CONECTATE 018: ORACION, SUMISION

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c on on éctate ctate CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA Arder sin consumirse ENTRÉGATE DE LLENO A JESÚS ¿Qué te impide realizarte plenamente? MÁS ALLÁ DE LAS APARIENCIAS Descubrimos un corazón LA LÁMPARA DE ACEITE

Transcript of CONECTATE 018: ORACION, SUMISION

cononéctatectateCAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA

Arder sin consumirse

ENTRÉGATE DE LLENO A JESÚS¿Qué te impide realizarte plenamente?

MÁS ALLÁ DE LAS APARIENCIASDescubrimos un corazón

LA LÁMPARA DE ACEITE

¿Te has preguntado alguna vez por qué algunas per-sonas irradian una mayor medida del amor del Señor que otras? ¿Por qué algunas dan muestras de hacer más progresos espirituales que otras? ¿Por qué se notan más felices? ¿Por qué sus decisiones resultan acertadas? Proba-blemente quienes guardan una relación más estrecha con el Señor y reciben más bendiciones Suyas han descubierto el sencillo secreto contenido en un antiguo estribillo que se enseñaba a los niños: «Más de Ti yo quiero, más de Ti, Jesús; [...] y ya que quiero más de Ti, a Ti me entrego aún más».

El asunto no reviste mayor complicación. Además, con-trariamente al pensamiento popular, entregarse por entero a Jesús no resulta tan difícil. Someternos al Señor y a Su voluntad no signifi ca que debemos aprestarnos a llevar una vida de penurias y privaciones. Jesús nos promete que cuando hacemos las cosas a Su modo, nuestras cargas se tornan fáciles y ligeras (Mateo 11:28-30). Somos nosotros quienes en muchos casos nos complicamos la vida al empeñarnos en trazar nuestro propio camino o al aferrar-nos a lo que según nuestros cálculos nos hará felices. «Este es el amor a Dios —en esto consiste el amar a Dios—, que guardemos Sus mandamientos; y Sus mandamientos no son gravosos» (1 Juan 5:3). «Si entienden estas cosas y las ponen en práctica, serán dichosos» (Juan 13:17, Versión Popular).

Por eso, si últimamente te has visto abrumado y ago-biado, tal vez se deba a que llevas a cuestas una carga que no te corresponde o a que te has colgado un yugo que no debieras acarrear. Cambia tu voluntad por la del Señor y verás la diferencia que hace.

Gabriel SarmientoEn nombre de Conéctate

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DIRECTOR

Gabriel Sarmiento

DISEÑO

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ILUSTRACIONES

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PRODUCCIÓN

Francisco López

AÑO 3, NÚMERO 4© 2002, Aurora Production AG.Es propiedad. Impreso en Tailandia.

A menos que se indique otra cosa, todas las frases textuales de las Escrituras que aparecen en Conéctate provienen de la versión Reina-Valera de la Biblia, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1960.

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«No pares. Sigue

tocando.»

NA MADRE LLEVÓ A SU HIJO, que apenas se iniciaba en el arte de tocar el piano, a un concierto del afamado pianista Jan Paderewski. Una vez que el acomodador los hubo conducido a sus asientos, la señora divisó a una amiga suya entre el público y se dirigió por el pasillo a saludarla. El niñito aprovechó aquel descuido para explo-rar los secretos del teatro y terminó metiéndose por una puerta cuyo letrero rezaba: «PROHIBIDA LA ENTRADA». Cuando se apaga-ron las luces de la sala y estaba por dar comienzo el concierto, la madre volvió a su asiento y descubrió que su hijo no estaba.

De golpe se abrió el telón, y las luces iluminaron un impresio-nante piano emplazado en el escenario. Con espanto, la madre vio a su hijo sentado frente al teclado, tocando inocentemente Estrellita. En ese momento hizo su entrada Paderewski, quien se acercó rápi-

damente al piano y le susurró al niño al oído:—No pares. Sigue tocando.Paderewski se inclinó entonces y con la mano izquierda añadió

una parte de bajo. Luego extendió el brazo derecho por el otro lado del niño y agregó una tercera parte. Juntos, el viejo maestro y el joven novato transformaron una situación que pudo haber sido embarazosa en una experiencia increíblemente creativa. El público quedó cautivado.

Lo mismo sucede con nuestro Padre celestial. Es realmente poco lo que somos capaces de lograr por nuestra cuenta. Ponemos todo de nuestra parte, pero no precisamente producimos una pieza musical fl uida y llena de gracia. Sin embargo, apoyados por la mano del Maes-tro, la obra de nuestra vida puede tornarse francamente hermosa.

