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1 Conciliarismo, o poder supremo del Concilio 1 Qué es el conciliarismo De Wikipedia, la enciclopedia libre Conciliarismo o teoría conciliar es la doctrina que considera al Concilio Ecuménico o Universal como la suprema autoridad de la Iglesia, elevándolo (condicionalmente o por principio) por encima del papado. Esta doctrina argumenta que un concilio ecuménico representa a toda la Iglesia y obtiene su potestad directamente de Cristo; a esa potestad están sometidos y tienen que obedecer todos los fieles, también los miembros de la jerarquía, incluso el mismo Papa. Historia La teoría conciliarista tiene sus premisas en aquellos múltiples factores de índole histórica, política, canonística y sobre todo eclesiológica que, presentes en la época medieval, confluirían finalmente en la gran crisis que afectó la vida de la Iglesia en los siglos XIV-XV y que toma el nombre de cisma de occidente (1378-1417). La vía conciliar pareció ser la única posible para obtener la vuelta a la unidad. El concilio de Constanza (1414-1418) se convocó precisamente con esta finalidad. Donde en pleno Cisma con tres papas de por medio se declaró: "Y [la asamblea] declara, en primer lugar, que congregada legítimamente en el Espíritu Santo, formando concilio general y representando a la Iglesia católica, recibe la potestad inmediatamente de Cristo. Todos, de cualquier estado o dignidad que sean, incluso papal, están obligados a obedecerla en aquellas cosas que pertenecen a la fe y a la extirpación de dicho cisma y a la reforma de dicha Iglesia, tanto en la cabeza como en los miembros. Declara, además, que todo aquel, de cualquier condición, estado o dignidad que sea, incluso la papal, que tercamente rehusara obedecer a los mandatos, determinaciones, ordenaciones o preceptos de este santo sínodo o de cualquier otro concilio general congregado legítimamente, en relación con lo que se ha hecho o debe hacerse en el futuro, si no entra en razón: se le someta a una penitencia conveniente y se le castigue con la pena debida; y se recurra (si fuera necesario) a otros medios que presta el derecho." 1 Concilio de Constanza, 6 de abril de 1415.

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Conciliarismo, o poder supremo del Concilio

1 Qué es el conciliarismo

De Wikipedia, la enciclopedia libre

Conciliarismo o teoría conciliar es la doctrina que considera al Concilio

Ecuménico o Universal como la suprema autoridad de la Iglesia, elevándolo

(condicionalmente o por principio) por encima del papado.

Esta doctrina argumenta que un concilio ecuménico representa a toda la

Iglesia y obtiene su potestad directamente de Cristo; a esa potestad están

sometidos y tienen que obedecer todos los fieles, también los miembros de

la jerarquía, incluso el mismo Papa.

Historia

La teoría conciliarista tiene sus premisas en aquellos múltiples factores de

índole histórica, política, canonística y sobre todo eclesiológica que,

presentes en la época medieval, confluirían finalmente en la gran crisis que

afectó la vida de la Iglesia en los siglos XIV-XV y que toma el nombre de

cisma de occidente (1378-1417).

La vía conciliar pareció ser la única posible para obtener la vuelta a la

unidad. El concilio de Constanza (1414-1418) se convocó precisamente con

esta finalidad. Donde en pleno Cisma con tres papas de por medio se

declaró:

"Y [la asamblea] declara, en primer lugar, que congregada legítimamente

en el Espíritu Santo, formando concilio general y representando a la Iglesia

católica, recibe la potestad inmediatamente de Cristo. Todos, de cualquier

estado o dignidad que sean, incluso papal, están obligados a obedecerla en

aquellas cosas que pertenecen a la fe y a la extirpación de dicho cisma y a

la reforma de dicha Iglesia, tanto en la cabeza como en los miembros.

Declara, además, que todo aquel, de cualquier condición, estado o dignidad

que sea, incluso la papal, que tercamente rehusara obedecer a los

mandatos, determinaciones, ordenaciones o preceptos de este santo sínodo

o de cualquier otro concilio general congregado legítimamente, en relación

con lo que se ha hecho o debe hacerse en el futuro, si no entra en razón: se

le someta a una penitencia conveniente y se le castigue con la pena debida;

y se recurra (si fuera necesario) a otros medios que presta el derecho."1

Concilio de Constanza, 6 de abril de 1415.

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El mismo Papa electo por el Concilio de Constanza, Martín V rechazó, al

terminar el concilio, estos cánones, manteniendo así intacta la perpetua fe

católica sobre el primado de Pedro y sus sucesores. Fue un momento muy

excepcional de la historia de la Iglesia cuando se aprueban estos ya que el

papado era disputado por tres candidatos.

Sin embargo, las formas más radicales del conciliarismo se manifestaron a

lo largo del concilio de Basilea, cuando se declaró que era una «verdad de

fe católica» la superioridad del concilio sobre el papa (sesión XXXIII, 1439).

Para ratificar la decisión del anterior concilio, el papa Julio II convoca un

Concilio Ecuménico en Letrán donde se define que la teoría conciliarista no

se ajusta a la ortodoxia católica:

Ni debe tampoco movernos el hecho de que la sanción [pragmática] misma

y lo en ella contenido fue promulgado en el Concilio de Basilea, como quiera

que todo ello fue hecho, después de la traslación del mismo Concilio de

Basilea, por obra del conciliábulo del mismo nombre y, por ende, ninguna

fuerza pueden tener; pues consta también manifiestamente no sólo por el

testimonio de la Sagrada Escritura, por los dichos de los santos Padres y

hasta de otros Romanos Pontífices predecesores nuestros y por decretos de

los sagrados cánones; sino también por propia confesión de los mismos

Concilios, que aquel solo que a la sazón sea el Romano Pontífice, como

tiene autoridad sobre todos los Concilios, posee pleno derecho y potestad

de convocarlos, trasladarlos y disolverlos.2

De la Bula Pastor aeternus (SESION XI), de 19 de diciembre de 1516

Concilio de Letrán V

Tesis análogas a las conciliaristas sobrevivieron luego en el episcopalismo,

en el galicanismo y en el febronianismo. Dentro del catolicismo, parece que

quedó superado con la definición del Vaticano I sobre la naturaleza y el

valor del primado del romano pontífice (1870).

