CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

78
Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil Cosas de niñas Colaboran: Montserrat del Amo, Blanca Andreu, Consuelo Armijo, Carmen Conde, Cristina Fernández Cubas, Carmen Kurtz, Mariasun Landa, Gemma Lienas, Pilar Mateos, Ana María Moix, Pilar Molina Llórente, M a Victoria Moreno, Lourdes Ortiz, Cristina Peri Rossi, Marta Pessarrodona, Carmen de Posadas, Soledad Puértolas, 8 Rosa Regás, Carme Riera, M. Mercé Roca, Ana Rossetti, Lola Salvador. 480002"035132 00041

Transcript of CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

Page 1: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil

Cosas de niñas Colaboran: Montserrat del Amo, Blanca Andreu, Consuelo Armijo, Carmen Conde, Cristina Fernández Cubas, Carmen Kurtz, Mariasun Landa, Gemma Lienas, Pilar Mateos, Ana María Moix, Pilar Molina Llórente, Ma Victoria Moreno, Lourdes Ortiz, Cristina Peri Rossi, Marta Pessarrodona, Carmen de Posadas, Soledad Puértolas, 8 Rosa Regás, Carme Riera, M. Mercé Roca, Ana Rossetti, Lola Salvador.

480002"035132

0 0 0 4 1

Page 2: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

REVISTA MENSUAL DE DERECHO

De venta en quioscos.

Para su comodidad ¡suscríbase!

Publicación general de información jurídica

GARANTÍA DE SUSCRIPCIÓN Si en el período de 60 días el contenido

de la revista no es de su agrado, le devolveremos el importe de la suscripción.

^ § -Bole t ín d e SUSCnpCIOn Copie o recorte este cupón y envíelo a:

EDITORIAL FONTALBA, S.A. Valencia 359, 6o 1a

08009 Barcelona (España) Tel. (93) 458 55 08 / Fax (93) 458 66 02

Señores: Deseo suscribirme a la revista CUADERNOS JURÍDICOS, de pe­riodicidad mensual, al precio de oferta de 5.550 ptas. incluido IVA (6.050 ptas. precio venta quiosco), por el período de un año (11 números) y renovaciones hasta nuevo aviso, cuyo pago efectuaré mediante: D Domiciliación bancaria. G Envío cheque bancario por 5.550 ptas. D Contrarrembolso. A partir del mes de (incluido)

Si desean factura, indiquen número de copias y el NIF

Para Canarias, Ceuta y Melilla 5.236 ptas. (exento IVA). Europa Canarias envío aéreo: 5.700 ptas. América

Ordinario Avión 93$

110$ 65$ 65$

Nombre Apellidos Profesión Domicilio Población Código Postal Provincia Teléfono País Fecha

Carmen Bravo-Villasante

UNIVERSIDAD DE CASTILLA-LA MANCHA *. Biblioteca General del Campus de Cuenca 's' Registro: Signatura:

Domicilio Población C.R Provincia

Page 3: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

Cuadernos de Literatura Infanti l y Juvenil

41 SUMARIO

5 EDITORIAL

Cosas de niñas

1 COSAS DE NINAS

La pequeña Montserrat del Amo

La cartilla en el bosque Blanca Andreu

Celia era la única que me comprendía

Consuelo Armijo Cuándo empecé a leer

Carmen Conde Elba: el origen de un cuento

Cristina Fernández Cubas Los cuentos que nos contaron

Carmen Kurtz Fotogramas de infancia

Mariasun Landa Lectodependencia

Gemma Lienas Massot Hacen falta muchos cuentos

Pilar Mateos Lecturas en el balcón

en primavera Ana Ma Moix

Personajes de papel Pilar Molina Llórente

48

NUESTRA PORTADA Ilustración de Lola Anglada

(Margarida, Barcelona: Impremía Altes [1928]).

COSAS DE NINAS (continuación)

M.V.M., una profesora feliz de serlo María Victoria Moreno

Los ganglios Lourdes Ortiz

El deseo Cristina Peri Rossi Alguna vez ámbar

Marta Pessarrodona Soñar con lo probable

Carmen de Posadas Tiempo de leer

Soledad Puértolas El abuelo v La Regenta

Rosa Regás Los cuentos de la abuela

Carme Riera Pinceladas

Maria Mercé Roca Aquellos duros antiguos

Ana Rossetti Aprender a leer Lola Salvador

42 FACSÍMIL

Niñas de papel Teresa Maña

82 EL ENANO SALTARÍN

Lucía en el país de la tristeza

Page 4: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

COMAS SOLA

EL ESPIRITISMO ANTE LA CIENCIA

El eco del apasionante debate internacional sobre le mediumnidad. La toma de posición

de un prestigioso científico ante el reto de lo desconocido

Presentación de Antoni Roca

Páginas: 172 en cartoné Edición facsímil P.V.P. 1000 pías.

POLVS

Una colaboración de:

M U N D O CIENTÍFICO

Editorial Fontalba, s.a. Valencia 359, 6o

08009 Barcelona

y Editorial Alta Fulla

COLECCIÓN «NOCTULABIUM» «ST

CLIJ Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil

Directora Victoria Fernández Coordinador Fabricio Caivano Redactor Carlos G. Barcena Secretaria M. Ángels Rodríguez Correctora lingüística Ma Vinyet Carmona Modolell Diseño gráfico Antoni Martos Ilustración portada Lola Anglada (Margarida, Barcelona: Im­premía Altes [1928]). Han colaborado en este número: Montserrat del Amo, Blanca Andreu, Con­suelo Armijo, Luis Miguel Cencerrado, Centro de Documentación de la Biblioteca Infantil Santa Creu (Barcelona), Carmen Conde, Concha Chaos, Ma Paz Esteban, Cristina Fernández Cubas, Amparo Gómez, Carmen Kurtz, Mariasun Landa, Gemma Lienas, Teresa Maná, Pilar Mateos, Ana Ma

Moix, Pilar Molina Llórente, Ma Victoria Moreno, Xosé-Victorio Nogueira, Lourdes Ortiz, Cristina Peri Rossi, Marta Pessarro-dona, Carmen de Posadas, Soledad Puér-tolas, Rosa Regás, Carme Riera, Ma Mer-cé Roca, Ana Rossetti, Lola Salvador. Edita Editorial Fontalba, S.A. Valencia 359, 6o Ia. 08009 Barcelona (España) Tel. (93) 458 55 08 / Fax (93) 458 66 02 Director General José Gili Casáis Suscripciones Isabel Albareda, Gemma Valls, Marisol López. Valencia 359, 6o Ia

08009 Barcelona. Tel. (93) 458 55 08 / Fax (93) 458 66 02 Horario: de 9 a 14 h. (de lunes a viernes) Publicidad Directora de Publicidad Sofía Seiferheld Valencia 359, 6o Ia

Tel. (93) 458 55 08 / Fax (93) 458 66 02 08009 Barcelona Promoción suscripciones Jefes de zona Amparo Álvarez, Luis A. Griffo. Distribución Marco Ibérica, S.A. Tel. (91) 652 42 00 Madrid Fotocomposición Montserrat Altimira, Marta Casóliva, Montse Martín. Impresión Litografía Roses, S.A. Cobalto 7. Barcelona. España Depósito legal. B-38943-1988 ISSN: 0214-4123 © Editorial Fontalba, S.A. 1989

CLIJ no hace necesariamente suyas las opi­niones y criterios expresados por sus cola­boradores. No devolverá los originales que no solicite previamente, ni mantendrá co­rrespondencia sobre los mismos. El precio para Canarias es el mismo de por­tada incluida sobretasa aérea.

Page 5: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

EDITORIAL

Cosas de niñas

P lanteamos este CLIJ especial de julio-agosto como un número es­

trictamente literario, «sólo para leer» en este tiempo de relaja­ción y pereza que es el verano. Hemos prescindido, pues, al igual que hiciéramos el año pa­sado, de los artículos y seccio­nes que habitualmente ocupan nuestras páginas y, con la gene­rosa colaboración de veintidós de las más importantes autoras españolas de ahora mismo, ofrecemos al lector en vacacio­nes este número que hemos ti­tulado «Cosas de niñas». Un tí­tulo que alude a la escasa importancia que solemos dar a la, sin embargo, intensa y deci­siva vida interior que todos de­sarrollamos en los años de in­fancia, y cuyas manifestaciones más evidentes —juegos, aficio­nes, fantasías, dramas y júbi­los— los miopes adultos de cada época minimizamos como «cosas de niños».

Nuestro «Cosas de niñas» pretende exactamente todo lo contrario: recuperar la memo­ria de la infancia, valorizarla vindicando la trascendencia de

esos momentos a simple vista insignificantes, pero tan signi­ficativos —como se verá en los textos que publicamos—, que convirtieron a aquellas niñas de entonces en las mujeres que son hoy. Mujeres escritoras que han rememorado para los lectores de CLIJ retazos de su propia biografía, en la que —¿podía ser de otra manera?— los libros

Victoria Fernández

\£¡¿g£¿*¿~^\

y la lectura, compañeros coti­dianos, jugaron un papel deci­sivo en su formación humana y profesional.

Entre las autoras que han co­laborado en este número (algu­nas no han podido por razones de trabajo y ocupación, pero quedan emplazadas para otra ocasión), hemos querido incluir tanto a las que escriben sólo para niños como a las que sólo lo ha­cen para adultos, porque, como siempre hemos defendido desde CLIJ, un escritor —una escri­tora— lo es o no, independien­temente de cuál sea la edad de sus lectores. Sirva, como prue­ba de ello, la presencia en esta selección de autoras de un pe­queño grupo que alterna ambos registros con total naturalidad.

Aquí están, pues, acompaña­das por la doble imagen —in­fantil y adulta— de cada auto­ra, estas «Cosas de niñas», evocadoras, frescas y emotivas. Esperamos que sean, como lo han sido ya para nosotros, una lectura gratificante para este verano que ahora empieza. Buenas vacaciones y hasta se­tiembre.

Page 6: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

ÍNDICE ANALÍTICO E N D I S Q U E T E

YA A LA VENTA. índice

informatizado de los artículos

de CLIJ Este nuevo

dísquete reemplaza la

versión anterior. Contiene la

totalidad de la información.

Consulte los artículos publicados en la revista desde el número 1 al 34 (3 años clasificados por secciones).

Una valiosa información para usted se presenta en un dísquete de 5 1/4" acompañado por

parala

carga de programa en cualquier ordenador compatible PC que disponga de disco duro.

£1 disquete tiene la información encriptada y solamente es útil para su transporte y posterior carga al disco dura Con este método se puede almacenar gran cantidad de información en un solo disquete.

Muy fácil de instalar en cualquier ordenador compatible PC que disponga de una disquetera de 5 1/4" y DISCO DURO

Tiene la opción de imprimir si se desea.

Ruego que me envíen:. (incluidos gastos de envío), cuyo pago efectuaré mediante:

ejemplares del ÍNDICE TEMÁTICO EN DISQUETE de la revista CLIJ al precio de 1.500 ptas.

• contrarrembolso • adjunto talón bancario

Nombre _

Domicilio

Población. C.P. Tel.

EDITORIAL FONTALBA, S.A. C/ VALENCIA 359, 6o 1a. 08009 BARCELONA. Tel. (93) 458 55 08. Fax (93) 458 66 02.

Page 7: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

MONTSERRAT DEL AMO

La pequeña por Montserrat del Amo

— —

Y- - - -- -una familia de nueve her­manos. Por eso no he lo­

grado encontrarme sola, de niña, en ninguna fotografía.

Creo que cuando yo nací ya esta­ban repartidos todos los papeles: el listo, la buena, la guapa, el empollón,

el despistado... Hasta había un asiduo escritor de su diario personal.

—Y yo, ¿qué? —me preguntaba, entre impaciente e inquieta.

Las chicas me llevaban mil años. Mi hermana María Teresa fue mi prime­ra maestra. Desde que me sacaron de la cuna, me admitió en su cuarto. Me

enseñó a abrocharme los botones del delantal, a conocer las horas en las manillas del reloj del comedor, a jun­tar las letras y a escribir mi nombre. Eran mayores. Estaban al otro lado de la frontera de los juegos.

Entre María Teresa y yo, cinco varones.

CLIJ41

Page 8: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

MONTSERRAT DEL AMO

Pero los chicos me rechazaban con sus juegos herméticos.

—Tú tienes que jugar a las casitas. —O a las tiendas —decían mis

hermanos. Y yo les preguntaba: —¿Y tú venías de visitas? ¿Y tú de

compras? —¡Ni lo sueñes! —Llama a Presen o a Maruja

—respondían los chicos. Pero yo no quería llamar a Presen

ni a Maruja, que hacían como que ju­gaban, desertando durante un ratito de la cocina o de la plancha. Yo de­seaba meterme en los juegos de los chicos, vividos con tan apasionada fantasía que se sobresaltaban al en­contrarse de nuevo con la realidad, sorprendidos por algo que les llegaba de fuera. Por tropezarse conmigo de pronto, por ejemplo.

—Pero, ¡niña! ¡Siempre estás en-medio! ¡Quítate, que si te empujo y te tiro, me la gano! Tú, a lo tuyo. A las casitas o a las tiendas, como to­das las niñas.

Pero yo no quería ser como todas las niñas y me quedaba mirando los juegos de los chicos toda la tarde, arri­mada a la tapia, hasta que llegaba la noche, y de la mano de la noche lle­gaba el miedo; y con la noche y el miedo, la soledad y la rabia de ser irre­mediablemente la pequeña hasta la hora de la cena.

La puerta

Ya lo he contado antes: yo era la pe­queña. Entre mi padre y yo, cincuen­ta años de distancia. Los sociólogos colocan tres generaciones en este es­pacio. Y las había: entre mi padre y yo, tres veces se hundió el mundo.

Yo le conocí ya con la barba entre­cana y recuerdo mi necesidad de ex­plicar con frecuencia a los desco­nocidos.

—No es mi abuelo. Es mi padre. Una tarde, estaba paseando despa­

cito de su mano, al margen de los chi­cos que se escondían y gritaban co­

rriendo, cuando mi padre me explicó que esos juegos, para mí incompren­sibles, salían de los libros; que los chi­cos estaban jugando a recrear las no­velas de aventuras que leían

Yo comprendí enseguida que los li­bros eran la única puerta que me per­mitiría entrar en el mundo fantástico, y hasta ese momento inaccesible, que tanto me atraía.

Corrí al cuarto de los chicos y des­pués de hojear unos cuantos libros es­cogí el más usado. Era grande, tenía una mancha de tinta en la portada, las tapas verdes, las páginas impresas a doble columna, y unos grabados tan oscuros que, más que mostrar, invita­ban a adivinar paisajes nunca vistos.

Por entonces yo había aprendido apenas a juntar las letras y con enor­me esfuerzo empecé a empujar la puerta del papel impreso.

A escondidas, apretando las pala­bras con el dedo para que no se me escapara ninguna letra, empecé a leer en voz baja mi primera novela de aventuras.

Al verano siguiente ya estaba pre­parada para participar en los juegos de mis hermanos.

Los primeros días, me mantuve a la expectativa, esperando el momento oportuno. Y en el momento oportu­no, salté desde cubierta al bote salva­vidas mientras el barco zozobraba.

Esta vez, mi presencia no provocó la interrupción del juego, porque yo ya sabía. Yo ya sabía naufragar a tiempo, y llegar a nado a la isla de­sierta, y dominar a la marinería amo­tinada y aguantar el embate de las olas en cubierta las noches de tormen­ta, igual o mejor que cualquiera de ellos.

Ninguno de mis hermanos osó esta vez mandarme a jugar a las casitas.

Yo había de tardar aún varios años en conocer el mar, pero en ese verano navegué por los tres océanos, forman­do parte de una tripulación capitanea­da por Julio Verne, a un promedio de dos naufragios por día, y viviendo inolvidables aventuras.

8 CLU41

Palabras en acción y palabras con música

Tras la aventura de leer libros de aventuras, llegaron las risas y las lá­grimas de los niños de Dickens, y des­pués, desordenadamente, cualquier otro tipo de novela. Devoré obras de Valle Inclán, Osear Wilde y Dos-toiewski, cuando todavía seguía leyen­do a Karl May y estaba vagamente enamorada de Oíd Shaterland y de Whinetoo, al mismo tiempo.

Antes, por vía oral, me había lle­gado el descubrimiento del teatro y de la poesía.

Yo no había asistido a ningún es­pectáculo público en un teatro de ver­dad, cuando ya había escuchado nu­merosas veces a mi padre, dramaturgo aficionado, en la lectura de sus obras, que estaba dispuesto a realizar ante propios y extraños, con oportunidad o sin ella, en cualquier momento. Al­gunas se representaron en casa, con un escenario al que no faltaban telón y decorados, en los que recuerdo ha­ber dado algún que otro brochazo.

En un teatrillo de juguete, con per­sonajes pintados y recortados por no­sotros, nos divertíamos inventando funciones sobre la marcha o tratando de montar a lo grande el Cirano de Bergerac o El vergonzoso en palacio que mi madre había visto representar de soltera a la María Guerrero en Bar­celona.

Antes de saber leer ya estaba fami­liarizada con la poesía, porque en mi casa se hacía un consumo constante de poemas.

Confieso que en ocasiones la apli­cación de algunos habría llenado de sorpresa a sus autores: La Salutación del Optimista, de Rubén Darío, por ejemplo, con el pistoletazo fónico de las esdrújulas del verso inicial, se usa­ba como despertador, pues resultaba eficacísima para sacudir la pereza y espabilar a los dormilones. Con La Cena, de Baltasar de Alcázar, se en­tretenían o exacerbaban las hambres de la guerra.

Page 9: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

ARTHUR RACKHAM, CANCO DE NADAL, BARCELONA: BARCANOVA, 1992.

Tampoco me faltó escuchar el emo­cionado recitar doliente de un soneto de Lope o Garcilaso por boca del ena­morado de turno o la exaltación poé­tica de momentos heroicos.

Cantar, nunca he sabido. Pero aprenderme de memoria y repasar en voz baja un puñado de versos, por el puro placer de seguir la musicalidad de la rima, sin entender del todo o nada las palabras que se me habían prendido en el oído, desde muy pron­to me gustaba hacerlo.

Y recitar delante de las visitas: en­tonces se llevaba.

El puro gozo del sonido fue dando paso a un más profundo gozo, a me­dida que me iba adentrando cada vez más en la poesía, por la sugerencia de las connotaciones y la comprensión de los significados.

Una constante compañía

Siempre que vuelvo la vista atrás, en cualquier circunstancia de mi vida,

encuentro un libro, como constante compañero.

Ahora también, cuando escribo es­tas líneas, los libros me acompañan. •

Bibliografía (selección)

Infantil-juvenil

Rastro de Dios, Madrid: Cid, 1960. Chitina y su gato, Barcelona: Ju­

ventud, 1970. La torre, Valladolid: Miñón, 1975. Serie Los Block (nueve títulos):

Barcelona: Juventud, 1972-79. El nudo, Barcelona: Juventud,

1980. Zuecos y naranjas, Barcelona: La

Galera, 1981. La fiesta, Barcelona: Edebé, 1982. La piedra y el agua, Barcelona:

Noguer, 1983. El abrazo del Nilo, Madrid: Bru­

ño, 1990. La casa pintada, Madrid: SM,

1991.

CLIJ41

Page 10: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

BLANCA ANDREU

La cartilla en el bosque por Blanca Andreu

L os primeros recuerdos de mi infancia se sitúan en el vera­no en que cumplí tres años.

Por aquel entonces mi familia iba a pasar el verano al pazo de Souto, una casa fuerte levantada en los albores del siglo xv por los antepasados de mi abuela materna y que tenía todo

lo que se exige a los pazos —jardín, torre, palomar, capilla— pero ningu­na de las comodidades del siglo xx, como agua caliente o electricidad, para mayor emoción de su población infantil. Lo cierto es que esa casa, que en invierno parecía el escenario de Cumbres borrascosas, promediando

el mes de junio se llenaba de parente­la y a lo largo del verano niños cada día más asilvestrados la convertían en un lugar aún más inhóspito para cual­quier amante de la paz y la quietud.

Aquel verano, el primero que guar­do en la memoria, mi padre, influido por ciertas revistas pediátricas que

10 CLIJ41

Page 11: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

sostenían la teoría de que el aprendi­zaje de la lectura es tanto más fácil cuanto más temprano, decidió ense­ñarme a leer. Así que armándose de paciencia, tarde tras tarde, aquella fi­gura alta y delgada, que a mi juicio de entonces parecía una divinidad, me rescataba de la pandilla de analfabe­tos de la familia y desvelaba para mí secretos altamente iniciáticos para aquellas edades.

El ritual era siempre el mismo: la niñera me vestía y peinaba después del martirio de la siesta, mi padre me to­maba de la mano, recogíamos unos cuantos almohadones en el hall y nos dirigíamos a un cercado que se halla­ba fuera del portalón y un poco ha­cia la izquierda, enfrente de un bellí­simo lugar presidido por un gran roble al que llamaban «El Verxeo», que en castellano quiere decir «El Vergel». El cercado rodeaba un bosque de pinos jóvenes donde la Gilda, una yegua in­glesa que llevaba una vida de odalis­ca en contraste con la aperreada exis­tencia del percherón, pasaba sus días en relativa libertad dedicándose a sus galopadas y sus cogitaciones.

Cuando mi padre me ayudaba a saltar la cerca, cosa bastante más agradable que abrirla y pasar normal­mente, el temor y la alegría hacían que se me acelerara el corazón. Temor casi religioso por el enorme animal de cua­tro patas que allí vivía, por pretender estar a la altura de las circunstancias cuando se abriera la caja de los mis­terios en forma de manual de lectu­ra, y alegría por el privilegio sumo que todo ello significaba. El sitio ele­gido por mi padre era un claro donde crecía la manzanilla. Allí extendíamos los almohadones floreados, nos recli­nábamos como dos romanos dispues­tos a almorzar y durante un tiempo que no puedo calcular con mi actual sentido del mismo mi padre me expli­caba las íntimas alianzas entre las vo­cales y las consonantes con mucha más paciencia de la que tuvo Jonás cuando aquel asunto del ricino.

De cuando en cuando, la Gilda se

Page 12: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

CUJ Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil

BLANCA ANDREU

lanzaba a una de sus demostraciones y pasaba galopando por delante de nuestro claro a todo lo que daba el motor. Otras veces, cuando más im­posible me parecía aquella disciplina y mi cerebro entraba en franca rebe­lión, se detenía a investigar con sus grandes y dulces ojos de loca que pa­recían decir:

—Su padre de usted tiene razón que le sobra.

Gracias a uno y a otro salió mi in­teligencia de las sombras que la ence­rraban y hasta tal punto se afirmó en mi mente la luz de la palabra escrita que durante mi infancia, mi adoles­cencia, mi primera juventud y el tiem­po que ahora vivo, no hay cosa que me conforte tanto como la lectura.

De los libros que leía en aquellos tiempos en que era pecado poner los codos sobre la mesa o coger el cuchi­llo apuntando como si fuera un revól­ver, solamente han sobrevivido los de Guillermo Brown, el eterno, victorio­so Guillermo que convirtió a Mary Poppins, Peter Pan y demás héroes voladores en meros aprendices de bru­jo. Porque él volaba, vuela, sobre nu­bes de gloria sin necesidad de levan­tar sus sucias botas de la tierra de este mundo. Guillermo, glosado por filó­sofos como primero entre los héroes infantiles modernos, es el personaje mítico por excelencia en el seno de mi familia. Sus libros rojos y deshechos pasan de forma cíclica de unas manos a otras por la vía del préstamo como uno de los más poderosos específicos contra la tristeza o contra las turbias amenazas de la melancolía. Y si algu­na vez lo ha cubierto la sombra de Stalky and Co. o del mayordomo Jee-ves —la última reencarnación de Shi-va según algunos estudiosos— ha sido siempre por poco tiempo.

A lo largo de muchos años la de­voción hacia Guillermo estuvo acom­pañada por dos errores mayúsculos referidos a la personalidad de su autor, Richmal Crompton. En primer lugar, viví considerando que esos li­bros audaces estaban escritos por un

hombre, cosa fácil de explicar no sólo por el estilo sino por el nombre, que induce a la confusión. En segundo lu­gar, creí que estaba muerto, al igual que Cervantes, Homero, Shakespea­re, Baudelaire o cualquier escritor dig­no de conocerse. Sólo con ocasión de su muerte descubrí que era mujer y que durante algunos años habíamos sido contemporáneas, cosa que me perturbó bastante. Lo cierto es que, pensándolo bien, preferiría haberle conocido antes que a ningún otro escritor que en el mundo haya sido. Con toda probabilidad, sospecho que era mucho más tratable que Bau­delaire. •

De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, Ma­drid: Rialp, 1981.

Báculo de Babel, Madrid: Hipe-rión, 1983.

Elphistone, Madrid: Visor, 1988.

12 CLIJ41

Page 13: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

CONSUELO ARMIJO

Celia era la única que me comprendía

por Consuelo Armijo

M i infancia! No la re­cuerdo nada, nada divertida. Sí muy

castigada. Yo era mala porque nunca tenía ganas de comer, y después de lu­char conmigo a brazo partido para que me tragara patatas, filetes y otras cosas que no me apetecían nada, lo

devolvía todo. Era mala porque... Bueno, cuando una mademoiselle, que por cierto había nacido en Alba­cete, pero que sabía decir table y chai-se, se empeña en que eres mala, lo eres siempre.

Ella hubiera querido cuidar sólo de mi hermana, que era mayor. Los ni­

ños pequeños no le gustaban nada, pero no tuvo más remedio que «car­gar» también conmigo, y mis padres se quedaron tan cómodos y tan con­tentos.

El caso es que, en cambio, a mi padre le encantaban los niños pe­queños.

Page 14: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

CONSUELO ARMIJO

Todas las noches cuando llegaba a casa, yo le pedía:

—Cuéntame cosas de cuando tú eras pequeño.

Fueron mis primeros cuentos. Unos cuentos que siempre empezaban:

—Había una vez en Granada un niño que era muy jeringaoooo.

Y ese niño hacía toda serie de pa­tochadas. Unas eran verdaderas, otras inventadas. Quizá para mí, la gran fascinación de esos cuentos era que el protagonista fuera mi padre, ¡tan grande!, ¡tan señor!; sobre todo cuan­do se vestía de militar, con esas botas tan altas. El escucharlos supuso para mí las horas más felices de mi prime­ra infancia.

El primer libro que recuerdo tenía las tapas azules. Eran los cuentos de Andersen. También me los leyó mi padre.

