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COMO LEER LA BIBLIA

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COMO LEER LA BIBLIA

Ch. Haure t J . G. Gourbil lón

G O M O L E E R L A B I B L I A

PEDICIONES PAULINAS

A I l e c t o r

Quedamos gratamente impresionados cuando al-guien nos relata hechos o recuerda palabras de nues-tros antepasados. Es que nos parece vivir lo que oímos, rehacer nuestra misma existencia y acercarnos a cuan-tos han tenido relaciones tan estrechas con nuestro ser.

¿Qué decir, entonces, si la historia se refiriese a la misma humanidad, a su origen, a su formación, a su trayectoria a través del tiempo y del espacio, a su mis-mo porvenir? Y, lo que es más aún, ¿si esta historia hubiese sido relatada por inspiración de Dios? Nos ha-llaríamos frente a hechos de valor histórico-ético indis-cutible, ds profundas e imborrables consecuencias en toda la vida del hombre sobre la tierra.

Esta historia, este Libro de los libros existe: es la BIBLIA. Su nombre significa "el libro" o, mejor todavía "los libros".

Empieza desde Moisés, en el siglo XIII antes de Cristo, y acaba en el segundo siglo de la Era Cristiana. Al principio relata la aparición del mundo, señala el ori-gen del hombre y sus prim,eras vicisitudes para luego seguir la marcha de un pueblo, el judío, que aparece elegido por Dios para preparar la venida del Mesías, Salvador de la humanidad alejada de su Creador por el pecado del primer hombre y de la primera mujer.

Setenta y dos libros completan el Antiguo y el Nue-vo Testamento, componen el Libro por antomasia, la Biblia.

De estos, algunos son preferentemente doctrinales, didácticos o sapienciales: enseñan verdades, dan nor-mas, exponen máximas, principios o proverbios. Otros compendian las leyes dadas por el Señor a su pueblo,

resumidas en les Mandamientos; anuncian las profe-cías vor medio de las cuales se exhortaba a los judíos a -permanecer fieles a Dios y a la misión que El les había encomendado, como así también ss mantenía siempre viva la esperanza en el Salvador. Están los Evangelios, que perpetúan la vida, los milagros y las palabras del Maestro Divino. ¡Con cuánto consuelo re-leemos las conmovedoras Parábolas dsl Buen Pastor, de la dracma perdida, del Hijo Pródigo! Al leerlas nos pa-rece ver y oir a Jesús mismo, predicando por las co-marcas de Galilea. Pedro, Pablo, Juan y otros apósto-les siguen predicando a través de sus cartas, escritas a las primeras comunidades cristianas. Mina inagotable de verdades, de preceptos morales y litúrgicos, de nor-mas y leyes universales son los textos sagrados! Por eso los leemos con tanto cariño y veneración.

A todos estos libros se los ha tenido siempre en gran estimación, más aún se les ha acordado una je-rarquía especial: son y los llamamos LIBROS SANTOS, SAGRADA ESCRITURA y esto no sólo per su contenido, sino porque —como dice el Concilio Vaticano— están "escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por su autor".

Como aurora de nuevas promesas y esperanzas, de fe más vivida y sentida, de acercamiento a la fuente misma de la Verdad y de la Revelación, saludamos go-zosos el actual despertar de un mayor interés católico en torno a la lectura y conocimiento de la Biblia. Para facilitar este trabajo a todos los creyentes, para simplifi-car su labor, para que la lectura de los textos sagrados sea más provechosa e interesante, EDICIONES PAULINAS presentan hoy a sus lectores de habla española la CO-LECCION BIBLICA, unos treinta libros bien prepara-dos y originales, publicados ya casi todos en Francia con el sugestivo título "Bible et Évangile".

¡Ojalá su lectura mueva a las almas a leer, a me-ditar y a traducir en sus mismas vidas la palabra de Dios, contenida en los libros de la Sagrada Escritura! Estos son los anhelos y los fines que se han propuesto, al publicar esta COLECCION BIBLICA, las

EDICIONES PAULINAS

¿ Q U E ES LA B I B L I A ?

La Biblia fue, durante siglos, el manual de educa-ción religiosa y moral de la humanidad. Hoy, en cam-bio, pocos la conocen y muchos la ignoran. Hace algún tiempo, el Cardenal Mercier lo lamentaba amargamente:

"El Nuevo Testamento debiera ser el libro de cabecera de todo cristiano que sepa leer; ahora b:en, estoy afligido de ver que hay, en mi rebaño, muchos cristianos que jamás han leído, que ni siquiera tienen en su biblioteca, abarrotada tal vez de librejos y papeluchos sin valor, el tesoro divino del Nuevo Testamento" (1).

Más se desconoce aún el Antiguo Testamento. Sin embargo, desde hace varios años, gracias al

renacimiento litúrgico, los fieles se interesan más y más en el florilegio bíblico de su misal (2). Pero, carentes de iniciación, a veces se desaniman, pues esos fragmen-tos, separados de su contexto, a menudo parecen enig-mas indescifrables.

Ciertamente no será posible, en unas pocas pági-nas, iniciaros de inmediato en la familiaridad con la Biblia; menos aún daros un detalle de todas las rique-

(1) OEuvres Pastorales, t. VI (1926) pág. 404.

(2) "Como una reacción contra la tesis protestante, basada en el libre examen, los Católicos se han apartado, durante largo tiempo, de la riqueza infinita de la palabra de Dios. Ese peligro está hoy conjurado y vemos, con alegría, manifestarse una corriente siempre creciente, en favor de los Libros inspirados" (Carta pastoral del Cardenal Suhard).

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zas que encierra. La familiaridad sólo es posible con una asidua frecuentación, y las riquezas del Libro, pro-fundo como un abismo, son insondables. Sólo nos pro-ponemos facilitaros el contacto con la Biblia, prepa-raros un acceso ante esta desconocida.

¿COMO CONOCER LA BIBLIA?

¿El medio? Muy sencillo. En la vida diaria, ¿cómo os las arregláis para arran-

car a alguien su secreto? Comenzáis por observarlo, no-táis los rasgos de su rostro, su porte, su vestimenta, sus actitudes, su lenguaje; os informáis sobre sus ascen-dientes, su heredad, su lugar de origen. Esta investiga-ción preliminar os procura ya cierto conocimiento su-perficial y exterior.

Pero es preciso sobrepasar la máscara y las apa-riencias, descubrir los gustos personales, las tendencias profundas, las predilecciones, las preocupaciones habi-tuales, en una palabra, alcanzar el alma. Todo esto im-plica relaciones prolongadas, confidencias íntimas y una buena dosis de simpatía. ¿No es a largo plazo, al precio de una infatigable paciencia, como se logra des^ cubrir el carácter, la personalidad de otra persona?

Pues bien, con respecto a la Biblia, adoptaremos un procedimiento análogo. Encuesta apasionante, a veces árida, pero siempre fructífera. Aprendiendo a co-nocer a la Desconocida, aprenderemos a amarla.

LA "FILIACION" DE LA BIBLIA

¿Queréis que comencemos —excusad el término un poco vulgar— por el estado civil de la Biblia, por su fi-liación? Recojamos cuidadosamente todos los elementos de información.

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LA BIBLIA Y SU NOMBRE

La Desconocida lleva un nombre singular, único, evocador de una nobleza original: ella se nos presenta como el Libro. Tal es, en efecto, el significado etimoló-gico de la palabra "Biblia". Así pues, este nombre la designa como el libro por excelencia, aquél que a todos sobrepuja, que suplanta a todos sus competidores. Ella está bien denominada, porque, en verdad, ese título le conviene, y le conviene a ella sola. El resto de la inves-tigación nos lo demostrará con evidencia.

Sin embargo, esta denominación no deja de sor-prendernos. La Biblia comprende setenta y tres libros. En realidad, esta costumbre de hablar de "la Biblia", en singular, es reciente. La palabra Biblia es, en efecto, la transcripción en nuestra lengua de un plural. Los an-tiguos decían Ta Biblia, es decir, los Libros Santos. Real-mente, a pesar de su profunda unidad, la Biblia es la reunión de una multitud de libros diferentes. Ella, pues, más se asemeja a una colección que a un libro. Es una obra en setenta y tres tomos, una "biblioteca concentra-da en un solo libro".

LAS LENGUAS DE LA BIBLIA

La Desconocida habla varias lenguas. Ordinaria-mente ella se expresa en hebreo, lengua pariente del árabe. Cuarenta y dos libros están redactados en lengua hebraica (1). A veces la Biblia utiliza el arameo, dialec-to que pronto rivalizó con el hebreo y terminó por su-plantarlo. En todas las regiones del Asia Anterior, pa-tria de la Biblia, el arameo triunfó sobre las lenguas in-dígenas, y llegó a ser el idioma de los diplomáticos y de

(1) Génesis, Exodo, Levítico, Números, Deuteronomio; Josué, Jue-ces, Rut, I y II de Samuel, I y II de Los Reyes, I y II Crónicas, Esdras, Ester, Nehemias, I Macabeos, Job, Salmos, Proverbios, Ecle-siastés, Cantar de los Cantares, Eclesiástico, Isaías, Jeremías, Lamen-taciones, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Abacuc, Sofonías. Ageo, Zacarías, Malaquías.

2.—Cómo leer.

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los comerciantes. En este idioma fueron escritos tres libros completos, entre ellos el Evangelio de San Mateo, como también varios fragmentos (1). Otras veces la Biblia echa mano del griego, ese

".. .lenguaje sonoro, de dulzuras soberanas, el más bello que brotara de criaturas".

Los Evangelios, excepto el texto primitivo de San Mateo, las Cartas de los Apóstoles, el libro de Los He-chos y el Apocalipsis, están compuestos en griego, no en la lengua clásica de Jenofonte y de Demóstenes,.sino en el griego vulgar de la conversación corriente.

EL PAIS DE LA BIBLIA

¿Su país de origen? No es fácil localizarlo, Sabe-mos, por lo menos, con certeza que fue Moisés, gran conductor de hombres, ese genio dotado de toda la sa-biduría del Egipto, quien firmó el acta de nacimiento de la Biblia, en el desierto de Sinaí. El Pentateuco es, en substancia, obra del Legislador de Israel. A Moisés le corresponde una gran parte en su elaboración, y fué él quien ejerció una profunda influencia en su redac-ción definitiva (2).

(1) Tobías, Judit (?) y el texto original de San Mateo. Se en-cuentran fragmentos en arameo en Esdras, 4, 8 — 6, 18; 7, 12-26; Da-niel 2,4 — 7; Jeremías 10, 11; Génesis 31, 47.

(2) La Comisión Bíblica, en su decreto del 27 de junio de 1906, había pedido a los exegetas católicos salvaguardar la autenticidad mosaica del Pentateuco y su integridad substancial.

El Secretario de la C. B., en su reciente carta, ha sustituido a los términos del antiguo decreto, expresiones muy sugestivas: "In-vitamos a los sabios católicos a estudiar estos problemas (la compo-sición del Pentateuco), sin prejuicios, a la luz de una sana crítica y de los resultados de otras ciencias interesadas en estas materias, y un tal estudio establecerá, sin lugar a dudas, la gran parte y la profunda influencia de Moisés como autor y como legislador". Moi-sés es, pues, el autor al cual se debe "gran parte del Pentateuco'. Toda la legislación contenida en nuestro Pentateuco es "mosaica"; es decir, o bien ella deriva directamente de Moisés, como autor y le-

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El libro nació en las estepas de la península arábi-ga, en las proximidades de los siglos XV y XIII A. C., de acuerdo con la edad que se atribuye al período mo-saico.

Posteriormente, como un ser vivo, él se desarrolla, sin que nos sea posible fijar siempre en forma precisa, las fechas de las diversas fases de su fevolución. El se acrecienta, sobre tcdo en Palestina, tierra predestinada a tanta gloria, la "Tierra Santa". Durante su desarro-llo, el Libro depende de la historia judía, a tal punto, que refleja todas sus vicisitudes, como el niño que va registrando en su subsconsciente todas las peripecias de la vida familiar.