Tras el Concilio Vaticano II

Una nueva iniciativa conciliarista surge tras el condenado Concilio de

Pistoya3 en 1794. Ahora el origen no son las antiguas doctrinas condenadas

sino la revitalización de estas a través de la introducción de ideas liberales e

ilustradas en las enseñanzas de la Iglesia católica. A pesar que muchos

Papas combatieron esta doctrina, como el Beato Pío IX con el Concilio

Vaticano I,4 el peso que ganó las tesis de los católicos liberales, fue

creciendo entre parte de la jerarquía católica. Tal y como relata Ralph

Wiltgen S.D.V5 la influencia de ciertos teólogos de mucho prestigio influyó

para que el concilio aprobase una declaración que fue denunciada por

ambigua6 y que fue acondicionada, por orden de Pablo VI, gracias a Fray

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Santiago Ramírez O.P. para intentar hacerla coherente con el magisterio

anterior.

http://www.ciberiglesia.net/discipulos/06/06eclesiologia-nuevoconcilio.htm

2 Hacia un nuevo concilio: Recuperando la

tradición conciliarista del cristianismo

Juan José Tamayo-Acosta

Conferencia pronunciada en el encuentro de Leganés (Madrid) Septiembre

2002

“... los males que hoy le causan (a la Iglesia) desolación, las herejías y las

perversiones de la vida religiosa de la entera Cristiandad, proceden del

hecho de haber abandonado la celebración de concilios”. Esto escribía el

monje Udalrico con motivo de la celebración del concilio de Basilea (1431-

1449). Un siglo después, era el téologo y jurista español Francisco de

Vitoria, ‘padre’ del derecho de gentes, quien se expresaba en términos

similares: “Desde que los papas comenzaron a temer a los concilios, la

Iglesia está sin concilio, y así seguirá para desgracia y ruina de la religión”.

Es posible que parecidas reflexiones estén haciéndose las numerosas voces

procedentes de todos los sectores de la Iglesia católica: cardenales,

obispos, teólogos, teólogas, movimientos cristianos de base, que reclaman

la celebración de un nuevo concilio para responder con creatividad e

imaginación a los grandes problemas planteados al catolicismo en el nuevo

siglo. Primero fue el cardenal Martini, arzobispo de Milán, quien, en un

Sínodo de obispos de 1999, propuso delante del papa la necesidad de una

asamblea de la Iglesia universal para tratar cuestiones de especial

trascendencia, cuya respuesta desborda la capacidad de un sínodo. La

propuesta cayó en saco roto, y sus colegas –incluidos los obispos

españoles- le dieron la espalda. Pero Martini no se dio por vencido y volvió a

reiterar su propuesta el 17 de enero de 2001 en una entrevista del

“Corriere” donde expresaba su deseo de un concilio ecuménico que

abordara con vigor y rigor los “temas cálidos” de la vida de la Iglesia

católica. A dicha petición se sumó Karl Lehmann, presidente de la

Conferencia Episcopal Alemana, nombrado cardenal por Juan Pablo II, quien

mantiene profundas divergencias teológicas con el cardenal Ratzinger y se

enfrentó al Vaticano cuando se negó a cerrar los centros de asesoramiento

sobre el aborto que tiene la Iglesia católica en Alemania. Él cree necesario

no limitar los ámbitos de decisión al papa, la Curia y los sínodos episcopales

y sugiere como camino un concilio Vaticano III.

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Actualmente es la corriente “Somos Iglesia” la que, con el apoyo de

centenares de colectivos católicos críticos, de treinta y cinco obispos

latinoamericanos, en su mayoría brasileños, miles de laicos, religiosos y

religiosas, sacerdotes, teólogos y teólogas, ha pedido la celebración de un

nuevo Concilio y ha puesto en marcha un proceso conciliar con la

participación activa de todo el pueblo de Dios para abordar los grandes

desafíos que se le plantean al catolicismo en el siglo XXI.

Es verdad que no ha pasado tanto tiempo desde la celebración del

concilio Vaticano II (Roma, 1962-1965). Pero de entonces acá se han

producido cambios tan profundos en el mundo que han mutado el panorama

político, social, económico, cultural religioso y cultural tanto a nivel

internacional como nacional y regional. Estamos ante un cambio de época

más que ante una época de cambio. Y ello obliga a la Iglesia católica a re-

ubicarse en el nuevo escenario mundial, si no quiere perder de nuevo el

tren de la historia, como lo ha perdido tantas veces. Muchos tenemos la

impresión de que la Iglesia católica o bien sigue respondiendo a preguntas

de otras épocas que ya nadie se plantea, o bien responde a interrogantes

de hoy con respuestas del pasado. Esto ha sucedido de manera especial en

las cuestiones morales, doctrinales y disciplinares durante el pontificado de

Juan-Pablo II.

Un concilio sería una gran oportunidad para retomar el tren de la

historia e invertir la actual tendencia hacia la restauración eclesiástica por la

de la renovación. Para ello lo primero que hay que cambiar es el escenario

de celebración. Los dos últimos concilios tuvieron lugar en Roma en

correspondencia con la centralidad del catolicismo romano en el mundo.

Hoy, sin embargo, el catolicismo tiene un rostro multicultural, multiétnico,

multirracial y multirreligioso. De ahí que el Vaticano no me parezca el lugar

más adecuado para el nuevo concilio. Me inclino, más bien, por un país del

Tercer Mundo, América Latina, por ejemplo, que cuenta con un vigoroso

cristianismo profético expresado a través del compromiso de los cristianos y

cristianas comprometidos con las mayorías populares, el dinamismo de las

comunidades de base y la pujanza de la teología de la liberación.

La Asamblea conciliar no puede convertirse en una reunión de

notables o de títulos nobiliarios que sólo se representan a sí mismos. Ha de

ser una asamblea en el pleno sentido de la palabra, con la máxima

representación de todos los católicos y católicas, y no sólo de los jerarcas,

elegidos por el papa, y con capacidad de decisión.

Entre los temas de la agenda conciliar, hay uno que me parece

prioritario: la Reforma de la Iglesia católica, que se quedó a medio camino

en el Vaticano II; Reforma que ha de traducirse en una democratización en

todos los niveles, desde la base hasta la cúpula. Ello exige un análisis crítico

tanto de los fundamentos del papado, el episcopado y el sacerdocio, como

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de su ejercicio. Ahora bien, la democratización de la Iglesia se convertirá en

una caricatura mientras se sigan manteniendo una concepción

androcéntrica del ser humano, que no reconoce a los mujeres como sujetos

morales y religiosos, y unas estructuras jerárquico-patriarcales, que

excluyen a aquéllas de los ministerios eclesiales y de las funciones

directivas en la comunidad cristiana. Procede, en consecuencia, poner las

bases para la creación de una “comunidad de iguales” (no clónicos), en

sintonía con el movimiento de Jesús y con los movimientos de emancipación

de la mujer.

El segundo gran tema a debatir es la incorporación de la cultura de

los derechos humanos en el interior de la Iglesia, para superar la

“incoherencia vaticana”, es decir, la contradicción en que incurre la

jerarquía católica al defender los derechos humanos en la sociedad y

negarlos en su propio casa. Ello exige reconocer el derecho de los cristianos

y cristianas a elegir a sus representantes y facilitar cauces para el ejercicio

pleno de las libertades de reunión, asociación y expresión, a las que hay

que sumar, en el caso de los teólogos y las teólogas, las de investigación y

cátedra, recortadas selectivamente hoy en función de la ideología. Este

reconocimiento debe ir acompañado de un clima de diálogo que permita

llegar a consensos básicos dentro del respeto al disenso, que tiene los

mismos derechos que el consenso.

