COLECCION DE AUTORES CHILENOS - Tamaulipas

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COLECCION DE AUTORES CHILENOS "Editorial Zi¡¡.Za .... publica en eata .. rla lo mis variado y Hlecto de la producción intelectual chilena, a precio. económlcol. La literatura, la biltoria y lo. tema. Intalec - tualeo an .. eoeral, tendrÁn oportun ....... t. u. volumen representativo, en que se reÚIl81l arte" Interés. Publi c ados: La Quintrala (Premio "La Nación") Novela de Ma¡¡daleoa Pelit Precio: 2.- Margarita, el Aviador y el Médico Novel .. d. Juan Marln Precio: 1.60 En prensa: Durante la Recon .. quista La .uprem .. novel" hI.tórlc. de Alberto Ble.t Cana. E.n preparación: Los Aparecidos Luis Roberto Boza Chadas de Amor Cmo. Blanchl El Obrero Máquina Enrique Bunat.r

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COLECCION DE AUTORES CHILENOS

"Editorial Zi¡¡.Za .... publica en eata .. rla lo mis variado y Hlecto de la producción intelectual chilena, a precio. económlcol. La literatura, la biltoria y lo. tema. Intalec ­tualeo an .. eoeral, tendrÁn oportun ....... t. u. volumen representativo, en que se reÚIl81l arte" Interés.

Public ados:

La Quintrala (Premio "La Nación")

Novela de Ma¡¡daleoa Pelit

Precio: • 2.-

Margarita, el Aviador y el Médico Novel .. d. Juan Marln

Precio: • 1.60

En prensa:

Durante la Recon .. quista

La .uprem .. novel" hI.tórlc. de Alberto Ble.t Cana.

E.n preparación:

Los Aparecidos Luis Roberto Boza

Chadas de Amor Cmo. Blanchl

El Obrero Máquina Enrique Bunat.r

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SANTIAGO DE CHILE - EMPRESA ZIG - ZAG - 1932.

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SOCIALISMO

CompendJado de la obra de

EMILIO DURKHEIM Profesor de Sociología de la SorbollA

por

Arturo Palacios Díaz

"EDICIONES

EXTRA

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DOS PALABRAS

Antes de entrar en la materia de que es objeto esta obra. creemos cónveniente dar a SU3 lectores una explicación acerCa de' las razones que tuvimos para elegir la de Durkhetm entre tantas otras que tratan prolija 11 extensamente sobre el Socialismo ]/, como un paréntesis, antu de seguir adelante, corres­póndenos explicar que si la hemos compendiado no ha sido con otro Objeto que el de facilitar su compren­sión a quienes, por no tener la costumbre del estu· dto, es más simple la aprehensión de una materia cSCU6ta que laa QUbiertas con todo el ropaje cc:m qlte la dialéctica las adorna.

¿Por qué la obra de Durkheim? En primer tér­mino por BU carencia de proselitismo 11 como con­secuencia de apologética, lo que hace de ella un es­tudio ,ereno que 1uzga 11 pesa, ante el fiel de la ra­zón les resistencias de unos y los apasionados arran­ques de los otros; el autor se ha colocado en un puesto de observación desde donde asiste al espectá­culo que le ofrece la humanidad en el desarrollo de su, stst~as sociales, en busca afanO'fla de mayor bi.n8star para todos 11 cada uno de los miembros cl8 ~ai colectividad. Es. antes (JUIe nada, una obra científica en la cual el análisis es el instrumento

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que actúa, produciendo reacciones y precipitados que

el hombre de ciellcia sabe apreciar en cuanto con­

tienen y valen. El lector juzgará, a medida que avan­

ce en el estudio de El Socialismo de Durkheim, la bon­

dad del método, exclusivamente didáctico, que emplea

y que hace destacarse con transparente claridad las

ideas y conceptos, en forma tal que quedan al al­

cance aun de los lectores de mediana cultura. Para

ellos será esta obra de gran utilidad de la que 1W

menos participarán quienes, al defender o atacar El

Socialismo, revelan tanta incomprensión como des­conocimiento.

Durkheim los enseñará a reconocer, donde quie·

ra que se encuentren . las doctrinas y tendencias

afines al socialismo y iL rechazar las contrarias cuan·

do errada o malévolamente se quieran hacer pasar como tales.

En la hora actual, que es más de comprensión 11

de colaboración que de combate o inercia, debemos preocuparnos per adquirir los conocimientos nece­

sarios para cooperar, a medida con nuestras fuer­

zas, a establecer los cimientos básicos de nuestra so­ciedad futura.

A. P. D.

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EL SOCIALISMO

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CARLOS MARX

( 1818·1883)

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CAPITULO PRIMERO

DEFINICION DEL SOCIALISMO

LECCION PRIMERA

Hay dos formas diversas de estudiar el socia­lismo. Consiste una en considerarlo como una doc­trina científica sobre la naturaleza y evolución de las sociedades en general y, más concretamen­t.e, de las sociedades contemporáneas más civili­zadas. En este caso se le considera en abstracto, fuera dt:!l tiempo y del espacio, como una hipóte­sis, como un sistema de proposiciones que expre­san o son susceptibles de expresar hechos de don­de pueden deducirse verdades o errores. Este es el método seguido por Leroy-Beaulieu en "El Co­lectivismo" y que no será el nuestro porque, sin negar la importancia y el interés del socialismo, nos negamos a reconocerle un carácter estricta­mente cientiftco. Para que una investigación re­ciba este nombre es necesario que se ejerza sobre

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10 EMILIO DURKHEIM

un objeto act.ual, realizado con el único propó­sito de expresarlo en lenguaje inteligible; las es­peculaciones sobre el porvenir no se basan en he­chos y no son, por tanto, objeto de ciencia, por más que su finalidad sea hacer aquéllas posibles.

El socialismo se orienta hacia el futuro, es un plan de reconstrucción de las sociedades actua­les, un plan de vida colectiva que no existe toda­vía tal como se ha ideado y que se ofrece a la hu­manidad como deseable. Es un ideal que, aun en sus formas más utópicas, no ha desdeñado jamás el apoyo ele los hechos; paulatinamente ha ido adoptando un empaque más científico que ha es­timulado a la ciencia, sugiriendo invest.igaciones y planteando problemas, de suerte que su historia se confunde, en algunos puntos, con la historia misma de la sociología. Sin embargo, no deja de causar sorpresa la desproporción enorme que exis­te entre los eSC2,SOS datos que utiliza de otras cien­cias y el alcance de las conclusiones prácticas que de ellas deduce y que son el corazón del sistema.

Todas las investigaciones sobre las causas, evoluciones y las condiciones esenciales de las transformaciones que sufrirán la familia, la pro­piedad y la organización moral, jurídica y econó­mica de las naciones de Europa y el estudio his­tórico de este conglomerado de instituciones y de realidades sociales, están en el socialismo en sus comienzos, sin ser, por tanto, posible entrever ra­cionalmente las nuevas estructuras que hayan de adoptar en relación con las actuales caracterlsti­cas de nuestra existencia. Precisamente por esto hemos de afirmar que el socialismo cientIfico no

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E L s OC 1 Á LIS M O 11

existe, y es que de ser posible un socialismo de tal carácter, sería menester que se formasen nuevas ciencias que no se pueden improvisar. La única ac­titud verdaderamente científica ante estos proble­mas, es la de reserva y circunspección y ésa no puede adoptarla el socialismo sin desvirtuar su propia esencia. La prueba de que no la ha adoptado está en la obra más robusta, más sistemática y más densa en ideas que ha producido esta escue­la: "El Capita~", de Carlos Marx, donde en breves lineas, preciso es recordarlo, se plantea nada me­nos que una teoría completa del valor .

La paSión es la que ha inspirado todos estos sistemas; lo que le dió el ser y la feerza fué el an­sia de una justicia más perfecta, el dolor por el su­frimiento de las clases trabajadoras, ese indefini­ble sentimiento de malestar que palpita en las sociedades contemporáneas. " El socialismo no es una ciencia , no es una sociología en miniatura, sino un grito de dolor y a veces de cólera, lanzado por los hombres que sienten más hondamente el malestar colectivo.

Las teor1as que generalmente se oponen al socialismo no son de mejor condición y no mere­cen tampoco la cualidad que negamos a ésta. Los economistas no basan sus aspiraciones en leyes cientif1camente inducidas, cuando preconizan el "dejar hacer" y piden que se anule la influencia del Estado y que la competencia se desenvuelva Ubre de todo freno. Se sostienen éstas en aspira­cIones de otra categoría como son el sentimiento exclusivista de la autonomía individual, el respeto al orden, el temor a las innovaciones, el mlsoneis-

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mo, como se dice ahora. El individualismo, tanto como el socialismo, es, ante todo, una pasión que se afirma, aun cuando en ocasiones tenga que buscar en la razón argumentos que la justifiquen.

Estudiaremos el socialismo como un hecho so­cial, que si bien no constituye un cuerpo cientí­fico, es un objeto de ciencia. No tiene, pues, ésta por qué pedirle una ley bien definida, sino que tra' tará de conocerlo para determinar lo que es, de dónde procede y a qué propende.

Es interesante estudiarlo desde este punto de vista, por dos razones; Es suponer que primera­mente nos ~yude a comprender los estados so­ciales que lo suscitaron. Precisamente porque se desprende de ellos, los manifiesta y expresa a su modo J, por lo mIsmo, nos proporciona un medio más de aprehenderlos. AEí conviene conocer la forma y el punto en que se manifestaron desde un principio y por eso es de interés precisar la época en que apareció el socialismo, ya que sus tenden­cias serán juzgadas de uno u otro modo, según se trate de un hecho reciente o de una variante de las quejas que exhalaron los desheredados de todas las épocas y de todas las sociedades, de las eter­nas reivindicaciones de los pobres contra los ricos. En este caso habrá motivos para creer que ellas son irrealizables, que la miseria de la humanidad es irremediable y que se las considerará como una enfermedad crónica del género humano que, pe­riódicamente, en el curso de la historia y bajo la influencia de circunstancias accidentales, ad­quieren carácter agudo y doloroso para amorti­guarse luego. Si, por el contrario, se descubre que

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el fenómeno es reciente, que es efecto de una si­tuación que no tiene analogla en la historia, hay que descartar la hipótesis de la cronicidad y es mAs dificil formarse una opinión ,concreta.

El estudio del socialismo es instructivo no sólo en lo que se refIel r a su naturaleza sino también en 108 intentos qm, deban efectuarse para reme­diar los males que ataca, los que, aunque ideados de un modo es'pontáneo e instintivo, conviene co­nocer, los que scrfm más interesantes si en vez de comprenderlos en un sistema, se deducen de un examen comparativo de todas las doctrinas; de este modo aumenta la posib1lidad de eliminar de todas esas 8,::rpiraclones lo que necesariamente con- -tienen de Individual, de SUbjetivo, de contingente, para poner de relieve y elegir únicamente sus ca­racteres más genéricos, más impersonales y obj e­Uvos .

Un examen de esta 1ndole será, sin duda, mu­cho más útil y fecundo que cualquIera de los que generalmente se aplican a la critIca del socialismo.

El hecho de combatir las doctrinas particu­lares de Fourler, Sn.lnt-Slmon, Marx, no es bastan­te a ilustrarnos ccerca de los estados sociales que las suscItan, ql1C fueron y son aún su plena razón de ser y que mai'íana, desacreditadas aquéllas, pro­moverán otras doctrinas. Todas esas brillantes refutaciones sólo hieren la corteza del socialis­mo y dt'jan el interior indemne; combaten el efecto y no las causas .

Nosotros \lumos a enfocar el socialismo como una cosa, como una realidad y a tratar de com­prenderlo . Nos esforzaremos en determinar en

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EMILIO DUIlKHEIM

qué consiste, cuándo se inició, qué transformacio­nes ha experimentado y las causas determinantes de estas transformaciones.

Conviene, antes de iniciar este estudio, de­terminar exactamente su objeto. No basta afirmar que vamos a considerar el socialismo como una cosa. Es menester, además, que digamos cuáles son los rasgos que lo caracterizan, es decir, que establezcamos una definición que nos permita distinguirla, dondequiera que se encuentre, sin confundirlo jamás con ningún otro.

