Conan Doyle Piratas

153

Transcript of Conan Doyle Piratas

Page 1: Conan Doyle Piratas
Page 2: Conan Doyle Piratas
Page 3: Conan Doyle Piratas

HISTORIAS DE PIRATAS

El Club Diógenes

Page 4: Conan Doyle Piratas

ARTHUR CONAN DOYLE

HISTORIAS DE PIRATAS

Traducción: AMANDO LÁZARO ROS

VALDEMAR 2004

Page 5: Conan Doyle Piratas

ÍNDICE

EL CAPITÁN SHARKEY Y EL REGRESO

A INGLATERRA DEL GOBERNADOR

DE SAINT KITT 9

EL TRATO QUE DIO EL CAPITÁN SHARKEY

A STEPHEN CRADDOCK 35

CÓMO CASTIGÓ A SHARKEY EL CAPITÁN

DEL «PORTOBELLO» 61

CÓMO COPLEY BANKS MATÓ

AL CAPITÁN SHARKEY 87

EL «SLAPPING SAL» 111

UN PIRATA DE TIERRA 131

Page 6: Conan Doyle Piratas

EL CAPITÁN SHARKEY Y EL REGRESO

A INGLATERRA DEL GOBERNADOR

DE SAINT KITT

Cuando las grandes guerras de Sucesión de Es-paña terminaron, gracias al tratado de Utrecht, el inmenso número de corsarios que habían sido equipados por los bandos contendientes se en-contraron sin ocupación. Algunos se dedicaron a las actividades del comercio normal, menos lucra-tivas que el corso; otros fueron absorbidos por las flotas pesqueras, y algunos, más temerarios, iza-ron la bandera negra en el palo de mesana y la bandera roja en el palo mayor, declarando por cuenta propia la guerra a toda la raza humana.

Tripulados por gentes reclutadas entre todas las naciones, batían los mares y desaparecían de cuando en cuando para carenar el casco en alguna caleta solitaria, o desembarcaban para correrse una juerga en algún puerto muy aislado, en el que deslumhraban a sus habitantes con su prodigali-dad y los horrorizaban con las brutalidades que cometían.

Page 7: Conan Doyle Piratas

[10] Arthur Conan Doyle

Los piratas eran una amenaza constante en la costa de Coromandel, en Madagascar, en las aguas africanas, y sobre todo en los mares de las Indias Occidentales y de toda la América. Orga-nizaban sus depredaciones con lujo insolente, adaptándose a las estaciones del año, acosando las costas de la Nueva Inglaterra durante el verano y bajando otra vez, cuando llegaba el invierno, a los mares de las islas tropicales.

Eran mucho más de temer estos piratas de aho-ra porque carecían en absoluto de la disciplina y del freno que hicieron a sus predecesores, los buca-neros, tan formidables y tan respetables. Estos is-maelitas del mar no rendían cuentas a nadie, y tra-taban a sus prisioneros según el capricho de su borrachera. Los relámpagos de generosidad gro-tesca alternaban con largas épocas de ferocidad in-concebible, y el capitán de barco que caía en sus manos estaba expuesto tanto a que le dejasen se-guir viaje con su cargamento, después de alternar con ellos en alguna repugnante francachela, como a que lo sentasen delante de la mesa de su camarote para servirle en un plato su propia nariz y sus la-bios salpimentados. En aquellos tiempos había que ser marino valeroso para navegar por el golfo del Caribe.

Uno de esos marinos valerosos era el capitán

Page 8: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [11]

John Scarrow, de la nave Morning Star, pero, a pe-sar de todo, no dejó de lanzar un largo suspiro de alivio cuándo oyó el chapoteo del ancla lanzada al agua y vio que su embarcación se balanceaba suje-ta por sus amarres a menos de cien yardas de dis-tancia de los cañones de la ciudadela de Basse-Te-rre. Su puerto de destino era St. Kitt y, a la mañana siguiente, muy temprano, su bauprés apuntaría en dirección a la vieja Inglaterra. Estaba ya harto de aquellos mares plagados de piratas. Desde que sa-lió de Maracaibo, en el continente, con el barco a plena carga de azúcar y de pimienta, había tembla-do cada vez que la gavia de un velero asomaba por el horizonte violeta del mar tropical. Había ido costeando las islas de Barlovento, tocando aquí y allá, y escuchando en todas partes relatos de atro-pellos y de ruindades.

El capitán Sharkey, de la embarcación pirata Happy Delivery, había recorrido la costa, dejándo-la sembrada de naves desfondadas y de hombres asesinados. Circulaban horribles anécdotas de sus burlas espantosas y de su inflexible ferocidad. Su embarcación, pintada de negro y bautizada con un nombre ambiguo, había llevado la muerte yotras muchas cosas peores que la muerte, desde las Bahamas hasta el continente. Tan preocupado se sentía el capitán Scarrow con el barco, cuyos

Page 9: Conan Doyle Piratas

[12] Arthur Conan Doyle

aparejos eran todos nuevos y que iba atestado de artículos de mucho valor, que se salió por comple-to de la ruta comercial habitual, navegando en di-rección Occidente hasta la isla de Bird. Pero in-cluso en aquellas aguas solitarias descubrió las huellas siniestras del capitán Sharkey.

Una mañana divisaron un esquife que navega-ba al garete por el Océano, y que estaba ocupado únicamente por un marinero enloquecido que, al izarlo a bordo, se puso a gritar con voz ronca y les mostró su lengua seca que parecía un hongo ne-gro y arrugado en el fondo de la boca. Le dieron de beber y, a fuerza de muchos cuidados, llegó a ser el marinero más fornido y valiente de la tripu-lación. Procedía, según parece, de Marblehead, en la Nueva Inglaterra, y era el único supervivien-te de un bergantín que había sido echado a pique por el terrible Sharkey.

Hiram Evanson, que así se llamaba el marine-ro, llevaba una semana navegando al azar de las corrientes bajo un sol tropical. Sharkey había dado orden de que «como provisiones para el via-je», le echasen en el esquife los miembros destro-zados de su difunto capitán; pero el marinero los lanzó inmediatamente al fondo del mar, para que la tentación no llegase a ser demasiado fuerte. Ha-bía vivido de las propias reservas de su poderoso

Page 10: Conan Doyle Piratas

Histo rías de piratas [13]

organismo y, cuando lo recogió el Morning Star, se encontraba en el estado de delirio que precede a esa clase de muerte. Para el capitán Scarrow no fue aquél un mal hallazgo, porque, con una tripu-lación poco activa, un marinero como aquel cor-pulento norteamericano era una valiosa alhaja. Reconoció el capitán Scarrow que él era el único hombre al que Sharkey había hecho alguna vez un favor.

Ahora, al amparo de los cañones de Basse-Te-rre, ya no existía el peligro de ser atacados por el pirata; sin embargo, tan preocupado estaba aquel hombre de mar con la imagen de Sharkey que, al ver que la lancha del agente salía del muelle de las aduanas para dirigirse a bordo de su barco, dijo al primer contramaestre:

-Morgan, le hago una apuesta: a que en las primeras cien palabras que pronuncie el agente menciona el nombre de Sharkey.

-Bien, capitán, le apuesto a todo evento un dólar de plata -dijo el rudo hombre de Bristol que estaba a su lado.

Los remeros negros arrimaron la lancha al cos-tado de la embarcación y el timonel, vestido de blanco, trepó escala arriba, y gritó:

-¡Bienvenido, capitán Scarrow! ¿Ha oído us-ted las noticias referentes a Sharkey?

Page 11: Conan Doyle Piratas

[14] Arthur Conan Doyle

El capitán miró al contramaestre con una son-risa, y le preguntó:

-¿Qué diablura nos van a contar ahora?-¡Diablura! Por lo que veo, usted no sabe nada.

Lo tenemos guardado bajo llaves y cerrojos, aquí, en Basse-Terre. Fue juzgado el miércoles último, y lo ahorcarán mañana por la mañana.

El capitán y el contramaestre dejaron escapar un grito de júbilo, que momentos después fue contestado y repetido por la tripulación. Se olvi-daron de toda disciplina en su precipitación por subir por el saltillo de cubierta para oír las noti-cias. El marinero de Nueva Inglaterra iba al frente de ellos, mirando a lo alto con cara radiante de fe, porque era de familia de puritanos.

-¡De modo que Sharkey va a ser ahorcado! —exclamó-. ¿No necesitarán un verdugo, señor agente?

-¡Retírense! -gritó el contramaestre, más mo-lesto por aquella falta de disciplina que interesado, por mucho que lo estuviese, en la noticia-. Capi-tán Scarrow, le pagaré ese dólar con mayor placer de lo que pagué jamás una apuesta. ¿Y cómo le echaron el guante a ese canalla?

-Pues verá usted: llegó a ser tan insoportable a sus mismos camaradas, y llegaron a sentir tal ho-rror de su persona, que no quisieron tenerlo más

Page 12: Conan Doyle Piratas

Historias depiratas [15]

en su embarcación. Por esa razón lo dejaron aban-donado al sur del arrecife Misteriosa, en los Little Mangles, donde fue descubierto por una embar-cación de comercio de Portobello, que lo trajo hasta aquí. Se habló de enviarlo a Jamaica para que lo juzgasen, pero nuestro pequeño y buen go-bernador, sir Charles Ewan, no quiso ni oír hablar del asunto, y dijo: «El bocado es mío y reclamo el derecho de cocinarlo.» Si se quedan ustedes aquí hasta mañana por la mañana, a las diez, lo verán balancearse al extremo de una cuerda.

-Me gustaría mucho poder hacerlo -dijo el ca-pitán con mucho interés-, pero voy ya con mu-cho retraso, y no tendré más remedio que zarpar aprovechando la marea de la tarde.

-Eso sí que no podrá usted hacerlo -dijo muy resuelto el agente-, porque el gobernador tiene que volver a Inglaterra en este barco.

-¡El gobernador!-Sí, porque ha recibido un despacho del Go-

bierno en el que se le ordena que regrese inmedia-tamente. El barco rápido que trajo el mensaje si-guió viaje a Virginia. Sir Charles le ha estado esperando, porque yo le informé de que llegaría usted antes de la estación de las lluvias.

El capitán contestó algo perplejo:-Perfectamente, perfectamente. Yo soy un ma-

Page 13: Conan Doyle Piratas

[16] Arthur Conan Doyle

riño sencillo, y entiendo poco de gobernadores y de baronets, y de sus costumbres. No recuerdo ha-ber hablado siquiera con uno de esos personajes. Pero si se trata de un servicio al rey Jorge, y me pide que le lleve en el MorningStar hasta Londres, haré por él todo cuanto pueda. Puede disponer de mi camarote, y bien venido sea. En cuanto a cuestio-nes de cocina, aquí se le podrá servir un guisado de carne salada y patatas y un salmagundi; pero, si nuestra cocina de a bordo es demasiado tosca para su gusto, puede traer su propio cocinero.

-No se preocupe por eso, capitán Scarrow -dijo el agente-. La salud de sir Charles es algo mala actualmente; acaba de salir de una fiebre de cuartanas, y es probable que no abandone el ca-marote durante la mayor parte del viaje. El doctor Larousse afirma que ya se habría ido para el otro mundo si la perspectiva de ahorcar a Sharkey no le hubiese inyectado nueva vida. Sin embargo, es hombre de grandes arrestos, y no debe usted cen-surarle si lo encuentra algo corto de conversación.

—Que hable cuando quiera y que haga lo que le plazca, con tal de que no zascandilee por mi esco-ben cuando yo esté maniobrando con el barco -dijo el capitán-. El es el gobernador de St. Kitt, pero yo soy quien manda en el Morning Star, y, con permiso de ese señor, necesito levar anclas

Page 14: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [ 17]

con la primera marea, porque si él debe lealtad al rey Jorge, yo se la debo al dueño del barco.

-Difícilmente podrá estar preparado esta no-che, porque tiene que poner en orden muchas co-sas antes de embarcar.

-Pues entonces, fijaremos la salida para la ma-rea de mañana por la mañana.

-Perfectamente. Esta noche enviaré a bordo todas sus cosas, y él vendrá mañana temprano, si puedo conseguir que se decida a abandonar St. Kitt sin presenciar con sus propios ojos cómo bai-la Sharkey la danza del picaro. Las órdenes del Gobierno eran apremiantes, de modo que quizá embarque hoy mismo. Es probable que el doctor Larousse cuide de la salud del gobernador duran-te la travesía.

Sin perder un minuto, el capitán y el sobrecar-go hicieron los mejores preparativos que les fueron posibles para comodidad de su ilustre pasajero. Se desocupó y se adornó en honor suyo el camarote más espacioso, y se dieron órdenes de sacar algunas barricas de frutas y algunos cajones de vino, para añadir algo de variedad a los alimentos habituales de un barco de carga que cruza el Océano.

Al atardecer empezó a llegar el equipaje del go-bernador. Consistía en grandes cajones con cie-rres de hierro a prueba de hormigas, y de cajones

Page 15: Conan Doyle Piratas

[18] Arthur Conan Doyle

de embalaje de tipo oficial, hechos de latón, además de otros bultos de formas extrañas, que parecían contener tricornios y espadas en su interior.A continuación llegó una carta, en cuyo gruesolacre rojo estaba impreso un escudo heráldico; decía la carta que sir Charles Ewan saludaba al capitán Scarrow y le anunciaba que creía poder encontrarse en su compañía a la mañana siguiente,todo lo temprano que le permitiesen sus obligaciones y padecimientos.Y cumplió su palabra. Apenas el gris del albahabía empezado a colorearse de rosa, llegó una lancha que se arrimó al costado del buque, y el gobernador trepó con alguna dificultad por la escalera.Le habían dicho al capitán que el gobernador eraun hombre excéntrico, pero ni aun así esperabaencontrarse con aquella extraña figura de hombreque avanzaba renqueando ligeramente hacia su alcázar, apoyándose en un grueso bastón de bambú.Llevaba en la cabeza una peluca de las llamadas deRamillies, toda ella llena de pequeños caracolitos,como el pelo de un perro de aguas, que le caía tanto por delante, de parte a parte de la frente, que parecía que las gafas de cristal verde con que se cubríalos ojos colgaban de la peluca. Una nariz orgullosa,muy larga, muy delgada y picuda, iba cortando elaire delante de él. Sus fiebres le habían obligado a

Page 16: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [ 19]

abrigarse la garganta y la barbilla con una gruesa bufanda blanca, y llevaba un amplio batín de da-masco, sujeto a la cintura con un cordón. Camina-ba levantando aquella nariz dominadora, pero su cabeza se volvía lentamente a derecha e izquierda con la expresión temerosa del cegato. El recién lle-gado preguntó al capitán con voz chillona y que-jumbrosa:

-¿Llegó mi equipaje?-Sí, sir Charles.

-¿Lleva usted vino a bordo?-He mandado embarcar cinco cajas, señor.-¿Y tabaco?-Hay un barrilito de Trinidad.-¿Qué tal juega usted A piqueta-No del todo mal, señor.-Pues entonces, a levar anclas, y al mar.Soplaba un viento fresco de occidente, de

modo que cuando el sol salió de entre la bruma matinal, el barco ya se alejaba de las islas. El de-crépito gobernador seguía renqueando por la cu-bierta, agarrándose con una mano a las batayolas.

-Capitán, en este momento está usted ya al servicio del Gobierno -le dijo-. Le aseguro que en Westminster están contando los días que fal-tan para mi llegada. ¿Lleva usted el barco con toda la vela que puede aguantar?

Page 17: Conan Doyle Piratas

[20] Arthur Conan Doyle

-He largado hasta la última pulgada de trapo,sir Charles.

-Siga de ese modo, aunque el viento le arran-que las velas. Me temo, capitán Scarrow, que este hombre ciego y quebrantado le resulte un lamen-table compañero de viaje.

-Es para mí un honor disfrutar de la compañía de su excelencia -respondió el capitán—. Lo que sí lamento es que su vista sea tan mala.

-Ya lo creo que lo es. El condenado resplandor del sol en las calles blancas de BasseTerre me ha quemado las pupilas.

-Me dijeron también que su excelencia acaba-ba de sufrir de cuartanas.

-En efecto, he sufrido una pirexia que me ha agotado mucho.

-Habíamos preparado un camarote para su médico.

—¡Ah, el muy bribón! No hay manera de arran-carlo de la isla; hace espléndidos negocios con los mercaderes. ¡Pero escuche!

Alzó en el aire su mano cubierta de anillos. Desde muy lejos, por el lado de popa, les llegó el profundo retumbo de los cañones. El capitán ex-clamó, lleno de asombro:

-¡Disparan desde la isla! ¿No será una señal para que regresemos?

Page 18: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [21 ]

El gobernador se echó a reír:-Ya habrán oído ustedes decir que el pirata

Sharkey iba a ser ahorcado esta mañana. Di orden a las baterías para que disparasen salvas cuando ese bribón estuviese dando sus últimos pataleos, para poder enterarme desde el mar. ¡Se acabó Sharkey!

-¡Se acabó Sharkey! —gritó el capitán.Los hombres de la tripulación, repartidos en

pequeños grupos por la cubierta, repitieron el gri-to y se volvieron a mirar hacia la línea de la tierra, baja y de color púrpura, que iba desapareciendo.

Era aquél un alegre augurio para su viaje a tra-vés del océano occidental, y el inválido goberna-dor se ganó de pronto la popularidad entre los hombres de a bordo, porque todos creían que sin su insistencia en juzgarlo y sentenciarlo inmedia-tamente, quizá aquel bribón hubiese logrado in-fluir en el ánimo de algún juez más venial y salvar-se de la muerte. Durante la comida de aquel día, sir Charles relató muchas anécdotas del pirata muerto; fue tal la afabilidad que demostró y tan hábilmente supo adaptarse a la conversación con hombres de una categoría inferior a la suya, que el capitán, el sobrecargo y el gobernador fumaron en sus largas pipas y bebieron su vino clarete como tres buenos camaradas.

Page 19: Conan Doyle Piratas

[22] Arthur Conan Doyle

-¿Y qué aspecto presentaba Sharkey en el ban-quillo?-preguntó el capitán.

-Es hombre de bastante buena presencia -dijoel gobernador.

-Siempre oí decir que era un demonio feo y burlón.

-Sí, quizá en algunas ocasiones debió parecer feo -comentó el gobernador.

-Le oí decir a un ballenero de New Bedfordque nunca se olvidaría de sus ojos -dijo el capitánScarrow-; me aseguró que eran de un color azulmuy débil, con párpados ribeteados de rojo. ¿Escierto eso, sir Charles?

-¡Pobre de mí, que con estos ojos míos puedover muy poco los de los demás! Pero, ahora querecuerdo, es cierto que el ayudante general aseguró que los ojos de ese hombre eran tal como ustedlos desc r ibe , y ag regó que l a e s tup idez de losmiembros del jurado l legó hasta el punto de quese descompusieron visiblemente cuando los clavóen ellos. Tienen suerte de que lo hayan ahorcado,porque era hombre que no olvidaba una ofensa ymuy capaz, si alguna vez caían en sus manos, devaciarles el vientre y rellenárselo de paja, colgán- dolos luego para que sirviesen de mascarones deproa.

Aquella idea pareció divertir al gobernador,

Page 20: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [23]

que estalló en una risa aguda, como un relincho; también se rieron los dos marinos, aunque no tan cordialmente, porque recordaron que Sharkey no era el último pirata que rondaba por los mares, y ellos mismos podían acabar de una manera tan grotesca. Se descorchó otra botella para brindar por una travesía feliz, y el gobernador insistió en que se bebiera otro vaso más. Los dos marinos se alegraron de poder salir de allí, ya tambaleantes, marchando el uno a su guardia y el otro a su litera. Pero cuando volvió a bajar el sobrecargo, después de sus cuatro horas de guardia, se quedó atónito al ver al gobernador, con todo su golpe de peluca de Ramillies, con sus gafas y su batín, sentado tran-quilamente delante de su mesa solitaria, con la pipa humeante y seis botellas negras a su lado. Y pensó: «He bebido en compañía de un goberna-dor de St. Kitt enfermo; Dios me libre de tener que acompañarle en la bebida cuando esté sano.» La travesía de la Morning Star fue totalmente feliz y en cosa de tres semanas se encontraba en la entrada del Canal Británico. El inválido goberna-dor había empezado a recobrar fuerzas desde el primer día, y hacia la mitad de la travesía gozaba de tan buena salud como el más sano de los hom-bres que iban a bordo, salvo por la debilidad de su vista. Quienes sostienen que el vino posee cuali-

Page 21: Conan Doyle Piratas

[24] Arthur Conan Doyle

dades nutritivas pueden citarlo como un ejemplo decisivo, porque no hubo noche que no repitiese la hazaña de la primera que pasó a bordo. Y, al día siguiente, salía a cubierta a primera hora de la ma-ñana tan despejado y lleno de vida como el que más, y curioseaba por todas partes con ojos cega-tos, haciendo preguntas acerca de las velas y de las jarcias, interesadísimo en aprender las cosas de navegación. A fin de compensar su miopía, consi-guió permiso del capitán para que le sirviese de guía en sus andanzas el marinero de Nueva Ingla-terra -el que Sharkey había abandonado en me-dio del mar- y, sobre todo, para que permaneciese sentado junto a él cuando jugaba a las cartas y contaba el número de puntos, porque sin él no era capaz de distinguir un rey de una sota.

Era natural que Evanson se prestase a hacer esos servicios al gobernador, siendo como era uno de ellos la víctima de Sharkey y el otro su vengador. Saltaba a la vista que constituía un placer para el fornido norteamericano dar su brazo al inválido, y mantenerse por la noche respetuosamente detrás de su silla en el camarote, para indicarle con su dedo índice de uña puntiaguda la carta que debía jugar. Entre el uno y el otro, era poco el dinero que les quedaba en el bolsillo al capitán Scarrow y a Morgan cuando avistaron el Lizard.

Page 22: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [25]

Pero no pasó mucho tiempo antes de que to-dos ellos comprobasen que cuanto habían oído decir acerca del genio violento de sir Charles Ewan quedaba muy por debajo de la realidad. Al menor síntoma de oposición o en cuanto se dis-cutía cualquier orden suya, su barbilla salía brus-camente de la bufanda, su nariz se alzaba forman-do un ángulo cada vez más altanero e insolente, y su garrota de bambú silbaba por encima de su hombro. En cierta ocasión se la rompió en la ca-beza al carpintero que, caminando por la cubier-ta, había tropezado con él involuntariamente. En otra ocasión hubo ciertas murmuraciones entre la tripulación y se habló incluso de que los tripulan-tes iban a amotinarse como protesta por el mal estado de las provisiones. El gobernador opinó que no debían esperar a que aquellos perros se su-blevaran, sino que los oficiales debían dirigirse hacia la proa y castigarlos hasta hacerles vomitar su maldad.

-¡Dadme un cuchillo y un cubo! —gritó lan-zando una blasfemia, y a duras penas se pudo evi-tar que fuera él mismo a entendérselas con el vo-cero de la marinería.

El capitán Scarrow tuvo que recordarle que, aunque en St. Kitt no tenía el gobernador que res-ponder ante nadie, en un barco y en alta mar, el

Page 23: Conan Doyle Piratas

[26] Arthur Conan Doyle

matar estaba considerado como asesinato. En política, tal como correspondía a su cargo oficial, sedeclaraba ardiente defensor de la casa de Hanno- _, 'ver, y cuando había empinado el codo, juraba quecada vez que se había tropezado con un jacobita,lo había matado en el acto a tiros de pistola. Pero,no obstante sus violencias y borracheras, era uncompañero tan agradable, y nos amenizaba contal abundancia de anécdotas y recuerdos extraor-dinarios, que Scarrow y Morgan no habían hechoj amas una travesía tan agradable.