No debe descuidarse la reflexión sobre la inculturación del catolicismo en las

diferentes y plurales culturas con el objetivo de activar un cristianismo

culturamente policéntrico, donde las Iglesias del Primer Mundo no dominen

sobre las del Tercer Mundo ni éstas sean sucursales de aquéllas. ¡Cuánto

menos, ahora que se ha invertido la tendencia numérica de los cristianos: a

principios del siglo XX sólo el 30% de ellos estaba en el Tercer Mundo; a

principio del siglo XXI llegan al 70%.

Pasó el tiempo en que se creía que la religión católica era la única

verdadera. Ahora vivimos en tiempos de pluralismo religioso. Razón por la

que el diálogo entre las religiones debe convertirse en un tema de obligado

tratamiento, pero no tanto para llegar a acuerdos doctrinales, cuanto para

establecer unos mínimos éticos en torno a la apuesta por la cultura de la

vida, la protección de la naturaleza, el trabajo por la paz, el compromiso por

la justicia y la defensa de la igualdad hombres-mujeres.

Entre los grandes fenómenos mundiales no puede soslayarse el de la

globalización. El cristianismo en cuanto religión mundial debe preguntarse

qué puede aportar para corregir los desajustes provocados por el proceso

globalizador en su versión neoliberal, que excluye a grupos sociales y

étnicos y a continentes enteros-y para construir un mundo donde quepamos

todos y todas. Un nuevo concilio sería un momento oportuno para

reformular la doctrina tradicional sobre la sexualidad desde una

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antropología unitaria y las cuestiones de la bioética, como eutanasia,

reproducción asistida, manipulación genética, investigación y

experimentación con embriones, clonación, etc., en diálogo con las ciencias

de la vida y bajo el asesoramiento de los expertos.

Los concilios son grandes hitos en el ya bimilenario caminar del

cristianismo, “encrucijadas en la historia de la Iglesia” (K. Schatz). En ellos

se tomaron decisiones de todo orden, y no sólo de carácter eclesiástico o

teológico, que condicionaron positiva o negativamente el futuro del

cristianismo y de la sociedad. Se definieron muchos de los dogmas de la

doctrina cristiana, que recogen la síntesis de los contenidos de la fe,

reformulables y reinterpretables en cada época conforme a los nuevos

contextos culturales y las nuevas formas de vida. Los concilios han sido

espacios importantes para el debate de ideas y la confrontación de

pareceres; hoy diríamos lugares de acción comunicativa y dialógica. En el

debate las distintas tendencias hicieron siempre concesiones mutuas para

llegar a un consenso. Esto pudimos verlo en el concilio Vaticano II, donde

los conservadores y los renovadores acordaron las grandes líneas

teológicas, si bien, en su aplicación, los primeros se impusieron a los

segundos y limitaron sobremanera la renovación.

De la historia de los concilios hay dos que me parecen especialmente

significativos como punto de referencia: el de Constanza (1414-1418) y el

de Basilea, llamados conciliaristas, porque defendieron que el concilio

constituye la centralidad del Concilio en la vida y la organización de la

Iglesia católica y que la autoridad del concilio está por encima de la del

papa, quien está obligado a poner en práctica las decisiones conciliares. Así

consta en la declaración del primero aprobada el 6 de abril de 1415: “Este

Sínodo, legítimamente reunido en el Espíritu Santo, constituye un concilio

general que representa a la Iglesia católica militante y recibe su poder

directamente de Cristo (añadido mío: no del papa); todo cristiano,

independientemente de su estado y dignidad, incluso papal, está obligado a

obedecerle en cosas que afectan a la fe, a la extirpación del cisma actual,

así como a la reforma universal de la Iglesia de Dios en la cabeza y en los

miembros”. Hans Küng califica a Constanza como “el gran concilio

ecuménico de la reforma”. Resulta llamativo, sin embargo, que esta

declaración no aparezca en el Enchiridium Symbolorum, donde se recogen

los principales documentos de los concilios y de los papas de toda la historia

del cristianismo, cuando si se recogen los decretos de condena de los

errores de Wyccleff y Hus.

El conciliarismo es una tendencia fundamental a recuperar en

la teología, la organización y la vida de la Iglesia católica. Amén de

frenar el autoritarismo papal, constituye una de las principales

claves para la democratización de la Iglesia.

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Termino con una pregunta a quienes se oponen al inicio de un proceso

conciliar y demonizan la celebración de un nuevo Concilio para el siglo XXI:

¿por qué tienen ustedes tanto miedo a un concilio?

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LOS CONCILIOS ECUMÉNICOS

GLOSAS AL MARGEN

© LOS CONCILIOS ECUMÉNICOS - Glosas al margen

2001 - Arcadio Sierra Díaz

Derechos reservados por el autor.

Publicaciones Cristianas

E-mail: [email protected]

Teléfono 2040403

Bogotá, D. C.

Colombia, América del Sur.

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ARCADIO SIERRA DÍAZ

LOS CONCI LI OS

ECUM ÉNI COS

GLOSAS AL MARGEN

2001

CONTENIDO

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Capítulos PáginasIntroducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . vii1 - Nicea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12 - Constantinopla I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133 - Efeso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 254 - Calcedonia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 335 - Constantinopla II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 416 - Constantinopla III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 497 - Nicea II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 578 - Constantinopla IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 659 - Lateranense I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7310 - Lateranense II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8111 - Lateranense III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8512 - Lateranense IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8913 - Lyón I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9714 - Lyón II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10115 - Vienne . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10516 - Constanza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11717 - Basilea-Ferrara y Florencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12018 - Lateranense V . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13719 - Trento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14120 - Vaticano I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15721 - Vaticano II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197Apéndice: Discurso del obispo Strossmayer . . . . . . . . . . . . . . . . 201Índice onomástico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220