Las empleadas del hogar, como se las llama ahora, también fueron otra fuente de cuentos. ¡Qué pena haber­los olvidado! A veces repetían el mis­mo, pero no importaba. Siempre me gustaba. Según tengo entendido me ponía algo pesada diciendo:

—Otra vez. Y luego: —Otra vez. Crecí y me lancé yo sola a leer. Leí

lo normal: Celia, Cuchifritín, los cuentos de la Condesa de Segur (re­cuerdo sobre todo Memorias de un burro), Pinocho y Chápete, etcétera. Más tarde la colección Escélicer, muy recomendada en los colegios, cuyos li­bros valían 1Q ptas., libros que segu­ro que han perdido toda actualidad, pero que entonces gustaban. La colec­ción Cadete, más lujosa y liberal. Sus libros valían 30 ptas., no estaban re­comendados en los colegios, lo cual para mí era una garantía. Tenían clá­sicos: Oliver Twist (¡qué manera de llorar!), El príncipe mendigo, etcéte­ra, etcétera. Luego apareció Guiller­mo (¡qué manera de reír!). Seguro que había más, pero no logro recordarlos. ¡Qué pena que no conserve ninguno!, a veces los echo de menos. Los vendí

en los primeros años de la decena de los veinte para pagarme un billete de tercera (entonces había tercera) a Lon­dres, donde me coloqué de au pair.

Llegó un momento en que la lectu­ra fue para mí una especie de tabla de salvación. Mi familia se convirtió en algo fatal. Mi padre se quejaba de que ya no tenía la gracia de «chiquitita». Creo que nunca me perdonó que cre­ciera, y lo que es peor, nunca lo ad­mitió. Cualquier síntoma, cualquier «pinito» de mi parte por demostrar que había llegado al «uso de razón» intentaba aplastarlo (y lo malo fue que la mayoría de las veces lo con­siguió).

En las comidas solía pelearse en voz baja con ¡vaya usted a saber cuántos enemigos no presentes!, mientras mi madre también hablaba sola, pero en voz alta, y no se peleaba. Organizaba largos monólogos sobre los sombre­ros que había visto en las tiendas, o cualquier otra cosa. Tenía una increí­ble habilidad para alargar cualquier tema hasta el infinito y, sin duda, una gran virtud: no exigía demasiada aten­ción a su supuesto auditorio.

En esa casa, donde yo me sentía a gusto era sola en cualquier rincón, y entonces leía. No siempre tenía la suerte de tener libros nuevos pero los que más me gustaban me los leía una y otra vez, sobre todo ciertos párra­fos, los preferidos, o los que me ape­tecieran en ese preciso momento.

En el colegio las clases me abu­rrían. Según las monjas yo era tonta, y según yo, las tontas eran ellas (opi­nión que todavía sostengo). A este res­pecto ningún libro como Celia en el colegio las ha retratado mejor. ¿Cómo no me iba gustar leerlo y releerlo? En realidad Celia era la única «persona» que me comprendía, o al menos con la que yo estaba plenamente de acuerdo.

Nos obligaban a forrar los libros de texto en papel azul y a pegarles unas etiquetas para identificarlos: «Mate­máticas», «Gramática». Así que tuve una idea: forré mis libros de cuentos

BONI, CELIA. LO QUE DICE, MADRID: AGUILAR, 1952.

en papel azul y les pegué etiquetas que ponían «Catecismo», «Ciencias natu­rales» y ¡lo pasaba más bien en los es­tudios! Pero un día, una monja me «pescó» y después de armarla y lla­marme no sé cuántas cosas, se quedó con el libro (que a mi modo de ver es quedarse con lo ajeno contra la volun­tad de su dueño). Lo sentí mucho, porque había sido de mi padre cuan­do era un niño muy «jeringaoooo» y vivía en Granada. ¡Uno de los pocos de esos libros que habían llegado a mi poder!

14 CLIJ41

- • V" >¿

* ."Tíáí. ¿

V::- : ::•:•:•:•:•: : : : : : o > ~ - : ^ -

V v

¡La casa de mi abuela!, ¡qué leja­na queda! Ya sólo existe la fachada. Por dentro la han cambiado de arri­ba a abajo. Nos reuníamos a comer toda la familia una vez a la semana. Todos se ponían a charlar. A mis tías les gustaba eso de «hablar y hablar» tanto como a mi madre. Se armaba cada girigay. Yo me iba a otra habi­tación donde había libros. No mu­chos, pero todos encuadernados en piel (estoy casi segura de que eran de la editorial Aguilar) y en el filo de las hojas había dibujos geométricos de colores que se veían muy bien cuan­do los libros estaban cerrados.

Allí, en plena edad del pavo, me-moricé —¿cómo no?— las poesías de Bécquer, y empecé a leer nada menos que el Quijote.

—Si acabas con los libros te pode­mos traer las guías de teléfonos, que son muy gordas —me dijo un día un «gracioso» (los suele haber hasta en las mejores familias).

Pero ése tenía un «punto» de razón. A esa edad casi todo lo que leía (y leía todo lo que caía en mis manos) me gustaba, me entretenía. Ahora en cambio tropiezo con libros que en­cuentro francamente malos. ¿Será que los libros que encontraba cuando era niña o adolescente eran mejores que los que me tropiezo ahora?, o ¿será que yo era antes mejor lectora?, o... a lo mejor es el sentido crítico que se ha desarrollado. ¡Vaya usted a saber! •

MÁS BATAUTOS

Bibliografía (selección)

Infantil-ju venil

Los batautos*, Barcelona: Juven­tud, 1975.

El Pampinoplas, Madrid: SM, 1979.

Aniceto, el vencecanguelos, Ma­drid: SM, 1981.

Risas, poesías y chirigotas, Valla-dolid: Miñón, 1984.

Guiñapo y Pelaplátanos (Miñón, 1985), Madrid: Susaeta, 1989.

Los Machafatos, Zaragoza: Edel-vives, 1987.

Inés y Mercedes o cuando los do­mingos caigan en jueves, Bar­celona: Noguer, 1988.

En viriví, Madrid: Anaya, 1988. Los machafatos siguen andando,

Zaragoza: Edelvives, 1989. Piii, Madrid: SM, 1989.

* Miñón sacó una edición poste­rior de Los batautos en 1982 y Su­saeta otra en 1989. Por su parte, SM publicó otra el pasado año.

15 CLU41

Page 15: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

CARMEN CONDE

Cuándo empecé a leer por Carmen Conde

c ^ V íempre que entro en mi ín-

^ M fancia doy comienzo a un ^ ^ ^ F largo viaje extraordinaria­

mente poblado de provincias que re­correr. Debo forzarme a quietud para poder mirar despacio, largamente, y alcanzar a ver una de entre tantas co­sas. Solamente así me es posible ais­

lar algunas, remirarlas y, súbito, el paso seguro que salta el umbral. Ya es­toy en mi país mejor, en el cual cupo el universo total. Mi imaginación fue la única riqueza que tuve, y ella me condujo por la tierra con ligereza suma. Esta tarde, encerrada en la que fui voy a irle sacando del alma de la

memoria parte de su tesoro..., pero, ¿sabemos ella y yo cuándo aprendi­mos a leer...? Aquí se levanta el pri­mer escollo. No lo sabemos. Estamos leyendo desde siempre, y el día en que fue posible el milagro no podemos ha­llarlo, localizarlo... ¿Me enseñó mi madre, aquella monjita llamada sor

16 CLIJ41

Page 16: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

Matilde del colegio de San Miguel de mi ciudad natal...? Imposible recor­darlo exactamente. Antes de que en mis manos se amontonaran los cuen­tos de Calleja, hubo en mí profunda preocupación por los nombres, me asombraba oír nombrar a las cosas por su nombre... ¿Quién se lo había puesto, de dónde eran eso y no otra manera de llamarlas? Me veo, y creo que es la primera imagen mía «vista» por mí desde dentro, en una tiendeci-ta de ultramarinos (que así se llama­ban las tiendas de comestibles enton­ces), junto a mi madre que pedía cosas, cosas..., que se llamaban..., ¿por qué así y no de otro modo? A la inmensa distancia en que me con­templo deduzco que allí, en aquel ins­tante al parecer tan insignificante, yo sentí el enorme peso, la gravedad de la Palabra.

Ahora, vamos a retroceder nueva­mente: empiezan a llegar a mis ma­nos (y no tenía ni siquiera cinco años), cuentos y más cuentos que aumenta­ban mi caudal ya valioso de libros del colegio. Eran los minúsculos cuente-citos de Calleja que al final llevaban también un chistecillo inocente y gra­cioso. Yo tenía un primo hermano, Eduardo Conde, algo mayor que yo, que me enseñó los puntos cardinales solemnemente. Eso ocurría en una pa­red de la escalera, y me veo pregun­tarle ansiosamente, al saber que la tie­rra daba vueltas alrededor del sol y sin comprender bien su porqué: «Primo, ¿por dónde vamos ahora?». Y él, muy serio, muy bien enterado, me decía con toda seguridad: «Ahora estamos en el Polo Sur».

Se van a ir sucediendo los aconte­cimientos de mi primera infancia. Hasta los seis años y medio yo viví en Cartagena, y en febrero del año en que cumpliría los siete años me lleva­ron a Marruecos. Desembarqué del «J. S. Sister» de entonces con un her­moso muñeco en la mano izquierda mientras con la otra me aferraba al brazo de mi padre al cual hacía me­ses que no veía (eso me mantuvo en-

W\ P [vv

N. MÉNDEZ BRINGAS, EL ENCANTO DEL REY BEDER Y OTROS CUENTOS DE CALLEJA, PALMA DE MALLORCA: J J . OLAÑETA, 1991

ferma todo ese tiempo). No veo libros todavía en mis manos, salvo los del colegio de doña Vicenta Garcés, mi primera maestra en Melilla. Estudiar, estudiar sin descanso. Meses malos para la familia, pero libros del cole­gio y cuentos de Calleja a todo pas­to. Ya tenía, además, otra enorme distracción: soñar. Deseaba con impa­ciencia que me acostaran para soñar. Esto de soñar dormida y despierta no se me ha acabado todavía.

Nuevos colegios: ahora el de doña Ana Pedrosa Carretero que nunca ol­vidé como tampoco a doña Vicenta. Un cambio en nuestra vida y diversos acomodos en la ciudad. En este mo­mento ya empiezo a caminar con ma­

yor seguridad en mi memoria. En la entonces titulada calle Chacel, había, y hay, una librería, la de los herma­nos Boix. Su descubrimiento ha col­mado de felicidad mi ánimo. Voy a esa librería a diario, a comprar con los pocos céntimos de que dispongo li­bros y más libros. Son mayores que los otros, van empastados y con es­tampas en la cubierta y dentro. Para ellos mi consideración extrema, por­que tengo otras lecturas digamos me­nos costosas y menos importantes: son el TBO, que acaba, creo, de apa­recer en España, y las maravillosas aventuras de Raffles, de Nick Cárter, de Sherlock Holmes... Aventureros y delincuentes luchan y se empeñan en

17 CLIJ41

Page 17: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

CARMEN CONDE

EL ENCANTO DEL REY BEDER Y OTROS CUENTOS DE CALLEJA, PALMA DE MALLORCA: J.J. DE OLAÑETA. 1991.

perturbar a la sociedad. Menos mal que también hay héroes de mansa condición que se alternan en mi mente avidísima. Por ese tiempo ya vive en­tre nosotros un ser inolvidable: mi pe­rra Sultana, Con ella comparto lectu­ras y comentarios, ya que soy hija única y salvo las horas del juego al aire libre con las amigas y condiscí-pulas, no tengo niños en mi casa y con alguien pequeño como yo tengo que comunicarme. Estoy segura, absolu­tamente segura, de que Sultana me entiende. Hay una mancha negra en aquellos días, debo confesarla aunque me fue perdonada y la penitencia se lo mereció. Digámoslo todo.

No puedo presumir en esta mi se­gunda infancia, aunque sí de la pri­mera, de bienes materiales. Mi padre se arruinó en Cartagena y se inte­rrumpió aquello de tener coches y uno solamente para mí, una charrette arrastrada por una burrita preciosísi­ma que se llamaba Polvorilla. En Me-lilla las cuestiones económicas no eran boyantes, los céntimos para mis com­pras eran parcos y, a veces, inexisten­tes. Yo quería cuentos, y, ¡ay de mí!, algunas veces sólo podía adquirir uno a lo sumo. Una mañana..., sirva de nueva penitencia contarlo aquí, una mañana en la librería de los herma­nos Boix (unos señores catalanes, se­rios y secos pero amables conmigo), cuando pusieron a mi disposición el cajón repleto de cuentos..., cogí un puñado y me lo guardé; luego pagué uno y me fui a mi casa. Mi madre, que vivía pendiente de mí y hasta de mis pensamientos, vio que yo llevaba más de lo que correspondía a mis posibi­lidades. Tuve que confesarle mi deli­to. «Vamos a arreglarlo —dijo—. Voy contigo a la librería, te espero en la puerta, entras y cuentas lo que has he­cho, y en paz.»

En paz, ¿quién? Yo, no. Yo hubie­ra preferido desaparecer del mundo. Pero, fuimos. Se quedó en la puerta. Entré y el bueno de uno de los her­manos Boix creyó que volvía a com­prarme otro cuento y me sacó otra vez

el dichoso cajoncito repleto para que escogiera... Pensé dejar los que me ha­bía apropiado y salir como si tal cosa, pero al mirar a la puerta vi a mi ma­dre con sus ojos clavados en mis ma­nos. Imposible. Llamé al librero y él, sonriente, se inclinó sobre mi desven­turada boca: «Eh, ¿qué quieres?». «Verá usted..., antes me llevé más de un cuento, me llevé también éstos... —Y se los alargué desesperada.— Ven­go a devolverlos.»

El momento aquel era de lo más dramático de mi existencia, incluso ahora. El señor Boix me contempló pensativo, miró a la calle y vio a mi

18 CLU41

madre erguida como el arcángel que nos echó del Paraíso y aunque sin es­pada amenazadora como aquél. «Bueno, bueno... —dijo el caballe­ro—. Ya está. ¿Dices que te los llevas­te? Pues yo te los regalo ahora.» «No, no puedo, mi madre está ahí.» «Sí, la estoy viendo.» Y pensándolo mejor, me dio un cachetito en la pálida me­jilla y me sonrió dulcemente. «Otro día, ¿eh?, otro día que vengas te re­galaré otros.»

Dispenso contar lo que ocurrió cuando nos reintegramos a mi casa mi madre y yo. Hasta Sultana padeció las consecuencias de mi delito.

Page 18: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

Nuevos cambios de domicilio y de colegio. Ya estoy en el «Colegio In­glés», el mejor, con el de Jesús Ma­nuel, de Melilla. Miss Minnie, mi pro­fesora más querida y más bondadosa del mundo, un día me pide que lea el Quijote en edición escolar, otro día me entrega nada menos que Rafel de Lamartine. Voy del uno al otro alo­cada, siempre veo junto a su ventana a un joven muy delgado que dicen está enfermo (como se llamaba el tí­sico entonces); un día me paro ante aquella ventana y él me brinda un li­bro. «Te lo vendo por sesenta y cinco céntimos», me dice con apuro. Es la Biblia. Corro a mi casa y obtengo los sesenta y cinco céntimos para com­prarla. Ya es mía. Y tranquilamente me voy con ella al cementerio, que está al lado casi. Éste va a ser mi lugar de retiro para leer en paz, ya que mi ma­dre no aprueba mis lecturas apasiona­das. El cementerio da al mar, y yo me instalo junto a las barandas y veo el mar y leo la Biblia. Me impresiona mucho leer en una columna que «una lágrima se marchita, una oración la re­coge Dios». Rezo y evito llorar aun­que me den ganas cuando veo algún entierro por allí cerca. Naturalmente que nadie sabe, cuando digo que me voy a jugar, que es al cementerio adon­de me voy con mi Biblia.

En la casa hay un vecino militar que se pasa la vida en lo que allí se llama­ba «el campo» (las posiciones milita­res ante el enemigo), y cuando viene su novia, Encarnita, la hija del sastre de al lado, a quitar el polvo a la vi­vienda de su novio yo entro tras ella para ver sus estanterías de libros. Hay muchos. Pido que me deje Encarnita alguno y, ¿cuál me deja?, pues Las mil v una noches nada menos. Las com­parto con la Biblia en el mayor de los secretos.

Al lado de la casa de Encarnita hay otra que habita gente muy interesan­te: un matrimonio con dos hijos y una hermana, ciega, de la esposa. Ésta es de Correos o de Telégrafos, no puedo asegurarlo ya; su marido es ebanista.

Y este ebanista, muy bueno por cier­to, se dedica a hacer calaveras de ma­deras preciosas. Es un momento de la historia francamente tenebroso: hay sortijas de calaveras de plata y de oro, hay calaveras de madera, se canta a toda voz un himno militar con cala­veras también. Y yo me paso las ho­ras leyendo en el cementerio.

Jamás estuve triste por muchas ca­laveras que viera y entierros que pre­senciara. «La muerte era para los ve­cinos», como escribió Juan Ramón Jiménez. Ya vendría el tiempo, ya, de que nos visitara con insistencia.

A Sultana tampoco le importaba lo que veíamos juntas. Me seguía a to­das partes y, por fin, ¿a que no sabéis en dónde acabamos encontrándonos mejor para leer? Pues debajo de mi cama. Se estaba fresquita, nadie se fi­guraba en dónde nos metíamos, y a leer cuanto caía en mis manos. Con­fieso, y no es exageración, que leyen­do uno de los capítulos de Las mil y una noches en que se trata de unas princesas que fueron transformadas en esbeltas perras, consideré muy en serio que mi perra podía ser también una princesa moruna convertida en perra. A ella debía de parecerle lo mis­mo a juzgar por el tono que se daba a mi lado.

Lecturas, lecturas... De todas clases ya. Novelas, teatro, cuentos, revistas. Cuando regresamos a Cartagena en 1920, ya no era una niña. Pero mi pri­mo hermano, más hermano que pri­mo mío, Antonio Abellán, me dijo se­ñalándome su biblioteca: «Nena, a ti que te gusta tanto leer, lee todo lo que hay en este y en este y en aquel estan­te. Pero en aquellos, no. De esos libros no debes leer ni uno solo.»

Respeté la prohibición porque le quería mucho. Y fuera de aquel estan­te leí cuanto cayó en mis manos. Leí, leo, leeré hasta que Dios me cierre los ojos que para leer y escribir me han servido tanto. •

(Fragmento de Por el camino, viendo sus ori­llas, capítulo primero, tomo I. Barcelona: Pla­za & Janes, 1986.)

49 CLU41

Bibliografía (selección)

C ft P C Z A fl D 0 LA V I D A

Obra poética (1929-1966), Madrid: Biblioteca Nueva, 1966.

Por el camino, viendo sus orillas, Madrid: Plaza & Janes, 1986.

Infantil-juvenil

A la estrella por la cometa, Ma­drid: Doncel, 1971.

El conde sol, Madrid: Escuela Es­pañola, 1979.

Canciones de nana y desvelo, Va-lladolid: Miñón, 1985.

Centenito, Madrid: Escuela Espa­ñola, 1987.

Cantando al amanecer, Madrid: Escuela Española, 1988.

Despertar, Madrid: Bruño, 1988. Madre ballena y otros cuentos,

León: Everest, 1989. Júbilos, León: Everest, 1990.

Page 19: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

CRISTINA FERNÁNDEZ CUBAS

Elba: el origen de un cuento

por Cristina Fernández Cubas

A unque siempre he creído poseer una memoria no­table, no puedo acordar­

me, por más que me esfuerce, de la primera vez que me puse a escribir. Quizás esté completamente equivoca­da y mi memoria no tenga nada de notable, pero prefiero pensar que la

pretensión de contar historias no sur­gió como fruto de una decisión cons­ciente, sino de una forma mucho más sencilla. Un simple juego, uno de tan­tos de mi infancia, al que, seguramen­te, no concedí demasiada impor­tancia.

No recuerdo pues la primera vez.

Pero sí me veo escribiendo, situando aventuras en países en los que no ha­bía estado nunca y descubriendo, poco a poco, las infinitas posibilida­des escondidas en aquel pequeño en­tretenimiento íntimo y silencioso. Era un buen juego, no cabía duda. Pero no era el único. Había algo que me

20 CLIJ41

Page 20: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

fascinaba muchísimo más y para lo que sigo manifestando una disposi­ción sin límites: escuchar. Debo reco­nocer que, en este punto, tuve bastan­te suerte.

Parte de mi vida transcurrió en Arenys de Mar, una localidad costera situada a menos de cuarenta kilóme­tros de Barcelona. Mi casa se hallaba en un paseo, frente a una playa, a mi­tad de camino entre el pueblo y el puerto. Desde el terrado, desde el bal­cón, no se veía el pueblo pero sí el puerto. De alguna manera, creo que mis hermanos y yo vivimos siempre de espaldas a lo cotidiano, de cara a lo desconocido, a la aventura. La casa estaba también atestada de libros, pero a ellos no llegaría hasta mucho más tarde. La primera vez que oí ha­blar de Edgar Alian Poe fue por boca de mi hermano, único varón entre cin­co hijos, interno en un colegio en Bar­celona y cuyas apariciones en la casa eran registradas como un verdadero acontecimiento. Nos contó La Casa Usher y El Gato Negro. Creo —estoy segura— que improvisaba sobre la marcha y añadía datos de su cosecha, pero estoy mucho más segura aún de que muchas de estas precisiones y li­cencias venían obligadas por nuestras insaciables preguntas. Queríamos sa­berlo todo acerca de la casa Usher. De cuántos dormitorios disponía, cómo eran las lámparas, los muebles, el nú­mero exacto de sillones, sofás y con­fidentes, biombos o tapices... Años después, cuando por fin leí a Poe, me pareció un excelente escritor. Pero eché a faltar, en determinados pasa­jes, por lo menos tres sillas y un biombo.

Antes de llegar a Poe —o de que mi hermano nos hiciera el inventario de­tallado de los bienes Usher— las her­manas conocíamos de sobras que los límites del mundo no eran tan estric­tos, rígidos o insalvables como se em­peñaban en enseñarnos en el colegio. De esta educación paralela se encar­gó Antonia García Pagés, una mujer natural de Arenys de Munt, pueblo

^5Ws¡£fc

mmll m

m

0M

ÉL rwñtv W'ñ I1/ WÍÚWÍ W i "1/1*1

t

1

V 1 1

1 !

/ II1' '/ i

\¡m\ W y ¿93 lm vi '•//// 1

i'

• • * ,

colindante con Arenys de Mar, que había entrado a trabajar en la casa cuando yo apenas contaba un año de edad. Ignoro de dónde Antonia —a la que recuerdo siempre anciana— nu­tría su complejo arsenal de prodigio­sas historias, pero lo cierto es que na­rraba con una rara habilidad y precisión. A ratos eran anécdotas de guerra; otros, la muerte de su madre; muy a menudo, amores y venganzas de ultratumba, cuentos de aparecidos o penados, o extraños portentos —ella los llamaba «milagros»— que atri­buía, con toda tranquilidad, a fami­lias con nombres y apellidos, a luga­res no demasiado alejados de la casa, y que a nosotras, a pesar de que nun­ca llegásemos a creerla a pies juntillas, nos gustaba pensar que seguramente habían ocurrido o podían volver a

HARRY CLARKE, EL GAT NEGRE, BARCELONA: BARCANOVA, 1992.

ocurrir en cualquier momento. Los dominios de Antonia se iniciaban en la cocina, en su feudo de cacerolas y pucheros, para prolongarse luego por las gélidas escaleras y alcanzar su cé­nit en las habitaciones del segundo piso. Mi infancia, pues, exceptuando las largas horas del colegio, transcu­rrió entre la cocina y el dormitorio. Como en todas las familias de varios hermanos, las enfermedades infanti­les operaban sobre nosotros como so­bre naipes de una baraja y así —pe­rennemente postradas en nuestros lechos— seguíamos asistiendo al ina­gotable desfile de prodigios y espan­tos, hasta que Antonia, envuelta en agobiantes vapores de agua de euca­lipto —vahos a los que atribuía vir­tudes curativas, y a los que achaco yo, ahora, el que nuestras convalecencias

21 CLIJ41

Page 21: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

CRISTINA FERNÁNDEZ CUBAS

no se acabaran nunca—, nos daba las buenas noches y rezaba tres avemarias a las ánimas del Purgatorio. Antonia siempre alardeó de no necesitar para nada los servicios de un reloj-despertador. Las ánimas, agradecidas, cumplían sobradamente con este co­metido y Antonia se despertaba cada día, fresca como una rosa, a las siete en punto de la mañana. El día en que, por primera vez, la anciana no se des­pertó a la hora convenida compren­dimos enseguida que o bien se había olvidado de invocar a sus amigas la noche anterior, o bien las ánimas tenían razones de fuste para deser­tar de sus obligaciones. Antonia, aquella mañana, amaneció gravemen­te enferma.

Exceptuando a mi madre, que deambulaba por la casa a todas ho­ras y por todas partes, otros miembros de la familia poseían sus propias zo­nas, tan privadas e incompartibles como la nuestra. Primero estaba el sa­lón, convertido en despacho-bibliote­ca, de uso exclusivo de mi padre y del que surgían, a las horas más impen­sadas, toda suerte de arias, sinfonías y conciertos, a tanta potencia, que me provocaron, durante largos años, un completo rechazo hacia la música clá­sica. A las irrupciones musicales so­lían seguir densísimos silencios en los que adivinábamos a su ocupante en­tregado a secretas aficiones. De todas ellas, la que más me atraía era la que tenía relación con un montón de li­bros, que entonces me parecían má­gicos, y un sinfín de fichas escritas en árabe, en hebreo, en swahili... Mi pa­dre, en solitario, había decidido hacer realidad una de sus quimeras favori­tas: confeccionar un diccionario en todos los idiomas del mundo.

Arriba, en fin, junto a la azotea, es­taba la habitación del hermano ausen­te. Desde pequeño, influido con toda probabilidad por los veleros que arri­baban o zarpaban del puerto, había resuelto hacerse marino, y mis padres —en un alarde de complacencia inha­bitual en la familia— transformaron,

ante su asombro, un dormitorio nor­mal en un auténtico camarote. Cons­truyeron muebles especiales, alzaron una litera y sustituyeron la ventana por un reglamentario ojo de buey. Luego, cuando mi hermano alcanzó la edad en la que uno se atreve a pla­near su destino y manifestó su voca­ción —hacerse marino—, mis padres, de nuevo ante su asombro, se lo pro­hibieron terminantemente. La casa, tan favorecedora de ensueños y repleta por los cuatro costados de leyendas e historias, era, al mismo tiempo, un duro aprendizaje de las contradiccio­nes y desatinos de la vida.

