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INSTITUTO UNIVERSITARIO INTERNACIONAL DE TOLUCA
DOCTORADO EN EDUCACIÓN
Materia: Tecnologías de la Información y la Comunicación
Docente:Dr. Octavio Islas Carmona
Alumna:Claudia Lucia Benhumea Rodríguez
Escrito: Mi experiencia educativa
Toluca, México, octubre de 2014.
Mi experiencia Educativa
Pocas veces nos detenemos a pensar y recordar nuestra historia, pero hacerlo
nos lleva a veces a valorar más lo que tenemos y por qué no, sonreír con aquellos
momentos que han determinado nuestro presente, por ello es que no podría iniciar
una narración relativa a mi experiencia en la docencia sin relatar cómo es que
llegué a la profesión. Dicen que la felicidad no consiste en hacer lo que uno quiera
sino querer lo que uno hace, en mi caso esto me ha llevado a ser inmensamente
feliz.
Mi madre y mi padre eran maestros, la mayoría de mis tíos y tías también, es fácil
imaginar que en una familia de profesores los niños quieren seguir los pasos de
los padres, y si, al jugar con mis primas y hermanos el juego favorito de la mayoría
era ser la maestra, aunque no era el mío.
Ingresé a la primaria a los 4 años, pero tuve a mis padres como maestros razón
por la que aprendí antes de eso a leer, escribir, y realizar operaciones básicas
tales como la suma, resta y multiplicación; el único problema entonces es que no
sabía juegos de niños, y no era muy sociable, mis nulas habilidades de integración
me llevaron a estar cerca siempre de la maestra, en particular de la de tercer año.
La recuerdo a ella, porque tenía una linda sonrisa, y porque para esa época no
tenía amigos, pero ella, estaba siempre ahí, con algún lindo gesto.
El estudio siempre ha sido mi pasión, sin embargo, a lo largo de mi vida tuve
algunos problemas en lo que respecta a mi formación académica puesto que a
pesar de que mis padres trabajaban, al terminar la primaria fue complicado
continuar estudiando, ya que el dinero le alcanzaba a mi mamá apenas para
comer, era difícil pensar en comparar libros para todas las materias, pagar
uniformes y mucho menos otra clase de lujos. Debo agradecer a un sistema
benevolente y lleno de becas porque cursé la secundaria con una modesta beca y
en la preparatoria obtuve una beca dirigida a los mejores alumnos del estado, con
lo que puede apoyar para costear gastos escolares para mí y para mi hermana.
Cuando terminé los estudios del bachillerato, la situación se hizo más complicada,
pese a ello, tenía la profunda intención de incursionar en el campo de la ingeniería
o la medicina. Mis padres un tanto preocupados por el dinero y otro tanto por la
reputación de ambas carreras, decidieron terminantemente no aprobar esas
opciones.
Un día, saliendo del trabajo, llego mi padre a la casa, y de la nada me dijo que
tenía la carrera perfecta para mí, ésta era la Licenciatura en Lengua Inglesa, ya
que una de sus compañeras la había estudiado y era una gran mujer. La noticia
realmente me llenó de tristeza, no podía creer que siendo tan buena alumna en el
bachillerato desperdiciaría mi trabajo en lenguas. Probablemente había tenido un
juicio muy prematuro sobre los estudios, pero me negaba a ello, creía que
aprender lenguas no tenía gran mérito y que la población a la que se dirigía la
carrera era un sector de chicas interesadas solo en viajar o casarse. Mi madre me
convenció de intentarlo, a medias lo hice, realmente no quería estudiar la carrera,
pero pensar en no estudiar era mucho peor, así que intenté a propósito no pasar el
examen de admisión.
Salieron los resultados, para mi decepción en ese momento vi que había
ingresado. Pasados algunos días, seguía inconforme con la decisión hasta que un
día me llamaron del periódico universitario para avisarme de una entrevista a la
que querían que asistiera en el entendido que había obtenido uno de los mejores
promedios en el examen de admisión. Esta noticia cambio todo y realmente me
decidí a ingresar a la carrera, aún con dudas, pero dispuesta a intentarlo. Me
decía a mí misma que si había intentado salir mal a propósito y había tenido tan
buenos resultados probablemente lograría algo importante en el área.
