Correr Con Los Keniatas Adharanand Finn

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correr.  orrer  e  ver a .  on os  me ores  corre ores  e a  e- rra.  Y si  descubro  su  secreto lo  podré  embotellar  y  ganar  u na fortuna. Me mira desde el otro lado de la mesa. —¿Va en serio? —Sí—contesto—.  ¿Qué  te  parece? —Me  parece una  idea  brillante.  En  Kenia  solo  hay  atletas. V VÍ N  CHERUIYOT —Qué  valientes  —-dice  una vecina del pueblo cuando se en- tera  de que nos  vamos  a  Kenia—.  Pero bueno vosotros sois as í. Se  esfuerza por ser simpática por eso dice  «valientes»  cuan- do  quiere decir «locos». C ada  vez que  mencionamos nuestro plan obtenemos  una  mirada  de  extrañeza. Pero vamos avanzando  con los preparativos.  Los  crios por  supuesto se lo  tragan  todo.  Una noche mientras  los  acuesto hago  una  entrevista televisiva  en  bro- ma a Lila y  Urna bajo  la pretensió n de que son famosas explora- doras.  Ossian contagiado  por la  excitación general corre  de un lado para  otro  con el  pijama  puesto imit ando el rugid o de un león y  riéndose.  Le  pregunto  a  Urna  qué  cree  que  habrá  en  África. —Calor  —dice. —Y qué más  -— insisto. Pone cara pensativa  y  clava  la  mirada  en el  techo. —Y  nada  de  frío. De  momento ninguno  de  nosotros sab e mucho  más que  eso. — 32 — Aparte de todos los preparativos para el  viaje he de alcanzar la  mejor forma posible  si es que  quiero tene r alguna oportunidad frente  a  todos  los  atletas ken iatas.  Una  noche  leo un  artículo  en el  3 3

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correr.  orrer

  e

  ve r a .

  on os

 m e o re s corre ores

  e a

  e-

rra.

 Y si

 descubro

  su

 secreto

lo

 podré embotellar

 y

 ganar

 una

fortuna.

Me mira desde el otro lado de la mesa.

—¿Va en serio?

—Sí—contesto—.

 ¿Qué

 te

 parece?

—Me parece una

  idea

 brillante.

 

En

 Kenia solo

 hay

  atletas.

V V Í N  C H E R U I Y O T

—Qué valientes — -dice una vecina del pueblo cuando se en-

tera

 de que nos

 vamos

 a

 K e n i a— . Pero bueno vosotros sois así.

Se  esfuerza por ser simpática por eso dice   «val ientes» cuan-

do

 quiere decir «locos». Cada

 vez que

 mencionamos nuestro plan

obtenemos

 una

 mirada

 de

 extrañeza. Pero vamos avanzando

 con

los preparativos.

 Los

 crios

por

 supuesto

se lo

 tragan todo.

 Una

noche mientras

 los

 acuesto hago

 una

 entrevista televisiva

 en

 bro-

ma a Lila y Urna bajo la pretensión de que son famosas explora-

doras.

 Ossian

contagiado por la excitación general corre de un

lado para

 otro

 con el p i jama puesto imitando el rugido de un león

y

 riéndose.

 Le pregunto a Urna qué cree que habrá en África.

—Calor

 —dice.

—Y qué más -— insisto.

Pone cara pensativa y clava la mirada en el techo.

—Y

 nada

 de

  frío.

De

 momento ninguno

 de

 nosotros sabe mucho

 más que

 eso.

— 32 —

Aparte de todos los preparativos para el viaje he de alcanzar

la  mejor forma posible si es que quiero tener alguna oportunidad

f rente

 a

 todos

 los

 atletas keniatas.

 Una

 noche

 leo un

 artículo

 en el

 3 3 —

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periódico sobre un grupo de corredores de Kenia que viven y se

entrenan

 en Teddington, al

 suroeste

 de

 Londres. Decido echarles

un

 vistazo.

  A lo

 mejor

 me

 pueden

 dar

 alguna pista antes

 de

 par-

tir hacia su país.

Así que unos días después, un martes a las

 ocho

 de la maña-

na,

 me encuentro plantado ante una pequeña

 casa

 suburbial. Re-

viso los detalles. Efectivamente, es el número 18, al

 otro

 lado del

aparcamiento de la Tesco. Una

  casa

 sin pretensiones, con terraza

y persianas grises en las ventanas. En las plazas de aparcamiento

que hay delante, asoman

 hie rbajos

 entre las grietas.