¿ Cómo va,mos a establecer esta definición? No bastará que reflexionemos sobre la idea que nos hemos formado del socialismo ni que analicemos y expresemos el producto de este análisis 10 más claramente que nos sea posible, ya que, si proce­demos así, llegaremos sin duda alguna a saber lo que entendemos personalmente por socialismo y, como cada cual lo puede entender a su manera, la noción que asi obtuviéramos seria subjetiva, individual y no podría servir de materia para un examen científico. ¿Será entonces mejor que eli­minemos de esas concepciones, diferentes en ca­da individuo, lo que contienen da individual, y extraer lo que les es común? Mejor dicho, la defi­nición dei socialismo ¿quedará bien expresada con la idea promedia de los hombres de mi tiempo? Seguramente no, ya que estas ideas promedias siempre son empíricas, al margen de toda lógica y método, resultando que a veces se aplican a co­sas distintas y otras separan ideas que son afines. El vulgo fácilmente se deja engafiar por semejan­zas externas o e~ indllcido a error por diferencias

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E L SOCIALISMO 15

. aparentes. Para darse cuenta del poco valor de este método bastará ' observar sus resultados o sea examinar las definiciones más corrientes del socialismo. De todas, acaso sea la más arraigada y difundida la que afirma que es una negación rotunda de la propiedad individual, a lo cual pue­de argüirse que no existe una sola doctrina socia­lista a la que se aplique tal definición. Veamos la que más restringe la propiedad privada, la doctri­na colectivista de Carlos Marx. En ella se rehusa al individuo el derecho a poseer instrumentos de producción, pero no toda clase de riquezas . Ad­mite un derecho absoluto a los productos del tra­bajo propio, limitación que no es característica del socialismo ya que, en la actual organización eeonómica, existen restricciones de igual género y no se distingue, a este respecto, del marxismo más que por el grado. ¿QUién negará que todo lo que directa o indirectamente es monopolio del Es­tado perteneció al dominio privado? Los ferroca­rriles, los correos, los tabacos, la fabricación de moneda, de pólvora, etc., no pueden ser explota~ dos partIcularmente sIno por expresa concesión del Estado. En este caso hay socialismo en todas partes.

El socialismo, lejos de negar el principio de la propiedad privada, puede pretender, no sin ra­zón, que representa la afinnación más rotunda y radical que de ella se conoce . En efecto, lo contra­rio de la propiedad privada es el comunismo: aho­ra bien; en nuestras instituciones actuales hay ves­tigios del viejo comunismo familiar, como la he­renc-ia, que es el último vestigio del aritiguo dere-

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16 EMILIO DURKHEIM

= cho de co-propiedad, que en otros tiempos poseían colectivamente todos los miembros de una fam1l1a sobre el conjunto de la fortuna doméstica. Uno de los puntos que con frecuencia surge en la.s teorías socialistas es la supresión de la herencia, porque, para que la propiedad pueda ser conside­rada verdaderamente individual, es menester que sea obra del individuo, de él solo. La propiedad individual es la que comienza con el individuo y acaba con él. Demostramos as! que entre las teo­rlas adversarias hay factores de comunismo, y de consiguiente no es as! como conviene definir el socialismo.

Lo propio diremos de esa concepción, según la cual el socialismo consiste en una estrecha subor­dinación del individuo a la colectividad, en la que se estima que el bien común es superior al interés del individuo; no sé de ninguna sociedad en que los bienes particulares no se hayan subordinado a los fines sociales, porque esta subordinación es la condición esencial de toda vida colectiva. ¿Se objetará con Roscher que la abnegación que el <:ocialismo exige del individuo tiene de slngulat' que está más allá de nuestras fuerzas? Esto equi­vale a juzgar la doctrina pero no a definirla.-

Existe otra definición y es la última: El socia­lismo ha sostenido siempre o en muchas ocasiones, que su principal finalidad estribaba en mejorar la

, condición de la15 clases trabajadoras, mediante el establecimiento de una mayor taualdad en las re­laciones económicas. Pero no basta esta tenden­cia a caracterizarlo por sI sola, ya que no es pro­pia y exclusivamente suya. También los econo-

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EL SOCIALISMO 17

mistas aspiran a dismInuir la desigualdad en las condiciones sociales, pero opinan que este pro­greso debe y puede realizarse por el juego natural de la oferta y la demanda, ya que es inútil toda intervención legislativa. ¿Se dirá entonces que lo que distingue a esto del socialismo, es que con éste se intenta lograr el mismo resultado por otros medios o sea por la acción de la ley? Esta es preci­samente, la definición de Laveleye: "Toda doctri­na socialista propende a. establecer una mayor igualdad en las condiciones sociales y a realizar estas reformas por -medio de la ley o del Estado". Pero no es esta la. única finalidad que persiguen las doctrinas socialistas. La absorción por el Es­tado de las grandes industrias, de las grandes or­ganizaciones económicas que, por su importancia extraordinaria, abarca.n toda la sociedad, como las minas, los ferrocarriles, los bancos, etc., tiene por Objeto la protección de los intereses colectivos con­tra determinadas influencias particulares y no el de mejorar la condición de la clase proletaria. El socialismo va más allá del problema obrero y aun en alguna.s doctrinas (Saint-Simon) es secun­darlo . El comunismo se propone establecer es­ta igualdad económica mucho más radicalmente que el socialismo, ya que niega toda propiedad in­dividual y por consiguiente toda desigualdad eco­nómica. Son, en número no escaso, las disposicio­nes legales que, sin que puedan calificarse de so­cialistas, tienden a amenguar la desigualdad so­cial; el impuesto progreSivo sobre la herencia y sobre la renta propende a esta final1dad y no es, sin embargo, obra socialista. ¿Qué diremos de las

El SocJalbmn---2

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18 EMILIO DVRKll~IM

becas que otorga el Estado, de los establecimientos oficiales de beneficencia, de previsión, etc.? SI a estas reformas se conceptúan de socialistas, co­mo pretenden muchos, la palabra acaba por per­der todo sentido, a fuerza de ser tomada en una acepción excesivamente lata e indeterminada.

Para no caer en estos errores, olvidémonos por un instante de la idea que nos hemos forma­do del Objeto que vamos a definir. En vez de mirar al interIor de nosotros mismos, miremos hacia afuera. Tratemos de observar y comparar las nu­merosas doctrinas que versan sobre asuntos so­ciales e !ncluyamos en una misma clasificación las que presentan caracteres comunes. Si entre los grupal; de teorías as! formados, hay uno que por sus caracteres distintivos se asemeje bastante a lo que se ~ntiende generalmente por socialis­mo, le aplicaremos esta misma denominación. En otras palabras, df'nominaremos socialistas todos los sistemas que o!rezcan estos caracteres y as! obtendremos la defh11ción que se busca, aunque en ella no se abarquen :-.odos los sistemas conocidos vulgarmente con este llnmbre o que contengan otros que las gentes designan con nombre dis­tinto. Lo importante es que ante nosotros se de­sarrollará un orden de hechos ::on unidad y clara­mente circunscrito que se pued.!L llamar socialis­ta. La investigación orientada en es~a forma, nos dará la contestación a todo lo que ljglcamente se desea averiguar cuando se plantea este prlJblema: ¿Qué es socialismo?

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EL SOCIALISMO '1.

Entre las doctrinas sociales, el socialismo que­da clasificado entre las prácticas, ya que no pro­pone leyes sino reformas que afectan principal­mente a la vida económica .

Para que se entienda bien lo que va a decirse se imponen al¡una! aclaraciones.

COn frecuencia se afirma que las funciones qu~ ejercen los miembros de una sociedad son de dos clases: unas sociales y privadas las otras. En rigor todas estas denominaciones son inexactas, pues, en cierto sentido, todas las funciones de los miembros de la sociedad son sociales, tanto las económicas como las otras . En efecto, si esas fun­cIones dejan de actuar normalmente, la repercu­clón se hace sentir en toda la sociedad e inversa­mente el estado general de la salud social repercu­te en el funcionamiento de los órganos económi-60S.

En la sociedad actual, las funciones econó­mIcas ofrecen la particularidad de no estar en re­lación definida y regulada con el órgano que re­presenta y dirige el cuerpo social en su conjunto o sea el Estado . As! lo que sucede en las manufac­turas, en las fábricas y los almacenes, escapa, en principio, a su conocimiento. No está informado áe manera espeCial y directa de lo que en tales establecimientos acontece. Puede en determina­dos casos experimentar los efectos, pero, en ¡e­neral, no se entera de otra manera ni por otros medio! que los demás órganos de la sociedad. Aun es necesarIo que esta situación sea tan grave que perturbe sensiblemente el estado general de la sociedad para que el Estado experimente la sacudl-

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da : en otr a.;; palabras no l1ay comunicación espe­cial entre éste y aquellas esferas de la organización colectiva. Los centros conscientes no se dan cuenta de nada mientras la situación es normal. No existe sistema alguno de comunicación por los que la in­fluencia del Estado llegue a aquellas esferas a im­poner la acción que parte de él. Muy distinto es lo que ocurre con -las otras funciones: Cuanto acon­tece en las organizaciones administrativas, en las asambleas y concejos locales, en instrucción pú­blica, en ejército, etc., pueden llegar hasta lo que se llama cerebro social por vías especIales de la administración, de manera que el Estado adquiere conocimiento inmediato de ello, sin que lo advier­tan en lo más mínimo ' las otras partes de la so­ciedad. Unos tienen una organización que los pro­t ej e, otros carecen de ella, son difusas .

Admitido esto, pOdremos comprobar fácilmen­t e que entre las doctrinas socialistas hay unas que propugnan que las funciones fabriles y comercia­les se unan a las funciones directoras y conscien­tes de la sociedad y que estas doctrinas pugnan con otras que preconizan la necesidad de aumen­tar la difusión de las primeras funciones. Según unas, son todas las funciones económicas las que han de unirse a los centros superiores; según otras, basta que lo estén algunas . Para estas últimas el enlace debe efectuarse por int.ermediarios, es de­cir por d&terminados centros secundarios, dota­dos de cierta autonomía, como, por ejemplo, agru­paciones profe::;ionales, corporaciones económi­cas, etc.; las otras teorías establecen que la unión, el enlace debe ser directo e inmediato . Pero co-

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mo todas estas diferencias carecen de importan­cia, vamos a establecer una definición que expre­se todos los caracteres comunes a estas teorlas: Es socialista toda doctrina que preconiza el enla­ce de todas 'las funciones económicas o de algunas de ellas que hoy aparecen difusas, con los centros dtrectore$ 'V conscientes de la sociedad. Adviérta­se que hablamos de enlace, de unión, no de subor­dinación . Y es que a juicio nuestro este lazo entre la vida económica y el Estado no impUca en mo­do alguno que toda acción parta de este último.

Cabe concebir que una vez que se establezca un contacto permanente entre el Estado y la vi­da industrial y comercial, ambas esferas se in­flulrnn recíprocamente, lo que contribuirá a deter­minar, con más energía que ahora, la actividad estatal, hasta el punto de que puede afirmarse que las teor1as socialistas que acentúan esta in­fluencia de -la esfera ec_onómica privada sobre el Estado aun cuando estén contenidas en la defini­ción que acaba de establecerse, propenden fran­camente a la anarquía, porque estas teorías ex­presan el deseo de que la transformación se efec­túe de modo qUE' el Estado se supedite a las fun­ciones económicas, en lugar de que éstas queden a la disposición de aquQl .

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CLAUDlO ENRIQUE. CONDE DE SAINT SlMON

(1 760- 1825)

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LECCION SEGUNDA

La n0016n que la mayor1a de la gente tiene del sociaUsmo es vaga y la mayor parte de las veces contradictoria. Son muchos los que la dis­cuben sin tener de ella una kiea clara, y otros tantos que la defienden, sin tener p1ena concien­(;la de lo que su.stentan. Se confunden cuestiones de detaUle con ~ fondo del sistema, y por esto no es raro que para muchos la doctrina socialis­ta se reduzca s610 a la cuestión obrera. Estas conclusiones nos inclinan a desechar toda8 las ideas preconcebidas y nos deciden a colocarnos ante el socialismo en la misma posición que adop­tamos ante 10 que ignoramos, frente a un orden de fenómen03 Inexplorados; así lo veremos sur­gir poco a poco y presentarse a nuestra refle­xión bajo un aspecto más o menos diferente del que, en general , lo apreciamos. En esta forma to­dos partimos tras de la investiga.-ción en un co­mún sentimiento de l~ara..ncia y de reserva.

Después de haber discutido las definiciones corrientes y demostrado su insuficiencia, descu­brImos cuáles eran los caracteres que 1LCU88. el socia'1lsmo y que 110 distinguen de todos los de­más, y llegamos a esta'ble-cer la siguiente deflt\l­ciÓft; "Es SOCfIalieta toda doctrina que precom3!1.

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DURKHEIM

el enla:ce de todas las funciones económf.cas o de algunas de ellas que hoy aparecen difusas, con los centros directores y conscientes de la socie­dad."