Podría parecer, a simple vista, que en los retazos de infancia que acabo de describir se encontrasen, ya de por sí, algunos elementos «literarios», pero, curiosamente, fue el recuerdo de esta etapa de mi vida lo que me impi­dió, durante mucho tiempo, entregar­me al cometido de escribir. Desapa­recidos algunos de los protagonistas de la casa, trasladada la familia a Bar­celona, y sospechando ya que lo que se ha ido nunca puede regresar, la in­fancia, la casa misma, se me interpo­nían como un obstáculo insalvable. Demasiado añorado para olvidarme de él, demasiado cercano para poder recrearlo por escrito y dotarlo de al­gún interés para alguien más que para mí misma. Dejé, pues, de escribir y me convertí en una lectora desordena­da, voraz y empedernida. Hasta que en diciembre de 1973 me embarqué hacia América Latina.

Una prolongadísima estancia en Suecia, en EE.UU. o en El Cairo no me hubiera podido producir los mis­mos efectos que los escasos dos años en Latinoamérica. No hablo de mis vivencias en aquellas tierras sino del regreso. El mismo día de la vuelta, nada más pisar el puerto de Barcelo­na, me di cuenta de la distancia que implica un océano y de lo engañoso, en cuanto a cómputo de tiempo, que significa cambiar de país pero no de idioma. Me sentí una extranjera en mi propia tierra, un ser completamente

desarraigado, pero también, al poco, comprobé que, durante aquellos dos años al otro lado del océano, las co­sas habían ido ocupando su verdade­ro lugar en mi memoria y en mi vida. Pude así pasear frente a mi casa na­tal sin asomo alguno de melancolía, y pude, sobre todo, inventarme una hermana, a la que llamé Elba, y es­cribir un cuento. •

Bibliografía

Cristina Fernández Cubas EL ÁNGULO DEL HORROR colección andanzas

Mi hermana Elba, Barcelona: Tus-quets, 1980.

Los altillos de brumal, Barcelona: Tusquets, 1983.

El año de Gracia, Barcelona: Tus­quets, 1987.

Cris v Cros. El vendedor de las sombras, Madrid: Alfaguara, 1988.

Elba-Brumal, Barcelona: Tusquets, 1988.

El ángulo del horror, Barcelona: Tusquets, 1990.

22 CLIJ41

Page 22: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

CARMEN KURTZ

Los cuentos que nos contaron

por Carmen Kurtz

T odavía hoy, cuando vuelvo a ver la casa donde nací, algo dentro de mí se con­

mueve, está vivo. Es una casa grande del Ensanche de Barcelona, en la ca­lle de Mallorca chaflán Gerona, seis balcones a la calle, mucho sol y tam­bién mucho frío en invierno a pesar

de las dos «Salamandras». Lo más di­vertido de aquel piso de la calle Ma­llorca era el pasillo circular, un corre­dor que ejercía las veces de tal ya que fue escenario y testigo de nuestras co­rrerías. Entre hermanos y primos her­manos nos reuníamos, a veces, diez chiquillos. Jugábamos al escondite, a

perseguirnos. Corríamos como locos seguidos por los gatos y los perros que acompañaron nuestra infancia. Días de fiesta en que los mayores se re­cluían en el salón, besos y abrazos, regañinas, tortas, de todo hubo. Inclu­so peleas familiares de cierta impor­tancia con final feliz.

Page 23: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

CARMEN KURTZ

Y también recuerdo la otra cara de la moneda, los momentos de reposo después del baño nocturno. Mi ma­dre guardaba libros de cuentos de cuando ella era niña y yo, en aquellos ratos de lectura, hubiera querido ser Rapuncel, o el Gato con Botas, Pul­garcito o la Pequeña Vendedora de Fósforos, la Sirenita o Blanca Nieves, Peter Pan o Alicia.

Aquella deliciosa intimidad con mi madre se interrumpió un mal día. Mi madre murió. «Tu mamá está en el cielo», me dijeron, y yo, a mis cin­co años, no acertaba a comprender cómo mi madre podía haberme deja­do sin terminar aquel cuento cuyo ab­surdo final en nada se parecía a los finales felices de los cuentos a que me tenía acostumbrada.

Creo que aprendí a leer con un solo propósito: recobrar a mi madre. En casa había muchos libros de cuentos que pertenecieron sucesivamente a mi madre, mis tíos y mis hermanos ma­yores. Los que me antecedieron ha­bían coloreado las ilustraciones, ori­ginales en blanco y negro. Mi talento en ese apartado era nulo. Las ilustra­ciones originales en color me gusta­ban; algunas, me doy cuenta ahora, eran muy buenas, pero yo prefería el texto. Leer era para mí una necesidad y aún me veo sentada sobre la alfom­bra del salón de casa de mis abuelos leyendo La Esfera, un semanario de aquella época con páginas a todo co­lor. En La Esfera leí algo referente a la Revolución Rusa. Ignoro si saqué algo en claro, pero recuerdo muy bien que el pueblo ruso sufrió en su revo­lución infinidad de penurias, entre otras la casi ausencia de hilo de coser que se vendía en aquellos tiempos a metros.

Es curioso que tan gran catástrofe haya sido almacenada en mi memo­ria con algo tan humilde como pue­da ser un carrete de hilo. Curioso tam­bién el hecho de que la hiperactividad, que fue la norma en mis años de in­fancia, pudiera alternar con la quie­tud que supone la lectura. Así fue. Los

juegos, el correr a lo largo del pasillo circular, no se interrumpieron, y al­canzaban su tope máximo en la finca del abuelo, durante las largas vacacio­nes del verano.

Pasé de una Escuela Maternal a un colegio de verdad, severísimo por aña­didura. Poco después de la muerte de mi madre entré como alumna en el Sagrado Corazón de Barcelona.

Los buenos recuerdos de mi primer colegio se centran en la figura de una monja (la madre Barnola), quien, prescindiendo de la dureza del regla­mento, alguna vez, al finalizar la cla­se, me sentaba en su falda y me daba todo el cariño que puede dar una monja. Me encariñé con ella como me fui encariñando con otras monjas que le sucedieron. Con mis compañeras tuve un trato normal, diría muy bue­no, y mis notas fueron siempre las me­jores, no porque yo fuera especial­mente inteligente, sino porque mi

EMILE BAYARD, ALREDEDOR DE LA LUNA, MADRID: ANAYA, 1989.

padre fue siempre muy severo. Las no­tas eran semanales y yo debía forzo­samente obtener la máxima, aquel «Muy Bien» que equivalía a un 10 en todo. Las notas se daban el domingo por la mañana después de la misa, con un ceremonial estremecedor pre­sidido por la Madre Superiora. Una clase tras otra las alumnas desfilába­mos para recoger con una gran «re­verencia» la papeleta que para mí era cuestión de vida o muerte. Las pier­nas me temblaban. Envidiaba a mis compañeras que no parecían en abso­luto temerosas. Al llegar a casa, mi padre echaba un vistazo a mi nota y no hacía comentario alguno. Mis grandes éxitos los conseguía en la dis­ciplina de la lectura. En cambio re­cuerdo abochornada los recreos. Ju­gábamos a pelota divididas en dos campos. Como no me la pusieran en las manos me resultaba imposible ha­cerme con ella. Incondicionalmente

24 CLIJ41

Page 24: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

admiré a mis compañeras que corrían, saltaban, se hacían con la pelota como verdaderas malabaristas. Años más tarde leí, no sé dónde, que el poe­ta Shelley lloraba en los recreos por su torpeza.

Todo es importante en la vida de cualquier ser humano. Todo ser hu­mano, por humilde que sea, tiene su historia. Los niños de antes enferma­ban a menudo y las enfermedades du­raban muchísimo. Luego venían las convalecencias. Y durante esos perío­dos no había más remedio que que­darse en casa y en cama. Los chi­quillos de entonces (años 20) no co­nocíamos la radio y mucho menos la televisión. Estoy casi convencida de que la ausencia de los medios audio­visuales favoreció la afición a la lec­tura y al dibujo. Leí, leí cuanto pue­de leer una niña que vivía el mundo fabuloso de la ficción y a la que se die­ron toda clase de facilidades. He de confesar que mi padre favoreció mis inclinaciones. Se sentaba a los pies de mi cama y me leía todos los Julio Ver-ne que teníamos en casa. Él era un gran forofo de Verne y así recuerdo a Miguel Strogoff en las heladas este­pas, a Phileas Fogg en su vuelta al mundo y al Capitán Nemo en sus veinte mil leguas de viaje submarino. Todos los Julio Verne me fueron leí­dos por mi padre mientras el termó­metro subía o bajaba; aquello era casi lo de menos. Quizá mi afán de viajes, años más tarde, lo debí en parte a las lecturas de mi padre. En mi serie Ós­car se nota mi inclinación por todo cuanto significa horizontes nuevos y mundos imaginarios. Me gustaban la historia y la geografía, tenía facilidad para los idiomas y era una nulidad para las matemáticas.

Durante tres años estudié en casa, ya que mi salud no era buena. Tam­bién entonces mi padre tuvo un gran protagonismo. Me daba lecciones de todo y si la rígida disciplina del Sa­grado Corazón me pareció siempre abusiva, la de mi padre, los rigores a que me sometió, la superaron sin

duda alguna. Era un hombre muy cul­to y ahora me arrepiento de no haber­le hecho caso. Tenía mal genio, era gri­tón y aficionado a descargar la mano, pero su corazón era tierno. Los ojos de una niña no saben de matices. Para mí, durante aquellos tres años de cuidados y estudios, Papá fue un tirano.

Lo he convertido en el padre más comprensivo, más tolerante del mun­do, en el Jorge Tur de la serie Óscar.

He llegado a la conclusión de que el niño necesita cuentos. Primero cuen­tos contados, más tarde libros de cuentos leídos. Los lazos de intimidad que pueden crear los cuentos entre la madre, o el padre, y el niño nunca se olvidan. Me atrevería a decir que el niño que ha tenido una infancia llena de cuentos será, indudablemente, un buen lector a pesar de todos los me­dios audiovisuales de que dispone. A veces cuando me preguntan qué téc­nica utilizo para escribir un cuento, o un libro de cuentos para niños, no se me ocurre nada mejor que contestar: «Como si estuviera contando». Al contar un cuento no somos pedantes. No podemos recurrir a los rellenos, hay que apoyarse en la acción y la imagen, hay que trasladar al niño al clima fantástico de la ficción.

He hablado de mi madre y de mi padre, sería injusta si no mencionara, también, alguna de las tatas que reem­plazaron a veces a cualquiera de los dos. Sabían tres o cuatro cuentos que probablemente pertenecían al folclo-re rural. Los sabíamos de memoria y exigíamos total fidelidad. No quería­mos cambios. Y la tata de turno, que a lo mejor no sabía leer, hilvanaba un cuento que nosotros escuchábamos estremecidos porque era algo que ella guardaba entre los mejores y más que­ridos recuerdos de su infancia.

Y para terminar me atreveré a de­cir: «Uno olvida fácilmente los libros leídos a lo largo de los años. Los cuen­tos que nos contaron o los que leímos, los que significaron el primer contac­to con la lectura, no se olvidan nun­ca».!

25 CUJ41

Bibliografía (selección)

C A R M E N K U R T Z

COSAS QUE SE PIERDEN, AMIGOS QÜB SE ENCUENTRAN

Infantil-juvenil

Serie Óscar (16 títulos), Barcelona: Noguer, 1962-1984.

Color de fuego, Madrid: Cid, 1964.

Chepita, Madrid: Escuela Españo­la, 1979.

Veva, Barcelona: Noguer, 1980. Piedras y trompetas, Barcelona:

Noguer, 1981. Querido Tim, Madrid: Escuela Es­

pañola, 1983. Pepe y Dudú, Madrid: Escuela Es­

pañola, 1983. Brun, Barcelona: Noguer, 1985. ¿Habéis visto un huevo?, Barcelo­

na: Noguer, 1990. Cosas que se pierden, amigos que

se encuentran, Madrid: Magis­terio, 1990.

Page 25: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

MARIASUN LAN DA

Fotogramas de infancia por Mariasun Landa

I lápices mordidos. La envoltu­ra de un chicle alisada con la

m—m uña. La goma de borrar con nombre de ciudad: MILÁN. La me­rienda: pan y chocolate. La cuerda para saltar. Las piedras escogidas para jugar a la rayuela que nosotras llamá­bamos txingo. Pelotas de caucho ver­

de, regalo al comprar los zapatos para el colegio: zapatos Gorila. Matilde, Perico y Periquín en la radio. El ro­sario después de cenar. La mantilla, el velo blanco, misas, genuflexiones, acto de contricción. Lluvia. Novena a la Virgen de Aránzazu. Tebeos de­bajo de la cama. Sissí. Florita. Haza­

ñas bélicas. Leer tebeos es perder el tiempo. NODO. Marcelino Pan y Vino. Euskadi, palabra que sólo se puede pronunciar en casa.

La Historia Sagrada, mi asignatu­ra preferida. Cuentos exóticos y ma-

26 CLIJ41

Page 26: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

i* «iMÍS DEL TESORO. BARCELONA: SEIX BARRAL. 1924. JOAN JUNCEDA, LA ISLA DEL TESORO, BARCELONA: SEIX BARRAL. 1924.

ravillosos... Abraham, que recibe el mandato de matar a su único hijo; la mujer de Lot, que se convierte en sal por mirar hacia atrás; Esaú y Jacob (¡por un plato de... lentejas!); los sue­ños de José; el pequeño Moisés en su cesto a merced de las aguas; las diez plagas de Egipto; el Mar Rojo que se escinde en dos para dejar pasar a los israelitas; Salomón, Absalón, Nabu-codonosor, nombres rimbombantes y exóticos, deliciosos de pronunciar. Y además, todo es verdad.

Colgando de la pared de la clase hay un gran cartelón donde están ilus­tradas todas estas historias que tan bien conozco. Un día, la monja me pi­lla en pecado: hablando en clase.

Coge el cartelón, le da la vuelta y es­cribe: Soy una habladora. Me obliga a recorrer todas las demás clases con aquel cartel entre los brazos. Las lá­grimas. El moqueo. La diabólica im­punidad de las monjas en aquel tiem­po. Las monjas que nos enseñan chotis y «Por la calle dalcalá, con la faldalmidoná...». El euskera no ha existido nunca, ni existe, ni existirá. Amén.

Desde el cuarto de mi hermano se ve el mar, el puerto de Pasajes donde entran barcos mercantes, pesados pe­troleros que emiten gemidos que asus­tan por las noches. Horas enteras mi­

rando por la ventana, junto al vetus­to secreter de mi hermano lleno de ca­jones y libros: Robinson Crusoe, La vuelta al mundo en 80 días, La flecha negra, Veinte mil leguas de viaje sub­marino, El último mohicano, La isla del tesoro, Tom Sawyer... Editorial Bruguera, con 250 ilustraciones.

Primero, mirar «los santos», des­pués adentrarse en el espeso bosque del texto, enamorarme de Tom Saw­yer, mi valiente, atrevido y seductor Tom... «¡No andes entre mis libros!» Prohibición de un hermano cinco años mayor. La transgresión como origen de la pasión por la lectura. Ba­lance de libros propios: más aburri­dos, más ñoños, más escasos. Mujer-

27 CLIJ41

Page 27: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

citas, Fabiola, Cuentos de Andersen, La Princesita...

«—Sed amigos míos, estoy solo —dijo el principito.

»—Estoy solo... estoy solo... estoy solo —respondió el eco.»

4

En el colegio de monjas habían for­mado una tuna de chicas, con sus ca­pas negras y sus cintas. Aprender a to­car la bandurria y salir en aquella peregrina tuna era mi obsesión. Pero en casa dijeron que no. Creyeron mu­cho más conveniente que empezase a estudiar el francés ante la inminencia del Bachillerato. Dejan en mis manos un libro que logro a duras penas des­cifrar: Le pétit prince. Comienza así un calvario que termina cuando logro comprender la frase anterior: «Estoy solo... estoy solo... —respondió el eco». Moi aussi. Sólo entonces me doy cuenta de que aquel libro es dis­tinto, comienzo a amar al personaje y odio un poco menos el francés.

5

Yo ya había empezado a escribir mis cuentos, convencida de que era prácticamente lo único que me salía bien. Los pasaba a limpio, los ilustra­ba y los grapaba. También comencé urt diario con las importantes intrans­cendencias de mi vida, como hacían los personajes de las novelas que leía... Hasta un día que tuve algo real­mente importante que reseñar.

Fue un atardecer de agosto, en ple­na Semana Grande donostiarra. Ha­bíamos ido a merendar chocolate con churros y al pasar por la calle Mayor, vimos que la gente se agolpaba en­frente de la iglesia de Santa María. La gente que esperaba me llamó la aten­ción. ¿Qué pasa? Mis padres no res­pondieron nada, pero me dejaron colarme hasta la primera fila de espec­tadores. Entonces le vi. Iba vestido de blanco, como un almirante, era baji­to y parecía muy serio. Me volví para

MARIASUN LAN DA

compartir mi asombro con mis pa­dres. Habían desaparecido. Pasó el al­mirante, algunos aplaudieron, segura­mente yo también. Todo pasó muy rápido y mis padres reaparecieron misteriosamente. El camino hacia casa fue silencioso, algo tenso. Aque­lla noche, en mi diario, apunté con la pluma estilográfica Parker recién car­gada de tinta: «Hoy le he visto de cer­ca a Franco».

6

«... Y tú, Mariví, eres una asque­rosa, porque no tenías que haberle di-

Bibliografía (selección)

Infantil-juvenil

Amets uhinak, San Sebastián: Elkar, 1982.

Joxepi Dendaria, San Sebastián: El­kar, 1984. (Existe versión en cas­tellano y catalán, en La Galera; en gallego, en Galaxia; y en grie­go, en Sincroni Epoxi.)

Izar berdea, San Sebastián: Elkar, 1985. (Existe versión en castella­no y catalán, en La Galera; y en gallego, en Galaxia.)

Txan fantasma, San Sebastián: El­kar, 1986. (Existe versión en cas­tellano y en catalán, en La Gale­ra; y en griego, en Sincroni Epoxi, Atenas, 1989.)

Errusika, San Sebastián: Elkar, 1988. (Existe versión en catalán, en Cruilla.)

Iholdi, San Sebastián: Erein, 1988. Aitonaren txalupa, San Sebastián:

Elkar, 1988. (Existe versión en castellano y catalán, en La Gale­ra; y en gallego, en Galaxia.)

María eta aterkia, San Sebastián: El­kar, 1988. (Existe versión en ca­talán y castellano, en La Galera.)

28 CLIJ41

cho a Alfred que me gustaba, porque además a mí no me gusta Alfred, para que lo sepas, porque todas os gustáis de Pello, y yo no quiero gustarme de Pello, así que mañana mismo ya le puedes decir que es mentira y que no me importa si no me hace caso, que puede seguir dándole los tebeos a Mari Carmen, a mí me da igual, y que no me mande más recados ni notitas para ella, porque un día de estos se los voy a enseñar a los demás y entonces ya va a ver ese idiota de Alfred lo que le pasa por no gustarse de mí...»

Y la adolescencia llegó. Como siempre, demasiado deprisa. •

Alex, San Sebastián: Erein, 1990. Irma, San Sebastián: Elkar, 1990.

(Existe versión en castellano y ca­talán, en La Galera; y en galle­go, en Galaxia.)

Kleta bizikleta, San Sebastián: El­kar, 1990.

Page 28: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

GEMMA LIENAS

Lectodependencia por Gemma Lienas Massot

D esde mis primeros años, allá por la segunda mitad de los cincuenta, el acto

de leer, por lo que de furtivo tenía y por lo que de aventura solitaria repre­senta, siempre se me manifestó aso­ciado al placer de lo prohibido. Sin embargo, la adicción por la lectura

creció en mí de forma rápida y trai­cionera mucho antes de que adquirie­ra conciencia de proscrita y mucho antes de saber que me vería obligada a esconderme, en determinadas oca­siones, para volcarme en ella a mis anchas.

Para escapar a los quehaceres do­

mésticos que la vida familiar me im­ponía, pronto aprendí a encerrarme en el baño, único lugar íntimo e inac­cesible a las voces de mando de mi madre, que compartía conmigo el amor por los libros, pero difería en lo tocante a obligaciones y devociones. En casa, el deber, esto es, hacer las ca-

29 CLIJ41

Page 29: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

GEMMA LIEN AS

mas, poner la mesa y un sinfín de ta­reas rutinarias y cargantes, era antes que la devoción. Y a mí, contra todo viento y marea de procedencia pater­na, la lectura se me antojaba un de­ber de obligado cumplimiento. Senta­da en el duro plástico, viajé con Nils Olgerson a través de Suecia y soñé con ver algún día el deshielo de un lago nórdico;1 presencié un asesinato jun­to a Tom Sawyer y Huckleberry y con ellos huí hacia una isla del Mississip-pi, río que deseé conocer en el futu­ro;2 acompañé a Miguel Strogoff, aparentemente ciego, en su peregrina­je como correo del zar a través de Ru­sia, y amé aquella tierra;3 participé con Emilio en el desenmascaramien­to de la banda de ladrones;4 me con­tagié el sarampión con Bibí y las con­juradas y compartí con ellas la misma habitación,5 y comí con Guillermo bolas azucaradas de grosella hasta po­nerme enferma.6 Y todos ellos con­tribuyeron a consolidar mi relación vehemente con los libros. Sin embar­go, navegar, desde Lumerland hasta China, con Jim Botón y Lucas el ma­quinista en una locomotora calafa­teada7 fue lo que decidió mi futuro profesional: viviría entregada a la li­teratura, como profesora, como edi­tora, como lectora y como escritora.

Temprano conocí los efectos devas­tadores del síndrome de abstinencia cuando carecía de libro que llevarme a los ojos y al alma. De modo que me obstinaba en tener siempre a mano no un volumen sino dos o tres, cuya lec­tura trataba de simultanear. Era tal la fascinación que la letra de molde ejer­cía sobre mí que incluso durante el de­sayuno me empeñaba en seguir desa­rrollando mi ocupación predilecta, con gran horror por parte de mi fa­milia que consideraba, con acierto, que leer en la mesa era una falta de respeto hacia los demás comensales; de modo que yo, cada mañana, su­brepticiamente releía, como en un ri­tual, las únicas letras devorables que se hallaban cerca de mí: las impresas en la etiqueta del bote de Cola-Cao.

E.W. KEMBLE, LES AVENTURES DE HUCKLEBERRY FINN, BARCELONA: BARCANOVA, 1992.

Sin embargo, el mejor intervalo es­taba constituido por las noches, siem­pre largas, puesto que nos acostaban temprano, y absolutamente mías, a pesar de que compartía la habitación con tres hermanas. Tengo que agrade­cer al médico de cabecera de la fami­lia que, cuando mi madre le interro­gó acerca de la conveniencia de mis costumbres de lectora contumaz has­ta bien entrada la madrugada, consi­derara provechoso el simple hecho de estar tendida en la cama y la tranqui­lizara al respecto, con lo cual dispu­se, desde entonces, de entera libertad para administrarme la noche como me apeteciera. Y como mejor me pa­recía era vadeándola, desde el cre­púsculo hasta el alba, con personajes de ficción. En esas horas, que llegué a estimar exiguas, trabé conocimiento con Celia, su gato Pirracas y su muñe­

ca Julieta, y, con ellos, alcancé tam­bién la edad de la razón, si es que al­guna vez se llega a tamaña sinrazón;8

con Kásperle y los titiriteros;9 con Mary Poppins, los niños Banks y el deshollinador, junto a los cuales ascen­día hasta el techo si me reía a carcaja­das, cosa que sucedía con harta fre­cuencia;10 con Heidi y el altillo en el que dormía, desde el cual, sin mover­se del camastro, podía contemplar las estrellas;11 y con el pequeño príncipe y los distintos planetas, habitados por reyes, vanidosos, borrachos, hombres de negocios, faroleros y geógrafos.12

Cuando las horas de descanso noc­turno no me alcanzaban para termi­nar la historia en que me hallaba en­zarzada, me llevaba el libro al colegio y, puesto que jamás conseguí enten­der qué goce podían proporcionar las palancas de primero o segundo gra-

Page 30: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

do ni la memorización de reacciones químicas, aprovechaba el rato dedica­do a las materias de ciencias para co­nocer el desenlace de la narración. Creo que, bajo las tapas del pupitre, conocí el amor, de la mano de Betty, la heroína de Fort Henry;13 la gene­rosidad y el valor, siguiéndole la pis­ta a Beau a través del desierto;14

pero, fundamentalmente, conocí el poder de la voluntad junto a Andrei, cuando resultó gravemente herido al ser abatido su «caza» y, arrastrándo­se a través de los bosques, consiguió sobrevivir y, aunque perdió las dos piernas, merced a su enorme tenaci­dad y esfuerzo, valiéndose de unas ortopédicas, volvió a pilotar un avión.15

El colegio al que yo asistía me pa­recía maravilloso, por mucho que se empeñaran en afearlo los romos y nada didácticos profesores de mate­máticas, física y química. Y aún más portentosa resultaba mi profesora de literatura, que también lo era de len­gua, de latín y de griego. Ella me in­trodujo en los clásicos castellanos des­de el romance de Abénamar16 hasta los cuentos de Baroja,17 pasando por los artículos de Larra,18 las aventuras del Lazarillo,19 las historias del Arcipreste20 y muchos otros. Ella, también, me desveló el tesoro arqui­tectónico que representa una lengua, conocimiento que amplié con la sec­ción «La cárcel de papel» de la revis­ta La Codorniz.

Sin embargo, por extraordinario que resultara aquel colegio, nada pudo impedir que las prohibiciones de la dictadura franquista se abatieran parcialmente sobre nosotros; y, por ello, me había sido vedado leer en mi lengua. A lo sumo, podía husmear en la biblioteca de mis padres y desem­polvar novelas de autores que habían empezado a escribir y a publicar an­tes que el dictador reprimiera contun­dentemente la edición en catalán. De este modo, a través de páginas ama­rillentas, descubrí a personajes entra­ñables como Massagran,21 Pere Fi22 y,

sobre todo, Tirant lo Blanc y Carme-sina,23 en una deliciosa versión para niños.

