. Pero si la intervencin en aquel conflicto fue inevitable y determinada ms por la actitud de Inglaterra que por la voluntad de Espaa, no es menos cierto que la aparicin de los Estados Unidos deba ofrecer a las colonias espaolas un ejemplo digno de imitarse e influir de manera decisiva en la propaga cin de las ideas de independencia. A ello juntse, en Venezuela, para difundir aqullas, el contacto con los ingleses y el consecuente desarrollo de los intereses econmicos, que afirmaban la nocin de igualdad entre criollos y peninsulares. Tales factores que, en definitiva, vinieron a tomar tanta importancia, obraban naturalmente en las clases acomodadas, cuya tendencia era a acrecentar el bienestar y las riquezas al mismo tiempo que la participacin en el manejo de los negocios pblicos. Todava en plena guerra angloamericana, algunos aristcratas de Caracas escriban a su com patriota Miranda, que serva a la sazn en las tropas espaolas de las Antillas, y le excitaban a cooperar en la emancipacin de su pas.

No olvida el autor la influencia revolucionaria francesa, observando a este respecto que las ideas propagadas luego por la Revolucin Francesa y la situacin poltica general creada por ellas contribuyeron tambin a lanzar a las colonias por el camino de la revuelta. Aquel influjo, exagerado tal vez durante mucho tiempo por cierta escuela histrica, debe mencio narse entre las causas de nuestra independencia como tercer elemento ex tico, al lado del precedente norteamericano y de la intriga inglesa. La invasin napolenica en la Pennsula ser circunstancia determinativa del estallo final. Es a esos elementos forneos a los que nuestro autor atribuye en parte muy principal el desencadenamiento de la Revolucin, aun cuando admite los de carcter interno. Las provincias americanas observa, ricas y prsperas con relacin a la Metrpoli y cuyas clases superiores haban llegado a ese nivel apreciable de cultura que provoca inevitablemente el nacimiento de aspiraciones polticas, prepranse as a recibir las influencias exteriores que decidiran de la emancipacin. Pero este reconocimiento del proceso cultural y filosfico que se desarrolla lenta, pero seguramente, en las colonias americanas hasta formar un definido estado de conciencia incompatible con el rgimen peninsular, lo subordina el autor a considera ciones de carcter econmico. Mas observa, en espera de los ele mentos intelectuales deflagradores, algunos de ndole ms prosaica y de origen puramente nacional trabajaban contra el sistema vigente. Las revo luciones ha dicho un clebre convencional francs tienen por causa real el odio al impuesto. En Hispanoamrica no se escap a esta regla y ello es digno de notarse porque, al menos en lo relativo a Venezuela, el fisco estaba lejos de exagerar sus exigencias y porque las medidas adminis trativas de Carlos III suprimieron gran nmero de trabas en el ramo co mercial y estimularon la iniciativa industrial y mercantil de los colonos. Haban ocurrido, es verdad, en los ms distantes lugares de Hispanoamrica,XIII

movimientos de esa especie que asumieron en ocasiones la fisonoma de verdaderas convulsiones revolucionarias. El autor hace un recuento de esos movimientos, comenzando por el del Capitn Juan Francisco de Len, con tra el monopolio de la Compaa Guipuzcoana en Venezuela, que constituy un acontecimiento realmente asombroso por las caractersticas que asumi. Ya hemos observado en otra parte que sera trabajo de alquimista ese de pesar la relativa importancia de los mltiples factores que intervinieron en el desencadenamiento del proceso emancipador. Todos, incuestio nablemente, hicieron un aporte positivo, pero sera, ciertamente, arriesgado hacer una enumeracin de ellos en orden de su importancia relativa. En nuestro criterio, el autor no atribuye quizs la debida importancia a la formacin secular, pudiera decirse aluvional, de aquel concepto de vida propia, ajeno a toda influencia extranjera, que arraiga poco a poco en las capas superiores de la sociedad colonial y sobre el cual trabajan aquellos otros factores forneos que alientan y estimulan la idea separatista. Para principios del siglo XIX, existe ya la sociedad colonial como producto genuino de una larga evolucin y es sta el fundamento sobre el cual reaccionan con fuerza imponderable los agentes exteriores. Al exponer en el captulo I de la obra los orgenes del movimiento, expresa una opinin que, a primera vista, pudiera ser considerada como una crtica acerca de la oportunidad de la Revolucin. Si un observador imparcial examina, dice, con el criterio que hoy llaman cientfico, la situacin de Venezuela al romperse la monarqua, encuentra que nuestros criollos no tenan serias e irrefutables razones de descontento contra el rgimen. Y a vuelta de un comentario sobre el fenmeno de que las revoluciones no siguen siempre en su desarrollo los motivos aparentes y lgicos, agrega: sea lo que fuere, vemos que las tendencias subversivas en Venezuela buscaron base en cierto nmero de proposiciones, verdaderas o falsas, pero de carcter que podra mos decir prctico y que constituyeron la doctrina o mstica separatista y llegaron a imponerse dogmticamente como juicio histrico definitivo de las causas de destruccin del imperio espaol. En realidad, las argumenta ciones empleadas por los proceres del movimiento tuvieron una importan cia simplemente circunstancial y no podran tomarse muy a la letra. Nues tro propio autor, como ya lo hemos observado, asienta que la monarqua espaola deba fatalmente desmembrarse y mientras ms fecundas y efica ces se quieran suponer sus providencias en materia de poltica colonial, ms pronto habra de arribarse a esa solucin inevitable. El mismo recono cimiento de que nuestros criollos no tuviesen serias e irrefutables razones de descontento contra el rgimen peninsular, abonaba en ellos el concepto de que ya estas ltimas haban llegado a su trmino y se impona la sepa racin absoluta para disfrutar, sin las limitaciones inherentes a una situacinXIV

tutelar, de todos los beneficios polticos, culturales y econmicos de un sistema libre de toda traba y sujecin. Parra-Prez pinta en la primera parte de su obra el amplio panorama de la situacin de la Capitana General para los primeros aos del siglo XIX, remontndose a la historia prodigiosa de las tentativas del ilustre Precursor, origen de los acontecimientos ulteriores que culminaron en los sorprendentes acontecimientos de 1809 y 1810. En esa primera parte, en cuentran los lectores la trama de aquella gigantesca odisea que pone a Miranda en contacto con los ms notables dirigentes de la poltica europea y estadounidense en aquella poca llena de sinuosidades, de contradicciones y de perplejidades que ponen a prueba el temple ejemplar del Precursor y sus especialsimas dotes de negociador. No podra, ciertamente, compren derse la historia de la Revolucin hispanoamericana sin conocer muy bien la relacin de aquellas interminables y tenaces actuaciones del Precursor, quien se erige en representante y mandatario de todo el Continente hispano para promover su independencia y va sembrando esta idea en las mentes de aquellos, a la vez que funda una escuela de Apstoles del pensamiento emancipador y entra en contacto con los agitadores de diversas regiones americanas. Con admirable precisin, el autor sigue los pasos del Precursor por las antesalas y despachos de los personajes en quienes ve la posibilidad de un apoyo, hasta la aventura del desembarco en las costas venezolanas y su vuelta a Inglaterra, derrotado pero no desalentado respecto del xito final de sus miras emancipadoras, que no abandona ni en el trgico final de La Carraca. En esta primera parte de la obra, se incluye una vivida descripcin de las ocurrencias de 1808: las abdicaciones de Bayona, la usurpacin del trono espaol, la Misin francesa a Caracas, el reconocimiento de Fer nando VII por las autoridades de la Capitana, la Misin del Capitn Beaver, la alianza entre Inglaterra y Espaa y las gestiones de un grupo de criollos para la constitucin de una Junta que gobernase autnomamente la Capitana, en la ausencia y a nombre del legtimo Monarca espaol, seguida muy luego por la iniciativa del propio Capitn General en el senti do de crear en Caracas una Junta a ejemplo de la de Sevilla, a cuyo fin el aludido funcionario comunica su decisin al Ayuntamiento, pidindole su parecer sobre el proyecto.Cumplase, de tal modo por los mismos espaoles en Venezuela comenta ParraPrez el primer acto revolucionario cuyas consecuencias seran inmensas para todo el Continente: la iniciativa de Juan de Casas fue, segn Urquinaona, el ma nantial inagotable de las disensiones de Amrica. Reunido el 28 [de junio] el Ayunta miento para estudiar la proposicin, dejse abierto el acuerdo hasta el da siguiente, con el fin de considerar un proyecto pormenorizado que para constituir la junta for

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mularon D. Isidoro Antonio Lpez Mndez y D. Manuel de Echezura y Echeverra. Proponan stos formar un cuerpo de diez y ocho miembros, a saber: el Capitn General, el Arzobispo, el Regente y el Fiscal de la Real Audiencia, el Intendente del Ejrcito y Real Hacienda, el Subinspector de la Artillera, el Comandante de Inge nieros y los Diputados del Ayuntamiento, del Cabildo eclesistico, del cuerpo de cosecheros, del de comerciantes, de la nobleza, de la Universidad, del Colegio de Abogados, del clero secular y regular, y, en fin, del pueblo. El proyecto, aprobado el mismo da, fue sometido a Casas; pero ste, arrepentido de su propio designio y siguiendo sobre todo los consejos del regente Mosquera, no lo llev a la prctica y las cosas quedaron como se hallaban.