Cuando el pueblo escogido sufrió la invasión ex-tranjera y la deportación (587), la Biblia emigra, con los exilados, hacia la Mesopotamia, sobre las riberas del Tigris y del Eufrates. Pero el destierro no impide su progreso: ella se enriquece, entonces, con las profecías de Ezequiel. A la vuelta de la gran prueba, la Biblia continúa creciendo (1). Durante el siglo II antes de nuestra era, en Alejandría, capital intelectual del mun-do civilizado, ve la luz del día una de las obras más acabadas del Antiguo Testamento, preludio del Nuevo, el libro de la Sabiduría. Finalmente, con les cuatro Evan-gelios, los Hechos de los Apóstoles, las veintiuna epís-tolas apostólicas y el Apocalipsis de San Juan, la Biblia alcanza su completa estatura. Ella no crecerá más. Ella no envejecerá jamás y no conocerá la decadencia.

He aquí, bosquejada a grandes rasgos, la prodigio-sa biografía de la Biblia. De esta rápida evocación his-tórica, deduzcamos algunas consecuencias.

gislador, o más bien, cuando se trata del acrecentamiento ulterior, éste se realizó en el espíritu de la antigua legislación mosaica, para adaptarla a las nuevas condiciones sociales o religiosas.

(2) Entre los escritos posteriores al exilio, citaremos, entre otros, los Libros de las Crónicas, los de Esdras, y Nehemías, Tobías, Judit, Ester, los dos libros de los Macabeos, algunos Salmos, el Eolesiastés, El Cantar (?), la Sabiduría, el Eclesiástico, Jonás (?) Ageo, Zaca-rías, Malaquías, muy probablemente Joel, y tal vez Isaías, capítulos 50 al 60.

UN LIBRO V A R I A D O Y V I V O

Un libro tan cargado de años no ha podido cruzar tantos siglos sin sufrir su mordedura. ¡Cuántas veces ha sido copiado y traducido! Pero, a pesar de numerosos accidentes, lagunas, corrupciones e intervenciones, la Biblia conserva los rasgos esenciales de su fisonomía y permanece siempre igual a sí misma. ¡Las arrugas no alteran su semblante! Nuestros actuales textos repro-ducen, por lo menos en substancia, los documentos ori-ginales. Para establecer esta identidad substancial, los sabios recogen y comparan entre sí los testimonios su-ministrados, en el correr de los siglos, por los manuscri-tos, las versiones y las citaciones bíblicas.

Otra consecuencia. Puesto que la Biblia ha evolu-cionado en ambientes tan diversos: en el desierto de Sinaí, en Palestina, sobre las riberas del Tigris y del Eufrates, en Persia, a la sombra de las Pirámides, nada tiene de extraño que estos diferentes territorios hayan ejercido sobre ella sus numerosas y sutiles influencias. El suelo, en efecto, ha modelado la Biblia, tal como ha conformado al hombre.

En ella se reflejan los más variados paisajes; ella se apropia imágenes, comparaciones, tomadas de estos ambientes dispares. Nos será posible, en el curso de nuestra lectura, identificar palabras, imágenes, concep-tos científicos y un folklore pertenecientes a culturas profanas, asirio-babilónica o helenística. La Biblia nos hace recordar a esas abuelas venerables que han acu-mulado, en una memoria sin lagunas, los recuerdos de su larga existencia.

Finalmente, el Libro conserva, inscritos en su subs-tancia, los vestigios de una rica genealogía. Sus ascen-dientes, en efecto se escalonan a través de quince siglos aproximadamente. Numerosos autores, conocidos o des-conocidos, han trabajado en su elaboración, y cada uno ha dejado en ella su impronta personal. De ahí la pres-tigiosa fisonomía de la Biblia, en la que se funden ar-moniosamente los rasgos de sus antepasados.

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La Biblia ostenta la aureola de la majestad real; entre sus antepasados cuenta, a lo menos, con dos mo-narcas: David, el amable cantor de Israel, autor de una parte de los Salmos, y Salomón, el Luis XIV de los ju-díos, cuya sabiduría aventajaba toda la del Oriente y del Egipto. Descubrimos, en el acento de la Biblia, ya la distinción de la aristocracia: Isaías el más genial de los profetas, pertenecía a la clase dirigente; ya el rea-lismo, la rudeza y el ardor de las clases populares: Amos, por ejemplo, arreaba los bueyes y cultivaba los sicómo-ros; ya la delicadeza, la sensibilidad religiosa de las al-mas sacerdotales: Jeremías descendía de una familia de sacerdotes y su ardiente corazón lanza gritos de una sonoridad única, humana y religiosa al mismo tiem-po (1).

Por esto, ¡cuánta variedad! Pero también, ¡cuántos contrastes! Porque estos autores no se copian mutuamente, a

pesar de que a menudo explotan un fondo común. Lee-mos, por ejemplo, en los primeros capítulos del Génesis, dos narraciones de la creación del hombre. Ahora bien, el que sólo conociera la primera no podría sospechar siquiera la segunda: tanto difiere la una de la otra.

"El estilo es el hombre". Por consiguiente, hay en la Biblia tantos hombres —y ellos son numerosos— como estilos. Aquí, un lenguaje pulido; allí, incorrec-ciones de vocabulario y de sintaxis, aun crudezas. Cada autor habla la lengua que conviene a su origen, a su temperamento, a su época. Imaginaos un hombre que se expresara, a la vez, en el dialecto y con el acento de todas las provincias de Francia.

¿Se trata de sentimientos? La Biblia experimenta toda la gama de emociones que brotan de un corazón humano. Y para explayarse, utiliza, con rara felicidad, una gran variedad de "géneros literarios". Ella se eleva hasta la más sublime elocuencia: los discursos de Isaías, por ejemplo, superan en esplendor los arrebatos de Ate-nas y de Roma. Ella vibra, canta y ora en los salmos,

(1) Daniel Rops, Histoire Sainte, pág. 284.

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esos poemas religiosos que con frecuencia recitamos, sin percibir su original poesía. Ninguna forma poética le es extraña; ni aun los rudimentos del arte dramático: los libros de Job y el Cantar de los Cantares son, a lo que parece, bosquejos de dramas.

Pero ella ostenta una visible predilección por la historia; no, por cierto, una historia a la manera de un Michelet, de un Lavisse, de un Baudrillart, de un Ma-delin o de un Carcopino, sino una historia sui generis, cuyas reglas, hoy mejor conocidas, se nos escapan en parte todavía. En efecto, se encuentran en la Biblia "ciertos procesos de exposición y de narración; ciertos idiotismos, propios especialmente de las lenguas semí-ticas, llamados aproximaciones, ciertas expresiones hi-perbólicas, aun, a veces, paradojales, que imprimen con mayor fuerza, el pensamiento en los espíritus" (1). Es-tas formas literarias no corresponden a ninguna de nuestras categorías clásicas y no es posible juzgarlas a la luz de los géneros literarios greco-latinos o moder-nos. Historia única en su género, pues ella despliega ante nuestros ojos la epopeya de la humanidad, desde el origen del mundo y del hombre, hasta el fin de los tiempos. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, la Biblia nos entrega los archivos del género humano.

E N R E S U M E N

Antes de proseguir nuestras investigaciones, resu-mamos los numerosos informes que constituyen lo que hemos llamado el estado civil, la filiación de la Desco-nocida.

Conocemos su nombre propio: El Libro por excelen-cia, o mejor dicho: Los Libros Santos; su idioma, o más bien, sus idiomas: hebreo, arameo y griego; sus princi-pales países de origen: Arabia, Palestina, Asirio-Babi-lonia, Persia y Egipto; su ascendencia, es decir, sus au-

(1) Encíclica Divino Afilante Spiritu.

tores; los rasgos sobresalientes de su fisonomía, sus gé-neros literarios: elocuencia, poesía, historia.

Todo esto sólo constituye la máscara, las aparien-cias. Se trata ahora de descifrar su rostro interior.

Completemos esta primera toma de contacto, pene-trando en seguida en la intimidad del Libro.

EL MENSAJE DE LA BIBLIA

Los hombres dejan traslucir, ordinariamente, su carácter, su personalidad, a través de sus preocupaciones habituales y del tema predominante de sus conversa-ciones.

Pues bien, la Biblia no oculta sus predilecciones, ella vuelve constantemente sobre sus temas predilectos. Encontramos en particular, des temas favoritos, muy característicos y especialmente sugestivos: su fe en un Dios único, cada vez más claramente expresada, y la espera de un personaje misterioso, que conducirá a los hombres hacia la felicidad: El Mesías.

EL DIOS U N I C O

Este libro tan complejo, nacido y desarrollado en ambientes tan dispares, obra de tantos autores, procla-ma, desde la primera hasta la última página, su fe en un solo jbios, Creador del universo, Juez de todos los hombres, defensor y sancionador de la moral.

¿Qué se lee en su frontispicio? Estas sencillas pa-labras: "Al principio creó Dios el cielo y la tierra". Esta declaración inicial, que nos parece tan natural y obvia, sitúa, de hecho, a la Biblia por encima de todas las obras literarias de la antigüedad. En la hora presente, después de tantas investigaciones históricas, no cono-cemos ningún pueblo de Oriente que haya formulado una profesión de fe tan categórica.

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Los pueblos vecinos de los judíos poseían, todos, un Panteón, en el que, con prodigiosa exuberancia, pro-liferaban los dioses y las diosas. Estos pueblos sentían, a veces, la necesidad de organizar una jerarquía entre sus divinidades, en cuya cúspide tenía su trono un Dios monarca, asistido por su compañera. Así, los moabitas veneraban a Camos y su diosa consorte, Astarté; los sirios, la pareja Baal y Astarté. En Babilonia, Mardouk preside la asamblea de los dioses; en el panteón de los asirios, Asur mantiene la primacía.

Sólo los hebreos se aterran encarnecidamente a su Dios único< (1). Ellos le atribuyen, por cierto, variados calificativos, nombres diferentes. El primer capítulo del Génesis llama simplemente al Creador Elohím, es de-cir, Dios; mientras que en los dos capítulos siguientes, el Señor acumula dos nombres: Yahvé-Elohím. Más ade-lante, los Patriarcas invocarán al Dios Eterno, al Dios de la visión, al Dios que actúa, al Dios de Bethel, el Te-rror de Isaac y la Roca de Israel; pero, "en todo esto, no hay más traza de politeísmo, que en la costumbre católica de designar a la Virgen María por los nombres de sus santuarios, de sus apariciones, o de sus títulos; nadie jamás ha creído que Nuestra Señora de Chartres, la Virgen de la Salette y la "Regina coeli" sean tres personas diferentes" (2). En todas las etapas de su his-toria, el pueblo de la Biblia, a pesar de las seducciones que brillaban a sus ojos, a pesar de la presión social que ejercían sobre él los pueblos paganos vecinos, con-servó inviolable su fe en El que es. Este hecho histórico, humanamente inexplicable, basta por sí solo, para cla-sificar aparte el Libro de este pueblo.

(1) Hay, sin embargo, en la antigüedad, algunos personajes, como el Faraón Akhnetón, siglo XIV, que supieron elevarse hasta la ado-ración de un Dios único; por lo demás, lo fundamental en la fe judía, no es la creencia en el Dios único, sino en el Dios de las promesas, que revelará más tarde la naturaleza trinitaria de su vida íntima.

(2) Daniel Rops, op. cit., pág. 69.

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EL MESIAS QUE HA DE VENIR

Esto no es todo. La historia bíblica, que abarca cerca de dos mile-

nios, esta historia, redactada en fragmento aparente-mente inconexos, es en realidad una historia orientada. Se descubre en ella una dirección, un sentido. Una ins-piración secreta la anima desde dentro, enlaza los acon-tecimientos y los organiza, transforma el caos de los hechos en una "serie".

