Congriesta

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Congriesta (salvando las distancias...) en NY Por Leli Vorratxes

En la recepción, una mesa mostraba las acreditaciones del congreso. Tras pagar

cinco dólares, el interesado recibía una sobria tarjeta con su nombre y el de su

universidad dentro de una funda de plástico, y, adherido con una gota de silicona,

un imperdible que serviría para que la acreditación permaneciera ensartada en su

pecho al alcance de las miradas curiosas de los demás participantes. Tras

conseguir así la patente de corso para moverse a su antojo en los paneles y los

diferentes refrigerios a lo largo del día, nuestro protagonista se fue a su casa. Lo

que hizo ese día no tiene ninguna relación con nuestra historia y por ello no tiene

lugar en este relato.

Al día siguiente, tras una noche de buen dormir, nuestro protagonista se

desayunó en una cafetería próxima al lugar del congreso. Hízolo así para no

molestar al señor Yamabata, un asistente al congreso que había pasado la noche

en el living de su casa, y que cuando nuestro protagonista salió a la calle aún

dormía. Dejamos así al señor Yamabata, dormido sobre un colchón dispuesto

directamente sobre el parqué (pero no por ello incómodo), bañado por la luz

matinal que ya entraba por las grandes ventadas del living. Sin embargo, no lo

olvidemos, pues más adelante tendrá un papel importante en este relato. O quizá

mejor decirlo ya, porque luego quién sabe donde nos llevara el relato. En

conclusión, el señor Yamabata, un joven tímido y cordial, resultó ser

ultraconservador, cristiano practicante (misa tras noche de copas y bendición de

mesa incluidas) y ex-miembro de un clan mafioso en Corea del Sur. Intentaba

ahora infructuosamente que el gobierno de Corea del Norte le dejara visitar el

país, lo que le negaban después que los servicios de inteligencia norcoreanos

atendieran alguna de sus conferencias, donde destacaba la corrupción del

régimen y la afición de su Líder por el coñac francés.

Mientras nuestro protagonista se tomaba un café con leche y un croissant, repasó

sus notas, su peinado y su camisa, y tras pagar y dejar 25 centavos de propina, se

encaminó a la universidad. Llegado allí, conoció a otra de las panelistas, una

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estudiante llamada Zhang, quien resultó ser extremadamente gentil y que le

ofreció a nuestro protagonista valiosas informaciones relacionadas con su propio

campo de estudio. Algunos asistentes al panel fueron llegando, y tras unos

minutos, dio comienzo la sesión con la presentación de la señorita Zhang. Tras

unos minutos durante los cuales la erudición de la señorita Zhang quedó

menoscabada por su pobre dicción y falta de prosodia, llegó el turno de nuestro

protagonista, que a su manera habitual, encandiló a los presentes con hermosas e

intrigantes fotografías, con el tempo pausado, sereno y grave de su voz y alguna

que otra metáfora arriesgada, en conclusión, con los fuegos artificiales propios de

quien oculta su falta de conocimientos con arriesgadas piruetas circenses de

peligrosidad innegable. Tras su presentación le tocó el turno a la señorita Ping,

pero eso ya no nos interesa. Sigamos pues los pasos de nuestro protagonista, que

ahora se encaminan de vuelta a la cafetería anteriormente citada, pero esta vez en

compañía de una amistad, con la que comentarán su presentación, y el guión que

ésta tiene que escribir para un rodaje próximo: una mujer está en su casa, y

recibe una llamada de su padre. Aunque no lo oímos, entendemos que el padre la

está advirtiendo de algún tipo de peligro. Ella lo tranquiliza y le miente,

diciéndole que no está sola sino con su amiga X viendo la televisión. Tras esto,

toma su bolso y sale a la calle. Este era el patrón del ejercicio de dirección al que

la amistad de nuestro protagonista tenía que dar cuerpo.

Más tarde, nuestro protagonista volvió al congreso, donde los asistentes estaban

probando los diferentes sándwiches que la organización había provisto como

almuerzo. Recibió con agrado unos comentarios laudatorios de quien había

dirigido el debate tras su presentación, y algunas recomendaciones futuras.