La próxima vez que te propongas acometer algo grande, escucha atentamente. Oirás la voz del Maestro que te dice al oído:

—No pares. Sigue tocando.Rodeado por Sus cálidos brazos y acompañado por Sus fuertes

manos, tus torpes tentativas redundarán en obras maestras. Recuerda que Dios no llama a los dotados; más bien dota a los llamados. En tanto que te esmeres por hacer lo que Él sabe que es más apropiado, siempre estará a tu lado para amarte y conducirte a grandes cosas. �

UU

Anónimo

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Entrégate de lleno a JesúsCompilado a partir de los escritos de David Brandt Berg

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es ilimitadoC

UANTO MÁS NOS SOMETEMOS AL SE ÑOR y hacemos lo que Él con-sidera más benefi cioso para noso-tros y para las personas a quienes afectan nuestras decisiones, más felices somos todos. De ahí la tre-menda importancia de aprender a aceptar dócilmente lo que Dios quiere para nosotros.

Me acuerdo de lo que le dijo un evangelizador a un vendedor de zapatos que llegó a ser un famoso predicador:

—Dwight Moody, es ilimitado lo que Dios es capaz de hacer con un hombre entregado a Él y dis-puesto a hacer Su voluntad.

Moody lo miró fi jamente a los ojos y le contestó:

—Por la gracia de Dios, estoy resuelto a ser ese hombre.

¡Y lo fue! Poco después se tras-ladó a Chicago, donde empezó a hablar a otras personas acerca de Jesús y de la transformación que él había experimentado. Tanto se emocionó al descubrir que podía llevar a otras personas a conocer a Jesús que dejó de vender zapatos y se entregó de lleno a servir al Señor. Con el tiempo se convirtió en uno de los más grandes evan-gelizadores de su época. Cuando falleció en 1899 había ganado decenas de miles de almas y dado inicio a cantidad de obras que aún siguen en marcha hoy en día.

Sin embargo, ¿qué hubiera sucedido de no haber resuelto Moody entregarse al Señor? ¡Qué pérdida tan lamentable habría supuesto no solo para él, sino tam-bién para los millones de personas que conocieron el Evangelio a con-

secuencia de su fi rme decisión!Lo mismo se aplica a cada uno

de nosotros: Si no nos rendimos ni nos abrimos a la voluntad de Dios, ofreciéndonos a hacer lo que Él nos pida, jamás llegaremos a ser lo que Él quiere que seamos ni logra-remos lo que Él quiere que logre-mos. Las consecuencias podrían ser lamentables, no sólo para noso-tros mismos, sino también para todas aquellas personas a quienes el Señor quiere que de alguna manera ayudemos con el amor que Él nos brinda.

Puede que pienses: «Pero yo no soy como Moody, yo no podría hacer nada grande por el Señor. No soy ningún evangelizador fogoso, ningún conquistador de almas excepcional». En realidad, al prin-cipio Moody tampoco lo era. Venía de una familia pobre, no le había ido bien en los estudios y se había trasladado a la gran ciudad de Boston al hartarse de la vida rural. Al cabo de unas semanas allí, se impuso una meta: llegar a ser un gran comerciante y amasar una fortuna de 100.000 dólares, que serían como un millón de hoy en día. Desde luego no tenía ninguna intención de entregar su vida al servicio de Dios.

Es más, cuando aceptó la sal-vación que ofrece Jesús, sabía tan poco de la Palabra y la verdad de Dios que una iglesia protestante rechazó su solicitud de admisión. Tiempo después, algunos de sus amigos afi rmaron que nunca habían conocido a nadie con tan pocas probabilidades de llegar a convertirse en un cristiano de

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fi rmes convicciones y menos aún de llegar a prestar tan gran servicio al Señor.

No obstante, cuando descubrió a Jesús y se dio cuenta del sacrifi cio que había hecho por él, decidió entregar su vida a Dios y hacer todo lo que le pidiera. La Biblia dice: «Acercaos a Dios, y Él se acer-cará a vosotros» (Santiago 4:8). Ese fue el secreto del éxito de Moody; y no sólo de él, sino de todas las personas de las que Dios se ha valido poderosamente: se acerca-ron al Señor y buscaron orienta-ción, fortaleza e inspiración en Él, en Su poder y en Su Palabra.

A pesar de todos nuestros defectos, fl aquezas e ineptitudes, es verdaderamente ilimitado lo que Dios puede hacer con nosotros, siempre que le entreguemos nues-tra vida entera y accedamos a que Él haga de nosotros lo que quiera. Claro que esa condición no es nada fácil de cumplir, puesto que todos poseemos libre albedrío y pode-mos elegir entre someternos a Él y «buscar primeramente el Reino de Dios» (Mateo 6:33), o bien procu-rar primeramente nuestros propios deseos, planes y caminos. La deci-sión depende de nosotros. El que gocemos o no de Su plena bendi-ción y ayuda dependerá de si esta-mos dispuestos o no a concederle a Él el primer lugar en nuestra vida.