Llegó por fin el último día de navegación. Después de dejar atrás la isla, volvieron a descubrir tierra en los altos acantilados blancos de Beachy Head. A la caída de la tarde, el barco se balanceaba en medio de un mar que parecía una balsa de aceite, a una legua de distancia de Win- chelsea, con el largo y negro hocico de Dungeness prolongándose hacia ellos. A la mañana siguiente recogerían en Foreland a su piloto, y antes de que llegase la noche sir Charles podría entrevistarse con los ministros del rey. El contramaestre estaba de guardia, y los tres amigos se reunieron para ju- gar su última partida de cartas en el camarote, con el fiel norteamericano sirviéndole de ojos al gobernador, como siempre. En el centro de la mesa había una buena postura, porque los marinos tra-

Page 24: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [27]

taban de recuperar aquella última noche el dinero que habían perdido. De pronto, el gobernador puso las cartas boca abajo, y barrió todo el dinero de la postura dentro del bolsillo de su chaleco de seda de largas carteras.

-¡Yo gano! -dijo.—¡Sir Charles, no tan de prisa! -exclamó el ca-

pitán Scarrow-. No ha jugado sus cartas todavía, y nosotros no hemos perdido.

-¡Eres un embustero! -dijo el gobernador-. Te digo que yo he jugado mis cartas y que tú has perdido.

Y diciendo y haciendo, se quitó peluca y gafas, y apareció una frente alta y calva, y un par de ojos azules astutos, ribeteados de rojo, como los de un bullterrier.

-¡Santo Dios! -exclamó el primer oficial-. ¡Es Sharkey!

Los dos marinos se pusieron en pie de un salto, pero el corpulento náufrago norteameriacano ha-bía apoyado su espalda en la puerta del camarote y empuñaba una pistola en cada mano. El incóg-nito pasajero había apoyado a su vez una pistola encima de las cartas desparramadas delante de él y se reía con su risa chillona, de relincho.

-Me llamo capitán Sharkey, caballeros —dijo—, y éste es Ned Galloway, el Trueno, contramaestre

Page 25: Conan Doyle Piratas

[28] Arthur Conan Doyle

del Happy Delivery. Metimos a la tripulación en cintura y por eso nos dejaron abandonados: a mí, en el cayo Tortuga, donde no había agua, y a éste, en un esquife sin remos. ¡Y ahora, perros -pobres perros, cariñosos y cobardes-, os tenemos a mer-ced de nuestras pistolas!

-¡Dispare o deje de disparar; haga lo que le pa-rezca! —gritó Scarrow dándose golpes con el puño en su chaqueta de paño de frisa—. Porque, aunque sean éstas mis últimas palabras, te digo, Sharkey, que eres un pirata asesino y un canalla, y que te es-peran el dogal y el fuego del infierno.

-Aquí hay un hombre valiente, uno de los míos, que va a tener por ello una muerte hermosa —gritó Sharkey—. No hay nadie en toda la popa, salvo el hombre que está en el timón; de modo que es inútil malgastar el resuello, porque muy pronto lo vais a necesitar. ¿Está el chinchorro a popa?

—Está, capitán —contestó Ned.-¿Y los demás botes desfondados?-Los agujereé todos por tres sitios.-En ese caso, capitán Scarrow, no vamos a te-

ner más remedio que separarnos. Parece que toda-vía no se da perfecta cuenta de lo que le ocurre. ¿Desea preguntarme algo?

-Creo que eres el demonio en persona -gritó el capitán-. ¿Dónde está el gobernador de St. Kitt?

Page 26: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [29]

-La última vez que vi a su excelencia estaba en la cama, degollado. Cuando escapé de la cárcel supe por mis amigos (porque el capitán Sharkey tiene quien le quiera en todos los puertos) que el gobernador embarcaba para Europa en un barco a cuyo capitán no le conocía. Trepé a la terraza de su casa y saldé la pequeña deuda que tenía con él. Después, embarqué con las cosas de su equipaje que me podían hacer falta y con unas gafas para ocultar estos delatores ojos míos, y he pasado por un auténtico gobernador. Y ahora, Ned, haz tu trabajo con ellos.

-¡Socorro! ¡Socorro! ¡En guardia el buque! -gritó el primer oficial; pero la culata de la pistola del pirata cayó sobre su cabeza y el hombre se des-plomó como un buey desnucado.

Scarrow se lanzó hacia la puerta, pero el centi-nela que había allí le tapó la boca con una mano y con la otra le rodeó la cintura.

-Es inútil, señor Scarrow-dijo Sharkey-. Vea-mos cómo se arrodilla y nos suplica que le perdo-nemos la vida.

-A ti sí que voy a verte yo en ese trance -gritó Scarrow, zafándose de la mano que le tapaba la boca.

-Tuércele el brazo, Ned. ¿Va usted a pedir que le perdonemos?

Page 27: Conan Doyle Piratas

[30] Arthur Conan Doyle

-No, aunque me lo arranque. —Métele una pulgada de cuchillo en el cuerpo. Ni aunque me meta seis pulgadas te lo pediré.

—¡Por mi alma, que me gusta su valor! -gritó Sharkey-. Guarda tu cuchillo, Ned. Ha salvado la piel, Scarrow, y es una pena que un hombre de tanto corazón no se dedique a la única profesión en la que un individuo de agallas puede ganarse bien la vida. Scarrow, usted debe estar destinado a una muerte extraordinaria, puesto que, habiendo estado a mi merced, ha vivido para contarlo. Áta-lo, Ned.

-¿A la estufa, capitán?-No me vengas con tus mañas de vagabundo,

Ned Galloway, mientras yo no te lo mande. La es-tufa está encendida. Voy a tener que enseñarte quién es el capitán y quién el contramaestre. Áta-lo a la mesa.

-Es que creí que se proponía asarlo -dijo el contramaestre-. Supongo que no querrá dejarlo escapar.

—Vamos a ver, Ned Galloway, aunque tú y yo estuviésemos solos y abandonados en un cayo de las Bahamas, yo siempre sería quien mandase y tú el obligado a obedecer. ¿Acaso tienes la audacia, grandísimo canalla, de poner en tela de juicio mis órdenes?

Page 28: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [31 ]

-¡Vamos, vamos, capitán Sharkey, no lo tome con tanto acaloramiento, señor! -contestó el con-tramaestre.

Y levantando a Scarrow igual que si fuese un niño, lo tumbó encima de la mesa. Con la rápida destreza propia de un marinero, le ató de pies y manos valiéndose de una cuerda que luego pasó por debajo de la mesa, y lo amordazó fuertemente con la larga bufanda que hasta entonces había adornado la barbilla del gobernador de St. Kitt.

-Y ahora, capitán Scarrow, tenemos que des-pedirnos de usted -dijo el pirata-. Si pudiera con-tar con una docena de mis valerosos muchachos para hacer lo que les mandase, me habría apode-rado de su cargamento y de su embarcación; pero Ned, el Trueno, no pudo encontrar ni un solo hombre de trinquete con la valentía de un ratón. Veo que hay por ahí algunas embarcaciones pe-queñas. Nos apoderaremos de una de ellas. Cuan-do el capitán Sharkey dispone de una lancha de remo es capaz de apoderarse de un barco de vela de un solo palo, y cuando tiene un barco de un solo palo puede apoderarse de un bergantín; cuando dispone de un bergantín es capaz de apo-derarse de una nave de tres mástiles, y cuando tie-ne una nave de tres mástiles no tarda en hacerse dueño de una embarcación con todos los aparejos

Page 29: Conan Doyle Piratas

[32] Arthur Conan Doyle

de velas y jarcias que pueda tener la mejor de todas. . . Dése, pues, pr isa y métase en el puerto deLondres , porque podría ser que volviera todavíapor aquí para apoderarme de la MorningStar.

El capitán Scarrow oyó el ruido de la llavecuando cerraron la puerta y salieron del camarote. Cuando empezó a forcejear con sus ligaduras,oyó que subían la escalera de la escotilla y que cruzaban por la parte del alcázar hasta el lugar en quetenían colgado el chinchorro en el lado de popa.Siguió forcejeando y retorciéndose, y oyó el cruji-do de las poleas y cuerdas con que arriaban el chinchorro y el ruido que éste hizo al caer al agua. Entonces, poseído por un loco furor, empezó a ti-rar con desesperación de sus ligaduras, hasta que, finalmente, con las muñecas y los tobillos despe-llejados, cayó de la mesa al suelo, saltó por encima del cadáver del primer oficial, abrió la puerta a patadas y se precipitó con la cabeza descubierta en el puente del barco, vociferando:

—¡Aquí todos! ¡Peterson, Armitage, Wilson! ¡Losmachetes y las pistolas! ¡Arriad la falúa! ¡Arriad elbote pequeño! El pirata Sharkey va en ese chinchorro que se aleja por allí. ¡Que alerten al cuarto de babor y todo el mundo a los botes!

La falúa fue arriada al mar y también el bote pequeño, pero un instante después los timoneles

Page 30: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [33]

y los tripulantes trepaban a toda prisa por el cor-daje para volver a cubierta, gritando:

-¡Los botes están desfondados! Hacen agua como una criba.

El capitán dejó escapar un improperio rencoro-so. Le habían ganado y superado en ingenio en to-dos los aspectos. El cielo estaba despejado y cuaja-do de estrellas, y no soplaba la menor ráfaga de viento ni se veía la posibilidad de que se levantase pronto. Las velas aleteaban perezosamente bajo el claro de luna. Veíase a cierta distancia un barco pesquero de un palo, cuyos tripulantes andaban todos muy atareados con la red.

Ya estaba cerca de ellos el pequeño chinchorro, hundiéndose y alzándose en las aguas ondulantes y luminosas. El capitán gritó:

-¡Son hombres muertos! Vamos, muchachos, lancemos todos a una un grito para prevenirles del peligro.

Era demasiado tarde.El chinchorro se metía en ese preciso instante

en la sombra proyectada por la embarcación pes-quera. Se oyeron dos disparos de pistola casi se-guidos, luego un grito, luego otro disparo de pistola. Después se produjo el silencio. Los pesca-dores que estaban agrupados junto a su red ha-bían desaparecido. De pronto, cuando menos lo

Page 31: Conan Doyle Piratas

[34] Arthur Conan Doyle

esperaban, empezaron a soplar desde la costa de Sussex las primeras ráfagas de tramontana, la bo-tavara se columpió, la vela mayor se tensó y la pe-queña embarcación empezó a deslizarse con la proa en dirección al Atlántico.

Page 32: Conan Doyle Piratas

EL TRATO QUE DIO EL CAPITÁN SHARKEY A

STEPHEN CRADDOCK

La operación de carenar era sumamente nece-saria para el empedernido pirata. Contaba con la mayor velocidad de su embarcación para dar caza a las embarcaciones mercantes y para escapar de los barcos de guerra. Pero era imposible que el barco pirata conservase sus cualidades marineras si no limpiaba su casco de una manera periódica -una vez al año, por lo menos- de las largas algas que arrastraba y de los percebes que se multiplica-ban de forma vertiginosa en racimos aferrados al casco, como ocurre en los mares tropicales.

Cuando quería carenar, el pirata aligeraba de carga su embarcación y la metía en alguna cala o entrante estrecho de mar, en el que la marea baja lo dejara muy adentro y en seco; entonces, por medio de poleas y motones que sujetaba en sus mástiles, hacía fuerza sobre la embarcación hasta que ésta quedaba apoyada en la sentina, y proce-

Page 33: Conan Doyle Piratas

[36] Arthur Conan Doyle

día a realizar un completo raspaje desde el eje del timón hasta el espolón del tajamar.

Como es natural, el barco quedaba indefenso durante las semanas que se necesitaban para reali-zar la operación; aunque, por otro lado, era impo-sible que ninguna otra embarcación se le acercase, como no fuese un casco vacío. Además, el pirata siempre elegía lugares en los que pudiera realizar-se en secreto la operación de carenar. Por eso el peligro no era grande.

Tan seguro estaba el capitán Sharkey, al igual que otros capitanes piratas, que era cosa corriente que dejasen sus embarcaciones provistas de una guardia suficiente y se embarcaran en la falúa, bien para realizar una expedición aventurera, bien para visitar alguna población de aquellas costas, donde se dedicaban a enloquecer a las mujeres con sus gallardías fanfarronas o a espitar en la pla-za del mercado barricas de vino, amenazando con sus pistolas a cuantos rehusaban beber con ellos.

A veces se presentaban en ciudades tan im-portantes como Charleston, y se paseaban por las calles haciendo sonar sus machetes colgados al cinto... con gran escándalo de toda la colonia res-petuosa de la ley. No siempre tales visitas queda-ban impunes. Por ejemplo, fue una de ellas la que despertó la indignación del teniente May-

Page 34: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [37]

nard, que decidió decapitar a Barba Negra, cla-vando luego su cabeza en la punta de una lanza que enarboló en el extremo de su bauprés. Pero, por regla general, los piratas reñían, fanfarronea-ban y se rodeaban de mujeres de mala vida, sin que nadie les pusiese obstáculos ni los molestase, hasta el momento en que tenían que regresar a su embarcación.

Había, sin embargo, un pirata que jamás cruzó los límites de la civilización: el siniestro Sharkey, del velero de tres mástiles Happy Delivery. Quizá eso se debía a su carácter melancólico y amigo de la soledad, aunque es más probable que lo hiciese porque sabía que su reputación en todas las costas era tal que las víctimas de sus atropellos se lanza-rían contra él poniendo en riesgo su vida. Por eso no se dejó ver jamás en ninguna de las colonias o asentamientos.

Cuando su embarcación estaba carenando, la dejaba a cargo de Ned Galloway, su contramaestre de la Nueva Inglaterra, y realizaba largos viajes en su falúa: unas veces, según se decía, para enterrar su parte en el botín, y otras para dedicarse a matar toros salvajes en la isla Española, animales que, una vez salados y asados en una sola pieza, le ser-vían de aprovisionamiento para su viaje siguiente. En ese caso, la embarcación de Sharkey, una vez

Page 35: Conan Doyle Piratas

[38] Arthur Conan Doyle

carenada, se dirigía a un lugar convenido, para em-barcar al capitán con el producto de sus cacerías.

En las islas se tuvo siempre cierta esperanza de que Sharkey sería apresado en una de aquellas ex-cursiones, y un buen día llegaron noticias a King-ston que parecían dar pie para intentar esa captu-ra. Las trajo un anciano leñador que había caído en manos del pirata y al que éste, llevado por un capricho de benevolencia de borracho, le permitió marcharse sin mayor perjuicio que una buena pali-za y un corte en la nariz. El relato de aquel hombre era reciente y concreto. El Happy Delivery se halla-ba carenando en Torbec, al sudoeste de la Española. Sharkey, con cuatro de sus hombres, estaba entrega-do a sus cacerías clandestinas en la isla de La Vache. La sangre de un centenar de tripulaciones asesina-das estaba clamando venganza, y, por fin, parecía que ese clamor no iba a quedar sin respuesta.

Sir Edward Compton, el gobernador rubicun-do y altivo, reunido en cónclave solemne con su comandante militar y el presidente de su consejo, estaba muy preocupado por la manera de aprove-char aquella coyuntura que se le presentaba.

El barco de guerra más próximo estaba ancla-do en Jamestown, y era una embarcación de poca marcha, que ni podía alcanzar al pirata en mar abierto ni llegar hasta él a través de un estrecho

Page 36: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [39]

brazo de mar. Tanto en Kingston como en Port Royal había fuertes y artilleros a cargo de sus ca-ñones, pero no se disponía de soldados para reali-zar una operación de captura.

Podía equiparse una expedición de civiles -y eran muchos los que tenían cuentas de sangre que saldar con Sharkey-, pero, ¿qué podía conseguir una expedición de esa clase? Los piratas eran nume-rosos y violentos. En cuanto a atrapar a Sharkey y a sus cuatro compañeros, era cosa fácil si se lograba dar con ellos. Pero, ¿cómo encontrarlos en una isla grande y muy poblada de bosques como la de La Vache, en la que todo eran cerros escarpados y ma-niguas impenetrables? Se ofreció una recompensa a quien presentase una solución, y ese ofrecimiento dio como resultado la aparición de un hombre que presentó un plan bastante extraño y que se manifes-tó dispuesto a realizarlo personalmente.

Stephen Craddock pertenecía a esa extraordi-naria clase de personas de religión puritana que se descarrían. Hijo de una honrada familia de Sa-lem, su mala conducta parecía ser la réplica de la austeridad de su religión, y aportó al vicio toda la energía y fortaleza físicas con que lo habían dota-do las virtudes se sus ascendientes. Era un indivi-duo al que no le faltaba ingenio, desconocedor del miedo y extraordinariamente tenaz en sus re-

Page 37: Conan Doyle Piratas

[40] Arthur Conan Doyle

soluciones, hasta el punto de que su nombre al-canzó fama en las costas de Norteamérica cuando era todavía joven.

Se trataba del mismo Craddock para el que se pidió la pena de muerte ante un tribunal de Virgi-nia por haber matado al jefe de los Seminólas, y, aunque se libró y fue absuelto, era cosa sabida que había sobornado a los testigos y comprado al juez.

Posteriormente dejó muy mal recuerdo en el golfo de Benin, como esclavista, e incluso, según se murmuraba, como pirata. Por último, regresó a Jamaica con una fortuna considerable y se asentó en la isla, entregándose a una vida de tétrico liber-tinaje. Tal era el hombre sombrío, austero y peli-groso que estaba esperando a que el gobernador lo recibiese para exponerle un plan que acabaría con Sharkey para siempre.

Sir Edward lo acogió con poco entusiasmo. A pesar de que habían circulado rumores que asegu-raban que Craddock se había convertido y corre-gido, el gobernador lo había mirado siempre como a una oveja sarnosa que podía contagiar a todo su pequeño rebaño. Craddock advirtió la desconfianza del gobernador detrás de su ligero velo de cortesía formulista y reservada.

—Señor, no tiene que temer nada de mí -dijo-, porque soy un hombre muy distinto del que usted

Page 38: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [41 ]

ha conocido. En los últimos tiempos, y después de haber estado ciego durante muchos años omi-nosos, he vuelto a ver la luz, gracias a las lecciones del reverendo John Simons, que pertenece a nues-tra religión. Señor, si su propia alma estuviese ne-cesitada de estímulo, encontraría muy gratos los discursos de ese hombre.

El gobernador, que pertenecía a la iglesia epis-copal, le miró altivamente y le dijo:

-Maese Craddock, usted ha venido aquí para hablar de Sharkey.

-Ese Sharkey es un bajel de venganzas -dijo Craddock-. Su trompa maldita ha resonado de-masiado tiempo y yo he comprendido por luz di-vina que, si consigo aniquilarlo y destruirlo total-mente, habré realizado con ello una buena acción que quizá sirva para compensar mis muchos ne-gros pecados anteriores. Dios me ha inspirado un plan mediante el cual puedo llevar a cabo la des-trucción de ese hombre.

El gobernador se sintió vivamente interesado, porque en la cara pecosa de Craddock se veía la expresión adusta y resuelta del hombre que habla en serio. Después de todo, era un marino y un lu-chador, y si de verdad anhelaba hacerse perdonar su pasado, era el mejor de cuantos hombres po-dían elegirse para realizar aquel trabajo.

Page 39: Conan Doyle Piratas

[42] Arthur Conan Doyle

-Maese Craddock, se trata de una empresa de enorme peligro.

-Si en ella encuentro la muerte, quizá sirva para limpiar el recuerdo de una vida mal emplea-da. Tengo mucho que hacerme perdonar.

El gobernador no vio manera de contradecirle, y le preguntó:

-¿Cuál es su plan?-Ya estará usted enterado de que el Happy De-

livery es un buque que pertenecía a este mismo puerto de Kingston.

-Sí, perteneció a Mr. Codrington y fue apresa-do por Sharkey, que desfondó su propio balandro y transbordó a esta embarcación porque era más rápida -dijo sir Edward.

-En efecto; pero lo que quizá ignora usted es que Mr. Codrington posee un barco gemelo, el White Rose, actualmente en el puerto, y que tiene tal semejanza con la embarcación pirata que na-die sería capaz de distinguirlas, a no ser por una franja de pintura blanca.

—¿Ah, sí? ¿Y qué se puede hacer con él? -pre-guntó con vivo interés el gobernador, como si es-tuviese a punto de comprender su idea.

-Gracias a este barco, el pirata caerá en nues-tras manos.

-¿Cómo?

Page 40: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [43]

-Borraré la franja de pintura del White Rose y haré que no se diferencie en el más pequeño detalle del Happy Delivery. Después, zarparé para la isla de La Vache, donde se encuentra nuestro hombre, matando toros salvajes. Cuando descubra mi bar-co lo confundirá con el suyo, que tiene que ir a buscarle, y acudirá a bordo para su propia ruina.

Era un plan sencillo, pero el gobernador creyó que muy bien podría dar resultado. Concedió permiso a Craddock, sin vacilar, para que lo lleva-se a cabo y adoptase cualquier medida encamina-da a la mejor realización del proyecto. Sir Edward no se mostró muy optimista, porque habían sido muchas las tentativas realizadas para apresar a Sharkey, y sus resultados habían venido a demos-trar que era hombre tan astuto como implacable. Pero aquel enjuto puritano de tan triste historia era también astuto e implacable.

La pugna de astucias entre dos hombres como Sharkey y Craddock interesó vivamente al gober-nador, que era hombre de alto espíritu deportivo, y aunque en su interior estaba convencido de que su hombre llevaba todas las de perder, lo apoyó con la misma lealtad con que lo habría hecho con un caballo o con un gallo de su propiedad.

Ante todo era preciso darse prisa, porque la la-bor de carenar podía terminarse en cualquier mo-

Page 41: Conan Doyle Piratas

[44] Arthur Conan Doyle

mentó, y los piratas se harían a la mar. Pero la ta-rea de preparación del buque no era complicada, y fueron muchas las manos que se ofrecieron vo-luntarias, de modo que dos días después el White Rose zarpaba y se internaba en mar abierto. Eran muchos los marinos de aquel puerto que cono-cían la línea y el aparejo de la embarcación pirata, y ninguno de ellos observó la menor diferencia con ese otro barco falsificado. Habían borrado la franja lateral blanca, los mástiles y vergas habían sido ahumados para darles el sucio aspecto de los del barco pirata, y en la vela desplegada sobre la copa de trinquete se había incrustado un gran re-miendo en forma de diamante.

La tripulación estaba compuesta de voluntarios, muchos de los cuales habían servido anteriormente a las órdenes de Stephen Craddock; el primer ofi-cial, Josua Hird, antiguo traficante de esclavos, ha-bía sido cómplice suyo en muchos viajes, y ahora había embarcado a petición de su antiguo jefe.

La embarcación vengadora navegó por el mar Caribe. En cuanto veían la vela cangreja remen-dada, las pequeñas embarcaciones con las que se cruzaban en alta mar escapaban a derecha e iz-quierda igual que truchas asustadas en un estan-que. Al atardecer del cuarto día estaban a cinco millas al Este y al Norte del cabo Abacou.

Page 42: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [45]

El quinto día anclaron en la bahía de las Tortu-gas, en la isla de La Vache, donde Sharkey y cua-tro de sus hombres habían estado cazando. Era un lugar muy boscoso, y las palmeras y el bosque bajo llegaban hasta la delgada media luna de are-nas plateadas que contorneaban la costa. Habían izado la bandera negra y el gallardete rojo, pero nadie les hizo señal alguna desde tierra. Craddock aguzó la vista, con la esperanza de que en cual-quier momento saliese de la costa una lancha con Sharkey sentado al timón. Pero pasó la noche, y pasaron otro día y otra noche, sin que se descu-briera señal alguna de los hombres a los que ha-bían tendido aquella trampa. Se habría dicho que no estaban en la isla.