Me es imprescindible señalar con gratitud que mis padres, tan riguro­sos en lo tocante a la educación de sus hijas, fueron liberales en el uso que yo hacía de su biblioteca, en la que prac­tiqué continuas y sabrosas razzias que me permitieron identificarme con Ma-dame Bovary o Ana Karenina desde bien temprana edad y que mantuvie­ron viva una pasión que ya desde un principio era difícilmente extin-guible. •

Notas 1. Lagerlof, S.: El maravilloso viaje de Nils Ol-gerson a través de Suecia. 2. Twain, M.: Las aventuras de Tom Sawyer, Barcelona: Juventud, 1957. 3. Verne, J.: Miguel Strogoff, Barcelona: Mo­lino, 1954. 4. Kaestner, E.: Emilio y los detectives, Bar­celona: Juventud, 1958. 5. Michaelis, K.: Bibíy las conjuradas, Bar­celona, Juventud, 1952. 6. Crompton, R.: Travesuras de Guillermo, Barcelona: Molino, 1935. 7. Ende, M.: Jim Botón y Lucas el maquinis­ta, Barcelona: Noguer, 1962. 8. Fortun, E.: Celia. Lo que dice, Madrid: Aguilar, 1952. 9. Siebe, J.: Kásperle, Barcelona: Noguer, 1960. 10. Travers, P.L.: Mary Poppins, Barcelona: Ju­ventud, 1964. 11. Spyri, J.: Heidi, Barcelona: Juventud, 1960. 12. Saint-Exupéry, A. de: Elpetit princep, Bar­celona: Estela, 1964. 13. Grey, Z.: La heroína de Fort Henry, Bar­celona: Juventud, 1963. 14. Wren, P.C.: Beau Geste, Barcelona: Juven­tud, 1961. 15. Polevoi, B.: Un hombre de verdad. 16. Flor nueva de romances viejos, Madrid: Espasa-Calpe, 1965. 17. Baroja, P.: Cuentos, Madrid: Alianza, 1966. 18. Larra, M.J. de: Escritos políticos, Madrid: Ciencia Nueva, 1967. 19. Anónimo: La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, Barcelona: Juventud, 1967. 20. Hita, Arcipreste de: Libro del buen amor, Madrid: Espasa-Calpe, 1967. 21. Torres, J.M.: Aventures extraordináries d'en Massagran, Barcelona: Josep Baguñá, 1933. 22. Torres, J.M.: Les formidables aventures de Pere Fi, Barcelona: Josep Baguñá, 1934. 23. Tirant el Blanc, Barcelona: Ariel, 1954.

31 CUJ41

Bibliografía

Infantil-juvenil

Cul de sac, Barcelona: Empúries, 1986. (Existe versión en caste­llano, en Ahorna.)

Dos cavalls, Barcelona: Empúries, 1987.

La lluna en un cove, Barcelona: Cruilla, 1987. (Existe versión en castellano, en SM.)

Vol nocturn, Valencia: Tres i Qua-tre, 1987.

Així és la vida, Carlota, Barcelo­na: Empúries, 1989. (Existe ver­sión en castellano, en SM.)

El gust del cafe, Barcelona: Pór-tic, 1989.

La meva familia i l'ángel, Barce­lona: Cruilla, 1992. (Existe ver­sión en castellano, en SM.)

Page 31: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

PILAR MATEOS

Hacen falta muchos cuentos

por Pilar Mateos

n la cocina de la casa vieja la escalera es un difunto, envuelto en que en Valladolid hace frío. Y si la hay muchachas de pueblo una capa negra, que viene a comerte casa no se quema aprovecho la emer-

IÜMSB que cuentan historias de la asadura. En ese momento se va la gencia para echarme azúcar en el hue-crímenes y resucitados, cuentos de luz. vo frito, sin que la narradora de hace miedo; la voz ahuecada y espectral O la sartén se prende en llamas de un rato se apiade de mis náuseas, alargando tenebrosamente las vocales: repente sobre el infiernillo eléctrico, «Ahora te lo comes», dice. Es horri-«Ya voooy, ya vooy, que subiendo la y más vale salir corriendo antes de que ble comerse un huevo frito con azú-escalera estooy...». Y quien sube por se queme la casa y coger los abrigos, car cuando los pies no te llegan al sue-

32 CUJ41

.

Page 32: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

lo y ni siquiera alcanzas los límites de tu propia identidad.

—El día que yo sea Marianito —di­ce mi hermana Mariló (y Marianito es el vecino de arriba)—, verás las pa­tadas que voy a dar.

Lo mejor de la jornada es que nos cuenten cuentos; nunca a mí sola, na­turalmente. Los cánones exigen un co­rro de oyentes infantil y plural. La na­rradora es casi siempre una mujer muy joven, que ha llegado de un pue­blo castellano con una maleta de car­tón y un olor añejo en el vestido. Tam­bién nos cantan coplas de novios, romances de incestos —«un día estan­do en la mesa, un día estando en la mesa, se enamoró de su hermana»— que repetimos alegremente ante el es­cándalo familiar.

—¿Pero qué dice esta niña? Palabras. Lo que nos fascina de los

adultos son las palabras; no cómo vi­ven ni su manera de hacer, sino lo que cuentan. Ser adulto autoriza a parti­cipar en las tertulias del anochecer formando el círculo mágico de la na­rrativa. Y es en ese círculo donde que­remos entrar.

La vida puede empezar así, como el trazo de una piedra en la superficie del agua; un círculo chiquito que se agranda en otro y en otro más.

Círculos a la medida de los cuatro años, donde se desvela el mundo. En el colegio de las Jesuitinas de la calle Fray Luis de León, cuando yo tenía tres o cuatro años, aparecían por os­curos recovecos tazones rotos con san­gre derramada, ritos satánicos, hue­llas estremecedoras de la presencia del demonio, que los niños desvelábamos en nuestros mínimos círculos confi­denciales, dirigiendo a la espalda una mirada de prevención, porque el de­monio de entonces era una figura co­tidiana y familiar que surgía del azo­gue de los espejos, se introducía de noche bajo tu cama y por menos de nada te arrastraba al infierno para siempre jamás.

Nos salvábamos del infierno como se salvan los niños; con una capaci-

ZARAGUETA, MAS HISTORIAS DE ANTOÑITA LA FANTÁSTICA, MADRID: GILSA.

dad de aguante muy superior a la de los mayores y una habilidad encomia-ble para arrojar el fardo de sus pesa­res sobre los hombros del adulto que llegará a ser; allá se las entienda.

Tampoco faltaban otros recursos. La magia antigua se da la mano con la técnica y llegan los discos de cuen­tos aderezados de ráfagas musicales; el leñador bueno que elige la más hu­milde de las tres hachas, la de hierro, la de plata, la de oro; el leñador ava­ricioso que será castigado con mora­leja final versificada—«te conozco, gordinflón»—, y por ser tan mal ami­go —«mereces una lección»—, que los hermanos incorporamos a los ri­tuales caseros particulares, como ha­

cen hoy los niños, a escala nacional, con frases publicitarias y muletillas te­levisivas.

Y el cine. El deslumbramiento de Bambi, La Cenicienta bajo todas las formas, en película, en disco, en un libro-tesoro que tenía los dibujos en relieve y dotados de movimiento. Si manipulabas la lengüeta de cartón, la Cenicienta barría.

Nunca quise ser la Cenicienta. Que­ría ser bailarina de ballet, alimentar pájaros recién nacidos y escribir cuen­tos que dieran la vuelta al mundo.

En el colegio de las Jesuitinas, a los tres o cuatro años, me clavo la astilli-ta en el dedo —el mundo entonces es­taba hecho astillas—. Rompo a llorar a gritos sin permitir que nadie me re­medie. Y junto a mi hermano mayor —sólo un año mayor— hay otro niño. Mi hermano quiere ayudarme y yo no le dejo. El niño dice: «Mira, mira ese pájaro». Yo sigo la dirección de su mi­rada buscando al pájaro y no lo veo. Vuelvo a mirar al niño, interrogante, y el niño sonríe. La astilla ya no está en mi dedo.

Por eso empecé a escribir: porque no volví a encontrar un niño como ése que me sacara las astillitas del dedo. Y porque en el cuarto de los chicos había un mirador.

La luz de la calle López Gómez es dorada y tenue, aureola los contornos de las cosas y los embellece. Es la luz de los seis años, de los ocho años. Y para una niña miope y desorientada, de larga infancia, el mundo seguirá siendo un útero adonde los sonidos llegan filtrados y en sordina; el ritmo de un taconeo en la calzada. El eco sugerente de unas voces en la quietud del anochecer. Las niñas que saltan a la comba cantando la historia de un sevilla-sevillano a quien siete hijos le dio Dios; el romance de una condesa que esperó durante siete años la car­ta del conde.

En el cuarto de los niños hay dos camas metálicas, una mesa pintada de verde, un agujero en la pared, que los hermanos vamos ahondando laborío-

Page 33: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

sámente, y un mirador donde me sien­to en el suelo a media tarde, con sol y una merienda de pan y chocolate, a leer un cuento o a escribir un cuento.

—Dice papá que eres tonta porque escribes cuentos; todavía si fueras una chica mayor...

Leyendo cuentos pobres en edicio­nes pobres; cientos de tebeos que nos disputamos entre los hermanos. Ha­cen falta muchos cuentos cuando es necesario guardar cama, y esta niña siempre está mala. Hay, apenas, un re­cuerdo borroso de una criatura rete­nida por el reuma y salvada más tar­de, no sé de qué, por las primeras aplicaciones de la penicilina que es preciso ponerle cada dos horas, día y noche. Parece que ha tenido de todo.

—Para acabar antes, dígame usted lo que no ha tenido— le pide el mé­dico a mi madre.

Y cuando no es la escarlatina, se atraca de chocolate —chocolate del malo, con tierra; el bueno está guar­dado con llave— y le da un cólico. O simplemente crece y le da un ca-lenturón.

Mi madre se queda en la habitación de al lado, con luz baja, vigilando la fiebre. La niña delira y lee cuentos. Cuando está leyendo ni siquiera te oye. A falta de otra cosa se aprende de memoria las páginas de lectura es­colar y los milagros de las revistas re­ligiosas —El mensajero del Corazón de Jesús—. Es una niña que da mu­cha guerra. Protesta por cualquier cosa, se pelea con sus hermanos, lo deja todo tirado y en el colegio saca mal en conducta y en urbanidad. No es extraño, porque siempre va hecha un desastre, la camiseta asomando por el uniforme y los calcetines comidos.

—Esta niña no es como sus hermanos.

Los Reyes Magos traen libros esca­sos. El diario de una muñeca, de Ma­risa Villardefrancos; libros releídos que me dejarían para siempre el gus­to de la relectura. Y entonces, el amor

PILAR MATEOS

por los muñecos y por la infancia, la propia y la ajena. Y el cuerpo que se empeña en desmentirme y en crecer mucho más deprisa que yo.

Cuentos contados con los dedos de la mano. Pelusa, del padre Coloma, que incluye «Terry el malo y Fridolín el bueno», porque los libros de enton­ces eran así. El inca Garcilaso de la Vega —qué libros más raros nos re­gala la abuela—. Gulliver en el país de los gigantes. Ah, no. Celia no, pro­hibido. Esta niña no puede leer Ce­lia. Sólo faltaba que le dieran ideas.

—No escribas esas cosas —dice mi padre.

Lo dice porque he escrito un cuen­to que se titula «La hija del capataz», de niñas pobres y niñas ricas; muy malas, las ricas. Y cuando hago el relato heroico de un caballero de die­ciséis años, mi padre no capta el alien­to dramático. «Esto parece de Wen­ceslao Fernández Flórez», comenta. Me acostumbro a vivir sin elogios y sin reconocimiento. Y para colmo de males nunca seré rubia.

Hacia los diez años conozco a An-toñita la Fantástica, el espejo claro de mi vida. Allí está mi hermano Manín con su primer pantalón largo; nues­tras entrañables fiestas de Navidad; mi amiga Marisa, la guapísima; has­ta el perfil aquilino de la abuela ma­drileña. Y caigo en la cuenta de que lo que tengo que hacer es escribir un diario —no místico, como el de los ocho años—. Y ya estoy en ruta. En primero de Bachiller, los periódicos de humor, las novelas por entregas que leen mis amigas, ¡y lloran!; los cuen­tos de hadas en clase de francés, las viñetas de ciencia-ficción en clase de costura —«¿Cómo acaba», pregunta la profesora—. Ni sospecho que estoy emprendiendo una larguísima trayec­toria de irresponsabilidad y aprendi­zaje, de deslumbramientos e impoten­cia, de fracasos encadenados más que nada. Y que sólo en la madurez po­dré hacer realidad lo que al paso de los años ha ido convirtiéndose en una aspiración básica: ejercer el oficio. •

34

Bigliografía (selección)

Infaníil-juvenil

Historia de ninguno, Madrid: SM, 1981.

Jeruso quiere ser gente, Madrid: SM, 1982.

Capitanes de plástico, Madrid: SM, 1983.

El cuento interrumpido, Barcelo­na: Noguer, 1983.

Mi tío Teo, Madrid: Anaya, 1987. El vidente, Zaragoza: Edelvives,

1988. Zapatones, Madrid: SM, 1988. La princesa que perdió su nombre,

Zaragoza: Edelvives, 1990. El pequeño davirón, Anaya: Ma­

drid, 1991. ¡Qué desastre de niño!, Madrid:

SM, 1992.

CLIJ41

Page 34: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

/ / Siéntate « tono- 11

&*# tec actividad

&OH> tcc cuenft* •^^•••••^•i

• « • • « • • H i

Tras profundas investigaciones en el campo de la ergonomía aparece en Noruega un diseño que abre nuevas fronteras a la salud y calidad de vida.

SILLA CONVENCIONAL - Columna vertebral torcida.

- Respiración disminuida.

- Tensión muscular, "tripa".

- Dolores, cefalea.

SILLA ERGONOMICA - Respeta la forma natural

de la columna.

- Respiración completa.

- Relax, tono muscular.

ca ^ F ¿ ? R M A m u e b l e e r g o n ó m i c o

Casp, 39, 3er 2a - E-08010 Barcelona Tel. 93-317 41 88 - Fax 93-412 38 12

Page 35: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

ANA Ma MOIX

Lecturas en el balcón en primavera

por Ana Ma Moix

D iríase que, en los últimos años, la primavera va de­jando de existir como es­

tación para pasar a ser, simplemente, un súbito y fugaz preámbulo del ve­rano. Antes —hace treinta, treinta y cinco años— la primavera llegaba len­ta, y dejaba que el tiempo la transcu­

rriera pausadamente. Era lo que, por naturaleza, ha sido siempre en nues­tros climas: una pausa, un alto en el sucederse temporal del año para, atrás los enclaustramientos invernales, dar­nos un tiempo razonable de habitua­ción para que la conmoción del cam­bio de vida estival —absolutamente

exterior— resultara menos violento y brutal. Los niños de entonces, los ni­ños urbanos de hace más de treinta años, veíamos llegar la primavera des­de el balcón. Porque entonces había balcones; los balcones existían. Quie­ro decir que se utilizaban como una estancia más de la casa. Y era una es-

36 CLIJ41

Page 36: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

JAVIER VÁZQUEZ, EL CORSARIO NEGRO, MADRID: SM, 1990.

tancia frecuentada, sobre todo, por los niños. Los adultos solían salir al balcón, pero sólo eventualmente: a re­cibir el agradable impacto de la brisa que, se sabía, refrescaba a determina­das horas de las tardes preveraniegas; o a dejar vagar la mirada por los ele­mentos que componían el perdido paisaje de la vida callejera. Pero quie­nes pasaban largas horas en los bal­cones eran los niños. Para ellos, el in­vierno terminaba cuando la vida doméstica emitía señales muy deter­minadas como la retirada de alfom­bras y de pesados cortinones, y, sobre todo, cuando se abrían los balcones y salir a leer, o a aislarse, dejaba de ser temeridad a juicio de los adultos.

Ignoro en qué rincón, en qué lugar de la casa, en qué espacio incontami­nado de presencias ajenas aunque fa­miliares, se aislan los niños y adoles­centes de hoy. Ignoro si necesitan de esta práctica. Para los de entonces, constituía una necesidad. En estos ais­lamientos, hurtados a la convivencia, se crecía. Sólo, o casi sólo, se crecía durante esos retiros en los que la so­ledad era un imperio recién conquis­tado. Allí se leía, y las lecturas eran distintas de las efectuadas en el inte­rior del habitáculo familiar, o del re­cinto escolar. Eran lecturas distintas, doblemente distintas: por un lado, a partir de cierta edad, la recién estre­nada adolescencia se llevaba al balcón libros de la biblioteca de los adultos, libros no regalados, ni recomendados, ni pedidos, sino simplemente libros elegidos libremente por uno mismo, sólo al confuso e inquietante dictado del eco de algún comentario captado casi al azar; y, por otro lado, esas lec­turas se realizaban a solas, completa­

mente a solas, como en los años fina­les de la infancia y primeros de la ado­lescencia se imagina uno que se pro­duce el amor, la muerte y el olvido: a solas.

El tiempo era otro en el balcón, se dilataba. Y, entonces, los minutos, las horas eran largas, indolentes, transcu­rrían sólo acompañadas por las man­chas verdes de los árboles, abajo, en la calle, y aquellos ruidos que apenas existen ya. Los ruidos que anunciaban el verano; voces que llegaban aisladas, como de muy lejos, como ejercicios musicales que se repetían para un exa­men inminente. El tiempo era otro en el balcón, y nosotros también, inmer­sos en lecturas que nos estaban ha­ciendo por dentro, de una determina­da manera. Lecturas en las que se mezclaban Louisa May Alcott y el pri­mer Dostoievski, Bécquer y Rilke, la pequeña Dorrit y los adolescentes de Pavesse, Salgari y Maupassant, la princesa de Eboli y Madame Bovary, Rubén Darío y Manrique, Guillermo y Hamlet... Sí, había primaveras es­peciales; había primaveras en las que se salía al balcón escondiendo un li­bro prohibido debajo de la bata esco­lar y quien lo abandonaba era ya un adulto. El tiempo, repito, era otro en el balcón, y en nosotros, porque lo marcaba el reloj de las lecturas furti­vas, lecturas que nos iban haciendo, que iban conformando nuestro modo de ser, de pensar, de sentir. Dentro, en el interior de la casa, quedaban quie­nes creían estar educándonos, estar atentos a nuestro desarrollo físico y espiritual, estar moldeando un pensa­miento, o, lo que es lo mismo, una máquina de creer, de opinar y de juz­gar, cuando, en realidad, eran aque­llas lecturas furtivas, llevadas a cabo fuera del recinto familiar, las que iban conformando lo que, con el tiempo, sería una persona.

Las lecturas, las verdaderas lectu­ras, eran las que se realizaban en el balcón, o en cualquier otro espacio ajeno al de los adultos. Aquellas lec­turas, algunas de aquellas lecturas,

crecían en nosotros para, con los años, convertirse en un rasgo del pro­pio carácter, en un tono de la propia voz, en un modo de ser lo que somos. •

Bibliografía (selección)

Baladas del dulce Jim, Barcelona: El Bardo, 1969.

Julia, Barcelona: Seix Barral, 1970. Ese chico pelirrojo a quien veo

cada día, Barcelona: Lumen, 1971.

Walter, ¿por qué te fuiste?, Barce­lona: Barral, 1973.

A imagen y semejanza, Barcelona: Lumen, 1985.

Las virtudes peligrosas, Barcelona: Plaza & Janes, 1985.

Infantil-juvenil

La maravillosa colina de las eda­des primitivas, Barcelona: Lu­men, 1976.

Mi libro de los... robots, Barcelo­na: Bruguera, 1983.

Miguelón, Madrid: Anaya, 1986. La Niebla y otros cuentos, Madrid:

Alfaguara, 1988. r~

La niebla y otros relatos Ana María Moix

Page 37: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

PILAR MOLINA

Personajes de papel por Pilar Molina Llórente

M is primeros recuer­dos de niña entre­mezclan el cuadrito

de sol que se formaba en el suelo del cuarto de estar con las canciones que tarareaba mi madre para dormir a mis hermanos, el olor a canela del arroz con leche que preparaba mi abuela con

los giros vertiginosos de los aullantes vencejos que pasaban rozando el bal­cón de mi habitación.

No recuerdo en cambio cuándo aprendí a leer. Por muy atrás que vaya en mi memoria no encuentro ese mo­mento en el que se confunde la d con la b, se pregunta uno sobre la utilidad

de la h o de la u detrás de la q. Para mí leer es como andar o coger la cu­chara. Me han contado que me ense­ñó mi hermana cuando yo tenía dos años y ella cinco. Que un niño de dos años aprenda a leer no tiene nada de especial. Si puede retener los nombres de más de treinta pitufos y distinguir-

38 CLIJ41

Page 38: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

los por sus mínimas diferencias, tam­bién puede aprender y combinar unas letras. Lo verdaderamente asombroso es que una niña de cinco años enseñe a leer a otra de dos.

Mi casa estaba llena de libros. Ha­bía estanterías en todas las habitacio­nes, incluido el cuarto de baño. Ha­bía libros de pastas duras llenos de fórmulas y números, con dibujos y fo­tografías de piezas dentadas y extra­ñas herramientas. Había pequeñas novelas románticas y delgados cua­dernillos policiacos, novelas del oes­te, de terror, de humor, de aventuras, periódicos, revistas, tebeos...

Mi hermana leía todo lo que esta­ba a su alcance y cuando no lo alcan­zaba ponía una silla. Quiero decir que a excepción de los libros de mecánica de mi padre, muchos de ellos en ale­mán, todo lo demás le interesaba. A mí no; yo leía los tebeos y los pies de las ilustraciones que más llamaban mi atención, pero lo que prefería era ob­servar. Era tan interesante ver rascar­se la cabeza a una mosca... seguir el camino del sol en la pared según caía la tarde... oír el ritmo del batir de los huevos para la tortilla... espiar cómo se comía la plancha las arrugas de la ropa... El mundo era fascinante y yo era consciente de ello. El cambio de los colores con las luces, los contor­nos y las líneas, las expresiones de las caras, los sonidos, los ruidos, lo per­manente y lo cambiante, lo amable y lo desagradable, las ilusiones y las de­cepciones, lo relativo del tiempo... todo era para mí una experiencia dig­na de estudio y me hacía pensar.

Pensar y buscar respuestas a las mil preguntas de cada día era el ejercicio de mis noches sin sueño. Tenía miedo a dormirme, cuando estaba despierta podía controlar mis pensamientos y mis reacciones, pero en cuanto me dormía el miedo se apoderaba de mí y me hacía despertar sudando y con un temblor en todo el cuerpo. Es el miedo de los niños. Ahora que soy madre me doy cuenta de que en una u otra medida el miedo es el compa-

JOSÉ MARÍA PONCE, EL TESORO DEL LAGO DE LA PLATA, MADRID: ANAYA, 1991.

ñero de todos los niños hasta los diez años. En mi casa no se lloraba de no­che ni se llamaba a mamá, ni mucho menos se encendía una luz. Nadie lo había hecho antes y era impensable pedirlo. No sé si mis hermanos llega­ron a pasar tanto miedo como yo, pero nunca comentamos nada.

Mi hermana y yo jugábamos a los recortables con las niñas que vivían en el primero. Eran dos hermanas poco más o menos de nuestra edad que te­nían una tía modista. Cada año, cuando la tía de nuestras vecinas re­novaba sus figurines, nos regalaba los antiguos y nosotras recortábamos los que más nos gustaban. Algunas veces los pintábamos de colores, pero los lá­pices patinaban en el papel satinado y todo se teñía de un gris sucio. Otras veces jugábamos con recortables de verdad que comprábamos en el quios­co. Jugar a los recortables o a las mu­ñecas es básicamente poner y quitar

vestidos: de playa, de invierno, para esquiar, el disfraz... pero nosotras no jugábamos así, los vestidos eran casi un estorbo para el desarrollo del jue­go. Nosotras creábamos personajes. Mi hermana conocía por los libros tantas aventuras y tantos ambientes que le era muy fácil crear misteriosos espías, enigmáticas chicas, malvadas institutrices, valerosos libertadores... Mi cultura no alcanzaba a tanto, mis personajes eran más inocentes, más simples, pero servían de ensayo para mis experiencias y mis conclusiones. No es lo mismo pensar en algo, que verlo reflejado en un individuo aun­que éste sea de papel.

Algún tiempo después dejamos de jugar con nuestras vecinas y entró en el juego mi otra hermana, casi cua­tro años menor que yo, que con su sentido del humor y su ingenio incor­poró una serie de graciosos y burlo­nes personajes.

Page 39: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

Los recortables se convirtieron en el único juego que realmente nos en­tretenía. Nos sentábamos en el suelo y extendíamos nuestros papeles con formas humanas. A nuestro padre no le gustaba demasiado vernos todo el día tiradas en el suelo, charlando como loros y rodeadas de papeles, y un día, mejor dicho, una noche ocu­rrió una tragedia que a pesar de los años que han pasado, ni mis herma­nas ni yo hemos olvidado.

Nuestros padres habían salido al cine. Solían hacerlo a menudo. El cine estaba muy cerca de casa y mi herma­na era ya lo suficientemente mayor como para cuidar de nosotras. Ade­más era muy responsable; siempre lo ha sido. Antes de acostarnos jugába­mos un rato, pero aquella noche la aventura de nuestros personajes de pa­pel era especialmente interesante y charlando e inventando se nos pasa­ron las horas sin sentir; ni siquiera oímos entrar a los mayores. Mi padre entró como una furia, nos mandó a la cama y haciendo una bola con to­dos nuestros recortables los tiró al re­trete y tiró de la cadena. Fue una ver­dadera tragedia, así lo sentíamos nosotras. Estuvimos llorando con la cabeza debajo de las sábanas toda la noche.

En los días siguientes nos dimos cuenta de que no necesitábamos aque­llos papeles para hacer vivir a nues­tros personajes; sólo teníamos que ha­cerles hablar, contar entre nosotras sus aventuras. A partir de entonces nuestros juegos fueron hablar y leer. Mi hermana me enseñó los libros de los que habían surgido sus fascinan­tes personajes, me contó sus historias, me habló de los lugares y de los tiem­pos y me descubrió el mundo silencio­so que se amontonaba en las estante­rías de casa y que sólo esperaba que me aventurase por él.

Primero fueron las novelas del oeste con sus fantásticas descripciones de las praderas, los cañones y los espa­cios abiertos, mi padre tenía toda la colección de Zane Grey, y enseguida

PILAR MOLINA

las obras de Karl May, ya que el le­gendario Winnetou era el personaje favorito de mi hermana. Le siguieron las novelas policiacas y las de aventu­ras, Alian Poe, Julio Verne, Stanley Garner, José Mallorquí..., pero de aquella época hay unos personajes a los que recuerdo con un cariño espe­cial, los de Diego Valor.