En el tercer capítulo del Génesis, surge, en miste-riosa penumbra, un personaje humano y sobrehumano, a la vez hijo de la mujer y antagonista del demonio. Miembro del linaje humano, empeñará una lucha vic-toriosa contra el enemigo mortal de nuestra raza, y se convertirá en el artesano de nuestra liberación espiri-tual. Su fisonomía emerge, poco a poco, de la sombra y se precisa rasgo por rasgo. El Libertador nacerá de la familia de los semitas. Brillante como una estrella, se alza en la posteridad de Jacob. Hijo de una virgen, mo-narca universal, inaugurará, al precio de su vida, un reino de salvación, cuyo brillo deslumhrará a las nacio-nes. Para describir al monarca y su reino, los escritores bíblicos agotan su vocabulario poético (1). El Mesías llena el Antiguo Testamento con su presencia invisible. "Por todas partes, en la Escritura, se encuentra dise-minado el Hijo de Dios", afirmaba San Irineo; y San Agustín, el doctor de Hipona, no trepidó en escribir, a propósito del Pentateuco: "Moisés habló de Cristo en todo cuanto escribió". Todo, en el Libro: acontecimien-tos y personajes, liturgia con sus ritos minuciosos, se orienta alrededor del Mesías, como, en un campo mag-nético, las limaduras se agrupan al rededor del imán. "Jesucristo, al cual miran ambos Testamentos, el An-tiguo como a su esperanza, el Nuevo como a su mo-delo, ambos como a su centro" (Pascal, Pensamientos). Podría decirse, apelando a una nueva imagen, que las

(1) Gen. 9, 18-29; Núm. 14, 14-19; Gén. 49, 8-12; Is. 7, 14 y si-guientes; 9, 5; 11, 2-9; 53, etc.

— 17 — 3.—Cómo leer . . .

primeras páginas de la Biblia se asemejan a un alba que comienza a despuntar; va clareando progresivamen-te; la luz destella más y más, y, finalmente se esparce sobre el mundo, esperando aparecer en su plenitud a la vuelta de Cristo, al final de los tiempos.

ASOMBRO DE LOS HISTORIADORES

Evidentemente los temas favoritos de la Biblia han intrigado vivamente a los historiadores de las religiones.

Los sabios han interrogado los anales sagrados de Persia; han escrutado los códigos más antiguos de la humanidad, el Código Hamurabi; han hurgado las cró-nicas reales de Sargón, de Asurbanipal, de Nabucodo-nosor; las obras poéticas de la India, de Grecia y de Roma. En vano; en ninguna parte, en los archivos de los demás pueblos han descubierto un fenómeno seme-jante al hecho bíblico.

Sin embargo, ¡de cuántas ventajas incontestables, en los dominios de las artes, de las ciencias, de la filo-sofía, del poderío político o militar, disfrutaban las grandes naciones civilizadas, contemporáneas de la Bi-blia! Pensad en la India y en el Irán, donde se suce-dieron los imperios de los Medos, de los Persas y del Eu-frates, altamente evolucionados, desde el punto de vista literario y científico. Pensad, sobre todo, en el mundo greco-romano, en la Hélade especialmente, célebre por sus pensadores, discípulos de Platón y Aristóteles.

Pues bien, estos pueblos, tan bien dotados huma-namente, han legado a la posteridad obras que abun-dan en errores groseros, en el orden moral y religioso. Israel, por el contrario, pueblo sin arte, sin filosofía, sin grandes facultades naturales, ha producido esta ma-ravilla incomparable: la Biblia.

¿Nos inclina este hecho a pensar que un socorro espiritual ha sido necesario, para la elaboración de la Biblia? Es razonable creerlo así. Pues, allí donde la na-turaleza se ha mostrado pródiga, es decir, entre los pue-blos muy cultivados de Oriente y de Occidente, el fra-

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caso ha sido casi completo. Por el contrario, allí donde faltaban los elementos de triunfo, es decir, entre los judíos, el buen éxito ha coronado los esfuerzos. Este hecho histórico suscita un problema imposible de es-quivar. Y todo espíritu leal debe examinar cuidadosa-mente los escritos bíblicos, y "recoger atentamente lo que ellos dicen de sí mismos, sobre sí mismos, y lo que, a propósito de ellos, ha definido la sociedad religiosa que de ellos se ha nutrido y que los ha transmitido hasta nosotros" (1).

Pasaremos, pues, a escuchar las confidencias de la Biblia sobre sí misma y las enseñanzas de la Iglesia. Así acabaremos de conocer a la Desconocida.

LA BIBLIA. PALABRA DE DIOS

El libro primero de los Macabeos llama a la colec-ción del Antiguo Testamento los Libros Santos (12, 9). San Pablo, por su parte, califica estas obras como Sa-gradas Escrituras (II Tim. 3, 15-16).

¿Por qué se dice que la Biblia es "santa" y "sa-grada"?

¿Será porque ella encierra una enseñanza santa y sagrada?

Ciertamente, la Biblia narra una historia santa: la del pueblo de Dios. Ella expone, además, una doc-t r ina ' santa : la fe en un Dios único; una moral que, a pesar de sus reales imperfecciones, bosqueja la regla perfecta del Evangelio. Ella relata las biografías de per-sonajes modelos de fe, de piedad y de sacrificio. Recor-dad la historia de José, para no citar otras. Ella nos propone fórmulas-tipo de oración. La Biblia trata, pues, de una materia santa y sagrada.

¿Es esto suficiente para justificar su título de "Li-bros santos" o de "Sagradas Escrituras"?

Ciertamente no, a los ojos de San Pablo y de toda la tradición judía o cristiana. También nuestro cate-

(1) J. Guitton, Portrait de M. Pouget (París 1939), pág. 138.

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cismo contiene una doctrina divina, un compendio de la Historia Santa, oraciones. Sin embargo, nadie jamás Jo ha considerado como santo y sagrado, con igual tí-tulo que la Biblia.

¿Será porque la Biblia santifica a los lectores que la meditan con fe?

Es indudable que, por lo menos en su mayor parte, el Libro ejerce sobre sus asiduos una influencia santi-ficante: "Pues todo cuanto está escrito, para nuestra enseñanza fue escrito, a fin de que por la paciencia y por la consolación de las Escrituras, estemos firmes, en la esperanza". (Rom. 15, 4). Un antiguo cristiano es-cribía así: "Las divinas Escrituras son sendas abrevia-das de salvación. . . sus textos santifican y divinizan" (Clemente de Alejandría). Y santa Teresa de Lisieux afirmaba, a propósito del Nuevo Testamento: "Es, por sobre todo, el Evangelio el que me sostiene durante mis oraciones. Allí encuentro yo todo Lo que me es nece-sario para mi pequeña alma. Allí descubro siempre nuevas luces, sentidos ocultos y misteriosos". (Historia de un alma, cap. VIII).

Pero hay muchos libros, entre otros: la Imitación de Cristo, el Combate espiritual o la Introducción a la vida devota, que nos despiertan también de nuestra modorra espiritual y que nos arrastran hacia la santi-dad. La Biblia, puesta siempre aparte en la tradición cristiana, extrae su privilegio singular de una causa no menos singular.

En efecto, es su origen divino lo que confiere a la Biblia su carácter santo y sagrado.

San Pablo atestigua que "toda escritura es divina-mente inspirada" (II Tim. 3, 16), es decir alentada por Dios y San Pedro precisa la naturaleza de este aliento divino: "movidos por el Espíritu Santo, hablaron los hombres de Dios" (II Pedro 1, 21).

También la Iglesia, depositaría infalible de la en-señanza de los Apóstoles, esclarece, para uso nuestro, las confidencias de la Escritura sobre sí misma, al de-finir, en el Concilio del Vaticano, que los libros del An-tiguo y del Nuevo Testamento son tenidos como sagra-

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dos, "porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos tienen a Dios por autor".

Numerosos escritores, algunos conocidos, otros —la mayor parte— desconocidos, han trabajado, como ya lo hemos visto, en la redacción del Libro. Estos hom-bres, verdaderos autores, en todo el sentido de la pa-labra, vivieron en diferentes siglos y, por lo tanto, re-flejan épocas y ambientes diversos. Por otra parte, ellos dispusieron de fuentes intelectuales desiguales, y, se-gún su temperamento y su propósito, ellos eligieron gé-neros literarios muy variados.

BAJO LA INSPIRACION DE DIOS

Pero un carácter fundamental los congrega en una unidad profunda, misteriosa, sobrehumana: estos hom-bres actuaban, todos, bajo una influencia muy especial del Espíritu Santo, el cual se servía de ellos como de instrumentos. Todos ellos vibraban, bajo el impulso di-vino, como la lira pulsada por un artista. Dios los ilu-minaba, sin trastornar la estructura de sus inteligen-cias; guiaba su voluntad, sin privarlos de su libertad; los asistía, respetando el juego, tan delicado, de la psi-cología humana. El Espíritu Santo los movía desde el interior, ccmo instrumentos vivos, dotados de razón. No los comparemos, pues, a un tubo acústico que comuni-cara el mundo divino con el nuestro, ni a altoparlantes que nos trasmitieran la voz del Señor. Dios iluminaba, guiaba y asistía a les escritores sagrados, de tal mane-ra, que esos hombres expresaban pensamientos a la vez humanos y divinos: el mensaje que ellos formulaban era, al par que un mensaje de hombre, un mensaje de Dios mismo, la Palabra de Dios (1). Por muy diferentes

(1) "Dios mismo, por una virtud sobrenatural, ha excitado y movido a los autores sagrados a escribir, los ha asistido mientras escribían, de manera que ellos comprendían exactamente que que-rían transmitir fielmente, y que expresaban con una verdad infali-ble, todo lo que Dios les ordenaba y sólo lo que El les ordenaba es-cribir". León XIII, Ene. Providentissimus Deus.

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que ellos sean, ellos desarrollan los mismos temas y usan las mismas palabras.

UNA AUTORIDAD D I V I N A

¿Comprendéis, ahora, por qué Jesús, los Apóstoles y la Iglesia, cuando se refieren al Libro, le atribuyen una autoridad incontrovertible? "Escrito está" "Afirma la Escritura" "El Espíritu Santo dice. ..", etc. Al pun-to cesa toda discusión. Se inclina la cabeza. La Biblia, palabra de Dios, se impone a toda inteligencia. La Bi-blia, no solamente no afirma ni insinúa el error, sino que no puede afirmarlo ni insinuarlo (1). Ella es infalible.

¿Comprendéis, también, por qué el Libro encierra riquezas inagotables?

Prontamente se explora la palabra humana; pero, siglos de exploración no han logrado avaluar los teso-ros encerrados en la Biblia. Orígenes, San Efrén, San Basilio, San Gregorio de Nisa, San Juan Crisóstomo, San Jerónimo, San Agustín, San Beda el Venerable, y tantos otros, tras ellos, se han inclinado sobre las pri-meras páginas del Libro, para extraer su vigorosa subs-tancia. Pero, ¡cuántos valores quedan aún por inven-tariar! Cada época pone de relieve uno u otro aspecto del relato sagrado; cada puebló, según su propio tem-peramento, mira la Biblia bajo el perfil que más le agrada. El chino y el japonés descubre lo que había es-capado a los ojos del occidental. Un siglo percibe lo que otro siglo había ignorado, o solamente entrevisto.

"Es permitido esperar, a justo título, de nuestro tiempo, declara el Papa Pío XII, que aporte su con-curso, para una interpretación más profunda y más aten-ta de la Santa Escritura. Principalmente en lo que se

(1) Tan lejos está el que algún error pueda adherirse a la ins-piración divina, que, no sólo ésta excluye por sí misma todo error, sino que ello repugna tan necesariamente, como que Dios, verdad soberana, no puede necesariamente ser el autor de ningún error" Ene. Providentissimus Deus.

