Corrige a tu Hijo

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CORRIGE A TU HIJO Por: Pastor David Cortés Peña

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Predicación Del Pastor David Cortes

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CORRIGE A

TU HIJO

Por:

Pastor David Cortés Peña

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CORRIGE A TU HIJO

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Pastor David Cortes P.

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La sociedad perece por falta de

disciplina. Los problemas sociales son

debido a la falta de una disciplina correcta.

Muchos de nuestros problemas se deben a

que no nos disciplinaron con sabiduría.

El necio, el perezoso, el inconstante, el

inmoral, el rebelde, el altanero, el

improductivo, etc. Son el resultado de la

falta de disciplina en su niñez y en su vida.

¿Ha visto usted a los jóvenes que no

saben qué hacer? Les faltó disciplina. No

saben a dónde van, No saben lo que

quieren. Están tristes y amargados,

deprimidos. Hubo falta de equilibrio en su

disciplina cuando estaban pequeños.

¿Ha visto usted a algún muchacho que

no dura en un mismo trabajo? Faltan con

frecuencia. La vida les parece broma. Les

faltó disciplina cuando estaban pequeños.

¿Ha visto muchachos rebeldes, jóvenes

y señoritas altaneros, groseros,

impetuosos, desordenados? Les faltó o le

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sobró disciplina. No hubo una disciplina

bíblica en sus vidas.

Hay muchas consecuencias, tristes,

terribles, y muchas irreversibles, por falta

de la disciplina.

Si llegamos a adultos y no tuvimos la

disciplina necesaria en nuestra infancia,

¿habrá remedio? Creo que sí, entonces este

mensaje no va a ser aplicado solamente a

los padres, a quienes lo dirijo, también

será de beneficio para todos nosotros que

en un momento dado sentimos que la

disciplina no fue del orden que debió haber

sido en nuestra infancia. Hay muchas

cosas que nosotros, como adultos

maduros, podemos corregir con el solo

entendimiento de nuestras circunstancias,

de nuestras condiciones. Pensar y razonar

ya sea cuando se es adulto, o como padre,

o aún como abuelo, que a mi vida le falta

disciplina. Y como consecuencia empezar a

ejercitarla a mí mismo puede ser la

solución a nuestros dolores de cabeza.

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La disciplina es uno de los elementos

más importantes de la vida y puede ser

aplicada tanto a los pequeños como a los

grandes. No solamente un muchacho

indisciplinado es un problema en la

sociedad. Es más grave el adulto

indisciplinado. Somos más causante de los

problemas los adultos que no sabemos

disciplinar nuestra vida. Porque si no

tenemos disciplina tampoco tendremos

moralidad, ni responsabilidad, mucho

menos obediencia y seremos no solamente

capaces de hacernos sufrir a nosotros

mismos sino que haremos sufrir a muchos

otros. Lo peor es que ya no tenemos

muchas autoridades sobre nuestra cabeza

como las que tienen los niños.

La disciplina es el remedio para

muchos males. La Palabra de Dios maneja

con hábil destreza, como todo lo que

caracteriza a la Biblia, este asunto de la

disciplina. El verdadero concepto de la

disciplina está en la Biblia, la Palabra de

Dios. El saber el porqué, cómo y cuándo

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disciplinar será lo que nos va a ocupar en

las siguientes líneas de esta predicación.

¿Porque debo disciplinar? Debo

disciplinar en primer lugar porque Dios lo

manda. No solamente voy a disciplinar a

mis hijos, sino que voy a disciplinar mi

propia vida porque Dios lo manda. Dice el

mismo versículo que leímos al empezar:

“Corrige a tu hijo y te dará descanso y

te dará alegría a tu alma.” No es

solamente un consejo. No es solamente un

principio; es una orden, es un mandato de

Dios.

La disciplina es algo que le caracteriza

a nuestro Dios. Dios es un Dios de orden.

Es un Dios de mandatos, de preceptos, de

diseño. Dios es un Dios que en Su

Sabiduría se nota Su Disciplina. Él manda

y se obedece. El ejecuta las órdenes y vigila

que se ejecuten tal y como las mandó. Dios

castiga, Dios tiene misericordia. Dios es

equilibrado en sus ejercicios de disciplina.

Dios es un Dios que no solamente se le

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caracteriza por su orden y su disciplina

personal, sino también por ejercicio que Él

hace de la disciplina. Y Él exige que sus

criaturas, y en forma directa y especial,

sus hijos seamos disciplinados. Dios

manda que seamos disciplinados

¿Porque debo entonces disciplinar?

Porque Dios lo manda.