Captulo de un profundo inters para el conocimiento y explicacin de los sucesos de abril de 1810 es el relativo a la agitacin de los mantua nos, quienes, estimulados por la propia iniciativa de Casas, maquinan con mayores energas la formacin de una Junta autnoma, que ya el Gobierno descarta y de cuyas finalidades desconfa con razn, pues, aun cuando algunos rehsan seguir a los promotores de la tentativa, otros abogan abier tamente por una Junta criolla y aun por el sistema de independencia. Lo cierto es que se designa una comisin encargada de entenderse con el Capitn General y el Ayuntamiento para la formacin de la Junta con militares y letrados, eclesisticos, comerciantes y vecinos de las diferentes clases, a fin de que entre en pleno y libre ejercicio de la autoridad en nombre y representacin del destronado Monarca. Comenta el autor en relacin con esa tentativa de Junta, lo siguiente:Algunos historiadores afirman que bajo aquellas demostraciones de fidelidad y de amor al bien pblico ocultaban ya los caraqueos el deliberado propsito de sepa rarse de la metrpoli y de establecer la repblica. Los sucesos posteriores dan a esta opinin apariencias de fundada, pero sera aventurado tenerla como indiscutible, pues los mismos sucesos invocados demuestran que los proceres venezolanos, como sucede en general con los actores de toda revolucin, carecan de plan definido, y siguieron dichos sucesos en vez de conducirlos, hasta la declaracin de la indepen dencia. Es probable que a este respecto haya habido mayor claridad en las ideas de los jvenes que en las de los patricios maduros firmantes de la peticin.

Y corrobora su opinin con el supuesto dicho de Jos Flix Ribas, publicado aos ms tarde por el famoso libelista Jos Domingo Daz.Entonces supe, dice este ltimo, que una parte de los conjurados estaba engaada por la otra. Aqulla se compona de algunas personas de riqueza e influencia en el pas, cuyos designios eran establecer en l la oligarqua; y sta, de aquellos jvenes inquietos y en quienes las ideas de licencia y democracia eran el dolo de su adora cin; pero jvenes que, a pesar de su exaltacin y aturdimiento, conocan la necesidad de asociarse a los primeros, engandolos con aparente decisin de cooperar a sus designios. Este engao era tanto ms fcil, cuanto los segundos pertenecan a las mismas familias que deban formar la oligarqua.

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Es, desde luego, indiscutible que no todos los promotores del 19 de Abril abrigaban las mismas convicciones ni tenan idnticos propsitos en cuanto al carcter y los alcances del movimiento. Hubo ciertamente quienes con toda ingenuidad creyeron que los objetivos de la Junta se limitaban a salvar la Provincia de las garras del corso usurpador y a conservar el territorio para la Monarqua tradicional, encarnada en la figura de Fernan do VII, aun cuando bajo una nueva organizacin de mayores libertades y derechos para las dependencias ultramarinas. Era unnime la conviccin de que el posible restablecimiento del rgimen monrquico habra de estar basado indefectiblemente en un sistema de amplia autonoma y de una completa igualdad de derechos y de representacin parlamentaria entre criollos y peninsulares. As lo demuestran palpablemente las categricas expresiones empleadas por la Junta de Caracas en su manifiesto a la Re gencia de Cdiz.Repetimos a V. V. E. E., dice este documento, que la Amrica no puede apoyar sus esperanzas de mejor suerte, sino en la previa reforma de sus instituciones anteriores. Todo lo dems es vano, precario y quimrico, propio para producir una ilusin mo mentnea, insuficiente para llenar los deberes del gobierno espaol y para hacerlos soportar la privacin de tantas ventajas, de tantos bienes que slo aguardan el influjo bienhechor de la independencia para desarrollarse: de aquella independencia declarada en la proclama que nos ha dirigido ese nuevo Gobierno, cuando considerndonos elevados a la dignidad de hombres libres, nos anuncia que al pronunciar o al escribir el nombre del que ha de representarnos en el congreso nacional, nuestros destinos estn en nuestras manos y ya no dependen ni de los ministros, ni de los virreyes, ni de los gobernadores: independencia obtenida sin necesidad de este nombramiento para evitar el absurdo de conceder al mandatario ms derecho y facultad que a sus consti tuyentes. De nada servirn las mejores leyes, mientras un capitn general pueda decir impunemente que no reconoce en estas provincias una autoridad superior a la suya y que su voluntad es la ley: mientras para hacerle variar de lenguaje, sea necesario recurrir a un poder supremo que se halla a tanta distancia de nosotros y que se cree comprometido en todas las providencias y procederes de sus representantes.

No es aventurado asegurar que los sentimientos expresados en ese documento correspondan a una aspiracin comn. Si algunos pensaron de buena fe en un posible restablecimiento del rgimen monrquico y con esa intencin se sumaron al movimiento del 19 de Abril, ello era bajo la presuncin de que se establecera un sistema de gobierno radicalmente diferente al predominante hasta entonces. En este punto exista un consenso general y fue la actitud intransigente de las autoridades peninsulares al rehusar todo avenimiento que no fuese la rendicin incondicional, lo que arrastr a los indecisos al partido de la independencia. Pero es importante dejar sentado que, de parte del grupo dirigente, s existi desde el primer momento un definido criterio emancipador. Y fueron estos ltimos quienes condujeron la Revolucin. La admiracin que el Libertador demostraba,XVII

aos ms tarde, por el significado de la jornada de abril en Caracas, com prueba que l y sus compaeros la tuvieron como el da inicial de la independencia. Las medidas adoptadas por la Junta, tanto las de orden interno, como las de carcter internacional, comprueban el decidido pro psito separatista que animaba al grupo sostenedor de la independencia absoluta. Como tuvimos la oportunidad de observarlo en otra ocasin, cuando en marzo de 1811 se instala el Congreso, ste se halla en presencia de un hecho consumado, ante una situacin irrevocable que ha creado deliberadamente la Junta: el rompimiento con las autoridades de la Penn sula es definitivo y existe un abierto estado de guerra entre la Metrpoli y la Colonia: en segundo lugar, se ha proclamado y sostenido la autonoma de la Provincia fundndola en la soberana inmanente del pueblo alegada a la propia faz del Soberano, como un principio irrenunciable e imprescindi ble; se ha implantado, por ltimo, un sistema de Gobierno representativo, federal, electivo, alternativo y responsable, basado en el sufragio de todas las clases libres de la poblacin y en la elegibilidad de todos los ciudadanos, sistema que ha quedado solemnemente sancionado con la instalacin del mismo Congreso. Dentro de la frmula del reconocimiento de la soberana utpica del monarca espaol, indispensable para dar un fundamento estric tamente jurdico al Gobierno y desvanecer los temores y los escrpulos de muchos, la desconfianza de las Provincias celosas de su autonoma y las posibles reacciones en el seno de las masas misonestas y temerosas del predominio de los blancos criollos, dentro de esa frmula, decimos, se haban expuesto y practicado, con una precisin ejemplar, las ms demo crticas doctrinas y teoras constitucionales que, aunque basadas en parte en las propias tradiciones hispanas, eran radicalmente incompatibles con el rgimen absolutista de la Monarqua borbnica. En materia de relaciones exteriores, se haban iniciado amplias gestiones, basadas en la completa autonoma de las Provincias y en el derecho de stas a concluir Tratados internacionales. La misma sbita presencia de Fernando VII en el trono de Castilla no habra logrado desquiciar los slidos cimientos de la organiza cin establecida, habindose adelantado la Junta a manifestar desde su primera comunicacin a la Regencia, que si la Espaa se salvaba, ella (la Junta) estaba dispuesta a obedecer a un Gobierno constituido sobre bases legtimas y equitativas, lo cual equivala a anticipar que no se aceptara jams ninguna solucin que no estuviese fundada en el nuevo criterio adop tado por la Provincia, tanto para su Gobierno interior como en sus ya iniciadas relaciones con el mundo civilizado. Al cesar la Junta Suprema en sus funciones del modo previsto por ella misma y entregar en manos del Congreso la Soberana Nacional por ella alegada y sostenida, la Repblica se hallaba, pues, ya prcticamente fundada y estaba dotada de todos losXVIII

