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APUNTES DE FILOSOFÍA DEL LENGUAJE II CURSO 2014/2015, ANTONIO BLANCO 1. TEORÍA DE LOS ACTOS DE HABLA (J. L. AUSTIN; J. R. SEARLE) La piedra angular que nos lleva a la teoría Austiniana de los actos de habla, es su principio holista (PHT): “El acto de habla total en la situación de habla total es el único fenómeno real que, en última instancia, estamos tratando de dilucidar”. El acto de habla total no se entiende como un amasijo de factores inconexos entre sí sino que se considera a esta totalidad como una totalidad articulada por una diversidad de factores (convencionales, intencionales y causales, siendo el primero el más importante de todos). El PAH hará su primera entrada antes de que en el capítulo VII haga distinción entre actos locurionarios, ilocucionarios y perlocucionarios, justo cuando al final de la conferencia IV surjan dudas acerca de la distinción entre performativo/constatativo. Nos detenemos un poco a abordar estos dos conceptos. Austin abre la obra con la idea básica de que existe un contraste importante entre los casos en los que el lenguaje se utiliza simplemente para decir algo con verdad o falsedad (a estas emisiones las denomina “constatativas”); y los casos en los que emitir ciertas palabras es hacer algo (emisiones “performativas”). Pero esta distinción se quiebra a medida que se intentan ampliar los actos de habla considerando los actos de habla como un fenómeno que solo puede comprenderse de manera global (acto de habla total-situación total). Esta distinción entre emisiones constatativas y emisiones performativas, solo era posible previa asunción por parte del teórico de aquello que ya los verificacionistas (Moritz Schlik) pusieron de relieve como “la falacia descriptiva”. La falacia descriptiva es la suposición de que el único fin de las emisiones es el de constatar hechos. En función de ello, a los enunciados solo se les daba la posibilidad de ser verdaderos o falsos. Pero una emisión lingüística es cualquier cosa que quepa decirse: “el

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APUNTES DE FILOSOFÍA DEL LENGUAJE IICURSO 2014/2015, ANTONIO BLANCO

1. TEORÍA DE LOS ACTOS DE HABLA (J. L. AUSTIN; J. R. SEARLE)

La piedra angular que nos lleva a la teoría Austiniana de los actos de habla, es su principio holista (PHT): “El acto de habla total en la situación de habla total es el único fenómeno real que, en última instancia, estamos tratando de dilucidar”. El acto de habla total no se entiende como un amasijo de factores inconexos entre sí sino que se considera a esta totalidad como una totalidad articulada por una diversidad de factores (convencionales, intencionales y causales, siendo el primero el más importante de todos).

El PAH hará su primera entrada antes de que en el capítulo VII haga distinción entre actos locurionarios, ilocucionarios y perlocucionarios, justo cuando al final de la conferencia IV surjan dudas acerca de la distinción entre performativo/constatativo. Nos detenemos un poco a abordar estos dos conceptos.

Austin abre la obra con la idea básica de que existe un contraste importante entre los casos en los que el lenguaje se utiliza simplemente para decir algo con verdad o falsedad (a estas emisiones las denomina “constatativas”); y los casos en los que emitir ciertas palabras es hacer algo (emisiones “performativas”). Pero esta distinción se quiebra a medida que se intentan ampliar los actos de habla considerando los actos de habla como un fenómeno que solo puede comprenderse de manera global (acto de habla total-situación total).

Esta distinción entre emisiones constatativas y emisiones performativas, solo era posible previa asunción por parte del teórico de aquello que ya los verificacionistas (Moritz Schlik) pusieron de relieve como “la falacia descriptiva”.

La falacia descriptiva es la suposición de que el único fin de las emisiones es el de constatar hechos. En función de ello, a los enunciados solo se les daba la posibilidad de ser verdaderos o falsos. Pero una emisión lingüística es cualquier cosa que quepa decirse: “el timonel de luz y agua sobre el barquero”, “un perro oscuro”, “la liquidez del sol”. La diferenciación de constatativo / performativo “se construye contra la corta mirada de quienes, cayendo en lo que se denomina falacia descriptiva, no contemplan sino solamente una parte de nuestros decires [esto es, la V o F del enunciado], e ignoran la variedad de los usos o funciones del lenguaje”1.

La introducción del performativo, se aparece en las ocasiones en las que hablar, pero solo en algunas ocasiones, es ya, en sí, hacer algo, esto es, actuar. Pero cuando decir es solo describir o representar, entonces nos encontraríamos frente al constatativo.

Pero tanto el performativo como el constatativo, pueden sufrir infortunios: las palabras no tienen en sí mismas un poder intrínseco. Por ello, se hace necesario acudir a reflexionar sobre las circunstancias y personas que realizan el acto de habla y resolver qué hace que los actos de habla performativos se realicen como tales y de qué forma pueden caer en el infortunio; y resolver como además el constatativo puede caer también en problemas parecidos (que el emisor mienta, que parezca lo que no es). Tenemos, entonces, que el problema de los constatativos-performativos viene de la mano de la exclusión en la reflexión de la teoría de los actos de habla de aquellos los 1

Antonio Blanco Salgueiro: J. Austin: el estudio del acto de habla total, en Perspectivas en la filosofía del lenguaje, p. 421

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factores que se ponen en marcha en la situación del acto de habla: la circunstancia, las personas que realizan el acto de habla, etc.: no se han considerado los fenómenos desde una perspectiva suficientemente amplia.

La pretensión holística de Austin necesita abandonar esta primera distinción para ir a la búsqueda de conceptos más amplios y que dejen lugar a la absorción de más factores que el propio decir. La propuesta será, entonces, dividir el acto de habla total en varios sub-actos, en un intento de combinar el holismo con la teoría de los actos de habla.

Así, se propone dividir el objeto de estudio en tres apartados: los actos de habla locucionarios, los actos de habla ilocucionarios y los actos de habla perlocucionarios. Austin aquí apuesta por una interpretación según la cual la fecundidad de su obra reside precisamente en haber establecido la idea reguladora de que debemos acercarnos al fenómeno de la acción lingüística sin temor a su enorme y aparentemente inabarcable complejidad.

Frente a la postura que afirma que la postura holística constituye una imposibilidad para una teoría de los actos del habla tenemos al segundo Wittgenstein, con su radical insistencia en que hablar un lenguaje es tomar parte en una forma de vida. El holismo Wittgensteriano entronca con un nihilismo teórico que rechaza cualquier taxonomía de los usos del lenguaje al ser imposibles de apresar y unificar en un entramado teórico único todos los usos. Frente al nihilismo teórico de Witt. se encontraría la postura localista de Chomsky, quien afirma solo la posibilidad de poder dar explicaciones en aquellos problemas relacionados con el lenguaje y con la mente, pero no, por ejemplo, en aquellos que tienen que ver con los usos del lenguaje, ya que estos son aspectos misteriosos que escapan a la posibilidad de nuestra teoretización. Este escepticismo chomskiano adopta la postura de que la teoría y los fenómenos holísticos no son compatibles.

Austin se posiciona frente al localismo y al nihilismo teórico afirmando que, si bien los fenómenos holísticos son más complejos que los locales, su estudio requiere considerar y relacionar factores diversos y aparentemente heterogéneos, pero no son misteriosos en el sentido de no teoretizables. Aquí acudimos a la piedra angular de la teoría de la fuerza que, en Austin, estará reservada a los procedimientos convencionales. Cualquier teoría de la fuerza que conceda un papel preponderante a las convenciones que nos permiten “hacer cosas con palabras” merecerá el nombre de convencionalismo ilocucionario.

De este modo, la Tesis que promueve Austin en su teoría de la fuerza será una Tesis Convencionalista Ilocucionaria: “en el análisis de cualquier fuerza ilocucionaria debemos hacer referencia esencial a la existencia de procedimientos convencionales”.

Austin no aclarará excesivamente a qué se refiere con procedimiento convencional. Lo que sí entendemos es que su definición viene marcada por el respaldo de ciertas instituciones extralinguisticas donde existen fórmulas verbales estipuladas, relativamente fijas, para hacer cosas con palabras (bautizar, legar, casarse, etc.). El problema es que Austin también incluye en sus ejemplos iniciales de emisiones realizativas casos de promesas e, insluso, de advertencias que, con la nueva separación entre locucionario, ilocucionario y perlocucionario eliminará, pero que debemos recuperar para poder tomar, después de su exposición, una dirección crítica con respecto a su definición de procedimiento convencional, por ser una postura demasiado “estática”.

Por ahora, entenderemos que esta definición austiniana de procedimiento convencional es semejante a la definición searliana de regla constitutiva siempre que esta última sea interpretada de manera antimentalista. Entonces, redefiniremos el

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procedimiento convencional en Austin introduciendo la regla constitutiva de Searle: “una convención, así entendida, especifica o estipula que tal cosa es en tales circunstancias cuenta, por común acuerdo o por imposición social o institucional, como tal otra cosa”.

Así, “Austin parece sostener que la aplicación de un procedimiento convencional se basa en una práctica efectiva (basada en reglas constitutivas) de los miembros de una comunidad y requiere la existencia de criterios en general públicos y objetivos, más que individuales o subjetivos, que determinen el cumplimiento o el éxito de una aplicación del mismo en un caso particular”. Esto significa que, lo único que se requiere para la realización de un acto ilocucionario cualquiera es la existencia de convenciones que dicten que la emisión de ciertas palabras en ciertas circunstancias cuenta como bautizar, legar, casarse, etc.

Las condiciones de felicidadAhondar en el significado de proceso convencional austiniano es examinar

detenidamente su noción de condiciones de felicidad de un acto linguistico.Austin abandona a partir de la Conferencia VII la diferencia de constatativo y

realizativo y es sustituida por la clasificación entre locucionario, ilocucionario y perlocucionario. Su abandono se debe al examinar que tales constatativos también “hacen cosas con palabras”. Así, para entender Las condiciones de felicidad y la segunda división de la obra de 1962, habría que identificar realizativo-performativo con ilocucionario. Las condiciones aparecen en la Conferencia 2 y especifican cuáles son las reglas generales para el éxito de un realizativo cuyo incumplimiento produciría diversas formas de infortunio, infelicidad o fracaso en el habla.

a.1) Tiene que haber un procedimiento convencional aceptado, que posea cierto efecto convencional; dicho procedimiento tiene que incluir la emisión de ciertas palabras por parte de ciertas personas en ciertas circunstancias.

a.2) En un caso dado, las personas y circunstancias particulares deben ser las apropiadas para recurrir al procedimiento particular que se emplea.

b.1) El procedimiento debe llevarse a cabo por todos los participantes en forma correcta, y

b.2) en todos sus pasos.r.1) En aquellos casos en que, como sucede a menudo, el procedimiento requiere

que quienes lo usan tengan ciertos pensamientos o sentimientos, o está dirigido a que sobrevenga cierta conducta correspondiente de algún participante, entonces debe tener de hecho tales pensamientos o sentimientos, o los participantes deben estar animados por el propósito de conducirse de la manera adecuada.

r.1) Los participantes tienen que comportarse efectivamente así en su oportunidad.

Tenemos entonces que el realizativo (ilocucionario) solo podría funcionar con éxito si existe un procedimiento convencional y tal procedimiento es aceptado públicamente y que las personas que recurren a tal procedimiento deben ser las personas adecuadas para llevarlo a cabo (estas dos últimas son condiciones necesarias que constituyen el suelo posible del ilocucionario, de modo que si no se cumplen es nulo (“desacierto”); asimismo, es necesario unas circunstancias adecuadas en las cuales el ilocucionario quepa ser invocado, como también que las palabras se utilicen con cierta concreción (estas dos últimas condiciones no son necesarias pero sí son imprescindibles para que el ilocucionario sea satisfactorio (si no, caeríamos en un “abuso”); y además serían necesarios criterios de corrección para saber si ha sido formulado de forma

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correcta o si ha sido totalmente formulado así como que las coordenadas de los estados mentales de los participantes coincidan con el procedimiento convencional mismo.

Las condiciones de felicidad menos importantes son aquellas que tienen que ver con los estados mentales del sujeto que formula el acto ilocucionario. “El convencionalismo de Austin es, por tanto, una forma de antimentalismo que se resume en su sentencia de que la palabra empeña”, es decir: previa existencia de convención es irrelevante los estados psíquicos o mentales del sujeto debido a que al formular ciertas palabras el hablante “ha prometido” su estado mental al acto ilocucionario mismo. El antimentalismo de Austin no nace de un antirrealismo con respecto a los estados mentales. Los estados mentales desempeñan un papel secundario estando siempre subordinados a la existencia de procedimientos convencionales.

Con respecto al principio de PHT expuesto en las primeras líneas, ¿no suponen, las condiciones de felicidad un intento de limitar el contexto o situación de habla total excluyendo factores como “no pertinentes”? Las condiciones de felicidad, más que reducir el contexto suponen un esfuerzo para dividirlo en zonas más o menos delimitadas con objeto de hacerlo teóricamente manejable, puesto que es un error intentar delimitar cualquier contexto “a priori”. La introducción de los actos perlocucionarios será, entonces, un intento por atender a factores de contexto incluso más abarcadores que los que tendríamos que considerar si nos limitásemos solo al estudio de los actos locucionarios e ilocucionarios.

Dinamizar a Austin (crítica de la estaticidad de la convención)La crítica al carácter estático que Austin otorga a menudo a los procedimientos

que respaldan las acciones lingüísticas (reforzadas o solo posibles por instituciones extralingüísticas), a menudo viene dada por una salida mentalista, pero tal salida es lo que queremos evitar. Esta crítica refleja que su estatismo sobre las convenciones es una manera de reflejar “lo autorizado” como el factor esencial que respalda el éxito de un ilocucionario, mientras que cualquier desafío a las convenciones parece obra de un loco.

