Colombia Internacional No. 36

49

description

Universidad de los Andes, Colombia Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Ciencia Política Revista de libre acceso Consúltela y descárguela http://colombiainternacional.uniandes.edu.co/

Transcript of Colombia Internacional No. 36

Page 1: Colombia Internacional No. 36
Page 2: Colombia Internacional No. 36

CONTENIDO

CARTA A LOS LECTORES

María Eugenia Mujica San Martín

INTRODUCCIÓN. APRENDER DEL PASADO: BREVE HISTORIA DE LOS PROCESOS DE PAZ EN COLOMBIA (1982-1996)

Marc W. Chernick

LAS MILICIAS DE MEDELLÍN. REFLEXIONES INICIALES SOBRE EL PROCESO DE NEGOCIACIÓN

Carlos Eduardo Jaramillo Castillo

LA REINSERCIÓN DEL EPL: ¿ESPERANZA O FRUSTRACIÓN?

Arturo Alape

UNA PROPUESTA DE PAZ QUE TOMA EN CUENTA EL CRUCE DE LOS CONFLICTOS EN COLOMBIA Alejandro Reyes Posada

DE LA OPOSICIÓN ARMADA AL FRUSTRADO INTENTO DE ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA EN COLOMBIA

Enrique Flórez y Pedro Valenzuela

LAS NEGOCIACIONES DE PAZ Y LA PARTICIPACIÓN DE LAS GUERRILLAS COLOMBIANAS EN EL NARCOTRÁFICO

María Eugenia Mujica y Francisco Thoumi

Publicaciones periódicas del CEI

Page 3: Colombia Internacional No. 36

CARTA A LOS LECTORES

En el mes de junio de 1996, el Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de los Andes (CEI), con la colaboración de la Fundación Friedrich Ebert de Colombia (Fescol), el Woodrow Wilson Center y el United States Institute for Peace, organizó el Seminario Internacional Procesos de Negociación y Paz, con el objetivo de enriquecer la discusión sobre la negociación de paz y arrojar luces que pudiesen iluminar las negociaciones actuales en Colombia. El Seminario, que se llevó a cabo los días 27 y 28 de junio, contó con la participación de expertos y protagonistas reales de las negociaciones. Por ejemplo, no sólo estuvieron presentes algunos ex comisionados de paz, sino también líderes de los movimientos armados, reinsertados a la vida civil. Asimismo, se tuvo la oportunidad de discutir la experiencia guatemalteca, relatada por el viceministro de Relaciones Exteriores de Guatemala, Gabriel Aguilera. El CEI ha decidido dedicar estos números de Colombia Internacional y Documentos Ocasionales a los ensayos presentados en dicho Seminario. Para ello, ha contado con el apoyo financiero del United States Institute for Peace, a través del Woodrow Wilson Center. Los ensayos seleccionados analizan las distintas instancias de la negociación y los resultados de las mismas. Marc Chernick introduce el tema haciendo referencia a la evolución histórica del problema de la violencia en Colombia. Carlos Eduardo Jaramillo narra vividamente su experiencia como ex consejero para la paz. Arturo Alape describe y analiza el proceso de reinserción del EPL; Pedro Valenzuela y Enrique Flórez estudian los resultados de la reinserción y el proceso de conversión de la guerrilla en un partido político. Por último, el trabajo de Alejandro Reyes y el de Francisco Thoumi y María Eugenia Mujica introducen elementos al análisis la tenencia de la tierra y el vínculo narco-guerrilla, respectivamente, que pueden ser cruciales para el éxito de la agenda de paz. Esperamos poder contribuir al debate actual de la paz en el país.

María Eugenia Mujica San Martín Coordinadora CEI

3

Page 4: Colombia Internacional No. 36

INTRODUCCIÓN. APRENDER DEL PASADO: BREVE HISTORIA DE

LOS PROCESOS DE PAZ EN COLOMBIA (1982-1996)

Marc W. Chernick*

En Colombia éste no es un momento en el que la gente está enfocada en un proceso de paz. La política del país ha ido por otros rumbos, especialmente por el destape de la corrupción que le ha tocado al gobierno del presidente Samper. Sin embargo, creo que a la nación le llegó el momento de repensar en las experiencias de los procesos de paz.

Realmente, no ha habido un buen análisis sobre las experiencias del pasado, el porqué de los éxitos parciales, el porqué de los fracasos en momentos determinados. Si las condiciones para reanudar las negociaciones vuelven r. darse, el gobierno y el país en general pueden estar preparados para llevar las negociaciones a una buena conclusión. Haré unas breves reflexiones sobre ese largo camino de los procesos de paz.

Colombia se caracteriza por tener la insurgen-cia armada más prolongada de América Latina. Sus orígenes datan de los comienzos de los años sesenta, de la época inmediatamente posterior a la revolución cubana y de las ofensivas nacionales contra las llamadas "repúblicas independientes".

Pero si Colombia tiene la insurrección más antigua del continente, también se distingue por tener los procesos de negociaciones más largos de la región. Ya llevan 14 años, si se empieza con las amnistías de 1982. Durante este tiempo ha habido muchas interrupciones, desvíos, nuevos conflictos y algunos éxitos parciales. Asimismo, en los últimos años, el mundo ha cambiado radicalmente. Por primera vez hemos visto procesos de paz, en otros países, que llegaron a soluciones negociadas en conflictos internos, a pesar de tener éstos raíces muy profundas. En el año 82, cuando

se comenzó el primer proceso de paz en Colombia, no existían modelos internacionales para resolver una guerra civil a través de negociaciones. Había perdedores o ganadores, pero no había casos de negociaciones exitosas dentro de la historia de las terminaciones de los conflictos civiles. Desde ese entonces especialmente con el fin de la Guerra Fría han surgido numerosos casos de soluciones negociadas en Centroamérica, África y el Medio Oriente.

¿Por qué Colombia no ha podido llegar a un acuerdo de paz? La respuesta siempre es que el caso de Colombia es excepcional. Que Colombia no es El Salvador, no es Israel. Que las condiciones colombianas son diferentes, y los conflictos más complicados, con múltiples actores y fuentes de violencia. Los palestinos y los israelitas sí pueden llegar a un acuerdo, pero Colombia no. Debe pensarse que Colombia no es excepcional. Se puede aprender de otras experiencias. Las condiciones en Colombia, a pesar de sus particularidades, no indican que sea imposible llegar a una solución negociada. Al contrario, desde la perspectiva de alguien que como yo ha observado detalladamente el proceso desde sus comienzos, en 1982, creo que es objetivamente factible llegar a la paz en este país. No hay buenas razones por las que no se pueda alcanzar la paz, aun dada la violencia entre los múltiples actores en conflicto.

Entonces, ¿por qué Colombia no ha podido solucionar sus conflictos armados? Hay que volver a mirar las experiencias del pasado. Hay lecciones que deben ser retomadas. Más aun, hay aportes de otros países, que darían luz al proceso colombiano. Por ello, a continuación hago una pequeña

* Director, Andean and Amazonian Studies Program, Georgetown University.

4

Page 5: Colombia Internacional No. 36

reseña de la historia de las negociaciones entre la guerrilla y el gobierno a partir de 1982. Ésta comienza con el proceso de paz de Belisario Betancur entre 1982 y 1986. El común de la gente piensa que los intentos de paz del presidente Betancur fracasaron. Sin embargo, hay que reconocer que en su gobierno hubo un cambio importante en la dirección del discurso político del país. Se introdujeron dos elementos al discurso político nacional: el primero reconoció que la oposición armada es un actor político y que es necesario abrir un diálogo con ella. El segundo planteó que Colombia, como otros países en América Latina en esta época, también requería un proceso de apertura democrática. El nuevo planteamiento era un viraje radical. Para Betancur, el paso fundamental del proceso de democratización colombiano era la negociación con la guerrilla sobre la base de su eventual participación en un sistema político reformado.

Durante el gobierno de Betancur se llegó a unos acuerdos del cese al fuego, se abrieron mesas de discusión sobre los grandes problemas del país y se plantearon grandes reformas políticas sobre puntos tales como la situación agraria, urbana, legislativa, así como sobre los derechos humanos. Pero no se alcanzaron acuerdos definitivos en nin-gún campo. No duraron los pactos de tregua. No se alcanzó la paz.

Al llegar al poder Virgilio Barco (1986-1990), su gobierno hizo una evaluación de la política de paz de Betancur. Los nuevos consejeros concluyeron que sus predecesores no tenían un proyecto definido, no había metas claras ni cronogra-mas o fechas límite precisas, no había tiempo de difusión; había demasiados actores sociales involucrados, pero sin un compromiso definido y efectivo por parte del gobierno.

A partir de estas evaluaciones, el gobierno de Barco fundó la Consejería para la Reconciliación, Normalización y Rehabilitación de la Presidencia, como símbolo y garantía del compromiso del gobierno al más alto nivel. A través de esta nueva oficina, el gobierno redujo el alcance de las negociaciones a unos asuntos que él consideró manejables. En vez de una agenda de negociación amplia y abierta, quería negociar con la guerrilla únicamente sobre los pasos del desarme y la posterior incorporación en la vida política legal. Los otros asuntos políticos y sociales deberían ser tratados en otros foros y dirigidos a otros contrincantes que no pertenecían a los movimientos

armados. El gobierno quería reafirmar la autoridad del Estado como Estado. Así, junto con el proyecto de negociaciones restringidas con la guerrilla, el gobierno Barco desarrolló una serie de programas encaminados a la rehabilitación de las zonas de violencia, tales como el Plan Nacional de Rehabilitación y el establecimiento de los consejos municipales y departamentales de rehabilitación, que debían fomentar la participación de la ciudadanía.

En el fondo, el objetivo principal no era negociar una solución al conflicto armado, sino legitimar el Estado y deslegitimar la guerrilla. Es decir, para Barco podía haber negociaciones, pero ya no entre dos partes, sino entre un Estado que conscientemente representaba a la ciudadanía y unos grupos guerrilleros que cada vez eran menos legítimos, pero que podrían aspirar a participar en la vida política del país. La estrategia se resumió en el lema de "mano tendida; pulso firme".

La limitación de la estrategia de Barco estribó en su propia concepción: era un programa demasiado maquiavélico que impidió negociaciones sustantivas. Se perdieron por ello tres años en el camino de las negociaciones. Durante este tiempo se rompieron los acuerdos del cese al fuego firmados con las FARC durante el gobierno de Betancur dos años antes, en 1984, y creció el conflicto con los otros grupos guerrilleros. El análisis que hicieron en el gobierno Barco fue que los acuerdos de cese al fuego anteriores no habían servido, que la guerrilla había aprovechado la tregua para aumentar su pie de fuerza y desdoblar sus frentes. Era mejor replantear las negociaciones y el proceso de paz en general.

Aunque la posición del gobierno es comprensible, el hecho es que acabaron con las negociaciones por tres años, a partir de 1986. Solamente en 1989, volvieron a tomar las riendas de las negociaciones, sobre la base de una negociación estrecha sobre la dejación de las armas y la subsecuente incorporación política.

La estrategia sirvió parcialmente. Consiguió la incorporación de algunos grupos guerrilleros, entre ellos el M-19, la mayor parte del EPL, y el grupo indígena Quintín Lame. Era una paz parcial, no completa. Puede pensarse que la estrategia de los tres primeros años sirvió para presionar a algunos grupos para que negociaran. Pero

5

Page 6: Colombia Internacional No. 36

el resultado global fue muy restringido puesto que dejó los principales grupos por fuera.

En 1990 llegó al poder César Gaviria. Este año representó un momento de gran crisis política y de extraordinaria revuelta social, particularmente después del asesinato del candidato presidencial del Partido Liberal, Luis Carlos Galán, y los asesinatos de dos candidatos de la izquierda, entre ellos el candidato del M-19, Carlos Pizarro, después de haber entregado sus armas. Junto con la elección de Gaviria, el electorado también votó abrumadoramente la idea de elegir una Asamblea Constituyente, como solución a la crisis política. El momento reflejó la culminación de dos procesos contradictorios que había experimentado el país desde comienzos de los años ochenta: uno era un proceso de reformas y democratización, el otro, la gran profundización de la violencia en el país. Los resultados fueron un país realmente más democrático, aunque sustancialmente más violento.

El gobierno de Gaviria presidió la Asamblea Constituyente, promovió la nueva Constitución de 1991, y posteriormente nombró un ministro de Defensa civil, como parte de un proceso para imponer control civil sobre la esfera militar. También presidió los procesos de paz parciales que culminaron con la participación de unos grupos guerrilleros en la Asamblea Constituyente. Pero en su tratamiento con los otros grupos guerrilleros que aún quedaban por fuera del sistema político, el presidente Gaviria seguía, en gran medida, la experiencia y las fórmulas del gobierno Barco.

Jesús Antonio Bejarano, quien fue consejero presidencial para la paz en esta época, responsable por las negociaciones con las FARC y el ELN en las reuniones de Caracas en 1991, ha escrito que el gobierno de Gaviria quería distinguir entre la solución del conflicto armado y la discusión de los grandes problemas nacionales con la guerrilla. Afirma que la guerrilla pretendía discutir sobre la crisis nacional, pero que no estaba interesada en una solución al conflicto armado. Conceptualizado así, con la desmovilización de los grupos alzados en armas como requisito principal para la paz, la política de Gaviria no equivalía mucho más que a la prolongación de la estrategia maquiavélica de la administración Barco. Además, con la dura experiencia de los grupos guerrilleros que sí habían entregado las armas,

esta política resultó aún menos viable para los otros grupos.

Aunque Bejarano aconsejó limitar las negociaciones a las cuestiones de desarme y reincorporación, yo me pregunto por qué no se pueden discutir los grandes problemas nacionales con la guerrilla y, a través de estas conversaciones, buscar soluciones nacionales. Éste no es un asunto de representatividad de la guerrilla. Negociar grandes salidas que no tienen cabida dentro de los foros internacionales no quiere decir que la guerrilla represente la sociedad civil. Puede ser que la guerrilla no represente a nadie. Pero sí se puede sacar provecho de unos diálogos y foros extrainstitucionales para impulsar los grandes cambios que el país necesita. Los procesos de paz pueden tener esa función.

La experiencia extranjera aporta lecciones al respecto. Las negociaciones de Guatemala pusieron en evidencia que se puede negociar con independencia de la representatividad de la guerrilla. Allí llegaron a unos acuerdos, tales como los derechos de la población indígena, los derechos humanos, el regreso de las poblaciones exiliadas, la conducta de las Fuerzas Armadas y varios otros temas de envergadura nacional, sin que alguien pretendiera que la guerrilla represente gran parte de la sociedad civil. Hay que tratar de construir un foro capaz de introducir cambios inalcanzables dentro de la conducta normal de las instituciones ya establecidas. Es más, si el objetivo es la paz y la terminación del conflicto armado, un gobierno gana involucrando a la guerrilla en las grandes reformas estructurales, sentándola a la mesa, dándole crédito a sus proposiciones, haciendo de ella un sujeto de negociación y no un objeto de derrota.

La idea es hacer responsable a la guerrilla por los cambios negociados y comprometerla con su ejecución. (En igual forma el gobierno, las Fuerzas Armadas y otros actores del Estado y la sociedad civil también tienen que comprometerse con los resultados de la negociación). Hay quienes afirman que en Colombia no es factible tal tipo de negociación. Que en Colombia, la guerrilla está demasiado involucrada en el crimen, el secuestro y el narcotráfico, que no tiene control territorial como el que tenía la guerrilla salvadoreña, que la guerrilla colombiana se ha degenerado en grupos de pandillas y bandoleros. Sin embargo, aunque pueden ser ciertas algunas de estas

6

Page 7: Colombia Internacional No. 36

afirmaciones, aún se puede negociar con la guerrilla colombiana.

Cuando llegó al poder el presidente Ernesto Samper (1994-1998), uno de sus primeros actos fue pedir un informe al alto consejero para la paz sobre la voluntad de la guerrilla y la factibilidad de entrar en negociaciones con ella. Con este acto, Samper quiso darle un viraje a la política de los últimos años de Gaviria, que pretendía tratar a la guerrilla simplemente como un grupo de bandidos y secuestradores, sin reconocer su carácter político. Samper restauró la concepción política del conflicto armado colombiano. Y después de 100 días, cuando el alto consejero para la paz rindió su informe, también afirmó que, a pesar de todo, las guerrillas siguen siendo actores políticos, y que sí existían las condiciones para negociar con ellas. Infortunadamente, es poco lo que se ha avanzado entre el Informe de los Cien Días y el momento actual. La crisis presidencial desvió cualquier posibilidad de avance en ese campo.

¿Qué es lo que hay que hacer para llegar a la paz en Colombia? Yo sigo pensando que se puede negociar una paz duradera con la guerrilla. Y hay que estar preparados para cuando llegue la oportunidad de sentarse a la mesa de negociación otra vez. Yo diría que cuando se combinan las lecciones que han dejado las anteriores negociaciones en Colombia con la experiencia internacional, se llega a la siguiente conclusión adicional: el gobierno tiene que ser audaz para llegar a la paz, mucho más audaz de lo que ha sido; tiene que trazar una agenda que comprometa a la guerrilla y satisfaga sus reclamos históricos. Es decir, hay que buscar una agenda que implique cambios fundamentales (y necesarios) en el país. Es muy difícil que la guerra pueda rechazar una agenda de tal envergadura. A mi modo de ver, hay tres temas que tienen que ser abordados en la mesa de negociaciones para llenar esos requisitos: • La reforma de la estrategia de segundad nacional

del país. Las Fuerzas Armadas de Colombia tienen como misión estratégica la guerra interna. El ejército sigue teniendo lazos con los grupos paramilitares a través de organizaciones de inteligencia y otros mecanismos. Sin terminar la guerra no se pueden reformar las Fuerzas Armadas. Hay que hacer estas reformas como parte de un acuerdo final de paz. Hay que acordar, con la guerrilla y con el país, una nueva misión

y orientación de la fuerza pública después de que se termine el conflicto armado. Unilateralmente, y mientras siga la insurrección armada, eso no será posible.

Reforma agraria. La cuestión de la tierra ha sido la principal evidencia histórica de las FARC, y de hecho, del movimiento campesino organizado desde la década de los treinta. Sin embargo, hay que reconocer que la redistribución de la tenencia de la tierra es más difícil hoy que en 1984, cuando se firmaron los primeros acuerdos de cese al fuego en la administración Betancur. Habría sido más factible hacer la paz hace 10 o 12 años. Desde esa época, el narcotráfico se ha convertido en un terrateniente muy significativo en el país. Hoy en día, cualquier reforma agraria redistributiva tendría que enfrentar también el poder de los narcotrafican-tes en el sector rural colombiano. Poder local. A pesar de que retóricamente dicen lo contrario, yo afirmaría que los grupos guerrilleros tienen más interés en acceder al poder local que al Congreso o a los otros órganos de poder de representación nacional. Sus intereses reales y ventajas políticas están básicamente circunscritos al poder local. En vez de repetir la historia de fracaso de los otros movimientos armados que han entregado sus armas a cambio de una participación nacional, podría ser más ventajoso para la guerrilla y para la estabilidad del país crear algunos mecanismos que favorezcan la acción política local de la guerrilla, como base de su participación nacional.

Una política de paz basada en una agenda como la descrita aquí requería gran audacia del gobierno. Hay que entender que tal agenda no equivale a regalar una parte del país a la subversión, como algunos afirman. Sería la base de una paz duradera. Así sucedió en El Salvador, donde firmaron un acuerdo de paz con una agenda similar. Convirtieron la guerrilla en actor político comprometido con las reglas institucionales del régimen legal salvadoreño. A pesar de las diferencias entre los dos países, tales acuerdos y tales resultados son posibles en Colombia.

Hay un factor adicional que pueden aportar la experiencia salvadoreña y varios otros procesos internacionales: la creación de una Comisión de Verdad. Después de la paz, es necesario empezar un proceso de reconciliación nacional. Para ello, un paso esencial es una Comisión de Verdad que

7

Page 8: Colombia Internacional No. 36

rinda cuentas al país y establezca la historia oculta del conflicto interno. Aunque hay aministías, el país merece saber la verdad de su propia historia y de las actuaciones de ambos bandos en el conflicto. La fórmula es de perdón, pero no de olvido.

Finalmente, hay que admitir que para llegar a la paz en Colombia se necesita el concurso de la comunidad internacional. La experiencia demuestra que si el gobierno y la guerrilla negocian solos no llegarán a la paz. Se requiere la participación de agentes externos que tendrían como función impedir que se rompan las negociaciones, como se ha visto en Colombia. Es cierto que en este sentido, Colombia difiere de Centroamé-rica. Allí, la participación de Estados Unidos fue decisiva, sobre todo en su presión sobre las Fuerzas Armadas salvadoreñas. En Colombia, Estados Unidos no tiene un papel tan protagónico y considerable, a pesar de que se han incrementado las relaciones entre los militares de los dos

países con la expansión de la guerra antinarcóticos. Pero la mediación no tiene que provenir de los Estados Unidos; igual que en Centroamérica, existen otros agentes internacionales que podrían estimular la negociación y la agenda de reformas y vigilar la ejecución de un acuerdo final de la paz, como lo son las Naciones Unidas o algunas organizaciones no gubernamentales.

Estoy convencido de que se puede llegar a una paz negociada en Colombia. Pero no se pueden seguir desperdiciando las oportunidades de negociación cuando se presenten. ¿Cuántas generaciones de colombianos han experimentado la guerra? Ya es tiempo de terminar con la idea de que Colombia es excepcional y de que la violencia es una característica permanente de la vida política del país. Hay que aprender tanto de las experiencias internacionales como de las experiencias colombianas en materia de negociaciones. Así, el país puede encontrar una solución definitiva al conflicto armado.

8

Page 9: Colombia Internacional No. 36

LAS MILICIAS DE MEDELLÍN. REFLEXIONES INICIALES SOBRE EL PROCESO DE NEGOCIACIÓN

Carlos Eduardo Jaramillo Castillo*

La intención del presente escrito no va más allá de realizar una primera reflexión sobre algunos aspectos constitutivos de la negociación de paz que condujo a la desmovilización de un grupo de milicias de la ciudad de Medellín1, particularmente en lo que hace referencia a elementos característicos de una negociación con grupos insurgentes de carácter urbano, en contraposición con los componentes de las negociaciones con la insurgencia rural.

Promediando la administración del presidente César Gaviria, el gobierno recibió una serie de mensajes en el sentido de que algunas de las milicias de Medellín, en particular las Milicias Populares del Pueblo y para el Pueblo, estaban interesadas en explorar con el gobierno la posibilidad de una salida negociada y su consecuente reincorporación a la vida legal.