principios y elementos necesarios para su funcionamiento. Gracias a una poltica discreta y previsora, las diferencias de posicin social y de colores, que constituan el ms grave escollo, no se dejaban sentir como factores predominantes en el proceso revolucionario y todas las clases mostrbanse igualmente dispuestas a aceptar y sostener el nuevo sistema, inaugurado con tan certera visin, con criterio tan generoso y con tanta habilidad y energa. La declaratoria de la independencia y el implantamiento del siste ma republicano sobre bases democrticas, no se discutan ya para la fecha de la reunin del Congreso; y si la realizacin de estos acontecimientos se aplaza todava cuatro meses ms, haciendo necesaria la intervencin de la agresiva Sociedad Patritica, ello se debi slo a las vacilaciones de algunos sobre la cuestin de la oportunidad del paso y acerca de la posible actitud de Inglaterra y de los Estados Unidos, as como a ciertos problemas de orden interno, relativos a la autonoma de las Provincias y subdivisin de la de Caracas y a las facultades del Poder Ejecutivo Federal, cuestiones que absorbieron por largo tiempo la atencin del Cuerpo Soberano. Meses antes de la declaracin de independencia por el Congreso, al presentar sus credenciales al Secretario de Estado de los Estados Unidos, el Agente Extraordinario de la Confederacin de las Provincias de Venezuela expresaba en trminos inequvocos aquella decisin. Los venezolanos, deca Orea, conocen sus derechos y han jurado en sus corazones sostenerlos o morir. Aunque se ha aplazado una declaracin de independencia absoluta, esto ha sido muy a su pesar y debido a la presin de circunstancias polticas, pero no ser pospuesta por mucho tiempo ms y en esto Venezuela cuenta con que sus hermanos del Norte y todos los amigos de la humanidad le extienden una mano benvola. Y Robert Lowry, Agente Comercial de los Estados Unidos en La Guaira, haba informado al Secretario de Estado de su pas, en carta fecha 30 de noviembre de 1810 que Aun cuando los franceses sean arrojados de Espaa, de todo lo que he visto y odo considero que la sumisin de los habitantes de estas Provincias a sus antiguos amos es cosa en que no hay que pensar y esto ser la causa de inevitables disensiones, si no de guerra, con la madre patria. Se ve por lo expuesto que la tesis del engao puesta por Jos Domin go Daz en casa del fogoso Jos Flix Ribas y admitida por muchos histo riadores slo tuvo, en todo caso, una importancia relativa y no asumi los caracteres de una estafa poltica por parte de aquellos jvenes inquietos y en quienes las ideas de licencia y democracia eran el dolo de su adora cin, segn el decir del libelista. Como lo dejamos observado, era unnime la opinin en cuanto a la necesidad de reformas sustanciales, tanto polticas como administrativas, y nadie pona en duda que haba llegado la hora de obtener para la Amrica Hispana un Estatuto, un bil o f rights, conforme a la expresin americana, cuya extensin y lmites variaban en la intencinXIX

de ambos grupos pero que, en el fondo, constitua en el nimo de todos un propsito de ndole revolucionaria. Era, en suma, una diferencia de grado y no de esencia dentro de las filas de la Revolucin y es en este sentido como deben tomarse los conceptos de Ribas, de ser cierta la informacin del implacable enemigo de la independencia. Con esas perspectivas, la Junta Suprema llama a elecciones para el Congreso Nacional. No se trataba, desde luego, de una designacin de representantes del pueblo, hecha de acuerdo con los principios de la demo cracia pura.El reglamento electoral, expone Parra-Prez, manda a los alcaldes y tenientes justicias levantar un censo general y formar luego listas de votantes, en las cuales figurarn, salvo excepciones, los ciudadanos mayores de veinticinco aos, as como los menores casados, que tuvieren casa abierta y poblada o de vivir sirviendo en casa ajena, dispusieren por lo menos de dos mil pesos en bienes muebles o races. Las elecciones se efectuaran en dos grados: los votantes escogeran un elector parroquial por cada quinientas almas y otro por cada exceso de doscientas cincuenta; reunidos a su vez estos electores en la cabecera del respectivo partido capitular, designaran un diputado por cada veinte mil habitantes y otro por cada exceso de diez mil. Las dos terceras partes de los diputados podran constituir la asamblea, en Caracas, bajo el nombre de Junta General de Diputacin de las Provincias de Venezuela. En manos de ese cuerpo depondra su autoridad la Junta Suprema, que slo conservara la inherente a su carcter de gobierno provincial de Caracas.

Se trataba, en realidad, de crear un cuerpo compuesto por los ele mentos representativos de las clases altas y acomodadas de la poblacin. La Junta, comenta el autor, haba recomendado a los ciudadanos que eligiesen a personas ntegras, patriotas, que poseyeran las condiciones nece sarias para sostener con decoro la diputacin y ejercer las altas facultades de su instituto con el mayor honor y pureza. Los ciudadanos respondieron a ese llamamiento enviando al Congreso, en elecciones ordenadas y tran quilas y merced al influjo del clero y de los propietarios, a personalidades distinguidas por su carcter, instruccin y probidad. El resultado de aquella operacin electoral, una de las pocas que se haya realizado en Venezuela sin presin gubernativa de ningn gnero, es un argumento en favor de quienes piensan que el mantenimiento de los cuadros sociales, adaptado cuerdamente al nuevo estado de cosas, y no su brusco rompimiento, poda asegurar la evolucin constitucional del pas, bajo un rgimen oligrquico y evitar las conmociones guerreras y ruinosas y el tirnico cesarismo y a cuyos integrantes Parra-Prez consagra un emocionado homenaje, tanto ms merecido cuanto que aquellos hombres se disponan a iniciar un pro ceso revolucionario en el cual renunciaran en favor de las clases populares muchos de los privilegios de que haban venido disfrutando, aunque con cortapisas, durante el rgimen peninsular.XX

La Parte Tercera de la obra, dedicada al anlisis de las actividades del Congreso Federal, no cede en importancia a las dos primeras. En ella en cuentra el lector la relacin apasionante de las deliberaciones de nuestra primera Asamblea constitucional, que se iniciaba bajo el signo elocuente de la presencia de Miranda, nuncio irrevocable de la inminente declaracin de independencia. A pesar de la proscripcin que pesaba sobre el Precursor, Bolvar se lo trae entre las demostraciones entusiastas de los revolucionarios.Entre los buques extranjeros entrados en estos das en el Puerto de La Guaira, informa la Gaceta de Caracas, el 21 de diciembre de 1810, lo han hecho los bergan tines de S. M. B. Florester y A von: en este ltimo ha venido nuestro compatriota D. Francisco Miranda y ha sido recibido como merece un ciudadano de Venezuela a quien las distinciones y honores que la Europa imparcial ha tributado a su mrito no han podido hacer olvidar su patria, por cuya felicidad ha hecho esfuerzos muy repetidos y eficaces. Tan relevantes circunstancias, de que Caracas no podra prescin dir sin ser inconsecuente en sus principios, unidas a las altas recomendaciones de nuestros diputados en Londres, han hecho que el gobierno y el pueblo de esta capital procuren hacer olvidar a este ciudadano los sinsabores que ha sufrido por acelerar la poca feliz de nuestra regeneracin poltica.

Al recibimiento, y aun cuando con la oposicin de funcionarios misonestas y de adversarios de sus ideas conceptuadas por muchos como peli grosas para la salud pblica, sigue su designacin como Teniente General y la resolucin de destruir los expedientes levantados contra l aos atrs por la administracin colonial. Esto, su designacin como diputado por el Pao y su intervencin preponderante en la Sociedad Patritica lo hacen entrar de lleno en aquel vrtigo de las actividades polticas de la primera Repbli ca a las cuales sucede muy luego su infortunada actuacin militar que marca la etapa final de sus empresas emancipadoras. Parra-Prez nos describe con admirable acierto las peripecias por las que atraviesa Miranda durante aquellos meses de angustia e indecisin para el Congreso, cuya preocupacin se desva hacia otros temas, princi palmente el del sistema federal, caro a las Provincias del interior que temen la influencia desproporcionada de la de Caracas, la cual absorbe, por s sola, la mayor porcin territorial del pas y el mayor nmero de sus repre sentantes. Es en la Sociedad Patritica donde se debate a fondo y de modo vehemente, el problema de la independencia, gracias a la influencia decisiva de Miranda y de sus admiradores y discpulos. La Sociedad empuja al Congreso cuyas actuaciones vacilantes impiden la ejecucin del plan de Miranda de expulsar a los realistas de Coro y Maracaibo a raz de la toma de Valencia.Perdise as, por la inquina de unos cuantos individuos irresponsables, comenta ati nadamente Parra-Prez, la mejor ocasin de destruir los principales centros de la

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resistencia realista en el pas. La mayora de los diputados descuidaba gravemente los intereses de la Repblica y persegua como fin primordial quitar el mando militar a Miranda, temiendo que usurpase tambin el civil despus de alcanzar alguna victoria decisiva y unificar las provincias bajo la bandera independiente. El egosmo y la estrechez de miras privaron entonces a la Revolucin de su jefe natural y causaron males irreparables. Los historiadores hacen poco o ningn caso de esta circunstancia y no la inscriben en el haber del gran patriota. Apenas haba lugar para censurar su conducta, para dar curso a las quejas ridiculas que contra l elevaban militares insubordinados o civiles aviesos. El Ejecutivo, mejor inspirado que el Congreso, trataba de defenderle y desoa a los majaderos.