Diego Valor era un comandante in­terplanetario que acompañado por sus hombres paseaba su justicia y su código de conducta por el espacio. Luchaban contra los nombres verdes de Venus o contra los malvados habi­tantes de Marte. Visitaban satélites desconocidos donde habitaban mons­truos y máquinas infernales siempre en defensa de los inocentes y de la paz de la Tierra. Era un tema nuevo para mí y además de leerlo en unos alar­gados cuadernillos de cómics que sa­lían cada semana, podía oírlo todas las tardes dramatizado por el fabulo­so cuadro de actores de Radio Ma­drid, otro de mis más queridos recuer­dos. En Diego Valor había un personaje, Miguel Portóles, que me emocionaba de manera especial. Un personaje generoso, sereno, capaz de todo por fidelidad. El eterno segun­do, que es desde entonces mi favorito en las novelas, películas y narraciones de todo tipo.

Buscando ese personaje llegué al Horacio de Hamlet, al Antonio del Mercader de Venecia, al Jonathan de la Biblia... y alrededor de ellos a un sinfín de personalidades capaces de sugerir otras muchas. Leer, imaginar, recrear o ver imágenes para recrear, imaginar y volver a leer. En resumen, buscar el fondo de cada personaje y la forma de cada historia y cuando no existe, crearlo. Lo verdaderamente apasionante de la literatura es, al me­nos para mí, crear personajes capaces de pensar y sentir por sí mismos, ca­paces de relacionarse unos con otros hasta formar un universo imaginario que a menudo alcanza proporciones reales. Personajes vivos en el papel. ¿Personajes de papel? •

40 CLIJ41

Bibliografía (selección)

Infan til-ju ven il

Ut y las estrellas, Madrid: Doncel, 1964.

El terrible florentino, Madrid: Doncel, 1973.

El mensaje de Maese Zamaoor, Madrid: SM, 1981.

Patatita, Madrid: SM, 1983. El parque de papel, Madrid: SM,

1984. Poemas, Madrid: SM, 1985. La visita de la condesa, Madrid:

Susaeta, 1987. El largo verano de Eugenia Mes-

tre, Madrid: Anaya, 1987. Aura Gris, Madrid: Bruño, 1988. El aprendiz, Madrid: Rialp, 1989.

Page 40: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

CONECTE CON NOSOTROS Base de Datos

d e uso público y 9 ^ nRDENADOR+M<>DEM+TEl" 0 R D E N (93) 207.78.97

2 4 horas ai día «ncluso

Editorial Fontalba ha creado la primera BASE DE DATOS del sector editorial que le permite acceder a los índices de las revistas MUNDO CIENTÍFICO, CUADERNOS DE PEDAGOGÍA, CLIJ, ANUARIO DE PSICOLOGÍA y BOLETÍN AGROPECUARIO, que cuentan con más de 6.000 artículos publicados. Además ofrecemos: buzón electrónico para suscripciones, números atrasados, notas para redacción e inserción de publicidad. Especificaciones técnicas: Velocidad 1.200 baudios, Bits de datos 8, Paridad N, Bits de stop 1.

EDITORIAL FONTALBA VALENCIA, 359 • Tel. (93) 458 55 08 - 08009 BARCELONA

Page 41: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

FACSÍMIL

Niñas de papel por Teresa Maña

L as niñas y jóvenes como pro­tagonistas de los libros infan­tiles y juveniles no han tenido

gran preponderancia hasta que la no­vela moderna y los cuentos actuales les han hecho un lugar, junto a los protagonistas masculinos, como per­sonajes individualizados, con sus pro­blemas e inquietudes, con su mundo propio y distinto, desde la edad de la razón hasta la adolescencia.

Las «niñas de papel» que aquí pre­sentamos pertenecen a épocas distin­tas y, por lo tanto, reflejan diversos modelos de protagonista. Desde la in­dómita Jo de Mujercitas (1868), a quien sermonea su hermana mayor: «Ya tienes edad como para dejar es­tos modales de golfillo y comportar­te mejor, Josephine. No se notaban cuando eras una niñita, pero ahora que eres tan alta y llevas el pelo reco-

QUENTIN BLAKE, MATILDA, BARCELONA: EMPURIES, 1

42 CLIJ41

í!

3 t l

w

MABEL LUCIE ATTWELL, PETER PAN I WENDY, BARCELONA: JOVENTUT, 1935.

43 CLIJ41

Page 42: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

FACSÍMIL

. • • * * '

BONI, CELIA. LO QUE DICE, MADRID: AGUILAR, 1952

44 CLIJ41

gracias a ello Se nOS Convierte en la LOLAANGLADA.MARGARIOA. BARCELONA: IMPREMTA ALTES, [1928]. J. TENNIEL, LAS AVENTURAS DE ALICIA, MADRID: ANAYA, 1984.

45 CLIJ41

Page 43: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

FACSÍMIL

WILLIAM WALLACE DENSLOW, EL MARAVILLOSO MAGO DE OZ, MADRID: ANAYA. 1983.

más anticonvencional de todas las protagonistas, pues «así nadie la man­daba a la cama precisamente cuando más se estaba divirtiendo».

Otras tienen sus dominios en un mundo fantástico: Alicia (1865), que incluso duda de su condición de niña

cuando responde a la pregunta de la oruga sobre quién es; la maternal Wendy, compañera de Peter Pan (1906) «satisfechísima» de oficiar de madre de los niños perdidos; o la va­liente Dorothy capaz de enfrentarse al Mago de Oz (1900) para volver a su

JILL, MUJERCITAS, BARCELONA: TORAY, 1982.

ciudad de Kansas. Es curioso obser­var cómo son las autoras las que si­túan a las protagonistas en mundos posibles y reales. Sus personajes se de­senvuelven en un entorno social pre­

ciso, ya sea conservador o progresis­t a . Por su parte, los autores, con la salvedad de Roald Dahl, tan sólo les han permitido a las chicas ser heroí­nas de cuento.

A pesar de que existan «niñas pro­tagonistas» falta que este protagonis­mo se encarne en todo tipo de relato: no queremos solamente niñas posee­doras de poderes mágicos en narracio­nes fantásticas y jóvenes relatoras de diarios y escritos íntimos; nos gusta­ría también encontrarlas en las nove­

las de humor, las policiacas, las de aventuras, en las de ciencia-ficción..., en fin, en cualquier historia que pue­da tener un protagonista de carne y hueso. •

* Teresa Maná es bibliotecaria-documentalista de la Biblioteca infantil Santa Creu de Bar­celona.

46 CLIJ41

Page 44: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

MARÍA VICTORIA MORENO

M.V.M., una profesora feliz de serlo

por María Victoria Moreno

ni i

E sa señora a quien veis pa- (PES, que en gallego significa pies, Barcelona, Madrid y Lugo. En Bada-seando por «Las Palmeras» por culpa de Solana y los pesoés) de joz pasó la primera infancia, ajena a de Pontevedra, acompaña- Literatura Española en el Instituto de todas las miserias que padecía Espa­

da de una perra llamada María Nica- Bachillerato «Gonzalo Torrente Ba- ña, en una casa bonita, con criadas, sia (Nica para los amigos) es María llester». niñera y coche. Y allí se hizo mayor, Victoria Moreno. Nació bajo el signo Desde Valencia de Alcántara (1941) a los dieciséis meses, con la llegada de de Tauro en Valencia de Alcántara hasta Pontevedra (1992) hay un largo una hermana mucho más guapa, mu-(Cáceres), y ahora es catedrática camino recorrido: Badajoz, Segovia, cho más fuerte y mucho más traviesa

48 CLIJ41

Page 45: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

que ella. Después de esta hermana, que hoy es médico, y en intervalos muy cortos, llegaron dos hermanos, también más guapos, más fuertes y más traviesos, de los cuales uno es hoy abogado y el otro PES, pero está con­tento de serlo porque en Palencia esta palabra no alude a la parte de nues­tro cuerpo que siempre toca el suelo y porque milita en el pesoé.

El recuerdo más vivo que M.V. guarda de esta época es ya de perso­na mayor: su hermana se cayó un día a la fuente del jardín y ella sufrió, tan­to porque la vio en peligro de ahogar­se como porque se sentía responsable del penoso accidente. Qué largo es hoy en el recuerdo aquel caminar des­de la fuente hasta la casa sobre el re­guero de agua que iba dejando la niña no ahogada, pero sí vociferante, en brazos de su padre.

La estancia en distintos pueblos de la provincia de Segovia empezó con la muerte del padre de M.V., que le hizo la faena de irse de este mundo cuando ella más lo necesitaba. Su ma­dre, maestra que no había ejercido nunca, se puso a trabajar y entonces se supo en casa lo que era querer una cosa y no poderla tener. También en­tonces descubrió M.V. que nada de lo que se consigue con dinero vale real­mente la pena y se creó su propio mundo de ensueño, donde la melan­colía y la felicidad inefable formaban una síntesis tan perfecta que a veces llegaban a identificarse. Desde este mundo se mantenía ajena a las trave­suras de sus hermanos y, sin haber sa­lido de él, se mantiene hoy ajena a toda ambición.

Los años de Segovia coincidieron con los de Barcelona y Madrid. Sego­via para las vacaciones, Barcelona o Madrid para el curso académico. En Barcelona hizo el Bachillerato, todo con sobresalientes, en un colegio de la Sección Femenina del que guarda el mejor de los recuerdos y donde des­cubrió el significado profundo de la amistad. La asignatura que más le gustaba eran las Matemáticas, porque

sólo había que entenderlas y daban poco trabajo, pero optó por las Letras debido a la admiración que desperta­ba en ella Rosa Julia, su profesora de Latín, que la dejó fascinada por el mundo clásico y por la Filología. Además, con las Matemáticas había pasado algo muy triste. La profesora explicaba no sé qué historia de los nú­meros consecutivos, y lo explicó bien, y M.V. lo entendió perfectamente. El problema surgió a la hora de poner ejemplos para demostrarlo, el 13 y el 427, el 83 y el 231, el 4 y el 9... Y nada, la cosa no salía. Entonces M.V, que siempre tuvo un corazón compasivo, vio que la pobre mujer estaba sufrien­do y quiso echarle una mano. «Pro­fesora —le dijo—, lo que usted ha ex­plicado está muy bien, yo lo he hecho con el 13 y el 14, y sale. Pruebe con el 341 y el 342, ya verá.» Pobre M.V, nunca tal hiciera: fue insultada, expul­sada de clase y suspendida. Pero hoy no recuerda este episodio con tristeza ni con rencor porque, mutatis mutan-dis, lo ha experimentado en otras ocasiones y ha llegado a la conclusión de que hay pobres personas que se defienden con las uñas o con los

DON QUIJOTE DE LA MANCHA, BARCELONA: LUMEN, 1989.

dientes porque les falta «eso» que hace ver la vida desde perspecti­vas más elevadas, más solidarias y be­névolas.

En Madrid cursó Filología Romá­nica, también con muchos sobresa­lientes. Allí descubrió que los tiempos de pobreza familiar, determinados por la muerte prematura del padre, no eran circunstancia exclusiva de su fa­milia, sino el mal generalizado en un país destruido por una guerra y repri­mido por una dictadura. Se sintió una privilegiada y despertó en ella el com­promiso de compartir con los demás lo único que tenía, lo que había aprendido hasta entonces. Por eso, por las tardes, se iba a Entrevias a dar clase de Francés. Hacía el recorrido desde la Ciudad Universitaria en me­tro y a pie, vestía modestamente, pero iba limpia, oliendo a colonia y con un aire muy pedante. Un día sus alum­nos se subieron a una barandilla y se orinaron sobre M.V. cuando más sa­tisfecha salía de haber hecho bien su trabajo. La meada fue tal, que los ori­nes llegaron a entrarle en la boca y pudo descubrir que su sabor es pare­cido al de las lágrimas o al del agua

49 CLIJ41

Page 46: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

MARÍA VICTORIA MORENO

del mar, pero más amargo. Este epi­sodio lo recuerda hoy con agradeci­miento, como una buena y difícil lec­ción que, después de asimilada, le ha ayudado a ser la buena profesora que cree haber sido desde que se vio por primera vez en un Instituto y ante unos alumnos que esperaban de ella cualquier cosa menos el aire de supe­rioridad. También en Madrid conoció al que es su marido desde 1963, un compañero de la Facultad, ciego, diez años mayor que ella, que tocaba ma­ravillosamente el piano y al que reco­noce deberle muchas cosas, entre ellas el haberla traído a vivir a Galicia.

Acabar la carrera en junio, casarse en julio, empezar a trabajar como profesora interina en octubre y sacar la primera oposición que convocaron fue todo uno. Así se vio M.V. en Lugo, donde descubrió el peor clima y la mejor gente de toda Galicia. Por aquel entonces sólo había en la pro­vincia dos Institutos, ambos en la ca­pital, y los alumnos libres se contaban por miles. Procedían todos del medio rural y llegaban asustados, tanto que suspendían más por el miedo que por la ignorancia. Xesús Alonso Monte­ro, que era el catedrático y, por lo tanto, el jefe de M.V., los recibía ha-blándoles en gallego y se producía el milagro: aquella multitud tensa respi­raba hondo, se relajaba y aprobaba la Lengua Española. Al ver esto M.V. se dijo: «Ésta es tu alternativa: o traba­jas para Galicia, y eso se hace en ga­llego, o te vuelves a la meseta». Y se quedó en Galicia, donde espera ser cristianamente enterrada cuando le llegue su día.

El encuentro de M.V. con los libros, con lo que debe entenderse por libros en el buen sentido de la palabra, fue tardío, aunque es cierto que los amó precozmente como objetos, es decir, como los aman hoy quienes los com­pran por metros para decorar estan­cias. Sus preferidos eran el Misal de su madre y el Medina y Marañan (un compendio de leyes civiles, mercanti­les y penales) de su padre. ¡Qué sua­

ve la piel, qué delicado el papel, qué bonitos los cantos dorados! M.V. per­cibía el mundo a través de los senti­dos, no por la letra impresa, y no le gustaba leer, ni rezar el Rosario, ni es­cuchar a Beethoven. Era consciente de que esto estaba mal, pero no podía re­mediarlo. ¡Qué asco los fabulistas del xvm —A un panal de rica miel / cien mil moscas acudieron / y por golosas murieron / presas de patas en él— y qué divertido ver las moscas vivas, afanándose con sus manitas en «ha­cer calceta» o «jugando al caballito»! Leyó el Quijote entero a los doce años y no se rió ni siquiera con la historia de Pentapolín del Arremangado Bra­zo y Alifanfarón de la Trapobana. Antes bien, se quedó con el corazón encogido y no se tranquilizó hasta que no vio al pobre viejo cuerdo, muerto y sosegado. En este mismo tiempo también cayó en sus manos Le petit

Bibliografía Infantil-juvenil

Mar odiante, Sada (La Coruña): Castro, 1970.

Literatura século xx, Vigo: Gala­xia, 1985 (en colaboración con Xesús Rábade).

A brétema, Vigo: Galaxia, 1985. (Existen versiones en catalán y castellano.)

Leonardo e os fontaneiros, Vigo: Galaxia-SM, 1986. (Existe ver­sión en castellano.)

A festa no faiado, Vigo: Galaxia, 1986. (Existen versiones en ara­ñes, catalán, castellano y vasco.)

Anagnorise, Vigo: Galaxia, 1988. (Existe versión en castellano, en Pirene.)

O cataventos, La Coruña: Sotelo Blanco, 1989. (Existe versión en catalán, en Publicacions de 1'Abadía de Montserrat.)

prince, en francés, en una edición sin piel suave, sin papel delicado y sin cantos dorados, y se produjo el mila­gro: ¡eso era un libro! Una hermosa mentira que hacía reír, pensar y llo­rar apaciblemente. Una palabra detrás de otra en perfecta armonía. Infini­dad de verdades tan discretas que se escondían tras la ficción del argumen­to. ¿No había más libros así, para ser feliz leyéndolos?

Desde este momento M.V. ha leído todo lo que ha podido, ha intentado que lean sus alumnos, que lean sus hi­jos y que lean sus lectores. De todos modos, hay libros que se le caen de las manos y, entre Beethoven y Alber­to Cortez, se queda con este último para una tarde de lluvia. Y no ha en­contrado mejor tratado de amor que el capítulo XXI de Le petit prince, el que empieza diciendo: «C'est alors qu'apparut le renard...». •

Meo e minos, Santiago de Com-postela: Consellería de Cultura de la Xunta de Galicia, 1989. SOS, Santiago de Compostela: El Correo Gallego, 1992. Querida avoa, Vigo: Ir Indo (co­lección Contos do Castromil), 1992.

50 CLIJ41

Page 47: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

LOURDES ORTIZ

Los ganglios por Lourdes Ortiz

D ^ X endita la enfermedad infan-

1 til que me dio ojos para leer wmJ y tiempo para entender.

Benditos aquellos insoportables cua­tro o seis —no es mi memoria la que cuenta, sino la de ellos— meses de cama, recién cumplidos los cuatro años, que sirvieron para que la lectu­

ra se convirtiera en hábito y luego en vicio. «Te vas a quedar ciega», decía luego mi madre, cuando la niña de ocho o nueve años que yo era bebía las letras y saltaba del TBO a la Pe­queña Lulú, de Florita a los cuentos de hadas, y de Alcázar y Pedrín al pato Donald. Tebeos y tebeos compra-

51

dos en el quiosco de la Puerta del Sol al señor Pepe, que almacenaba teso­ros y tentaba: «Ha llegado Super-man», «No te llevaste el Florita del jueves».

Ganglios de los cuatro años con el fantasma de la tuberculosis notando aún en aquellos años —finales de los

CLIJ41

Page 48: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

cuarenta— con la llegada milagrosa de la penicilina. El abuelo con las tar­taletas de Lhardy, las «Reinas» de nata y puntitos verdes y toneladas de cuentos sobre la cama. Primero la lec­tura en voz alta, la repetición: «O-tra-vez, léemelo otra vez», y luego poco a poco la sorpresa de cada letra... la m con la a, la c con la o y las prime­ras sílabas que eran todavía cantinela ininteligible. No había televisión. Diez o quince años más tarde un niño que tuviera que guardar cama habría sido enchufado al televisor. Yo fui conec­tada a las letras, a aquellas manchi-tas sobre la página en blanco que, al unirse, se llenaban de sentido y crea­ban un rompecabezas que iba poco a poco ordenándose para meterle a una en la aventura y en la maravilla.

Príncipes y princesas. O niños y ni­ñas, picaros y traviesos, que rompían el orden y lo ponían en entredicho. De la Pequeña Lulú, sabionda y mari­mandona, a Antoñita y Guillermo. Y siempre, al lado, esos príncipes lángui­dos de cinturita de avispa que elegían invariablemente a princesas rubias de mejillas rosadas con aquellos dibujos de Pascual, o algo así, donde los per­sonajes parecían levitar en un mundo hecho de sueños y de castillos que siempre coronaban montañas y rema­taban en agudos pináculos. El bien y el mal. Soldaditos valerosos, jóvenes intrépidos, muchachos sin fortuna que cruzaban mares y vencían retos, trampas varias de malvados y defor­mes monstruos para llegar al casa­miento placentero, al comieron perdi­ces por los siglos de los siglos de la buena niña de mirada candida, que triunfaba invariablemente frente a hermanastras ambiciosas o coquetas. Toda una ideología de esfuerzo y de virtud recompensada, de inteligentes mozalbetes que, como David, siempre engañaban al Goliat de turno y su­plían con habilidad y bondad su po­breza o sus pocos años; viejecitas al borde del camino que ofrecían capu­chas invisibles; genios malos y genios piadosos que planteaban dilemas por

LOURDES ORTIZ

resolver; reyes magnánimos que guar­daban entre cojines a princesas de cristal, frágiles, que eran atisbadas tras la celosía por el intrépido galán; doncellas saltarinas que aturdían al viajero con sus danzas y sus cabellos de plata; manjares delicados en mesi-tas de vidrio o de maderas orientales... frutas olorosas que destilaban jugos, y manjares exquisitos; y al otro la ca­bana maloliente, el pajar, el duro es­fuerzo de un trabajo sin apenas re­compensa. Una escalada social imprevisible que podía resolverse a costa de milagros y sortijas de oro: pe­ces que guardaban diamantes, gallinas ponedoras infatigables. Pobreza y ri­queza. Holgazanes impenitentes que abandonaban la azada y el hacha en busca de la aventura y del posible as­censo, y padres temerosos que fomen­taban el ahorro y la previsión y enco­gían los hombros en un desalentado «Todo es posible».

Un universo escindido de buenos y de malos, de ricos y de pobres, don­de toda virtud tenía al fin su recom­pensa y donde la buena-buena conse­guía al príncipe de los sueños que de golpe accedía a la corona y al lecho deseado; lecho que era así símbolo de todos los bienes: la doncella virginal era portadora de la gracia, de la rique­za y del poder supremo, encerrando toda una dialéctica compleja del deseo.

El deseo: bien que se hurta y se an­hela, más apetecible y sugerente cuan­to más distante y más difícil. El aman­te en pos de una quimera. Allí, lejana, intocada y hurtada a la mirada de to­dos, espera ella, una ella a la que ni siquiera se conoce, a la que se ha vis­to como de pasada tras unos cortina­jes o un velo. Flechazo que azuza la pasión y lleva a la búsqueda. El amor era así recorrido azaroso, bordado en las trampas y los desafíos, en los re­chazos y los desprecios. Muchas ve­ces era ella, la princesa altanera y casi frígida, la que ponía las duras prue­bas, la que hacía enfrentarse a los amantes y a los postulantes a su mano

52

en una loca carrera de pruebas por pa­sar, de retos que vencer, montes que escalar, lagos y selvas que atravesar. «Sólo el que consiga...» Y es sólo el reto y el desafío el que mueve al amante, el que le encela, le mantiene en vilo: apenas dos palabras cruzadas, un rostro entrevisto, una mano que se levanta tras las gasas, un cuerpo ocul­to y adivinado tras las ropas de cam­pesina o los tules. Un premio al me­jor postor. Pero nunca es el dinero el que vence, sino el riesgo y el ingenio o la bondad. Príncipes de lejanos rei­nos que compiten y ofrecen espléndi­dos regalos; fastuosos séquitos con suntuosos ropajes que acuden a la lid con el pretendiente ufano a la cabe­za. Pero el amor no se dejaba rendir por los brocados o las monedas de oro, los cofres llenos de joyas o los pá­jaros exóticos. El amor, insobornable a las prebendas y al lujo, aguardaba y se fortalecía precisamente en esa es­pera. «Uno ha de llegar que...», y ese que llega al fin es casi siempre el me­nos esperado: el mendigo que era príncipe y ocultaba sus galas, el joven carpintero, el leñador, el hijo más pe­queño de la familia campesina más desheredada y que sólo tenía su inge­nio y sus manos para sobrevivir. Triunfaba la inteligencia que iba uni­da invariablemente a la belleza. Bello, bueno y verdadero. Esa tríada socrá­tica que reaparece una y otra vez y que ha modelado nuestra sensibilidad y ha conformado nuestros más profundos anhelos.

Princesas ya para siempre a la es­pera del príncipe encantado, del bu­honero habilidoso, del noble leñador o del intrépido soldado de fortuna. Una educación sentimental. Luego los psicólogos analizan los cuentos y nos dicen que de algún modo recogen el inconsciente colectivo y lo traducen. Traducen el deseo, el palpito amoro­so, la búsqueda incansable, la Pérdi­da. En cualquier caso, sean los cuen­tos producto o no de los más viejos movimientos del corazón y del alma, son también generadores de modelos,

CLIJ41

Page 49: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

JOHN D. BATTEN, MÁS CUENTOS DE HADAS CÉLTICOS, PALMA DE MALLORCA: J.J. DE OLAÑETA, 1988.

modos de entender la realidad. Ellos, esos cuentos de hadas, crearon un fondo ya para siempre inalterable de expectativas en la niña que yo era, en las niñas que somos y que seguimos arrastrando con nosotras, como far­dos ligeros, en la edad adulta. Prin­cesas altaneras o silenciosas, llenas de brío o sumergidas en la calma, que aguardan al jinete del caballo blanco que ha de sacarlas/sacarnos del letar­go, del largo sueño con un beso en los labios. Bellas durmientes a la espera del caballero que no necesariamente ha de lucir galas y que puede escon­derse tras unos ojos azules, vislumbra­dos tras la capucha de burda tela. Bueno, bello y verdadero. Eternos adolescentes que han de salvarnos de las fauces del dragón o del infatiga­ble aburrimiento. Princesas combati­vas a veces, desdeñosas, guerreras pero dóciles al fin, doblegadas cuan­do el amor, venciendo obstáculos sin cuento, llama a la puerta. Cuanto más duras, más vencidas, cuanto más des­deñosas más entregadas.

Y más tarde los modelos igualita­rios, rebeldes. Niñas metementodo, Lulús controlando al bobo de Tobi, Antoñitas ingeniosas, o esa Jo, mu-jercita varón, dispuesta a escribir y a luchar como un hombre.

Y luego el sobresalto, esa noche para siempre marcada en la memoria —¿doce, trece años?— en que Jekyll despierta y nos descubre a Hyde, in­troduciendo la ruptura, la perplejidad y el miedo en un mundo hasta enton­ces ordenado y maniqueo. El mal den­tro de uno, acechando jovial. Hyde juerguista y amoral, demoledor y te­rrible. La infancia desgarrada. Aque­llos temblores del doctor, los sudores y la espeluznante confesión al amigo. Sudores de la niña que descubre la violencia y el mal encarnado, en un monstruo que alardea de serlo, que puede vencer y que encima parece di­vertirse. El mal y el bien fundidos en el venerable doctor y todo un univer­so hasta entonces oculto de caminos insospechados por recorrer. No hay príncipes valientes, gallardos policías supermanes nobles, sino seres escin­didos que llevan en sí la semilla de un doble rostro. Hyde producía escalo­fríos, repelente y deforme, pero al mismo tiempo era seductor, atractivo, un canalla simpático contra el que apenas puede hacer nada el bonachón de Jekyll.

Y todo por unos ganglios tempranos, por una larga enfermedad y un cuida­do atento: «Mira... verás, estáte quie-tecita: te voy a contar un cuento...». •

Luz de la memoria, Madrid: Akal, 1976.

Picadura mortal, Madrid: Sedmay, 1979.

Las murallas de Jericó, Madrid: Hiperión, 1980.

En días como éstos, Madrid: Akal, 1981.

Urraca, Madrid: Puntual, 1983. La caja de lo que pudo ser, Ma­

drid: Altea, 1983. Arcángeles, Barcelona: Plaza & Ja­

nes, 1986. Luz de la memoria, Madrid: Akal,

1987. Los motivos de Circe, Madrid Dra­

gón, 1988. Camas, Madrid: Temas de Hoy,

1989. Antes de la batalla, Barcelona:

Planeta, 1992.