vi

INTRODUCCIÓN

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En materia religiosa, se suele dar el nombre de concilio a una reuniónformal de obispos o supervisores y otros altos dignatarios de diversasiglesias cristianas con el fin de tratar, decidir y legislar sobre cuestionesrelacionadas con la disciplina eclesiástica y dirimir controversiasdoctrinales; aunque han sido muchos en los que se han debatido temaspolíticos y de intereses seculares. Es ecuménico cuando participan losobispos de todo el mundo habitado (oikumene), constituyendo así unaasamblea con extensión y autoridad mayor que las de cualquier dirigenteeclesiástico particular; de manera que la máxima autoridad de la Iglesiaresidía en los concilios ecuménicos, parlamento de todos los obispos dela cristiandad. De acuerdo con la opinión de muchos teólogos, de lasorganizaciones eclesiásticas históricas de la cristiandad después del Cismade Oriente, no se han dado más concilios auténticamente ecuménicos, yque el último es el Concilio de Nicea II, en el año 787, pues los subsi-guientes han sido convocados por el sistema católico romano, y solamenteRoma los tiene por ecuménicos, sin la asistencia de otras ramas de lacristiandad; y además porque los concilios terminaron por convertirse endóciles instrumentos de la política papal romana. De manera que a partirdel primer concilio de Letrán, los concilios perdieron su ecumenicidaddebido a que se convirtieron en meros sínodos de obispos del sistemapapal romano, en los cuales la norma absoluta es la suprema autoridad delpapa y su curia romana. Después de protocolizados los cismas, no sepuede hablar de concilios ecuménicos de toda la cristiandad, sino de unade las instituciones, la cual se limita a defender sus propios intereses ypuntos de vista.

Paradójicamente, los primeros ocho concilios, los tenidos porlegítimos ecuménicos, todos fueron convocados por el emperador, y unavez aprobados los temas deliberados y convertidos en cánones, pasabana ser decretos de ley imperial, de obligado cumplimiento en todo elImperio. En el curso del desarrollo de estas glosas, es sumamenteimportante tener en cuenta a qué nos referimos cuando usamos la palabraiglesia. Durante la convocatoria y desarrollo de los primeros concilios -Nicea, Constantinopla, Éfeso, Calcedonia-, aún había una clara distinciónentre la Iglesia Universal de Cristo y las iglesias locales; y las iglesias sereunían en un plano de plena igualdad. En ese tiempo lo católico tenía laconnotación de “universal”, y para nada se relacionaba con lo romano,pues el obispo de Roma no se había arrogado la supremacía posterior.Con el tiempo la Iglesia del Señor fue sufriendo un proceso de institucio-

1 Citado por E. Caillet en Christianity Today, 5-7-63. P. 9

viii

nalización al margen de la Biblia, y ya a partir del quinto concilio -Constantinopla II- empieza a dar sus primeros pasos la diferenciación odistanciamiento entre lo que pudiéramos llamar la Iglesia como institucióny la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Una cosa es la Iglesia de Cristo, SuCuerpo, y otra muy diferente son las caparazones o instituciones defactura humana.

Es indudable que en los concilios se han definido controversiasrelacionadas con Dios mismo, con la Trinidad, con Cristo, con el EspírituSanto, con la salvación, pero también han agravado las divisiones, y hancontribuido a producir nuevas grietas. Con claras excepciones, por logeneral los concilios "ecuménicos" han sido escenario de amarguras,recriminaciones y enemistades, por la práctica de enfrentamientos entrecontrincantes irreconciliables, que no han servido sino para profundizarlas disensiones, las cuales fueron motivadas muchas veces por losconcilios mismos. Nicolás Berdiaev dijo que «pocas cosas expresan máselocuentemente la mezquindad humana, la deslealtad y el fraude como lahistoria de los concilios ecuménicos»1.

La historia se ha encargado de confirmar que muchos de los conciliosecuménicos, han errado en puntos cruciales referentes a la Iglesia, pues sedebe tener presente que la normatividad emana de las Escrituras, que esa la que nos debemos remitir a fin de examinar y probar todo lo que losconcilios han deliberado. Ningún canon conciliar puede anular lo que diceDios en Su Palabra. Se dieran los hombres cuenta de ello o no, lo ciertoes que la constante a través de los siglos fue que los concilios ibandemostrando su incapacidad para purificar un corrupto sistema religiosoy efectuar drásticas reformas, volviendo para ello a las fuentes bíblicas,pues casi siempre sus miembros se hallaban demasiado comprometidos enlos abusos contra lo que las mismas naciones seculares se quejaban. Noes fácil remover las estructuras y adelantar cambios fundamentales,cuando se compromete una institución secularizada y la comodidad depersonas puestas en eminencia, ambiciosas del lujo ostentoso, poder yprestigio, contrarios al espíritu del evangelio cristiano, en un marcoinstitucional que llegó a su nadir prácticamente descristianizando a lacristiandad.

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CONCILIO DE CONSTANZA De Los concilios ecuménicos de Arcadio sierra

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Convocado por el emperador Segismundo de Alemania mientras se discutía

el nombramiento y sucesión papal; hay quienes afirman que fue inaugurado

por el considerado antipapa Juan XXIII en noviembre del año 1414 y

clausurado por Martín V en abril de 1418. Es el concilio más representativo

de los hasta entonces reunidos en Europa Occidental.

Trasfondo histórico: el cisma de Occidente, los papas en Avignon

Como trasfondo histórico comentamos que el papado atravesaba una crisis.

Cuando Europa salía del ocaso de la Edad Media, la bestia se sacudió un

poco de sus lomos a la ramera y en ese remesón la lealtad de los gobiernos

nacionales empezó a enfrentarse con el poder eclesiástico, y se dice que la

decadencia del poder papal tuvo sus comienzos con Bonifacio VIII en 1303.

Tuvo problemas con el rey Eduardo I de Inglaterra cuando éste decretó

grabar con impuestos las propiedades eclesiásticas. Felipe el Hermoso de

Francia lo encarceló. Libertado que fue, murió poco después de tristeza; y

en esa época, de 1309 a 1378, período conocido como la “cautividad

babilónica” del papado, por mandato del rey francés fue trasladado la sede

del papado a Aviñón, y no obstante esta ciudad no corresponder

técnicamente a Francia, sí estaba bajo la potestad del reino francés y los

romanos pontífices fueron franceses y escogidos bajo el control de los reyes

de Francia, de cuya voluntad eran subalternos; durante ese tiempo el

pontificado romano pierde autoridad debido a la corrupción y el nepotismo.

La mudanza de la sede papal a Aviñón constituyó un serio indicio de que

había comenzado la decadencia del papado. En Aviñón los papas mantenían

una corte y administración fastuosas, llegando a ser los papas aviñonenses

las personas más potentadas de la Europa occidental en su época.

Surgían papas y antipapas (en total unos siete), pero en 1378, cuando

Gregorio XI volvió a Roma, y a su muerte surge el gran cisma de occidente,

pues para sucederle, los cardenales aunque en su mayoría eran franceses,

debido a la presión del populacho romano, eligieron a un arzobispo

napolitano, quien tomó el nombre de Urbano VI, pero éste pronto fue

considerado ilegítimo y tachado de apóstata y anticristo por los mismos que

lo habían elegido, por el hecho de que les reprendió públicamente por su

mundanalidad, pluralismo en cargos y beneficios eclesiásticos, simonía, y

les ordenó residir en sus respectivas sedes.