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refiere a la historia, muchas cosas han sido apenas o insuficientemente explicadas por los comentadores de los siglos precedentes, porque ellos carecían, casi del todo, de los datos esenciales para una explicación más adecuada. Cómo ciertos puntos han sido difíciles o casi impenetrables, para los Padres mismos, podemos com-probarlo, entre otras cosas, en los esfuerzos reiterados que muchos de ellos han hecho, para interpretar los primeros capítulos del Génesis..." (1).

Así, a través de los siglos y en todos los países, los hijos de la Iglesia, en la oración y en el trabajo, han explotado, bajo la dirección infalible de su Madre, la Carta que les llega desde la patria celestial. "Camina-mos en el destierro, entre suspiros y lágrimas. Pero, he aquí que nos llegan cartas de nuestra patria" (2). Por-que, luego que el género humano se hubo precipitado en el abismo de todos los vicios, el Credaor no interrum-pió todas sus relaciones con él; los hombres se habían hecho indignos de su familiaridad, pero Dios, querien-do renovar su amistad con ellos, les envió cartas, tal como lo hacemos nosotros con los ausentes. Ahora bien, el portador de esas cartas fue Moisés, y ved aquí la pri-mera línea de su mensaje: "En el principio creó Dios el cielo y la tierra. .." (3).

Así se explica la unidad profunda, el misterioso "dirigismo" que hace poco admirábamos.

El Libro, en todas las etapas de su crecimiento, conserva su homogeneidad, a pesar de los materiales tan dispares que incorpora, porque un solo y mismo Autor principal vigila su formación. Dios "ha perma-necido constantemente a la obra, mientras sus colabo-radores humanos se sucedían en gran número". He ahí por qué la doctrina, la moral, las historias bíblicas pro-gresan a la manera de un germen. Doctrina dirigida, moral dirigida, historia dirigida. Dios mismo ha con-cebido y redactado, por intermedio de hombres, de los cuales El guiaba, como autor responsable, la voluntad,

(1) Encícl. Divino Afilante Epiritu. (2) San Agustín, Enarratio in psalmum CXLIX, 5. (3) San Juan Crisóstomo, Horn, in Gen. II, 2.

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el espíritu y las manos, esta doctrina y esta moral ho-mogéneas, esta historia imantada.

Comprenderéis, finalmente, por qué, desde la más alta antigüedad, los cristianos gustaban llevar con ellos el texto de la Escritura y pedían a los sacerdotes recitar algunos pasajes sobre la cabeza de sus hijos. En tiem-po de las persecuciones, muchos cristianos preferían mo-rir, antes que entregar la Carta de Dios a los enemigos de la Iglesia. Protestantes y judíos manifiestan, con respecto a la Biblia, idéntico respeto. Hemos visto a algunos judíos recoger con devoción, entre las cenizas de las hogueras nazis, fragmentos de los rollos bíblicos librados del fuego.

En cada misa solemne, vosotros sois testigos de la veneración con que la Iglesia rodea los Libros Santos. Ella designa, para la lectura del Evangelio, a un minis-tro especial, el diácono. Antes de leer el texto, este mi-nistro se arrodilla para pedir a Dios que purifique su corazón y sus labios. Porque, para leer y sobre todo para comprender el Libro, es preciso poner el alma en acuer-do con el Autor. ¿Cómo se podría, sin simpatía, pene-trar el pensamiento de un escritor? Pues bien, aquí se trata de simpatizar con el Espíritu Santo. Una vez pu-rificado por su plegaria, el ministro recibe del sacer-dote una bendición especial, prenda del socorro divino. Luego se organiza una procesión: se lleva solemnemen-te el Libro. En señal de respeto, os ponéis de pie. . . el diácono inciensa el texto, como se inciensa el Cuerpo de Cristo en la'bendición con el Santísimo Sacramento. ¿La Escritura no es el "cuerpo verbal" del Verbo de Dios? Por último, terminada la lectura, el sacerdote be-sa el texto inspirado.

Estas ceremonias, verdadera lección objetiva, ma-nifiestan la verdad que, en adelante, dirigirá nuestras lecturas, nuestro estudio y nuestras meditaciones: La Biblia es la Palabra de Dios.

Ch. HAURET.

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C O M O LEER LA B I B L I A

A menos de que disfrutéis de una gracia muy es-pecial, corréis el peligro de sentiros muy desamparados al abordar la lectura de la Biblia. Por esto tenemos el deber de ayudaros, puesto que la Iglesia os recomienda leer la Biblia, sin hacer de ello, sin embargo, una obli-gación. En efecto, toda la substancia del Libro os es presentada, constantemente, en la predicación cristia-na y en la Liturgia. Vosotros poseéis ya todo un resumen de la~ Biblia, si sólo poseéis un misal cotidiano, o me-jor todavía un misal-vesperal, que contiene un com-pendio del salterio.

LAS DIFICULTADES

En realidad, en los primeros libros de la Biblia, vais a encontrar una religión que, a primera vista, os parecerá completamente diferente de la religión que pre-dicó Jesús.

Cuánta diferencia entre el "ojo por ojo, diente por diente" de la ley mosaica y el mandamiento de perdón y olvido de las injurias, que encontramos en la ley de Jesús: "Si alguno te golpea tu mejilla derecha, pre-séntale también la izquierda. Haced bien a los que os persiguen y orad por vuestros enemigos". A primera vista, os parecerá que existe una oposición irreductible entre la doctrina contenida en les primeros libros de la Biblia y los libros escritos después de la venida de Cristo a la tierra.

4.—Cómo leer.

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Otra dificultad: la Biblia os es presentada como un libro de autoridad infalible, como un libro divino que no contiene y no puede contener ningún error, puesto que se os ha dicho que es un libro escrito por Dios. Ahora bien, "en la Biblia se encuentran errores manifiestos", suele decirse. ¿Quién puede creer ahora que el mundo fue hecho en seis días? En seguida, que Dios, cuya fuerza vemos siempre en acción, haya re-pesado el día séptimo. ¿Cómo creer en la infalibilidad de la Biblia, cuando se ve a la liebre clasificada entre los rumiantes? Cómo creer que Josué haya verdadera-mente "detenido el sol", para que los hebreos tuvieran tiempo de completar su victoria?

Otra dificultad más: La Biblia os ha sido presen-tada como una Historia Santa, cerno la historia del pueblo escogido por Dios, y como la historia de per-sonajes que casi nos son presentados como modelos, y que parece que Dios los haya bendecido de una mane-ra especial. Pues bien, la Biblia nos refiere toda una serie de crueldades cometidas en nombre de un Dios, que más tarde se nos presentará como un Dios de amor; una historia tejida de guerras, de asesinatos y de odios; nos propone oraciones llenas de sentimientos de ven-ganza; nos presenta como héroes a personajes de una moralidad bien diferente de la nuestra, de los que mu-chas acciones no pueden ser admitidas: "Yo no veo, en verdad, lo que esta historia, llena de crímenes y de adulterios, lo que la vida de estos polígamos pueda te-ner de edificante para los cristianos".

¿COMO LEER LA BIBLIA?

Y sin embargo, gran cantidad de almas sencillas pretenden encontrar en la Biblia, nos referimos a los libros del mismo Antiguo Testamento, un alimento del cual no se pueden privar, fuentes de vida y de luz tales, que en ninguna otra parte es posible encontrar.

Es verdad que la Biblia, aun para los más instrui-dos, a excepción, tal vez, de unos pocos privilegiados,

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es un libro en el que constantemente la luz —y qué luz— está mezclada con las tinieblas; un libro que ne-cesita ser leído a una luz más que humana, y cuya na-turaleza y fin es preciso conocer, para que su lectura sea con algún fruto.

¿Cómo leer la Biblia para encontrar allí la luz? He aquí la pregunta que se hace todo cristiano.

Hemos agrupado las dificultades en tres acápites. Vamos a agrupar también en tres capítulos los ele-mentos de solución.

LA PACIENCIA DE DIOS

Primeramente: la religión de la Biblia —ncs referi-mos a los primeros libros de la Biblia— nos parece completamente diferente de la religión del Nuevo Tes-tamento. He aquí lo que se debe responder.

A menudo, en la Biblia Dios es comparado a un alfarero que modela la arcilla humana:

Como está el barro en la mano del alfarero, así estáis vosotros en mi mano, casa de Israel.

(Jerem. 18, 6; ver también: Eclesiástico 33-13; Isaías 29, 16; 45, 9; 64, 7; Rom. 9, 21; Gen. 2, 7; Job. 10, 9).

Lo que es apasionante en la Biblia, es ver la ma-nera cómo Dios, poco a poco, configura al hombre y lo conduce a una perfección más alta. Cuando un al-farero toma una masa de arcilla, no da, de un solo golpe, conclusión a su obra. Todo en la naturaleza, crea-ción de Dios, emana de un germen y de un bosquejo. La Biblia nos permite ver cómo Dies procede, poco a poco, a modelar al hombre y a conducirlo a la más alta perfección.

Un antiguo filósofo griego decía: "El hombre es tratado por Dios como un pequeño niño, tal como un niño pequeño lo es por el hombre". No es de un solo golpe como se transmite a un niño todo el saber de un hombre; así sucede al hombre de parte de Dios. Toda

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iniciación a la sabiduría, a las ciencias y a la vida mo-ral es progresiva. La Biblia nos muestra en acción toda la pedagogía divina, una pedagogía infinitamente pa-ciente, prudente y respetuosa de esa libertad humana, que el mismo Dios le ha concedido. Es admirable, en la Biblia, percibir el arte de Dios como educador, la in-finita condescendencia y paciencia divinas, el infinito respeto y amor con el que Dios conduce al hombre, que El ha creado, y al cual no cesa de impulsar a una ma-yor perfección, de encaminarlo hacia más altas verda-des. Sin embargo, desde el origen de las intervenciones divinas, ya se da lo esencial: la relación con el Inco-municable, el contacto con el Amor.

Las intervenciones divinas del dominio de la his-toria comienzan, si no con Noé, al menos con Abrahán. Desde el comienzo, cuánta ternura de parte de Dios, que promete al gran antepasado, que envejece sin hijos, y que ha consentido ponerse en marcha, bajo la orden divina, que tendrá una descendencia ilimitada y que en él serán benditas todas las naciones de la tierra. Esta ternura de Dios aparece en la vida de todos los patriar-cas, al paso que Dios, poco a poco, se manifiesta a ellos, a pesar de sus defectos e imperfecciones, de una ma-nera más clara, como el Unico, luego como el que Existe de un modo infinito; que revela a Moisés toda su bon-dad, mostrándose a él como "por la espalda", pues su rostro no puede ser contemplado, por el que vive toda-vía en esta tierra.

¿Cómo leer la Biblia? Es muy sencillo: es preciso leer la Biblia con el sentido del progreso, con el senti-do de la historia.

No; la religión de los primercs libros de la Biblia no es una religión diferente de la de los libros del Nue-vo Testamento, que es la de Jesús, aue luego fue la religión de San Pablo, de Santiago, de Sari Judas, de San Juan y de San Pedro. Esta religión es constante-mente la religión del amor; la religión de un Dios que es amor y que reclama de los hcmbres el amor. (Deut. 4, 37; 6, 4; 7, 6-8; 10, 16; Levit. 19, 8-10; 19, 17-18). Esta religión es constantemente la religión de la

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vida (Gén. 1, 28; Deut. 4, 1; 30, 6; 30, 16; 30, 19-20). Es constantemente la religión de la felicidad, de cuya senda el hombre se aparta constantemente, pero en cu-yo camino Dios constantemente lo vuelve a colocar (Gén. 2, 8; 2, 1.5; Deut. 4, 40; 5, 28; 5, 30; 6, 3; 6, 18. . 7, 14; 10, 14). Es la religión de un Dios que, constante-mente, deja al hombre libre, árbitro de su suerte, y que, sin jamás violentar su libertad, sólo lo guía por amor. (Deut. 11, 26-32; Eclesiástico 15, 14-17), que no inter-viene sino por amor; lo que El muy bien manifiesta, reservando sus preferencias a los más pequeños y a los más humildes, a veces aun a los más indignos, dirigien-do' a ellos graciosamente sus llamados (Deut. 9, 4-29).