Hoy en día muchos cristianos parecen más interesados en que Dios acepte lo que ellos quieren hacer que en aceptar lo que Dios les pide. Pretenden que Dios apruebe los programas que ellos le presentan, que estampe Su fi rma en los planes que tienen ellos y les dé el visto bueno. En vez de pensar: «¿Puedo presentarle a Dios mi pro-grama para que lo fi rme?», o plan-

tearse incluso: «¿Estoy dispuesto a que Dios me presente Su programa para que yo lo fi rme?», debieran preguntarse: «¿Estoy dispuesto a fi rmar una hoja en blanco y dejar que Dios la rellene después, sin saber siquiera cuál será Su pro-grama?» Esa es la verdadera prueba de sumisión a Dios.

Si estás dispuesto a ser lo que Dios quiere seas —no lo que eres, sino lo que Dios quiere que seas—, entonces podrá hacer gran-des cosas por medio de ti. Dios sabe que tú solo no lo conseguirás. No tienes más que entregarle tu vida, tus pensamientos, tu cora-zón, todo tu ser, y dejar que sea Él quien lo haga todo. Cuando por fi n llegas al punto en que te entregas a Él, en que renuncias a tu programa y aceptas el Suyo, entonces Él tiene ocasión de intervenir y llevarlo a cabo. Si le das la oportunidad, Él lo hará.

Cuando se lo damos todo al Señor, ya no necesitamos preocu-parnos por nada. Toda nuestra vida está en Sus manos, a Su cuidado, y el Diablo no tiene nada a que aferrarse ni nada que pueda recla-mar. De hecho, si queremos vencer de veras al Enemigo, el Señor nos exige precisamente sumisión. Dice: «Someteos a Dios; resistid al Diablo, y huirá de vosotros» (San-tiago 4:7).

Ahora bien, mientras quede en nuestra vida un oscuro rinconcito que no hayamos rendido al Señor, que no hayamos querido cederle, siempre que haya una partecita que nos neguemos a someter, el Enemigo se podrá valer de ello para fastidiarnos. Por eso la Pala-bra de Dios dice: «Ni deis lugar al Diablo» (Efesios 4:27).

Lo sucedido en la pequeña

Si vamos a rezar: «Venga a nosotros Tu reino», primero tenemos que dejar que el nuestro se vaya.

Para ganar, tenemos que someternos.

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localidad de Huddersfi eld lo pone de relieve: Un acauda-lado terrateniente tenía la ambición de comprar todo el pueblo. Por fi n adquirió todos los lotes y terrenos... menos una parcelita. Resulta que vivía en ella un cam-pesino testarudo que se negó tajantemente a vender su tierra, y nada lo hacía cambiar de parecer. El hacendado hasta llegó a ofrecerle mucho más dinero del que valía en realidad la parcelita; pero el campesino, muy encari-ñado con su terrenito, se negó en redondo a venderlo. El hacendado por fi n se dio por vencido, pero se confortó diciendo:

—¡Bah, qué importa! Si no es más que una parcelita. He adquirido todos los demás terrenos, así que Hudders-fi eld es mío. Me pertenece a mí.

Por casualidad, el viejo campesino lo oyó, y le recordó:—Nada de eso. Los dueños de Huddersfi eld somos

usted y yo. Nos pertenece a los dos.No permitas que el Diablo le diga a Dios eso de ti:

«¡Ajá! Mira, Dios. Este lo ha entregado todo menos esta cosita. Aunque mayormente es Tuyo, una partecita toda-vía me pertenece a mí».

Si quieres disfrutar de verdadera paz interior, es necesario que lo pongas todo en manos del Señor. Entonces, cuando tu voluntad esté en perfecta armonía con la voluntad divina, te bendecirá con completa paz. Viene a propósito la letra de un hermoso himno antiguo:

SUMISIÓN

Para complacer al Señor, tenemos que aprender a someternos a Él y a lo que es mejor según Su parecer.

Salmo 25:4-5Salmo 143:10Mateo 11:29-30Santiago 4:13-15

La sumisión consiste en anteponer la voluntad divina a la nuestra.

Salmo 40:8Mateo 6:10Juan 4:34Juan 6:38Efesios 6:6

Someternos a Dios signifi ca obedecerle aun cuando nos duela o nos cueste.

Jeremías 42:6Lucas 22:42Romanos 12:1-21 Corintios 15:31bGálatas 2:20

Mientras no nos someta-mos al Señor, Él no puede obrar por medio de noso-tros todo lo que quisiera.

Juan 15:4-5

Cuanto más entregados estamos al Señor y a Su voluntad, más felices somos.

Deuteronomio 4:40Isaías 1:19Juan 13:17Juan 15:10-11

Lecturas enriquecedoras

Has deseado tenermás descanso y más fey has rezado con mucho fervor;pero sólo obtendrás bendiciones y pazsi te entregas entero al Señor.