La puerta de entrada está algo retranqueada , de

 modo

 que he

de aventurarme en la penumbra del portal enladr illado para lla-

mar al timbre. Espero unos minutos y salgo de nuevo a la calle si-

lenciosa. El mánager de los atletas, un  irlandés llamado Ricky

Simms, me dijo que me estarían esperando. Incluso

  di jo

 que me

sacarían a correr. Vuelvo a probar el timbre. Pasan de nuevo unos

minutos hasta

 que se

 abre despacio

  la

 puerta.

 Un  hombre

 delga-

do en chándal la abre y me mira con ojos soñolientos. Le explico

quién soy. Asiente y me deja pasar.

Me

 lleva escaleras arriba hasta

 una

  sala

 en la

  q.t £-reina

 el de-

sorden y se pasa unos cinco minutos con aire ausente, apuntando

el

 mando a distancia hacia la tele hasta que por fin se enciende.

No dice nada, aparte de que se llama Micah. Cuando consigue en-

cender  la tele, se da la vuelta y abandona la sala.

Resulta que el tal Micah es Micah Kogo, el hombre que osten-

ta el récord mundial de los 10 kilómetros, medallista de bronce

en los Juegos Olímpicos de

 Beij ing.

 Ha ido a cambiarse.

Van asomando intermitentemente algunas cabezas por la puer-

ta, detrás de mí, mientras permanezco sentado mirando  las noti-

cias.

 En esa

 casa viven

 seis

 atletas keniatas

 y a

 todos parece diver-

t i r les

 mi

 presencia. Oigo

 que

 hablan

 en el

 rellano.

 Al fin

 aparece

  v i

 u l a , otro irlandés qu e  t r abaja para Ricky, e l mánager, y m e  pre-

• . c i i i . i

  1

 iodos. M e conceden suaves apretones d e manos  y se son-

i n   n

  r i m e

  ellos mientras

 me

 entero

 d e

 quién

 a

 batido

 q u é

  récord

 

I .   I

 

u   i  m l i i o

 c a n u d o

  t a l o

  cual medalla en

  u n

  mundial.

  i l u   a correr c on  ellos?—me pregunta Enda.

l e n i u   u

 

u   p  n  l i n i o  si será

 in te l i gen te

 por mi  parte.

— 34 —

— ¿ T e parece

 b i e n ?

—Claro

 —contesta—. Si tú quieres.

Intento aparentar calma mientras salimos por el pequeño pa-

tio trasero de la casa, donde se ven un par de bicis apoyadas en la

val la ,

 y el viejo bulldog del jardín contiguo nos suelta un  ronco

ladrido. Vamos hasta el fin de un callejón sin

 salida

 y luego avan-

zamos hasta la calle principal. Los atletas van hablando y bromean

con Enda sobre sus carreras recientes. Nadie parece tener prisa

por empezar a correr de verdad. Uno de los atletas me explica que

no les gusta correr sobre

  asfalto

 y por eso caminan hasta llegar a

la hierba. En Kenia, dice, solo corren por pistas de tierra.

El cercano Bushy Park es una larga extensión de hierba corta

con

 ciervos

 y todo, y con un

 laberinto

 de

 senderos

 y

 pistas per-

fectas

 para correr. Es una de las razones por las que los keniatas

usan como base este rincón de Londres cuando están

 lejos

 de casa.

Una vez

 dentro

 del

 parque

 se

 quedan

 un

 buen rato

 de

 pie,

 ha-

blando y estirando a medias. Y entonces, sin previo aviso, echa-

mos a correr.

El r i tmo es

 sorprendentemente suave

 y, al

 menos

 al

 principio,

puedo seguirlos sin demasiados problemas.

 Como

 todos están en-

tre una competición y la siguiente se limitan a trotar. Tengo la se-

creta esperanza de que la gente nos mirará con asombro al vernos

pasar corriendo. «Uau, mira, keniatas.

 ¿ Y

 has visto al blanco? Ha

de ser un atleta.» Sin embargo, el parque está virtualmente vacío,

salvo por un par de personas que han acudido a pasear sus perros

y ni siquiera nos dedican una segunda mirada.

A l

 cabo de tres kilómetros y medio, Mike Kigen, un antiguo

campeón

 keniata

 de los

 5.000

 metros,

 Micah

  Kogo y Viviarf

Cheruiyot,

3

 campeona del mundo de los 5.000, aceleran de repen-

te. Ninguno de ellos dice nada, es simplemente algo que ocurre.

En pocos segundos desaparecen como animales asustados y no se

ve más que el

 balanceo

 de sus

 cabezas

 a lo

 lejos.

 Los

 demás segui-

mos a un ritmo suave al menos, suave para los keniatas), corrien-

do en grupo hasta que regresamos al punto de inicio. A mí me

3. En 2011, Vivían Cheruiyot retuvo el t í t u lo mu ndial de los 5.000 además

de ganar la medalla de oro de los 10.000 y e l campeonato del mundo d e cross.