I. ¿PORQUE DEBO DISCIPLINAR A MIS

HIJOS?

Número 1: Porque Dios lo manda.

Tal vez la sociedad no lo aconseja, tal

vez la experiencia psicológica no lo diga

así, tal vez los criterios contemporáneos no

sean acordes a lo que Dios dice; pero

nosotros como Cristianos sabemos que

Dios lo manda y eso es suficiente.

Corrige a tu hijo, corrige a tu hijo.

Muchas veces nosotros hemos dicho esto

para nosotros mismos. Tal vez lo hemos

logrado decir a nuestros hijos con respecto

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de sus hijos. Hijo corrige a tu hijo. Tal vez

nosotros hemos visto algunos desórdenes

en los hijos de otros. Decimos para dentro

de nosotros mismos: “Ese muchacho lo

que necesita es que su padre lo corrija”.

Hay veces que las autoridades del gobierno

les dicen a los padres “corrige a tu hijo”.

Hay veces que el vecino nos dice: “Corrige

a tu hijo”. Pero ninguna orden, ningún

mandamiento tendrá el fuerte respaldo

que Dios tiene. Si la sociedad no dijese

nada, si la moralidad no dijese nada, si la

educación no dijese nada, sería suficiente

que Dios lo dijese. Y Dios lo dice, “Corrige

a tu hijo”. Dios lo manda.

Número 2: Debo disciplinar

porque los hijos lo necesitan.

No solamente Dios lo manda. Sino que

los hijos mismos lo necesitan. El capítulo

20 de Proverbios y versículo 30 dice así:

“Los azotes que hieren son medicina

para el malo, y el castigo purifica el

corazón.” Que los hijos necesitan

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disciplina es una verdad absoluta, la

necesitan, la piden, muchas veces

verbalmente lo están diciendo. Cuando yo

era soltero y estaba más joven, escuché a

un padre de familia que le decía a su hija:

“Estate en paz,” la niña, que era una

muchachita de unos trece años, no le

hacía caso. “Estate en paz, te voy a pegar,”

le decía el papá. “No juegues con eso, te

vas a cortar,” le reconvenía de nuevo. “Si

sigues te voy a pegar.” Cinco, seis, siete

veces en que el papá le dice: “Hija, si

sigues te voy a pegar” y la hija le responde:

“Pégame pues,” Por lo que el padre

sentencia: “Bueno, tú lo dices.” Se levantó

y le dio una tunda y ya se quedó contenta.

Lloró, se desahogó. Parecía que era una

medicina que le hacía falta. “Corrige a tu

hijo y te dará descanso,” dice la Biblia. Los

azotes que hieren son medicina para el

malo, y el castigo purifica el corazón.

La disciplina es una necesidad en

nuestros hijos. Nosotros ya adultos

también la necesitamos. Hoy estamos

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viviendo las consecuencias de la falta de

disciplina. Hoy nosotros estamos haciendo

algunos errores en nuestra vida, en

nuestro proceder como adultos, como

ciudadanos, como padres, o cónyuges

porque nos faltó disciplina. Tal vez

nuestros padres nos sobreprotegieron

demasiado y ahora nosotros vivimos

inseguros. Tal vez nuestros padres no nos

dieron cuanto debieron darnos y ahora

nosotros creemos que nadie nos puede

poner una mano encima. Y hemos sufrido

consecuencias de eso, no estamos sujetos

a ninguna autoridad. Nadie nos quiere,

nadie nos acepta, nadie nos respeta

porque nosotros tampoco sabemos

respetar a la autoridad porque cuando

estábamos pequeños no nos dieron esa

medicina que se llaman azotes, disciplina.

Número 3: Porque la necedad está

ligada al corazón del muchacho.

Proverbios 22:15 dice así: “la necedad

está ligada al corazón del muchacho;

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más la vara de la corrección la alejará

de él.” Lo dice la Biblia, como que sabe lo

que está diciendo. El muchacho tiene a sus

corazón ligada la necedad, la terquedad, la

imprudencia, El niño desde pequeño tiene

en su corazón la necedad, y el necesita un

ejercicio de la disciplina que en este

versículo se llama “vara”. Para que eso

aleje la necedad de él. Usted sabe que la

necedad trae muy malas consecuencias.

Usted sabe que ser necio, terco, testarudo,

no nos trae muy buenas consecuencias en

la vida. Un hombre necio no tiene muchas

esperanzas. Una mujer necia no tiene

ninguna aceptación en ningún medio.

Sufre mucho, dondequiera tiene

problemas, todo el mundo le rechaza. Y ese

necio era necio desde chico. Lo que le faltó

fue la vara de la corrección para que

alejara la necedad de su corazón.