Dichas negociaciones vinieron a tomar cuerpo en el último año de la citada administración y después de que la Consejería Presidencial para la Paz efectuara algunas indagaciones sobre estas organizaciones. Dichas indagaciones corroboraron que tales milicias habían tenido su génesis como estructura militar urbana del Ejército de Liberación Nacional, aunque posteriormente habían roto con su organización madre. Algunas historias de vida realizadas con miembros de estas milicias, una vez concluido el proceso inicial de reincorporación, nos permitieron corroborar el origen subversivo y contestatario de estas milicias, como también las razones de su ruptura y el inicio de sus actividades delictivas independientes.

Cuando fue evidente el hecho de que el gobierno tenía un nuevo espacio para negociar la paz con grupos eminentemente urbanos, y una vez hechos los primeros contactos directos, comenzamos a bosquejar lo que serían los elementos estructurales del nuevo proceso. Para ello, lo primero fue buscar, dentro del modelo de negociación que habíamos venido utilizando con éxito desde la administración Barco con todos los grupos insurgentes desmovilizados hasta el momento, aquellos elementos que la experiencia había señalado como positivos. Fue en este momento cuando tomamos conciencia de algo que preveíamos desde que se empezó a discutir la idea de una posible negociación de paz con milicias: el modelo utilizado con la insurgencia rural no encajaba de manera precisa.

Hubo entonces que empezar a construir un nuevo modelo, apoyándonos para ello en todo lo que fuera recuperable de las experiencias anteriores y en las capacidades personales y profesionales que se habían adquirido en varios años de trabajo directo y de estudio del tema. La peregrinación previa que hicimos sobre la literatura internacional de negociaciones de paz con grupos subversivos urbanos fueron decepcionantes; lo más cercano eran las experiencias de los ingleses frente al problema del IRA, lo realizado por los españoles con la ETA, y en particular la experiencia de negociación que se vivió en Argelia en la década pasada. El resto eran estudios relativos a la desactivación y manejo de pandillas juve-niles.

* Ex consejero para la paz. 1 Las milicias desmovilizadas fueron: las Milicias Populares del Pueblo y para el Pueblo, Las Milicias Independientes

del valle de Aburra y Las Milicias Metropolitanas de la ciudad de Medellín.

9

Page 10: Colombia Internacional No. 36

El primer gran escollo que hubo que sortear fue la imposibilidad de aplicar el principio de la concentración de la fuerza armada en un área o en áreas determinadas conocidas como campamentos, que fueron tan fundamentales en los procesos de paz anteriores y que ahora resultaban determinantes, puesto que la fuerza armada de estas organizaciones actuaba dentro del casco urbano de la ciudad, donde las posibilidades de que se presentaran incidentes que pudieran atentar contra la continuidad del proceso se multiplicaban en una proporción inimaginable.

Entre las virtudes del campamento podemos decir que, siendo éstas las zonas donde se concentra el componente militar de las organizaciones subversivas, éstas, y el proceso en sí mismo, se protegen bastante de inculpaciones sobre delitos cometidos fuera del área y, además, se evitan confrontaciones con la fuerza pública. Asimismo, allí se pueden iniciar tareas de capacitación laboral, y la misma organización, cuando tiene intereses en una futura actividad política, tiene la posibilidad de empezar a planearla hacia el futuro, de auscultar la voluntad de la sociedad civil, de abrirse espacios. En los campamentos se inicia verdaderamente la aclimatación de la paz y la subversión comienza a percibir la realidad de un país desconocido. Normalmente, la visión que la guerrilla tiene del país corresponde a la Colombia de diez años atrás, por más eficiente que sea su aparato de información2. Pero de todas estas virtudes, tal vez la más significativa es que le permite a la sociedad en general contar con elementos de constatación sobre la voluntad de paz de la guerrilla, es decir, que la organización concentrada deja de cometer delitos puesto que su fuerza armada está reunida en una zona controlada y, en cambio, comienza a hacer gestos ilustrativos de lo que será su nuevo papel en la sociedad. Finalmente, esta concentración facilita a la guerrilla su comunicación interna y, en particu-

lar, la búsqueda y discusión de acuerdos en el seno de la organización, pero, sobre todo, le permite ensayar el control de sus estructuras en un ambiente muy diferente al que se genera en los espacios de confrontación armada. Cuando las organizaciones subversivas son complejas y cuentan con varios frentes, esta facilidad de control es fundamental, a fin de evitar que frentes descompuestos, o comprometidos con otras formas de delincuencia, actúen poniendo en peligro el proceso.

La guerrilla difícilmente ha entendido estas virtudes del campamento, pero la verdad es que desde allí se empieza a cimentar la confianza necesaria en la guerrilla, que la sociedad requiere para abrirle sus espacios y recibirla posteriormente en su seno. No imagina la guerrilla lo costoso que resulta para su propio futuro, en términos políticos, económicos y sociales, tratar de sacar adelante un proceso de paz en medio de la confrontación y, por ende, contando con la creciente desconfianza de la sociedad3. Todas las negociaciones que se han emprendido sin el recurso de los campamentos y aceptando la continuación de la confrontación han fracasado por cuenta de las balas utilizadas como argumentos para soportar posiciones en la mesa de negociación.

No ha entendido la guerrilla que es imposible avanzar en un proceso de paz en contravía de la opinión pública, y que este imperativo no se puede soslayar bajo una cláusula que comprometa a los negociadores a no levantarse de la mesa por ninguna circunstancia. Una de las virtudes de los negociadores, indudablemente, reside en su capacidad para reconocer en cada momento específico, y poder prever en el inmediato futuro, la ubicación de los límites sociopolíticos de la negociación. Límites que, todos sabemos, son cambiantes. Esa capacidad de percibir, sin necesidad de hacer encuestas ni sondeos de opinión, cuál es el límite de lo aceptable en cada momento para cada uno de los factores reales de poder, y cuál es el peso es-

2 Este distanciamiento de la realidad se hace mayor cuando la organización en cuestión vive procesos prolongados de confron-tación permanente, y en particular de ofensivas militares de parte del gobierno. En estas condiciones, los compromisos de la confrontación monopolizan los canales de información y dominan los espacios que antes se dedicaban al estudio y la reflexión sobre la realidad nacional. A título de ejemplo, se observa el comentario hecho por un importante jefe guerrillero durante una reunión sostenida con la guerrilla en 1991, en el que, refiriéndose a los progresos de la humanidad, decía: "imagínese usted cómo se irá a ver de hermosa la Sabana de Bogotá el día que la electrifiquen, será como un pesebre".

3 La guerrilla es renuente a entender que la sociedad en general desconfía enormemente de ella y que su primer deber en un proceso de aproximación y posteriormente de negociación ha de ser el de asumir actitudes que permitan edificar sobre ellas el ambiente de confianza y credibilidad que debe acompañar su proceso de reinserción, a riesgo de que, en el mejor de los casos, la sociedad continúe observándola con infinito recelo y decida no abrirle sus espacios.

10

Page 11: Colombia Internacional No. 36

pecífico de ellos en cada circunstancia, es fundamental, y esa realidad no la puede ocultar nadie bajo un acuerdo de permanencia en la mesa4. Acordar algo que a sabiendas no se podrá cumplir, porque además esto lo ha señalado la experiencia reiteradamente, es empezar a minar por dentro el proceso de paz. Si en algo las negociaciones de paz fueron consistentes era en que para el gobierno siempre estuvo claro que el mejor negocio para la sociedad era que a la guerrilla le fuera bien, y en esa perspectiva acordar cosas imposibles era debilitar el proceso de negociación.

En el caso de Medellín no era posible pensar en el campamento por varias razones. Las milicias ocupaban una zona que permanentemente tenían que proteger de otras milicias y organizaciones de la delincuencia común. Este hecho se vio agravado cuando la noticia de las conversaciones de paz aceleró las contradicciones entre las milicias, particularmente con las hoy ligadas al ELN y a las FARC, que empezaron a señalar como traidores a quienes persistían en la empresa de aclimatar la paz. Si la milicia era sacada de la zona para ser concentrada, su área sería inmediatamente ocupada por una milicia diferente, con lo que la desmovilización quedaría convertida, en el mejor de los casos, en un simple ejercicio de reubicación de desplazados por la violencia. O sea que el principal obstáculo residía en el hecho de que la salida de los milicianos de sus barrios implicaba que éstos perdieran la zona, ya que otros ocuparían estos espacios, con el agravante de que la zona de operación de las milicias era, a la vez, su espacio social, cultural y familiar.

Otro elemento que hacía inaplicable la figura del campamento era que, a diferencia de las experiencias vividas con las guerrillas rurales, para un número importante de milicianos esta actividad no era de tiempo completo, sino que era compartida con otros compromisos de carácter laboral o de estudio. No era extraño encontrar casos de personas que en el día trabajaban como

empleados del municipio y en la noche fungían como jefes de milicia.

Sin embargo, en este caso había una ventaja en lo que respecta a la ubicación de las milicias; su área de operación, con evidentes diferencias, era cercana a la idea de un campamento: era un área reducida, determinada y controlada por las milicias. Se sabía exactamente, por ejemplo, cuáles eran las calles por las que pasaban los límites de cada milicia, e inclusive cuáles de los andenes hacían parte de los mismos. Asimismo, los milicianos conocían a todos los habitantes de la zona y sabían de sus virtudes y defectos. Si a esto le podíamos sumar un compromiso de suspensión de actividades delincuenciales, esto, aunque con muchos más riesgos que los inherentes a un campamento formal, podría darle a esta zona las características de tal y, en esa medida, cumplir con gran parte de las ventajas que se han señalado respecto a los campamentos.

Descartada la idea del campamento formal donde se concentrara toda la fuerza armada de las organizaciones, la idea se centró en la búsqueda de un lugar permanente de concentración para la comisión negociadora. Este lugar debía ser, en lo posible, una edificación aislada que permitiera un fácil control y protección por parte de las autoridades, ya que la fórmula era que allí debían permanecer los negociadores de las milicias hasta que concluyera el proceso. Finalmente, se encontró una edificación bastante apropiada, ubicada en una zona de bosque muy cercana a sus áreas de operación. La cercanía a ellas era definitiva dentro de la estrategia de negociación, ya que era fundamental que, en caso de necesidad, la comisión negociadora, en este caso la comandancia de los grupos, pudiera tener contacto directo con su gente, además con la proximidad se lograría que la comisión se sintiera protegida por su militancia y cercana a su entorno familiar, mitigando un poco los efectos que en estas específicas circunstancias generan los sentimientos de aislamiento5. Aunque en este caso, por ser gru-

4 La guerrilla, particularmente las FARC, ha insistido en negociar en medio de la confrontación y en garantizar la continuidad de la negociación con un acuerdo que comprometa a las partes a no levantarse de la mesa bajo ninguna circunstancia. Todos los negociadores saben que en determinadas circunstancias es imposible continuar una negociación, por más acuerdos que existan para no abandonarla. Que, en esas circunstancias, continuar porfiando en negociar genera fenómenos que en un futuro cercano terminan liquidando el proceso. Toda negociación tendiente a reincorporar gente a la sociedad, que pretenda tener éxito, se tiene que mover dentro de los límites variables de aceptación que a ella le confieren las fuerzas políticas, económicas y sociales de la nación. 5 A todos los miembros del grupo negociador se les permitió trasladarse al lugar con los familiares que consideraran; por lo general, éstos lo hicieron con sus esposas o compañeras

11

Page 12: Colombia Internacional No. 36

pos de carácter urbano, su contacto con las fuerzas políticas y sociales locales era permanente, no estaba de más que el sitio fuera de fácil acceso para que éstos pudieran acentuar sus aproximaciones.

Era importante esta relación grupo negociador -comunidad-milicia, a fin de evitar que la concentración de sus mandos pudiera producir un debilitamiento en la cadena de dirección e inducir a que los mandos que permanecían en las zonas de operación dieran rienda suelta a sus rivalidades y contradicciones, o sucumbieran a las presiones de otras milicias para que se desconociera el proceso de negociación. Este temor era recíproco, puesto que la comandancia, sentada en la mesa de negociación, requería unos fáciles canales de comunicación con las bases y la gente de la comunidad, a fin de estar segura de que cada avance conseguido en la mesa contaba con el debido respaldo de estas instancias. La realidad se encargó de ratificarnos lo acertado de esta decisión y de las facilidades dadas para su acceso, ya que en el curso de las conversaciones las dirigencias de los grupos lograron conjurar varios intentos de insubordinación, alentados particularmente por otras milicias o bandas rivales6.

El problema mayor que significaba adelantar un proceso de negociación sin concentrar la fuerza armada se resolvió con la unión de dos componentes: el primero, un compromiso de las milicias de no actuar, es decir, lo que comúnmente se ha llamado cese de hostilidades; y el segundo, un compromiso decidido por parte de las Fuerzas Armadas con todo el proceso. Sobra señalar que la colaboración de las Fuerzas Armadas fue determinante en el éxito de esta empresa. Las difi-

cultades, que las hubo, siempre lograron superarse sin consecuencias mayores7. Cosa similar sucedió con el compromiso de las milicias, que llegaron incluso a entregar a las autoridades a un miembro de su organización que había cometido un homicidio. El tamaño de las dificultades el tiempo lo minimiza, pero recordemos que al poco tiempo de la desmovilización fue asesinado "Pablo"8, el jefe de las Milicias Populares del Pueblo, principal negociador y gerente de la cooperativa de vigilancia Cosercom, sin que por este hecho el gobierno recibiera ningún reclamo o inculpación de parte de las milicias9.

Muchos fueron los esfuerzos de todas las partes (gobierno, Fuerzas Armadas y milicias) para que el curso de las negociaciones no se viera atropellado por dificultades ajenas a las que eran propias de la mesa de discusión.

El grupo negociador de las milicias terminó siendo su comandancia, aunque el gobierno, previendo las dificultades que podría implicar el retiro de su jefatura de la zona de operación, y dada la cercanía del campamento, las únicas condiciones que puso eran que el equipo negociador, cualquiera que él fuera, debería contar con una capacidad total para asumir compromisos y tomar decisiones, y que de ninguna manera el gobierno aceptaba negociar ad referendum, y que este grupo debería permanecer en el lugar de la negociación todo el tiempo que durara la misma.

El gobierno, además del equipo negociador de la Consejería Presidencial para la Paz, estuvo representado por el consejero presidencial para Medellín, un representante del ministro de Gobierno, un representante directo del alcalde de

6 Infortunadamente, por razones que no es el caso tratar de explicar ahora, estas rivalidades se agudizaron después de desmovilizadas las milicias, como consecuencia de ellas han muerto sus principales líderes, y actualmente ellas son, en parte, las causantes de que todo el proceso se encuentre en vilo.

7 Esto hay que valorarlo de manera particular, en especial en las primeras fases del proceso y en lo que respecta a la policía, pues no podemos olvidar que durante las épocas más negras del narcoterrorismo, no sólo se pagaba hasta un millón de pesos por cada policía muerto, sino que cientos de ellos fueron asesinados en las comunas de Medellín, y aunque las áreas de las comunas donde operaban las milicias involucradas en el proceso de paz no se habían distinguido por su actividad en este campo, el odio de la policía hacia los milicianos era visceral.

8 "Pablo" era el seudónimo utilizado por Carlos Hernán Correa Henao, quien fue asesinado el 8 de julio de 1994 en la Comuna Nororiental de Medellín.

9 Esto es bien significativo y se puede considerar como una muestra palpable del grado de confianza que tenían las milicias en el compromiso del gobierno con la tarea de la paz. Al entierro asistieron el ministro de Gobierno y el consejero presidencial para la paz, sin que hubieran tenido que escuchar siquiera una nota discordante contra ellos o la administración del presidente Gaviria. Cuando la muerte de "Pablo" sucedió, éste se desplazaba por el barrio Popular Nº 1 conduciendo una motocicleta de su propiedad. La seguridad asignada por el gobierno para su protección personal, consistente en dos vehículos y siete escoltas, fue despachada por la víctima a las 7:30 p.m., después de que ésta lo hubiera dejado en su residencia.

12

Page 13: Colombia Internacional No. 36

Medellín, otro del gobernador de Antioquia y uno más del clero colombiano, este último en calidad de tutor moral del proceso. Los secretarios municipales y directores de organismos descentralizados participaron activamente en la negociación de los puntos referentes a la inversión social en la zona.

A diferencia de las anteriores negociaciones de paz, las milicias centraron sus demandas en beneficios para la comunidad, principalmente en obras de infraestructura y de servicios, discusión que fue muy dispendiosa y detallada debido al conocimiento preciso que tanto las milicias como los funcionarios municipales tenían de las condiciones y requerimientos de la zona. Las demandas políticas se dieron pero no tuvieron un alto perfil, o por lo menos no fueron objeto de mayores exigencias, principalmente porque una vez surtida la discusión sobre la dimensión del fenómeno miliciano, ellos fueron claros en expresar que si para llegar a las Juntas Administrativas Locales o al Concejo Municipal requerían ventajas especiales era porque de verdad no estaban enraizados en sus comunidades. En este aspecto, lo que se acordó fueron unos compromisos temporales, válidos hasta la elección de nuevos dignatarios para las mismas.

En todo el proceso fue fundamental el valor que los miembros de estas organizaciones le confirieron a los compromisos de palabra. Desde el principio, los negociadores lo plantearon y los hechos se encargaron de corroborarlo. Bastaba con que ellos se comprometieran de palabra para que se sintieran obligados a cumplir, cualesquiera fueran las consecuencias de lo comprometido. Ese carácter "frentero" y ese respeto por la palabra empeñada ayudó a darle agilidad y claridad a la negociación. No había que repetir a cada rato qué era lo acordado; bastaba con que lo hubieran dicho una vez, para que las cosas se hicieran conforme a lo expresado. Ese respeto por lo comprometido, sin que se hicieran esfuerzos por acomodarlo en provecho unilateral, también fue aplicado por ellos al gobierno, y, salvo algunas dificultades al inicio, el resto del proceso se caracterizó por una elevada confianza en todos los compromisos de palabra hechos por parte del gobierno.

Para el gobierno, esta negociación representó desde sus inicios un gran reto que lo obligó a buscar por qué no decirlo y a inventar soluciones a las nuevas complejidades que este pro-

ceso conllevaba, particularmente en lo referente a la concomitancia entre desarme, desmovilización, conservación y recuperación de la zona para las autoridades legítimas.

Específicamente, es sobre los anteriores puntos que radican las mayores diferencias entre este proceso de negociación y todos los anteriores.

El principal reto que enfrentó el gobierno en ese momento era cómo responder de manera efectiva a la siguiente pregunta: ¿Cómo podemos desarmar unas milicias rodeadas de enemigos armados que desean ocupar sus espacios y garantizar, al mismo tiempo, que éstas puedan continuar viviendo en estas zonas, sin que por ello corran riesgo sus vidas? La respuesta obvia era: ocupando la zona con policía o Ejército hasta que se lograra un clima de convivencia, pero la verdad es que esto se tuvo que descartar desde el principio, entre otras razones por la imposibilidad real de llevar a efecto una ocupación, no sólo por el ingente pie de fuerza que esto requería, que ni siquiera en las peores épocas de la lucha contra Pablo Escobar se había podido efectuar a cabalidad sino porque dicha ocupación debería mantenerse mínimo por el tiempo que persistieran las amenazas, las que, se calculaba, sólo concluirían cuando el gobierno lograra terminar con ellas, cosa que no era factible antes de varios años. Tampoco era pertinente arrancar un proceso de aclimatación de la paz y la concordia poniendo de la noche a la mañana dos enemigos acérrimos, como lo eran las autoridades militares y de policía, y las milicias. Tampoco la población estaba dispuesta a aceptar esa presencia repentina de la policía en sus comunas, ya que gran parte de esta población compartía con las milicias el rechazo a las autoridades. Para el gobierno era claro que había que construir esta convivencia. Era necesario ganarse de nuevo el apoyo a las autoridades y el respeto por las mismas, y el plan general de reincorporación de los milicianos contemplaba un diseño especial para alcanzar estos fines. Finalmente, ni los milicianos ni la población de las comunas estaban dispuestos a endosar su seguridad a las autoridades.

Ante la imposibilidad de que el Estado hiciera cabal presencia en las zonas, de acuerdo con lo que podría indicar una solución dentro de los parámetros de la lógica formal, hubo que diseñar una fórmula intermedia y de carácter temporal. Esta fórmula consistió en crear, con menos de la mitad de la militancia, una cooperativa de seguri-

13

Page 14: Colombia Internacional No. 36

dad, que, enmarcada dentro de todas las normas legales que reglamentan el ejercicio de esta actividad, colaborara con las autoridades en la prevención de actividades delictivas en las zonas donde estas milicias actuaban.

El diseño de la cooperativa, con las condiciones especiales que el caso requería, fue contratado por el gobierno con un reconocido profesional en la materia, que antes de proceder a su diseño conoció en detalle toda la problemática de la zona.

En ese momento, y también ahora en Colombia, no eran extraños los críticos de esta solución; aún hay quienes consideran un despropósito el hecho de haber dejado armados a unos milicianos, con la bendición del Estado. Pero la verdad es que ahora, pasados casi tres años, no sólo considero como acertada la decisión, sino que me mantengo en la idea de que ésta era la única alternativa viable para poder realizar este proceso de paz. Afirmo que las principales dificultades que ha vivido el proceso son debidas a que no recibió la atención requerida y a que no se cumplió el proyecto de desarrollo de la parte correspondiente al plan de recuperación de la zona por parte del Estado. El cambio de gobierno, a escasos dos meses de haberse producido el acto de desmovilización, terminó por afectar de manera inexorable y profunda este proceso de paz.

La cooperativa fue conformada por menos de la mitad de los desmovilizados, distribuidos proporcionalmente entre los miembros de las milicias, y todos ellos recibieron capacitación especial, tanto en el área de la vigilancia como en las áreas administrativas. Para quienes habrían de cumplir actividades de vigilancia, se realizaron todos los cursos que exige la Superintendencia de Cooperativas de Vigilancia Privada para la práctica legal de esta actividad. Para quienes habrían de formar los cuadros directivos y administrativos de la cooperativa, se buscaron miembros de las milicias que tuvieran alguna experiencia en este tipo de labores, como eran la administración de personal, la contabilidad, las comunicaciones, la armería, el archivo, etc., o personas que tuvieran inclinación hacia el desempeño de las mismas, y a todos se les dictaron cursos de formación en estas áreas.