Intercambió algunas palabras con colegas académicos, y se colocó

estratégicamente para poder presentarse a la mujer más hermosa de la sala. Era

el suyo uno de esos rostros que presentan ligeras trazas de sangre oriental, sin

serlo. La tarjeta identificativa de la susodicha, a quien llamaremos Laura,

confirmaba que al menos su padre parecía ser europeo o norteamericano. Quizá

entonces los genes regresivos de su madre (¿japonesa, acaso?) había acentuado el

perfil de los ojos, la redondez del rostro y la altura de los pómulos. Su serenidad

mental-la de nuestro protagonista- agradeció que, como a menudo sucede, tal

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atractivo físico no fuera acompañado por una actitud generosa ni un carácter

amistoso; de esta manera, a las cuatro palabras que intercambiaron no les siguió

ningún pensamiento estratégico por parte de nuestro protagonista, quien pudo

así concentrarse en elegir cuáles serían los paneles a los que asistiría después.

Quizá impulsado por el escaso éxito de su aproximación, nuestro protagonista

finalmente eligió el panel sobre planificación urbanística por encima del de

Erótica y Sexualidad. Quizá cierto elitismo le llevó a evitar las masas que ya oía

iban a llenar el panel más sensual. Acaso un atisbo de solidaridad gremial hizo

que apoyara a los urbanistas, que aventuraba solitarios. O seguramente, su

propia investigación parecía más propensa a beneficiarse de lo que los

investigadores en ciudades le pudieran decir. En cualquier caso, nuestro

protagonista escogió ese panel y allí se dirigió, a la sala 411. De nuevo les advierto

que aunque esta elección parezca alejarnos del panel de Erótica y Sexualidad, no

por ello lo borren de su memoria, porque más adelante los dos caminos se

volverán a encontrar, como si, y perdonen la metáfora, los urbanistas le hubieran

enseñado a nuestro protagonista a trazar unos caminos que se bifurcan y se

encuentran a la vez.

Las presentaciones resultaron ser poco brillantes, y a nuestro protagonista se le

fueron las ganas de oír más, con lo que se dirigió a su casa a descansar un poco y

decidir si atendía la recepción. Lo que hizo acertando, esta vez sí, el desvío

acertado, o sea, el que llevaba sin demorarse a la buena elección. El lugar era la

biblioteca del departamento de Asia Oriental, una sala larga e imponente rodeada

de diccionarios, periódicos y libros de referencia. Madera añeja en el mobiliario y

las columnas, y techumbre sostenida por ligeras bóvedas blancas tapizadas de

octógonos con flores de ocho pétalos en el centro. Como la spina de un circo

romano, las largas mesas alcanzan hasta el final de la sala; las primeras estaban

llenas de comida; las centrales vacías; la última, transversal, ocupada en su

totalidad por bebidas, alcohólicas en su mayoría. En un nicho en el extremo

derecho, un dj amenizaba la velada. Tras un inicio tranquilo, donde cenó con el

señor Yamabata y el señor Nga, un académico filipino especialista en cine

transexual y gangsters de barrio, nuestro protagonista fue acercándose más a lo

que con los minutos se transformó en una auténtica pista de baile: las largas

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mesas de madera. Tras quitarle las pantallas a las lámparas, los organizadores del

evento, a guisa de ejemplo, se subieron a las mesas, e invitaron a los demás, que

en su mayoría pospusieron la oferta hasta después de la siguiente cerveza. Si

hacemos un breve fastforward, veremos como nuestro protagonista se sube a un

extremo de la mesa y se pone a bailar precisamente con las chicas del panel de

Erótica y Sexualidad, que además de chicas de opiniones avanzadas resultaron

ser bailarinas avezadas. En un momento dado, una de ellas intentó utilizar el pie

de una lámpara, que no subía más allá de su tibia, como una barra como las que

se encuentran en barras americanas y lugares de strip-tease, o sea, retorciéndose

a su alrededor de manera sugerente. Como la pobre lamparita resultó obviamente

insuficiente, le dio por utilizar a nuestro protagonista para tal menester, el cual,

pese a no ser muy alto, resultó mucho mejor elección. Y así siguió la noche, con

las escapadas de rigor a la oscuridad de las estantes donde se encuentran los

estudios sobre la dinastía Song y los diccionarios de tibetano; con una caminata

nocturna hacia Harlem durante la cual nuestro protagonista cargó sobre su

hombro izquierdo una caja de 24 cervezas; con un grupo chisposo de gente en un

piso pequeño pero acogedor donde se pudo fumar y hablar con tranquilidad y

hacer lo que los académicos hacen mejor cuando se sueltan la careta: flirtear con

todo lo que se mueva.

Colectivo Autobombo