La Biblia dice que la necedad está

ligada al corazón de muchacho pero la vara

de la corrección lo alejara de él. ¡Lástima

que hoy en día esto no se permite! Y

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entendemos el porqué: no se permite que

en la escuela se castigue con azotes a los

niños, con vara. La sociedad era más

ordenada cuando nos castigaban en la

escuela. Cuando teníamos miedo que el

maestro nos pegara con la regla. Vivíamos

más ordenados. No teníamos tantos

problemas. No tan fácilmente se robaban

las cosas del salón y de la oficina de la

directora o director en las escuelas

primarias. No se les faltaba al respeto a los

maestros con tanta facilidad como pasa

hoy, porque le tenían miedo a la vara.

Pero hoy la sociedad moderna ha dicho

que eso puede traumar, que puede traes

muchas consecuencias, y entendemos que

se han emitido órdenes para que no se

discipline con vara a los muchachos

porque hay mucho abuso de la disciplina.

Eso es cierto, y lo voy a tratar aunque sea

someramente un poco más adelante. Pero

a mí me gustaría que otra vez volviesen

aquellos tiempos cuando le tenían que

pegar a los chamacos para que

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obedecieran a los propios maestros de

aquellos tiempos, sin que eso implique que

no haya buenos maestros actualmente,

prueba de ello son nuestros propios

maestros en la escuela Cristiana, pero

ahora no hay tantos buenos maestros

como los había en aquel entonces. Ahora

se ha perdido la vocación, como dicen

muchos, se ha perdido mucho el amor por

la educación. Y pienso que eso se ha

perdido precisamente porque los maestros

no tienen la posibilidad de ejercer

disciplina y así implantar la educación en

el corazón de los muchachos.

La Biblia dice, tal y como lo decía

cuando usted y yo éramos chicos y lo dirá

aunque cambie la sociedad, “…la necedad

está ligada al corazón del muchacho,

más la vara de la corrección la alejará

de él”.

Yo recuerdo cuando merecí un castigo

en la escuela. Todavía no se me olvida.

Usaban el metro de madera. Me pusieron

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las manos con la yemas de los dedos hacía

arriba. Y decía la maestra: “Ponlos.” Y yo

no quería. “Estíralos.” Y aunque uno no

quisiera esperaba el golpe. No me mató, no

me hizo derramar sangre. No fui con mi

papá y le dije: “Papá tienes que demandar

a la profesora porque me pegó.” Al

contrario, si yo le decía a mi papá que me

habían castigado, peor me iba: así que

mejor me quedaba callado. Porque la

necedad está ligada al corazón del

muchacho. Y la única forma de despegarla

de ahí es con la vara de la corrección.

Aunque tú seas un buen Cristiano tu

hijo tiene una característica en menor o

mayor grado que tiene la necedad adherida

al corazón. Es parte de la naturaleza del

hombre. Empeñarse en pecar es la

tendencia natural pecaminosa producto de

nuestra naturaleza caída en la cual hemos

nacido. No es que el muchacho sea malo,

menos malo, o más malo. Hay una realidad

y esta es que el muchacho insiste en hacer

el mal para medir la capacidad en la cual

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va a poder desenvolverse dentro del mal.

Ser necio es tratar de insistir en

desobedecer, en romper las reglas para

tratar de medir hasta donde vamos a poder

romper esas reglas.

El padre sabio saca la vara y detiene la

desobediencia en sus hijos. El mismo

pasaje en Proverbios 22:28 dice: “No

traspases los linderos antiguos que

pusieron tus padres.” Pero el muchacho

insiste en desobedecer. Persiste en

rebelarse. Seguido quiere desobedecer. Y

aunque uno le dice y le advierte, hay

necesidad de la vara. No hay muchacho

bajo el cielo que no necesite la vara una

vez por lo menos. Hay muchachos que

necesitan muchos varazos. Hay

muchachos que necesitaron menos

varazos. Pero todos necesitamos la vara de

la corrección.

Usted dirá: “A mí nunca me pegó mi

papá”. Bueno a mí me gustaría ver cómo le

va a usted ahora. Usted se jacta diciendo:

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“A mí nunca me pegó ni mi padre, ni mi

madre. Yo no tenía eso, mi padre me dio

absoluta libertad. Yo siempre viví como

pensé que debería de vivir”. Me gustaría

pensar lo siguiente: ¿Cómo ordena usted

su vida?, ¿Qué tan disciplinado, que tan

ordenado, que clase de padre, esposo y

hermano es usted?, ¿Qué tan Cristiano es

usted? Si la Biblia dice que la vara necesita

ejecutarse para que la necedad se

despegue del corazón, es porque es así.