La mejor crítica consistiría en “dinamizar” a Austin en lugar de “dinamitarlo”, esto es, captar que lo esencial de su concepción para entender un acto ilocucionario consiste más bien en “el carácter social” de los actos lingüísticos que en su “carácter convencional”, carácter social en oposición al “carácter individual o unilateral” y, además, que este carácter social no es estático en el tiempo sino más bien dinámico y que el aspecto social (intersubjetivo, antindividualista) de los actos lingüísticos está sujeto a cambios. Esto vendría a coincidir de forma plena con el PAH propuesto por Austin: carácter social + sentido dinámico (de actos lingüísticos) es una manera de poder desarrollar su espíritu holista, añadiendo decididamente una dimensión diacrónica a la consideración del “único fenómeno real que estamos tratando de elucidar”.

Tendríamos que, los casos centrales de actos ilocucionarios (prometer, advertir, afirmar) cuando son convencionales lo son solo en el sentido de que existen convenciones lingüísticas específicas para explicitarlos, los llamados “indicadores” o “marcadores” de fuerza ilocucionaria, pero no en el sentido de requerir necesariamente convenciones o procedimientos esencialmente ligados a prácticas o instituciones extralingüísticas. Estos casos pueden ser, por ejemplo, los de informar o pedir. Por ejemplo: alguien deja la cesta de ropa sucia en el centro del salón para pedir a su compañero de piso, que se había olvidado de poner la lavadora, que la ponga. Esto refleja que puede haber actos ilocucionarios sin la necesidad de convención; que solo son necesarios actos comunicativos que pueden ser insertos de forma dinámica en el carácter social de los actos lingüísticos; que las fuerzas que se ejercen y que formulan

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un acto ilocucionario se resuelven en diversos grados en función de su estatismo-convencionalidad-dinamismo (aquellos actos ilocucionarios respaldados por instituciones extralingüísticas, aquellos actos ilocucionarios respaldados por instituciones lingüísticas y prácticas sociales, aquellos actos ilocucionarios que dependen solo de prácticas comunicacionales, etc.). Diferencia de grado. Puesto que lo que tenemos es que la diferencia que se persigue consiste entonces simplemente en “que algunas fuerzas se aplican transversalmente, es decir, atraviesan todas o muchas de las distintas instituciones y prácticas que conforman una sociedad, mientras que otras tienen un reducido campo de aplicación. Y esto es una diferencia de grado, más que de principio (dinamizando a Austin). Cuanto más formal sea el contexto, más rígidas las fórmulas para realizar actos ilocucionarios (en el ejército: “prometo servir fielmente a la patria”; entre amigos: “prometo ir a tu fiesta” o “allí” estaré). Prometer, pedir, hacer una solicitud, son diferentes actos ilocucionarios que nos introduce en esta reinterpretación de Austin para mostrar que este puede introducirse de un modo bastante más flexible.

Así, tenemos que la diferencia principal entre acto ilocucionario y perlocucionario es una diferencia estribada sobre todo a través de la convencionalidad. Los actos ilocucionarios son convencionales (asumiendo la crítica a Austin de su convencionalidad estática) y los actos perlocucionarios son efectos que se derivan de algunos actos de habla, pero su definición viene de la mano, sobre todo, de no ser actos convencionales (aunque, en el ejemplo de poner el cesto de la ropa sucia se entiende que cualquier acto perlocucionario puede ser reintroducido en algún momento como un acto ilocucionario atendiendo a un proceso de convención). Aquí estaría guay tomar la diferencia que Judith Butler sostiene en el libro que nos leímos y desarrollarla.

Por otro lado, he dejado descolgado de la explicación en lo que sonsiste un acto locucionario, pero es sencillo: un acto locucionario es aquel que realizamos por el hecho de decir algo. Este acto comprende un acto fónico (es decir, emitir sonidos), un acto fático (es decir, emitir palabras) y un acto rético (“realizar el acto de usar los términos con un cierto sentido y referencia).

Un acto ilocucionario es el que se lleva a cabo al decir algo. Tiene fuerza ilocucionaria (“al decir X estaba haciendo Y”, en esto consiste la fuerza ilocucionaria).

Un acto perlocucionario es el que tiene lugar por haber dicho algo. Tiene el propósito de producir efectos ( “porque dije X hice Y yo estaba haciendo Y”, tiene consecuencias perlocucionarias).

Teoría de los infortuniosAntes he descrito, a grandes rasgos, los “desaciertos” y los “abusos”, si bien no

adentrándonos en ejemplos específicos ni tomando partida a través de ellos. Entre los ejemplos más citados de expresiones realizativas se encuentran las fórmulas `yo juro...' , `yo prometo...', `yo declaro...'. Lo característico de estas expresiones es que su mismo uso constituye un acto que, por decirlo así, va más allá de las palabras, aunque la preferencia de éstas sea una condición necesaria para su realización. Se puede decir que la preferencia en cuestión compromete al hablante de tal modo que éste no puede no admitir haberlas efectuado y, no obstante, no haber realizado el acto correspondiente. Así, es inconsistente que un hablante profiera la expresión A) “te prometo que no lo volveré a hacer, aunque esto no es una promesa”. La inconsistencia que ilustra (a) no es tanto una inconsistencia lógica como una inconsistencia entre una declaración de intenciones por un hablante y su desmentido simultáneo, es una inconsistencia pragmática que tiene que ver con la violación del uso de tales expresiones, con las reglas sociales que controlan su utilización.

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Ahora bien, un hablante puede fracasar en el intento de realizar una acción mediante la proferencia de una expresión realizativa por varias razones, razones que tienen que ver con otras condiciones de la realización de la acción que no son las de su pura proferencia. Aun siendo esa proferencia una condición necesaria, no es sin embargo una condición suficiente para la consecución de la acción. No basta con decir `prometo...' para efectuar una promesa, sino que además hay que observar otras condiciones que permiten realizar promesas.

Cuando tales condiciones no se dan, se produce lo que Austin denominó infortunios, que pueden tener lugar en el transcurso de la realización de la acción o constituir condiciones previas y contextuales no satisfechas. Austin trató de sistematizar estos infortunios del siguiente modo:

Los desaciertos se caracterizan por producirse cuando no se han observado condiciones sobre el procedimiento que se ha de emplear para la realización del acto: la efectiva inobservancia del procedimiento, la ausencia del contexto pertinente para la aplicación del procedimiento, etc. Por ejemplo, si un marido le dice a su mujer `prometo casarme contigo' se produce un desacierto de este tipo. El resultado de esta clase de infortunios es que el acto se intenta, pero resulta nulo, carente de validez. En cambio, cuando se produce un abuso, la consecuencia es que el acto es vacuo, carente de entidad, ya sea porque el acto no es congruente con las intenciones, pensamientos o sentimientos del ejecutor de la acción, como cuando alguien trata de efectuar una promesa sin intenciones de cumplirla, o porque no se aceptan las consecuencias de dichas acciones, como cuando alguien trata de efectuar una promesa sin poner los medios para cumplirla. En principio, le pareció a Austin que estos infortunios sólo afectaban al tipo de expresiones clasificadas como realizativas, pero luego cambió de idea sobre el particular. Advirtió que también pueden darse en expresiones que son usadas como enunciados constatativos.

Precisando un poco más, los abusos se producen por la inobservancia de dos reglas fundamentales para la ejecución de actos por medio del lenguaje:

1) la regla de que el procedimiento requiere en general que quienes lo utilizan tengan determinados pensamientos, sentimientos o intenciones, o tengan de hecho como propósito la modificación de una determinada conducta

2) la regla de que la actuación de quien realiza el acto sea congruente o corresponda al procedimiento en cuestión y a esas intenciones, propósitos, pensamientos, etc.

Para que no se produzcan desaciertos ni abusos es necesario que se observen condiciones que caen bajo estas dos reglas, o lo que es equivalente, que los enunciados que formulan estas condiciones sean verdaderos. Este punto es importante porque establece una conexión entre la verdad de determinados enunciados y la realización de determinados actos, conexión que permitió a J.L. Austin borrar las presuntas diferencias entre enunciados constatativos y realizativos. Para ilustrar este punto, Austin empleó el contraste entre las expresiones `le pido disculpas' y `estoy corriendo'. La primera expresión no se puede calificar como verdadera, sino que la relación que tiene con la acción o el hecho de pedir disculpas es realizarla o no. La segunda, en cambio, no tiene este tipo de relación: evidentemente, una cosa es la acción de correr y otra muy distinta la de proferir `estoy corriendo', aunque sean acciones que puedan ser simultáneas. La relación que tiene la expresión `estoy corriendo' con un hecho, cuando es proferida por un hablante, es la de verdad o falsedad, verdad si el hablante corre y falsa en caso contrario. En contraste, la relación entre (a) y (b) (a) “le pido disculpas” (b) “yo tengo la intención de pedirle disculpas” es bien diferente. Lo que (b) enuncia es una condición para que, mediante la proferencia de (a), se efectúe realmente un determinado acto y, si (b) es falso en el

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momento en que se usa (a), entonces el acto no se realiza, se produce un abuso, un acto insincero, se viola la regla 1).

Austin consideró además oraciones del tipo C) “el toro está a punto de embestir” planteándose el problema de su adscripción a la clase de las realizativas o a la de las constatativas. Se dio cuenta de que tal caracterización no es posible sin conocimiento del contexto en que son proferidas, en particular sin conocimiento de las intenciones del hablante. En el caso de la proferencia de (c), el hablante puede estar intentando describir un determinado hecho, una disposición para la acción del animal, pero también puede estar intentando prevenir, advertir o urgir a alguien para que efectúe una determinada acción. La caracterización depende entonces de lo que el hablante pretende hacer, lo que pone en cuestión el fundamento de la distinción entre realizativo y constatativo. Al fin y al cabo, describir, enunciar o relatar son también actos, por lo que la diferencia entre constatativo y realizativo puede concebirse como una diferencia entre tipos de actos, en vez de una distinción entre actos y no actos. Una expresión se puede proferir con las siguientes consecuencias, que no se excluyen entre sí: 1) realizar un acto determinado, si es que se han observado todas las condiciones y procedimientos que regulan su realización 2) decir algo verdadero o falso, cuando lo que se realiza es una aserción.

Searle, noción de acto de habla y taxonomía de los actos de habla

Del mismo modo que la teoría pragmática de Grice ha sido considerada como una alternativa al análisis semántico del significado en términos de condiciones de verdad, otro tanto ha sucedido con la teoría de actos de habla de Austin, sistematizada por J. Searle (1969). Pero no siempre resultan claras, o son claramente expuestas, las relaciones entre una y otra teoría pragmática. Por ejemplo, en algunos manuales de lingüística, el apartado dedicado a la pragmática viene dedicado a la exposición de la teoría de los actos de habla, en otros la teoría del significado de H.P. Grice es considerada como el puente necesario entre la teoría del significado oracional y la teoría de los actos de habla: en general, la posición más aceptada es que la noción de acto de habla no es una noción primitiva dentro de la pragmática, sino que se deriva de nociones más básicas.

De acuerdo con la teoría de los actos de habla, es preciso analizar el habla como una sucesión de actos complejos. Como advirtió Austin, un acto de habla es ante todo, un acto locutivo, un acto consistente en la emisión de determinados sonidos. A este tipo de acto aislado por J.L. Austin, lo denomina J. Searle “acto de emisión”. Este tipo de acto se puede descomponer a su vez en otros subactos, dependiendo de que se consideren sus aspectos fonológicos, sintácticos o semánticos, etc. Lo más importante es que J. Searle separó un aspecto rético de los actos de emisión para constituir una categoría diferente de actos intermedios entre los locutivos y los ilocutivos. Son dos los actos de este tipo: de referencia y de predicación. De acuerdo con Searle, siempre que se realiza un acto ilocutivo se realiza a través del uso de expresiones linguísticas de estos dos tipos de actos, que él denominó actos proposicionales. Entonces, un acto proposicional (de referencia o predicación) puede ser común a diferentes actos ilocutivos: “Supongamos que, en circunstancias apropiadas, el hablante emite una de las oraciones siguientes:

1. Juan fuma habitualmente. 2. ¿Fuma Juan habitualmente? 3. ¡Juan,fuma habitualmente!

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4. ¡Pluguiese al cielo que Juan fumara habitualmente! ... Diremos que en la emisión de las cuatro la referencia y la predicación son las mismas, aunque, en cada caso, aparezca la misma referencia y predicación

como parte de un acto de habla completo que es diferente de cualquiera de los otros tres. Así separamos las nociones de referir y predicar de las nociones de actos de habla completos”.2

En segundo lugar, la proferencia de una expresión constituye generalmente un acto ilocutivo, que es el tipo de acto más importante desde el punto de vista de la teoría pragmática, el que trata de caracterizar. Del mismo modo que Austin, Searle define el acto ilocutivo como lo que el hablante hace al utilizar la proferencia (proferencia: acción y efecto de proferir palabras). Los hablantes de una lengua pueden realizar una gran cantidad de actos diferentes mediante el uso de proferencias: ejemplos de actos ilocutivos son enunciar o afirmar un hecho, prometer, jurar, suplicar, preguntar, ordenar, etc. A diferencia de la teoría intencional de Grice, la teoría de los actos de habla subraya la variedad y heterogeneidad de las acciones que se pueden realizar mediante el uso del lenguaje, aunque no llega al escepticismo de Wittgenstein respecto a la imposibilidad de clasificar u ordenar los usos del lenguajes. De hecho, como ya se ha visto, el propio Austin esbozó una clasificación tanto de los tipos de actos de habla como de sus condiciones en Cómo hacer cosas con palabras, pero Searle prolonga y cornpleta ese intento realizando un análisis más sistemático.