Ven y ofrece tu corazón sobre el altar.Permite que Él rija tu ser.Hallarás bendición y gran paz interiorsi es que todo lo entregas a Él.

Elisha A. Hoffman

Así que entrégate de lleno a Dios hoy mismo. Ofré-cele tu vida, y pídele que la tome y la emplee para Su gloria. No dudes que lo hará, en la medida en que se lo permitas. Es ilimitado lo que Dios hará contigo. Eres hijo Suyo, Él te ama y siempre hará todo lo posible para que le sirvas y seas feliz, a fi n de que transmitas a los demás la misma vida y felicidad que tú has hallado en Jesús. Haz todo lo posible por Jesús entregándote hoy mismo a Él. �

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lámpara

prendamos a reservarle a Jesús el primer lugar en nues-tra vida y corazón y en la distribución de nuestro tiempo. Pertenecemos a Él antes que a nadie. El primer lugar debe estar reservado para Él: así obtenemos des-canso y comunión con el Señor y nos apacentamos de Su Palabra. No podemos realizar la obra del Maestro sin las fuerzas que Él nos proporciona. Debemos dejar que Él haga la obra por medio de nosotros.

Hagamos una analogía con una lámpara de aceite: lo que debe arder es el aceite, no la mecha. Si la cinta o cuerda no está empapada en aceite, se consume enseguida. Es preciso que nos empapemos de Jesús y dejemos que Él arda y nos alumbre el camino; de lo contrario, no tardaremos en consumirnos.

Gracias al combustible, la llama arde con gran belleza, brillo y claridad. En cambio, si éste se acaba, la mecha se quema, y entonces humea y apesta. La mecha debe estar bien empapada en aceite. La mayor parte debe estar sumergida en el aceite. Apenas una puntita debe estar expuesta al aire y a la llama. Así, lo que arde es más que nada el aceite, y muy poco de la mecha, casi nada. El aceite fl uye libremente cuando la mecha está bien empapada en él. Entonces, lo que arde es el aceite o combustible y no la mecha, y la lámpara emite una luz clara, pura y brillante.

«Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2:20). No soy yo el que arde, sino Cristo que arde en

mí. Puede que seas una mecha muy linda; pero si careces de combustible, despedirás humo negro.

Debes empaparte en aceite para no consumirte tú y para que el que arda sea el Señor en

ti. Entonces irradiarás una luz pura, clara

David Brandt Berg

LA

A

aceiteDE

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y hermosa, que iluminará toda la casa y no humeará (Mateo 5:15-16).

Cuando yo era chico, en todas las mesas de las casas había bonitos quinqués. Tenían un espléndido globo de cristal lleno de kero-seno que dejaba ver la mecha y el nivel del combustible, para saber cuándo reabastecer-los. Esas lámparas ardían mejor cuando esta-ban llenas de petróleo. Si bajaba mucho el nivel del combustible, un trozo muy grande de mecha terminaba expuesto y por tanto no quedaba bien empapado; entonces la mecha se consumía más rápidamente y humeaba. A veces trabajamos mucho y pretendemos hacerlo todo a base de esfuerzos, cuando en realidad deberíamos dejar que sea el Señor quien arda, quien fl uya a través de nosotros y dé luz. Podríamos parafrasear el estribillo de una vieja canción:

Ya déjalo todo en manos de Dios.Ya déjalo en manos de Dios.Su Espíritu Santo en ti arderá.Pon todo en las manos de Dios.

Robert LeTourneau (1888-1969), inventor y primer fabricante de la máquina excavadora, fue un cristiano muy activo. Cierta noche tenía que diseñar una pieza que había que manufacturar al día siguiente. Esa misma noche, sin embargo, unos jóvenes de su iglesia lo habían invitado a participar de una de sus iniciativas de evangelización.

LeTourneau escribió tiempo después: «Mientras decidía qué hacer, forcejeé y discutí bastante con el Señor. Aunque no sabía cómo iba a dibujar la pieza antes de la mañana siguiente, decidí acompañar a los jóvenes, y pasamos una velada de lo más provechosa. Llegué a casa alrededor de las diez de la noche. Hasta ese momento no había tenido ocasión de empezar el diseño. Sin embargo, me senté frente al tablero de dibujo, y en cuestión de cinco minutos el boceto del mecanismo que necesitaba quedó totalmente defi nido. No sólo eso: el pequeño mecanismo que diseñé aquella noche fue una pieza esencial de muchas otras máquinas que inventé después. Vale la pena reservarle a Dios el primer lugar».