La necedad está ligada al corazón de

muchacho, más la vara de la corrección lo

alejara de él. Los padres temblamos tan

solo de pensar que algún día le tendremos

que pegar a nuestros hijos. Porque si hay

alguien a quien no le gusta pegarle a su

hijo es al buen padre o a la buena madre.

No nos gusta. A veces preferimos ignorar,

nos hacemos de la “vista gorda”, como

decimos vulgarmente, con tal de no

ejecutar la disciplina. A veces lo padres

quisiéramos que la mamá no nos dijera

nada, que nunca nos hubiera dicho, que

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ella le hubiera pegado con tal de no tener

que enfrentar la realidad: “Le tengo que

pegar a mi hijo”. Porque el que más sufre

es uno. Dios lo sabe y usted lo sabe

también. Los hijos no lo pueden creer. No

lo van a creer hasta que tengas a sus

propios hijos.

No podemos esperar que ellos

entiendan eso. Lo que si podemos esperar

es que sean necios y que solo la vara de la

corrección les puede alejar la necedad de

su corazón. Así que hermano, vaya usted

haciéndose de la idea. Un día le va a tener

que pegar a su hijo. Es mejor que piense

que a lo mejor ahorita ya usted está

necesitando ejecutar disciplina en sus

hijos, en su casa, en su hogar y en su

propia persona. Tal vez es una urgencia

que usted está teniendo y por eso la

Palabra de Dios llega a usted oportuna en

este momento.

Hay muchas parejas jóvenes en

nuestra Iglesia, y si el Señor lo permite un

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día tendrán sus propios hijos. Escuchen

esto: castiguen a sus hijos cuantas veces

sea necesario. Lo van a tener que hacer

porque la necedad está ligada al corazón

del muchacho más la vara de la corrección

lo alejara de él. Por favor no esté pensando

usted que estoy hablando de medo matar a

los muchachos. Reciba en gotas la

información de la Palabra de Dios.

Esa muchachita grosera, esas palabras

sucias que ya salieron de su boquita

necesitan un castigo. Sabe usted, los

muchachos groseros, malhablados,

empezaron con una grosería pequeña.

¿Saben qué hicieron sus padres? Se rieron

de su gracia. “Ay mi hijito, ¿de dónde

aprendiste? Dile a tu mami lo que acabas

de decir, repítelo.” Y cuando están grandes

son los majaderos que no tienen remedio.

Y aun cuando se convierten al Señor

Jesucristo se les salen las víboras de la

boca porque les faltó disciplina cuando

estaban pequeños.

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Debo de disciplinar porque Dios lo

manda. Debo disciplinar porque mis hijos

lo necesitan. Debo de disciplinar porque la

necedad está ligada al corazón del

muchacho.

Número 4: Debo disciplinar a mi hijo

porque lo amo.

Proverbios 13:24 dice la Palabra de

Dios: “El que detiene el castigo, a su

hijo aborrece; más el que lo ama, desde

temprano lo corrige.” Los amamos, de

ninguna manera ejercer disciplina es

indicativo de odio. Es amor. Ejecutar

disciplina, castigar a nuestros hijos, darles

a ellos unos varazos no quiere decir que no

los amamos. Si no los corregimos estamos

tratando de decir que los aborrecemos. La

Biblia declara que el que detiene el castigo

a su hijo aborrece. Actúa como si no lo

amase. Porque sabe bien en su propia

experiencia, sabemos bien que sin

disciplina el muchacho va a ser

desordenado. Aun así lo dejamos.

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Sabemos que la falta de obediencia, de

prudencia, de acatamiento a las órdenes le

va a traer sufrimiento a ese muchacho. Sin

embargo, no lo detenemos. Estamos

diciendo: “Entonces hijo, que te vaya como

te vaya. Yo no me meto con tu vida.” Eso

es aborrecerlo. El que ama a su hijo desde

temprano lo corrige. Pero el que detiene el

castigo a su hijo aborrece.

Castiga a tu hijo. Corrige a tu hijo.

Ejecuta la disciplina en tus hijos. Ellos lo

necesitan. De alguna manera los

muchachos van a entender que les

amamos cuando nosotros ejecutamos la

disciplina para con ellos. Si usted coge a

su muchacho y le dice: “Hijo, hiciste esto, y

esto, y esto, cuando yo ya te había dicho

que no lo hicieras. Yo como padre tuyo te

voy a castigar. Desobedeciste

deliberadamente e hiciste lo que no

deberías de hacer y ya te habíamos

advertido que no lo hicieras, sin embargo,

tú lo hiciste. Mi deber como padre es

castigarte. Voltéate porque te voy a pegar.”