En esta Tercera Parte de su obra, nos ofrece el autor una amplia y clara visin de lo que fueron antes y despus de la declaracin de indepen dencia, las interminables discusiones en el seno del Congreso, inspirado ms en un excesivo concepto de republicanismo, que en una visin de las necesidades del momento que atravesaba el pas. En los tres captulos de la obra referentes a la cuestin social, a la cuestin poltica y a la Hacienda Pblica, se hace un certero examen de los graves y complicados problemas cuya solucin demandaba ms sensatez que conocimientos, mayor instinto que luces doctrinarias. Perdise el Congreso en la maraa de los princi pios y no supo darse cuenta de los apremiantes requerimientos de la hora.A mediados de agosto [1811], observa el autor, empez a caracterizarse una oposi cin de cierto nmero de los ms influyentes diputados a la poltica del gobierno, y era esa una de las principales manifestaciones del espritu de anarqua que iba a dominar pronto a la Revolucin y que debe tenerse como la causa primordial de los desastres del ao siguiente. Del conjunto de intervenciones de los diputados, algunas normales y legtimas, otras que lo eran menos, y reveladoras todas de falta de cohe sin entre los republicanos, aparece ya un estado de cosas inquietante para el porve nir. Dividida la oligarqua directora y reducidos rpidamente a la impotencia los rganos del poder pblico por rivalidades doctrinarias o personales, nada podr ya contener la reaccin popular declarada contra el rgimen.

Llegse al extremo de negar al gobierno la formacin de tropas vete ranas alegndose que careca de facultades para elevar la fuerza permanente y que bastaban las milicias para salvar e imponer el orden pblico. Se sostena que las facultades ordinarias acordadas por la Constitucin basta ban al gobierno para asegurar la defensa nacional y que ste haba abusado del conflicto blico provocado por las Provincias disidentes para arrogarse indebidamente atribuciones extraordinarias. Argase que las facultades del Congreso eran del pueblo y, por lo tanto, inalienables y que la reunin de los poderes en la rama ejecutiva era el origen de la tirana. Estas opiniones prevalecieron en la mayora del Congreso que acord retirar al Ejecutivo las facultades extraordinarias. La organizacin de las fuerzas armadas per manentes, cuestin vital para la salvacin de la Repblica, se discute en elXXII

Congreso de un modo rayano en el ms extraviado lirismo. Este problema, como lo observa Parra-Prez,es uno de los que la Repblica no acierta a resolver, aun cuando el Ejecutivo y Congreso lo discuten sin cesar. Maya, de La Grita, indica los inconvenientes que ofrece para los estudiantes de la Universidad el hecho de servir como soldados y acusa al gobierno de violar su propio decreto que exime a aqullos de la prestacin ordinaria. Ms tarde, Yanes observa que nada prev el proyecto de Constitucin en materia de fuerza armada. En octubre disctese todava sin resultado sobre si el regimiento de lnea que va a crearse pertenecer a la Confederacin o a la provincia de Caracas. Enemigo jurado de tiranas que no fuesen la suya personal, republicano que Juan Vicente Gonzlez califica de cartagins, sin duda por sus ideas oligrquicas y anticesaristas, Briceo, de Mrida, subrayaba su desconfianza del poder guberna tivo proponiendo que en la Constitucin, la fuerza armada quedase a la disposicin del senado cuando hubiere que obrar contra el Ejecutivo.

Junto a los captulos de la obra referentes al movimiento del 19 de Abril, asumen especialsima importancia los relativos a la formacin de la Constitucin Federal. Con una fidelidad ejemplar, con una objetiva senci llez no exenta del patetismo de la hora, el autor nos hace una completa exposicin acerca de las deliberaciones de aquella magna Asamblea, lla mada a dejar en los anales de la Repblica un ejemplo inmortal. Son dignos de admiracin aquellos debates en los cuales, al travs de las ms encontradas opiniones y aun pudiera decirse que enconadas discusiones, prevalece unnimemente el concepto de la intangible majestad de la Rep blica y la nocin de los sagrados derechos y garantas de los ciudadanos. Con sobra de razn, observa el autor que las influencias norteamericanas y francesas guiaron a los Proceres en la redaccin de nuestra primera carta constitucional, particularmente las primeras, ya que las segundas se sealan tan slo por cierto vocabulario, frmulas retricas y sonoros postulados humanitarios. Los legisladores venezolanos fundieron en uno solo los tres textos fundamentales de la Constitucin de los Estados Unidos, dndoles nueva estructura, con lo cual, agrega el autor, nuestra Carta perdi consi derablemente en lgica y claridad. Se reprodujeron las disposiciones esta dounidenses en cuanto a la organizacin y atribuciones de los diferentes Poderes en cuya divisin se basa la seguridad ciudadana.El bil de derechos de los norteamericanos comenta el autor origen de la declara cin de los derechos del hombre formulada por la Revolucin Francesa, inspira la copiosa descripcin de los derechos del venezolano. Sin embargo, nuestra Constitucin adopta aqu, sobre todo, el tono caracterstico puesto de moda en las riberas del Sena. El objeto de la sociedad es la felicidad comn y los gobiernos han sido establecidos para asegurarla. El mejor de todos los gobiernos, dice el Congreso en frase com pletada ms tarde por Bolvar , ser el que fuere ms propio para producir la mayor suma de bien y de felicidad.

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Advirtase aade , que para el Congreso el mejor gobierno es el que crea l mismo, fundado en teoras que entonces se juzgaban definitivas, en tanto que para Bolvar el problema del gobierno es ms bien de carcter emprico y no puede resolverse sino de acuerdo con circunstancias de medio y oportunidad. Sin que ex presamente lo digan, creen los legisladores de Venezuela, con la Asamblea francesa de 1791, que la ignorancia, el olvido y desprecio de los derechos del hombre son las solas causas de las desgracias pblicas y de la corrupcin de los gobiernos. Urge, pues, definir aquellos derechos que, con la separacin de los poderes, forman lo que se llama constitucin. El Congreso dice: Estos derechos son la libertad, la igualdad, la propiedad y la seguridad, frmula tpica del 93, en la cual la igualdad reemplaza a la resistencia a la opresin de que hablaban los constituyentes monrquicos de 1791. Quedan as garantizados en Venezuela los fueros del ciudadano en el modo adoptado en los Estados Unidos y Francia y hoy universalmente conocido. Mencio nemos entre las causas que pueden motivar castigo legal por el uso de la libertad de imprenta los ataques al dogma y a la moral cristianos. Los ciudadanos tienen derecho de poseer armas para su defensa personal y se mantiene el sistema de milicias, encuadradas por el nmero de tropas veteranas que sea necesario. Tal sistema tena precedentes coloniales. Los norteamericanos imponan a cada Estado confederado la obligacin de sostener la propia milicia. En Francia, la Constitucin de la Montaa deca: La fuerza general de la Repblica se compone del pueblo entero. La Consti tucin de 5 de fructidor del ao III, conserv la guardia nacional, pero dispuso que el ejrcito se formase por alistamientos voluntarios. En Venezuela la ley ordena que el poder militar guarde siempre exacta subordinacin a la autoridad civil. Considrase peligrosa para la libertad pblica la larga permanencia en funciones de los miembros del Ejecutivo. La separacin de los poderes es indispensable para el mantenimiento de un gobierno libre, pero debe procurarse que aqullos conserven entre s la cadena de conexin que liga toda la fbrica de la Constitucin.

Se adoptaron otras significativas medidas, reveladoras del avanzado espritu de republicanismo predominante en el Congreso: se ordenaba que el poder militar guarde siempre exacta subordinacin a la autoridad civil; quedaron abolidos los ttulos de nobleza y prohibidos los honores y distin ciones hereditarios; considerndose peligrosa para la libertad pblica la larga permanencia en funciones de los miembros del Ejecutivo, se estable ci que todos los funcionarios son revocables; nadie tendra en Venezuela ms tratamiento que el de ciudadano; se penaban severamente los fraudes electorales y la compra de votos; se prohiban las concesiones de monopo lios industriales, comerciales o agrcolas y se dejaron en vigencia las leyes civiles y penales existentes, siempre que no se opusieran a los principios adoptados en la Constitucin; se aboli la Inquisicin. Ratificando el esp ritu proclamado desde el propio 19 de Abril, los constituyentes de 1811 abren las puertas de la ciudadana venezolana a los habitantes de las dems regiones hispanoamericanas que deseen asociarse a Venezuela en la defensa de la libertad, de la independencia y de la religin. Sin embargo, no todo fue unidad de miras y armona de propsito en el seno de la augusta Asamblea: la cuestin de la abolicin del fuero eclesistico suscit encendiXXIV