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cuesta resp irar , pero c onsigo

 c o n

  e s f u e r z o m a n t e n e r m e  en  p i e .

D e  vuelta  en  casa, Micah prepara  ugali  y  verdura  de  comida para

todos. El ugali es el alimento favorito de los corredores. Es sobre

todo

 harina de m aíz hervida en agua hasta conseguir una masa blan-

ca

 y pegajosa . Micah m e cor ta un pedazo con un cuch i l lo y m e lo

pone en el plato, encima de las verd uras . Tiene una tex tura suave

y húm eda, pe ro no dem asiado sabor. Sin em bargo, los atletas lo

adoran. Me dicen, y solo es brom a a medias, que es el secreto del

éxito de los corredores keniatas. En un rincón del suelo de la co-

cina  se apilan los paque tes de harina de maíz traídos de Kenia.

Mientra s comem os, M icah me habla del día en que batió el ré-

cord de los 10 k i lóme tros . Dice que recu erda que a l calen tar se

sent ía

  l igero , pero

  fuer te .

  «Muy l igero , pero

  m uy   f ue r t e» ,

  d ice,

casi reveren ciando el recuerdo . Todos los a t le tas se an iman cuan-

do hab la n de sus carreras . Viv ian , una m ujer minúscula que no

p ued e p esa r

 más de

 cu aren ta k i los

  m e

 hab la

  de

  cuando ganó

 e l

mund ial , derro tando a los e t íopes , supu estam ente invencib les .

« F u e

 t an

 divertido. . .»,

 dice con una sonrisa.

Esa misma tarde, más adelan te , cuando y a

 todos

  han

  do r m i -

do y se han dado un   masaje,   R ichard

 Kiplagat x.y,n

 especia l is ta en

lo s

 8 00

 metros ,

  y

 Vivian, salen para trot ar

  un

  poco   o tra vez.

  D e-

cido sumarm e de nuevo. Luego, mie ntras estamos estirando en el

aparcamien to , pasa t ro tando

  u n

  hombre, mediados

  lo s

 cuaren ta ,

algo

 pasado de peso y emp apado en sudor .

— ¿ H a y  co rredores com o

  e.;e

 en Kenia?

 —pregunto ,

 señalan-

do al hom br e — .   Gen te que  c o r r í  so lo para es tar en fo rma.

Doy por hecho q ue se trata c e eso. Sin duda, tam bién espera

bajar algo de peso. No parec e que esté corrie ndo por e l mero p la-

ce r de hac erlo. Y desde luego no e spera vivir de ello.

Richard , que de n tro de unos pocos meses ganará una medal la

de   p lata

 en los

 Juegos

 de la

 C om m onw e a l th ,

 m e

 sonríe

  y

 m en ea

la  cabeza.

—No —contes ta  s in  dudar.

— E n  K enia —dice Vivian— solo

  hay

 atletas.

No es una

  f an fa r ronada ,

  sino la

 mera consta tación

 de un he-

cho. Parece q ue en Kenia , si eres un atleta te dedicas a correr. Si

no lo eres, no corres.

— 36 —

—Quizás cu  a l g u n a s  áreas

 de las  g rande s c iudades —dice  R i-

c h a r d , con g anas de

  aclarar—,

 don de v ive la gen te r ica , pod r í a s

v e r a l g ú n   corredor así. Pero

  no en el

 resto

 d el

 país.

El resto del país al que m e dirijo. Cuando esta blecí mi plan,

m e  im ag inaba corr iendo por las l lanuras en medio de un g rupo de

keniatas ,  entre

  el

 p isoteo de n uestros pies sobre la t ierra seca. En

serio, ¿ a  quién p retendo engañar?

—¿A qué

 velocidad corre

 el

 atleta

 má s

 lento

 d e

 K en ia? — p re -

gunto, buscando unas

 migajas

  de esperanza. Tal vez yo sea un atle-

ta. Gané la carrera de 10 kilómetros de Powderham Castle. Hice

3 8

  minutos y 35 segundos—. Para 10 k i lómetros , por e jemplo ,

¿cuál sería   el  t iempo  m ás lento?

Se  miran . Es obv io que se tra ta de una p regun ta con t rampa.

—¿Inclu idos los  j ú n i o r ?

 — p r e g u n t a

 R ichard .   Se  refiere   a los

de

 d ieciocho y diecinu eve años. Asiento. Yo podría entre nar con

jún iors , ¿por qué no?

—¿ Y chicas?

Asiento de nuevo. Cuantos más, más   feliz.

— U n o s

 t re in ta y c inco minutos  —dice .