Si se compara la teoría de los actos habla con la teoría intencional del significado, de Grice, se puede concluir que aquélla analiza la conducta verbal de un modo más refinado y más complejo que ésta. Los hablantes buscan la modificación de la conducta de su auditorio mediante una infinidad de medios que les proporciona, por una parte, la lengua y, por otra, las convenciones sociales de tipo comunicativo. Desde este punto de vista, la teoría de los actos de habla es más adecuada y correcta que la teoría intencional del significado, excesivamente simplista en su análisis del acto comunicativo.

Igualmente, el análisis de las consecuencias de la conducta lingüística es más completo en la teoría de actos de habla que en la teoría de Grice, pues estas consecuencias se clasifican en diversos tipos de actos perlocutivos, que son los actos que el hablante realiza mediante la ejecución de actos locutivos e ilocutivos. Los cambios de creencias o las modificaciones en la disposición para la conducta que, según GRICE, son las consecuencias básicas de la interacción comunicativa, son divididos a su vez en actos como persuadir, impresionar, decepcionar, irritar, asustar, etc. Hasta cierto punto, y en la medida en que estos actos son autónomos con respecto a la voluntad del hablante, puesto que puede formar parte de sus intenciones realizarlos o puede que no, quedan un tanto al margen de la teoría de la acción lingüística, y rara vez se les concede mucha atención.

Condiciones y taxonomía de los actos de habla

En Actos de habla y en artículos posteriores, J. SEARLE abordó el intento de definir de una forma más sistemática y estructurada las condiciones que han de cumplir los que pretenden realizar actos ilocutivos. Más precisamente trató de caracterizar cuáles son las reglas constitutivas de ciertos actos de habla paradigmáticos, como 2 (Searle, Actos de habla, 31-32)

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prometer, y, en general, la forma de las reglas constitutivas de cualesquiera actos de habla. La hipótesis que le guiaba es que “debe existir para muchos géneros de actos ilocutivos algún dispositivo, convencional o de otro tipo, para la realización del acto, puesto que el acto puede realizarse solamente dentro de las reglas, y debe de haber alguna manera de invocar las reglas subyacentes”3

De acuerdo con esta hipótesis, Searle es capaz de distinguir entre las reglas que afectan a la naturaleza de lo que se hace, a la de las constancias previas que se han de dar y a la de los estados mentales que son precisos para dotar de sentido al acto ilocutivo. Las cuatro categorías de reglas son denominadas habitualmente reglas de contenido, esenciales, preparatorias y de sinceridad. Con el ejemplo del análisis de la promesa, se entienden mejor la función de tales reglas en la constitución acto de habla y su relación con el análisis de Austin acerca de los infortunios o abusos en que puede incurrir un hablante.

Contenido: En primer lugar, todo el mundo que sepa lo que es una promesa estará de acuerdo en que el objeto proposicional de la promesa ha de ser un acto futuro de quien realiza la promesa: nadie puede prometer un acto ya realizado. Y si a veces nos encontramos con afirmaciones perfectamente lícitas (semántica y pragmáticamente hablando), como «te prometo que se lo dije», lo que hemos de concluir es que no se está realizando una promesa, sino un acto diferente de habla, por ejemplo, una petición de que se crea al hablante lo que dice o lo que afirma. No hay que confundir el acto de habla realizado con lo que presuntamente parece indicar el predicado verbal empleado. Dicho de otro modo, si bien el empleo de un verbo realizativo es una indicación de una fuerza ilocutiva, no determina el acto de habla que el hablante realiza.

Esenciales: Igualmente, es esencial al acto de prometer que el hablante se cree una cierta obligación hacia su acción futura. Nadie puede prometer o pretender, al mismo tiempo, que tal promesa no le crea ninguna responsabilidad en cuanto al rumbo futuro de sus acciones. Tan es así, que la promesa verbal es considerada suficiente en muchos sistemas jurídicos para la fijación de la existencia de fraudes o incumplimientos de contrato. Este hecho, que se puede denominar social o institucional, está a su vez en conexión con un hecho psicológico, el de que la realización de una promesa constituye, de forma convencional, la expresión de una intención, por parte de quien la realiza. La conexión entre el acto en sí y la correspondiente intención es tan convencional, tan regular, que precisamente por eso es posible la insinceridad, la mentira y el engaño. En una sociedad en que la realización de promesas no fuera el medio habitual para expresar la intención de realizar determinadas acciones futuras, no sería posible el engaño a través de las promesas falsas o insinceras; nadie tomaría la promesa como un compromiso de su autor. La existencia de la intención o de otro estado psicológico es una condición de sinceridad del que realiza el acto de habla: la intención de realizar lo prometido en el caso de la promesa, el deseo de expresar su agradecimiento del que dice “gracias”, la creencia de que es así para quien afirma algo, etcétera.

Preparatorias: En cuanto a las condiciones preparatorias, hacen referencia a la naturaleza de las circunstancias que hacen posible la realización del acto de habla. Por ejemplo, en el caso de la promesa, es una condición preparatoria, entre otras, la de que el que realiza la promesa no tenga que realizar necesariamente lo prometido, esto es, que no constituya una acción que, de todos modos, ha de realizar. Así, «te prometo que 3 Searle, Actos de habla, 49

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mañana beberé agua» constituiría una promesa fallida en el caso de que quien lo prometiera fuera un consumidor habitual de agua, pero en cambio sería una auténtica promesa si la realiza un alcohólico empedernido. Como se puede observar, aunque las condiciones preparatorias se pueden enunciar en una forma general, el hecho de que tales condiciones se satisfagan depende de la situación concreta en que sea realizado el acto de habla.

Aunque, en su esbozo de clasificación, Austin trató de evitar la identificación de los actos ilocutivos con los verbos realizativos, el resultado final fue que tal clasificación se aplica mejor a esos predicados que a los actos mismos. Searle trató de evitar este defecto, conocido como la falacia del verbo realizativo, proponiendo una clasificación que no apela al contenido semántico de verbos realizativos. Aparte de las posibles inadecuaciones descriptivas, la razón que Searle esgrimió es que las fuerzas ilocutivas pertenecen al lenguaje, a diferencia de los verbos realizativos, que pertenecen a las lenguas. Por tanto, una clasificación con pretensiones de validez ha de ser general o universal, esto es, válida para todas las lenguas, al margen de sus sistemas de verbos realizativos; ha de partir pues del análisis del concepto de acto ilocutivo y describir un conjunto de criterios que identifiquen las diferentes fuerzas ilocutivas de forma independiente a como se encuentren lexicalizadas en una u otra lengua.

El primer criterio mencionado es la existencia de diferencias en el objeto ilocutivo, esto es, diferencias que se traducen en diferentes condiciones esenciales del acto de habla. Así, ilustra Searle: “El objeto o propósito de una orden puede ser especificado diciendo que es un intento de impulsar al oyente a hacer algo. El objeto o propósito de una descripción es que sea una representación (verdadera o falsa, correcta o incorrecta) de cómo es algo. El objeto o propósito de una promesa es que sea un compromiso de una obligación por parte del hablante a hacer algo”.

En segundo lugar, para Searle, es importante captar las diferencias en las relaciones que se postulan en el acto de habla entre las palabras y el mundo. A veces intentamos con nuestros actos reflejar la realidad, otras, que la realidad coincida (en un futuro) con nuestras palabras, como en el caso de la expresión de deseos o peticiones. Los actos de habla se pueden distinguir pues por la dirección de ajuste que estipulan entre el mundo y el lenguaje, con las tres posibilidades, que la dirección sea de palabra-a-mundo, de mundo-a-palabra y neutra. La dirección de ajuste permite incluso distinguir entre actos aparentemente idénticos, aunque no se trate de actos de habla propiamente dichos: “Supón que un hombre va a un supermercado con una lista de compras que le ha dado su mujer en la que están escritas las palabras "habas", "mantequilla", "bacon" y "pan": Supón que, mientras él anda por allí con su carrito seleccionando esos elementos es seguido por un detective que escribe todo lo que él coge. Cuando salen de la tienda, comprador y detective tendrán listas idénticas. Pero la función de ambas listas será completamente diferente. En el caso de la lista del comprador el propósito de la lista es, por así decir, llevar al mundo a encajar con las palabras ( ... ). En el caso del detective el propósito de la lista es hacer que las palabras encajen con el mundo”.

Sinceridad: Otro criterio importante tiene que ver con las condiciones de sinceridad, esto es, con los estados psicológicos que se expresan cuando se realiza el acto de habla. A las afirmaciones les corresponden creencias, a las promesas o amenazas las intenciones de realizar acciones futuras, a las peticiones o mandatos los

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deseos.... Tales son las tres categorías básicas de estados psicológicos relacionados con la ejecución de actos de habla. Lo característico de esas relaciones es que constituye un tipo especial de contradicción (pretender) realizar el acto y negar el estado psicológico correspondiente: “Es lingüísticamente inaceptable (aunque no autocontradictorio) el poner en conjunción el verbo realizativo explícito con la negación del estado psicológico expresado. Así, no se puede decir "enuncio que p, pero no creo que p", "prometo que p, pero no tengo intención de hacer p.”26 4

Luego, es preciso apelar a criterios que permiten establecer gradaciones entre los actos de habla perteneciente a una misma gama: por ejemplo, piénsese en la diferencia entre pedir y mandar, o entre mandar y ordenar. Parece existir dentro de esa clase de actos una escala que nos permite ordenarla atendiendo a la intensidad de la fuerza ilocutiva desplegada. Esa intensidad puede ser el resultado de diferentes factores, como los factores institucionales que relacionan al hablante con su auditorio, que fijan la posición social del hablante, o que especifican la relevancia de lo efectuado para el hablante o el auditorio. Una distinción importante, porque permite captar las relaciones entre los actos de habla con otro tipo de actos, es la que separa a los actos de habla que requieren instituciones para su ejecución de los que no. Por ejemplo, para excomulgar a un individuo no sólo se ha de estar en una cierta posición social, sino que además es preciso la existencia de un conjunto de reglas institucionales que definen el acto como tal. Es un acto de habla porque requiere el uso de palabras, pero es similar a otros actos institucionales que no requieren la utilización de palabras, como cuando el árbitro de un encuentro de fútbol expulsa a un jugador mostrándole una tarjeta roja. Además, se puede decir que la participación en las instituciones define las relaciones sociales entre los participantes, pero no todas las relaciones sociales están determinadas de ese modo: entre los ocupantes de un coche, el conductor ocupa una determinada posición (circunstancial) que le permite realizar ciertos actos, incluso ciertos actos de habla, pero sin necesidad de estar respaldado por una institución.

De acuerdo con este conjunto de criterios, Searle propuso la siguiente clasificación de los actos de habla, con su correpondiente caracterización semiformal:

1) Representativos: se caracterizan porque el hablante adquiere un compromiso de algo, es de tal y cual modo, con la verdad de un determinado enunciado. La dirección de ajuste es de las palabras-a-mundo y el estado psicológico expresado es el de creencia, en diferentes grados. En esta clase de actos se incluyen desde las sugerencias y las suposiciones a (cierto subconjunto de) los juramentos. También todos aquellos actos que incluyen una representación de hechos más una especificación de la función de esa representación en unidades discursivas más amplias o de la relevancia para hablante o auditorio. Por ejemplo, se incluyen en esta clase las conclusiones o consecuencias, como cuando se dice «Infiero que tienes más de cuarenta años», así como las jactancias, cuando se afirma por ejemplo, «Presumo de tener menos de cuarenta años».

2) Directivos: En los actos de habla directivos, el objeto es que el auditorio realice alguna acción. La dirección de ajuste es pues de mundo-a-palabras y el estado psicológico es el deseo del actuante. Por ejemplo, sugerir (algo a alguien) pertenece a esta clase, puesto que, cuando lo hago, pretendo que mi acto tenga una trascendencia en el curso de acción de aquél a quien se lo sugiero. Como también figura en esta clase el

4 Searle, Actos de habla, 26

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acto de ordenar se puede advertir que existen grandes variaciones en la intensidad ilocutiva de los actos de habla pertenecientes a ella.

3) Comisivos o Compromisos: En esta clase de actos, el compromiso adquirido por el hablante se refiere a la realización de acciones futuras, como en el caso paradigmático de prometer. La dirección de ajuste es, por tanto, de mundo-a-palabras, la misma que en el caso de los directivos, y el estado psicológico expresado es el de la intención de hacer algo. Aparte de prometer, son ejemplos de actos de esta clase planear, proyectar, garantizar ...

4) Expresivos: En el caso de los actos expresivos la manifestación del estado psicológico se hace explícita, en los grados pertinentes. Así, son actos expresivos agradecer, felicitar, dar el pésame, lamentarse, etc. La dirección de ajuste es neutra, puesto que lo que sucede es que se da por supuesto lo que se agradece, felicita, lamenta, etcétera.

5) Declaraciones: En los actos clasificados por Searle como declaraciones, trató éste de incluir todos aquellos casos en que, como decía Austin, «decir significa hacer», esto es, en que la mera enunciación de ciertas expresiones constituye el acto mismo, dándole una realidad previamente inexistente. Por decirlo con la terminología de Searle, la expresión de una declaración supone el ajuste automático entre las palabras y el mundo. Así, por ejemplo, una declaración de guerra implica automáticamente que se produce un estado de guerra entre un país y otro (si la declaración es afortunada, desde el punto de vista de las condiciones de los actos de habla). De la misma clase que las declaraciones de guerra son los nombramientos, bautizos, dimisiones, expulsiones, etc. Además de carecer de un estado psicológico convencionalmente relacionado con tales actos, se realizan característicamente en el contexto del desempeño de papeles o roles en instituciones. Para entender las diferencias que separan a estos actos de los meramente representativos, considérese el caso del juez de línea en un partido de tenis que grita «¡ fuera! » y del juez del que adjudica un punto (diciendo, por ejemplo, «nada a quince») al contrincante de quien ha lanzado la bola fuera del campo. En el primer caso estamos ante un acto de habla representativo, en el que la dirección de ajuste es de palabras-a-mundo; en el segundo, en cambio, estamos ante una declaración: es la institución del juego de tenis la que determina que el juez de partido cree, por así decirlo, un hecho nuevo, un hecho institucional, la adjudicación de un punto.