dos debates. Los diputados sacerdotes hicieron expresa reserva sobre el punto. Y muchos otros diputados opinaron que el desafuero era impoltico e inoportuno en las circunstancias del da, temiendo que los pueblos miren la causa de la libertad como contraria a la de la religin. Un diputado ve ya el clero ponerse a la cabeza de las masas para lanzarlas contra la Rep blica y piensa que la cuestin religiosa no es del resorte del Congreso. En ltimo anlisis, comenta con acierto el autor, puede decirse que el desafuero contribuy a privar al rgimen republicano del apoyo del elemento ecle sistico, muy necesario en aquellos momentos. Sin embargo, durante el curso de la lucha, y a medida que el partido de la Repblica gana proslitos y obtiene victorias, el clero, en su gran mayora, va sumndose al movimiento revolucionario. Es curioso, a este respecto, recordar que pocos meses despus de la batalla de Boyac, los Franciscanos de Cundinamarca celebraron en su Convento de Bogot un solemne acto poltico-literario en el cual se sostuvieron, por parte de los Reverendos frailes de la Congregacin, las tesis siguientes:1 Aun desatendiendo las causas inmediatas de la revolucin de Amrica, sta deba esperar que en algn tiempo llegase el de su emancipacin. 2o La revolucin de Amrica fue oportuna, y aun necesaria en los momentos en que sucedi. 3o La palabra revolucin en la Amrica no designa aquel grado de depravacin moral y poltica que se le atribuye. 4o Citar los horrores de la Francia en su anarqua para hacer odiosa la revolucin de Amrica, es por lo mismo obra de la malignidad. 5o La Independencia de Amrica en nada se opone a la Religin de J. C. y antes en ella se apoya. 6o La Independencia de Amrica en nada se opone a las decisiones de los Concilios, ni a la disciplina de la Iglesia. T Es un deber en sentido moral, y una consecuencia forzosa del orden correlativo de los acontecimientos polticos. 8o La Espaa no tiene justicia para reclamar su dominacin en la Amrica, ni la Europa derecho para intentar someterla al gobierno espaol. 9o La mala fe con que la Espaa nos mira baxo todos aspectos y la imprudencia con que ha infringido los pactos y capitulaciones ms solemnes durante la guerra, pone al Americano en la necesidad de desatender sus promesas por ventajosas que parezcan. 10 La Amrica se halla hoy en la forzosa alternativa de, o sostener su Independen cia, o someterse a un gobierno de sangre, de fuego y de exterminio. 1 Io Las fuerzas y recursos de la Amrica, sus ventajas naturales, y medios de defensa la aseguran de no poder ser ligada otra vez a Espaa. 12 Pensar que en la Bula del Papa Alexandro VI se d a la Espaa un derecho de propiedad sobre los pases de Amrica, arguye, o una loca temeridad, o una vergonzosa ignorancia. 13 El Americano no puede ser dichoso dependiendo de su anticuada matriz la Espaa.

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14 La Repblica de Colombia, obra del Inmortal Bolvar, establece la felicidad de los pueblos que la forman.

El interesante episodio pone en evidencia aquella habilsima poltica del Libertador, quien no perdi oportunidad de atraerse al Clero a las filas patriotas. No es del caso resear aqu las mltiples manifestaciones emanadas de su pluma para desvirtuar los enconados ataques de sus adversarios en cuanto a su supuesto anticlericalismo, pero s es oportuno dejar constancia de que supo siempre conciliar los preceptos republicanos con los sentimien tos religiosos de los pueblos con cuyo concurso hubo necesariamente de contar para propagar la revolucin por toda la Amrica Meridional. No fue slo el problema del fuero eclesistico el nico que provoc vientos tempestuosos en el seno del Congreso: durante largos meses, ste se enfrasca en una ardorosa polmica acerca de la desmembracin de la Pro vincia de Caracas, considerada por los representantes de las dems como un desproporcionado poder que acabara por absorber su autonoma regio nal. En un expresivo prrafo, Parra-Prez sintetiza la grave cuestin:El asunto dice separaba profundamente a los diputados, empeados en ardua dispu ta sobre la divisin de la provincia de Caracas. Pedanla los representantes de las otras, haciendo coro con los de muchos partidos capitulares de aqulla, como nico medio de evitar el predominio de la capital sobre las dems ciudades. Los caraqueos, al contrario, abogaban por el mantenimiento del estado de cosas, si no con miras definidas de dominacin, en gran parte porque teman dispersar sus fuerzas ante el futuro incierto. Saltaba as a la vista el antagonismo entre centralistas solapados y federalistas francos, y afirmaban los provincianos una voluntad de autonoma que, fundada en hbitos y tradiciones, en necesidades administrativas y en las instituciones municipales, estaba muy lejos de obedecer slo al prurito de imitacin de cuanto exista en algn pas extranjero. Antonio Nicols Briceo, trujillano, diputado de Mrida y domiciliado en Caracas, conocedor profundo en esa triple calidad de las circunstancias polticas de la mayor parte de Venezuela, era uno de los campeones ms decididos de la divisin. Su Refutacin a los partidarios del statu quo, publicada el 14 de agosto de 1811, es quiz el documento ms significativo e interesante que poseamos acerca de este problema esencial y por tal razn importa examinarlo con detenimiento. En el estilo imperativo e incisivo que le caracteriza, Briceo desvirta los argumentos que se oponen a la divisin en algn discurso publicado en E l Patrio ta y defiende las Juntas provinciales de Mrida y de Trujillo de las acusaciones contra ellas dirigidas. No hay en su escrito ninguna razn que no se funde en la observacin directa y, por decirlo as, criolla del medio venezolano. El hombre que haba trado al Congreso las actas del norteamericano no discute aqu las ideas o teoras sacadas de los libros; realidades de todas partes y en particular de nuestra tierra. Ninguna imitacin de Filadeifia: necesidades concretas de nuestras villas y ciudades, que no quieren que su substancia y riquezas fluyan hacia Caracas, con menoscabo de la prosperidad y buen gobierno general. La principal preocupacin de Briceo es el peligro que presenta la fuerza de Caracas para la autonoma de las dems provincias que si l lo presume podran hacer valer en ltimo caso sus derechos comunes, no lo lograran sino mediante la guerra civil. Con criterio moder

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nsimo bamos a decir ginebrino alude el diputado de Mrida al potencial de guerra de la capital, a sus fuerzas fsicas y reales de mayor poblacin; riqueza, armamento y oficiales para su direccin, y ello para responder a quienes dicen que en la actualidad la gran provincia no dispone de tropas suficientes para amenazar a las otras. Los pactos? Briceo no garantiza la obediencia de Caracas a ellos en toda circunstancia: ms vale precaverse contra su violacin con medidas racionales, como la divisin. Sin duda, en aquellos momentos las intenciones de la capital eran puras y todas enderezadas a preservar esta placentera y encantadora independencia del gobierno espaol; pero nada poda saberse de sus ambiciones en el porvenir, cuan do el goce pacfico de los deleites y comodidades que presenta esta pinge y preciosa parte del globo sucedan a las fatigas de la guerra. Est bien acordar a los hombres el beneficio de la buena intencin, pero deben conservarse a todo evento las crceles, las leyes penales, los magistrados y las tropas en los Estados. La provincia de Caracas tiene 412.857 habitantes, en tanto que las dems, excluidas las de Maracaibo, Coro y Guayana, que an obedecen a la Regencia, apenas ascienden a 264.770: es indispensable restablecer el equilibio. Y para apoyar su tesis, el humanista clasifica formas de gobierno, indica diferencias, invoca ejemplos histricos.

Aparte de los peligros que vean en el desproporcionado podero de la provincia de Caracas, los representantes de las dems reclamaban con vehemencia su propia autonoma. En esto los representantes regionales no hacen sino continuar la tradicin colonial, aun cuando se haya dicho, sin fundamento, que el federalismo de los constituyentes de 1811 era tan solo una imitacin de los Estados Unidos. Ningn sentimiento, ninguna aspira cin, tuvieron un carcter ms genuinamente autctono que ese de los diputados de las Provincias del interior cuando se negaron a todo aveni miento que entraase el predominio de Caracas. El mismo diputado Briceo, decidido partidario de la desmembracin de esta ltima Provincia, clamaba por la federacin alegando que si la emancipacin haba destruido la dependencia de Madrid, no existan razn ni motivo algunos para san cionar la sumisin de las Provincias al yugo de Caracas. Y defenda con calor las actuaciones de los gobiernos provinciales de Mrida y Trujillo que, en su concepto, podran extenderse a las dems de Venezuela.Su pensamiento es, sin duda, comenta el autor, comn a la gran mayora de los proceres durante la primera Repblica; y en la manera como lo expresa, se transparenta discretamente un aspecto importante de la psicologa y de la poltica efectiva de nuestros revolucionarios, quienes, como hemos dicho, proclaman la indepen dencia, la constitucin y cuantos principios se quiera, pero entienden conservar y aun reforzar los poderes que tienen del rgimen colonial y continuar gobernando el pas sin alterar su estructura social.