Y sin embargo, sólo progresivamente revela Dios a los hombres, primero a los santos personajes del Anti-guo Testamento, de defectos tan patentes, luego a su pueblo escogido, por medio de sus profetas y sus sabios, en espera de que sea por Jesús y sus enviados (apóstol es una palabra que quiere decir enviado, mensajero), las sendas de la Vida y de la Felicidad, las leyes y todas las exigencias y profundidades del Amor. Poco a poco se revelan las perspectivas bíblicas acerca de la Vida Eterna, sobre la Felicidad infinita en la comuni-cación de la vida divina, que es una vida interior de Amor, que supone en Dios toda la riqueza familiar de la Vida y del Amor Trinitario.

Pero es muy útil el conocimiento de los primeros tiempos y de la progresión de la revelación.

A menudo los hombres pasan inadvertidos ante to-das las exigencias y todas las bellezas del Nuevo Testa-mento, ante todo lo inesperado del Mensaje. Se toma como el mandamiento característico de Jesús el "Ama-rás a tu prójimo como a ti mismo", que no es más que el resumen de la Lev Antigua, con el "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma"; al pa-so que el conocimiento del Antiguo Testamento, nos permitiría captar toda la novedad de mandamiento pro-puesto por Jesús: "Amarás a tu prójimo como yo mis-mo te he amado", lo que quiere decir, en cierta manera,

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más que a nosotros mismos, y hasta el desprecio, hasta el sacrificio, hasta el don de nosotros mismos.

No podréis captar todas las proporciones del edi-ficio, construido por Dios, si no lo examináis desde la cúspide hasta los cimientos.

BUSCAD LA CIENCIA

Se dice también que la Biblia contiene toda una serie de errores manifiestes. ¿Cómo, entonces, puede ella pretender ser un libro de verdad?

Es preciso, de nuevo, saber leer la Biblia, y distin-guir lo que la Biblia enseña, lo que nos revela de parte de Dios, de lo que es debido a intervenciones humanas, de las que Dios ha tenido la condescendencia de ser-virse; lo que es intervención humana y lo que es ense-ñanza divina.

La Biblia, decís, enseña que Dios formó el mundo en seis días, que descansó el día séptimo, que la liebre es un rumiante, que la tierra es un bollo flotante colo-cado sobre un océano y que una bóveda adornada de candelabros variados y movibles la separa del océano superior.

Pero, ¿quién os ha dicho que la Biblia haya jamás enseñado tales cosas?

La Biblia es un libro de carácter religioso, que en-seña al hombre, más y más, el conocimiento de Dios y lo que debe hacer para disfrutar de la felicidad, pues-to que la felicidad del hombre constituye también la alegría de Dios y le proporciona su gloria.

Cuando leamos la Biblia, tengamos presente lo que nos dice la Iglesia: Las primeras páginas del Génesis "relatan en un lenguaje simple y figurado, adaptado a las inteligencias de una humanidad menos desarrollada, las verdades fundamentales, presupuestas a la econo-mía de la salvación, al mismo tiempo que la descripción

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popular de los orígenes del género humano y del pue-blo escogido" (1).

Para conocer el amor de Dios, poco importa saber en qué clasificación animal deba ser colocada la liebre. En su ley, "¿se preocupa Dios de los bueyes?" dirá San Pablo (I Cor. 9, 9). Para alcanzar la felicidad, poco importa conocer, de manera más o menos precisa, la constitución exacta del universo. La Biblia no es un libro de las ciencias, sino el Libro de la Ciencia, y esto es lo que hay que buscar en ella: la Ciencia de la sal-vación, que es la de la felicidad.

Es un nuevo atractivo de la Biblia, el habernos de-jado el testimonio de las concepciones ingenuas, y tal vez más poéticas que ingenuas, de nuestros antepasa-dos, referentes a la constitución física del universo. Ja-más las ciencias han cambiado con tanta rapidez como ahora. No nos burlemos de las concepciones de los tiem-pos bíblicos. Tal vez mañana tengamos que reimos de las nuestras.

A PESAR DEL M A L

Se objeta, finalmente, que la historia bíblica no es más que un tejido de guerras, de crímenes y de odio. Pero, siempre ha sido así en la historia humana. Nues-tra propia historia no es más que una historia de peca-dos, y los pecados que la Biblia nos relata, son también nuestros pecados.

Y, a pesar de todo, a través de toda esta historia, vemos la acción de Dios.

En los primeros tiempos, Dios elige para sí una raza de la cual saldrá el Redentor. Los priemros libros de la Biblia nos muestran a Dios eligiendo para su Me-

cí) Carta del R. P. Vosté, Secretario de la C. B. P. al Cardenal Suhard, 16 de Enero de 1948. "El Espíritu de Dios, que hablaba por boca de los Escritores Sagrados, no ha querido enseñar a los hombres verdades concernientes a la constitución cristiana de los objetos sensibles, porque ellas de nada sirven para la salvación" (San Agustín, citado por Pío XII).

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sias, para su Hijo, una familia humana. Una familia llena de pecados, porque es sobre un matorral de es-pinas, donde Dies se complacerá en hacer germinar a Aquél que la Biblia designa como una estrella o tam-bién como una flor.

La familia del Mesías ya está constituida; Dios la conduce,a un país, sin cesar perdido y recuperado, que no es más que una imagen de "la buena patria" que Dios reserva, en una nueva tierra, y bajo nuevos cielos, a los que hayan sabido merecerla, siguiendo las huellas del Salvador que un día les enviará.

Más tarde, durante el destierro, durante el período post-macabeano, Dios excita, entre los mejores hebreos, el deseo de ver establecerse, aquí abajo, su reinado, y la esperanza de que Dios ha de enviar, primero a los judíos solamente, luego a toda la humanidad, un Re-dentor y Salvador, un "Goel", como dice la Biblia he-braica.

¿Cómo leer la Biblia? Pues, admirando esa rotativa de períodos de crisis y de restablecimiento, entre los cuales los principales son: la cautividad en Egipto y la conquista de la Tierra Prometida, seguida de la instau-ración del reino de David y de Salomón; el destierro a Babilonia y luego el regreso a la patria; el período de los Macabeos, luego las decepciones de la dominación romana. Crisis que, cada vez más, intensifican entre los pequeños, los humildes, los bondadosos, el deseo de ver aparecer, por fin, a un Mesías que se adapte a sus con-diciones: humilde como ellos, muy dulce, capaz de traer finalmente a los hombres la paz verdadera que ellos anhelan (Is. 42, 1-9; Zac. 9, 9; Salmo 72, 12-13).

Al mismo tiempo, cada una de esas crisis permite al pueblo hebreo ir estableciendo comunidades, en el seno de los países extranjeros, en todos los lugares de exilio y deportación, fuera del país que Dios había, no obstante, prometido a su pueblo como el símbolo, de-masiado material —se lo advierte más y más— de una realidad más espiritual y más profunda.

Todas estas comunidades judías de la "dispersión" —o de la "diáspora", para conservar un término de la

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Biblia griega, que es comúnmente usado— preparan el camino del Evangelio entre todos los pueblos. Fueren ellas las que acogieron en un principio a San Pedro y San Pablo, y sin duda también a los demás apóstoles, cuando ellos partieron a anunciar al mundo entero la Buena Nueva de la verdadera felicidad.

DISTINGUID LOS ESTILOS

Es preciso, finalmente, leer la Biblia como un li-bro que nos habla en varios estilos y que posee diferen-tes sentidos.

Es preciso leer la Biblia como un libro que nos ha-bla en variados estilos. Cuando un poeta nos dice: "El primero de noviembre los cielos se oscurecieron, para llorar a nuestros muertos", o bien: "Todas las aves del cielo se pusieron a cantar, para celebrar los esponsales de Juan y María", nadie toma estas figuras de estilo al pie de la letra; se trata sólo de maneras de hablar. Platón decía: "Embustero como un poeta". Pues bien, sucede que casi todos los autores de la Biblia fueron poetas, y grandes poetas, y lo que es más aún, poetas orientales (1), que se complacen en inflar sus compa-raciones, más aún que los nuestros; nadie los tomará por eso por mentirosos. Fue ásí, sin duda, como Josué "detuvo el sol". El autor quiso, probablemente, darnos a entender así que esa jornada de combate, tan llena de sucesos variados y fulminantes, contuvo más acon-tecimientos que los que ordinariamente contiene una jornada humana. Después de toda una noche de mar-cha de aproximación, esta jornada les pareció a todos

(1) "Nadie que tenga una idea justa de la inspiración bíblica, se extrañaría de encontrar en los escritores Sagrados, como entre todos los antiguos, ciertas maneras de exponer y de narrar, cier-tos idiotismos propios de las lenguas semíticas, ciertas aproximacio-nes, ciertas hipérboles y aun, a veces ciertas paradojas, destinadas a grabar más firmemente las cosas en los espíritus... Es lo que ya el Doctor Angélico había notado, en su sagacidad, cuando decía: "En la Escritura, las cosas divinas son transmitidas según el modo que los hombres tienen de hablar" (Encicl. Divino Afilante).

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felizmente interminable, prolongándose a la claridad de la luna, en persecuciones desenfrenadas y en la vic-toria (1).

Poco a poco la Biblia os hará poetas, y, bien pronto habituados a su estilo tan particular, con sus repeti-ciones, su ritmo diferente del nuestro, ya no seréis sor-prendidos por las comparaciones, las más inesperadas para nosotros, del Cantar de los Cantares (2), o por las imágenes de valor simbólico —de valor en cifras, en el sentido intelectual de la palabra— del Apocalipsis, o de Ezequiel, o aun de Daniel. Poco a pocc, un mejor conocimiento del medio bíblico y oriental os permitirá captar el valor y el sentido de estas imágenes. Cada vez que encontréis la palabra "cuerno" en la Biblia, ella despertará al punto en vosotros la imagen de un rey poderoso. Así es como Zacarías, el padre de Juan Bautista, al cantar el próximo nacimiento del Mesías, primo de su hijo, alaba a Dios por haber "suscitado un cuerno de salvación en la casa de Da,vid, su siervo". Y cuando leáis, allí, la palabra "casa", sabréis que es pre-ciso leer "familia", en el mismo sentido en que "la casa de Francia" designa, en los antiguos escritos, no el pa-lacio habitado por el rey, sino la familia real de Francia.

Tampoco debe confundirse lo que es historia, en el sentido propio del término —el contenido de casi todos los libros de la Biblia— y las historias, narraciones de fondo histórico y de alcance ante todo moral. Lo com-prenderéis muy bien, leyendo en la historia de los pri-meros antepasados, los patriarcas, algunas anécdotas

(1) Los que hacen tal agravio a la Biblia, no han leído, en su mayoría, el capítulo X de Josué. Ellos habrían advertido que el autor glosa, en los versículos 13-15, dos versos de una antigua epopeya, citada en el vers. 12. Por otra parte, no habría ninguna dificultad en ver a Dios detener el sol: todos los prodigios son posibles al Creador.

(2) El Cantar, según ciertos sabios, pone a nuestra vista y nos canta los amores de Cristo y de la Iglesia, tras los amores de Yavé y de su pueblo. Se trata ciertamente de Yavé y de Israel; el Esposo Yavé, está simbólicamente designado, bajo los rasgos tomados a los elementos ornamentales o arquitectónicos del Templo; y las des-cripciones de la Esposa, Israel, son alusiones geográficas a los di-versos distritos de la Tierra prometida: montón de trigo, etc., como muy bien lo ha mostrado la más tradicional exégesis judía.