Se ha observado Yla que aqul se trata de en­lace, de unión, no de l'Iubordinación; lo que pre­conizan los socialistas no es que la vida econó­mica se ponga en manos del Estado, sino en con­tacto con él, puesto que opinan que aquélla debe actuar sobre éste, tanto si no más Que el segundo sobre la primera. Desean que esta relación pro­duzca el efecto, no de subordinar 10s intereses industriales y comerciales a los llamados poUti­COS, sino más bien elevar los primeros a/l nivel de los segundos, de manera que aquéllas afecten más profundamente que ahora el funcionamiento del órgano gubernamental y contribuyan mayor­mente a orIentar su trayectoria. En opinión de los teorlzamtes más céllebres del soclaUsmo, e6 el Estado, en su forma actuall, el que debe desa.:pare­cer para convertirse en punto centrM de la vida económica, pero nunca y de ningún modo será esta última. absorbida por el Estado, "órgano cons­ciente y director de ,la sociedad". Según Marx, el Estado, propi3lmente tal, es decir, que desem­peña un papel espec1fico, que representa intere­ses sul generls superiores a los del comercio y la industria, como son tradiciones históricas, creen­cias comunes de carácter religioso, etc., cesarán de existir; tod3:s sus fnnclones serán econámi­caso

Si contrastamos nuestra deflnlción con el concepto que , generalmente, se tiene del soc'a-

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EL SOCIALISMO 25

llsmo, saltan a la vista, como era de esperar, no­torlas d1:screpancias. Así, todas aquellas teorías que reclo8lman, para remedhar los males que aque­jan a la sociedad 8ICtu3JI, un mayor desarroillo de las instituciones de beneficencia y previsión pú­blicas y privadas, no deben ser consideradas co­mo soci'alistas, aunque así se las de'l1omine con frecuencia, tanto al combatil1la's como al defen­derloo. Esto no supone que nuestra definioión sea deflci'ente; lo que ocurre es que a ta:les teorías se 'las clasifica con impropiedad, pues ell!as, por muy beneficiosas y útiles que resulten, no res­ponden a las necesidades y preocupaciones que el sociaHsmo suscita y manifiesta. Instituir obras de benefioencia, 8il margen de la vida económica, no es lo mismo que unir ésta a la vida púbi1ca. El soc!aaisrno es esencia'1mente UTI3. tendencia or­ganizadora, y la beneficencia, por el contrario, no organiza n8Jda, deja. las rosas en el mismo es­tado en que estaban; mitiga la angusti:a. que ori-

. glna ~a desorgamiz8iCión. Esto prueba la impor­tanci1a que tiene el. determinar con absdluta exac­titud el significado dI'! ]a palabra socia'lista.

La definición 3Jceptada requiere que formule una nueva advertencia del mayor interés, y es la siguiente: No figura en ella ila más 'leve alusión a la lucha de clases ni 'sa deseo de establecer otras relaciones económicas más justas y, por 10 tan­to, más favorables aa pro]eta'riado. La razón es que e.':;t.as c~rncteristicas ni siquiera representan uno de los elementos e~enciales y genlllllos del sociaJismo. El bienestar del proletariado no es más que una de aas consecuencias que el socl!a-

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lismo atribuye a la organización económIca que preconiza, como la lucha de clases no es sIno uno de los medios que han de contribuir a que esta organización se realice, uno de los aspectos del! proceso histórico que habría de engendraI1lo. . ¿Qué es, según los sociflll1stas, lo que produce la inferioridad de la clase obrera y la injusticia de que es victima? El hecho de que esté bajo la dependencia inmediata, no de la sociedad en ge­nerall, sino de una clase tan pujante que le im­pone S11 voluntad: los capitailistas. La verdad es ésa; no es la sociedad la que los remunera de un modo inmediato, sino el capita:llsta, que, como simple particular, se preooupa, no de los intere­ses socla'les, sino de los suyos particulares. Con el capital, que es el arma que este hombre tiene en la mano, puede obligar a los que viven exclu­sivamente de su trabajo, a vender su producto a un precio inferIor a su valor real. Puede, durant.c J.l1ucho tiempo, vivir de la rIquez;t a-cumu1ada, en vez de empleaI1la en dar ocupación a los traba­jadores, a quienes les es imposi1)Je esperar; for­zados por la necesidad, se ven obligados a ceder a las ex:lgenc1as del capital y a vender su trabajo a un precio inferIor del que corresponderla si el va­lor de las cosa.<; no tuvIera otra medida que el in­terés públtco.

Sentadas estas premisas, resulta claro Que el único medio evidente de atenuar, al menos, es­ta sujeCión, y de modIficar tal estado de cosas, consiste en moderar el poderío del capital por otro que posea una fuerza similar o superior y que, además, esté de acuerdo con 108 intereses

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generales de la sociedad. El Estado es el único organismo capaz de ejercer esta acción modera­dora, y para ello los órgamos económicoo deben dejar de funelonar fuera de su órbita, sin que aquél adquiera concIencia de este funcionamien­to; conviene, por el contl"ario, que el Estado, mer­ced a una comunicación constante, advierta cuan­to ocurre y pueda a su V~ intervenir eficazmen­te. Ahora, si se aspira 8. logra'!" que esta situación termine radi-calmente, es necesario suprimir a este intermediado, el capitJa'lista, es necesaTio que el trabajo sea recompensado directamente, si n'J por la colectividad, lo que es prácticamente im­posible, por el organismo que La representa nor­malmente. En estas condicicmes ha de desapare­cer la clase capitalista y el Estado substituirla en sus funciones al mismo tiempo que ha de poner­se e'l1 re.lación inmediata con la clase obrera y convertirse en centro de <la vida económica. Por lo tanto, el blenestar de la clase proletaria no constituye una fin:<lidad especla:l sino que es mas bien una consecuencia necesaria del enQace de lu funciones económicas con los órganos düec­tores de la sociedad, y que, en concepto del so­cialismo, este bienestar será tanto más completo cuanto este enlace sea. más Intimo y absoluto.

Según la doctrina socialista, una gran parte d'el cuerpo económico actual no se encuentra real y dirootamente integrado en la sociedad, parti­cipa de ella a través de un cuerpo interpuesto que lo priva de actuar y de recibir Jos benefLcios que le corresponden en relación ·con la importaJncia soc.taJ de sus servicios. En realidad, pues, a lo que

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aspira este cuerpo económico cuando pide mejor trato, es a no permanecer tan distanciado de los centros que presiden l'a 'E!xistencia co~ectiva, a que se .los una a eHa más o menos estrechamente.

En resumen, nuestra definición expresa real­m'E!nte estas preocupaciones espeoi'ales.

El socia:lismo no se reduce a una simple cues­tión de sallarios o, como se dice, de estómago; por encima de todo, es una aspiración a reorga­nizar €il cuerpo sociail, de tal modo que el apa­rato industri3Jl, en €U conjunto del organismo, esté muy distantemente situado, sacámlolo de la obscuridad donde funcionaba autom:Uicamente y exponiéndolo a la luz y bajo el control de 'la con­ciencia. Por lo 'demás, esta aspka:ciÓll no es patri­monio exdlusivo de 'las clases inferiores, sino que la siente del mismo modo el Estado, el cual, con el desarrollo 'de la actividad económica, como factor de 'la vida correctiva, se ve compeUdo a re­gulJar 'atentamente las manifestaciones de aqUé­lla. Del mismo modo que las c,lases obreras tien­den a acercarse a'l Estado, éste también muestra una notable tendencia a a.proximarse a aqué­llas. ¡De t.al modo dista el sociafliSffio de ser una cuestión exclusivamente obrera!

Hay, naturalmente, dos corrientes que han contribuido a la formación de 'la doctrina socIa­lista: una que viene de abajo y se dirig·e a las zonas superiores 'de 'la sociedad, y otra que, par­tiendo de éstas, sigue la dirección inversa; las dos no son sino fases distintas de la misma ne­cesidad de organiz3Ción, cuya inflnencia depen­d.e de la posición en que se hatle €il teorl7JaIlte,

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del grado de contacto que mantenga con 'los tra­bajadores y del .interés que deni.uestre por el pro­greso general de la sociedad. De aquí los dos ma­tices del social1ismo: socialismo obrero, socialismo de Estado, que se distÍllg'uen entre si por dife­rencia de grado.

No todas las doctrinas versan únicamente sobre asunto~ económicos; en su inmensa mayo­ria se extienden a otras esferas de lJ.a actividad S\."'C13Jl: la politica, la familia, el matrimonio, la moral, ei arte, la literatura, etc. Hay una escuela que se ha trazado 'la norma de aplicar el prin­cipio socialista a todos los órdenes de 'la socie­dad. Es la que Benito Malón denomina ~ socia­lismo integral. Todas Ilas teor~as a que nos re­ferimos coinciden, por ejemplo, hasta hoy al me­nos, en aspirar a una organización más demo­crática de la sociedad, a una mayor libertad en Iras relaciones conyugales, a la ig·ua,ld:m jurídica de ambos sexos, a una moral más altruista, a una simplificación de iJ.as nOnTI'as juridicas, etc.; la transformación que preconiza el sociaflismo es tan complej a y profunda, que implica nec'esaria­mente ajustes y reformas -en todas, absolutamen­te todas, ilas partes ,del organismo sociaJ.. No son pues advenedizos en el sistema sociallista 'lOS pro­yectos de refoNIlas a que aludíamos, sino que surgen de los mismos principios y deben, por tan­to, ser acogidos en nuestra definición. Con este propósito vamos a ampliarla, añadiendo: "Pue­den conceptuarse asimismo socialistas aquellas teorías que, sin referirse directamente aZ órgano económico, ofrecen cierta conexión con las an-

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teriores". De esta forma queda el socialismo esen­cialmen te definido por sus concepciones econó­micas, sin exclusión de otros problemas ni de las tendencias afines.

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CAPITULO 11

SOCIALISMO Y COMUNISMO LECCION SEGUNDA

(Continuación)

Una vez definido el socialismo, conviene, para que la idea sea clara y precisa, distinguirlo de un grupo de teor1as con el que se le confunde mu­chas veces. Nos ref,erimos a las teorías comunÍls­tas, de las que ~atón proporcionó la primera fórmula sistematizada, y que han sostenido luego Tomás Moro en a.a. "Utop1a" y Campanel'la en 1a "Ciudad del Sol", para no citar sino los más ilus­tres.

La confusión en tre ambas teorias la han pro­ducido, tanto los prosélitos como :los adversarios d~ socialismo.

Algunos, como Laveleye (Socialismo Conte~"'t poráneo) y Benito MaJlón (Boci3lllsmo Integral), hacen remontar la apartclÓIl de U:a.s teorías para

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transformar la sociedad a los pl"imeroo tiempos de la cultura humana, una vez desaparecida la igu3il{fad prrmitiva, ora en forma de protestas contl"a las iniquidades sociales, ora en programas utópicos de \reconstrucción social1; el modelo más perfecto de estas utopias es a'a Repúbliea de Pla­tón. El segundo de estos 3iutores se ·remonta más allá de P.la tón . y presenta el comunismo de los pitagóricos como precursor del sociailismo con­temporáneo. Según Reybaud (Estudios sobre los Reformadores Contemporáneos) el problema que se planteó Blatón no diHere del que suscitaron Sa'illt-Simon y Fourier; se diferencian solamen­te en la solución. No fa'ltan autores, t.ales como Dichtenberger, que identifiquen ilos conceptos de socirulismo y comunismo; no aprecian entre unos y otros más que difenmcias de grados y de ma­tioes. Woo}esley (Comunism amd Soci'alism) ma­nifiesta que soci3ilismo es el género y comunis­mo, la especi~. Fina1lmente, Guesde y Lafargue, en su programa obrero de Marsel1a, presentan el colectivismo de Marx como una senciJila amplia­Dión del comunismo antig·uo.

¿Es que realmente existe entre amboo siste­mas una identidad de natur3ileza o siquiera un estrecho parentesco?

Esta cuestión es de import~mcia extraorru­na·ria, ya que si eU socialismo no es sino una for­ma del comunismo, lo consideraremos como una rancia concepción más o menos remozada y lo juzgaremos como una {fe la.s utopias comunistas de los antiguos tiempos. Pero, si el socialismo po.

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see caracteres distintos, constituye una manifes­tación genuina que requiere especta-} examen.

Un dato, que sin tener fuerza probatoria, nos predispone en contra de -la confusión, es que el vocablo socialismo es nuevo; fué en 1835, en In­gllaterl'a, aonae se pronunció por vez primera.

Una primera diferencia, aun muy superficia:l, es que las teorías comunistas surgen en ,la histo­ria de una manera esporádica. Son manifestacio­nes aisladas entre sI. separadas frecuentemente por largos espacios de tiempo. De Platón a Tomás Moro van más de diez centurias, lapso que no bastan a colmarlo .las tendencias comunistas que se advierten en algunos padres de la iglesia. Des­de la "Utopía" (1518) a la "Ciudad del Sol" (1623) hay que recorret:· una centuria y después no rea­parece el comunismo hasta el siglo XVIII.

El comul1'1smo no encuentra muchos proséli­tos. Inspira a algunos pensadores solitarios, quIe­nes piensan que sus ideas no tienen otro valor que el de meras y bellas ficciones que nunca han de convertirse en rea;1idad.