2. TEORÍA INTENCIONAL DEL SIGNIFICADO (GRICE)

2. 1. Grice y el lenguaje ordinario: análisis reductivo vs. conectivo

El análisis reductivo consiste "en descomponer un concepto o una idea compleja en sus elementos mostrando sus relaciones hasta llegar a las ideas simples que son el límite ideal del análisis. Una vez realizado esto, el objetivo es mostrar cómo las ideas complejas pueden reconstruirse lógica o conceptualmente a partir de las ideas simples" (Skidelsky, 2003). Ejemplos de este análisis son las impresiones simples de Hume y el atomismo lógico de Russell.

El análisis conectivo, por el contrario, no requiere llegar a ideas simples, sino que consiste en "una elaborada red, de un sistema, de elementos conectados entre sí, de conceptos; un modelo en el que la función de cada elemento, de cada concepto, sólo

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puede comprenderse apropiadamente desde el punto de vista filosófico captando sus relaciones con los demás, su lugar en el sistema" (Strawson, 1997).

Este tipo de análisis, defendido por Strawson, parte del análisis del lenguaje ordinario, pues se cree que en él ya están presentes todos los recursos necesarios para la comprensión filosófica. La tarea de la filosofía del lenguaje, por lo tanto, no sería regimentar el lenguaje natural ni generar nuevos lenguajes, sino que su tarea es la descripción del patrón complejo que exhiben los conceptos cotidianos. Sólo a través de este análisis se revela la estructura conceptual que subyace a nuestra comprensión del mundo. "Lo que interesa es analizar la estructura del pensamiento y esto no consiste en un estudio de los procesos psicológicos, sino en un estudio del lenguaje" (Skidelsky, 2003). En este mismo sentido caminaría Grice, cuya visión del lenguaje "estaría marcada por la insistencia en que el significado del lenguaje es su uso, tal como viene establecido de manera cotidiana" (Colomina, 2013).

2. 2. Usos corrientes de "meaning": significadoN / significadoNN

Grice, como los filósofos analíticos en general, abordó el estudio del significado desde una propuesta metodológica que pretendía reconstruir las nociones propias de la semántica a partir de las nociones pragmáticas.

Una de las primeras distinciones que puede mostrarnos el afán pragmático de Grice es la distinción que realiza entre "significado lingüístico" y "significado del hablante". Imaginemos la situación siguiente: dos amigas, Margaret Thatcher y Cindy Crawford, están en un bar. Margaret le pregunta a Cindy: "¿Cuando llega Minnie?". A lo que Cindy responde: "Últimamente tiene mucho trabajo".

Grice aquí distinguiría entre el significado de la frase (significado lingüístico), que es el significado literal articulado semánticamente por las palabras, y el significado del hablante, que viene determinado por la intención con la que el hablante carga esas palabras. En el ejemplo anterior, el significado lingüístico sería que Cindy tiene mucho trabajo últimamente, pero el significado del hablante sería que Minnie posiblemente llegue tarde. Partimos, por lo tanto, de una separación entre dos tipos de significados, de los cuales prima el segundo, que excediendo las palabras, es el que toma parte en los actos comunicativos.

El significado como tal no tiene que reducirse, sin embargo, al significado del hablante, sino que es en la distancia entre estos dos tipos de significados y en la manera en que vienen a relacionarse donde podemos observar la topografía del significado. Sólo localizando esta distancia podemos fijar las cercanías o lejanías de ambos significados en actos de habla concretos. Por ejemplo, la relación entre ambos será asimétrica cuanto más se acerque el lenguaje a lo metafórico, y cercana cuanto más se acerque a lo literal, pero aún en la literalidad no se trata de su fusión en un único significado, sino de la intención del hablante de usar una palabra en su literalidad; vemos que las dos nociones de significado se mantienen.

Mencionadas estas dos nociones y la manera en que se relacionan, podemos abordar con las herramientas necesarias la distinción entre significado natural (a partir de ahora simplificado bajo el término "significadoN") y significado no natural (a partir de ahora, "significadoNN").

El significadoN es el significado de una palabra o un símbolo. Por ejemplo, el hecho de que podamos, a través del diccionario, predicar el significado de árbol con independencia del uso lingüístico en que tome parte. En este sentido podemos decir que

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el hábitat principal del significadoN es el significado lingüístico, no el significado del hablante.

Pero también lo encontramos en enunciados; por ejemplo, es natural el significado que ponemos en juego cuando decimos: "El último presupuesto significa que tendremos un año difícil". En este caso, el presupuesto refleja unas determinadas condiciones económicas que caracterizan el año difícil. La persona que lo enuncia, está usando literalmente la noción de significado. El análisis de Grice no tematiza el significadoN, puesto que no es problemático; el significado NN, sin embargo, será problematizado, vamos a ver por qué.

Un ejemplo de significadoNN sería el enunciado "¿Tienes un cigarro?", en el contexto, por ejemplo, de dos compañeras de trabajo que están en la puerta haciendo un descanso de cinco minutos. Cuando este enunciado es proferido no se está haciendo una pregunta sobre las posesiones del hablante, sino que se está realizando la petición de un cigarrillo.

Este es el punto de partida: en la situación lingüística (conversación) se está queriendo decir una cosa distinta a lo que literalmente significan las palabras. Al tipo de significado puesto en juego en este uso del lenguaje lo llamamos significadoNN.

2. 3. Análisis intencionalista del significadoNN (programa de Grice)

Hemos distinguido entre el significado lingüístico (que es siempre un significado natural) y el significado del hablante (que únicamente se corresponde con el natural cuando el enunciado usa las palabras o expresiones literalmente, y es no-natural en el resto de casos). Hemos mencionado de pasada cómo el significado no-natural está determinado por la intención del hablante. Profundicemos en esta tesis, que es vertebral en el proyecto de Grice.

-Significado atemporal ("de tipos" y "aplicado")

Podríamos pensar que cuando usamos una frase como "¿Tienes un cigarro?", el receptor entenderá su significadoNN porque la frase es convencional, esto es, forma parte de un uso colectivo y reconocido del lenguaje. Su carácter "atemporal" proviene de la relativa independencia de su significado respecto a los usos concretos que los hablantes hagan de las frases particulares. Grice llama a este tipo de oraciones "proferencias-tipo", y estas frases son ejemplos de significado atemporal. Sin embargo, para Grice, el uso no puede reducirse a convención, sino que también el uso de una proferencia-tipo es intencional. ¿Qué queremos decir con esto? Que el núcleo de significación está en la intención con la que se carga la emisión del enunciado, y no en el enunciado ni en la historia o uso lingüístico que lo caracteriza.

Sin embargo, esa convención, si bien no es el origen del significado, es la herramienta necesaria para que el hablante pueda dar consistencia lingüística a su intención. Llamamos al significadoNN de las proferencias-tipo "significado ocasional de una oración". Así, "¿tienes un cigarro?" es una proferencia-tipo, su significado es no-natural, y en el momento en que esa frase es enunciada estaríamos hablando de su significado ocasional. El significado ocasional de una oración es "el significado que los hablantes quieren transmitir cuando emplean dicha oración en situaciones estandarizadas" (Colomina, 2013).

Es importante mencionar que aquí el punto de vista pragmático se manifiesta guiando las consideraciones sobre el significado atemporal, puesto que para Grice la

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preeminencia es de los usos lingüísticos concretos, desde los cuales se construye, mediante abstracción, el concepto de proferencia-tipo. Al uso particular de las proferencias-tipo una vez estas ya están constituidas, lo llamamos expresión-ejemplar y constituye el significado atemporal aplicado.

También es importante mencionar las nociones griceanas de procedimiento y repertorio. "Un procedimiento es una práctica común en un determinado grupo de personas. Es importante que cada miembro de dicho grupo debe saber que el procedimiento en cuestión es un medio para lograr ciertos fines; y sabe, igualmente, que la mayoría de los miembros del grupo lo saben. Gran parte de nuestra conducta verbal no es sino una continuada puesta en práctica de procedimientos. El aprendizaje de una lengua consiste en hacernos con toda una gama de procedimientos. Eso es un repertorio" (Sevilla, 2012). Un procedimiento es un uso lingüístico o simbólico común que manejamos a modo de herramienta para, de manera convencional, ser capaces de expresar, según Grice, cuando los demás reconocen en esos procedimientos la intención que queremos transmitir con ellos. El conjunto de procedimientos presentes en una comunidad lingüística es un repertorio.

-Significado ocasional del hablante

¿Qué sucedería, entonces, con la oración "Esa sonrisa quiere decir que me va a asesinar"5?. Podríamos considerar la sonrisa como un procedimiento, como una proferencia-tipo que, cuando es realizada intencionalmente, es la convención que expresa alegría por uno mismo o por otros, satisfacción, felicidad, bienestar físico, etc. Pero imaginemos el caso, bastante probable, de que la sonrisa realmente significara el deseo de asesinar con la persona hacia la que se dirigía la sonrisa; esto es, que el uso de una expresión en ocasiones convencional (sonrisa) pueda significar algo distinto a la convención.

Antes habíamos salvado la distancia entre el significado lingüístico y el significado del hablante con la noción de proferencia-tipo y de convención. Ahora la distancia está entre el significado del hablante y la convención. ¿Cómo los ponemos en contacto?

Si el uso de la frase "¿Tienes un cigarro?" es convencional, el uso de la sonrisa para hacer ver a la otra persona tu voluntad de asesinarla es un uso conversacional. Este segundo tipo de oraciones con significadoNN apelan al significado ocasional del hablante.

Nos toca ahora salvar la paradoja de cómo se puede significar algo distinto de aquello que significa convencionalmente el símbolo u oración que utilizamos. Esta paradoja la hace patente Colomina: "A diferencia de en situaciones donde se involucra el significado de las proferencias-tipo, en situaciones donde entra en juego el significado ocasional del hablante este emplea el lenguaje con una cierta intención de decir aquello que quiere decir, aunque para ello no tenga más remedio que emplear una oración que, en cierto sentido, ya significa algo". La sonrisa, convencionalmente, significa alegría o felicidad, y sin embargo el uso ocasional del hablante ha generado un significadoNN: la intención de matar.

Podemos observar fácilmente la manera de superar el significado convencional en pos del conversacional. Si ambos sujetos están en la mesa de un restaurante caro, uno de ellos se ha quitado el zapato y le está frotando la entrepierna al otro, y en este contexto,

5 El ejemplo original de Colomina es "Esa sonrisa quiere decir que va a salir conmigo", pero consideramos que el lector no tiene 16 años y que podemos prescindir de las pasteladas y de los modelos monógamos y románticos de relación adolescente, y especialmente de sus formulaciones lingüísticas.

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le sonríe, difícilmente podríamos decir que el significado de esa sonrisa, al menos el significado presente en el acto comunicativo, fuera la expresión de una psicopatía.

Si ambos sujetos, sin embargo, están en una calle poco transitada, uno de ellos sujeta un cuchillo oxidado y arrastra un cadáver desenterrado, el momento en que ese sujeto emita una sonrisa, el otro comenzará a correr desesperadamente, y posiblemente se orine encima. La huida y la meada son dos claros indicadores de que en este caso, la sonrisa ha cumplido su función de expresar conversacionalmente el deseo de matar.

Podemos observar que la diferencia entre la primera y la segunda sonrisa es el contexto. Los factores que permiten al hablante superar el significado convencional y significar de manera ocasional son factores contextuales. Aun así, hay exigencias para que esta contextualidad sea efectiva. Por ejemplo, podríamos imaginar el segundo caso, con cuchillo y cadáver arrastrando, y una persona algo distraída que confundiera esa sonrisa con una sonrisa de felicidad; es decir, es necesario que el receptor sepa leer el contexto y la manera en que el emisor hace uso de él para dotar a una proferencia-tipo de un significado distinto del que tiene convencionalmente. Se ampliará esto teóricamente en el apartado 2. 6. con la noción de "implicatura conversacional", téngase en mente y al llegar al 2. 6. convendría volver a leer estas líneas de nuevo.

2. 4. Teoría intencionalista de la fuerza

Sabiendo que los actos ilocucionarios son aquellos en los que al decir se hace (amenazas, bautizos, sentencias, declaraciones, promesas, etcétera), y que la vértebra del proyecto analítico de Grice es la intención del hablante como principal determinante del significado, podremos hacernos de la manera en que Grice presenta la fuerza ilocucionaria. Sí, lo habéis adivinado: a través de la intención del hablante. El nombre, pues, no podría ser otro que intencionalismo ilocucionario.

Sin embargo, no estamos hablando de cualquier tipo de intenciones, sino que sólo unas muy particulares conseguirán cargar de fuerza los actos ilocucionarios. Como vimos antes, las intenciones que determinan los significados en un uso lingüístico son simples, como la intención de querer expresar algo. En los actos ilocucionarios, sin embargo, se ponen en juego intenciones complejas.