Se trataba, en otras palabras, de mantener, bajo la forma republicana, el mismo sistema de oligarquas locales creadas durante el rgimen penin sular, con la natural extensin que los nuevos principios proclamados im ponan al eliminarse el sistema monrquico y establecerse, en su lugar, otroXXVII

de ms dilatadas dimensiones y en el cual los viejos moldes de clases y colores quedaban considerablemente quebrantados. Adoptse, finalmente, el sistema federal y el Triunvirato Ejecutivo. Contra ese sistema, se alzar luego el verbo apasionado del Liberta dor. En su Memoria, dirigida desde Cartagena a los ciudadanos de Nueva Granada, primera manifestacin de sus aptitudes geniales que habran de encarnar en l la filosofa y la dinmica del movimiento revolucionario, enjuicia certeramente el lirismo de nuestros primeros legisladores, cau sante de la prdida de la primera Repblica. Ser siempre oportuno re cordar las frases del Libertador, que asumen todava una palpitante actua lidad para los pueblos de la Amrica Hispana. Yo soy, granadinos exclama en una explosin de dolor y, a la vez, afirmacin del propsito tenaz que lo posee y no lo abandonar jams, de consagrarse a la libertad de Amrica, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio de sus ruinas fsicas y polticas, que siempre fiel al sistema liberal y justo que proclam mi patria, he venido a seguir aqu los estan dartes de la independencia, que tan gloriosamente tremolan en estos esta dos. Y despus de censurar severamente la poltica dbil y tolerante adoptada por el Gobierno de Venezuela hacia los adversarios del rgimen republicano, explica la derrota:Los cdigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que podan ensearles la ciencia prctica del Gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios que, imaginndose repblicas areas, han procurado alcanzar la perfeccin poltica, presuponiendo la perfectibilidad del linaje humano. Por manera que tuvimos filsofos por jefes; filantropa por legislacin, dialctica por tctica, y sofistas por soldados. Con semejante subversin de principios y de cosas, el orden social se resinti extre madamente conmovido y desde luego corri el Estado a pasos agigantados a una disolucin universal, que bien pronto se vio realizada.

Alude nuevamente a la impunidad de los conspiradores y agrega:De aqu vino la oposicin decidida a levantar tropas veteranas, disciplinadas, y capa ces de presentarse en el campo de batalla, ya instruidas, a defender la libertad con suceso y gloria. Por el contrario: se establecieron innumerables cuerpos de milicias indisciplinadas, que adems de agotar las cajas del erario nacional con los sueldos de la plana mayor, destruyeron la agricultura, alejando a los paisanos de sus hogares; e hicieron odioso el gobierno que obligaba a stos a tomar las armas, y a abandonar sus familias. Las repblicas, decan nuestros estadistas, no han menester de hombres pagados para mantener su libertad. Todos los ciudadanos sern soldados cuando nos ataque el enemigo. Grecia, Roma, Venecia, Gnova, Suiza, Holanda, y recientemente el Norte de Amrica vencieron a sus contrarios sin auxilio de tropas mercenarias siempre prontas a sostener al despotismo y a subyugar a sus conciudadanos.

El rgimen federal adoptado por los constituyentes le merece las ms acerbas censuras:XXVIII

Pero lo que debilit ms al Gobierno de Venezuela, dice, fue la forma federal que adopt, siguiendo las mximas exageradas de los derechos del hombre, que autori zndolo para que se rija por s mismo, rompe los pactos sociales, y constituye a las naciones en anarqua. Tal era el verdadero estado de la confederacin. Cada provin cia se gobernaba independientemente; y a ejemplo de stas, cada ciudad pretenda iguales facultades alegando la prctica de aqullas, y la teora de que todos los hombres, y todos los pueblos, gozan de la prerrogativa de instituir a su antojo, el gobierno que les acomode. El sistema federal, bien que sea el ms perfecto, y ms capaz de proporcionar la felicidad humana en sociedad es, no obstante, el ms opues to a los intereses de nuestros nacientes estados. Generalmente hablando, todava nuestros conciudadanos no se hallan en aptitud de ejercer por s mismos y amplia mente sus derechos; porque carecen de las virtudes polticas que caracterizan al verdadero republicano: virtudes que no se adquieren en los Gobiernos absolutos, en donde se desconocen los derechos y los deberes del ciudadano. Por otra parte qu pas del mundo por morigerado y republicano que sea, podr, en medio de las facciones intestinas y de una guerra exterior, regirse por un gobierno tan complicado, y dbil como el federal? No, no es posible conservarlo en el tumulto de los combates y de los partidos. Es preciso que el Gobierno se identifique, por decirlo as, al carcter de las circunstancias, de los tiempos y de los hombres que lo rodean. Si estos son prsperos y serenos, l debe ser dulce, y protector; pero si son calamitosos y turbulentos, l debe mostrarse terrible, y armarse de una firmeza igual a los peligros, sin atender a leyes, ni constituciones, nterin no se restablecen la felicidad y la paz.

Y en tono que recuerda las patticas lamentaciones del Profeta sobre la suerte de la Ciudad Sagrada, agrega el Libertador: Si Caracas, en lugar de una confederacin lnguida e insubsistente, hubiese establecido un go bierno sencillo, cual lo requera su situacin poltica y militar, t existieras oh Venezuela! y gozars hoy de tu libertad. Bolvar sintetiza luego las causas de la prdida de la Repblica con las siguientes palabras:De lo referido se deduce que, entre las causas que han producido la cada de Vene zuela, debe colocarse en primer lugar la naturaleza de su constitucin, que, repito, era tan contraria a sus intereses, como favorable a los de sus contrarios. En segundo, el espritu de misantropa que se apoder de nuestros gobernantes. Tercero: la oposi cin al establecimiento de un cuerpo militar que salvase la Repblica y repeliese los choques que le daban los espaoles. Cuarto: el terremoto, acompaado del fanatismo, que logr sacar de este fenmeno los ms importantes resultados, y, ltimamente, las facciones internas que en realidad fueron el mortal veneno que hicieron descender la patria al sepulcro. Estos ejemplos de errores e infortunios, no sern enteramente intiles para los pueblos de la Amrica Meridional, que aspiran a la libertad e independencia.

La victoria fulgurante de 1813 suministra al Libertador el argumento contundente contra quienes, olvidando la leccin del ao anterior, pre tenden establecer nuevamente el sistema federal en el pas no reconquis tado an. Al ciudadano Manuel Antonio Pulido, quien le reclama el reco nocimiento de la autonoma de su Provincia, lo fulmina en carta de 13 de octubre de dicho ao:XX IX

A nada menos quisiera prestar materia que a las sospechas de los celosos partidarios del federalismo, le escribe, que puedan atribuir a miras de propia elevacin las provi dencias indispensables para la salvacin de mi pas; pero cuando penden de ellas la existencia y fortuna de un milln de habitantes, y aun la emancipacin de la Amrica entera, toda consideracin debe ceder a objeto tan interesante y elevado. Lamento ciertamente que reproduzcis las viciosas ideas polticas que entregaron a dbil ene migo una repblica entera, poderosa en proporcin. Recrrase la presente campaa, y se hallar que un sistema muy opuesto ha restablecido la libertad. Malograramos todos los esfuerzos y sacrificios hechos, si volviramos a las embarazosas y complica das formas de la administracin que nos perdi... Cmo pueden ahora pequeas poblaciones, importantes y pobres, aspirar a la soberana y sostenerla?... En la Nueva Granada, la lucha de pretensiones semejantes a las nuestras, degener en una abomi nable guerra civil, que hizo correr la sangre americana, y hubiera destruido la inde pendencia de aquella vasta regin, sin mis esfuerzos por conseguir una conciliacin y el reconocimiento de una suprema autoridad. Jams la divisin del poder ha estable cido y perpetuado gobiernos: slo la concentracin ha infundido respeto; y yo no he libertado a Venezuela sino para realizar este mismo sistema. Ojal hubiera llegado el momento de que pasara mi autoridad a otras manos! Pero mientras dure el peligro actual, a despecho de toda oposicin, llevar adelante el plan enrgico que tan buenos sucesos me ha proporcionado... Si un gobierno descendiera a contentar la ambicin y la avaricia humana, pensad que no existiran pueblos que obedeciesen. Es menester sacrificar en obsequio del orden y del vigor de nuestra administracin, las pretensio nes interesadas; y mis innovaciones, que en nada exceden de la prctica del ms libre gobierno del mundo, sern sostenidas a toda costa, por exigirlo mi deber y mi res ponsabilidad.

En su Mensaje inmortal al Congreso de Angostura, el Libertador rinde a los legisladores de 1811 el fervoroso tributo que se merecan sus acen dradas virtudes republicanas.Amando lo ms til, exclama, animada de lo ms justo, y aspirando a lo ms perfecto al separarse Venezuela de la Nacin Espaola, ha recobrado su Indepen dencia, su Libertad, su Igualdad, su Soberana Nacional. Constituyndose en una Repblica Democrtica, proscribi la Monarqua, las distinciones, la nobleza, los fueros, los privilegios: declar los derechos del hombre, la libertad de obrar, de pensar, de hablar y de escribir. Estos actos eminentemente liberales jams sern demasiado admirados por la pureza que los ha dictado. El primer Congreso de Venezuela ha estampado en los anales de nuestra Legislacin, con caracteres indele bles, la majestad del Pueblo dignamente expresada, al sellar el acto social ms capaz de formar la dicha de una Nacin. Necesito recoger todas mis fuerzas para sentir con toda la vehemencia de que soy susceptible, el supremo bien que encierra en s este Cdigo inmortal de nuestros derechos y de nuestras Leyes.

