Color y Sonido de Las Palabras

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El lenguaje se reviste de un misterio asombroso, más aún cuando se logra entender su gran significado para darlo a los niños que están en el umbral del mundo social.

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LUIS HERNANDO MUTIS IBARRA Página Web: www.D10Z.com

NOTAS DE ESTUDIO

República de Colombia Departamento de Nariño

Municipio de pasto

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Color y sonido de las palabras Luis Hernando Mutis Ibarra 2

COLOR Y SONIDO DE LAS PALABRAS

C O N T E N I D O 1. EL COLOR DE LAS PALABRAS

1.1. La voca l “u”

1.2. La “a”

1.3. La letra “i”

1.4. La “o”

1.5. La “e”

1.6. La “j” y la “ch”

1.7. Las erres

1.8. La “S” evoca la suavidad

1.9. La “ñ”

2. VOZ Y SONIDO

3. ESCUCHAR

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1. EL COLOR DE LAS PALABRAS 1

La poesía acudió siempre a los sonidos seductores, con ocedora de este valor inmenso de las sensaciones que saben dist inguir los sentidos con tan buen paladar audit ivo. Los poetas demostraron, antes que los pico -l ingüistas, que todas las palabras suenan en nuestros oídos aunque las leamos en si lencio. Después los estudiosos del lenguaje y del cerebro humano han convenido en que la lectura de un texto va acompañada de una art iculación interior, imperceptible. Ellos lo l laman "subvocalización”. Por eso aprender a leer afecta a la forma de percibir las palabras que se oyen. Una vez que sabemos leer, no sólo vemos las palabras con sus letras. También las escuchamos con sus sonidos. Y con los sonidos nos l legan los colores de los fonemas y cuanto sugieren. Las formas que envuelven los vocablos crean también una estética que alcanza a los sentidos del ser humano y puede, como un l ienzo, dejar admirados nuestros ojos. Las letras cumplen el papel de colores en la paleta de quien plasma un poema.

1.1. LA VOCAL “U” Por ejemplo, se inserta en “luz”, en “lumbre”, en “fulgor”, en "fulgurante", en "i luminar”, "i luminaria".. . palabras todas el las que se apoyan en el sonido "u" y que se relacionan con la luz misma. Dámaso Alonso hablaba de "la magia de la imagen fonética" para componer "la imagen poética”, y recordaba aquel verso del poeta dueño del color, Luis de Góngora: "Infame turba de nocturnas aves”, donde la acentuación de la frase en las dos sí labas "tur" (turba y nocturna), en los dos golpes de la u, hace caer sobre el verso dos intensos chorros de luz, pero de luz negra; la misma luz negra que inunda la palabra "lúgubre"… La negrura de "luto" y "luctuoso", las sí labas que evocan el dolor primit ivo de la palabra. Y es esa misma sí laba "tur" acentuada en "turba” y en "nocturna" la que encontramos en “turbio", en el dúo de letras "ur" que hallamos en "oscuro", la misma letra u que sobreviene opaca en el azul marino o en la lúgubre luz del ángulo umbrío, del ángulo oscuro: un cierto fulgor, luz, sí; pero de bri l lo negro, el bri l lo de la "púrpura" y del “crepúsculo"; porque el azul profundo y las úes que lo muestran se hallan muy cerca, hasta el punto de que en francés se dice "no veo más que azul" para explicar que alguien no ve nada; y en alemán, "estar en azul" equivale a "estar borracho"... situación que en España se l lama también "estar ciego", "ir ciego" o "coger un ciego"... así que estar en azul es estar ciego... y estar ciego es estar borracho, y no ver por culpa de la luz oscura de la borrachera que obliga a "estar en azul".. . Las palabras evol ucionan en círculos... Porque no en vano las palabras circulan.

1 Notas y adecuaciones extraídas de la obra de Álex Grijelmo: “La seducción de las palabras”. Punto de lectura.

Madrid, 2002. págs. 48-71

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1.2. LA “A” Por el contrario, se muestra blanca... blancas son las letras a de

alma y de cándida, de clara y de diáfana, de glaciar, de alba y de cal y de agua, y de cana o de diana, la a que transparenta, la a de cristal ina y de escarcha... y de la propia palabra "blanca", que exhibe su blancura en las bocales que la pronuncian. Y blancos son los "álamos" en su madera blanca, y los "fantasmas" en sus "sábanas", en sus sábanas blancas, vestidos por las aes de todas esas sí labas que hacen menos blanca la "nieve" que la "nevada”.