Bueno , corro t res minutos

 y

 m ed io

 m ás

 despacio

 en los

 10

 k i-

lómetros que la jún io r más len ta de Kenia . Me q uedan menos de

seis

 meses para i rme hacia  allá.  Tengo   faena  po r delan te .

Todo empie za a ir me jor cuando, al cabo de unos m eses, con-

sigo por  f in bajar

  m i

  t iempo en e l medio maratón por debajo de

la  hora

 y

 media ,

 con un

 a rrasador récord

 de 1

 hora

  y 26

  minutos

en

 una carrera montaños a en Dartmoor,  D e von .  S in embargo , jus-

to cuando mi es tado de fo rma em pieza a mejorar , me freno por

meterm e en un exper imento .

Todo

 empieza,  co mo  para tanta otra gente, cuando leo el libro

de  C h r i s t ophe r  McDougal l ,   Nacidos para correr La mayor par-

te del

  l ib ro

  t ra ta sobre una carrera en los cañones

  Copper

en

México , con una t r ibu de corredores l lamados tarahum aras . Es

un re la to fascin an te , pero la par te m ás in t r igan te del l ib ro , y lo

que lo ha catapu ltado a las l istas  de be stsellers en  todo e l mundo ,

es

  la revelació n del concepto de correr desca lzos.

• 3 7

  —

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McDougall habla de una  teoría desarrollada por  científicos de

Harvard, según

  la

 cual

 l os

  humanos evolucionamos

  como lo hi-

cimos en parte porque para cazar perseguíamos animales que co-

rr ían por la superficie. Mientras que somos dolorosam ente len-

tos en el

 esprint,

 si nos

  comparamos

  con la mayoría d e

 criaturas

de cuatro patas, digamos con el guepa rdo, el cabal lo, el

 conejo

  o

un m illar más, en las distanc ias largas somos los campeo nes

 olím-

picos

  de l

 reino animal . Nuestra  ventaja  principal

 es la

 capacidad

de  deshacernos

 de una

 buen a par te

 del

 calor corpo ral

  por

  medio

de l

 sudor.  Eso  implica que podemos ref rescarnos sobre  la  mar-

cha, mientras q ue otros animales han de detenerse cuando  se ca-

l ientan demasiado, para

 refrigerarse

 por medio de la respiración.

Nuestros antepasado s podían p ersegu ir incluso a los animales que

más rápido  corrían como lo s antílopes, hasta que estos se desplo-

maban l i teralmente

 po r

  exceso

 d e

 calor.

 E l

 l ibro cuenta

 una

  his-

toria sobre  lo s bosquimanos  de l desierto de  Kalahari , e n Nami-

bia, que siguen haciendo  lo mismo hoy en día.

Los cient íf icos defiend en, en efecto,  que los humanos naci-

m os

 para rec orrer largas distancias,

 q ue

  nuestros cuerpos están

diseñados específicamente

 con tal

 propósi to.

 Por eso

  tenemos ten-

dones  de  Aquiles, pies arqueados, grandes posaderas y un  l iga-

mento

  en la

 nuca,

  al

 final

  de l

 cuel lo para manten er

  la

 cabeza

 e n

equil ibrio mientras corremos). Y  estamos diseñados, dicen, para

correr descalzos. L as zapatillas dep ortivas solo sirven par a estro-

pearlo

 todo.

Unas

 semanas antes de leer eso, m e había comprado  un par de

zapatillas

 para entrenar. La tienda de Londres estab a equipa da con

un sistema de al ta tecnología para confirm ar la tendencia de mi

pisada.

 Mi pidieron  que me pusiera unas zapat i l las y montara  en

una cinta. Luego, el dependie nte me f i lmó los pies y después m e

mostró lo que

 había grabado. Tenía, como

 el

 ochenta

  por

  ciento

de los corredores, según me

 dijo,

  tenden cia a apoyar primero el

talón. Eso me convert ía en «pron ador», lo cual significa en gene-

ra l que mis piernas t ienden a combarse a cada paso que doy. Para

remediarlo,  m e

 dijo,

 n ecesi to unas zap at i l las con

 apoyos

  añadi-

dos por el lado externo de l  talón.

Le

 agradecí

 el

 útil consejo

  y me

 compre

  un par de

 zapat i l las

— 38 —

co n  amort iguación

  suplementar ia ,

 t al

 como

  m e

 sugería.

  A l

  cabo

de una seman a superé m i mejor marca en el medio m aratón. Por

desgracia, tam bién me pro voqué una leve lesión en la parte al ta

de l m úsculo de la pantorri l la izquierda. Las lesiones son algo co-

mún en la vida de un  corredor,  de modo qu e no me dejé llevar po r

el pánico. Seg ún qué in form e leas, entre el 60 y el 80 por ciento de

los corredores  sufren a l menos una lesión cada año. O sea que para

no  lesionarme nunca debía tener mucha suerte. Un  pequeño  ti-

rón musc ular era un b alance bastante leve.