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Luego le dice, ya que el niño está

llorando, hay unos que no llora, pero la

mayoría llora. Le dice: “Hijo, todo eso yo lo

hago porque te amo, porque quiero que

seas un hombre de bien. Porque quiero

que te vaya bien en la vida. En la vida se

necesita orden, obediencia, cumplimiento,

responsabilidad, por eso te castigo hijo.”

El muchacho de momento dirá: “Yo no

sé qué quiere decir que me ames sería que

nunca me pegaras, que nunca me llamaras

la atención.” Y no necesita llegar a ser muy

grande para que el caiga en cuenta que el

ejercicio de la disciplina es una muestra de

amor a su vida.

Los muchachos Cristianos conforme

van creciendo, todos esos chiquillos que

tenemos en la Iglesia, pronto se dan

cuenta de las desgracias de los jóvenes

cuando viven desordenados. Y ellos

mismos dicen: “Oye papá, a ese muchacho

nunca le pegaron ¿verdad?” Ellos mismos

dicen: “Oye papá, ¿Qué no tienen papá que

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les castiguen como tú me castigas a mí?”

de alguna forma ellos están cayendo en

cuenta que nosotros les amamos. Pero si

los muchachos nunca creen que nosotros

les amamos porque les castigamos, de

todos modos la Palabra de Dios dice, que el

que detiene el castigo a su hijo aborrece,

más el que lo ama desde temprano lo

corrige. Usted no está demostrando amor a

sus hijos si no los disciplina.

Número 5: Debo disciplinar porque

es para su propia felicidad.

Proverbios 19:15 dice así: “La vara y

la corrección dan sabiduría; más el

muchacho consentido avergonzará a su

madre.” Dice que la vara y la corrección

dan sabiduría. ¿Usted quiere un hijo

sabio? Todos queremos hijos sabios,

entendidos, despiertos, diligentes. ¿Sabe

qué tenemos que hacer? Castigarlos

cuando hacen mal. Hay que llevarlos a la

escuela. Si, una buena escuela, sí, de

acuerdo. Hay que darles unos buenos

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maestros. Hay que pagarles maestros

extras si es necesario. Usted piense lo que

quiera pero si ese muchacho hace todo lo

que usted le dice en ir a la escuela y todo

eso, pero es desobediente, rebelde, grosero,

incumplido, irresponsable, le falta

disciplina. Ese muchacho va a sufrir en la

vida. La vara y la corrección son camino de

sabiduría, dice la Palabra de Dios. Así que

por la propia felicidad de los niños

necesitamos disciplinarlos.

Número 6: Debo disciplinar por mi

propia felicidad.

Dice el versículo 15 de Proverbios 29,

“La vara y la corrección dan sabiduría;

más el muchacho consentido

avergonzará a su madre.” Y el 17 dice,

“Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y

dará alegría a tu alma.” Por nuestra

propia felicidad. Por nuestra propia

satisfacción. Por nuestra propia

realización, si le quiere llamar así, como

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padre, como madre necesita disciplinar a

su hijo.

Usted ha visto un muchacho

consentido ¿verdad? Es cierto que

avergüenza a su madre. Grandote y todo

chipilón, todo consentido, todo mimado. No

es capaz de obedecer nada. Nada más le

pega un grito uno y ya va llorando. Va

aquella mamá haciendo un escándalo

diciendo: “A mi hijo lo tratan mal y no lo

quieren aquí en la Iglesia.” Péguele, que es

lo que necesita. Métale dos o tres palos

cada vez que hace un berrinche para ver si

no se endereza. El muchacho consentido

avergonzara a su madre. ¿Sabe quién es el

que va a ser avergonzado? Su madre, no la

escuela. Su madre, no la Iglesia. Su madre,

no los vecinos. Su madre y su padre

porque el muchacho necesita que se le

corrija. La Biblia dice, “Corrige a tu hijo.”

¿No te obedece? Corrígelo. ¿Es un rebelde?

Corrígelo, enderézalo, dale que le duela,

que llore, que sufra ahora porque esas

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lágrimas son ahorro de muchas lágrimas

que podría derramar en el futuro.

Por la propia felicidad de ellos, porque

la vara y la corrección dan sabiduría. Por

la propia felicidad mía, que si no lo corrijo

me va a dar vergüenza cuando este viejo.

Además, dice: “Corrige a tu hijo y te

dará descanso.” ¡Que tranquilo vive uno

ya de grande cuando uno sabe que sus

hijos saben portase bien! Que tranquilo

vive uno cuando sabe que su hijo va a salir

y le dice: “Hijo, no llegues después de las

nueve de la noche.” Y el hijo dice: “Si papi.”