1.3. LA LETRA “I” Es tal vez el amari l lo, palabra que la acoge además en su sí laba tónica, el amari l lo que se marchita y amari l lea marchitándose y que pone el acento en la i de marchito, el amari l lo del pelo rubio, el amari l lo de un rostro l ívido, del cofre aurino, de la piel cetrina, de la orina, de la ictericia y su palidez, el amari l lo del tr igo, el amari l lo del l imón amari l lo que comparte el sabor con él, pues el nombre de este cítr ico procede del término lat ino amarellus (amargo), pero la palabra que lo nombra tomó el color del claro bri l lante y se formó con la i acentuada... el mismo amari l lo que asume la carga tónica de la delgada vocal que apuntala toda s esas palabras, el amari l lo que bri l la.

1.4. LA “O” Lleva los valores de "negro", cuyo sonido se asocia con lo fúnebre tal vez porque nekro l legó al español desde el griego para nombrar a la muerte (identif icamos el negro con la necrológica, y vemos el negro futuro de alguien... no se trata de un problema de racismo, sino de sonidos y etimología).. . Negro como el carbón, como el luto también, como el chocolate, como el oro negro.

1.5. LA “E” Parece en cambio, una letra menos coloreada, menos evident e, pero sugiere los marrones y los tonos pardos... el color marrón oscuro del café… la e del roble, de arce, del alce, del reno, del ciervo, del rebeco, la e de los árboles que en plural marronean con sus maderas perennes y que alfombran el suelo con sus p ieles despegadas del cuerpo. El marrón del bosque que imaginamos cada vez que se oye la palabra "septiembre". Mallarmé lo resumió al decir que la poesía no se hace con ideas, sino con palabras. Como la seducción. Porque la seducción vive en la poesía. De la relación entre colores y sonidos; el oído y la vista se relacionan también gracias a que los conectan las palabras. Pero no ha elaborado nadie una teoría cientí f ica, sino sólo poética; que sólo se puede demostrar ante quien esté dispuesto a quedar sedu cido.

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Los sonidos seductores nos evocan el color, pero también el tamaño. La letra i se ha apropiado del mensaje de lo pequeño, con decenas de palabras que muestran lo diminuto gracias a el la, una i con frecuencia arrul lada por alguna eme o ene que, cuando aparecen, le dan un punto afectuoso: ínf imo, infanti l , inf initesimal, mínimo, mil imétrico, disminuir, miseria, minucia, diminutivo, aminorar, chiquit ín, microbio, minimizar, micra... Y también palabras como ridículo, irr isorio, insignif icante, nimio, pizca, chiquito... La seducción de los cuentos infanti les está implícita en el amari l lo de tantas íes como aparecen en el los. La i evoca aquello que, por pequeño, ha de cuidarse, lo que no pesa, lo que se disimula entre l íneas…: l iviano, d elicado, sibi l ino... Las íes l levan prendidas la escasez y la l igereza, porque su sonido se apropió de el las. Los diminutivos se adornan con la i , no por casualidad: la i tónica de -ico, - i to, - i l lo, - ino, - ín... Y nos seducen expresiones como "el parquecito que conozco" o "mi casita en la montaña". La seducción l i teraria puede servirse de los diminutivos porque la historia de la lengua le da razones para el lo. La vida de los sufi jos ha ido saltando los años con el inmenso trabajo de dar connotación a las palabras, de adornarlas y exaltarlas o, por el contrario, envilecerlas y despreciarlas. El lat ín vulgar se enamoró de la derivación, y su expresividad afectiva creó diminutivos como aurícula (ahora oreja), genúculu (hinojo, rodil la). La orej i l la, los hinoji l los, el soleci l lo. Genúculu conduce a hinojos ("caer de rodil las), pero rótula deriva en el diminutivo rotel la y por eso hoy en día pronunciamos rodil la sin que veamos ya el diminutivo que, sin embargo, exist ió. Los hablantes de aquellos siglos percibi eron la identif icación entre las íes y sus afectos. El diminutivo i llo nació precisamente con el mayor protagonismo de la letra i ; porque cuando se generaliza (en el siglo XIV) los españoles de entonces abandonan la vocal e que la acompañaba y competía con el la, de modo que el primit ivo sufi jo iel lo se convierte en arcaísmo. Algo hubo en el ambiente que invitó a elegir la letra amari l la frente a la marrón a la hora de pensar los objetos pequeños. Quizá porque el amari l lo se confunde con el blanco y se aprec ia menos; su presencia se hace menor… queda disminuida. Desde luego, no todas las palabras con predominio fonético de la i se pueden relacionar con algo reducido (ni con algo amari l lo); pero sí parece que cuando el lenguaje desea profundizar en tal concep to acude con muchísima frecuencia a la letra, Ia más f ina del alfabeto. El sonido más delgado. Los aumentativos escogen en cambio la a y la o (-azo, -ato, -ona, -ón...), porque abrimos más la boca con sus fonemas y porque su sonoridad y la carga tónica de l acento sobre el los logran asociarlos a los conceptos de lo inmenso: descomunal, grandilocuente, aparatoso, megalómano, ampuloso, faraónico- . Incluso prefi jos como "macro” y "micro" l levan en su marca diferencial la función clara de las dos letras que los dist inguen entre sí. "Habráse visto tamaño error".. . , podrá decir alguien. Y el concepto "tamaño", que obliga a abrir generosamente la boca para pronunciarlo, no evoca en un principio una medición concreta: el tamaño puede concebirse grande o pequeño, los fabricantes de zapatos lanzan al mercado todos los