Ellos eligieron a otro papa extractado de su propio aristocrático grupo,

quien se fue a establecer con sus adeptos cardenales en Aviñón, tomando

el nombre de Clemente VII. Por su parte, Urbano VI continuó en Roma y

nombro un grupo de unos ocho cardenales. Como consecuencia del cisma,

los países europeos también se dividieron tomando partido, unos por Roma

y otros por Aviñón. Muchos, apenados a causa de esta ruptura, trabajaron

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varios años para que se convocara un concilio que pusiera término a aquel

vergonzoso cisma.

En la línea romana, Urbano VI fue sucedido ininterrumpidamente hasta

Gregorio XII, y en la línea de Aviñón, Clemente VII fue sucedido por el

español Pedro de Luna (Benedicto XIII), quien se mantuvo en el puesto por

más de un cuarto de siglo. La universidad de París, entre otros, sugirió que

se indujera a los pontífices de ambas líneas a renunciar y permitir la

elección de uno nuevo, con el fin de protocolizar la unidad del catolicismo.

Los cardenales de ambos bandos aunaron criterios y resolvieron convocar

un concilio general, que se reunió en Pisa en 1409. Este concilio no es

reconocido por el papado romano por no haber sido convocado por papa

alguno. A este concilio, el de Pisa, asistieron 500 representantes de todos

los países de Europa: cardenales, patriarcas, arzobispos, obispos, abades,

superiores de órdenes religiosas, eruditos y representantes de

universidades, de reyes y príncipes. En sus deliberaciones la asamblea

depuso a los papas Benedicto XIII, que pretendía regir al catolicismo desde

Peñíscola, y a Gregorio XII de Roma, y sin esperar que éstos se sometieran,

nombraron a Pedro Filólogo bajo el nombre de Alejandro V, pero ninguno de

los papas obedeció, y debido a la inmediata muerte del elegido, el concilio

hizo papa a Baltasar Cossa con el nombre de Juan XXIII, haciendo más

grave el cisma debido a que aumentó el número de papas. Baltasar Cossa,

un napolitano que estudió leyes en Bolonia, después de haber sido un

militar, en 1402 había sido nombrado cardenal diácono por Bonifacio IX.

Participó en su oportunidad en la convocatoria del concilio de Pisa.

Tenemos entonces que después del concilio de Pisa, contaba el catolicismo

con tres papas disputándose el puesto: Gregorio XII de la línea de Roma,

Benedicto XIII de la de Aviñón y Juan XXIII de la de católico.

Pisa, por lo cual se había agravado la cuestión cismática, y fue tan fuerte la

pertinacia del papa aviñonense, que se estableció en un castillo o fortaleza

en la península de Peñíscola, en la costa rocosa del litoral valenciano,

castillo que había pertenecido a los Templarios, y el papado llegó a tal

pérdida de prestigio, que se pensó incluso en abolir tal institución. Una de

las primeras acciones de Juan XXIII fue aliarse con Luis de Anjou y su

ejército, con el cual se tomó la ciudad de Roma derrotando a Ladislao de

Durazzo, aliado de Gregorio XII. Entonces Juan XXIII envió un delegado a

Praga a vender indulgencias y a difamar a su enemigo político, pero

Ladislao con su poder militar obligó a Juan XXIII a trasladar su sede a

Florencia.

Tanto Alejandro V, el papa elegido en el concilio de Pisa, como su sucesor

Juan XXIII, no son considerados legítimos papas en los círculos modernos

del catolicismo romano, no obstante que sus efigies figuran en la serie de

pontífices representados en los mosaicos de la basílica de San Pablo en

Roma. Baltasar Cossa, como papa Juan XXIII, había sido pirata y conductor

de salteadores en su juventud; pero lo grave no es que lo hubiese sido, sino

que al llegar a ocupar la silla papal, continuaba con ese mismo espíritu de

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hombre mundano y vicioso, sospechoso incluso de haber envenenado a su

antecesor; de manera que una de las tres sillas papales la ocupaba un

hombre experto en intrigas y ambiciones, ajeno a las cosas del espíritu;

más ducho en el manejo de la espada del mercenario conquistador de

tierras, que del báculo del pastor de almas; más preocupado por extender

el reino terrenal de los estados temporales del papado, que de hacer

conocer el reino de los cielos entre los hombres, del cual ni él mismo tenía

ni la más remota idea. Una persona de tal talante acabó por desprestigiar al

papado, y llegó el momento en que toda Europa estaba hastiada hasta la

coronilla de los males que acarreaba el Cisma del podrido sistema.

Todo ello revestía tal gravedad, que hasta los más importantes nobles y

prelados europeos, como Juan Gerson y Pedro d’Ailly, decidieron trabajar

para que se convocara un nuevo concilio ecuménico. Pedro d’Ailly (1350-

1420), teólogo y filósofo, canciller de la universidad de París, confesor del

rey de Francia y eventualmente arzobispo de Cambrai, cardenal y legado

papal; Juan Gerson (1363-1429), discípulo de d’Ailly, canciller de la

universidad de París.

Surge, pues, la figura de Segismundo (1410-1437) como nuevo emperador

de Alemania, quien, haciendo eco del clamor de ilustres teólogos como los

anteriores, prelados, canonistas y eminentes profesores y alumnos de las

universidades, y siguiendo los pasos de Constantino y sus sucesores, época

en que los concilios ecuménicos eran convocados por los emperadores

romanos, el 30 de octubre de 1413 convocó un concilio ecuménico que

habría de reunirse en Constanza al año siguiente. Aunque la convocatoria

inicial había sido la del Emperador, en la cual citaba la comparecencia de los

tres papas, no obstante Juan XXIII, a fin de granjearse la simpatía de

Segismundo y el reconocimiento del próximo concilio, se apresuró a publicar

una encíclica convocando una asamblea ecuménica.

El Concilio

El 16 de noviembre de 1414 fueron inauguradas las sesiones del concilio de

Constanza con una asistencia jamás experimentada en concilio alguno hasta

la fecha. Más de 1.800 clérigos se dieron cita, además de príncipes, nobles,

profesores universitarios y hasta el mismo Emperador Segismundo. Las

figuras más importantes del concilio fueron Pedro d’Ailly y Juan Gerson,

indiscutibles creadores y defensores de las doctrinas conciliaristas.

Propósitos. El concilio de Constanza se declara competente para:

1. Causa unionis. Dar fin al Cisma de Occidente que engendró la doble

sede papal de Roma y Aviñón, y decretar la unidad del cristianismo.

2. Causa fidei. Purificar la doctrina. Impugnar las doctrinas tenidas por el

sistema católico romano por heréticas propugnadas por Juan Huss, Juan

Wicleff y Jerónimo de Praga.

3. Causa reformationis. La reforma (eclesiástica) del sistema católico

romano.

