Colombia Internacional No. 41

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CONTENIDO

LAS DIMENSIONES INTERNACIONALES DE LOS CONFLICTOS INTERNOS

EN AMÉRICA LATINA: DE LA GUERRA FRÍA (A LA PAZ NEGOCIADA

EN CENTROAMÉRICA) A LA GUERRA ANTINARCÓTICA 5

More W Chernick

La irracionalidad en la política venezolana Carlos A. Romero

44

Medio ambiente y Posguerra Fría Giampaolo de Martiis Hoyos

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EL ESTILO NEGOCIADOR DE LOS LATINOAMERICANOS.

Una investigación cualitativa Enrique Ogliastri 70

Publicaciones periódicas del CEI 84

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LAS DIMENSIONES INTERNACIONALES DE LOS CONFLICTOS INTERNOS EN AMÉRICA LATINA: DE LA GUERRA FRÍA

(A LA PAZ NEGOCIADA EN CENTROAMÉRICA) A LA GUERRA ANTINARCÓTICA

Marc W. Chernick*

Los exitosos acuerdos que, a principios de los años noventa, pusieron fin a los levantamientos armados en El Salvador y Nicaragua, fueron las primeras señales del surgimiento de un nuevo modelo de intervención internacional en América Latina. Tras frustrar previas iniciativas de paz, Estados Unidos cambió de rumbo al finalizar la Guerra Fría, apoyando negociaciones supervisadas inter-nacionalmente para los conflictos centroamericanos cuando éstos estaban a punto de empezar su segunda década de existencia. El consecuente proceso de paz abrió las puertas a una constructiva participación de la comunidad internacional en la política interna de esta región dividida por la guerra.

En Haití, la comunidad internacional restauró el gobierno democrático después que un golpe de estado derrocó al presidente electo de esta nación caribeña. Durante tres años, sanciones económicas fueron coordinadas con iniciativas diplomáticas de la Organización de Estados Americanos (OEA) y las Naciones Unidas (ONU). Las solas sanciones, sin embargo, fracasaron en su intento de desalojar a los generales haitianos. El

presidente constitucional, Jean Ber-trand Aristide, fue reintegrado al poder en 1994, sólo después que Washington declaró que una intervención militar dirigida por los Estados Unidos era inminente. Aun en una nueva era de diplomacia multilateral, Estados Unidos no renunció a la intervención militar en el hemisferio. Sin embargo, esta vez la lógica e intención de la intervención fueron notablemente distintas de las de previas acciones por parte de Estados Unidos. Usando sus tropas como frente de avanzada (para el personal) de la ONU y la OEA, Estados Unidos destituyó un régimen militar inconstitucional y restauró un gobierno elegido democráticamente.

Las acciones multilaterales han sido muy efectivas en resolver conflictos internacionalizados por la Guerra Fría, como en Centroamérica, y en restaurar el gobierno civil en Haití. Sin embargo, han sidoconsiderablemente menos efectivas respecto de otros problemas, algunos viejos, otros nuevos.

La guerra de guerrillas ha persistido Colombia, Guatemala y Perú a pesar

* Ph.D., profesor de Ciencia Política, Georgetown University.

en

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de los esfuerzos realizados para lograr la paz, porque estos conflictos no se originaron en las rivalidades de la Guerra Fría.

Las nuevas fuentes de violencia en la región son la movilización étnica, el crimen organizado, y el tráfico de drogas. En Colombia, Ecuador, Guatemala, México y Perú, grupos guerrilleros se han alzado en armas para exigir más derechos para las poblaciones indígenas largamente excluidas de la política nacional. En América Latina en general, los movimientos étnicos no han adoptado las plataformas separatistas favorecidas por varios grupos en los Balcanes y la Unión Soviética. Los movimientos étnicos latinoamericanos han operado en el marco más amplio de luchas sociales por una mayor participación política. Como resultado, sus campañas han encontrado permanente apoyo en otros sectores de la sociedad.

En Colombia y Perú, algunos grupos insurgentes se han transformado en grandes sindicatos criminales al mismo tiempo que mantienen agendas políticas radicales. Otros grupos poseen agendas criminales y comerciales más simples. El tráfico de drogas ha generado nuevas e intensas formas de violencia, no sólo en Colombia y Perú, sino a lo largo de los Andes, Centroamérica, México y otras partes de Sudamérica. La violencia relacionada con las drogas, que creció con el auge en la exportación de cocaína y heroína, es una de las principales fuerzas desestabilizadoras en la política latinoamericana de los años noventa. Ni Estados Unidos ni la comunidad internacional han desarrollado respuestas adecuadas a estos desafíos.

Este capítulo se inicia con un breve recuento de los tipos de conflicto y la evolución de la intervención extranjera en la región, desde la declaración de la Doctrina Monroe a principios del siglo XIX hasta el principio de la Guerra Fría a mediados del siglo XX. La segunda sección examina el período de la Guerra Fría, analizando particularmente las fuentes del conflicto interno, la naturaleza de la intervención extranjera y los infructuosos esfuerzos regionales para terminar con los conflictos centroamericanos en los años ochenta.

La tercera sección analiza los exitosos esfuerzos de paz realizados inmediatamente terminada la Guerra Fría. Al desenredarse los conflictos nacionales de la guerra "por mandato", liderada por los superpoderes, la paz fue posible. La mediación regional e internacional jugó un papel decisivo en el término de estos conflictos. Las transiciones a la democracia en los países de la región jugaron también un papel clave: el punto de partida para las negociaciones en El Salvador y Nicaragua fue el acuerdo entre todas las partes involucradas, en que el poder sólo podía transferirse legítimamente por medio de elecciones y una competencia democrática abierta.

La cuarta sección de este capítulo examinará nuevas fuentes de violencia en la región junto con nuevas formas de intervención externa. Un examen de la región revela que muchos países se encuentran acosados por grupos insurgentes y el crimen organizado. Algunos de estos conflictos podrían ser resueltos mediante el tipo de operaciones de paz multifuncionales, llevadas a cabo en Centroamérica a principios de los años

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noventa. La comunidad internacional ya se encuentra involucrada en el proceso de paz en Guatemala, que intenta resolver el último de los conflictos revolucionarios de América Central**.

Cabe destacar que la mayoría de estos conflictos armados no han amenazado con extenderse a territorios vecinos o con incorporarse a los poderes regionales. El hecho que ha generado la intervención militar extranjera ha sido el tráfico de drogas. Desde 1989, la misión principal del ejército de Estados Unidos en el hemisferio ha sido combatir este problema. Este país ha negociado nuevos acuerdos de seguridad con los países productores y distribuidores de drogas. Sin embargo, este enfoque militar ha fallado rotundamente. Peor aún, ha sembrado la discordia entre los aliados de Estados Unidos en la región.

El capítulo concluye contrastando las exitosas operaciones de paz multifun-cionales implementadas en el hemis-ferio occidental al término de la Guerra Fría, con las fallidas políticas para el combate del tráfico de drogas y de otras fuentes de violencia interna en América Latina. Las primeras representan una nueva forma de involucramiento en la política de la región por parte de la co-munidad internacional; las últimas re-presentan un retorno a la diplomacia bi-lateral y a los enfoques militares del pasado. Contra las operaciones globales de narcotráfico, completamente inte-gradas a los flujos del comercio interna-cional, las actividades militares no coor-

Dimensiones internacionales de conflictos • 7 dinadas, en naciones individuales, sin coordinación han sido inefectivas y de-sestabilizantes. Actualmente el tráfico de drogas es "el" asunto multilateral que por excelencia afecta la integridad polí-tica y económica de docenas de países. De este modo, este capítulo concluye con una serie de recomendaciones para un nuevo enfoque multilateral al pro-blema del tráfico de drogas y la violen-cia en América Latina en la Posguerra Fría.

DE LA DOCTRINA MONROE A LA GUERRA FRÍA

A pesar de las muchas disputas territo-riales y rivalidades nacionales, América Latina ha experimentado pocas guerras entre estados. El sistema interamericano —la red de tratados e instituciones de defensa mutua que se desarrollaron du-rante el curso del siglo XX— fue capaz de prevenir o resolver rápidamente la ma-yoría de esas potenciales guerras. La presencia de un poder regional domi-nante —los Estados Unidos— también ayudó a contener conflictos fronterizos y guerras.

Esto no quiere decir que la historia de América Latina haya sido pacífica. Si las guerras entre estados fueron episódi-cas y excepcionales, la violencia interna no lo fue. Desde la revolución mexicana (1910-1917) a "la violencia" en Colombia en los años cuarenta y cincuenta, de los grupos guerrilleros en Centroamérica y los Andes en los años ochenta al alza-

** Nota del CEI: Este artículo fue escrito antes de la firma del Acuerdo de Paz en Guatemala, en diciembre de 1996.

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miento zapatista en México a mediados de los noventa, América Latina ha sido testigo de incontables rebeliones, insur-gencias, golpes de estado y guerras ci-viles.

Algunos de estos conflictos provoca-ron masivas pérdidas de vidas huma-nas, como la feroz revolución mexicana. Otros significaron sólo un mínimo de-rramamiento de sangre y generaron un mínimo comentario internacional. Con algunas excepciones, estos conflictos no involucraron a estados vecinos. El siste-ma interamericano previno o limitó exi-tosamente la intervención de poderes vecinos. El único estado no sujeto a es-tas restricciones fue Estados Unidos, que, como poder predominante en la re-gión, se involucró tanto en los principa-les conflictos así como en los más insig-nificantes.

En 1823, Estados Unidos declaró la Doctrina Monroe. Esta autorizaba su intervención unilateral en el hemisferio para evitar que poderes europeos explo-taran el vacío de poder dejado por Espa-ña al perder sus colonias. En 1903, el co-rolario de Roosevelt a la Doctrina Monroe proporcionó una nueva lógica para la intervención: la fuerza militar de Esta-dos Unidos podía usarse para restaurar la estabilidad política en cualquier na-ción latinoamericana o caribeña.

El corolario de Roosevelt anunció la era de la "diplomacia de garrote". Esta-dos Unidos sucesivamente sofocó insu-rrecciones en Cuba en 1906,1912,1917 y 1933. En 1912, nuevamente marines de

Estados Unidos ocuparon Veracruz, México, por siete meses, en un desastro-so intento por influenciar el resultado de la revolución mexicana. En 1915, tro-pas de Estados Unidos comenzaron una ocupación de diecinueve años en Haití. Un año más tarde, fuerzas de este país desembarcaron en República Dominica-na; no fueron retiradas hasta 19241.

Las intervenciones de Estados Uni-dos en el Caribe y Centroamérica son ocasionalmente caracterizadas como ac-ciones menores dirigidas a decomisar oficinas de aduana y a proteger dere-chos de propiedad. Esta caracterización es inexacta o, en el mejor de los casos, incompleta. Incluso en las primeras dé-cadas del siglo xx, Estados Unidos inter-vino en el hemisferio principalmente por razones estratégicas: deseaba asegu-rarse un tráfico comercial sin restriccio-nes a través de líneas marítimas seguras bajo el amparo de naciones con gobier-nos pro estadounidenses.

El comienzo de la Guerra Fría en América Latina, en los años cincuenta, resucitó en el siglo XX la política de inter-vención unilateral que caracteriza al si-glo XIX.

Estados Unidos reafirmó los princi-pios básicos de la Doctrina Monroe, pro-hibiendo intervención externa en el he-misferio occidental. La Unión Soviética, en el pensamiento oficial estadouniden-se, reemplazó a Europa como el poder hostil y extrahemisférico.

La revolución cubana, en 1959, puso el asunto de seguridad hemisférica en el

1 Walter Lafeber, Inevitable Revolutions: The United States in Central America (New York: Norton, 1993).

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centro del debate de la política exterior de Estados Unidos. Más aún, proveyó la lógica para una extensa reformulación de la política estadounidense en Améri-ca Latina. Cuando Fidel Castro alineó a Cuba con la Unión Soviética, Washing-ton desarrolló una estrategia de seguri-dad regional de largo alcance basada en dos pilares conceptuales y programáti-cos: contrainsurgencia y asistencia en el desarrollo. Estas iniciativas habrían de moldear la política de la región por los siguientes treinta años.

LA GUERRA FRÍA EN AMÉRICA LATINA

La Guerra Fría en América Latina puede ser entendida mejor enfocándose en tres dimensiones de la política regional: con-flictos internos; intervención externa por parte de Estados Unidos y otros ac-tores; y los fallidos esfuerzos de paz en Centroamérica durante los incendiarios últimos años de la Guerra Fría. Esta sec-ción examinará cuidadosamente cada una de estas áreas. El análisis de los esfuerzos de paz mirará los primeros, fundamentalmente fallidos, intentos de actores regionales por promover una solución amplia y definitiva a las gue-rras centroamericanas en el período previo a la caída del Muro de Berlín. El análisis se centrará en dos iniciativas de paz: Contadora y el Plan de Paz de Arias. Estos dos planes de paz, particularmen-te el encabezado por el presidente de Costa Rica, Osear Arias, proveerían las bases pragmáticas para la paz en la Pos-guerra Fría, finalmente posible gracias al nuevo contexto internacional, parti-cularmente a la nueva postura de Esta-dos Unidos.

CONFLICTOS INTERNOS DURANTE LA GUERRA FRÍA

La Guerra Fría no trajo paz a América Latina. Por el contrario, en casi todos los países de la región surgieron grupos guerrilleros que, influenciados por el pensamiento marxista, desafiaron a los gobiernos existentes. Las escarpadas montañas, las escasamente habitadas selvas y planicies, y las barriadas urba-nas de la región probaron ser apropia-das para la guerra irregular. En Cuba y Nicaragua los respectivos movimientos guerrilleros organizaron una extensa alianza de grupos políticos y clases so-ciales, derrocaron a los respectivos dic-tadores y tomaron el poder. En Chile, una coalición de partidos de izquierda y marxistas llegaron al poder por medios electorales, sólo para ser derrocados tres años más tarde por medio de un golpe de estado respaldado por los Estados Unidos.

Las ideas e ideologías jugaron un pa-pel fundamental en el fomento de la lu-cha armada a lo largo y ancho de la re-gión. Para mediados del siglo xx, el marxismo, el leninismo y el maoísmo habían hecho grandes avances en la re-gión. Tras la revolución cubana, La Ha-bana se convirtió en una verdadera Meca para estudiantes revolucionarios latino-americanos deseosos de replicar la expe-riencia de la revolución cubana en sus tierras natales. Cuba proveyó de entre-namiento y asistencia a muchos de esos grupos revolucionarios.

En una América Latina profunda-mente católica, otra nueva forma de pensamiento revolucionario surgió en los años sesenta: la teología de la libera-

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don, basada en una fusión del análisis de clases marxista con la "opción prefe-rencial por los pobres" del Segundo Consejo Episcopal del Vaticano. El Se-gundo Consejo Vaticano se reunió de 1963 a 1965. Su trabajo fue aprobado en la reunión de obispos latinoamerica-nos de 1967 en Medellín, Colombia. En América Latina, un nuevo énfasis de la Iglesia en los pobres significaba una reo-rientación histórica de la tradicional postura de la Iglesia católica en la re-gión. La Iglesia se alejaba de su alianza tradicional con las oligarquías latinoa-mericanas, redefiniéndose a sí misma como defensora de los pobres. Muchos sacerdotes y trabajadores laicos consi-deraron que la nueva teología les pro-veía de una licencia para involucrarse en luchas comunitarias y políticas. Para algunos, la teología de la liberación apoyaba el compromiso con grupos re-volucionarios marxistas que también trabajaban en nombre de los pobres y desposeídos. Era una mezcla potente. En Centroamérica y Colombia, la teolo-gía de la liberación habría de influenciar profundamente a los grupos guerrilleros establecidos, particularmente al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua y al Ejército de Liberación Nacional (ELN) en Colombia2. Este últi-

mo, que aún opera, ha sido liderado por sacerdotes españoles desde los años ochenta.

Las políticas religiosas, ideológicas y revolucionarias encontraron suelo fértil en un continente que experimentaba cambios sociales masivos. Desde los años cuarenta, en adelante, el nivel de urbanización de América Latina creció a una tasa nunca antes vista en el mundo en desarrollo o industrializado.

Para los años ochenta, el continente era ya principalmente urbano, con abul-tadas áreas metropolitanas forzadas a acomodar a incesantes migraciones del campo3. Con sólo unas pocas notables excepciones, las decrecientes poblacio-nes rurales quedaron atrapadas en for-mas de organización social semifeudal. Muchos países fallaron en la implemen-tación de reformas agrarias serias4.

Al mismo tiempo, décadas de asis-tencia internacional expandieron am-pliamente los programas educacionales, sin proveer suficientes oportunidades de empleo para aquellos que avanzaban en el sistema. Las universidades se con-virtieron en centros de reclutamiento y entrenamiento revolucionarios5. Améri-ca Latina, en la segunda mitad del siglo xx, fue testigo de décadas de protesta

2 Donald C. Hodges, Intellectual Foundations of the Nicaraguan Revolution (Austín: University of Texas Press 1986), pp. 268-288; Daniel H. Levine, Popular Voices in Latín American Catolicism (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1992)

3 Alejandro Portes and John Walton, Urban Latín America: The Political Condition from above and Below (Austín: Univeristy of Texas Press, 1976).

4 Alain De Janvry, The Agrarian Question and Reformism in Latín America: (Princeton. N.J.: Princeton University Press, 1992), (Baltimore Md.: Johns Hopkins University Press, 1981).

5 Timothy E Wickman-Crowley, Guerrilas and Revolution in Latín America: A Comparative Study oflnsur-gents and Regimes Since 1956: (Princeton. N.J.: Princeton University Press, 1992), pp. 19-48.

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urbana y rural así como de insurgencias revolucionarias.

En los años sesenta, los grupos gue-rrilleros eran mayoritariamente un fenó-meno rural. Para los años setenta habían aparecido importantes movimientos gue-rrilleros urbanos, particularmente en Argentina y Uruguay. Desde entonces, notablemente en Colombia, El Salvador y Perú grupos guerrilleros han estableci-do bases sociales tanto en el campo como en las barriadas pobres de las grandes ciudades de la región.

Algunos de estos levantamientos ar-mados fueron impulsados por la natu-raleza cerrada de los sistemas políticos nacionales y fueron posibles gracias a la existencia de estados débiles. Colombia y Guatemala son los principales ejemplos. Colombia desarrolló un sistema bipar-tidista, dominado por la élite, que siste-máticamente excluyó a terceros parti-dos. Guatemala fue gobernada por una sucesión de gobiernos militares que ex-cluyeron y reprimieron a la población indígena mayoritaria en este país. Tanto en Colombia como en Guatemala, el Es-tado tenía un alcance limitado sobre buena parte del territorio nacional. En ambos países los movimientos insur-gentes fueron capaces de movilizar po-blaciones privadas de sus derechos civi-les y organizarías en rebeliones contra los gobiernos estatales.

Aunque la mayoría de estos movi-mientos insurgentes tenían orígenes do-mésticos, los combatientes inevitable-

mente quedaron envueltos en la política de la Guerra Fría. En efecto, el pretexto para el comienzo de la Guerra Fría en América Latina surgió en Guatemala en 1954, cuando la Agencia Central de Inte-ligencia de Estados Unidos (CÍA) derro-có un gobierno reformista en nombre de la contención del comunismo6. Tras el fin de la Guerra Fría, se dio término a las guerrillas en El Salvador y Nicaragua. En Colombia y Guatemala, sin embargo, ello no ocurrió: particularmente en es-tos países las raíces domésticas del con-flicto eran profundas.

LA INTERVENCIÓN INTERNACIONAL DURANTE LA GUERRA FRÍA

Estados Unidos combatió las políticas revolucionarias de la izquierda latinoa-mericana, particularmente después de la revolución cubana de 1959, proveyen-do una amplia asistencia contrainsur-gente a los gobiernos de la región. En unas pocas ocasiones Estados Unidos desplegó tropas o creó ejércitos que ac-tuaron en su nombre.

La política estadounidense fue dise-ñada para prevenir el avance del comu-nismo y la expansión de la influencia so-viética en el hemisferio para prevenir "otro Cuba" en el dialecto de la época. Sin embargo, en una región que históri-camente, aunque con frecuencia irónica-mente, ha sido llamado el "patio trase-ro" de Estados Unidos, la competencia geopolítica con la Unión Soviética era asimétrica. Con la excepción de Cuba en

6 Pero Gleijeses, Shattered Hope, The Guatemakn Revolution and the United States, 1944-1954 (Princeton N.J.: Princeton Unversity Press, 1991).

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América Latina, la Unión Soviética dio sólo un modesto apoyo a grupos revolu-cionarios o gobiernos izquierdistas. In-cluso Cuba, activa durante tres décadas en el entrenamiento y apoyo de grupos revolucionarios, fue incapaz de contra-rrestar la abrumadora influencia y re-cursos militares de Estados Unidos en la región7.

El único lugar donde una segunda revolución triunfó fue en Nicaragua en 1979. Sin embargo, la revolución nicara-güense fue ganada con los pertrechos, financiación y apoyo logístico provistos por los gobiernos socialdemócratas de Costa Rica y Venezuela, además del apo-yo del gobierno cubano. Más aún, fue ganada en el momento en que Estados Unidos redujo su apoyo al gobierno de Somoza, como parte de la política de ad-ministración Cárter de promoción de los derechos humanos.

La Guerra Fría fue, por lo tanto, ca-racterizada por cinco formas de interven-ción externa en los conflictos internos de América Latina: apoyo latinoamericano a grupos insurgentes en otros países de América Latina; asistencia soviética a Cuba y, en menor escala, a Nicaragua; despliegue de tropas norteamericanas; creación de ejércitos que actuaron en representación de Estados Unidos; y ex-tensión de la asistencia militar de Esta-dos Unidos a los gobiernos locales y el

entrenamiento de fuerzas militares y policiales locales.

Los estados latinoamericanos rara-mente intervinieron en los asuntos in-ternos de otros países de la región. Las excepciones fueron Cuba, Costa Rica y Venezuela. Cuba apoyó movimientos guerrilleros a lo largo y ancho del he-misferio, especialmente en Colombia, El Salvador y Nicaragua. Costa Rica y Ve-nezuela apoyaron a la guerrilla sandinista durante la revolución nicaragüense.

La intervención soviética directa en los asuntos internos de estados latinoa-mericanos fue también mínima. La prin-cipal excepción fue la asistencia económi-ca y militar de la Unión Soviética a Cuba, que hizo posible el apoyo de Cuba a gru-pos insurgentes latinoamericanos (ade-más de grupos insurgentes y gobiernos africanos). La presencia de la Unión So-viética en Cuba, sin embargo, tuvo un efecto decisivo en la política de Washing-ton hacia la región durante la Guerra Fría.

Las tropas estadounidenses fueron enviadas a países latinoamericanos en sólo dos ocasiones durante la Guerra Fría: a la República Dominicana en 1965 y a Granada en 19838. En ambos casos, las tropas fueron retiradas rápidamente una vez que los objetivos militares y po-líticos fueron alcanzados. En cada caso, Estados Unidos buscó legitimar su inter-vención invocando la ley internacional

7 Colé Blaiser, The Giants Rival: The U.S.S.R and Latin America. (Pittsburgh, Penn.: University oí Pitts-burgh Press, 1983).

8 Abraham F. Lowenthal, The Dominican Intervention. Baltimore M.D.: Johns Hopkins University Press, 1994); Thomas Carothers, In the Ñame of Democracy: U.S. Policy Toward Latin America in the Regan Years (Berkeley: University of California Press, 1991); Robert A. Pastor, Whirpool: U.S. Foreign Policy toward Latin America and the Caribbean (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1992), chap. 8.

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e interamericana. En ambos casos, Esta-dos Unidos afirmó que actuaba para proteger a ciudadanos norteamericanos atrapados en la zona de conflicto. Tam-bién en ambas instancias, Estados Uni-dos afirmó que había descubierto cons-piraciones comunistas que amenazaban a naciones vecinas, activando de esta manera las provisiones del Tratado Inte-ramericano de Asistencia Recíproca (el Tratado de Río)9. En 1965, Washington buscó y recibió aprobación oficial de la OEA y pudo llamar a la fuerza de inva-sión una Fuerza Interamericana de Paz.

Los ejércitos locales, organizados, entrenados y financiados por Estados Unidos, constituyeron otra forma de in-tervención externa en América Latina. En Guatemala, en 1954, Estados Unidos planeó el derrocamiento del gobierno reformista de Arbenz, creando un ejér-cito rebelde de antiguos oficiales milita-res guatemaltecos. Este fue el modelo para la fallida invasión de Bahía Cochi-nos en 1961. Fue también el modelo para la guerra de los contras en Nicaragua, una guerra civil que duró ocho años, de 1982 a 1990.

La asistencia militar y los programas de entrenamiento norteamericanos fue-ron formas de intervención más comu-nes, especialmente en países sudameri-canos avanzados como Brasil y Chile. Después de la revolución cubana, Esta-

dos Unidos estableció estrechas relacio-nes con las fuerzas armadas de la mayoría de los países de la región. Los ejércitos fueron entrenados y equipados para pe-lear guerras de guerrillas internas res-tándole énfasis a la guerra externa.

En 1961, militares de Estados Unidos y América Latina desarrollaron una doctrina regional, conocida como la doctrina de seguridad nacional, que re-flejaba su fundamental preocupación con la guerra interna. Esta doctrina bus-caba combinar la guerra irregular contra enemigos internos con programas na-cionales para promover el desarrollo económico y el bienestar social. La doc-trina de seguridad nacional se basaba en el supuesto de que la inmensa pobreza y desigualdades sociales de las regiones eran campos de cultivo para la subver-sión marxista y, por lo tanto, debían ser confrontadas por razones de seguridad nacional10.

La doctrina de seguridad nacional, con su énfasis en la guerra interna y el de-sarrollo económico, situó por varias déca-das a las nuevas fuerzas armadas entre-nadas por Estados Unidos en el centro de la política nacional latinoamericana.

En país tras país, las fuerzas armadas como institución, en claro contraste con los caudillos militares golpistas tradicio-nales, se tomaron el poder. El golpe de estado de 1964, en Brasil, fue el primer

9 Henry P Devries, Cases and Materials in the Law of the Americas (New York: Parker School of Foreign and Comparative Law, Columbia University, 1976), pp. 634-640.

10 Alfred C. Stepan, "The new proffessionalism of internal warfare and military role expansion", in Alfred C. Stepan, ed., Authoritarian Brazil: Origins, Policies and Futures (New Haven, Conn.: Yale Uni versity Press, 1973), pp. 47-68; Lars Schoultz, National Security and U.S. Policy toward Latin America (Princeton, N.J.: Princeton University Press 1987); Francisco Leal Buitrago, El oficio de la guerra.

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golpe de "seguridad nacional". Le siguie-ron golpes similares en Chile (1973), Uru-guay (1973) y Argentina (1976)11. Los nuevos regímenes autoritarios suprimie-ron despiadadamente a subversivos, sindicatos, partidos políticos, organiza-ciones estudiantiles, y demás opositores. Las libertades civiles fueron suspendidas; los derechos humanos fueron tremenda-mente violados. En Argentina, más de 9.000 personas "desaparecieron"12.

Durante los años setenta, la política de seguridad nacional de Estados Uni-dos se enfocó en el Cono Sur. En los años ochenta, Estados Unidos estuvo preocu-pado por las revoluciones comunistas en Centroamérica. Estas brutales guerras marcaron la fase final de la Guerra Fría en el hemisferio. Las iniciativas de paz regionales que intentaron dar fin a estos conflictos fueron las primeras señales de una nueva era.

EL PROCESO DE LA PACIFICACIÓN REGIONAL

La administración Reagan entró en fun-ciones sólo un año después del levanta-miento en Nicaragua. Rápidamente se comprometió a prevenir la expansión de la revolución en Centroamérica, por me-dio de la contención de los fuertes mo-vimientos insurgentes en El Salvador y Guatemala, con sólidos lazos con Cuba, Nicaragua y la Unión Soviética. Más aún

el presidente Reagan y sus principales asesores hicieron expresar su intención de revertir la revolución nicaragüense13.