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tamaños... Y, sin embargo, el poder de la palabra, de sus let ras, de su etimología, nos seduce con el concepto oculto que se hallaba en su origen lat ino: tan magno... tan grande... tamaño... He ahí por qué ese error se reveló así de grave, ese tamaño error. He ahí por qué la historia de la palabra y su sonido la condicionan.

1.6. LA “J” Y LA “CH”

J (o la g cuando adquiere esa misión fonética) y la ch se instalan en las palabras del desprecio: paparruchas, chorradas, pendejadas, casucha, hatajo, grupejo... Los sufi jos despectivos suelen dar mucha rentabil idad a quien los profiere, con un mínimo gasto: no encubren ningún insulto, no resultan malsonantes; pero alcanzan de l leno al inconsciente. Suponen así un mecanismo claro de seducción fonética negativa, porque envuelven la palabra con un cierto hedor que nos hace volver la cara, desdeñarlas en en un sonido y por ende en su signif icado. "Derechona", o "l i trona" y "botel lón"... cuyos l íquidos arrul lan el i nconformismo de muchos jóvenes en los parques y tocan su paladar a granel.

1.7. LAS ERRES Se perciben a su vez con la connotación de la energía o de la fuerza, de los verbos que implican un nuevo intento. Porque la fuerza y la energía se hallan en palabras como "resurgir", “romper", "resucitar", "reactivar", "penetrar", “rearmar", "recomponer", "rasgar", "irrumpir", "rebatir", "rebelarse"... y las erres del prefi jo re - que invitan a la repetición, a no desesperar y a emprender de nuevo lo que no se ha co mpletado. La r que entra raspando en los oídos y que servirá para dotar de brío a las ideas aunque su contenido careciere de fuerza.

Las sí labas hacen que "patraña" sea más grave que "mentira", y "mentira" (con su famélica i resaltada) menos que "embuste", y dejan en venial la acusación de "falsear la verdad" frente al contundente insulto sonoro de la "manipulación".

1.8. LA “S” EVOCA LA SUAVIDAD Como la misma palabra falsear, como suave, como terso, como delicioso, bálsamo, vaselina, sabroso... La s inf luye en el signif icado. La s se desliza por el paladar del lenguaje, t iene un sabor l iviano y contagia la idea más antagónica de la fuerza y la violencia. He aquí la s que da su principal valor fonético a la seducción, porque es el engatusamiento suave y casi imperceptible e inasible.

El valor de los sonidos moldea, pues, las palabras y cuanto nos sugieren. "El jarrón estuvo en un tris de romperse", pronunciamos repit iendo una frase hecha, heredada. En un "tris": tr is representa un instante brevísimo y evoca el sonido de algo que se rompe. Faltó casi nada para que el jarrón se rompiera... O alguien permaneció "erre que erre", machacón, como serrando un árbol, sierra que sierra con la herramienta, y la r nos da también así el ruido de la sierra en la rama del roble... Y podemos comparar la frase el ruido de la sierra en la rama del

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roble (que acabamos de escribi r para buscar el estruendo reiterado) con su alternativa el sonido de la sierra en los surcos del sauce , expresión que podría adornar cualquier poema bucólico.

En la primera frase, la combinación rugiente resalta la r de "sierra". Pero en la segunda, la oración siseante potencia la s inicial de la misma palabra, lo que nos muestra dos valores fonéticos diferentes de un solo término, dos ruidos dist intos para un mismo instrumento que corta la madera.