Muy distinta es la forma en que se ha des­arrollado el socialismo. Desde principios del siglo último, las teorías socialistas se suceden sin la menor interrupción y aumentan de dia en dla. Es más: no solamente se suceden las escuelas sino que surgen a un tiempo, como respondiendo a una necesidad colectiva. Así vemos surgIr a Saint­

.Simon y FourIer, en Francia, y a Owen, en Ingla-terra. Las finalldades que estos autores persiguen no son puramente sentimentales y artísticas, sino que proponen tenazmente una solución real y El Soc:l.lb",-a

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práctica; no piensan bajo su personal sensibili­dad sino que bajo el impulso de aspiraciones so­ciales que pretenden ser eficazmente satisfechas. Es imposible que un contraste tan marcado, en­tre uno y otro género de teorias, no se funde en diferencias esenciales.

y as! es, en efecto. Son irreductiblemente opuestas. El socialismo aspira a un enlace entre las funciones industriales y el Estado (emplea­mos la palabra Estado para abreviar, pese a su Inexactitud) . El c8munismo, en cambio, propen­de más bien a colocar la vida industrial fuera del Estado. Esta es la caracteristica más acusada del comunismo platónico.

La ciudad, en concepto de Platón, está cons­tituida por dos grupos muy dls'tintos: a un lado los labradores y los artesanos; al otro los magl~­trados y los militares. El ejercicio de las funcio­nes políticas corresponde al último: a los mm­tares Incumbe def.ender los intereses generales de la sociedad, y al magistrado, regular la vida In­terna de ella. Reunidos forman el Estado, pues­to que son los únicos facultados para actuar en nombre de la comunidad. A los labradores y ar­tesanos corresponde el ejercicio de las funciones económicas; son ellos los que han de subvenir al sllstento de la sociedad. Es principio fundamen­tal que el órgano económico debe situarse fuera del Estado y de ningún modo en relación con él; no participan en la administración ni en la le­gislación y están excluidos de las funciones mi­lltares. No disponen , pues, de ninguna vfa dI'! r.o-

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munlcaclón que los una a los centros directores de la sociedad e inversamente, estos últimos son ajenos a cuanto se relaciona con la vida econó­mica. 1(0 sólo deben abstenerse de intervenir ac­tivamente, sino que han de ser indiferentes a todo lo que en ella ocurra. A este efecto se les nie­ga el derecho a la propiedad individual, que se reconoce a los artesanos y labradores, en t8.1 mo­do que lo único que les interesa es que no les falte el alimento necesario para la subsistencia, el que no ha de ser mucho, puesto que desde la infan­cia se habituaron a desdefiar la vida ociosa y regalada. Por la misma razón que se niega a los artesanos y labradores el acceso a la vida públi­ca, se abstienen los otros, los que Platón cal1fica de guardias de la República, de intervenir en las actividades económicas. Entre estos dos grupos de ciudadanos establece Platón una solución de continuidad. Todo el personal de los servicios pú­~l1cos, civlles o m1litares, habrá de vivir en de­terminado sitio desde .donde se puecía fácilmente observar lo que acontece dentro y fuera del Es­tado. Mientras el comunismo platónico le sefiala un sitio periférico a la organización económica, la doctrIna sociallsta tIende a situarla en el cen­tro del organismo social. Para ello aduce Platón que la rIqueza y todo lo que con ella se relacio­na, es la fuente primordial de toda corrupcIón pGbl1ca, la que, estimulando los egolsmos indi­viduales, lanza a unos ciudadanos contra otros y desencadena los más graves confllctos interio­res; la que al crear intereses individuales, al mar-

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gen del interés colectivo, quita a éste la prepon­derancia que ha de tener en toda sociedad bien regida; debe, pues, colocarse la riqueza fuera de la vida pública, lo más lejos posible del Es­ta.do, para que no lo pervierta.

Todas las teorías comunistas formuladas pos­teriormente, se derivan del comunismo platóni­co, del que son simples variante:.. Ha es necesa­rio examinarlas en detalle para adquirir la cer­teza de que presentan todas ellas el mismo ca­rácter, que precisamente la oponen al socialismo, lejos de confundirlas con él, como algunos pre­tenden. Identificar el socialismn con el comunis­mo no es otra cosa que establecer la identIdad de dos contrarios. Para el primero el órgano eco­nómico ha de convertirse, más o menos, en órga­no dirigente de la sociedad, al paso que el segun­do aspira a separarlo por completo. Aquéllos apre­ci:In, entre estas dos manifestacIones de la acti­vidad colectiva, una marcada afinidad y aun casi una identidad esencial, y los otros creen, al con­trario, que son antagónicas e incompatibles. Para los comunistas el Estado no puede desempefiar plenamente su papel si no se lo substrae por en­tero al contacto de la vida industrial; en cambio, los socialistas opinan que el carácter del Estado es esencialmente industrial y que ambas esferas deberlan mantenerse estrechamente unidas. Para aquéllos la riqueza es perniCiosa y debe, en con­secuencia, situarse fuera de la sociedad, mien­tras que los socialistas la consideran temible úni­camente cuando no está socializada. Lo comtln

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entre ambas, yeso es precisamente lo que induce a error, es que establecen una reglamentación, pero ha de tenerse muy en cuenta que siguen ca­minos diametralmente opuestos. La una preten­de moralizar, enlazándola con el Estado; la otra aspira. a moralizar el Estado, despojándolo de in­fluencia sobre la industria. En el socialismo, las funcIOnes economlcas, propiamente tales, indus­tria y comercio, han de organizarse socialmente; quedan en la esfera privada las del consumo. He­mos comprObado que no existe una sola doctri­na socialista que rehuse al individuo el derecho a poseer y ut1llzar como le plazca lo que adqui­rió legítimamente. En el comunismo acontece lo contrario: lo común es el consumo, y es la pro­ducción, precisamente, lo que cae en la esfera privada. Hay, pues, entre estas dos clases de sis­temas sociales, la misma diferencia que entre una colonia de pólipos y una agrupación de animales superiores. En la primera, cada uno de los in­dividuos asociados caza por su propIa cuenta, a titule prIvado, pero lo que as1 obtiene ingresa en 4n estómago común y no puede disponer sepa­radamente de lo que ha aportado al tondo co­mún, es decir, no puede comer sino cuando toda la sociedad come al mismo tiempo. Lo contrario 'lcontece en los vertebrados, en los que cada ór­gano está obligado, en su funcionamiento, a adap­tarse a las normas que tienen por fin coordi­narlo con los otros órganos; esta armonIa, esta coordinación, la establece . el sistema nervioso. Pero cada órgano, y nentro de él cada tejidO, co-

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mo en el tejido cada célula, se nutren por sepa­rado, libremente, sin que por ello dependan de los otros elementos. Y obsérvese incluso que cada uno de los prmcipales componentes del organIs­mo tiene su modo especial de nutrirse. No es me­nos considerable ll'l. distancIa que separa las dos concepciones svclales que tan 8. menudo se con­funden.

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LECCION TERCERA

Para trazar la historia del socialismo era abso­.uflamente necesado precisar desde un principio lo que se designaba con esta palabra. Hemos esta­blec1do una definición que, por reunir todos los caracteres exteriores comunes a todas las doctri­nas de este nombre, nos permite descubr1rlia:s y reconocel'llas donde quiera que a.parezcan. Hecho esto. necesitamos investigar en qué época empieza a manifestarse en la historia ,la ~osa definida pa­ra ir siguiéndola en su desenvolvimiento. Nos en­contramos luego 'en presencia de una confusión cuyo efecto es retrogradar los orígenes del socia­l18mo hasta los mismos orígenes de ~a historia y convertirlo en un sistema tan viejo como la hu­manidad. De ser cierto, como se ha afirmado, que el comunismo antiguo es 'una forma más o me­nos genera'! del socialismo, nos seria indispensable, para comprender este último. para describir su evolución compileta, remontarnos hasta PIlatón. y aun más allá, hasta las doctrinas pitagóricas. hasta la práctica comunista de las sociedades in­feriores, que resulta,rlan ser una aplicación de aquéllas. Ya hemos visto que, en realidad, ambas doctrinas, muy lejos de poder ser contenidas en una misma definición, Je contraponen en sus pun­tos esencia'!es.

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La oposición entre ambas escuelas DO se de­riva solamente de las respectivas conclusiones, si­no también de sus puntos de partida. El socialis­mo se basa en observaciones -exactas o erróneas, poco importa---que se refieren todas 'eIl,las al esta­do económico de determinadas sociedades. Para preconizar la transformación del orden social pre­sente, el socialism9 se funda en razonamientos como los siguientes: ni aun en las sociedades más civilizadas de 'la Europa contemporánea es capaz la producción de adaptarse en grado suficiente a las necesidades del consumo; la sociedad no pue­de desinteresarse de la concentración industrial, que da origen a empresas demasiado poderosas; la inestabilidad producida por las transformacio­nes incesantes de la maquinarIa colocan Sil tra­bajador en situación de inferioridad, lo que los Obliga a aceptar contratos poco justos.

Cualquiera que sea la situa'ción que adoptemos pam analizar el comunismo y el socialismo, com­probamos inmediatamente que la relación entre ambos es de contraste y no de identidad. No es igual el problema que se plantean uno y otro; las reformas que se plantean por una y otra parte tienen más puntos de divergencia que de semejan­za . En un solo punto parece que se aproximan, y es que ambos temen el perjuiCiO que causa a la sociedad lo que podríamos -llamar particularismo económico. A uno y a otro preocupan gravemen­te los peligros con que ·el interés privado amenaza el Interés genera;¡ de la sociedad. Ambos estiman que el libre juego de los egoísmos individuales no es bastante a producir automáticamente el

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orden social y que, de otra parte, 'las necesidades colectivas han de ej ercer un predominio decisi­vo sobre Qas conveniencias individua,les. Estas coin­cidencias son las que dan a entender que existe un parentesco entre ambas y explican el error que se comete al confundirlas. Pero el particularismo que las dos escuelas combaten no es en realidad el mismo; la una declara anti-sociallo que en tér­minos generales se considera propiedad privada, y la otra, sólo estima, en cambio, peligrosa la apro­piación privada de las grandes empresas económi­cas que empiezan a formarse en un momento da­do de la historia. Tampoco son idénticos los moti­v"s que las determInan. El comunismo se inspira en razones de orden moral e intemporales, el socia­lismo en consideraciones de carácter económico. Para el primero, la propiedad privada debe ser abo­lida porque es fuente de toda inmoralidad; para el segundo, las grandes empresas industria;les no pue­den dejarse abandonadas a sI mismas, porque afec­tan muy profundamente a toda la vida económica de la sociedad. Por eso discrepan tanto en sus con~ clusiones respectivas; el comunismo no admite otro remedio que la supresión, lo más completa posIble, de los intereses económicos; el sociaUsmo preco­niza la socializaeion de los mismos. Si algo tienen de semejante, el comunismo y el socialismo, estri­ba únicamente en que se oponen uno y otro con la misma fuerza al individualismo radical e intran­sigente. Pero esto no es motivo para confun­dirlos, pues, no es menor la oposición que se sefl.ala entre ambos.

Resulta de esta distinción que, para expI1-

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car el sociaUsmo y trazar su historia, no tenemos por qué remontarnos a los orígenes comunistas. Constituyen dos clases de fenómenos históricos que conviene estudiar por separado. S1 nos cefti­mos a la definición que hemos estrublecido del so­cialismo, se advierte inmediatamente que, lejos de que haya podido constituirse, siquiera en for­ma embrionaria, en los antiguos tiempos, es in­contestable que no surge hasta un perIodo muy avanzado de la evolución social, ya que sus elemen­tos esenciales, por los que ·10 hemos definido, de­penden de varias condiciones que no se presentan sino tardlamente en el mundo moderno. Durante mucho tiempo la vida 1ndustriM y comercial es­tuvo escasamente desarroHada y por ende el indi­viduo y cuanto con él se relaciona era tenido en poca estima. En cambio, la sociedad era a la única cosa a ,la que la moral concedia importan­cia; el Estado, que era su más alta encarnación, participaba de la misma y es natural Que as! fuese y hasta se iJ.e invistiese de una dignidad religiosa, ya que el Estado cumple 1a misión de ir ·rea>lizando los fines sociales por excelencia, los cuales se con­sideraban como emanación de las esferas ideales y por tanto, superiores a los propia y exclusi­vamente humanos. Por estas razones, porque el aparato económico estaba desprovisto de todo va­lor social, puesto que sólo representaba egoísmos privados, es natural que no se pensara en enlazarlo con el Estado, y mucho menos, desde iuego. en con­fundirlo . La sola idea de una confusión as!, irri­taba como si se tratase de un sacrilegiO.