Si n  embargo, M cDou gall discrepa. Dice que la razón por la

que los corredo res se lesionan con tanta frecuencia es que apoyan

primero el tacón. Y la razón por la que apoyan primero el tacón

es que l levan zapat i l las con am ort iguación . Parece un círculo vi-

cioso pero  t anto McDougal l como

  los

  cient íf icos

 de

  Harvard

creen que hay una manera sencilla de romperlo: qui tarse las za-

patillas.

 Nuestro cuerpo es la máq uina perfecta  de correr, dicen,

puesta a prueba y

 ajustada

  en su desarrollo a lo largo de m illones

de años. No necesi tamos el invento moderno de las zapat i l las de-

port ivas para hacer algo q ue  habíamos hecho perfectamente du-

rante milenios enteros.

Como

 la mayoría de la gente, al principio p ienso que se t ra-

ta  de una

  teoría

  interesante, aunqu e, en real idad, no se pued e ir

por ahí corriendo descalzo. ¿Y los cristales rotos? ¿Y la caca de

lo s

 per ros? Pero luego I co algo

 que me

 obliga

 a

 prestar atención:

uno de los

 principales cien tíficos citados

 por

  McDougall , Daniel

Liebermann, desarrol ló sus ideas t ras estudiar a los corredores

keniatas.

Como

 se crían corriendo de scalzos, los keniatas t ienen un

 es;

tilo d e zancada com pletamente dist into. En vez de apoyar p rime-

ro el talón, aterr izan sobre l a parte delantera del pie. Eso no  solo

reduce

 e l

 riesgo

 d e

 lesiones, sino

 q ue

 contr ibuye

  a

 facilitar

 un ma-

nera de correr m ás eficaz. En efecto, al apoyar prime ro el talón la

mayoría

 de los

 corredores occidentales

 va

 f renando

 a

 cada paso.

Así  claro que no  podemos seguir e l r i tmo.

Decido

 probar  lo de correr descalzo una noche  en el parque

de l  bar r io .  V oy hasta al l í corriend o  con las zap at i l las , pero en

cuanto alcanzo un terreno de hierba despejada me las quito y las

— 39

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escondo

  en un

  m a to r r a l

 y

  echo

  a

 correr

  en

 t o r n o

  a una

  zona

  de

pistas

 d e   f ú tbo l .   M i

 mecánica

 de

 pisada pasa ensegu ida

 a una

  zan -

cada m ás

  cor ta

  y

 ráp ida , como

  s i mis

 p ies tuvieran miedo

  de to-

ca r

  el suelo. Sigo otros diez m inutos antes de decidir que ya bas-

ta. Es divertido, pero luego m e resulta agradable volver a calzarme

la s

  zapat i l las .

 M e

 parecen cál idas

 y

  reconfor tantes , como almo-

hadas

 g r andes

 y

 suaves .

Para averiguar  m ás   cosas sobre   la s  ventajas  d e

 correr

  descal-

zo ,

 decido

 entrar

  en

 contacto

  con Lee

 Saxby,

 u n

 experto

 e n

  b io-

mecánica.

  Es uno de los que

  enseñaron

  a

 McDougall

 a  correr s in

zapatillas.

 M e

 p regunto

 si

 será capaz

 d e

 enseñarme

  a

 correr

 como

un   keniata.

Le e  t r aba ja

  junto

  a u n

  gimnasio

  de

  boxeo,

  al pie de la vía del

t r e n ,

  a l

 no r t e

  de

 Londres .

  A l

 principio

  m e

  cuesta

 encontrarlo

  y

tengo que cam inar ar r iba y   abajo  por la calle, rodea do de trabaja-

dores de la c iudad que pasan como

  f lechas

 a mi lado, en busca del

tren que ha de llevarlos de vuelta a  casa.  Le doy la vuelta al plano,

pero sigo  s in  entender lo . Luego  me doy   cuenta  de que el  sitio   que

busco es tá encajado en un

  cal lejón

 t rase ro entre d os casas altas, de

cuatro pisos. Echo a and ar por un

  pasaje  estrécfib

 y encuentro una

puer ta n egra s in marca a lguna. Ha de ser aquí . Llamo al t imbre y

la

 pu e r t a

  se

 ab re au tomát icamente . Paso

 a una

  sala

 g igantesca

 en

cuyo centro

 hay un

  r ing

 de

 boxeo vacío .

 Veo un

 hom b re

  que

 m ira

hacia  abajo

 d esde un pequeño b alcón e levado. Me saluda con una

inclinación   de  cabeza   y  señala hacia  u na  puerta  en la  pared lateral

del

 gimnasio.