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que parecen ser el duplicado o el triplicado las unas de las otras.

Vosotros advertiréis tal doblaje desde las primeras páginas de la Biblia. El Génesis trae dos relatos dife-rentes, pero de sentido concordante, de los primeros orígenes del hombre y del universo. Estos dos relatos de la creación nos demuestran que lo que importa es lo que ellos tienen de común, la lección profunda que encierran, y no los detalles y modos de expresión, to-mados de ía imaginación y de las maneras populares de hablar.

Por otra parte, es bien difícil distinguir, a veces, lo que es historia e historias, como en el caso de Job y de Tobías.

Dejemes a les sabios discutir estas materias, y aun congratulémonos de sus esfuerzos y de sus hallazgos, y, por lo que a nosotros toca, aferrémonos sobre todo al sentido religioso y profundo de estas historias, o de esta historia; y remitámonos, en esta materia, al juicio de la Iglesia, que es maestra de verdad cuando se pro-nuncia.

PENETRAD TODOS LOS SENTIDOS

Advirtamos, finalmente, que la Biblia es un libro que encierra siempre varios sentidos.

En primer lugar, un sentido histórico y literal, que no es siempre fácil de descubrir. Este sentido es, no obstante, el sentido principal, el sentido basal, el que importa más que todos los otros, pues es el que los comanda.

A los sabios les toca ayudarnos a descubrirlo, y a nosotros nos corresponde escuchar a los sabios, con cierta reserva, desde luego, y con mucha prudencia. Por-que lo que hoy le parece verdad a un sabio, es a veces discutido por otro; lo que parece hoy verdadero, tal vez será descartado mañana, yendo siempre de descu-brimientos en descubrimientos, de esfuerzos en esfuer-zos. Por lo demás, lo que importa ante todo es nuestra

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visión de fe, la que se esclarecerá con una luz siempre más viva, a la medida de nuestra vida de unión con toda la Iglesia, sus doctores y sus santcs.

Hay, en seguida, un sentido profundo y oculto; por-que todos los hechos históricos de la Biblia, toda la historia bíblica, todos los gestos de los patriarcas y de los profetas, tienen un sentido, un sentido moral, un sentido profético, ún sentido simbólico y profundo; una multitud de sentidos, que el Espíritu revela, poco a poco, a los que saben comprender y a los humildes (1).

Heos ya con una Biblia en vuestras manos. La me-jor manera de leerla, es con humildad, con asiduidad y con paciencia. Disfrutad de la luz que se os concede y, para los pasajes que os parecen oscuros o fastidiosos, esperad humildemente que una nueva luz os dé a co-nocer su interés y os aclare su sentido.

Bien saben los hombres remover toneladas de are-na, para encontrar algunas pepitas de oro. No temáis, leed la Biblia asiduamente, no os tropecéis orgullosa-mente en las oscuridades que permanecerán siempre, para vosotros como para todos los hombres. Hay en la Biblia más que lo que ningún hombre jamás podrá com-prender (2). Si sabéis disfrutar humildemente de los pasajes que os revelan la riqueza de los designios y de los pensamientos de Dios, bien pronto seréis inundados de luz.

J. G. GOURBILLON, O. P.

(1) En la Encíclica Divino Afilante, Pío XII enumera y carac-teriza los diferentes sentidos de la Escritura.

(2) "Dios de intento sembró de dificultades los Libros Sagrados, que El mismo inspiró, no sólo para que más intensamente nos ex-citáramos a resolverlas y escudriñarlas, sino también para que, ex-perimentando saludablemente los límites de nuestra inteligencia, nos ejercitemos en la debida humildad". (Divino Afilante).

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U N I T I N E R A R I O

Después de estas indicaciones generales, he aquí algunos consejos prácticos. Una de ¡as mejores maneras de emprender la lectura de los primeros libros de la Biblia, es leerlos en unión con el Evangelio. En efecto, cons-tantemente las palabras de Nuestro Señor y los escritos de los Evangelistas nos remiten a los libros del Antiguo Testamento. Es impo-sible comprender bien el Evangelio, si no se conoce toda la Biblia.

Acabáis de comprar una Biblia y os sentís un poco desamparados, ante las 1600 o 1800 páginas de vuestro grueso volumen. No sabéis cómo inventariar todas sus riquezas; y corréis el riesgo de sentiros bien pronto de-silusionados, si no es escandalizados, si comenzáis su lectura como la de un libro cualquiera, partiendo del principio y tratando de proseguir la lectura página por página, línea por línea. Las siguientes páginas tienen por objeto ayudaros, aunque tengáis la suerte de dispo-ner de una Biblia provista de una introducción general, seguida de una introducción particular para cada uno de los libros; aunque ya hayáis leído una cantidad de libros relativos a la Biblia. En efecto, necesitáis tam-bién algunas indicaciones prácticas y sencillas, seme-jantes a las que se encuentran en un guía de viajeros, o en los manuales para los aficionados a la alta mon-taña.

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He aquí, pues, un itinerario para principiantes. Más tarde, cuando seáis capaces y deseosos de prose-guir, como paso a paso, la historia de la acción divina, entonces podréis y deberéis escoger otra ruta.

PRINCIP IANDO POR LOS EVANGELIOS

Con vuestra Biblia en las manos, vais a comenzar por leer los Evangelios. Al leer cada uno de ellos, no-taréis mejor que antes, que aluden con frecuencia a una predicación más antigua que la del Señor. San Mateo os dice a menudo: "Todo esto aconteció, a fin ds que se cumvliera lo dicho por el Profeta..." "Una doncella concebirá y dará a luz un hijo, que será llamado Em-manuel".

Poco más adelante encontráis el "Sermón de la Montaña", que es el resumen que da San Mateo de la primera predicación del Señor. Sin cesar Jesús opone allí su propia ley, no tanto a la ley antigua, como a la interpretación que de ella han hecho los hombres.

El Evangelio mismo os ha invitado a que vayáis a leer los profetas y a que toméis conocimiento de la Ley que Dios había dado a su primer pueblo, sobre el Sinaí, por intermedio de Moisés.

Habéis leído a San Lucas. En sus cánticos, la Vir-gen y Zacarías dan gracias a Dios por haber mante-nido sus promesas, por haber cumplido "el juramento hecho por El a Abrahán"; heos aquí enviados a David, cuya historia está escrita en el libro de Samuel, y al Génesis.

Una de las mejores maneras de aprender a leer la Biblia es ir, primeramente, a buscar en sus diferentes libros, un número siempre creciente de textos y pasa-jes, a los que os envía el Evangelio. Porque la Biblia es un libro que tiene un corazón, y este corazón son los Evangelios, o mejor dicho, el Evangelio, es decir, esta predicación del Señor, este "feliz mensaje", cuyo eco nos envían los Evangelios.

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No hay casi una predicación del Señor, que no ha-ga alusión a tal o cual hecho de la historia de Israel, a tal o cual palabra de los autores inspirados por Dios, que le han precedido sobre la tierra y que han anun-ciado y preparado su venida. Casi no hay, tampoco, un acto, un milagro del Señor que no haya tenido su co-rrespondiente, o sus correspondientes, en la Biblia. Vuestro misal, especialmente en la liturgia de la Cua-resma, os ha ya invitado a descubrir estos hechos pa-ralelos, de sentido concordante, en ambos Testamentos. Es, pues, necesario leer todo el Antiguo Testamento, en función del Evangelio.

DE LOS EVANGELIOS A LOS PROFETAS

El Evangelio os enviará en primer lugar a los Pro-fetas. Conducidos por el Evangelio, tendréis conocimien-to de los pasajes, cada vez más extensos, de los oráculos que ellos pronunciaron.

Los Profetas eran hombres de Dios que, colocados en circunstancias precisas, reaccionaban ante los acon-tecimientos a menudo trágicos y vitales para ellos. Al buscar la solución de un problema vital, ésta se les aparecía a la luz de Dios y, de pronto, se les descubría un porvenir mucho más que inmediato: "Tenemos aún algo más firme, a saber, la palabra profética, a la cual muy bien hacéis en atender, como a lámpara que luce en lugar tenebroso, hasta que luzca el día y el lucero se levante en vuestros corazones" (II San Pedro 1, 19-21). "Acerca de la cual (la salud de vuestras almas) inquirieron e investigaron los profetas que vaticinaron la gracia a vosotros destinada, escudriñando qué y cuál tiempo indicaba el Espíritu de Cristo, que en ellos mo-raba y de antemano testificaba los padecimientos de Cristo y las glorias que habían de seguirlos. A ellos fue revelado que no a sí mismos, sino a vosotros, servían con esto, que os ha sido anunciado ahora por los que os han evangelizado, movidos por el Espíritu Santo,

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enviado del cielo y que los mismos ángeles desean con-templar" (I San Pedro 1, 10-12).

En la Biblia todo se entrelaza, del Génesis al Apo-calipsis, de los profetas a las cartas apostólicas.

DE LOS PROFETAS A LOS LIBROS HISTORICOS Y A LA LEY

Una vez que, conducidos por el Evangelio, hayáis tomado contacto con un número creciente de oráculos proféticos, querréis entonces tener un conocimiento más amplio y más profundo de los que los han pronunciado. Los "Libros Históricos" de la Biblia os permitirán co-nocer el medio en que vivieren los profetas, las cir-cunstancias que los indujeron a hablar y a actuar, des-pués de haber sido poseídos, a veces bien a su pesar, por el Espíritu de Dios, desde el momento de su voca-ción. Estos "Libros Históricos" tomarán para vosotros un valor vital, al servicio del conocimiento de los pro-fetas, y para obtener una mejor inteligencia del con-tenido, a la vez eterno y circunstancial, de sus oráculos.

Constantemente los profetas, como la Virgen, ma-dre de Jesús, como Zacarías, hacen alusión a estas "pro-mesas dignas de confiama", hechas a los hombres de Dios que les han precedido. Tratan también, sin cesar, de reaccionar contra la interpretación demasiado es-trecha, que constantemente quieren dar los hombres a la Ley transmitida por Dios a sus antepasados, cuando el primer pueblo de Dios fue liberado de la servidum-bre del Egipto; de manifestar a los hombres todo el contenido oculto de esta Ley, infinitamente más rica y hermosa de lo que a primera vista parece. De esta ma-nera, los profetas y el Evangelio os conducen a estu-diar, por fragmentos más y más largos, los libros que contienen la historia de la "primera alianza" y de las primeras promesas, los relatos referentes a los patriar-cas, es decir a los antepasados, y las primeras Leyes de Dios.

Los profetas y el Evangelio os conducen también a la lectura de los libros que los judíos designaban-bajo

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el nombre de "la Ley", a la lectura del Pentateuco, es decir los cinco primeros libros de la Biblia, cuyo autor principal es Moisés.

DE LOS EVANGELIOS A LOS LIBROS SAPIENCIALES Y A LOS SALMOS.

Para conocer mejor el corazón y la mentalidad de los auditores de Cristo, desearíais conocer también cuáles eran las reglas de vida de las que se habían nu-trido. Las encontraréis en los Libros Sapienciales, lle-nos de un buen sentido humano iluminado por la fe. Quedaréis maravillados del cúmulo de sabiduría de que dan muestra las máximas de los sabios, en tan pocas palabras a veces.

Podréis seguir también los esfuerzos de esas almas, tras la solución de los grandes problemas de la vida y de los destinos humanos, que Job evoca con pasión, como también varios salmos. Recitaréis estos últimos poniendo en ellos los sentimientos con que los cantaba el Señor.

PARTID DESDE EL CENTRO

La Biblia no es un libro que deba ser leído de la primera a la última línea. Más bien había que seguir la dirección inversa, por lo menos al principio; algo así como esos libros hebreos, en los que la que es, para nosotros, la última página viene a ser la primera.