Pasó el tiempo y me di cuenta que había subestimado la carrera, que requería
tanto esfuerzo como las demás y que por ende no era una pérdida de tiempo,
además, las compañeras tenían verdadera intención de aprender, muchas ellas
tenían carácter y talento. Iba muy bien en la carrera, y aunque mi papá me había
permitido estudiar la misma no podían apoyarme mucho en mis gastos. Seguí
participando en un programa de estímulos al talento estudiantil, tenía una beca de
escolaridad por el promedio, y la del sindicato de mi mamá. Aun así, no me
alcanzaba el dinero, pasaba muchos días con poca comida, caminaba grandes
distancias para gastar en menos autobuses y muchas veces no podía adquirir el
material.
La licenciatura era amena, aprendíamos sobre literatura inglesa e hispana, historia
universal, historia sobre países anglófonos, estudios sobre lingüística,
sociolingüística, fonética, fonología, pragmática, teorías sobre docencia,
adquisición del lenguaje, traducción e interpretación, lengua inglesa de principio a
fin, bases de francés, y algunas clases complementarias tales como teatro, historia
del cine, género, relaciones internacionales, etc.
Hacia el séptimo semestre comencé la práctica docente, con una maestra que me
impartió cátedra toda la licenciatura, era mi maestra favorita, aunque sus materias
eran de las más laboriosas. La maestra vio mi gusto por la docencia, y dado que
tuvo la oportunidad de integrar personal docente a diferentes instancias
universitarias, me dio mi primera oportunidad de insertarme en el sector laboral.
Así, a los 19 años gracias a su apoyo tuve mi primer contrato en la Facultad de
Geografía de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx).
El grupo de la Facultad de Geografía tenía cerca de 15 alumnos quienes estaban
por terminar su carrera, todos mayores que yo en edad. Recuerdo el primer día de
clase: pasé toda la mañana en la biblioteca repasando una y otra vez la lección,
temblaba y sudaba. La reacción del subdirector al verme llegar fue de descontento
pues notó mi corta edad, aunque con gran profesionalismo me presentó en el
grupo y reiteró su apoyo a lo largo del curso. Como es de esperarse, aunque tenía
formación en la enseñanza del inglés, los resultados no fueron los más óptimos:
los alumnos no me tomaban en serio, algunos no aprendieron, y otros tantos
vieron la posibilidad de acreditar la materia fácilmente.
No me volvieron a contratar terminando el curso, pero de inmediato me integré a
uno de los lugares en que aún trabajo, el Centro de Actividades Culturales (CeAC)
de la Universidad. Nuevamente la maestra me apoyo al aprobar mi contratación y
pude ingresar. Esta vez me sentía mucho más segura y estaba lista para trabajar
con los alumnos. Mi primera clase fue muy buena, y las que siguieron también, y
los alumnos lo notaban. Fue entonces que me enamoré por completo de la
carrera. Los gastos seguían y no me alcanzaba con las becas y el salario de un
grupo, así que decidí hacer prácticas profesionales con la misma maestra que
todo el tiempo me apoyó.
Comencé mis prácticas profesionales en calidad de auxiliar al área académica del
Programa Institucional de Enseñanza del Inglés (PIEI). El trabajo en el
departamento era muy fuerte ya que se estaba consolidando toda la estrategia
para la enseñanza del inglés en la UAEMéx que recientemente había adoptado el
Modelo de Innovación Curricular en todos sus planes de estudio (aún vigente).
Como buena jefa, la maestra con quien trabajaba me enseño todo al respecto del
modelo, me involucró en toda la teoría de la enseñanza por competencias, en la
elaboración de programas de estudios, de guías pedagógicas, la aplicación de
examinaciones para determinar el nivel de los alumnos, la enseñanza de lenguas
en contextos reales con sus diferencias para bachillerato y licenciatura, en la
enseñanza a distancia, en el diseño a distancia y en la enseñanza de lenguas con
propósitos académicos y específicos. Era tanto trabajo que no podía con lo del
departamento y la carrera, razón por la que mi promedio descendió un poco, sin
bajar de 9 puntos. Conocí a la mayoría de docentes de inglés, y de forma
inmediata comencé a dar clases a los docentes y personal administrativo de la
Universidad. En menos de un año me perfilé como una de las docentes de inglés
más entusiastas y capacitadas en el contexto en el que estaba inmersa.
Las prácticas me dejaron mucho de lo que aún hago. Me integré al equipo de
trabajo del Bachillerato a Distancia en calidad de diseñadora y asesora, me
convertí en coautora de 4 programas de estudio, coautora de cursos a distancia,
docente con propósitos generales y específicos en grupos de niños, adolescentes
y adultos; comencé a dar mis primeras ponencias, y aprendí el manejo de un
departamento, esto, aun estudiando la carrera.