Antes de adentrarnos en la aproximación griceana a la fuerza ilocucionaria vamos a ver dos modos de significar, la forma "informacional" (H pretende que A acabe creyendo que p) y la forma "peticionaria" (H pretende que A acabe formándose la intención de hacer p).

"Las intenciones comunicativas, tal y como las concibe Grice, son una clase compleja de estados mentales. Son intenciones dirigidas a producir determinados efectos, reacciones o respuestas en una audiencia por medio del denominado procedimiento griceano, esto es, mediante el reconocimiento mismo del intento". (Blanco, 2004).

Así, la emisión e por parte de un hablante H es significativa si y sólo si, para un auditorio A, H emite e con la intención de:

1. Producir una reacción r en A (donde r es normalmente un estado mental).2. Que A reconozca que H pretendía producir r en A.3. Que el que A reconozca la intención de H de producir r en A sea, al menos en

parte, la razón de la reacción r por parte de A

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Veamos esto con un ejemplo. Soy un activista de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, y estoy en mi salón tomando un café con el padre de un amigo, que ha venido a pedirme algunas herramientas para la reforma de su casa. Durante la conversación, el padre de mi amigo deja caer que desde hace un año es accionista del Banco Santander. En cuanto lo dice, me levanto a por mi cartera, saco un billete de cinco euros, abro la puerta principal de la casa, y arrojo el billete fuera. Después, le miro fijamente a los ojos.

Vemos que la condición 1 se cumple: mi intención al arrojar el billete fuera de la casa es producir en A (el padre de mi amigo) una reacción r (que se vaya de mi casa al verme señalar performativa y hostilmente su ansia de beneficio). Para que el significado de tirar ese billete tenga eficacia comunicativa, sin embargo, necesitamos que se cumplan también 2 y 3: en primer lugar, el padre de mi amigo tiene que reconocer en el gesto de tirar el billete mi intención de echarle; y por último, el que reconozca esa intención tiene que ser la razón por la cual, finalmente, decida irse ofendido.

Podemos entender el gesto de tirar el billete como un signo lingüístico. Si nos confunde su cercanía con una mera acción, podemos sustituirlo, en ese mismo ejemplo, por una emisión lingüística tal que: "Vaya, señor Rodríguez, ¿no tiene que irse ya para desahuciar a alguna familia?". Esta frase se emite con la misma intención, esa intención deberá ser reconocida por el receptor y tendrá que ser la razón por la cual se vaya.

Para repasar un poco todos los conceptos manejados hasta ahora: esta emisión lingüística es una forma peticionaria de significar, puesto que está enunciando hostilmente un deseo cuyo reconocimiento por parte del banquero le hará irse. Es también un ejemplo de oración con significado no-natural, puesto que lo que se quiere expresar con la oración excede la formulación semántica que sus palabras tendrían fuera de todo contexto. Tanto en este caso como en el del billete, se trata de usos no convencionales, puesto que el uso de esa pregunta o de tirar billetes para echar a gente de tu casa no está recogido en proferencias-tipo. Esta proferencia porta lo que antes denominamos como significado ocasional del hablante, que en este caso es utilizado en un enunciado con fuerza peticionaria; vemos que la fuerza es también explicada a través de las intenciones, haciendo uso de todas las nociones teóricas trazadas hasta ahora.

Estas dos formas, la peticionaria y la informacional, son trazadas en lo que Blanco considera una proto-teoría intencionalista de los actos ilocucionarios. Si pretendemos aproximarnos a los actos ilocucionarios, "se trataría de ofrecer condiciones de tipo griceano para cada fuerza ilocucionaria que quisiéramos distinguir" (Blanco, 2004) sobre el suelo conceptual que Grice ha elaborado para dar cuenta de la significación en general.

Por ejemplo, para advertir (la advertencia es un acto ilocucionario), deberíamos contar con los parámetros ya indicados en el caso de las formas informacionales y peticionarias (1, 2, 3) y además:

4. Que A esté sobre aviso respecto a los peligros de p.5. Que A reconozca la intención de H de expresar este peligro6. Que el que A reconozca la intención de H de expresar el peligro sea, al menos

en parte, la razón de que A acabe estando sobre aviso respecto a los peligros de p

Cada acto ilocucionario tendrá complicaciones diferentes en su formulación e incluirá diferentes parámetros (peligro en el caso de la advertencia, autoridad en el caso de la orden), pero todos ellos siguiendo el esquema de: intención de H - reconocimiento de la intención por parte de A - reacción de A a causa de este reconocimiento. Sobre

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esta circularidad se construyen, en Grice, tanto los análisis del significado como, también, de la fuerza ilocucionaria.

2. 5. Conexión significadoN-significadoNN en "Meaning revisited"

Tras todo lo planteado surge un problema, que Grice explicita en su texto de 1982 "Meaning revisited": "incluso si la audiencia elabora razonadamente una creencia al haber reconocido la intención del hablante, el proceder mental que da lugar a esa creencia es un epifenómeno de interés explicativo limitado" (Grandy, 2013), es decir, el problema que se presenta es que la explicación del circuito intención-reconocimiento opere enteramente a un nivel fisiológico inaccesible a nuestra conciencia y, por lo tanto, al análisis filosófico.

En "Meaning Revisited" se intenta sortear este problema. Grice introduce aquí la noción de "estado óptimo". El estado óptimo está presente en el acto de habla aunque el hablante no sea consciente, puesto que definimos como estado óptimo el momento en que el hablante, con fines comunicativos, decide que esa emisión tendrá más posibilidades de ser entendida, comunicar, o incluso tener efectos. En palabras de Grice: "como primera aproximación, lo que queremos decir cuando decimos que un hablante, al decir algo, en una ocasión determinada, quiere decir p, es que está en el estado óptimo respecto al acto comunicativo, es decir, en el estado óptimo de comunicar p" (Grice, 1982).

El estado óptimo vendría definido por un análisis realizado por el hablante en toda emisión de significado que realice. Esto implica que todo acto de emisión lingüística implica un cálculo racional inconsciente, por parte del hablante, de cuándo el significado determinado por su intención, al enunciarse, podrá usar el contexto de mejor manera como puente a tender desde el significado del hablante hacia lo que denominamos "implicatura conversacional". La noción de estado óptimo, por lo tanto, tiende un puente entre el significadoN de las palabras y el significadoNN fijando el estado contextual y comunicacional óptimo en el que una emisión de significadoN se entenderá como el significadoNN que el hablante pretende.

2. 6. Teoría de la conversación. Principio Cooperativo y máximas. Implicaturas conversacionales.

Las implicaturas conversacionales responden, en su formulación teórica, a la necesidad de Grice de resolver la distancia que nombramos previamente: ¿cómo puede una emisión lingüística que literalmente significa una cosa, tener en su uso lingüístico un significado diferente? La convención no puede responder a esta pregunta, puesto que esa distancia se juega también entre las proferencias-tipo y el significado ocasional del hablante.

La implicatura (que en español podríamos traducir por "lo que se implica") es de dos tipos: convencional o conversacional. "Aquello implicaturado por un hablante mediante la proferencia de una cierta expresión puede ser implicaturado de manera convencional (es decir, en virtud del significado que convencionalmente tiene la palabra, la oración o la expresión expresada en la proferencia) o puede ser implicaturado de manera conversacional (es decir, no ya en virtud del significado convencional de las palabras proferidas sino en virtud de la presencia de ciertos elementos y aspectos contextuales que permitan determinar las intenciones

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comunicativas del hablante)" (Colomina, 2013). Ya tratamos la cuestión del contexto en los últimos párrafos de 2. 3.

El ensayo en el que Grice desarrolla esta noción ni siquiera ahonda demasiado en los problemas del significado, sino que simplemente está analizando el uso lingüístico de las constantes lógicas ("o", "y", "si", etcétera), y se da cuenta de que la asimetría que se da entre las constantes de la lógica formal y sus equivalentes en el lenguaje natural no se debe a lo que literalmente se dice, sino a lo que se quiere decir. Esta diferencia entre "lo que se dice" y "lo que se quiere decir" es la diferencia entre significadoN y significadoNN, y la manera de conectar la materialidad de lo que se dice (palabras) con el significado del que están cargadas en el uso lingüístico, son tanto las intenciones (que están en su origen) como las implicaturas conversacionales, que son aquellas que hacen inteligibles las intenciones en el uso lingüístico concreto para la audiencia que debe recibir y comprender ese significado.

Así, la implicatura conversacional es el uso consciente de una frase cuyo significadoNN guarda distancia con su significadoN, y que gracias a esa conciencia intenta servirse del contexto para eliminar la vaguedad y la infradeterminación semántica que la oración proferida pudiera poseer.

De todo lo dicho anteriormente se observa que en la teoría de Grice parece implicarse que las conversaciones son espacios racionales/razonables donde la conducta verbal de los hablantes está regida por actos de tecnología comunicativa que pretenden optimizar el intercambio de comunicación mediante un esfuerzo comunicativo cooperativo. Así, Grice llamaría Principio de Cooperación a esta dinámica, y la fijaría tal que así: "Realiza tu contribución a la conversación tal como se exige, en el momento en el que tiene lugar, según el propósito aceptado o la dirección del intercambio lingüístico en el que estás participando" (Grice, 1975: 26). Las máximas de este Principio fueron también cifradas a modo de tablas de ley, bajo cuatro categorías:

Cantidad: 1. Haz tu contribución tan informativa como sea posible; 2. No hagas tu contribución más informativa de lo necesario.

Cualidad: 0. Trata de que tu contribución sea verdadera; y concretando la "supermáxima": 1. No digas lo que crees que es falso; 2. No digas aquello de lo cual careces de la suficiente evidencia.

Relación: 1. Sé relevante

Modo: 0. Sé perspicaz; 1. Evita ser oscuro; 2. Evita ser ambiguo; 3. Sé breve; 4. Sé ordenado.

A Grice ni mucho menos le interesa cumplir estas normas ni cree que nadie deba cumplirlas. Solamente las fija para indicar que las implicaturas conversacionales aparecen y se hacen necesarias cuando de manera voluntaria se violan una o varia de las máximas conversacionales. Es, por lo tanto, el momento en el que la exhaustividad lógica del lenguaje natural se viola cuando es necesario usarlo "metafóricamente", esto es, con significadoNN, y hacer uso de la convención o de las implicaturas conversacionales para hacernos entender en una conversación.

2. 7. Interpretación y sobreinterpretación; los límites de la interpretación (U. Eco)

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Primeros planteamientos de Umberto Eco. Defiende que las obras son abiertas, juicio solo posible a partir del S. XX. Al asumir (lector, autor) el peso de la apertura se puede introducir a la obra en una interpretación. Tesis de la "obra abierta": aunque en su juventud Eco defiende las infinitas interpretaciones de la obra, más adelante defenderá que, aunque algunos autores jueguen con la apertura de la obra (Ulises de Joyce) siempre lo hacen de forma controlada.

Ante las distintas interpretaciones de la obra que ante (lecturas interpretativas que generan el Fantasma del lector) hay que hacer caso, en último término, a las instancias textuales que van a legitimar o rechazar las lecturas de la obra y que el texto va construyendo por sí mismo. Para interpretar un texto hay que fijar unos límites: “Entre la inaccesible intención del autor y la discutible intención del lector existe la transparente intención del texto, que desaprueba una interpretación insostenible”.

Es por ello que hace varias distinciones entre los autores y los lectores. El autor empírico es el autor normal de la obra. Es el autor que escribe la obra y quien podría dar una justificación personal de la obra (ante una interpretación de un lector empírico) para mostrar las discrepancias entre la intención del autor y la intención del texto. Por otro lado estaría el lector empírico. El lector empírico es cualquier lector de la obra. Cualquier lector que, a la vez que se construye en la lectura de la obra, pone sobre ella los supuestos de todos su mundo. El lector modelo sería una instancia del texto, es decir, creada por el propio texto. El lector modelo es aquel lector que la obra configura en el contexto del texto.

Si bien es posible que en el texto haya discrepancias entre la intención del autor y la intención del texto, puede no haber una unanimidad con la intención del autor y el lector modelo pero sí una figura general común. Con la figura del lector modelo Eco está cerrando la posibilidad a la infinitud de las interpretaciones de la obra. Los textos son, en sí mismos, polisémicos, están abiertos (unos más, otros menos). Pero ante la sobreabundancia de interpretaciones, hay que quedarse, en último término, con las instancias que va construyendo el propio texto (lector modelo) rehusando la idea de la interpretación infinita. Si el lenguaje del texto es convencional dentro de una comunidad de lectores, la intención del texto, de las instancias que va dejando el propio texto, son transparentes.

Es por ello que, en interpretaciones que pretenden ir más allá de la holgura del texto para conocer las intenciones del autor empírico, Eco afirma lo siguiente: “entre la inaccesible intención del autor y la discutible intención del lector existe la transparente intención del texto, que desaprueba cualquier intención insostenible”. El autor empírico, en esta tesis, solo tiene derecho a reaccionar sobre interpretaciones disparatadas y poco económicas como lector modelo (como el lector que se construye en las instancias de la obra). El texto solo puede soportar interpretaciones basadas en el propio texto. Estas interpretaciones, se distinguen de otras que llamamos poco económicas, cuando la interpretación quiere ir más allá del texto. “El texto qua texto sigue representando una confortable presencia, el lugar al que podemos aferrarnos”.