  M e

 acerco

  y un  muchacho

  delgado abre

 l a  puerta.

—Vengo a ver a Lee  —le informo.

Asiente

  y

 señala

 unas

 escaleras.  Arriba  está

 e l

 despacho

  de

 Lee.

Él me

  espera

 junto

 a la

 puerta, sonriendo.

— P a s a — m e

  recibe.

Entro

 lleno

  d e  preguntas .   U n a s   pocas

  horas

  después salgo

convencido   de que he   descub ier to   el  secre to   de los   at letas   ke -

niatas.

—En   cualqu ier ot ro depor te , para ser bueno hay que apre n-

de   la  á r n i c a — d i c e

 Lee—.

 E n   cambio, para correr ,  l a  gente cree

qui   i u

p u e d e

  c am b ia r

 de

 esti lo. Pues

  es una

  tontería.

  la   Un   ; ; n n > ] i i c   resul ta   difícil

  d i scu t í rse lo .

  L e

  p r egu n to

po r

  qué ,

 en tonces , los   mejores at letas

 a f r i canos

  no

  corren

 las ca-

r re ras

 descalzos .

— Un  corre dor de é li te no puede perm it i rse e l

 lujo

  de lesio-

narse al pisar una piedra puntia guda —con testa—. Pero llevan za-

pati l las

  p lanas .

 De las que no

  l l evan amort iguac ión

 n i

  estabiliza-

dores . Con   esas   se pue de correr con el mism o estilo que si   fueras

descalzo.  No te  ob l igan  a  a ter r izar pr im ero  con el  t a lón, como  l a

mayor par te   de  z apat i l las .

Tiene

  un

  b ril lo picaro

  en la

 m i r ada .

— A   veces   m e   s iento

  como

  e l Che   G u eva ra   d e l   at letismo

—af i rm a—.

  Te lo voy a mostrar .

M e propone que  monte en su

 cinta

  de

 correr.

 Primero m e

 fil-

m a  mientras

  corro con m i estilo

 hab itual.

  Luego m e

 dice

 que m e

descalce  y m e  vuelve   a  f i lmar.  D e  inmediato,   y de

 modo instinti

vo,  empiezo a

 apoyar

 primero la

 parte delantera

  de l  p ie .

— Si  vas  descalzo,   tu   cuerpo   no te  permite  apoyar

 primero

 el

t a l ón — d ic e — .   Sería demasiado doloroso.

Con las zapat i llas puestas tenemos una

  falsa

 sensación de se-

gundad

 y nos

 parece

 que

  podemos golpear

 el

 pavimento

  co n

  tan-

ta

  fuerza como queram os. Pero

  el

 impacto provo cado

  al

  apoyar

pr imero

  el

 t a lón

  no   deja   de

 ascender

 por las

 p iernas

 y

 sacudir

 la s

rodil las,

 las caderas y la

 espalda

 por mucha amo rtiguación que lle-

ve s  en la

 suela . Para descr ib i r lo , McDougal l expl ica

 qu e

  equivale

a  cub r i r un huevo con la manopla de la cocina antes de golpear lo

con un ma rtil lo. De hec ho, al no sen tir el suelo, con las zapa til las

puestas te ves

 ob l igado

  a

 apoyar

  con más   fuerza

  po rqu e

  tu

  cuer-

po, de

 man era instintiva, busca algo

 d e

 estabilidad

 y una

  superfi-

ci e  m ás

 dura.

 S in  zapatillas,  e n  cambio,   te ves  obl igado  a  pisar   co n

levedad,

  co n

  suaves saltitos sobre

  el

 suelo.

 E s lo que

 hace

 t u

  cuer-

po de   manera natural.

Según Lee,

 d e  todos

 modos,

  no se

 trata   solo

 de la

 mecánica

  de

pisada.  M e   dice   qu e   mantenga   la  cabeza elevada,   qu e   eche  el pe-

ch o  adelante  y  t ire  luego  de mis  piernas,

 como

 s i mon tara un mo-

nociclo.

 Por s i no

 fuese

  suficiente

 faena

  pensar  e n

 todo

  eso, pone

en

 marcha  u n   metrónom o rápido como   un  t iroteo:  tac tac  tac.  H e

de dar un

  paso cada

 vez que

  suena. Después

  m e

 pasa

 l as

 t res

  pe-

lículas.

— 41

Page 6: Correr Con Los Keniatas Adharanand Finn

7/23/2019 Correr Con Los Keniatas Adharanand Finn

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Ver las r esu l t a

  a so mb ro so .  Con las

 z a p a t i l l a s

  p u e s t a s p a r e z c o

un of ic in i s ta re l len i to que ha sa l ido a corre tea r un ra to .