El gobierno, consciente de que las dificultades en estos campos persistirían por algún tiempo, ya que en muchos casos se requerían cursos re-

gulares de formación, financió el montaje de una administración paralela a la de la cooperativa, constituida por profesionales de tiempo completo, en las diferentes áreas, para que guiaran, aconsejaran y vigilaran todas las actividades de la cooperativa.

Para el gobierno era tan importante evitar cualquier transgresión de la ley por parte de la cooperativa, como preservarla económicamente, a fin de que ésta cumpliera con unos objetivos de rentabilidad que en un futuro cercano permitieran a sus miembros tener bases para iniciarse en actividades económicas diferentes de aquellas que implicaran la tenencia de armas. Esto último, porque la cooperativa siempre fue pensada, y así quedó consignado en los textos, como una actividad temporal, justificada únicamente por las particulares condiciones de violencia de la zona.

El armamento con que se dotó esta nueva entidad de vigilancia fue el permitido por la Superintendencia respectiva para la práctica de este tipo de actividades y se adquirió y manejó conforme a lo establecido por el estudio que para este fin fue contratado por el gobierno.

Finalmente, el gobierno aportó los recursos financieros necesarios con el fin de que el municipio de Medellín contratara los servicios de la cooperativa para que realizara labores de vigilancia y prevención en las zonas donde operaban las milicias desmovilizadas, a las que, por tal razón, les quedó terminantemente prohibido recibir pagos de los habitantes de dichas zonas por la prestación de sus servicios.

La Iglesia jugó un papel destacado en todo el proceso; además del que la propia negociación le confería como testigo de excepción, fue fundamental en el mantenimiento de la estabilidad psicológica de los negociadores de las milicias, quienes no sólo eran profundamente creyentes sino que, de manera constante, caían en estados de depresión y angustia originados en la visión apocalíptica de su futuro y en los oscuros recuerdos de la violencia pasada. Como ejemplo de estas terribles premoniciones que constantemente los asediaban, recuerdo, como si fuera hoy, el día en que "Pablo" se me acercó y me dijo: "Doctor Jaramillo, hoy he permitido que la prensa me tome fotos, hoy firmé mi sentencia de muerte", y procedió a sumirse en una angustia de la cual sólo lograron sacarlo varias horas de consejo sacerdotal.

14

Page 15: Colombia Internacional No. 36

En estas primeras reflexiones sobre lo que fue el proceso de negociación de paz con un grupo de carácter urbano, el acento fue puesto sólo en algunos de los componentes que de manera fundamental lo distinguen de los que anteriormente se habían cumplido con grupos insurgentes rurales. Esto no quiere decir que los otros elementos constitutivos de la negociación no hayan tenido un énfasis particular, determinado por el carácter del grupo y por todo el contexto general que rodeó la negociación, que de alguna manera los

hace diferentes de los desarrollados en anteriores procesos. Pero, en general, podemos decir que los aspectos diferenciales más destacados residen en los puntos señalados en las anteriores reflexiones, que apenas pueden ser entendidas como una inicial y tímida aproximación a las inmensas complejidades inherentes al proceso de negociación que condujo a la desmovilización de tres de las más importantes milicias urbanas de Medellín.

15

Page 16: Colombia Internacional No. 36

LA REINSERCIÓN DEL EPL: ¿ESPERANZA O FRUSTRACIÓN?

Arturo Alape

INTRODUCCIÓN

El presente texto, que forma parte de una investigación ampliada1, intenta ofrecer una aproximación al proceso de reinserción del Ejército Popular de Liberación, EPL.

Desde diferentes ángulos y voces, el trabajo recoge la experiencia de investigación que se realizó en equipo, durante año y medio, en diferentes zonas del país, sobre la base de doce talleres regionales y entrevistas calificadas a dirigentes del EPL, diversos dirigentes políticos, gremiales, gobernadores, alcaldes, representantes de la Iglesia, de las Fuerzas Armadas, funcionarios del SENA, del ICA y periodistas, entre otros, con quienes se estructuró una amplia reflexión sobre la integración de los combatientes del EPL a la vida civil.

Los doce talleres se basaron en una muestra representativa de 450 ex combatientes, número significativo que constituye más o menos el 25% de los 2.000 reinsertados del EPL.

Los principales ejes temáticos de este trabajo giran en torno a los siguientes tópicos: a) el acampamiento, donde se configuran las visiones y expectativas de lo que será la desmovilización y la reinserción; b) la salida del campamento, la dispersión del grupo, y el choque con la realidad en sus dimensiones cotidianas; c) el período de subsistencia, con el auxilio económico gubernamental y la constitución de la opción familiar; d) la formulación y arranque de los proyectos microempresariales, las asesorías, éxitos, fracasos y conflictos surgidos en el desarrollo de los mismos.

El campamento: miradas de incertidumbre

Cuando en las discusiones de un proceso de paz se llega al acuerdo del acampamiento de las fuerzas insurgentes, esa decisión es, de por sí, un compromiso entre las partes para conducir el proceso hasta el final. Este acuerdo difícilmente podría tener un retroceso, ya que, de haberlo, traería funestas consecuencias en lo militar y político para ambas partes. Es la concreción de algunos aspectos de la agenda que se discute; y como repercusión inmediata, crea un estado de confiabilidad ante la opinión pública. Además es una demostración, por parte de la dirección de la insurgen-cia, de su capacidad de mando y de la cohesión y obediencia de sus hombres para acatar la decisión. Un cambio total de mentalidad y de concepción en la propia dirección y en la base del grupo insurgente, de pasar de la trashumancia permanente a una situación de quietud de la fuerza y dar comienzo en la práctica a un nuevo discurso: el de la paz. Así lo explica el ex comandante Rafael Kerguelén:

Lo más positivo es que el campamento se convierte en una etapa previa a la desmovilización; la gente, al llegar al campamento, está desmovilizada, para hablar en términos precisos; pero no se desarma. Es el comienzo y están dadas las mejores condiciones para cimentar la nueva etapa que viene, están los temas que puedes abordar, hay una etapa de descanso, no existe ese acoso militar permanente... El gobierno se compromete a crear las

condiciones adecuadas de seguridad en lo militar y en lo logístico para que el acampamiento cumpla con sus objetivos. La población civil tendrá que aprender a convivir sin que esté señalada como

1 La investigación ampliada, con el título "La reinserción del EPL desde las regiones", fue financiada por el Programa Presidencial de Reinserción y por la Fundación Progresar. El equipo de investigación estuvo conformado por Arturo Alape, como investigador principal; Fabio López de la Roche, asesor socio-histórico; Cecilia Isaza, coordinadora, y Carolina Aldana, asistente.

16

Page 17: Colombia Internacional No. 36

víctima, en un extraño contexto de "transición" hacia la paz, en que históricos enemigos ahora se miran, se vigilan a una prudente distancia y no disparan sus armas.

En los campamentos se gesta una rica y profunda experiencia humana, social y política, antesala inmediata que presiente o prevé lo que será la desmovilización y desarme del grupo insurgente, el reencuentro con una sociedad, que antes, cuando se estaba en el monte, se quería transformar por la vía de la revolución armada. La incertidumbre individual y colectiva será la sombra acompañante hasta la finalización de las conversaciones y la firma de los acuerdos. Después vendrán las paradojas mediatizadas en tantas miradas de esperanzas: reencuentros y desencuentros familiares, frustraciones sociales y políticas, reconocimiento de una realidad profundamente desconocida, en muchos de sus ámbitos.

La decisión de acampamiento de los frentes del EPL se asumió durante el proceso de conversaciones entre el gobierno del presidente Gaviria y el mando central de los insurgentes, decisión que estuvo sujeta a los vaivenes y tensiones que se dieron en diversas etapas, durante las mismas conversaciones. Se llegó al acuerdo de la instalación de diez campamentos y se convino que después de dos meses se reducirían a seis. Los iniciales eran dos en Urabá, dos en Córdoba y uno en Norte de Santander, Guajira, Bolívar, occidente de Antioquia, Putumayo y Risaralda. La comisión negociadora se desplazó en helicóptero hasta Córdoba e instaló en la población de Juan José, municipio de Montelíbano, el campamento principal. Allí estaban ya concentrados la mayor parte de combatientes del EPL en la región.

En los traslados hacia los sitios escogidos, en el interior del grupo insurgente comenzaron a darse contradicciones ocasionadas por el mismo desarrollo de las conversaciones. Aún no se consolidaba en el grupo una unidad total de cuerpo, especialmente por influencia de los liderazgos regionales.

El peso inicial de la incertidumbre, de las dudas y la desconfianza ante una situación nueva y tensa no permitía vislumbrar la proximidad de una solución definitiva sino que, por el contrario, generaba nuevos problemas.

Surgió por inercia un proceso de deterioro y descomposición militar de la fuerza: el aburrimiento, las complicaciones, la nueva relación de

los combatientes con la comunidad. En cada frente se fueron configurando condiciones específicas para al acampamiento y para buscar la solución adecuada de sus problemas.

En los anteriores campamentos guerrilleros, sujetos al devenir de la guerra y la trashumancia del grupo, se daba un particular tipo de vida cotidiana: la imposición de un orden jerárquico, la sujeción a la orden y a la voz de mando. En el nuevo campamento, en medio de una atmósfera de ambigüedades, las negociaciones se desarrollaban por lo alto en la mesa; la base de combatientes aún no tenía claro que el acampamiento terminaría en la decisión de la desmovilización. Ellos tampoco tenían en claro que su vida comenzaba a cambiar de rumbo definitivo. Se les había preparado mentalmente para afrontar una prolongada guerra en la lucha por el poder; ahora se les colocaba en medio de una alambrada de incertidumbre y la tediosa espera que le daría, a la postre, un poco más de claridad a sus miradas y a sus posibles proyectos de vida. Las direcciones de algunos frentes se plantearon, como tarea prioritaria, conocer a fondo al conjunto humano de los combatientes sus orígenes y conocimientos académicos, sus experiencias laborales y sus mundos vivenciales para poder vislumbrar y planear el papel que éstos jugarían en el proceso de reinserción que se avecinaba. Los datos que se habían vuelto secretos en la vida del monte eran ahora los necesarios, los que en las nuevas circunstancias los legalizarían en aquella sociedad que con tanto ahínco habían combatido. Era como volver a mirarse dentro de sí mismos, regresar la mirada hacia el pasado y descubrirse otra vez en lo que se había sido hasta el presente y mirar con cierto optimismo hacia el futuro.

No todos los combatientes ingresaron en la guerrilla por una razón determinada. En esa decisión, tan personal y definitiva en la vida de un hombre, interviene una diversidad de causas sujetas a circunstancias muy específicas de quien asume esa decisión. Teodoro Díaz, ex comandante, tiene su propia explicación del fenómeno:

Uno se metió a la guerrilla porque le gustó una guerrillera, porque le gustaba el monte y el uso de las armas, también por el impulso de una vida de aventura, y le atraía la vida difícil; uno se metió al monte de pronto pensando en unos ideales para luchar por una sociedad más equitativa...

17

Page 18: Colombia Internacional No. 36

Seis meses antes de que sucediera la desmovilización, en el campamento de Campo Giles, en Norte de Santander, se realizó una investigación que se preguntaba: "¿Quiénes éramos y quiénes eran nuestros compañeros...?". Se quería conocer en esencia el potencial humano con el que se contaba para dar ese paso de tanta trascendencia que significaba la desmovilización. Alfredo Cañizales, una de las personas que realizó la indagación, cuenta lo siguiente:

En medio de la investigación y de trabajar en las conclusiones que el Corpes financió, le daba a uno escalofrío de conocer quiénes éramos nosotros. Fue cuando comenzamos a conocer cuál era la realidad del potencial humano de la guerrilla. El 75% de los hombres que había en nuestro campamento escasamente había cursado hasta tercero de primaria, un 5% había cursado bachillerato, un 2% tenía universidad... A la pregunta: "¿Usted por qué ingresó al EPL?", las respuestas eran de este tono: "Ah, no sé. Yo estaba trabajando y pasó el EPL y me fui...". "Oiga compañero, ¿por qué el EPL?", "No, si hubieran pasado los elenos primero, me hubiera ido con los elenos...". La investigación que se realizó con los ex

combatientes del frente Libardo Mora Toro, en el Norte de Santander, que aplicó una encuesta a la población inmersa en el proceso (165), arrojó los siguientes resultados: el 24,2% de los combatientes era analfabeto. El 33,3% dejó inconcluso sus estudios primarios. El 12% había culminado el ciclo de la educación básica primaria. El 19,3% inició sus estudios secundarios pero no los culminó. Eran personas que residían en zonas urbanas como Cúcuta, Bogotá, Bucaramanga, Barrancabermeja, Ocaña y Medellín. El 3% de los combatientes completó sus estudios secundarios; todos habían vivido en ciudades. Sólo un 6,6% había tenido acceso a la educación universitaria y se encontraba estudiando en áreas de ingeniería y ciencias sociales cuando decidió entregarse de lleno a la lucha guerrillera. En su mayoría ocupaban rangos importantes dentro de la organización: mandos regionales, voceros políticos y comisarios políticos.

Un dato muy revelador y similar al anterior, sobre los niveles de educación de los ex combatientes en el campamento de Juan José, lo reveló uno de los participantes en el taller de Montería:

En el EPL, en Córdoba, teníamos 60 analfabetas, más o menos; alrededor de unos 170 hombres con primaria incompleta, con primaria completa podríamos tener 40. Con secundaria incompleta

de pronto había 35 y con secundaria completa había 4 o 5. La universidad la habían pisado dos combatientes y no la terminaron. Es la situación de educación que tenemos cuando se inicia el proceso de paz y de negociación, el período de la distensión... La investigación realizada en Campo Giles

revela en su indagación otras interesantes informaciones, que dan un amplio espectro de la composición humana de los campamentos: la edad del 69,6% de los combatientes fluctuaba entre 15 y 25 años. La mayoría eran de extracción campesina, habitaban en zonas de violencia y padecieron los rigores de la guerra. Las zonas donde vivían eran tierras olvidadas por el Estado; económica y socialmente se encontraban en una situación de desventaja. La guerrilla aparece denunciando injusticias y proponiendo un modo de combatirlas, reivindicando la lucha armada como único camino para los desprotegidos, y como forma de que los explotados lleguen al poder. Entonces, el joven que no tiene una gran capacidad de análisis acepta unirse a la guerrilla, no por convicción política sino porque es la única alternativa diferente que se le presenta en la vida. Además, ser guerrillero le da cierto estatus dentro de la región y se empieza a sentir valorado y respetado por su gente.

El 16,9% de los combatientes se encontraba en un intervalo de edad entre los 25 y 30 años. Algunos de ellos, por su experiencia, habían ocupado rangos importantes en la organización. El 9,1% tenía un rango promedio de edad de 30 a 35 años. En su mayoría tenían responsabilidades dentro de la organización.

El 1,8% se encontraba entre los 35 y 40 años, y el 2,4%, entre los 40 y 55 años. Eran los combatientes más antiguos de la organización; habían sido los fundadores del frente Limoto. El 67% de los combatientes eran hombres. El 33% eran mujeres, la mayoría de extracción campesina. El 73% de los combatientes tenía orígenes campesinos y provenía de lugares apartados de los departamentos de Santander, Norte de Santander y sur del Cesar. El 27% restante era de origen urbano: Cúcuta, Bucaramanga, Medellín, Bogotá, Ocaña. Un 65% de los combatientes se dedicaba a la agricultura; 15% estudiaba en colegios y universidades; 3,5% conducía tractores, camiones y carros; por último, 5% realizaba labores que requerían ma-yores conocimientos técnicos, como electrónica, computadores y docencia.

18

Page 19: Colombia Internacional No. 36

Estos datos, aunque están sólo relacionados con dos campamentos Campo Giles y Córdoba, recogen en esencia la composición humana del EPL en el país. En resumen, el personal que llega a los campamentos es en su mayoría de origen campesino; tiene una base social de bajo desarrollo académico y laboral y hay un pequeño grupo de dirigentes en su mayoría citadinos y mejor preparados para asumir la reinserción posterior. En el campamento se marca la profunda diferencia que caracteriza la reinserción vivida y experimentada, entre la base y la dirección del EPL. Dos visiones distintas, dos experiencias distintas en ámbitos totalmente diversos.

En los campamentos se reflejó el estado expectante que debieron vivir los combatientes del EPL antes de dar el paso crucial de la desmovilización y enfrentar la realidad del proceso de reinserción. Hicimos una primera pregunta en el taller de Urabá, con la intención de penetrar a ese mundo de los combatientes que febrilmente estaban viviendo la experiencia del campamento: "¿Ustedes qué visión tenían del país?". La respondieron muchos "acapamentados" y reinsertados que hicieron parte de la organización política en los pueblos y ciudades:

Vivimos en un país capitalista y ese país capitalista tenemos que reemplazarlo con otro modelo, que en ese momento significaba la lucha por el socialismo. Se tenía la idea de que se debía derrotar a la burguesía, principal clase social que estaba explotando al pueblo. Al ampliarse la discusión sobre la

desmovilización y la reinserción posterior, se expresaron ideas que descubren muchos vacíos de información durante el proceso de las negociaciones. Los ex combatientes no conocían a fondo lo que se estaba negociando y lo que se venía manejando en la mesa. Incluso en el mismo campamento de Pueblo Nuevo se produjo malestar y hubo personas que desertaron. Se sabe que dentro del mando militar y en las filas del partido no existía unidad, por la diversidad de opiniones e intereses propios; cada mando pensaba manejar su sector de influencias para alcanzar una determinada cantidad de votos y quedar en la dirección del partido y del EPL.

En el campamento hubo intensos debates en todos los niveles. Se trataba de una fuerza que había desmontado su proyecto militar y que ahora creía aunque no todos sus miembros que la solución política debía buscarse por otros me-

dios. Vendrían los tiempos de incertidumbre en un complicado proceso de transición humana, que sirvió para que muchos ex combatientes hicieran una revisión a conciencia de lo que habían sido sus propias vidas, como un pasado no muy lejano.

La guerrilla no estaba acostumbrada al acampamiento, y cuando esto sucede, el ocio se vuelve destructivo, devastador por sus efectos negativos. Cambia absolutamente su concepto de vida trashumante, que tiene momentos de vida en cercanía de la población civil, lo mismo que el intenso y corto tiempo del fragor de los combates. El tiempo que más duraba la guerrilla en un sitio era de cuatro a ocho días, porque era móvil, por las circunstancias de la guerra. El tiempo de laxitud improductiva en los campamentos debía resolverse de una forma creativa que sirviera de formación para el personal. Había que preparar a los ex com-batientes, los que habían vivido de verdad como experiencia la guerra y los recién llegados, quienes la habían vivido como fantasía sin haberla hecho. Se trataba de vislumbrar las nuevas perspectivas, de sacar a la gente del mundo real o imaginario de la guerra, que había quedado o estaba quedando a las espaldas, como su propia antigua realidad. Para el ex comandante Carlos Mario Franco era imposible preparar a la gente en los campamentos porque no se tenía ningún modelo de reinserción, el gobierno tampoco lo tenía y, en el comienzo de las conversaciones, las iniciativas que se pensaban en la marcha, el gobierno las bloqueaba. Entonces la gente vivía más a la expectativa de lo que iban a hacer los mandos y a esperar el helicóptero que llegaba al campamento para ver qué nuevas noticias traía.

Explica Carlos Mario Franco que somos nosotros mismos y no por iniciativa del gobierno eso se vio en todos los campamentos los que comenzamos a programar planes de educación, de alfabetización con alguna gente de la organización que tenía experiencia en pedagogía, llamamos a algunos profesionales, sociólogos, psicólogos para que hablaran con la gente. Pero siempre les produjo temor en las

relaciones matutinas diarias tener que decirle a la gente que iban a entregar las armas. Eso era como un tabú, despertar heridas, destruir sueños, porque el combatiente decía: "hermano es que entregar estos fierros que nos han costado sangre, que mire, que esto". "Entonces le tocaban a uno esa parte

19

Page 20: Colombia Internacional No. 36

humana, ya uno se abstenía un poco, ¿sí?", agrega Franco.

Carlos Mario Franco reconoce que una de las cuestiones más positivas del proceso en los campamentos es que volvió a sus integrantes más democráticos. La base guerrillera tenía más opciones de escuchar y participar en discusiones mucho más amplias, conocer detalles del desarrollo de las conversaciones, identificar los problemas más candentes en algunos campamentos. Para los combatientes la información se volvió una cuestión vital. Franco comenta:

Cuando se dieron las decisiones en el campamento de Labores, en Norte de Santander, nosotros reunimos a la gente y le dijimos: "Nos llegó este parte. Desertaron tantos hombres, gente que no estaba convencida del proceso". Se comunicó la noticia al personal, sabiendo que uno tampoco estaba totalmente convencido del proceso. Se realizó una asamblea donde dijimos: los que no compartan el proceso lo pueden manifestar aquí, no los vamos a fusilar ni mucho menos y se pueden ir pa' la casa. En una encuesta realizada en Norte de

Santander, los combatientes del frente Limoto expresaron sus preferencias de áreas de capacitación: confecciones, calzado, mecánica, conducción, comercio, agricultura, ganadería y medicina. Algunos querían volver al campo a trabajar la tierra, pero otros se negaban y querían quedarse en la parte de mecanización, de tractoristas. En la encuesta había 35 personas del campamento que querían seguir trabajando en seguridad y querían ser jefes de seguridad y escoltas de los comandantes, no querían desprenderse del arma y de la antigua formación y actitud como militares. Estos oficios descubrían deseos recónditos para un futuro incierto, pero como deseos descubrían entre los propios combatientes su propia realidad de impreparación para afrontar cualquier futura propuesta laboral.

En el taller de Urabá, un participante dijo una verdad con cierto sabor de amargura, en relación con su experiencia educativa en el campamento:

A uno no lo prepararon para hacer un acuerdo, a mí me prepararon fue pa'ser guerrillero, a mí no me prepararon pa'que después de que saliera de allí, fuera a administrar una empresa. Es muy berraco convertir un guerrillero de un día a otro en un empresario...

Esta afirmación demuestra la existencia de evidentes vacíos en la preparación. La razón radica en que lo fundamental en ese momento en los campamentos era la culminación de los acuerdos, según el tire y afloje de la agenda acordada con el gobierno; se desconocía el significado de un proceso de reinserción. También había vacíos en la preparación por el triunfalismo de los cuadros dirigentes del EPL, que pensaban y soñaban que la decisión política de la desmovilización les traería en el futuro inmediato realidades de nuevos y amplios espacios políticos. Además, pensaban que serían pieza vital en la inmediata transformación del país. Vivían en un mar de optimismo, influidos por la experiencia triunfante, en ese momento, de la Alianza Democrática.