A la segunda mañana, Craddock se dirigió a tierra para ver si encontraba señales de que Shar-key y sus hombres seguían aún en la isla. Lo que descubrió le tranquilizó mucho. Cerca de la playa había una armazón de madera verde, de las que se construyen para ahumar la carne, y un gran depó-sito de tiras de carne asada de buey que colgaban alrededor de aquél, atadas con cuerdas. El barco pirata no había cargado, pues, sus provisiones, y, por consiguiente, los cazadores seguían en la isla.

¿Por qué razón no se habían dejado ver? ¿Ha-bían descubierto acaso que aquél no era su barco?

Page 43: Conan Doyle Piratas

[46] Arthur Conan Doyle

¿O se encontraban cazando en el interior de la isla y no esperaban todavía la llegada de sus compañe-ros? Craddock estaba indeciso entre aquellas dos alternativas, cuando llegó un indio caribe con las noticias que necesitaban. Según les dijo, los pira-tas estaban en la isla, acampados a un día de mar-cha de la costa. Le habían robado la mujer, y toda-vía estaban frescas en su espalda las señales de sus latigazos. Consideraba que los enemigos de aque-llos hombres eran, pues, sus amigos, y estaba dis-puesto a conducirlos hasta ellos.

Craddock no podía desear mejor oportunidad, y a la mañana siguiente se internó en la isla guiado por el caribe y al frente de un pequeño grupo de hombres armados hasta los dientes. Durante todo el día se abrieron paso por entre el bosque bajo y treparon por las rocas, avanzando cada vez más ha-cia el corazón de aquella isla solitaria. Aquí y allá encontraban rastros de los cazadores, consistentes unas veces en huesos de un vacuno muerto o en huellas de pies en un terreno pantanoso. En cierta ocasión, a punto ya de oscurecer, les pareció oír el traqueteo lejano de armas de fuego.

Aquella noche durmieron bajo los árboles, y en cuanto amaneció siguieron avanzando. A eso del mediodía llegaron a las chozas de corteza que, según el caribe les había dicho, formaban el cam-

Page 44: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [47]

pamento de los cazadores; pero las encontraron abandonadas y en silencio. Seguramente sus ocu-pantes habían salido de caza y regresarían por la noche, en vista de lo cual Craddock y sus hom-bres permanecieron emboscados dentro del monte bajo que las rodeaba. Pero no vino nadie, y tu-vieron que pasar otra noche en el bosque. No era posible hacer nada más, y a Craddock le pareció que, tras una ausencia de dos días, era tiempo de regresar a su embarcación.

El viaje de retorno fue menos difícil, porque siguieron el sendero que habían abierto a la ida. Antes de que anocheciese llegaron otra vez a la ba-hía de las Tortugas y vieron que su barco seguía anclado donde lo dejaron. La lancha y los remos estaban entre los arbustos; procedieron, pues, a botarla al agua y se dirigieron remando hacia su embarcación.

-¿De modo que no hubo suerte? -les gritó Jo-sua Hird, el primer oficial, mirando desde la popa con rostro pálido.

-Su campamento estaba abandonado, pero quizá vengan más tarde hacia nosotros -dijo Craddock, con la mano en la escalera para subir a bordo.

De pronto, alguien se echó a reír en la cubier-ta, y el primer oficial dijo:

Page 45: Conan Doyle Piratas

[48] Arthur Conan Doyle

-Creo que es preferible que esos hombres se queden en la lancha.

-¿Porqué?-En cuanto suba usted a bordo lo comprende-

rá, señor.El primer oficial se expresaba con extrañas va-

cilaciones.La enjuta cara de Craddock se cubrió de rubor

y gritó, saltando de la lancha a la escalera:—¿Cómo es eso, maese Hird? ¿Qué significa el

dar órdenes a los hombres que tripulan mi lancha?Pero en el momento mismo en que pasaba por

encima de la borda, con un pie en la cubierta y una rodilla en el antepecho, un hombre de barba blon-da, al que no había visto nunca en su barco, le arrancó súbitamente la pistola de un tirón. Crad-dock agarró al individuo por la muñeca, pero en el mismo instante su primer oficial le arrancó el ma-chete que llevaba al costado.

-¿Qué canallada es ésta? —gritó Craddock, mi-rando furioso a su alrededor.

Pero la tripulación formaba pequeños grupos por la cubierta, riendo y cuchicheando, sin mos-trar la menor intención de acudir en su ayuda. Craddock observó en aquella rápida ojeada que la tripulación vestía de una manera extraña, con lar-gas levitas de montar, túnicas amplias de terciopelo

Page 46: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [49]

y cintas de color en las rodillas, es decir, más como currutacos que como marineros.

Al ver aquellas figuras grotescas, frunció el ceño y apretó los puños para asegurarse de que es-taba despierto. La cubierta parecía mucho más sucia que cuando él la dejó, y unas caras descono-cidas y tostadas por el sol se volvían a mirarle des-de todas partes. No conocía a nadie, aparte de Jo-sua Hird. ¿Acaso el barco había sido capturado en su ausencia? ¿Eran los hombres de Sharkey los que le rodeaban? Convencido de aquella posibili-dad, se abrió paso con ímpetu furioso y trató de saltar por la amurada hacia su lancha, pero un ins-tante después se veía aferrado por una docena de manos y empujado hacia la popa, donde lo intro-dujeron en su propio camarote.

Pero el interior era totalmente distinto al ca-marote que él había dejado: el piso, el techo, los muebles, todo era diferente. El suyo era sencillo y austero; este de ahora era suntuoso, pero sucio, y los cortinajes de terciopelo estaban salpicados de manchas de vino, mientras que los ricos artesona-dos habían sido agujereados a balazos.

Encima de la mesa había una gran carta maríti-ma del mar Caribe, y junto a la mesa, con un com-pás en la mano, se hallaba sentado un hombre de cara pálida y totalmente afeitado, que llevaba en la

Page 47: Conan Doyle Piratas

[50] Arthur Conan Doyle

cabeza un gorro de piel y vestía una levita de damas-co del color del vino clarete. Craddock se puso lívi-do bajo sus pecas al contemplar aquella nariz larga,delgada, y de ventanas muy salientes, y aquellosojos bordeados de rojo que le miraban con una mirada fija y divertida, propia de un jugador maestroque ha arrinconado a su adversario.

-¿Sharkey? -exclamó Craddock.Los delgados labios de Sharkey se dilataron y

estalló en la risa chillona y atolondrada que le caracterizaba. Luego gritó:

-¡Grandísimo idiota!Adelantó el cuerpo hacia Craddock y le gol-

peo una y otra vez en el hombro con la punta delcompás.

-¿Pero e s que p re tend ías en f ren ta r t e conmigo, tú, pobre idiota sin ingenio alguno?

No fue el dolor de las heridas, sino el desprecio con que le hablaba Sharkey, lo que volvió aCraddock loco furioso. Se arrojó sobre el pirata,bramando de rabia, dando puñetazos y puntapiés, retorciéndose y echando espuma por laboca. Fueron necesarios seis hombres para derribarlo entre los restos y astillas de la mesa, y nin-guno de los seis se libró de alguna señal producida por los golpes del preso. Pero Sharkey seguía mirándole con el mismo desdén. Entonces se

Page 48: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [51]

escuchó en cubierta un crujir de maderas y un clamor de voces sobresaltadas.

-¿Qué ocurre? -preguntó Sharkey.—Han desfondado la lancha, y sus ocupantes

han caído al agua.-Pues que sigan allí -dijo el pirata-. Y ahora,

Craddock, ya sabes dónde te encuentras. Estás a bordo de mi barco, el Happy Delivery, a mi mer-ced. Sabía que eras un marino valeroso, antes de que decidieras dar este paseíto por alta mar, gran-dísimo bergante. En aquel entonces tus manos no estaban más limpias que las mías. ¿Quieres firmar contrato con nosotros, como lo ha hecho tu pri-mer oficial, para trabajar juntos, o quieres que te tire por la borda para que vayas a reunirte con el resto de tu tripulación?

-¿Dónde está mi barco? -preguntó Craddock.-Desfondado y hundido en la bahía.—¿Y los tripulantes?-También en la bahía.-Pues entonces, ¡a la bahía también yo!-Desjarretadlo y tiradlo por la borda -gritó

Sharkey.Un buen número de manos rudas arrastraron a

Craddock a la cubierta, donde el contramaestre Galloway había sacado ya su alfanje para dejarlo inválido; pero en ese momento salió Sharkey pre-

Page 49: Conan Doyle Piratas

[52] Arthur Conan Doyle

cipitadamente de su camarote y gritó con expre-sión ansiosa:

-¡Podemos hacer algo mejor con este sabueso! ¡Que me maten si no es magnífica la idea que se me ha ocurrido! Arrojadlo al cuarto de las velas, bien esposado, y tú, contramaestre, ven aquí para que te diga lo que se me ha ocurrido.

Craddock, magullado y herido en cuerpo y en alma, fue encerrado en el oscuro depósito de las velas, tan bien esposado que no podía mover mano ni pie. Pero su sangre norteña hervía con fuerza en sus venas, y su espíritu adusto aspiraba únicamen-te a terminar su vida de un modo que pudiera ser-vir de expiación a los daños que durante ella había causado. Permaneció toda la noche en aquella cur-va de la sentina escuchando el ruido de las aguas y el cimbreo de la madera que le anunciaba que el barco se había hecho a la mar y navegaba a toda vela. En las primeras horas de la mañana, alguien se le acercó reptando en la oscuridad por encima de los montones de velas.

-Aquí tiene ron y bizcochos —le dijo la voz de su antiguo primer oficial-. Se los traigo arriesgan-do en ello mi vida, maese Craddock.

-¡Fuiste tú el que me tendió la trampa y me hizo caer en el lazo! -dijo Craddock—. ¿Cómo vas a responder por lo que has hecho?

Page 50: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [53]

-Lo hice con la punta de un cuchillo entre mis dos omóplatos.

-Que Dios perdone tu cobardía, Josua Hird. ¿Cómo caíste en sus manos?

-El barco pirata llegó después de carenar el mismo día en que usted nos abandonó. Se lanza-ron al abordaje, y como éramos pocos y usted se había llevado a tierra los mejores hombres, fue poca la resistencia que pudimos presentarles. Al-gunos murieron a machetazos, y fueron los más felices. Los demás fueron asesinados después. A mí me salvó la vida el haber firmado el contrato

para servir con—¿Y desfondaron mi barco?

-Lo desfondaron, y luego Sharkey y sus hom-bres, que nos habían estado acechando desde el bosque, junto a la orilla, vinieron al barco. Había recelado desde el primer momento, porque en el último viaje que hicieron se rompió su mastelero mayor y tuvieron que empalmarlo, mientras que el nuestro estaba entero. En vista de aquello, pen-só en hacerle caer a usted en una trampa igual a la que usted le había preparado a él.

Craddock dejó escapar un gemido y murmuró:-¿Cómo no me fijé yo en ese detalle del mas-

telero mayor empalmado? ¿Y qué dirección lle-vamos?

ellos.

Page 51: Conan Doyle Piratas

[54] Arthur Conan Doyle

-Norte y Oeste.-¡Norte y Oeste! Pues entonces vamos en di-

rección a Jamaica.-Con un viento de ocho nudos.-¿Has oído lo que piensan hacer conmigo?

-No he oído nada. ¿Por qué no firma usted el

contrato?-¡Basta ya, Josua Hird! Demasiadas veces he

puesto mi alma en peligro de condenación.—Como usted quiera. Yo he hecho lo que he

podido. Adiós.El Happy Delivery navegó durante toda la no-

che y el día siguiente, empujado por los alisios orientales, y Stephen Craddock permaneció tum-bado en la oscuridad del depósito de velas, traba-jando pacientemente para romper las esposas que le ceñían las muñecas. Consiguió desembarazarse de la de una mano, aunque sus nudillos acabaron sangrando y en carne viva; pero, por muchos es-fuerzos que hizo, no pudo desembarazarse de la otra, y sus tobillos siguieron fuertemente sujetos.

Hora tras hora escuchaba Craddock el palmo-teo de las aguas, y comprendió que la embarca-ción navegaba a toda vela, empujada por los ali-sios. En tal caso debían de estar ya para entonces muy cerca de Jamaica. ¿Qué proyectos se traía Sharkey entre manos, y de qué manera pensaba

?

Page 52: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [55]

servirse de él? Craddock apretó los dientes y juró que, aunque había sido en tiempos un canalla por propia elección, al menos no lo sería nunca obli-gado por otros.

A la segunda mañana, Craddock se dio cuenta de que el barco había recogido una parte de su tra-po y que navegaba dando lentas bordadas, reci-biendo de través el soplo de una brisa ligera. La distinta inclinación del depósito de velas y los rui-dos que le llegaban desde la cubierta iban indi-cando a sus sentidos veteranos con toda exactitud lo que el barco hacía. Las bordadas cortas le indi-caban que estaba maniobrando cerca de la costa, y que se dirigía a un punto previamente determina-do. En ese caso, era seguro que habían llegado ya a Jamaica. ¿Pero qué podía estar haciendo el barco en aquel lugar?

Súbitamente estalló en la cubierta un coro de saludos entusiastas, y retumbó de pronto por en-cima de su cabeza el disparo de un cañón, al que luego contestaron desde lejos, por encima de las aguas, los retumbos de otros cañonazos. Crad-dock se incorporó y aguzó el oído. ¿Había entra-do el barco en combate? Sólo se había disparado un cañonazo, y aunque fueron muchos los de contestación, no percibió el estrépito característi-co que produce una bala al dar en el blanco.

Page 53: Conan Doyle Piratas

[56] Arthur Conan Doyle

De todo aquel lo dedujo que no se t ra taba de unc o m b a t e , s i n o d e u n m u t u o s a l u d o . P e r o ¿ q u i é nera capaz de saludar al pirata Sharkey? Únicamen-te podía hacer tal cosa otro barco pirata. En vistade eso, Craddock volvió a tumbarse con un gemido y continuó trabajando para soltarse de la esposaque seguía sujetándole la muñeca derecha.

Oyó súbitamente ruido de pisadas en el exterior, y tuvo el tiempo j usto para volver a enganchar .los eslabones flojos alrededor de la mano libre. Abrieron el cerrojo de la puerta y entraron dos pi- ratas. Uno de ellos, en el que Craddock reconoció al corpulento cabo de mar, preguntó al otro:

-¿Has traído el martillo, carpintero? Pues entonces quítale las esposas de las piernas. Es preferible que siga con las muñecas esposadas, porqueasí está más seguro.

El carpintero le aflojó los hierros de las piernasa fuerza de martillo y cortafrío.

-¿ Q u é v a n a h a c e r c o n m i g o ? -preguntóCraddock.

-Ven a cubierta y lo verás. El marinero le agarró de un brazo y lo arrastró

brutalmente hasta el pie de la escalera de escotilla. Por encima de su cabeza descubrió un trozo cua-drado de cielo azul y la vela cangreja empenacha-da con una bandera que ondeaba al viento. Pero la

Page 54: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [57]

vista de aquella bandera dejó a Stephen Craddock sin aliento. Era la de Inglaterra y ondeaba por en-cima de otra bandera, la de los piratas. ¡La bande-ra honrada por encima de la criminal!

Craddock se detuvo un instante, atónito; pero un empujón brutal de los piratas, que se habían colocado detrás, le hizo caminar escaleras arriba. Al salir a cubierta, sus ojos se volvieron hacia el palo mayor, y también allí la bandera británica ondeaba por encima del gallardete rojo, y todas las jarcias y obenques estaban engalanados de ga-llardetes.

¿Es que se habían apoderado del barco pirata? Eso era imposible, porque ante su vista estaban los piratas formando pequeños enjambres a lo lar-go de las amuras de babor y agitando jubilosos sus sombreros en el aire. El que se hallaba en el lugar más destacado era el renegado primer oficial, que estaba de pie en el castillo de proa, gesticulando alocadamente. Craddock miró por encima de la borda para ver a quién saludaban, y entonces comprendió, como en una visión relampaguean-te, lo crítico del momento.

Por el lado de babor, y a cosa de una milla de distancia, se veían las blancas casas y los fuertes de Port Royal, que exhibían por todas partes sus teja-dos empavesados con banderas. Enfrente mismo

Page 55: Conan Doyle Piratas

[58] Arthur Conan Doyle

estaba la boca de las empalizadas que flanqueabanla entrada a la ciudad de Kingston. A menos de un

cuarto de milla de distancia avanzaba un pequeño falucho luchando con un viento muy suave. En lomás alto de su palo llevaba la bandera británica y

todas sus jarcias estaban adornadas con gallardetes. En la cubierta del falucho podía verse una

apretada muchedumbre que ovacionaba al barcopirata agitando sus sombreros. Las manchas decolor escarlata indicaban que entre la mul t i tud seencontraban los oficiales de la guarnición.

La ráp ida percepción propia de l hombre acostumbrado a la acción hizo comprender al instantea Craddock lo que ocurría. Con la astucia y audacia diaból icas , que eran una de sus principales característ icas, Sharkey estaba representando el pape l que e l mismo Craddock habr ía representadosi hubiese vuelto victorioso de su expedición. Lassa lvas se d isparaban en honor suyo, y en honorsuyo se habían colocado todos los gallardetes.Aquel barco que se acercaba trayendo al goberna-dor, al comandante y a los jefes de la isla venía a

darle la bienvenida a él, a Craddock. Dentro de ''diez minutos estarían todos ellos bajo el fuego delos cañones del Happy Delivery, y Sharkey habríahecho la más grande de las capturas que jamás hu-biera intentado hasta entonces pirata alguno.

Page 56: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [59]

-Traedlo aquí delante -gritó el capitán pirata, cuando Craddock apareció entre el carpintero y el cabo de mar-. Mantened cerradas las troneras, pero tened preparados los cañones de babor, y es-tad listos para disparar una andanada completa. En cuanto estrechemos dos cables más la distan-cia, son nuestros.

-Creo que nos han olido -dijo el contramaes-tre- y tratan de escapar.

-Eso se arregla pronto -dijo Sharkey, volviendo hacia Craddock sus ojos turbios-. A ver, colócate aquí..., aquí mismo, donde ellos puedan divisarte bien. Pon tu mano en la cuerda de retenida y salúdalos agitando el sombrero. Rápido, si no quieres que te vuele los sesos. Ned, métele en la carne una pulgada de tu cuchillo. ¿Qué, vas a sa-ludarles con el sombrero? Vuelve a metérselo, Ned. ¡Mátalo de un tiro! ¡Deténlo!

Pero era demasiado tarde. El cabo de mar, con-fiado en las esposas que sujetaban a Craddock, había soltado un instante el brazo de éste, mo-mento que aprovechó Craddock para zafarse del carpintero, saltar por encima de las amuras en medio de una granizada de balas de pistola, y na-dar desesperadamente. Había recibido varios ba-lazos, pero se necesitaban muchas pistolas para matar a un hombre resuelto y fornido que ha he-

Page 57: Conan Doyle Piratas

[60] Arthur Conan Doyle

cho el firme propósito de llevar a cabo una acciónan tes de mor i r . E ra un nadador magn í f i co , y , apesar de que iba dejando tras de sí una estela rojae n las aguas, aumentaba rápidamente la distancia que le separaba del pirata.

—¡Dadme un mosquete! -gritó Sharkey, lan-zando una blasfemia salvaje.

Era un tirador afamado, y sus nervios de hierrono le habían fallado nunca en los momentos deci-sivos. Cuando, apareció la negra cabeza sobre lacresta de una ola, para volver a hundirse por el otro lado de la misma, Craddock estaba ya a mitad de camino del falucho. Sharkey apuntó muydespacio antes de hacer fuego. Luego se oyó el estallido del disparo, y en ese mismo instante el na- dador se irguió por encima de las aguas, agitó lasmanos en el aire con un gesto de advertencia, ylanzó un gritó tan estrepitoso que retumbó portoda la bahía. Poco después, cuando el falucho viraba muy cerrado y el pirata descargaba una anda- nada impotente, Stephen Craddock, sonriendo tristemente en su agonía mortal, se hundió poco a poco para descansar en aquel lecho dorado quebrillaba a gran profundidad por debajo de él.

Page 58: Conan Doyle Piratas

CÓMO CASTIGÓ A SHARKEY EL CAPITÁN

DEL «PORTOBELLO»

Sharkey, el odioso Sharkey, se había hecho de nuevo a la mar. Después de pasar dos años en la costa de Coromandel, su negro buque de la muer-te, el Happy Delivery, merodeaba a lo largo de las costas del continente español, haciendo que cuan-tos barcos mercantes y de pesca divisaban la ame-naza de su vela cangreja remendada, alzándose len-tamente sobre la línea color violeta del horizonte del mar tropical, buscasen en la huida la salvación de sus vidas.

Al igual que los pájaros y aves agachan la cabe-za cuando la sombra del halcón se proyecta sobre el campo, o las criaturas de la manigua se agaza-pan y estremecen cuando se deja oír durante la noche el bramido carraspeante del tigre, así se co-rrió el rumor entre los barcos del mundo activo, desde los balleneros de Nantucket hasta los bar-cos tabaqueros de Charleston, desde los barcos es-pañoles que traían suministros de carne hasta los

Page 59: Conan Doyle Piratas

[62] Arthur Conan Doyle

que transportaban azúcar desde el continente, de la negra maldición que recorría el Océano.

Algunos de aquellos barcos acariciaban las eos-tas, con la idea de alcanzar rápidamente el puertom á s p r ó x i m o , e n t a n t o q u e o t r o s s e d e s v i a b a nmucho de las ru tas comercia les conocidas; perono había n inguno tan va le roso que no resp i rasecon al ivio cuando sus pasajeros y cargamento seencontraban finalmente a salvo, defendidos porlos cañones de algún fuerte que los acogiese bajosu cobijo.

Por todas las islas corrían relatos sobre restos de buques calcinados que vagaban al garete por elmar, sobre súbitos resplandores de incendios que se habían divisado muy lejos durante la noche, y sobre cadáveres en descomposición que yacían en las arenas de los cayos áridos de las Bahamas. Eran las mismas señales de antaño, que delataban nue-vas actividades sangrientas de Sharkey.

Aquellas aguas hermosas y las islas circundadas por un litoral de playas amarillas y palmerascimbreantes eran la patria tradicional de los merodeadores del mar. Aparecieron primero los caballeros de fortuna, los hombres de buena estirpey de honor , que pe leaban como pa t r io tas , aunque luego se cobrasen su parte en el botín hechoa los españoles.

Page 60: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [63]

Después, antes de que transcurriese un siglo, la figura desinteresada de ese tipo de hombres dejó paso a los bucaneros, a los pura y simplemente la-drones, pero que habían establecido una especie de código propio, que estaban a las órdenes de je-fes notables y que se lanzaban a grandes empresas combinadas entre ellos.

También esta clase de individuos pasó, y pasa-ron sus flotas y sus saqueos de ciudades, para dejar paso a la peor especie de todos ellos, al pirata soli-tario y forajido, al sangriento Ismael de los mares, en guerra con toda la raza humana. Esta fue la mi-serable raza de hombres que surgió a comienzos del siglo XVIII, y entre todos ellos ninguno pudo compararse en audacia, maldad y negra reputa-ción con el indecible Sharkey.

En los comienzos del mes de mayo del año 1720, el Happy Delivery estaba a unas cinco le-guas al oeste del Paso de Barlovento, con la verga del trinquete en facha, esperando que apareciese alguna embarcación bien provista y desamparada, a la que los alisios arrastrasen hasta el barco pirata.

Llevaba allí al pairo tres días, siniestra mancha negra en el centro del gran círculo de zafiro del Océano. A lo lejos, del lado de Sudeste, surgían en la línea del horizonte las colinas azules de la Española.