En el lado de lo pequeño, sucede algo parecido con "pírr ico". Perdida ya la herencia de Pirro (aquél qué ganó una batal la en la cual el daño sufrido no compensaba la victoria lograda), las íes de esa palabra hacen creer a algunos hablantes que este adjetivo equivale a "insignif icante. Como tantos otros, se dejan seducir por el envoltorio de la palabra, el sonido de desprecio que acompaña a pírrico igual que a irr isorio y a ridículo. Por todo eso nuestros antepasados identif icaron ya la palabra "miniatura" con algo pequeño, cuando su raíz procede de "minio", el colorante usado por los dibujos que acompañaban a los textos en los manuscritos medievales. El sonido de la i , el falso sufi jo "mini", esa terminación en “ura”… que vemos también en "ternura", "dulzura”… ¿cómo no vamos a regalar una miniatura a un ser querido? El sonido de la palabra se ha impuesto a sus propios genes, y la hemos tomado por la idea que transmite la fachada antes que por el interior de la casa.

La magia de los sonidos acompaña a las fórmulas y los hechizos; abracadabra, por ejemplo: una sucesión de aes que abren la boca y la gruta que resulten necesarias. Y con palabras l lenas de magia y de sonidos se hacen los maleficios, y con palabra s seductoras se conjuran. La fuerza de la palabra "ensañamiento”, el sonido expresivo de la ñ que invita a pensar en alguien recreado en el crimen, se situaba por encima de cualquier considerando y más al lá de cualquier resultando. Ensañarse: "Deleitarse en causar el mayor daño y dolor posibles a quien ya no está en condiciones de defenderse" (Diccionario de la Real Academia Española).

1.9. LA “Ñ” La ñ invita a pensar en la insistencia, ñaca ñaca, ñiqui ñiqui, saña a

saña, el ensañamiento emparenta con la ñ explícita del empeño, con la ñ implícita reiteración, el furor, el enojo ciego, la saña que da sentido a esta palabra de origen, incierto en nuestro idioma y, por tanto, antiquísima. Su sonido ya la hizo merecedora de este signif icado en el primer diccionario del idioma español: "Cólera y enojo con exterior demostración de enfado e irr i tación"; y en "sañudo" (aún más onomatopéyica) vemos "furioso, colérico y airado o propenso a la cólera”. La fuerza de la saña está en la historia de nuestra fonética, y mal hizo aquel tr ibunal al ori l lar a su expresividad, al separar, por un lado, unos hechos que encajan en la imagen eterna de la saña y, por otro, la definición técnica que la enfría y la disecciona como si fuese una sandía.

Valoramos el sonido también cuando damos nombre a un hi jo, incluso a nuestro perro. Desconocemos generalmente el signif icado de los

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nombres ajenos, casi nunca nos planteamos la etimología de palabras como Teresa, Irene, Jul ia, Lucas, Ignacio, Ruth, Crist ina, Leonor, Carmen, Emma, Sara, Isabel, Marta, Enrique, Joaquín, Javier, José, Carlos, Emil io, Femando, Antonio, Jaime, Juan, Wilfredo, Miguel, Santiago, Adolfo... y sus sí labas nos empujan y nos seducen, hasta el punto de que incluso se teoriza sobre la inf luencia del nombre en el propio comportamiento. Y l lamamos al perro recién comprado o recién recogido con un nombre que proyecta sobre él nuestra idea de su carácter o de su f igura. Y con su nombre lo educamos, y de su nombre obtenemos su imagen. De repente, unos vecinos dan en la f l or de l lamar “Tyson" a su rottweiler, y después el animal tendrá atemorizado al barrio porque, constituido en arma y tratado como un boxeador y no como un amigo, andará suelto y sin control muy a menudo por la cal le (al contrario que el púgil de quien toma el nombre, que suele pasar más t iempo encerrado). Quien da a su perro un apell ido de boxeador, cuando ni siquiera se trata de un boxer (uno de los cachorros más hermosos de la creación, permítaseme este paréntesis que no hace al caso), le da también, con su idea del nombre, el carácter que espera de él. En el mismo acto de nombrar lo que carece de palabra nos solemos entregar al sonido como signif icante, y los nombres nos seducen por sus fonemas y por su herencia antes que por su contenido. No otorgamos a un niño el nombre de alguien a quien odiamos. La palabra usada inf luye. Su contexto la anatematiza o la endulza.

Nuestro idioma t iene muchas palabras nacidas de un sonido para representarlo a su vez: murmullo, susurro, ronquido, bramido, estampido, t int ineo, tableteo, tr iquitraque, maull ido, glugluteo, carraspear, arrul lo, castañetear, trueno, estruendo, tronera, rugido, traqueteo, tr ino; carraca, estrépito, gorjeo, bull icio, rumor, fragor, bregar, cencerro, alboroto, ulular, rasgueo, cruj ido, atronador, es tridente, kikirikí , chirrido, rechinar, chi l l ido, chapotear, cacarear, balar, gruñir, mugir, zurear, arrancar, arrul lar, chiscar, roncar, rezongar, ronronear, runrún, cacareo, incrustar, farful lar, cuchichear, balbucear, balbucir.. .