En el XIII Congreso del PC ML en Pueblo Nuevo y la IV Conferencia del EPL en Juan José se presentaron las discusiones finales sobre el acuerdo con el gobierno, haciendo énfasis en la participación en las deliberaciones de la Constituyente, y en un intenso debate a finales de 1991, en torno a la desmovilización. Hubo discusión y propuestas específicas al preacuerdo en todos los campamentos: la firma del acuerdo final, el 26 de febrero de 1991, la agenda de compromisos, el inicio del inventario de armas y las circunstancias que condujeron hasta el desarme de todos los frentes y la supresión de los campamentos. Rafael Kerguelén recuerda:

Fue una conferencia democrática, sin ningún tipo de manipulaciones ni de intervención de la comandancia; asistieron más de 200 delegados. Fue unánime la decisión de dejar las armas, la discusión más general era sobre aspectos que no se manejaban mucho, que si amnistía, que si armisticio, que si indulto. Alguna gente decía que no debíamos entregar las armas sino guardarlas, hacer un armisticio, pacto de no agresión, que la experiencia de Venezuela... Y lo otro que se discutió a ciertos niveles se relacionaba con los alcances de los acuerdos políticos, la participación en la Constituyente. Lo fundamental fue que la gente estuvo de acuerdo en que se dejaran las armas y que había que jugárnosla y plantear el aspecto político. La discusión se centró en el proyecto político a cambio de la desmovilización, pero la reinserción como concepto claro y definido no se manejaba, tampoco en la mesa de negociación se manejaba la cuestión...

20

Page 21: Colombia Internacional No. 36

"Dejamos de ser colectivos para volvernos individuales..."

Hoy, después de cuatro o cinco años transcurridos desde el 1 de marzo de 1991, los ex combatientes viven un tiempo de transición en un presente para mirar lo que tienen por delante, no como la simple ilusión que se sueña sino como la brutal realidad que tiene muchas sorpresas agazapadas. Enán Lora, ex comandante del EPL, recuerda:

Ahora, ante la desaparición de la guerrilla, se pierde toda una simbología construida con la masa. Si bien, en cierta forma, ahora nos podemos integrar más a la sociedad es distinto y lo será bajo interrogantes muy grandes, que no están resueltos para ellos ni para nosotros. Los que hicieron la guerra, no como ilusión

fantasiosa sino como una realidad de frente a la respiración de la vida y el asomo del rostro de la muerte, son los actores y testigos que ahora hablan de la desmovilización. Como precisa el ex comandante Darío Mejía:

Ésta trae consigo la terminación de las estructuras. Se acaban las jerarquías, las órdenes y los privilegios, etc. Es una nueva forma de enfrentarse al mundo. La clandestinidad acaba y con ella las otras identidades, las otras viviendas, los viajes y los supuestos trabajos; todo empieza a ser la vida normal del ciudadano; hay, quién lo creyera, que acostumbrarse hasta al propio nombre... Es el momento en que el combatiente recupera su individualidad. Ésta, duramente golpeada por la estructura de mando y por la vida comunitaria de la guerra, lleva a que los hombres reivindiquen su yo como aporte del propio proceso de desmovilización; para el individuo no es clara ya la orden de mando, gana en personalidad y autoestima y empieza a reconstruir su vida... Rafael Kerguelén regresa por los recuerdos: Uno lo que añora, lo que le hace falta es el ambiente que se vive en la guerrilla, la solidaridad, el compañerismo frente a las cosas, el espíritu de grupo, donde en realidad uno no tenía nada pero lo tenía todo... Claudia Capera recuerda que los valores del grupo se expresaban como en un cariño muy grande que se refleja en la vida en la guerrilla, se comparte la comida así sea poquitica, la comida se reparte en partes iguales, no sólo por disciplina sino porque es así, ya por la costumbre y la convicción. Por ejemplo, el trato con los heridos era un trato humanitario

de mucho afecto y mucha ternura. No necesariamente un compañero muerto era llorado. Pero sí había una forma de vivir esos duelos, diferente a la cristiana. Al morir un compañero en combate, el cuerpo se recuperaba, no importaba las dificultades, se enterraba; eso tenía un significado muy especial... Muchos de esos valores se fueron perdiendo

en un proceso de descomposición humana en el que el dinero de los secuestros jugó un papel nefasto. Frente al poder ilimitado del dinero, nada o poco se opone, especialmente en una situación de aislamiento en que poseerlo y gastarlo denota una expresión de poder individual. La guerrilla se había convertido en un inmenso vientre materno. Al guerrillero se le cumplía con sus necesidades básicas dentro la estructura militar: su equipo, dos mudas de ropa, sus zapatos, sus medias y sus interiores, su jabón y cepillo, su arma de dotación. Según Darío Mejía, en la guerrilla había un valor muy grande, el respeto al mando y del mando al combatiente; había una integración muy grande. Él piensa que "nosotros pasamos a reemplazar a las familias, hacíamos las veces de padres. Había un sentido de la justicia"; la gente tenía la posibilidad de decir en las asambleas lo que pensaba, podía criticar incluso al mando. Para Claudia Capera, la cuestión de la democracia en la guerrilla no era una cuestión tan transparente, en general. Lo explica críticamente, de una manera muy sencilla:

Hubo épocas en que se sostuvo que el centralismo democrático quería decir que había períodos de centralismo y períodos de democracia. Los períodos de democracia eran los eventos, las conferencias, los plenos. Todas esas formas organizativas creaban como espacios de discusión. Después continuaban los espacios del centralismo, de la orden de arriba hacia abajo, del control de arriba hacia abajo para el cumplimiento de las tareas.

En la vida de una organización guerillera como el EPL se establecen fuertes relaciones de dependencia en el colectivo, de compartir y colectivizar todos los bienes materiales y afectivos. No hay vida privada; hay desprendimiento del espacio en todo lo que éste puede implicar; debido al riesgo y acecho constante de la muerte, es necesario desplazarse constantemente para evadir al enemigo. Tal movilidad produce inestabilidad; se está pero no se está al mismo tiempo; sólo se está a la espera de cumplir la orden, en la disposición to-

21

Page 22: Colombia Internacional No. 36

tal de las necesidades de la organización, situación que refleja una visión del mundo en el presente, en el momento vivido. No se puede vislumbrar el futuro, todo puede sobrevivir o no: en un tiempo muy presente.

Reingresar en la sociedad civil es como si el ex combatiente volviera a conocer su propia identidad, descubre secretos de su individualidad, antes opacados y ocultos por lo colectivo; es el comienzo de la responsabilidad de valerse por sí mismo. Es un hombre que no sabe ordenar lo que debe hacer. No sabe cómo actuar individualmente. Antes de hacerlo se le crea un vacío mental y un nudo en la garganta. Da la impresión de caminar con pies prestados, mientras está esperando la voz de mando que de pronto le dará la orden, para encontrar la solución esperada. Es un hombre que sufre todo un reacondicionamiento mental y social. De nuevo, el reconocimiento de su propia soledad como ser social, en un entorno social, psicológico y político distinto, incluso hostil en determinadas circunstancias.

La reinserción introduce un nuevo mapa humano geográfico que dispersa a los ex combatientes; es incierto porque se crea en condiciones de dificultades psicológicas, sociales y materiales en la proyección de una actitud definida de vida. Y en lo político, como un quehacer diario, sólo queda el vacío ante la espera de afianzar el proyecto individua 1 familiar. Los que no olvidan antiguos ideales del grupo armado miran hacia la futura actividad política. Los otros simplemente se pierden en los laberintos dramáticos de la vida citadina, que tiene como signo presente la fuerza atrayente de una individualidad plena de egoísmos. El grupo guerrillero no es homogéneo ni durante su permanencia en el monte, ni en el momento de la desmovilización. Es un grupo humano que debe asimilar en poco tiempo esa doble experiencia, por cierto traumática, mundo guerrillero-mundo de la sociedad civil y sólo desde su formación personal, incipiente o desarrollada en sus niveles, asume consciente o inconscientemente la reinserción como un reto individual de proyecto de vida. Es en ese momento crucial, en el cruce del puente entre la vida de guerrillero y la vida de desmovilizado, cuando el reinsertado necesita una ayuda, el acompañamiento psicosocial que lo oriente en ese mundo complejo de lo familiar-social-económico y político que debe afrontar. Esta orientación no funcionó como con-

junto en el proceso de reinserción del EPL, que debió ser implementada en una definida y estudiada política institucional.

Los ex combatientes salieron de los campamentos con un sueldo de $75.000 (mensual) y duraron casi un año devengando ese sueldo; después vinieron los dineros de los proyectos pero la gente ya estaba desorganizada, dispersa. Son muchas las causas de esas rupturas. Una razón, se expresó en el taller de Montería, se debió a la desvinculación política que hubo dentro de la organización.

Era el reconocimiento de una individualidad que estaba perdida, en la que el egoísmo de lo mío no existía. Ahora, para poder vivir, se debía defender lo que "es mío". Una defensa a ultranza, sujeta al salario que daba el gobierno, sin ninguna expectativa, por cuanto se estaba enfrentado a ese mundo feroz de la competencia laboral sin ninguna preparación para hacerlo.

Los ex combatientes encuentran un eje que los equilibra emocionalmente, un eje que les da nuevos alientos, que impide que muchos terminen en la desesperanza y aislamiento absoluto: la recomposición de la familia, el reencuentro con la familia que se había abandonado por cuestiones políticas, el reencuentro con la familia que siempre había estado esperando el momento del regreso, la fundación de la nueva familia, que comienza con los hijos que se engendran en los campamentos. Esa situación los coloca en una actitud de responsabilidad personal, que implica luchar por la creación de los medios de subsistencia. Son muchas las reflexiones de los ex combatientes en ese enfrentamiento consigo mismos. Mundos individuales complejos y contradictorios; mundos individuales que intentaban unir los fragmentos dispersos del ser social. Muchos asumieron, entonces, con valor las rupturas de todo tipo. En los primeros meses de la reinserción vieron sus rostros en el espejo del agua que corre, y ahondaron en sus propias miradas y encontraron ciertas imágenes en momentos de oscuridad. Un ex combatiente explica:

todos esos aguijonazos que en el pasado nos clavamos en el alma, surgieron a partir de que nosotros iniciamos este proceso de reinserción y hemos caminado con dificultades unos, otros a base de tesón y berraquera y sin atención psico-

22

Page 23: Colombia Internacional No. 36

social, pero hemos ido venciendo progresivamente todos esos factores adversos...

Rehacer la vida individual fue la gran enseñanza del primer periodo de la reinserción. El afianzamiento de ese proyecto de vida comenzaría con las propuestas de los proyectos productivos. Rogelio Henao hizo, en el taller de Medellín, una formidable síntesis de ese periodo de transición que vivieron los reinsertados en los primeros meses, después de dejar los sueños acantonados en los campamentos: "Es que dejamos de ser colectivos para volvernos individuales...".

La reinserción económica: proyecto de vida

El proyecto económico concomitante a los acuerdos de paz adquirió para el reinsertado la dimensión de un proyecto de vida, después de pasar por la experiencia paternalista del núcleo guerrillero que le proporcionaba una especie de salario y de haber percibido la hostilidad y desconfianza de la sociedad civil y, lo peor, después de percibir con impotencia el desplome del proyecto político y de vida que habían construido en la montaña. A partir de este momento, los ex combatientes empezaron a protagonizar las luchas por la supervivencia. Era el comienzo de la otra dura realidad, convertirse en seres sociales laboralmente productivos, y debían confrontarlo desde ellos mismos, a partir del fondo de su propia individualidad. Las soluciones colectivas ahora eran una imagen perdida entre los recuerdos de la vida del monte. En la reunión con funcionarios de Progresar (Cúcuta), delegados del Sena, el representante de Dancoop y dirigentes de los reinsertados, se lograron establecer, como reflexión general, las fases que se dieron en los primeros proyectos económicos. La mayor preocupación entre los reinsertados en el Norte de Santander, cuando comenzaron a discutirse los proyectos económicos, consistía en el deseo de querer trabajar en algo fácil que les produjera dinero de inmediato. No imaginaban las dificultades que tendrían en el futuro, al tratar de consolidar cualquier proyecto económico en que se vieran involucrados. Lo fácil y lo menos recursivo, era pensar en montar una tienda o manejar un taxi. Nadie hablaba de meterse en un proceso productivo difícil y complejo. La dificultad radicaba en que la mayoría de los ex combatientes no tenían experiencia laboral, ni un oficio definido. Luis Sanabria explica ese momento del proceso:

La gente no sabía ningún arte. Se comenzó entonces por preguntar a los reinsertados: "¿Qué arte sabe, qué le gustaría hacer?". Una persona después de 10, 8, 5 años de vivir en la guerra, enmontada, pierde la noción del trabajo productivo, la guerra no le da tiempo de formarse en una profesión. Entonces se le preguntaba: "¿Además de que le guste el campo, qué otro oficio le gustaría tener? ¿Zapatería, panadería?", pero pocos respondían. No conocían el oficio de la zapatería, la panadería, tampoco conocían una industria, una fábrica... En síntesis, la formación de nuestra gente fue para la guerra y no para la paz...

En la sociedad se encuentran con una serie de dificultades: los trámites legales, la terrible tramitomanía, la extenuante espera. Vienen los distanciamientos entre la base y los dirigentes de la organización. "Los dirigentes se habían dedicado a su propia reinserción económica y personal, olvidándose de sus viejos subalternos...", señalaron algunos participantes del taller de Cúcuta. Por supuesto, este hecho desdice mucho de la formación y educación política recibida años atrás en los grupos. Para un observador de la vida política colombiana, que tiene en su mente la imagen del guerrillero izquierdista tradicional, lector de textos marxistas y formado a través de principios, puede resultar inimaginable la existencia de dirigentes con mentalidad estrecha y egoísta. Pero es menester entender que el EPL era una organización guerrillera surgida de los desequilibrios y conflictos de la vida colombiana. De aquí, el valor que posee la dimensión humana y autocrítica de esta experiencia de reinserción. Muchos combatientes campesinos se negaron a regresar al campo, no querían volver a vivir la experiencia de pasadas penurias, querían vivir bajo el espejismo de la ciudad. Era el sueño individual ansiado y, a la vez, la ampliación del fenómeno de la despoblación del campo. Y sucedió también algo extraño: los combatientes urbanos comenzaron a pensar en proyectos en el campo. Por ejemplo, los que están en el proyecto de Oropoma, casi todos son de la ciudad. Lo mismo sucedió con el proyecto de San Juan. En su mayoría, los ex combatientes estaban ansiosos y desconfiados ante el gobierno y sólo querían los dos millones de pesos: "Yo quiero los dos millones, yo quiero ya es la plata, ¿cuándo nos la van a dar?". Pero no se planteaban la cuestión de la inversión, no se tenía una visión a largo plazo. Se vivía la agitación de algo que se pensaba que era coyun-

23

Page 24: Colombia Internacional No. 36

rural y no la concreción de un proyecto de vida a largo plazo. Al producirse la desmovilización la relación humana cambia, el ex guerrillero es una persona con nombre propio, que tiene familia y un pasado con sus antiguas y nuevas costumbres y sus hábitos; atrás ha dejado el seudónimo. Se han producido profundos cambios en su visión del mundo, lo mismo que en su mentalidad, y ha comenzado a crear un nuevo sentido de lo que significa la cotidianidad laboral. Un ex combatiente cuenta su experiencia:

Entonces yo me asocié con un compañero sin conocerlo y fue cuando comenzaron los problemas: yo no sabía que al hombre le gustaba el ron o le gustaban los prostíbulos, que tenía la costumbre de beberse la plata allá. Emergieron las características de cada uno, pero en otro medio, ya podía hacer lo que quisiera, porque no estaba bajo el mando militar. Era un hombre libre, no obedecía órdenes. Son circunstancias en que se conoce gente que no le gusta trabajar o gente que le gusta el dinero fácil...

Afuera, en la sociedad civil, las relaciones con los antiguos compañeros cambiaron y salieron a flote muchos de sus defectos, defectos que la guerrilla nunca curó... a pesar de la educación y de una ideología y una orientación política que todo lo tenía resuelto, incluyendo las contradicciones sociales y los conflictos del individuo. Comenzaron a proliferar las tiendas y micromercados. A los tres meses se estaban recogiendo los estantes. Muchos de los socios se aparecían con una canasta para llevar el mercado de la semana, pero nunca estaban en el trabajo diario. Consumían pero no producían. La otra cuestión que se presentó es que en el propio campamento hubo proliferación de hijos, y cada combatiente al salir pensó en organizar su familia. Con los dos millones compraron televisor, nevera, muebles de sala. "Entonces, de los dos millones, en el primer machetazo se fueron 500 o 600 mil pesos..., el resto lo dejaría en la posible y futura inversión del proyecto", decía uno de los ex combatientes. Quizás toda esta situación se explique por los lastres de la vieja cultura. Si se reconoce en principio la lentitud de la transformación de las estructuras de pensamiento y la inercia de las estructuras mentales, que no son modificables de la noche a la mañana, no se puede omitir el problema de la persistencia de problemas culturales.

Éstos hacen difícil no sólo el tránsito a la vida civil y el "reencuentro" con la sociedad, sino el curso hacia un nuevo proyecto de vida donde predomina justamente lo que se aspiraba a cambiar. Con esto se quiere subrayar también que, a pesar de todos los anacronismos y errores, el proceso de reinserción expresa realidades y limitaciones sociales ancladas en la sociedad colombiana del presente, y particularmente en sus regiones. La concepción de empresa grande que le solucionara a la gente el problema de un salario, trabajo estable, rentabilidad a su pequeña inversión y cumpliera una labor de función social en la comunidad, nunca fue posible realizarla. Se continuó con la experiencia del trabajo individual y en algunos proyectos colectivos, con éxitos y fracasos. Se montaron los proyectos sin un estudio previo. Siempre se ha dicho que no había tiempo de conocer cómo estaba el reinsertado, el hombre en términos individuales, en relación con los conflictos personales y familiares, además de su experiencia sobre la relación con los compañeros que convivieron en el proceso de lucha. Sobre los factores que han incidido en el éxito, o por lo menos en el no fracaso de aquellos proyectos productivos que se sostienen, se dijo que han sido las condiciones de preparación académica de los integrantes y su independencia laboral, sobre la base del ejercicio de su profesión o la tenencia de otro empleo, las que han garantizado su éxito. Si algo parece evidente como falla grave en los comienzos de la reinserción económica, fue la ineficacia de la asistencia técnica en la formulación, acompañamiento y desarrollo de los proyectos, en muchas de las regiones. La asesoría de las entidades contratadas para prestar asistencia a los proyectos empresariales ha sido deficiente y discontinua, se dijo en el taller de Cartagena y Bolívar. Las entidades asesoras no adelantaron un seguimiento de la evolución de las distintas empresas. Se criticó, por parte de todos los participantes en la evaluación, la gestión de Corfas como entidad asesora de los proyectos, anotándose que su papel se redujo a dar el aval a los proyectos para que éstos pudieran recibir los desembolsos gubernamentales. El reto individual consistía en algo obvio, pero para algunos inalcanzable: el éxito de su proyecto dependía de su propio esfuerzo. Ya no tenía a su lado al dirigente que lo estuviera orientando

24

Page 25: Colombia Internacional No. 36

en todas las circunstancias de su vida. En cuanto a la concepción de la reinserción económica, se tuvo una grave omisión al no verla como un proceso que involucra no sólo individuos, sino individuos con sus respectivas familias. No se consideró, en este sentido, que el ex combatiente y su familia tendrían determinadas necesidades de subsistencia mientras su proyecto empezaba a arrojar ganancias:

Parece que no se miró que el reinsertado tiene una familia. De ahí el endeudamiento. Cuando vino el préstamo, ni siquiera fue para invertir sino para las deudas que se tenían...

En Medellín se anotó, a la luz de la experiencia de Coomansa, la pertinencia de integrar lo económico productivo con otras necesidades de la reinserción: de identidad personal, d integración social, de ubicación y de seguridad en cuanto a vivienda, que era el problema prioritario, etc. Los reinsertados reconocen que no fueron lo suficientemente objetivos en la elaboración de los proyectos económicos; en palabras de un ex combatiente, ésta es una de las causas que hacen que hoy muchos de los proyectos estén quebrados. La intención no era "de esto voy a vivir los próximos cinco o seis años", sino que la intención era "que nos den los dos millones de pesos que nos prometieron y lo logramos...". Muchos de los ex combatientes no entendieron que con la reinserción económica no se convertían en hombres no combatientes, sino en civiles comunes y corrientes, con la preocupación fundamental de la subsistencia. Empezaron entonces por adquirir otro lenguaje, un lenguaje que les permitiera entenderse con los otros, en una sociedad donde impera la competencia. Los proyectos carecieron de realismo desde un principio porque no correspondieron a una realidad, se dijo críticamente. Quizás obedecían a otra realidad humana distinta, cerrada y compacta, que buscaba solucionar problemas individuales a sus propios compañeros. En Cali se expresa cierto orgullo porque varias de las empresas creadas se mantienen y demuestran eficacia. Se presenta "Topacio. Diseños y Jardines" como una empresa altamente eficiente y competitiva (se le compara, por ejemplo, con la misma Emsirva). Se destaca también la labor de Construcali, Confecciones Garco y Cerería San Jerónimo, una fábrica de velas esotéricas, aunque,

para el caso de la primera, se anota el insuficiente compromiso de varios de los socios con su proyecto, en particular con un mejor conocimiento y manejo del oficio, y se expresan algunas dudas en cuanto a que la empresa pueda responder a sus compromisos (contratos), de persistir ese desinterés que se observa en algunos de sus socios. En algunos talleres se propuso la idea de constituir empresas de seguridad ciudadana como una salida a las necesidades laborales de los desmovilizados. Uno de los talleristas sugirió:

presentar un proyecto al Senado en que los desmovilizados y los milicianos podamos constituir empresas de seguridad ciudadana; de esa manera contribuimos a la cuestión laboral, a la cuestión de la vinculación con la comunidad; se solucionaría la cuestión de la seguridad comunitaria...