Hoy en día poca gente conoce de primera mano el funcionamiento de un quinqué; sin embargo, todos usamos grifos o llaves de agua. ¿Hace algún trabajo el grifo cuando la mano lo abre? ¡En absoluto! El grifo no tra-baja. Lo que hace que el agua salga por el grifo es la presión, que viene del exterior. Basta con dar paso al líquido para que salga fácilmente y sin esfuerzo. El grifo no es más que un canal, un agujero por el que brota el agua. ¿Es la llave la que transporta y extrae el agua? De ninguna manera. La presión es la que hace salir el agua. La presión no la da la llave, sino la gravedad o la bomba. La bomba —o el peso del agua en un tanque— genera presión en el tubo. Lo único que hay que hacer es abrir la llave de paso para permi-tir la salida del agua. Basta con abrir el grifo y dejar correr el líquido.

Desiste, pues, de realizar el trabajo por tus propios esfuerzos. Deja que Dios lo haga a través de ti. Despreocúpate y deja obrar a Dios. Da paso al Señor. Haz arder el aceite. Deja fl uir el agua. Deja obrar al Señor. ❍

¿PARA QUÉ AFANARNOS TANTO?

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«Usando bien la Palabra de verdad» (2 Timoteo 2:15).

OS PLANES DE DIOS en cuanto al mundo y a la historia de la humanidad en gene-ral, según fi guran en las profecías de la Biblia, no van a sufrir ninguna alte-ración. Los acontecimientos principales, sus protagonistas y el desenlace fi nal se encuentran ya defi nitivamente estableci-dos. «Para siempre, oh Señor, permanece Tu Palabra en los Cielos» (Salmo 119:89). «Yo el Señor no cambio» (Malaquías 3:6). Él no cambia, ni Su Palabra. Y Sus planes para el mundo, expresados proféti-camente, tampoco van a cambiar.

Hay ciertos puntos específi cos de los que podemos estar seguros. Sabemos que 1) Jesús va a volver; 2) luego de Su regreso, quienes lo reconozcan como Sal-vador serán dotados de cuerpos gloriosos y 3) partirán al Cielo durante el arrebata-miento a 4) disfrutar de la Fiesta de las Bodas del Cordero en la esplendorosa Ciudad Celestial, mientras 5) en la Tierra se desatan un infi erno y se derrama la ira de Dios sobre los impíos y rebeldes seguidores del Anticristo. Sabemos que luego de esto se producirá 6) la Batalla de Armagedón (derrota total del Anticristo y su régimen), a la que seguirá 7) el Milenio. Además, tenemos conocimiento de que 8) el Milenio concluirá con la Batalla de Gog y Magog, y luego se producirá 9) una restauración total de la superfi cie terrestre (el Cielo Nuevo y la Tierra Nueva). Este orden de aconte-cimientos aparece muy claramente deta-llado en las Escrituras. No puede ponerse en duda, pues la Biblia lo expone con rigor y precisión.

Son datos concretos que conocemos bien, y a medida que nos aproximemos a esos acontecimientos, tendremos una noción más clara y exacta de ellos y de otros relacionados. Si bien todavía ignoramos muchos detalles de estos suce-sos futuros, sí se nos dice a qué señales debemos estar atentos, hechos clave que tendrán lugar y a partir de los cuales nos será posible determinar la secuencia y el momento en que se producirán otros acontecimientos de envergadura.

Así pues, lo primero que debemos

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David Brandt Berg

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conocer al estudiar la Palabra de Dios son los elementos invariables, los hechos establecidos que vienen respaldados por las Escrituras. Ellos constituyen la base fi rme sobre la que se asentará nuestra interpretación de las profecías. Es nece-sario conocer bien esos fundamentos de las profecías bíblicas para poder determi-nar qué podría suceder, cómo y cuándo. (Nota de la Redacción: La mayoría de esos datos fundamentales se exponen en el librito Ya estaba escrito, editado por Aurora Production.)

BIENAVENTURADOS LOS QUE ENTIENDENEn general, los exegetas coinciden en

la interpretación de las profecías relativas a hechos históricos. Surgen muy pocas dudas en torno a ellas, por cuanto ya se han cumplido. Los imperios a que se refi eren ya surgieron y desaparecieron, y los demás acontecimientos también suce-dieron tal como Dios predijo, a veces con cientos de años de antelación. No es, pues, difícil entender o enseñar profecías bíblicas ya cumplidas; como los hechos que anuncian ya han tenido lugar, la interpretación se hace evidente. Al inter-narse en los acontecimientos del futuro es cuando uno empieza a pisar terreno movedizo. Entonces surgen las diferencias de interpretación o doctrina.

Sin embargo, el hecho de que existan lagunas o diferencias de opinión no es motivo para no tratar de esclarecerlas. En la Palabra de Dios dice a quienes leen el libro del Apocalipsis: «Bienaventurados los que oyen y entienden las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas» (Apocalipsis 1:3). Lo mismo se aplica a cualquier otro mensaje profético de las Escrituras. Tratar de entender las profecías de la Biblia, de comparar una con otra hasta arribar a las interpretacio-nes más plausibles, es algo que requiere esfuerzo. Sin embargo, Dios llama bien-aventurado al que lo hace.