La escalada de la guerra en Centroa-mérica era predecible; no así el desenla-ce. Por primera vez, un conflicto en el hemisferio occidental atrajo a actores re-gionales e internacionales comprometi-dos a mejorar y arreglar pacíficamente el conflicto, a pesar de la oposición de Estados Unidos a un proceso de paz re-gional. El primer intento de pacificación se lanzó cuando los líderes de cuatro na-ciones —Colombia, México, Panamá y Venezuela— se reunieron en la pequeña isla panameña de Contadora, en di-ciembre de 1983.

EL PROCESO DE PAZ DE CONTADORA

Cuando el grupo de Contadora se reu-nió por primera vez, las guerrillas salva-doreñas, uno de los movimientos insur-gentes más fuertes que han existido en América Latina, estuvieron cerca de to-marse el poder. Al mismo tiempo, los andinistas en Nicaragua estaban con-solidando su revolución. Los miembros del grupo de Contadora creían que una invasión por parte de Estados Unidos era inminente. Les preocupaba el hecho de que una intervención armada en Centroamérica prolongaría e intensifi-caría los conflictos; temían que la inesta-bilidad centroamericana se transmitiera

11 David Collar, ed., The New Authoritarism in Latin America (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1979).

12 Nunca Más: Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Buenos Aires: Editorial Universitaria, 1984), p. 16.

13 Morris J. Blachman et al., eds., Confronting Revolution: Security Through Diplomacy in Central America (New York: Pantheon, 1986).

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a sus propios países. Colombia, envuel-ta desde hacía mucho tiempo en una disputa limítrofe con Nicaragua por las islas de San Andrés, y enredada en su propia y prolongada guerra de guerri-llas estaba particularmente preocupada. México, tradicionalmente un paraíso para refugiados centroamericanos, esta-ba profundamente inquieto por las po-sibles implicaciones regionales de una escalada militar en Centroamérica14.

Para los presidentes de Contadora, inclinados al populismo, los grupos in-surgentes revolucionarios en El Salva-dor y Guatemala, así como el gobierno sandinista en Nicaragua, eran vistos como nacionalistas y reformistas. Se oponían más a la intervención de Esta-dos Unidos que a la consolidación de gobiernos izquierdistas en la región.

El principal objetivo del grupo de Contadora era el de prohibir todo invo-lucramiento externo en las guerras de la región. Esta meta sería lograda por me-dio de acuerdos para terminar toda ayu-da militar externa a gobiernos y grupos insurgentes en Centroamérica. Las ba-ses militares extranjeras serían cerradas y los consejeros militares extranjeros se-rían enviados a casa.

Los cuatro presidentes enfrentaban unas probabilidades abrumadoramente

desfavorables. A lo largo de 1983 y 1984, las relaciones entre Estados Unidos y Nicaragua se deterioraron. Sólo seis se-manas después que el grupo de Conta-dora produjo su primera propuesta, la administración Reagan envió una fuer-za invasora a Granada. Algunos oficia-les de la administración Reagan dieron a entender que Nicaragua sería la próxi-ma. En los meses siguientes, una gran fuerza fue armada en Honduras frente a las costas de Nicaragua, como parte del más grande ejercicio militar en la histo-ria de la región; esta fuerza se mantuvo en su sitio bajo diferentes nombres por los siguientes cinco años15.

Las tensiones aumentaron en abril de 1984, cuando se reveló que la CÍA ha-bía minado las bahías de Nicaragua. Las siguientes propuestas de Contadora contenían disposiciones más fuertemente favorables a la verificación y la demo-cratización, claramente una concesión a Estados Unidos. Sin embargo, el grupo continuó insistiendo en que la asistencia militar externa debía terminar. Estados Unidos continuó presionando a sus alia-dos en El Salvador y Honduras para que rechazaran el tratado, especialmente después que Nicaragua anunció que es-taba preparada a firmar el acuerdo sin más modificaciones16.

14 Véase Mark Chernick, "Colombia en Contadora: Foreign policy in search of domestic peace", in Ro- bert Biles, ed., Inter-American Relations: The Latin American Perspective (Boulder Coló.: Lynne Rienner, 1988), pp. 76-96, Terry Karl, "México, Venezuela and the Contadora Initiative", in Morries Blachman et al., Confronting Revolution.

15 William M. LeoGrande, "The United States and Nicaragua", in Thomas W Walker, ed., Nicaragua: The First Five Years (New York: Praeger, 1985), pp. 442-444.

16 Ver Jack Child, The Central American Peace Process 1983-1991 (Boulder, Colo.: Lynne Rienner, 1992), caps. 2,3.

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La iniciativa de Contadora finalmen-te falló, aunque muchas de sus disposi-ciones fueron adoptadas después del fin de la Guerra Fría. A mediados de los años ochenta, sin embargo, Estados Unidos no estaba preparado para retirarse de Cen-troamérica o para reconsiderar su políti-ca hacia Nicaragua.

EL PLAN DE PAZ ARIAS

Para 1986, los líderes de Contadora ha-bían dejado de ser intermediarios via-bles. El presidente de Costa Rica, Osear Arias, desarrolló su propio plan para la paz. Significativamente, Arias reconoció y aceptó el involucramiento militar de Estados Unidos en la región. El Plan Arias, a diferencia de las propuestas de Contadora, permitiría a Estados Unidos continuar proveyendo asistencia militar a las fuerzas armadas regulares de los países centroamericanos.

Pero Arias estaba también compro-metido a terminar con el apoyo exterior a grupos insurgentes; especialmente la financiación por parte de Estados Uni-dos de la resistencia nicaragüense, me-jor conocida como "los contras". La campaña de los contras amenazaba con involucrar a Costa Rica en el conflicto: bajo presión de Washington, los prede-cesores de Arias habían permitido a los contras usar territorio costarricense para lanzar sus ataques a Nicaragua. En con-secuencia, solucionar el conflicto nica-ragüense representaba un objetivo de alta prioridad para Arias. Y ello requería necesariamente encontrar una fórmula

aceptable para Estados Unidos. La pro-puesta de Arias llamaba a Nicaragua a sostener elecciones abiertas, justas y su-pervisadas internacionalmente a cam-bio del acuerdo por parte de Estados Unidos para suspender toda asistencia a los contras17.

El proceso de paz fue de esta manera transformando desde una iniciativa di-plomática latinoamericana para acabar con la intervención externa en la región en un ambicioso esfuerzo centroameri-cano para promover la reconciliación nacional a través de elecciones y demo-cracia. El plan completo, que Arias pre-sentó a los demás presidentes centroa-mericanos, en febrero de 1987, en Esquipulas, Guatemala, ofreció una fór-mula para acabar con las insurgencias dentro de un marco democrático. El plan hacía un llamado a los países pla-gados con guerras civiles para estable-cer e implementar un cese al fuego; es-tablecer una Comisión Nacional para la Reconciliación; establecer una amnistía general para oficiales militares e insur-gentes; iniciar un diálogo entre el go-bierno y los rebeldes; llamar a elecciones libres y justas que incluyeran a los ex in-surgentes; y desarmar y desmovilizar a las fuerzas irregulares.

Tres disposiciones del plan estaban dirigidas a actores externos: los poderes externos debían cortar toda ayuda a fuerzas irregulares; los estados centroa-mericanos debían negar el uso de su te-rritorio para ataques a países vecinos; y procedimientos efectivos de verifica-

17 Dario Moreno, The Struggle for Peace in Central America (Gainesville: University Press of Florida, 1994), cap. 4.

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ción internacional debían establecerse para todas las fases del acuerdo18. La versión final del plan de paz, conocido como Esquipulas II, firmado por los pre-sidentes centroamericanos en agosto de 1987, debía ser implementada en no más de noventa días. Como finalmente ocu-rriera, el arreglo del conflicto nicara-güense tomaría otros tres años. En El Sal-vador, las negociaciones se prolongaron por otros cinco años. En Guatemala, acuerdos parciales fueron alcanzados en 1994 y 1995, pero los términos finales de un acuerdo aún se muestran evasivos***.

En fin, el Plan de Paz Arias propor-cionó un programa para la paz que pudo ser implementado sólo después de los cambios internacionales y domés-ticos, producto del fin de la Guerra Fría. El plan requería de un compromiso para la paz y la democratización que simple-mente no existía en 1987. Estados Uni-dos apoyaba fuertemente la realización de elecciones en Nicaragua, pero no es-taba dispuesto a cortar sus lazos con los contras. En los años que siguieron a Es-quipulas II, una y otra vez las fechas lí-mites para la desmovilización fueron ig-noradas. Estados Unidos continuaba eludiendo el problema. En momentos claves, cuando el Congreso norteameri-cano pudo haber votado la suspensión de la ayuda, la administración conven-ció a los líderes del Congreso de conti-nuar proveyendo "ayuda humanitaria"

a los contras y mantener la presión so-bre los sandinistas. Sólo después que éstos fueran derrotados en los comicios en 1990, Estados Unidos accedió final-mente a desmantelar la fuerza contra, tres años después de la firma de Esqui-pulas II.

LA POSGUERRA FRÍA EN AMÉRICA LATINA

América Latina compartió la euforia que surgió inmediatamente terminada la Guerra Fría. Después de una década de insurgencias y guerras civiles en Cen-troamérica, la región dio la bienvenida a la posibilidad de paz que la nueva era parecía ofrecer. Casi inmediatamente se resucitó el Plan de Paz Arias. Más aún la ONU y la OEA, reflejando nuevos consen-sos en las comunidades internacionales e interamericanas, se preparaban para desempeñar un papel más activo en la pacificación y el mantenimiento de la paz en el hemisferio. Primero en Nicara-gua y luego en El Salvador, ambos or-ganismos multilaterales, pusieron en marcha importantes misiones diseña-das para traer la paz a una región asola-da por la guerra.

Más allá del impacto producido por el cambio en la política de los superpo-deres, los conflictos centroamericanos también se beneficiaron de una década de democratización en América Latina. Para 1990, la mayoría de los gobiernos

18 Véase "Peace Plan by Oscar Arias, 15 February 1987", y "Esquipulas II: Procedure for the Establishment of a Firm and Lating Peace in Central America", reprinted en Moreno, Struggle for Peace, pp. 184-198.

*** Nota del CEI. Como se mencionó en nota anterior, este artículo fue escrito antes de la firma del Acuer do de Paz guatemalteco, en diciembre de 1996.

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de la región eran democráticos. Al mis-mo tiempo que se enfocaban en la pro-moción de la paz en Centroamérica, los poderes del hemisferio iniciaron una reevaluación del rol de la democracia en América Latina y el Caribe. Por primera vez, todos los países miembros de la OEA afirmaron su compromiso con la demo-cracia y llamaron a tomar acción inme-diata en caso de que el mandato consti-tucional fuera suspendido en alguna de las naciones miembros. Esta nueva pos-tura, específicamente interamericana, alteraba, al menos conceptualmente, el tradicional énfasis de la región en la in-violabilidad de la soberanía nacional y su invariable apoyo al no intervencio-nismo.

Esta sección examinará primero el proceso de paz en Nicaragua y El Salva-dor. Concluirá con una discusión de la nueva tendencia regional hacia la de-mocracia y de las primeras decisiones tomadas por la OEA, considerando va-rias formas de intervencionismo multi-lateral en el nombre de la promoción de la democracia.

LA PACIFICACIÓN HECHA POSIBLE

América Central fue una de las primeras regiones en sentir las consecuencias de los eventos de 1989 en Europa oriental. Los estancados procesos de paz fueron resucitados tras la discriminación de las tensiones internacionales, reafirmándo-se los líderes regionales. El Plan de Paz Arias había tropezado principalmente, porque Estados Unidos no estaba dis-puesto a apoyar un acuerdo que dejaba a un Estado hostil prosoviético enclava-do en Centroamérica. Más aún, las par-tes locales en conflicto ni deseaban ni es-

taban capacitadas para iniciar las nego-ciaciones y respaldar la apertura demo-crática requeridas por el Plan Arias.

Para 1989, los cambios que ocurrían en otras partes del sistema internacional facilitaron la aceptación de las propues-tas de Arias. Primero, Estados Unidos, como parte de su reevaluación de su re-lación con la Unión Soviética, se mostró más interesado en acabar con los con-flictos en Centroamérica. Segundo, el colapso del comunismo en Europa oriental tuvo un efecto dramático en los grupos insurgentes de izquierda y mar-xistas a lo largo y ancho de América La-tina. Varios grupos, incluyendo aquellos en Centroamérica, comenzaron a reeva-luar su posición frente al conflicto arma-do y la democracia. Finalmente, todas las partes estuvieron dispuestas a expe-rimentar con la novedosa fórmula de Arias para resolver los conflictos inter-nos de la región. Inmediatamente des-pués del fin de la Guerra Fría, la OEA y la ONU fueron invitadas a la región para ayudar a restaurar la paz interna. Por medio del montaje de operaciones de paz multifuncionales, estas organizacio-nes internacionales cooperaron en la mediación de conflictos y en la verifica-ción del cese al fuego. Además, observa-dores y asesores internacionales fueron enviados a la zona para ayudar a los ad-versarios a reconocer y buscar solucio-nes a algunas de las causas fundamenta-les del conflicto en la región.

Misiones especiales de la ONU y la OEA fueron enviadas a Nicaragua y El Salvador. En ambos países, las misiones de paz siguieron el programa del Plan Arias. Las etapas críticas para el logro de la paz en Nicaragua fueron el llamado a

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elecciones libres y abiertas, y el fin del apoyo exterior a la oposición armada. Los acontecimientos claves en El Salva-dor fueron una profunda reestructura-ción del aparato de seguridad del Esta-do, una reducción en el tamaño de las fuerzas armadas y la purga de la policía. Acuerdos críticos también llevaron a im-portantes reformas en el ámbito de los derechos humanos, la participación electoral y la distribución de tierra. En ambos países, las misiones de la ONU y la OEA participaron en la verificación de los acuerdos de paz, el monitoreo de las elecciones, la supervisión de la reduc-ción y entrega de armas, la desmoviliza-ción de tropas y la implementación de reformas políticas y sociales. La evolu-ción del proceso de paz, en Nicaragua y El Salvador, muestra cómo las guerras civiles pueden ser resueltas por medio de negociaciones, mediación externa y la pacificación multifuncional.

NICARAGUA

El proceso de paz en Nicaragua fue en algunos aspectos menos complejo que su contraparte en El Salvador. En Nica-ragua, el proceso de paz no requirió de grandes negociaciones entre el gobier-no sandinista y los contras. Las princi-pales decisiones que pusieron término a la guerra fueron tomadas por actores ex-ternos.

Sin el apoyo de Estados Unidos, los contras no contaban con los recursos ne-cesarios para continuar luchando. Ade-más, para 1988 el ejército sandinista

había recuperado el control de casi todo el territorio nacional. Los contras se encontraban particularmente acorrala-dos en sus bases en Honduras y sólo eran capaces de realizar acciones milita-res menores a través de la frontera. Para el gobierno sandinista, sin embargo, la persistencia de los contras significaba la continuación de una guerra muy impo-pular que restaba recursos y apoyo del gobierno.

La cuestión decisiva, de la que depen-día todo el proceso de paz, era si Estados Unidos respetara la demanda centro-americana de suspender la financiación de los contras como parte de un proceso más amplio de democratización nicara-güense. La respuesta fue negativa du-rante 1987 y 1988. En 1989, tras la inau-guración de la administración Bush, la política estadounidense se tornó ambi-gua. Reacio a abandonar completamen-te a los contras y alienar a muchos en su propio partido, el presidente Bush ela-boró un compromiso que proveyó a los rebeldes nicaragüenses con US$60 mi-llones en "ayuda humanitaria" en el pe-ríodo inmediatamente previo a las elec-ciones nicaragüenses, en febrero de 199019.

El proceso de paz llegó a depender de la celebración de elecciones libres y abiertas en Nicaragua. Estados Unidos no suspendería la ayuda antes de la re-alización de las elecciones. Los contras no se desarmarían ni se desmoviliza-rían. Honduras se mostró incapaz de ce-rrar las bases militares de los contras por

19 Cynthia Arnson, Crossroads: Congress, the President, and Central America, 1976-1993 (University Park: Pennsylvania State University Press, 1993).

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la presión de Estados Unidos. El área principal en el que se logró progreso, que probó ser crítica, fue el estableci-miento de equipos internacionales de observación y verificación de eleccio-nes. Los cinco presidentes centroameri-canos solicitaron formalmente la asis-tencia internacional de la ONU y la OEA en la creación de tres unidades especia-les: la Comisión Internacional para el Apoyo y la Verificación (CIAV), que con-taba con unidades separadas de la OEA y la ONU que supervisó la desmoviliza-ción y repatriación voluntaria de los contras; el Grupo Observador de la ONU en Centroamérica (Onuca), desplegado principalmente a lo largo de las fronte-ras; y el Grupo Observador de la ONU para la Verificación de las Elecciones en Nicaragua (Onuven).

Las unidades de la CIAV fueron esta-blecidas para asistir en la desmoviliza-ción voluntaria, repatriación y el traslado y reubicación de los contras desde sus campamentos en Honduras. La CIAV-OEA fue responsable por la desmovilización y reinstalación dentro de Nicaragua. Una vez que el proceso de desarme co-menzó, después de las elecciones, la unidad de la OEA se convirtió en el prin-cipal organismo internacional responsa-ble por la supervisión de la completa desmovilización.

La misión de la Onuca consistió en la ventilación del término de los embar-ques de armas destinadas a las fuerzas

guerrilleras de la región, y en la preven-ción de la realización de acciones que in-volucraran el uso del territorio de un es-tado como base para la agresión armada a otro. Onuven, la unidad de observa-ción electoral de la ONU en Nicaragua, desarrolló las primeras elecciones su-pervisadas por la ONU en un país sobe-rano, que no estuviera ni dividido ni fi-nalizando un mandato colonial.

En una de las elecciones mejor moni-toreadas de la historia, los sandinistas fracasaron en las mismas. Los costos so-ciales de la guerra, las penurias econó-micas provocadas por el embargo de Es-tados Unidos y el anhelo de paz del pueblo nicaragüense fueron todos fac-tores que llevaron a la derrota sandinis-ta. Esto sólo se hizo patente en retros-pectiva. En el momento, en cambio, la derrota fue sorpresiva. Las encuestas de opinión pública y las masivas manifesta-ciones sugerían que los sandinistas gana-rían fácilmente .

Una amplia coalición de oposición, fuertemente respaldada y abiertamente financiada por Estados Unidos, ganó las elecciones2 . Los sandinistas, aunque no preparados para la derrota, acataron el veredicto y aceptaron trabajar con la oposición en la transferencia pacífica del poder. Sin embargo, insistieron en que dicha transferencia pacífica sólo po-dría lograrse después de la desmoviliza-ción de los contras. El nuevo gobierno de Violeta Chamorro hizo inmediata-

20 Carlos Sarti, "Las negociaciones políticas en Centroamérica", en Carlos Vilas, ed., Democracia emergen te en Centroamérica (Ciudad de México: Universidad Autónoma de México, 1993), p. 348.

21 Véase Linda Robinson, Intervention or Neglet: The United States and Central America Beyond the 1980s (New York: Council on Foreign Relations, 1991), pp. 46-48.

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mente un llamado a los contras para que depusieran sus armas.

Los resultados de las elecciones trans-formaron la dinámica del proceso de paz. Notablemente, Estados Unidos aceptó apoyar la desmovilización de los con-tras bajo los términos del plan Arias. Los contras no participaron en ninguna for-ma significativa de esta discusión: Es-tados Unidos simplemente felicitó a los líderes contras por haber completado exitosamente su misión de forzar a los sandinistas fuera del poder, y les comu-nicó que ahora podían disolverse victo-riosos.

Cinco meses después de las eleccio-nes y tres meses después de la transfe-rencia de poder, los últimos contras en-tregaron sus armas a la CIAV-OEA. Cerca de 23.000 contras se registraron y reci-bieron unos pocos objetos personales a cambio de sus armas; 17.000 armas fue-ron destruidas22.

EL SALVADOR

En septiembre de 1989, representantes del gobierno de El Salvador y del Frente de Liberación Nacional Farabundo Mar-ti (FMLN) iniciaron conversaciones direc-tas, cara a cara, tal como lo estipulaban los Acuerdos Arias firmados dos años antes. Las guerrillas desistieron de sus anteriores demandas por una participa-ción en el poder: aceptaron las eleccio-nes como la vía legítima al poder. Su

agenda se enfocó ahora en dos asuntos principales: la reducción del tamaño de las fuerzas armadas y la implementa-ción de reformas constitucionales y electorales que facilitaran la transforma-ción del FMLN, desde un movimiento guerrillero en un partido político23. Esto, en sí mismo, significó una victoria para quienes trabajaban por la paz en Centroamérica. El Plan Arias había pro-movido exitosamente la democracia multipartidista como la forma legítima de gobierno en la región, desterrando específicamente los modelos nicara-güenses y cubanos. En 1989, el FMLN manifestó por primera vez su voluntad de participar en elecciones justas y de-mocráticas, transformando su lucha ar-mada en una lucha política y electoral24.

La idea de elecciones abiertas provo-có una violenta oposición. Después de una serie de bombas y amenazas de muerte dirigidas al FMLN, en las que el gobierno negó estar involucrado, el FMLN rompió el diálogo. Nueve días después, las guerrillas lanzaron la ma-yor ofensiva de la guerra en un ataque a San Salvador, la capital de El Salvador.

Las negociaciones sólo se reanuda-ron una vez que los presidentes centroa-mericanos, reunidos en Costa Rica, ape-laron a la ONU para brindar su apoyo al reinicio de las conversaciones. En enero de 1990, mediadores de la ONU iniciaron una ronda de diplomacia de enlace en-tre las dos partes del conflicto salvado-

22 Child, The Central American Peace Process, p. 106. 23 Jbíd., pp. 5-6. 24 Eliseo Francisco Ortiz Ruiz e Irene Sánchez, "El Salvador: la construcción de nuevos caminos", en

Carlos Vilas, ed., Democracia emergente en Centroamérica, pp. 266-267.

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reno25. Seis meses después del ataque del FMLN a San Salvador, en abril de 1990, el gobierno y el FMLN acordaron continuar con las conversaciones direc-tas bajo la supervisión de la ONU. En ju-lio, ambas partes acordaron desplegar un grupo de observadores de derechos humanos de la ONU. En diciembre, este organismo internacional autorizó la creación del Grupo Observador de la ONU en El Salvador (Onusal), el que fue desplegado a mediados de 1991. Onusal era una extensión de Onuca, este último consistente en equipos que patrullaban las fronteras de Nicaragua.

Finalmente, en enero de 1991, las con-versaciones de paz directas se reanuda-ron en Ciudad de México y llegaron a una dramática conclusión en los últimos días de diciembre de 1991, en la sede de la ONU en Nueva York. El 29 de diciem-bre, el presidente Bush envió un equipo de seis oficiales de alto rango del Depar-tamento de Estado a Nueva York para negociar directamente con el presidente salvadoreño Alfredo Cristiani. Estados Unidos se encontraba en una favorable posición negociadora: El Salvador era entonces el sexto país que más ayuda fi-nanciera estadounidense recibía en el mundo26. Estados Unidos tenía un claro

mensaje para Cristiani: era tiempo de terminar la guerra27. El 31 de diciembre en el último día en su cargo del Secreta-rio General de la ONU, Javier Pérez de Cuellar, se logró finalmente un acuerdo.

La importancia del esfuerzo media-dor de la ONU debe ser destacada. El di-plomático peruano Alvaro de Soto, en-viado personal del Secretario General durante las conversaciones, jugó un pa-pel clave en el progreso de las negocia-ciones. Una de las decisiones más sabias tomadas por de Soto fue la de no insistir en la implementación de un cese al fue-go como condición previa a las negocia-ciones. Su postura fue la de no permitir que las conversaciones de paz fueran socavadas o retrasadas por cada esca-ramuza, asesinato o explosión de una bomba, como había ocurrido en el pasa-do. Su postura fue aceptada por ambas partes en conflicto28.

El documento final presentaba acuer-dos substanciales para la democrati-zación de la política y la sociedad salva-doreña29. Los acuerdos de Nueva York contenían compromisos específicos para:

• Reformar, purgar y reducir las fuer-zas armadas: éstas eran las principa-

25 Véase Tommie Sue Montgomery, Revolution in El Salvador: From Civil Strife to Civil Peace. 2- ed. (Boul- der, Coló.: Westview, 1992), cap. 8.

26 Washington Office on Latín America (WOLA), E¡ Salvador: Is Peace Possible? Washington, D.C.: WOLA, April 1990), p. 12.

27 Tommie Sue Montgomery, Revolution in El Salvador, pp. 224-225. 28 Comentarios hechos por Alvaro de Soto en el Woodrow Wilson Center for International Scholars,

(Washington D.C.: WOLA, April 1990), p. 21. 29 El Salvador Agreements: The Path to Peace (United Nations Department of Public Information in Coo-

peration with United Nations Observer Mlssion in El Salvador, May 1992).

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les demandas de las guerrillas y el mayor obstáculo para llegar a un acuerdo. El gobierno accedió a: pur-gar a los militares violadores de dere-chos humanos; recortar el tamaño de las fuerzas armadas en un cincuenta por ciento; desmantelar todos los ba-tallones de contrainsurgencia, fuerzas paramilitares y unidades autónomas de inteligencia; y retirar el ejército de las funciones de seguridad interna. Abolir la Guardia Nacional, la Policía del Tesoro y la Policía Nacional. Los acuerdos requerían reemplazar las agencias de seguridad interna existen-tes por una nueva Policía Nacional Civil. La nueva fuerza estaría com-puesta principalmente de civiles que no hubieran estado envueltos en el conflicto. Lo restante estaría com-puesto en igual medida por ex miem-bros del FMLN y de la Policía Na-cional. Proveer garantías que permitieran al FMLN participar efectivamente en el proceso electoral: entre otros asuntos, se incluían el aseguramiento de la protección personal de las guerrillas durante su campaña electoral y su participación abierta en el proceso político y la implementación de re-formas que facilitaran la conversión del FMLN en un partido político via-ble. El acceso a los medios de comu-nicación era clave en este respecto. Crear nuevas instituciones para im-plementar los acuerdos: la Comisión Nacional para la Consolidación de la paz (Copaz), con participación con-junta del gobierno y la oposición, y el Foro Económico y Social. El proce-so de paz aplazó fundamentales re-

formas económicas por medio de la creación de este foro dirigido a la de-tección y a la búsqueda de solucio-nes a los graves problemas económi-cos y sociales vistos como la raíz del conflicto.

• Instituir un programa de reforma agraria. Éste fue el único asunto eco nómico expresamente aludido en los acuerdos de Nueva York: se alcanzó un acuerdo para distribuir tierras y ofrecer acceso a crédito y a servicios rurales.

• Establecer la verdad, tal como en Ar gentina y Chile en los años ochenta y noventa, una Comisión para la Ver dad seria establecida con el fin de in vestigar y documentar abusos ante riores a los derechos humanos. En El Salvador, a diferencia de los otros casos, esta Comisión consistiría en un organismo internacional inde pendiente, compuesto por un conse jo de tres miembros nombrados por el Secretario General de las Naciones Unidas.

Los acuerdos requerían que Onusal jugara un más amplio papel en la verifi-cación de todas las fases de los acuerdos. Las disposiciones para separar y desmo-vilizar a los combatientes entraban en vigencia inmediatamente. Los acuer-dos, en consecuencia, demandaban que el Secretario General de la ONU incre-mentara el tamaño del contingente de Onusal para así poder cumplir con el nuevo mandato.