Difícilmente se podría hablar del desarrollo de la experiencia o los éxitos de la reinserción en una región como Urabá. Y más cuando la reinserción se volvió un polo activo dentro de la confrontación armada que se vive en la zona. Los proyectos económicos, específicos de la zona, proyectos con muy buenas perspectivas, ha sido imposible desarrollarlos, por los factores que han originado el posterior conflicto armado... En Montería se pensaba que los dineros no iban a llegar a tiempo, que el proyecto no se iba a realizar, que posiblemente eran mentiras de las personas que estaban en la directiva de la organización. Se habló de que se hizo una campaña para organizar la gente en grupo, para que no se presentara ese despelote que hubo con el M-19, cuando la gente cogió sus dos millones de pesos y se los echó al bolsillo y se los gastó de cualquier forma. Yo considero que el nivel académico de las personas influye mucho en esta situación. Son personas que no tienen un nivel académico con el cual puedan desarrollar la idea para llevar a cabo un proyecto. Los proyectos no fueron aprobados de inmediato; la espera causó profundos traumas en los reinsertados. La falla estuvo desde las mismas negociaciones que se hicieron con el gobierno. Era preferible ser funcionario que empresario. Existe entre los reinsertados una dureza crítica, cuando se reparten las culpas por los descalabros en los proyectos económicos. Por ejemplo, se sostiene que

todos los días la gente come y todos los días se viste. Entonces, yo creo que ahí está realmente el

25

Page 26: Colombia Internacional No. 36

problema, la gente tenía unos proyectos económicos muy complejos para su desarrollo. Nosotros los reinsertados tenemos un 60% de culpa en el fracaso de los proyectos y el SENA tiene un 20%. El gobierno desembolsó la plata muy tarde, cuando dos millones de pesos ya no eran dos millones, al entregarlos se volvieron un millón y medio, ya no alcanzaba para la inversión que se había planteado. También hay parte de culpa del gobierno, también de las entidades asesoras, lo mismo que de nuestra dirigencia... Se reconoce, en principio, que para los combatientes que no tuvieron el tiempo para recibir una educación en lo político y en lo militar, estar en el monte no significaba la entrega a un ideal y a un sueño de liberación: Indisciplinados en el monte, indisciplinados en la vida civil. Cuando existía la disciplina militar se le hacía un poquito incómodo a uno. Incluso partiendo del mismo campamento, en el último mes, se vivió una cosa terrible, la disciplina se relajó, la gente pensó que él era "el dios chiquito" de la tierra y hoy nos damos de cuenta de que no era así. Ya unos han perdido el pelo, otros estamos varados, rebuscándonos la vida de diferentes maneras. En gran parte, la culpa la tiene la base, porque nosotros no nos hemos dejado dirigir. Yo digo que de ahí depende el fracaso o el éxito que hayan tenido las empresas... No obstante, se dio un fenómeno curioso: algunos ex combatientes se adaptaron rápidamente a la vida civil, debido a sus prácticas delincuenciales: Hubo gente que no hay que reinsertarla, ellos ya estaban reinsertados. Algunos que habían sido rateros y siguieron robando. Eran ladrones y siguieron robando en la guerrilla, regresaron a la vida civil y siguieron siendo ladrones; eso no hay que negarlo, aquí ni en ninguna parte, ésa ha sido la causa principal de ciertos descalabros de la reinserción. O sea, la base del combatiente no adquirió la formación que sí tuvieron los viejos guerrilleros... Cuando se da la desmovilización, después de la famosa disolución del EPL en la Alianza Democrática, eso fue mortal; nunca más un desmovilizado asistió a las reuniones de Esperanza, Paz y Libertad. "De ahí en adelante olvídense de mí, no me hablen más de política": ésa fue la respuesta de muchos ex combatientes. Lógico que esa situación tuvo una nefasta influencia en el proceso de reinserción.

El responsable del proyecto Lechería Puerto Colombia, en Córdoba, de producción lechera y también ganadera, habló de la reinserción como un elemento aglutinante en el reencuentro familiar: En primer lugar, el sentido familiar se recuperó, logramos estar más unidos, más compactos, sin estar pensando de que mañana me van a traer la razón de que "a aquel man" lo mataron ayer en un combate", o sea, que hemos integrado un poquito la familia... Yo le decía esto a los socios de la empresa: "están ganando mucha plata y tienen el cómo, el porqué vivir muy bien"; si no lo hacen es cosa de ellos, pero tienen dónde vivir, en qué vivir y dónde trabajar... En el taller de Montería, se dijo, al calor de la discusión, quizás una fuerte reflexión en alta voz, que los desmovilizados no tenemos capacidad o mentalidad empresarial, somos egoístas e individualistas, nosotros los desmovilizados no tenemos sentido cooperativista. Las empresas las hemos quebrado porque todos nos preocupamos en cómo sacarle, cómo apuntarle al jornal que no he hecho, cómo trabajarle un rato y mamarle gallo al resto, pero olvidando que tengo ocho horas de trabajo. Mientras no trabajo, estoy pensando en cómo hacer el préstamo al gerente o al tesorero y no pagarlo. Es la situación que ha ido llevando a las empresas a fracasar, y fuera de que tenemos unos compañeros que son unos maleantes, que tratan de disolver, que tratan de desgastar, difamar a cada instante... En cuanto al proyecto Lechería Puerto Colombia, un participante, emocionado, dijo lo siguiente: La empresa que yo dirijo, la tengo en buen nivel, yo digo que estamos muy bien. Primero tenemos el capital de los 42 millones, los tenemos comple-ticos; fuera de eso, creo que hay una rentabilidad. Si mañana me dicen, "necesitamos los 40 millones de pesos que les entregamos", ahí los tenemos. Los terrenos son unas tierras que están relativamente organizadas, limpias, produciendo. Hemos sido capaces de sostenernos casi todos durante este tiempo. Es una riqueza inmensa, eso ha sido cumplir con nosotros mismos y con la gente que está a nuestro alrededor...

Finalmente, a ese proceso contradictorio de la reinserción económica, de éxitos y fracasos, se deben agregar procesos de desencanto y marginamiento de cualquier tipo de actividad social y política de una inmensa mayoría de ex combatientes, y a la vez, como un logro, la mayor madurez donde

26

Page 27: Colombia Internacional No. 36

muchos ex combatientes se han reinsertado efectivamente a la sociedad, han redefinido sus proyectos personales de vida, muchos se han situado en visiones más realistas, han superado el desencanto y la desactivación del periodo inicial, y han vuelto a pensar en la necesidad de participar en la acción social, en distintos escenarios comunitarios. Así también, los talleres regionales estimularon el reencuentro de los desmovilizados como grupo social, crearon una atmósfera de tolerancia en el tratamiento de sus contradicciones y discrepancias, y propiciaron un reacercamiento de los desmovilizados a Progresar, como institución aglutinante de ellos. Como omisiones inquietantes en la política de reinserción, se pueden anotar dos aspectos: el bajo perfil, en términos de que la reinserción se ha hecho a espaldas de la sociedad, la cual no se siente aludida y tocada en sus responsabilidades. Con respecto a la voluntad de los estamentos oficiales nacionales de desarrollar una política eficaz de reinserción, se ha comprobado, en las visitas a las regiones, que tales políticas se desconocen por parte de los ejecutivos departamentales y municipales. No bastan las directivas presidenciales, que en muchas ocasiones se quedan en el papel. Tampoco se ha estimulado la vinculación del sector privado a tareas tan importantes como la generación de empleo, que podría ser una alternativa más razonable que la de tratar de convertir masivamente a los ex guerrilleros en microempresarios. Una segunda omisión tiene que ver con el descuido de las facetas humanas y psicosociales de la reinserción, es el olvido que ha conducido a una visión economicista del proceso, como si la reinserción no tuviera nada que ver con el hombre mismo y con la reconstrucción consciente de su proyecto de vida. Una de las conclusiones fundamentales de la investigación es que la reinserción debe mirarse como un eslabón decisivo de la política de paz y reconciliación nacional. Un proceso de paz no

culmina con la desmovilización y la entrega de armas. Si el Estado y la sociedad no acompañan adecuadamente los desarrollos humanos posteriores a la dejación de armas, pueden sobrevenir fenómenos inconvenientes de deterioro y degradación del conflicto, susceptibles de revivir fenómenos históricos, tan conocidos, como el bandolerismo.

REFERENCIAS

Alape Arturo, "La negociación: historia de una imagen fotográfica", en La reinserción: los caminos entre la guerra y la paz, autores varios, Santafé de Bogotá, Fondo Editorial para la Paz, Fundación Progresar. La paz, la violencia: testigos de excepción. Bogotá, Planeta Colombiana Editorial, 1985.

Comisión de Superación de la Violencia, Pacificar la paz. Lo que no se ha negociado en los Acuerdos de Paz, Santafé de Bogotá, Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional, Cinep, 1992. García Duran, Mauricio, Procesos de paz. De La Uribe a Tlaxcala, Santafé de Bogotá, Cinep, 1992. Isaza, Cecilia, "La Fundación Progresar: un esfuerzo de paz en medio de la guerra", en La reinserción: los caminos entre la guerra y la paz, autores varios, Santafé de Bogotá, Fondo Editorial para la Paz, Fundación Progresar.

López de la Roche, Fabio, "El reencuentro del EPL con la sociedad", en Análisis: Documentos Ocasionales No 64, Bogotá, Cinep, abril de 1991. Rojas O., Rodrigo, "Educación para la reinserción: mitos y realidades", en La reinserción: los caminos entre la guerra y la paz, autores varios, Santafé de Bogotá, Fondo Editorial para la Paz, Fundación Progresar. Uribe, María Teresa, "La reinserción en Urabá, un proceso inconcluso", en lbid.

Villarraga, Alvaro y Plazas, Nelson, Para reconstruir los sueños: una historia del EPL, Santafé de Bogotá, Fondo Editorial para la Paz: Fundación Cultura Democrática, 1994.

27

Page 28: Colombia Internacional No. 36

UNA PROPUESTA DE PAZ QUE TOMA EN CUENTA EL CRUCE DE LOS CONFLICTOS EN COLOMBIA

Alejandro Reyes Posada*

Una visión de conjunto de los niveles de conflictos trabados en el país permite una mejor orientación para pensar las condiciones de posibilidad de un proceso de paz que solucione la confrontación armada. Esto es así porque la situación del país es de tal complejidad que los conflictos no pueden resolverse a su propio nivel, sino que la solución de cada uno exige resolver los restantes niveles. El nivel más básico es el conflicto social, que enfrenta a grupos campesinos y urbanos pobres con los grupos que concentran la riqueza, frente a la ineficiencia arbitral y distributiva del Estado. Es un conflicto directo, que se libra en la hacienda, la vereda o el barrio, de cuerpo presente, con ganadores y perdedores que se juegan la vida y el bienestar, mediante la confrontación de recursos de poder, que se miden en términos de organización y acción colectiva. El conflicto entre actores sociales organizados tiene dos posibles resultados: la definición de nuevas reglas del juego, que legitima los intereses de los adversarios y el reconocimiento recíproco de derechos, o la desorganización del conflicto, que libera energías sociales hacia la violencia, casi siempre contra sustitutos del verdaderos adversario. Sólo una parte menor del conflicto social se tramita en el nivel político, con alguna mediación institucional, que permite traducir los objetivos de los sujetos sociales en recursos de influencia en la toma de decisiones. Es el terreno de la participación en la construcción de lo público, o de la exclusión y la negación de ese ámbito, que reduce el Estado de derecho a grupos privilegiados de la población y deja por fuera de la norma-

tividad y los servicios a la gran mayoría. Este nivel corresponde al conflicto político por crear un Estado democrático moderno, contra la dominación y la corrupción clientelista de grupos con acceso especial a los órganos estatales. Por esa razón, la solución de los conflictos sociales acumulados pasa por el fortalecimiento del Estado en sus dimensiones políticas básicas de seguridad y justicia, aplicadas a la tramitación de los conflictos. Si los fines de seguridad y justicia no son controlados por el criterio de la equidad, su búsqueda deriva en más violencia y totalitarismo; pero si se reinterpretan con el objetivo de lograr una sociedad más equitativa, en la cual se protejan los derechos de las mayorías, la legitimación social del Estado se logra por la vía de la resolución de los conflictos. Los conflictos sociales en Colombia están intervenidos profundamente por guerrilleros y paramilitares, que se apropian de los objetivos de los adversarios sociales y políticos, los suplantan en el conflicto y reemplazan al Estado en sus funciones de seguridad y justicia. Estos grupos armados ejercen dominaciones locales en todas las regiones excluidas del ámbito estatal efectivo y aplican legalidades de guerra sobre la población sometida a ellos. En estos dominios, los actores sociales y sus organizaciones se debilitan al extremo o son reconvertidos en frentes legales de lucha de los adversarios armados. Al quedar amordazados los conflictos sociales, sin haber sido resueltos, los actores sociales se desorganizan y las condiciones para la acción colectiva desaparecen. Es la destrucción del nivel político de la acción, que conduce a la anarquía de las estrategias indivi-

* Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia.

28

Page 29: Colombia Internacional No. 36

duales que chocan entre sí, impulsadas por las leyes de la entropía social, y la imposición arbitraria de minorías armadas sobre la mayoría. Las guerrillas y los paramilitares, en cuanto organizaciones que declaran perseguir fines políticos, y como para estados de facto, tienen el potencial de buscar esos fines como participantes en la arena política, siempre y cuando se acojan a la regla primera del derecho y del Estado, que postula la renuncia a los medios violentos. Para lograr esa renuncia, que es el tratado de paz, se requiere un reconocimiento sobre la legitimidad de los intereses de los adversarios sociales en conflicto y un acuerdo sobre el papel del Estado como mediador de conflictos e integrador de la sociedad. Si ese juego de intereses en conflicto y ese Estado mediador son subvertidos desde fuera por los grupos armados, lo son desde dentro por el crimen organizado en torno del narcotráfico, con la corrupción y la violencia como negocio. Por el narcotráfico, una minúscula élite ha concentrado más capacidad de inversión que todo el sector privado en su conjunto, como declaró en 1995 el entonces presidente de la ANDI. La compra de tierras rurales, en particular, ha transferido a los narcos entre tres y cinco millones de hectáreas de los mejores suelos, de preferencia en las regiones de ganadería extensiva, afectadas por acciones guerrilleras y conflictos agrarios, en 400 municipios del país. Al haberse instaurado como relevos de las viejas capas propietarias de la tierra, heredaron la inseguridad y los conflictos sociales propios del modelo de concentración de la tierra en pocas manos. La violencia con la cual los narcos han defendido su nueva propiedad hacendaría se revela al examinar la operación de los grupos paramilitares en regiones de contrainsurgencia. De lo que se trata, entonces, es de resolver el problema de la legalidad que el Estado reconoce a la propiedad acumulada por los narcos, frente a la función social de la propiedad y al marco de conflictos sociales asociados con ella. Al abordar el problema salta la primera dificultad: determinar si la extinción del dominio de bienes adquiridos por enriquecimiento ilícito es una pena, que los jueces imponen como consecuencia de la

comprobación de los hechos que condujeron al enriquecimiento ilícito, o si es un acto administrativo, propio del dominio del Estado sobre el territorio, que corrige las distorsiones del mercado de la propiedad rural, por razones de conveniencia pública. El proyecto de ley presentado en agosto de 1996 por la administración Samper al Congreso acoge la segunda tesis, y establece además que, a solicitud de organismos estatales, será la jurisdicción contencioso-administrativa la encargada de establecer si se cumplen los presupuestos de hecho para decretar la extinción del dominio. Además, ordena que se persigan los bienes y no las personas, de manera que se le otorga al Estado una acción real sobre la propiedad adquirida ilícitamente, no importa que luego haya sido transferida a terceros inocentes, que la perderían sin compensación. El gran escollo jurídico para que esta tesis triunfe en el Congreso1 es la defensa del régimen de propiedad privada del derecho civil, que constituye la muralla de protección de los derechos legítimos. Detrás de ella se refugia la propiedad de los narcos, de manera que para ajustar cuentas con ella es necesario colocar bajo sospecha el conjunto de la gran propiedad territorial del país. Aquí se revela el carácter ambivalente de los capitales del narcotráfico: su origen es ilegal, pero ingresan a un sistema que descansa en la defensa de la propiedad y que privilegia a sus titulares más grandes sobre los demás ciudadanos. Más aun, los narcos son el grupo económicamente más poderoso del conjunto de las élites y el que menos ha contribuido con sus aportes al capital social del país. Su transformación en grandes terratenientes plantea de lleno el problema de la legitimación social y política de la gran propiedad, si se examina frente a la escasez de tierras para el campesinado, la concentración del ingreso y la violencia rural. La contribución de los narcos a las luchas de autodefensa contra las guerrillas esconde también un agresivo proyecto de expansión territorial y de dominación social. Por las razones anteriores, el problema de la acumulación de tierras debe plantearse en un marco de economía política y no sólo en el ámbi-

1 Nota del CEI: este artículo fue escrito en agosto de 1996 y la ley de extinción de dominio fue aprobada en diciembre del mismo año.

29

Page 30: Colombia Internacional No. 36

to de los códigos civil y penal, que determinan el régimen de propiedad y de penas. Para Colombia, se trata de resolver si el Estado legitima la contrarreforma agraria y la recomposición de las élites territoriales que se produjeron en las dos últimas décadas al impulso del narcotráfico. Si es así, consolida un modelo basado en la gran propiedad latifundista, controlado a distancia por una élite perseguida por la justicia, cuya principal ocupación es el tráfico de drogas. También se legitima el modelo de defensa territorial basado en el paramilitarismo y la limpieza social, que expulsa población campesina mediante el terror. En manos de la élite mafiosa se encuentra hoy una parte de la seguridad alimentaria del país, proporcional a la extensión y calidad de las tierras poseídas por ella. El Estado puede considerar, con razón, que los costos sociales de legitimar este tipo de inversión en tierras rurales son excesivos, porque el latifundio de los narcos afecta la estructura de distribución de la propiedad, agrava las situaciones de violencia y amenaza el monopolio de la fuerza en sus manos. Si lo legitimara, garantizaría un estímulo permanente a los negocios del narcotráfico, pues el Estado protegería legalmente la riqueza acumulada gracias a sus ganancias. De otra parte, son muchos los beneficios que podría lograr el país si con éstas se alimentara el rondo de tierras de la nación y se negociara una reforma agraria estratégica con las guerrillas y los grupos paramilitares. Esa reforma debería ser ambientalmente orientada, de forma que se distribuyan las mejores tierras y se alivie la presión demográfica sobre las áreas que se deben conservar para proteger aguas y biodiversidad. Además de las tierras de narcos, la reforma debe incluir las propiedades grandes de los restantes dueños, cuando sean necesarias para la reforma. Así, puede plantearse en la mesa de negociaciones la propuesta de reordenar a la población en el territorio en las regiones de violencia, una parte de las cuales coinciden con las tierras en poder de los narcos. Con ello se ofrecería un contenido de reforma estructural para ser concerta-

da con los alzados en armas, adicional a las estipulaciones jurídicas, políticas y socioeconómicas del acuerdo de paz. Las tierras devueltas al patrimonio de la nación pueden destinarse a varias finalidades:

a la realización de programas de reforma agraria en regiones donde hay conflicto y alta demanda campesina por tierras; a dotar de tierras a guerrilleros y paramilitares que depongan las armas, en virtud de una negociación de paz, y tengan aptitud campesina; a reubicar dentro de la frontera agraria comunidades campesinas que ocupan regiones marginadas con cultivos ilícitos, a costa del bosque amazónico, los bosques andinos altos y las reservas naturales de biodiversidad; y a reasentar comunidades campesinas desplazadas por la violencia, que merecen del Estado una compensación para reconstruir sus vidas.

Si los narcotraficantes aportan en devolución entre dos y tres millones de hectáreas, el país podrá compensar una parte de los gastos incurridos en la lucha antidrogas y aquéllos podrán sentir que están pagando su acción para ingresar, después del sometimiento a la justicia, al conjunto de las élites económicas con mayor legitimidad social. Al perder los dominios territoriales, los narcos dejarán de financiar con su cuota los grupos paramilitares que los protegen. Eso hará mucho más fácil la negociación necesaria para desmovilizar esos grupos armados. De esta manera, la propuesta incluye actuar simultáneamente en el nivel del conflicto agrario, que está en el origen de la violencia, en el campo de la lucha antimafias, para desestimular el enriquecimiento ilícito, en la concertación de la paz con guerrillas y paramilitares y en la reconstrucción de los sectores de población más afectados por la guerra. Restaría sólo añadir que el gobierno que lograra llevar a cabo esta múltiple concertación y pacificación conseguiría legitimar de nuevo al Estado y asegurar el despegue definitivo hacia el desarrollo de las posibilidades colombianas.

30

Page 31: Colombia Internacional No. 36

DE LA OPOSICIÓN ARMADA AL FRUSTRADO INTENTO DE ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA EN COLOMBIA

Enrique Flórez* y Pedro Valenzuela**

INTRODUCCIÓN

Los procesos de paz que culminaron con la desmovilización de algunos grupos insurgentes, y su participación a través de canales institucionales, marcaron la política colombiana durante la primera parte de los años noventa. Las guerrillas de los años setenta y ochenta lograron cuestionar las estructuras de poder y colocar en la agenda nacional temas fundamentales como los derechos humanos, la democracia, la justicia, la paz y la militarización.

La gran expectativa generada por los procesos de paz en cuanto a la posibilidad de incidir con cambios reales en la renovación política y la modernización estatal confluyó con la crisis social y de gobernabilidad, la acción de nuevos actores sociales y los esfuerzos dispersos por articular terceras fuerzas, con el objetivo de superar los paradigmas ideológicos y políticos, tanto de derecha como de izquierda. La solución política del conflicto proporcionó, por tanto, una oportunidad excepcional para transformar la oposición armada en una alternativa democrática. Algunos analistas alcanzaron incluso a vislumbrar el quiebre del bipartidismo y el surgimiento de un sistema multipartidista en el país. Sin embargo, la actual dinámica política ha producido desencanto en algunos sectores, generando serios interrogantes sobre las limitaciones y las posibilidades de las fuerzas desmovilizadas para constituirse en alternativa a los partidos tradicionalmente hegemónicos y cuestionando la

eficacia de su aporte a la superación de la crisis económica y sociopolítica. El retroceso de estos movimientos provenientes de las guerrillas de izquierda puede tener un impacto significativo sobre la consolidación de la paz y la afirmación democrática en varios países de la región. Ello demuestra la necesidad de ampliar el foco de análisis de los procesos de paz más allá de las negociaciones directas entre los actores en conflicto, como lo ha venido haciendo un número creciente de trabajos que rescatan la importancia de las fases de prenegociación y de materialización de los acuerdos. Diferentes autores1 han reconocido que la primera es a menudo mucho más importante y difícil que la fase de negociación cara a cara, puesto que en ella debe generarse la voluntad de sentarse a la mesa, definir la agenda, identificar los actores y decidir en qué calidad entran a negociar. Los análisis de esta fase se han centrado principalmente en sus dinámicas; en las condiciones internas, interpartes y del entorno que contribuyen a la "madurez" del conflicto; en las dificultades de los actores para tomar la decisión de negociar y comunicarla al adversario y en los mecanismos de participación de terceros que pueden facilitar el proceso. La fase de materialización de los acuerdos también ha comenzado a cobrar mayor importancia en los análisis, desde la perspectiva del cumplimiento de los mismos, de los mecanismos que puedan garantizar su sustentabilidad y del proceso de reconciliación de los actores y las sociedades o comunidades previamente divididas2.