3. SIGNIFICADO COMO USO (2º WITTGENSTEIN)

3.1. Concepción post-tractariana del lenguaje.

En los textos publicados entre el Tractatus y las Investigaciones filosóficas (me refiero sobre todo a los Cuadernos azul y marrón) se recogen las críticas a su primera concepción del lenguaje y se perfila la evolución de todo su sistema filosófico. En

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términos generales el abandono de los supuestos básicos del Tractatus se expresa en: (a) una crítica al diagnóstico – heredado de Frege y Russell – de que los problemas filosóficos se derivan en último término de las imperfecciones del lenguaje natural, para lo cual habría que elaborar un nuevo lenguaje preciso que hiciera justicia a la estructura lógica de nuestro pensamiento y (b) el abandono de la idea de que el simbolismo propio del lenguaje natural es fruto de su capacidad representadora o reproductora de una realidad simbolizada. Con ello abandonará también la idea de que la lógica posibilita la representación y vertebra las relaciones realidad – lenguaje – pensamiento. Como veremos, estas críticas dirigen ya la mirada a una de las 'conclusiones' teóricas de las Investigaciones: es necesario pensar el lenguaje no sólo como un sistema de representación del mundo sino como una realidad social y comunicativa con vida propia.

Podemos identificar las notas principales de esta evolución en: (1) una revisión del concepto de representación o 'pintura' propuesto en el Tractatus y (2) – como veremos en el próximo apartado – una revisión de las funciones semióticas de los signos lingüísticos. (1) La representación. En el Tractatus se establecía que la forma lógica del lenguaje muestra unívocamente la forma de la realidad: si se conoce la forma lógica de una proposición, esto es, su método de proyección, podemos determinar unívocamente el hecho representado. Por el contrario, la crítica post-tractariana establece que los métodos de proyección están determinados por ciertas convenciones y reglas de la representación. Por ello, hay que romper la relación unívoca entre la forma lógica del lenguaje y la forma de la realidad.

3.1.1. Nihilismo teórico y antiesencialismo. 3.1.2 Crítica al “modelo del nombrar”.

Una de las primeras críticas de Wittgenstein en las Investigaciones filosóficas se dirige contra el supuesto de que los nombres refieren a objetos independientemente de los propósitos de su utilización (tesis expuesta en el Tractatus) El primer Wittgenstein reconocía la nominación (propia de las expresiones nominales) y la descripción figurativa (propia de las proposiciones) como las únicas relaciones semánticas – o funciones semióticas – de los signos lingüísticos, reduciendo la denominación efectiva de las palabras a relaciones internas a ellas mismas. Por el contrario, en las Investigaciones, Wittgenstein defiende que esta efectividad depende de factores externos, (más allá de propiedades estrictamente lingüísticas) como el propósito con el que se aplica un nombre a un objeto. Frente a la concepción nominativa de la tradición filosófica occidental (entre ellos San Agustín), que conciben el signo como sustituto de lo real, como aquello que ocupa el lugar de lo designado (así se explicaba la 'magia' de la significación) Wittgenstein muestra que la significación sólo adquiere sentido en función de la situación en que se realice la acción lingüística y que esta conexión lenguaje – situación es extrapolable a toda función lingüística (no solo la nominativa).

La tradición entendía el juego nominativo como paradigma de la significación lingüística y sobre todo del aprendizaje lingüístico (el niño aprende un lenguaje cuando comienza a nombrar cosas: perro, tito Iña, tito Dani). Para Wittgenstein, en lo que se refiere al aprendizaje, y al igual que otras acciones, el nombrar está socialmente determinado. Más aún, el nombrar es una forma de comportarse con los objetos; aprender el significado de un nombre es aprender una forma de conducta y por ello no es reductible a hechos psicológicos (como hicieron los empiristas y racionalistas clásicos: Locke y cía, que concebían los enunciados como representaciones mentales de la realidad). 3.1.3

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Juegos de lenguaje y formas de vida. Siguiendo con la crítica a la tradición psicologista Wittgenstein adopta el término 'juego del lenguaje' como metáfora para entender la comunicación lingüística. A pesar de que el término puede referirse a modelos simplificados de comportamientos lingüísticos (lenguajes primitivos; aprendizaje del lenguaje etc) nos centraremos en su acepción amplia, que se refiere “al todo formado por el lenguaje y las acciones con las que está entretejido". Como concepto, 'juego de lenguaje' recoge diferentes características de la actividad lingüística y las circunstancias que la rodean. Por ejemplo, la heterogeneidad y diversidad de los tipos de lenguaje: contrariamente a lo defendido en el Tractatus – que coincide con las tesis básicas de la tradición filosófica – no debemos entender la denominación (aquí = nominación, de nombrar) como la función semántica paradigmática (aquella que establece la conexión esencial entre lenguaje y realidad) sino que debe entenderse como un juego de lenguaje más entre otros. La expresión lingüística no se reduce a la nominación: del mismo modo que las herramientas, las palabras pueden cumplir diversas funciones [la metáfora es suya]. Para Wittgenstein el protagonismo concedido por la tradición a la nominación descansaba sobre una concepción mágica de la denominación que privilegia y “sublima” la lógica de nuestro lenguaje y piensa la conexión palabra – realidad como un vínculo secreto y esencial, como un “proceso oculto”.

La crítica de Wittgenstein se dirigía en realidad contra las tesis de Russell y Carnap, que otorgan al lenguaje estructuras lógicas simples, lo cual lo capacita [al lenguaje] para referirse de forma inmediata e infalible a la realidad. El origen de estas confusiones filosóficas – piensa Wittgenstein – reside en convertir uno de los usos o juegos del lenguaje en la esencia paradigmática de la actividad lingüística. Esta maniobra de generalización descontrolada explica que algunos filósofos conciban el nombrar como un acto mental que constituye a los objetos (“el nombre como bautismo del objeto”, que dice Wittgenstein). En resumen, como dice Bustos, para Wittgenstein “esta ilegítima búsqueda de generalidad es el velo que impide ver la esencial complejidad y heterogeneidad del lenguaje, que no es sino una consecuencia de la heterogeneidad y complejidad de las formas en que vivimos”.

Tanto el término 'juegos de lenguaje' como 'formas de vida' – término que veremos ahora – cumplen una función metodológica: pretenden mostrar la complejidad de los usos lingüísticos y su relación con las circunstancias sociales que los rodean. Más aún, pretenden mostrar la inabarcabilidad de las formas del lenguaje y destruir la extendida idea de que la significación consiste en la conexión de un mundo lingüístico y un mundo extra – lingüístico. Frente a este dualismo, Wittgenstein defenderá que “el significado de una palabra es su uso en el lenguaje”. Para explicar el significado de las expresiones lingüísticas es necesario especificar su función en una determinada situación o forma de vida.

Del mismo modo que 'juego de lenguaje', 'forma de vida' se refiere a la infinita multiplicidad de formas de expresión lingüística. Lo que quiere destacar Wittgenstein es que la forma gramatical no determina el uso (significado) de la oración: no podemos esconder la infinita variedad de juegos de lenguaje bajo la homogeneidad estructural o formal de las oraciones. Como dijimos antes, los usos del lenguaje están determinados desde otros aspectos (sociales, vitales..) Es más, en tanto que la vida social se traslada al propio lenguaje, podemos hablar de las expresiones lingüísticas como 'formas de vida' (y en sentido histórico como 'formas de vida' acumuladas, olvidadas etc...). Frente a la tradición filosófica no es el lenguaje el que determina la vida sino que, por el contrario, es la vida quien forma al lenguaje.

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2. Argumentación de Wittgenstein frente al lenguaje privado:

Esta famosa argumentación frente a la concepción privada del lenguaje tiene múltiples interpretaciones, aunque aquí nos centraremos en la proporcionada por Kripke. Para éste, no sólo tenemos que centrarnos en la crítica que realiza sobre el lenguaje de sensaciones como privado (se ubica entre los parágrafos 243-271), sino que hay algo más general. El punto central, más que ubicarse ahí, se localiza en la crítica que lleva a cabo sobre la posibilidad de establecer reglas privadas del lenguaje, de la cual la crítica al lenguaje sobre sensaciones no es más que una particularización.

Seguir una regla es adaptarse a una regularidad. Sin embargo, si concebimos la regla privada, se rompería, por ello mismo, con la posibilidad de establecer un marco normativo desde el que tenga sentido hablar de corrección o incorrección. En efecto, si hay una regla instaurada, hay corrección de acuerdo a si se está siguiendo o no; pero posteriormente pasa a ser por instinto de regularidad, quedando en “así es como le parece que hay que hacerlo”, rompiendo con ello, considerado en un caso privado, con la posibilidad de lograr un estándar de uso, diluyéndose así el seguimiento de una regla en mera y arbitraria creencia en dicho seguimiento, sin poder distinguirse una cosa de la otra. Por lo tanto, la cuestión no es si los lenguajes privados existen o no de hecho, sino que efectivamente, de derecho, son ininteligibles.

De este modo se opone a cualquier internismo. También se opone a la concepción de Russell, bajo la cual se persigue cierto lenguaje lógicamente perfecto que es esencialmente privado, por hacer referencia a objetos esencialmente privados, que no son otros que los de la experiencia de cada uno.

En el caso particular del lenguaje de las sensaciones, que se supone como clásico espacio para el desarrollo de la concepción privatista del lenguaje, Wittgenstein también tiene críticas al respecto. Pongamos por caso que designamos la sensación privada X con el significante “S”. Esto sería imposible porque usar S ya estaría poniendo en el terreno de lo público. En este caso, se intentaría posteriormente hacer una definición ostensiva, apuntando y diciendo “eso es lo que quiero decir con S”, pero ¿acaso se puede señalar algo interno hacia afuera? La respuesta es negativa, sólo se puede señalar mediante concentración interna. De este modo se imprime uno a sí mismo una conexión. Sin embargo, como anteriormente, no existe ningún criterio de corrección, pues bajo esta consideración todo puede tenerse como correcto ya que no puede estar uno seguro de las conexiones internas de cada uno, y por tanto, de qué condiciones futuras pueden resolverse como correctas de acuerdo a esta conexión imperceptible. De nuevo se disuelve la distinción entre el seguimiento de la regla y la creencia en dicho seguimiento, diluyéndose toda normatividad, que, no obstante, podemos comprobar en nuestra cotidianeidad. Las reglas en el lenguaje de las sensaciones aparecen en el seno de las prácticas, en las que cobran sentido, y en la cual se entra por medio de cierto “adiestramiento” que termina por corroborarse con la armonización de la conducta del adiestrado con la regularidad supuesta.

4. INTERNISMO VS. EXTERNISMO SEMÁNTICO

4. 1. Definiciones

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Para entender la noción de internismo semántico hay que ver, en primer lugar, en qué se diferencia de lo que se ha llamado "mentalismo".

Llamamos mentalismo a la postura según la cual "las emisiones reciben sus propiedades significativas relevantes (su contenido, su fuerza, o ambas) de determinadas propiedades de los estados mentales del hablante o emisor" (Blanco, 2004). El mentalismo no es más que una elaboración de la tesis tradicional, sostenida entre otros por Locke, según la cual el pensamiento es prioritario con respecto al lenguaje y otros medios simbólicos externos. Grice es un ejemplo de teórico mentalista, puesto que deja descansar en la "intención del hablante", que es un estado mental, todo el contenido o la fuerza del acto lingüístico.

En oposición al mentalismo, las posturas antimentalistas intentarán explicar el contenido o la fuerza de las emisiones em base a factores al menos en parte no mentales: ya sea en términos de comportamiento, de reglas o convenciones sociales, o de cualesquiera otros factores contextuales. Un ejemplo de antimentalismo es Austin, que deja descansar en la convención todo el peso de determinación del significado, si bien acepta que el origen de la emisión es psicológico, lo que niega es que el significado se reduzca a ese estado mental.

Pues bien, frente a la tesis mentalista, el internismo vendría a decir que "las propiedades significativas relevantes de una emisión (su contenido, su fuerza o ambas) están determinadas o constituidas únicamente por lo que ocurre en la 'mente solipsista' (o en el cerebro, o en el cuerpo, en todo caso no más allá de los límites de la piel) del hablante o emisor" (Blanco, 2004).

La primera pregunta que podríamos formular es: ¿cuál es, entonces, la diferencia entre el mentalismo y el internismo? Para entender esta diferencia debemos tener presente que no todos los estados mentales tienen por qué estar localizados en el interior de los sujetos pensantes. Es, por lo tanto, concebible una teoría a la vez mentalista y externisa del contenido o de la fuerza, esto es, una teoría que sostenga que los estados mentales mediante los cuales analizamos el uno o la otra son de la naturaleza externista.

Podemos encontrarnos, por lo tanto, con dos especies de mentalistas: los que sostienen que esos estados mentales que determinan el contenido o la fuerza de las emisiones son intrínsecos y solipsistas, y aquellos otros que afirman que los estados mentales dependen de (o estan relacionados con) determinadas características de los entornos extra-corporales: las respectivas comunidades lingüísticas, los contextos de habla, el tono de proferencia, etcétera.

Sin embargo, solo podremos encontrarnos con un tipo de antimentalista: el externista; puesto que tras afirmar que el significado no está determinado por los estados mentales del hablante, se está sacando el tema de debate fuera de la piel del hablante, al exterior que caracteriza el lugar de trabajo de los externistas.

Mentalismo:-Internista-Externista

Antimentalismo:-Externista

4. 2. La teoría descriptivista-internista de los nombres propios (J. R. Searle)

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El problema de la referencia de los nombres propios se reduce, en últimas, a la pregunta por el sentido de los mismos, esto es, la pregunta por si la relación de un nombre propio con su portador está mediada por un sentido. Según se responda afirmativa o negativamente a la pregunta por el sentido, hay dos posiciones que pueden adoptarse con respecto a la referencia y el sentido de nombres propios: o bien se asume que los nombres propios refieren directamente, i. e. que no tienen un sentido; o bien se asume que la referencia de nombres propios es mediada por el sentido del nombre.