No es indispensable conocer todos los detalles proféticos referentes al futuro. De una forma u otra se van a cumplir; de modo que no hay que preocuparse por

eso. Aun así es conveniente conocerlos todo lo que podamos a fi n de advertir e instruir a los demás.

PAUTAS BÁSICASExisten algunas normas básicas para

la interpretación de la Palabra de Dios. La primera opción, siempre que sea posible, es interpretarlas literalmente. No debería ser necesaria la interpretación si existe la posibilidad de que el signifi cado sea estric-tamente el que señalan las palabras. Hay que tratar de no ver entre líneas ningún signifi cado oculto o fuera de lo común. O sea, si un versículo o un pasaje tiene sentido desde un enfoque literal, es reco-mendable tomarlo así.

Por otra parte, si es algo que no suena lógico ni razonable, o da la impre-sión de que sea imposible de interpretar de ese modo, puede que se trate de un simbolismo. Se debe entonces analizar el resto del capítulo para ver si se halla allí la explicación. Por ejemplo, está el caso de la imagen y las bestias del libro de Daniel: todas son interpretadas por el ángel o por el hombre que se le aparece a Daniel, o por él mismo. Se nos dice qué representa cada elemento y se nos ofrece la interpretación.

Si la explicación no se encuentra en el pasaje mismo, hay que buscar en otra parte de la Biblia a fi n de descubrir pasa-jes en que aparezcan los mismos térmi-nos, para ver cómo están empleados y qué signifi cado tienen en esos párrafos.

Cuando nos topemos con misterios en la Palabra, lo más importante es dejar que el Autor mismo nos los esclarezca. «Clama a Mí —nos dice en Jeremías 33:3—, y Yo te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces». Pide a Dios que te guíe paso a paso hasta dar con la interpretación acertada. Naturalmente, habrá cosas que Él no te revelará todavía. Quizá no te hace falta saberlo, porque su cumplimiento aún está lejano. Pero no dejes de preguntar, buscar y llamar, y cuando sea el momento oportuno, Él te abrirá el entendimiento. ❍

Continuará.

Si bien todavía

igno-ramos

muchos detalles

de estos sucesos futuros,

sí se nos dice a

qué señales

debemos estar

atentos.

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Más alláMás allá

Feliz con Jesús. A la izquierda, Michael, integrante de la Familia, con Mick y su perro, Tiny. Michael tam-bién está en silla de ruedas a con-secuencia de una lesión espinal que le dejó un accidente que tuvo de joven mientras practicaba saltos ornamentales.

Michael Lanagan, Australia

DECIR QUE MICK ERA UN PERSONAJE R U D O sería casi un eufemismo. Tenía el pelo y la barba largos y descuidados. Le faltaban varios dedos y dientes. Lucía aretes en las orejas y otras partes del cuerpo y estaba todo cubierto de tatuajes. Mi esposa, Marianne, había ido al hospital a visitar a una amiga. Mick y su novia fueron internados en el mismo hospital después de un accidente motociclístico en el que ambos habían sufrido unas lesio-

nes espantosas. Marianne inició una conversa-

ción con la esperanza de levantarle la moral y animarlo a acudir a Dios en su momento de sufrimiento y pesar. Estaban por amputarle la pierna derecha a la altura de la rodilla. Antes de dar por terminada aquella visita, Marianne le dio a Mick un folleto cristiano titulado Con cariño, para ti y rezó por él.

En la siguiente visita que Marianne y yo hicimos al hospital,

de las aparienciasMás allá

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Mick se recuperaba de la amputa-ción. Lo encontramos sentado en la cama sumido en una profunda depresión. Unos momentos des-pués, una asistente social le trajo una noticia que lo dejó aún más anonadado: los padres de su novia habían conseguido un mandato judicial para impedir que la vol-viera a ver. Rompió a llorar y trata-mos de consolarlo.

Entonces nos contó su vida. Había nacido con una grave defi -ciencia en ambos oídos. Años más tarde un trozo de vidrio de un parabrisas roto le hizo perder la vista en un ojo. Se fue de casa a los 14 años, y desde entonces había entrado y salido de la cárcel 17 veces. Nos dijo con todo despar-pajo que había estado en casi todas las penitenciarías de Australia. Su madre se había suicidado, y el resto de su familia no quería ni verlo ni saber de él. Le hablamos de Jesús y le dejamos más publicaciones cris-tianas para que las leyera.

Las circunstancias nos impi-dieron volver a visitar a Mick en el hospital. Le escribimos, pero no nos respondió. Pasaron dos años.