* Representante del PRT en las negociaciones con el gobierno colombiano, miembro del comité editorial de la revista Irene ** Politólogo, director del Departamento de Ciencias Políticas y de la Especialización en Resolución de Conflictos, Pontificia Universidad Javeriana. 1 Véanse, por ejemplo, Zartman (1986,1995) y Mitchell (1983,1991). 2 Véase, principalmente, Lederach (1994).

31

Page 32: Colombia Internacional No. 36

El objetivo de este artículo es propiciar la reflexión en torno a un aspecto específico de la situación de postconflicto: la construcción de nuevas opciones políticas y sociales, desde la experiencia de las fuerzas que intentaron infructuosamente hacer el tránsito de la oposición armada a una alternativa democrática consolidada. Mediante el examen de los factores que impidieron concretar ese propósito esperamos aportar elementos útiles para los eventuales procesos de negociación con la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar y los intentos de reforma política en la senda de un desarrollo democrático.

1982-1991: REACOMODO DEL RÉGIMEN POLÍTICO

El desgaste político del régimen bipartidista y excluyente del Frente Nacional, que se extendió hasta el periodo presidencial comprendido entre los años 1978-1982, dejó como balance una crisis institucional agravada y una imagen nacional e internacional negativa. En consecuencia, una vez concluido el Frente Nacional, los círculos del poder, confrontados a las diferentes violencias y a las crisis de legitimidad y representación, se dieron a la tarea aún inconclusa de legitimar las instituciones mediante la modernización y la renovación.

Las elecciones de 1982 permitieron el comienzo de un reacomodo del poder que se desarrolló a lo largo de los gobiernos de Belisario Betancur, Virgilio Barco y César Gaviria. Desde un partido minoritario, Betancur consiguió el apoyo nacional para darle un vuelco a la continuidad política. Sin embargo, aunque en el tránsito a un cambio institucional insinuó un camino distinto en el tratamiento del orden público y el funcionamiento de algunas instituciones clave, las fricciones con los mandos militares, el fracaso de la primera etapa de los diálogos de paz y la hecatombe del Palacio de Justicia impidieron el logro pleno de su objetivo. Le correspondió, por tanto, al gobierno de Virgilio Barco (1986-1990) darle un nuevo aire al régimen político con la puesta en vigencia del esquema "gobierno oposición", lo que requería la integración de los actores sociales y políticos. Con la institucionalización de una Consejería de Paz, el presidente Barco recuperó el apoyo del Ejército a la acción presidencial por la convivencia e introdujo, al mismo tiempo, elementos de

ruptura en la alianza entre algunos estamentos de las Fuerzas Armadas y el paramilitarismo, mediante la eliminación del decreto que desde la administración de Julio César Turbay Ayala (1978-1982) legitimaba las autodefensas. El régimen político se encontraba gravemente amenazado. Pese a sus errores, la guerrilla adquiría el perfil de oposición armada legítima, o, como mínimo, se adueñaba de un espacio como opción política. La conformación de un nuevo régimen no podía, por tanto, desconocer el espacio alcanzado por la insurgencia. Con este propósito, Barco lanzó el documento "Iniciativa para la paz", el cual fue inicialmente rechazado con un discurso tradicional pero posteriormente asumido por el M-19. Las violencias experimentaban un crecimiento acelerado y no era descabellado pensar que si no se encontraba una solución política podría generalizarse una guerra sin perspectivas, con asiento en algunas regiones del país. En esas circunstancias, César Gaviria se impuso como candidato liberal (luego del asesinato de Luis Carlos Galán) en contra de la más rancia clase política, representada en la aspiración presidencial de Hernando Duran Dussán. El anuncio de una renovación generacional le permitió un nuevo reacomodo al círculo del poder, el cual lideró un proceso de cambio político mediante la oferta de diálogo y negociación con la guerrilla, y la convocatoria a una Asamblea Constituyente. La paz se formuló entonces con un ángulo distinto: ya no consistía simplemente en la negociación con la guerrilla y el cese al fuego, sino también en la búsqueda de fórmulas que permitieran legitimar las instituciones y dotarlas de la capacidad para resolver los conflictos de la sociedad colombiana. Con la Constituyente y el impulso a la modernización, Gaviria le arrebató la iniciativa a una guerrilla apenas iniciada en el tránsito hacia la paz y la construcción de una alternativa política. La reinserción de un gran segmento del movimiento guerrillero hizo que la paz se percibiera como una empresa fácil que no requería mucha inversión. Sin embargo, pese a que las élites dominantes demostraron mayor capacidad que la insurgencia para capitalizar a su favor dicha iniciativa, no coincidimos con aquellos sectores políticos y académicos que aseveran que la función esencial del proceso de paz fue la de negociar la reinserción de alrededor de dos mil combatientes. Prueba de que no fue así es que la aplicación de los beneficios económicos y sociales del Progra-

32

Page 33: Colombia Internacional No. 36

ma de Reinserción sólo comenzó dos años después de firmados los acuerdos, tanto por las demoras propias de los trámites gubernamentales, como por el hecho irrefutable, independientemente de los resultados, de que las dirigencias de los grupos desmovilizados enfatizaron la búsqueda de un espacio para la participación política que, a la postre, se esfumó como un espejismo. No obstante, la paz fue más un fenómeno transitorio de opinión y un recurso para el reacomodo del régimen político que un pretexto para fortalecer la democracia o construir una sociedad más justa. Esa oportunidad se desaprovechó al montarse un gran escenario fugaz que impactó a sectores reducidos de la sociedad y que resultó funcional al régimen político, permitiéndole superar, coyunturalmente, con la Constitución de 1991, las crisis de legitimidad y de gobernabilidad. A partir de esta recuperación se desataría una contraofensiva del clientelismo, la corrupción y las viejas maneras de hacer política. En cuanto convocatoria a la sociedad, la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) resultó insuficiente, pues no logró conmover el abstencionismo ni aglutinar todas las fuerzas insurgentes y apenas movilizó algunos sectores de opinión. Sus alcances resultaron limitados, pese a la propuesta gubernamental de que la discusión sobre las transformaciones económicas y sociales no se diera en la mesa de negociación sino en ese "gran escenario" donde estarían representados amplios sectores de la sociedad. Los argumentos referentes a la correlación de fuerzas y a la necesidad de impulsar la concertación y de evitar la polarización de la sociedad, además de las presiones de las facciones de poder a las que no les interesaba el tratamiento de esos temas, lograron excluir de la discusión los problemas de las estructuras económicas, la concentración de la riqueza, la desigualdad social y la fuerza pública. La Constituyente quedó entonces reducida a un escenario para la iniciativa estatal de reestructuración de las instituciones. Como lo expresa Wills (1993,172):

... a partir del proceso constituyente, el gobierno se aferró a la tesis de que las reformas políticas eran suficientes para deslegitimar el alzamiento armado, y que las transformaciones económicas y

sociales debían ser una consecuencia del debate democrático. O, en otras palabras, la administración Gaviria le otorgó a lo político la capacidad de suscitar cambios en lo económico y lo social.

El restringido escenario de la ANC confirmó uno de los dramas del proceso político colombiano: la incapacidad de los partidos tradicionales para convocar a la sociedad en propósitos nacionales y generar elementos de unidad nacional (ésta tampoco se afianzó) y la de las fuerzas alternativas para catalizarlos. Sin embargo, el mérito fundamental del proceso de paz de 1990-1991 fue evitar el estallido de la olla de presión en que se había convertido la sociedad colombiana a finales de la década de los ochenta. Con ello se generó una iniciativa que logró plasmar en la nueva constitución conceptos fundamentales para la construcción de un Estado social de derecho y, que sentó las bases para la construcción de una democracia participativa.

LA PERCEPCIÓN DE AGOTAMIENTO DE LA ESTRATEGIA GUERRILLERA

Las razones que motivaron a una parte de la insurgencia a abandonar la lucha armada siguen siendo objeto de debate. Para nuestro análisis partimos del supuesto teórico fundamental de que la decisión de contemplar la salida negociada al conflicto armado obedece a cálculos racionales de "utilidad prevista", determinados por la evaluación de los costos, beneficios y probabilidad de que cada alternativa (prosecución de la guerra o negociación de paz) de hecho proporcione esos beneficios, sufragando esos costos. La decisión racional de abandonar la lucha armada se basa en la apreciación de que la evolución del conflicto imposibilita la consecución de los objetivos por esta vía, lo cual exige una salida negociada, aunque no se logren las metas originales en su totalidad3.

La mayoría de analistas sugiere que esta decisión es determinada por la correlación militar de fuerzas y por los recursos a disposición de los actores para la continuación del conflicto armado. Bajo esta óptica, se ha argumentado que los grupos insurgentes desmovilizados se encontraban derrotados militarmente y que, por tanto, veían con urgencia la necesidad de una negociación

3 Véanse Wittman (1979), Mitchell (1983, 1991) y Valenzuela (1995). 33

Page 34: Colombia Internacional No. 36

política. Sin duda, había un sentido de angustia, alimentado por la incapacidad de dar un salto cualitativo en lo militar y lo logístico, que condujo a un cambio en las valoraciones y los planteamientos de estos movimientos, al convencimiento de la inviabilidad de la lucha armada para la toma del poder y la necesidad de buscar nuevos escenarios. Sin embargo, también es claro que, en el desarrollo de la lucha guerrillera en Colombia, la insurgencia ha confrontado anteriormente situaciones mucho más desfavorables, en términos del número de combatientes, armas y capacidad de acción, que las que vivía en el momento de la desmovilización, y que ha logrado recuperarse de situaciones de derrota táctica. Además, en el momento en que se optó por la negociación existía el recurso militar del repliegue, por el que de hecho se decidieron los sectores que se unieron a la Coordinadora Guerrillera, como el EPL, o que, como el Jaime Bateman Cayón, se resistieron a la desmovilización y mantuvieron su ritmo de crecimiento. Resulta, por tanto, inadecuado explicar la decisión de negociar exclusivamente con base en la correlación militar de fuerzas. Para entender el grado de "madurez" del conflicto, y por ende la decisión de abandonar la lucha armada, es necesario incorporar al análisis elementos adicionales que afectan los cálculos de costo-beneficio de los actores. Entre ellos podemos mencionar cambios a nivel sistémico y regional, en la política interna de los actores, las posiciones de algunos segmentos de las élites, la relación con las masas, las actitudes públicas, los valores de las partes, la capacidad de los líderes para arrastrar a diferentes facciones hacia la salida negociada y en las percepciones sobre los objetivos o la mejor manera de lograrlos4. Estos cambios modificaron el contexto del conflicto y, por ende, los instrumentos de poder de los actores y su percepción sobre las diferentes alternativas. Es claro que el tránsito a la desmovilización de estos grupos estuvo precedido por un cambio en su percepción de la realidad, de sí mismos y de su adversario. Como lo mencionamos antes, los grupos insurgentes venían replanteando su estrategia y discutiendo el método más efectivo para

lograr mayores impacto y eficacia en la consecución de los objetivos. En el seno de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar se venían debatiendo temas como el papel de la propaganda armada, el rol de las ciudades, la búsqueda de un salto logístico y militar cualitativo, los cambios en los criterios de construcción de ejército, la necesidad de una política de alianzas más amplia y el desarrollo de iniciativas políticas audaces y de alcance nacional. Sin duda, las acciones del M-19 y sus propuestas sobre diálogo nacional, guerra a la oligarquía, "ser gobierno" y lucha por la democracia impulsaron y dinamizaron el debate. La inviabilidad de algunas de estas consignas transformó la percepción de la correlación de fuerzas y abrió la posibilidad del pacto. Los grupos insurgentes entendieron que la continuación de la lucha armada implicaba costos sociales y políticos muy altos, sin una clara perspectiva de alcanzar los objetivos. Además, se percibía la posibilidad de aprovechar una oportunidad coyuntural para jalonar la renovación de la democracia, manteniendo los propósitos de cambio pero modificando los métodos para alcanzarlos. Las direcciones de estas organizaciones estimaron que, en un momento de cambio institucional, el ingreso al espacio político nacional reportaría un mayor beneficio, en la presunción de que el efecto de las transformaciones institucionales, la reformulación del concepto de democracia, la acogida al proceso de paz por la opinión pública y el surgimiento de sectores interesados en la renovación, abrían la posibilidad de un acuerdo político con las fuerzas del establecimiento que levantaban la bandera de la lucha contra la corrupción y el clientelismo y favorecían la participación ciudadana. El que los sectores del establecimiento con los que se pactó la paz perdieran dinamismo, o que los resultados de ese cálculo hayan resultado fallidos, no debe llevar a la conclusión de que la principal motivación para la desmovilización haya sido la derrota militar o la reinserción con el objetivo de obtener beneficios económicos y de seguridad. Tampoco podemos ignorar la importancia del proceso mismo de negociación para transformar los cálculos de los actores. La decisión de dejar

4 Para una elaboración de estos argumentos, véase Cottam (1986).

34

Page 35: Colombia Internacional No. 36

las armas no estaba tomada cuando se produjo la concentración de fuerzas en los campamentos, sino que fue producto de un proceso que se construyó y maduró fundamentalmente durante la negociación. Es evidente que los actores no son monolitos sin contradicciones y que es apenas normal que cuando en una situación de conflicto prolongado e intenso se presenta la disyuntiva de negociación o guerra, surja o se exacerbe el faccionalis-mo interno, lo cual puede obstruir la generación de un consenso en la estructura de preferencias sobre las diferentes alternativas. Como señala Mitchell (1983; 1991), ello obedece a que las opciones de guerra o paz afectan de manera diferente a las diversas facciones, lo que implica que las recompensas y los costos se distribuirán desigualmente. El nivel de apoyo de los subordinados y de credibilidad de los dirigentes, su grado de responsabilidad por una política determinada y la repercusión de una decisión sobre el lideraz-go, las facciones disidentes o la unidad del actor entrarán entonces a jugar un papel determinante en la decisión de abandonar las armas o persistir en la lucha armada. En consecuencia, los actores se ven abocados a procesos internos de conciliación de intereses o de competencia por hacer prevalecer ciertas preferencias, antes de entrar a unas negociaciones con la contraparte, procesos que pueden incluso seguirse dando a lo largo del desarrollo de éstas.

La vacilación sobre la dejación de las armas se manifiesta en el hecho de que durante el proceso de negociación se presentaron discusiones internas en todas las organizaciones para evaluar las posibilidades de repliegue o de mantener reservas estratégicas, como fue el caso de los comandos Ernesto Rojas del EPL. Ello no debe calificarse necesariamente como un doble juego; puede más bien entenderse como una medida de seguridad, producto de la valoración estratégica de las los movimientos sobre un proceso de negociación rodeado de grandes recelos, resentimientos e incertidumbre en cuanto a sus resultados.

Otro factor fundamental fue la participación de terceros en el proceso de negociación5. Los campamentos de paz permitieron múltiples y varia-

dos contactos con sectores políticos, económicos y sociales, lo que generó una gran presión para que las organizaciones que contemplaban la desmovilización asumieran un compromiso con nuevas formas de actividad política y propugnaran por su vinculación al nuevo espacio político. El contacto con terceros influyó significativamente en los cambios de percepción en las dirigencias de los grupos desmovilizados y estimuló la superación de las dificultades con las que tropezó el proceso y la vacilación al interior de los movimientos.

L LA GUERRILLA DESMOVILIZADA COMO ACTOR POLÍTICO: EL ESPEJISMO DE UNA ALTERNATIVA

Una cruda realidad de los procesos de paz es que el proyecto político proveniente de la insurgencia no ha logrado mantener la iniciativa alcanzada inicialmente a partir de la desmovilización.

En el caso colombiano, un primer problema fue la participación de la Alianza Democrática M-19 (AD-M-19) en el gobierno. Este paso, inicialmente bien recibido por el país, le brindó al proyecto de izquierda la oportunidad de mostrar un estilo honesto y diferente de gobierno y participación en la administración pública, y de demostrar que no sólo tenía un discurso para el futuro, cuando la correlación de fuerzas le fuera más favorable, sino que también era capaz de presentar respuestas para el presente. En un primer momento se logró proyectar una imagen de gestión diferente y de lucha contra la corrupción, pero posteriormente, con la dinámica de la Constituyente y las lógicas burocráticas generadas al interior del Ministerio de Salud, empezaron a primar las consideraciones de supervivencia de los líderes provenientes de la guerrilla. El Ministerio se percibió como un fortín burocrático, lo que hizo que el proyecto perdiera perfil y no se lograra demostrar capacidad de gestión administrativa ni expresar un manejo diferente al tradicional.

Por otro lado, con base en el espejismo generado durante la negociación con el gobierno, y a raíz de la situación que vivía el país, diferentes sectores y la guerrilla desmovilizada valoraron

5 La participación de terceros en la resolución de conflictos no se refiere exclusivamente a la figura de la mediación. Para una elaboración sobre las diferentes modalidades de terceros, sus características, sus estrategias y su efectividad, véase Valenzuela (1996).

35

Page 36: Colombia Internacional No. 36

desde una óptica triunfalista las posibilidades de la tan anhelada alternativa democrática al régimen. La acción política de las fuerzas guerrilleras desmovilizadas aglutinadas en la AD-M-19 quedó reducida al escenario electoral y estuvo dominada por la intensa actividad en ese terreno (ocho procesos, en un periodo de cuatro años). Es probable que las primeras tendencias de los resultados electorales hayan alimentado el propósito de llegar a la presidencia. En la primera incursión electoral del M-19, en marzo de 1990, Carlos Pizarro obtuvo 80.000 votos y Vera Grave resultó elegida a la Cámara de Representantes. Sólo dos meses después, ya conformada la AD-M-19, en las elecciones presidenciales del 27 de mayo de 1990 el candidato Antonio Navarro obtuvo 800.000 votos, es decir, 12.5% del total. El 9 de diciembre del mismo año, en las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente, la AD-M-19 obtuvo 1.000.000 de votos, o 27% del total de sufragios emitidos. Sin embargo, inmediatamente después de este importante resultado comenzó el descenso electoral del nuevo movimiento. Ya para las elecciones parlamentarias que renovarían el Congreso, el 27 de octubre de 1991, su caudal electoral se redujo en 500.000 votos, es decir, en un 50%, lo que sólo le permitió elegir 9 senadores y 13 representantes, para un total de menos del 10% de las curules parlamentarias. En marzo de 1994, la AD obtuvo 180.000 votos, perdió su representación en el Senado y logró elegir tan sólo un representante a la Cámara. En junio de 1994, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, Antonio Navarro obtuvo 219.000 votos. Era tan negativa la tendencia electoral, que el gobierno adoptó un decreto aprobando una Circunscripción Especial de Paz que le concedía favorabilidad política a los grupos desmovilizados para acceder a los concejos municipales. Gracias a ello, en las elecciones locales de octubre del mismo año, la AD-M-19 obtuvo 235.000 votos, lo que le aseguró 250 concejales y participación en 10 alcaldías, en coalición con otros sectores y movimientos cívicos.

Hoy podemos concluir que el propósito de acceder a la presidencia se sobredimensionó. Peor aun, al empeñarse en la promoción de una candidatura, como resultado del marcado subjetivismo en el análisis de la realidad nacional y de la situación del movimiento, la AD-M-19 se privó de la construcción de una fuerza social y de masas, ejercitada en el desarrollo del poder local y la autogestión política y económica, que ayudara a afianzar el proyecto. Por otro lado, como argumenta García (1994), la AD-M-19 no pudo romper la lógica imperante en el sistema político y no logró establecer programática, política o prácticamente un perfil y una identidad como fuerza alternativa al establecimiento. Al no contar con una fuerte base social o regional o con los lazos de identidad cultural o las redes de solidaridad de otros grupos, como los cristianos, los indígenas o los maestros, su apoyo provino principalmente de una franja6 que vota motivada por una racionalidad basada en dos elementos no siempre coincidentes: la eficiencia del candidato individualmente considerado y el proyecto colectivo. El autor sugiere que en la primera gran incursión electoral de la AD, el proyecto colectivo de paz y la ética anticlientelis-ta primaron sobre las consideraciones de eficiencia legislativa o constituyente. La franja adhirió temporalmente a la salida pacífica, el desarme y la expectativa de cambio, pero no se identificó consistentemente con un proyecto político alternativo o con un proceso de polarización y de lucha de clases. Como empresa electoral, la organización ha sido desplazada por su ineficiencia y se ha visto afectada por los vicios característicos de los partidos tradicionales. Los parlamentarios de la AD-M-19 no pudieron romper con la lógica tradicional de la reelección, corroborando que, como argumenta Pizarro (1996): "La prioridad de un parlamentario termina siendo la de mantener y fortalecer su feudo electoral, sobre cualquier consideración de índole ideológica o programática". Ello incrementó notablemente las disputas y divisiones internas, para cuyo tratamiento no se ins-

6 Para Delgado y Cárdenas (1994) "La llamada franja no debe ser confundida con la opinión pública... Comprende en parte a un sector de la opinión pública (esto es, gente con una educación mínima y una adecuada información) y en parte a un sector popular menos educado y menos bien informado motivado por un deseo de cambio, o en defensa de su interés social vulnerado, o por un sentimiento moral como concepción focal de su mundo vida".