Para que él surgiera, el ideario socialista, era

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necesario por una parte que las funciones econó­micas adquiriesen mayor importancia social, y por otra, que tomasen las funciones sociales un carác­ter más ,humano; que el comercio y la industria be

convirtieran en engranajes más necesarios, esen­c1aJles, de la máqujna colectiva y que la sociedad dejara de ser considerada como un ser trascen­dente, 'que se elevaba muy por encima de los hom­bres, para que el Estado pudiera, sin menoscabo al- . guno de sus atribuciones, sin abdicar de sus pre­rrogativas, aproximarse algo a ellos y ocuparse de sus necesidades; que se despojara de su carácter mistlco y se convirtiera en un poder profano que le permitiera, sin contradecirse, mezclarse en los asuntos profanos. A medida que va menguando la distancia que separa los dos términos, yeso en am­bos sentidos, surge poco a poco la idea de enla­zarlos y unirlos. Pero este primer paso no es del to­do suficiente. No basta que la opinión pública dej~ de creer que es Co)ntradictorio que el Estado se encargue de desempeñar este papel, sino que es ne­cesario, además, que este parezca encontrarse en condiciones de desempefiarlo para que se piense en con fiárselo. Para esto se necesita que concurran otras dos condiciones: que el Estado haya alcan­zado el suficIente desarrollo y que ~as empresas productoras adopten una , estructura propicia a la influencia estatal. Mientras los organismos pro­ductores sean de escaso volumen, yen número ca-si ilimitado, manteniéndose dispersos y sin cohe­sión, es imposible someterlos a una dirección con­vergente; mientras no salgan del recinto domés­tico, es imposible ejercer sobre ellos ningún con-

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trol social. Conviene, en una palabra, que haya plenamente cristalizado el régimen de la gran industria.

Estas son las condiciones que el socialismo, tal como lo hemos definido, presupone y requiere. Y adviértase que todas ellas son de orIgen reciente. La gran industria nació ayer, y sólo al alcanzar esta forma conquistó verdadera importancia so­cIal. Mientras actuó dispersa y difusa, el funcio­namiento inconexo de todas ellas no podía afec­tar gravemente, en principio al menos, los inte­reses ¡?,pnerales de la sociedad. Por otra parte, has­ta un periodo muy cercano, el orden religIoso y público prevalecía tan decidIdamente sobre el tem­poral y económico, que éste quedaba relegado a las capas inferiores de las jerarqulas soc~a¡'es. Final­mente, conviene observar asimismo que el desarro­llo progresivo del Estado constituye en si un fenó­meno completamente nuevo. S610 en el periodo de constitución y unidad de las grandes naciones de Europa y en los inmediatamente porteriores, só­lo entonces y no antes, vemos cómo el Estado atiende a la administración de numerosos pueblos y servicios diversos: ejérCito, marina, arsenales, flota mercante, carreteras, vias fluviales, hosptt.a­les, establecimientos de enseñanza, bellas artes, etc., y da en suma la impresión de una actividad fecunda, profusa e infinitamente diversa. Este elS un argumento que añadiremos a los anteriores para reforzar la tesis de que en modo alguno pue­de verse en el comunismo una forma prellminar de la teoría socialista. Cuando se formularon las primeras grandes teorias comunistas no 8xistian

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toda vla las condiciones esenciales que hicieron po­siMe la aparición de la teorla socialista. · Se argüirá acaso que los pensadores del comunismo antici­paron imaginativamente los resultados r"turos del desenvolvimiento histórico; que construyeron in mente un estado de cosas muy distinto del que los rodeaba, y que no había de realizarse hasta mucho tiempo después. Pero, además de que es poco cien­tlflco admitir 'la posibll1dad de semejantes anti­cipaciones, que son verdaderas creaciones ex-nt­hilo, resulta que los teorizantes del comunismo orientan todos sus pensamientos, no hacia el por­venir, sino más bien hacia el pasado. Son unos re­trógrados. Lo que desean no es que se precipite la evolución y que nos anticipemos en cierto modo a e}la, sino que vuelva atrás. Sus modelos son de tiempo pretérito. La ciudad platónica no es sIno una franca reproducción de la organización es­partana, es decir, 10 más arcaico que exisUa en­tre las formas constitucionales de Grecia. Y en iS­

to, como en muchos otros aspectos, los sucesores de Platón han seguida fielmente las huellas del maestro. El ejemplo que nos brindan es el de los pueblos primttivos.

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p. J . PROUDHOl\f

(1809-1865)

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CAPITULO 111

EL SOCIALISMO EN EL SIGLO XVIII

LECCION TERCERA

( Fin)

Se desprende claramente de lo que dejamos di­cho que no es posible que el socialismo apareciera antes del siglo XVIII. En este momento histórico, al menos en Francia, habian surgido ya las condi­ciones enumeradas en el capítulo precedente. La gran industria se halla en vias de desarrollo ; se re­conoce la importancia de la vida económica, pues­to que se convierte en objeto de una ciencia; el Es­tado es laico y la unidad de la nación francesa es un hecho. Todo nos induce a creer que ya en esta época hemos de hallar doctrinas que ofrezcan los caracteres distintivos del socialismo. Asi se ha sos­tenido en efecto, y no hace mu~ho se ha trazado en una obra, muy concienzuda por cierto, la hlsto-

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ria del socialismo en el sig,lo xvm. Pero aconte­ce, en reaEdad, que si bien las teorias, que se caU­¿'ican de tales, contienen gérmenes de 10 que lue­go será el socialismo, en 51, cada una de eUas y en su conjunto, no van más allá que del comu­nismo.

Dos son, principalmente, las doctrinas de aquella época que se consideran más representati­vas del credo socialista: las de Morelly y de Ma­bly, quienes exponen sus ideas en numerosas obras. Basta examinar exteriormente uno y otro sistema para darse cuenta de que ambos presentan e'l ras­go característico del comunismo, que consiste en que el ambiente es puramente imaginario. Uno y otro autor se plantean el problema en los mismos términos que Platón, Moro y Campanella: se pro­ponen averiguar las causas originarias del vicio y el medio de suprimirlas, se sitúan ante un problema, no de econom1a política sino moral, y de moral abs­tracta, independiente de toda circunstancia de tiempo y lugar.

El remedio es, en este caso, el mismo que pro­ponen ,los comunistas de todos los tiempos. La cau­sa del mal es el egoísmo; lo que fomenta el egoís­mo es el interés privado; el interés privado no pue­de desaparecer más que con la propiedad privada; luego, es ésta la que debe abolirse, puesto que en la sociedad ideal la igualdad económica entre los ciudadanos ha de ser completa.

Se trata, pue1s, en estas doctrInas, no de orga· nizar y concentrar la vida económica, lo que es ge­nuinamente socialista, sino muy al contrario, de despojarla, por razones morales, de toda impor-

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tanela social, mediante la supresión de la propie­dad privada. La solución es, como todas las solt' -ciones comunistas. eminentemente retrógrada . Los propios autores confiesan que s us programas se inspiran en 'las sociedades inferiores, en las for­mas primitivas de la civiUzación.

Lejos, pues , de creer que la reforma que pro­pugnan haya de tener por obj eto la implantación de formas sociales nuevas, en armonla con las mo­dernas condiciones de la existencia colectiva, se obstinan en seguir exactamente las huellas del pa­sado. Por lo mismo, estiman, con Platón, con Mo­ro y Campan ella, que las ideas que sustentan son irreal1zables; están plenamente convencidos de que es imposible transformar hasta tal punto a la humanidad.

Después de estas aclaraciones, resultaría com­pletamente ocioso discutir si Rousseau es o no so­cialista, pues resalta con evidencia que sus doc­trinas son modalidades de las que acabamos de anal1zar, más o menos atenuadas. "Mi opinión, de­clara, no es que deba abolirse completamente la propiedad, puesto que es imposible, pero sI contenerla en los lfmites más estrechos, ponerle un freno que la reprima y guíe, que la sojuzgue y subordine en todo momento al bien públ1co~ .

(Obras inéditas). Debe observarse, sin embargo, que si bien el si­

glo XVIII no contiene más que teorias comunistas, éstas presentan caracteres que las distinguen de las anteriores de igual nombre y que hacen presen­tir que está en v1as de producirse algo nuevo. En primer término no tienen nada de esporádico, ya

El Socl.Uam0--4

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que durante él asistimos a un verdadero fioreci­miento de sistemas comunistas. En los a:lbores de aquel siglO ya se descubren en Fenelon y en el . aba-

. te Saint-Pierre ciertas simpatias más o menos va­g"as por un régimen comunista. Son francas en el sacerdote Meslier, en Mercier y Restif de la Bre­tonna. Se traducen la «Utopía» de Moro y las obras antiguas y extranjeras inspiradas en aquellos prin­cipios.

Dos conceptos que par:ecen caracter1sticos del tiempo, son: que una organización democra­tica es inseparable de cierta dosis de comunismo y que para los pequeños Estados, la democracia es preferible a la monarquía.

En la novela, en el teatro, en 'las narraciones de viajes imaginarios, encomian a cada paso las virtudes de los salvajes y su incontrastable supe­rioridad sobre los civilizados. Se tropieza por todas partes con el estado de naturaleza, los peligros del lujo y de la civilización, las ventajas de la igua'ldad.

Los comunistas del siglo XVIII son más avan­zados que los anteriores en sus teorías: no comba­ten los resultados nocivos de la propiedad y la des­igualdad, sino la propiedad en sI misma y, mien­tras los comunistas anteriores se limitaron a mu­sitar que las cosas irían mucho mejor si se acomo­dasen a sus ensueños, los del siglo XVIII afirman categóricamente que han de ser ta1es como eRos las exponen; la diferencia de matiz es digna de te­nerse en cuenta.

Estas son las dos grandes novedades históri­cas del comunismo. ¿Qué sentido tienen? Ellas nos

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EL SOCIALISMO 51

advierten que, esta vez, esas teorías particulares no son unas simples construcciones individua­les, sino que responden a algunas aspiraciones nuevas que alborean en el alma de la sociedad. 81 la desigualdad es tan enérgicamente condenada, es porque ofende un sentimiento muy vivo y pro­fundo y, puesto que es general la repugnancia Que Inspira, es preciso que tenga aquel sentimiento la misma generalidad. Si no se concibe ya la Igualdad simplemente como un medio IngenJoso ideado en la sosegada atmósfera de un gabinete, para articular esos sistemas conceptuales de dudo­so valor Objetivo; si el estado natural del hombre se contrapone al estado actual, que se conside­ra anómalo es, sin duda, porque obedece a una ne­cesidad de la conciencia pública. Esta tendencia nueva es el sentimiento más hondo y generali­zado de la justiCia social; es la idea de que la po­sición de los ciudadanos en las sociedades y la remuneración de sus servicios ha de variar exac­tamente como el concepto de su valor social. Pe­ro advertimos, asimismo, que est.e sentimiento agudizado por las luchas y las resistencias, alcan­za una intensidad y una Irritab1lldad anormales, ya Que llega a negar toda clase de desigualdad. En este sentido, se ,le puede considerar como uno de 1018 factores del socialIsmo. Este sentimiento es una manltestaclón del socIalismo que denomina­remos «de abajo) y del Que hemos de ocuparn08 en breve. Puede causar extrañeza la circunstancia de que, existiendo ya en el siglo XVIII, no haya producido desde tal momento la consecuencia que originó más tarde; Que no se haya manifestado

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52 EMILIO DURKHEIM

desde entonces la idea socialista con sus rasgos más característicos. Pero, como se verá luego, ese sentimiento no ha s~do ya suscitado por el espec­táculo de la situación edOnómica, sino que se hizo indirectamente extensivo a esta última.

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I.ECCION CUARTA

Después de comparar las orientaciones del comunismo y del socia:lismo nos preguntamos có­mo han podido ser confundidos entre si. La fór­mula del sociaHsmo es: regular las operaciones productoras de valores, de modo que conv€rJan armónicamente. En cambio, el comunismo tiende a regular el consumo individual de modo q~ sea igual y mediocre para todos. Por una parte, se as­pira a establecer una cooperación normal y regula­rizadora de las funcion€s económicas entre sI, con las funciones sociales. De otra parte se pretende tan sólo evitar que el consumo de unos sea superior a'l de otros. Al11 los intereses particulares se orga­nizan; aqul se les suprime . . ¿Qué hay de común en­tre ambas teorlas? Podrla creerse que la confusión se debe a que ambas tienden a mejorar las condi­ciones de las clases bajas, tendencia que, aunque pardal en el socialismo, es para muchos todo su sistema. Pero lo cierto es que en éste son mayores sus a:leances y se rebasa los limites de la cuestión citada, la que €n el comunismo se plantea en tér­minos muy diferentes. Este plantea la cuestión independientemente de toda relación con el esta­do del comercio y de la industria y sin tener en cuenta en el grado que influyen estos factores en

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54 EMILIO DURKlfEIM

la situación social; las reivindicaciones comu­nistas se aplican a toda sociedad en que existe alguna desigualdad, cualquiera que sea el régi­men económico. Los socialistas, por el contrario, no atienden más que a ese especial engranaje de la máquina económica que representa el proleta­riado y sus relaciones con el resto del mecanismo; mientras uno trata de la miseria y la riqueza en a;bstracto, el otro en las condiciones en que el tra­bajador, no capitalista, cambia l!US servicios den­tro de determinada organización social.