Page 61: Conan Doyle Piratas

[64] Arthur Conan Doyle

Pasaban las horas sin ningún resultado, y el

(temperamento sa lva je de Sharkey se es taba desbordando, porque su arrogancia se irritaba frentea cualquier contrariedad, aunque ésta proviniesedel mismo Destino. Aquella noche le había dichoa su cabo de mar, Ned Galloway, con la risa relinc h a n t e y repugnante que le caracterizaba, que latr ipulación del pr imer barco que capturase se latenía que pagar por haberle tenido esperando tanto tiempo.

El camarote del barco pirata era una habita-ción bastante espaciosa, tapizada y adornada con muchos artículos de lujo ya ajados, y ofrecía la más extraña mezcla de lujo y desorden. El arteso-nado, de madera de sándalo, tallado y barnizado, exhibía repugnantes manchones y estaba atrave-sado por agujeros de balas disparadas en horas de juerga y borrachera.

Los sillones, tapizados con ricas telas, lucían magníficos terciopelos y encajes en confuso mon-tón, y todos los nichos y rincones estaban abarrotados de trabajos de orfebrería y cuadros de g ran va lo r , porque todo lo que hab ía despertado el capricho del pirata en el saqueo de un centenar de embarcaciones había sido amontonado de cualquier manera en aquella habitación. El suelo estaba revestido con una alfombra mullida y de gran

Page 62: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [65]

valor, aunque toda ella lucía un maremágnum demanchas de vino y quemaduras de tabaco.

Una enorme lámpara colgante de bronce pro-yectaba una luz amarilla y brillante sobre aquella habitación extraordinaria y sobre los dos hombres sentados en mangas de camisa, con varias botellas de vino entre ellos, los naipes en la mano y embe-bidos en una partida de piquet. Ambos fumaban en largas pipas, y la humareda azul llenaba el ca-marote y flotaba hasta salir al exterior por la clara-boya del techo, que, a medio abrir, dejaba ver una franja de firmamento de color vino violeta, salpi-cada de resplandecientes estrellas de plata.

Ned Galloway, el cabo de mar, era un bergante corpulento de la Nueva Inglaterra, único retoño podrido en el árbol genealógico de una honrada familia puritana. Sus miembros fornidos y su cuerpo gigantesco eran la herencia de una larga lí-nea de antepasados que temían a Dios, aunque su corazón salvaje y criminal le pertenecía por com-pleto. Con su barba que le llegaba a las sienes, ojos azules y feroces, una enmarañada melena de león de negros cabellos rebeldes y grandes pen-dientes de oro en las orejas, era el ídolo de las mu-jeres en todos los cubiles infernales de la costa, desde las islas Tortugas hasta Maracaibo, en el continente. Una gorra encarnada, una camisa de

Page 63: Conan Doyle Piratas

[66] Arthur Conan Doyle

seda azul, briches de terciopelo marrón con chi-llones cintajos en las rodillas, y altas botas de ma-rinero, constituían el atuendo de aquel hércules pirata.

El capitán John Sharkey era un tipo muy dife-rente. Su rostro enjuto, tirante, completamente afeitado, tenía la lividez de un cadáver, y todos los soles de las Indias Occidentales sólo habían con-seguido darle un matiz de pergamino más cadavé-rico todavía. Era parcialmente calvo, con algunos bucles lacios del color de la estopa, y una frente estrecha y casi recta. Su nariz delgada se proyecta-ba aguda hacia afuera, y sus ojos azules, encajados muy juntos a uno y otro lado de la misma, esta-ban bordeados de un círculo rojo, como los del perro bullterrier blanco, e imponían temor y re-pugnancia a no pocos hombres fuertes. Sus ma-nos huesudas, de dedos largos y secos que tembla-ban constantemente como las antenas de un insecto, jugueteaban sin cesar con las cartas y con el montón de monedas de oro que tenía delante de él. Sus ropas eran de una mezclilla poco elegan-te, pero la verdad es que todos cuantos miraban aquel rostro espantoso no reparaban en la ropa que vestía su propietario.

El juego se vio súbitamente interrumpido cuando la puerta del camarote fue abierta ruda-

Page 64: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [67]

mente de par en par, y dos individuos de mala ca-tadura, Israel Martín, el nostramo, y Red Foley, el artillero, penetraron violentamente en el camaro-te. Sharkey se puso instantáneamente en pie, em-puñando una pistola en cada mano, y gritó, cla-vando en los recién llegados sus ojos asesinos:

-¡Chusma inmunda! Estoy viendo que si no mato a tiros a uno de vosotros de cuando en cuan-do, no vais a aprender nunca quién soy yo. ¿Qué es eso de entrar en mi camarote como si fuese una taberna de Wapping?

-Precisamente es esa manera de hablar suya la que nos ha hecho agudizar el oído. Ya estamos hartos de ella-dijo Martín, frunciendo amenaza-dor el ceño en su cara de un color rojo ladrillo:

-Estamos más que hartos -dijo Red Foley, el artillero—. En un barco pirata no hay primero ni segundo oficial, de modo que los oficiales son el nostramo, el artillero y el cabo de mar.

-¿Alguna vez he dicho yo lo contrario? -pre-guntó Sharkey lanzando un juramento.

-Usted nos ha insultado y nos ha maltratado delante de la tripulación, y en este momento ya no sabemos si hay razón para que nos juguemos las vidas defendiendo el camarote en contra del castillo de proa.

Sharkey olió que flotaba en el aire algún con-

Page 65: Conan Doyle Piratas

[68] Arthur Conan Doyle

flicto serio. Dejó las pistolas encima de la mesa, y se recostó en su sillón, mostrando sus colmillos amarillentos, y dijo:

-Es triste que dos hombres valerosos que han vaciado conmigo tantas botellas y han cortado tantos cuellos, riñan ahora por naderías. Sé muy bien que sois unos buenos camorristas, capaces de pelear a mi lado contra el mismo diablo si yo os lo pido. Mandad al camarero que traiga vasos y ahoguemos todas las palabras desagradables en-tre nosotros.

-Capitán Sharkey, ya no es momento de beber —dijo Martín-. Los hombres de la tripulación es-tán celebrando consejo alrededor del palo mayor, y pueden presentarse aquí de un momento a otro. Traen malas intenciones, capitán Sharkey, y he-mos venido a advertírselo:

Sharkey saltó hacia la espada de empuñadura de metal que colgaba de una pared, gritando:

-¡Los muy canallas! En cuanto haya despanzu-rrado a uno o dos se avendrán a escuchar razones.

Pero los demás le cortaron el camino cuando se lanzaba frenético hacia la puerta. Martín dijo:

-Son cuarenta y están a las órdenes de el Seño-rito, y si sale a la cubierta, con seguridad que le ha-cen a usted pedazos. Quizá aquí, dentro del cama-rote, podamos hacerles frente a punta de pistola.

Page 66: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [69]

Apenas había terminado de hablar, cuando se oyeron sobre cubierta pasos de una multitud de pies pesados. Luego se produjo un silencio, du-rante el cual sólo se oyó el suave palmoteo del agua contra los costados del barco pirata. Por últi-mo, resonó en la puerta un golpe estrepitoso, como si la hubieran golpeado con la culata de una pistola, y un instante después entró en el camarote el Señorito en persona, hombre alto y moreno, con un antojo colorado de nacimiento en la meji-lla. Su aire fanfarrón se aplacó un poco cuando su mirada se topó con la de aquellos ojos pálidos y turbios.

-Capitán Sharkey, vengo como portavoz de la tripulación -dijo.

-Ya me lo han dicho, Señorito -dijo el capitán con mucha suavidad-. Quizá viva yo lo suficiente para rajarte de arriba abajo en pago por tu faena de esta noche.-=-.- -Puede pensar lo que quiera, capitán Sharkey -contestó el Señorito-. Pero si mira usted hacia arriba, verá que estoy respaldado por gente que no tolerará que se me maltrate.

—¡Que nos condenemos todos si lo toleramos! -gruñó una voz profunda desde lo alto, y los ofi-ciales que había en el camarote descubrieron, al mirar hacia arriba, una hilera de rostros feroces,

Page 67: Conan Doyle Piratas

[70] Arthur Conan Doyle

barbudos y curtidos por el sol, que les contempla-ban desde la claraboya abierta.

-Bien, ¿qué es lo que queréis? -preguntó Sharkey-. Explícalo con palabras y acabemos de una vez.

-Los hombres de la tripulación creen que us-ted es el mismo demonio, y que mientras nave-guen en semejante compañía no pueden tener suerte -dijo el Señorito-. Hubo tiempos en que nos apoderábamos de dos o tres embarcaciones al día, y todos los hombres de la tripulación dispo-nían de mujeres y dólares a su satisfacción; pero ahora llevamos una semana sin haber levantado una vela, y desde que cruzamos por delante del Bahama Bank no nos hemos apoderado de un solo barco de importancia, aparte de tres misera-bles faluchos. Saben también que mató usted al carpintero Jack Bartholomew golpeándole en la cabeza con un cubo, y por eso todos nosotros te-memos por nuestras vidas. También el ron se ha terminado y se nos hace duro estar sin bebida. Además, usted se pasa la vida en su camarote, y en el contrato de todos está estipulado que debe acompañar a la tripulación cuando ésta bebe y se divierte. Por esta razón, y en una asamblea general que se ha celebrado hoy, hemos decidido...

Sharkey había levantado furtivamente los per-

Page 68: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [71]

cutores de una pistola que tenía escondida debajo de la mesa, de modo que el marinero amotinado tuvo mucha suerte de no poder acabar su discur-so, porque cuando llegaba al final se oyó sobre cu-bierta un rápido pataleo, y un marinero del barco, fuera de sí por las noticias que traía, se precipitó dentro del camarote, gritando:

-¡Un buque! ¡Un buque de gran porte... y está casi encima del nuestro!

En un segundo se olvidaron de la pelea, y los piratas corrieron a sus puestos. No cabía duda: llevado lentamente por el soplo de los suaves ali-sios, un gran barco, completamente aparejado y a velas desplegadas, pasaba muy cerca de ellos.

Era evidente que venía desde muy lejos e igno-raba lo que ocurría en el mar Caribe, porque no hizo la menor maniobra para esquivar al barco de casco negro y bajo que estaba al pairo tan cerca de su proa, y seguía su rumbo como si le bastase su volumen para creerse a salvo de todo riesgo.

Demostraba tal atrevimiento que los piratas, mientras corrían a destapar sus cañones e izaban sus linternas de combate, creyeron por un mo-mento que les había sorprendido un barco de guerra.

Pero cuando vieron que se trataba de un barco de casco abultado y sin troneras laterales, con el

Page 69: Conan Doyle Piratas

[72] Arthur Conan Doyle

aparejo de mercante, dejaron escapar un alarido de júbilo; un instante después hacían girar la can-greja y situaban el barco a la par del otro. Pronto quedó el casco del buque aferrado con los garfios, y una lluvia de bergantes saltó a la cubierta lan-zando gritos y maldiciones.

Media docena de marineros de la guardia de noche aparecieron muertos a hachazos en sus puestos; el primer oficial fue derribado por Shar-key, y Ned Galloway lo tiró al mar por la borda; antes de que la tripulación, dormida, pudiese sen-tarse en sus literas, el barco estaba en manos de los piratas.

La presa resultó ser el barco de aparejo com-pleto Portobello, propiedad del capitán Hardy, que se dirigía de Londres a Kingston, en Jamaica, con un cargamento de telas de algodón y llantas de hierro.

Una vez presa y reunida toda la tripulación, formando un grupo de hombres atontados y estu-pefactos, los piratas se dispersaron por el barco buscando su botín, entregando todo cuanto en-contraban al gigantesco cabo de mar, que a su vez lo trasladaba a bordo del Happy Delivery y lo de-positaba bajo guardia al pie del palo mayor.

No pudieron aprovechar el cargamento, pero encontraron un millar de guineas en la caja fuerte

Page 70: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [73]

del barco; a bordo iban, además, ocho o diez pasa-jeros, tres de ellos mercaderes ricos de Jamaica que volvían a sus casas con cajas bien repletas des-pués de su visita a Londres.

Una vez reunido todo el botín, procedieron a registrar a los pasajeros y a la tripulación hasta la cintura, para lanzarlos después al mar por la bor-da, bajo la fría sonrisa de Sharkey. Mientras tanto, el Señorito, de pie junto al antepecho, les cortaba con su machete los tendones de las corvas, para que ningún nadador pudiera presentarse un día ante un tribunal, y acusarles. Una mujer gruesa y de cabello blanco, esposa de uno de los mercade-res, estaba entre las cautivas, pero también la tira-ron al mar, aunque ella gritaba y se agarraba a sus captores. Sharkey le gritó como un relincho:

« —¿Que no te matemos, grandísima bruja? Te sobran veinte años para que te perdonemos la vida.

El capitán del Portobello, hombre curtido, de ojos azules y barba blanca, fue el último que que-dó sobre cubierta. Permaneció erguido, firme y resuelto, entre el resplandor de las linternas, mientras Sharkey le hacía reverencias y muecas de burla, diciendo:

-El capitán de un barco debe mostrarse cortés con el capitán de otro barco, y que me maten si el

Page 71: Conan Doyle Piratas

[74] Arthur Conan Doyle

capitán Sharkey se queda a la zaga de nadie en cuanto a cortesía y buenas maneras. Lo he dejado a usted el último, porque ése es el lugar que le co-rresponde a un hombre valeroso; así, pues, valen-tón, como ya los ha visto morir a todos, puede us-ted tirarse de cabeza al mar con la conciencia tranquila.

-Así lo haré, capitán Sharkey -respondió el anciano marino—, porque he cumplido con mi deber hasta donde me ha sido posible. Pero antes de saltar por la borda quisiera decirle en privado unas palabras.

-Si son para ablandarme, ahórreselas. Nos ha tenido aquí esperándole tres días, y que me maten si dejo con vida a uno solo de ustedes.

-No; es para decirle algo que debe saber. Usted no ha descubierto aún el verdadero tesoro que hay a bordo de este buque.

-¿Que no lo he descubierto? Capitán Hardy,que me maten si no le rebano el hígado como nohaga usted buenas esas palabras. ¿Dónde está esetesoro del que me habla? í,. ¡í.

-No se trata de monedas de oro, sino de una bellísima joven, que quizá le agrade tanto o más que el oro.

-¿Dónde está? ¿Por qué no estaba con los de-más?

Page 72: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [75]

-Se lo voy a explicar. Esa joven es la hija única del conde y la condesa de Ramírez, a los que usted ha asesinado ya. Se llama Inés Ramírez, y es del mejor abolengo de España, porque su padre era gobernador de Chagre, adonde se dirigía con su familia. Durante el viaje se enamoró, como les ocurre a las muchachas, de un hombre de condi-ción muy inferior a la de su familia; sus padres, que eran gente muy poderosa, a los que nada se les podía negar, me obligaron a encerrarla en un ca-marote especial detrás del mío. Allí la han tenido rigurosamente encerrada, sin que viese a nadie, y sirviéndole en su mismo camarote los alimentos. Le digo esto como un último regalo, aunque no sé qué impulso me ha llevado a hacérselo, porque la verdad es que usted es el rufián más sanguinario, y me consuela morir con el pensamiento de que será usted, con toda seguridad, carne de horca en este mundo y carne de infierno en el otro.

Dichas estas palabras, se acercó rápido a la amurada y se lanzó de cabeza al mar tenebroso, pidiendo a Dios, mientras se hundía en sus pro-fundidades, que no tomase como un grave peca-do la traición que cometía con aquella joven.

No habría llegado aún el cadáver del capitán Hardy a cuarenta brazas de profundidad, cuando los piratas se precipitaban por el pasillo de los ca-

Page 73: Conan Doyle Piratas

[76] Arthur Cortan Doyle

marotes. Al llegar al final descubrieron una puerta cerrada, en la que no habían reparado durante su búsqueda anterior. No tenía llave, pero los asaltan-tes derribaron la puerta a culatazos, mientras en su interior se oían alaridos y más alaridos de mujer. La luz de sus linternas iluminó la figura de una mujer joven, en lo más florido de su juventud, aga-zapada en un rincón, con los cabellos sueltos col-gando hasta el suelo, los ojos negros y brillantes de temor, y un cuerpo magnífico que retrocedía ho-rrorizado ante aquella invasión de hombres salva-jes manchados de sangre. Unas manos rudas la afe-rraron, la hicieron ponerse en pie de un tirón y la arrastraron sollozante hasta donde John Sharkey estaba esperándola. El capitán pirata proyectó lar-go rato y con gran regodeo la luz sobre aquella cara. Después lanzó una carcajada, se inclinó hacia adelante y le dejó en las mejillas la huella roja de su mano:

—Moza, ésta es la marca con que el pirata señala a sus ovejas. Llevadla al camarote y tratadla bien. Y ahora, muchachos, desfondad esta embarcación y salgamos otra vez en busca de fortuna.

El magnífico barco Portobello se estuvo hun-diendo durante una hora, y no se detuvo hasta que se reunió con sus pasajeros asesinados, sobre las arenas del fondo del mar Caribe, mientras la

Page 74: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [77]

embarcación pirata navegaba hacia el Norte en busca de otra víctima, con la cubierta convertida en un mercadillo con todos los objetos del botín.

Aquella noche se celebró una francachela en el camarote del Happy Delivery, y tres hombres be-bieron de firme. Aquellos hombres eran el capi-tán, el cabo de mar y el Calvo Stable, médico, que estuvo establecido en Charleston hasta que huyó de la justicia por haber abusado de un enfermo, y dedicó su habilidad médica a los piratas. Era un hombre grueso y abotargado, con una gran papa-da y una gran calva brillante, que le había valido su apodo. Sharkey había dejado por el momento de pensar en el motín, pues sabía que ningún ani-mal demasiado bien comido tiene instintos fero-ces, y que mientras el botín recogido en aquel gran barco constituyese una novedad para la tri-pulación, nada tenía que temer de ésta. Se entre-gó, pues, al vino y a la francachela, gritando y vo-ciferando con sus compañeros de juerga. Los tres estaban calenturientos y enloquecidos, maduros para cualquier diablura, cuando la imagen de la cautiva cruzó por la imaginación del pirata. Shar-key ordenó a gritos al camarero negro que se la trajese al instante.

Inés Ramírez era ya consciente de todo lo ocu-rrido: la muerte de su padre y de su madre, y su

Page 75: Conan Doyle Piratas

[78] Arthur Conan Doyle

propia situación en manos de asesinos. Sin em-bargo, ese conocimiento le devolvió la tranquili-dad y ya no había señal alguna de terror en su ros-tro altivo y moreno cuando la introdujeron en el camarote. Se advertía más bien una expresión ex-traña y resuelta en su boca y un brillo jubiloso en sus ojos, como si viese grandes perspectivas para el futuro. Sonrió al capitán pirata cuando éste se levantó y la abrazó por la cintura.

-¡Por vida de..., que es ésta una moza valiente! -exclamó Sharkey, estrechándola contra sí-. Na-ció para novia de un pirata. Ven acá, pajarita mía, y bebe por nuestra más íntima amistad.

-¡Artículo seis! -hipó el médico—. Todas las bona robas en común.

-Sí, capitán Sharkey; le exigimos que lo cum-pla -dijo Galloway-. Así está escrito en el artícu-lo seis.

-A quien se interponga entre nosotros le haré picadillo -gritó Sharkey, clavando sus ojos vidrio-sos primero en uno y luego en su otro acompa-ñante—. Sí, moza, no ha nacido el hombre que te aparte de John Sharkey. Siéntate aquí sobre mis rodillas y rodéame el cuello con tu brazo: así. ¡Que me maten si no se ha enamorado de mí en cuanto me ha visto! Díme, hermosa, ¿por qué te maltrataron y te encerraron los del otro barco?

Page 76: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [79]

La mujer movió la cabeza, sonrió y jadeó:-No hablo inglés, no hablo inglés.Había bebido todo el vaso de vino que Sharkey

le ofreció y sus ojos negros relampagueaban mu-cho más que antes. Sentada sobre las rodillas de Sharkey, le rodeó el cuello con su brazo y le acari-ció los cabellos, la oreja y la mejilla. Hasta el extra-ño cabo de mar y el empedernido médico se horro-rizaron al verla, pero Sharkey lanzaba carcajadas de júbilo.

-¡Que me condenen si esta moza no es, de lo bueno, lo mejor! -exclamó, al tiempo que la apre-taba contra sí y la besaba en la boca, beso que la muchacha no rechazó.

Pero el médico, que la estaba mirando, adoptó una actitud de profundo interés, y su cara se puso rígida, como si le hubiera pasado por la mente un pensamiento terrible. Por sus facciones de bulldog se extendió una extraña palidez gris que eclipsó todo el color rojo de los trópicos y el ardor del vino.

-¡Capitán Sharkey, mírele la mano! -gritó-. ¡Por amor de Dios, fíjese en su mano!

Sharkey se puso a mirar aquella mano que le había acariciado. Tenía una extraña palidez, como de muerta, y entre los dedos había un color amari-llo brillante. Estaba toda ella cubierta de un polvi-

Page 77: Conan Doyle Piratas

[80] Arthur Conan Doyle

lio blanco que parecía pelusa, como la harina de un pan recién sacado del horno. Ese polvillo cu-bría también por completo el cuello y las mejillas de Sharkey. Éste dejó escapar un grito de repug-nancia y arrojó de sus rodilla a la mujer; pero ésta dio un salto de gato salvaje, y lanzando un grito de maldad victoriosa, se precipitó hacia el médico. Este desapareció dando gritos debajo de la mesa. Una de las manos engarabitadas de la joven agarró a Galloway por la barba, pero éste se libró de un gran tirón, empuñó una lanza y la mantuvo a dis-tancia, mientras ella farfullaba y hacía muecas con los ojos centelleantes, como una loca furiosa.

El camarero negro había acudido corriendo al oír el estrépito de aquella súbita zarabanda, y en-tre todos ellos obligaron a la enloquecida mu-chacha a meterse en un camarote, cuya puerta cerraron con llave. Luego, los tres compañeros de juerga se dejaron caer jadeantes en sus sillas y se contemplaron los unos a los otros con ojos de espanto. Los tres tenían en el pensamiento la misma palabra, pero fue Galloway el primero en expresarla:

-¡Una leprosa! ¡Nos ha tocado a todos la mal-dita!

-¡A mí, no! -exclamó el médico-. No logró tocarme siquiera con un dedo.

Page 78: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [81]

—Si a eso vamos, a mí sólo me tocó los pelos de la barba, y voy a hacérmela rapar antes de que amanezca -dijo Galloway.

—¡Qué necios hemos sido! -gritó el médico, dándose de puñetazos en la cabeza-. Contagiados o no, no disfrutaremos de un solo instante de tran-quilidad hasta que se cumpla el año y haya pasado el peligro. ¡Vive Dios, que ese capitán mercante nos ha dejado señalados con su marca, y que he-mos sido unos estúpidos al creer que a una moza como ésta la iban a tener en cuarentena por la ra-zón que él alegó! Resulta fácil de comprender aho-ra que su enfermedad se manifestó durante el via-je, y que no les quedaba otro recurso, a menos que la tirasen por la borda, que emparedarla hasta que llegasen a un puerto que tuviese un lazareto.

Mientras hablaba el médico, Sharkey se había recostado en el respaldo de su silla y tenía una ex-presión cadavérica. Se pasó el pañuelo rojo por la cara, tratando de sacudir de ella el polvillo sinies-tro de que estaba tiznado.

—¿Y qué me va a pasar a mí? —refunfuñó—. ¿Qué me dices, Calvo Stable? ¿Tengo alguna pro-babilidad de librarme? ¡Maldito seas, canalla! Di lo que piensas o te daré una paliza que te dejará a una pulgada de la muerte, e incluso más cerca. ¿Tengo, sí o no, alguna probabilidad de librarme?