36

Page 37: Colombia Internacional No. 36

tituyeron canales apropiados ni se adoptaron reglas de juego adecuadas. La AD tampoco se mostró como una fuerza más interesada en el país que en la defensa propia. Con frecuencia proyectaba la imagen de un movimiento hambriento de cuota burocrática, incapaz de trascender el interés particular de sus adherentes y dirigentes, particularmente de los ex guerrilleros, y cada vez más desconectado de la comunidad y vinculado a la política como profesión, con el objetivo de establecer un nicho en el poder. Incluso la discusión sobre la base ideológica y programática del movimiento se resolvió de manera apresurada, y básicamente se adoptó un discurso social-demócrata de izquierda que recogía los elementos de análisis brindados por la Internacional Socialista. En la práctica, sin embargo, ante la necesidad de concertar y llegar a acuerdos con el gobierno de Gaviria, se terminó conciliando en muchos aspectos, sin definir claramente un perfil como fuerza independiente. Por todo lo anterior, la Alianza no logró diferenciarse del establecimiento ni encarnar la aspiración de cambio de la sociedad y quedó atrapada en, y afectada por, la dinámica de un establecimiento que experimenta una crisis de legitimidad y representatividad. Sin bases sociales consolidadas, estructura orgánica, dirección, unidad, proyecto, o una situación política favorable, la AD-M-19 terminó perdiendo el norte y su capacidad para recoger las aspiraciones sociales y propugnar por la modernización de la sociedad y la participación democrática de las comunidades. Ello le llevó a perder su identidad como agente dinamizador del cambio, profundizó la brecha entre la dirigencia y las bases del movimiento y terminó por desgastar el proyecto. Por último, en las negociaciones de paz únicamente se acordó la favorabilidad política para enfrentar por un corto periodo de tiempo la competencia democrática en condiciones preferenciales: acceso coyuntural a los medios de comunicación, infraestructura de sedes, financiación de algunos militantes, esquemas de seguridad y posibilidad de incidir en las regiones de influencia, señalando obras a ejecutar con los Fondos de Paz. La iniciativa sobre una favorabilidad electoral mediante el mecanismo del voto ponderado se hundió en el Congreso y fue aceptada tardíamente por Gaviria con la Circunscripción Espe-

cial de Paz, como un paliativo ante la ya mencionada derrota electoral en marzo de 1994, que colocó a las fuerzas desmovilizadas ad portas de desaparecer del escenario político nacional y local.

UNA MIRADA AL FUTURO

El reseñado descalabro de la AD-M-19 en su actividad política por las vías institucionales afectará negativamente, en el corto plazo, las posibilidades de un acuerdo negociado con los movimientos que aún persisten en la lucha armada. Sin duda, la lección que estos grupos han derivado del desempeño político de la Alianza es que las posibilidades reales de un movimiento alternativo al bi-partidismo tradicional en la arena institucional son limitadas. Con este antecedente, y dado el contexto actual del conflicto, la búsqueda de una solución de avenencia puede aparecer como una alternativa menos atractiva, en términos de costo-beneficio, que la continuación de la confrontación violenta.

La guerrilla no se encuentra en una situación militar desfavorable. Aunque no ha adquirido la fortaleza necesaria para derrotar a las fuerzas del Estado, es evidente que ha aumentado significativamente su capacidad de acción y desestabilización. Las arremetidas del Estado con sus estrategias de "guerra integral" no han logrado debilitarla, al punto de obligarla a pactar o desaparecer, y aunque el instrumento militar no le garantiza el logro pleno de sus objetivos, ha generado una tendencia favorable que probablemente la llevará a insistir en un plan estratégico que le permita dar el salto logístico y cualitativo en el accionar militar para colocarse realmente en una perspectiva de poder. Incluso si la guerrilla es incapaz de establecer un equilibrio militar, su presencia armada en una parte significativa del país y su acceso a cuantiosos recursos no sólo le han permitido sostener e intensificar el esfuerzo bélico, sino que también la han fortalecido a nivel local, como lo demuestran sus alianzas con distintas fuerzas políticas, el compromiso y los acuerdos con diferentes autoridades e instituciones, y su activa participación en el manejo regional y la distribución burocrática y presupuestal. Es decir, que las armas le han garantizado a la insurgencia el ejercicio de un control político en las regiones que probablemente no logrará mediante la participación política por las vías institucionales.

37

Page 38: Colombia Internacional No. 36

Es evidente, pues, que para que la alternativa de su desmovilización resulte atractiva, la Coordinadora Guerrillera demandará reformas significativas, presentándose en la mesa de negociación como vocera de los intereses de las mayorías y abogando por la democratización socioeconómica y política del país. A diferencia de quienes argumentan que la prioridad de la guerrilla es lo local, no creemos que las direcciones del ELN y las FARC abandonen su objetivo de incidir y copar un espacio a nivel nacional, planteando reformas políticas y debatiendo los grandes temas de interés para el país. El desplazamiento de sus dispositivos militares apunta a las grandes ciudades, en la perspectiva de generar una mayor presión militar en esa dirección. En esta perspectiva, exigirá también reformas tendientes a garantizar su supervivencia como organización política, pues, pese a las ya consignadas en la Constitución de 1991, no se ha logrado articular una oposición efectiva al bipartidismo tradicional desde la insurgencia desmovilizada, los movimientos cívicos o las disidencias de los partidos. De hecho, el país está viviendo de nuevo un ciclo en el que se acentúan los factores extrains-titucionales. La influencia del narcotráfico, por ejemplo, se ha evidenciado en el mismo proceso electoral. La aceptación social y política del fenómeno agudiza aún más la situación, pues distorsiona las condiciones de la competencia democrática. Frente a los gigantescos recursos destinados a financiar las maquinarias políticas, que superan con creces el aporte del Estado a los partidos, las posibilidades de quienes aspiran a una competencia democrática en los niveles local o nacional resultan limitadas. También es palpable el fortalecimiento del paramilitarismo, con consecuencias para los patrones de tenencia de la tierra y distorsiones de la realidad política del país. La pérdida de dinamismo de la renovación democrática se expresa en el retroceso frente a las conquistas de la Asamblea Nacional Constituyente, la dinámica predominante de corrupción, narcotráfico, desigualdad de oportunidades en la competencia democrática y manejo patrimonial de los recursos del Estado. Infortunadamente, no son auspiciosos los posibles escenarios para una reforma política que revierta estas tendencias. El Congreso se percibe como una institución profundamente pervertida, deslegitimada y carente de autoridad y voluntad para el cambio. A juzgar por sus propuestas e iniciativas, parece más inte-

resado en revivir antiguos privilegios y perpetuar el viejo país, generador del clientelismo y la corrupción, que en adelantar un cambio democrático. La actual dinámica de guerra y la debilidad del gobierno Samper tampoco contribuyen a la concreción de las negociaciones con la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar como un escenario para la democratización del país y el reconocimiento de poderes locales en el corto plazo. Estas tendencias pueden relegitimar los movimientos armados como actores políticos con capacidad de enfrentar el nuevo reacomodo de la clase política, independientemente de su capacidad para articular claramente un proyecto político o para aprovechar las crisis y contradicciones y de que la vía armada posibilite, de hecho, la toma del poder o las transformaciones de fondo requeridas por la sociedad. Como argumenta Be-jarano (1995,141): Cabe considerar la proposición de que una extensión y degradación del conflicto y un eventual fortalecimiento de la guerrilla se asocian no al proyecto político de la guerrilla, sino a la falta de proyecto político por parte de los estamentos democráticos. Sin duda, más que la pérdida de legitimidad del gobierno, más que su pérdida de popularidad, más que la apuesta al deterioro de la situación social, lo que en verdad debe preocupar es la pérdida de horizonte de un proyecto político por parte de los partidos, que atrapados en los juegos políticos electorales parecieran haberse olvidado de los horizontes de largo plazo, al tiempo... que el gobierno ha perdido margen de maniobra para desarrollar los proyectos de cambio que fueron su propósito original. En estas circunstancias, podría crearse un "vacío de proyecto" que pudiera convertirse en un espacio potencial para la guerrilla frente a la falta de dinamismo de los proyectos de la democracia.

A MANERA DE CONCLUSIÓN

La consolidación de grupos guerrilleros desmovilizados como fuerzas alternativas dentro de la institucionalidad puede verse obstaculizada, tanto por factores de índole interna como del contexto y las estructuras en las que entran a desarrollar su actividad política. Un problema dentro de la primera categoría, evidente en el caso colombiano, es el lastre de las exigencias organizacionales de la vía armada. La estructura de autoridad vertical y jerárquica, justificada quizás por las necesidades militares y de

38

Page 39: Colombia Internacional No. 36

la lucha clandestina, resulta incompatible con la participación legal de un movimiento político que pretende impulsar un proyecto de organización democrática de sociedad. Ello es particularmente relevante en una coyuntura en la que las tendencias de la opinión favorecen la profundización de la democracia y rechazan los vicios de la vieja política. Otro factor que puede terminar por desconectar a estos movimientos de los sectores que aspiran a representar es el énfasis en la participación electoral, en desmedro de la construcción de una organización con vínculos sociales mucho más afianzados. En el caso colombiano, los vínculos de las guerrillas con los movimientos y las organizaciones sociales han sido tradicionalmente más débiles que los desarrollados por otros movimientos guerrilleros en otros contextos, como por ejemplo el FMLN en El Salvador. La Alianza acusaba de hecho una gran debilidad a nivel local7 . Sin embargo, las prácticas del movimiento no favorecieron la anunciada construcción de "una organización con ciudadanos y para los ciudadanos", ni la creación de espacios para la participación de sectores independientes, populares o intelectuales, lo que terminó alienando a muchas fuerzas que buscaban una alternativa al bipartidismo tradicional8. Al trazarse como propósito estratégico fundamental el triunfo en las elecciones presidenciales, la AD-M-19 se decidió por un camino diferente al de otras experiencias, como la venezolana, en la que fuerzas reinsertadas optaron por una línea de acumulación social y local de bajo perfil, conformando movimientos que aún cuentan con un espacio real y que no han agotado sus posibilidades, o como la salvadoreña, en donde el FMLN, con una correlación de fuerzas comparativamente más favorable y una mayor incidencia en la sociedad, asumió el propósito político de configurarse como oposición al gobierno. Incluso en Uruguay, con el antecedente de una derrota militar que los líderes no se empeñan en contradecir, el MLN asumió la acción política dentro del Frente Amplio hasta reconstituir un movimiento que llevó a la alcaldía a Tabaré Vásquez. Esta desconexión de los grupos sociales y el énfasis en lo electoral conduce a que la figuración

política tenga como base principal el apoyo de una franja apenas comprometida parcial y coyunturalmente. La lógica del apoyo inicial de la franja con base en el "proyecto colectivo de paz y la ética anticlientelista" es paulatinamente desplazada por consideraciones concernientes a la "eficiencia legislativa". En este sentido, los grupos desmovilizados presentan desventajas, pues entran a desenvolverse en un terreno casi desconocido con una evidente falta de preparación de sus cuadros. El proyecto armado exige de los combatientes destrezas específicas e incluso limitadas, mientras que el juego político institucional demanda el dominio de diferentes habilidades aplicables en diversos ámbitos. Otro de los grandes obstáculos es la dificultad para mantener los lazos de solidaridad y cohesión en ausencia de la lucha armada. La fragmentación histórica de la guerrilla alrededor de lealtades personales, aunada a la incapacidad para generar un proyecto aglutinante e institucional del movimiento, de manera que se acuerden y respeten las reglas de juego y se proporcionen mecanismos para tramitar los conflictos internos, fortalecen las fuerzas centrífugas. La participación en el gobierno plantea un dilema de difícil solución para estos movimientos. Como bien lo expresan Álvarez y Llano (1994), ella representa "una gran paradoja y contradicción". Por un lado, dicha participación se considera esencial, "por cuanto la formación no puede darse en frío". Sin embargo, puede terminar en "compromisos burocráticos y riesgos políticos" que le restan perfil al proyecto y limitan la capacidad de acción del movimiento, con las consecuencias antes enunciadas. Por otro lado, no participar les evitaría estos riesgos, pero "podría conducir, en una organización proclive al radicalismo verbal, a volverse también una fuerza tradicional de izquierda, incapaz de ser alternativa real de gobierno". Por último, las medidas de favorabilidad política para la competencia democrática deben trascender los beneficios inmediatos del proceso de reinserción. En las condiciones de exclusión política, como las de los países latinoamericanos que han experimentado conflictos armados internos, la consolidación de la paz y la democracia exigen

7 Véase la entrevista con Antonio Navarro, en Revista Foro, No. 24, abril de 1994. 8 Véase Álvarez y Llano (1994).

39

Page 40: Colombia Internacional No. 36

no sólo la apertura de espacios de participación, sino también garantías para la estructuración y la acción de nuevos actores políticos.

BIBLIOGRAFÍA Álvarez, Adolfo, y Llano Hernando, "La Alianza Democrática: ¿una tercera fuerza frustrada?", en revista Foro, No 24, septiembre, pp. 63-75,1994. Bejarano, Jesús, Una agenda para la paz, Tercer Mundo Editores, Santafé de Bogotá, 1995. Cottam, Richard, "Understanding Negotiation: The Academic Contribution", Case Studies in International Negotiation, No. 11, University of Pittsburgh, 1986. Delgado y Cárdenas, "Franja electoral y opinión crítica en Colombia", en revista Foro, No. 24, septiembre, pp. 76-89,1994. Flórez, Enrique, "Colombia: un país sin conciencia del beneficio de la paz". Ponencia presentada al Seminario-Taller La Sociedad Civil y la Paz, Sasaima, Colombia, 1994. García, Ricardo, "Elecciones parlamentarias 1994: el mercado político y la lógica de clientela", en revista Foro, abril, No. 23, pp. 17-25,1994. Lederach, John Paul, Building Peace. Tokio, United Nations University, 1994. Mitchell, C.R., "Rational Models and the Ending of Wars". The Journal of Conflict Resolution, 27, No. 3: 495-520, 1983.

"Cómo poner fin a guerras y conflictos: decisiones, racionalidad y trampas". RICS 127, pp. 35-58, 1991.

Pizarro, Eduardo, Insurgencia sin revolución, Tercer Mundo Editores-IEPRI, enero, Santafé de Bogotá, 1996.

Valenzuela, Pedro, "El proceso de terminación de conflictos violentos: un marco analítico con aplicación al caso colombiano", en América Latina Hoy, revista de la Universidad de Salamanca, julio, 1995.

"Intermediación y resolución de conflictos". Ponencia presentada al Conversatorio de Paz, Ecopetrol-USO, Bogotá, mayo, 1996.

Wills, María Emma, "Las políticas gubernamentales frente al proceso de paz: entre el peso del pasado y un futuro incierto", en Gobernabilidad en Colombia, retos y desafíos, Departamento de Ciencia Política, Universidad de los Andes, 1993.

Wittman, Donald, "How a War Ends; A Rational Model Approach". The Journal of Conflict Resolution, 23, No. 4, diciembre, pp. 743-763, 1979.

Zartman, William, "Ripening Conflict, Ripe Moment, Formula, and Mediation", en Bendahmane, Diane et al. (eds.), Perspectives on Negotiation: Four Case Studies and Interpretations. Washington, Center for the Study of Foreign Affairs, 1986.

Elusive Peace: Negotiating an End to Civil Wars. Washington, D.C., the Brookings Institution, 1995.

40

Page 41: Colombia Internacional No. 36

LAS NEGOCIACIONES DE PAZ Y LA PARTICIPACIÓN DE LAS GUERRILLAS COLOMBIANAS EN EL NARCOTRÁFICO

María Eugenia Mujica* y Francisco Thoumi**

I. INTRODUCCIÓN

Desde que el embajador estadounidense Lewis Tams afirmó, en 1984, que existía una conspiración "narco-guerrillera" (Gugliotta y Leen, 1990; Thoumi, 1994, cap. 4), la relación entre la subversión y el narcotráfico ha sido objeto de debate político, y un elemento más en la compleja amalgama de las negociaciones de paz. El objetivo de este ensayo es explicar la naturaleza y evolución de los vínculos de estos actores ilegítimos, de manera tal que se arrojen algunas luces que enriquezcan la agenda y el proceso de las negociaciones de paz. La relación entre el narcotráfico y los grupos guerrilleros armados es sumamente complicada debido a que incluye una multiplicidad de actores que interactúan simultáneamente de maneras diversas; tiene una naturaleza cambiante, y muchas veces el intento de precisarla se desvirtúa por las acciones de los grupos guerrilleros para mantenerla en secreto. Estas razones llevan a que sea muy difícil poder incorporar dicho vínculo, como elemento claramente identificado, en la agenda de negociación. La relación comúnmente esperada corresponde a movimientos de lucha armada que persiguen sus fines políticos financiándose ampliamente con el dinero de la droga y que cuentan a veces con el apoyo de campesinos productores de coca (Gros, 1992:6). También se puede dar otro tipo de interacciones. Reyes (1995c) menciona dos: en el primer tipo, que corresponde al panorama del Caquetá, Guaviare y Meta, las guerrillas ejercen su influencia sobre los campesinos cocaleros y los narcotraficantes, quienes pagan un impuesto a cambio de que los grupos armados mantengan el orden. En el segundo, los narcotraficantes adquieren grandes

áreas de tierra dominadas por grupos armados que están bajo su control. Por otro lado, hay regiones en las que la guerrilla organiza a los campesinos para que obtengan mayores precios frente a los compradores privados, mientras que en otras compite con los carteles, llegando a enfrentarse, a veces violentamente, con ellos. En general, las relaciones entre la guerrilla y el narcotráfico tienden a ser con-flictivas en las zonas rurales donde no hay narcoa-groindustria, pero en las que los narcotraficantes han invertido sus capitales. Son menos conflictivas en las áreas de producción de drogas ilegales donde éstas se venden a los carteles exportadores. No sólo la relación narcoindustria guerrilla es compleja y múltiple, sino que ello mismo ocurre al interior de los movimientos guerrilleros. Para empezar, existen varias organizaciones guerrilleras, con diversos grados de cohesión, metas y actitudes hacia las drogas. Esto hace que la capacidad de las cúpulas de las organizaciones guerrilleras para lograr que sus diversos frentes cumplan sus órdenes a cabalidad varíe sustancialmente. Además, el papel de las drogas entre y dentro de las organizaciones guerrilleras también varía:

por ejemplo, los grupos guerrilleros, en particular las FARC, desarrollan actividades de regulación de la producción y establecen contribuciones forzosas a los participantes en el mercado ilegal. El ELN no tiene un comportamiento unificado en torno al asunto: en algunas regiones se beneficia del comercio y de los cultivos, mientras que en otras promueve su erradicación y el control de las actividades de los productores (Barragán y Vargas, 1995: 48).

* Investigadora, Centro de Estudios Internacionales, Universidad de los Andes. ** Fellow, Woodrow Wilson Center for International Schools, Washington, DC.

41

Page 42: Colombia Internacional No. 36

A pesar de estas divergencias, para una parte importante de las organizaciones guerrilleras, las drogas cumplen una función dual: son una fuente importante de recursos financieros y una forma de atacar al imperialismo por dentro. En la sección II del presente ensayo se explican algunas semejanzas y conflictos entre la guerrilla y el narcotráfico con el objetivo de ilustrar la naturaleza variada y cambiante del vínculo entre ambos grupos. La sección III presenta la evolución histórica de la relación entre la industria de drogas ilegales y los grupos subversivos, y resume la evidencia recopilada por algunos estudios que han tratado el tema. La última sección identifica y discute los problemas que puede crear la participación de la guerrilla en la industria ilegal en relación con los procesos de negociación de la paz.

II. SEMEJANZAS Y CONFLICTOS ENTRE GUERRILLA Y NARCOTRÁFICO

La "identidad entre guerrillas y coca (...) se basa (...) en el hecho natural de la oposición irrecusable del Estado a unos y otros" (Molano, 1988:35).

La ausencia y la debilidad del Estado como proveedor del orden interno y servicios básicos, y como supervisor de marcos regulatorios generales en amplias zonas del país contribuyen a la presencia de la guerrilla y el narcotráfico en estas áreas. En este sentido, se puede afirmar que las semejanzas entre ambos grupos radican en la fortaleza y la capacidad estatal. En otras palabras, ambos grupos se nutren y se fortalecen de la debilidad del Estado y de su poca o nula presencia; asimismo, éstos contribuyen a desestabilizar el régimen (Molano, 1989a). Al igual que en los albores de la independencia, cuando la falta de Estado fue reemplazada por la proliferación de caudillos y caciques, en la época actual la guerrilla y el narcotráfico vienen a representar nuevas formas de caciquismo. De hecho, el surgimiento de ambos movimientos es sintomático del proceso de deslegitimación del régimen colombiano y de los problemas sociales del país. En situaciones extremas, cuando se crean

fuertes vínculos entre los dos grupos, ambos obtienen utilidades de la producción y la exportación de productos ilegales. En el caso de la guerrilla, su inserción en las bases campesinas le otorga una mayor capacidad para garantizar el orden que a los representantes del Estado. Éstos apelan frecuentemente al soborno, mientras que aquélla cobra impuestos.

La diferencia radica en que cuando los funcionarios del Estado intervienen no se obtiene la seguridad necesaria a cambio del soborno. No hay normas fijas y claras que reglamenten el soborno porque éste es un lucro personal y particular regido por la ley de la oferta y la demanda, por la ley del máximo lucro posible. En cambio, las tarifas de las guerrillas son fijas y las contraprestaciones, claras e inflexibles (Molano, 1987: 75).

Por otro lado, el soborno o el impuesto legalmente cobrado por el Estado1, y el "gramaje" cobrado por la guerrilla, pueden ser percibidos de igual manera por la población. Finalmente, el colono y el comerciante saben que de todas maneras tienen que pagar tributo a uno de estos dos grupos, a cambio de la seguridad y libertad de tránsito y funcionamiento (Molano, 1988: 34). Se llega al extremo de que el colono se siente más identificado con las guerrillas debido a factores históricos de sensación de injusticia ("el Estado siempre ha sido un arma de los ricos"), de pertenencia (muchos guerrilleros operan en sus regiones de origen, mientras que los soldados son fuereños), y algunos más actuales y coyunturales, como el hecho de que la presencia de los movimientos armados y la coca dan continuidad a su proceso de acumulación. En este mismo sentido, a ambos, tanto a algunos miembros del ejército como de la guerrilla, les conviene desplazar al otro de las zonas de producción de coca para ma-ximizar sus beneficios, puesto que los colonos y comerciantes pagan por su libertad de acción.

Por otro lado, los intereses de los capitalistas de las drogas ilegales son ambivalentes con relación al Estado1. Para operar la industria (agricul-

1 Cada sociedad establece límites a la búsqueda de utilidades y a la libertad de mercado cuando los bienes producidos o transados pueden tener efectos sociales nocivos, tales como el material radiactivo o pornográfico, las armas y las drogas psicoactivas. La mayoría de estos controles al comportamiento son impuestos por instituciones sociales diferentes al Estado: la familia, la escuela, la religión, entre otras. En Colombia, el fracaso de estas instituciones para imponer restricciones al comportamiento ha producido capitalistas para quienes las repercusiones de sus acciones sobre el resto de la sociedad son totalmente irrelevantes (Kalmanovitz, 1989; Thoumi, 1987; Herrán, 1986). Ello ha constituido una de las razones más importantes por las cuales la industria de drogas ilegales se estableció en Colombia.