Onusal operó en El Salvador duran-te abril de 1995. Supervisó la implemen-tación de la mayoría de los acuerdos, particularmente la reestructuración de

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las fuerzas armadas y la policía30. Sin embargo, hubo mínimo progreso en la distribución de tierras a los ex comba-tientes. A pesar de esto, los logros de Onusal fueron substanciales. La ONU demostró que era capaz de crear instru-mentos efectivos y multifuncionales para resolver conflictos internos.

LA DEMOCRATIZACIÓN Y EL PROCESO DE PAZ CENTROAMERICANO

La paz en El Salvador y Nicaragua fue alcanzada no sólo gracias al proceso de paz internacional, facilitado por el fin de la Guerra Fría. La paz también alcanza-da fue el resultado de la creciente acep-tación de formas de gobierno democrá-tico a lo largo y ancho de la mayor parte de América Central y del Sur, una región que anteriormente viviera por décadas principalmente bajo mandato autori-tario.

La idea de democracia, anteriormen-te despreciada por la izquierda, adqui-rió nuevo valor para aquellos que sufrie-ron abusos a sus derechos humanos y transgresiones a sus libertades civiles, durante los años setenta y ochenta en Brasil y el Cono Sur31. El nuevo respeto de las libertades civiles y el mandato de la ley, y la valorización del pluralismo democrático, en América Latina, fueron

forzados por los cambios radicales ocu-rridos en Europa oriental y la Unión So-viética a finales de los años ochenta y co-mienzos de los noventa32.

La izquierda centroamericana fue igualmente afectada por estos cambios. Ella también se convirtió en activo par-ticipante en el debate regional e interna-cional sobre la caída del comunismo en Europa oriental y la Unión Soviética. En 1989, el FMLN aceptó por primera vez el principio de la democracia representa-tiva como la base fundamental para ter-minar con el conflicto en El Salvador. En Nicaragua, los sandinistas aceptaron la idea de unas elecciones justas, abiertas y supervisadas internacionalmente. Al perder las elecciones, ellos cedieron el poder. No se puede subestimar la im-portancia de la transformación ideológi-ca y política en la región. La aceptación generalizada de la democracia contribu-yó decisivamente al movimiento hacia la paz. La idea de democracia finalmen-te parece resonar en América Latina.

La izquierda no fue la única en ini-ciar una travesía ideológica que conclu-yó con la aceptación de la democracia. Mientras la izquierda en América Latina fue influenciada por desarrollos exter-nos en Europa oriental y la Unión Sovié-tica, los cambios en los puntos de vista de la derecha fueron principalmente el

30 Jack Spence et al., The Salvadoran Peace Accords and Democratization: A Three Years Progress Report and Recommendations (Cambridge, Mass.: Hemisphere Initiatives, March 1995).

31 Véase Francisco Weffort, "Why Democracy?", in Alfred Stephan, ed., Democratizong Brazil: Problems of Transition and Consolidation (New York: Oxford Univesrsity Press, 1989), pp. 327-350.

32 Véase Steve Elner y Barry Carr, The Latin American Left: From the Fall of Allende to Perestroika (Boulder, Co.: Westview, 1993); Jorge Castañeda, Utopia Unarmed: The Latin American Left after the Cold War (New York: Knopf, 1993).

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producto de la presión por parte de Es-tados Unidos.

La derecha salvadoreña, por ejem-plo, inicialmente rechazó los acuerdos de paz; sólo cedió después que Estados Unidos se mostró ampliamente partida-rio de una solución negociada. Como re-sultado, una derecha democrática surgió en Centroamérica en los años noventa. En El Salvador, el grupo Arena conocido por su asociación con los escuadrones de la muerte, de extrema derecha, fue transformado en un partido político moderno. Un candidato de Arena ganó la presidencia en 1990, y fue Arena el que negoció la paz con el FMLN. Arena tam-bién derrotó al FMLN en los comicios de 1994.

INTERVENCIÓN MULTILATERAL Y UNILATERAL

La OEA jugó un papel activo e indepen-diente en el término de las guerras cen-troamericanas. A comienzos de los años noventa, los países miembros de la OEA se movilizaron cautelosa pero firme-mente, a favor de la acción colectiva para hacer frente a golpes de estado y otras violaciones del orden constitucional33.

La pregunta crítica resultó ser una de instrumentos: ¿Con qué implementaría la OEA su nuevo compromiso con la de-mocracia? Crisis constitucionales en Perú, Guatemala Y Haití proporciona-

ron las primeras respuestas. En Perú (1992) y Guatemala (1993), presidentes electos cerraron el Congreso y asumieron poderes dictatoriales. En Haití (1992), el Presidente fue derrocado por un golpe de estado convencional.

En respuesta, la OEA convocó a los ministros de Relaciones Exteriores del hemisferio, quienes censuraron las ac-ciones ilegales. Sus llamados a acción colectiva, sin embargo, fueron sólo ex-hortatorias. A diferencia de las Naciones Unidas, la Carta de la OEA carece de es-tipulaciones para sanciones obligato-rias34. En cambio, la presión diplomática de la OEA aisló a los tres regímenes, e hizo un llamado a los estados miembros para extender sus acciones. En el caso de Haití, por ejemplo, llamó a la suspensión de las relaciones comerciales y económi-cas con este país. Este era el límite de la capacidad de intervención de la OEA.

Sin embargo, las tres tomas ilegales de poder fueron revertidas. En Perú, el presidente Alberto Fujimori convocó a nuevas elecciones siete meses después, tras una fuerte presión de la OEA y la suspensión de casi toda ayuda económi-ca de Estados Unidos. En Guatemala, la presión internacional provocó la renun-cia del presidente Jorge Serrano, tras fa-llar éste en obtener apoyo interno a sus acciones. Varios observadores creen que las acciones de los enviados de la OEA en Guatemala, por medio de reuniones con

33 Véase Inter-American Dialogue (IAU), The Organization of American States: Advancing Democracy, Human Rights and the Rule of Law. A Report of the Inter-American Dialogue Commission on the OAS (Washington D.C.:IAD, 1994).

34 Heraldo Muñoz, "The OAS's Comparative Advantage", en IAD, The Organization of American States, p. 32.

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Los principales actores políticos guate-maltecos, contribuyeron a la caída de Se-rrano35. En Haití, las fuerzas armadas go-bernaron por más de tres años antes que su gobierno fuera depuesto por una fuerza interventora de Estados Unidos, que reinstaló el presidente constitucio-nal. En el caso de Haití, la OEA fue rápida en condenar el golpe, pero su papel en revertirlo fue mínimo.

Los tres casos analizados trazaron los límites del "nuevo intervencionismo" de la OEA. La organización estaba prepara-da para denunciar cualquier suspensión de un mandato constitucional e iniciar inmediatamente acciones diplomáticas para reinstaurar la democracia. Esto la diferencia de la ONU, cuya Carta no in-cluye ninguna estipulación para la ma-nutención de la democracia. El consenso regional, junto con iniciativas diplomá-ticas oportunas y resoluciones exhorta-torias, puede ser efectivo tal como ocu-rrió en el caso de Guatemala.

Sin embargo, la OEA no controla ejér-citos y tiene medios limitados para ase-gurar el cumplimiento de sus resolu-ciones. Los anteriores casos de usos de fuerzas militares interamericanas han resultado ser ad hoc y generalmente in-satisf actorios, como en República Domi-nicana en 1965. En Centroamérica, la misión de la CIAV-OEA, usada para des-movilizar a los contras en 1990, resultó ser un caso de uso exitoso de soldados latinoamericanos en una misión especí-fica. Pero aún no existe a nivel de la OEA, algo equivalente a las fuerzas de paz de

la ONU o a la habilidad de la ONU para imponer sanciones económicas y milita-res a estados individuales. Aunque la OEA ha desarrollado un consenso en la promoción de la democracia, sus estados miembros están aún lejos de llegar a un acuerdo respecto de la aplicación obli-gatoria de sanciones, o uso de la fuerza para reinstaurar la democracia tras la sus-pensión de un mandato constitucional.

El caso de Haití expuso las limitacio-nes de la OEA. Cuando el presidente Aristide fue derrocado en septiembre de 1991, la OEA inmediatamente hizo un llamado para la restauración de la de-mocracia y del presidente haitiano. La OEA, seguidamente, recomendó que to-dos los estados miembros suspendieran relaciones económicas y comerciales con Haití. Un año de resoluciones e iniciati-vas diplomáticas probó lo inefectivo de estas medidas. Las sanciones económi-cas no fueron aplicadas uniformemente.

A finales de 1992, la administración Bush llevó el caso ante la ONU, recono-ciendo implícitamente los límites de la OEA. En junio de 1993, el Consejo de Se-guridad de la ONU declaró a Haití una amenaza para la paz y la seguridad re-gionales.

A continuación, impuso un embargo de armas y petróleo a la nación caribe-ña. Las negociaciones sostenidas en Go-vernors Island, mediadas por la ONU, llevaron a un acuerdo que habría reins-talado a Aristide en el poder y garanti-zado amnistía a los generales golpistas.

35 Viron Vaky y Heralgo Muñoz, The Future of the Organization of American States (New York: Twentieth Century Fund, 1993), pp. 26-27.

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Pero pronto el acuerdo se desintegró. En octubre, el Consejo de Seguridad apro-bó un bloqueo naval de Haití.

La crisis haitiana fue resuelta en sep-tiembre de 1994, cuando Estados Unidos, apoyado por el Consejo de Seguridad de la ONU, envió tropas para derrocar al gobierno militar ilegal y reinstaurar al presidente constitucional. Seis meses más tarde, Estados Unidos traspasó el con-trol a las fuerzas de seguridad de la ONU y a las misiones especiales de la OEA. Aristide fue reinstalado en el poder tres años después de haber sido derrocado; la acción militar unilateral probó ser más decisiva que tres años de iniciativas multilaterales.

El caso haitiano no provee una guía clara para pronosticar cuándo y dónde actuará Estados Unidos, y cuándo y dónde no lo hará. Por tres años Estados Unidos vaciló entre el aislacionismo y el intervencionismo, el unilateralismo y el multilateralismo. Cuando sí actuó lo hizo impulsado fundamentalmente por consideraciones domésticas: Washing-ton estaba ansioso de detener la inmi-gración ilegal proveniente de Haití. De hecho, líderes afroamericanos comen-zaron a denunciar la política de Estados Unidos. Para el final de 1994, líderes del Congreso y activistas de derechos civi-les denunciaban la indiferencia de la política estadounidense de inmigra-ción, frente al sufrimiento del pueblo haitiano.

El precedente, sin embargo, se man-tiene, así como el principio de apoyo re-gional a la democracia representativa y constitucional. ¿Qué es lo que esto au-gura? En general, las naciones de la re-gión continúan apoyando a una OEA in-tervencionista. Reunidos en Miami en diciembre de 1994, los jefes de Estado del hemisferio (excluyendo a Cuba) aprobaron un rol aún mayor para la OEA en los asuntos regionales. La promoción de la democracia continúa teniendo una particularmente alta prioridad. Sin em-bargo, a medida que el mundo de la Pos-guerra Fría toma forma en América La-tina, nuevos temas, como el combate al narcotráfico y el crimen organizado, co-mienzan a copar la agenda36 .

NUEVOS CONFLICTOS INTERNOS, NUEVAS FORMAS DE INTERVENCIÓN

Las reformas tradicionales de insurgen-cia armada en América Latina, así como los retos de la Guerra Fría al gobierno democrático, parecen haber pasado a la historia. El último de los grupos insur-gentes autoproclamados, basado en la lucha de clases —Sendero Luminoso en Perú, que lanzó su lucha armada en 1980— fue gravemente debilitado a co-mienzos de los años noventa por medio de una dura, pero inteligente campaña intrainsurgente. Sendero, además, se mostró insensible respecto de la pobla-ción campesina e indígena que lo apo-yaba, y fracasó en conseguir el apoyo de las clases pobres urbanas que finalmen-te intentó reclutar en reemplazo de su

36 Organization of American States (OAS), A New Vision of the OAS. Working Paper of the General Secretariat for the Permanent Council (Washington, D.C.: OAS, 1995).

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menguante base rural. Aunque extraor-dinariamente exitosa en desafiar al go-bierno y la sociedad peruana por más de una década, la versión de Sendero del pensamiento maoísta probó finalmente estar desconectada de las aspiraciones de la mayoría de la población pobre37. El auge y caída de Sendero Luminoso cie-rra un capítulo de la guerra revolucio-naria en América Latina, iniciada con las guerrillas comunistas en las montañas colombianas en los años cuarenta y cincuenta, y que floreciera en las déca-das siguientes con las revoluciones cu-bana y nicaragüense, y la formidable fuerza de la guerrilla salvadoreña de los años ochenta.

Lo que queda de la vieja era revolu-cionaria es una debilitada, aunque per-sistente Cuba. De cualquier modo, la caída de la Unión Soviética hizo a Cuba geopolíticamente irrelevante, además, de desatar una severa recesión econó-mica en la isla. El gobierno cubano so-brevivió reorientando su economía para competir más efectivamente en la nueva economía global. Abrió su economía a la inversión extranjera, promovió el turis-mo y fomentó las exportaciones tradi-cionales y no tradicionales.

El mantenimiento del bloqueo eco-nómico de Estados Unidos, principal-mente provocado por la ruidosa comu-nidad cubano-americana, ha hecho aún más doloroso el ajuste económico cuba-no. Sin embargo, Washington está solo en el mantenimiento de las sanciones eco-nómicas a Cuba. Cuando La Habana buscó reintegrarse a la economía de la

región automáticamente terminó con su apoyo a los movimientos revoluciona-rios latinoamericanos. La OEA ya había anulado su anterior apoyo al embargo, y la mayoría de las naciones latinoame-ricanas habían reiniciado silenciosa-mente relaciones diplomáticas y econó-micas con Cuba. Capital extranjero de, entre otros, Canadá, Italia, México y Es-paña ha mantenido a flote la economía cubana.

Un conflicto violento en Cuba es aún posible. Si se inicia un conflicto, proba-blemente atraerá de alguna forma a Es-tados Unidos. Sin embargo, para media-dos de los noventa, lo peor de la crisis económica cubana ya había pasado. Pa-rece que Cuba entrará al siglo XXI sim-plemente como una nación caribeña más, aunque con una fuerza laboral me-jor entrenada y mejor educada que la mayoría.

El retiro del apoyo cubano a las gue-rrillas y demás movimientos de libe-ración latinoamericanos, basados en la lucha de clases, no puso fin a los movi-mientos insurgentes armados en el he-misferio. Algunos movimientos armados de oposición, tales como aquellos de Co-lombia y Guatemala, persistieron. Al mismo tiempo, nuevos movimientos guerrilleros, como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en el es-tado sureño mexicano de Chiapas, emergieron con una nueva agenda para la acción revolucionaria. Más pertur-bante aún, el mundo de la Posguerra Fría ha sido testigo de un nuevo tipo de violencia organizada, asociado al verti-

37 David Scott Palmer, ed., Shinning Path of Peru (New York: St. Martins, 1992).

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ginoso ascenso del narcotráfico en Amé-rica Latina.

Estas nuevas formas de violencia casi inmediatamente atrajeron la aten-ción de poderes externos. En particular, desde fines de los ochenta, Estados Uni-dos inició un importante nuevo esfuer-zo para combatir el tráfico de drogas en el hemisferio. Para 1990, con los conflic-tos centroamericanos llegando a su fin, la asistencia estadounidense a la región andina sobrepasó en monto a la ayuda a las pequeñas naciones centroamericanas, que habían dominado la política regio-nal norteamericana durante una década. En septiembre de 1989, la administra-ción de Bush lanzó una nueva ofensiva contra el narcotráfico considerado des-de entonces como la amenaza número uno de la seguridad nacional de Estados Unidos. El presidente Bush prometió ir directamente a la fuente del problema para terminar con la producción y la distribución de drogas. Desde entonces, personal militar de inteligencia y anti-narcóticos estadounidenses han sido desplegados a través de la región, en un monumental esfuerzo por detener el flujo de cocaína, marihuana y heroína38, hacia el norte.

Esta sección considerará primero, la aparición de nuevas formas de violencia y rebelión en Occidente. Luego anali-zará las formas en que poderes exter-nos están siendo atraídos hacia estos conflictos.

INSURGENCIA Y VIOLENCIA DESPUÉS DE LA GUERRA FRÍA

Uno de los aspectos más impresionan-tes de América Latina en la Posguerra Fría es la persistencia de grupos de opo-sición armados. Con el colapso de la Unión Soviética, la crisis en Cuba, la de-rrota electoral de los sandinistas y los acuerdos negociados en El Salvador, al-gunos pensaron que la era de guerrillas y política armada había terminado en Latinoamérica39.

La mayor parte de la vieja izquierda, desde el FMLN en El Salvador a las ex guerrillas en Uruguay y Colombia, ree-valuó su posición frente a la democracia, especialmente cuando sus sociedades se volvían más pluralistas y democráticas. Pero para los años noventa, la izquierda ya no podía movilizar el apoyo que al-guna vez poseyera. Décadas de repre-sión autoritaria, el estancamiento eco-nómico, la crisis del sindicalismo y la crisis ideológica de la izquierda resulta-ron en la marginación de muchos de los viejos partidos. El colapso del socialis-mo en Europa oriental y la Unión Sovié-tica dejó a los partidos comunistas de la región sin dirección. El Frente Patriótico Manuel Rodríguez, un movimiento guerrillero vinculado con el Partido Co-munista chileno, simplemente suspen-dió sus actividades cuando la dictadura de diecisiete años de Pinochet llegó a su fin.

38 Bruce Bagley, "Dateline Drug Wars: Colombia: The Wrong Strategy", Foreign Policy, no. 77 (Winter 1989, 90), pp. 154-171; Bruce Bagley, "Myths of militarization: Enlisting Armed Forces in the War on Drugs", in Peter H. Smith, ed., Drug Policy in the Americas (Boulder, Co.: West view, 1992), pp. 129-150.

39 Castañeda, Utopia Unarmed.

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Otros movimientos guerrilleros, sin embargo, continuaron la oposición arma-da. Algunos tenían raíces en las luchas de liberación marxistas, del período de la Guerra Fría, tales como las guerrillas en Colombia y Guatemala, así como la facción disidente de Sendero Luminoso en Perú, conocida como Sendero Rojo. No obstante, cada uno de estos movi-mientos guerrilleros había transformado substancialmente sus bases sociales, pos-turas políticas, alianzas y fuentes de fi-nanciamiento. Al mismo tiempo, nuevos movimientos iniciaron acciones armadas: los zapatistas, en México, reflejan cons-cientemente las divisiones sociales y las aspiraciones políticas de los años noventa.

Tres características distinguen a los movimientos guerrilleros latinoamerica-nos de los años noventa de los movimien-tos insurgentes del período de la Guerra Fría: nuevas estrategias políticas con res-pecto a las negociaciones de paz; nuevas bases sociales entre la población indígena y otros grupos privados de sus derechos civiles; y la movilización de nuevos recur-sos que incluyen actividades criminales y en particular el narcotráfico.

NUEVAS ESTRATEGIAS POLÍTICAS EN GUATEMALA Y COLOMBIA

Los movimientos guerrilleros de los años noventa son tanto actores políticos como militares: los procesos de paz han dado a los grupos insurgentes notoriedad y un escenario político al tiempo que han ampliado el ámbito de sus luchas. Las

guerrillas colombianas han negociado en Bogotá con los sucesivos gobiernos de este país desde 1982. Las guerrillas guate-maltecas, dentro del contexto del Plan de Paz Arias para Centroamérica, se reu-nieron por primera vez con negociadores del gobierno en 1987. En cada caso, los grupos guerrilleros, militarmente débiles en Guatemala y políticamente débiles en Colombia, han intentado negociar acuer-dos amplios en temas que cuentan con apoyo tanto a nivel nacional como inter-nacional, como la democracia, los dere-chos humanos y el término de la opre-sión a las minorías.

Guatemala fue uno de los países sig-natarios de los acuerdos de paz centroa-mericanos, que comprometían al go-bierno a participar en un proceso de reconciliación nacional con la oposición armada. Las guerrillas guatemaltecas —la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), que incluye a las dos principales fuerzas guerrilleras de ese país— fueron severamente reprimi-das en los años sesenta y, finalmente, fueron forzadas a internarse en las tie-rras altas y selvas guatemaltecas. Así, gra-dualmente comenzaron a adoptar la cau-sa de la largamente oprimida población indígena de Guatemala. A diferencia de lo ocurrido en otras partes de América Lati-na, las guerrillas guatemaltecas transfor-maron su lucha revolucionaria en una campaña por la población indígena40.

Para fines de los años ochenta, los in-surgentes formaban una fuerza comba-

40 Carlos A. Smith, ed., Guatemalan Indians and the State, 1545-1988 (Austin: University of Texas Press, 1990); Susand Jones, The Battle for Guatemala: Rebels, Death Squads and U.S. Power (Boulder, Co.: Wes-tview, 1991).

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tiente severamente mermada, una som-bra de los que fueran originalmente; sin embargo, persistieron. Bajo los términos de los acuerdos de paz centroamerica-nos, el gobierno y las guerrillas se reu-nieron por primera vez en Oslo en 1987. La ONU designó varios "amigos" del proceso de paz guatemalteco: los go-biernos de Estados Unidos, México, Co-lombia, España, Noruega y Venezuela.

Estados Unidos, en ese momento, no estaba proporcionando cantidades sig-nificativas de ayuda militar a las fuerzas armadas guatemaltecas. Debido a gra-ves abusos a los derechos humanos en Guatemala, la mayoría de la ayuda mili-tar estadounidense había sido suspen-dida para comienzos de los años ochen-ta, quedando sólo un pequeño flujo de financiamiento furtivo por parte de la CÍA41. Como resultado, las fuerzas arma-das guatemaltecas poseían una conside-rable libertad de acción. Gracias al con-tinuo apoyo de los negociadores de la ONU y de los buenos oficios de los "ami-gos" del proceso de paz guatemalteco, las guerrillas y el gobierno de Guatema-la, finalmente, acordaron un marco de referencia para las negociaciones en abril de 1991. El marco acordado es inte-resante, porque llama a discutir abierta-mente las profundas divisiones estruc-turales, políticas y sociales que plagan a la sociedad guatemalteca42.

Después de varios años de negocia-ciones, finalmente se alcanzaron acuer-dos en las siguientes áreas: derechos hu-manos (firmado en marzo de 1994); el establecimiento de una comisión para clarificar pasadas violaciones a los dere-chos humanos (firmado en junio de 1994); reasentamiento de los grupos desplaza-dos por el conflicto (junio de 1994); y de-rechos de la población indígena (marzo de 1995). El ritmo de las negociaciones ha sido lento y la implementación de los acuerdos firmados ha sido incremental y parcial. Después de ocho años de con-versaciones, ningún acuerdo se ha alcan-zado para poner fin a la propia guerra. Sin embargo, este prolongado proceso muestra cómo las guerrillas, a pesar de su debilitada posición, fueron capaces de hacer suyos problemas reconocidos por otros miembros de la sociedad y uti-lizar las negociaciones para replantear-las y buscarles remedio. Su agenda política cuenta con un amplio apoyo na-cional e internacional, aun cuando las guerrillas en sí mismas y su lucha arma-da posean una legitimidad cuestiona-ble. Su agenda política disfruta de una más amplia resonancia, precisamente porque el gobierno y ciertas políticas gubernamentales carecen de legitimi-dad. En consecuencia, las negociaciones han sido utilizadas por ambas partes para restablecer su legitimidad política. Debido a que las guerrillas guatemalte-cas han adoptado la más amplia agenda

41 "Death Threat Report Draws U.S. Response", Washington Post, April 15,1995, p. A5, "Truth and Con- secuences: Rep. Toricelli Leaked the Goods on the CÍA. Was it Loyalty or Betrayal?", Washington Post, April 17,1995, p. Cl.

42 Documentos básicos del proceso de paz (Ciudad de Guatemala: Fundación para la Paz, la Democra cia y el Desarrollo (FUNDAPAZD), 1992).

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regional de democratización y pluralismo cultural, gobiernos extranjeros y orga-nizaciones no gubernamentales (ONG), interesados en los temas de derechos humanos e indígenas, han sido atraídos a participar en el proceso de paz guate-malteco. La ONU, por su parte, se ha in-volucrado en asuntos de verificación. Sin embargo, ningún poder externo ha logrado presionar eficazmente para po-ner fin al conflicto guatemalteco; la solu-ción al conflicto armado, aunque quizá inevitable, continuará entonces su mar-cha a un paso angustiosamente lento.

El más viejo movimiento guerrillero colombiano tiene sus raíces en la san-grienta guerra civil conocida como la Violencia, y se remonta a los años cua-renta y cincuenta. En el período que si-guió a la revolución cubana, guerrillas comunistas formaron las Fuerzas Arma-das Revolucionarias de Colombia (FARC), una agrupación prosoviética vinculada al Partido Comunista de Colombia. El segundo mayor grupo armado fundado en este período fue el ELN, una agrupa-ción procubana que devino en un grupo marxista-cristiano liderado por sacerdo-tes revolucionarios que adherían a la teología de la liberación, doctrina radi-cal cristiana que floreciera en América Latina en los años sesenta y setenta.

Para los años ochenta, más de media docena de grupos armados desafiaban al régimen civil colombiano, reflejando tanto la naturaleza cerrada de la política colombiana como la ausencia de control estatal sobre grandes áreas de ese país. Al igual que en Centroamérica, las nego-

ciaciones con las guerrillas eran vistas como una forma de democratizar al go-bierno y, tanto o más crítico, extender el alcance geográfico del Estado. Sin em-bargo, en Colombia, a diferencia de lo que ocurrió en Centroamérica, poderes externos u organizaciones internaciona-les no fueron invitados a participar del proceso de paz. El gobierno colombiano consideraba a los grupos insurgentes como un asunto doméstico, y deseaba evitar el reconocimiento internacional de las guerrillas. El gobierno colombiano negoció bilateralmente con los distintos movimientos guerrilleros, y ello resultó finalmente en algunos éxitos parciales y algunas grandes frustraciones y fracasos.

La primera ronda de negociaciones, sostenida entre 1982 y 1986, terminó en un espectacular fracaso cuando el Movi-miento 19 de Abril (M-19) ocupó el Pala-cio de Justicia, en noviembre de 1985, para protestar por las acciones del go-bierno. La toma concluyó en una feroz masacre en la que murieron todos los guerrilleros involucrados en el asalto y la mitad de los jueces miembros de la Corte Suprema43. La segunda ronda de negociaciones, sostenida durante 1989 y 1990, probó ser más exitosa. Varios gru-pos, entre los que cabe destacar al M-19, depusieron sus armas y formaron parti-dos políticos. La agenda de negociacio-nes estaba estrechamente enfocada en la implementación de un cese al fuego, la concesión de amnistía y la transfor-mación de los movimientos guerrilleros en partidos políticos viables.

43 Ana Carrigan, The Palace of justice: A Colombian Tragedy (New York: Four Walls, Eight Windows, 1993).

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Aunque se llegó a acuerdos con cua-tro grupos pequeños, sólo un mínimo progreso se logró en las conversaciones con los dos principales grupos, FARC y ELN, los que contaban con grandes ejér-citos y una considerable influencia en algunas áreas del país. Las zonas bajo su control incluían la frontera agrícola a lo largo de las planicies y las selvas que se desprenden de la ladera oriental de los Andes, así como en algunas de las nue-vas barriadas urbanas. Las FARC y el ELN exigían reformas estructurales en las áreas económica y social y denunciaron abusos a los derechos humanos por par-te del ejército y grupos paramilitares gu-bernamentales.

Las FARC y el ELN tenían muy pocos incentivos para negociar un arreglo fi-nal: militarmente se encontraba en una posición sólida y segura, estaban además bien financiados y poseían una gran in-fluencia a nivel local. Con el tiempo, las FARC y el ELN se convirtieron en un nue-vo tipo de movimiento de oposición: re-tuvieron algo de su identidad y agendas políticas, pero se involucraron profun-damente en actividades criminales y en la producción ilícita de coca y amapola.