Terminé la carrera, pero seguía apoyando en el departamento ya que seguía muy
involucrada en todos los proyectos. Me titulé al año siguiente por promedio,
cuestión de la que aún me arrepiento puesto que eso me dejo en desventaja para
competir por la presea Ignacio Manuel Altamirano, otorgada al mejor promedio de
la generación. Pronto me integré al equipo de trabajo de la Facultad de Derecho.
En este lugar conocí a muchas colegas muy preparadas, y tuve la posibilidad de
crecer en el dominio de grupos grandes. Aprendí sobre la organización de eventos
asociados con el idioma inglés, es decir, concursos de spelling bee, navidad, etc.
En CeAC seguí trabajando con niños y adultos.
Medio año más tarde, con la estrategia de enseñanza del inglés de la
administración en turno pude integrarme como responsable del centro de auto
acceso en la Facultad de Antropología. La entrevista con la directora fue muy
tranquilizante, a pesar de mi seriedad y mi retraída personalidad me dio la mejor
de las bienvenidas y me invitó a conocer el espacio antes de integrarme de lleno.
Al entrar al trabajo empecé a fallar en la puntualidad debido a la carga horaria que
tenía, en ese momento decidí adquirir un auto, era imposible viajar de PIEI a
CeAC, de CeAC a Derecho y de Derecho a Antropología y llegar en tiempo. No
fue suficiente lo anterior ya que tuve que dejar la experiencia del trabajo en
Derecho y continuar en Antropología, aunque con los otros proyectos seguí
trabajando.
Ingresé a la Facultad de Antropología el 30 de mayo de 2007, y es una fecha que
aún celebro. El primer día fue muy arduo, tuve que quedarme hasta muy tarde ya
que todo en mi área era de reciente creación. Comencé con problemas en casa
por el horario aunque por otra parte, la comunidad de la Facultad era muy
amigable, sin mencionar que el espacio físico en sí mismo es acogedor y lleno de
vida. Mi oficina era la más linda, con vista a los jardines en el lado oriente y a un
grupo de árboles en el lado poniente, razón por la que además entra el sol en la
mañana y en la tarde, el lugar es pequeño pero acogedor. Mis compañeros de
trabajo me dieron la bienvenida uno a uno en la primera semana, de ellos aún
conservo a grandes amigos.
El área era nueva, no había más que el equipo y 20 libros, el resto me tocó a mí.
Tuve que trabajar muy arduamente en la consolidación del espacio, desde la
difusión hasta la administración. En lo relativo a las clases comencé el mismo
mes, era un grupo de muchachos de mi edad quienes estaban por egresar, el
grupo fue responsable y hubo resultados satisfactorios. Respecto a los alumnos,
muy pocos me conocían ya que me integré en un periodo muy cercano al
intersemestre.
El periodo semestral inmediato dio inició en septiembre, di clases a un grupo
conformado por 9 mujeres y 20 hombres. Éste fue uno de los grupos que marcó
más mi historia como docente y como persona. Eran antropólogos a la antigua (o
esa es mi perspectiva), desaliñados, inconformes con el sistema y con la
globalización (en efecto con el inglés), impredecibles. Tenían mi edad en su
mayoría, de séptimo semestre, lo que creó una sinergia especial. Digo que el
grupo marcó mi vida porque muy probablemente, por el rol y la edad, con la
mayoría de ellos sentía como si trabajara con homólogos, es decir, con amigos,
aunque tuve serias complicaciones para que quisieran aprender inglés, y
seguramente aprendí más de ellos que ellos de mí. Dado que les di clases el
semestre inmediato también, éste fue el único grupo del que realmente he hecho
amigos para la vida.
A pesar del aspecto positivo, trabajaba muchas horas sin horarios de comida
(cuestión que sigo haciendo), cuando podía compraba algo rápido, esto en
conjunto me causó una enfermedad de casi un año que también me trajo mucha
depresión. De eso aprendí que la salud es primero que el trabajo, y que una
persona saludable trabaja mejor.
Después de recuperarme y aprender a comer bien, trabajé mucho más
arduamente, decidí prepararme más, comencé la maestría en educación con
énfasis en nuevas tecnologías, sobretodo porque seguía laborando a distancia y
cada vez era más necesario dominar herramientas que permitieran y mejoraran el
trabajo. En la maestría aprendía a desarrollar software sencillo, y fue mi propuesta
de desarrollar un software lo que me permitió involucrarme en otro proyecto en un
periodo posterior cercano.