Y uno se queda tranquilo. Ya faltan 10

para las 9, faltan 10 minutos para que

llegue mi hijo. Y lo tiene bien seguro. Y el

muchacho llega rayando a las 9 de la

noche y el papá dice: “Yo ya sabía” o si no

llega, suena el teléfono y dice: “Papi se me

ponchó el carro, por favor puedes venir a

ayudarme o voy a llegar en 10 minutos. Me

está ayudando alguien aquí.

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Pero ¿Cuál es el padre que dice: “Hijo

te quiero aquí a las nueve,” porque sabe

que va a llegar a las once? Si llega a las

once se da por bien servido. No llega a las

once y luego pasa una ambulancia y uno

dice: “Mi hijo.” Al rato pasa una patrulla y

el padre dice: “Mi hijo.” Prende uno las

noticias y ve la violencia que hay y dice

uno “Mi hijo.” Es una tormenta en el alma.

¿Sabe por qué hermano? Porque no lo

corregiste cuando estaba más chiquito.

Corrige a tu hijo y te dará descanso. Y

te dará alegría a tu alma. Satisfacción,

orgullo, gozo a tu alma si tú lo corriges

desde pequeño. Tienes que corregirlo. No

hay de otra. El mundo no ha estado

nunca, ni está ahora, n i mucho menos, ni

estará después, como para que el hijo

crezca al garete, a la deriva. No se puede.

Nunca confíe en el buen corazón del

muchacho. Nunca confíe en el buen

corazón de ellos. La carne es carne, la

carne es débil. Y cualquiera puede caer en

las garras de la tentación y de una

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seducción, cualquiera. Hasta el más

obediente y noble de los corazones necesita

corrección. Alguna vez va a probar el mal.

Alguna vez se va a aventurar. Y esa

sola aventura puede ser en la adolescencia

y puede ser que tu hija pierda la virginidad

y te salga con un embarazo una sola vez. Y

una sola vez puede probar las drogas, y

una sola vez puede hacer una maldad y

parar en la penitenciaria, de una sola vez.

No confíe en el buen corazón del

muchacho, no. “Mi hijo es muy bueno.” Si,

tu hijo es muy bueno. El diablo es muy

malo, y el mundo es muy malo, y la gente

es muy mala. Tu hijo es muy bueno, no lo

dudes, necesita disciplina. Para que el

muchacho aprenda a guardar la distancia

suficiente entre el barranco y el lugar

seguro. Corrige a tu hijo, y te dará

descanso y dará alegría para tu alma.

Así que debo disciplinar porque Dios lo

manda. Suficiente razón. Por si fuera poco,

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la Biblia nos da más porque los hijos lo

necesitan.

II. COMO DEBO DISCIPLINAR

Ahora ¿Cómo debo disciplinar? ¿Cómo?

Bueno la Biblia dice: “Vara.” ¿Y eso es

todo? ¿No hay otra forma? ¿No habrá otro

camino aparte de la vara? ¿Y no puede ser

una tabla con clavo? ¿No puede ser con

cinto? ¿O un tubo? ¿O alambre de la luz?

¿O con qué? A muchos le pegaron con

alambre de la luz. ¿No les pegaron a

ustedes con alambre de la luz hermanos?

Mírelos, pero andan derechitos ¿Verdad?

Todos traumados pero derechitos.

Número 1: Debo disciplinar con

palabras.

¿Cómo debo disciplinar? Miren lo que

dice Proverbios 15:13 dice así: “El hombre

se alegra con la respuesta de su boca; y

la palabra a su tiempo, ¡cuán buena

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es!” ¿Oyó eso? La palabra a su tiempo,

¡cuán buena es! La primera forma en la

que debo tratar el tema de la disciplina es

palabras. La palabra dicha a su tiempo,

¡cuán buena es! Dice, ¡cuán buena es!

¡Qué buen remedio! ¡Cómo ahorra

preocupaciones! La palabra a su tiempo,

¡Qué buena resulta ser! ¡Qué buena forma!

¡Qué manera tan eficaz de evitar que tener

que castigar! La palabra a su tiempo, ¡cuán

buena es! Proverbios 16:24 dice: “Panal

de miel son los dichos suaves; suavidad

al alma y medicina a los huesos.” Y

tengo otro versículo, 25:11 de Proverbios

dice, “Manzana de oro con figuras de

plata es la palabra dicha como

conviene.” Según estos versículos,

hermanos, esta, hablando de palabras en

su momento, palabras oportunas, palabras

dichas como conviene.