  Vale

 qu e

ta l

 vez lo sea , pero yo no m e imagino as í cuando corro . ) Parece

que la  c in tu ra  se me  incline hacia atrás , como  s i  es tuv iera medio

apa lancado

 en un s i l lón invisible. Al qui tar la s zap ati l las tiene me-

jo r p in ta , pero des pués de la lecc ión de Lee parezco un corred or

de verdad. «P areces de K e n i a » , me d i c e . A u n q u e t a l v ez s ea u n

po q u i to ex ag e r ad o .

A l

 otro

 lado

 de la

 ventani l la ,

 los

  t r enes

 qu e

  l levan

 a los

 t r a b a -

j adores

 de vuel ta a casa entran y sa len de Londres con su t ra que-

teo. ¿Aún neces i to

 ir a

 K e n i a ?

 ¿H e

  encontrado

 e l

 secreto aqu í mis-

mo , en e s t e g i mnas i o d e W es t Ham ps te ad ? U na pa r t e d e mí s e

ca b r e a  por no haber lo descubier to hace años , cuando aún tenía

e d a d

 d e d a r l e u n b u en u so . En e se mo men to , mi en t r a s

 miro

 l o s

vídeos, no t eng o n i ng u na d u d a de es tar ante la  r a zó n p r i nc i pa l d e

que los

 k e n i a t a s c o r ran

  ta n

 bien. T iene  todo

 e l

 sent ido.

A lo  l a rg o de las s em anas s i g u i en te s , a med i d a que e l en tu s i a s -

mo in ic ia l de mi descu br imie nto se va apagando, me doy cu enta

de que la

 v e rd ad

  se

 c o m p r o b a r á

 a l

 correr. Toda

  la

 idea

 d e

  correr

descalzo

 me resu l ta a t rac t iva . Me e ncanta eso de que, después de

años de inves t igac ión, descubramos que la  rriafíera  más primitiva

y na tu ra l de hacer a lgo, e l modo en que lo hac íamos antes de que

lo s

 c ient íf icos

 y las

 g r and es empre sa s

  le

 me t i e r an mano , r e su l t a

ser, al fin y a l

 cabo,

 la

 mejor .

 M e

 enc an ta

 el

 dato

  de

 que, pese

 a to-

dos

 nues t ro s progresos tecnológicos ,

 l os

 po b re s k en i a t a s

 que co-

rren descalzos  no s  l leven ventaja. Como idea es bri l lante.

 Pero...

¿ c o mo r e a l i d ad ? L a ú n i c a mane ra d e av e r i g u a r lo e s po ne r lo a

p r u e b a .

Una de las razone s por las que muy pocos a t le tas han in ten -

tado cam biar su es t i lo , según Lee, es que imp l ica reap rende r de

cero cómo corremos.

 Como usas

 músculos distintos has de em-

p e z a r   con  car reras cor tas , de  meno s de dos  k iló me t ro s . C u an d o

consigues hacer lo s in que te duela a l d ía s igu iente , puede s empe -

za r a i nc r emen ta r

 poco

 a poco la d i s tanc ia .

Tenía esperanzas de combinar e l correr descalzo con mi es-

tilo

 h ab itu a l pa r a au men ta r l a s pos ib i l idades  y p a r a n o p e r d e r l a

f o r ma . Sin

 embargo, según Lee,

 n o

 existe

 e sa

 opc ión.

  «E s todo o

— 4 2 —

n a d a  — m e

  d i c e — . Tu

  m e n t e

  r e g r e s a r á  a l  e s t i l o  qu e  t en ía  p o r

c o s tu mb re .

  S i

 dedicas

  la  mayor

  pa r t e

  de l tiempo  a correr

  apo-

yan do pr ime ro e l ta lón, eso es lo que har á tu cuerp o de ma nera

a u t o mát i ca .»

Cuando

 es toy

  a

 p u n t o

  d e

 i rme ,

 L e e m e

 p r o m e t e

  q u e me en -

viará

 u nas za pa t i l l a s barefoot.  Pu ed e pa r ec e r

 u n a

  contradicc ión,

p u e s barefoot  s igni f ica «descalzo », pero  e l esti lo que se busca  co n

la   prác t ica del

  barefoot

  no t i ene tanto que ver con no i r ca lzado

como

  con  c o r r e r  d e u na  c i e r t a m a n e r a . L a s  zapa t i l l a s  barefoot

t i enen  u n  apo y o  y una  amort iguac ión mínimos, pero l levan un a

sue la

  f i rme

 p ara pr otege r te de los c r i s ta les y de la caca de p er ro .