También me especialicé en el trabajo en el espacio académico en el que estaba.
En Antropología nunca me ha faltado el apoyo, los directores que han pasado y
sus equipos de trabajo permitieron el trabajo multidisciplinar, y sobretodo
permitieron que como docente de inglés me integrara a actividades que a otros
docentes de inglés en otros espacios no les han permitido, tales como la tutoría
académica, y la participación de los órganos colegiados académico y de gobierno
de la facultad.
El equipo de docentes de inglés con quienes trabajo también me permitió crecer,
aprendí un poco sobre el trato con mis compañeras, que pareciera un aspecto
sencillo, pero que en el fondo me ha evitado conflictos.
Había trabajo mucho no obstante había algo en mi formación faltante. Debido a mi
condición económica no había podido viajar al extranjero y respaldar el aspecto
cultural del que depende mi profesión. Se dio la oportunidad cuando la UAEMéx
firmó un convenio con la Universidad del Norte de Texas (UNT) en el que a través
de programas intersemestrales se capacitaba en metodología de lenguas e inglés
a docentes y a alumnos. La facultad respaldó mi postulación para el viaje, y pude
pasar dos semanas en la universidad aprendiendo sobretodo de la cultura
universitaria. Aunque todos los gastos fueron propios tuve la posibilidad de viajar,
aprender y no perder mi empleo.
En el viaje fui con varias amigas docentes egresadas de la misma licenciatura,
incluso 2 de ellas de la misma generación. El viaje fue un deleite total, aprendí
sobre la cultura escolar estadounidense. La UNT nos dio la oportunidad de
quedarnos en el campus, así que comíamos, estudiábamos y dormíamos ahí. No
salíamos mucho, salvo a comprar, pero conocí a fondo las instalaciones, las
personas en el campus, el poblado en sí mismo. Regresé más confiada al hablar
en inglés, y al hablar de la cultura.
La maestría seguía en curso, los diseños realizados ahí apoyaron enormemente
las clases, utilizaba recursos multimedia muy encaminados al área de
antropología. Con la incursión de las aulas digitales y mi experiencia en el uso de
las tecnologías tuve la posibilidad de explotar los recursos al máximo y crear
clases significativas, memorables, interactivas y motivantes para los alumnos.
La titulación de la maestría implicó un cambio sustancial, mayor entendimiento de
la docencia y a nivel personal implicó la consolidación de un proyecto de tesis, que
en su momento me llenaba de orgullo y al que ahora encuentro con grandes
defectos.
Lo anterior se sumó a la conjugación de los avances tecnológicos, permitiendo
integrarme a un proyecto a distancia orientado a docentes de la universidad. El
trabajo en el proyecto me dejó enseñanzas sobre la formalidad en tiempos y en
lenguaje, sobre la creciente necesidad de ver a todas las personas como
aprendices que requieren de un trato amable y paciencia, de reconocer la
importancia que tienen sus aportes y de ante todo comprender que la docencia no
es transmitir sino comunicar.
Fue cerca de esta época que tuve la oportunidad de cambiar de trabajo tomando
jefaturas en el área en la universidad o en el Estado, y debo reconocer que las
oportunidades me buscaron a mí, lo cual me llena de gusto. Sin embargo, aquí
decidí que lo mío es estar en grupo, el trabajo de oficina aunque relativo a la
docencia no me permite experimentar el gozo de la comunicación con el otro, y
que en definitiva el trabajar con niños y con jóvenes le trae vitalidad a mis días.
Los años posteriores tuvieron una estrecha relación con lo que ya he descrito, mi
amor por el trabajo en antropología y mi preocupación por incursionar en las
nuevas ideas relacionas con el aprendizaje de la lengua. Lejos de volverse
rutinarios mis días en el trabajo, he aprendido cada vez más de las comunidades
donde laboro, de los problemas que enfrentan y cómo es que estos se relacionan
con el aprendizaje del idioma.
Algunas materias, grupos o alumnos me son gratamente memorables. Una de las
clases que más recuerdo fue una tarde con un grupo de niños en el CeAC, me
sentía abatida y triste por motivos relativos a mi vida personal, mi rostro lo
reflejaba, y al entrar los niños lo notaron, comencé la clase y pasaron pocos
minutos antes de que todos me escribieran cartas llenas de corazones, dibujos de
mi persona y frases de cariño. Fue tanta la emoción al recibirlas que solté a llorar y
de inmediato sonreí, por supuesto no volví a estar triste en mucho tiempo y menos
en ese grupo.