La primera postura descansa fundamentalmente sobre una intuición del sentido común: los nombres propios tienen denotación, pero no connotación, es decir, la relación entre un nombre propio y su portador es tal que el nombre es algo así como un rótulo que se le pone al portador, sin que tenga que representarlo o informar algo sobre él. Sostiene que el significado de un nombre propio es su referencia, la cual no está mediada por un sentido.

Pero hay un problema que no salva: ¿cómo puede entonces usarse el nombre propio sin que esté presente el ente al que refiere? Si una teoría de la referencia directa rechaza que el nombre pueda tener contenido conceptual, se ve conducida a comprometerse con que la existencia de los portadores de los nombres propios es necesaria, puesto que parece inaceptable que un nombre, concebido como una etiqueta sin contenido conceptual o descriptivo, pueda usarse significativamente sin que exista el objeto al cual refiere. Por este y otros problemas se avanza hacia una teoría descriptivista de los nombres propios como la que defiende Searle.

Una teoría descriptivista de la referencia de los nombres propios — es decir, una teoría que sostenga que los nombres propios tienen algún contenido descriptivo que permita identificar la referencia del nombre, i. e. un sentido— vincula un nombre propio con una descripción identificadora de su referencia, de forma que la referencia del nombre es el objeto que cumple con la descripción. Una teoría de este tipo logra solucionar los problemas que una teoría de la referencia directa deja sin resolver: los enunciados existenciales —dado que afirman que hay un objeto que cumple el contenido conceptual asociado con el nombre— son verdaderos o falsos en virtud de la existencia de un objeto que satisfaga la descripción vinculada con el nombre; los enunciados de identidad son informativos en tanto que relacionan, ya no los objetos, sino los contenidos descriptivos asociados a los nombres, es decir, según una teoría de este tipo, un enunciado de identidad expresa que dos contenidos descriptivos, que pueden ser distintos en significado, son satisfechos por el mismo objeto, lo cual no es trivial. A pesar de que una teoría descriptivista consigue fácilmente dar cuenta del significado de los enunciados de identidad y de los enunciados existenciales, parece implausible que los nombres propios sean equivalentes a descripciones definidas, puesto que esto parece implicar que ciertos hechos o propiedades contingentes acerca del portador del nombre, tendrían que considerarse, más bien, como necesarios. Por ejemplo, aun cuando es que claro Aristóteles hubiera podido no escribir la Metafísica, si el sentido de ‘Aristóteles’ fuera ‘el autor de la Metafísica’, decir ‘Aristóteles pudo no haber escrito la Metafísica’ sería una contradicción.

La estrategia de Searle consiste en transformar la pregunta por el sentido de los nombres propios en la pregunta “«¿Los nombres propios implican predicados descriptivos?» o simplemente «¿Hay proposiciones que contengan un nombre propio como sujeto y una expresión descriptiva como predicado analítico?»” Según Searle, el uso de un nombre presupone un criterio de identidad, es decir, el uso de un nombre en distintas ocasiones supone que el objeto es el mismo en todas ellas y que puede ser reconocido como tal por los hablantes; de forma que, concluye Searle, el hablante tiene que estar en capacidad de identificar el portador del nombre, es decir, debe poder

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responder a la pregunta “«¿En virtud de qué el objeto en el tiempo t, al que se hace referencia mediante el nombre n, es idéntico al objeto al que se hace referencia mediante el mismo nombre en el tiempo t’?»

Un ejemplo puede servir para ver lo que se ha dicho hasta ahora sobre (ii). Supóngase que se le pregunta a un hablante de quién habla cuando usa el nombre ‘Aristóteles’. Su respuesta, dado que no puede hacer una presentación ostensiva de Aristóteles, expresará los hechos que considera establecidos y esenciales sobre él: Aristóteles era un griego, un filósofo, discípulo de Platón, tutor de Alejandro Magno, autor de la Metafísica, autor de la Ética a Nicómaco, fundador del Liceo de Atenas, y posiblemente algunos otros. Algunas de estas descripciones son exclusivas de Aristóteles y otras no, pero el conjunto de ellas lo describe identificadoramente. Ahora bien, podría descubrirse que, por ejemplo, Aristóteles no escribió la Metafísica, pero no tendría sentido decir que Aristóteles no hizo ningunas de las cosas que se le atribuyen, puesto que, como ya se dijo, se perderían las condiciones de uso del nombre. Dicho de otra forma, es condición necesaria de que un objeto sea Aristóteles que cumpla alguna de las descripciones que constituyen el sustento descriptivo del nombre. La relación es analítica, entonces, porque es una condición necesaria de que un objeto sea el portador del nombre que satisfaga al menos una de las descripciones de la disyunción.

Con respecto al significado de los enunciados existenciales y de identidad, la solución de la teoría searleana es bastante parecida a la de las teorías descriptivistas tradicionales. En primer lugar, los enunciados existenciales, dado el conjunto de descripciones asociado, son verdaderos o falsos dependiendo de la existencia de un objeto que cumpla con la disyunción de las descripciones, de la manera como se ha indicado anteriormente. Los enunciados de identidad que involucren nombres propios, como ‘El Everest es el Chomolungma’ establecen que el respaldo descriptivo de ambos nombres es verdadero del mismo objeto; que el enunciado sea trivial o no depende de cuáles sean tales contenidos descriptivos.

Vale la pena tener en cuenta la distinción que traza Searle entre referencia completamente consumada y referencia exitosa. Una referencia completamente consumada es aquella en la que, de manera no ambigua, se identifica un objeto para el oyente. Una referencia exitosa es aquella en la que, aun cuando para el oyente la referencia no sea identificada sin ambigüedad, el hablante está en condiciones de hacerlo si se le pide. La referencia completamente consumada garantiza que la selección o identificación que el hablante hace de un objeto es transmitida al oyente. La pregunta relevante es, entonces, ¿cuáles son las condiciones necesarias para que la emisión de una expresión constituya una referencia completamente consumada? Según el análisis de Searle, las condiciones necesarias de una referencia completamente consumada son dos: (i) debe existir uno y sólo un objeto al que se aplica la emisión de la expresión por parte del hablante y (ii) debe dársele al oyente medios suficientes para identificar el objeto a partir de la emisión de la expresión por parte del hablante.

4. 3. Externismo acerca de los términos de género natural de los nombres (H. Putnam)

Una representación más apropiada de la disputa que separa a externistas e internistas ha de tener en cuenta ciertos experimentos mentales que se han propuesto con objeto de propugnar tesis externistas. Me refiero al celebérrimo experimento sobre la Tierra Gemela diseñado por Putnam (1975) para apoyar el externismo semántico, y a diferentes variaciones a partir de ese paradigma, representadas principalmente por los

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casos que ideó Burge (1979), en los cuales basó su defensa del externismo intencional. Presento esos experimentos mentales muy esquemáticamente (como he hecho ya con las caracterizaciones anteriores de las tesis externistas e internistas), pues supongo que son bien conocidos, y dejo de lado algunas sutilezas y complejidades que no van a ser relevantes en la discusión que se llevará a cabo.

La Tierra Gemela postulada por Putnam es un planeta tan similar como se quiera al nuestro, con la salvedad de que en vez de agua hay un líquido de apariencia indistinguible pero estructura atómica diferente, XYZ. Oscar y un duplicado suyo, Bi-Oscar, habitan, respectivamente, nuestra Tierra y la Tierra Gemela en una época anterior al desarrollo de la teoría química, y utilizan de manera completamente análoga el término "agua", asociando a él exactamente las mismas creencias consideradas desde un punto de vista interno, es decir individualizadas conforme a lo que sería su contenido estrecho. La extensión de "agua" difiere según si es Oscar o el duplicado quien usa el término, ya que la sustancia denotada (constituida por su estructura atómica interna) no es la misma. La conclusión defendida por Putnam es que se debe salvar la tesis tradicional de que el significado determina la extensión, y aceptar que también el significado de "agua" difiere según lo use Oscar o el duplicado. Para Putnam, por lo tanto, los significados no están en la cabeza.

Putnam articuló su externismo lingüístico manteniéndose relativamente neutral respecto al externismo intencional. Cuando Putnam describe la situación diciendo que las creencias de Oscar y Bi-Oscar son las mismas se está refiriendo a los aspectos subjetivos de tales estados intencionales, es decir al contenido estrecho; y deja abierta la posibilidad de que la individuación más adecuada de esos estados de creencia deba hacerse conforme a su contenido amplio, tal y como sostendría un externista sobre el contenido intencional.

4. 4. Externismo acerca de los nombres propios (S. Kripke)

"Alguien, digamos un bebé, nace, sus padres le dan un cierto nombre. Hablan de él con sus amigos. Otra gente lo conoce. A través de diferentes tipos de conversaciones el nombre se va esparciendo de eslabón en eslabón como si se tratara de una cadena. Un hablante que se encuentra al final de esta cadena, el cual ha oído hablar, por ejemplo, sobre Richard Fynman, en el mercado o en otra parte, puede referirse a Fenyman aun cuando no pueda recordar a quién oyó hablar por primera vez de Fenyman o a quién oyo hablar alguna vez de Fenyman. Sabe que Fenyman era un físico famoso. Determinada transmisión de comunicación que conduce en último término hasta el nombre mismo llega al hablante. Éste, entonces, se refiere a Feynman, aun cuando no pueda identificarlo unívocamente. No sabe lo que es un diagrama de Feynman, no tiene que saber estas cosas; pero en cambio se ha establecido una cadena de comunicación que llega hasta Feynman mismo en virtud de que el hablante es miembro de una comunidad que pasó el nombre de eslabón en eslabón y no mediante una ceremonia que realiza en privado en su estudio: 'Querré decir con 'Feynman' el hombre que hizo tal y cual cosa'" (Kripke, 1980).

Kripke postula dos mecanismos relacionados con nuestro uso de nombres propios, que intervienen en momentos temporalmente distintos: el primero de ellos, llamado bautismo inicial, que no tiene nada que ver con el bautismo católico. El bautismo inicial designa el momento en que un sujeto utiliza por primera vez un nombre propio, y lo emplea para designar un objeto al que puede referirse por dos vías: la primera, ostensiva (lo está viendo y puede señalarlo); la segunda, descriptiva: puede decir

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"Llamaré 'Jack' a quienquiera que haya cometido estos crímenes". Lo que hace el sujeto al bautizar es fijar la referencia del nombre. Puede haber casos en que ambas maneras de fijar la referencia (la ostensiva y la descriptiva) se solapen.

Pero no sólo se problematiza el origen, sino también la transmisión del nombre propio de unos hablantes a otros. El autor del bautismo inicial habla con otras personas utilizando el nombre 'X'. Estas personas hacen, a su vez, lo mismo: incorporan el nombre a su propio idiolecto y lo utilizan ante otras personas. Entre un hablante del año 1980 y el hablante que acuñó el término "átomo" existe "una cadena de comunicación, constituida por los diferentes episodios de transmisión del nombre, desde aquellos usos iniciales hasta las ocasiones en que este último hablante usa él mismo el nombre. [...] Para cada hablante que usa el nombre, hay una cadena que lo conecta con el episodio en que tuvo lugar el bautismo inicial" (Pérez Otero, 2006).

Nosotros ahora podemos usar el nombre 'Cicerón' y no tener en mente la descripción ostensiva o descriptiva de aquellas personas que fijaron el nombre 'Cicerón' en el uso lingüístico de la época romana, pero aun así nuestro uso del nombre y el objeto al que se refiere (referencia) están conectados por vía de esa cadena comunicativa. El contenido del término, así, no es sistemático y analíticamente certero, sino que está compuesto por esa cadena de proferencias y escuchas que traza su contenido incompleto. A esta teoría se la conoce como "Teoría de la cadena causal de la referencia".

Esta teoría se contrapone al carácter descriptivo-cualitativo de la concepción Frege-Russell. Quizá comprendamos mejor esta contraposición (entre lo causal y lo descriptivo-cualitativo) si pensamos en otros casos de representaciones: las fotografías. La relación de denotar entre nombres y referentes es un caso particular de una relación más general: representar. Los nombres propios son representaciones que representan lo que nombran. Esta relación existe también entre las fotografías y los objetos fotografiados.

La fotografía captura mediante un mecanismo el objeto que tiene delante y lo convierte en imagen, del mismo modo que el lenguaje selecciona (mediante ostensión o descripción) lo que tiene delante y lo convierte en una palabra.

Imaginemos, ahora, el caso de que Einstein se hiciera una foto con careta, y nosotros no pudiéramos reconocer a Einstein a partir de la imagen, pero un amigo nos dijera: "Mira qué foto tan graciosa de Einstein con una careta". En ese caso, sabríamos que la fotografía es de Einstein no por la evidencia causal directa, sino por medio de una cadena que ya es comunicativa. Lo mismo sucede con los nombres propios: aun sin ser partícipes de la relación directa entre el objeto Cicerón (que murió hace siglos) y su nombre propio, podemos escuchar Cicerón y usar ese nombre con un contenido determinado por la relación causal que lo ha traído a nosotros. Esta cadena tiene reglas, que orbitan todas alrededor del respeto, por parte del oyente, del sentido con que él oyó el término por primera vez: respetar los usos anteriores. Aunque esta intención de respetar el uso puede quedar rota a causa de un error, y con ello se rompe la cadena de comunicación, al menos la rama que ha llegado hasta ese hablante.