Cuando me acostum bre a l nuevo es t i lo , decido, me pa saré a las

zapa t i l l a s p lanas , igual

 que los

 kenia tas . T ienen a lgo

 más de

  apo -

yo que las  barefoot pero te l ibras del bu l to y del peso p ropios del

ca lzado convenc ional que u san, por lo genera l , los corredores en

Occidente .

D e

 modo

  q u e d u ran te s e i s s em anas emp i ezo a ap r en d e r d e

nu ev o a  correr.  Las d i s tanc ias cor tas t i ene n s us venta jas .  Las sa l i -

d a s d u r an apena s u na f r ac c i ó n d e lo q u e d u rab a n an te s y a s í r e -

su l t an mu c h o  m ás

 fáciles

  de

 p lan i f ica r .

—No

  t e p r eo c u pes

  — le

 d igo a Ma r ie t ta a l sa l i r por la puer-

t a — .

 Volveré den tro de d iez minu tos .

Cuando salgo a correr en la p a u s a de la comida también me l i -

bro del pánico a locado que provocaba tener que regre sar a mi es-

cri torio dentro de la hora es tablec ida .

Tal como  predi jo Lee,

 siento

 l a s p i e rna s p e sad as d e spu é s  de

la s p r i mera s  s a l idas , pe ro c u an to más lo prac t ico m ás

 lejos

  p u e d o

i r y má s na tu r a l empi ez a a pa r ec e rme . Inc lu so me d esc u b ro c o -

r re tea ndo p or la ca l le con mi nuevo es t i lo e s p o n t án e a m e n t e . J ín

s i tuac iones en que ante s me gen eraba un c ier to recelo ar ran carm e

a trotar

 s in  za pat i l las deportivas ahora  m e alegro  de

 correr

 con

cualqu ier ca lz ado. De hecho, las zap at i l las me pa recen espec ia l -

men te  poco ú t i les para correr . Los zapatos norma les que l levo a l

t r ab a j o

  t i enen  m uy poco  tacón y  descubro qu e co n  e l los puedo

correr  con   b a s t an te

 faci l idad

  en e l esti lo  barefoot.  Y c u an to  m ás

lo

 practico

m ás  veloz  m e

 siento.

El

 único problem a

 d e

 emb arc a rme

 en

 es te exper imento

 e s

 que,

 4 3 —

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7/23/2019 Correr Con Los Keniatas Adharanand Finn

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con las

 maletas hechas

 y

 listas para volar

 a

 Kenia;

 no he consegui

do pasar de tiradas inferiores a cinco kilóm etros. Es obvio que he

perdido bastante la

 fo rma

 y m i cintura se ha ensanchado de mod o

patente. No

 puedo

 decir que esté en condiciones  de seguir el  rit-

mo de los keniatas. Pero el experimento ha de con tinuar. Si se tra-

ta   ciertam ente del secreto de su éxito pron to re cupe raré la bu e-

na

 forma que  tenía antes y entonces... Bueno ¿quién sabe adonde

llegaré?

— —

Allí el aire l ibre es más  libre todavía.

DR.

  SEUSS

Oh, tbe Places You'll  Go

Nuestro avión ater r iza en Nairobi en una luminosa mañan a

de

 finales

 d e

  diciembre. Mientras

  no s

 vamos desencajando

 de la

ates tada  aeronave sentimos el caluroso

  aire

  afr icano como un

aliento suave en la piel. Han pasado casi veinticuatro horas desd e

que salimos en coche de nuestra casita de Devo n aban don ando

el  j a r d ín

 y los

 campos

  que lo

  rodean cubier tos

  por un

  g r ueso

manto

  de

 nieve.

Pensamos pasar la mayor parte del tiempo en Kenia en el Va-

lle  del  Rif t en una ciudad llama da Iten. He leído tanto sob re Iten

que en mi  mente casi se ha

 convertido

 en un  lugar

 mítico. Antes

de

 salir

 de

 Inglater ra

 vi en

 internet

 un

 noticiero local

 en el que los

taxistas de la

 c iudad

 s e

 quejaban

 de que no

 pueden hacer

 bien su

trabajo

  porque

  lo s

  corredores atascan

  las

 carreteras. Solo

  escuna

ciudad

 pequeña de unos cuatro mil habitantes pero he le ído que

en cualquier época puede s encontrar más o menos un mil lar de

atletas de máximo nivel que viven y se entrenan allí.

Si n

 embargo antes de llegar a I ten nos vam os a pasar una se-

mana con la hermana de M ar iet ta en Lewa adonde regresaré al

final

  de l

 viaje para correr

  m i

 primer maratón.

Jophie vino a Kenia por pr im era vez en 2004 p ara  trabajar

como voluntaria

 en un

 proyecto

  de

 conservación

 de

 monos.

  U na

• 5  —