53 CLIJ41

Page 50: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

CRISTINA PERI ROSSI

El deseo por Cristina Peri Rossi

WkM i

|

fc_ * - * *

L lamó a la puerta una tarde de verano, a la hora de la siesta, cuando todos dormían. Las

calles estaban desiertas, castigadas por el sol, se escuchaba el chillido de las chicharras en los árboles y el hormigón reverberaba, duplicando el borde de las cosas, como una lente de­

formante. Entonces, en Montevideo, a los mendigos los llamaban bichico-mes. Le pregunté a mi madre qué que­ría decir la palabra y me dijo que eran tan pobres que comían bichos. La ex­plicación me impresionó, porque a mis escasos seis años, bichos eran los insectos: las hormigas, los mosquitos,

las luciérnagas y las lombrices. Yo co­mía todos los días carne de vaca, pero la vaca no era un bicho: era un ani­mal. Una infinita piedad me invadió hacia los comedores de bichos, que, en su indigencia, no llegaban a comer­se a un verdadero animal.

La hora de la siesta, cuando todos

54 CLIJ41

Page 51: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

J. JUNCEDA, LES MEMÓRIES DE MARÍA VALLMARÍ, BARCELONA: BAGUNYÁ, 1937.

dormían, era el tiempo de la libertad y de la fantasía. Liberada de la pre­sencia de los adultos, llenos de leyes, de normas y de prohibiciones, me sen­tía una exploradora, una investigado­ra, dispuesta a conocer el ancho mun­do, y a hacer frente a los riesgos y peligros de tal empresa. Por eso, no

vacilé en abrir la puerta: corrí presu­rosa, dispuesta a dejarme sorprender por lo que fuera, maravilloso u horri­ble, pero siempre nuevo y desconoci­do. Los adultos dormían, y eso me permitía abrir la puerta sin precaucio­nes, con espíritu de verdadera liber­tad, es decir, sin saber con quién me

encontraría. El hombre que había lla­mado era un bichicome. Se trataba del primer bichicome de mi vida; si ha­bía visto algún otro, fue de lejos y va­garosamente. Abrí la puerta con fir­meza y lo vi, de lleno en el umbral: el cuerpo cubierto de harapos, unos papeles grises y sucios en el lugar de los zapatos, el rostro repleto de arru­gas, las manos con costras y manchas oscuras. No era muy alto, tenía unos bellos ojos celestes y una expresión triste, desamparada, que me conmo­vió. Yo no conocía entonces la pala­bra depresión ni la palabra melanco­lía, pero la intuición me servía para entender, antes del lenguaje.

El hombrecito me miró (si aquella manera desvaída de posar los ojos ce­lestes, acuosos podía llamarse mira­da) y con un hilo de voz, tenue, me pidió:

—¿Tiene un yesquero1 viejo? Estaba acostumbrada a que los

mendigos del portal de la iglesia o los que esperaban turno para comer o dormir en el Hogar de la Caridad pi­dieran monedas, y en mi casa, de emi­grantes pobres, siempre se practicaba la caridad, pero jamás se me había ocurrido que un mendigo pidiera un yesquero viejo. Comprendí la firme­za de su deseo: algo que podía repre­sentarse y luego nombrarse; eso, y ninguna otra cosa del mundo.

Rápidamente me volví a la casa, de­jando al bichicome en el umbral, con la puerta abierta, porque comprendí, también, que los deseos más fuertes son urgentes, imperiosos. No le dije nada: me volví como quien ha enten­dido su misión y la cumple con con­vicción. Sin embargo, mi voluntad de satisfacer el deseo de ese hombre en­juto y deprimido chocaba con una li­mitación: ¿dónde podía encontrar un yesquero viejo? A esa hora, mientras todos dormían, yo estaba acostum­brada a sostener una relación perso­nal, intensamente subjetiva con el es­pacio, los muebles y los objetos de la casa; podía decir cuántos relojes ha­bía, a qué hora sonaban y dónde es-

55 CLIJ41

Page 52: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

taban, podía decir dónde se guarda­ban las bobinas de hilos de colores, los frascos de perfume y las alfombras de invierno, así como los potes de mermelada casera y los melocotones en almíbar, pero lo cierto era que yes­queros viejos no había en toda la casa, o por lo menos, yo no los había vis­to. Mientras volvía, presurosa, al in­terior de la casa, con su gran clarabo­ya abierta, por el calor, recordé que mi padre fumaba, y por tanto, debía de tener algo así como un yesquero. Pero mi padre guardaba las cerillas o lo que fuera en sus bolsillos, y ade­más, a esa hora, no estaba en casa. Bien: yo sabía que un cajón de la ala­cena, en el comedor, era de uso exclu­sivo de mi padre: allí guardaba los mazos de barajas, sus gafas para leer, los lápices de dibujo, y, quizás, pen­sé, con esperanza, algún yesquero vie­jo. Decidí saltarme la prohibición de abrir ese cajón y hurgar, pero algo en mi interior me decía que la búsqueda era inútil. De paso, mientras buscaba el yesquero viejo, iba acumulando en una bolsa todo lo que me parecía útil y aconsejable para la vida del bichi-come: seguramente, pasaba hambre, de modo que metí en la bolsa todas las naranjas que encontré (mi madre decía que eran ricas en vitaminas), un gran trozo de queso, otro de jamón, varios limones, plátanos, el resto de una tarta de manzanas, una botella de licor, los calcetines que mi madre guardaba para remendar, varios pa­ñuelos y todas las monedas de mi al­cancía. Pero la tarea de recolectar an­siosamente comestibles y utensilios para el bichicome, era secundaria: yo, en realidad buscaba, aunque cada vez con menos esperanza, un yesquero viejo.

Revolví el cajón de la alacena con el furor de un ladrón que busca una sola, exclusiva pieza, pero fue en vano: allí no había ningún yesquero viejo. Robé, en cambio, una navaja de múltiples usos que me pareció impres­cindible para la vida de bichicome. Me dirigí, algo desalentada, a la co-

CRISTINA PERI ROSSI

ciña: encontré varias cajas de cerillas, nada más. Pero debí de hacer ruido en mi búsqueda, porque de pronto es­cuché que en la habitación de los ma­yores comenzaba el movimiento.

Sin yesquero, pero cargada con todo lo que había podido reunir en mi vertiginosa exploración me dirigí a la puerta. Allí, pálido, silencioso, humil­de, el bichicome esperaba.

—No encontré un yesquero viejo —me disculpé, atropelladamente—, pero en cambio, le he traído otras co­sas —agregué, y abrí la bolsa.

Los plátanos asomaron su torso, el queso y el jamón lanzaron su denso olor, la tarta su aroma más dulce, y la navaja lucía sus múltiples brazos, pero el bichicome miró todo aquello con desilusión.

—¿No hay un yesquero viejo? —in­sistió el hombre, sin recoger la bolsa que yo le ofrecía—. Otras cosas no quiero —agregó.

Me quedé pensativa un instante. En ese instante comprendí vertiginosa­mente más sobre el deseo que años después, en los libros de psicología.

—Intentaré encontrar uno —le dije—. Vuelva mañana.

Yo tenía tan pocas esperanzas de encontrar un yesquero viejo, como él, y eso me desalentaba un poco (¿por qué la gente arrojaba a la basura sus yesqueros viejos, sin saber que al­guien, un alguien cualquiera podía de­searlos tan intensamente?), pero si al­gún día conseguía hacerme con uno, se lo iba a dar a ese hombre, como quien comparte un secreto. •

Notas 1. Yesquero: mechero antiguo, provisto de una pequeña piedra, la yesca. (N. de la A.)

56 CUJ4?

La nave de los locos, Barcelona: Seix Barral, 1984.

La tarde del dinosaurio, Barcelo­na: Plaza & Janes, 1985.

Europa después de la lluvia, Ma­drid: Fundación Banco Exte­rior, 1986.

Una pasión prohibida, Barcelona: Seix Barral, 1987.

La rebelión de los niños, Barcelo­na: Seix Barral, 1988.

Cosmoagonías, Barcelona: Laia, 1989.

El libro de mis primos, Barcelona: Grijalbo, 1989.

El museo de los esfuerzos inútiles, Barcelona: Seix Barral, 1989.

Babel Bárbara, Barcelona: Lumen, 1991.

La última noche de Dostoievski, Madrid: Grijalbo-Mondadori, 1992.

Page 53: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

MARTA PESSARRODONA

Alguna vez ámbar por Marta Pessarrodona

M i infancia no es un patio con limone­ros, sino una terraza

de un segundo de una casa reconver­tida en pisos de cierto Manchester ca­talán, Terrassa, parte de la Fábrica de España, como también se conoce a Cataluña. Era una terraza trasera, que

daba a una especie de lago en la dis­tancia, propiedad de la compañía de aguas de la ciudad en que llegaban cada día ciertos Rocco y sus herma­nos, lo que veía muy bien cuando iba a comprar el periódico de la tarde para mi padre a la estación de Renfe, a unas dos manzanas de casa. El pe­

riódico era el Noticiero Universal, co­nocido como el «Ciero», hoy desapa­recido. En casa había tan pocos libros, digamos serios, como muebles anti­guos o joyas familiares, porque mi pa­dre era el menor de tres hermanos, huérfano desde la adolescencia, sol­dado —con graduación— república-

Page 54: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

MARTA PESSARRODONA

ñ>t<K

J. JUNCEDA, AVENTURES EXTRAORDINARIES D'EN MASSAGRAN, BARCELONA: BAGUNYÁ, 1910.

no, atravesado de bala en el frente de Aragón, que había conocido a mi ma­dre, también republicana, en un per­miso militar, allá por 1938, sin ocu-rrírseles nada mejor que casarse en 1940 y aparecer yo al año siguiente y reglamentario. Los orígenes de mi ma­dre eran humildes casi y siempre he tenido la impresión de que mis padres empezaron de cero. Y empezaron en aquella ciudad de provincias textiles

por el repelús de mi padre a la gran ciudad, en su caso Barcelona, una fo-bia que no he heredado. Sin embar­go, mis padres eran ávidos lectores, lo que tal vez explique que a los tres años, cuando después de una patale­ta conseguí que me mandaran a una escuela, ya supiera leer. Se trataba de una escuela municipal, en la que pasé sólo un curso, un edificio que es hoy mi colegio electoral, porque nunca he

querido perder mi campamento pro­vinciano. Al paso de los años no sólo sabría leer sino robar los libros que mi madre escondía de mi alcance, en es­pecial de Somerset Maugham y Cecil Roberts y, más especialmente aún, el porno dur de la época: una novela in­glesa titulada Por siempre ámbar. No recuerdo ahora el nombre de su autor, ni los pecados que cometí después de su lectura, aunque quizá sea respon-

58 CLIJ41

Page 55: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

sable de mi creencia de que el adul­terio es muy creativo, aunque por culpa de Simone de Beauvoir, técni­camente, nunca haya podido prac­ticarlo.

En esta infancia próxima al líqui­do de la compañía Mina Pública de Aguas de Terrassa —«Tarrasa» en la época del «hable usted cristiano» de los estancos locales, que coincidió con mi infancia— me aficioné muy pron­to a la revista Chicas, porque tenía más texto que las otras, mientras mi madre honraba mis festejos —santo, cumpleaños, Reyes Magos— acompa­ñando la bicicleta o los patines de una novela de Josep Maria Folch i Torres, mientras en el desván (nuestro piso te­nía una trampilla y desván), donde a la menor excusa pasaba horas, había encontrado una libreta verde de mi madre con poemas. Mi madre rezaba —y reza— en catalán, mientras que mi abuela materna lo hacía en caste­llano, producto ambas de los avata-res de la sociedad catalana, que tan directamente han repercutido en la es-colarización. También yo soy produc­to de tales avatares, algo que vi muy claro cuando decidí, allá por los se­senta, ser una escritora catalana. En los ratos libres, me leí unas siete ve­ces la gramática de Pompeu Fabra, mientras pasaba, como lectora cata­lana, de Folch i Torres a Salvador Es-priu, sin transición. Mi carrera litera­ria, por otra parte, debió de empezar hacia los cinco años, porque recuer­do una vacilación a los seis años, en que la amabilidad de una enfermera, que atendía al médico que me extraía las amígdalas, me hizo pensar en la posibilidad de dedicarme a la enfer­mería en vez de a la literatura, cuan­do fuera «mayor».

Junto al ya mentado Folch i Torres, mis lecturas consistieron en parte de la literatura universal, abreviada, de una colección con ilustraciones (no re­cuerdo la editorial) que en la memo­ria se me aparece verde: Los viajes de Gulliver, Robinson Crusoe, etc. Y más abreviada aún en los libritos de rega­

lo del restaurante barcelonés Les 7 Portes, donde recalaba con los pa­pas en los periódicos desplazamientos a la capital, Barcelona. Mientras, pa­dre y madre seguían enfrascados en Somerset Maugham y las guerras (Ci­vil española y Segunda Mundial), al­ternadas con Carmen de Icaza (ma­dre) y novelas policiacas y del oeste (padre). Recuerdo mejor a Maugham, publicado por José Janes, en traduc­ciones de un tal Carlos Ribalta que con el tiempo supe que se trataba de un Caries Riba que intentaba paliar la miseria que se cernía por los años cincuenta sobre todo escritor catalán. También a la Icaza de lectura mater­na, pero estoy de acuerdo con Esther Tusquets quien, en la cúspide de mi furor por Virginia Woolf y el Grupo de Bloomsbury, diluyó mi entusiasmo por Orlando y su génesis y su musa con «Desengáñate, aquí habría sido un romance entre la Duquesa de Alba y Carmen de Icaza». Por otra parte,

59 CUJ41

a pesar de un fuerte Edipo, sólo he leí­do a Chandler y Hammett por lo que se refiere a novela policiaca, y ningu­na, creo, del oeste. Pero, a partir de 1967, pasé por un período de Guerra Civil española (Hugh Thomas, Ga­briel Jackson, etc.) y, a partir de ene­ro de 1984, inicié una etapa de gue­rras mundiales en el Unter den Linden berlinés que aún no ha tocado a su fin.

Me pregunto qué juegos practica mi propia memoria sobre mi biografía, pero tengo la impresión de una infan­cia sin libros propiamente infantiles, de la misma manera que detestaba ju­gar a muñecas, aunque sus vestidos me sirvieran para vestir a mi perro de la época, de nombre Darling, junto a mi amiga ídem, María, una austríaca refugiada en una familia del vecinda­rio. Cuando en el verano de 1957 pasé mi primer verano en el extranjero —Francia— y leí las tres primeras no­velas de Francoise Sagan y Les Fleurs du Mal, de Charles Baudelaire, supe que había encontrado por fin mi ver­dadero ámbar. •

Bibliografía (selección)

Vida privada, Barcelona: Lumen, 1973.

Memoria i, Barcelona: Lumen, 1979.

Tres dies que van sotraguejar el ré-gim franquista (teatro), 1982.

Pessarrodona: Obra poética, Bar­celona, Malí, 1984.

Berlín Suite, Barcelona: Malí, 1985.

Les senyores-senyores ens els triem calbs, Barcelona: Abitar, 1988.

Homenatge a Walter Benjamín, Barcelona: Columna, 1989.

Patir, passió, «pastiche» (Abans la fundó) (teatro), 1990.

Page 56: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

CARMEN DE POSADAS

Soñar con lo probable por Carmen de Posadas

rv-— ^ # ca soñé con ser escritora.

m^^^ Ni siquiera en la infan­cia, que es la época de los grandes sue­ños, tal vez porque siempre he tenido la supersticiosa creencia de que desear algo muy querido estropea las posi­bilidades de conseguirlo. Pero existe

además otra razón por la que nunca me he atrevido a elucubrar sobre un futuro lleno de glorias literarias y es esta que a continuación comento.

De niña soñé sí, y muchas veces, con ser arqueólogo submarino y des­cubrir los últimos vestigios de la es­condida Atlántida. También he pa­

sado noches enteras realizando galác­ticos viajes para visitar una estrellita muy brillante que está justo a la iz­quierda de la Estrella Polar. Y han sido muchas las mañanas en las que he amanecido en la Isla de la Tortuga charlando con el capitán de piratas Gustav Flint. Pero una cosa es dejar

60 CLIJ41

Page 57: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

volar la imaginación por el terreno de lo imposible y otra muy distinta aven­turarse a soñar con lo probable.

Recuerdo que cuando tenía siete u ocho años conocí a un muchacho que tenía admiradas a sus hermanas me­nores por lo bien que nadaba a crawl. La cosa no tendría nada de extraor­dinario si no fuera por el pequeño de­talle de que el joven en cuestión nun­ca había osado meterse en el agua más allá de la rodilla y que sus artes nata­torias las desarrollaba preferentemen­te... a la hora de dormir, sobre la cama de sus padres. Siempre me impresio­nó esa historia y la recuerdo, no por lo ridículo de la situación sino por lo que supone de autoengaño.

Pienso —y lo pensaba ya entonces, pues he debido de ser una niña muy poco novelera— que cuando algo es probable, soñar con ello no es una ac­titud positiva. Cuando algo es proba­ble, es decir, cuando depende del es­fuerzo o la perseverancia —como llegar a ser un buen nadador de crawl,

J. JUNCEDA, LA ISLA DEL TESORO, BARCELONA: SEIX BARRAL, 1924.

por ejemplo—, de nada sirve fanta­sear y nadar en seco, hay que tirarse al agua e intentarlo de verdad.

Quizá pueda parecerle al lector poco romántica esta postura. Incluso es posible que alguien piense (y tal vez con razón) que una persona a la que no le gusta soñar, difícilmente puede dedicarse a escribir, pero lo cierto es que yo nunca me he atrevido a enga­ñarme a mí misma soñando cosas probables. Pienso a veces que a tal cir­cunstancia se debe también el hecho de que todo lo que yo escribo en mis cuentos de niños es definitivamente improbable que ocurra, por no decir imposible. Las historias que a mí me gustan tratan de animales que hablan, vientos huracanados que tienen aspec­to humano o familias que encuentran alfombras mágicas en el desván, por­que los cuentos son sueños y los sue­ños más bonitos son siempre imposi­bles. En cuanto a la realidad, los anhelos e ilusiones que me gustaría conseguir, lo cierto es que prefiero ír­melos construyendo pasito a paso, con los ojos abiertos, no sea que dé algún traspiés y me vea, como la le­chera del cuento, con el cántaro roto y la leche derramada. Horriblemente pragmática que es una, supongo. ¿O será tal vez que aún siento esa necesi­dad infantil de que nada disturbe los sueños, ni siquiera los anhelos? •

Bibliografía (selección)

Yuppies, jet-set, la movida y otras especies, Madrid: Temas Hoy, 1987.

El síndrome de Rebeca, Madrid: Temas Hoy, 1988.

Infantil-juvenil

Una cesta entre los juncos, Ma­drid: SM, 1978.

El cazador y el pastor, Madrid: SM, 1979.

El chico de la túnica de colores, Madrid: SM, 1979.

El niño de Belén, Madrid, SM, 1979.

El señor Viento Norte, Madrid: SM, 1983.

Kiwi, Madrid: SM, 1987. Hipocanta, Madrid: SM, 1987. El mercader de sueños, Madrid:

Alfaguara, 1990.

61 CLIJ41

Page 58: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

SOLEDAD PUÉRTOLAS

Tiempo de leer por Soledad Puértolas

A ntes de nada, quisiera de­terminar el momento, el tiempo de la lectura.

¿Cuándo leía yo?, ¿a qué hora del día?, ¿leía, tal vez, más en invierno, ya que el frío, al obligarnos a no salir de casa, es más propenso a esas ho­ras solitarias que pueden ser el origen

de la lectura? Rememoro... Los largos días del invierno, tras las inacabables jornadas escolares; la vuelta a casa, la merienda, un poco de estudio; caer, al fin, sobre la cama e imaginar co­sas agradables, cosas en color, hala­gadoras, a veces un poco peligrosas, físicamente peligrosas, moralmente

peligrosas... No, desde luego, no ha­bía tiempo para la lectura durante los días de la semana, incluido el sába­do, un día como otro cualquiera, un día que había colegio. Leía los domin­gos por la mañana, al despertarme. Todavía era pronto, quedaba un rato antes de empezar a pensar en levan-

62 CLIJ41

Page 59: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

—(No pw 1 9

tarme y vestirme, arreglarme para ir a misa. Había dejado el libro sobre la mesilla de noche, la chaqueta de lana sobre la butaca. Y en el cuarto ligera­mente desordenado por la ropa del día anterior (pero ya no estaba el unifor­me oscuro, amenazante, sobre la silla), y ya iluminado por el eterno sol de los domingos zaragozanos, recostada en la almohada doblada en dos, abría el libro. En la cama de al lado, mi her­mana ya leía, o tal vez dormía toda­

vía y enseguida se despertaría y, casi sin hablarme, se pondría a leer. Y creo que yo hablaba de vez en cuando, in­terrumpiendo la lectura de las dos, porque de pequeña yo era habladora, tenía ganas de romper el silencio, era curiosa, quería saber cómo eran los demás.

Después de misa, nuestros padres, en el quiosco, nos compraban el TBO y puede que algún recortable, algún cuento de tapas de cartón. Los leía­

mos enseguida, por turno, vestidas con nuestros trajes blancos de domin­go, orgullo de mi madre, las bandas de raso alrededor de la cintura, nues­tros peinados de domingo. Estábamos en el cuarto de estar, sentadas en las butacas donde siempre estaban nues­tros padres, hundidas, protegidas por las grandes orejas tapizadas de pana marrón. El sol inundaba la habita­ción, y los cuadros, los libros, las ban­dejas, las lámparas, todos los peque-

63

Page 60: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

SOLEDAD PUÉRTOLAS

ños objetos que mi madre repartía por el cuarto, refulgían, vibraban. ¡Qué hermosa era mi casa, qué bondado­sos mis padres, cuánta armonía allí, a la hora del vermut, esa hora libre de obligaciones, donde cada uno hacía y decía lo que quería y que a veces aún era realzada más con el ruido de fon­do de la música...!

Por la tarde, todo se quebraba, se encogía. ¡Cómo no sucumbir al temor de malgastar esas horas que avanza­ban hacia la noche, hacia el término de un día único, una excepción en la inacabable monotonía colegial! Pero en esos indeterminados minutos que precedían a la comida se contenían to­das las ilusiones del domingo y pare­cía que, al igual que las horas en el co­legio, tampoco se iban a acabar. Estoy inmóvil, con el TBO sobre la falda, mirando de reojo a mis padres que van de un lado para otro, que se in­clinan sobre el mueble-bar, el impres­cindible mueble-bar rebosante de co­pas y de botellas de cristal labrado que contienen misteriosos líquidos de co­lor ámbar, diferentes gamas del ám­bar, intenso, pálido, más cobrizo, más rosado. Y uno de color verde, verda­deramente seductor éste... La botella era alargada y tenía, nadando en el lí­quido, una rama larga, una rama aro­mática.

Pero mis padres no me prestan atención, una vez que saben que es­toy —estamos— leyendo el TBO, y que voy vestida y peinada como man­dan las normas del domingo. Mis pa­dres parecen felices ellos también, ha­blan alto y se ríen y, si hay alguien que ha venido a visitarnos —mi abuela, mi tío, una prima mayor— se mues­tran obsequiosos, acogedores. Quie­ren que se asimilen a nosotros, que disfruten de nuestra vida familiar, se la ofrecen junto a la bandeja de plata que colocan sobre la mesa con las co­pas del vermut. Todavía no había lle­gado la Coca-Cola. Creo que nosotras no bebíamos nada.

De ese fulgor de los domingos se caía sin ninguna clemencia, sin nin­

guna piedad. Otra vez las horas oscu­ras y monótonas, silenciosas, donde también se edificaban fantasías y sue­ños, pero poca realidad feliz y amable.

Eso era el invierno, era, más que el invierno, el curso escolar.

En el verano, había otra luz, más pegajosa y cegadora, más molesta y sin embargo más prometedora, por­que era más real y duraba más. Los días del verano duraban más. Después de comer, reina el silencio, la disper­sión. Cada uno se va a su cuarto. Los cuartos del verano, en casa de mi abuela, estaban llenos de camas, para que cupiéramos todos. En el mío ha­bía cuatro camas. Puedo leer allí, tumbada sobre mi cama, o en el de mi tío, que duerme la siesta en el cuarto de estar. Mi primo lee las novelas del Coyote. Mi prima mayor, novelas ro­sas. Nosotras, los libros de Escélicer, Celia, Antoñita... Tengo el recuerdo de enfermedades y convalecencias que tienen el tono, la luz, el ritmo de esas

Soledad Puértolas

Días del Arenal

Historias de amor perdido que sólo viven en el recuerdo.

largas siestas del verano. En ellas se detenía el tiempo. Ningún adulto osa­ba interrumpirnos. Mientras ellos su­surraban alrededor de la mesa cami­lla, o dejaban abandonada su cabeza en el respaldo de la butaca, nosotras, tendidas en la cama, relegadas en nuestros cuartos, refugiadas, leíamos. Algunas veces, es verdad, no había tanta calma. Se organizaban auténti­cas peleas, encarnizados combates. Nuestras energías se disparaban, cho­caban. El espacio, literalmente, era re­ducido. Pero si conseguíamos ignorar­nos unos a otros, si, en el cuarto de las chicas, lográbamos una circuns­tancial indiferencia mutua, la lectura podía transportarnos, ampliaba el te­rritorio.

En mi recuerdo, finalmente, no es tan importante lo que leí en aquellos momentos, sino los momentos en sí, el tiempo suspendido, interminable, que se contenía en las mañanas de do­mingo y las tardes de verano, que se alargaba dulcemente en la convalecen­cia de toda enfermedad. •

Bibliografía Una enfermedad moral, Madrid:

Trieste, 1983. El bandido doblemente armado,

Madrid: Trieste, 1984. Burdeos, Barcelona: Anagrama,

1986. Queda la noche, Barcelona: Plane-" ta, 1989. Todos mienten, Barcelona: Ana­

grama, 1988. Días del Arenal, Barcelona: Plane­

ta, 1992.

Infantil-juvenil

La sombra de una noche, Madrid: Anaya, 1986.

El recorrido de los animales (Gi-jón: Júcar, 1986), Madrid: Al­faguara, 1988.

Page 61: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

ROSA REGÁS

El abuelo y. La Regenta por Rosa Regás

fi^l

k JL

' %L ••••"i"-'-"*fjS

... *3m . .; I

r n la planta baja de la casa que mi abuelo tenía en el

L H B Maresme había un salón muy amplio con las paredes totalmen­te cubiertas de libros, un piano con candelabros de bronce, una gigantes­ca chimenea en ángulo y cuatro viejí­simos butacones. Se lo llamaba pom­

posamente la biblioteca. En lo alto de la campana casi tocando al techo, un busto de Mossén Jacinto Verdaguer presidía la habitación. Mi abuelo lo mostraba a las visitas muy orgulloso y les contaba que era la cabeza origi­nal del monumento de la Diagonal con el Paseo de San Juan. Pero mi

hermano mayor, Xavier, que desde pe­queño fue suspicaz e iconoclasta, nos decía en voz baja que aquello no era más que una copia que el abuelo ha­bía hecho fundir para darse impor­tancia.