Empero, de seguidas, el Libertador ratifica una vez ms, en tono so lemne que constituye una severa advertencia para los legisladores futuros, su crtica fundamental al sistema de gobierno adoptado que, en su concep to, lleva en s el germen de la destruccin de la Repblica. Con el acento grandilocuente que le es tan caro y con el cual procura en toda ocasin convencer a los escpticos y entusiasmar a los tmidos, exclama:XXX

Pero cmo osar decirlo! Me atrever yo a profanar con mi censura las tablas sagradas de nuestras leyes...? Hay sentimientos que no se pueden contener en el pecho de un amante de la Patria; ellos rebosan agitados por su propia violencia, y a pesar del mismo que los abriga, una fuerza imperiosa los comunica. Estoy penetrado de la idea de que el Gobierno de Venezuela debe reformarse; y que aunque muchos ilustres ciudadanos piensan como yo, no todos tienen el arrojo necesario para profesar pblicamente la adopcin de nuevos principios. Esta consideracin me insta a tomar la iniciativa en un asunto de la mayor gravedad, y en que hay sobrada audacia en dar avisos a los Consejeros del Pueblo. Cuanto ms admiro la excelencia de la Constitucin Federal de Venezuela, tanto ms me persuado de la imposibilidad de su aplicacin a nuestro estado. Y segn mi modo de ver es un prodigio que su modelo en el Norte de Amrica subsista tan prsperamente y no se trastorne al aspecto del primer embarazo o peligro. A pesar de que aquel Pueblo es un modelo singular de virtudes polticas y de ilustracin moral; no obstante que la Libertad ha sido su cuna, se ha criado en la Libertad, y se alimenta de pura Libertad: lo dir todo, aunque bajo muchos respectos, este Pueblo es nico en la historia del gnero humano, es un prodigio, repito, que un sistema tan dbil y complicado como el Federal haya podido regirlo en circunstancias tan difciles y delicadas como las pasadas. Pero sea lo que fuere, de este Gobierno con respecto a la Nacin Americana, debo decir, que ni remotamente ha entrado en mi idea asimilar la situacin y naturaleza de los Estados tan distintos como el Ingls Americano y el Americano Espaol. No sera muy difcil aplicar a Espaa el Cdigo de Libertad poltica, civil y religiosa de Inglaterra? Pues an es ms difcil adaptar en Venezuela las leyes del Norte de Amrica. No dice el espritu de las leyes que stas deben ser propias para el Pueblo que se hacen?, que es una gran casualidad que las de una Nacin puedan convenir a otra?, que las leyes deben ser relativas a lo fsico del pas, al clima, a la calidad del terreno, a su situacin, a su extensin, al gnero de vida de los Pueblos?, referirse al grado de Libertad que la Constitucin puede sufrir, a la Religin de los habitantes, a sus inclinaciones, a sus riquezas, a su nmero, a su comercio, a sus costumbres, a sus modales? He aqu el Cdigo que debamos consultar, y no el de Washington!

No est de ms recordar las admoniciones del Padre de la Patria a propsito del sistema sancionado en 1811 y que l quiere corregir, no para beneficio de la autoridad del supremo mandatario de la Repblica, sino en obsequio de la estabilidad de esta ltima:Que se fortifique, pues, recomienda, todo el sistema del Gobierno, y que el equilibrio se establezca de modo que no se pierda, y de modo que no sea su propia delicadeza, una causa de decadencia. Por lo mismo que ninguna forma de Gobierno es tan dbil como la democrtica, su estructura debe ser de la mayor solidez; y sus instituciones consultarse para la estabilidad. Si no es as, contemos con que se establece un ensayo de Gobierno, y no un sistema permanente: contemos con una Sociedad dscola, tumultuaria y anrquica y no con un establecimiento social, donde tengan su imperio la felicidad, la paz y la justicia... No aspiremos a lo imposible, no sea que por elevarnos sobre la regin de la Libertad, descendamos a la regin de la tirana. De la Libertad absoluta se desciende siempre al Poder absoluto, y el medio entre estos dos trminos es la Suprema Libertad social. Teoras abstractas son las que producen la perniciosa idea de una Libertad ilimitada. Hagamos que la fuerza pblica se contenga en los lmites que la razn y el inters prescriben: que la voluntad nacional se con

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tenga en los lmites que un justo Poder le seala: que una Legislacin civil y criminal, anloga a nuestra actual Constitucin domine imperiosamente sobre el Poder Judiciario, y entonces habr un equilibrio, y no habr el choque que embaraza la marcha del Estado, y no habr esa complicacin que traba, en vez de ligar la sociedad.

Es curioso observar que el insigne Precursor, figura relevante del Con greso y smbolo, pudiera decirse, de la Revolucin, no tomara parte activa en aquellas interminables discusiones sobre las caractersticas que habra de asumir la Constitucin. Cuando, antes de firmarla, anuncia su propsito de dejar constancia de sus reparos al Estatuto Federal, otros diputados preten den oponerse alegando que l no haba jams manifestado sus opiniones durante la lectura y discusin del proyecto. Un representante encuentra muy reparable esta conducta de parte de un diputado del Congreso de cuya boca jams haban salido las observaciones que ahora aparecan en la protesta. Sin embargo, Miranda estampa al pie de la Constitucin la si guiente salvedad: Considerando que en la presente Constitucin los pode res no se hallan en un justo equilibrio; ni la estructura u organizacin general suficientemente sencilla y clara para que pueda ser permanente; que por otra parte, no est ajustada con la poblacin, usos y costumbres de estos pases, de que puede resultar que en lugar de reunimos en una masa general o cuerpo social, nos divida y separe, en peijuicio de la seguridad comn y de nuestra independencia, pongo estos reparos en cumplimiento de mi deber. A lo cual replica violentamente Uztriz:Aquello de que los poderes no estn en un justo equilibrio, quiere decir que el Poder Ejecutivo sea sagrado e inviolable y por diez aos, como fue propuesto. Lo de que la estructura y organizacin general no est suficientemente sencilla y clara, quiere decir que l no la entiende (o no la quiere entender); porque ya se le ha notado que cuando una cosa no est clara para l, aunque lo est para los dems, se atribuye el defecto a la cosa misma. Lo de que no est ajustada con la poblacin, usos y costumbres de estos pases, quiere decir que, como ellos estaban bajo un gobierno monrquico con todos sus accesorios, a saber: nobleza, ttulos, cruces y privilegios de una parte, y bajeza y abnegacin, al parecer original, perpetua e injuriosa de la otra, es preciso que no salgamos de aquel sistema jams, y acaso que busquemos un suplente de Fernando VIL

Este desahogo poco respetuoso para lo que el Precursor representaba en el cuadro de la primera Repblica, merece a nuestro autor el siguiente comentario:Uztriz, oligarca que predica principios democrticos para defender la Constitucin, atribuye la protesta de Miranda al despecho que le causa el haber sido, en virtud de la nueva ley, excluido del gobierno, como todo el que no ha vivido aqu y es prctica comn en todas partes. El general trataba de crear embarazos y de sealarse a la atencin pblica. As confesaba el mantuanismo, paladinamente, que sus rencores haban llegado a incluir en la ley un artculo destinado a alejar del poder al ciudada

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no ms digno de ejercerlo, al hombre que haba luchado treinta aos para crear la Repblica. Sea lo que fuere, Miranda expresa entonces, en trminos generales, su temor de las consecuencias del pacto que los proceres acaban de redactar. Sus pre ocupaciones, que sern tambin las de Bolvar, con los matices correspondientes a la inteligencia y al diverso temperamento de ambos personajes, provienen de la debili dad del poder ejecutivo, la dispersin de fuerzas de las provincias, lo complicado de la administracin federal, cuyo mecanismo requera abundancia de elementos de toda ndole escassimos en Venezuela. Era su deber establecer, con el rgimen central, un gobierno frme y vigoroso. Sobre todo, inquietbale la lucha social en perspectiva provocada por la aplicacin, segn l inconsiderada, de los principios democrticos absolutos en un pas de castas y colores. Miranda conservaba arraigadas prevenciones de europeo y de blanco contra la aptitud de los negros y mulatos para entrar de lleno a ejercer los derechos ciudadanos y a participar directamente en la gestin de los negocios pblicos. En 1792 haba protestado contra la jacobinizacin de las gentes de color de las colonias francesas.