El comunismo no es otra cosa que la caridad erigida en principio fu~amental de toda ,legis­lación social; es Ila f'flllternidad obligatoria. Pero nosotros ya estaanos advertidos que la benefi­cencia y previsión nada tienen que ver con el so­cialismo; que aUviar la miseria no es organizar la vida económica; el comunismo no hace otra cosa que llevar la caridad hasta la supresión absoluta de la propiedad.

El socialismo no es susceptible de satisfacer plenamente estas inclinaciones sentimentales por­que su finalidad es muy distinta. Imaginemos por un instante que ha triunfado el ideario socialista: segui'l'á habiendo desgraciados y desigualdades de diverso género. El hecho de que nadie posea ca­pital no impedirá que las capacidades sean des­iguales, que haya enfermos e inútiles y de consi­guiente, ricos y pobres. Como de otra parte la con­currencia no se ha suprimido sino reguladO so­lamente, habrá servicios menos útiles que, al;ln siendo retribuidos en su justo valor, quizás no pro­porcionen 10 necesario paa:a vivir. Existirán slem-

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EL SOCIALISMO 55

pre personas incapaces de ganarse la vida, otras que no ganarán más que lo estrictamente necesa­rio, corno el obrero de nuestros días, y aNastrarán, por lo tanto, una existencia mIsera y precaria, desproporcionada al esfuerzo que realicen. Porq:te en el socialllsmo marxista el capital no desaparece; lo que ocurre es que no 'lo administrarán los parti­culares, sino la sociedad; las remuneraciones de los tra:baj adores no dependerán de los intereses privados, sino de ,los generales; que sea justa no significa que sea suficiente para todos. La socie­dad, a menos que ' ~a animen otros sentimientos, tendrá el mismo interés que tienen los capitalis­tas actuales en pagar. 10 menos que pueda; la so­ciedad se encontrará también entonces con una demanda más intensa de prestación de servicios fácUes, al a!lcance de cualquiera, lo que será un mo­tivo para que el cuerpo social constrUía a los peti­cionarlos a contentarse con una remuneración ba­ja; cierto que aqu1 la imposición emana de la so­ciedad y no de los capitalistas particulares, pero, aun entonces, la imposición puede ser muy Inten­sa. Contra ella y contra estos resultados se levan­tan los sentimientos que inspiran el comunismo. Se concibe, pues, que el socialismo no puede subs­tituir al comunismo. Aunque trlunfe el socialismo, siempre tendrá la oPosición del segundo, con igual intensidad que ahora.

En resumen, el socialismo y el comunismo pue­den coexistir separadamente, por el hecho de que se orientan en distinto sentido.

Es cierto que el socialismo ha acogidO, natural y especia!lmente, los senUmientos de oonmise-

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56 EMILIO DURKHEIM

ración y fraternidad por las cla3es proletarias que animan principalmente al oomunisnw, 10s que atemperan, sin oponérsele el rigor de sus princi­pios. ¿Cómo es posible creer que sea necesario so­lidarizar más completamente las funciones econó­micas, sin experimentar al unisono un sentimiento general de solidaridad social y de fraternidad? Por esta puerta ha ~ogrado entrar el comunismo en 'el socialismo y éste se puso a desempefiar los dos papeles; el del ,comunismo y e'l suyo propic En este sentido el socialismo viene a ser el here­der;) del comunismo; porque sin derivar de él, lo ha absorbido totalmente pero sin confundirse con él. De ahl que ambas doctrinas se presenten aso­ciadas a la imaginadón de ciertos autores.

En realidad, el socialismo contemporáneo se divide en dos corrientes paralelas, que se influ­yen reclprocamente, pero que son de distinto ori­gen y corren en distinta dirección. Una es la co­rriente socialista, propiamente ta:l, la otra es la antigua cOl"rlente comunista. Aqué1lla es movida por esas causas vagas y obscuras que impulsan a la sociedad a la organización de sus fuerzas eco­nómicas; la otra, por anhelos de caridad, fraterni­dad y humanitarismo. Por más que ambos cauces corren uno al lado de otro, están perfecta y clara­mente delimitados. Ya veremos cómo se separan ambas doctrinas y cómo determinados sect.ores co­munistas han recobrado su plena independencia.

Esa corriente de conmiseración y simpatla, sucedánea de la antigua corriente comunista, in­terviene en el socia:1ismo moderno como factor secundario. Lo completa pero no lo in'tegra. Por

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EL SOCIALISMO 57

eonslgulente, las causas que se adoptan para dete­Del' la marcha del socialismo no atañen a las cau­sas que lo originaron. En el supuesto de que sean legitimos sus deseos, no se s'atisfa~en con disposl­manes fragmentarlas esos vagos deseos de frater­nidad. Observemos si no lo que acontece en todas las naciones de Europa y América. En todas par­tes existe viva la preocupación del problema 50-

eial y de remediarlo gradualmente y sin embargo, todas las medidas que se aplican no tienen otro ob­jeto que mejorar la situación del prolet.ariado, es decir, se inspiran en las teorías generosas que sir­ven de base al comunismo. No se echa de ver-a los socialistas les ocurre esto con frecuencia-que eon este sistema se toma lo secundario por esen­eta!. No es así, mostrándose complacientes y gene­rosos con los vestigios del a:ntiguo comunismo, co­mo el socialismo se llegará a implantar; por mu­cho que se haga para otorgar a los obreros pri­Tllegtos que neutralicen, parcialmente, los que disfrutan los patrones, rebajando la jornada de trabajo y elevando los salarios, no se logrará calmar la apetencia socialista, que más bien, con los paliativos, adquirirá cada vez más fuerza . Las exigenelas de esta clase no reconocen Hmltes. Todo Intento por amortlguM'las, satisfaciéndolas, eqUivale a tratar de llena:r el tonell de las Danal­des. Véase por donde y de qué manera, al confun­dir las dos corrientes sociales se pierde de vista la que es más importante, hasta el punto de que se piensa ejercer sobre ella una acción que no la alcanza y que está desprovista ·de toda eficiencia..

Cuando esta distinción se ha establecido cla-

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ramente, se advierte en seguida que las teoriu socialistas del siglo xvrn no han rebasado el ni­vel del comunismo y que éste se presenta bajo un aspecto nuevo. Las sociedades, al establecer el derecho de la igualdad, no se elevar1an por encima de la Naturaleza; no har1an sino seguir el camino que ésta marca y adaptarse al principIo de justi­cia. Esta nueva modaliC\ad del comunismo de es­te siglo nos da a entender que la nueva tendencia 13e ha formado, en parte. al menos, bajo Influencias y condiciones también nuevas. TIenen por base que las desigualdades sociales que se observan no reconocen un fundamento de derecho; creían que la conclen{!ia pú1Jlica, por una natural reacción contra lo existente, llegaría a declaTar injusta toda desigualdad. Suponiendo que algunos teori­zantes se pongan a examinar atentamente, a la luz de esta idea, las relaciones económicas que les ins­piran menos simpatía, veremos cómo surgen fa­talmente una serie de relvlhdicaciones social1stas; hay aqul un germen de sociaUsmo que se desarro­lló despUés del siglo XVIII.

La protesta se dirigió tan sólo contra los ri­cos en general sin considerar los hechos de la vi­da industrial y comercial, ni de la situación del pequeño productor frente a la gran manufactura; se generaron grandes preocupaciones, generalida­des abstractas y diserta'clones filosóficas, sobre los peligros sociales de la riqueza y de su inmoraUdad,~

quedando ajeno a todas ellas lo relativo al orden ' económico. Este es el motivo por el que Ilos pensa­dores de esta época incurrieran en lugares comu­lles del comunismo tradicional.

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EL SOCIALISMO 59

Sin emba.rgo, hay entre ellos, algunos en los cuales el esplr1tu de justicia social tomó contacto más inmediato con la reaUdad económica y re­vistió una forma que en determinados puntos se aproxima bastante al sociaUsmo propiamente di­cho. El más destacado es sin duda Simón Enrique Linguet, autor de la Teor1a de las Leyes Civiles (1767) y Anale3 Pol1tieos, CivIles y IJterarios del siglo xvm (1777-1792).

Linguet, aunque diserta sobre la riqueza, ex­plica extensamente cuál! era en aquella época la situaeión del trabajador que vive exclusivamente del esfuerzo de su brazo y tal eomo más tarde Car­los Marx, ve en M al sucesor del esclavo de la anti­güedad y del siervo de la Edad Media: «Gimen bajo los harapos que son la librea de la indigencia. Nunca participan de la abundancia que el traba­Jo crea... En nuestra sociedad los criados han substituido a los siervos . .. :' ces una ironía afir­mar que los obreros son libres y no tienen amo. SI, tienen uno, el más terrible, el más imperioso de los amos .. . No están a las órdenes de un solo hombre, sino a la de todos:t.

Otro esplritu que peca de muy moderado, Nec­ker, describe la situación económica de su tiempo en tonos no menos sombríos que Linguet. GlIRsl1n y Montesquieu indican los peligros sociales que sig­nifican los progresos industriales. Asi Graslin di­ce: cEn la adual constitucián de las soeiedades, la Humanidad pierde más que gana con esos des­cubrimientos que simplifican el trabajo7>.

Este lenguaje, como se ve, es muy diferente del que emplearon Morel1y, MalJly y Rousseau.

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Esta vez nos encontJramos no con dis~rtaciones abs­tractas sobre los ricos y los p~bres, sino con que­jas positivas que tratan francamente de la situa­ción creada al tralba1j ador por la organización de aquel tiempo. Sobre este punto concreto no se expresan en otra forma los socialistas de nuestros dlas. Sin embargo, las conclusiones prácticas que deducen esos autores de ·sus críticas son más bien conservadoras. Asl Necker y Linguet insisten en la necesidad de mantener por todos los medios ,el orden 'Social y se limitan a proponer Silgunas me­didas que 10 hagan más tolerable; comprenden que un comunismo absolutamente igualitario es irrea­lizable. El socialismo de estos autores es completa­mente negativo, aunque hubo gérmenes que enton­ces no pudieron a1lcanzaJr su pl!eno desarrollo. Trumbién existieron otros en la doctrina socialista del! siglo XVIII que, como los gérmenes del socia­lismo, se encuentran en estado rudimentario.

Para que sea posible la idea socialista es me­nester que la opinión pÚblica reconozca al Es­tado derechos muy amplios, pues los mismos que opinan que el socialismo, después de Instituido, habrá de adoptar una forma más 'bien anárqui­ca que autoritaria, saben también perfectamen­te que cuando se trate de establecerlo habrá necesidad, por el contrario, de transformar las instituciones jurídicas y ciertos derechos de que gozan hoy los individuos, y como quiera que estos cambios sólo puede efectuarlos el Estado, es abso­lutamente necesario que no existan derechos con­tra éste.

Sobre este extremo están de acuerdo, a excep-

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EL SOCIALISMO SI

ción de los fisiócratas , todos los pensadores del si­glo XVIII. «El pOder soberano, escribe Rousseau, que no se inspira en otra finalidad que el bien co­mún, no tiene otros limites que los de utilidad pú­blica bien entendida. l> Y_como, efectivamente en SU teor1a, todo el orden social es una construcción del Estado, puede modificarse a voluntad del Estado. En esta teoria de Rousseau sobre el Estado se apo­yan precisamente los que pretenden demostrar que era socialista. Montesquieu no pensaba de otro mo­do; para éil, el bien del pueblo es la ley suprema. Las ideas generales de aquella época no se opon1an a que el Estado modificara las bases de la vida económica para organizarla socialmente.

Resumiremos nuestra impresión sobre el si­glo XVIll, afirmando, una vez más, que sólo hemos apreciado en el conjunto de sus autores una aspi­,ración a un orden social más justo y una teor1a de los derechos del Estado que, reunidas contienen, en potencia, el socialismo, pero que no prOdujeron a la sazón, más que algunas veleidades muy rudi­mentarias. Ni aun en el perlado de la Revolución nadie dió el paso decisivo. La doctrina de Babeuf, que es acaso la más avanzada, no rebasa el mero comunismo.

Obtenidos estos resultados, interesa ahora ave­riguar: 1.0 ¿De dónde procede ese doble gérmen, c6mo~ se formó esta nueva concepción de la justi­cia y del Estado? y 2.0 ¿QUé es lo que impidió lle­gar a las consecuencias socialistas que virtualmen­te contenia?