Y cómo no: bomba, una palabra que nos explota en la boca, con los mismos efectos fonéticos de "tromba" O de "tumba".

Las letras que evocan sonidos sirven también para dar un aura mayor a conceptos visuales, que adquieren, por contagio analógico, la metáfora de sus fonemas: las estrel las "t i t i lan"; alguien empleó una "triquiñuela"; otro se "aturul la", o es un "papanatas"...

Son todas el las expresiones seductoras si se emplean en el contexto adecuado, porque alcanzan un valor superior a s í mismas. "Noticia bomba", gustan de decir los periodistas. Y el lector se siente ya en la primera f i la de una explosión informativa.

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2. VOZ Y SONIDO

A menudo no recordamos una palabra, la tenemos en la punta de la lengua, esperamos a que l legue para enunciar un concepto que sí apreciamos con claridad... Pero intuimos sus vocales, que merodean por nuestra memoria a la busca de las consonantes que necesitan para vivir. La evocación de su sonido será la mejor pista para encontrar el término preciso. Y eso muestra cómo la sonoridad de la s palabras, y especialmente su primera sí laba, t iene tanto poder en nuestro subconsciente. La primera sí laba nos permite a menudo reconocer la palabra que escuchamos, antes de que el hablante o el texto la completen. Y luego acudiremos a el la para recordar un nombre, una idea. El sonido envuelve las palabras, es la presentación y el vestido; y como los adornos en un plato de restaurante o la ropa que elegimos para una f iesta, influye en el concepto de fondo, igual que la primera impresión que percibimos sobre la comida o sobre las personas se relaciona con el primer examen sensorial completo que hacemos de el las.

El sonido envuelve, pues, los signif icados y los condiciona. Pero además cumple un peculiar papel (secundario y a la vez fundamental) en la percepción de las palabras. El sonido constituye la clave de acceso para que una idea entre en nuestra enciclopedia mental y encuentre en el la su sentido. Porque en el proceso que nos l leva a comprender las palabras se produce una sucesión de actividades cerebral es relacionadas primordialmente con su música. Y esa cadena de sucesos inf initesimales que se desarrol lan en nuestro cerebro se basa en primer lugar en las simil itudes fonéticas con las que contamos en el diccionario mental de cada uno. Nuestra mente compara un estímulo fonémico o grafémico con todas las representaciones almacenadas en nuestro lexicón privado, y ahí empieza la selección. Empieza la comprensión de las palabras pero también el mecanismo de las seducciones.

El sonido de las palabras inf luye en la seducción amorosa, en la fascinación polí t ica o en las manipulaciones de la publicidad. Algunos especial istas han demostrado que los fonemas de las palabras t ienen incluso un efecto de eco sobre aquellas que se les parecen.

El cerebro de un adulto medio pesa 1.3 ki logramos y contiene unos 10 bi l lones de células nerviosas o neuronas. Cada una de el las puede estimular a otras en una cuantía que varía entre unos pocos cientos y tal vez cien mil. Una neurona, a su vez, puede recibir la misma cantidad de estímulos. Las combinaciones, pues, se acercan a lo inf inito. Parece mentira que, con estos datos, el cerebro humano resulte operativo. Pero lo es. Y todo empieza con un sonido.

Los sonidos son, entonces, resortes de la seducción con las palabras, porque se aposentan en el las, acompañan su historia y se manif iestan con gran potencia al convert irse en el envoltorio que las rodea, casi imperceptible, sin embargo. Inf luyen en sus signif icados y en la percepción de los conceptos. Quien logre dominar las suti lezas de los sonidos habrá adquirido un poder intransferible, para crear belleza y para expresarse con eficacia.