Con más exactitud, es un libro que ha de ser leído partiendo del corazón: de los Evangelios a los Hechos de los Apóstoles; de los Hechos a las Cartas Apostóli-cas y al Apocalipsis, que es también, a su manera, una carta apostólica, una carta de consolación, pero en len-guaje secreto, dirigida, como la primera de San Pedro y la de Santiago, a los cristianos probados por la per-secución, y que los consuela, anunciándoles el Gran

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Retorno del que toda la Biblia ha anunciado la venida, como Redentor y Vengador de los pequeños y de los que saben vencer soportando.

De los Evangelios a los profetas —los últimos de los cuales son los Sabios, como ese "Jesús", hijo de Sirach, cuya obra fue traducida al griego por uno de sus des-cendientes— de los profetas a los libros históricos y a los libros de la "prehistoria" y a los de la Ley.

De todas maneras, es partiendo de las obras del Nuevo Testamento y en su perspectiva, como se debe empezar a leer los libros del Antiguo, sin inquietarse por el hecho de que Dios siempre se sirva de los peque-ños, como David y como la Virgen, de los pecadores o renegados, como el mismo David, o como Adán, o como San Pablo o San Pedro, a todos los cuales persigue El con su misericordia.

L E E D C O N F E

Todos estos libros deben ser leídos con fe, bajo la dirección del Espíritu Santo que obra en la Iglesia: "Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los hu-mildes".

"Pues debéis ante todo saber que ninguna profecía de la Escritura es de privada interpretación, porque la profecía no ha sido en los tiempos pasados proferida por humana voluntad, antes bien, movidos del Espíri-tu Santo, hablaron los hombres de Dios" (II San Pedro 1, 2 0 ) .

Es el Espíritu que ha dictado, el que explica, por sí mismo, y más aún por la multitud de Santos que viven fraternalmente en la Iglesia, en una auténtica comunidad de visión y de verdadero bien.

Ante todo, procurad cuidadosamente descubrir la unidad de enseñanza de estos libros. Esos grandes te-mas que reaparecen constantemente, en los labios de testigos tan diversos, casi con idénticas palabras: el tema del Amor; el tema del Llamamiento, dirigido pre-ferentemente a los pequeños, a los indignos, a los ex-

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traviados y a los pecadores; el tema del llamado divino a concluir una Alianza; el tema del Dios que viene como Rey, como Pastor, como Salvador y como Vengador; el tema del Dios que viene como un Esposo, al cual ninguna infidelidad es capaz de abatir; el tema del Dios que quiere tener para sí un pueblo, poco numeroso, perseguido, pero formado por Santos, y que realiza su designio poco a poco y pacientemente.

. . . C O N INTELIGENCIA

Sin embargo, todos estos libros deben ser leídos con inteligencia: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu entendimiento".

Inteligencia de las circunstancias históricas, que orientan cada una de las etapas de una revelación con-tinua y progresiva; Dios tomando al hombre, primera-mente de muy bajo, para llevarlo siempre más alto, en situaciones siempre concretas y siguiendo el curso de la historia.

Inteligencia de los símbolos materiales, que ocul-tan y al mismo tiempo significan una realidad de fon-do espiritual, porque en todo momento es Dios que ha-bla al hombre y que se revela, más y más claramente, como el Amor Eterno.

Inteligencia de los diversos géneros literarios: dra-ma, historias e historia, códigos legislativos, poesía épi-ca o de amor; porque, como dice San Pablo: "Muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los profetas; últi-mamente, en estos días, nos habló por su Hijo".

Ved, pues, cuán necesarias son esas "introduccio-nes", que las mejores Biblias ponen a la cabeza de cada libro. Antes de leer tal o cual libro en su integridad, echad una mirada sobre esas introducciones, cada vez que el Evangelio os invite a leer tal versículo o tal frag-mento.

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PARA CONOCER AL CRISTO

Es de toda forma impcsible conocer a Jesús y a su verdadera religión, siempre olvidada y despreciada, si no se leen los Evangelios y las Cartas Apostólicas: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que brota de la boca de Dios". Y es imposible comprender bien el Evangelio y los Evangelios, si no se ha leído, si no se continúa leyendo sin cesar, la Santa Biblia, tesoro en el aue siempre se descubren "joyas nuevas y joyas viejas".

Imposible es comprender la resonancia que, en los corazones de los oyentes de Jesús, tuvieron estas pala-bras: "Yo soy el Buen Pastor, si previamente no se ha leído a Miqueas, a Isaías y Ezequiel, particularmente el capítulo 34 de este último profeta, el deportado, al cual tanto amó San Juan, tal vez por haber sido él mismo un deportado.

Es imposible comprender las palabras de Cristo en la Cruz, si no se han leído frecuentemente los salmos, si no se los ha cantado a menudo en el corazón. Cuando Jesús dice: "Sed tengo". El expresa que tiene "sed de su Padre"; cuando El dice: "En tus manos encomiendo mi espíritu", El está tranquilo, porque "nada hay que pueda arrancarlo de la mano del Padre" y El está se-guro de ser rescatado. El salmo 21, del cual Jesús cita un versículo, lo dice enteramente.

La escena dé'la Anunciación a María cobra un nue-vo relieve, cuando se han leído los textos de las prome-sas hechas a David y los relatos de las anunciaciones del Antiguo Testamento.

. . . LEED LA BIBLIA

¿Qué os queda por hacer? Al leer la Biblia, lápiz en mano, vais a ir de descubrimiento en descubrimiento. No temáis estropear un poco un libro que ha de ser ante todo un útil de trabajo. No temáis subrayar tal o cual texto, que deseáis encontrar fácilmente para rele-

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erlc, de anotar al margen numerosas indicaciones, que os permitirán volver a encontrar, a través de toda la Biblia, los pasajes que se aclaran o se aluden mutua-mente.

No temáis encontraros a veces en la Biblia con grandes pecadores, hombres míseros; esto mismo debe daros confianza, por poco que conozcáis ya vuestra pro-pia miseria, que es la común miseria de todos los hom-bres. Nos habría resultado imposible vivir en la intimi-dad de Jesús, si no hubiéramos encontrado a la Magda-lena junto a la Virgen. Y poco importan los pecados pasados, con tal que en el futuro sepáis conservaros puros de las inmundicias de este mundo y vivir en el Amor y en la Misericordia. La primera historia de la Biblia, después de la creación, es la historia de un pe-cado —o mejor aún, la historia del pecado-— seguida de la promesa del perdón.

La Biblia es la historia de la misericordia, es la promesa del reino hecha a los pequeños, a los fieles, a los valientes.

J.-G. GQURBILLON, O. P.

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BREVE HISTORIA DE LOS HEBREOS

Damos, a continuación un breve resumen de la historia de los Hebreos, que será de gran utilidad para ubicar los principales acon-tecimientos, dentro clel conjunto de la Histo-ria Bíblica.

Hace poco menos de cuatro mil años, grandes pue-blos vivían en las costas mediterráneas de Asia y de Africa. Ellos habían fundado dos reinos poderosos: La Caldea y el Egipto. Entre .estos dos reinos se encontra-ban dos pequeños países: Siria y Canaán (llamado tam-bién Palestina). En ellos vivían diversas poblaciones, que se mantenían del cultivo de la tierra y de los pro-ductos de sus ganados, entre las cuales estaban los He-breos, encabezados por el patriarca Abrahán. Este hom-bre y su familia eran originarios de Ur, en Caldea; ha-bían emigrado a Palestina en el siglo XIX antes de nuestra era.

Corresponde a la Historia Sagrada el contarnos la vida de Abrahán y de sus descendientes. Las presentes notas sólo tienen por objeto situar estos acontecimien-tos en el curso de la historia general del mundo antiguo.

Abrahán -—antes del cual es imposible señalar al-guna fecha a ninguno de los acontecimientos mencio-nados en la Biblia— emigró, sin duda, a Palestina, ha-cia la época en que el gran rey Hamurabi reinaba en Caldea.

La vida nómade y agrícola de las tribus surgidas

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de esta emigración, duró alrededor de cuatro siglos. Después, los hebreos, llamados el pueblo de Israel, según el sobrenombre dado por Dios a Jacob, emigraron a Egipto, sin duda al delta del Nilo, mucho más rico y productivo que su país.

Allí fueron objeto de parte de los egipcios, de una explotación que muy pronto se convirtió en esclavitud. Hacia el año 1250 antes de nuestra era, Dios les sus-citó un libertador, en la persona de Moisés; bajo su dirección los hebreos cruzaron el Mar Rojo, para regre-sar a su patria. Después de una permanencia de cua-renta años en el desierto, los israelitas emprendieron la conquista de Palestina, con la toma de Jericó (hacia el año 1200).

El reparto en doce territorios, correspondientes a las doce tribus, y el establecimiento progresivo en el país de Canaán, fue seguido de un período difícil, lleno de luchas contra los antiguos moradores recalcitrantes; este período es llamado el período de los Jueces y duró alre-dedor de dos siglos.

El pequeño pueblo hebreo se desarrolla y pretende organizarse como un reino, al par que sus vecinos. El último Juez, Samuel, que es también profeta, terminó, después de una larga indecisión, por conceder al pueblo la constitución de un reino. Saúl fue consagrado rey ha-cia el año 1000.

Saúl no es todavía más que pequeño rey local; su reino no es más que un preludio. Es a David, su sucesor, a quien le será permitido afirmar el poder real, sobre la tribu de Judá en un principio, después sobre el total de las tribus israelitas.

A David sucedió, en el 970, Salomón, quien organiza el reino de Israel, pacta alianzas con Egipto y con Tiro y construye el Templo de Jerusalén.

Poco después de su muerte, bajo el reinado de Ro-boam, en 930, estalla entre las tribus una disensión que las llevó al cisma: diez tribus (las del norte) se sepa-ran de Judá y de Benjamín, para constituirse en reino independiente, el reino de Israel. Este reino del norte durará unos dos siglos; su capital, Samaría, será con-quistada por Sargón II, rey de Asiría, en 722.

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El otro reino, el de Judá, escapó a esta catástrofe, y continuó existiendo en la forma de un estado tampón, entre los dos grandes rivales: Egipto y Asiria (la que luego será absorbida por Babilonia).

El rey Josías emprendió, en 622, una amplia refor-ma religiosa y social, cuyos efectos fueron de corta du-ración. El reino de Judá declinó lentamente hasta la expedición de Nabucodonosor, que se tomó a Jerusalén en 598.

El conquistador transformó a la Judea en estado va-sallo, deportó a una parte de la población y estableció en ella un virrey: Sedecías. Mas, habiéndose éste rebe-lado, Nabucodonosor asaltó a Jerusalén por segunda vez y le prendió fuego en 589. Esta vez fue deportada a Ba-bilonia la casi totalidad de la población, mientras que un gobierno caldeo administró el país conquistado.

El destierro de los israelitas duró hasta que Ciro, rey de los medos y los persas, —que se había apoderado de Babilonia en 538— autorizó, el mismo año, el regreso de los deportados, bajo la dirección de Zorobabel.

En adelante, los israelitas, privados de sus reyes, trataron de organizarse como una comunidad religiosa. En 331, Palestina fue conquistada por Alejandro Magno.

A- partir de 323, la Judea pasó sucesivamente a la dominación de la dinastía de los Generales de Alejandro, que se habían repartido su imperio. Más tarde, entre 175 y 163 antes de nuestra era, los judíos pasaron por un período en extremo penoso, de servidumbre y de perse-cución de parte del rey de Siria, Antíoco Epifanes. Fue la época de la revuelta y de la guerra santa de libera-ción, emprendida por Judas Macabeo.

La Judea disfrutó entonces de unos cien años de in-dependencia. Estuvo gobernada por un príncipe de la fa-milia de los Asmoneos, descendientes de los Macabeos.