La primera pregunta se contesta fácilmente. Es evidente que estas ideas no son más que los

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principios fundamentales en que se apoyan to­das las transrorma.cJones pol1ticas de 1789. Son el remate del doble movimiento que originó la Revo­lución: el individualista y el estadista. Tuvo el pri­mero por efecto que se aceptase como evidente que la posición del individuo en el cuerpo so­cial habia de ser exclusivamente determinada por su valía personail, con lo que se rechazaban por in­justas las desigualdades tradicionales. Trajo el segundo, como consecuencia, que las reformas juzgadas necesarias se consideraban realizadas, ya que el Estado fué concebido como instrumento natural de su realizaeión. Una y otra concepción f3e solidarizan en el sentido de que cuanto más recia es la constitución del Estado y a más altu­ra se eleva sobre los individuos, en su totalidad, tanto más iguwles parecen ser entre ,sI en relación con aquél. He aquí, pues, de dónde proceden las dos tendencias que acabamos de seftalar. Na.cleron una y otra durante la organización pOlltica y con el fin de moditicar esta organización; son las ideas pol1-ticas las que constituyen el centro de gravedad de los lSistemas.

Queda la segunda pregunta. ¿Cuál es la causa de que, una vez surgidas, no se aplican, por natu­ral e:lCtensión, a la vida económica? ¿Por qué no se logró que, :bajo su influencia inmediata, S8 plan­teaTa entonces la cuestión social? ¿A qué se debe que, a pesar de haber sido fijados los factores esen­ciales del socialismo, no se constituye esta doctri­na hasta después del Imperio?

No se puede decir, que no exl8t1a el fermento de la idea socialista porque la situación de los obre-

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SOCIALISMO 63

ros no ofrecia ningún interés especial y caracterls­tico. La situación obrera en esa época era desespe­rada y para cerciorarse de ell~ no basta sino leer sus comentaristas y fillósofos . Lo que mejor prue­ba los ~ntimientos de las clases trabajadoras y el descontento que experimenta!ban, es el sinnú­mero de precauciones y medidas que adoptaba el Poder en contra ella. EstQs hechos son elocuentes. Son una demostración más de que la cuestión obrera es un elemento secundario del socialismo, ya que a la sazón era la situación de los obreros muy análoga a la de ahora y, sin embargo, no exis­tia el socia!l1smo. Ya veremos ,cómo se forman los grandes sistemas socialistas en los albores del siglo XIX, a pesar de que en plena Revolución no existieran más que en gérmen. Es imposible, no obstante, que las condiciones de la clase proleta­fia hubiese eX!traol'dinariamente empeorado en tan breve lapso. Pero la conclusión que se despren­de de lo que precede no es puramente negativa. Si se relacionan los dos fenómenos siguientes: que los factores del socialismo que se descubren en el siglo XVIII 50n los determinantes de los acon­tecimientos revolucionarios y que el socialismo surge inmediatamente después de la revolución; si se relacionan ambos hechos, repito, hay motivos para creer que lo que faltaba al siglo xvm para que pUdiera originarse el socialismo propiamente dicho, no era precisamente que la Revolución fue­ra, al fin, 'Un hecho consumado, sino que era ne­cesario, para que aquellOS factores pudieran pro­ducir sus naturales consecuencias sociales o so­cIalistas, que previamente prOdujeran sus conse-

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64 EMILIO DURKHEIM =

cuencias políticas. En otros términos, ¿fueron tal vez las transformaciones politicas de ,la época re­volucionaria las que ocasionaron la extensión al orden económi'co de las ideas y tendeneias de que eran resultado? ¿No fueron, acaso, los cambios in­troducidos a la sazón en la organización de la sa­ciedad y que, una vez establecidas, exigieron otros que en cierto modo derivaban de las mismas cau­sas que hablan engendrado a aquéllos? ¿No habr~ el socialismo, desde este doble ptmto de vista, sur­gido directamente de ~a Revolución? Es incontro­vertible que su ascendencia histórica está ahl pre­cisamente.

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CAPITULO IV

SISMONDI

LECCION QUINTA

Ya hemos visto que las doctrinas sociales del siglo XVIII no sobrepujaron al <:omunismo. Todas €:llas presentan los <:aracteres distintivos de éste y, sobre todo, ,la tendencia fundamental a, pener fuera y lo más lejos posible de la vida pública cuan­to concierne a los intereses económicos. Conviene observar que no definimos el comunismo por lo que tiene de igualitario, aunque 10 es indefectiblemea­te; siempre ha sustentado que el producto del tr3.­bajo de todos debe ser distribuido por igual entre todos los ciudadanos; esta distribución igualita­ria no es más que una conse<!uencia del princLpio que sostiene que la función social de 'la riqu-=:m debe reducirse al mínimum o a nada, de ser ~)() ­

sible; pero esta consecuencia es tan se<!undJ.ria y contingente que puede conciliarse perfedamen­te con el principio opuesto. Si, en efecto, partimos de la idea contraria que es la del socialismo o sea El Soel.liamo--5

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66 EMILIO DURKHEIM

que las funciones económicas son las funciones soclaJes por excelencia, llegaremos a la conclusión de que han de organizarse socialmente, de modo que resulten lo más armónicas y productivas que sea posible, pero sin que quede establecido, por ello, de qué manera hayan de repartirse las riquezas elaboradas en esta forma. Si se opina que el pro­cedImiento más práctico para alcanzar aquel resul­tado es que el reparto se efectúe por iguales partes. se podrá reclamar con los comunistas, la igualdad en el reparto, sin aceptar, empero, su principio fundamental ni abandonar tampoco el que sirve dE base al socialismo. No hay que dejarse engafiar por las apariencias, por importante que sea el papel que desempeñen en las concepciones socia­les. Lo que mejor caracteriza al comunismo es el lugar excéntrico que asigna a las funciones econó­micas en la sociedad, en 'contraste con el socia.­lismo que les señala la situación más céntrica y preeminente. Estas son las caracter1sticas opues­tas y más destacadas que hay que tener en cuenta para evitar cualquiera confusión; todas las demás son secundarias y '110 tienen nada de espec1f1co.

Pero, si la doctrina social del siglo xvrn es el comunismo, no se olvide que en ellas hemos des­cubierto también dos importantes gérmenes del socialismo. Uno, el sentimiento de protesta contra las desigualda;des económicas entronizadas por la tradición; el otro, una concepción del Estado que reconoce a éste los derechos más amplios. Apli­cados ambos al órden económico, debería uno ori­gInar un deseo de modificar el régimen, propor­cionando el segundo el instrumento necesario pa-

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EL SOCIALISMO 67

. ra hacerlo. No obstante, no se produjeron semejan­tes resultados. Surgidas a raíz de ~a organización pol1tlca, estas 1deas se aplicaron a aquella esfe­ra sin ir más lejos. ¿A qué se debló ssto? A que ellas, por ser idénticas, se confunden con las que originaron la Revolución y lo que impidió que se produjesen inmediatamente las consecuencias eco­nómicas, es que era preciso que primeramente se desarrollasen ,las consecuencias politicas; la Revo­lución no estaba todavía totalmente realizada y lo que originó la aplicación de ambas ideas al or­den económico fué el estado de cosas creado por la -Revolución, que hicieron surgir el 'Socialismo inmediatamente después de terminada la obra re­volucionaria; su formación definitiva tiene efec­to al final del Imperio y sobre todo en la época de la Restauración.

Las doctrinas del economista Srnith fueron im­portadas a Francia por Juan Bautista Say, cuyo Tratado de Econom1a Politica alcanzó un rápido y extraordinario éxito. Apenas formulada ésta, otra opuesta se afianzó con no menos gallardia. Esta simUltaneidad no es para extrafíar a nadie, ya que el economismo y el socialismo proceden , en realidad, de un mismo origen; son productos de un mismo estado social interpretados de dlstlnto modo, pero cuya identidad se manifiesta a través de las interpretac'lones dispares de una y otra es­cuela ...

'El libro de Juan Bautista Say data de 1803. ,Al afto siguiente, Ferrier, en una obra titulada cDeI Gobierno considerado en sus relaciones con el eomereio~, combatió la nueva escuela, oponiendo

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a las ideas de Smith las tradiciones de Cdlbert, reproducidas por Neeker. También en aquel enton­ces, Ganilh adoptó la misma posición en su «Teo­r1a de la Economía Pol1tica~ y en 1815, Aubert de Vitry en su «Investigación de las verdaderas cau­sas de la miseria y de la felicidad públicas:. com­batió el optimismo con que Smith y sus proséli­tos describían los efectos de un industrialismo sin normas ni freno .. Es en la obra de Sismondi o.onde ,culmina el nuevo esp1ritu que se iba innl­trando en las sociedades de aquel tiempo.

Simón de Sismondi fué, al principio, discipu­le de Adan Smith, y su «Riqueza Comerciab coin­cide de lleno con él. Poco a poco, según él mismo confiesa, <:arrastrado por los heehos y las obser­vaciones~, van dando de lado los principios de ia ,escuela dominante, y, a partir de 1819, da a luz, primero, sus «Nuevos Principios de Econom1a Po­lítica» y luego .rDe la Riqueza en sus relaciones con la población» en las que anuncia una doctrina completamente nueva, la que confirma en «Estu­dios sobre Economia Pol1tica», publicado en 1821.

«El actual régimen económico, dice Sismondi, nos brinda un espectáculo realmente magnifiCO. En ningún otro periodo se ha elevado a un nivel se­mejante :la actividad productora del hombre. Las construcciones se multiplican y cambia por comple­to la faz de la tierra; los almacenes están repletos y se admira en los talleres las fuerzas que el hombre ha arrancado al viento, al agua, al fuego para que colaboren en su trabajo . .. Todos los pueblos, to­das las naciones están abarrotadas de riquezas, to- . das desean enviar a las demás las mercancías que

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EL SOCIALISMO ~9

poseen en abundancia y los recientes descubri­mientos de la ciencia permiten transportarlas con una rapidez desconc'ertante. Es el triunfo d~ la cremattstica) ¿Pero corresponden verdaderamen­te, esos indicios de prosperidad apar.:mte a una prosperidad real? ¿Ha ido en aumento el bienestar colectivo, la suma total de comodidades, a medida que los pueblos acumulaban de este modo la ri­queza? 4:Hemos procurado averiguar quiénes eran los que recoglan los frutos de todas esas m aravillas de arte que se elaboran en presencia nuestra, de esta deslumbrante actividad que multi,pl1ca a un tiempo las fuerzas bumanas, los capitales, los me­dios de transporte y las comunl-caciones entre todo el universo, de esta rivalidad que nos lleva a suplantarnos los unos a los otros. Hemos, pues, investigado y, al mismo tiempo que hemos reco­nocido el triunfo de las cosas, nos ha parecido que el hombre quedaba malparado como nunca». En efecto, ¿quiénes son los dichosos de este nuevo régimen? No son precisamente los trabajadores. Alguien arguye que no son los productores, sino los consumidores, los que se benefician de esta super­actividad industrial. Pero, para que tal beneficio Juera digno de tenerse en cuenta, seria menester que se extendiese a la gran masa de -consumidores, por conSiguiente a las clases inferiores. Pero la sociedad se halla organizada de tal form a, excla­ma Sismondi, que el trabajO no proporciona a las clases inferiores más que lo indispensable pa­ra el sustento. Ante tales condiciones sociales, no es posible que reciban más que antes, a pesar que se les exige un trabajo mucho más intenso, malsa-

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no y desmoralizador. Se desprende de ello que se produce un incremento de estrechez y miseria en el momento mismo que existe plétora de riquezas y en que, con arreglo a las ideas dominantes, de­be haber exceso de abundancia.

Este resultado parece paradójico. Sismondi intenta, empero, demostrar que es inevitable y que se deriva necesariamente de las nuevas con­diciones de la organización económica. Su demos­tración se apoya en las dos proposiciones que si­guen: 1.0 El bienestar colectivo requiere que se contrabalanceen can exactitud la producción y el consumo, y 2.0 El nuevo régimen industrial se opo­ne a que la balanza se nivele.

La primera proposición se explica fácilmente. Imaginemos un hombre aislado que produce por si mismo lo que consume. ¿Producirá más de 10 que es capaz de consumir y acumulará r iqueza? Si, pero sólo en cierto modo. Se proveerá, ante todo, de productos que se disipan irunediatamente por el uso, tales como sus alimentos; 'luego de aquellos que empleará más tiempo consumiéndolos, por ejemplo, los vestidos, y finalmente, de aquéllos otros que, siendo asimismo de utilidad inmediata, durarán más que él, como la vivienda. Todo eso, que formará su masa de consumo inmediata, es lo que procurará obtener antes que nada. Junto a esta masa, irá constituyendo, si le es posible, otra de reserva. Para que su subsistencia esté mejor garantízada, no esperará el pan de cada dia del trabajo cotidiano, sino que más bien procurará poseer una cantidad de trigo reservada de antema­no para un añ o, por ejemplo. Indudablemente

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ocurrirá que este hombre, una vez que haya cons­tituido su fonüo de consumo y el de reserva, no irá más adelante, aun cuando tenga la posibilidad de aumentar su riqueza consumible. Preferirá des­cansar y no producir frutos que no han de aprove­charle. La sociedad en su conjunto es igual que es­te hombre: tiene su fondo de consumo, que Si com­pone de todo lo que sus miembros han adquirido para su consumo inmediato, y su fondo de reser­va para poder subvenir a cualquier contingencia. Una vez que ambos fondos están suficientemente provistos, todo lo demás que se produce es inútil y carece de valor. Las riquezas acumuladas de­jan de tener valor en la medida que exceden de las n~esidades del consumo. Los productos del trabajO sólo pueden enriquecer al obrero cuando encuentran un consumidor que los compre. Es el comprador qUien avalora la mercanc1a; si falta és­te, su valor es nulo.