Hay que recordar que las palabras sólo pueden darnos parte de su signif icado, el resto nos la da su experimentación

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El espacio de las palabras no se puede medir porque atesoran signif icados a menudo ocultos para el intelecto humano; sentidos que, sin embargo quedan al alcance del conocimiento inconscientes. Una palabra posee dos valores: el primero es personal del individuo, va l igado a su propia vida y el segundo se inserta en aquél pero alcanza a toda la colectividad donde vivimos. Y este segundo signif icado conquista un campo inmenso, donde caben muchas más sensaciones que aquellas extraídas de su preciso enunciado académico. Las palabras se heredan unas a otras, y nosotros también heredamos las palabras y sus ideas, y eso pasa de una generación a la siguiente con la faci l idad que demuestra el aprendizaje del idioma materno. Por ejemplo: “Acorde, se ha ido rebozando en cuantos signif icados reunió su raíz, cordis: corazón, y los mantiene aunque algunas de sus acepciones cayeran en desuso; porque el verbo “acordar” también signif icó en otro t iempo hacer que alguien vuelva a su juicio, que reencuentre su corazón, metáfora antigua de la conciencia. Y, como sucede con las estrel las muertas, habrá desaparecido la acepción, pero no su reflejo. “El verbo “acordarse” nos muestra a su vez una contorsión del concepto que toma un valor ref lexivo (la acción que se refleja hacia uno mismo) por que aquello de lo que nos acordamos es lo que nuestro corazón guarda y hace lat ir, y nos envía a la memoria. Acuerdo evoca también concordia, y el viaje por el túnel del t iempo de su etimología conduce de nuevo al corazón, a su raíz; y “concordia” nos sugiere “concordancia”, voces ambas que t ienen sus antónimos en discordia y discordancia… expresión ésta que a su vez forma un concepto musical para amenazar al más tradicional de los “acordes” 2. El lenguaje no es un producto, sino un proceso psíquico, donde no existen los sinónimos completos, porque las palabras no sólo signif ican: también evocan. Pensamos con palabras, y la manera en que percibimos los vocablos, sus signif icados y sus relaciones, inf luye en nuestra forma de sentir. Por ejemplo, ni siquiera dos verbos tan igu ales como empezar y comenzar se equiparan en su valor profundo; desprecio y despecho, puesto que el despecho se mueve al f inal de su camino con un aire de desdén hacia lo que nos ha zaherido; l igar y obligar, voces que comparten la raíz de lo que ata, ya sea por voluntad o por obediencia; espejo y espejismo, los reflejos que muestran una irrealidad en sí misma; a ngustia y angosto, el ahogamiento que sentimos ante una desgracia y que nos cierra la garganta para convert ir la en pasadizo. Las palabras t ienen, pues, un poder oculto por cuanto evocan. Las palabras t ienen un poder de persuasión y un poder de disuasión. Y tanto la capacidad de persuadir como la de disuadir por medio de las palabras nacen en un argumento intel igente que se dirige a otra intel igencia. Su pretensión consiste en que el receptor lo descodif ique o lo interprete; o lo asuma como consecuencia del poder que haya concedido al emisor. La persuasión y la disuasión se basan en frases y en razonamientos, apelan al intelecto y a la deducción pers onal.

2 GRIJELMO, Álex. “La seducción de las palabras”. Punto de lectura. Madrid, 2002. págs. 21-22

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Todos los psicólogos saben que cualquier intento de persuasión provoca resistencia. Por pequeña que parezca, siempre se produce una desconfianza ante los intentos persuasivos, reacción que se hará mayor menor se según el carácter de cada persona. Y s egún la intensidad del mensaje. La seducción de las palabras, su olor, el aroma que logran despertar aquellas percepciones reside en los afectos, no en las razones. Ante determinadas palabras (especialmente si son antiguas), los mecanismos internos del ser humano se ponen en marcha con estímulos f ísicos que desatan el sentimiento de aprecio o rechazo, independientemente de los teoremas falsos o verdaderos. Las palabras denotan porque signif ican, pero, connotan porque se contaminan. La seducción parte de las connotaciones, de los mensajes entre l íneas más que de los enunciados que se aprecian a simple vista. La seducción de las palabras no busca el sonido del signif icante que l lega directo a la mente racional, sino el signif icante del sonido, que se percib e por los sentidos y termina, por tanto, en los sentimientos. Todo esto nos l leva a saber que en cada contexto existen unas palabras frías y unas palabras calientes. Las palabras frías trasladan precisión, son la base de las ciencias. Las palabras calient es muestran sobre todo la arbitrariedad, y son la base de las artes. El sonido no es sólo el contorno de las palabras. En nuestra vida cotidiana solemos quitarle valor porque nos parece periférico. Pero representa la fachada que vemos en el las antes de co nocer sus habitaciones. Los bebés son sensibles al sonido y a la entonación, incluso la perciben cuando aún se encuentran en el seno materno. También los animales son capaces de desentrañar los sonidos en que van prendidas las palabras y acercarlas a su contenido. La voz nos da el tacto de las frases, y con sus sensaciones vivimos la parte más irracional del lenguaje porque su registro nos permit ir ía incluso prescindir de los signif icados. Ahí reside su poder de seducción. El lenguaje, pues, constituye en primer lugar un hecho sensorial, que recibimos con el oído o la vista. La primera impresión de lo que escuchamos nos l lega con los golpes de voz, y en ese momento el cerebro humano descodif ica fonéticamente una clave que le permite adentrarse luego en las ideas. El sonido pone la l lave y abre la puerta, y lo hace con una velocidad que supera todas las conocidas. “En su l ibro Magia caldea Lenormand, refir iéndose a una leyenda que recuerda el mito de Orfeo escribe: En los t iempos antiguos, los sacerdotes de On, val iéndose de sonidos, provocaban tempestades y levantaban en el aire, para construir sus templos, piedras que mil hombres no hubiesen podido levantar. Y Walter Owen: Las vibraciones sonoras son fuerzas… La creación cósmica está sostenida por vibracion es que podrían igualmente suspenderla. Esta teoría no está muy alejada de los conceptos modernos. Mañana será fantástica: todo el mundo lo sabe. Pero tal vez lo será doblemente el desmentir la fut i l idad del ayer”. 3