Usted está enojado, esta airado o

airada. Ya no haya nada que hacer con ese

muchacho. ¿Ya habló con él? ¡Oh sí! Ya le

hable, hasta le grité. Se lo grité. No, ¿Ya

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habló con él? La palabra a su tiempo,

¡cuán buena es! La palabra a su tiempo es

antes de que pasen las cosas. Desde que

está pequeñito háblele a su hijo. Ahí

cuando lo tiene en sus brazos, dígalo,

háblele. Que aprenda de las experiencias

de otros. Por ejemplo, va usted en su carro,

lleva a sus muchachos, y de pronto ve que

los policías están correteando a otro

muchacho, más o menos de la edad de los

de usted. Háblele a sus hijos. “Hijo, ese

muchacho necesito la disciplina de sus

padres. Ese muchacho nunca se acordó de

Dios.” “Hijo, ese muchacho no teme a Dios.

Mira las consecuencias de una vida

desordenada. Hijo, por eso es que nosotros

oramos por ti. Por eso es que te regañamos

cuando haces mal. Por eso, porque no

queremos verte sufrir. Ese muchacho.

¡Quién sabe cuánto tiempo se va a pasar

en la cárcel! Ahorita le van a dar una

paliza esos policías y lo van a echar en la

cárcel. ¡Quién sabe si vaya a comer! ¡Quién

sabe si sus padres quieran ir a sacarlo de

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la cárcel! Por ese muchacho, hijo es que tú

tienes unos padres que te aman. Por eso

te traemos cortito hijo, hija.”

Hábleles. La palabra a su tiempo, ¡cuán

buena es! ¿Ya intentó hablar con él? ¿Ya

intentó hablar con él? ¿Ya intentó cerrarse

a piedra y lodo, por usar una palabra que

indique la privacidad, en la recámara, en el

cuarto, en algún lugar de su casa con su

muchacho y decirle?: “¿Hijo, que pasa?,

¿qué tienes? Soy tu padre, soy tu madre”

(si no está el padre presente). “¿Qué puedo

hacer por ti para que cambies tu actitud?

Dímelo hijo. Tu estas expresando alguna

necesidad que no he hecho yo para que tu

actúes de esa manera.”

Hace poco les platique una experiencia

personal. Se las voy a repetir. Mi hermano

mayor me dijo un día: “Bueno, le pedimos

permiso a papá para ir a tomar un cafecito

con los jóvenes de la Iglesia en la casa de

una de las hermanas también de la

Iglesia.” Mi padre sabía que esos

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muchachos pues no eran buena compañía,

aunque eran de la Iglesia. Nosotros

sabiendo que no nos iba a dejar insistimos:

“¿Papá nos dejas ir al terminar el servicio a

la casa de los Martínez porque hay un

pastelito?”.

Dice mi papá: “No.”

Cuando él decía “no” era no. “Por favor

papi”… “No” y no. Era de Sonora. Pero mi

hermano mayor me dijo: “David, saliendo

de Iglesia nos vamos. ¿Te animas?”

Le respondo: “No hombre, ¿estás loco?”

El insiste y dice. “Hay un callejón

llegando a la casa, nosotros nos

adelantamos y ellos se van a quedar atrás,

mi papá, mi mamá y mis hermanos. Nos

adelantamos y en el callejón nos vamos

para allá. Un ratito nada más. ¿Qué nos

puede pasar?”

Me lavó el coco. Nos fuimos. Eran

muchachos de la Iglesia. No había baile ni

nada. Era un pastel o algo así que nos

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íbamos a comer. Era nada más un ratito.

Pero papá había dicho que “No.” Nos

fuimos adelantando en la bajada, así en el

callejón nos fuimos. Llegamos: “Hey

muchachos, los Cortes vinieron, ¡ay que

milagro!, que no sé qué.” Allí nos

disfrutamos, la verdad es que no

disfrutamos. Porque uno en desobediencia

no disfruta nada, absolutamente nada. Yo

siempre fui el más cobarde porque era más

chico que mi hermanos. Así que vámonos,

y vámonos, yo ya sabía la que nos

esperaba. No se me olvida, fíjese. Nos

regresamos y mi hermano planeo toda la

entrada. Él dijo: “Nos quitamos los

zapatos, abrimos la chapa y nos metemos.

Mañana le decimos que llegamos

enseguida.” Llegamos a la puerta, cogimos

la chapa, no estaba abierta, estaba

cerrada. Así que tocamos la puerta, abrió

la puerta mi papá. “¿Cómo están hijos?

¿Están bien? ¿No les paso nada? Váyanse

a acostar.”