Ningún Economista niega esta evidencia. Pero,. en opinión de Say, Ricardo y sus discípulos, ocurre· que el equilibrio entre el consumo y la produ0ción se establece por sI mismo y de un modo necesa­rio, ya que es imposible que aumente la producción sin que el consumo siga el mismo rumbo. Aun cuan­do los productos se multiplicasen indefinidamente siempre se les e?contraría salida y colocación. En efecto, dicen, supongamos cien labradores que pro­ducen mil sacos de trigo, cien fabricantes laneros que producen mil varas de tela y, para simplificar los términos del problema, vamos a considerar que cambian entre sí los productos del trabajO res­pectivo. Pero, entretanto sobrevienen inventios que

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~Jevan en un 10% la capacidad productora de unos y otros. Aquellos individuos cambiarán entonces .mUelen kilos por mil cien sacos y cada uno de ellos comerá y vestirá mejor. Otro avance industriallle­vará los objetos de cambio a mil doscientos kilos y mil doscientos sacos, y así sucesivamente. El au­~ento de productos no hará nunca sino acrecentar el 'bienestar de los que producen. Pero esto, exclama Sismondi, es atribuir a las necesidades humanas 1ma elasticidad de que carecen. La verdad es que el tejedor no tiene más apetito por el hecho de que se :fabrique mayor cantidad de tela y si para su consu­mo le basta con 500 o 1.000 sacos de trigo, no ad­quirirá mayor cantidad de ellos por la circunstan­cia de que tenga otra mercancía que ofrecer en cambio. La necesidad de trajes es menos riguro­:;amente definida. El cultivador, en situación más desahogada, comprará a lo sumo dos o tres trajes en vez de uno. Pero también por este lado topamos con un limite, ya que no existe quien aumente in­definidamente sus reservas de indumentaria por­que sus rentas sean mayores. ¿Qué ocurrirá, pues? Que en lugar de encargar mayor número de tra­jes tomará unos más finos. Y con esta decisión influirá en .que disminuya el negocio de los fabri­cantes de telas burdas y se creen otras industrias de tejidos de lujo. Asimismo el fabricante de paños, . en vez de una mayor cantidad de trigo, que no ha de servirle para nada, pedirá otro de mejor cali­dad o substituirá el pan por carne. No hará, 'pues, que los labradores intensifiquen sus cultivos, si­no que pedirá que los despidan y que se substitu-3'a una parte de ellos por ganaderos y los trigales

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por pasto. Es falso, pues, que los excesos de produc­ción queden compensados y que el excedente se compense, aumentando en igl,lal grado el consUr.10 correspondiente; más allá de cierto limite dejan de servirse mutuamente de salida. Antes al contra­rIo, tienden a repelerse unos a otros para ceder el sitio a productos nuevos, de calidad mejor, cu­ya apariCión suscitan. Estos no se agregan a los antiguos sino que los reemplazan. El agricultor que produce más que antes, no utiliza, a cambio de tal excedente, el sobrante de pafio que puedan fabricar al mismo tiempo las manufacturas en funcionamiento, sino que deja de utilizarlo. Podrá

• tal vez impulsar a los fabricantes, por el ascen­diente que ejerza sobre ellos y la perspectiva de la compensación que les brinda, a transformar su ma­quinaria y elaborar otros productos de mayor valor y precio, y de esta guisa y a la larga restablecer el equilibriO. Pero esta transformación industrial no se efectúa ipso jacto; constituye una crisis más o menos grave, puesto que implica pérdidas, nuevos dispendios y una serie de ajustes y acoplamientos la:boriosos. Supone, en efecto, la inutilización y pérdida total de los productos de exceso; la anula­ción del capital empleano en la producción de aquéllos; la contratación de nuevos operarios o la adaptación de los antig'uos, con la ,consiguiente baja en la nueva producción, y las pérdidas in­herentes, a toda nueva orientación industrial. Henos aqul muy lejos de la famosa armonia ab­BOluta, que, según la escuela inglesa, se establece automáticamente entre la producción y el con­sumo. Pero eso no es todo. Según este sistema el

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equilibrio sólo puede restablecerse reemplazando las industrias viejas por otras de lujo. Pero esta substitución tiene su limite, pues la necesidad de los objetos de lujo no es limitada.

Es inexlllCto que la industria pueda progresar indefinidamente sin que deje de permanecer en equ1l1brio con el consumo, ya que éste no rebasa­rá nunca el nivel que le sefiala cada tipo de cIvi­lización. La cantidad de objetos necesarios a la vi­da tiene sus limites muy estrechos para deter­minados articulos, limites que el industrial no po­drá rebasar impunemente. Una vez qu.e lo haya al­canzado tenderá a mejorar la calidad; pero este mismo perfeceionamiento reconoce también llmi­tes. La necesidad de lo superfluo tiene sus limItes, como la de lo necesario. Claro que este limite no es absoluto ; puede ser ampliado, si el bienestar general aumenta. El trabajador tendrá entonces má.s ratos de ocIo y dedicará algunos a lo superfluo. Pero no es la superproducción la que produce es­

te resultado, pues, si el bienestar viene con el au­mento de las rentas, no se acrecientan estas por el sólo hecho de que se produzca más.

En cada momento histórico existe tUl punto que no puede rebasar la producción sin que rom­pa su equilibrio con el ·consumo, lo que origina siempre graves perturbaciones. Puesto Que, o no habrá comprador para el exceso de la producción, cuyo valor será, de consIguiente, nulo y constitui­rá una especIe de caput mortum, Que hará dis­minuir rentas del prOductor en forma proporcio­nal, o bien éste con el fin de colocar el excedente, lo ofrecerá a bajo precio y, para efectuarlo con la

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menor pérdida posible, se esforzará en rebajar los salarlos, el interés de los capitales que emplea, los alquileres que paga, etc. Imaginemos un caso de supe1'l>roducción general y veremos desarrollar­se ante nosotros una lucha general de todos con­tra todos, tan violenta y dolorosa, que de ella no saldrtan indemnes los mismos vencedores. Pues, para que el productor pueda liquidar sin pérdida el excedente de su producélón, vendiéndolo desde luego barato, es preciso que disminuya la renta de todos sus colaboradores; ahora Ibien, es según su renta cómo cada cual regula sus gastos o sea su consumo. Si aquélla baj a , éste disminuye. Es un caUejón sin salida. No es posible elevar arti-1iclalmente el nivel de consumo de unos productos sin bajar el de otros. Unos pierden clientes y otros los ganan. Y as! nos debatimos inútilmente en una situación insoluble.

Sismondl establece la conclusión siguiente: cResulta de lo que acabamos de exponer , Ulla pro­posición que contradice las doctrinas 8Idmitldas; que no es cierto que la lucha entre los intereses lndividua1es baste a promover el mayor de todos los bienes; que del mismo modo que la prosperidad de la famUla requiere que su jefe se preocupe de que los gastos sean proporcionales a los ingresos, as! también es necesario, en la dirección de la for­tuna pública, que la autoridad soberana vigile y reprima los intereses privados para encauzarlos en beneficio del bien general ; que dicha autoridad no pierda nunca de vista la formación y distribu­ción de la renta, pues de ello depende que se ex­tiendan a todas las clases las comodidades y la

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prosperidad; que proteja, sobre todo a la clase po­bre y trabajadora, por ser la que se encuentra en jl1ferioridad de condiciones para defenderse por si misma y cuyos sufrimientos ,constituyen la mayor de 'las calamidades nacionales) .

Estima Sismondi, en las reformas que preco­niza, que se impone una reorganización del actual órden económico, pero no se atreve a formular un programa concreto, porque opina que la trans­formación ha de ser total y profunda.

Lo que precede bastará a demostrar plenamen­te que el lenguaje de estos autores es muy distinto del que emplearon los del siglo XVIII. Sismondi no ataca la superproducción porque las riquezas en s1 mismas le parezcan inmorales, sino porque, al aumentar desmesuradamente, cesan de ser tales riquezas, volviéndose contra la finalidad que les es esencial y en vez de prosperidad engendran miseria. La. condición que impone para que se desarrollen útilmente, es que pro­gresen a compás con las necesidades del consumo. Es la demanda la que debe provocar la oferta y poner en movimiento todo el mecanismo. No se tra­ta, pues, en esta teoría, como en la comunista, de restringir la función de la industria sino sen­cillamente de hacerla más útilmente productiva.

La doctrina de Sismondi se aplica más a estu­diar cómo han de ocurrir los hechos que a compro­bar cómo acontecen realmente.

Por otra parte se reduce a poner de relieve una de las consecuencias del rég1men económico que se juzga más enojosa y contra la cual habria que apelar a reformas no desprovistas de inconve-

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mentes. Entre éstas, ¿cuál es la más importante? Sobre este punto discrepan las opiniones de los au­tores y de ninguna de ellas ni de su conjunto se desprende un criterio fino y objetivo que ol'rezc¡;¡, garantías. El estado actual de cosas presenta to­dos los peligros de la irreglamentación pero tam­bién todas las ventajas de la libertad. Y para e'ritar aquéllos, hay que renunciar en parte a éstas. ¿Es un bien? ¿Es un mal? Se contestará de distintas maneras a estas preguntas, mientras el proble­ma se plantee en esta forma, según que nos IncLi­nemos al órden, a la armonía, a la regularidad de funciones, o que, por el contrario, prefiramos a todo eso la vida intensa y los grandes vuelos de la actividad.

Observemos, sin embargo, que si bien estas teor1as y sus similares poseen escaso valor cientí­fico, son altamente sintomáticas. Son una prueb3. fehaciente de que ya en aquellas épocas se pensa­ba kansformar el órden económico. Poco importa, a este efecto, el valor que desde un punto d-~ vista. rigurosamente metódico tengan las razones que se aleguen en apoyo de estas aspiraciones. Est;¡s son ciertas y aquí el hecho que conviene t ener en Clienta; no habrian llegado a manifestarse de no h~berse experimentado realmente los ef~tos do­lorosos que tratan de destruir. Cuanto más se d~ ­ja de considerar estas doctrinas como construc­c10nes científicas, más obligados nos vemos a ad-­mitir que se fundan en la realidad. Nada lo e:<ptt­ca más claramente que el caráderde las tratL3-formaciones que en ellas se preconizan. Por enci­ma de todo se destaca el deseo apasionado d:; e'3-

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tablecer un orden industrial más regular y esta­ble. Pero ¿en qué se inspira este deseo? ¿Oómo se explica que ya en aquellos tiempos hubiese cere­bros y voluntades bastante vigorosos para anular parcialmente las aspiraciones opuestas? Cabe creer que el desórden económico habia aumentado a partir del siglo xvru, pero no es, sin embargo, admisible, que en el hreve periodo que hemoo estu­diado, hubiese aumentado en proporciones tales que justifiquen ·el tono en que se traducen las reivindicaciones sociales.

El movimiento de estas ideas, antes de le. Re­volución, era ya, según hemos podido apreciar, conside:rable. Hemos de creer, pues, que en este intervalo se produjo, fuera del órden económico, algún eambio que hizo más insostenible el desequi­librio y la falta de armonia. Pero ¿cuál fué ese cambio? Eso es precisamente lo que vemos confu­samente a través de estas doctrinas. Hemos de su­poner, pues, que sólo explican de soslayo ra situa­ción que las creara y que se refieren principal­mente a un accidente, a una repercusión más o menos lejana, sin remontarse a la causa inicial de que derivaba y que es la única que pOdrla ilus­trarnos sobre su importancia relativa.

FIN

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IN Die E

DOS PALABRAS ....... .

CAP. l.-DEFINIeroN DEL SOCIALISMO

Lección Primera.. .. ..

Lección Segunda. . ' ..

. ... Pág. 5

9

.. 23

Cl\P. II.~OCIALISMO y COMUNISMO .. .. 31

Lección Tercera. . . . .. .. . . .. .. .. 39

CAP. lII.-EL SOCIALISMO EN EL SIGLO XVIII .. 47

Lección Cuarta .. .. 53

OAP. IV.-8ISMONDI

Lección Quinta .. .. ~5

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