La casa se abría con grandes lim­piezas al final de la primavera y con

65 CLIJ41

Page 62: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

ROSA REGÁS

las mismas se cerraba al principio del otoño. Todas las mañanas del verano hacíamos los deberes de vacaciones en la biblioteca, a donde volvíamos a las cuatro de la tarde para dar la clase de piano. Ahora, al recordarlo, me cuesta creer que esta historia sea la mía, y me parece que yo también la estoy co­piando quizá de alguna película fran­cesa con música de viola de gamba que haya visto muchos años después. El sol entraba a tiras por las persia­nas entornadas y la anciana profeso­ra nos hacía repetir una y otra vez, a mis hermanos, a mi hermana o a mí, el Vals de las olas, El alegre campesi­no y la pequeña Fuga del Álbum de Ana Magdalena Bach, cuyas notas va­cilantes vibraban en el sopor de la siesta y se deslizaban trémulas por la casa hasta quedar suspendidas en la penumbra umbrosa del jardín. A los otros tres mientras tanto se nos per­mitía esperar nuestro turno leyendo un libro. La clase duraba horas y las líneas de sombra se desplazaban len­tamente por el halo de calor que de­jaba la habitación borrosa como un sueño. A nosotros nos daba igual. De todos modos no podíamos salir al jar­dín hasta mucho después, cuando al caer la tarde el abuelo y el médico del pueblo habían terminado su partida de ajedrez. Entonces aparecían las an­cianas tías y alguna señora invitada con sus cestas de labor y se sentaban en corro bajo la higuera, un poco apartadas como monjas a la hora del recreo. Porque en la casa, los silencios, las comidas y los horarios gravitaban en torno al abuelo, que como todo el mundo sabía, era un santo varón, un enviado de Dios a la tierra, sobre cu­yas espaldas, por expresa voluntad del Altísimo, pesaban multitud de debe­res y responsabilidades ineludibles. Y nada parecía más cierto, porque no­sotros nunca habíamos oído de otra persona, exceptuando el Papa de Roma, que hablara de sí misma en ter­cera persona.

Decía el abuelo: «El abuelo tiene hambre». «El abuelo tiene sed.» «El

abuelo se va a Barcelona.» «Es la hora del bicarbonato del abuelo.» No se apeaba del tratamiento ni en los fre­cuentes y violentos ataques de ira con los que nos mantenía asustados y su­misos, ni cuando interrumpía impa­ciente los cotilleos de su prima, la tía María, más vieja aún que él: «Al abuelo ¿qué le explicas? —decía; y añadía:— Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí». Porque, viniera a cuento o no, no perdía ocasión de deslizar una fra­se bíblica para conferir a su discurso el tono patriarcal que su físico le ha­bía negado: muy a su pesar, el abuelo ni era alto, ni llevaba una larguísima barba blanca. Era, eso sí, un señor muy rígido que incluso en verano ves­tía camisas de cuello duro, corbata y americana, y que paseaba impacien­te después de cenar esperando a que en las cocinas se hubiera terminado de fregar los platos para reunir a la fa­milia, al servicio y a los invitados en la capilla, donde nos tenía a todos arrodillados rezando el rosario, y pa­drenuestros después y jaculatorias por todos sus muertos.

Aparte del ajedrez, que a su sabio entender desarrollaba la inteligencia, los juegos le parecían pecaminosos y no permitía más diversión que la lec­tura ni más música que la de Wagner o los conciertos del Orfeó Cátala. Aunque ni la una ni la otra le intere­saban en absoluto. Y si la biblioteca estaba abarrotada se debía a que du­rante cincuenta años habían ido a pa­rar a ella multitud de libros de distin­tas procedencias: herencias familiares, antiguos manuales y libros de texto, restos de las bibliotecas de mis padres, tíos, parientes y amigos que habían huido al exilio; vidas de santos y bre­viarios de curas y frailes escondidos en su casa durante la guerra; monto­nes de novelas del siglo XIX publica­das en fascículos a las que, según de­cían las tías, habían sido aficionadas la abuela y la bisabuela, la mayoría encuadernadas en grandes tomos de piel roja; varias colecciones de clási­cos traducidos por la Bernat Metge,

JOSÉ RAMÓN SÁNCHEZ. LA GRAN AVENTURA DEL CINE, MADRID: MUSEO ESPAÑOL DE ARTE CONTEMPORÁNEO, 1982.

y cientos de series de historia de Ca­taluña adquiridas por suscripción, to­dos alineados caóticamente junto a centenares de catálogos y libros de pintores y arquitectos catalanes, car­petas de dibujos, legajos, documen­tos... Pero él no tenía ojos más que para los libros sobre la vida de Barce­lona y las biografías de los prohom­bres de la ciudad que le mencionaban o los que había escrito sobre sí mis­mo. Antes de cenar, cuando el doctor Grases ya se había ido a su casa de­rrotado, se instalaba en un sillón de mimbre, apoyándose en las patas tra­seras hasta recostar el respaldo en el tronco de la palmera a la entrada de la casa (una forma de sentarse que si alguno de nosotros hubiera osado imi­tar como poco habría ido a la cama sin cenar), y se ponía a leer uno de es­tos libros hasta que la expresión de de­leite llegaba al límite y al inmovilizarse insinuaba en su rostro una mueca va­gamente diabólica. Entonces lo deja­ba sobre las rodillas y miraba al infi­nito esperando la hora de la cena. Era

uno de sus escasos momentos de calma.

Convencido como estaba de su om­nisciencia, por nada del mundo ha­bría reconocido que no había leído una novela en su vida. Por eso, en prueba de su extremada bondad, des­de muy pequeños nos dejó escoger los libros que íbamos a leer, pero como al mismo tiempo estaba convencido de que habíamos venido al mundo a sufrir, en cuanto descubría que íba­mos por la mitad, se dedicaba siste­máticamente a sustituirlo por otro, y escondía el nuestro en un agujero ne­gro de su dormitorio sombrío y mo­nacal, donde desaparecía para siem­pre. Así, hasta muchos años después no supimos cómo ni cuándo el capi­tán Akab encontró a Moby Dick, ni de dónde procedían los gritos de es­panto que paralizaban el alma de Jane Eyre, ni por qué camino se llegaba al corazón de las tinieblas.

El criterio de sustitución era inde­fectiblemente de orden moral, y se ba­saba en apreciaciones muy curiosas

casi siempre relacionadas con el títu­lo al que sin embargo atribuía a ve­ces las hipérboles de su alma tortura­da. Gracias al título descubrimos muy pronto que los pingüinos bautizados pueden crear un grave problema en el paraíso y que otras aventuras comien­zan, como le ocurrió a Emma Bovary, por una mirada o un roce bajo la mesa. Nos prohibió en cambio La isla del tesoro, una exacerbación del inma­duro afán de los bienes de este mun­do, y a mi hermano Oriol le arrancó de las manos Corazón en un arrebato de cólera: «El abuelo no permitirá que leas novelones de procacidad, impu­reza y locura», rugía escandalizado por los pecados del corazón que muy probablemente desconocía. Y yendo a lo seguro aquella vez le dio la His­toria Sagrada en versión de la Abadía de Montserrat. «La única que se acep­ta en esta casa», decretó.

—¿Y la del doctor Manuel Trens? —osó preguntar mi hermana Georgi-na, porque era la que utilizábamos a diario en el internado.

—Si el abuelo dice que es la de la Abadía de Montserrat, es que es la de la Abadía de Montserrat —aulló.

—Sí abuelo, pero... —insistió ella en un delirio de audacia.

—¡No contestes al abuelo! —vo­ciferó.

Mi hermana guardó silencio para­lizada.

—¿No has oído al abuelo? ¿Es que acaso eres sorda?

Era siempre el desconcierto. Un día vino un Canónigo de la Ca­

tedral de Tarragona a celebrar la misa. Era el aniversario de la muerte de mi tío Miguel —«El preferido del abue­lo», susurraba Francisca, la cocinera, que había sido en su juventud el ama de mi padre y sus hermanos—, caído en el frente del Ebro luchando contra los rojos con el Tercio del Requeté de la Virgen de Montserrat. Mi padre que era republicano, acababa de lle­gar del exilio clandestinamente y vi­vía semiescondido en casa del abue­lo, asistió a la misa de pie en un

Page 63: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

rincón de la capilla pero a la hora del desayuno se negó a sentarse a la mesa «con un cura fascista», dijo.

Nosotros comenzamos a temblar. Al abuelo se le pusieron las mandíbu­las rígidas y la cara roja de furia. Un minuto después entre aullidos y ame­nazas conminó a mi padre a que ocu­para su sitio. Pero mi padre, muy dig­no, se retiró a su habitación.

El abuelo era como un vendaval. Ante una desobediencia tan flagran­te y un ataque tan directo a él mismo, que al estallar la guerra se había pa­sado a Burgos con los nacionales —«los sediciosos», decía mi padre— se le inyectaron los ojos en sangre y bramando como un poseso y ponien­do a Dios por testigo de lo que le ha­bía tocado sufrir en esta vida y de lo mucho que había hecho por todos no­sotros sin que lo mereciéramos en ab­soluto, se puso a dar zancadas arriba y abajo del gran comedor donde se había preparado la mesa para una ocasión tan solemne. Retumbaban las vigas de madera y cantaban las lágri­mas de las lámparas; las tías calladas y recogidas en un segundo plano ha­cían pucheros; el Canónigo, cada vez más aterrado, seguía al abuelo inten­tando calmarlo pero sin atreverse a hablar y sin comprender todavía cómo en la casa de este santo varón podían darse escenas como aquélla. Los invitados se arrimaban a la pared sin saber qué hacer. Y a nosotros, por si acaso, nos mandaron a la cocina a comer pan con tomate. Quedaron so­bre el mantel blanco las fuentes de croissants y ensaimadas y las grandes chocolateras de cerámica oscura de los días de fiesta.

A la media hora amainó el tempo­ral y los mayores se sentaron a la mesa. Debieron de comer en silencio el chocolate y las ensaimadas, porque desde la cocina no oíamos más que el tintineo de las cucharas contra las jicaras.

Después del desayuno, cuando el abuelo todavía enfurruñado hubo dado las gracias al Señor por los ali-

ROSA REGÁS

mentos recibidos, los invitados se des­perdigaron subrepticiamente por la casa y el jardín, y el Canónigo, agu­zado por el remordimiento de haber­nos dejado sin bollos, entró en la bi­blioteca a donde nos habían enviado al acabar el pan con tomate.

—¡Qué escena edificante! —dijo frotándose las manos y sonriendo babosamente al vernos sentados leyendo.

Ninguno le miramos, y él, en un in­tento de iniciar una aproximación pre­guntó a Georgina:

—¿Qué lees, niña? —La Regenta —contestó ella de

malos modos y volvió a la lectura con un gesto de profundo desagrado.

—¿La Regenta"! \La Regenta] ¡San­to Dios! \La Regental —y salió co­rriendo congestionado de pavor.

El abuelo se disponía en aquel mo­mento a descender la escalera, carga­do mayestáticamente con todo el peso de su infinito dolor, para salir al jar­dín e iniciar su paseo matinal.

—Señor Regás, señor Regás, esa niña está leyendo La Regenta. Usted no debe permitirlo, este libro está en el índice, ¡en el índice] Está prohibi­do, usted será el responsable. ¡Quíte­selo de las manos!

El abuelo, que jamás había acepta­do ni siquiera una sugerencia ni lo ha­bría hecho aun viniendo del Papa, a quien por supuesto respetaba más que a nadie, al oír aquella orden que le daba a voces un simple Canónico de provincias, volvió a montar en cóle­ra. Levantó un brazo al cielo en un gesto de terrible autoridad y como un Moisés del Maresme que rompiera fu­ribundo las tablas de la ley, lo dejó caer rasgando el aire y bramó con la voz del trueno:

—¡Aquí no hay más índice que el abuelo! —con tal potencia y movido de una fuerza interior tan brutal e inesperada, que el Canónigo fue achi­cándose y retrocediendo hasta que en­contró la puerta del jardín y dio un salto atrás que a poco le incrusta con­tra la palmera. Le vimos luego abani-

68 CLIJ41

candóse bajo la parra no repuesto aún, mientras esperaba ansioso el co­che que había de devolverle a la paz de sus algarrobos tarraconenses.

—En cuanto a ti —aulló el abuelo entrando en la biblioteca como una tromba—, el abuelo te ordena que si­gas leyendo La Regenta. Ha llegado la hora de que comencéis a familiari­zaros con la historia. —Y añadió con­descendiente:— Aunque sea la histo­ria de la familia real española. •

Bibliografía

La cuina del ampurdanet, Barce­lona: Antalbe, 1985.

Ginebra, Barcelona: Anagrama, 1988.

Memoria de Almator, Barcelona: Planeta, 1991.

Page 64: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

LA CONDAMINE

Viaje a la América Meridional por el río

de las Amazonas

Estudio sobre la quina

v !.¡:,;,.b- HatnUt

9$

LAMARCK

Filosofía zoológica

8$

Charles M. de la Condamine

Viaje a la América Meridional por el río

de las Amazonas

Estudio sobre la quina

Presentación de Antonio Lafuente V Eduardo Estrella

EL PRIMER ESTUDIO CIENTÍFICO EUROPEO

DEL AMAZONAS SIN PROPÓSITOS

MISIONEROS NI COLONIALES

Blas Cabrera

Principio de relatividad

Presentación de José Manuel Sánchez Ron

UNA DE LAS MEJORES Y MAS COMPLETAS

PRESENTACIONES DE CARÁCTER GENERAL EN EL CAMPO DE LA

RELATIVIDAD

Jean Baptiste de Monet Caballero de Lamarck

Filosofía zoológica

Presentación de Adriá Casinos

LA PRIMERA FORMULACIÓN DE UNA TEORÍA POSITIVA DE LA EVOLUCIÓN DE

LOS SERES VIVOS

Formato: 12,5 X 19 cm Páginas: 228 en cartoné Edición facsímil

P.V.P. 1.250 ptas.

Formato: 12,5 X 19 cm Páginas: 368 en cartoné Edición facsímil

P.V.P. 1.450 ptas.

POLVS

Formato: 12,5 X 19 cm Páginas: 280 en cartoné Edición facsímil

P.V.P. 1.350 ptas

Una colaboración de:

M U N D O C IENT ÍF ICO

Editorial Fontalba, s.a. Valencia 359, 6o

08009 Barcelona

y Editorial Alta Fulla

COLECCIÓN «NOCTULABIUM»

Page 65: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

CARME RIERA

Los cuentos de la abuela

por Carme Riera

• :

,

i i

1

A los motivos que me im­pulsan a escribir se su­perpone casi siempre con

obsesiva claridad una imagen, la ima­gen de una niña de largas trenzas y ojos tristes que miraba el mar lejano desde una ventana de una casa vacía y grande del barrio antiguo de Palma.

La imagen de esa niña, que rechaza­ba atemorizada los espejos porque no era guapa como su madre y sí fea como su padre, vuelve a llenar tam­bién ahora mi retina. No juega, mira como juegan sus hermanos en el jar­dín de la casa, desde el balcón de la habitación de la abuela a quien duran­

te casi todo el día escucha contar vie­jas historias de un pasado familiar glorioso, rancio y periclitado. Histo­rias de amor con lujo de pasiones in­controlables, de raptos incluso, que desbocan la fantasía de la niña y la impulsan a fabular otras similares.

La niña triste que rechaza los espe-

70 CUJ41

Page 66: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

RUDI GEISSLER, 35 CONTES DE GRIMM, BARCELONA: BARCANOVA, 1990.

jos porque teme verse reflejada en ellos con el bigote que luce su padre, empieza a escribir a los ocho o nueve años variantes de los relatos que le cuenta la abuela e incluso, para no te­ner que enfrentarse con el hombre ves­tido de negro que todas las semanas la interroga detrás de las pequeñas rendijas del odioso confesionario, pre­tende confesarse por escrito.

Sólo de ese modo, escamoteando su presencia, se siente capacitada para vencer su timidez infinita e incluso para diluir, entre las líneas de la cali­grafía, las posibles culpas. Digamos que el papel en blanco le sirve como espejo, como el espejo que rechaza, porque en la hoja en blanco se siente favorecida y hasta gratificada.

No negaré que siento bastante ter­nura, mucha más que cuando éramos la misma, por esa niña que fui, en cu­yas vivencias quedan explicados, en parte, los motivos que me impulsan a escribir. Ahora sé que empecé a es­cribir, en primer lugar —y la culpa la tuvo la abuela— incitada por su ca­pacidad para contar historias. Y en se­gundo lugar, porque la escritura me servía para ahuyentar los fantasmas y, sobre todo, para explicarme el mun­do, para conocer la realidad que me rodeaba y clarificarla.

Por aquella época, en que les con­

taba a las Giselas y Luisines cuentos para que se durmieran —remedos de los de la abuela—, todavía no sabía leer y solía pedir a los mayores que me leyeran. Recuerdo con absoluta preci­sión el día en que mi padre, en unas Navidades, me llevó a su despacho, una especie de sancta sanctorum, que olía a cuero y tabaco de pipa, y me leyó La sonatina de Rubén Darío. Me quedé literalmente fascinada. Le pedí que la releyera no sé cuantísimas ve­ces hasta aprendérmela de memoria. Me encantaban las palabras que des­conocía, especialmente las más musi­cales, como golgonda y argentina, que me parecieron algo así como varitas mágicas capaces de transformar en maravillosa la realidad más mostren­ca y eso era el horrible bigote de mi padre que yo creía poseer. Y el cuen­to en verso, con el príncipe que, a caballo con alas, se acerca a la prin­cesa, me pareció de una belleza sobre­natural. Tanto, que decidí aprender a leer rápidamente para no tener que necesitar a nadie que me lo leyera.

Si todos los libros eran como aquel en que mi padre me leía a Rubén Da­río, la lectura iba a depararme sorpre­sas maravillosas que por nada del mundo quería retrasar. Creo que ja­más he vuelto a tener una intuición tan certera. •

Bibliografía (selección)

Te deix, amor, la mar com a pe-nyora, Barcelona: Laia, 1975.

Primavera para Domenico Gua-rini, Barcelona: Montesinos, 1981.

Cuestión de amor propio, Barce­lona, Tusquets, 1988.

La Escuela de Barcelona, Barcelo­na: Anagrama, 1988.

Molt exemplar historia del gos Mágic i la seva cua, Barcelona: Empúries, 1988.

Epitelis tendríssims, Barcelona: Edicions 62, 1989.

Jocs de miralls, Barcelona: Plane­ta, 1989.

Por persona interpuesta, Barcelo­na: Planeta, 1989.

La obra poética de Carlos Barra!, Barcelona: Península, 1990.

Contra el amor en compañía y otros relatos, Barcelona: Desti­no, 1991.

71 CLIJ41

Page 67: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

MARÍA MERCÉ ROCA

Pinceladas por Maria Mercé Roca

A unque cerrara los ojos con fuerza y hundiera la cabeza en la almohada, y

me cubriera hasta las orejas con el pe­sado edredón, y no alargara las pier­nas en absoluto y me mantuviese he­cha un cuatro, porque en esa posición me notaba más protegida, el viento se

oía igual de fuerte. No era miedo, era sólo que el viento —lo dicen los viejos— era incontrolable y por mo­mentos soplaba con tanta fuerza que volcaba los vagones de tren que no es­taban bien acuñados y hacía retem­blar los vidrios del enorme arco que cubría los andenes, como una músi­

ca de cristales, y la luz se iba y era aburrido porque con las velas no se podía hacer casi nada, ni leer, porque las letras bailaban como las llamas y aquella penumbra, al cabo de un rato, hería los ojos. El viento aullaba con fuerza o silbaba suavemente, depen­día de los días. El aullido estaba fue-

72 CLIJ41

Page 68: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

ra, se oía como un lobo queriendo en­trar; el silbido era fino y se colaba por todos los sitios: por las ventanas que no cerraban, por alguna grieta grue­sa, por la junta de dilatación particu­lar que teníamos en casa. Poníamos la mano y sentíamos el viento frío que entraba con finura. «Pasa, aire», de­cíamos, y sabíamos que no había nada que hacer.

Mi padre era de Portbou y era fe­rroviario, y por eso vivíamos en la es­tación del tren, que era una estación que, como el pueblo hace de frontera con Francia, no se parecía nada a las de los pueblos pequeños, rojas, de pie­dra, acogedoras: en la estación de Portbou las vías eran como un mar extenso y plano, y un gran arco de hie­rro y de vidrio por donde los pájaros volaban alocados al atardecer cubría los andenes, las vías, la aduana, el ves­tíbulo y los pisos de los ferroviarios.

A los pisos de la Renfe se accedía por la puerta de al lado de la comisa­ría, bajo el reloj de la estación. Aba­jo de todo, tocando el primer rellano, se alzaba la pared de la cárcel peque­ña, que es donde encerraban a las per­sonas que carecían de papeles y que­rían pasar ilegalmente la frontera. La pared tenía una claraboya de vidrio grueso: si había luz era que alguien es­taba encerrado. La escalera era oscu­ra y estaba despintada y siempre caían trozos de pintura y de yeso sobre los peldaños; a veces, escribíamos cosas en la pared con una punta, y a veces, también, desde arriba tirábamos pa­peles y escupitajos que iban a parar directamente sobre el techo de la cár­cel pequeña.

Mi padre hacía contrabando de café. Cuando las campanas de la igle­sia de Portbou repicaban a la hora del ángelus, él salía del trabajo, comía muy pronto y después cruzaba cada día la frontera en tren y comenzaba en Cerbére su segunda jornada labo­ral, seguida y larga, con el contraban­do. Pasaba licores hacia Cerbére y café a Portbou. Llevaba un kilo de café en la mano y otro oculto dentro

FRANZ POCCI, 35 CONTES DE GRIMM, BARCELONA: BARCANOVA, 1990.

de los pantalones, en la cintura, con el botón de arriba de todo desabro­chado y el cinturón estrecho. Los pa­quetes de café que traía de Cerbére es­taban envueltos en papeles de diario franceses, brillantes y grasientos, y te­nían dibujados una mujer negra y desnuda y un león. Guardábamos los paquetes de café dentro del armario, de ahí que nuestra ropa desprendiese siempre el olor tan fuerte y bueno del café tostado.

* * *

Crecí con la convicción de que el ángel de la guarda estaba conmigo y que si yo mantenía su amistad no me podía pasar nada. Dios me miraba constantemente desde arriba. Era un dios que protegía a los justos y ayu­daba a los pobres. Yo rezaba a la hora de ir a dormir, cuando tenía un exa­men y cuando el tren estaba a punto de arrancar. Una amiga, morena y de gruesas trenzas, y yo construimos un altar en la azotea con un par de cajas y una sábana vieja que las cubría. En­cima, colocamos una virgen descolo­rida que andaba por casa y dos jarro­nes a los lados con cuatro flores dentro cada uno. Jugábamos a ser dos hermanas casi monjas que vivíamos juntas y que éramos muy buenas, y muy pobres. Las dos nos llamábamos

Maria, ya que ningún otro nombre nos parecía más santo. Pronunciába­mos jaculatorias y hablábamos del tiempo y de ayudar a la gente más po­bre, y tendíamos la colada y hacíamos la comida con hierbas trinchadas. Ju­gamos juntas hasta que no sé por qué dejamos de ser tan amigas: entonces desmonté el altar y metí la virgen en un cajón para no verla más.

*

Durante muchos años todos los re­gazos de casa fueron míos. Siempre estaba encima de alguien, material­mente, físicamente encima; cuanto más pegada, cuanto más cerca, mejor. Mientras eso ocurría mi hermano no tenía posibilidad alguna de conseguir un regazo; tan sólo cuando yo ya dor­mía él se podía acercar tímidamente. Yo me sentaba en el regazo de mi pa­dre: «Papá, ¿leemos este tebeo?». Él me leía las viñetas y al concluir decía: «¿Te ha gustado?». Y yo, para no ba­jar de su regazo, contestaba siempre: «Sí, pero no lo he entendido, vuélve­melo a leer otra vez».

Cuando comencé a ir a la escuela, de más mayor, sólo tenía que estudiar: ni fregar los platos, ni hacerme la cama, ni nada. Una vez tenía los de­beres hechos y me sabía la lección, leía

Page 69: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

MARÍA MERCE ROCA

los chistes de los pies de página del Se­lecciones del Reader 's Digest que mis padres recibían cada mes, y aun en­tonces simulaba no haberlos entendi­do para tener a alguien a mi lado, sólo para mí, que me los explicara. Mi pa­dre era paciente y, además, le gusta­ba mucho cantar y recitar versos, y a mí el gusto por las palabras me vino no tanto desde la letra impresa como desde esta poesía oral que yo oía y que aprendía de memoria, involuntaria­mente, sin darme cuenta. Desconocía de quién eran aquellos versos pero me cautivaba el ritmo, la música. Yo los repetía, quería jugar y hacer mías aquellas palabras que no sabía qué querían decir y que jamás veía escri­tas. El Testament d'Amélia, las Co-rrandes de l'exili, El mariner Louard, las Vinyes verdes... De los autores, re­pito —de Segarra, Pere Quart, Mara-gall—, nada de nada, por el momen­to. Junto a estos versos había otros que eran en castellano y que estaban escritos en un libro deshojado que se titulaba Las cien mejores poesías de la lengua castellana. Dichos versos me tenían aún más seducida, porque yo sentía en ellos una música más viva: por ejemplo, El tren expreso, de Ra­món de Campoamor: «Habiéndome robado el albedrío / un amor tan in­fausto como mío [...]. Mi carta, que es feliz, pues va a buscaros / cuenta os dará de la memoria mía. / Aquel fantasma soy que, por gustaros, / jugó a estar vivo a vuestro lado un día». O aquel otro de José de Espron-ceda, Desesperación, que me daba miedo aunque no por ello dejaba de atraerme: «Me gustan las queridas / tendidas en los lechos / sin chales en los pechos / abierto el cinturón». Yo intuía que aquellos versos estaban car­gados de desolación y de patetismo, y me gustaban mucho. No, ciertamen­te no alcanzaba a entender la mitad de los poemas que sabía de memoria, pero me gustaban y los recitaba con una cierta excitación; me dejaba lle­var y mecer, en definitiva, por la mú­sica de sus palabras.