En 1995, el gobierno colombiano hizo algunas ofertas a las guerrillas en un esfuerzo por reiniciar las estancadas negociaciones. Por primera vez, el go-bierno manifestó su voluntad de invitar a mediadores internacionales a partici-

par en las conversaciones. Sin embargo, ninguna de las partes se muestra capaz de negociar en medio de las hostilida-des. Las partes han utilizado el proceso de paz con propósitos meramente polí-ticos y así han eludido una discusión se-ria del problema. La mediación interna-cional parece ser necesaria para avanzar en las conversaciones y crear los incen-tivos necesarios para que algunas partes puedan finalmente poner fin a más de treinta años de guerrillas.

LAS NUEVAS BASES SOCIALES EN MÉXICO Y ECUADOR

Por décadas, la base social de la mayoría de los movimientos guerrilleros de Amé-rica Latina se organizó sobre la base de la lucha de clases. Sin embargo, en los años noventa surgieron varios movi-mientos sobre la base de la exclusión po-lítica o cultural de grupos étnicos o re-gionales.

Grupos insurgentes en México y Gua-temala reflejan conscientemente las di-visiones étnicas y regionales. En Perú, Sendero Luminoso tiene raíces tanto en términos de discriminación étnica como regional, aunque su lucha sigue estando articulada en términos de clases.

En algunas partes de América Lati-na, la población indígena constituye en-tre el cuarenta y sesenta por ciento de la población total44. Con la declinación de

44 De acuerdo con el Banco Mundial, la población indígena constituye el 56,8% de la población de Bolivia; 29,5% de la de Ecuador; 43,8% de la de Guatemala; 14,2% de la de México; y 40,8 % de la de Perú. Se considera frecuentemente que Ecuador y Bolivia tienen un mayor porcentaje de población indígena. Vase Mary Elizabeth Gonzales, "How Many Indigenous People?", in George Psacharopou-los y Harry Anthony Patrinos, ed., lndigenous People and Povcrty en Latin Ámerica: An Empirical Analisis (Washington D.C.: World Bank, 1994).

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la izquierda en la política latinoamerica-na, los movimientos indígenas han sido capaces, en algunos casos, de llenar el vacío político generado a nivel de los in-telectuales, campesinos e inmigrantes recientes en las ciudades.

Estos movimientos indígenas no sos-tienen posturas o proformas separatistas, en cambio, demandan una redefinición de la nación y una profunda reforma política. La teoría de la modernización daba por descontado que el sólo desa-rrollo económico generaría naciones se-culares e integradas que dejarían atrás las injusticias de las sociedades tradicio-nales. En los años noventa, los movi-mientos indígenas están demandando el reconocimiento de múltiples naciones y grupos étnicos dentro de un Estado común. Esto puede ser un reflejo del he-cho de que en algunos países latinoame-ricanos las poblaciones indígenas se en-cuentran ampliamente dispersas sobre el territorio nacional. En consecuencia, un programa separatista sería muy poco realista.

Aunque estos movimientos indíge-nas han buscado legitimarse por medio de la democracia, sus medios pueden no ser democráticos. Justo cuando los líderes e intelectuales de la región declaraban el fin de la era de la insurgencia armada en América Latina, un hasta entonces des-conocido movimientos guerrillero, el EZLN, inició un levantamiento armado en el sur de México. El alzamiento causó conmoción en México, Estados Unidos y la comunidad financiera internacio-nal, que esperaban la tranquila imple-mentación del Tratado Norteamericano de Libre Comercio (Nafta).

Los rebeldes mexicanos se vincula-ron hábilmente con la política del Nafta. Iniciaron su levantamiento en enero lo. de 1994, día de la inauguración del Naf-ta y, por tanto, justo cuando se integra-ban por primera vez las economías de Canadá, México y Estados Unidos. Pre-cisamente cuando México esperaba ce-lebrar su entrada al "primer mundo", los zapatistas revelaron un México muy distinto del oasis de estabilidad presen-tado por los patrocinadores del tratado de libre comercio. Una de las demandas de los zapatistas era la suspensión del Nafta. Afirmaban que el Nafta provoca-ría una aún mayor explotación de su re-gión nativa en Chiapas, una de las zonas más pobres de México, pero rica en re-cursos naturales exportables.

Las principales demandas de los za-patistas consistían en propuestas para la democratización de México. El suyo, de-clararon, era un movimiento indígena que aspiraba al cambio mediante una generalizada reforma democrática de las instituciones políticas mexicanas. Sus llamados a una reforma democráti-ca encontraron un amplio apoyo en la sociedad mexicana. El nombre de su movimiento evocaba a uno de los hé-roes campesinos de la revolución mexi-cana, Emiliano Zapata. Los zapatistas declararon que no eran marxistas y que no estaban interesados en tomarse el poder.

Aunque las propuestas e ideología del EZLN eran novedosas en algunos as-pectos, otros elementos del levanta-miento de Chiapas eran más familiares. Chiapas es un área remota con una gran población indígena. Está dominada por caudillos políticos regionales y afectada

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por un sistema agrario que se caracte-riza por una tenencia de tierras extre-madamente desigual y la presencia de aparceros y campesinos sin tierras.

Además, la región es agobiada por la presencia de una gran población de tra-bajadores migratorios provenientes de todo México que se asentaron en las tie-rras recientemente abiertas en la selva de Lacadona. En este sentido, Chiapas se asemeja a las zonas con presencia guerrillera de Perú y Colombia.

Los zapatistas probaron ser extrema-damente diestros en movilizar el apoyo de grupos indígenas, organizaciones in-ternacionales de derechos humanos y otras organizaciones no gubernamenta-les de Norteamérica, Sudamérica y Eu-ropa. Los zapatistas fueron uno de los primeros grupos insurgentes en hacer amplio uso de la Internet45. Bajo la pre-sión de la atención mundial, el gobierno mexicano pasó de la confrontación a la negociación después de doce días de entrenamientos armados.

La primera ronda de negociaciones entre el gobierno y los zapatistas contó con la mediación de la Iglesia católica lo-cal. En estas conversaciones el EZLN con-tinuó definiendo sus posturas. Su prin-cipal demanda fue la realización de elecciones libres y democráticas, argu-mentando que "la democracia es un de-recho fundamental de indígenas y no indígenas por igual. Exigieron nuevas elecciones en el estado de Chiapas, ar-

guyendo que el fraude generalizado ha-cía ilegítimos los anteriores comicios. Otra de sus demandas se refería a dere-chos culturales, incluyendo el fin del analfabetismo en las comunidades indí-genas, la enseñanza obligatoria en las lenguas indígenas y tribunales indígenas de justicia diseñados de acuerdo con las costumbres y tradiciones locales46.

Después que un cese al fuego pusie-ra final a los entrenamientos iniciales, el EZLN actuó más como movimiento so-cial que como milicia armada. Sus de-mandas de democracia hicieron eco de la frustración nacional con el sistema unipartidista que ha dominado la políti-ca mexicana desde los años treinta. La promoción de los derechos indígenas por parte del EZLN encontró apoyo en comunidades indígenas a lo largo y an-cho de México y, ciertamente, en toda América Latina.

Las negociaciones entre el gobierno y los zapatistas progresaron muy poco en 1994. Aunque el gobierno mexicano lanzó una breve contraofensiva a co-mienzos de 1995, el cese al fuego se ha mantenido en general. Pero más signifi-cativo es el hecho de que, por medio de su alzamiento, los zapatistas se estable-cieron efectivamente como actores en la política nacional: reestructuraron la agenda política, erosionaron aún más la legitimidad del gobierno y desafiaron el concepto prevalente de "democracia

45 Deedee Halleck, "Zapatistas on-Line" NACLA Report on the Americas, vol. 28, no. 2 (September/October 1994), pp. 30-32.

46 Zapatistas: Documents o¡ the New Mexican Revolution, December 31 1993- June 12 1994 (New York: Autonomedida, 1994), pp. 238-243.

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participativa", enfatizando en los dere-chos colectivos, culturales y étnico.

México no es el único país en América Latina donde se ha cuestionado severa-mente el valor de la concepción secular del Estado moderno. Dos veces, a co-mienzos de los años noventa, la pobla-ción indígena de Ecuador paralizó al go-bierno y a la economía ecuatoriana por medio de huelgas masivas y el bloqueo de las principales carreteras del país, deteniendo el transporte y las comuni-caciones. En ambas ocasiones, el movi-miento indígena ganó importantes con-cesiones en términos de tierra, lenguaje y autonomía política, aunque falló en impulsar una reforma constitucional que oficialmente estableciera el carácter "multinacional" de Ecuador. Dado que la población indígena de Ecuador no se encuentra geográficamente concentra-da, sino entremezclada con poblaciones de origen europeo, africano y mixtas, el movimiento indígena no demanda au-tonomía geográfica; en cambio, concibe la autonomía en términos culturales y políticos.

Protestas indígenas similares han ocurrido en Colombia y Bolivia. En Co-lombia, donde existe una población in-dígena mucho más pequeña dispersa a lo largo del país, el movimiento indíge-na ganó concesiones especiales en la nueva Constitución de 1991. Se creó un distrito de votación nacional especial, garantizando un mínimo de dos asien-tos indígenas en el Senado colombiano. Dos años después, otro distrito especial fue creado para las comunidades afro-colombianas. La confrontación acerca de la definición de la nación representa un importante choque de ideas. Se han

usado las armas, por ejemplo, durante el alzamiento del EZLN, aunque para la mayoría de los grupos indígenas las ar-mas tienen sólo un valor simbólico. Es-tos grupos no poseen grandes reservas de armamentos sofisticados. En socieda-des en las cuales el grupo racial domi-nante es el mestizo o "de sangre mezcla-da", donde la mayoría de la población presenta alguna combinación de sangre europea, indígena y africana no existe evi-dencia en el sentido de que movimien-tos basados en la identidad hayan lle-vado, o puedan llevar una política de "depuración racial". Sin embargo, estos conflictos podrían potencialmente vol-verse violentos si los miembros de las co-munidades étnicas e indígenas continúan siendo ciudadanos de segunda clase, ex-cluidos de la política nacional.

LAS NUEVAS FUENTES DE RECURSOS EN COLOMBIA Y PERÚ

En Guatemala, las guerrillas transfor-maron exitosamente su rebelión en un movimiento indígena. En Colombia y Perú, las guerrillas siguieron un camino distinto en los años noventa.

Desprovistas del apoyo soviético y cubano a comienzos de los años noven-ta, las guerrillas colombianas acudieron a actividades criminales para financiar su guerra. Estas se han convertido en un componente clave de su movimiento, extendiendo prácticas que fueron siem-pre parte de la experiencia guerrillera colombiana. Para los años noventa, las guerrillas colombianas participaban ru-tinariamente en secuestros, extorsión, robos y otras actividades criminales, ha-

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ciendo difícil de distinguir las diferen-cias entre insurgencia y crimen.

Esta tendencia se ha visto facilitada por la transformación de la región an-dina en el principal centro mundial ex-portador de coca, y de su producto final, cocaína. En los años ochenta, las eco-nomías de la región andina, particular-mente Colombia, Perú y Bolivia, fueron transformadas por el rápido aumento de la demanda de coca y cocaína. En Boli-via, que exporta principalmente coca y pasta de coca a Colombia para ser pro-cesada a cocaína, la bonanza de las ex-portaciones dio origen a fuertes movi-mientos campesinos que llegaron a depender del comercio de la coca. Aun-que la situación ha creado continuos conflictos con el gobierno boliviano que enfrenta grandes presiones de Estados Unidos para reprimir el comercio de coca, no se han producido enfrentamientos armados. En general, las disputas han sido resueltas pacíficamente, con el go-bierno y las organizaciones campesinas tratando de responder, de la mejor ma-nera posible, a las en último término irreductibles presiones nacionales e in-ternacionales. Este no fue el caso en Perú y Colombia en donde ya existían grupos insurgentes armados. En estos países el auge de la exportación ilegal transformaría completamente la diná-mica del conflicto armado. Perú, como Bolivia, estaba integrado en la economía regional como fuente productora de coca. Colombia producía tanto coca como co-caína. En Perú, el tráfico de coca ayudó a sostener a Sendero Luminoso. En Co-

lombia la riqueza proveniente de las drogas benefició no sólo a las guerrillas sino también a grupos armados ilegales asociados con terratenientes, jefes polí-ticos y narcotraficantes.

Las guerrillas colombianas, particu-larmente las FARC, se convirtieron en las principales autoridades en algunas re-giones productoras de drogas de Ca-quetá, Guaviare, Putumayo y otros lu-gares de la cuenta amazónica norte. Más tarde, tropas de las FARC tomaron con-trol de las zonas productoras de opio en las tierras altas de los Andes centrales. Esto dio a las FARC unas fuentes de ri-queza sin precedentes, que les permitió expandir grandemente sus actividades militares a comienzos de los noventa, así como reclutar y ganar apoyo hasta de cientos de miles de campesinos produc-tores de coca y amapola.

En los años ochenta, Sendero Lumi-noso desarrolló en Perú una relación si-milar con campesinos cultivadores de coca, particularmente en el Valle Alto Huallaga47. En los noventa, las principa-les áreas de operaciones de Sendero Rojo están en el Alto Huallaga y Hualla-ga Central y en nuevas zonas producto-ras de coca a lo largo del río Ene.

Los campesinos de las zonas produc-toras de droga en Colombia y Perú sue-len consistir en trabajadores migrantes desesperados por trabajar. El tráfico de drogas ha provisto una alternativa eco-nómica, provocando una gran migra-ción de trabajadores y campesinos a las remotas zonas productoras, creando bo-

47 José E. González, "Guerrillas and Coca in the Upper Huallaga Valley", in Palmer, Shinning Path of Peru.

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yantes nuevos pueblos más allá del con-trol efectivo del Estado48. Las guerrillas se han beneficiado de esta dinámica: grandes números de personas han co-menzado a realizar actividades ilegales en las zonas bajo su control.

Los cultivadores de coca y sus patro-nes guerrilleros no deben confundirse con los "carteles de la droga", las gran-des organizaciones criminales multina-cionales que refinan la hoja y pasta de coca, transformándola en la cocaína que después contrabandean a los mercados mundiales. La mayoría de las ganancias del tráfico de drogas ha caído en manos de los carteles, no de las guerrillas de los campesinos productores. Estos carteles operan, por definición, al margen de la ley. En Colombia, el cartel de Medellín, en los años ochenta, y el cartel de Cali, en los años noventa, desafiaron al Esta-do. Estas empresas multinacionales ile-gales han invertido en ejércitos privados que protegen sus intereses y amplían su influencia política.

El Estado colombiano de los años no-venta se enfrenta, por lo tanto, a múlti-ples oponentes armados. El conflicto bi-polar entre la derecha y la izquierda, entre el Estado y sus contrincantes gue-rrilleros, se ha transformado en un con-flicto multipolar entre el ejército, las guerrillas, los narcotraficantes, y un conjunto de grupos paramilitares que juran lealtad a diferentes patrones. En Colombia, el Estado, en algunas ocasio-nes, se ha inclinado a negociar con la

guerrilla; en otras, se ha enfocado en lle-gar a acuerdos con los carteles.

A medida que la distinción entre los grupos insurgentes tradicionales y la ex-torsión armada tiende a desvanecerse, los esfuerzos para negociar arreglos pa-cíficos a las guerras de guerrillas se vuel-ven considerablemente más complejos. Es evidente que la negociación de una paz con las guerrillas implica el compro-miso de los grupos insurgentes a aban-donar las actividades realizadas con el tráfico de drogas. También supone el compromiso del Estado en la búsqueda de formas de subsistencia alternativa para los campesinos cuya subsistencia depende del cultivo de coca y amapola. Éstos no son objetivos imposibles, y son probablemente más factibles y menos costosos que el desmantelar los carteles de la droga. Sin embargo, negociar la paz con las guerrillas sin poner fin al trá-fico de drogas dejaría grandes números de cultivadores y productores armados más allá del control del Estado.

Este problema no se limita a Colom-bia. La violencia vinculada a las drogas ha influenciado la política de muchas naciones latinoamericanas, particular-mente México. Entre otros países, tales como Brasil y Venezuela, la violencia vinculada a las drogas y a los problemas sociales está comenzando a sobrepasar la autoridad de las instituciones tradicio-nales. Estos desafíos representan actual-mente las mayores amenazas a la segu-ridad y estabilidad de América Latina.

48 Catherine M. Conaghan y James M. Malloy, Unsettling Statecraft: Democracy and Neoliberalism in the Central Andes. (Pittsburgh, Penn.: University of Pittsburgh Press, 1994), pp. 197-198.

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NUEVAS MISIONES MILITARES

Las normas tradicionales de la interven-ción externa en América Latina se han visto dramáticamente alteradas por el fin de la Guerra Fría. Existen ahora tres ra-zones fundamentales para la interven-ción militar en los asuntos internos de otro país: combatir el tráfico de drogas (hoy el asunto militar más importante en el hemisferio); promover la democracia y mantener la paz. El uso de tropas para promover la democracia y mantener la paz ya ha sido examinado. Para Estados Unidos y otras naciones del Caribe y América Latina el combate al narcotráfi-co se ha convertido en la principal mi-sión militar de la región.

Antes de 1989, el Departamento de Defensa de Estados Unidos se oponía al uso de soldados y equipos militares estadounidenses en operaciones anti-narcóticos. Sin embargo, a medida que América Central dejaba de ser una preo-cupación militar, y frente a un recorte presupuestal y una disminución en las misiones globales, el Secretario de De-fensa estadounidense Richard Cheney decidió, en 1989, involucrar a las fuerzas armadas de Estados Unidos en la "gue-rra" contra las drogas. El combate al nar-cotráfico se convirtió en el foco principal de las actividades militares de Estados Unidos en el hemisferio.

El Comando Sur de Estados Unidos, en Panamá, transformó una base de vanguardia en el mundo de la Posgue-rra Fría. En 1989, las naciones andinas

reemplazaron a América Central como los mayores centros receptores de ayuda militar de Norteamérica en la región. El presidente Bush anunció una estrategia andina contra el narcotráfico que inicial-mente canalizaría US$439 millones a Colombia, Perú y Bolivia. Al mismo tiempo, personal militar fue enviado a la región: tropas militares estadounidenses construyeron y operaron sistemas de ra-dar en las selvas y a lo largo de las costas de Colombia; la Agencia Antinarcóticos de Estados Unidos (DEA) construyó una base en el valle del Alto Huallaga, en el Perú; especialistas del ejército de Estados Unidos entrenaron soldados andinos y asistieron en la lucha contra las guerrillas, con base en las zonas de cultivo de drogas49.

Al combatir el tráfico de drogas en países con grandes grupos insurgentes guerrilleros, Estados Unidos se involu-cró nuevamente en actividades contrain-surgentes. Después de 1989, toda la asis-tencia militar estadounidense a la zona andina fue dedicada a misiones antinar-cóticos; no se destinaron fondos para programas contrainsurgentes preexis-tentes. Una vez más, esta vez en Colom-bia y Perú, Estados Unidos se dedicó a apoyar a los ejércitos locales en progra-mas de contrainsurgencia. Aun cuando Estados Unidos intentaba establecer el gobierno civil y desarrollar el respeto por los derechos humanos en América Latina, su política antinarcóticos en la región andina le llevó a fortalecer sus re-laciones con militares que poseían algu-

49 Bagley, "Myths of militarization", op. cit.

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nos de los peores registros de derechos humanos en el mundo50. Más aún, existía creciente evidencia de que su involu-cramiento en la guerra contra las drogas estaba corrompiendo a las unidades militares asignadas a estas operaciones51. En Perú, las fuerzas armadas fueron uno de los principales apoyos para la suspensión temporal, por parte del presidente Fujimori, del gobierno democrático.

Para mediados de los años noventa, Estados Unidos participaba en opera-ciones antinarcóticos a lo largo y ancho de América Central y el Caribe. México surgió como uno de los principales ca-nales para la distribución de los narcóti-cos andinos, y los carteles mexicanos de la droga se volvieron tan temibles como sus contrapartes colombianos. En con-secuencia, Estados Unidos ha presiona-do a las fuerzas armadas mexicanas a participar en la guerra contra las drogas.

Los resultados de la guerra contra las drogas han sido escasos. Media década de combate al tráfico de drogas no ha re-sultado en una disminución del flujo de cocaína desde la región andina52. De he-cho, los traficantes han comenzado tam-bién a exportar heroína, diversificando eficazmente sus productos y mercados. La guerra contra las drogas ha reprodu-cido, una vez más, la vieja tensión entre la preferencia latinoamericana por mo-delos de toma de decisiones multilatera-les y el unilateralismo de Estados Uni-

dos. La guerra contra las drogas ha ge-nerado más inestabilidad que estabi-lidad.

CONCLUSIONES

El fin de la Guerra Fría hizo posible ne-gociar el término de las atrincheradas guerras de guerrillas centroamericanas. A lo largo del camino, la comunidad internacional ganó una valiosa expe-riencia en cómo poner término a gue-rras civiles. Nuevos instrumentos multi-laterales fueron creados y probados; varias organizaciones internacionales se involucraron en la política doméstica de naciones internamente divididas, de forma que no tenían precedente en América Latina. Al mismo tiempo, la co-munidad internacional se vio sorpren-dida por la persistencia de antiguos gru-pos insurgentes y el surgimiento de nuevas formas de violencia en la región.

La experiencia acumulada en Améri-ca Central ajustada a condiciones nacio-nales específicas, será indudablemente útil en la solución de otros conflictos ar-mados en la región. Las ideas sobre la reestructuración de sistemas políticos y la transformación de conflictos armados en competencias electorales pueden ser aplicadas efectivamente en otros luga-res. Los principales candidatos en Amé-rica Latina son Colombia, Guatemala, México y Perú.

50 Americas Watch, in Desperate Straints: Human Rights in Peru after Decade of Democracy and Insurgency (New York: Americas Watch Report, 1991).

51 WOLA Clear and Present Danger: The U.S. Military and the War on Drugs in the Andes (Washington, D.C: WOLA, 1991).

52 Comisión Andina de Juristas (CAJ), Drogas y Control Penal en los Andes (Lima: CAJ, 1994).

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Sin embargo, las misiones de paz multifuncionales, que trabajaron dentro del marco del desarrollo de regímenes políticos más democráticos, serán me-nos efectivas frente a las clases de guerra lideradas por los carteles de la droga y los sindicatos criminales guerrilleros. El tráfico de drogas involucra el movimien-to global de armas, estupefacientes, bie-nes, dinero y personas, pero las guerras contra las drogas están en su mayoría confinadas a entornos domésticos: los capos de la droga mexicanos asesinan a oficiales mexicanos; los líderes de carte-les colombianos asesinan a oficiales co-lombianos; ejércitos privados vinculados al cartel de Cali luchan contra guerrillas colombianas por territorio e influencia política. Terminar con el tráfico interna-cional de drogas y los violentos conflic-tos nacionales que promueve requerirá de un esfuerzo concertado tanto a nivel internacional como a nivel nacional. En estos particulares conflictos, las ideas operativas no son democracia y partici-pación, sino justicia y control.

LAS LECCIONES APRENDIDAS EN CENTROAMÉRICA

Las fórmulas democráticas probaron ser poderosas herramientas de resolución de conflictos en América Central. Su éxi-to fue facilitado por un fuerte compro-miso regional con la democracia. Las ne-gociaciones también requerían del respaldo de Estados Unidos; sin embar-go, una vez ese respaldo parecía próxi-mo, una serie de medidas e iniciativas aumentaban las probabilidades de paz.

En primer lugar, la mediación exter-na jugó un papel importante en los pro-

cesos de paz. Durante varios años las ba-ses para una posible paz en Centroamé-rica fueron tomando forma, involucran-do compromisos con la democracia y la reconciliación nacional. La aceptación de la "verificación internacional" (el tér-mino preferido en Latinoamérica) de los acuerdos de paz, o, en el caso de El Sal-vador, de operaciones de paz multifun-cionales, fue crítica en el avance de las negociaciones. La mayoría de los parti-cipantes están de acuerdo en que libra-dos a su propia suerte, los negociadores del gobierno y la guerrilla no habrían podido llegar a un acuerdo final.

En segundo lugar, la ONU fue la me-jor garantía del éxito del proceso de me-diación externa. Las iniciativas de Con-tadora y centroamericanas sentaron las bases para la paz en América Central, pero los actores locales no eran lo sufi-cientemente desinteresados como para proveer la mediación necesaria o para ejercer presión e interponer ideas. La ONU, vista como más imparcial, ocupa-ba en este punto una mejor posición para hacer avanzar las negociaciones.

En tercer lugar, avanzar desde un amplio marco de principios regionales a acuerdos de paz específicos involucraba no sólo contar con los recursos de orga-nizaciones internacionales, sino tam-bién una sofisticada evaluación de las particulares situaciones nacionales de las causas del conflicto, y una clara vi-sión del futuro. Esto significó duras ne-gociaciones y un considerable grado de compromiso, e incluso aún no habría sido posible sin una profunda evolución en las orientaciones políticas de los pro-pios combatientes. En El Salvador, el acuerdo de paz se enfocó en asuntos ta-

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les como seguridad, justicia, participa-ción democrática y tierra. El acuerdo no llevó al logro de los ambiciosos objetivos sociales originalmente propuestos por los combatientes de izquierda. En cambio, estableció un marco de referencia para la construcción de una sociedad demo-crática. Tanto la derecha como la izquier-da, finalmente, aceptaron este marco. Sin embargo, en Nicaragua —con la ex-cepción de los acuerdos para las eleccio-nes de 1990 y la desmovilización de los contras— la mayoría de estos asuntos no fueron específicamente discutidos hasta después de Esquipulas II. Como resulta-do las disputas continuaron aflorando en cada una de estas áreas, en particular respecto del tamaño del ejército, la re-construcción nacional, justicia, tierra para los ex combatientes. En diferentes contextos nacionales, pueden ser nece-sarias otras reformas. En Guatemala, los combatientes ya han definido los asun-tos sobre derechos indígenas y el retor-no de refugiados. Estos acuerdos están diseñados para formar parte de un pa-quete mayor que incluye democratiza-ción y reformas estructurales, similares a aquellas negociadas en El Salvador.

En la medida en que el proceso gua-temalteco avanza lentamente bajo la mediación de la ONU, la posibilidad de alcanzar acuerdos negociados con co-munidades indígenas armadas y desar-madas, se vuelve cada vez más posible. Ello requiere, sin embargo, darle un ma-yor lugar a los derechos indígenas en la agenda regional para la democracia. La manera como se resuelvan los conflictos

en Guatemala y México, probablemen-te, delinearán las futuras respuestas re-gionales e internacionales a los conflic-tos internos en el hemisferio.

PERSPECTIVAS FUTURAS

América Latina es ahora más democráti-ca de lo que nunca ha sido. Pero partes de la región continúan empantanadas en conflictos. El consejo regional en la pro-moción de la democracia aún se restrin-ge a la concepción formal de elecciones y disrupciones de la autoridad constitu-cional. De esta manera, cuando la comu-nidad interamericana presionó para la restauración de la democracia en Guate-mala y Perú, a comienzos de los años no-venta, sus acciones no consideraron para nada fundamentales problemas subyacentes, tales como un exceso de autoridad militar, violaciones a los dere-chos humanos y la exclusión de grandes sectores de la población de la vida públi-ca nacional. No obstante, éstas son las principales fuentes de los conflictos y la violencia, actuales y futuros.

Más aún, la ONU y la OEA necesitan aplicar su considerable experiencia en la resolución de conflictos, a los asuntos relacionados con el tráfico de drogas y el crimen organizado. Esto requerirá que Estados Unidos, que continúa contro-lando la agenda, modifique su enfoque actual. Estados Unidos promovió unila-teralmente la militarización de la guerra contra las drogas; sus aliados no tuvie-ron otra elección más que cooperar53. Estados Unidos continúa haciendo uso

53 Ibíd.

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de sus influencias en términos de ayuda y comercio para promover su propia vi-sión de cómo estos problemas deberían ser enfrentados.

Sin embargo, el enfoque militar ha fracasado en su objetivo de reducir la exportación de drogas desde América Latina. No ha logrado tampoco detener el flujo de dinero y armas. Cada vez que la fuerza militar ha sido usada a nivel nacional, ha agravado el problema. La acción militar termina siendo favorable a los movimientos guerrilleros que en-cuentran apoyo entre los campesinos productores de coca y amapola. En al-gunos casos, la política de Estados Unidos ha forzado a los gobiernos a enfrentarse a las poblaciones indígenas residentes en las zonas de cultivo.

Si se desea enfrentar eficazmente el problema del tráfico de drogas, el tema debe ser reconceptualizado. En las na-ciones consumidoras, el narcotráfico es un problema social; en América Latina, es un asunto económico y político que involucra a violentas organizaciones cri-minales, y a campesinos y trabajadores industriales desplazados, atraídos al sector más lucrativo de la economía ile-gal. La definición del narcotráfico sim-plemente como un asunto de seguridad nacional ha llevado al uso indiscrimina-do de la fuerza y a estrategias militares contraproducentes.

El problema debe ser enfrentado multinacionalmente. Ningún país por sí mismo, ni siquiera Estados Unidos, po-see los recursos o los medios necesarios para hacer frente a las dimensiones glo-bales y ramificaciones políticas del tráfi-co de drogas. La ONU y la OEA podrían

jugar un papel mucho más importante en el combate al narcotráfico. Estas or-ganizaciones multilaterales están mejor equipadas para tratar las dimensiones internacionales del problema, así como para desarrollar e implementar un enfo-que no militar frente al mismo. Las na-ciones consumidoras de droga deben ser capaces de desarrollar programas efecti-vos de tratamiento y rehabilitación de consumidores. En naciones productoras debería enfatizarse el desarrollo econó-mico y el fortalecimiento de los sistemas judiciales. Las operaciones policiales y de inteligencia necesitan ser mejor coor-dinadas a un nivel multilateral. A tal punto que el tráfico de drogas ha pro-porcionado recursos a guerrillas y ejér-citos privados, un enfoque internacio-nal concertado para detener el comercio global de narcóticos contribuirá a la re-ducción de estos conflictos internos. En el contexto de una estrategia antidrogas no militar, la comunidad internacional, conjuntamente con los gobiernos de la región andina, podría promover más eficazmente acuerdos negociados a las restantes guerras de guerrillas de la re-gión, particularmente en Colombia.

Las naciones del hemisferio debe-rían trabajar sobre la base de la red de recursos ya existentes en los sistemas in-teramericano e internacional. Las opera-ciones de paz en Centroamérica y Haití demuestran que la acción multilateral en el hemisferio occidental puede ser efec-tiva cuando existe la voluntad, entre los estados miembros, de definir normas políticas y condiciones para la paz, y de actuar.

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PRESENTACIÓN

Para el Centro de Estudios Internacionales (CEI) es muy satisfactorio hacer entrega a nuestros lectores del ejemplar número 41 de Colombia Internacional.

En 1996, las publicaciones del CEI, Colombia Internacional y Documentos Ocasionales se fusionaron en una sola, conservando el nombre de la primera. Hoy, como parte de nuestro interés y nuestro esfuerzo de ofrecer una revista de la mejor calidad, se ha renovado el diseño, con un formato más pequeño y una carátula diferente y más atractiva que la anterior.

Agradecemos a nuestros lectores, tanto nacionales como extranjeros, el apoyo continuo que hemos recibido en las diferentes etapas de Colombia Internacional, gracias al cual la revista se ha podido consolidar como una de las publicaciones sobre el tema de las relaciones internacionales más reconocidas en la nación. El aporte que la revista ha podido brindar al debate y discusión de las relaciones internacionales en Colombia ha sido muy significativo.

Esperamos que el nuevo diseño de la revista sea de su agrado, y poder seguir contando con el apoyo y el interés de nuestros lectores.

Centro de Estudios Internacionales.

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LA IRRACIONALIDAD EN LA POLÍTICA VENEZOLANA

Carlos A. Romero*

INTRODUCCIÓN

Cuando se habla de la política latinoa-mericana surgen dos grandes líneas tra-dicionales de interpretación. O se estima que, por razones patológicas, es difícil alcanzar los parámetros del desarrollo po-lítico racional-legal típicos de Occidente o, por el contrario, que tarde o tempra-no, debido a la "mancha de aceite", es posible y es deseable lograr una estabi-lidad política y un desarrollo institu-cional1.

De esta forma, se fundamentan dos tipos de discurso: por una parte, se tiene la visión pesimista basada en la idea de la imposibilidad de alcanzar un orden político democrático, dadas las insufi-ciencias históricas para lograrlo; y por la otra, la visión optimista basada en la idea del fomento de la modernidad y la libertad.

En ambos casos, dos premisas comu-nes a ambos discursos contribuyeron a crear el ambiente intelectual que produ-

ce su confrontación durante más de me-dio siglo. En primer lugar, la creencia en que la racionalidad era el paradigma fundamental de la ciencia política lati-noamericana para observar el acontecer político de la región. En segundo lugar, que cualquier proceso que no encajara dentro de esos criterios modernos debía considerarse como una anomalía2.

A partir de la década de los sesenta y como consecuencia del fracaso de la educación optimista (vale recordarla: aquella tesis que sugería que a más de-sarrollo económico iba a ver más desa-rrollo político), diversos analistas de la realidad latinoamericana comenzaron a dudar sobre los alcances de esas visio-nes simplistas. Autores como Schmitter, Malloy, O'Donnell, Cardozo y Collier complicaron las cosas y el esquema tra-dicional entre el atraso político y el de-sarrollo político fue superándose, de-jando como legado una fuerte crítica a los modelos basados en la patología del

* Universidad Central de Venezuela, Caracas, Venezuela. 1 Véase: J.H. Elliot, The Oíd World and The New. 1492-1650. (Cambridge: Cambridge University Press,

1970). Canto edition, 1992; Elsa Cardozo de Da Silva, Latinoamérica en transición. En busca de Aleph. (Caracas: Panapo, 1995); Charles W. Anderson, Politics and Economic Change in Latin America. (Prince-ton: Van Nostrand, 1967).

2 Reinhard Bendix, Kings or People. Power and the Mandate to Rule. (Los Ángeles: University of California Press. 1978); Philippe Schmitter, "Las sendas del desarrollo político en América Latina". Estudios Po-líticos, no. 8, vol. III, 2.1973, pp. 49-70.

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subdesarrollo o en la ecuación optimista y la teoría del desarrollo3.

Para ellos, América Latina es un "mu-seo viviente" en donde se entrecruzan diversos procesos de origen distinto, lo cual estimula la necesidad de tener cri-terios más heterodoxos, como aquél plan-teado por Schmitter, el del modelo enre-jado4.

Sin embargo, la relación tan fuerte entre quienes postulaban la necesidad de comprender el proceso político de la región de formas menos simplista, y su visión sobre el hecho de que América Latina, al no transitar la senda de la de-mocracia occidental de signo liberal, es-taba condenada a diversas formas de autoritarismo de carácter populista o burocrático autoritario, empañó, de cierta manera, los alcances de sus plan-teamientos. En el fondo, se estaba repro-duciendo el discurso pesimista con la idea de una obligada profundización del capitalismo a través de un proceso de democracia restringida, tutelada o simplemente ausente5.

Tal y como se ha analizado en diver-sas publicaciones, la perspectiva autori-taria, si bien contribuyó al análisis sobre el derrumbe del populismo y el surgi-miento del modelo burocrático-autori-tario en la década de los setenta, no pudo concebir que este modelo obede-cía a una circunstancia concreta, léase

Guerra Fría, lucha armada y agotamien-to del populismo, y no necesariamente al problema de la profundización del ca-pitalismo, el cual pudo continuarse, al fracasar lo anterior, bajo otro esquema, el neoliberalismo económico, y en el pla-no político, con la idea de la restaura-ción de la democracia. En este marco, la crítica fundamental, tanto al populismo como al modelo burocrático autoritario, vino de la crítica al rol del Estado en la economía y al criterio imperante de un corporativismo presente en las relacio-nes entre el Estado y la sociedad. Nue-vamente, tal como había pasado al final de la década de los cincuenta, un discur-so pesimista daba paso a un discurso op-timista.

Así, en la ciencia política latinoame-ricana y latinoamericanista se ha obser-vado el dominio de las siguientes propo-siciones: en la década de los cincuenta, una visión patológica basada en la dico-tomía civilización y barbarie; en la déca-da de los sesenta, la visión desarrollista basada en la ecuación optimista, desa-rrollo económico igual a desarrollo polí-tico; en la década de los setenta, una vi-sión pesimista basada en la idea de la profundización del capitalismo a través del autoritarismo, y en la década de los ochenta y parte de los noventa, una vi-sión optimista basada en la idea de la desregulación política, la crítica al Esta-

3 Véase: P. Schmitter, op. cit.; Carlos A. Romero, "Crisis y ruptura en el sistema político venezolano". Politeia, no. 15. Instituto de Estudios Políticos, Cúb., Caracas, 1992, pp. 77-91.

4 En P Schmitter, o. cit. p. 54; C. Anderson, op. cit. 5 Véase: David Collier, ed., The New Authoritarianism in Latin America. (Princeton: Princeton University

Press, 1979); Ludolfo Paramio, "El final de un ciclo y la crisis de unos actores. América Latina ante la década de los 90". Revista de Estudios Políticos, no. 74, pp. 131-143. Santiago de Chile, 1991.

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do, a la política y a los partidos, y a la promoción de la sociedad civil6.

El análisis de cada una de estas eta-pas nos demuestra, grosso modo, que la dimensión política de América Latina se ha estudiado en forma cíclica, predomi-nando el uso de las premisas ya mencio-nadas: el paradigma racional-legal y la consideración de lo que se desvíe de ese paradigma; populismo, corrupción, ano-mia social, violencia, clientelismo, es una anomalía y no una condición tan válida como la anterior.

Llegado a este punto, es necesario aclarar que el problema planteado, la con-sideración de alternativas al paradigma racional-legal como instrumento teórico para la comprensión de los fenómenos políticos, no es algo exclusivo de la cien-cia política latinoamericana y latinoame-ricanista. De hecho, esto ha sido un plan-teamiento general de la disciplina en buena parte de este siglo7. Por otra par-te, hay que mencionar que hubo un pe-queño grupo de analistas que trataron y han tratado de explorar vías distintas al paradigma racional-legal para la com-

prensión de esos fenómenos en América Latina y que se negaron a aceptarlos como simples patologías o desviaciones8. Sin embargo, estas contribuciones deben considerarse como la excepción a la re-gla. En términos generales, predominó la visión racional, revaluada y potenciada estos últimos años con el discurso neo-liberal, de la modernización y de la re-forma del Estado, el cual ve al populismo, al clientelismo, a la violencia, a la corrup-ción y a la represión, entre otros elemen-tos, como algo que debe superarse para alcanzar el mundo de la racionalidad9.

Dadas estas consideraciones, en este papel de trabajo se aspira a discutir has-ta qué punto no se ha prestado la sufi-ciente atención a los fenómenos políti-cos que van más allá de la posibilidad de ser analizados por una perspectiva ra-cional, legal e institucional, y plantear la necesidad de asumir una actitud más abierta hacia esos fenómenos, conside-rándolos como piezas fundamentales de nuestro proceso político. Sólo así pu-diera encontrarse un camino más certe-ro para entender cómo funciona la polí-tica en Venezuela.

6 Elsa Cardozo de Da Silva, op. cit.; Guillermo O'Donnell, "Estado, democratización y ciudadanía". Nueva Sociedad, no. 128. (Caracas, noviembre-diciembre 1993).

7 Gabriel A. Almond, A Discipline Divided. Schools and Sects in Political Science. (London, Sage Publica-tions, 1990); Andrew C. Janos, Politics and Paradigms. Changing Theories of Change in Social Science. (Stanford: Stanford University Press, 1986).

8 En: P Schmitter, op. cit.; Juan Carlos Rey, Problemas sociopolíticos de América Latina. (Caracas: Ateneo de Caracas-Editorial Jurídica Venezolana, 1980); Luis Salamanca, "Crisis de la modernización y crisis de la democracia en Venezuela: una propuesta de análisis, en Ángel Álvarez (coordinador), El sistema político venezolano: crisis y transformaciones. (Caracas: Instituto de Estudios Políticos, Cúb., 1996), pp. 239-351.

9 Sobre este tema es recomendable el artículo de Francisco Rodríguez, "Mitos políticos y configuración simbólica de la democracia contemporánea". Manuscrito presentado en el seminario "La Política y de los Símbolos" en el Doctorado de Ciencias Políticas de la Universidad Central de Venezuela, 1996, 50 pp.

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La irracionalidad en la política venezolana • 47

RACIONALIDAD E IRRACIONALIDAD POLÍTICA

A fin de desarrollar las ideas presenta-das en el aparte anterior, se hace necesa-rio recordar que la integración política se hace a través de dos vías. Por una par-te, se tiene la vía racional,

consistente en métodos racionalmente cal-culados o racionalmente utilizados para producir integración, como lo son la repre-sen tación jurídico-públíca, la organiza-ción, el Derecho legal, etc.; y la vía irracio-nal, constituida por formas, métodos e instrumentos predominadamente deriva-dos de fuentes irracionales, tales como las emociones, sentimientos, resentimientos e impulsos capaces de provocar, de fortale-cer o de actualizar el proceso integrador..10.

Sin embargo, la concepción clásica de la política inspirada en las ideas de la Ilustración se identifica con la razón y con el repudio de los particularismos, la tradición y las emociones. De hecho, esta visión implica valores y actitudes tomadas como universales, tales como la individualización, la secularización, la racionalidad económica, el centralis-mo político y la innovación. Plantear en-tonces que hay algo más en la vida polí-tica se convierte en una herejía.

En este marco, se tiene que:

1. Lo irracional no es tan sólo un resi-duo de la conciencia originaria deja-

da por la dominación del pensamien-to racional, sino algo que es tan nece-sario al ser humano, para centrarse y orientarse en el mundo, como pueda serlo la misma conciencia racional11.

2. Lo mitológico, lo simbólico y cual quier manifestación que no se ade cúe a lo racional, incluyendo la vio lencia, es sustituido... por la teoría política racionalmente con-figurada y conocida a través de los con-ceptos y no de los símbolos (aunque se use el mitologema como elemento auxiliar), al tiempo que se pretende que la praxis política esté igualmente dominada por criterios racionales12;

3. Esta sustitución del mito por el pen samiento racional sólo tuvo éxito para un determinado plano sociocultural, para un determinado ámbito espa cial y para un determinado tiempo; el mito y lo irracional pasan a un se gundo plano y el hombre se conside ra un ser racional. Cierto, pero... todo hombre es racional y apasionado a la vez, nunca lo uno o lo otro solamente”13;

4. Gran parte de la teoría política no in cluyó en sus indagaciones los factores irracionales, los cuales existen con in dependencia de nuestra voluntad. La crisis de la modernidad, de la ra-

cionalidad, y la revaluación de la idea de Occidente no sólo ha rescatado la

10 En Manuel García Pelayo, "Ensayo de una teoría de los símbolos políticos", en Manuel García Pelayo, Obras Completas, tomo II. (Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1991), pp. 987-1031. La cita es de la página 989.

11 Manuel García Pelayo, op. cit., p. 1.006. 12 Ibíd.,p. 1.018. 13 Reinhard Bendix, Max Weber. (Buenos Aires: Amorrortu Editores, 1970), p. 365.

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multiplicidad de opciones para el conoci-miento político que proporciona el uso de las dos vías antes mencionadas, sino también ha contribuido a superar en parte la falsa dicotomía entre razón y pasión. De hecho,

"según Jung, cuando un sistema racional erigido originariamente sobre unos de-terminados símbolos deja de satisfacer las necesidades de los hombres en una época dada, se vuelven a las energías ori-ginarias, a las representaciones del in-consciente colectivo; es decir, a los arque-tipos revelados en símbolos a los que se trata de dar forma consciente"14.

En este sentido, la teoría política ne-cesita en este tiempo crítico recoger y analizar las manifestaciones irracionales como una parte válida del quehacer po-lítico, y no descartarlas como una simple desviación del paradigma racional-legal.

Ahora bien, ¿qué es lo que se está cuestionando? Lo que acertadamente Alain Touraine ha llamado la moderni-zación occidental con sus elementos principales: la razón, la secularización, el Estado unitario,

la ruptura de un mundo sagrado y mági-co que dejaría el lugar libre a un mundo moderno gobernado por la razón y el in-terés, un mundo que sería sobre todo un mundo único, sin sombras ni misterios, el mundo de la ciencia y de la acción ins-trumental15.

Es decir, el mundo de la racionalidad legal, un sistema de reglas aplicados judi-cial y administrativamente según prin-

cipios verificables y basados en la razón y la securalización.

En las ciencias sociales, el peso de la racionalidad es muy grande. Desde fina-les del siglo pasado, Weber y Marx, cada quien por caminos distintos, coincidie-ron en que el ideal de racionalidad debía ser alcanzado por la civilización occiden-tal y propagado a otras civilizaciones. We-ber estudió a fondo diferentes tipos de dominación y se preguntó por el origen cultural del capitalismo. Marx, por su parte, quiso estudiar el desarrollo eco-nómico a fin de lograr un conocimiento sobre las diversas etapas económicas que debían culminar en el comunismo.

Weber estudió, de acuerdo con un tipo ideal, tres tipos de dominación: la dominación legal, ya mencionada y que consideró como la más apropiada; la do-minación tradicional basada en la cos-tumbre y en la arbitrariedad personal, y la dominación carismática basada en el liderazgo mágico, en el heroísmo y en la revelación (advirtiendo que estos tipos no se dan en forma pura en la historia). El marxismo analizó el llamado modo de producción capitalista como algo a ser superado por el socialismo de acuer-do con la visión de la historia como una sucesión linear de etapas16. A partir fundamentalmente de la obra de estos dos autores, se fue formando el paradigma racional político, el estudio de las instituciones y en particular del Estado moderno, desde el ángulo weberiano y el estudio de la lucha de clases, desde el

14 liria., p. 1.022. 15 En Alain Touraine, Crítica a la Modernidad. (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1992), p. 44. 16 Reinhard Bendiz, op. cit., véase también Andrew Janos, op. cit.

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ángulo marxista. Desde la perspectiva económica, el paradigma racional se basó en la teoría de la toma de decisio-nes, dentro de la tradición weberiana, y en el estudio de la formación económi-co-social desde la tradición marxista17.

El impulso inicial de esas dos vertien-tes dio paso a nuevas interpretaciones, las cuales continuaron desarrollando los fundamentos del paradigma racional. Tenemos por ejemplo, las conocidas va-riables del comportamiento de Parsons, en las que se contrastan las principales características de la racionalidad en la conducta: especificidad, neutralidad afectiva, universalismo, logro y orienta-ción colectiva, con las características de la tradición: difusividad, afectividad, par-ticularismo, adscripción y orientación individual. Por otra parte, el marxismo definió el socialismo como una sociedad sin clases y fuera del peligro de la vio-lencia. Desde entonces, específicamente en las ciencias políticas, se originó un debate múltiple entre quienes postulan una visión holística y observan en las instituciones públicas la clave para en-tender el proceso político y quienes pos-tulan una visión individualista y obser-van en la teoría de la toma de decisiones, en la teoría de la utilidad, en la teoría de los juegos y en la negociación, la salida racional al conflicto político18.

Esto no quiere decir que un grupo de analistas no haya tratado de ir más allá de la racionalidad. Algunos exploraron en la década de los sesenta la personali-dad de los decisores (la teoría de las per-cepciones, el sistema de creencias); el na-cionalismo (el influjo de los símbolos y la tradición étnica); la racionalidad limitada y el campo del consumo y de la comuni-cación social (sobre la base de la interrela-ción entre el verbo y la teoría, y la imagen y el mito, especialmente en el campo de las campañas electorales y la discusión so-bre la racionalidad y la irracionalidad del elector)19. Pero el punto es que predomi-nó el paradigma racional-legal.

En la actualidad la crisis de la Moder-nidad y los llamados cambios globales impulsan el cuestionamiento de ese pa-radigma y, siguiendo a Barrington Moo-re, "...el antiguo sueño occidental de una sociedad racional y libre"20.

EL CASO VENEZOLANO

En el marco de la política comparada so-bre América Latina, y en repetidas oca-siones, el caso venezolano se ha estudia-do de manera tangencial. Esto se debe no sólo a su aparente estabilidad, sino fundamentalmente a su especificidad. De hecho, diversos estudiosos latinoameri-canos y latinoamericanistas no han po-dido incluirlo de manera satisfactoria en

17 Reinhard Bendix, La razón fortificada. Ensayos sobre el conocimiento social. (México: Fondo de Cultura Económica, 1975).

18 Véase: Andrew Janos, op. cit., Félix Ortega, El mito de la modernización. (Barcelona: Anthropos, 1994); Nevil Johnson, Los límites de la ciencia política. (Madrid: Tecnos, 1991).

19 En Alain Touraine, op. cit., p. 64. 20 Barrington Moore, Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia. (Barcelona: Ediciones Penín

sula, 1973), p. 410.

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las clasificaciones generales sobre regí-menes políticos de la región21.

Por mucho tiempo, el sistema político venezolano (SPV) se consideró como un ejemplo para las propuestas de transición del autoritarismo hacia la democracia pactada en América Latina, aunque se ha criticado desde diferentes ángulos. En la actualidad, la complejidad del modelo vuelve a confundir a quienes estudian sus fundamentos y sus posibilidades de man-tenerse en el futuro. Si antes no era lo de-masiado autoritario para incluirlo dentro de la perspectiva burocrática-autoritaria, hoy significa para algunos autores un sis-tema demasiado autoritario y corporativi-zado para clasificarlo como democrático.

El SPV tiene unos supuestos básicos desde la óptica racional: es un modelo de democracia presidencialista, con una economía mixta, un sistema de partidos, elecciones periódicas y libertad política. Por otra parte, se destacan tres tenden-cias socioeconómicas: la importancia de la renta petrolera, una distribución am-pliada del ingreso, y un papel central del Estado en la economía. En tercer lu-gar, se mantiene un grupo de mitos po-líticos que sustentan el modelo: el mito del progreso de la población por vivir en un país petrolero, el mito de que el ve-nezolano es esencialmente democrático

y el mito del clientelismo. Éstos a su vez tienen sus símbolos: las becas, el voto y la tarjeta de recomendación22.

El sistema experimentó una gran cri-sis en los años 1992 y 1993 y todavía pre-senta fisuras en su gestión, sobre todo en el área económica. Sin embargo, no hubo un cambio significativo de sus es-tructuras ni sus supuestos, a pesar de que dos de sus principales indicadores, el crecimiento económico para todos y el apego a la democracia se derrumbaron por la aparición de una inflación signifi-cativa y un desencanto político expresa-do en una alta abstención electoral.

Entonces surge una pregunta crucial: Si los fundamentos del sistema están cuestionados, y si el apego a la democracia tiene un descenso porcentual, ¿por qué el sistema ni se ha caído, ni ha habido una ruptura constitucional, ni el SPV se ha transformado en un sistema más abierto?

La respuesta no es fácil dada la com-plejidad del sistema, pero sobre todo por la presencia de un problema teórico. Con referencia al estudio del SPV, la ma-yoría de los enfoques politológicos do-minantes no han dado cuenta de sus específicas condiciones, y siguiendo nuestro argumento central, no han in-corporado al análisis el vasto campo de la irracionalidad política23.

21 En Carlos A. Romero, op. cit. 22 Véase: Miguel Van der Dijs, "Positivismo, populismo y racionalidad"; Politeia no. 16. Instituto de Es

tados Políticos, UCV., Caracas, 1993, pp. 161-184; Ruth Capriles Méndez, "Racionalidad de la corrup ción en Venezuela". Politeia no. 16. Instituto de Estudios Políticos, UCV, Caracas, 1993, pp. 207-240.

23 Con pocas excepciones, como la obra de Gustavo Martín, Luis Brito García y Juan Carlos Rey. De este último autor recomiendo su artículo, "Ideología y cultura política" el cual se incluye en su libro citado en la nota no. 8. Aníbal Romero explora también el tema en su libro: Disolución social y pronóstico Político, Caracas (en prensa), 1997.

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En este marco, se tienen cuatro enfo-ques principales:

1. El enfoque proveniente del campo histórico-político, que ha enfatizado el rol de los partidos políticos y de los dirigentes políticos en la fundamen- tación del sistema político y que de nominaremos, el enfoque Martz, en honor al venezolanista norteamerica no John Martz. Esta perspectiva ha observado al SPV como el producto de la competencia electoral de parti dos de diversas ideologías y de la he gemonía de Acción Democrática, y en menor medida del Copei sobre la política venezolana. De esta perspec tiva se desprenden cuatro razona mientos comunes: el venezolano se identifica con la política a través de los partidos y sus líderes; los criterios de asociación del venezolano son fundamentalmente seculares; no hay clases definidas ni diferencias ét nicas significativas; Venezuela es un país homogéneo e integrado.

2. Un segundo enfoque de carácter eco- nomicista, resultado de la tradición marxista en el país y que enfatiza el carácter dependiente de la sociedad venezolana y el criterio clasista de la élite dominante y que denominare mos el enfoque Cendes en honor del instituto de investigación del mismo nombre de donde han salido impor tantes publicaciones con esta orien tación. Esta perspectiva enfatiza los procesos socioeconómicos como la llave para entender la política vene-

zolana, con referencia a criterios como la violencia política, la margi-nalidad y la pobreza, el gasto públi-co, el rol del Estado en la economía y la distribución del ingreso24. De este enfoque se desprenden cuatro razo-namientos: en Venezuela hay una gran diferencia entre los logros de la democracia y la vida económica del venezolano; somos un país depen-diente de los Estados Unidos; el suje-to político en Venezuela no son los partidos sino el pueblo; el Estado ve-nezolano controla la vida política.

3. Un tercer enfoque de carácter políti-co e institucional que enfatiza el pa-pel de las élites en la constitución del SPV y que denominaremos el enfoque Rey, en honor de su principal expo-nente, el politólogo venezolano Juan Carlos Rey. Este enfoque es el más utilizado entre los autores venezola-nos dedicados al estudio del SPV y fundamenta su análisis en la tesis de que el SPV es el producto de un pac-to, en el marco de un sistema popu-lista de conciliación de élites. De esta perspectiva, que enfatiza el criterio político para entender el SPV, se des-prenden tres razonamientos: el suje-to de la política en Venezuela no son ni los partidos ni el pueblo, son las élites; éstas han logrado un consenso capaz de estabilizar la vida política a través del usufructo del ingreso pú-blico y su distribución equitativa; lo importante es analizar los criterios racionales que permiten ese consen-

24 En Miriam Kornblith, "Crisis y transformación del sistema político: nuevas y viejas reglas de juego", en Ángel Álvarez (coordinador), op. cit.

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so y el apoyo popular. Esto supone: 1) una alta capacidad de negocia-ción; 2) un estilo conciliador de nego-ciación; 3) una alta desmovilización, debido principalmente al control de las mismas a través de organizacio-nes confiables. Para Rey y sus segui-dores, el SPV está en crisis porque ha fallado el consenso interélites, la con-fianza de la población en las élites, una crisis sociopolítica y un frustrado in-tento por imponer nuevas reglas de juego25.

4. Finalmente, se ha utilizado en me-nor grado el enfoque neoliberal, este último de boga en años recientes. Sus seguidores asumen que el SPV está agotado y que debe suplantarse por un liderazgo de la sociedad civil fren-te al Estado y una descentralización política, enfatizando el rol del ciuda-dano en la política y observando una crítica a los partidos y otras organiza-ciones corporativistas. A éste lo de-nominaremos el enfoque Copre, ya que es en esta Comisión Presidencial para la Reforma del Estado en donde se ha producido un mayor número de publicaciones que se orientan en la dirección neoliberal26. Así tenemos cuatro enfoques principales con sus respectivas variables: Partidos, Esta-do, Élites y Sociedad Civil.

¿Qué tienen en común estos enfo-ques? En términos generales, lo que los une es su preocupación por analizar los mecanismos explícitos y racionales que conforman un determinado perfil del sistema político venezolano. En este sentido, en enfoque Martz le da priori-dad al sistema de partidos y a los meca-nismos electorales; el enfoque Rey a las negociaciones entre las élites, el enfoque Cendes a la gestión estatal y el enfoque Copre a la participación ciudadana. En este marco (con excepción de algunos autores que emplean el enfoque Cen-des), estas perspectivas no contemplan el análisis de factores irracionales en la política venezolana y, si lo hacen, como es el caso de los estudios sobre corrup-ción, clientelismo y gasto del Estado, lo consideran como una desviación del sis-tema y no como una característica pro-pia del mismo27.

HACIA LA CONSIDERACIÓN DE UN MODELO ALTERNATIVO

Recordemos que al comienzo de este papel de trabajo presentamos dos plan-teamientos generales: en primer lugar, que el análisis de la política latinoameri-cana ha descansado fundamentalmente en un ciclo dicotómico de perspectivas teóricas pesimistas y positivas. En se-gundo lugar, que esas perspectivas no

25 En Juan Carlos Rey, La democracia venezolana y la crisis del sistema populista de conciliación. (Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1991).

26 Véase: Miriam Kornblith, op. cit. 27 El criterio de la desviación de la coordenada cero prevalece, aún en esta época de cambios globales

y de reconsideración de los tradicionalismos. Sobre la coordenada cero, se recomienda: Ángel E. Álvarez, "El paradigma de acción racional aplicado al análisis de las decisiones del sistema político venezolano, en el caso del diferendo limítrofe con Colombia". Politeia no. 10; Caracas, 1981, pp. 51-84.

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han tomado en cuenta o no han privile-giado, en algunos casos, la presencia de elementos irracionales en la política, y si se le ha prestado atención ha sido a tra-vés de su consideración como desviacio-nes del modelo racional-legal. En tercer lugar, que el fenómeno no es propio de América Latina, sino también de los paí-ses desarrollados en donde reaparecen o se estimulan fenómenos irracionales que la Modernidad pretendió ocultar por siglos28. En cuarto lugar, que en Ve-nezuela se han repetido la tendencia oc-cidental de desdeñar los fenómenos irra-cionales, a la hora del análisis político.

¿Cómo pudiera colocarse el caso ve-nezolano en el marco de esta reflexión? ¿Cuáles son los principales elementos irracionales en el SPV?

Valdría la pena presentar, en primer lugar, los resultados parciales de un es-tudio que en este momento se encuen-tra en una fase exploratoria a fin de con-siderar estos elementos y, en segundo lugar, presentar una propuesta de in-vestigación29.

En cuanto a esos resultados, tene-mos que son cinco los principales ele-mentos irracionales en el SPV, los cuales a su vez tienen una gran importancia para entender por qué el sistema ni se ha regenerado, vale decir, no ha vuelto al esquema populista de conciliación; no se ha transformado con base en la participación ciudadana y la descentra-lización de la política, ni ha sido suplan-

tado por otro mediante de un golpe mi-litar o una revolución.

En contraposición de la idea genera-lizada que el venezolano es esencialmen-te racional a la hora de votar, de apoyar al sistema o de pronunciarse "por la me-jor forma de vida, la democracia", su re-lación con la política es más compleja. La cultura política imperante es la del clientelismo, la del compadrazgo, el de las cadenas familiares en la burocracia, del individualismo. Casos concretos: la dependencia del venezolano de la ta-quilla oficial, ampliada por la descentra-lización; la red familiar tribal en el sector de empleados de las universidades; y la relación partidista a través de líderes ca-rismáticos y tradicionales. (Esto permite disentir de las tesis neoliberales que asu-men la racionalidad perfecta del ciuda-dano).

Los mitos políticos que sostenían en parte al SPV han perdido su fuerza, "en Venezuela no hay inflación y en el país la gente vota". Casos concretos: la exi-gencia de los gremios de mejoras sala-riales; el desdén del elector por la políti-ca tradicional, dada la circunstancia que ya no es necesario pertenecer al partido x para obtener prebendas.

Otro elemento irracional del SPV es el fenómeno de la corrupción. Esta no puede verse de manera tradicional, es decir, como una desviación del SPV. Por el contrario, es un elemento fundamen-tal para el sostenimiento del sistema.

28 Véase: Alain Touraine, op. cit. 29 En términos generales, en el marco de la investigación individual, "La decadencia del Estado como

actor internacional".

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Casos concretos: la repartición de los contratos en el seno del Congreso Na-cional cuando se aprueba el presupues-to; los fueros sindicales.

Por otra parte, se tiene que tomar en cuenta el rol del ingreso petrolero. Los enfoques "Martz, Cendes, Rey y Copre" insisten en lo negativo para el SPV de la conformación del Estado rentista. Por el contrario, sostenemos que es el Estado rentista la razón de ser del SPV.

Como consecuencia de la crisis polí-tica experimentada en los años 91, 92 y 93, se ha extendido la creencia de que el SPV ha experimentado grandes transfor-maciones hacia la participación y la des-centralización. Se sostiene, por el contra-rio, que el proceso político venezolano ha afianzado su carácter autoritario.

Con base en las consideraciones an-teriores, tenemos que son dos las claves para entender el carácter irracional del SPV: por una parte, el clientelismo y el compadrazgo, y por la otra, la depen-dencia del gasto público. En este senti-do, vale la pena explorar cuáles son cla-ves para entender por qué el SPV no ha sido superado por nuevas formas de de-mocracia o sustituido por un régimen militar o revolucionario. Se sugieren tres elementos: 1) La paradoja de poseer una mayor estabilidad del sistema, y a su vez un reflujo del apego a la política y, en menor medida, a la democracia por par-te de los venezolanos. En consecuencia, la crítica de la gente al SPV no es un indi-cador certero de inestabilidad. 2) El mie-

do de las élites a la violencia política po-pular, lo que sostuvo la tesis de los años sesenta de controlar las expectativas de la población. En el fondo, las élites no están preparadas para el cambio30. 3) "Venezuela es una taquilla" como sabia-mente exclamó en un momento de an-gustia un ex Presidente de la República. Esto significa que el gasto público nunca dejará de crecer mientras se mantenga la red clientelar.

Todo esto nos lleva a insistir en la ne-cesidad de utilizar, a la hora del análisis del sistema político venezolano, un mo-delo alternativo diferente a los enfoques tradicionales. Ese modelo alternativo tiene que incluir en sus supuestos algu-nos de los elementos ya mencionados. Sólo así se tendrán una panorámica más nítida del SPV y una mayor fuerza teóri-ca y metodológica para abordarlo.

CONCLUSIONES

En este papel de trabajo se ha discutido sobre los alcances del paradigma racio-nal-legal para estudiar la política lati-noamericana y venezolana. Sobre este particular, se enfatizó la necesidad de incluir en el análisis algunas característi-cas propias del campo de la irracionali-dad, considerados por el paradigma ra-cional-legal como desviaciones en el comportamiento que van más allá del óp-timo de racionalidad o coordenada cero.

En este sentido, si se observa que los actores no se comportan racionalmente no es por las singularidades de esa con-

30 Este importante tema de la ciencia política contemporánea lo desarrolla muy bien Gabriel Almond en su obra citada en la nota no. 7.

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ducta, tan válidas como las conductas racionales, sino por pasar los límites de esa racionalidad. Por ello, el campo de la irracionalidad brindaría la oportunidad de ampliar el conocimiento de una reali-dad compleja, enrejada y difícil de cate-gorizar.

Con el propósito de desarrollar estas ideas, se ha hecho un esfuerzo incom-pleto y provisional para evaluar, desde esta perspectiva, los principales mode-los teóricos y metodológicos propuestos para el estudio de América Latina y Ve-nezuela. En cuanto a América Latina, se planteó la necesidad de observar cómo se ha desarrollado una tendencia cíclica derivada de la confrontación de mode-los optimistas y pesimistas. En este mar-co, cabe destacar cómo, en la década de los cincuenta, prevaleció el modelo pe-simista que contrastaba la civilización contra la barbarie; en la década de los sesenta, el modelo optimista que partía de la idea de que a un mayor crecimien-to económico había mayor desarrollo político; en la década de los setenta, un modelo pesimista, el de la profundiza-ción del capitalismo por la vía del auto-ritarismo, y a finales de la década de los ochenta, el modelo optimista de la aper-tura económica y la democracia neolibe-ral antiestatista.

Con relación al caso venezolano, se sugirió agrupar en cuatro tendencias los diferentes modelos, perspectivas y planteamientos que de alguna manera han intentado estudiar y clasificar la po-lítica venezolana, y en particular el SPV. De acuerdo con este planteamiento, se enfatizó que sobre el caso venezolano hay cuatro enfoques principales: el en-foque denominado Martz, de tendencia

a privilegiar lo histórico-partidista; el enfoque Cendes, de tendencia a enfati-zar lo sociohistórico, el enfoque Rey, de tendencia a privilegiar el pactismo entre las élites y el enfoque Copre, de tenden-cia a enfatizar lo político-societario.

En este marco, se planteó que, tanto los modelos teóricos utilizados para la comprensión de América Latina como los enfoques utilizados para el estudio del SPV, no le dan una prioridad sufi-ciente a los fenómenos irracionales. En el fondo, les une una base teórica racio-nal que no les permite considerar como válidos, y no como desviaciones, ciertas características de la política regional y venezolana: fenómenos tales como la co-rrupción, la ineficacia e ineficiencia de la gestión pública, el personalismo, el clien-telismo y las limitaciones a la libertad.

Es curioso anotar que, cuando se han mencionado estos elementos, se ha he-cho de forma despectiva, vale decir, se han considerado como obstáculos al "desarrollo político", entendido este concepto desde la perspectiva de la ra-cionalidad. Claro está: no se intenta de-cir en este papel de trabajo que todo vale y que (desde una posición normati-va) se prefiere que América Latina y Ve-nezuela se encuentren dentro de "un museo viviente". De lo que se trata es de considerar la posibilidad de ampliar el conocimiento y, sobre todo, de ver de ma-nera distinta la realidad que nos rodea.

Uno de esos esfuerzos es precisamen-te la preocupación principal que nos afec-ta desde el ángulo profesional: plantear el problema de cómo se mantiene el SPV, a pesar de las enormes contradicciones que lo caracterizan y los certificados de

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defunción que le han emitido, al igual que a varios de sus componentes, como son el Estado y los partidos políticos. Un tímido e impreciso paso inicial es el de buscar en el campo de la irracionalidad una respuesta. La corrupción adminis-trativa, la ausencia de una cultura política democrática (desde la óptica racional-le-gal), los contubernios entre las élites al margen del derecho, la taquilla venezo-lana, el favorcito, las redes clientelistas, son elementos que no deben excluirse.

Desde luego, éste es apenas un pri-mer paso en la dirección planteada y que adolece de varias fallas. Por ejem-plo, hace falta caracterizar algunos ele-mentos de la irracionalidad venezolana que le son propios, con respecto al resto

de América Latina, por ejemplo: la cul-tura rentista-petrolera, esa tendencia a relacionar la estabilidad política con el aumento del precio del barril de petró-leo; o los mitos políticos propios, "somos un país rico". Por otra parte, no se inclu-yó el enfoque de las políticas públicas. Quizá este modelo pudiera definirse aparte como el enfoque IESA, en honor al centro de docencia e investigación en donde se publica un mayor número de obras con base en las orientaciones ra-cionales que enfatizan las respuestas del Estado al ambiente político31.

En fin, con estas notas se aspira tan sólo a presentar una lectura diferente del SPV y someterla a la consideración del lector.

31 Sobre el desarrollo del enfoque de las políticas públicas en Venezuela véase: Luis Salamanca, "La política pública como ciencia de la intervención del gobierno en la vida social. El estado de la cuestión en la literatura". Politeia no. 17. Caracas: Instituto de Estudios Políticos, UCV, 1994, pp. 223-282.

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MEDIO AMBIENTE Y POSGUERRA FRÍA

Giampaolo de Martiis Hoyos*

EL FIN DE LA GUERRA FRÍA

Hans Morgenthau1, influido por el plan-teamiento estratégico de la política esta-dounidense, plantea una definición re-alista de las relaciones internacionales, en el marco de la guerra de contención del comunismo. Para este autor, la polí-tica entre las naciones, después de la Se-gunda Guerra Mundial, estuvo centra-da en la lucha hegemónica entre los dos polos de poder a nivel global: Estados Unidos y la Unión Soviética. La estruc-tura de poder de la Guerra Fría restringió, en la mayor parte de los casos, al Estado nacional como el actor central y único de las relaciones internacionales, y a la se-guridad nacional como el objetivo central de las negociaciones, que estaban deter-minadas por la distribución relativa de poder militar en el sistema.

En otras palabras, la agenda podía definirse en términos de alta y baja po-lítica. Alta, para los temas militares, y baja, para los asuntos económicos y so-

ciales. Así, los temas medioambientales no tuvieron una importancia relativa en las agendas externas de los estados.

Dos décadas después, Kenneth Waltz, inspirado en la teoría clásica realista de Morgenthau, define la estructura del sistema internacional, como un sistema anárquico2 y descentralizado. El realis-mo aceptaba sólo al Estado como uni-dad de las teorizaciones sobre la política internacional en función de sus intere-ses y su poder. Para Waltz, existen uni-dades diferentes a los Estados, pero és-tas son las unidades más relevantes para el análisis, por la condición anárquica del sistema3.

En concordancia con la teoría realis-ta que define las relaciones internacio-nales en términos de poder4, para Waltz la capacidad que tengan las unidades es la determinante del sistema: "...se hace una estimación del poder (de las unida-des) por medio de la comparación de ca-

* Politólogo de la Universidad de los Andes y especialista en Negociación y Relaciones Internacionales del Centro de Estudios Internacionales de la misma universidad. Director ejecutivo del Instituto de Ciencia Política.

1 Véase: Morgenthau, Hans, Política entre naciones. (Buenos Aires 1986), p. 25. 2 El autor define anarquía en el sentido hobbesiano del término: "Entre los Estados, el estado natural

es el de guerra", ante la ausencia de un poder regulador central. Waltz, Kenneth, Teoría de la política internacional. (Buenos Aires, 1988), p. 151.

3 Mi., p. 139. 4 Morgenthau, Hans, op. cit., p. 27.

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pacidades...5", que no sólo son militares, sino económicas, geopolíticas.

Sin embargo, a diferencia del realis-mo, el proceso de cambio de los sistemas de equilibrio no está supeditado a las decisiones de los estados, sino a las ca-racterísticas de la estructura internacio-nal. En otras palabras, las decisiones ra-cionales y unitarias de las unidades están condicionadas por la estructura del sis-tema, por la existencia de otras unida-des y por la interrelación entre ellas. De esta forma, para Waltz6 , el proceso de cambio sólo es posible si existen al me-nos dos actores que hagan el equilibrio. Así, la teoría sistémica descansará nece-sariamente sobre esquemas bipolares o multipolares.

De esta manera, el medio ambiente se inserta en la Guerra Fría, en un con-texto en el que los temas no estratégicos, tenían muy poco peso en la agenda in-ternacional.

Sin embargo, y de manera gradual, surgieron dos hechos que hirieron que el medio ambiente ganara un limitado espa-cio en la escena internacional. El primero, el surgimiento de un cuerpo de investiga-ciones sobre la degradación del medio ambiente y, el segundo, la divulgación cada vez mayor de desastres ambientales que tenían como causa probable la acción directa del hombre. Por este motivo, aún en plena Guerra Fría, la Primera Confe-rencia de la Tierra, celebrada en Estocol-mo en 1972, despertó al mundo a pensar en la protección del entorno. Como con-

secuencia de la estructura rígida del sis-tema político internacional, que priori-zaba los temas militares, la mayor parte de los gobiernos no asumió de manera inmediata las recomendaciones de la Conferencia, que propendían por la reali-zación de acciones decididas para prote-ger al entorno de la degradación a la que estaba siendo sometida, como conse-cuencia de un incontrolado proceso de desarrollo económico.

De esta manera, a pesar de la limita-ción del alcance y dimensión de las po-líticas de carácter medioambiental, la comunidad internacional fue asumien-do paulatinamente el hecho de que el medio ambiente debería ser un tema de la agenda transnacional. Algunos proce-sos desarrollados en plena Guerra Fría, como la lucha contra la desertización, la lluvia acida, el control al movimiento transfronterizo de desechos peligrosos; y posteriormente la Convención de Vie-na y el Protocolo de Montreal, relativos a las sustancias que agotan la capa de ozono, tuvieron como causa inmediata la Conferencia de Estocolmo de 1972.

Dos décadas después de Estocolmo, en la Segunda Cumbre de la Tierra cele-brada en Río de Janeiro, el contexto in-ternacional había cambiado radical-mente. La Unión Soviética se había desintegrado, y junto con ella el poderío de los países comunistas. Se habían ges-tado guerras étnicas en diferentes regio-nes del globo terráqueo, y aparente-mente se fortalecían nuevos temas en la agenda internacional, como propiedad

5 Waltz, Kenneth, op. cit., p. 146. 6 Ibid, p. 178.

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Medio ambiente y Posguerra Fría • 59

intelectual, derechos humanos, narco-tráfico y medio ambiente.

A Río de Janeiro asistieron más de 100 jefes de Estado para asumir su com-promiso vinculante con la búsqueda de soluciones a los problemas ambientales. Se firmaron las Convenciones de Biodi-versidad y Cambio Climático. Adicional-mente, existen cifras que demuestran la nueva importancia de los temas ambien-tales en el fin de siglo. Jessica Mathews sostiene que "entre 1972 y 1992, la canti-dad de tratados ambientales ascendió de unas pocas docenas a más de 9007". Los medios de comunicación, los discur-sos de los políticos, los programas de los partidos, Internet, y hasta la moda, todo nos habla de la importancia del medio ambiente. Ante estos hechos, algunos sostienen que estamos en la era verde.

El objetivo del presente ensayo es di-mensionar las características del medio ambiente, a menos de dos años del cam-bio de siglo, y definir su peso real en el sistema internacional. Si estamos de acuerdo con Waltz cuando afirmaba que la estructura determinaba la capacidad de las unidades y la importancia de los temas de agenda, los cambios que han sucedido después de la caída de la Cortina de Hierro, han ocasionado una nueva ma-triz de poder, que debe ser analizada.

Más concretamente, resulta innega-ble que el período de Posguerra Fría al que asistimos, sitúa en un nuevo rol de

importancia a la variable ambiental. Sin embargo, es claro también que, así como durante el conflicto Este-Oeste el tema ambiental era el resultado de la matriz bipolar de poder a nivel mundial, du-rante la Posguerra Fría el aparente es-plendor del tema medioambiental res-ponde igualmente a la nueva estructura internacional.

POSGUERRA FRÍA: NUEVA DISTRIBUCIÓN DE PODER

La caída del Muro de Berlín hacia finales de la década de los ochenta, marcó el fin del bipolarismo a nivel global. La estabi-lidad creada por el área de influencia de Estados Unidos y la Unión Soviética en el mundo se fraccionó, y dejó al descu-bierto una nueva concepción de poder. Para Tomassini8, los análisis actuales de relaciones internacionales deben reva-luar los dos conceptos tradicionales de los estudios de la Guerra Fría, para po-der comprender la nueva estructura in-ternacional: el Estado como único actor de la escena mundial y la definición tra-dicional de poder.

Los actores internacionales

Mathews sostiene que en la actual déca-da debe hablarse de actores "compar-tiendo poderes9". Esto significa que no sólo los estados detentan el monopolio de las acciones a nivel mundial, sino que las organizaciones internacionales, las

7 Mathews, Jessica, "The Age of Nonstate Actors", in Foreign Affairs. (Nueva York, enero-febrero de 1997), vol. 76, no. 1 p. 59.

8 Tomassini, Luciano, La política internacional en un mundo posmoderno. (Buenos Aires, 1991), pp. 74-75. 9 Mathews, Jessica, op. cit., p. 51.

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ONG, empresas multinacionales, las et-nias, asociaciones religiosas e ideológi-cas, desempeñan un nuevo rol en la es-cena internacional.

Algunos analistas van más allá y afir-man que el cambio en la estructura in-ternacional no sólo es el producto de la aparición de nuevos actores tangibles, como el caso de las ONG o las institucio-nes internacionales, sino fundamental-mente del incremento vertiginoso de las transacciones internacionales de infor-mación, comercial y financiera. Ello hace que los estados compitan por su protagonismo con un actor intangible: el mercado económico como regulador de la política mundial10.

El poder También el "poder" es un concepto que debe reformularse teóricamente. Ahora no es unívoco, como lo planteaba la perspectiva realista en términos de fuer-za, sino que se ejerce a partir de múlti-ples puntos. Como los actores están di-ferenciados y en diferentes niveles, el poder está atomizado y fragmentado. Foucault describe que, en todo caso,

las relaciones de poder son inmanentes a toda situación particular, micro o macro-política (...), pero, no hay una matriz ge-neral de poder, sino que surge de acuer-do a cada circunstancia11.

La diferenciación entre alta y baja política de la Guerra Fría ha sido susti-tuida por una nueva estructura en la que, a pesar de la innegable importancia de los aspectos militares y estratégicos, la agenda está determinada también por los asuntos económicos, ecológicos, comerciales, culturales, regionales, reli-giosos. La importancia de cada uno de los temas, depende del contexto en el que se formule.

LOS ACTORES DEL DEBATE AMBIENTAL

En este período de Posguerra Fría más complejo, con una mayor cantidad de ac-tores, con niveles de poder más difusos, se inserta internacionalmente el debate eco-lógico. Con un propósito académico, pue-den ser esquematizadas tres posiciones internacionales frente al tema medioam-biental: los movimientos verdes, los gru-pos liberales y la visión dependentista.

Los movimientos verdes

Para Kaase12, la afinidad entre los gru-pos verdes de diferentes naciones es una afinidad entre actores colectivos que per-mite la consolidación de nuevas iden-tidades más allá de la frontera de los estados. En otras palabras, se está con-formando una identidad de ciudadanos cada vez mayor, que exige de sus gober-

10 Véase Gilpin, Robert, La economía política de las relaciones internacionales. GEL. (Buenos Aires, 1990). 11 Citado por Mejía, Osear y Tickner, Arlene, "Elementos para un nuevo paradigma de la teoría de las

relaciones internacionales: del realismo clásico a la posmodernidad", en Documentos Ocasionales del CE;. Centro de Estudios Internacionales, Universidad de los Andes. Bogotá, enero-marzo 1993, no. 29, p.20.

12 Kaase, Max, "Movimientos sociales e innovación política", en Dalton, Rusell y Kuechler, Manfred, eds., Los nuevos movimientos sociales: un reto al orden político. (Madrid: Ediciones Alfonso el Magnáni mo, 1992), p. 131.

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nantes y sus empresas un mayor respe-to por el entorno.

Estos movimientos consideran que, como consecuencia del proceso de desa-rrollo económico capitalista y de las pre-siones por la obtención de riqueza, el medio ambiente ha sufrido un proceso de deterioro significativo. Hechos des-conocidos hasta hace unas décadas, como la pérdida del ozono atmosférico, el ca-lentamiento global, el cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, hoy en día se han convertido en problemas po-líticos y económicos significativos.

De esta manera, los problemas de contaminación de la atmósfera, del agua de los ríos y océanos, la disminución gradual de la capacidad productiva de la tierra, el aumento de las zonas desér-ticas, entre otros, son factores que han motivado, no sólo a algunos gobernan-tes, sino a los ciudadanos a definirse como ambientalistas.

Esa visión ecológica basa sus postu-lados en el peligro del agotamiento de los recursos naturales. En otras palabras, privilegia un modelo económico llama-do "desarrollo sostenible" en donde de-ben respetarse los ciclos naturales de aprovechamiento del medio ambiente. Se entiende al ecosistema no como un recurso, sino como un complejo vivo, con derecho a la subsistencia. En 1987, la Comisión Brundtland sostuvo que este tipo de desarrollo económico sostenible "satisface las necesidades de la genera-ción presente sin comprometer la capa-

cidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades".

En esta visión sostenible se han agru-pado no sólo numerosas organizaciones no gubernamentales, sino algunos go-biernos, especialmente los Estados con mejores ordenamientos de recursos na-turales, como los países nórdicos euro-peos.

La visión liberal

La visión liberal ha rechazado los postu-lados generales de los ambientalistas, por medio de dos argumentos: la incer-tidumbre científica sobre la magnitud de los problemas ambientales y el tema de la propiedad pública y privada de los recursos naturales.

La Cepal13, tal vez el organismo que ha desarrollado mejores trabajos sobre este tema, se ha formulado consistente-mente esta pregunta: ¿Cuáles son los objetivos de la sociedad: el desarrollo de una mayor protección ambiental así pueda restringir el crecimiento econó-mico, o el desarrollo de mayores liberta-des económicas que permitan elevar el índice de desarrollo humano? Para Hoffmann, la respuesta a esta pregunta no puede ser resuelta de manera satis-factoria, pues existe un alto grado de in-certidumbre sobre la dimensión científi-ca de los problemas ambientales y los mecanismos que deben implementarse para resolverlos.

13 Véase Hoffmann, Helga, "Comercio y medio ambiente: ¿Luz verde o luz roja?", en Revista de la Cepal. Comisión Económica para América Latina y el Caribe. Nueva York, Naciones Unidas, agosto de 1997, no. 62, p. 133.

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El autor considera difícil demostrar que la degradación ambiental que trae el capitalismo se debe realmente a éste más bien que a algún otro factor, y que la pér-dida de bienestar humano que representa es mayor que la pérdida derivada de una disminución del capitalismo14. Sobre este tema se han presentado numerosas inves-tigaciones tendientes a comprobar que el afán por resolver los problemas ambien-tales pueden ser contraproducentes.

Veamos algunos breves ejemplos. La Convención Marco de Cambio Climáti-co nació como resultado de investiga-ciones científicas que sostienen que al-gunas actividades del hombre, como la quema de combustibles fósiles y la des-trucción de bosques, liberan una canti-dad significativa de dióxido de carbono al aire que podría calentar la atmósfera mundial en un orden del 1 al 3,5% du-rante los próximos 100 años15. Estos es-tudios sostienen que sólo una reducción de la emisión de estos gases de "efecto invernadero" podría evitar la catástrofe ambiental. Frente a este tema, la visión liberal sostiene que las evidencias cientí-ficas del calentamiento global y el cam-bio climático se basan sólo en supuestos, pues algunos reportes sostienen que las temperaturas de la tierra

han aumentado en la mitad de un grado centígrado desde 1880 hasta 1940, época

en la que la actividad industrial tuvo un gran desarrollo. De 1940 a 1970, la tempe-ratura bajó para luego subir hasta 1980, pero a partir de entonces la temperatura ha fluctuado y no se sabe en que direc-ción. Todo indica que las medidas de res-tricción industrial son improcedentes y prematuras16.

Algunas ONG liberales, como el Insti-tute of Economic Affairs de Inglaterra, el Fraser Institute en Canadá o el Instituto Free Enterprise en Estados Unidos, con-sideran que no deben tomarse medidas de control a las emisiones pues atenta contra la libertad y tendrían un impacto negativo en el crecimiento económico, arrojando mayores niveles de pobreza, y, por consiguiente, de degradación am-biental.

Sin embargo, esta visión liberal no se puede circunscribir únicamente al nivel de las organizaciones. Algunos países, como Estados Unidos, han desarrollado una posición internacional que privile-gia el crecimiento económico al desarro-llo sostenible. Como "ejemplo bandera" de esta realidad está la cumbre de Río de Janeiro en 1992. En la Conferencia, los medios de comunicación transmitieron insistentemente lo benéfico que resulta-ba para el mundo la firma de la Conven-ción de Diversidad Biológica, que regula los obtentores vegetales y los recursos genéticos producto de la biodiversidad.

14 lbid.,pA35. 15 Véase por ejemplo, IPCC, Second Assestment, Climate Change: A Report of Intergovernmental Panel

on Climate Change. 16 Esta posición se basa en estudios desarrollados por el Instituto Espacial Marshall, la NASA y la Univer

sidad de Alabama por el profesor Richard Lindzen, del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts). Véase al respecto López, Franklin, "Mitos ecológicos", en Juan Bendfeldt, ed., Ecohisteria y sentido común. Centro de Estudios Económico-Sociales. Guatemala, 1996, p. 6.

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Sin embargo, más allá de la posición am-bientalista estaban los efectos económi-cos y políticos para los actores interna-cionales. De esta manera, Estados Unidos, la más grande potencia industrializada del mundo, manifestó públicamente que se abstenía de hacer parte de la Convención de Diversidad Biológica:

El presidente Bush confesó que no podía firmar este Convenio, ya que significaba la inestabilidad de los sectores económi-cos que utilizaban la información genéti-ca en su país que llegaba al 4,5% del pro-ducto bruto norteamericano, y que esta inestabilidad podría tener serias reper-cusiones en el nivel de empleo de las mismas17.

El segundo aspecto subrayado por la visión liberal es la propiedad como re-guladora de los aspectos ambientales. Mientras que los ambientalistas, gene-ralmente, proponen la protección y con-servación estatal como eje de solución de la problemática ecológica, los libera-les sostienen que sólo la privatización de los recursos naturales permite conci-liar el crecimiento económico con la pre-servación ambiental. En este sentido, se-ñalan que cuando los recursos son de propiedad común, ninguna persona se toma la responsabilidad de conservar-los, mientras que "cuando las personas son dueñas de propiedades, tienen in-centivos para cuidarlas18".

La visión centro-periferia

La publicación de la Ideología alemana en 1846 por parte de Engels y Marx fue el punto de partida de una nueva óptica teórica para comprender la historia de la humanidad. Para Marx, lo económico determina lo político. Es decir, la forma de producción económica crea relaciones de poder entre dos clases antagónicas: los dueños de los medios de producción y los proletarios.

Esta concepción de la historia consiste, pues, en exponer el proceso real de pro-ducción partiendo para ello de la pro-ducción material de la vida inmediata, y en concebir la forma de intercambio co-rrespondiente a este modo de produc-ción y engendrada por él 19.

El mundo actual, fragmentado, inter-dependiente, global, no es el mismo del tiempo de Marx. Las relaciones económi-cas se han dinamizado, la tecnología, los servicios financieros y el flujo de las co-municaciones son nuevas características de la economía política internacional.

A pesar de que los postulados de Marx y Engels tienen escasas referencias explícitas a las relaciones entre países, la esencia del marxismo fue recogida, des-de los años setenta, para asegurar que la nueva realidad global implicaba la misma dicotomía proletario-burgués de fines del siglo xix. Los defensores de la teoría de

17 Sejenovich, Héctor, "Río y Estocolmo y los objetivos del desarrollo", en Tréllez, Eloísa, ed., De Esto- colmo a Río de Janeiro: un balance de los ambientalistas. Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1993, p. 39.

18 Kwong, Jo Ann, "Ambientalismo de libre mercado", en Juan Bendfeldt, ed., Ecohisteria y sentido común. Centro de Estudios Económico-Sociales. Guatemala, 1996, p. 8.

19 Escobar, Ignacio, El materialismo histórico. Temis, Bogotá, 1989, p. 6.

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la dependencia comprenden la política in-ternacional en términos de la consolida-ción de los efectos del capitalismo mun-dial y sostienen que

la relación entre el centro septentrional y la periferia meridional, lejos de ser una relación de cooperación de intereses mu-tuos, connota la subordinación del últi-mo al primero y su explotación por parte de aquél20.

De manera sistemática, los países en vías de desarrollo han reproducido sus fuertes discursos Norte-Sur de la década de los años sesenta, legitimados en los noventa por la candidez de las "palabras verdes". Consideran que la relación asi-métrica entre los países del Norte y los del Sur, propia del modelo de desarrollo capitalista

logró, en primer lugar, que las potencias desarrolladas, con sus altos niveles de pro-ducción y consumo, deterioraran el medio ambiente con el incremento constante de los niveles de contaminación; y, en se-gundo lugar, que en las naciones en vías de desarrollo se explotaran, sin beneficio de inventario, los recursos naturales con el fin de lograr el fortalecimiento de las economías internas, el acceso a la tecno-logía, el pago del endeudamiento exter-no y, en algunos casos, la subsistencia 21.

Así, el tema ambiental revive la di-mensión desarrollo-subdesarrollo, y pue-

de permitir que el "tema verde" sea una forma de presión de la periferia hacia el centro industrial, como sostiene Manuel Rodríguez, ex ministro de Medio Am-biente de Colombia:

...las negociaciones relacionadas con el desarrollo sostenible y el medio ambiente son tal vez el único foro donde los países del Sur juegan un papel más equilibrado frente a los tradicionalmente dominantes países del Norte22.

Sin embargo, en los países desarro-llados se consolida igualmente una exi-gencia cada vez mayor a los países en vías de desarrollo, para que asuman sus responsabilidades en materia ambiental. La Convención Marco de Cambio Climá-tico establecía, en 1992, cronogramas no obligatorios de reducción de los gases efecto-invernadero únicamente para los países industrializados. Sólo cinco años después y sin que aún se cumplieran esos objetivos, los países desarrollados han modificado substancialmente los deba-tes y han asegurado que el calentamien-to global no se debe a las emisiones de la industria, sino en mayor proporción a la deforestación que ocurre en los países en vías de desarrollo23.

En materia de biodiversidad, el Con-venio, que regulaba primordialmente los derechos de propiedad de los países

20 Dougherty, James y Robert Pfaltzgraff, Teorías en pugna en las relaciones internacionales. GEL, Buenos Aires, 1990, p. 261.

21 Este tema es desarrollado por De Marráis, Giampaolo, "Ecología y política en el NAFTA", en Revista Panóptico. Departamento de Ciencia Política, Universidad de los Andes, agosto, 1995, p. 8.

22 Rodríguez Becerra, Manuel y López, Juan Andrés, "Relaciones internacionales, medio ambiente y desarrollo sostenible", en La política ambiental de fin de siglo. Cerec, Bogotá, 1994, p. 301.

23 Véase Jones, Laura, ed., Global Warming: The Science and the Politics. The Fraser Intitute, Canadá, 1997, p. 14.

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megadiversos sobre su diversidad bioló-gica, se ha modificado para exigir de esas naciones no sólo una mayor conserva-ción de esos recursos, sino la apertura al registro de patentes de obtentores vege-tales para los descubrimientos científicos realizados, en la mayor parte de los ca-sos, en los países desarrollados.

LA AGENDA INTERNACIONAL

Resulta claro que el antagonismo de las visiones ecológica, liberal y dependen-tista han logrado que la agenda ambien-tal se encuentre altamente polarizada, al menos en tres aspectos: la opción estatal frente a la privada, la conservación fren-te al crecimiento económico, y el enfren-tamiento entre desarrollo y subdesarro-llo. En síntesis,

el debate sobre sustentabilidad aún no ha generado una respuesta concluyente y ge-neralmente aceptada respecto de la com-patibilidad entre ecología y economía24.

La importancia del debate ambien-tal, sumado a su estrecha relación con los temas estratégicos y económicos, ha constituido a la variable ecológica como uno de los componentes de la política internacional de fin de milenio.

El medio ambiente como variable estratégica

El tema ambiental, considerado durante la Guerra Fría como un aspecto de "baja

política", se ha instituido en un nuevo componente del marco estructural de seguridad internacional. La mayor in-terdependencia y el surgimiento de ac-tores que compiten con el Estado en las áreas comercial, financiera y tecnoló-gica; así como el descubrimiento de pro-blemas ambientales transnacionales, como el agotamiento de la capa de ozo-no o el cambio climático, hacen que "se reduzca sensiblemente la soberanía del Estado en el control25". En otras palabras, que otros actores, como las ONG verdes y las instituciones internacionales aumen-ten su cuota de poder en la escena inter-nacional.

Para los estados, los compromisos derivados de las Convenciones Interna-cionales y la presión de los grupos am-bientales han logrado que el medio ambiente tenga un componente estraté-gico, pues deben mantener la soberanía territorial, sin parecer depredadores del entorno. Temas como los recursos fito-genéticos, cuencas internacionales, mo-nitoreo de problemas ambientales, entre otros, han generado en los gobernantes políticas que deban priorizar la defensa de la soberanía nacional. El problema radica en la existencia de

un ecosistema único, complejo y alta-mente integrado, dentro de las limitacio-nes de un sistema político conformado por más de 170 estados que exigen, cada

24 Klemmer, Paul, "Compatibilidad entre economía y ecología", en Revista Contribuciones. Konrad Ade- nauer Stíftung - CIEDLA. Buenos Aires, 1996, no. 1,1996, p. 133.

25 Fazio, Hugo, "Los factores externos en la política internacional contemporánea: material para discu sión", en Revista Colombia Internacional. Centro de Estudios Internacionales. Universidad de los An des, Bogotá, enero-marzo de 1995, no. 25, p. 42.

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uno, una autoridad soberana dentro de su territorio 26. La misma Declaración de Río hace én-

fasis en esta realidad, cuando señala que

...el concepto de soberanía permanente no ha evitado que el derecho internacio-nal considere los asuntos relativos a la conservación dentro del territorio de un estado, como asuntos de preocupación común en los cuales la comunidad inter-nacional tiene un interés legítimo27. Como resulta obvio, el poder relativo

de cada actor en el campo estratégico-ambiental está determinado no sólo por sus activos militares y económicos glo-bales, sino por su capacidad de ofrecer recursos cruciales estratégicos (biodi-versidad, agua, petróleo), su aptitud de procesamiento tecnológico, y la poten-cialidad de crear impactos negativos en el ecosistema28.

El medio ambiente como variable económica

El mundo de la Posguerra Fría está in-merso en

los mecanismos uniformizadores a tra-vés de los cuales transcurre la mundiali-

zación del proceso económico. El agente principal de la globalización es el mercado mundial el cual actúa como proceso ho-mogeneizador de las sociedades 29.

En otras palabras, el Estado ha perdi-do poder como agente regulador de la política, rol que es ahora desempeñado por las relaciones y los flujos superesta-tales y globalizados que requieren una regulación global.

En términos económicos, el poder está sujeto a la competitividad de los agentes de producción y comercializa-ción para responder al complejo flujo de ofertas y demandas. Los teóricos consi-deran que esta

existencia de canales múltiples de con-tacto nos lleva a esperar límites más allá de los habituales en la política externa, a la capacidad de los estadistas para calcu-lar la manipulación de la interdependen-cia o seguir una sólida estrategia de vin-culación 30.

En este sentido, el poder31, está sujeto a un aumento considerable de los in-tercambios financieros, de servicios y de información.

26 Hurrel, Andrew, "El medio ambiente y las relaciones internacionales, una perspectiva mundial", en Guhl, Ernesto y Tokatlian, Juan, eds., Medio ambiente y relaciones internacionales. Tercer Mundo Edito res, Bogotá, 1982, p. 25.

27 Citado por Caballero, Paula, "Colombia y la agenda ambiental internacional", en Revista Colombia Internacional. Centro de Estudios Internacionales. Universidad de los Andes, Bogotá, abril-junio de 1997, no. 38, p. 23.

28 Al respecto puede leerse a Rodríguez, Manuel, "Medio ambiente", en Ramírez, Socorro y Restrepo, Luis Alberto, eds., Colombia: entre la inserción y el aislamiento, IEPRI, Universidad Nacional. Siglo del Hombre Editores, Bogotá, 1997, p. 259.

29 Fazio, Hugo, op. cit., p. 35. 30 Keohane, Robert y Joseph Nyee, Poder e interdependencia, GEL, Buenos Aires, 1988, p. 52. 31 Drucker, Peter, "Trade lessons from world economy", in Foreign Affairs. February 1994, p. 65.

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Daniel Bell resume la importancia de los asuntos económicos en la Posguerra Fría por medio de una sencilla frase: "la economía es la continuación de la gue-rra, pero por otras vías32”. En este sentido, la nueva estructura internacional está determinada en gran medida por los recursos de poder económico con los que cuenta cada actor. Se han consolidado algunos países como Estados Unidos, Japón y Alemania, que regulan los intercambios entre los diferentes países. Estas economías hegemónicas

cumplen muchos papeles cruciales para el funcionamiento de la economía mundial. (...) Crean principios, normas, reglas v pro-cedimientos de tomas de decisiones 33. El derecho internacional y las empre-

sas son, junto con el Estado, los actores de las relaciones económicas internacio-nales. Para Susan Strange34, la relación entre las Firmas y el Estado son la base de la nueva diplomacia internacional eco-nómica.

Estas negociaciones o transacciones con-ducen generalmente a que los estados deleguen parte de su "soberanía para ac-ceder a estos beneficios", dado que las firmas son las que realizan parte impor-tante de los intercambios mundiales, más

del 80% del comercio exterior de Estados Unidos y de los intercambios entre las di-ferentes regiones35 . Los temas ambientales, por el poder

económico que engendran los recursos naturales y por la legitimidad de sus dis-cursos, se han convertido en parte im-portante de la nueva estructura econó-mica internacional. En el campo comercial la variable ambiental juega un rol prota-gónico. En los procesos de negociación de integración regional y comercial ya se consideran fundamentales las cláusu-las "verdes". En La Organización Mun-dial del Comercio, TLC36, la Unión Europea, EU, el medio ambiente ha adquirido una gran importancia, por medio de la discusión de los controles sanitarios, fi-tosanitarios, el ecoetiquetado, y los niveles de control a la contaminación industrial.

Sin embargo, para algunos autores, el control ambiental, por medio de san-ciones comerciales en defensa de inte-reses globales, se ha convertido en una excusa para establecer políticas protec-cionistas37.

En numerosos casos estas discusiones, aparentemente ambientales, han termi-

32 Citado por Huntington, Samuel, "Why International Primacy Matters", in International Security. Pri mavera de 1993, p. 72.

33 Gilpin, Robert, op. cit., p. 89. 34 Strange, Susan, The retreat ofthe State, the diffusion of Power in the World Econorny. Cambridge University

Press, Cambridge, 1996. 35 Ibíd.,pA2. 36 Nafta por sus siglas en inglés (North American Free Trade Agreement). Es llamado también TLCN

(Tratado de Libre Comercio de Norteamérica) o Alean (Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte).

37 Emerson, Peter y Collinge, Robert, "The Environmental Side of Nafta", in Nafta Netzuork. The Fraser Institute, Canadá, 1993, p. 2.

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nado en disputas sobre temas de comer-cio internacional. Por ejemplo, el Tratado de Libre Comercio entre Canadá, Méxi-co y Estados Unidos TLC "permite que los países impongan a la inversión ex-tranjera las regulaciones ambientales que juzguen convenientes38”. El hecho de que cada país "pueda mantener o adop-tar estándares nacionales más rígidos que los internacionales para proteger el medio ambiente39 ", no es otra cosa que el interés de los firmantes del Tratado de contar con mecanismos de protección a determinados sectores poco competitivos.

En el seno de la Organización Mun-dial del Comercio, los problemas han ido más allá. El primer caso que el nuevo Órgano de Apelación de la OMC recibió fue la petición de Venezuela y Brasil de examinar la política de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Uni-dos (EPA) de las normas de importación de gasolina, que según los países suda-mericanos viola las disposiciones de la OMC. La EPA, por su parte, sostiene que legítimamente puede establecer contro-les más severos a la gasolina importada que a la nacional, con fines ambientales.

Para Hoffmann, la controversia de la gasolina no fue un caso ambiental: no estaban en tela de jui-cio los objetivos ambientales del país que discriminaba las importaciones ni se dis-

cutió si dichos objetivos se alcanzaban de manera óptima, o incluso si se alcanza-ban del todo. La controversia tuvo que ver con el uso del comercio como instru-mento para lograr objetivos ambientales40.

En el seno de la TLC, corporaciones de inversión y compañías industriales en Estados Unidos41 consideran que sus empresas están en desventaja competi-tiva frente a las mexicanas, debido a que éstas enfrentan menores costos de con-trol a la contaminación, creando un dumping ambiental, o la posibilidad de desplazamiento de capitales e industrias hacia México. A pesar de que algunas investigaciones42 afirman que los costos de control ambiental representan una porción muy pequeña de los costos totales de producción, como para justificar un desplazamiento masivo, es intere-sante encontrar que en la búsqueda de estándares comunes estaba implícita la lucha por disminuir las ventajas compe-titivas de las diferentes regulaciones na-cionales. Este discurso de "evitemos contaminar en otras latitudes" desnuda la vulnerabilidad de otros factores, como las diferencias en las ventajas competiti-vas, especialmente el costo de la mano de obra y de las materias primas.

En este punto es donde surgen los principales debates sobre las relaciones entre medio ambiente y economía. Va-

38 Pearson, Charles, Comercio y ambiente: la experiencia de Estados Unidos, SELA (Sistema Económico Lati noamericano). Santa fe de Bogotá, octubre de 1993, p. 56.

39 Ibíd.,p. 56. 40 Hoffmann, Helga, op. cit, p. 137. 41 Pastor, Robert, Integration with México: Options for U.S. policy. Twentieth Century Fund Paper, Nueva

York, 1993, p. 56. 42 Ibíd.,p. 55.

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rios autores43 sostienen enfáticamente que detrás de la legitimidad de lo "ver-de" se esconden la ignorancia y la mala fe. Ignorancia sobre la real gravedad de los problemas y las soluciones ambien-tales; y mala fe, por la manipulación del tema ambiental para legitimar intereses económicos, políticos, sociales y cultu-rales.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Como resulta evidente, el cambio en la estructura internacional de poder, que trajo consigo la aparición de nuevos ac-tores y la transformación de la agenda, transformó el peso de los temas ambien-tales en el contexto global. En esa direc-ción, en la Posguerra Fría se presentan cuatro fenómenos importantes:

En primer lugar, la existencia de un debate ideológico sobre el medio ambien-te, que incluye opciones ambientalistas de conservación, liberales de priorizar el crecimiento y privatizar los recursos na-turales, y dependentistas que reivindican la asimetría entre el centro industrial y la periferia en desarrollo.

En este marco se inserta el segundo fenómeno, la aparición de nuevos actores, como las organizaciones transnaciona-les verdes y las nuevas instituciones in-ternacionales ambientales, creadas por las Convenciones Internacionales, que defienden diferentes posiciones.

Como tercer aspecto, se puede seña-lar el crecimiento de los espacios de la agenda internacional ambiental. En este sentido, la Cumbre de Río de Janeiro ge-neró un fenómeno de inercia en estas negociaciones. Los instrumentos jurídi-camente vinculantes y los espacios in-ternacionales comerciales y estratégicos incorporan responsabilidades ambien-tales que los actores estatales, transna-cionales, económicos y las ONG hasta ahora están asumiendo. En esta medi-da, la agenda está generando autóno-mamente una continuidad del tema.

Finalmente, la importancia política del tema ecológico, en los tres niveles anteriores (debate, actores, espacios) hace que se convierta en una estrategia de negociación, puesto que se constituye en una fuente de poder internacional.

43 Véase Hoffmann, Helga (op. cit.) y Klemmer, Paul (op. cit.), p. 133.

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EL ESTILO NEGOCIADOR DE LOS LATINOAMERICANOS. UNA INVESTIGACIÓN CUALITATIVA

Enrique Ogliastri*

El negociador latinoamericano es bási-camente un regateador amistoso e in-formal, que no es muy preciso en sus términos. Prefiere negociar entre ami-gos, base central de su confianza en la contraparte. No sacrifica el corto plazo para obtener ventajas a la larga, prefiere satisfacciones inmediatas, en cada trato. No se destaca por su puntualidad y cumplimiento, pero es muy impaciente cuando el otro lo hace; es muy flexible en el uso del tiempo, viene de una cul-tura policrónica. Las decisiones están cen-tralizadas al más alto nivel, y las toma el jefe como individuo; los grupos aseso-res o técnicos participan en las reunio-nes pero el único vocero real es el jefe.

Así como realiza poca preparación, el latinoamericano tampoco hace prene-gociaciones, pero esto se facilita por la informalidad en el trato —si el otro las inicia—; de hecho, se siente más cómo-do en negociaciones informales, por fuera de la mesa de negociación. Suele iniciar las negociaciones en tónica tradi-cional, con una petición alta, y es muy cuidadoso de la reacción de la contra-parte, manipulativo de emociones y jue-gos de poder que pretenden amedren-tar a la contraparte. Es muy orgulloso y

puede jugarse el todo por el todo, asu-miendo riesgos muy altos en el proceso de negociación.

El latinoamericano tiende a argumen-tar de manera general, vago en los tér-minos pero sólido en los principios ge-nerales; alternadamente, argumenta sobre las necesidades personales y de la contraparte tomándolas como criterios legítimos y válidos. Los acuerdos son igualmente rápidos, imprecisos, de pa-labra o, paradójicamente, de una minu-ciosa legalidad.

A estas conclusiones se llega después de un extenso estudio sobre negociación intercultural, realizado principalmente mediante investigaciones cualitativas basadas en entrevistas personales con preguntas abiertas. Se realizaron mil quinientas entrevistas a personas que narraron su experiencia en una negocia-ción concreta. El estudio se inició por las negociaciones entre japoneses y colom-bianos; los entrevistados nipones indi-caron que en general había patrones de negociación semejantes entre los diver-sos países latinoamericanos, hipótesis que se exploró y confirmó durante un semestre de investigación en Tokio con

* Ph. D. en teoría organizacional y profesor titular en la Universidad de los Andes (Bogotá). Fue pro-fesor e investigador visitante en Harvard, IDE de Japón y la ESC de Toulouse. Este reporte es parte de una investigación en curso y de un libro en preparación.

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el Instituto de Economías en Desarrollo. Posteriormente se realizaron entrevistas sobre negociaciones en Venezuela, Ecua-dor, México, Brasil, Argentina, Chile y otros países latinoamericanos. Igual-mente, se estudiaron negociaciones de Colombia con los Estados Unidos, Fran-cia, el Medio Oriente, Alemania, China y otros países o culturas del mundo. Se desarrolló así un esquema de variables para describir los estilos de negociación internacional y se estableció una compa-ración entre seis culturas: japonesa, del Medio Oriente, angloamericana, china, francesa y latinoamericana. En este do-cumento se presentará la metodología de la investigación así como una síntesis de los resultados sobre América Latina.

LA INVESTIGACIÓN SOBRE NEGOCIACIÓN INTERCULTURAL

Este programa de investigación se inició en 1987 con un estudio sobre las nego-ciaciones entre japoneses y latinoameri-canos (Ogliastri, 1992, 1993). Este estu-dio se culminó en Tokio en 1990, y se continuó con las negociaciones entre paí-ses latinoamericanos (Ogliastri, 1997a) y con otras culturas: angloamericanos, franceses y del Medio Oriente (Oglias-tri, 1994,1997b).

El objetivo del estudio es identificar las características negociadoras de una cultura, desarrollar una explicación so-bre sus criterios y conceptos, y llegar a predecir y desarrollar algunas prescrip-ciones para negociar con ellos. Como corresponde, por lo general, a metodo-logías cualitativas, el procedimiento ha sido primordialmente inductivo y com-parativo, orientado a desarrollar una ex-

plicación sobre la manera de negociar en esa cultura. Esta metodología de in-vestigación es indispensable para abrir el campo de la administración hacia en-foques más cosmopolitas y revisar las premisas ontológicas de la teoría organi-zacional (Morgan, 1980, Pfeffer, 1993).

Las preguntas que basaron la inves-tigación se refieren a cómo negocian los latinoamericanos, por qué negocian de esa manera, cuál es su proceso caracte-rístico, y qué recomendaciones se pue-den hacer a ellos y a quienes negocien con ellos. Las preguntas de investigación son muy concretas y el campo teórico queda entonces restringido a la práctica de las negociaciones. En este documen-to se responde primordialmente la pri-mera pregunta, la que concierne a la descripción. Se infiere que hay un ele-mento estructural detrás de todo esto, la cultura y el poder relativo entre las par-tes, pero esto aún no se analiza (Day y Day, 1977; Strauss, 1978). De todas ma-neras se está haciendo una descripción cultural, la teoría implícita de negocia-ción que se tiene en América Latina. En este documento no se trabajará una explicación a las diferencias en cultu-ras negociadoras; eso se hará median-te un método comparativo posterior-mente.

Por "negociación" se entendió la ma-nera de resolver un problema que in-volucra tanto elementos de conflicto y diferencia de intereses como de necesi-dades de encontrar una solución común, lo cual se considera preferible a recurrir a acciones legales o al uso de la fuerza. La negociación es el comportamiento de las personas en esas situaciones de con-flicto y congruencia de intereses, los va-

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lores subyacentes en las acciones, los conceptos y expectativas que se tienen sobre los otros, el proceso que se sigue en la solución del problema. Sobre este proceso se han distinguido en la litera-tura dos sistemas o teorías de negocia-ción, la distributiva tradicional y la inte-grativa o nueva teoría de la negociación (Walton y McKersie, 1965).

La negociación distributiva parte de la base de que lo ganado por una de las partes lo pierde la otra (un juego mate-mático de suma cero) y se centra en re-partir mediante un proceso de regateo; ha sido también llamada "tradicional", "posicional" o "competitiva" (Pen, 1952; Sawyer y Guetzkaw, 1965; Coddington, 1969; Karras, 1970; Deutsch, 1973; Le-wicki y Litterer, 1985). La negociación integrativa se centra en la creación de valor durante la negociación, en crite-rios objetivos o externos para distribuir lo que esté en juego en la negociación, en relaciones de largo plazo, y en un comportamiento racional (Zartman, 1977; Strauss, 1978; Raiffa, 1981; Pruit, 1981; Fisher y Ury, 1981; Laz y Sebenius, 1986; De Bono, 1990; Ury, 1991; Bazer-man y Neale, 1992).

La negociación puede ser el camino más adecuado para resolver una diferen-cia, pero si no funciona se puede recu-rrir a los derechos o al poder (Ury, Brett y Goldberg, 1988). La resolución de un conflicto mediante derechos puede sig-nificar apelar a la razón y a convencer de la justicia de una posición, a involu-crar a un tercero como conciliador, faci-litador o mediador del conflicto, a ape-lar a las reglamentaciones de sistemas legales y acuerdos previos, y a un arbi-tro o juez (Pérez y Varón, 1993). Recurrir

al poder para resolver una diferencia de intereses implicaría la utilización de amenazas basadas en valores y creen-cias, el ejercer presiones económicas o sobre conveniencias prácticas y utilita-rias de la contraparte, o llegar a acciones unilaterales de fuerza y violencia.

En el estudio se han utilizado dos cuestionarios de preguntas abiertas, en-trevistas con profundidad, estudio de casos de negociación, grupos de enfoque, observación participante, y la compara-ción progresiva de los datos mediante procedimientos cercanos a la escuela de desarrollar "teorías con pies en la tierra" [grounded theory: Glaser y Strauss, 1968). De la identificación de características descriptivas del comportamiento nego-ciador de las personas de una cultura, se pasa a responder el "por qué" actúan de esa manera, y a establecer procesos típi-cos que permitan predecir su comporta-miento y reacciones dentro de una se-cuencia determinada (Apéndice 1: Una ilustración del método: la negociación japonesa con latinoamericanos).

En la investigación cuantitativa tra-dicional se parte de una teoría y de una hipótesis que se va a poner a prueba me-diante mediciones en la realidad estu-diada; éste es un proceso deductivo, en el cual el investigador predefine lo que quiere medir (los conceptos y variables derivados de una teoría) antes de ir al estudio del campo. En la investigación cualitativa se sigue el proceso inverso, pues se espera que los datos y conceptos emerjan de la misma gente estudiada, en sus propios términos y no en los del investigador. Una secuencia inductiva, en la cual se busca que los datos concre-tos de la realidad sirvan de base para el

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desarrollo de explicaciones y prediccio-nes teóricas que agrupen un rango cada vez mayor de hechos, de datos. Con los datos se construye la teoría y no al revés (con la teoría se generan los datos) (Mi-les y Huberman, 1994).

En esta investigación no se trató en-tonces de probar una teoría, sino de de-sarrollarla. En el proceso de los datos (la realidad) hacia la teoría se trabajan suce-sivamente puntos de contradicción o paradojas, pues el investigador intenta no solamente confirmar sus primeras observaciones, sino rebasarlas cuando encuentra contradicciones entre los da-tos, puntos de enriquecimiento que le exigen generar explicaciones de mayor profundidad y amplitud para que cu-bran por igual lo explicado inicialmente, y los datos inexplicados por las primeras teorías o conclusiones. Éste es, en pe-queño, un proceso como el descrito por Kuhn (1965), en el cual los paradigmas de investigación se rompen o amplían a medida que avanza el conocimiento y que surgen nuevos datos que no pueden explicarse con las conclusiones iniciales.

Al estudiar la cultura de negociación de los latinoamericanos surgieron varios puntos de contradicción, o enriqueci-miento no totalmente resueltos. El pri-mero es la relativa homogeneidad cul-tural de los diversos países y culturas latinoamericanas. La perspectiva de los latinoamericanos mismos apunta hacia la diversidad y las diferencias internas. La perspectiva de los extranjeros acerca de la región, tanto de los japoneses como de los angloamericanos y los europeos, señala comportamientos negociadores semejantes. En la investigación se está procesando la información concreta de

los países sobre los cuales hay más datos (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecua-dor, México) y ya se publicó un informe sobre Venezuela (Ogliastri 1997a). Indu-dablemente, hay diferencias entre los in-dividuos, pues una persona nunca es to-talmente representativa de su cultura, y hay bastantes variaciones internas en la cultura negociadora latinoamericana; esto ocurre en parte por la contradicción o paradoja de ser a la vez culturas gru-pales y con amplio campo en el ego in-dividual. Pero todo ello está enmarcado, desde el punto de vista de teorías de ne-gociación, en el predominio de la nego-ciación distributiva tradicional.

Los cuestionarios utilizados en la in-vestigación se centraban en una (y sólo una) experiencia de negociación que hubiera tenido el entrevistado. En el pri-mer cuestionario se pedía a la persona, mediante preguntas abiertas, narrar su experiencia en otra cultura desde la pre-negociación hasta la secuencia de la ne-gociación. Finalmente, se le preguntaba lo que más le había gustado de la expe-riencia (y lo que no le había gustado), lo que le había sorprendido, la similitud o diferencias que sentía con las personas con quienes había negociado, que des-cribiera la manera de negociar de la con-traparte, y que mencionara los consejos que le daría a un colega o a un amigo que tuviera que ir a negociar al otro país. Este cuestionario se centraba en una ne-gociación formal (comercial, política o de cualquier índole) y se enmarcaban sus experiencias dentro de la estructura concreta de intereses, opciones externas a la negociación, y demás circunstancias de la negociación en sí.

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El segundo cuestionario utilizado en la negociación se refería a una experien-cia de conflicto personal en otra cultura. Por lo general, se trataba de conflictos resueltos por negociación, pero algunos de los narrados por los entrevistados in-volucraban demandas legales o acciones de poder. En este cuestionario se hacía además una pregunta sobre vivencias radicalmente distintas a la narrada, para evaluar si en su experiencia general, éste era un incidente aislado o no. Igualmen-te, se preguntaba por el evento que le había resultado más sorprendente e inex-plicable, una descripción de la manera de resolver conflictos de la otra cultura, y los consejos que le daría a un amigo que tuviera que vivir o trabajar con ellos.

Durante la investigación se hicieron también entrevistas con profundidad, a personas conocedoras de la otra cultura (por ejemplo, al francés que ha vivido muchos años y está casado con un lati-noamericano), y a las cuales se hacen preguntas más concretas, generalizacio-nes, o la resolución de paradojas cultu-rales. Otra opción de entrevistas con profundidad es la que se hace al experto en un tema; por ejemplo, a un abogado especializado en contratos internacio-nales se le preguntó sobre las diferencias y semejanzas entre los abogados france-ses, los ingleses y los latinoamericanos, en el contexto de negociaciones interna-cionales. Otro ejemplo de las entrevistas abiertas con profundidad fueron las re-alizadas al profesor de filosofía, a quien se preguntó por las diferencias entre la filosofía que se produce o que se vive en dos culturas, o al jesuita latinoamerica-no que vivía en el Japón, a quien se le pidió que explicara las diferencias reli-

giosas entre las dos culturas. Obviamen-te, este procedimiento tiene una mezcla de elementos deductivos e inductivos, pues ninguna investigación puede ser puramente cualitativa o cuantitativa (términos que, por lo demás, no son muy apropiados).

En el curso de la investigación, se han realizado además estudios de casos de negociación, en los cuales se tuvo ac-ceso a los archivos de una empresa o de un ministerio, o se pudo entrevistar a las diferentes partes involucradas (en Oglias-tri, 1992, aparecen publicados varios de estos casos).

La observación participante es un método tradicional de estudiar culturas, y para tal fin se acompañaron (y aseso-raron) procesos de negociación entre empresas de las dos culturas. En un pro-ceso a la inversa, pero igualmente valio-so, el ir a vivir en otra cultura enseña al estudioso no solamente sobre la cultura en que fue a vivir, sino también sobre la propia, por contraste. Este investigador latinoamericano (de abuelo francés) lle-vó un diario de campo durante su per-manencia en el Japón (entrevistando a latinoamericanos y japoneses), y otro en Francia (entrevistando principalmente a franceses y españoles).

A lo largo de la investigación se han realizado once grupos de enfoque (focus groups), la mayoría de ellos con estu-diantes que actuaron como asistentes de investigación en la realización de entre-vistas a personas de una cultura deter-minada. Estos grupos de enfoque fueron particularmente útiles para la genera-ción de categorías o variables compara-tivas sobre las culturas. La pregunta

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"¿Cómo describiría la manera de nego-ciar de esa cultura?" permitió también de-sarrollar categorías de comparación. En este punto, se recurrió a categorías re-conocidas de tiempo atrás, las que se refieren a aspectos cruciales en la com-paración cultural, como el sentido del tiempo, el uso del espacio, las pautas de la comunicación (Hall, 1966), sobre la uti-lización del poder (Cassé y Deol, 1985). En el desarrollo de categorías o variables comparativas de la negociación inter-cultural resultaron evidentemente úti-les los comportamientos resaltados por los estudios sobre negociación, que tie-nen que ver con aperturas, regateo, cie-rres, etc. y que habían sido muy bien agrupados por Weiss y Strip (1985). Este procedimiento comparativo, que utilizó grupos de enfoque, preguntas del cues-tionario y literatura de comparación cul-tural, resultó en un esquema de 17 va-riables que se definieron en 1992 y que se utilizaron para la descripción de la cultura latinoamericana de negociación.

Algunas variables involucran aspec-tos básicos de filosofía de la vida y visión del mundo (como conceptos arraigados sobre la resolución de conflictos, pers-pectivas temporales a largo o corto pla-zo, o ideas sobre la naturaleza humana); otras variables se refieren a elementos culturales de las negociaciones (como los criterios para la escogencia de un representante negociador, la formalidad y buenas maneras sobre la mesa de ne-gociación, y la toma de decisiones indi-viduales o en grupo); en tercer lugar, se consideraron aspectos ya más concretos del proceso de negociación (como la apertura, el uso de tácticas de poder, ti-pos de argumentación utilizados, o ti-

pos de acuerdo). La cultura negociadora de un país estará entonces conformada por la manera como la generalidad de las personas procedentes de ese país o cultura conciben o actúan en ese con-junto de variables.

El primer conjunto de variables se refiere a aspectos básicos de la filosofía de la vida y la visión del mundo. Se trata de entender la concepción básica de lo que es negociar, que para algunos es de-batir o convencer, para otros distribuir o regatear y para otros integrar aumentan-do el valor. Otro elemento lo constituye la concepción que se tiene del otro con quien se negocia: si amigo, enemigo o colega. Una tercera variable cultural bá-sica está en la perspectiva de largo o cor-to plazo. En cuarto lugar, las bases con las cuales se establece confianza en los otros, que puede ser por amistad perso-nal, por mera intuición basada en el sis-tema legal o por experiencias previas. La quinta variable es el nivel de riesgos que están habituados a tomar; ciertas cultu-ras son más arriesgadas que otras.

El segundo conjunto de variables se refiere a preferencias culturales sobre procesos de negociación en sí mismos. Las culturas asignan variada legitimi-dad a los representantes; por ejemplo, en algunas partes el negociador es el jefe, en otras los subalternos y en otras los expertos. La manera de tomar deci-siones, por unanimidad del grupo, indi-vidualizadas o consultadas, representan diferentes prácticas. Una octava varia-ble se refiere a la formalidad o protocolo del proceso, algunos muy rigurosos y otros muy informales sobre la mesa de negociación. En algunas culturas la ne-gociación es esencialmente un proceso

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que se realiza por fuera de la mesa, a tra-vés de encuentros sociales o de reunio-nes informales; en otras partes es de mal gusto hablar de la negociación durante la cena. Las prenegociaciones son muy importantes y un capítulo aparte, pero no todas las culturas las realizan, particu-larmente cuando se prepara muy poco una negociación.

El tercer conjunto de variables para comparar culturas negociadoras se re-fiere a las técnicas o procedimientos que se utilizan. Las aperturas pueden ser de altas demandas o pueden ser razonables, según el aspecto de la contraparte o se-gún algún criterio externo a los negocia-dores. El tipo de discurso o contenido que se revela en las grabaciones de los intercambios puede ser racionalista, uti-litario, centrado en búsqueda de infor-mación, vago o concreto según la cultura. La expresión de emociones en la mesa de negociaciones puede ser de mal gus-to o un gran gusto, del tipo expresivo o con un fin premeditado instrumental. En algunos países se utilizan abierta-mente evaluaciones del respectivo po-der de las partes, en otras se evitan para no humillar a nadie, y las tácticas de po-der varían así en diversas culturas. El ni-vel de la discusión puede ser concreto e inductivo o general, deductivo y relati-vamente vago. Hay culturas policróni-cas que pueden discutir varios puntos a la vez sin llegar a un acuerdo sobre nin-guno y otras que quieren una discusión organizada punto por punto. Algunos prefieren llegar a un acuerdo escrito, otros a uno verbal. En todos estos aspec-tos se realizó un análisis comparativo para contrastar a los latinos con las de-más culturas estudiadas.

CUADRO 1 ENTREVISTAS SOBRE NEGOCIACIONES DE LATINOAMERICANOS CON

Japón 248 Venezuela 268 Estados Unidos 145 Ecuador 138 Francia 103 México 92 España 86 Medio Oriente 62 Brasil 60 Alemania 44 Argentina 38 Italia 37 Chile 35 China 20 Corea 18 Otros países 66 Total 1.460

Más del 90% de las negociaciones descritas en las entrevistas (cuadro 1) tu-vieron lugar entre latinoamericanos y los del país mencionado. Las de países latinoamericanos fueron realizadas pri-mordialmente por colombianos con na-cionales del otro país. La mayoría de las entrevistas las realizaron estudiantes asistentes de investigación, fueron gra-badas y transcritas textualmente (por lo que las podrían utilizar en el futuro otros investigadores). Aunque en este mo-mento los datos se están procesando con un software computarizado para análisis de datos cualitativos (la versión 4.0 de Nud*ist para Mclntosh), la des-cripción que sigue se realizó con proce-dimientos manuales y de saturación de la información.

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EL COMPORTAMIENTO NEGOCIADOR DE LOS LATINOAMERICANOS

La esencia de la negociación para los la-tinos es el regateo; confrontados con cul-turas de poco regateo, que utilizan otros procesos para llegar a un acuerdo (como la japonesa), el latinoamericano se sien-te perplejo y casi desilusionado:

Pues yo sí fui a Tokio, pero en realidad no hubo negociación: ellos pidieron 450 mil dólares por esa maquinaria... ¡y dos se-manas después cerramos en 450 mil dó-lares! Ahí no hubo negociación. En otras palabras, si no hay regateo

no hay negociación, si no hay concesio-nes (o rebajas) el proceso es una pérdida de tiempo.

Otro elemento fundamental es que los latinos prefieren que la negociación ocu-rra entre amigos, en un ambiente cor-dial. Esto es idéntico a la preferencia ja-ponesa, el aspecto que mejores puentes tiende entre las dos culturas, pero no fun-ciona tan bien en todas partes. A los an-glosajones, por ejemplo, esto les resulta peculiar y hasta embarazoso, pues pre-fieren un clima impersonal (así sean in-formales el protocolo y el trato) en el cual se negocia, como una representación de intereses y no como el proceso personali-zado que prefieren los latinoamericanos.

Comparado con otras culturas, el la-tino piensa a corto plazo, en el ámbito de lo inmediato, lo espontáneo, lo im-provisado, la súbita idea genial, la prela-ción del momento sobre lo planeado. El latino está más orientado al presente que al futuro, y su vivencia latina del tiempo es policrónica: varias cosas a la vez, mez-cla de lo personal y el negocio. Por con-traste, las culturas anglosajonas tienen

un sentido fragmentado del tiempo, ha-cen una cosa a la vez, negocian punto por punto. Para los latinoamericanos es más fácil hacer negociaciones en bloque, todo el paquete de puntos a la vez e intercambiando unos por otros, que es la tendencia internacional de negocia-ciones.

¿Cómo desarrollan confianza? Los latinoamericanos creen en su intuición sobre los demás, especialmente influida por la cercanía personal y la semejanza: se confía en el que puede ser amigo, se cimientan las negociaciones por relacio-nes de amistad. Esto es muy extraño para otras culturas, como la anglosajona (que confía en contratos escritos y el sistema legal), la japonesa (que desarrolla con-fianza lentamente por medio de la expe-riencia), o hasta la francesa (que tiende a ver la negociación como un debate o confrontación, en la cual se desconfía de principio a fin). Las culturas árabes y del Medio Oriente comparten algo de esta actitud hacia la amistad como base de la confianza en las negociaciones.

Los latinoamericanos tienen fama de incumplidos porque son muy arriesga-dos: se comprometen a hacer cosas que desde el principio saben que les va a costar mucho trabajo cumplir. El segun-do problema es que dentro de su con-cepción espontánea de corto plazo no creen que deben dar explicaciones sobre su incumplimiento. "Es que no pude ha-cerlo", como explicación, causa estupor y hasta indignación a personas de otras culturas; para los latinos prometer algo en el contexto de una negociación es meramente una declaración de inten-ciones antes que un compromiso formal. En ese momento sintieron el deseo de

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hacer lo que prometieron, pero los sen-timientos pueden cambiar en otro mo-mento posterior: seria y honestamente van a tratar de hacerlo, pero ya se verá si es posible, la vida no puede ser tan planeada. En sociedades con una alta tolerancia de la ambigüedad que no han podido o querido controlar y reglamen-tar el futuro, la imprevisión hace normal que algo falle y, por consiguiente, se puede tomar el riesgo "normal" de ser incumplido.

Una gran diferencia que ocasiona malentendidos entre los latinoamerica-nos y los japoneses es que los nipones empiezan la negociación desde los nive-les bajos de la organización y van pro-gresando hacia arriba, mientras entre los latinos quien negocia es el jefe. Aun si lleva asesores a la negociación, el jefe latino prefiere ser el único que habla so-bre la mesa, el único que toma las deci-siones y cierra los acuerdos; este proceso individualizado y al más alto nivel jerár-quico es semejante a los franceses y has-ta cierto punto en los angloamericanos (quienes adicionalmente le dan cierta le-gitimidad negociadora a los expertos, al menos en las primeras fases del proce-so). En el Medio Oriente se da crédito a la posición personal como criterio de se-lección de negociadores, no necesaria-mente es el de mayor nivel jerárquico, pero la decisión también la toma indivi-dualmente a veces sin consultar a quie-nes representa.

Los latinoamericanos no son muy apegados al protocolo, que frecuente-mente desconocen del todo, pues pre-fieren cierta informalidad personal que facilite el acercamiento, rompa el hielo y se entre en un ambiente amistoso. En

esto coinciden con los angloamericanos, que prefieren el trato informal (pero sin llegar a la búsqueda de amistades por medio de las negociaciones). El mayor protocolo está en los franceses, quienes compensan con estas reglas de compor-tamiento la posición esencialmente ad-versarial que toman en las negociaciones. En los japoneses el protocolo y la corte-sía son infinitos, pero lo compensan con la vida social (donde a veces se continúa la negociación) en un restaurante o en un bar (para lo cual tienen cierta facili-dad y predilección los latinos). A dife-rencia de los chinos, que toman una ac-titud de humildad y bajo perfil, los latinos creen en la apariencia y su digni-dad de señores; en ello son muy semejan-tes a los árabes, cuya magnificencia y cortesía de engrandecer al otro (particu-larmente cuando son los anfitriones) pa-rece ir muy al gusto latinoamericano.

A la par con los japoneses, los latinos son maestros en las negociaciones infor-males, aquellas que ocurren por fuera de la mesa de negociación, in promptu o en ocasiones sociales. En esto también se asemejan a los del Medio Oriente, y a los chinos. La cultura francesa poco favore-ce las negociaciones informales, pues es de mal gusto hablar del tema durante la cena, ya que probablemente abrirían el juego cuidadoso de las aperturas y darían información al "enemigo". Los anglosajones no quieren dos mundos negociadores, sino un solo proceso pragmática y abiertamente puesto sobre la mesa, pero han optado por establecer de antemano en el programa oportuni-dades para negociar por grupos y así no dejar nada al azar. Esta diferencia tiene que ver con la tolerancia de la ambigüe-

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dad de los latinos versus la necesidad de estructurar y anticipar de los anglosa-jones.

A pesar de su facilidad para hacer negociaciones informales por fuera de la mesa, los latinos pierden oportunida-des porque improvisan al no estar muy preparados, lo que además dificulta ha-cer prenegociaciones. Estas últimas son la mayor virtud de los japoneses (el ne-mawashi) que les permite ir mucho más allá de la tradicional definición de una agenda de puntos para negociar y de quienes van a sentarse en la mesa. En la cultura del Medio Oriente hay un cierto rubor sobre las prenegociaciones, que se realizan en secreto, a lo cual tienen cier-ta tendencia los latinoamericanos. Los franceses tampoco hacen prenegocia-ciones para no abrir su juego antes de tiempo, una razón diferente a la latina (que es la de no estar preparados).

Los latinos abrirán con una deman-da muy alta, a manera de sonda explo-ratoria sobre la reacción del otro, pero generalmente fallarán en sustentar su demanda con criterios técnicos como hacen los franceses (quienes también pi-den el cielo para rebajar mucho después, al final de la negociación). Las moder-nas tendencias de negociación desesti-mulan esta apertura, pues induce un proceso distributivo de negociación en el cual no se puede crear valor, incremen-tar los beneficios para ambas partes. Los japoneses tardan mucho en abrir por-que se dedican a obtener la información necesaria para plantear una negociación basada en datos objetivos que considere beneficios para ambas partes. Los anglo-americanos abren con propuestas razo-

nables, pues su rango de regateo es pe-queño.

Si se escuchan las grabaciones de una negociación se encontrará en los lati-noamericanos una argumentación ge-neral, con tendencia al pensamiento abstracto y deductivo, mezclada con ra-zones personales individuales en las cuales están introduciendo al problema que se va a tratar las necesidades perso-nales de los negociadores. Los angloa-mericanos buscan definir utilitariamen-te las cosas, plantear una relación de costo a beneficio de manera abierta. A los franceses se les escucha plantear ar-gumentos e ideas para saber quién tiene la razón, o para convencer a la contra-parte en una discusión. Las preguntas de detalle concreto que hacen los japo-neses se quedan frecuentemente sin res-puesta por los latinos, o para responder después. Esta tendencia a las grandes ideas y a la generalidad en lugar del pen-samiento concreto es probablemente una herencia de la tradición hispánica que, como el sistema legal romano y napoleó-nico, se basa en procesos deductivos y no en la jurisprudencia inductiva de casos pasados.

Los latinos son altamente emociona-les en su proceso de negociación, al igual que los franceses y los del Medio Orien-te, pues parte de la autenticidad perso-nal está en ser espontáneo y dar cabida a la expresión de sentimientos. Esto no es bien recibido por los japoneses, quie-nes creen que no se deben imponer los sentimientos propios a los demás y por ello es mala educación hacerlo; aparte de las necesidades de expresión, a los sentimientos se les tamiza por el efecto que causan, se tiene una concepción

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"instrumental" de los mismos. Algo se-mejante ocurre con los flemáticos anglo-sajones, y con los franceses que son ple-namente conscientes del efecto que causa una expresión plena de sentimientos en los demás. La legitimidad de lo emocio-nal en el comportamiento negociador de los latinos va naturalmente ligada a la personalización de la negociación.

Las tácticas de poder y el uso del mis-mo en la mesa de negociación es abierto y común entre los angloamericanos, los franceses, los del Medio Oriente y los la-tinoamericanos. En los primeros de una manera pragmática y real, parte de los cálculos sobre conveniencias que se ha-cen sobre la mesa de negociación. Entre los del Medio Oriente y los latinos, ésta es una de las herramientas centrales en un proceso de regateo, en el cual se trata de intimidar al otro, de hacerse el desin-teresado y demeritarlo. Cuando esto se mezcla con la emocionalidad latina y la personalización del proceso, las conse-cuencias pueden ser conflictos abiertos y jugadas arriesgadas de todo o nada. Cuando los latinos apelan al sistema le-gal ya se han roto las relaciones y están en guerra; por ello la amenaza de una demanda.

Las consideraciones de largo plazo son el principal cambio que puede pro-moverse, lo cual trae consigo la necesi-dad de prepararse más e improvisar menos, además de realizar acciones, ac-titudes o técnicas que llevan a crear va-lor ("agrandar el pastel") para no des-perdiciar oportunidades en la mesa de negociaciones; si dejan de actuar de una manera que implica meramente repartir y empiezan a actuar integrativamente ganarán más, lo que será en últimas la

razón para modernizarse como nego-ciadores.

Negociación es el comportamiento y los conceptos, expectativas y valores que tienen las personas cuando se enfrentan a una situación de diferencia de intere-ses, situación en la cual hay un conflicto, pero también una zona común donde el conflicto puede y quiere resolverse en-tre las partes. En este documento se ha hecho una descripción crítica y compa-rativa de los negociadores latinoameri-canos, basada en una investigación cua-litativa. El propósito esencial de este trabajo ha sido el de facilitar las relacio-nes interculturales mediante un mejor conocimiento mutuo. Hay muchas dife-rencias internas dentro de los latinoa-mericanos, porque hay grupos diversos y porque los individuos no son idénti-cos a su cultura, razón por la cual no debe tomarse esta descripción para este-reotipar a las personas. El consejo para quienes van a negociar en América Lati-na es que no traten de ser como los lati-noamericanos, pero tampoco actúen uni-lateralmente haciendo caso omiso de sus peculiaridades. En el curso de las ne-gociaciones puede surgir una "tercera" cultura que tome en cuenta lo que es im-portante para cada una de las partes, surgida del conocimiento y del respeto mutuo a las diferencias.

APÉNDICE 1. UNA ILUSTRACIÓN DEL MÉTODO: LA NEGOCIACIÓN JAPONESA CON LATINOAMERICANOS

Preguntas de investigación

1. ¿Cómo negocian los japoneses con los latinoamericanos?

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2. ¿Por qué negocian así? 3. ¿Cuáles son las etapas típicas de su pro

ceso negociador? 4. ¿Cuál sería la mejor manera de actuar

frente a ellos?

Desarrollo de la investigación

1. Primeras descripciones de la realidad (por parte de los latinos):

1A. Los japoneses vienen a negociar en gru-pos y los grupos son diferentes.

IB. El jefe no negocia, habla muy poco du-rante la negociación.

1C. Son muy lentos, no se decide nada hasta el final.

ID. Ellos hacen muchísimas preguntas de detalle.

1E. Hay bastantes actividades sociales y en esas ocasiones se puede hablar y hasta cerrar el negocio.

2. Una explicación cultural: ¿Por qué ac túan de esa manera?

2A. Los grupos hacen nemawashi. 2B. La función del jefe es establecer wa (ar-

monía) entre las partes. 2C. Las decisiones requieren hacer ringi y se

toman por consenso. 2D. Antes de proponer se siguen las fases y

recuento del naniwabushi. 2E. Sobre la mesa de negociación se trabaja

en Tatemae (formal), en los eventos so-ciales se establece jonne (informal).

3. La predicción del comportamiento: ¿Cuáles son las fases del proceso?

3-1. Prenegociaciones:

Exploración preliminar de los niveles medios y técnicos {nemawashi). Discusión y apoyo unánime de todos los grupos del nivel medio a una propuesta para iniciar negociaciones y los térmi-nos deseables de la misma.

3-2. Negociaciones:

Preámbulo social y general a cargo del jefe para establecer buena relación per-sonal y confianza entre las partes. Búsqueda mutua de información ex-haustiva hasta asegurarse de conocer el problema desde todos los ángulos y los beneficios para ambas partes. Utilización de los eventos sociales para proponer posibles soluciones a los pun-tos álgidos de la negociación, por parte de los niveles bajos. Intercambio de concesiones y rondas sucesivas de discusión de todos los pun-tos de la negociación al mismo tiempo. Firma de actas sobre las negociaciones y compromisos hechos cada día. Aprobación de los niveles altos sobre la propuesta de acuerdo hecha por los ni-veles inferiores de ambas partes. Propuesta formal de acuerdo y firma de un documento (vago) de buenas inten-ciones. Cierre social a cargo de los jefes donde se cimientan la armonía y la sinergia.

3-3. Postnegociaciones:

Renegociación de diferencias sin recu-rrir a tribunales. Las renegociaciones también se inician por niveles bajos hacia arriba. Se utilizan las actas diarias firmadas (no al acuerdo final) para hacer reclamacio-nes. Se mantiene términos cordiales, aun si se da por terminado el acuerdo.

4. ¿Cómo deben actuar los latinos frente a los japoneses?

No trate de ser como ellos. No pretenda que ellos sean como usted. Conózcalos, entiéndalos y aprenda de ellos; desarro-lle una relación que tome en cuenta lo

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que es importante para usted y lo que es importante para ellos. Prepare los detalles técnicos y económicos del problema. Si es posible, vaya a negociar no sola-mente el jefe, sino también el técnico. Este último puede explorar, a su nivel, acuerdos preliminares. Lleve preparadas todas las preguntas para hacerles sobre sus intereses y necesi-dades. Utilice las ocasiones sociales para explo-rar algunos puntos de la negociación. Lleve en la maleta altas dosis de paciencia. Explore intercambio de concesiones del "paquete negociador". Haga propuestas basadas en criterios objetivos, estándares. Explore posibles acuerdos: primero informalmente, después sobre la mesa. Esté dispuesto a cumplir todo lo que promete.

BIBLIOGRAFÍA

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