Son acertadsimos los comentarios del autor en cuanto al modo de pensar de Miranda, cuya profunda experiencia le haca ver los riesgos mortales de las teoras que nuestros noveles legisladores haban introdu cido en la Constitucin.Es sin duda, explica, muy extrao que con tales antecedentes, Miranda no haya tomado parte en los debates del Congreso de 1811 sobre la Constitucin, limitn dose a las vagas reservas de que se habl. Su actitud puede slo explicarse por el convencimiento de que todo esfuerzo de su parte para contrariar la corriente fede ralista y liberal de la oligarqua estaba condenado al malogro. Cuanto puede asegu rarse es, lo repetimos, que el general crea entonces en la necesidad de fundar un gobierno fuerte, a cubierto de las usurpaciones de las asambleas y capaz de utilizar, concentrndolas, las escasas fuerzas polticas y militares del pas. El traa de Francia el precedente jacobino, observaba el movimiento de la Revolucin y prevea el vuelco social, el asalto de las castas inferiores al poder y su triunfo final. Es por ello que, centralista y autoritario, era enemigo natural de los oligarcas liberales. Sus disputas con los representantes de Cuman y de Mrida, por ejemplo, provenan en gran parte de que l apareca como opuesto al federalismo y resuelto partidario de vigorizar la autoridad suprema. Considerando el problema del rgimen poltico bajo su aspecto prctico, contraponase a los idelogos que propugnaban el estricto equilibrio de los poderes, a los federalistas sostenedores de un sistema que, si bien arraigaba en el fondo mismo de la tradicin peninsular y colonial, pareca absoluta mente inadecuado a la defensa de la Repblica. El general habl siempre de una federacin continental, porque saba que las diferentes circunscripciones polticas y administrativas del imperio espaol luchaban por conservar y ensanchar su sobera na. Un gobierno central que abarcara el territorio que va de Mxico al Plata era irrealizable. Otra cosa sera multiplicar las autonomas locales en el seno de dichas circunscripciones.

Es digno de observarse cmo coincidieron los criterios de Miranda y del Libertador sobre la cuestin vital de la forma de gobierno, guiado el primero por sus profundos contactos con la vida de todos los pueblos e inspirado el segundo por su penetracin genial. El lirismo exaltado delXXXIII

Congreso ahog la voz del Precursor, impotente para contrarrestar la orga de principios que prevaleci en aqul. La de Bolvar se impondr luego, despus de la catstrofe y mientras duran las disciplinas y los miedos de la guerra, gracias a su espada victoriosa y a su pensamiento vehemente, para concluir, ya vencido a su vez, por la demagogia y la anarqua con la desconsoladora reflexin de que la Libertad haba sido el nico bien con quistado a costa de todos los dems. Empero, puede ponerse en duda que Miranda fuese el hombre llama do a ejercer la primera magistratura del pas. Sus actuaciones al frente de las armas de la Repblica el ao siguiente no justifican el concepto. Dotado de un inmenso caudal de experiencias y conocimientos, iluminado por la luz vivsima de una visin superior acerca de los destinos de la Amrica Hispana, Miranda era acreedor, ante sus conciudadanos, a todos los hono res, a todos los respetos, como el Bautista de la Revolucin, cuya causa haba constituido el mvil de todos sus pasos y cuyo pensamiento lo posey en sus largas peregrinaciones por el mundo. Pero, cuando se encuentra envuelto en el oleaje de la Revolucin, las dudas lo asaltan, lo acosan los enconos y recelos de grupos poderosos y, elevado a la dictadura, desconfa de los elementos disponibles para realizar una obra que, en su opinin, requiere indispensablemente la intervencin exterior; y sin agotar los recur sos, o mejor, inapto para explotarlos, como lo har despus el Libertador, abandona la empresa y va a caer, en uno de los ms dolorosos episodios de la historia, en manos de sus tradicionales adversarios. Como tuvimos la oportunidad de observarlo en otra ocasin,el arcano de la vida de Miranda asume en esos instantes profundidades dignas de Sfocles. Como en las tragedias de la antigua Grecia, implacable con los ungidos por los Dioses, el Destino lo ha empujado inexorablemente a esta escena final de su carrera, donde los actores se mueven dentro de un vrtice de sucesos infaustos que alcanzan el imperio de fuerzas fatales desencadenadas por hados adversos. Su egregia cabeza de Maestro y Apstol, ceida tiempo ha por augustos laureles, ostenta enton ces una doliente corona de mortales espinas. Se ha apagado el radiante fulgor que durante treinta aos eman de su persona, encarnacin de la nueva Cruzada y sm bolo vivo de la mutacin de un Continente. Ahora yace enmudecido en una crcel el pensador cuyo credo luminoso haba despejado las tinieblas de un mundo y cons titua para ste vibrante invocacin de libertad. All como reo de Estado ha de transcurrir en lgubre aislamiento el resto de su existencia mesinica. Pero de all, como en una resurreccin gloriosa, surgir resplandeciente su figura de Precursor de la Independencia de Hispanoamrica aureolada por la Inmortalidad.

Profundo inters asumen para el lector los captulos que Parra-Prez dedica a la poltica exterior de la Repblica y a la mediacin inglesa, en los cuales nos ofrece el resultado de sus prolijas investigaciones en los archivos extranjeros. All se sigue el hilo de las gestiones que en este campoXXXIV

haba iniciado la Junta y se subraya la importancia de las actuacio nes del Gobierno de la Repblica. Con notable exactitud, el autor nos describe las actividades de los polticos ingleses, empeados en conservar la unidad del Imperio Espaol, considerada por aqullos como esencial para el triunfo sobre Napolen, punto vital de su diplomacia. Inglaterra no reconoce la independencia de Venezuela, pero tampoco la objeta y, al efecto, recomienda a las autoridades de la Pennsula una poltica favorable a las aspiraciones de los pueblos hispanoamericanos, a la vez que aconseja a estos ltimos la conciliacin con la Madre Patria. Esto explica que el Comisionado venezolano ante el Gobierno de Washington emprenda ne gociaciones con el Ministro de Francia en los Estados Unidos, quien se muestra particularmente propicio al reconocimiento de la independencia y an a prestar ayuda para lograrla. Curioso episodio ste de las actuaciones de nuestro Gobierno ante el Imperio Francs que, en un momento dado, parecen hacer depender el xito del movimiento de la ayuda napolenica, en violento contraste con la actitud asumida por la Junta el 19 de abril, apoyando la necesidad del establecimiento del Gobierno autnomo en el pretexto del riesgo mortal de que las Provincias americanas cayeran bajo la influencia del Corso insaciable. Son admirables, por su claridad y precisin, los captulos de la obra que el autor dedica a la descripcin de la oposicin que en Caracas encon traban las medidas de Miranda, ya erigido en dictador, pero combatido por todas partes y al trgico episodio de la cada de Puerto Cabello. Estos dos captulos nos ofrecen una fidelsima descripcin de las inmensas difi cultades que rodearon al Generalsimo durante aquellas semanas de la ago na de la Primera Repblica. Informado a fondo de los sucesos militares y polticos de esos das, el autor nos presenta el cuadro de los acontecimientos que asuman, realmente, el aspecto de un caos en el cual se debaten las ms contrapuestas aspiraciones, los ms contradictorios intereses y las pa siones ms vehementes. El lector puede seguir punto por punto, como llevado de la mano, la rigurosa exposicin acerca de aquellos aconteci mientos que tienen el signo de la desorientacin y la anarqua. Ninguna filosofa histrica, ningn elemento racional, como no sean los luminosos y certeros conceptos del Libertador sobre aquellos sucesos, podran explicar nos aquel asombroso desconcierto. En el captulo Las causas del desastre, se refiere el autor, con acopio de atinados comentarios, a las exposiciones hechas por Bolvar en Cartagena a raz de los acontecimientos y alude al memorial escrito por Miranda desde las mazmorras de Puerto Cabello y ya cargado de cadenas, en frases que merecen subrayarse.Cuando Amrica escucha en el Manifiesto (de Cartagena) la ardiente palabra que anuncia la aparicin del Libertador en su historia comenta Parra-Prez cierra el

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Precursor su vida pblica con el Memorial de Puerto Cabello, documento que Baralt llama nobilsimo y digno de quien fue generoso y magnnimo en las cadenas como todas las almas fuertes. De las bvedas de la fortaleza donde se le tiene en prisiones, Miranda dirige a la Real Audiencia de Caracas aquel sereno testamento poltico cuya lectura basta para confundir a sus detractores y confirma, en supremo momento, su verdadero carcter. Cargado de grillos en oscuro calabozo, el viejo patriota alza todava la voz e invoca el honor de la nacin espaola para que se ponga trmino a la tirana que Monteverde ejerce en las provincias venezolanas. No protesta el general contra los viles tratamientos a que se somete su persona, ni alude siquiera al grupo de compatriotas y ex subalternos que le entregara al enemigo: el propio infor tunio desaparece por completo ante la inmensa desgracia nacional, objeto exclusivo de sus preocupaciones.

Los lectores habrn de fijar su atencin en el captulo relativo a la prisin de Miranda. Basado en ciertas declaraciones del propio Bolvar, el autor admite la tesis de que, al intervenir, junto con otros oficiales en la prisin del Generalsimo, Bolvar entenda castigar a quien juzgaba traidor a la Patria y en manera alguna servir a los realistas. A pesar de esa fuente tan respetable, puede ponerse en duda que ese castigo al supuesto traidor a la Patria, fuese el mvil determinante de la accin del Libertador. Prrafos antes, el autor nos ha recordado la nota llena de excelsos sentimientos que Bolvar dirigi al Congreso de Colombia el 23 de agosto de 1821, pidiendo se exceptuase a su generoso protector de 1812, Don Francisco Iturbe, de la Ley de Confiscacin dictada contra los espaoles emigrados y en la cual se deja