En el año 63 A. C., Pompeyo el Grande, a la cabe-za de las legiones romanas, invadió la Palestina, la que fue convertida en provincia romana. Poco más tarde, César la dividió en cuatro partes, administrada cada una por un tetrarca. Puso al frente de la Galilea a un prín-cipe judío llamado Herodes.

En el año 7 de nuestra era, el gobierno de Judea fue

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concedido a un procurador romano. Pero ya se esboza un nuevo movimiento de independencia, que provocó fi-nalmente la represión romana, una guerra civil y el úl-timo sitio de Jerusalén, que fue tomada por el Empera-dor romano Tito, en el año 70 de nuestra era. Con esto termina la historia de los antiguos israelitas.

Fue alrededor del año 5 antes de nuestra era, cuan-do Jesús nació en Belén, siendo Augusto Emperador de Roma. Jesús murió en la cruz probablemente en el año 30. El Apóstol San Pablo se convirtió probablemente en el 36. San Pedro sufrió el martirio en Roma el 64, San Pablo en el 68; el Apóstol San Juan murió en Asia por el año 100.

PAUL PESSELECQ.

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CUADRO DE LA HISTORIA BIBLICA

Plan de la Historia Bíblica

Fecha de los aconteci-mientos

Libros correspon-

dientes

Fecha de la Composición de los Libros, según las

hipótesis de los actuales sabios.

Preámbulo: Necesidad del Cristo

Creación Pecado original Decadencia

I.—En marcha hacia el Cristo.

1) Constitución del pue-blo escogido.

Abrahán y los Patriarcas

Moisés y la Alianza

Conquista de la Tierra Prometida.

2) Formación del pueblo escogido.

El Génesis

Hacia 1800

Hacia 1225

Siglo XIII

de 1150 a 1035

El Génesis

El Exodo El Levítico El Deutero-nomio

Josué

a) por la doctrina: Los Profetas Del siglo IX

al siglo V

Jueces

Rut I - I I de muel I - I I de Reyes

Sa-

los

las I - I I de Crónicas Amos, Oseas, Isaías, Mi-queas Jeremías,

Los cinco prime-ros libros de la Bi-blia encierran las antiguas tradicio-nes, anteriores a Moisés. Sin embar-go, la compilación no acabó de tomar su forma definiti-va, sino después del destierro, hacia el siglo V A. C.

Fondo antiguo: siglo X

Adiciones secunda-rias: sielo V Fondo antiguo:

sisrlo X Adiciones secunda-rias: siglo VII

Siglo V Fuentes contempo-

ráneas o muy próximas a los hechos.

Fuentes: Libros históricos anteriores; re-dacción fin del siglo IV,

Plan de la Historia Bíblica

Fecha de los aconteci-mientos

Libros correspon-

dientes

Fecha de la Composición de los Libros, según las

hipótesis de los actuales sabios.

b) por el sufrimiento El Destierro

c) por la paciencia La expectación del

Mesías.

II.—La venida del Cristo

III.—La continuación del Cristo

a) Primeros pasos de la Iglesia

b) Doctrina y vida de los primeros cristianos ..

c) Victoria final y la vuelta del Cristo

597-538

De 538 a Cristo

Nahúm Habacuc Sofonías Ezequiel

Los Salmos

Esdras, Nehemías Ageo, Zaca-rías. Abdías-Ma-laquías. Joel-Daniel Jonás-Job Cantar de los Cantares Tobías-Judit Ester-Pro-verbios Eclesiastés-Eclesiástico. I - I I Maca-beos. Sabiduría

Los cuatro Evangelios San Mateo San Marcos San Lucas San Juan

Hechos Apostólicos Epístolas

Apocalipsis

Conclusión de la compilación des-pués del Destierro.

Mitad del V al fin del IV 520. 500-450. 400.—Redacción si-glo II. Siglo V.—Hacia 450 Siglo IV.— (?). Siglo III.— Siglo I I Siglo III.— Siglo V Siglo III.— Escrito

en hebreo hacia 180; traducido al griego hacia el 120.

Hacia el 100. Hacia el 100.

Entre el 60 y el 70. Entre el 60 y el 70. Entre el 60 y el 70. Entre el 80 y el 100.

Del 50 al 70.

Hacia el 64. "

Hacia el 95.

S O C I E D A D B I B L I C A CATOLICA INTERNACIONAL

1.— Constituyese la Sociedad Bíblica Católica Interna-cional en la Pía Sociedad de San Pablo, bajo los auspicios del "Centro de Preservación de la Fe" de la Sagrada Congrega-ción del Concilio.

2.— La Sociedad Bíblica Católica se inspira en la devo-ción a Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida.

3 — El fin de dicha Sociedad es el estudio, la producción, la difusión y la meditación de la Sagrada Biblia, especial-mente del Evangelio, para alimentar la fe, la moral v la pie-dad cristiana.

4,— La principal obligación de los Socios es la oración para que la palabra de Dios, escrita en la Biblia, llegue a todos los hombres presentada según las enseñanzas de la Iglesia Católica. Rezarán, al menos en las oraciones de la mañana, la jaculatoria: "Oh Jesús Maestro, Camino. Verdad v Vida, tened piedad de nosotros".

5.— La acción de la Sociedad Bíblica Católica tiene los siguientes alcances:

a) Cuida v produce ediciones de toda la Biblia o de partes de ella, especialmente del Evangelio y de las Epísto-las de San Pablo. Tales ediciones se adaptarán a las distin-tas condiciones v grado de cultura de los lectores v harán resaltar en sus notas y comentarios, la doctrina., la moral y el culto litúrgico, como asimismo su relación con el texto.

Además de la prensa, se utilizarán los discos del Evan-gelio, las películas y las proyecciones cinematográficas, las proyecciones de radio y televisión, los cuadros bíblicos, las filminas, los diapositivos y enasto el progreso técnico pone al servicio de la palabra divina.

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b) Promueve fiestas, jornadas, triduos y semanas bíblicas en honor de Jesús Maestro; tanto en las Parroquias como en las Diócesis, en los Institutos y Asociaciones; con especiales conferencias, predicaciones y recepción de los santos Sacra-mentos; con difusión capilar del Libro Sagrado; con bendi-ción solemne del Santísimo Sacramento y al texto del Evan-gelio. Entre otras cosas promoverá, donde ello fuere posible, la iniciativa de entregar el Evangelio en una Ceremonia so-lemne.

c) Fomenta la exposición del Texto Sagrado en lugar de honor en las iglesias, en las familias, los institutos, las es-cuelas, las asociaciones.

d) Fomenta en todas partes un más amplio conocimien-to de la Biblia, ya sea mediante cursos bíblicos por corres-pondencia, ya con triduos y semanas para clases cultas, ya con publicaciones varias referentes a la Biblia, etc.

e) Procura que todos los Socios tengan y lean la Biblia, o al menos el Evangelio, y que se funden Grupos para la lec-tura común del Evangelio.

6.— La Asociación se rige por un Presidente, que de jure es el Superior General de la Pía Sociedad de San Pablo o un Delegado suyo; por un Consejo de cuatro miembros, de los cuales dos son elegidos de común acuerdo por el Su-perior General de la Pía Sociedad de San Pablo y la Supe-riora General de la Pía Sociedad Hijas de San Pablo, y dos son propuestos por el "Centro de Preservación de la Fe" y nombrados por el mismo Presidente.

7.— Dependientes de la Dirección General, existen Cen-tros Nacionales, Diocesanos y Parroquiales. Los primeros se constituyen bajo la Conferencia Nacional del Episcopado (ex-cepción hecha en Italia); los Diocesanos, bajo el Ordinario Diocesano; los Parroquiales, bajo el Párroco.

8.— Son socios:

Ordinarios, los que se inscriben y se obligan a poseer al menos el Evangelio y leer un trozo del mismo cada semana.

Promotores, los que con la oración, la palabra, las obras

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y el ejemplo se obligan a celar el conocimiento, la difusión y la lectura del Sagrado Texto.

Sostenedores, los que procuran medios y organizaciones para la difusión de la Biblia o del Evangelio y para un más amplio y profundo conocimiento del Texto Sagrado, como asimismo los que contribuyen con limosnas para regalarlo a las personas menos pudientes v en las tierras de misión.

Beneméritos, aquellos que, con diligente y amoroso cui-dado, se obligan a profundizar la palabra de Jesús, especial-mente si son sacerdotes, y a presentarla a los hermanos del modo más convincente y atrayente, como primera fuente de la doctrina, de la moral y de la liturgia de la Iglesia Católica.

9.— Las obligaciones asumidas no fuerzan bajo pena de pecado.

10.— Los sacerdotes, cuando las leyes litúrgicas lo per-mitan, pueden celebrar la Misa en honor de Jesús Divino Maestro, concedida a la Pía Sociedad de San Pablo.

11.— Bajo los auspicios y la guía del "Centro de Preser-vación de la Fe" de la Sagrada Congregación del Concilio, cumplen el trabajo de organización, redacción y secretaría las Hermanas Hijas de San Pablo v la Pía Sociedad de San Pablo, de común acuerdo, a norma de sus respectivas Consti-tuciones y según el decreto N."? 14065 del 19 de marzo de 1956, de la Sagrada Congregación de los Religiosos.

12.— Los detalles se fijan en un reglamento especial.

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I N D I C E

¿QUE ES LA BIBLIA? 7 Cómo conocer la Biblia 8 La filiación de la Biblia 8 La Biblia y su nombre 9 Las lenguas de la Biblia 9 El país de la Biblia 10 Un libro variado y vivo 12 En resumen 14 El Mensaje de la Biblia 15 El Dios único 15 El Mesías que ha de venir 17 Asombro de los historiadores 18 La Biblia palabra de Dios 19 Bajo la inspiración de Dios 21 Una autoridad divina 22 COMO LEER LA BIBLIA 25 Las dificultades 25 ¿Cómo leer la Biblia? 26 La paciencia de Dios 27 Buscad la ciencia 30 A pesar del mal 31 Distinguid los estilos 33 Penetrad todos los sentidos 35 UN ITINERARIO 37 Principiando por los Evangelios 38 De los Evangelios a los Profetas 39 De los Profetas a los libros Históricos y a la Ley 40 De los Evangelios a los libros Sapienciales y a los Salmos . . . 41 Partid desde el centro 41 Leed con fe 42 . . . Con inteligencia 43 . . . Para conocer al Cristo 44 . . .Leed la Biblia 44 BREVE HISTORIA DE LOS HEBREOS 46 Cuadro de la historia Bíblica *'. 50

E D I C I O N E S P A U L I N A S Presentan a sus amigos lectores la

C O L E C C I O N B I B L I C A

En su p repa rac ión cooperaron varios autores . Recordemos t a n sólo a a lgunos de ellos: J. G. Gourbil lon, J . P ier ron, G. Ki t te l H. Muñoz, H. J . Troadec, Ch. Haure t , P. Pesselecq, J. Dehilly, M. Chasles, Th. G. Chif f lo t , etc.

Los textos, v e r d a d e r a m e n t e originales e in te resan tes , es-t á n a la p o r t a d a de todos y serv i rán sin duda p a r a fac i l i t a r la lec tura de la Biblia.

He aquí los pr imeros t í tulos de esta colección:

1.—Cómo leer la Biblia

2.—Biblia y Evangelio

3.—Evangelio y Evangelios

4.—Cómo leer el Evangelio

5.—El Cristo del Evangelio

6.—La Biblia y la Virgen

7.—Pablo y su vida

8.—Qué es la Biblia. Cómo debemos leerla

9.—Los libros de la Biblia (1.? parte)

10.—Los libros de la Biblia (2.^ parte)

11.—La no;ha y la fiesta de Pascua

12.—La Fuente de Agua Viva

13.—Ei soplo y si Espíritu de Dios

14.—El Espíritu que da la vida

15.—Hablemos del Evangelio

CADA TOMO El) 0,35

Pedidos a:

L I B R E R I A S A N P A B L O

Casilla Postal 3746 - Santiago