Un día Marianne se acordó de Mick, y apenas dos días más tarde nos llamó por teléfono. Resulta que encontró una carta que Marianne le había escrito dos años antes, y luego de releerla, decidió tratar de ubicarla llamando al número que ella le dejó en la carta. Nos contó que había estado en la cárcel casi todo el tiempo desde la última vez que lo habíamos visto. Tuvo que

cumplir condena puesto que se le atribuyó la culpa del accidente.

Nos alegró restablecer la comu-nicación con Mick y nos dio la impresión de que agradecía mucho nuestro interés por él.

Lo invitamos a cenar a casa. En la mesa nos contó más acerca de su pasado, su adicción a las drogas, sus temporadas en la cárcel y su participación en una pandilla de motociclistas. Era todo un perso-naje, y no intentó ocultarlo para nada. Se mostraba tal cual era. A la larga, la conversación se tornó más profunda y derivó en el tema de la religión. Mick nos dijo que creía en la existencia de Dios.

Cuando llegó la hora de irse le preguntamos si quería orar para aceptar a Jesús en su corazón. Mick se quedó pensativo un momento y luego dijo: «Sí, está bien». A con-tinuación rogó a Jesús que le per-donara todas sus fechorías y que fuera su Señor y Salvador.

Hemos seguido visitándolo y hemos procurado ayudarlo en todo lo que hemos podido. Principal-mente recordándole que el Señor siente por él un amor incondicio-nal, a pesar de su pasado.

«El hombre mira lo que está delante de sus ojos —dice la Biblia—, pero el Señor mira el cora-zón» (1 Samuel 16:7). Detrás de la rústica apariencia de Mick, de su prontuario policial y de todo el daño que había causado a los demás y a sí mismo, Dios encontró un corazón arrepentido y sediento de amor. ❍

Nos dijo con todo

desparpajo que había estado en casi todas

las peniten-ciarías de Australia.

Conéctate Abril de 2002 13

R: Muchas personas tienen la idea de que todo lo que pasa es

por voluntad de Dios, por lo que deducen que lo mejor es resignarse al destino: «No hay nada que se pueda hacer al respecto; mejor es aceptar pasivamente los aconteci-mientos tal como se presen-ten». Esa actitud recibe el nombre de fatalismo.

Cuando un fatalista fra-casa en un proyecto o tarea,

en vez de levantarse y conti-nuar luchando o mejor aún, orar con urgencia para que Dios cambie las cosas y le ayude a alcanzar el éxito, deja de luchar y acepta la derrota pensando: «Dios lo ha querido». Ocurra lo que ocurra, sencillamente lo acepta y se resigna. Cuando lleguemos al Cielo, descubri-remos que muchos de los males que nos sobrevinieron no fueron culpa de Dios, ni del Diablo, sino culpa nues-tra por no haber rezado o por no haber seguido rezando. Cuando oramos, se produ-cen cambios y se alteran las circunstancias. Quizá no de inmediato, o no tal como queríamos o esperábamos; pero Dios responde a las oraciones. El profeta Isaías

El fatalismo:¿ORAR O NO ORAR?

anunció que a Israel le sobrevenían muchos males porque el pueblo no oraba. «Nadie hay que se despierte para invocar el nombre del Señor» (Isaías 64:7). Si nuestras plegarias ejercen infl uencia y cambian las circunstancias, quiere decir que cuando éstas no cam-bian la culpa muchas veces es nuestra por no haber orado.

Ahora bien, es cierto que a veces la voluntad de Dios con respecto a ciertas cosas está determinada de ante-mano, y no podemos cam-biarla. De ser así, debemos confi ar en que Él sabe lo que es más conveniente según Su presciencia. Sin embargo, ese no siempre es el caso. En muchas ocasiones, cuando

El hecho de que algo sea la voluntad de Dios no signifi ca automáticamente que vaya a salir en todo sentido como uno quiere. ¿Por qué razón se nos pide tantas veces que oremos si todo está arreglado y todo va a salir bien con o sin nuestra intervención? ¿Para qué pasar todo

ese tiempo orando fervientemente si de cualquier modo todo va a salir bien? De ser ese el caso, estaríamos perdiendo el tiempo.

Un pasaje de la Biblia dice: «No tenéis lo que deseáis, porque no pedís» (Santiago 4:2). Es lamentable que a veces el Señor no nos pueda conceder lo que necesitamos porque no se lo hemos implorado. Aunque hagamos la voluntad de Dios, tenemos que rezar con apremio y en muchas ocasiones persistir en oración para que nos otorgue Su bendición mientras realizamos Su voluntad. No debemos olvidar que ambas cosas deben ir aparejadas. El Señor sólo puede cumplir Sus promesas si nosotros cumplimos con la parte que nos corresponde.

María David

Respuestas a tus interrogantes

P: Últimamente no me están saliendo bien las cosas. Llevo un tiempo

buscando un nuevo trabajo y, aunque he entregado mi currí-culum vitae en varias empresas, no he conseguido nada. ¿Será que no es la voluntad de Dios que me consiga un puesto mejor? ¿Tienen algún consejo que darme?