Page 79: Conan Doyle Piratas

[82] Arthur Conan Doyle

Pero el médico movió negativamente la cabeza, y dijo:

-Capitán Sharkey, yo cometería una mala acción si le dijese una mentira. Ha contraído ustedla enfermedad. La persona sobre la que ha caído laescamilla o caspa de la lepra ya no logra limpiarsede ella.

Sharkey dejó caer la cabeza sobre el pecho ypermaneció en esa actitud, inmóvil, herido poraquella súbita y aterradora perspectiva, mirandosu espantoso porvenir con ojos como brasas. Elcabo de mar y el médico se pusieron en pie y salieron furtivamente de la atmósfera envenenada delcamarote al aire puro de los primeros amagos delalba, y recibieron en sus rostros la brisa suave yperfumada, mientras allá en lo alto, los primerospenachos de rojas nubes interceptaban los rayosavanzados del sol que doraba el horizonte, por en-cima de las cumbres coronadas de palmeras de la lejana isla de la Española.

Aquella mañana celebraron los piratas unanueva asamblea al pie del palo mayor y enviaron una comisión para que se entrevistase con el capi-

tan. Pero Sharkey no les dio tiempo de llegar a loscamarotes de popa, pues salió a cubierta, con todasu antigua maldad asomándole a los ojos y la ban-dolera a la espalda con un par de pistolas.

Page 80: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [83]

—¡Sois todos unos canallas! -gritó-. ¿Os atrevéis a cruzaros en mi camino? Avanza, Señorito, que te voy a rajar de arriba abajo. ¡A ver, Galloway, Mar-tín, Foley, acudid a mi lado; vamos a meter a esos perros a latigazos en su perrera!

Pero sus oficiales le habían abandonado y no hubo nadie que se pusiese de su parte. Los piratas se abalanzaron sobre Sharkey, y aunque éste atravesó a uno de ellos de un balazo, pronto se vio reducido y atado a su propio palo mayor. Sus ojos turbios fue-ron clavándose en todas las caras, y no hubo un solo pirata al que aquella mirada no intranquilizase.

El Señorito le dij o:-Capitán Sharkey, usted ha maltratado a mu-

chos de nosotros, y ahora ha disparado sobre John Masters, además de haber matado al carpintero Bartolomew abriéndole la cabeza con un cubo. Habríamos podido perdonarle todo esto por los años que lleva siendo nuestro jefe y porque hemos firmado un contrato para servir bajo sus órdenes mientras dure este viaje. Pero nos hemos enterado de la existencia de una bona roba a bordo: sabe-mos que ha sido usted contagiado hasta la médu-la, y que no habrá seguridad para ninguno de nosotros al lado de un hombre podrido, pues aca-baremos pudriéndonos y corrompiéndonos to-dos. Por todo ello, John Sharkey, le comunicamos

Page 81: Conan Doyle Piratas

[84] Arthur Conan Doyle

que nosot ros , los p i ra tas de l Happy Delivery, reun idos en asamblea , hemos tomado la reso luc iónde abandonarlo, ahora que estamos todavía at iempo, a la der iva en un bote , para que encuentre el dest ino que la suerte quiera depararle.

John Sharkey no dijo una palabra; se limitó a irgirando la cabeza y maldiciéndolos uno a uno consu siniestra mirada. Habían arriado mientras tan-to el chinchorro del barco, y luego lo descolgarona él, sin soltarle las manos, y sujeto al extremo deuna cuerda por un nudo corredizo.

-¡Soltad el chinchorro! -gritó el Señorito.-Esperad un momento, maese Señorito -gritó

uno de la tripulación-. ¿Qué hacemos con la moza? ¿La vamos a dejar a bordo para que nos contagie a todos?

-¡Larguémosla con su pareja! -gritó otro, y los piratas expresaron con un ruidoso clamor que aprobaban la idea.

La muchacha, a la que hicieron avanzar a punta de lanzas, fue empujada hacia el bote. Con toda la gallardía de una española, a pesar de su cuerpo putrefacto, la joven lanzaba a sus captores mira-das triunfantes.

—¡Perros! ¡Perros ingleses! ¡La lepra para vosotros, sí, la lepra! -gritó jubilosa cuando la descolgaron dentro del chinchorro.

Page 82: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [85]

-¡Buena suerte, capitán! ¡Que Dios le bendiga en su luna de miel! -gritó un coro de voces burlo-nas en el momento de soltar el cable de amarre del chinchorro.

El Happy Delivery, cogió de lleno el soplo del alisio y dejó a popa la pequeña embarcación, que pronto fue sólo un minúsculo puntito en la in -mensa superficie del mar solitario.

Extracto del diario de navegación del Hécate, buque de cincuenta cañones de la Armada britá-nica que navegaba costeando el continente de América:

26 de enero de 1721En esta fecha, como el tasajo se ha echado a

perder y cinco miembros de la tripulación están enfermos de escorbuto, he dado orden de que dos de las lanchas se dirijan a la punta noroeste de la Española, en busca de fruta fresca, y para que ma-ten a tiros, si se les ofrece ocasión, algunos de los toros salvajes que tanto abundan en la isla.

Page 83: Conan Doyle Piratas

[86] Arthur Conan Doyle

7 de la tarde.Las lanchas han regresado con una buena pro

visión de frutas y verduras y la carne de dos toros.Mr. Woodruff, nuestro patrón, me informa deque cerca del lugar del desembarco, y a la entradade un bosque, fue encontrado el esqueleto de una mujer, cuyas ropas europeas apuntan a que se tra-taba de una mujer de categoría. Tenía la cabezaaplastada, y la piedra con la que se había llevado acabo el crimen estaba a su lado. Muy cerca de allí había una choza de ramaje con señales de que en ella hubiese vivido un hombre bastante tiempo, a juzgar por la leña chamuscada, la cantidad de huesos y otras huellas. Se rumorea en la costa q u e el sanguinario pirata Sharkey fue abandonado el pasado año en aquellos parajes; pero no hubo medio de comprobar si se internó e n l a i s l a o f u e r e cogido por alguna embarcación. Si ese hombre ha vuelto a hacerse a la mar, yo pido a Dios que lo ponga al alcance de nuestros cañones.

Page 84: Conan Doyle Piratas

CÓMO COPLEY BANKS MATÓ

AL CAPITÁN SHARKEY

Los bucaneros constituían una organización de mayor altura que una simple cuadrilla de me-rodeadores. Formaban una república flotante, que se regía por leyes, costumbres y una disciplina propia.

Los jefes de los bucaneros, tanto si eran ingle-ses como franceses, si se apellidaban Morgan o Grandmont, eran siempre personas de responsa-bilidad, y sus países de origen podían admitirlos e incluso elogiarlos, mientras se abstuviesen de co-meter actos capaces de sublevar demasiado a las conciencias bien curtidas del siglo XVII. Algunos de esos hombres tenían sentimientos religiosos, y todavía se recuerda el día en que Sawkins arrojó por la borda los dados con que jugaba la tripula-ción un domingo, y que Daniel mató a tiros a un hombre delante del altar para castigar su irreve-rencia.

Pero llegó un día en que las flotas de los buca-neros ya no dominaban las islas de las Tortugas, y

Page 85: Conan Doyle Piratas

[88] Arthur Conan Doyle

ocuparon su lugar los piratas aislados y forajidos.Sin embargo, incluso con estos piratas subsistiócierta tradición de disciplina y de obediencia; en-tre los piratas primitivos, los Avory, los England,los Roberts, reinó cierto respeto hacia los sentimientos de la humanidad. Eran más peligrosospara el mercader que para el marinero.

Pero a esa generación de piratas sucedió otrade hombres más salvajes y desesperados que,conscientes de que en su guerra contra la especiehumana no conseguirían que se les diese cuartel,juraron no darlo ellos tampoco. Lo que de sus vidas sabemos es poco y no muy digno de crédito.No escribieron sus memorias y no dejaron cons- tancia de sus hazañas, salvo algún que otro casco de buque ennegrecido por el fuego y manchadode sangre, que quedó flotando al garete en la su-perficie del Atlántico. Pero esas hazañas puedensuponerse al leer la larga lista de barcos que no garon nunca a puerto.

Si repasamos los documentos históricos, tro-pezamos aquí y allá con algunos juicios celebra-dos en el viejo mundo que parecen levantar por un momento el velo que oculta las actividades de esos piratas, y descubrimos detrás una visión de brutalidades asombrosas y grotescas. A esa casta pertenecieron Ned Low, Gow el Escocés y el infa-

Page 86: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [89]

me Sharkey, cuya embarcación pintada de negro, la Happy Delivery, era conocida desde los bancos de Newfoundland hasta las desembocaduras del Orinoco como el trágico nuncio de la destrucción y de la muerte.

Tanto entre las islas como en el continente eran muchos los hombres con quienes Sharkey te-nía contraídas deudas de sangre; pero con ningu-no de ellos la tenía más sangrienta y enconada que con Copley Banks, de Kingston. Banks había sido uno de los principales comerciantes de azúcar de las Indias Occidentales. Era hombre de buena po-sición, miembro del Consejo, casado con una Percival y primo del gobernador de Virginia. Ha-bía enviado a sus dos hijos a Londres para que re-cibiesen allí su educación, y posteriormente em-barcó su mujer para regresar con ellos a Jamaica. En el viaje de vuelta, el barco en que venían, que era el Duchess of Cornwall, cayó en manos de Sharkey y toda la familia murió de una manera infame.

Cuando tuvo noticia del suceso, Copley Banks habló poco y cayó en una melancolía permanente y silenciosa. Abandonó los negocios, esquivó el trato de sus amigos y dedicó el tiempo a recorrer tabernas de baja estofa, frecuentadas por pescado-res y marineros. Allí, entre alborotos y francache-

Page 87: Conan Doyle Piratas

[90] Arthur Conan Doyle

las, permanecía silencioso, fumando una pipa, con expresión adusta y ojos que parecían dos bra-sas. Era opinión general que aquella desgracia le había perturbado la razón, y sus antiguos amigos le miraban de soslayo, porque las gentes con quie-nes ahora trataba no merecían la confianza de hombres honrados.

De cuando en cuando llegaban rumores de que Sharkey navegaba por los mares. Unas veces era una goleta que había divisado en el horizonte un gran incendio, y al acercarse para acudir en so-corro del barco que ardía, tuvo que salir huyendo al descubrir que la embarcación negra y taimada acechaba igual que un lobo cerca de la oveja que ha destrozado. Otras veces era un aterrado barco mercante, que había venido a todo lo que daban sus velas henchidas por el viento, lo mismo que el corpiño de una mujer, porque había visto alzarse por encima de la línea violeta del horizonte una vela cangreja remendada. Otras, en fin, era un barco de cabotaje que había descubierto en un cayo sin agua de las Bahamas una gran cantidad de cadáveres que se habían apergaminado al sol.

En cierta ocasión llegó un hombre que había sido cabo de mar de un barco de la Guinea y que había logrado escapar de las manos del pirata. No le era posible hablar -por razones que Sharkey ha-

Page 88: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [91]

bría podido explicar mejor que nadie-; pero sí po-día escribir, y escribió cosas que interesaron mu-chísimo a Copley Banks. Durante horas y horas ambos hombres permanecieron sentados delante de un mapa, y el hombre mudo iba señalando aquí y allá los arrecifes y los tortuosos entrantes de la costa, mientras su acompañante fumaba en silen-cio con el rostro impasible y los ojos ardientes.

Cierta mañana, unos dos años después de su desgracia, Mr. Copley Banks volvió a sus oficinascon su antigua expresión de energía y actividad. El gerente se le quedó mirando sorprendido, por-que hacía muchos meses que no había manifesta-do el menor interés por el negocio.

-Buenos días, Mr. Banks -le dijo.-Buenos días, Freeman. Me he enterado de

que el Ruffling Harry está en la bahía.-Sí, señor, y el miércoles zarpa con destino a

las islas de Barlovento.-Tengo otro destino para ese barco, Freeman.

He decidido realizar un viaje para traer una expe-dición de esclavos negros desde Whydah.

Fueron inútiles los razonamientos y las persua-siones, en vista de lo cual, el gerente, con gran pe-sar suyo, procedió a descargar el buque.

Entonces inició Copley Banks sus preparati-vos para el viaje a África. Por lo visto, confiaba en

Page 89: Conan Doyle Piratas

[92] Arthur Conan Doyle

la fuerza más que en el trueque para llenar sus bodegas con un cargamento humano, porque no su-bió a bordo toda la vistosa bisutería de que tantogustan los salvajes, y en su lugar equipó albergan- tín con ocho cañones de nueve libras y abundan- cia de mosquetes y machetes. El depósito de velas de la parte de popa fue transformado en santabár- bara, y cargó una cantidad de municiones tan completa como la de cualquier corsario bien provisto. Finalmente, se cargaron provisiones y aguapara un largo viaje.

Pero el reclutamiento de la tripulación fue lo más sorprendente, hasta el punto de que el geren-te, Freeman, comprendió que había algo de verdad en los rumores de que su amo había perdidola razón. Con uno u otro pretexto, empezó a des-pedir a los tripulantes antiguos y bien probados,que trabajaban con la firma desde muchos añosatrás, y embarcó en su lugar a la escoria del puerto, es decir, a hombres de tan mala fama que elmás ruin de los reclutadores se habría avergonza- do de ofrecerlos.

Figuraba entre ellos el Señorito, el del antojo,del que se sabía que había intervenido en la ma-tanza de los balandros que transportaban palo deCampeche. Había incluso quien, llevado por la fantasía, aseguraba que aquella fea mancha escar-

Page 90: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [93]

lata que desfiguraba su rostro era una consecuen-cia de sus grandes crímenes. Aquel hombre fue nombrado primer oficial, y como segundo oficial contrató a Israel Martín, un hombre pequeño y quemado por el sol, que había servido a las órde-nes de Howell Davies en la toma del fuerte de la costa de El Cabo.

La tripulación fue seleccionada entre la gentu-za con la que Banks se había codeado en los luga-res de infamia que había frecuentado; su propio camarero de mesa era un hombre de cara hosca que cuando trataba de hablar con alguien parecía cloquear lo mismo que un pavo. A ese hombre le habían afeitado la barba, y era imposible recono-cer en él al mismo individuo al que Sharkey había cortado la lengua, y que logró escaparse para con-tarle a Copley Banks lo que le había pasado.

Todas estas cosas no pasaron desapercibidas, ni dejaron de ser comentadas en la ciudad de Kingston. El comandante de las fuerzas armadas -Harvey, del Cuerpo de Artillería- presentó se-rias objeciones al gobernador, diciéndole:

-Ese barco no puede considerarse de comer-cio, porque es un pequeño barco de guerra. Creo que se debería arrestar a Copley Banks e incautarle la embarcación.

—¿Qué teme usted? -preguntó el gobernador,

Page 91: Conan Doyle Piratas

[94] Arthur Conan Doyle

hombre de cortos alcances, quebrantado por la fiebre y por el vino de Oporto.

-Me parece que se va a repetir el caso de Stede Bonnet -dijo el militar.

Stede Bonnet era un plantador que gozaba de muy buena fama y que poseía un temperamento religioso; pero un día, acometido por un deseo súbito y arrebatador de dedicarse a empresas te-merarias, lo había abandonado todo para lanzarse a piratear en el mar Caribe. Aquel caso era todavía reciente, y produjo la máxima consternación en las islas. En otros tiempos hubo gobernadores a los que se había acusado de estar compinchados con los piratas y de recibir un tanto por ciento de comisión sobre el botín que ellos hacían, razón por la cual se daban interpretaciones siniestras a cualquier falta de vigilancia que se advirtiese.

-Comandante Harvey -dijo el gobernador—, me duele hacer algo que pueda molestar a mi ami-go Copley Banks, porque son muchísimas las ve-ces que mis rodillas han estado debajo de la mesa de caoba de su comedor; pero, en vista de sus in-formes, no me queda otra alternativa que orde-narle a usted que se persone a bordo de ese barco, para que se asegure de su verdadero carácter y punto de destino.

Por esa razón el comandante Harvey, en una

Page 92: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [95]

lancha llena de soldados, hizo cierta mañana una visita por sorpresa al Ruffling Harry, sin otro re-sultado que el de recoger, en el lugar donde el bar-co había estado anclado la noche anterior, una maroma de cáñamo que flotaba en las aguas. El barco había cruzado ya las empalizadas y navega-ba contra los alisios del Nordeste, rumbo al estre-cho de Barlovento.

A la mañana siguiente, cuando ya el bergantín había dejado muy atrás el cabo Morant, que apare-cía como un simple trazo de bruma en el horizonte del Sur, toda la tripulación fue convocada a popa y Copley Banks les puso al corriente de sus proyec-tos. Les dijo que los había elegido porque sabía que eran hombres activos y con agallas, dispuestos a co-rrer algunos peligros en el mar antes que pasar ham-bre en la tierra. Los barcos de la Marina Real eran pocos y débiles, y ellos eran capaces con el suyo de dominar a cualquier mercante que se les cruzase en el camino. Si otros habían prosperado en aquel ne-gocio, no había razón para que ellos, con un buque muy manejable y bien equipado, no lograsen cam-biar sus chaquetas embreadas por levitas de tercio-pelo. Si estaban dispuestos a navegar bajo la bande-ra negra, él, por su parte, estaba dispuesto a ser su jefe; pero si alguno quería retirarse, podían dispo-ner de la canoa y regresar remando a Jamaica.

Page 93: Conan Doyle Piratas

[96] Arthur Conan Doyle

Únicamente cuatro hombres entre los cuaren-ta y seis pidieron que se les diese de baja; se em-barcaron en la canoa y se alejaron remando entre los gritos de mofa y los insultos de la tripulación. Los demás se reunieron en la popa y firmaron los contratos de su asociación. Se pintó la calavera blanca en un trozo cuadrado de lona embreada y se izó en el palo mayor, entre los vítores de todos.

Se eligió la oficialidad y se señalaron a los elegi-dos los límites de su mando. Copley Banks fue ele-gido capitán; pero, como en los barcos piratas no hay primer ni segundo oficial, el Señorito, el del an-tojo, fue nombrado cabo de mar, e Israel Martín, contramaestre. No costó mucho trabajo enseñar las costumbres de la hermandad, pues al menos la mi-tad de la tripulación había servido anteriormente en barcos piratas. La comida sería idéntica para to-dos y nadie coartaría la libertad de los demás para beber. El capitán dispondría de un camarote, pero todos los tripulantes podrían visitarlo cuando les pareciese, seguros de ser bien recibidos,

Todos participarían a partes iguales en el bo-tín, salvo el capitán, el cabo de mar, el contra-maestre, el carpintero y el artillero mayor, que re-cibirían desde un cuarto hasta una parte completa más que el resto de la tripulación. Quien primero descubriese una presa recibiría la mejor de las

Page 94: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [97]

armas que en ella se encontrase. Quien primero saltase a bordo del buque apresado recibiría el mejor traje de todos los que se encontrasen a bor-do. Todos podrían tratar a los prisioneros que les correspondiesen, tanto si eran hombres como mujeres, a su propio capricho. Al hombre que no se mantuviese firme junto al cañón, el cabo de mar podría matarlo a balazos. Ésas eran algunas de las normas que la tripulación del Ruffling Harry suscribió, trazando cuarenta y dos cruces al pie del documento que habían redactado.

Así fue como empezó a navegar por los mares un nuevo barco pirata, cuyo nombre fue conocido en menos de un año tanto y tan bien como el del Happy Delivery. Desde las Bahamas hasta las islas de Sotavento, y desde las de Sotavento hasta las de Barlovento, Copley Banks llegó a ser el rival de Sharkey y el terror de los barcos mercantes. Duran-te mucho tiempo no tropezaron en el mar el ber-gantín y el bricbarca, cosa bastante extraña, pues el Ruffling Harry andaba siempre metiéndose en los refugios de Sharkey; pero un buen día, cuando el bergantín se metía en el abra conocida con el nom-bre de Coxon's Hold, en la extremidad oriental de Cuba, con el propósito de carenar, encontraron allí al Happy Delivery, con sus motones y tiras de apare-jo montadas ya para realizar idéntica operación.

Page 95: Conan Doyle Piratas

[98] Arthur Conan Doyle

Copley Banks disparó una salva de perdigones e izó la bandera verde de parlamento, según era costumbre entre los caballeros del mar. Acto segui-do, arrió su bote y se dirigió a bordo del otro barco.

El capitán Sharkey no era hombre de genio co-municativo, ni sentía ninguna clase de simpatías hacia quienes se dedicaban a su misma profesión.

Copley Banks lo encontró sentado a horcaja-das en uno de sus cañones de popa en compañía del cabo de mar, Ned Galloway, y de una multi-tud de bergantes alborotadores que lo rodeaban. Pero ninguno de ellos seguía vociferando con igual seguridad en cuanto la cara pálida y los ojos turbios de Sharkey se volvían hacia él.

Estaba en mangas de camisa, con la chorrera de batista saliéndose por el chaleco abierto de raso encarnado con grandes carteras. El sol abrasador no parecía ejercer efecto alguno en su cuerpo en-juto, pues se cubría la cabeza con un gorro de piel, como si estuvieran en invierno. Le cruzaba el pe-cho una banda multicolor de seda, de la que col-gaba una espada corta y homicida, en tanto que su ancho cinto, sujeto con hebillas de metal, esta-ba lleno de pistolas. Cuando vio que Copley Banks pasaba por encima de la amurada, le gritó:

-¡Valiente cazador furtivo estás hecho! ¡Te voy a apalear hasta dejarte a una pulgada de la muerte,

Page 96: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [99]

y luego te seguiré apaleando! ¿Qué te propones vi-niendo a pescar en aguas que son mías?

Copley Banks le miró, y la expresión de sus ojos fue la de un viajero que descubre al fin su propia casa. Luego le contestó:

-Me alegro de que pensemos de la misma ma-nera, porque yo creo también que los mares no son lo bastante espaciosos para que quepamos no-sotros dos. Pero te propongo que cojas la espada y las pistolas y desembarques conmigo en un banco de arena. El primero de nosotros que caiga en el combate, habrá dejado libre al mundo de un con-denado canalla.

-¡Eso es hablar! -gritó Sharkey saltando de su cañón y alargándole la mano—. No he tratado con mucha gente que haya hablado en voz alta y mi-rando como si tal cosa a Sharkey a los ojos. ¡Que el diablo cargue conmigo si no te elijo como so-cio! Pero si me traicionas, iré a bordo de tu barco, y te destriparé sobre tu propia popa.

-¡Y yo juro hacer lo mismo! -replicó Copley Banks, con lo que los dos piratas quedaron con-vertidos en camaradas juramentados.

Aquel verano navegaron hacia el Norte, lle-gando hasta los bancos de Newfoundland, y ata-caron a los mercantes de Nueva York y a los balle-neros de la Nueva Inglaterra. Fue Copley Banks el

Page 97: Conan Doyle Piratas

[100] Arthur Conan Doyle \

que capturó al buque de Liverpool House ofHan-nover, pero fue Sharkey el que ató a su contra- maestre al cabrestante y lo mató tirándole botellasde clarete vacías.

Los dos barcos juntos trabaron combate con el buque de la Marina Real Royal Fortune, enviadoen su persecución, y le obligaron a retirarse des-pues de una acción nocturna que duró cinco horas, y en la que las tripulaciones, enloquecidas,pelearon desnudas y a la luz de las linternas de ba-talla, teniendo en todo momento un cubo de ron y un cazo junto a los avíos de cada cañón. Des- pues de la batalla, se dirigieron al abra de Topsail,en Carolina del Norte, para repostar. Cuando lie-gó la primavera se encontraron en la isla del GranCaicos, dispuestos para emprender un largo cru- cero por las Indias Occidentales.