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Desarrollo:

1. Causa unionis. Iniciadas las reuniones de la asamblea, se logró imponer

como principio general la supremacía del concilio sobre el papado, y que era

competente para destituir, en caso necesario, a los tres papas;

constituyéndose así al concilio como la suprema autoridad eclesiástica. La

asamblea decidió permanecer reunida y decretó la superioridad de la

autoridad conciliar sobre la pontificia. El concilio de Constanza tenía la firme

intención de acabar con el despotismo eclesiástico y poder absoluto de

Roma, y esa vasta maquinaria financiera de hacer dinero. En sus sesiones

cuarta y quinta decretó que:

“Los concilios ecuménicos, representando a toda la Iglesia, derivan su

autoridad directamente de Cristo y todo cristiano está obligado a

obedecerlos, incluso el papa, en todo lo tocante a la fe, la extirpación del

cisma y la reforma de la Iglesia... El concilio de Constanza tiene

inmediatamente de Cristo la potestad, al que todos, de cualquier estado o

dignidad, aunque sea papal, están obligados a obedecer en lo que atañe a

la fe... Del mismo modo, cualquiera de cualquier condición, estado dignidad

incluida la papal, que no obedeciere los decretos de ese sagrado concilio

general en la susodichas materias, será castigado...”

Juan XXIII pretendió, inútilmente, hacerse reconocer como papa legítimo,

aunque de los tres papas, éste era considerado legítimo por la mayoría de

los conciliares; y cada mañana los tres papas se acusaban entre sí de

anticristos, sodomitas, demonios, adúlteros, enemigos de Dios y de la

humanidad. Habiéndose negado Juan XXIII a abdicar voluntariamente, por

petición de Pedro d’Ailly, la votación fue hecha por naciones, para evitar que

dominase la camarilla que Juan XXIII había podido reunir para apoyar sus

pretensiones, y fue depuesto de su cargo y obligado a firmar el acta de

exención. Asimismo fue acusado como antiguo pirata, perjuro y nombrado

por un concilio ilegítimo.

Temiendo por su vida, huyó de Constanza, pero el emperador Segismundo

lo hizo detener, no sin antes haber tratado de esconderse en el ducado de

Austria y haber huido a diversas ciudades como Friburgo, Borgoña, Breisach

y Nuremberg, en donde fue detenido por el burgomaestre, poniéndolo a

disposición de Segismundo. Este papa fue acusado por 37 testigos, entre los

que abundaban obispos y sacerdotes, de negar la inmortalidad del alma,

"fornicación, adulterio, incesto, sodomía, hurto y homicidio".

De los otros dos papas, Gregorio XII, de la línea de Roma, abdicó

libremente (1415), fue hecho cardenal obispo de Porto, y murió, honrado,

dos años después a la edad de noventa años.

Benedicto XIII, de la línea de Aviñón, se negó a abdicar, y fue depuesto en

1417, declarándolo perjuro y hereje, y huyó a Peñíscola y ejerció su

autoridad pontifical sobre Aragón y otras provincias españolas; fue

seguido por dos sucesores en la línea aviñonesa, pero con un mínimo

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insignificante de seguidores. En estas condiciones, los asambleístas llenaron

la vacante papal eligiendo, el 11 de noviembre de 1417, como romano

pontífice al cardenal Otón Colonna, adoptando el nombre de Martín V,

quien presidió la última fase del concilio. Baltasar Cossa, después de haber

estado recluido y vigilado en varios castillos hasta 1429, se reconcilió con el

nuevo papa y fue nombrado Cardenal obispo de Tusculum (Frascati),

muriendo poco después. Su insignia papal figura sobre su tumba en el

baptisterio de Florencia, pero al ser elegido papa Ángel José Roncalli en

1958 y tomar el nombre de Juan XXIII, Baltasar Cossa perdió su nombre

entre los papas.

2. Causa fidei. Vemos que por un lado los profesores de la Universidad de

París y muchos teólogos se interesaron por llevar a cabo una reforma más

bien externa de la Iglesia, basados más en los cánones y decretos de los

papas; pero en Inglaterra y Bohemia, con Juan Wicleff y Juan Huss, se

había iniciado, en la luz que en su momento tenían sobre las verdades

evangélicas, un verdadero movimiento precursor de la Reforma del siglo

XVI, con miras a volver a las fuentes bíblicas de la Iglesia. Aprobaron, pues,

en este concilio una serie de acuerdos para poner fin a los argumentos y

puntos de vista doctrinales que ellos consideraban como herejías. Pese a

disponer de salvoconducto imperial, este concilio tuvo a Juan Huss como el

más peligroso hereje contemporáneo, y lo procesó y sentenció, lo mismo

que a Jerónimo de Praga, a morir en la hoguera (1415 y 1416,

respectivamente) y condenó, asimismo 45 tesis de Juan Wicleff (bula Inter

Cunctas, 1418), entre las cuales destacamos las siguientes:

“1. La sustancia del pan material e igualmente la sustancia del vino material

permanecen en el sacramento del altar.

5. No está fundado en el Evangelio que Cristo ordenara la misa.

7. Si el hombre estuviese debidamente contrito, toda confesión exterior es

para él superflua e inútil.

8. Si el papa es un precito y malo y, por consiguiente, miembro del diablo,

no tiene potestad sobre los fieles que le haya sido dada por nadie, si no es

acaso por el César.

14. Lícito es a un diácono o presbítero predicar la Palabra de Dios sin

autorización de la Sede Apostólica o de un obispo católico.

17. El pueblo puede a su arbitrio corregir a los señores que delinquen.

24. Los frailes están obligados a procurarse el sustento por medio del

trabajo de sus manos, y no por la mendicidad.

30. La excomunión del papa o de cualquier otro prelado no ha de ser

temida, por ser censura del anticristo”.

Juan Wicleff, como profesor de la Universidad de Oxford, gozó de prestigio

y simpatía de los eruditos y parlamentarios de su patria, Inglaterra, y

encontró amplio apoyo en su enfrentamiento en contra de los abusos y

errores doctrinales de la Curia papal, de las órdenes mendicantes y del

catolicismo romano que se apartaban de las Escrituras.

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Pero se acarreó las iras de las jerarquías eclesiásticas, y en 1337, varias

bulas papales condenaban sus doctrinas, ordenando que el “hereje” fuese

entregado al arzobispo de Canterbury para su ejecución.

Aquello no podía llevarse a la práctica porque el Parlamento inglés estaba

de lado del reformador.