42

Page 43: Colombia Internacional No. 36

tura, manufactura, transporte, mercadeo y lavado de activos), el crimen organizado requiere un Estado débil y, a su vez, contribuye a debilitar al régimen. Pero en contraposición a la guerrilla, una vez que los activos son lavados, el crimen organizado necesita que el Estado mantenga un nivel mínimo de legitimidad y poder para garantizar los derechos de propiedad y facilitar la inversión de los capitales acumulados ilegalmente. En este sentido, la industria ilegal no tiene como meta destruir el régimen y construir una sociedad más justa, sino lograr asimilarse a la estructura social existente y obtener poder dentro de ella (Kraut-hausen y Sarmiento, 1991; Thoumi, 1994). La participación de la guerrilla en el narcotráfico tiene diferencias fundamentales con la del crimen organizado. La filosofía original de la guerrilla y del narcotráfico no sólo no concuerdan sino que además son opuestas, excluyentes y conflictivas. La guerrilla estuvo inspirada originalmente por la búsqueda de justicia social para los campesinos desposeídos de tierra y desplazados por la violencia. El involucramiento de la guerrilla con las drogas, especialmente en el caso de las FARC, ocurrió una década después de la consolidación de las guerrillas campesinas, a principios de los años sesenta. Para ellas, las drogas ilegales eran un síntoma de la descomposición del capitalismo mundial y una oportunidad para contribuir al colapso del sistema colombiano, para atacar al imperio por dentro ("metiéndole droga a los gringos") y para desarrollar una red de apoyo entre los campesinos en las zonas de reciente colonización. Por otro lado, para el crimen organizado, las drogas son simplemente un buen negocio que permite acumular grandes fortunas rápidamente y ascender en el escalafón social. Los empresarios del narcotráfico son una expresión del capitalismo, en el cual la motivación económica prevalece sobre cualquier otro fin. En síntesis, se argumenta que para la guerrilla

tradicional el futuro ideal es el socialismo, aunque se puede argumentar que dicha meta ha perdido gran parte de su sustento, a raíz de la caída del muro de Berlín. Para el crimen organizado la panacea es el poder económico y político en manos propias y, cuando esto no es posible, en las de sus descendientes. Estas dos metas no pueden menos que chocar a largo plazo, aunque en el corto plazo haya situaciones que produzcan relaciones de cooperación entre ambas organizaciones.

La desmembración de la Unión Soviética y la crisis económica cubana produjeron caos y vacío en toda la izquierda latinoamericana. En el caso de la guerrilla colombiana, ésta fue afectada de varias formas. En primer lugar, a pesar de que no es posible determinar los grados de dependencia financiera de la Unión Soviética y Cuba de algunos grupos guerrilleros, sí se sabe que éstos tuvieron que ser reemplazados de alguna manera. En segundo lugar, el mantenimiento del fervor ideológico y la meta de una sociedad socialista, en vista del fracaso comunista a nivel mundial, ha sido difícil. Ambos procesos han llevado a algunos grupos guerrilleros a parecerse al crimen organizado, pues han apelado al secuestro, la extorsión y el negocio de las drogas ilegales para financiarse, en un momento en el que sus fines políticos parecen desdibujados. Sin embargo, hay autores para los que la financiación de la guerrilla por medio de las drogas no ha sido el resultado de la eliminación de fuentes de financiamiento externo, afirman que estos movimientos se han beneficiado de las drogas ilegales desde antes del colapso del comunismo mundial (Molano, 1987: 75).

III. EVOLUCIÓN DE LOS LAZOS ENTRE GUERRILLA Y LAS DROGAS ILEGALES. EVIDENCIA

La afirmación original del embajador Tams se basó en información obtenida por los servicios de inteligencia de los Estados Unidos con respecto a la participación de la guerrilla colombiana en la protección de los laboratorios del narcotráfico en la selva amazónica y los Llanos Orientales. A pesar de ello, existe evidencia de que la relación entre narcotraficantes y guerrilleros ha tenido momentos difíciles. Por ejemplo, hay pruebas de los intentos de la guerrilla de extorsionar a los narcotraficantes. Relacionado con ello, se afirma que el secuestro con fines de lucro de Martha Nieves Ochoa, en noviembre de 1981, llevó a la formación del movimiento Muerte a Secuestradores VMAS).

El MAS es un grupo paramilitar creado para prevenir el secuestro y para atacar a quienes, dándose cuenta de las grandes ganancias potenciales de secuestrar a los empresarios de las DPSI (Drogas Psicoactivas Ilegales) y sus familiares, se habían atrevido a hacerlo (Thoumi, 1994: cap. 3).

43

Page 44: Colombia Internacional No. 36

Poco después,

algunos miembros del M-19 fueron secuestrados y asesinados por el MAS y Martha Nieves Ochoa fue liberada después de que el M-19 contactara al MAS y se estableciera una tregua aparente (Thou-mi, 1994, cap. 3).

En síntesis, las acciones de violencia de la guerrilla contra el crimen organizado llevaron a que los narcotraficantes establecieran sus propios grupos armados para proteger sus actividades productivas, especialmente sus laboratorios. Sin embargo, es probable que en algunas zonas hayan continuado utilizando los servicios de grupos guerrilleros. La guerrilla tiene ventajas claras para arraigarse en zonas de cultivo de plantas ilegales. Refiriéndose al Caguán, Cubides (1989: 250) explica que

La necesidad de un ordenamiento mínimo de la vida social, que se va haciendo más y más consciente a medida que aumenta el poblamiento y se propaga el cultivo de la coca, no podía ser resuelta por las Juntas de Acción Comunal existentes antes del arribo de la coca y antes de la penetración de la guerrilla.

El vacío de poder dejado por el Estado en el Caguán fue llenado por la guerrilla, a pesar de la voluntad popular de enmarcarse en la legalidad: todos los hechos son demostrativos del fortalecimiento progresivo de ese poder local, que no existe en contraposición ni en sustitución del poder del Estado central, pero que suple aquellas de sus funciones básicas que van siendo necesarias en una región de tan rápido poblamiento como ésta (Cubides, 1989: 259).

El trabajo de Molano (1987) subraya el arraigo y la importancia de la guerrilla en el desarrollo de los cultivos de coca en el Guaviare. La migración original hacia el Guaviare fue, en gran parte, resultado del desplazamiento de campesinos en los años cincuenta y sesenta, debido a la violencia y los intentos del campesinado por obtener cambios sustanciales en las condiciones de tenencia

y empleo en zonas del Tolima y Cundinamarca (Chaparral, Villarrica, Sumapaz y Viotá). Esta misma violencia está en la raíz de las FARC, organización que cumplió un papel protagónico en el establecimiento de muchas de las comunidades de la región. Dicha similitud lleva a que la guerrilla sea parte integrante de la comunidad campesina y que tenga un fuerte arraigo dentro de la misma. Los estudios de Molano (1989b, cap. 5) y Gros (1992) sobre la zona del Guaviare resaltan la relación cambiante entre la guerrilla y el narcotráfico. Las primeras plantas de coca fueron introducidas en este lugar a fines de la década del setenta, cuando la presencia de la guerrilla (que impulsó la colonización del lugar durante la época de la Violencia) era muy débil. De acuerdo con la historia oral relatada por Molano, el Guaviare experimentó una bonanza cocalera hasta aproximadamente 1983, año en que los precios de la coca cayeron abruptamente2 . Durante la bonanza, la región recibió migrantes de las zonas esme-raldíferas, quienes contribuyeron a generar un alto nivel de violencia: Aquí organizaron una cuadrilla para cultivar la hoja, se asociaron con los grandes y Marcelino, Toño y Lucas se volvieron matones perdonavidas. Decretaban quién podía vivir y a quién se debía liquidar. Tenían una socia para hacer morrocos. Quien necesitara un fulano finado conversaba con ellos y asunto arreglado (Molano, 1989b: 280).

La falta de presencia del Estado fue aprovechada por la guerrilla: "Un buen día fue apareciendo otra ley, la ley de los muchachos, la de las guerrillas" (Molano, 1989b: 284). La guerrilla impuso ( el orden: prohibió el abigeato, el robo, la embriaguez, el abuso a las esposas y los niños, estableció sistemas de resolución de conflictos3, prohibió el pago de salario en basuco, y tomó una posición draconiana respecto al consumo de esta droga, llegando a ejecutar a algunos adictos (Molano, 1989b: 284-290)4. De acuerdo con Gros (1992: 7), cuando la mafia regresó, como consecuencia de la recuperación de los precios en 1984, se encontró con que la guerri-

2 Las causas de esta caída no están claras. 3 Los problemas de linderos probablemente eran los conflictos más comunes. 4 Esta última medida crea una contradicción interesante puesto que la guerrilla, que ha prohibido el uso de la droga en las

zonas que controla, se ve en dificultades para defender las cosechas y la manufactura de drogas ilegales, las cuales se pueden justificar sólo como armas para atacar al enemigo.

44

Page 45: Colombia Internacional No. 36

lla había asumido las funciones de mantenimiento del orden público y de organización de la producción, ambas abandonadas por el Estado, y, como consecuencia, se dio la negociación narco-guerrilla. Si bien las metas del narcotráfico eran contrarias a la filosofía guerrillera, esta última aceptó la producción de coca para sacar provecho financiero y asegurar su inserción en las bases campesinas (Gros, 1992). Como retribución, el crimen organizado debió aceptar el control territorial armado, el monopolio de las armas, un impuesto equivalente al 8% de las ventas a los comerciantes y 10% a los productores, y la prohibición del pago en basuco a los raspadores (Gros, 1992; Molano, 1988). Molano (1988: 33) afirma que el apogeo de la coca produjo discusiones interminables al interior de los frentes guerrilleros. Si bien el cultivo de la coca podía permitir que los campesinos finalmente se insertasen en un proceso de acumulación, ello iba en contra de la politización que los guerrilleros deseaban desarrollar y era opuesto a su ideología. Este autor afirma que fue el pragmatismo del M-19 para él las oportunidades presentadas por el narcotráfico constituyeron el vehículo para cambiar el esquema de lucha urbana por lucha rural el que finalmente acabó con las discusiones. Posteriormente, las FARC también aceptaron el negocio de la coca (Molano, 1988:33). No hay evidencia de que los acuerdos narcoindustria-guerrilla hayan sido explícitos, ni de que haya habido una negociación formal entre organizaciones de este tipo por un periodo prolongado. Más bien, "la solución y los acuerdos debieron haber sido locales y sobre los hechos cumplidos" (Molano, 1988, 33), debido a que el cultivo de coca se expandió rápidamente en las zonas de colonización con fuerte presencia guerrillera. La transacción formal ocurrió una vez que las guerrillas consolidaron su autoridad local y adquirieron prosperidad militar (Molano, 1988: 35). De acuerdo con Gros (1992: 7), a fines de los años ochenta hubo una ruptura en la relación narcoindustria-guerrilla. Según este autor, la mafia en la figura de Rodríguez Gacha no toleró el control de las FARC sobre sus tierras ni los actos de bandidaje realizados en su contra. El asesinato de Jaime Pardo Leal, de la Unión Patriótica, y los ataques contra otros miembros políticos del grupo armado marcaron la ruptura del vínculo y el inicio de una relación destinada a la des-

trucción del otro. Otros factores que contribuyeron a la disolución de esta unión por conveniencia fueron la presión del ejército y la policía, los éxitos logrados en la lucha antinarcóticos, los abusos cometidos por ambas partes y la caída del precio internacional de la coca (Molano, 1988: 36). Como consecuencia, muchos laboratorios de procesamiento del producto fueron trasladados a Perú y Brasil. El gobierno aprovechó la coyuntura para lanzar el Plan Nacional de Rehabilitación y así consolidar su participación en las zonas de conflicto por medio de políticas de sustitución de cultivos y medidas para debilitar a la guerrilla (Gros, 1992: 8).

Gros analiza la relación narcoindustria-guerrilla en otras zonas del país. Este autor afirma que en el Magdalena Medio, por ejemplo, a inicios de la década del ochenta, se desarrolló una relación amistosa entre militares y paramilitares financiados por los ganaderos en contra del abuso de poder de la guerrilla en la zona. Durante el gobierno del presidente Betancur, esta zona se convirtió en una especie de república independiente (Gros, 1992: 9), por lo que la mafia del Cartel de Medellín incursionó en la zona. En este caso, el crimen organizado no se alió con la guerrilla debido a la mala experiencia en el Guaviare sino con los ganaderos que financiaban los grupos paramilitares. En este sentido, se forjó un nuevo vínculo (igualmente ilegal) denominado narco-paramilitarismo (Gros, 1992: 10) con el objetivo de atacar y eliminar a los movimientos guerrilleros. Trabajos más recientes (Hernández, 1995; Uri-be y Mestre, 1995; Barragán y Vargas, 1995) afirman que las guerrillas han continuado jugando un papel protagónico en las zonas de cultivo de coca, marihuana y adormidera, en las cuales llevan a cabo funciones claves de sustitución del gobierno. Estos estudios muestran que los cultivos y la manufactura de las drogas ilegales son una fuente de financiación de la guerrilla a través de los impuestos que cobra a los participantes en el negocio. Sin embargo, dichos trabajos no presentan evidencia respecto a una posible participación de las organizaciones guerrilleras en la exportación y el mercadeo internacional de las drogas ilegales. Hernández (1995), por medio de entrevistas a individuos que han participado en la industria ilegal o tenido relaciones con su gente, presenta evidencia de intentos del M-19 de lucrarse del mercadeo internacional de cocaína. Según este autor, 45

Page 46: Colombia Internacional No. 36

a mediados de los años ochenta el M-19 envió una célula a Nueva York con el propósito de localizar a los distribuidores de cocaína colombianos, robarles la mercancía y el dinero, revender la mercancía y financiar así sus actividades en Colombia. De acuerdo con el informante, este intento resultó fallido pues los distribuidores identificados movían volúmenes relativamente pequeños, y el costo de mantener la célula en Nueva York resultó ser muy alto con relación a los ingresos generados. Informes más recientes de naturaleza periodística (Semana, 1996: 14) indican que en otras zonas del país, especialmente en Urabá, la guerrilla sí está involucrada en la exportación de drogas ilegales. Más aun, estos informes alegan que la razón principal de la violencia experimentada en esa zona durante los últimos años es el resultado de la lucha por el control de las rutas de exportación de drogas e importación de armas y otros artículos de contrabando entre organizaciones paramilitares, apoyadas por los carteles de las drogas, y las guerrillas. Además, por medio de estas relaciones comerciales, la industria ilegal y las guerrillas tienen la oportunidad de relacionarse con organizaciones criminales internacionales y participar en el creciente y rentable crimen organizado mundial. De acuerdo con estadísticas de la policía antinarcóticos, la guerrilla cobra a los grandes narcotraficantes aproximadamente 30% de la inversión en producción; $10 millones semanales por el funcionamiento de los laboratorios; $13 millones por permitir el uso de las pistas de aterrizaje; $10 millones mensuales por hectárea custodiada; $5.000.000 por kilogramo procesado; $20.000.000 por kilogramo embarcado; y $1.000.000 por el transporte de cada galón de in-sumos (Reyes, 1995b: 69). Las inversiones en finca raíz rural han sido una fuente continua de conflicto entre los empresarios de las drogas ilegales y las organizaciones guerrilleras. Reyes (1995a) muestra que dichos empresarios o sus testaferros han comprado áreas sustanciales de terrenos rurales y que estas compras han aumentado notablemente durante los años noventa. Reyes estima que actualmente los empresarios de la industria de drogas controlan aproximadamente 4 a 5 millones de hectáreas de tierras dedicadas al ganado. Estas inversiones de la industria ilegal han promovido la financiación de grupos paramilitares que se han enfrentado a las guerrillas y a los campesinos simpatizantes de ellas. Las zonas de mayor enfrentamiento en-

tre estos dos poderes han sido el Magdalena Medio, Urabá, y partes del Sinú. Además, el potencial de enfrentamientos futuros es muy fuerte puesto que una de las metas claves de la actividad guerrillera ha sido la redistribución de tierras rurales. Durante el último año, la influencia de las guerrillas en las zonas productoras de coca y adormidera ha sido evidente; su capacidad de movilización campesina se ha reflejado en las marchas de protesta contra los programas de fumigación aérea y otros sistemas de erradicación de cultivos ilícitos. La presencia de la guerrilla como elemento catalizador de las movilizaciones se debe a la necesidad de consolidar su inserción o arraigo en las bases campesinas. Sin embargo, Reyes (1995b) presenta un escenario en el que la guerrilla se distancia de todo lo relacionado con el narcotráfico para evitar la asociación narco-guerrilla. En este sentido, el mismo autor señala que el respaldo a los paros cívicos del Guaviare y el Putumayo no fue hecho por la guerrilla sino por los traficantes de la región (Reyes, 1995b: 71).

IV. DROGAS Y GUERRILLAS: LA DIFICULTAD DE NEGOCIAR PARA LA PAZ

La participación de las guerrillas en el negocio de las drogas ilegales condiciona y hace más compleja la agenda de cualquier proceso exitoso de negociación de paz. De hecho, las implicaciones del vínculo narco-guerrilla hacen improbable el éxito de las negociaciones, pues éste requiere muchas concesiones que el Estado probablemente no estará dispuesto a otorgar. En este sentido, se afirma que la negociación tendrá mayor probabilidad de éxito si un solo modelo de dominación de relación narcoindustria-guerrilla prevalece. Por lo tanto, en la situación actual, caracterizada por vínculos complejos, múltiples y cambiantes, los escenarios de éxito de las negociaciones de paz son muy reducidos.

Las negociaciones deben tratar el tema de la participación de la guerrilla y las fuerzas antiguerrilleras en el negocio ilegal. En las zonas de influencia guerrillera, en las que hay cultivos ilícitos, las negociaciones deben tener en cuenta que: (i) la eliminación de los cultivos ilícitos no se puede lograr fácilmente sin la colaboración guerrillera, y (ii) la guerrilla se beneficia de los cultivos mencionados. En estos casos, es necesario buscar formas que permitan que los miembros de la guerrilla obtengan un ingreso legítimo que les sea satisfactorio. Además, dada la influencia

46

Page 47: Colombia Internacional No. 36

de la guerrilla sobre las sociedades campesinas, es necesario lograr que ésta participe en el control de los cultivos ilícitos. Es difícil que se dé la primera de las condiciones, y, en el caso de la segunda, resulta poco probable que la guerrilla la cumpla pues la tentación de expandir los cultivos a zonas aledañas es muy fuerte. En zonas donde hay enfrentamientos entre la guerrilla y los empresarios de las drogas, el problema es también muy complejo. La concentración de propiedad en manos de la industria ilegal y la lucha por las rutas del contrabando hacen que las negociaciones de paz deban enfrentar los temas de la redistribución de tierras y del control de los grupos paramilitares que han enfrentado a las guerrillas; ambos presentan obstáculos graves a la obtención de acuerdos que realmente se puedan hacer cumplir. Por otro lado, es necesario incorporar a los colonos en las negociaciones de paz, aun en los casos en los que la mafia organizada es propietaria de vastas extensiones de tierra. Ello se debe a que, para el colono, la mafia y la guerrilla se convierten en "dos reivindicaciones, una de carácter económico y otra de carácter político" (Molano, 1989a: 68). En este sentido, para poder llegar a acuerdos de cumplimiento factible, el proceso de paz no debe incorporar sólo aquellos sectores a los que se desea destituir de ilegalidad, sino también a todos los grupos de la sociedad civil involucrados. Así se sentarán las bases para crear la paz desde abajo, lo cual dotaría las negociaciones de mayores probabilidades de éxito y sostenibilidad.

BIBLIOGRAFÍA

Barragán, Jacqueline, y Vargas, Ricardo, "Amapola en Colombia: economía ilegal, violencias e impacto regional", en Ricardo Vargas (comp.), Drogas, poder y región en Colombia: impactos locales y conflictos, vol. 2, Bogotá: Cinep, 1995.

Castillo, Fabio, Los jinetes de la cocaína, Bogotá: Editorial Documentos Periodísticos, 1987.

Cubides, Fernando, "Estado y poder local (organización comunitaria y política en el medio y bajo Caguán)", en J. E. Jaramillo, L. Mora y F. Cubides (comps.), Colonización, coca y guerrilla, 3a. ed., Bogotá: Alianza Editorial Colombiana, 1989.

Gros, Christian, "Los campesinos de las cordilleras frente a los movimientos guerrilleros y a la droga: ¿actores o víctimas?", Análisis Político, 16: 5-22, mayo-agosto, 1992. Gugliotta, Guy y Leen, Jeff, Kings of Cocaíne, Harper Paperbacks, 1990. Hernández, Manuel, "Comportamientos y búsquedas alrededor del narcotráfico" (policopiado), Bogotá, PNUD, 1995. Herrán, María Teresa, ¿La sociedad de la mentira?, 2ed., Bogotá: Fondo Editorial Cerec, Oveja Negra, 1986. Kalmanovitz, Salomón, La encrucijada de la sinrazón y otros ensayos, Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1989. Krauthausen, Ciro, y Sarmiento, Luis F, Cocaína & Co.: un mercado ilegal por dentro, Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1991. Molano, Alfredo, Selva adentro: una historia oral de la colonización del Guaviare, Bogotá: El Ancora Editores, 1987. "Violencia y colonización", revista Foro, 25-37, junio, 1988. "Colonos, Estado y violencia", revista Foro, 9:58- 68, mayo, 1989a. , Siguiendo el corte: relatos de guerras y tierras, Bogotá: El Áncora Editores, 1989b. Mora, Leónidas, "Las condiciones económicas del medio y bajo Caguán", en J. E. Jaramillo, L. Mora y F. Cubides (comps.) Colonización, coca y guerrilla, 3ed., Bogotá: Alianza Editorial Colombiana, 1989. Reyes, Alejandro, "La compra de tierras por narcotra-ficantes en Colombia" (policopiado), Bogotá: PNUD, 1995a. , "La erradicación de cultivos: un laberinto", Análisis Político 24: 67-72, enero-abril, 1995b. , "Drug Trafficking and the Guerrilla Mouvement in Colombia", en Bruce M. Bagley y William O. Walker III (comps.), Drug Trafficking in the Americas, Miami: North-South Center, 1995c. Thoumi, Francisco E., "Some implications of the growth of the underground economy in Colombia". Journal of Interamerican Studies and World Affairs 29:2 (verano): 35-534,1987. Economía política y narcotráfico, Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1994. Uribe, Sergio y Mestre, Sara, "Los cultivos ilegales en Colombia: evaluación, técnicas y tecnologías para la producción y rendimientos y magnitud de la in-dustria" (policopiado), Bogotá: PNUD, 1995.

47

Page 48: Colombia Internacional No. 36
Page 49: Colombia Internacional No. 36