3 PAUWELS, Louis y BERGIER, Jacques. “El retorno de los brujos”. Plaza & Janés, S.A. Editores, traducción de J.

Ferrer Aleu. Barcelona, 7ª edición, enero de 1977. Páginas 255-256.

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3. ESCUCHAR

Escuchar con faci l idad 4. ¿Alguna vez se ha sentado usted muy

si lenciosamente, no con la atención f i jada en algo, no haciendo un esfuerzo para concentrarse, sino con la mente muy quieta, realmente si lenciosa? Entonces escucha todo, ¿no es así? Escucha tanto los ruidos lejanos como los que están más próximos, y también los sonidos inmediatos, muy cercanos a usted, lo cual signif ica que presta atención a todo. La mente no está restringida a un solo canal estrecho y pequeño. Si puede escuchar de este modo, con faci l idad, sin esforzarse, hallará que dentro de usted se produce un cambio extraordinario, un cambio que adviene sin que ponga voluntad e n el lo, sin que lo pida; en ese cambio hay gran belleza y profundidad de discernimiento.

Dejar de lado las pantal las . ¿Cómo escucha usted? Escucha con sus

proyecciones, a través de lo que proyecta, a través de sus ambiciones, deseos, temores, ansiedades, escuchando únicamente lo que desea escuchar, lo que será satisfactorio, lo que habrá de grati f icarlo, lo que le brindará consuelo, lo que al iviará momentáneamente su sufrimiento? Si escucha a través de la pantal la de sus deseos, entonces escucha su propia voz, es obvio; está escuchando sus propios deseos. Existe alguna otra forma de escuchar no sólo lo que está diciendo, sino todo: la gritería de las calles, el parloteo de las aves, el ruido del tranvía, el mar agitado, la voz de nuestro marido, de nuestra esposa, de nuestros amigos, el l lanto de un bebé...? Escuchar es importante sólo cuando no estamos proyectando nuestros propios deseos por medio de aquello que escuchamos. Puede uno dejar de lado todas estas pantal las a través de las que escucha, y escuchar realmente?

Más al lá del ruido las palabras . El escuchar es un arte que no se

obtiene fáci lmente, pero en él hay belleza y gran comprensión. Escuchamos con dist intas intensidades de nuestro ser, pero nuest ro escuchar es siempre con una idea preconcebida o desde un punto de vista part icular. No escuchamos simplemente; se interpone siempre la pantal la de nuestros propios pensamientos, de nuestras conclusiones, de nuestros prejuicios [. . . ] . Para escuchar t iene que haber quietud interna, una atención relajada; hay que estar l ibre del esfuerzo de adquirir. Este estado alerta y, no obstante, pasivo, puede escuchar lo que está más al lá de la conclusión verbal. Las palabras confunden; son sólo medios exteriores de comunicación; pero para comunicarnos más al lá del ruido de las palabras, en el escuchar t iene que haber una pasividad alerta. Los que aman pueden escuchar; pero es extremadamente raro encontrar a alguien que escuche. Casi todos vamos tras de resultados, que remos alcanzar metas; estamos siempre venciendo y conquistando; en consecuencia, no escuchamos. Sólo cuando uno escucha, oye la canción profunda de las palabras.