Su enfoque bíblico doctrinal fue tildado de cismático aun por muchos de los

que lo habían apoyado en el movimiento que revestía visos

independentistas de la opresión romana, y se vio forzado a salir de la

Universidad y retirarse en su parroquia de Lutterworth, desde donde

organizó el envío de los llamados “pobres sacerdotes”, que a la postre

algunos de ellos fueron martirizados, y él mismo fue perseguido por orden

de Courtenay, arzobispo de Canterbury y la participación de ocho obispos y

veinticinco doctores en teología, y en la catedral de San Pablo, en Londres,

fueron denunciadas públicamente las doctrinas del reformador, como las

que hemos transcrito arriba.

Las medidas condenatorias no fueron aplicadas debido a sus muchos

amigos y adeptos en la Universidad y en el gobierno, y por la preocupante

gravedad del cisma papal que aquejaba a la cristiandad occidental.

Wicleff insistía en las Escrituras como la máxima autoridad del cristiano. En

su momento no tuvo la suficiente luz para entender muchos puntos

fundamentales, sobre todo en lo relacionado con la justificación, la iglesia,

el sacerdocio de todos los santos, el apostolado y otros temas, pero para él

la verdadera iglesia era aquella que tenía sólo a Cristo por cabeza, a Su

Palabra como suficiente norma y al Espíritu Santo inspirador y guiador a la

verdad.

Los seguidores de Wicleff, llamados “lolardos”, se encargaron de propagar

sus doctrinas; y fue así como esta semilla llegó hasta las tierras de

Bohemia, donde fueron bien recibidas por Juan Huss, sacerdote y

catedrático de filosofía de la Universidad de Praga.

Nació Huss el año 1369. Estando aún de predicador en la capilla de Belén

de Praga, recibió los escritos de Wicleff de manos del caballero bohemio

Jerónimo de Praga, quien entusiasmado regresaba de Oxford, y empezó a

hallar partidarios en la Universidad y entre los bohemios cansados de la

ocupación alemana y de los abusos eclesiásticos. Pero

Huss fue acusado en Roma por el mismo arzobispo de Praga, por lo que fue

excomulgado por Juan XXIII, quien lanzó un entredicho contra Praga

(1413).

Como se sabe, Segismundo era oriundo de Bohemia, y estaba interesado

que en su país se pusiera fin a toda herejía; de manera que a petición del

Emperador y con un salvoconducto de él, Huss consintió en comparecer

voluntariamente ante el Concilio de Constanza. Sus amigos insistieron en

que no fuera, pero él ingenuamente consideró que debía defender sus

opiniones ante el concilio, convencido como estaba de que no era un hereje,

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de que respetarían el salvoconducto imperial, y dispuesto a que si le

demostraban que estaba en un error, él se enmendaría.

Pero una vez hubo comparecido y expuesta su inocencia, fue hecho

prisionero y confinado siete meses en un oscuro y angosto calabozo, en un

monasterio enclavado en un islote del lago de Constanza. Ante la protesta

del Emperador, los conciliares le respondieron que si se ponía en libertad a

Huss, el concilio sería aplazado indefinidamente. Después de largos y

penosos interrogatorios, instándole a que se retractara incondicionalmente,

fue condenado y llevado a la hoguera el 6 de julio de 1415.

Cuando Huss vio que era inminente su muerte, se arrodilló exclamando:

“¡Señor Jesús, perdono a mis enemigos en nombre de tu infinita

misericordia! Tú sabes que me han acusado sin razón y han levantado

falsos testimonios contra mí. ¡Perdónales, según tu gran bondad!” Sus

cenizas fueron dispersadas en el Rin.

Un año después, corrió la misma suerte su amigo y discípulo Jerónimo de

Praga, quien habiendo sido desaconsejado por el mismo Huss, se presentó

ante el concilio para defender a su amigo y sus planteamientos. Después de

sufrir cárcel y tortura, también murió en la hoguera. Ambos fueron

declarados héroes nacionales por el pueblo bohemio. Si no hubiesen sido

acalladas sus voces, estos varones hubieran sido los realizadores de la

reforma un siglo antes que Lutero y Calvino, de manera que el concilio de

Constanza acabó con el cisma y aplazó un siglo la Reforma.

Huss consideraba a la Iglesia como la totalidad de los escogidos de Dios. Su

muerte y la de todos los mártires de Jesús constituye un desafío para que

sus jueces de todas las épocas comparezcan ante el tribunal de Cristo. He

aquí algunas de las tesis de Juan Huss condenadas en Constanza:

“7. Pedro ni es ni fue cabeza de la Santa Iglesia Católica.

9. La dignidad papal se derivó del César y la perfección e institución del

papado emanó del poder del César.

10. Nadie, sin una revelación, podría afirmar razonablemente de sí o de otro

que es cabeza de una iglesia particular, ni el Romano Pontífice es cabeza de

la iglesia particular de Roma.

12. Nadie hace las veces de Cristo o de Pedro, si no le sigue en las

costumbres; como quiera que ninguna otra obediencia sea más oportuna y

de otro modo no reciba de Dios la potestad de procurador, pues para el

oficio de vicariato se requiere tanto la conformidad de costumbres, como la

autoridad del instituyente.

13. El papa no es verdadero y claro sucesor de Pedro, príncipe de los

apóstoles, si vive con costumbres contrarias a Pedro; y si busca la avaricia,

entonces es vicario de Judas Iscariote. Y con igual evidencia, los cardenales

no son verdaderos y claros sucesores del colegio de los otros apóstoles de

Cristo, si no vivieren al modo de los apóstoles, guardando los

mandamientos y consejos de nuestro Señor Jesucristo.

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17. Los sacerdotes de Cristo que viven según Su ley y tienen conocimiento

de la Escritura y afecto para edificar al pueblo, deben predicar, no obstante

la pretendida excomunión; y si el papa u otro prelado manda a un

sacerdote, así dispuesto, no predicar, el súbdito no debe obedecer.

20. Si el papa es malo y, sobre todo, si es precito, entonces como Judas, es

apóstol del diablo, ladrón e hijo de perdición, y no es cabeza de la Santa

Iglesia militante, como quiera que no es miembro suyo.

25. La condenación de los 45 artículos de Juan Wicleff, hecha por los

doctores es irracional, inicua y mal hecha. La causa por ellos alegada es

falsa, a saber, que «ninguno de aquellos es católico, sino cualquiera de ellos

herético o erróneo o escandaloso».

27. No tiene una chispa de evidencia la necesidad de que haya una sola

cabeza que rija a la Iglesia en lo espiritual, que haya de hallarse y

conservarse siempre en la iglesia militante.

8. Sin tales monstruosas cabezas, Cristo gobernaría mejor a su Iglesia por

medio de sus verdaderos discípulos esparcidos por toda la redondez de la

tierra.

29. Los apóstoles y fieles sacerdotes del Señor gobernaron valerosamente a

la Iglesia en las cosas necesarias para la salvación, antes de que fuera

introducido el oficio de papa: así lo harían si, por caso sumamente posible,

faltara el papa, hasta el día del juicio”.

El cáliz en la Santa Cena. Para rebatir los argumentos de Juan Huss

relacionados con la Santa Cena, el Concilio de Constanza decretó que aun

cuando Cristo instituyó la Cena del Señor o eucaristía después de haber

cenado con sus discípulos, y aunque los primitivos cristianos celebrasen

esta ordenanza o sacramento participando todos del pan y del vino, no

obstante debía participarse sólo en ayunas, y de tal manera que solamente

el sacerdote participara del pan y vino, pero los laicos sólo del pan,

suprimiendo así el cáliz para los legos.

Para tomar semejante determinación los conciliares en Constanza

argumentaban que el Señor en ese momento sólo se dirigió a los apóstoles.

Eso es verdad, pero ¿quiénes más estaban con Él en esa ocasión? También

argüían que el Nuevo Testamento, al referirse a la comunión entre los

primitivos cristianos, usa la expresión: "Rompían el pan", sin que mencione

el vino.

Es bíblico que el Señor Jesús instituyó la Santa Cena, y las Escrituras lo

registran diciendo: "26 Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y

lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo.

27 Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de

ella todos" (Mateo 26:26-27). La intención del Señor es que participen de

ambas especies todos los santos en la iglesia, teniendo en cuenta que la

Iglesia es el pueblo sacerdotal del Nuevo Testamento.

Cuando se llevó a cabo el Concilio de Constanza se había perdido muchos

siglos atrás la expresión de ese bíblico sacerdocio de todos los santos, y se

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había reemplazado por una élite sacerdotal por encima del conglomerado de

laicos. En la época apostólica de la Iglesia era costumbre que todos los

fieles participaran de ambas especies en la celebración de la Santa Cena, y

esto se continuó haciendo durante muchos siglos. El apóstol Pablo al

escribirle a la iglesia de la localidad de Corinto, se dirige "a la iglesia de Dios

que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser

santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro

Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro" (1 Co. 1:2), y a todos ellos sin

excepción les dice: "26 Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y

bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga. 27

De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del

Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. 28

Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la

copa. 29 Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo

del Señor, juicio come y bebe para sí" (1 Co. 11:26-29).

Hay constancia de que Juan Crisóstomo (347-407) escribió: "No es así como

en el antiguo pacto, en el que el sacerdote comía su parte y daba lo

restante al pueblo; aquí un mismo cuerpo es dado a todos y un mismo cáliz

también, y todo lo que hay en la eucaristía es común al ministerio y al

pueblo". ¿Por qué los bohemios, guiados por Juan Huss resistían con osadía

la innovación? Porque en la Edad Medía había empezado a darse solamente

el pan, aunque mojado en el vino. En 1120 definitivamente se estableció

que el discriminado laicado participase solamente del pan.

3. Causa reformationis. Martín V aceptó una lista de reformas favorables

al sistema católico romano, pero no las desarrolló una vez estuvo en el uso

del poder en Roma. En cambio elaboró concordatos con cada nación, que

involucraban la apariencia de medidas reformistas.

Con estas y otras medidas, hábilmente debilitó al concilio y reforzó su

autoridad y la supremacía pontificia. En lo relacionado con las reformas

hubo mucha dificultad, dado que muchos de los conciliares, sobre todo los

cardenales, temían perder algunos privilegios al aprobar la eliminación de

algunos abusos. Una de esas reformas aprobadas por el concilio fue la

condena del nepotismo y la simonía dentro del clero, reduciéndolas

exacciones financieras del papado, poniéndole fin a lo de destinar rentas de

varios beneficios y disposiciones especiales a personas no ordenadas ni

consagradas. También fue limitado el poder papal y se hizo el esfuerzo por

disminuir algunos de los males asociados con las indulgencias. En realidad

no hubo reforma alguna de la Iglesia.

Para mayor comprensión del lector, explicamos algo sobre lo relacionado

con el pluralismo en los beneficios. Pluralistas ausentes eran las personas

inescrupulosas que percibían rentas correspondientes a varios puestos

eclesiásticos a veces de muchas canonjías1 , y a su vez hacían desempeñar

1 Canonjía es el cargo o la prebenda del clero, o canónigos, y se relaciona a menudo

con el empleo de poco trabajo y bastante provecho

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esos oficios encargando a mal remunerados sustitutos, en la ausencia de

ellos; pero esto se prolongó por tanto tiempo y llegaron a ser tan

numerosos los interesados, que resultaron inútiles todos los esfuerzos,

conciliares y extraconciliares, para acabar con este escándalo.

Consecuencias

Paradójicamente, el concilio que supo poner fin al cisma, en Constanza

venció el conciliarismo, pero fue el papado el que salió triunfante, pues no

hubo una verdadera renovación de la Iglesia, y la corrupción del sistema

siguió su curso. Y el papado salió ganancioso, a pesar de haber sido un

concilio no convocado ni presidido ni confirmado por papa romano alguno,

conforme las “condiciones” o exigencias canónicas necesarias para la

legitimidad de un concilio ecuménico, pues la “legitimidad” y la pretendida

“sucesión apostólica” del papado se hallaba envolatada en ese momento

histórico.

El concilio de Constanza decretó que el concilio es superior al papa,

pero más tarde el concilio Vaticano I lo contradijo; luego según el

Derecho Canónico romano esto es una “herejía”, y por el resumen que

hemos hecho tendríamos que un concilio ilegítimo eligió un papa, a Martín

V, que por consiguiente debe ser ilegítimo así como todos sus sucesores

hasta el día de hoy.

Sabe Dios si el papa Roncalli tomara el nombre de Juan XXIII buscando

alguna “legitimidad” y “sucesión apostólica” anterior al concilio de

Constanza, y no necesariamente por considerar antipapa a Baltasar Cossa.

Como lo hemos comentado someramente, lejos de extirpar la “herejía” con

la muerte de Juan Huss y Jerónimo de Praga, y la condena de las doctrinas

de Juan Wicleff, el concilio de Constanza sembró la semilla de la verdadera

reforma que ellos, en su ceguera e ignorancia, no pudieron llevar a cabo.

En Bohemia se levantó un gran clamor de indignación cuando los checos se

enteraron del martirio de Juan Huss. Todos los seguidores de las ideas de

Huss tuvieron así sus propios mártires, y se levantaron en masa contra la

autoridad del monarca, que no supo hacer valer su salvoconducto y su

imperial palabra. Tanto los husitas como el pueblo dirigido por el caballero

Juan Ziska, se sublevaron contra la influencia germánica; pues hasta el

mismo papa había recomendado que las tropas germanas iniciaran una

cruzada contra los “herejes” de Bohemia. Un siglo más tarde se vio que

toda esta sangre derramada había abonado la semilla de la reforma que

Dios promovió a través de figuras como Martín Lutero, Juan Calvino y otros.