5. LENGUAJE Y PENSAMIENTO

5.1. Introducción al problema:

Una de las cuestiones filosóficas, relacionadas con la filosofía del lenguaje, más habituales y problemáticas es la de la vinculación que existe entre el lenguaje y el pensamiento. En efecto, a este respecto existen todo tipo de posicionamientos, desde un

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autonomismo total del lenguaje respecto del pensamiento, siendo el pensamiento un producto del lenguaje (= determinismo lingüístico de Whorf), hasta la concepción del lenguaje como una mera herramienta empleada por el pensamiento, que se mantiene totalmente autónomo respecto de éste y lo emplea como mero vehículo para su trasmisión. Esta cuestión parte de cierta obsesión por el 2embrujo de las palabras”, y se reproduce desde una “falacia de la equivocidad”, puesto que se presupone la claridad y distinción de las nociones de lenguaje y pensamiento, cuando en realidad estos términos son equívocos, teniendo cada autor una concepción distinta de los mismos.

De todos modos, tenemos una imagen heredada de lo que es el lenguaje, es la que las palabras se nos presentan intuitivamente como meros vehículos comunicativos para transmitir nuestro pensamiento, el cual tiene sus propias reglas independientemente del lenguaje. Se asociaría a la metáfora interno/externo, en la que el lenguaje sería el mecanismo por el cual exteriorizaríamos nuestro pensamiento interno, el cual sin él no sería capaz de darse a conocer socialmente, aunque exista independientemente del lenguaje en nuestras mentes.

Algunos incluso llegan a sostener, como Chomsky y toda la lingüística ortodoxa, que el propio lenguaje tiene su fundamento en el cerebro, siendo solamente un fenómeno cognitivo más, siendo esta posición la que denominamos internismo. No el lenguaje entero, claro, sino que habría un lenguaje interno y otro externo, que sería el vinculado con la praxis social. Chomsky quiere centrar su atención en lo interno, porque como bien pone de relieve Wittgenstein, el externo es demasiado complejo como para ser un objeto de estudio, sin ser categorizable. En el lenguaje interno, sin embargo, sí es posible plantear problemas, no misterios, como lo que podemos hablar de cierto progreso científico en dicho ámbito. Por el otro lado, estaría el externismo, en el cual no sólo pensamos con el cerebro sino mediante conductas que son consustanciales al pensamiento como práctica, por lo que es algo también externo.

De todos modos, lo que es evidente es que no existe, independientemente de esta imagen heredada, un único modelo o paradigma desde el que categorizar el problema para tratarlo, surgiendo así el problema de como adentrarse en este problema, el cual lo es de índole metodológico. Uno puede adentrarse en él de las siguientes maneras.

1. Como cuestión ontológica o empírica.

2. Como cuestión epistemológica, como, por ejemplo, hace Pinker, entendiendo el lenguaje como vía epistemológica para acceder al pensamiento.

3. Como cuestión analítica, es decir, mediante un análisis de los conceptos de lenguaje,… independientemente de su presencia empírica.

Por lo tanto, no es un único problema, sino que se entretejen varios distintos.

Ante esto caben distintos posicionamientos:

1) El pensamiento es moderado por el lenguaje, siendo así que el lenguaje está involucrado, de cierta manera en la lógica del pensamiento.

2) El pensamiento es autónomo respecto del lenguaje, estando éste supeditado a los caprichos de aquél.

También puede plantearse en términos no absolutos, sino de prioridad relativa,

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lo que da como resultado las siguientes respuestas:

1) El lenguaje determina el pensamiento.

2) El pensamiento determina el lenguaje.

3) Pensamiento y lenguaje son independientes.

4) Pensamiento y lenguaje están interrelacionados.

5.2. Tesis del impacto cognitivo del lenguaje:

Para el profesor la manera correcta de plantear el problema, es preguntándose por si el lenguaje posee o no tan sólo una función comunicativa. En caso de una respuesta afirmativa, tendríamos una concepción meramente comunicativa del lenguaje, igual que la imagen heredada. Si la respuesta es negativa, y le proporcionamos otro tipo de funciones cognitivas, tenemos una concepción cognitiva del lenguaje. Como prueba de esto tenemos el hecho, al que alude Wittgenstein, de que el propio pensamiento incluye palabras. De esta segunda concepción se desprende le Tesis del impacto cognitivo del lenguaje (TICL), que asume que el lenguaje afecta de una manera determinada al pensamiento, y ha sido recogida, al menos en un sentido débil, reconocidamente por las ciencias sociales.

La TICL puede entenderse en muchos sentidos. Podemos entender cierta ambigüedad que deja paso a distintos posicionamiento en lo que a su intensidad o alcance refiere. Por un parte, respecto de su intensidad puede distinguirse entre determinismo lingüístico si lo entendemos de un modo fuerte, e influencismo lingüístico si lo entendemos de un modo débil. En caso de que nos posicionemos en este último, podemos preguntarnos por como eludir este sesgo minimizando su influencia, como por ejemplo Whorf tratará de mostrar apelando a la necesidad de aprender una multiplicidad de lenguas con el fin de esquivar los hábitos cognitivos que esconden las distintas lenguas. Por la otra, el alcance puede entenderse de un modo global, si entendemos que alcanza a todo lo que cae bajo la noción de pensamiento, o parcial, si sólo afecta de determinados sectores y no a otros. Por ejemplo, Clark parte de un cierto influencismo lingüístico global, aunque en lo relativo a la metacognición, es el lenguaje determina su posibilidad.

La TICL se piensa como una tesis semiótica, es decir, del lenguaje en general, con independencia de sus ejemplificaciones, lo que posibilita que se asuma necesariamente con ella un relativismo lingüístico, puesto que puede integrar una concepción homogénea del lenguaje dentro del género humano, eludiendo así las consecuencias de dicho relativismo. Por tanto, se desprende el problema de la diversidad lingüística, es decir, la Tesis de la diversidad lingüística (TDL), la cual sumada a la TICL da como resultado la Tesis de la relatividad lingüística (TRL). En suma, TICL + TDL = TRL.

Para justificarlo, en ocasiones, se recurre a la observación fenomenológica de que, de hecho, el propio pensamiento son palabras, como lo explicita el habla interna, habiendo un cierto constitutivismo, bajo el cual el pensamiento estaría lingüísticamente constituido. Sin embargo, también hay observaciones fenomenológicas empleadas por los autonomistas para fundamentar sus posturas. Entre ellas están:

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1) Es posible pensar en bruto, sin imágenes ni palabras (no sé quién dijo esto pero estaba hecho todo un Cañete).

2) Somos incapaces de poner en palabras el pensamiento.

3) El fenómeno de tener algo en la punta de la lengua pone de relieve que se puede tener un pensamiento, aunque no la palabra.

4) La posibilidad de conceptos bien delimitados cuando el lenguaje es equívoco, siendo así sólo una base, por lo que no puede ser al revés, ya que no tendrían lugar dichas delimitaciones cerradas.

Con Boas se empieza a considerar la posibilidad de la diversidad lingüística, sin caer en esquemas evolucionistas, es decir, sin concebir ciertas lenguas como más primitivas que otras. Para él, ésta debe ser entendida como una diversidad entre configuraciones gestálticas entre las distintas sociedad, cada cual tiene la cuya propia, habiendo entre ellas alteraciones figura-fondo, remarcándose en una ciertos aspectos que en otros no. Así pues, parte de una perspectiva kantiana, en la que el mundo es el mismo para todos, pero que, sin embargo, las lenguas implican ciertos sesos de atención específicos que influyen en lo que del mundo se resalta y lo que queda de fondo. El problema de Boas surge porque esto implica que no va a haber ninguna clase de inconmensurabilidad entre lenguas, siendo así que fácilmente podemos comprobar que las hay. Por ejemplo, en castellano puente es masculino y en gallego es femenino. Quedaría por considerar si esto tiene cierta repercusión ontológica o si, por el contrario, son sólo remarques de ciertos aspectos u otros de una misma realidad ontológica. En definitiva, si el lenguaje afecta de algún modo a la realidad, como dirás los relativistas lingüísticos o si no es así.

La posición que asume la influencia ontológica de la lengua nos llevaría a la reificación de las lenguas, en cuya lógica propia estaríamos enclaustrados, como ya sostuvieron en su momento el romanticismo alemán. Esto se opondría radicalmente a la visión heredada, representada sobre todo por Locke, en la que la lengua estaría más bien inventada para usos comunicativos, inclinándose más bien en concebir la lengua como un factum en el que nos movemos necesariamente. El propio Chomsky, aunque más tarde homogeneice la lengua, sí que la verá como un factum producido en la propia evolución biológica, es decir, por selección natural. Ante esto Wittgenstein asevera que la diferencia se explica en las formas de vida distintas entre comunidades, en las que se imbrica y cobra sentido el lenguaje, por lo que no es un mero factum, sino que podemos rendir cuentas de porque es precisamente de esa manera y no de otra en relación a las formas de vida a las cuales se mantiene asociada esencialmente.

Por último, en caso de asumir la influencia del lenguaje, cabe la tarea de pensar los mecanismos, sean léxicos, semánticos, pragmáticos,… por los cuales tiene lo hace, y por qué la suma y el engranaje de estos mecanismos concluyen en resultados diferenciales.

5.3. Tesis de la diversidad lingüística:

Frente a la ortodoxia dirigida por Chomsky, se presenta la TDL. Éste mantiene la existencia de una gramática universal que subyace a todas las lenguas, y fundamentado en la biología humana que es su soporte material. Sin embargo, esta concepción universalista del lenguaje está siendo cuestionada progresivamente.

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La controversia estalla con las observaciones de Everett, quien deduce de las mismas que el lenguaje es un fenómeno cultural, es decir, que es una herramienta para facilitar ciertas formas de vida, y asociadas fundamentalmente a las mismas. Frente a la visión de Pinker, de que las lenguas son simplemente neutrales, pero que su plasticidad les permite adaptarse, para Everett, las lenguas se imbrican y desarrollan en prácticas sociales a las que se vinculan esencialmente. Las observaciones se dirigen a una determinada tribu, llamada los pirahas, cuyo lenguaje refutaba el pilar ortodoxo. En efecto, los pirahas cuentan con una lengua sin recursividad, lo que está considerado dentro e la ortodoxia como lo que de esencial tienen las lenguas por el hecho de serlo, que es la posibilidad de combinar ideas de manera indefinida, es decir, de que una lengua, con sus recursos finitos, pueda llevar a cabo infinitas expresiones.

5.4. Tesis de la relatividad lingüística:

Esta noción nace en el romanticismo por primera vez, frente a Kant. No es una tesis autónoma, sino que se extrae como conclusión de dar premisas previas que son las siguientes:

1) TICL: La lengua que uno habla tiene “efectos” en el pensamiento.

2) TDL: Las lenguas humanas difieren entre sí (en aspectos no triviales), en oposición a la ortodoxia chomskiana.

De su suma se desprende que las personas que hablan lenguas distintas, piensa, en cierto modo a especificar, de un modo distinto. Ahora bien, la ambigüedad en el tipo de efectos y del tipo de diferencia, abre la posibilidad de que exista una gran pluralidad de conclusiones, teniendo por resultado una gran diversidad de diferentes tipos de relatividad lingüística.

El relativismo lingüístico tiene sus posibles corolarios, que explicitan cierta radicalidad inasumible por un cierto sentimiento ilustrado, y que suelen presentarse como reducciones al absurdo, aunque, por otra vertiente, se emplean como obviedades. Esto dificulta el debate. Destacaremos los siguientes:

1) Imposibilidad de traducir, debido al encarcelamiento que uno tendría en su propio marco lingüístico.

A) Por los clásicos, la traducción tiene lugar de hecho, por lo que las premisas tienen que ser falsas.

B) La traducción no es del todo, sino que siempre se gana o se pierde; como, por ejemplo, afirman Eco o Wittgenstein. De hecho, Everett muestra cierta inconmensurabilidad ineludible.

C) Steiner: la traducción es una quimera, simple manipulación de los textos.

1) Alienación lingüística: no podemos pensar más allá del lenguaje, siendo la lengua la que piensa a través de nosotros. En efecto, se emplea la lengua de un modo automático, sin concienciarnos de lo que implicaba su consistencia propia.

2) Corolario de Orwell: Manipulación con las propias palabras. Lakoff continuará esto, con su noción de enmarcado lingüístico la cual implica la necesidad de ciertos marcos para que ciertas ideas tengan repercusiones cognitivas.

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3) Idealismo lingüístico: Nos lleva a la relatividad ontológica, puesto que distintos hablantes vivirían en mundos distintos.

4) Relativismo axiológico o ético: Las lenguas incorporan valores, por lo que cada sociedad lingüística tendría los suyos propios.

5) Corolario de Humbold: Vínculo inmediato entre lengua y nación. Aunque se suela ofrece como una perspectiva de finitud e incapacidad frustrante de comunicación, tiene un aspecto emancipatorio en tanto que el multilingüismo supone la ampliación de perspectivas.

6) Relativismo científico-filosófico: Cada lengua tiene su propia filosofía, como sostienen Unamuno o Wittgenstein.

BIBLIOGRAFÍA

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Strawson, Peter. "Análisis y metafísica". 1997, Paidós, Barcelona. Trad. Nieves Guash.

Colomina, Juan José. "Convencionalidad, intencionalidad y significado: las teorías del significado de Grice y Searle". Compilado en: Chico, Pérez David (coord.), "Perspectivas en la filosofía del lenguaje", 2013, Prensas de la Universidad de Zaragoza, Zaragoza.

Apuntes de la Universidad de Sevilla, "La teoría pragmática del significado", 2002. (https://filosevilla2012.files.wordpress.com/2014/06/apuntestema4.pdf)

Blanco, Antonio. "Palabras al viento". 2004, Trotta, Madrid.

Pérez Otero, Manuel. "Esbozo de la filosofía de Kripke". Montesinos, Barcelona, 2006.

Grandy, Richard. "Paul Grice", entrada en la Stanford Encyclopedia of Philosophy. 2013, traducción propia. (http://plato.stanford.edu/entries/grice/)

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