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Estoy vivo, no me pasó nada. Toda esa

noche tormento. ¿Por qué no nos pegó?

Mañana, mañana. Otro día le veíamos la

cara a mi mamá. Todo bien, mi papá se

había ido temprano a trabajar. El día

pareció largo, ya queríamos que llegara y

nos pegara y se acabara todo. Nos

atormentó. Llegamos de la escuela. Con mi

mamá estaba todo bien, no nos quitó la

comida, no nos regañó ni nada. ¿Qué

estaba pasando aquí? Mire hermano llegó

mi papá y ya nosotros esperábamos la

ejecución, la guillotina, la horca, algo, lo

peor, ¿verdad? Y dice: “Hijos, quiero

hablar con ustedes, vengan acá. Siéntense

allí. A solas, allá afuera en el patio de la

casa y agrega: “Hijos, yo quiero pedirles

perdón a ustedes. Porque seguramente yo

no sido el padre que ustedes se merecen.

Seguramente es que ustedes tienen fuera

de casa lo que aquí no tienen. Yo me siento

mal por no ser un buen padre que les

satisface en todas sus necesidades.

Perdónenme por favor. No pude dormir

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anoche pensando que mal padre he sido

para ustedes.”

¿Usted sabe lo que eso significa?

Hubiéramos preferido que nos pegara, que

nos dejara tirados a azotes. Pero todo lo

que hizo fue hablarnos. “Perdónenme

hijos.”

“No papá no, perdónanos tú a nosotros.

Se nos hizo fácil. Mira papá, ya no sigas

hablando, por favor, ya no digas más.”

¿Sabe que hermano? Nunca lo volvimos a

hacer. Y no nos pegó. Pero nos corrigió.

¿Ha probado usted las palabras? Las

palabras son como medicina para los

huesos. Bienaventurados los hijos que

tuvimos un padre que nos habló. ¿Ha

probado las palabras? Usted sabe que las

palabras muchas veces duelen más que los

azotes. ¿Ha hablado usted? ¿Cómo debo

disciplinar? Hable, hable con autoridad,

hable con el corazón. Hable con amor,

hable con ternura. Los hijos necesitan

órdenes claras, expresas, concretas de lo

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que deben hacer y de lo que no se debe

hacer.

Los hijos necesitamos para formación

de nuestras vidas reglas concretas, rieles

sobre los cuales regir nuestras vidas.

Palabras. Las palabras proveen órdenes,

proveen reglas. Usted le dice a su

muchacho, “Junta eso”. Usted no tiene la

intención de que lo junte, usted ya sabe

que no lo va a juntar. Para que gasta

palabras. “Ándele, recoge eso. Muchacho

cochino.” Usted sabe que no lo va a

recoger. Ya sabes, ¿No es cierto? El

chamaco también sabe que usted no está

hablando en serio. Cuando le dice por sus

dos nombres y sus dos apellidos con el

grito que le oye hasta el vecino, entonces el

chamaco ya sabe que es en cierto. ¿Para

qué tanto drama? No dé una orden si no

espera que se ejecute, no la dé. Está mal

acostumbrando al muchacho. Si usted

dice: “Recoge eso.” Es porque usted espera

que lo recoja en ese momento. Si no para

que lo dijo.

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Ellos necesitan órdenes claras,

expresas, concretas. Cuando usted diga

algo, espera que se ejecute, si no, no diga

nada. Las palabras no solamente en

cuanto a órdenes sino en cuanto estimulo.

Que buenas son las palabras como la

miel, dice la Palabra de Dios, dichas en su

tiempo. Los muchachos necesitan estímulo

a sus virtudes. Hermano, entienda por

favor eso. Su hijo no es ningún animal, no

es ningún burro como usted le está

diciendo todo el tiempo. Es una persona

que necesita cariño, estimulo, calor.

Pregúntele usted a la mayoría de los

muchachos entre 9 a 13 años que piensan

de sí mismos. La mayoría dice: “No sirvo

para nada. Soy un inútil, soy un cochino,

soy un burro.” Es lo peor. Esa es la forma

en que ustedes los están educando. “¡Ay,

eres un burro, marrano!”

Así le decimos a nuestros hijos,

“cochino.” Y no hay animal más sucio y

más vil por eso le decimos eso a los

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muchachos. ¿En verdad usted cree que su

hijo es un burro? ¿En verdad usted cree

que su hijo es un marrano? Pues entonces

si mi hijo es burro yo como papá soy el

burro y la mamá es la burra. Y si mi hijo

es marrano, yo soy el marrano y mi esposa

es marrana de la casa.

Pero ