COLECCIÓN RELATO LICENCIADO VIDRIERA - … · Fueron los forjadores de la patria, ... que...

24

Transcript of COLECCIÓN RELATO LICENCIADO VIDRIERA - … · Fueron los forjadores de la patria, ... que...

COLECCIÓNRELATO LICENCIADO VIDRIERA

COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURALDirección General de Publicaciones y Fomento Editorial

Director de la colecciónÁlvaro Uribe

Consejo Editorial de la colecciónGonzalo Celorio (México)Ambrosio Fornet (Cuba)

Noé Jitrik (Argentina)Julio Ortega (Perú)

Antonio Saborit (México)Juan Villoro (México)

Director fundadorHernán Lara Zavala

El enemigoEfrén Rebolledo

IntroducciónLibertad Estrada Rubio

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICOMÉXICO 2015

Primera edición: 18 de mayo de 2015

D. R. © 2015, UniveRsiDaD nacional aUtónoma De méxico

Ciudad Universitaria, 04510, México, D. F.DiRección geneRal De pUblicaciones y fomento eDitoRial

ISBN: 978-970-32-0472-4 (colección)ISBN: 978-607-02-6728-4

Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier mediosin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Impreso y hecho en México

Rebolledo, Efrén, autorEl enemigo / Efrén Rebolledo ; introducción Libertad Estrada Rubio.– primera edición84 páginas. – (Colección Relato Licenciado Vidriera)

ISBN 978-970-32-0472-4 (Obra completa)ISBN 978-607-02-6728-4

I. Estrada Rubio, Libertad, prologuista. II. Título III. SeriePQ7297.R314.E54 2015

VII

INTRODUCCIÓN

Efrén Rebolledo y el modernismo de tono decadente

La implantación Del capitalismo como sistema econó-mmico en méxico moDificó el estatUs De los escRito-

res. Los hombres de pluma que vivieron en los dos prime-ros tercios del siglo xix, tuvieron una orientación literaria enfocada en lo educativo y lo político. Fueron los forjadores de la patria, los maestros de la población y los rapso das de la identidad mexicana, especialmente en los momen tos de peligro por las guerras internas o durante las invasiones extranjeras. En la década de 1870, con el arribo de la moder-nidad basada en la doctrina positivista, el gremio literario empezó a ocupar una posición marginal dentro de la socie-dad: ante los ojos de la nueva aristocracia empresarial, los artistas eran ociosos e improductivos para el progreso.

Este fue el panorama que vio nacer al modernismo mexicano, que a través de dos generaciones gradualmente promovió una transformación de la sensibilidad ética y esté-tica con el fin de que la literatura se embelleciera y estuviera libre de intenciones moralizantes o políticas.

Manuel Gutiérrez Nájera encabezó la primera oleada, el modernismo azul, que defendía la libertad de la inspiración,

VIII

el idealismo, la relación del arte con el amor y el espíritu, la novedad, el cosmopolitismo, la perfección artística y el eclecticismo. El órgano literario representativo de esta etapa modernista fue la Revista Azul (1894-1896).

El Duque Job consideraba que la literatura mexi-cana se renovaría y tendría un alcance universal única-mente si dejaba en el pasado la objetividad y la mímesis de la escuela realista. Pensaba que el realismo despojaba al objeto estético de sus aspectos esenciales: lo bello, lo bueno y lo verdadero. La concepción neoplatónica de este poeta era una manifestación de la inconformidad que los artífices experimentaron en el interior de la dinámica cul-tural impuesta por el positivismo. Asimismo, El Duque Job emprendió una valiosa defensa de dignificación de la pro-fesión literaria, puesto que, de acuerdo con las directrices del pragmatismo, el arte y el quehacer intelectual no eran tareas productivas.

Los periódicos y las revistas fueron las opciones que, tras la pérdida de los mecenazgos, permitieron a los escri-tores finiseculares el ejercicio literario, al mismo tiempo que proporcionaron espacios para la profesionalización de la escritura individual. Sin embargo, no todo era perfecto. La retribución monetaria recibida por las crónicas, las tra-ducciones y los textos de creación inédita que se ofrecían en las publicaciones periódicas era paupérrima. Por esta razón, para completar sus ingresos económicos los escrito-res-periodistas también trabajaron en la burocracia o en la

IX

docencia. Convencidos o no, para sobrevivir tuvieron que adaptarse a las reglas de la modernidad.

La segunda generación modernista o de tono deca-dente surgió a principios de 1890. Aunque sin expresarlo abiertamente, se inspiró en los planteamientos de El Duque Job con respecto a la belleza, la perfección y la libertad del arte, pero añadió el acento pesimista de la crisis de fin de siglo. La mayoría de los modernistas decadentes plasmaron su enfado contra el gobierno y la sociedad, ade-más de la azarosa situación del artista y su obra, mediante narraciones que, explícita o implícitamente, criticaban las injustas condiciones de vida causadas por la dictadura por-firiana. Los miembros más destacados de esta etapa fueron José Juan Tablada y Amado Nervo en sus primeros años de escritura literaria, así como Bernardo Couto Castillo, Alberto Leduc, Ciro B. Ceballos, Rubén M. Campos, Bal-bino Dávalos, Jesús Urueta, Jesús E. Valenzuela, además del pintor Julio Ruelas. La publicación que encarnó la pers-pectiva del arte y de la vida que tuvo esta oleada decaden-tista fue la Revista Moderna (1898-1903), que consolidó la dimensión internacional del movimiento modernista.

Los escritores del modernismo decadente padecieron la peculiar sensibilidad anímica y literaria originada por la crisis, el dolor, el escepticismo y la melancolía que flotaban en la atmósfera de la última década decimonónica.1 El pesi-1 “Todo es doloroso en la vida moderna”, Carlos Díaz Dufoo, “Los tristes”, en Revista Azul, t. i, núm. 25 (21 de octubre de 1894), p. 386.

X

mismo destilado por las obras mexicanas de tono decadente no provino de una imitación temática de las letras europeas. Fue una auténtica expresión de la convulsión espiritual que tanto en el Viejo Continente como en América, de alguna manera y por distintas razones, provocó que las corrientes estéticas del último cuarto del siglo xix —decadentismo, simbolismo y modernismo— vibraran en la misma sintonía. La crítica acuñó el término fin de siècle para referirse a esta época, caracterizada por la insatisfacción de vivir dentro de la hostilidad cientificista del positivismo.2

El tedio de la atmósfera epocal del mundo occidental encontró un espacio adecuado para su desarrollo en México debido a las condiciones poco esperanzadoras que el régi-men de Porfirio Díaz enmascaraba con la imagen de prospe-ridad económica y expansión industrial.

Este fue el contexto que vio nacer a Santiago Procopio Flores Rebolledo, más tarde conocido como Efrén Rebo-lledo (Actopan, Hidalgo 1877 - Madrid, España 1929), quien perteneció a la segunda generación del modernismo.

Aunque empezó a publicar varios años después que los otros modernistas decadentes,3 Rebolledo compartió

2 Vid. Klaus Meyer-Minnemann, “La novela hispanoamericana de fin de siècle. Delimitación y ubicación”, La novela hispanoamericana de fin de siglo, México, fce, 1997, pp. 19-64.3 Se tiene registro de que el primer poema de Efrén Rebolledo, “Meda-llón”, salió a la luz en El Mundo en 1896, vid. El cuento mexicano en el siglo xix. Los espíritus hiperestesiados: el cuento modernista de tenden-cia decadente, vol. v, presentación, selección de textos y notas de Blanca

XI

con ellos ciertas marcas poéticas como “la tortura del alma contemporánea, matizada por cierta frivolidad; el amor y la muerte como categorías mentales; el amor errante y cos-mopolita; el espíritu religioso con inclinación a cierto ena-moramiento por la liturgia y un panteísmo por exceso sen-timental a la naturaleza exterior”;4 además del diabolismo poético, es decir, la “lucha compleja entre una mística de la pureza y una fuerte tendencia a la imaginación sensual”,5 que puede apreciarse en El enemigo, la novela corta que pre-sentamos.

Rebolledo escribió en una época posterior al auge modernista, pero se mantuvo fiel a aquella estética. Este desfase temporal fue doblemente perjudicial para la recep-ción de sus textos entre los lectores. Por un lado, varios de los elementos compositivos de su poesía y su prosa “ya eran o comenzaban a ser lugares comunes de la técnica y la temática descubierta por el movimiento”.6 Por otro lado, el autor cargó con el estigma de ser el “‘recién llegado’ a una corriente que ya había dado y definido […] lo mejor de sus obras o por lo menos los libros más fundamentales”.7 Por

Estela Treviño García y Dulce María Adame González, Prólogo de Blan-ca Estela Treviño García, México, Esfinge, 2013, p. 233.4 Luis Mario Schneider, “Introducción”, en Efrén Rebolledo, Obras com-pletas, Introducción, edición y bibliografía por Luis Mario Schneider. Mé-xico, Ediciones de Bellas Artes, 1968, p. 9 (Ayer y Hoy 6).5 Idem.6 Ibid., p. 7.7 Idem.

XII

este motivo, es considerado “el escritor mexicano más extre-madamente modernista, con todos los defectos y virtudes que implique aquella lealtad”.8

En diversos estudios se ha mencionado que Rebolledo fue un artífice de inspiración parnasiana que siguió al pie de la letra el leitmotiv de Théophile Gautier en Émaux et camées (1852): esculpió, limó y cinceló cual dedicado joyero cada una de sus rimas y sus frases. Como señaló Enrique Diez-Canedo: “su exterioridad, la materia dura del verso [fue] eminentemente parnasiana; lo modernista [fue] el espí-ritu”.9 Rebolledo decoró sus gemas poéticas con arcaísmos, neologismos, colores, sonidos y texturas que evocan imáge-nes de gran plasticidad; logró sus mejores composiciones en la forma del soneto, aunque también trabajó metros menos rígidos.

Rebolledo utilizó varios recursos parnasianos para construir sus narraciones que, como la mayoría de los ejem-plares modernistas del género, a veces tendieron al esta-tismo porque la trama se supeditaba a la introspección o la representación de visiones oníricas. La prosa breve del modernismo logró estos efectos narrativos por medio de las atmósferas y las sensaciones transmitidas en las descripcio-nes alegóricas.

8 Allen W. Phillips, “La prosa artística de Efrén Rebolledo”, Cinco es-tudios sobre literatura mexicana moderna, México, sep, 1974, p. 43 (sep Setentas 133).9 Cit. por Luis Mario Schneider, op. cit., p. 8.

XIII

Además del parnasianismo, el estilo literario del autor tuvo evidentes aproximaciones con el decadentismo y el simbolismo, así como una nota de originalidad que lo des-tacó de sus coetáneos, el erotismo:

La apariencia de la poesía de Efrén Rebolledo puede ser en un principio […] una colección de formas inertes, pero […] detrás de esa inmovilidad, detrás de esa simetría de inexpresivos planos, nuestra atención sabe hallar las ilumi-naciones de una pasión erótica que salva a sus poemas de ser muestras mecánicas de una inteligencia sin fervor. La pasión erótica es la tónica de la poesía de Efrén Rebolledo.10

Xavier Villaurrutia enfatizó que los sonetos de Caro victrix (1916) eran “los más intensos y, hasta ahora [1939], mejo-res poemas de amor sexual de la poesía mexicana”.11 Otros temas que nutrieron la poesía y la prosa de Rebolledo fueron la experiencia mística, la belleza de las artes plásticas como la arquitectura y la escultura, el paisajismo, la historia —colo-nial, medieval o mitológica—, el amor culposo y triste, por mencionar algunos.

10 Xavier Villaurrutia, “La poesía de Efrén Rebolledo”, cit. por Benjamín Rochas en Efrén Rebolledo, Obras reunidas, Estudio preliminar, cronolo-gía y compilación del apéndice documental de Benjamín Rochas, México, Océano / Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo / Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo / Conaculta, 2004, pp. 369-370.11 Ibid., p. 370.

XIV

La poética de Rebolledo estuvo marcada por sus fre-cuentes estancias en el extranjero. Su ingreso al cuerpo diplomático en 1901 le permitió representar a nuestro país en numerosas y lejanas naciones: Cuba, Chile, Guatemala, Francia, Holanda, China, Japón —donde residió poco más de una década—, Noruega y, finalmente, España, lugar de su última morada.

La trayectoria literaria de este escritor modernista abarcó cuatro etapas en las que se imbricaron la poesía, la prosa, la traducción y el drama, en parte condicionadas por sus actividades plenipotenciarias. Correspondieron al periodo inicial de su obra la novela corta El enemigo (1900), los poemarios Cuarzos (1902), Más allá de las nubes (1903) e Hilos de corales (1904), los poemas en prosa y los ver-sos de Estela (1907) y la antología poética Joyeles (1907). En esta época Rebolledo fue un asiduo colaborador de la Revista Moderna.

La segunda etapa de su obra giró en torno al japonismo que inspiró las Rimas japonesas (1907), las crónicas e impresiones de viaje de Nikko (1910) y la novela Hojas de bambú (1910).

El tercer periodo fue el más fecundo e importante de la carrera literaria de Rebolledo, pues escribió la mayoría de los textos que merecidamente lo llevaron a ocupar un lugar indiscutible en la historia de la literatura mexicana. Publicó en esta época los poemarios eróticos Libro de loco amor y Caro victrix (ambos de 1916), los poemas en prosa

XV

de El desencanto de Dulcinea (1916, cuya segunda edición salió de la imprenta en 1919), la obra de teatro El águila que cae (1916) y la célebre novela corta Salamandra (1919). También en este lapso tradujo algunas obras de Rudyard Kipling, Oscar Wilde y Maurice Maeterlinck, y dirigió la revista Pegaso (1917) compartiendo el crédito con Ramón López Velarde y Enrique González Martínez.

La última fase de la vida literaria de Rebolledo se carac-terizó por la inspiración nórdica, que concretó en la novela Saga de Sigrida la blonda (1922). En Oslo editó sus poesías completas bajo el título de Joyelero (1922), que pocos días antes de morir reimprimió en la capital española.

Durante gran parte del siglo xx, la inclinación prosística de Rebolledo y otros escritores modernistas fue soslayada, tal vez porque la mayoría de los críticos juzgaba que los méritos de esta estética únicamente se hallaban en la poesía. La suerte le ha sonreído a Rebolledo y a otros narradores del modernismo, pues en los últimos años se ha iniciado el rescate, el análisis y la divulgación de sus obras en prosa. Las novelas y los cuentos de numen decadente conservan las claves —artísticas y espirituales— para comprender que los artistas mexicanos de las décadas de 1890 y 1900 no pla-giaron la sensibilidad finisecular europea, sino que compar-tieron auténticamente el mismo sentimiento, derivado del contexto epocal y social de desencanto y modernización. Así, la marca malhadada del enclaustramiento voluntario en la torre de marfil que por años se reprochó al moder-

XVI

nismo poco a poco se ha ido disolviendo. La prosa breve modernista no fue evasiva: fue el reflejo ético y estético de un tiempo que se debatía entre la tradición y la modernidad, entre la ilusión y el abatimiento.

Rebolledo experimentó la sensibilidad del fin de siècle, condensó sus anhelos y sus angustias en una escritura catár-tica, que lo ayudó a resarcir su malestar espiritual por medio de imágenes sensoriales crueles y sugerentes que lo acer-caron a misteriosos parajes en donde aún existía la belleza intacta del pragmatismo de la vida cotidiana y de la pro-saica ostentación económica de la burguesía. En general, la obra de Efrén Rebolledo es una muestra preclara de que “el modernismo es un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna”.12

Una novela corta del modernismo de tendencia decadente

En los primeros días de diciembre de 1900, una prestigiosa publicación literaria de la ciudad de México desplegó un aviso para sus suscriptores: “Como prima de fin de año, con el número correspondiente a la segunda quincena de este mes se repartirá a nuestros abonados El enemigo, novela del

12 José Emilio Pacheco, “Introducción”, Antología del modernismo (1884-1921), Introducción, selección y notas de José Emilio Pacheco. 3ª edición. México, Unam / Ediciones Era, 1999, p. xi. (Biblioteca del Estudiante Uni-versitario 90-91).

XVII

joven escritor don Efrén Rebolledo, editada por la Revista Moderna”.13

Rebolledo publica esta nouvelle a la edad de 22 años. Es su primera incursión en el género narrativo, así que la trama sufre algunos desfallecimientos, como la predictibili-dad del desenlace. No obstante, esta novela corta es un tes-timonio de la sensibilidad artística y espiritual que hermana a las letras mexicanas de finales del siglo xix y principios del xx. Rebolledo, como los demás escritores de su gene-ración, representa el mal du siécle mediante la interacción de la trinidad del imaginario decadentista: la femme fragile (virginal, sumisa, espiritual), la femme fatale (cruel, domi-nadora, carnal) y el héroe melancólico, que encarna al hom-bre cercano a las artes y las emociones (“un hombre abúlico, neurótico e individualista, de extrema sensibilidad; a veces místico, a veces lujurioso, a veces ambas cosas”). 14

El enemigo desarrolla la historia de Gabriel Montero, un perverso joven, y Clara Medrano, una piadosa mujer frá-gil. La lucha entre la carne y el espíritu, tema principal de la obra, se insinúa desde el epígrafe bíblico que precede la narración.

13 Revista Moderna, año 3, 1ª quincena de diciembre de 1900, núm. 23, p. 368.14 José Ricardo Chaves, Los hijos de Cibeles. Cultura y sexualidad en la literatura de fin del siglo xix, México, Unam / Instituto de Investigaciones Filológicas, 1997, p. 120. (Cuadernos del Seminario de Poética 17).

XVIII

El Deseo —el enemigo— adquiere rasgos de spleen en la imagen del río-serpiente contemplado por Gabriel en el primer capítulo: “Porque cuando tu víctima es pusilánime, Monstruo desolador, la cansas en la lucha, la fatigas, la disgustas con tu aspecto de bestia repugnante, y como un tallo que se dobla, se hunde irreparablemente en tus aguas negras”.

Gabriel es una víctima del tedio, pero éste aún no ha aniquilado por completo el idealismo ni la voluntad del pro-tagonista. Inspirado por el refinamiento estético, así como por el resabio de esperanza que todavía conserva, eleva su alma de la vulgaridad del ambiente que lo rodea por medio de ensoñaciones. Sin embargo, tras estas ilusiones, regresa a la realidad con un profundo desencanto pues se da cuenta de que “el ser no [está] formado sólo de lo espiritual”.

El protagonista siente consuelo momentáneo divagando por la ciudad en las noches, pero este alivio se transforma en irritación al acordarse de que no tiene amistades, ni seres queridos ni afectos sinceros. Cuando el entorno y sus habi-tantes lo fastidian, Gabriel se refugia en un mundo interior que él mismo se ha erigido con el arte, el estudio y la medi-tación; esta perspectiva de la vida tampoco lo complace en absoluto. Como los arquetipos masculinos decadentes, Gabriel sufre un hondo vacío existencial generado por el escepticismo que lo induce a explorar dimensiones poco convencionales para lograr el engrandecimiento de su espíritu.

XIX

Montero cree que sus aflicciones van a terminar si rea-liza una obra de arte propia: “Aunque había perdido la fe en Dios y no la tenía en sus fuerzas, la tenía en el trabajo, y una esperanza hermosa, indestructible, perennemente joven, le mostraba con el brazo extendido, allá lejos, un término a donde debía llegar, impulsado por un espejismo brotado de sí propio”.

Dicho espejismo es el amor por Clara, una muchacha cándida, introvertida, piadosa y con una inclinación reli-giosa innata. La atracción de Gabriel por la adolescente surge de la voluntad de tener una relación extravagante, pero de pronto se convierte en lo que el protagonista considera “verdadero amor”. La relación entre ambos ilustra el típico juego misógino de dominación, seducción y perversión del héroe decadente con la mujer frágil:

El comienzo fue un abuso de superioridad: complacíase Gabriel en atormentar a la pudorosa Clara no apartando de ella un momento la vista y sintiendo una oleada de satis-facción cuando la perseguida doncella alzaba los ojos para bajarlos luego, coloreada por el rubor, en tanto que ajaba con los dedos su falda de muselina. […] Sabiendo cuán callada era, le dirigía frecuentemente la palabra, y la res-puesta, siempre tardía e insegura, halagaba su amor propio.

Gabriel suspira por Clara debido a su belleza angelical y etérea, más cercana al perfil de una madona de Fra Angé-

XX

lico que a una figura femenina de carne y hueso: “Era pálida, de ojos verdes y atónitos, de cabello rubio, abun-dante y rizado, que caía de su cabeza como un haz de rayos de sol; de labios sinuosos y delgados, y tan blanca, que su sangre se veía azul a través de su epidermis. […] Tan ino-cente y tan casta”.

Gabriel Montero se propone amarla y venerarla como si ella tuviera una naturaleza celestial. Para librar el obs-táculo del deseo físico emanado del “más cruel de los instin-tos: el instinto del sexo” —el auténtico enemigo—, el héroe melancólico se gana el cariño y la confianza de Clara apro-vechándose de la “mórbida predisposición al misticismo” de la joven.

Rápidamente, el protagonista se sugestiona con la idea de que con el alma de la amada podrá moldear su anhelada obra de arte, el trabajo artístico con el que complacerá y elevará su apesadumbrado y narcisista espíritu:

Cultivaría en ella esa escondida y profunda inclinación, pacientemente, malignamente, hasta formar de ella su ideal místico; y seguro estaba de que lo conseguiría; por-que Clara, la inocencia más acabada, la candidez misma, no pondría ningún escollo, sino al contrario, sumisa y benévola se dejaría guiar confiadamente, abandonando su alma sencilla y sin mácula, tan dócil, que sólo esperaba para manifestarse la cárcel de algún molde.

XXI

El trabajo como artesano espiritual de Gabriel se res-palda en el adoctrinamiento de Clara mediante la litera-tura mística y la hagiografía. Montero conoce el fascinante poder de la lectura, que “habla directamente al espíritu y lo seduce mañosamente y a solas […] ejerciendo incansable su oficio de consoladora o reveladora o corruptora”. Cuando considera que su amada está preparada, le propone volverse monja: “Usted es un ángel, una virgen más que una mujer; ¿por qué no, conforme con sus inclinaciones que son de devoción y de humildad, se hace usted más grata a Dios vis-tiendo el hábito de religiosa que sentará tan bien a su carác-ter y a su tranquila belleza?”.

Para expresarle simpatía a Clara por aceptar su sugeren-cia, Gabriel le regala un libro de oraciones que, más que un devocionario, es una auténtica pieza artística: “Era el antifo-nario alargado y pequeño, de marfil las pastas y cuajado de preciosos relieves; de cantos dorados y sujeto con un broche de oro; la impresión de letra gótica, y en las hojas adornadas con viñetas y rojas mayúsculas, hermosas estampas de san-tos”. El soneto escrito por el héroe decadente en la dedica-toria del libro es un guiño a la verdadera vocación de Efrén Rebolledo: la de poeta.

En el momento que Clara asume la vida monacal, el protagonista piensa que ha consumado su obra de arte, su ideal místico:

XXII

Había labrado una alma en cuya belleza, obra suya, había de recrearse después, y cuya perfección había de ser su recompensa; aquella alma sumisa y benévola, dócil como una arcilla, él la había amasado durante mucho tiempo; y con su emoción artística y su bondad, había moldeado una copa hermosísima.

Gabriel, el escéptico, también se deslumbra con “los místi-cos horizontes, misteriosos como vagos jardines, que había desenrollado ante los ojos de su amada”. Intuye que él y Clara han alcanzado la plenitud ontológica a la que aspiran las almas gemelas:

Era aquel un amor llegado a los más celestiales deliquios; dominador, purísimo; de dos almas que podrían comuni-carse de lejos porque no necesitaban de la corporal presen-cia; pues en la sombra, con los ojos entrecerrados para ver interiormente y sin necesidad de ningún contacto físico sus espíritus como dos inmortales ángeles vestidos de oro y de luz se daban un beso eterno […]

El héroe melancólico siente que su ideal ha triunfado, aca-llando los bajos instintos del amor mundano; pero el ene-migo, “el Deseo, la engañosa serpiente del paraíso” está más cerca de lo que piensa. A pesar de los esfuerzos para tallar un hermoso cáliz redentor de amor místico con el alma de Clara, la predisposición lujuriosa de Gabriel lo hace perder

XXIII

el rumbo emprendido como artífice espiritual. Durante la vigilia, el joven decadente cree tener el control de sus impul-sos fisiológicos. Empero, mientras duerme o se enfrasca en introspecciones, no domina los avisos inconscientes que su ansiosa envoltura corporal le envía para recordarle que tiene necesidades orgánicas que colmar: “En una de esas horas de languidez y abandono, y apoderado otra vez el ins-tinto de su cuerpo, sentíase removido por apetitos extraños que en el misterio de la inconsciencia habían germinado calladamente, para manifestarse algún día, únicos y arrolla-dores”.

A lo largo de la nouvelle, Gabriel tiene dos sueños que revelan y presagian el curso de su relación con Clara. El primero ocurre casi al inicio de la narración y exterioriza su conflicto entre el instinto y la razón, lo carnal y lo espiritual:

Sus noches eran un hervidero de pesadillas sensuales: ape-nas comenzaba a dormir veía en la sombra una odalisca pellizcando las cuerdas de un arpa, miraba a mil cupidillos vertiendo perfumes en abrasados pebeteros, y al son del arpa saliendo de todas partes rondas de impuras mujeres: unas completamente desnudas, otras más inquietantes aún, cubiertas con velos sutiles como telas de araña, y todas perezosas, indolentes, provocativas, torciendo sus cuer-pos en inverosímiles escorzos, desatadas las cabelleras, incitantes las bocas, coléricos los granates de los senos; bailando; incitando los apetitos, hasta que el despertar las

XXIV

hacía huir por entre las sombras cadereando… Más aquella lujuria sólo era cerebral: en la prueba sucumbía su pobre cuerpo […] A la falta iba acompañado siempre el rencor, el disgusto, la náusea de sí mismo, el arrepentimiento de haber derrumbado en un instante lo edificado ya […]

La segunda visión onírica sucede después de que Clara ha tomado los hábitos. En esta alucinación, el inconsciente de Gabriel manifiesta su más recóndito apetito:

Surgía Clara provocativa, avanzando indolentemente, entre-abriendo la boca como demandando un beso; levantándose el hábito y mostrando el arranque de una torneada pierna; hacíase la estameña transparente y a través del manto y del escapulario veía revelarse las escondidas formas que simulaban estar cubiertas con un traje de agua, y la cla-risa mostrábase descocada y desapudorada, porque reía, desordenada la cabellera, como la de una furia; brindán-dole el placer; lanzando de sus ojos candentes lumbradas y asomándose a sus labios los besos, como frambuesas encendidas.

Los impulsos del deseo y la lujuria siempre están latentes en Gabriel, si éstos se sosiegan es porque su concentración se enfoca en el moldeo del alma de su amada: sabe que tiene que sembrar para cosechar, que debe trabajar para disfrutar. La lubricidad reprimida despierta en el momento preciso

XXV

para deleitar a su siniestro espíritu. Gabriel lucha contra su naturaleza interna, pero los personajes masculinos del decadentismo no son un dechado de perseverancia. Casi siempre sus anhelos se frustran y sus esperanzas perecen ante la falta de voluntad. Gabriel es escéptico, inestable y voluble, ¿por qué tendría que conservar su fe en el amor puro y sano?

El capullo de rosa entreabierto que corta la novi-cia para después deshojarlo en el jardín edénico de su hogar-convento anuncia el final de la narración. Sacrilegio es el nombre que adquiere el placer en esta breve novela de Efrén Rebolledo. Al mismo tiempo que el erotismo, El enemigo esboza otro motivo recurrente en la poética del autor: el fetiche de la cabellera, que casi dos décadas más tarde marcará el destino de Eugenio León, el protagonista de Salamandra.

El enemigo es un ejemplar de esa literatura escandalosa y polémica a la que eran tan aficionados los escritores de entre siglos y que incomodaba a las buenas conciencias de la época —recuérdese la anécdota de la molestia que produjo el poema “Misa negra” de José Juan Tablada a doña Carmen Romero, la esposa del presidente Porfirio Díaz.

Esta novela corta de Rebolledo es un espécimen de la modernidad literaria, cuyo interés no es educar a los lectores, sino componer arte, siguiendo los dictados de la belleza y la inspiración individual, por lúgubre y macabra que ésta sea.

XXVI

La fruición y el dolor, la ilusión y el desencanto, el mis-ticismo y el erotismo, la vida y la muerte se confunden hasta lo inefable en la visión de mundo transmitida por el moder-nismo: en El enemigo se ratifica.

Libertad Estrada Rubio