Otro grupo que recuerdo fue uno en Antropología, se acercaba la época navideña,
como es costumbre, el área de inglés organiza los festejos. Los chicos no estaban
muy motivados y por más que me esforzaba no veía avances en lo que tenían que
presentar. Siendo mi trabajo algo parecido a una coordinación de inglés estaba a
cargo del evento, por otra parte los grupos de mis compañeras parecían estar en
peor situación. Llegó el día del evento, y los vi ahí a todos, listos y presentables,
los conductores del evento magníficos, los sketches de los chicos más
desenfadados y de los más trabajadores fueron muy divertidos, otro alumno más
llevo a su banda de rock, y todos fueron participes de la actividad. Creía que no
funcionarían las cosas y todo salió de lo mejor, los chicos me sorprendieron con su
compromiso y su apoyo.
No todas las experiencias han sido buenas en mis clases de licenciatura, sobre
todo cuando recuerdo a los alumnos extranjeros en mi clase, exceptuando al
primero de ellos Wendell, en mi primer año de trabajo en antropología. A lo largo
de mi trabajo docente en la facultad de antropología algunos alumnos extranjeros
me han causado dolores de cabeza ya que optan por estudiar inglés en el país a
fin de llevar una estancia relajada y darse la posibilidad de recorrer el país.
Algunas experiencias han sido deprimentes, una de ellas fue cuando uno de mis
alumnos del CeAC, un pequeño de 9 años reprobó una de las evaluaciones en mi
clase. Era uno de esos alumnos que participan, llegan temprano, pero por algún
extraño motivo parecen no avanzar. Cuando le dije su calificación me insistió que
lo ayudara, pero no debía, y le informé la calificación a sus padres. Ese día no
paso mucho rato para que el pequeño me hablara por teléfono en la noche
pidiéndome que lo ayudara porque sus padres lo habían dejado fuera de su casa
por haber reprobado. Me rompió el corazón, no solo porque reconocía que un
valor numérico no representaba el esfuerzo del niño, sino porque talvez aunque
era correcto conforme al sistema, en el fondo sabía que era injusto. A fin de
apoyarlo hablé esa noche a la casa del pequeño para acordar darle asesorías
extra y que pudiera pasar.
Otras experiencias también han sido tristes, en especial las relacionadas con la
desesperanza que expresan algunos universitarios al egreso de la carrera. Por
eso es que de los antropólogos he aprendido que el aprendizaje de una lengua
debe darse necesariamente en función de una planeación de vida y carrera, que
uno no puede estudiar algo con base en un encadenamiento de actos fortuitos
(como tal vez fue mi caso) y permitirse que el azar determine el curso de una vida.
Tal vez lo anterior, asociado a otros acontecimientos personales me llevó a la
decisión repentina de comenzar el doctorado.
Parece risible pero no hubiera optado por los estudios sino hubiera sido porque
comencé una búsqueda personal, y aunque en el inicio no sabía exactamente que
encontraría las respuestas a lo que buscaba, alcanzaba a vislumbrar la posibilidad
de hallar algo que me llenara.
Mi primera impresión al entrar fue que había equivocado la decisión, que había
muchos huecos en mi formación, y carencias en lo relativo a la literatura, pero
desde la primera clase me percaté de la existencia de preguntas que jamás me
había formulado como docente, y descubrí que la enseñanza es un acto inherente
al ser humano. Todos en algún momento de nuestra vida hemos adoptado el rol
de maestros, y me vi como una mujer más apasionada por lo que hago.
Tal como mencioné al inicio del relato, no era mi prioridad el estudiar inglés, me
parecía algo desdeñable y con carencia de mérito. Al estudiar el doctorado me doy
cuenta que el docente de inglés no está posicionado a la par de cualquier otro
docente universitario, que el estudio de las lenguas extranjeras (al menos en el
país) es un asunto de menor importancia, y que todas las ilusiones y entusiasmo
que por años tuve respecto a la posibilidad de crecimiento de mi carrera, eran un
mero sueño. Esto me ha llevado a seguir otro escalón en mi trayectoria, la
transición del docente-empírico entusiasta al docente-investigador en quien me
quiero convertir.
Veo que mi preocupación por las comunidades donde laboro no debe quedar solo
en ello, que siendo la docencia parte esencial del ser, es nuestra obligación desde
cualquiera que sea la posición teórica que tengamos aportar a la calidad de vida
de las personas.