Sharkey y Copley Banks se habían hecho poraquella época grandes amigos, porque al primerole gustaban los bergantes de pelo en pecho y loshombres implacables, y le pareció que el capitándel Ruffling Harry reunía ambas cualidades. Noobstante, tardó mucho en otorgarle su plena con-fianza, porque era profunda y fríamente descon-fiado. Jamás iba al barco del otro y siempre estabarodeado de sus propios hombres.

Copley Banks, en cambio, acudía con mucha

Page 98: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [101]

frecuencia a bordo del Happy Delivery, sumándo-se a muchas de sus ariscas francachelas, y de ese modo logró que desapareciesen los últimos vesti-gios de recelo de Sharkey. Éste ignoraba por com-pleto el daño que había causado a su nuevo com-pañero de juergas. ¿Cómo iba él a recordar, entre todas sus víctimas, a la mujer y a los dos mucha-chos que con tanta despreocupación había mata-do hacía tiempo? Por eso, cuando el capitán del Ruffling Harry le desafió a intervenir en una pa-rranda, junto con su cabo de mar, la última noche de su estancia en la isla de Caicos, no vio razón al-guna para negarse.

Una semana antes habían saqueado un barco de pasajeros bien provisto, de modo que el menú de platos fue de lo mejor. Terminada la cena, los cinco hombres se dedicaron a beber sin tasa. Aquellos cinco hombres eran los dos capitanes, el Señorito -el del antojo-; Ned Galloway e Israel Martín, el antiguo bucanero. Les servía el camare-ro mudo, al que Sharkey le había hecho un chi-chón en la cabeza con el vaso, porque había anda-do remiso en servirle.

El cabo de mar le había quitado furtivamente a Sharkey las pistolas, porque una de sus bromas habituales consistía en cruzarlas por debajo de la mesa y hacer fuego a ciegas, para ver quién era el

Page 99: Conan Doyle Piratas

[102] : Arthur Conan Doyle

que más suerte tenía. Esta broma le había costado una pierna a su contramaestre, por lo que solían quitarle las armas por las buenas, una vez que se levantaban los manteles, alegando el mucho ca-lor, y las colocaban fuera del alcance de su mano.

El camarote del capitán del Ruffling Harry es-taba instalado en una construcción sobre la cu-bierta, en el lado de la popa, y en la parte trasera de la misma se había montado un cañón guardati-món. Alrededor de las cuatro paredes estaba al-macenada la munición redonda y tres grandes ba-rricas de pólvora servían de aparador para platos y botellas. Dentro de aquella habitación tan adusta, los cinco piratas cantaron, alborotaron y bebie-ron, mientras el camarero mudo seguía llenándo-les los vasos y les iba ofreciendo sucesivamente la caja de tabaco y la candela para sus pipas. A medi-da que transcurrían las horas, la conversación se iba haciendo más indecente, las voces más áspe-ras, los tacos y los gritos más incoherentes, hasta que tres de los cinco cerraron sus ojos inyectados en sangre y dejaron caer sus cabezas mareadas en-cima de la mesa.

Copley Banks y Sharkey quedaron frente a frente: el uno, porque había bebido menos, y el otro, porque ninguna cantidad de alcohol era ca-paz de quebrantar sus nervios de acero ni caldear

Page 100: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [103]

su sangre perezosa. Detrás de él estaba, vigilante, el camarero, llenando su vaso, cuyo nivel dismi-nuía constantemente. Desde el exterior llegaba el suave palmoteo de las aguas, y a través de ellas, una canción de marineros que entonaban en la embarcación de Sharkey. La letra llegaba con toda claridad en la serena noche tropical:

De Stepney Town ha salidoun mercader con su barco.¡Larga trapo!¡Popa al viento!Un mercader con su barco,con un cuñete de doblasy un traje de rico raso.

Jack, el pirata valiente,

al pairo le está esperando,

con el viento por avante,frente a los Países Bajos.

Los dos compañeros de francachela escuchaban en silencio. De pronto, Gopley Banks dirigió una mirada al camarero, y éste cogió un rollo de cuerda del estante de las municiones que tenía detrás.

-Capitán Sharkey-dijo Copley Banks-: ¿Re-cuerda al Duchess of Cornwall, que procedía de Londres, y del que usted se apoderó hará tres años, hundiéndolo en el Statira Shoal?

Page 101: Conan Doyle Piratas

[104] Arthur Cortan Doyle"

-Que me lleven los diablos si soy capaz de recor-dar nombres -dijo Sharkey—. Por aquella época lie-gamos a apresar hasta diez barcos en una semana.

-Entre los pasajeros de ese barco iba una mujercon sus dos hijos. Quizá ese detalle le haga recordar el caso.

El capitán Sharkey se apoyó en el respaldo yconcentró su pensamiento, con su gran pico del-gado de nariz proyectado hacia arriba. De prontoestalló en una risa atiplada y relinchante. Dijo que sí, que lo recordaba, y para demostrarlo refirió al-gunos detalles, agregando:

-¡Que me asen si no se me había olvidado por completo! Pero ¿cómo se le ocurrió pensar en ello?

-Es un hecho que me interesaba -contestó Copley Banks-, porque aquella mujer era mi es-posa, y los muchachos eran mis únicos hijos.

Sharkey se quedó mirando fijamente a suacompañante, y vio que las brasas que ardían ha-bitualmente en sus ojos se habían encendido sú-hitamente con una l l ama e spe luznan te . Leyó enella la amenaza, y se llevó ambas manos al cintu-rón, en el que ya no estaban sus pistolas. Volvió lacabeza pa ra echa r mano a a lgún a rma , pe ro unlazo corredizo le rodeó, y un instante después susbrazos estaban sujetos a uno y otro lado. Forcejeócomo un gato salvaje y pidió socorro a gritos:

Page 102: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [105]

-¡Ned! ¡Ned! ¡Despierta! ¡Esto es una maldita canallada! ¡Socorro, Ned, socorro!

Pero aquellos tres hombres dormían demasia-do profundamente su sueño de bestias para que ninguna voz fuese capaz de despertarlos. La cuer-da se fue enrollando y enrollando alrededor del cuerpo de Sharkey, hasta que estuvo fajado igual que una momia, desde los tobillos hasta el cuello. Rígido e impotente como estaba, lo arrimaron a un barril de pólvora y lo amordazaron con un pa-ñuelo, pero sus ojos turbios y bordeados de rojo seguían descargando maldiciones con sus mira-das. El mudo borboteaba de júbilo, y por primera vez Sharkey parpadeó de terror al ver ante sus ojos aquella boca sin lengua. Comprendió que la ven-ganza, lenta y paciente, le había seguido los pasos durante largo tiempo y que al fin le hincaba los dientes.

Los dos aprehensores tenían preparados sus planes, que eran algo complicados.

En primer lugar, desfondaron uno de los lados de las grandes barricas de pólvora y la esparcieron por encima de la mesa y por los suelos. La amon-tonaron alrededor y debajo de los tres borrachos, hasta que éstos estuvieron de bruces sobre un montón de ella. Luego condujeron a Sharkey has-ta el cañón, lo sentaron y lo amarraron en la tro-

Page 103: Conan Doyle Piratas

[106] Arthur Conan Doyle

ñera, con el cuerpo a cosa de un pie de la boca del cañón. Por mucho que Sharkey se retorcía, no conseguía ganar una sola pulgada ni a derecha ni a izquierda, y el mudo lo ató con toda la habilidad de un marinero, de modo que no tuviese la menor posibilidad de liberarse de sus ligaduras. Enton-ces, Copley Banks le susurró al oído:

-Y ahora escucha, demonio asesino, lo que tengo que decirte, porque mis palabras serán las últimas que oirás antes de morir. Ya eres mío, y he pagado un buen precio por ti, porque he dado todo lo que un hombre puede dar en este mundo y, además, he dado mi alma. Para poder apoderar-me de ti me he rebajado hasta tu mismo nivel. Lu-ché por espacio de dos años contra esa tentación, con la esperanza de que se me ofreciese algún otro medio; pero me convencí de que no lo había. He robado y asesinado -peor aún, me he reído y he vivido en tu compañía-, y todo ello lo hice con una sola finalidad. Pero ha llegado mi hora, y mo-rirás como debías morir, viendo cómo las sombras se van cerrando lentamente a tu alrededor, y cómo el demonio te espera envuelto en ellas.

A los oídos de Sharkey llegaron las ásperas vo-ces de sus piratas que cantaban su canción sobre las aguas:

Page 104: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [ 107]

¿Dónde estarán a estas horas,

el mercader y su barco?

¡Larga el trapo!¡Popa al viento!

¡La vela mayor se ha hinchado!

¿Dónde estarán a estas horas

el mercader y su barco?

El barril de doblas de oro

el cabrestante lo ha alzado,

la sangre del mercader

empapa el traje de raso.

Jack, el pirata valiente,

lo abordó por el costado

-

de barlovento, en el mar,

frente a los Países Bajos.

La letra de la canción llegaba con toda claridad a su oído, y a escasa distancia, en su cubierta, oía el ir y venir de los dos hombres que montaban la guardia. Pero él estaba allí, impotente, mirando por la boca de un cañón de nueve libras, sin poder moverse y sin poder siquiera dejar escapar un ge-mido. Otra vez le llegó desde la cubierta de su em-barcación el coro de voces que cantaba:

Todo se acabó, y ahora a

nuestro nido volvamos.

Page 105: Conan Doyle Piratas

[108] Arthur Conan Doyle

¡Vuelela barca!¡Larguemos

la rastrera y todo el trapo!

¡En línea recta hacia el nido donde

seguros estamos! Hacia el refugio en que

el vino es bueno,y esperan brazos de

mujeres jubilosas a Jack, pirata

gallardo, mujeres que esperan siempre

ver la vela de su barco

cuando cruza en línea recta

el mar de los Países Bajos. , :

El alegre sonsonete y la letra jubilosa amargaban aún más el destino que le esperaba al piratamoribundo, pero aquellos ojos azules y venenosos no suavizaron ni un instante su mirada. Co-pley Banks había quitado el cebo y había esparcido pólvora fresca en el oído del cañón. Luegohabía cogido una vela y la había cortado, dejándola de una sola pulgada de longitud. Colocó lavela encima de la pólvora suelta en el portillo delcañón. Luego desparramó pólvora en gran cantidad por el suelo, de manera que cuando cayesela vela por efecto del retroceso, hiciese estallar elmontón enorme en que los borrachos estabanchapoteando.

Page 106: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [109]

-Sharkey, usted obligó a otros a que mirasen a la muerte de frente, y ahora le ha llegado su turno -le dijo-. ¡Usted y esos cerdos que hay ahí mori-rán juntos!

Mientras hablaba, encendió la vela y apagó el resto de las luces que había encima de la mesa. Luego, salió con el mudo y cerró con llave la puer-ta del camarote por fuera. Pero antes de cerrarla se volvió para dirigir una mirada triunfal a los que quedaban allí, y recibió una última maldición de aquellos ojos inflexibles. Aquella cara del color del marfil, con el brillo del sudor en la frente recta y calva, iluminada por el único círculo de luz vaci-lante, fue la última visión que contemplaron los ojos humanos del pirata Sharkey.

Había un esquife al costado del barco, en el que Copley Banks y el camarero mudo se dirigie-ron a la playa; desde allí se volvieron a mirar al bergantín que flotaba envuelto en el claro de luna, muy cerca de la sombra que proyectaban las palmeras. Esperaron y esperaron, con la vista fija en la débil lucecita que brillaba a través de la tro-nera de popa. Por último, y de una manera súbita, se oyó el ahogado retumbo de un cañonazo, y un instante después, el estallido de una explosión que lo sacudió todo. Una luz cegadora iluminó la embarcación pirata, larga, estrecha y negra, las

Page 107: Conan Doyle Piratas

[110] Arthur Conan Doyle

blancas arenas de la playa en toda su extensión, y la línea de palmeras gráciles y ondulantes, e inme-diatamente volvió a quedar todo en tinieblas. Se oyeron voces en la bahía que gritaban y pedían so-corro.

Entonces, Copley Banks, con el corazón la-tiéndole jubiloso en el pecho, dio un golpecito en el hombro a su acompañante, y ambos se metie-ron por la manigua solitaria de la isla de Caicos.

Page 108: Conan Doyle Piratas

EL «SLAPPING SAL»

Sucedió en la época en que el poder de Francia había quedado ya quebrantado en los mares, cuan-do los barcos franceses de tres puentes que se pu-drían en la ría de Medway eran más numerosos que los que estaban atracados en el puerto de Brest. Sin embargo, sus fragatas y corbetas seguían recorriendo el Océano, perseguidas de cerca por las de su nación rival. En los puntos más alejados de la tierra, aquellos barcos airosos, que tenían dulces nombres de muchachas o de flores, se des-trozaban y desfondaban unos a otros luchando por la gloria de las cuatro yardas de lanilla que ondea-ban en la punta de sus picos de cangrejo.

Durante la noche había soplado un intenso ventarrón que había ido amainando al despuntar el día, y el sol naciente coloreaba ahora los flecos de celajes de la tormenta a medida que iba avan-zando hacia el Occidente, y centelleaba en las cres-tas sin fin de las olas largas y verdes. La línea del horizonte se veía absolutamente lisa por el Norte, el Sur y el Oeste, menos en el punto en que los dos

Page 109: Conan Doyle Piratas

[112] Arthur Conan Doyle

grandes mares atlánticos chocaban uno contra otro, levantando penachos de espuma. Hacia el Este se divisaba una isla rocosa, que emergía de las aguas, dividida en puntas escarpadas, con unos pocos bosquecillos de palmeras desparramados aquí y allá y un penacho de bruma que iba desve-lando el monte, desnudo y cónico, que surgía por encima de él. Una fuerte marejada rompía en la costa y, a una prudencial distancia de la misma, la fragata británica Leda, de treinta y dos cañones, comandada por el capitán A. P. Johnson, alzaba so-bre la cresta de una ola o hundía en un valle esme-raldino su costado negro y reluciente, navegando hacia el Norte con poca vela. Desde su alcázar, pin-tado de un color blanco nieve, un hombre de poca estatura, rígido, y de rostro moreno, recorría el ho-rizonte con sus gemelos.

-¡Mr. Wharton! —gritó con voz que rechinaba igual que un gozne oxidado.

Un oficial delgado y patizambo cruzó la popa balanceándose, en respuesta a aquella llamada.

-¿Señor?-He abierto las órdenes que se me entregaron

en sobre lacrado, Mr. Wharton.En las enjutas facciones del primer teniente

brilló una expresión de curiosidad. La Leda había zarpado la semana anterior desde La Antigua,

Page 110: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [113]

junto con otra fragata, la Dido, y las órdenes del almirante les fueron entregadas bajo un sobre la-crado.

—Se nos dio orden de abrirlas cuando alcanzára-mos la isla desierta de Sombriero, que está a los dieciocho treinta y seis de latitud Norte, y sesenta y tres veintiocho de longitud Oeste. Cuando acla-ró la tormenta, Sombriero quedaba a cuatro millas al Noroeste por la amura de babor, Mr. Wharton.

El teniente se inclinó con solemnidad. El y el capitán eran íntimos amigos desde la niñez; ha-bían ido juntos a la escuela, habían ingresado al mismo tiempo en la Marina, habían combatido numerosas veces, habían contraído matrimonio con mujeres de sus respectivas familias; pero, es-tando en la popa, la disciplina de hierro del servi-cio borraba en ellos toda condición humana, re-duciéndolos a un superior y un subordinado. El capitán Johnson sacó de su bolsillo un papel azul, que crujió al desdoblarlo:

«Las fragatas de treinta y dos cañones, la Leda y la Dido (capitanes A. P. Johnson y James Mun-ro), deberán dirigirse desde el punto en que lean estas instrucciones hasta la entrada del mar Cari-be, con la esperanza de que tropiecen con la fraga-ta francesa La Gloire (cuarenta y ocho), que últi-

Page 111: Conan Doyle Piratas

[114] Arthur Conan Doyle :: *

mámente ha acosado a nuestros barcos mercantesen esa zona. Dichas fragatas deberán perseguir y acabar también con la embarcación pirata cono-cida con el nombre de Slapping Saly también conel de Hairy Hudson, que han saqueado los barcosbritánicos que se especifican al margen, infligiendo bárbaras penalidades a sus tripulaciones. Setrata de un bergantín pequeño, armado con diezcañones ligeros y una carroñada de veinticuatrolibras en la proa. Fue visto por última vez el 23 delpasado mes al noroeste de la isla Sombriero. (Firmado) James Montgomery. (Contraalmirante)H. M. S. Colossus, Antigua.»

-Parece que nuestra fragata consorte se haperdido de vista -dijo el capitán Johnson, do- blando sus instrucciones y recorriendo de nuevoel horizonte con sus gemelos-. Desapareció después de que acortáramos velas. Sería una lástima que tropezásemos con esa gran fragata francesa sin contar con el apoyo de la Dido, Mr. Whar-ton, ¿no le parece? .

El teniente parpadeó y se sonrió.—Esa fragata va armada con cañones de

dieciocho pulgadas en el centro y de doce en la popa, señor-di jo el capitán-. Puede lanzar cuatrocientas,

Page 112: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [115]

frente a nuestras doscientas treinta y una. El capi-tán, De Milon, es el más valeroso de los marinos franceses en servicio. ¡Bobby, muchacho, daría mis esperanzas de ascenso por poner el costado de mi fragata junto al de la suya!

El capitán giró sobre sus talones, avergonzado por aquel olvido momentáneo de la disciplina, y, volviendo la cara para mirar severamente por en-cima del hombro, dijo:

-Mr. Wharton, haga abrir esas velas redondas e incline el rumbo un punto más hacia el Oeste.

-¡Un bergantín por la amura de babor! -dijo el teniente.

' El capitán se subió de un salto a la amurada y se agarró a los obenques de la mesana; su peque-ña figura causaba una impresión extraordinaria, con sus faldones al viento y los ojos entornados. El enjuto teniente estiró el cuello y cuchicheó algo a Smeaton, segundo teniente, mientras la oficialidad y la tripulación iban saliendo a cu-bierta desde el interior del barco y se arremolina-ba a lo largo de la amura de barlovento, haciendo pantalla con las manos sobre los ojos, porque el sol de los trópicos brillaba ya por entre las copas de las palmeras. El bergantín desconocido se ha-llaba anclado en la garganta de un estuario que formaba curva, y era evidente que no podría salir

Page 113: Conan Doyle Piratas

[116] Arthur Conan Doyle

de allí sin ponerse al alcance de los cañones de la fragata. Una punta de tierra larga y roqueña que penetraba en el mar en dirección Norte resguar-daba al bergantín.

-Mr. Wharton, deje que la fragata siga nave-gando en las mismas condiciones -dijo el capi-tán-. No vale la pena despejar la cubierta en zafa-rrancho de combate, Mr. Smeaton; pero coloque a los hombres junto a los cañones por si el bergan-tín trata de escapársenos. Prepare los cañones de persecución de la proa, y que los hombres de las armas cortas ocupen el castillo de proa.

En aquellos tiempos, la tripulación de un bar-co de guerra británico ocupaba sus puestos con la tranquila serenidad de unos hombres que cum-plen con su rutina diaria. En pocos minutos, sin barullo ni ruidos, se habían agrupado los marine-ros alrededor de sus cañones, los guardiamarinas estaban formados en descanso con sus mosquetes, y el bauprés de la fragata apuntaba en línea recta hacia su pequeña víctima.

-¿Es el bergantín Slapping Sal, señor?-No me cabe la menor duda, Mr. Wharton.-Se diría que no les hemos hecho ninguna gra-

cia, señor, porque han cortado la amarra y están largando velas.

Era evidente que el bergantín se proponía lu-

Page 114: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [117]

char para conservar su libertad. Sus retales de lona iban ondeando unos encima de otros y la tripula-ción se afanaba como loca manejando las jarcias. El bergantín no trató de esquivar a su adversario, sino que se lanzó estuario arriba. El capitán se fro-taba las manos.

-Está buscando aguas pocos profundas, Mr. Wharton, y no tendremos más remedio que cor-tarle el camino, señor. Es un bergantín pequeño y de poco valor, pero, en mi opinión, si tuviese el velamen de una goleta resultaría más manejable.

-Es que hubo un motín a bordo, señor.-¿Ah, sí?-Me lo contaron en Manila, y fue un feo asun-

to. El capitán y dos oficiales resultaron muertos. Este Hudson, o Hudson el Velludo, que es como lo apodan, encabezó el motín. Es natural de Lon-dres, señor, y el canalla más cruel que ha camina-do sobre dos pies.

—Pues su próxima caminata será el dique de las ejecuciones, Mr. Wharton. Parece que cuenta con mucha tripulación. Me gustaría poder seleccionar entre ellos a veinte gavieros, pero serían capaces de pervertir hasta a la tripulación del Arca de Noé, Mr. Wharton.

Los dos oficiales examinaban el bergantín a través de sus catalejos. De pronto, el teniente

Page 115: Conan Doyle Piratas

[118] Arthur Conan Doyle

enseñó los dientes con una sonrisa, mientras queel capitán se ponía rojo de indignación.

-Ese que está sobre la amura de proa es Hud-son el Velludo, señor.

-¡Canalla repugnante e impertinente! Va a tener que hacer otras bufonadas cuando acabemoscon él. ¿Le alcanzaría desde aquí con el dieciocho largo, Mr. Smeaton?

-En cuanto avancemos la longitud de otro ca- ble, señor.

El bergantín dio una guiñada mientras habla- ban, y al girar se levantó de su cuadra de popa una bocanada de humo. Era un puro acto de desafío, porque la bala del cañón no llegaba ni a la mitad de la distancia. Acto seguido, el barquito volvió a co- ger viento con un borneo gallardo, y describió unarápida curva en el ondulante lecho del estuario.

-La profundidad se está achicando rápida-mente, señor -repitió el segundo teniente.

—Según el mapa, hay seis brazas.—Según la sonda, son cuatro, señor.—Cuando doblemos esta punta veremos cuál es

la profundidad. ¡Vaya! ¡Me lo imaginaba! Vaya capeando, Mr. Wharton. Ya lo tenemos a nuestramerced.

La fragata estaba completamente de espaldas al mar, y con la proa hacia el interior de aquel es-

Page 116: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [119]

tuario que parecía un río. Al salir de la curva com-probaron que las dos costas convergían en un punto situado a cosa de una milla de distancia. El bergantín se había situado en ese ángulo, lo más próximo que podía de la orilla y ofreciendo el cos-tado a su perseguidora. Un trozo de tela negra on-deaba al viento en lo alto de su mesana. El enjuto teniente, que había reaparecido sobre cubierta con un machete y dos pistolas al cinto, contempló la bandera lleno de curiosidad, y preguntó:

-¿No es ésa la bandera pirata?Pero el capitán estaba furioso, y contestó:-Para cuando haya terminado de arreglarle las

cuentas quizá sea él quien cuelgue de donde cuel-gan ahora sus briches. ¿Qué lanchas necesitará usted?

^-Debería bastarnos con la falúa y el chinchorro.-Coja cuatro lanchas y hágame un trabajo

bien acabado. Dé usted en seguida el toque de sil-bato a la tripulación, y yo acosaré también al ber-gantín con los cañones largos de dieciocho para cubrirle.

Las cuatro lanchas fueron arriadas entre chirri-dos de poleas y roce de maromas, e impactaron con fuerza en la superficie de las aguas. Dentro de las lanchas se apretujaron las fuer/as de ataque: marineros de pies descalzos, infantería de marina

Page 117: Conan Doyle Piratas

[120] Arthur Conan Doyle

de caras impasibles, alegres guardiamarinas, y, enla popa, los oficiales veteranos con sus caras seve-ras de maestros de escuela. El capitán, con los co-dos en la bitácora, seguía escrutando el pequeñobergantín, cuya tripulación izaba las redes contrael abordaje, trasladaba a babor las piezas de estri-bor, abría troneras para ellas y realizaba los prepa-rativos necesarios como para ofrecer una resisten-cia desesperada. En los puntos de mayor actividadse veía a un hombre corpulento, con la cara cu-bierta de pelo hasta los ojos, y un gorro rojo dedormir en la cabeza, empujando, tirando y aga-chándose para hacer más fuerza en el arrastre. Elcapitán lo veía maniobrar y sonreía con agriamueca. De pronto, cerró sus gemelos, dio mediavuelta... y se quedó un instante mirando con ojosatónitos. Pero en seguida gritó con voz aguda y re-chinante:

-¡Llamad a las lanchas y que vuelvan inmedia-tamente! ¡Despejad todo para entrar en combate! Soltad los cañones del puente principal. Agarro-che hacia atrás las velas, Mr. Smeaton, y prepárese para virar en cuanto tenga vela suficiente.

Por la punta del estuario asomaba un buque muy grande. Su enorme bauprés amarillo y el mascarón de alas blancas de su proa emergían del bosque de palmeras y, muy por encima de las

I ■

¡

Page 118: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas ' [121]

copas, sobresalían tres enormes mástiles, con la bandera tricolor ondeando orgullosamente sobre el de mesana. Fue contorneando el saliente de tie-rra, levantando con su tajamar una crema de es-puma en las aguas azules, hasta que quedó bien visible todo el barco: su costado negro, largo y abombado, la brillante línea cobriza debajo, las empavesadas de blancura de nieve encima, y una multitud de hombres formando grupos y miran-do por las amuradas. Llevaba izadas las velas ba-jas, las troneras abiertas, y todos los cañones en posición para entrar en combate. Era la fragata Gloire, que estaba anclada detrás de uno de los promontorios de la isla. Los hombres que tenía apostados de centinela en la costa habían observa-do cómo se metía la fragata inglesa en aquel calle-jón sin salida, y el capitán De Milon hizo con la Leda lo mismo que el capitán Johnson había he-cho con el Slapping Sal.

Pero en un momento de crisis como aquél ac-tuó en toda su perfección la magnífica disciplina de la Marina británica. Las lanchas regresaron a toda velocidad; sus tripulaciones subieron rápida-mente a bordo, y las lanchas fueron izadas a las serviolas, asegurándose el cordaje. Las empavesa-das fueron arrizadas, los mamparos bajados, se abrieron las troneras y los almacenes, se apagaron

Page 119: Conan Doyle Piratas

[122] Arthur Conan Doyle

los fuegos de los fogones y los tambores tocaron «a sus puestos». Enjambres de marineros manió-braron con las velas delanteras e hicieron girar la fragata, en tanto que los artilleros se despojaban de sus chaquetas y camisas, se apretaban los cintu-rones y sacaban a toda prisa los cañones de diecio-cho libras, apuntando por las troneras abiertas hacia el majestuoso barco francés. Apenas rizaba la superficie límpida y azul de las aguas alguna minúscula ola; pero cuando la brisa sopló por en-cima de las orillas boscosas, las velas se hincharon con suavidad hacia adelante. También la fragata francesa había virado, y los dos barcos navegaban ahora con la proa hacia el mar abierto y las velasde proa a popa desplegadas. La Gloire llevaba un centenar de yardas de ventaja. Orzó para cruzar por delante de la proa de la Leda, pero también la fragata británica giró, y las dos se fueron acercan-do en medio de un silencio tal, que los oídos per-cibieron con toda claridad el ruido producido por las baquetas de los artilleros franceses al introdu-cir las cargas en sus cañones.

—Poco espacio para la maniobra, Mr. Wharton -comentó el capitán.

-En menos he combatido algunas veces, señor.-Debemos guardar nuestra distancia y confiar

en nuestros artilleros. La fragata francesa trae una

Page 120: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [123]

tripulación muy numerosa, y si se nos aferrase al costado podríamos pasarlo mal.

-Distingo a bordo de ella los chacos de los soldados.

-Lleva dos compañías de infantería ligera, procedentes de la Martinica. ¡Ya la tenemos a tiro! Acerquémonos y enviémosle todo el plomo cuan-do crucemos por detrás de su popa.

Los ojos del pequeño capitán, a los que nada se les escapaba, habían visto rizarse la superficie de las aguas, lo que indicaba una ráfaga pasajera. La aprovechó para cruzarse rápido por detrás del vo-luminoso barco francés, barriéndolo al pasar con todos sus cañones. Pero, una vez que había pasado, la Leda tenía que maniobrar para volver a coger viento y alejarse de las aguas de poca profundidad. Aquella maniobra la colocó a la par del costado de estribor de la fragata francesa, y el retumbo de la andanada que vomitaron todas las troneras abier-tas pareció que iba a hacer zozobrar a la inglesa, pe-queña y bien equilibrada. Un instante después, los gavieros ingleses subían en enjambre hasta lo más alto para maniobrar con las gavias y sobrejuanetes, tratando de cruzar ahora por delante de la proa del buque enemigo para barrerlo con sus cañones. Pero el capitán francés hizo virar en redondo su fragata, y ambas avanzaron emparejadas a menos

Page 121: Conan Doyle Piratas

[124] Arthur Conan Doyle

de un tiro de pistola, descargándose mutuas andanadas, en uno de aquellos duelos feroces que, si pudieran señalarse todos en el mapa, cubrirían de sangre las cartas marinas.

En aquella pesada atmósfera tropical, con unabrisa que apenas se dejaba sentir , el humo de lapólvora formaba una espesa nube que cubría losdos buques, y únicamente sobresalían por encimadel humo los másti les superiores. Ninguno de losdos podía distinguir a su enemigo, salvo por las va-haradas de fuego de los disparos en medio de unespeso muro de humo. Los soldados de infanteríade Marina, formados en pequeñas líneas rojas sobre la popa y el castillo de proa, hacían fuego pordescargas, sin que ni ellos ni los artilleros pudiesenver los efectos de sus disparos. Y tampoco podíanobservar los efectos que en su fragata producía elfuego del enemigo, porque, quien estaba junto a un cañón, sólo veía, y con dificultad, lo que tenía a derecha e izquierda. Pero, por encima del retumbode los cañones, se oían los silbidos de los proyecti-les, el crujir de las chapas quebradas, y de cuandoen cuando resonaba sobre cubierta el estrépito sor- do de una verga o de un montón que caía con granviolencia desde lo alto. Los tenientes iban y venían por la hilera de cañones, mientras el capitán Johnson trataba de apartar el humo con su tricornio y ''

Page 122: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [125]

miraba ávidamente a través de él. Cuando su pri-mer teniente se reunió con él, dijo:

-¡Qué cosa más rara, Bobby! -pero inmediata-mente se dominó y preguntó-: ¿Qué daños nos han causado, Mr. Wharton?

-Hemos perdido la verga de nuestra gavia del palo mayor y nuestro pico de cangrejo, señor.

-¿Dónde está la bandera?—Cayó al mar, señor.-¡Van a creer que hemos arriado el pabellón!

Amarre usted una bandera de falúa en el brazo de estribor del popel de mesana.

-Sí, señor.Una bala redonda de cañón hizo añicos la bitá-

cora, que estaba entre ambos. Otra bala derribó a dos soldados de infantería de Marina, dejándolos convertidos en una papilla sangrienta y palpitante. Por un momento, se despejó el humo, y el capitán inglés pudo ver que los cañones más pesados de su Leda se habían transformado en un montón de chatarra, y destrozos. La cubierta estaba sembrada de cadáveres. Varias troneras habían quedado con-vertidas en un único boquete, y uno de sus caño-nes de dieciocho pulgadas había sido despedido hacia atrás, sobre su recámara y apuntaba recto ha-cia el firmamento. La delgada línea de soldados de Marina seguía cargando sus mosquetes y haciendo

Page 123: Conan Doyle Piratas

[126] Arthur Conan Doyle

fuego, pero la mitad de los cañones habían sido si- lenciados, y sus servidores formaban un montónde cuerpos caídos a su alrededor.

—¡Prepararse para rechazar el abordaje! -gritóel capitán.

-¡Los machetes, muchachos, los machetes! -rugió Wharton.

-¡Esperad a hacer vuestra descarga hasta el ins-tante mismo en que vayan a saltar! -gritó el capi-tan de los infantes de Marina.

Se vio surgir por entre el humo la mole enormede la fragata francesa. En sus costados y sobre susobenques formaban los asa l tantes grupos numerosos. De sus troneras salió una última andanaday el palo mayor de la Leda, roto a pocos pies de altura sobre la cubierta, giró en el aire y se derrumbó sobre los cañones de babor , matando a d iezhombres y poniendo fuera de combate toda la batería. Un instante después los dos barcos se toparon, y el ancla de leva de La Gloire se aferró a lascadenas de mesana de la Leda por el costado debabor. El negro enjambre de asaltantes lanzó unalarido y se preparó para dar el salto.

Pero sus pies no habían de llegar nunca a posarse en la cubierta bañada en sangre. Desde algún lugar ignorado se oyó el si lbido de un ramillete demetralla bien dirigido, y luego otro, y otro. Los

Page 124: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas - [127]

infantes de Marina y los marineros ingleses, que esperaban con sus machetes y mosquetes, forma-dos detrás de la línea silenciosa de los cañones, vie-ron con asombro que las masas negras de asaltan-tes se clareaban y alejaban, dispersándose. En el mismo instante retumbó una tremenda andanada de todos los cañones franceses de babor.

-¡Retirad los restos! -rugió el capitán-. ¿Con-tra qué diablos están haciendo fuego ahora?

-¡Preparad los cañones! -jadeó el teniente-. ¡Todavía vamos a poder con ellos, muchachos!

Todo lo destrozado se arrancó, se partió a ha-chazos y se hizo astillas, hasta que, primero un ca-ñón y luego otro, volvió a retumbar la artillería. Para entonces se había logrado cortar el ancla francesa, y la Leda se había liberado de aquel abra-zo fatal. Pero, de pronto, La Gloire empezó a esca-bullirse, y un centenar de ingleses se pusieron a gritar hasta enronquecen

-¡Huyen! ¡Huyen! ¡Están huyendo!Era cierto. La fragata francesa había dejado de

disparar y sólo se preocupaba de largar todas las velas de que disponía. Pero aquel centenar de su-pervivientes vociferantes no podía atribuirse toda la gloria. Cuando se despejó el humo, quedó en evidencia la razón de la huida. Los dos barcos ha-bían llegado durante el combate hasta la boca del

Page 125: Conan Doyle Piratas

[128] Arthur Conan Doyle

estuario, y allí, a cosa de cuatro millas mar aden-tro, estaba la fragata consorte de la Leda, avanzan-do a toda vela hacia donde se oían los cañonazos. El capitán De Milon había cumplido su tarea por aquel día, y La Gloire se alejaba rápida hacia el Norte seguida por la Dido, que le ladraba con sus cañones de caza de la proa. Una punta de tierra las ocultó a las dos.

Pero la Leda había recibido dolorosas heridas; se había quedado sin palo mayor, las amuradas es-taban destrozadas, el mástil superior de mesana y el pico de cangrejo habían caído al mar, sus velas parecían los harapos de un mendigo, y un centenar de hombres de la tripulación habían resultado muertos o heridos. Junto al casco de la Leda se veía flotar sobre las olas una masa de restos destrozados de un buque. Era una popa, arrancada del resto del barco, y en ella, con letras blancas sobre fondo ne-gro, podía leerse este rótulo: Slapping Sal.

-¡Válgame Dios! ¡Fue el bergantín el que nos salvó! -exclamó Mr. Wharton-. Hudson atacó a los franceses, y la andanada de éstos lo destrozó.

El pequeño capitán se dio media vuelta, pa-seándose de un lado a otro por la cubierta. Su tri-pulación estaba ya tapando los agujeros de los pro-yectiles, anudando, empalmando y remendando. Cuando volvió a donde se encontraba el teniente,

Page 126: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [129]

éste observó que se habían suavizado las severas arrugas en torno a sus ojos y boca.

-¿Desaparecieron todos?—No se ha salvado ni uno solo. Debieron de

hundirse con el casco.Los dos oficiales se quedaron contemplando

aquel nombre siniestro del barco pirata y el mu-ñón de restos náufragos que flotaban en el agua descolorida. Junto a un pico de cangrejo hecho astillas y a una maraña de drizas, las aguas lleva-ban y traían un objeto negro. Era la infame ban-dera pirata, junto a la que flotaba un gorro de co-lor rojo. Finalmente, el capitán dijo:

-Era un canalla, pero también era un británi-co. En vida fue un perro, pero ¡vive Dios que supo morir como un hombre!

Page 127: Conan Doyle Piratas

UN PIRATA DE TIERRA

Una hora bien aprovechada

Ocurrió en la carretera Eastbourne-Tumbrid-ge, no lejos de la Cross-in-Hand, en un tramo so-litario que tiene a ambos lados sendos brezales. La hora en que ocurrió fue las once y media de la no-che de un domingo de finales de verano. Por esa carretera avanzaba lentamente desde Londres un automóvil.

El automóvil era un Rolls Royce, largo y esbel-to, que avanzaba suavemente con un elegante runruneo del motor. A uno y otro lado de los bri-llantes círculos de luz que proyectaban los faros, pasaban veloces las franjas ondulantes de hierba y los brezos, como en un cinematógrafo de pantalla dorada, dejando detrás y en torno suyo una oscu-ridad todavía más negra. Sobre la carretera brilla-ba un punto de color rojo rubí, pero dentro del halo rubicundo que proyectaba esa lámpara pos-terior no se distinguía ninguna chapa de matrícu-la. El automóvil era abierto y de tipo de turista;

Page 128: Conan Doyle Piratas

[132] Arthur Conan Doyle

pero, a pesar de la escasez de la luz, porque era una noche sin luna, quien hubiese fijado su atención en él no habría podido dejar de advertir una ex-traña vaguedad en las líneas del mismo. En el mo-mento en que cruzó por el ancho raudal de luz que salía de la puerta abierta de una casita de cam-po, quedó patente la razón de ese detalle. El cuer-po de la carrocería estaba revestido de lienzo cru-do, colocado de forma improvisada. Hasta el largo capot negro se hallaba también envuelto en una tela que lo ceñía apretadamente.

El hombre solitario que conducía aquel extra-ño coche era fornido y ancho de espaldas. Estaba como echado encima del volante, mientras el ala de un sombrero tirolés le cubría los ojos. Debajo de la tupida sombra que proyectaba el sombrero, ardía la extremidad de un cigarrillo. El capote uls-ter, negro, de un paño parecido al de frisa, tenía el cuello levantado hasta cubrirle las orejas. Alarga-ba hacia adelante el cuello desde sus hombros bien redondeados, y mientras el automóvil se des-lizaba sin ruido por el largo trecho de la carretera en cuesta abajo, con el embrague suelto y el mo-tor funcionando en vacío, parecía que quisiese penetrar con la mirada en la oscuridad, como si buscase algo que esperaba ansiosamente.

Desde algún punto indeterminado y proce-

Page 129: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [ 133]

dente del Sur le llegó el lejano ruido de la bocina de un automóvil. En una noche como la del do-mingo, y en un lugar como aquél, por fuerza tenía que venir de Sur a Norte todo el tráfico porque la corriente de londinenses que han pasado el fin de semana en las playas regresa en dirección a la capi-tal; es decir, regresa del placer a la obligación. El hombre del automóvil se irguió en su asiento y es-cuchó con atención. Sí, otra vez se oían los boci-nazos, y desde luego que procedían del Sur. Incli-nó la cara hacia adelante y sus ojos se esforzaron por penetrar en la oscuridad. De pronto, escupió su cigarrillo e hizo una profunda inspiración para dilatar los pulmones. Allá lejos, en la carretera, dos minúsculos puntos amarillos habían salido de un recodo. Desaparecieron en una hondonada, volvieron a aparecer al salir de ella, y desaparecie-ron otra vez. Aquel hombre inerte que iba en el automóvil tapizado de lienzo crudo se despertó de pronto, animado por una intensa actividad. Sacó del bolsillo una máscara de paño negro y se la aseguró delante de la cara, ajustándola con cui-dado para que no le molestase la visión. Destapó un instante una linterna de mano de acetileno,echó un rápido vistazo a los preparativos que ha-bía realizado y la colocó en el asiento, junto a una pistola máuser que tenía a su lado. Acto seguido,

Page 130: Conan Doyle Piratas

[134] Arthur Conan Doyle

después de bajarse todavía más el sombrero, de-sembragó y empujó hacia abajo la palanca de mando. La negra máquina saltó hacia adelante después de un cloqueo y un estremecimiento, y se disparó pendiente abajo con un suave suspiro del potente motor. El conductor del coche se inclinó y apagó los faros delanteros. Una faja gris confusa que cortaba el negro brezal le indicaba la línea de la carretera. De pronto, y desde enfrente de él, le llegaron una serie de confusos traqueteos, golpes de hierros y bufidos de motor; el coche que venía en dirección contraria iba salvando la cuesta arri-ba. Parecía toser y farfullar con su dura y anticua-da caja de transmisiones, mientras el motor latía como un corazón cansado. Las luces amarillas y deslumbrantes desaparecieron por última vez en una curva de la cuesta, que hacía zigzag. Cuando reaparecieron en lo alto, saliendo de la hondona-da, los dos coches estaban a menos de treinta yar-das el uno del otro. El coche oscuro se cruzó en la carretera cortando el paso al otro, al mismo tiem-po que una lámpara de acetileno ondeaba en el aire como señal de advertencia. El bullicioso re-cién llegado paró en seco en medio de un rechina-miento de frenos y gritó con voz ofendida:

-¡Maldición! ¿Sabe usted que podíamos haber chocado? ¿Por qué diablos no lleva encendidos los

Page 131: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [135]

faros? No lo vi hasta que nuestros radiadores estu-vieron a punto de chocar.

La lámpara de acetileno, proyectada hacia ade-lante, puso de manifiesto a un joven muy irrita-do, de ojos azules, bigote rubio y tieso, que viaja-ba solo frente al volante de un anticuado Wolseley de doce caballos. La expresión irritada de aquella cara encendida desapareció súbitamente para dar lugar a otra de completo asombro. El conductor del coche negro había saltado a tierra; una pistola negra, de largos cañones y aspecto amenazador, apuntaba a la cara del viajero, y detrás de esa pis-tola había un círculo de tela negra en el que dos ojos amenazadores miraban por dos rendijas.

-¡Manos arriba! -dijo una voz rápida y seve-ra-. ¡Manos arriba, o por vida de...!

El joven viajero era tan valiente como cual-quiera de sus convecinos, pero las manos se alza-ron, a pesar de todo. Su asaltante le dijo con brus-quedad:

-¡Baje del coche!El joven se apeó, seguido muy de cerca por la

linterna y la pistola que le apuntaban. Hizo en un momento dado mención de bajar las manos, pero una frase seca y terminante le obligó a le-vantarlas de nuevo rápidamente. Sin embargo, dijo el joven:

Page 132: Conan Doyle Piratas

[136] Arthur Conan Doyle

-Oiga, esto que hace usted está algo anticua-do. ¿No le parece? ¿No se trata de una broma?

-Venga el reloj -dijo el hombre que estaba de-trás de la pistola máuser.

-Pero ¿habla usted en serio?-¡El reloj, digo!-Téngalo, ya que se empeña; pero tenga en

cuenta que es sólo chapado. Usted vive dos siglos atrás o a unas cuantas millas de latitud de donde debía vivir. Es usted un hombre de los bosques... o de Norteamérica. No encaja dentro del cuadro de una carretera de Sussex.

-La bolsa -ordenó el hombre.Había en el tono de su voz y en sus métodos

algo muy apremiante. Le fue entregada la bolsa.-¿Lleva anillos?—No llevo.-Quédese ahí y no se mueva.El salteador de caminos cruzó por delante de

su víctima y abrió el capot del Wolseley. Luego hundió en el interior su mano, provista de unos alicates de acero. Se oyó el chasquido de un alam-bre al romperse.

-¡Pero, hombre, que me está dejando inútil el coche! -gritó el viajero.

Se volvió, pero la pistola le apuntó a la cabeza con la rapidez de un relámpago. Sin embargo, a

Page 133: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [137]

pesar de esa rapidez fulminante, en el momento de darse la vuelta el ladrón, los ojos del joven dis-tinguieron algo que le hizo dar un respingo y lo dejó sin aliento. Abrió la boca como para hablar, pero se contuvo, haciendo un esfuerzo evidente. El salteador le dijo:

-Suba al coche.El viajero volvió a trepar a su asiento.-¿Cómo se llama usted?-Ronald Barker. ¿Y usted?El enmascarado no hizo caso de aquella imper-

tinencia, y preguntó:-¿Dónde vive?-Llevo las tarjetas en mi cartera. Puede coger

una.El salteador subió a su coche, cuyo motor ha-

bía siseado y runruneado mientras tanto, como dulce acompañamiento musical de la entrevista. Tiró con estrépito hacia atrás la palanca del freno lateral, pisó el embrague, hizo trazar una curva muy cerrada a las ruedas y se alejó del inmóvil Wolseley. Un minuto después se deslizaba rápida-mente, con todas las luces encendidas, a cosa de media milla de distancia de la carretera, mientras que el señor Ronald Barker, con un farol lateral en la mano, revolvía furiosamente dentro de su caja de herramientas, buscando algún trozo olvidado

Page 134: Conan Doyle Piratas

[138] Arthur Conan Doyle

de alambre con el que poder conectar el hilo con-ductor para continuar su viaje.

El aventurero puso una distancia prudente en-tre él y su víctima y detuvo el coche, sacó su botín del bolsillo, volvió a meter en el mismo el reloj, abrió la bolsa y contó el dinero. Siete chelines constituían el miserable despojo. Este pobre re-sultado de sus esfuerzos pareció divertirle, en vez de molestarle, porque dejó escapar un glogloteo de risa mientras enfocaba con la luz de la linterna el florín y las dos medias coronas. Pero esa actitud cambió súbitamente. Metió el monedero en el bolsillo, soltó el freno y lanzó el automóvil carre-tera adelante, como si estuviera poseído por la misma atención que había demostrado al iniciar su aventura. Por la carretera avanzaban hacia él los faros de otro automóvil.

En esta ocasión los métodos del salteador de ca-minos fueron menos furtivos. La experiencia ante-rior le había dado una absoluta seguridad. Sin apa-gar los faros, se lanzó al encuentro del otro automóvil y, deteniéndose en mitad de la carrete-ra, conminó a sus ocupantes a que hicieran alto. El resultado fue bastante impresionante desde el punto de vista de los atónitos viajeros. A la luz de sus propios faros, distinguieron dos discos brillan-tes a uno y otro lado del negro morro amordazado

Page 135: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [139]

del auto de gran potencia, y, por encima de los dis-cos el rostro enmascarado y la figura amenazadora de su solitario conductor. En el círculo de luz ama-rilla proyectado por el salteador quedó a la vista un Humber elegante, descapotable, de veinte caba-llos, conducido por un hombre muy pequeño y muy perplejo, que parpadeaba por debajo de su gorra en punta. Por detrás del parabrisas surgieron los sombreros cubiertos con un velo y las caras in-terrogadoras de dos mujeres jóvenes, muy bellas, y unos chillidos de miedo cada vez más sonoros de-lataron la aguda emoción que había acometido a una de ellas. La otra parecía más serena y de mejor criterio. Esta última cuchicheó a la otra:

-Hilda, no te desmayes. Cierra la boca y no hagas el tonto. Seguro que es Bertie o alguno de los muchachos, que quiere gastarnos un bromazo.

-¡No, Flossie, no! Es un asalto auténtico, y ese hombre es un ladrón, no te quepa duda. ¡Válgame Dios! ¿Qué podemos hacer?

-¡Qué magnífica propaganda! -exclamó la otra-. ¡Qué propaganda más estupenda! Es ya de-masiado tarde para que aparezca en los periódicos de la mañana, pero lo publicarán con toda seguri-dad los de la tarde, sin excepción.

-¿Y a qué precio nos va a salir? -gimió la otra-. ¡Oh Flossie, Flossie, estoy a punto de desmayar-

Page 136: Conan Doyle Piratas

[140] Arthur Conan Doyle

me! ¿No crees que si las dos nos pusiéramos a gri-tar a una conseguiríamos algo? ¡Qué espantoso está con esa tela blanca tapándole la cara! Pero, ¿no ves, querida, que está matando al pobrecito Alfredo?

Desde luego que la conducta del ladrón resul-taba alarmante. Saltó de su coche y agarró por la nuca al chófer de las viajeras, arrancándolo de su asiento. La vista de la pistola había cortado toda protesta, y, apremiado por ella, el hombrecito ha-bía levantado el capot y quitado las bujías. Una vez inmovilizada de ese modo su presa, el enmas-carado, linterna en mano, se había acercado a un costado del coche. Por esta vez no empleó la gru-ñona severidad a que había recurrido en el caso de Mr. Ronald Barker, y el tono de su voz y de sus maneras fueron galantes, aunque resueltas. Llegó hasta saludarlas levantando su sombrero antes de iniciar el diálogo.

-Señoras, me duele tener que molestarlas. ¿Puedo preguntarles quiénes son ustedes?

La voz del salteador había subido varias notas desde su entrevista anterior. Miss Hilda era inca-paz de hablar de una manera coherente; pero miss Flossie era de un carácter más entero, y contestó:

-¡Muy bonito! Me gustaría saber con qué dere-cho nos detiene usted en una carretera pública.

Page 137: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [ 141 ]

-Ando muy escaso de tiempo —dijo el ladrón con voz más dura-. Exijo que me den una con-testación.

—Díselo, Flossie. ¡Por amor de Dios, muéstrate atenta con él! -exclamó Hilda.

-Pues bien: pertenecemos al Gaiety Theatre, de Londres -dijo la joven—. Quizá haya oído ha-blar de miss Flossie Thornton y de miss Hilda Mannering. Hemos estado representando duran-te una semana en el Royal, de Eastbourne, y nos tomamos el domingo de vacaciones. ¡Ya está us-ted enterado!

-Y ahora, denme sus monederos y sus alhajas.Ambas jóvenes se deshicieron en las más vivas

súplicas; pero se encontraron, igual que se había encontrado Mr. Ronald Barker, con que había mucho de apremiante en los métodos de aquel hombre. Pocos instantes bastaron para que colo-casen los monederos y un montón de anillos, ajorcas, broches y cadenas centelleantes en el asiento delantero del coche. Los diamantes brilla-ban y resplandecían a la luz de la linterna, como puntitos eléctricos. El salteador recogió en la pal-ma de su mano todo aquel surtido de resplando-res y lo sopesó.

-¿Hay algún objeto por el que sientan ustedes un aprecio especial? -preguntó a las damas.

Page 138: Conan Doyle Piratas

[ 142] Arthur Conan Doyle

Pero miss Flossie no estaba de humor como para andarse con amabilidades, y contestó:

-No nos venga ahora queriendo hacer de Clau-de Duval. Llévese todo o déjelo todo. No acepta-mos que nos regalen cosas que previamente nos han quitado.

-¡Yo sí quiero el collar de Billy! -exclamó Hil-da, y sacó de un tirón un hilo pequeño de perlas.

El salteador se inclinó y aflojó la mano para que se lo llevase.

-¿Algo más?La valerosa Flossie empezó de pronto a llorar;

Hilda la imitó. El efecto que aquello produjo en el ladrón fue sorprendente, porque arrojó todo el montón de alhajas en el regazo que tenía más cer-ca y dijo:

-¡Bueno, bueno! ¡Cójanlo! Al fin y al cabo, es pura bisutería. Si para ustedes tiene algún valor, para mí no.

Las lágrimas se convirtieron instantáneamente en sonrisas, y una de ellas le dijo:

-Le entregamos de buena gana nuestros mone-deros, porque la propaganda que nos va a hacer vale diez veces ese dinero. ¡Pero sí que es una manera ex-traña de ganarse la vida en estos tiempos! ¿No tiene miedo de que le echen el guante? Todo ha sido ma-ravilloso; algo así como una escena de una comedia.

Page 139: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [143]

-Que bien puede acabar en tragedia -dijo el salteador.

-¡Yo espero que no!... ¡Seguramente que no aca-bará así! -exclamaron las dos mujeres del drama.

Pero el salteador no tenía ganas de proseguir la conversación. Allá lejos, en la carretera, apare-cieron unos puntitos de luz. Se le presentaba otro asunto, y no debía mezclar los casos que se pre-sentasen. Puso en marcha su automóvil, saludó levantando el sombrero y se largó de allí para sa-lir al encuentro del nuevo viajero, mientras miss Flossie y miss Hilda, palpitantes todavía con la emoción de su aventura, sacaron el busto de su coche inválido y vieron cómo la luz roja del farol posterior iba alejándose hasta perderse en la os-curidad.

Todos los indicios apuntaban a que esta vez había dado con una rica presa. Detrás de sus cua-tro grandes lámparas colocadas en una ancha ca-rrocería de brillante metal, el magnífico Daimler de sesenta caballos se lanzaba cuesta arriba con un ronquido bajo, profundo, uniforme, que pro-clamaba su enorme energía latente. Igual que un galeón español de alta popa y cargado de rique-zas, mantuvo su curso sin apartarse hasta que la embarcación merodeadora que tenía delante se le cruzó por la proa y le obligó a detenerse súbita-

Page 140: Conan Doyle Piratas

[144] Arthur Conan Doyle \

mente. Por la ventanilla abierta de la limousinecerrada salió una cara colérica, rubicunda, pustulosa y de expresión maligna. El salteador descu-brió una frente alta y calva, unos carrillos gruesosy flaccidos y dos ojillos astutos que brillaban entre pliegues de gordura. Una voz raspante gritó:

-¡Apártese de mi camino, señor! ¡Apártese in-mediatamente de mi camino! ¡Pasa por encima de él, Hearn! O bájate del asiento y arráncalo del suyo. Ese individuo está borracho; te digo que está borracho.

Hasta aquel momento se habría dicho que laconducta del moderno salteador de caminos había sido amable, pero instantáneamente adquiriócaracteres de salvajismo. El chófer, individuo voluminoso y fuerte, espoleado por la ronca voz

que gritaba a su espalda, saltó del coche y agarrópor la garganta al salteador, que avanzaba hacia

él. Este último le golpeó con la culata de la pistola, y el chófer se desplomó gimiendo y quedó

tendido en la carretera. El aventurero pasó porencima del cuerpo, abrió de un tirón la puertadel Daimler, agarró con furia al grueso viajero

por la oreja y lo arrastró fuera, mientras el agredí-do bramaba de dolor. Después, y de una maneramuy calculada, lo abofeteó dos veces. Las bofetadas sonaron como pistoletazos en el silencio de la

Page 141: Conan Doyle Piratas

Historías de piratas [145]

noche. El grueso viajero se puso lívido y cayó medio atontado contra el costado de su automó-vil. El ladrón le abrió la chaqueta, le arrancó la pesada cadena de oro del reloj con todo cuanto contenía, tiró del gran alfiler de brillantes de su corbata de raso negro, le despojó de cuatro ani-llos -cualquiera de los cuales costaba una canti-dad de tres cifras-, y, por último, le sacó violen-tamente del bolsillo interior una voluminosa cartera de cuero. Metió todos esos objetos en los bolsillos de su propio capote negro, y todavía les agregó los gemelos de los puños de la camisa, que eran de perlas, y hasta la botonadura del cuello, que era de oro. Después de comprobar que le ha-bía quitado cuanto llevaba de valor, el ladrón proyectó la luz de su linterna sobre el chófer, que seguía en el suelo, y se convenció de que estaba atontado del golpe, pero no muerto. Acto segui-do se acercó otra vez al dueño del automóvil yprocedió muy a conciencia a arrancarle con feroz energía todas las prendas de ropa, mientras su víctima gimoteaba y se retorcía, esperando el ase-sinato inminente.

Cualesquiera que fuesen los propósitos de su verdugo, se vieron eficazmente frustrados. Un"ruido le hizo volver la cabeza, y vio a no mucha distancia las luces de un automóvil que se acercaba

Page 142: Conan Doyle Piratas

[146] Arthur Conan Doyle

rápidamente desde el Norte. Un coche que traía semejante dirección se había cruzado con toda seguridad con los vehículos averiados que el pira-ta había dejado atrás. Le seguía, pues, la pista con un propósito deliberado, quizá venía cargado con todos los guardias de Orden Público de aquel distrito.

El aventurero no tenía tiempo que perder. Abandonó a su harapienta víctima, saltó dentro de su propio coche, y apretando el pie al acelera-dor, huyó veloz carretera adelante. A alguna dis-tancia de allí arrancaba de la carretera principal otra secundaria, y por ella se metió el fugitivo, a toda velocidad, poniendo sus buenas cinco millasde distancia entre él y su perseguidor antes de arriesgarse a detenerse. Luego, en un lugar solita-rio, recontó el botín de la noche, a saber: el mísero despojo procedente de Mr. Ronald Barker, los monederos bastante mejor provistos de las actri-ces, que contenían entre los dos cuatro libras, y, por último, las magníficas alhajas y la bien repleta cartera del plutócrata que viajaba en el Daimler. Cinco billetes de cincuenta libras, cuatro de diez, quince soberanos y una cantidad de documentos valiosos era un botín muy considerable. Como producto de una noche, ya era suficiente con aquello. El aventurero volvió a guardar sus mal

Page 143: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [147]

habidas ganancias en el bolsillo, encendió un ci-garrillo y siguió su camino con el aire de un hom-bre que no tiene ya otra preocupación.

La mañana del lunes que siguió a aquella noche tan memorable, sir Henry Hailworthy, de Walcot Oíd Place, después de desayunarse muy a su co-modidad, bajó lentamente a su despacho con el propósito de escribir algunas cartas antes de salir de casa para dirigirse a ocupar su puesto en el Tri-bunal del condado. Sir Henry era lugarteniente del condado, baronet de antigua progenie, magis-trado con diez años en funciones, y, sobre todo, era el célebre criador de muchos buenos caballos y el jinete más audaz de toda la región del Weald.

De gran estatura, bien plantado, rostro macizo y completamente afeitado, cejas negras y espesas, mandíbula cuadrada y decidida, era uno de aque-llos hombres a quienes es preferible tener por ami-gos y no por enemigos. Aunque andaba por los cincuenta años, no mostraba síntoma alguno de haber dejado atrás su juventud, salvo que la Natu-raleza, en uno de sus humores caprichosos, había hecho nacer un pequeño mechón de cabellos blan-cos por encima de su oreja derecha, contribuyendo

Page 144: Conan Doyle Piratas

[148] Arthur Conan Doyle

por el contraste a que sus negros rizos pareciesen más negros todavía. Aquella mañana estaba de hu-mor pensativo, y después de haber encendido su pipa, se sentó a la mesa de escribir y colocó delante el papel de cartas, sin membrete alguno, quedando sumido en profunda meditación.

Pero sus pensamientos tuvieron súbitamente que volver al momento presente. Por detrás de los arbustos de laurel que contorneaban la curva del camino de carruajes se oyó un ruido apagado y traqueteante que fue subiendo hasta convertirse en el martilleo y ruido de hierros sueltos de un au-tomóvil viejo. Surgió después del recodo un Wol-seley anticuado, pero conducido por un hombre joven, de fresco cutis y bigotes rubios. Sir Henryse puso en pie al verlo, y volvió luego a sentarse. Un minuto después se levantó de nuevo cuando el lacayo anunció la visita de Mr. Ronald Barker. Era una hora muy temprana para visitas, pero Barker era amigo íntimo de sir Henry. Como am-bos eran dos buenas escopetas, dos buenos jinetes y jugadores de billar, había entre ellos mucho de común, y el más joven (que era también el más pobre) acostumbraba pasar por lo menos dos ve-ladas cada semana en Walcot Oíd Place. Por esa razón, sir Henry se adelantó cordialmente a darle la bienvenida, con la mano alargada, y le dijo:

Page 145: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [149]

—Esta mañana es usted un pájaro tempranero. ¿Qué ocurre? Si se dirige a Lewes, podemos mar-char juntos en nuestros coches.

Pero la conducta del joven visitante fue muy especial y falta de simpatía. No se dio por entera-do de aquella mano que buscaba la suya, y perma-neció atusándose su largo bigote, mientras mira-ba con ojos interrogadores y preocupados al magistrado del distrito.

-Bueno, ¿qué ocurre? -preguntó este último.El joven siguió sin hablar. Era evidente que no

encontraba modo de iniciar una entrevista que le resultaba dificultosa. El dueño de la casa se impa-cientó:

-No parece usted el mismo esta mañana. ¿Qué diablos ocurre? ¿Qué es lo que le trae a mal traer?

—En efecto, estoy trastornado -contestó Ro-nald Barker, dando énfasis a sus palabras.

—¿Qué es lo que le ha trastornado?-Usted.Sir Henry se sonrió, y dijo:-Siéntese, mi querido amigo, y si tiene alguna

queja contra mí, expóngala ya.Barker se sentó. Parecía estar reuniendo áni-

mos para lanzar una censura. Cuando ésta salió de su boca, lo hizo como un proyectil que sale de un cañón.

Page 146: Conan Doyle Piratas

[150] Arthur Conan Doyle

—¿Por qué me robó usted anoche?El magistrado era hombre de nervios de hie-

rro y no mostró ni sorpresa ni resentimiento. Ni un solo músculo de su rostro sereno y firme se contrajo.

—¿Por qué me dice usted que yo le robé anoche?—Un individuo alto y fornido que guiaba un

automóvil me detuvo en la carretera de Mayfield. Me apuntó con una pistola a la cara y me robó el monedero y el reloj. Sir Henry, aquel hombre era usted.

El magistrado sonrió:-¿Soy yo el único hombre alto y fornido que

hay en este distrito? ¿Soy yo el único que tiene au-tomóvil?

—¿Se imagina usted que yo no soy capaz de dis-tinguir un Rolls Royce...; yo, que me paso la mi-tad de mi vida encima de un automóvil y la otra mitad debajo? ¿Quién tiene por aquí un Rolls Royce sino usted?

-¿No cree usted, mi querido Barker, que un salteador de caminos moderno, tal como el que usted describe se lanzaría probablemente a operar fuera del propio distrito en que reside? ¿Cuántos centenares de coches de esa marca hay en el sur de Inglaterra?

-No, sir Henry; es inútil cuanto diga. Hasta su

Page 147: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [151]

voz, aunque la bajó usted algunas notas, me era fa-miliar. Pero, ¡por todos los diablos!, ¿con qué fina-lidad lo hizo usted? Eso es lo que me tiene trastor-nado. Es sencillamente increíble que usted me asaltase a mí, uno de sus amigos más íntimos, un hombre que echó hasta los bofes cuando usted se presentó candidato en las elecciones..., y todo para quitarme un reloj barato y unos cuantos chelines.

—Sí; es sencillamente increíble —repitió el ma-gistrado, sonriente.

-Y después de mí, a aquellas artistas, unas po-bres mujeres que tienen que ganarse la vida traba-jando. Yo salí en su persecución, sépalo usted. Fue una jugada sucia, si las hay. Lo que hizo con el ti-burón de la City ya es otra cosa. Cuando un indi-viduo tiene que lanzarse a robar, debe buscar una presa de esa clase. Pero robar a su amigo, y des-pués a aquellas muchachas... Jamás lo hubiera creído, se lo aseguro.

-¿Por qué, pues, lo cree?—Porque es la pura verdad.

KJ —Veo que está usted completamente convenci-do, aunque si tuviese que presentar pruebas, se vería muy apurado.

-Pues yo le digo que afirmaría bajo juramento ante el Tribunal de Policía que era usted. Lo que acabó por completo de convencerme fue que en el

Page 148: Conan Doyle Piratas

[152] Arthur Conan Doyle

momento en que usted cortaba con los alicates el hilo, tomándose una endemoniada libertad, le vi el mechoncito blanco que le salía por detrás de la máscara.

Un observador agudo quizá hubiese advertido por vez primera un leve síntoma de emoción en la cara del baronet, que dijo:

-Parece que tiene usted una imaginación exu-berante.

El visitante se sonrojó de ira; abrió la mano y mostró un pequeño triángulo de paño negro arrancado de un desgarrón; después, dijo:

-Mire usted esto, Hailworthy. ¿Lo ve usted? Me lo encontré en el suelo, cerca del auto de aquellas jóvenes. Se lo debió de arrancar usted cuando saltó fuera de su asiento. Y ahora mande usted que traigan aquí el capote de conducir que llevaba. Si no llama usted al timbre, llamaré yo mismo, y haré que lo traigan. Voy a llegar en este asunto hasta el final. No tenga ninguna duda a ese respecto.

La respuesta del baronet fue sorprendente. Se levantó, cruzó por delante del sillón de Barker, marchó hasta la puerta, la cerró con llave y se la metió en el bolsillo, diciendo:

-Dice que está usted dispuesto a llegar en este asunto hasta el final; pues bien: yo lo tendré ence-

Page 149: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [153]

rrado aquí hasta que se haya enterado de todo. Barker, vamos a hablar sin rodeos, de hombre a hombre, y de usted dependerá que la cosa termine o no en tragedia.

Mientras hablaba, entreabrió uno de los cajo-nes de su escritorio. El visitante frunció el ceño, colérico, y dijo:

-Hailworthy, con amenazas no conseguirá en-mendar las cosas. Yo cumpliré con mi deber, y no me apartará usted de hacerlo con fanfarronadas.

-No se trata aquí de fanfarronadas. Al referir-me a una posible tragedia, no pensaba en usted. Lo que quise decir es que este asunto puede traer complicaciones que es preciso evitar. No tengo pariente ni familiar alguno, pero sí que debo cui-dar del honor de mi apellido, y hay algunas cosas que no deben salir a la luz.

-Es tarde para hablar de ese modo.-Quizá sea tarde, pero no demasiado tarde.

Son muchas las cosas que tengo que decirle. En primer lugar, que está usted en lo cierto, y que fui yo quien la noche pasada detuve su coche en la ca-rretera de Mayfield.

-Pero, ¿por qué diablos...?—Bien; permítame que se lo cuente en el orden

que prefiero. En primer lugar, mire usted esto —abrió un cajón que tenía cerrado con llave y ex-

Page 150: Conan Doyle Piratas

[154] Arthur Conan Doyle

trajo del mismo dos paquetes pequeños-. Los iba a poner esta noche en el correo, en Londres. Éste va dirigido a usted, y creo que es igual que se lo entregue inmediatamente. Contiene su reloj y su monedero. De modo, pues, que salvo el alambre que le corté, nada habría salido perdiendo con su aventura. Este otro paquete va dirigido a las jóve-nes del Gaiety Theatre, y en él van los objetos de su propiedad. Espero haberle convencido con ello de que antes de que usted viniese a acusarme tenía yo preparada la completa reparación.

-¿Qué más? -preguntó Barker.-Pasemos ahora a tratar del caso de sir George

Wilde, que es, se lo digo por si lo ignora, el socio capitalista de Wilde and Guggendorf, la firma fundadora del Ludgate Bank, de infame recuerdo. Lo de su chófer es cosa aparte. Puede usted creer-me, bajo mi palabra de honor, que ya tenía pensa-do lo que iba a hacer en lo referente al chófer. De quien ahora quiero hablarle es del amo del auto-móvil. Usted sabe que yo no soy hombre rico. Creo que lo sabe todo el condado. Cuando Black Tulip perdió el Derby sufrí fuertes pérdidas, y en otros casos también. Cobré luego una herencia de un millar de libras. Aquel condenado Banco pa-gaba un interés del siete por ciento sobre los de-pósitos. Yo conocía a Wilde. Hablé con él y le pre-

Page 151: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [155]

gunté si se trataba de una empresa formal. Me contestó que el dinero estaba seguro. Entregué las mil libras, y antes, de que transcurriesen cuarenta y ocho horas todo el negocio se había venido aba-jo. Se demostró ante los síndicos oficiales de la quiebra que Wilde sabía, desde tres meses atrás, que el Banco se encontraba abocado a una ruina irremediable. Y, sin embargo, aceptó a bordo del barco que se hundía todo mi cargamento. No le pasó nada, ¡maldito sea! Además disponía de una gran fortuna. Yo, en cambio, perdí todo mi dine-ro y no hubo una ley que pudiera ayudarme, aun-que me había robado tan manifiestamente como un hombre puede robar a otro. Lo visité y se me rió en la cara, aconsejándome que no invirtiese mi dinero sino en los Consolidados, y que la lección que yo había recibido era barata a ese precio. En-tonces juré que me las pagaría, fuese como fuese. Sabía sus costumbres, porque me preocupé de averiguarlo. Sabía que los domingos por la noche regresaba de Eastbourne. Sabía que llevaba siem-pre en su cartera una buena cantidad de dinero. Pues bien: esa cartera es ahora mía. ¿Me negará usted que estoy moralmente justificado en lo que hice? ¡Por Dios vivo, que habría dejado a ese mal-dito tan desnudo como él ha dejado a muchos huérfanos y viudas!

Page 152: Conan Doyle Piratas

[156] Arthur Conan Doyle

-Todo eso está muy bien; pero ¿y yo? ¿Y aque-llas muchachas?

-Barker, razone con un poco de sentido co-mún. ¿Se imagina que yo podía salir a la carretera y dar el alto a aquel enemigo personal mío sin que me descubriesen? Eso era imposible. No tenía más remedio que salir y conducirme como un la-drón cualquiera que había tropezado con él por pura casualidad. Por eso salí a la carretera real con todas sus consecuencias. El demonio dispuso las cosas de manera que fuese usted el primer hom-bre con quien yo tropezase. Fui un estúpido en no identificar ese almacén de chatarra que usted lla-ma coche por el ruido que hacía al subir la cuesta. Cuando vi que se trataba de usted, casi no pude hablar de risa. Pero no tenía más remedio que lle-var las cosas hasta el fin. Lo mismo digo por lo que se refiere a las actrices. Creo que con ellas me ablandé, porque me parecía duro despojarlas de sus chucherías, pero tuve que guardar las aparien-cias. Y a continuación se me presentó el hombre que yo buscaba. Aquello no era cosa de simula-ción. Yo iba a dejarlo despellejado, y lo hice. Y ahora, Barker, ¿qué piensa de todo ello? La noche pasada le puse yo una pistola junto a la cabeza, y, ¡vive Dios!, que usted me la ha puesto a mí esta mañana, lo crea o no lo crea.

Page 153: Conan Doyle Piratas

Historias de piratas [157]

El joven se puso en pie lentamente y estrujó la mano del magistrado, sonriéndose con absoluta cordialidad. Luego le dijo:

-No vuelva a hacerlo, porque es demasiado peligroso. Ese cerdo se cobraría con los réditos si la Policía lo detuviese a usted.

-Barker, es usted una buena persona -dijo el magistrado—. No, no volveré a hacerlo. ¿Quién fue el que dijo aquello de «una hora bien aprovechada de vivir a lo magnífico»? ¡Por vida de..., que es una cosa fascinante! ¡Fueron aquéllas las horas más su-blimes de mi vida! ¿Qué va a compararse con ello la caza del zorro? No, no reincidiré, porque si rein-cidiese, ya no podría librarme de su garra.

En ese instante tintineó vivamente el teléfono que había encima de la mesa, y el baronet se llevó al oído el auricular. Mientras escuchaba, sonrió a su compañero, y dijo:

-Esta mañana ando algo retrasado, y en el Tri-bunal del condado me están esperando para sen-tenciar en algunos casos de pequeñas raterías.