4 Este punto es transcrito de: J. KRISHNAMURTI: “El Libro de la vida”. Meditaciones diarias.

Traducción de Armando Claver. Editorial EDAF, S. A. Madrid, 1996 Pág. 6-7

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Color y sonido de las palabras Luis Hernando Mutis Ibarra 13

Escuchar sin el pensamiento. No sé si alguna vez ha escuchado a un

pájaro. Escuchar algo requiere que su mente esté quieta; no con una quietud mística, sino simplemente quietud. Yo le estoy diciendo algo; para escucharme, usted t iene que estar quieto, no tener toda clase de ideas zumbando en su mente. Cuando mira una f lor mírela, no la nombre, no la clasif ique, no diga que pertenece a tal especie; cuando hace todo esto, deja de mirarla. Por eso digo que escuchar es una de las cosas más dif íci les que hay: escuchar al comunista, al social ista, al diputado, al capital ista, a cualquiera, a su esposa, a sus hi jos, a su vecino, al conductor del autobús, al pájaro... simplemente, escuchar. Sólo cuando escucha sin la idea, sin el pensamiento, está usted directamente en contacto; estando en contacto, sabrá si lo que él está dicie ndo es verdadero o falso; no tendrá que discutir al respecto.

El escuchar trae consigo l ibertad . Cuando hacemos un esfuerzo para

escuchar, ¿estamos escuchando? Ese esfuerzo mismo, ¿no es una distracción que impide el escuchar? Cuando usted escucha algo que le causa deleite, ¿hace un esfuerzo? [. . . ]. No podemos percibir la verdad, ni ver lo falso como falso, mientras nuestra mente está ocupada, de cualquier forma que sea, con el esfuerzo, la comparación, la justi f icación o la condena [.. . ].

El escuchar es, en sí mismo, una acción completa; el puro acto de escuchar trae su propia l ibertad. Pero ¿estamos realmente interesados en escuchar, en transformar nuestra confusión interna? Si usted escuchara... en el sentido de estar alerta a sus confl ictos y contradicciones, sin forzarlos dentro de ningún patrón part icular de pensamiento, tal vez estos confl ictos y estas contradicciones podrían cesar por completo. Vea, estamos constantemente tratando de ser esto o aquello, de lograr un estado especial, de capturar una clase de experiencia y de evitar otra, de modo tal que la mente está siempre ocupada con algo; jamás está quieta para escuchar el ruido de sus propias luchas y dif icultades. Sea sencil lo... y no trate de l legar a ser alguna cosa o de capturar alguna experiencia.

Escuchar sin esfuerzo. Ahora me está usted escuchando; no hace un

esfuerzo para prestar atención, sólo está escuchando; y si en lo que escucha hay verdad, hallará que dentro de usted ocurre un cambio notable, un cambio no premeditado ni ansiado; t iene lugar una transformación, una revolución completa en la que rige sólo la verdad y no las creaciones de su mente. Y, si me permite sugerirlo, usted debe escuchar de esa manera todo; no sólo lo que estoy diciendo, sino también lo que dicen otras personas, escuchar a los pájaros, el si lbato de una locomotora, el ruido del autobús que pasa. Encontrará que cuanto más lo escucha todo, mayor es el si lencio, y ese si lencio no es roto, entonces, por el ruido. Sólo cuando ofrece resistencia a algo, cuando coloca una barrera entre usted mismo y aquello que no desea escuchar, sólo entonces existe una lucha.

Escúchese a sí mismo. INTERLOCUTOR: Mientras estoy aquí,

escuchándolo, me parece que comprendo, pero cuando me encuentro

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lejos de aquí, no comprendo, aunque trate de aplicar lo que usted ha estado diciendo.

KRISHNAMURTI: . . . Usted t iene que escucharse a sí mismo y no al que le habla. Si escucha al que le habla, él se vuelve su l íder, su método para comprender, lo cual es un horror, una abominación, ya que así ha establecido la jerarquía de la autoridad. Por lo tanto, lo que usted hace aquí es escucharse a sí mismo. Está mirando el cuadro que pinta el que le habla; ése es su propio cuadro, no el de él. Si eso está bien claro, que usted se está mirando a sí mismo, entonces puede que diga: «Bien, me veo tal como soy, y no quiero hacer nada al respecto», y ahí se termina la cosa. Pero si dice: «Me veo tal como soy, y t iene que haber un cambio» , entonces comienza a elaborar su propia comprensión, lo cual es por completo diferente de aplicar lo que dice el que le habla [. .. ] . Si, en cambio, mientras uno está hablando usted se escucha a sí mismo, gracias a ese escuchar hay claridad, hay sensibi l idad; ese escuchar hace que la mente se sane, se fortalezca. Sin obedecer ni resist ir, se torna despierta, intensa. Únicamente un ser humano así puede dar origen a una nueva generación, a un mundo nuevo.