Alrededor de estos años tuve la posibilidad de regresar becada a Texas, a otra
Universidad, la de Austin. La experiencia fue incluso más enriquecedora, ya que
en esta ocasión los docentes nos llenaron de afecto, conocían nuestros nombres y
convivieron con nosotros. Pude visitar otras ciudades como Houston y San
Antonio, aprendí deportes propios de la zona, y al residir en una gran ciudad tuve
la oportunidad de conocer a muchas personas y llenarme de experiencias que en
el viaje previo no tuve. Respecto a la docencia, la universidad superó mis
expectativas ya que recibí clases de temas y problemáticas que jamás había
escuchado en el país dentro de mi área y que además llamaron mucho mi
atención.
Una de las cosas que más disfrute fue la posibilidad de tomar parte en clases de
inglés orientadas a inmigrantes mexicanos y de otras nacionalidades. Una de
ellas, fue en ‘El buen Samaritano’, donde pude apreciar los lazos que unen a
latinos y mexicanos para protegerse en el país. La otra experiencia fue en ‘Casa
Marianella’, ahí pude observar a inmigrantes de Camerún, México, China y
Latinoamérica, sus condiciones eran paupérrimas pero me dieron la posibilidad de
comprender porque es necesario cimentar los esfuerzos de la educación en todos
los niveles.
Mi experiencia educativa ha sido el origen de las experiencias más gratificantes
que he podido compartir con la comunidad. Además de mi familia y amigos, las
personas con quien tengo el honor de trabajar en el rol de docentes o alumnos
aportan algo todos los días y me recuerdan que en mi corta carrera hay a tantos
modelos docentes a quienes agradecer por su contribución.
De la maestra Silvia, de la primaria, aprendí que para un niño el maestro puede
ser todo, y su actitud puede cambiar la infancia de un niño, de la maestra
Candelaria, de la secundaria, aprendí que uno debe ser tierno, pero que la ternura
no puede estorbarle al rigor; de la maestra María Esthela, de la universidad,
aprendí que el trabajo requiere pasión, y que la pasión nos lleva el verdadero
éxito, de Kirk, también de la universidad, aprendí que una clase puede ser muy
amena si se saben aprovechar las ideas de los alumnos, de Carlos, de la
maestría, que no importa la edad de un alumno, si se le despierta la curiosidad,
éste será como un niño, de Adalberto, también de la maestría, que no importa
cuánto conocimiento se tenga, la cortesía y el respeto por el otro debe prevalecer,
del Maestro Arzate, mi jefe, que la verdadera pasión por la carrera puede
contagiar el ánimo de aprender. En fin, aún conservo un profundo cariño por los
docentes que he tenido y que han influenciado mi práctica.
A lo largo de mi trayectoria docente, con las pocas o muchas experiencias
aprendidas no puedo llegar a decir si soy una “buena maestra”, es más, ni siquiera
pretendo serlo, de lo que sí tengo certeza es que todos los días me esfuerzo por
ser una influencia positiva en la vida de los alumnos a través de las materias que
enseño y de mi actuar diario. Mi prioridad no son los resultados numéricos de las
clases, ni la posibilidad de conseguir un aumento. Me interesan las personas, y
cada vez que trabajo en un grupo tengo la intención de hacer un cambio en la vida
de las personas que lo integran.
Probablemente mi historia docente o experiencia educativa no es la misma que
experimentan otros, por ejemplo mi padre, quien tuvo que construir piedra a piedra
la escuela que dirigió por más de 30 años, o bien, mi madre, quien en su juventud
tenía que caminar kilómetros diariamente a través del bosque para llegar a
trabajar con niños de escasos recursos, mi historia es más bien una de amor y
aprendizaje, una serie de experiencias que han fortalecido mis convicciones, y que
me han llevado a enamorarme cada vez mi profesión y de la maravillosa
posibilidad de tocar vidas.
Alguna vez alguien me dijo que todas las personas tenemos influencia en los
demás, como en el efecto de Ripple (algo así como el efecto dominó). Si lanzas un
objeto al agua, éste creará una onda, y esta onda creará una onda más grande,
las ondas se expanden y se expanden, en una analogía, creo que como docente
trato de influenciar a otras personas, y creo firmemente que la pasión que ponga
en cada clase y en el aprendizaje de cada alumno, no sólo en lo referente a la
materia que tengo, puede ayudar a que éste mundo sea mejor.