La clave del éxito: sumar a la voluntad de Dios nuestras oraciones

14 Conéctate Abril de 2002

una situación no mejora, no es que nuestras oraciones hayan sido inefi caces, sino que nos faltaron la fe, la con-vicción y la determinación para perseverar en oración y luchar por algo que nos hacía gran falta.

En cierta oportunidad, Jesús ilustró ese principio por medio de la siguiente parábola: «Supongan que uno de ustedes va a media-noche donde un amigo para decirle: “Amigo, préstame, por favor, tres panes, porque me llegó un amigo de viaje y no tengo nada que ofrecerle”. Pero el otro responde desde adentro: “No me molestes; la puerta está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados;

GENTE PERDIDA Y SOLITARIA

no puedo levantarme a dár-telos”. Yo les digo que, si el de afuera sigue golpeando, por fi n se levantará a dárselos. Si no lo hace por ser amigo suyo, lo hará para que no lo siga molestando, y le dará todo lo que necesita. Pues bien, Yo les digo: Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen a la puerta y les abri-rán. Porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y, al que llame a una puerta, se le abrirá» (Lucas 11:5-10, Edición Pastoral).

Si tenemos verdadera necesidad de algo, si estamos obedeciendo a Dios y sabe-mos que Dios quiere que lo tengamos, o si le pedimos que nos ayude a tener éxito

en alguna tarea de suma importancia, entonces debe-mos pedírselo en oración. «Esta es la confi anza que tenemos en Él, que si pedi-mos alguna cosa conforme a Su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que Él nos oye en cualquiera cosa que pida-mos, sabemos que tenemos las peticiones que le haya-mos hecho» (1 Juan 5:14-15). ¡Insiste! Insiste en que Dios te ayude o te dé lo que nece-sitas, y lo hará. «Busca y hallarás»; y si el Señor no res-ponde enseguida a tus ora-ciones, no te des por vencido. Sigue llamando a las puertas del Cielo, y esas puertas «se te abrirán». ❍

Hoy en día muchas personas se sienten perdidas, solas, oprimidas, débiles, agotadas. Hay quienes son pisoteados: los pobres, los perseguidos, los hambrientos, víctimas de la guerra, el crimen

y la explotación, gente a la que nadie quiere y por la que nadie se preocupa, que posee poquísimos bienes de este mundo y adolece de falta de alimento, ropa, techo y hasta de lo más esencial.

Por otra parte, están los que sí tienen bienes materiales y proyectan una imagen de seguridad, pero viven perdidos y aislados, presos de sus propios intereses egoístas. Están agobiados por los problemas, el estrés, los temores y las fobias. Hay quienes esbozan una sonrisa en su rostro, mas sufren por dentro; quienes se encuentran sumidos en un abismo vacío; quienes padecen dolor y se ven asediados por el rencor, el remordimiento y sentimientos de culpa; quienes sienten pesar y desazón por el pasado o temor de cara al futuro. Existen en el mundo actual millones y millones de personas perdidas y desesperanzadas.

Urge que el amor de Jesús resplandezca sobre esa pobre gente. Por tanto, como seguidor de Cristo debes sostener en alto Su luz para que todos la puedan apreciar. Si tú refl ejas esa luz sobre la gente, el Señor hará lo demás. La difundirá y hará que cumpla Su propósito en la vida, el corazón y la conciencia de las personas. Procura que los demás vean a Jesús refl ejado en ti.

David Brandt Berg

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Captar para refl ejarEres comparable a un cristal que no sólo refl eja luz, sino también calidez

de espíritu, calidez para comprender, para consolar, la calidez del amor. Así y todo, debes recordar que los cristales no tienen luz ni calidez propias; se limitan a refl ejar la que reciben. No es posible difundir el amor, la comprensión y el consuelo de Dios sin estar empapado de Mí. El verdadero calor de Dios, el ver-dadero consuelo de Dios, Su comprensión y Su amor, provienen de permanecer en Mí, en Mis Palabras, y dejar que ellas y Yo permanezcamos en ti.

Debes llenarte hasta rebosar para que Mi Espíritu se vierta a raudales por medio de ti. ¿Cómo puedes hacer eso? Amándome, acudiendo a Mí, embebiéndote de Mis Palabras, Mi Espíritu y Mi amor, creyendo, entregándote y poniendo en práctica lo que te indico que hagas.

Ven a Mí y aprende a reposar en Mis brazos, a comulgar conmigo, a lle-narte de Mí, para que puedas entregarte a otros en su momento de necesidad. Preciado cristal Mío, ven y absorbe Mi luz y Mi calor, para que luego emanen de ti hacia los demás.

Jesús

De Jesús, con cariño