Pero ahora ya leía sola, y en el ve­rano, al volver de la playa, después de comer, mi hermano y yo nos tendía­mos en su habitación y leíamos. Yo me comía un corrusco de pan que ha­bía guardado a la hora de comer y me estaba muy quieta. Era un momento delicioso: la ventana estaba abierta, tenía el cabello húmedo y sentía frío, y todo estaba en silencio. Yo tema diez años, comía el corrusquito de pan y leía las historias del Patufet de la se­gunda época: todo el mundo era tan pobre, tan bueno, o tan malo, pero que al final se volvía tan bueno, y ha­bía niños pequeños que trabajaban y que se teman que levantar cuando aún era de noche, y madres que sufrían e historias de amor, adolescentes que menospreciaban a los padres y a los hermanos pequeños, profesores fir­mes. Siempre lloraba. Leía con un nudo en la garganta y a veces no me podía aguantar y prorrumpía en so­llozos, y mi hermano se reía de mí. Pero a mí me encantaba, después de leer estas historias se me quedaba el

HarialSercéHoca Greuges infinits

SObre un tema "•«5SBS?-**

corazón compungido y hecho un asco, estaba triste y leerlas me provocaba una sensación agridulce; lloraba y lue­go me sentía como nueva, con una fuerza diferente. Para que me agrada­ran, los libros tenían que ser siempre tristes, era como si yo comulgara con toda aquella pena que leía. Todo me emocionaba extraordinariamente y las carencias de amor me sacudían y me llenaban de desasosiego.

* * *

Éstos son los recuerdos, en pince­ladas de colores brillantes, que prime­ro me vienen si trato de hacer memo­ria de mi infancia: el viento, el café en los armarios, la estación, la azo­tea, la música de unas palabras in­comprensibles y la lectura apasiona­da de unos textos incoherentes y desordenados. Y nada más. Lo re­cuerdo, pero ignoro si en verdad soy yo la niña que se comía aquel corrus­co de pan mientras leía. La veo muy lejos y me da un poco de pena, por­que siempre necesitaba que la amaran mucho. •

(Artículo traducido del catalán.)

Bibliografía Sort que hi ha l'horitzó, Barcelo­

na: Selecta, 1987. Els arbres vencuts, Barcelona:

Proa, 1988. Temporada baixa, Barcelona: Edi­

torial de PEixample, 1990. Elpresent que m'acull, Barcelona:

Destino, 1987. Perfum de nard, Barcelona: Des­

tino, 1988. Greuges infinits, Barcelona: Plane­

ta, 1992.

Infantil-juvenil

l Com un miratge, Barcelona: Bar-canova, 1989. (Existe versión en castellano, en Anaya.)

Page 70: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

ANA ROSSE'

Aquellos duros antiguos por Ana Rossetti

1 Pta.

V , • , • o prefiero jugar al escon­

der, porque me escondo de verdad, y al final se cansan

de buscarme y yo me olvido de ellos. Pero ese día estaba en casa de abuela Luisa y no podía subirme al almen­dro, que es donde me escondo siem­pre, pues la del jardín es mi otra

abuela. A mí me gusta subirme al al­mendro y pensar y rebuscar entre to­das las palabras que sé para contar­me cosas, mientras que los otros recitan hasta veinte contra los azule­jos. Yo no oigo a nadie, ni me doy cuenta de que me buscan gritando en­tre el maíz o por entre las matas de

hierbabuena. Pues me pongo a pen­sar que soy una ermitaña, y que mi vida es como estar subida en el almen­dro un día y otro día. Y trato de sa­ber cuánto tiempo aguanto, porque el cielo debe de ser lo mismo, y la eter­nidad y Dios. Pero ese día yo estaba en casa de abuela Luisa y mi prima

75 CLIJ41

Page 71: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

ANA ROSSETTI

quería que jugásemos a las casitas, pero yo dije que al esconder. Pero yo no tenía otro remedio que encerrar­me en el cuarto de baño para desa­parecer.

Y ya sólo sé que me sentí, de pron­to, como una caracola rodándome por la boca y que me faltaba un diente.

Me puse tan nerviosa que no podía abrir la puerta. Y subí a mi casa y mi madre me tuvo que hacer una tila.

Eso era por la mañana. Pero yo quise envolver el diente enseguida, y ponerlo debajo de la almohada, y es­tuve todo el día yendo a cada momen­to por si todavía estaba. Ése fue mi primer diente.

Después se me han ido cayendo los demás y el Ratón Pérez me ha traído lápices Alpino, chocolatinas, bastones de caramelo... sobre todo, cosas que puedan rodar, porque yo vivo en un piso alto, y así el Ratón Pérez las sube por el pasamanos con más facilidad.

Pero me acordaré siempre que su primer regalo fue una moneda de cin­co pesetas. Es, además, la primera moneda que recuerdo haber tenido.

2 Ptas.

Abuela Luisa nos regala en los cum­pleaños un duro por cada año que cumplimos. Cuando cumpla diez, ten­dré cincuenta pesetas de regalo. Eso es mucho dinero. Podré comprarme todos los tebeos que quiera.

Me gustan mucho los cuentos de hadas con dibujos de Emilio Freixas. Mi hermana y yo los pintamos de co­lores. Hemos descubierto que el mo­rado queda muy bien junto al rosa fuerte, el amarillo y el naranja. A ve­ces, en vez del morado, ponemos el verde oliva.

Colorear los dibujos de Freixas es maravilloso, pues los vestidos tienen muchos estampados, los muebles mu­chos cojines y los ángeles muchas flo­res, muchas estrellas y muchas piedras preciosas en las alas.

Pero los tebeos que más me gusta­ban son los de El Capitán Trueno. Yo

JOSÉ RAMÓN SÁNCHEZ, LA GRAN AVENTURA DEL CINE, MADRID: MUSEO ESPAÑOL DE ARTE CONTEMPORÁNEO, 1982.

quisiera ser Crispín, porque Crispín es su paje, y es su amigo y va con él a todos lados. Mejor es ser Crispín que la princesa. Porque yo quiero mu­cho al Capitán Trueno, y me gustan sus hazañas y sus aventuras, pero para ir con él, para acompañarlo, para de­fenderlo y ayudarlo, y no abandonar­lo jamás en todos los días de mi vida.

3 Ptas.

La sesión del domingo a las tres de la tarde se llama La infantil. Yo voy a la infantil del cine Almirante algu­nas veces. La entrada vale cinco pe­setas. Prefiero las películas de espa­dachines o de los Caballeros de la Tabla Redonda a las de tiros, pero me gustó mucho La Reina de Montana.

Nunca aplaudo cuando viene la ca­ballería ligera y me da mucha rabia cuando la gente empieza a armar es­cándalo y a tirotear desde los asientos.

He pensado que los cines no debe­rían tener asientos en fila, sino que debía estar cada butaca metida en una garita de soldado, y así nadie moles­taba a los demás. He pensado inven­tar un cine así, pero a lo mejor ya lo han inventado los americanos.

Me gusta mucho Jean Marais. Con unos leotardos burdeos, una camisa

blanca de mi padre y el florete de la panoplia, me parezco al Caballero de Lagardere.

Me he subido al armario del cuar­to del ventanal, a ver si podía atrave­sar la habitación colgándome de la lámpara, pero no alcanzaba.

El domingo pasado vi una de Tar-zán. Vive solo en la selva como los er­mitaños; pero él no piensa mirando a una calavera. Le pasan la mar de co­sas. A mí me gusta la selva y no me dan miedo las serpientes. Yo cojo la­gartijas y saltamontes y toda clase de bichos.

Creo que vivir en la selva es muy emocionante.

4 Ptas.

Dando cinco pesetas a la Santa In­fancia puedes bautizar a un niño y po­nerle el nombre que quieras. A mí me gusta Alejandro.

Cuando yo sea misionera no que­rré que me manden a la China ni al Japón, porque ésas no son misiones ni nada; viven en casas como nosotros y las monjas, lo primero de todo, tie­nen que aprender inglés.

Las misiones que me gustan son las del Congo belga, porque están en la selva, no como la selva de los ermita­

ños, sino como la de Tarzán. Además, hay que aprender a tocar los timbales porque no hay teléfono.

En el Congo belga hay uno que se llama Lumumba y te puede matar y todo. Las monjas mandan al colegio cartas escritas con renglones invisibles que aparecen, si acercas al papel una cerilla encendida.

Me gusta mucho pensar en todo eso. En casa me he probado una toca: me la he hecho con toallas porque las misioneras del Congo van de blanco. Pero en la puerta del colegio está el carrillo de los helados. Mi madre no quiere que coma de esos helados por­que dice que están hechos con agua de aljibe.

Los cortes de fruta ya vienen en­vueltos en un papel transparente. Se llaman de tutti-frutti. Esa palabra es italiana. Italia está en Genova. Yo sé cómo es Genova porque tengo un li­bro de fotos que se llama 32 vedute, ricordo del Camposanto di Genova. Es una ciudad muy rara con muchas estatuas de ángeles, y de gente en la cama, y de gente muerta. Y hay un ángel que se llama «Monumento One-to» y que no se sabe si es niño o niña. Pero yo me imagino que es mi ángel de la guarda. Me gustaría que la gen­te se creyera que yo era un niño, que

no supiera nadie que yo era niña de verdad, que ni el Capitán Trueno lo supiera.

Tengo cinco pesetas para la Santa Infancia.

Los cortes de tutti-frutti cuestan un duro.

Mi ángel de la guarda está en Genova.

El helado estaba muy rico.

5 Ptas.

En noviembre es la fiesta de la Niña María. Hay una procesión y una misa solemne. En el ofertorio le llevamos al sacerdote una vela y un duro.

El duro está metido en un talco con un algodón empapado en colonia. Durante la procesión lo llevamos guardado en el guante y molesta un poco, pues ocupa toda la palma de la mano.

La misa de la Niña María es la más bonita del mundo; es más bonita que la misa de gloria del sábado santo. Pero yo me lo paso muy mal, pues es­toy todo el rato con un nudo en la gar­ganta, pero no quiero llorar porque todas las niñas son imbéciles.

Yo tengo ganas de llorar porque no sé qué hacer para ser santa, porque yo no puedo figurarme a Dios y por eso no puedo amarlo. No debo de tener fe, pues no sé imaginarme lo que nun­ca he visto, ni quererlo. He intentado dibujar el alma en la pizarra, pero hi­ciese lo que hiciese siempre me salía con forma. Eso me pasa también cuando pienso en algo sin principio ni fin: que empiezo a sentir como un vacío en el estómago y hasta me da vértigo. Por eso quiero morirme, para saber cómo son todas estas cosas. Pero si no tengo fe no puedo ser san­ta, a no ser que me mate Lumumba, porque ya no hay romanos.

Si una es mártir ya no importa lo demás: vas al cielo derecha.

Después de la misa, nos despedi­mos de la Virgen y le damos un beso y le decimos una cosa al oído. El se­creto que yo le digo siempre a la Niña

María es que quiero ser mártir, que Lumumba no se convierta hasta que me mate, que yo ofrezca mi vida por las misiones, pero para ser mártir allí en el Congo belga, que es donde hay fieras y leones, no para morirme de una enfermedad.

También le pido que mi madre no me corte más el pelo, que una mele­na hasta la cintura queda muy bien en las estampas. Y sobre todo que no se me siga oscureciendo el pelo: la Niña María es rubia. •

Bibliografía

Los devaneos de Erato, Valencia: 1980.

Devocionario, Madrid: Visor, 1986.

Indicios vehementes, Madrid: Hi-perión, 1987.

Yerterday, Madrid: Torremozas, 1988.

Prendas íntimas, Madrid: Temas Hoy, 1989.

Alevosías, Barcelona: Tusquets, 1991.

77 CUJ41

Page 72: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

LOLA SALVADOR

Aprender a leer por Lola Salvador

cuidado Lo lee

LJ ay que tener con esta niña, todo.»

Leía el hambre sucia en los servi­dores y la colonia fresca de los ricos y, por encima de todas las cosas, leía el odio.

Odiaban los vencidos con rabia y

despecho pero aún más parecían odiar los vencedores, como si éstos no hu­biesen vencido lo bastante sobre aqué­llos, como si quisieran, éstos, que los santos, los dioses y los dueños de las prebendas les tuvieran que dar más ra­zón, más gloria y más recompensa.

Todos los mayores odiaban. Ése es

78 CUJ41

el primer recuerdo de mi infancia. Leer aquel odio.

Y el bálsamo de aquel cruce de có­leras estaba en descifrar aquellos ex­traños signos que parecían más inde­lebles que las canciones de patio, los himnos y los cuchicheos del miedo; el sosiego era contemplar aquellos gara-

Page 73: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

batos siempre iguales, aquellas for­mas, aquellas letras, las mismas que había en la sopa, aquellas figuras im­portantes, mágicas, absolutas, tan idénticas a sí mismas, que seguramen­te encerraban el secreto y la explica­ción de todo lo que yo no alcanzaba a comprender.

Estaban detenidos aquellos años, los primeros de los cuarenta.

Me recuerdo correteando el pasillo, cabalgando el orinal, persiguiendo aquellos signos en los titulares de los periódicos, todos los de la mañana, todos los de la tarde; en los papeles de seda de los comercios, Lhardy, Za­patería Pelayo, Mantequerías Leone­sas, Dulcinea, La Tierruca, Los Pe­queños Suizos; en las latas de aceite, en los envoltorios de las tabletas de chocolate, en los sellos de la cartilla del racionamiento.

Lo último que descubrí fueron los libros, pero ya casi lo sabía todo. Aún no había cumplido los cuatro años.

Había aprendido a leer sola, como luego supe que habíamos aprendido muchos, sin maestro, sin catón, sin deletreo. Y fue por aquel entonces cuando escuché aquello de «... cuida­do con esta niña...».

THOMAS HENRY, GUILLERMO EL ATAREADO, MOLINO, 1969.

Ni los sonoros párrafos de El Qui­jote que retumbaban por la noche como lecciones magnas; ni los pesa­res de aquel caballito británico del Derby, novio de Ginger, Black Beauty; ni la húmeda llamada de los frutos de Blasco Ibáñez, aquellos jugosos me­lones abiertos; ni los rápidos disparos que rompían la oscuridad en las no-veluchas del FBI; ni las incomprensi­bles frases de Ortega en los desencua­dernados libros de la Biblioteca Nacional; ni los amores de Escarlata, ni las cursiladas de Jo, ni el tío Tom, ni Salgari, ni el adorable y anárquico Guillermo, ni aquel bobo de Cuchi-fritín, ni The March of Times, ni Ro­berto Alcázar y menos Pedrín... tuvie­ron el poder de fascinarme como me habían fascinado las primeras lectu­ras que brotaban de la realidad, del papel del asperón, de la inclinada ca­ligrafía de los anuncios y de aquella primera lectura del odio y la memo­ria amordazada.

Quizá por eso, decidí, desde muy pequeña, que cuando supiera, no ya leer, sino escribir, iba a dedicar mi vida a este oficio, porque en ningún libro había leído mi propia escritura, lo que yo había aprendido a leer.B

Libros

El crimen de Cuenca, Barcelona: Argos Vergara, 1979.

Mamita mía, tirabuzones..., Barce­lona: Planeta, 1981.

La sonrisa de Madrid, Barcelona: Plaza & Janes, 1988.

Mamaíta y Papantonio, Barcelona: Plaza & Janes, 1988.

El mar de ¡a leonera, Barcelona: Plaza & Janes, 1989.

Guiones de cine

El crimen de Cuenca (1979). Bearn o la sala de las muñecas

(1982). Las bicicletas son para el verano

(1984). Barrios altos (1987).

79 CLIJ41

Page 74: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

QUE LOS PROFESORES

ÍSTEK) IMFORMADOS

ES MUy IMPORTOMTE...

..Pfl^fi rJOSOTROS

¿ $

PERIÓDICO SEMANAL

DE INFORMACIÓN EDUCATIVA

• Noticias, crónicas de corresponsales, informes, reportajes y entrevistas, ofertas y demandas de trabajo, opinión, textos legales, concursos y oposiciones, becas y ayudas

• ...Y, además, secciones de: CULTURA, con lo más relevante de la actualidad cultural; CIENCIA, con divulgación de las nuevas fronteras de la investigación y la tecnología, y SALUD

TRATO 90

COMUNIDAD ESCOLAR ¡Suscríbase!

Sr. Director del Banco/ Caja de Ahorros de Sucursal/Agencia Urbana núm Calle: Localidad: Código:.

Ruego a üd. se sirva cargar en mi cuenta núm el

importe de mi suscripción semestral/anual /bianual al periódico COMUNIDAD ESCOLAR.. del Centro de Publicaciones del Ministerio de EducacicVi v Ciencia

a de d e ! 9

Firmado:

O./D.»

Domicilio:

Localidad:

Código Postal: Te lé f : .

Provincia

Deseo suscribirme a partir de

Información y suscripciones: COMUNIDAD ESCOLAR. Alcalá, 34-6.' - 28671 Madrid

Teléfonos: (91)5497700 y 5496722

Señale 5 j periodo de suscripción que le interesa:

decios de suscripción Q UN SEMESTRE (24 números) 2.700ptas. |sin gastos de envíol: f j UN AÑO (48 números) 4.700ptas.

QDOSAÑOS(96numera l 8.500ptas.

Forma de pago Señale X F IRMA

• Cheque adjunto • Contra reembolso ~ Domiciiíación barcaria. i

Page 75: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

Cuadernos de Literatura Infanti l y Juvenil

Boletín de suscripción CLIJ Copie o recorte este cupón y envíelo a: EDITORIAL FONTALBA, S.A. Valencia 359, 6o Ia

08009 Barcelona (España) v\

A PARTIR DEL MES DE

Si desean factura, indiquen el núnero de copias y e lCIF

. (incluido)

o el NIF

Señores: deseo suscribirme a la revista CLIJ, de periodicidad mensual, al precio de oferta de 6.200 ptas., incluido IVA (6.875 ptas. precio venta quios­co), por el período de un año (11 números) y renovaciones hasta nuevo aviso, cuyo pago efectuaré mediante:

Domiciliación bancaria. Envío cheque bancario por 6.200 ptas. Contrarrembolso.

Nombre Apellidos Profesión Domicilio Población Código Postal Provincia Teléfono País Fecha Para Canarias, Ceuta y Melilla 5.849 ptas. (exento IVA). Canarias envío aéreo: 6.707 ptas. Para el extranjero, enviar adjunto un cheque en dólares.

Ordinario Avión

Europa América

70$ 85$ 70$ 105$

(Se recomienda para Canarias y América el envío aéreo.) Rogamos a los suscriptores que en toda la correspondencia (cambio de domicilio, etc.) indiquen el número de suscriptor, o adjunten la etiqueta de envío de la revista.

•>§ Domiciliación bancaria

Fecha

C.C.C. (Código Cuenta Chente)

Entidad Oficina DC N° cuenta

NOTA IMPORTANTE: Las diez cifras del número de cuenta deben llenarse todas. Si tiene alguna duda en el número de cuenta, el banco o la sucursal, consulte a su entidad bancaria donde le informarán.

B a n c o o Ca ja Sucursa l Domici l io Poblac ión C.P Provincia

Muy señores míos: Ruego a ustedes que, hasta nuevo aviso, abonen a Editorial Fontalba, S.A., Valencia 359, 6° Ia, 08009 Barcelona (España), con cargo a mi c/c o libreta de ahorros mencionada, los recibos correspondientes a la suscripción o renovación de la revista CLIJ.

Titular Domicilio Población C.P Provincia

Firma

»g Números atrasados de CLIJ Sírvanse enviarme los siguientes números:

Forma de pago: contrarrembolso (625 ptas. ejemplar, más 150 ptas. por gastos de envío expedición).

Nombre Domicilio Población Código postal Provincia .

Page 76: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

EL ENANO SALTARÍN

Lucía en el país de la tristezaí

• uando la vi la tomé por una ^^ de aquellas hermosísimas ^ ^ * ^ ^ enanitas del bosque. Hubo

un tiempo en que iban y venían cantan­do por los senderos, con sus anchas fal­das de colores y unos zapatos rojos de punta. Luego desaparecieron, como tan­tas otras cosas. Ella estaba sentada en una piedra alta y gris que hay junto al inicio del camino grande, el que dicen que lleva a la ciudad. Tenía la cabeza gacha y el pelo, largo y dorado, le ocultaba la cara. Era tan pequeña que las piernas no toca­ban el suelo, y las hacía balancear con una determinación rítmica y empecinada.

Me acerqué silbando para que se per­catase de mi presencia. No era una de aquellas hadas sino una niña apenas más alta que una espiga de trigo. Tosí con energía. No se movió pero el balanceo de las piernas fue cesando lentamente hasta detenerse por completo. Un suspiro pro­fundo y, apartándose la cortina de cabe­llos de su cara, levantó la cabeza y me miró fijamente, sin extrañeza alguna. Te­nía las mejillas húmedas y los ojos bri­llaban como cristales submarinos. Una lá­grima oscilaba en su barbilla y cayó como un diamante volador. De un salto bajó de la piedra y se me acercó. Me miró y me hizo una confidencia:

—Me he escapado de la escuela. Di­cen... dicen que nunca aprenderé nada, que todos mis compañeros ya saben leer y yo no. Allí nadie me quiere. Por eso me escapé y no volveré... nunca más.

Hablaba con un tono de desafío des­

valido, entre suspiros entrecortados y ecos de sollozos contenidos.

—Bueno —le contesté—, eso no tiene tanta importancia como ahora te parece. Yo todo lo aprendí tarde, muy tarde. Y no me lo enseñó la escuela... ¿Te gustan las fresas?

Lucía se pasó una mano por la mejilla y movió la cabeza afirmativamente. Me pareció adivinar el relámpago de una son­risa en su mirada. Estuvimos toda la ma­ñana paseando, hablando y cogiendo esas minúsculas fresitas salvajes, sabrosas, ro­jas y ocultas. Lucía me contó sus penas y yo, en agradecimiento, le conté también las mías. Nos hicimos amigos y quedamos que vendría a verme cuando quisiera. Hace un año de eso; luego volvió alguna tarde. Lucía, tan pequeña y tan fuerte, de­cidida, valiente y con unas incontenibles

ganas de vivir y de saber cosas, acabó apren­diendo a leer a pesar de lo difícil que se lo ponían.

Porque Lucía vive en un país en el que la in­fancia es invisible y, por eso, ha decidido no ha­blar. Nadie está verdaderamente dispuesto a oír a los niños y a actuar de su parte. Son niños que lo tienen todo pero todo les falta. Lucía, a menudo, está triste. Y la tristeza de un niño es sideral, potente e inconmensurable.

Es un sentimiento que puede ser positivo si encuentra a alguien con quien compartirlo, para convertirlo en fuerza y seguridad con la que se­guir adelante en la dura vida de los niños. Pero es destructivo si se rodea de otras soledades: las de la familia, las de las instituciones como la escuela, espacios enfermos de debilidad, de es­terilidad y de impersonalidad. Sólo los amigos y amigas de Lucía constituyen un horizonte hu­mano. El resto es una mirada falseada por los deseos de los mayores, una relación que, aun siendo de apariencia amorosa, produce indife­rencia, homogeneidad, abulia. La mirada peda­gógica, por su parte, rompe a Lucía en trocitos y se mira satisfecha en cada uno de ellos, como en pedazos de un espejo que no conocerá nun­ca. Así nunca podrá alcanzar la unidad de cada niño, singular e irrepetible, como esa Lucía triste y fuerte, capaz de alcanzar la luna si alguien sig­nificativo se lo exige y le da afecto y recursos: un beso y la palabra.

El Enano Saltarín.

Page 77: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil

LOS DOCE PRIMEROS NÚMEROS POR SÓLO 3.000 PTAS.

•JlU.Umi.IJHmilMMBMHMUlUJ.IIM

¿Leer para qué? ¡Felices libros! 80 títulos en busca de lector J L P

CLIJ •••^•11- .i.ii'JH'.'JJ.If

Queridosjnonstruos Entrevista: Roaid Dahl I Edgar A. Pbe por J J . Millas .1

Cinco lenguas para leer ] niiv isU: Christine Nostünger Miuuel Obiols en Tinla Fresca

Novelajuvenjl Londres: coleccionistas de cuentos l Tinta Fresca: Paco Martín .1

CLIJ •4j.i.uj.i-n.iJHHwmmriffn)ii'JWJ.i,iiM

Leer antes dejeer Galicia Dous amigos: niños y libros

Repaso al cómic Bibfciteca Nacional: libros para niños |l|!j¡ Reportaje: CLIJ en Bolonia Ji'MJjl

Literatura en negro Suspense en las aulas Clásicos: Arthur Conan Doyle

Se buscan lectores Informe: los Premios del 88 J.A. Goytisolo: ganas de leer

Hadas y brujas Clásicos: Richmal Crompton El auténtico Enano Saltarín

« < ' i M „ i n . i i n r - - r - i n n ; i i ' i i . i i u , i , »

K** ElJibro_de conocimientos Colegas: Arnold Lobel ¿Quién no gusta de Tournier?

Recorte o copie este cupón y envíelo a EDITORIAL FONTALBA Valencia 359, 6o 1 a

08009 Barcelona

¿Mujerctos? El Congreso de Salamanca Clásicos: Julio Verne

• jiM.u..i.n.ijmmnn!iBimHMiiiiij.iM

Chequeo al sector IJIIlfl Índice: primer año de CLIJ

Sírvanse enviarme al precio especial de oferta por 3.000 ptas. los números 1 al 12, ambos inclusive, de la revista CLIJ, cuyo pago efectuaré mediante:

D talón adjunto D contrarreembolso

Nombre Domicilio Tel. Población C.P. Provincia

2*i

Page 78: CLIJ. Cuadernos de literatura infantil y juvenil - Año 5, Número 41 ...

EL EFEOO INVERNADERO

iLos cambios meteorológicos en la Antártida se caracterizan por su rapidez. En pocos minutos se puede establecer un viento de violencia extrema. En la imagen, paso de un frente por la vertical de isla Livingston. En primer término, las instalaciones meteorológicas de la BAE.

k Buque de Investigación Oceanógrafica Hespérides. Se trata de un buque con capacidad de navegación polar de 81 m de eslora y 14 m de manga que desplaza 2 700 tm y que alcanza una velocidad de desplazamiento de 15 nudos. Tiene una capacidad para 30 científicos y

- una instalación de laboratorios y equipos científicos que lo pone a la altura de los mejores buques oceanógraficos del mundo.

En este número se incluyen, además de otros interesantes artículos, las siguientes colaboraciones:

«Med io ambiente e investigación en la Antárt ida» de Josefina Castellví, prestigiosa

oceanógrafo del CSIC, actualmente gestora del Programa Nacional y Antart ico y Jefe de base

en la Base Antart ica Española Juan Carlos I.

«Calentamiento global y ciclo hidrológico» de J . Lorente y A . Redaño,

profesores del Departamento de Astronomía y Meteorología de la Universidad de Barcelona.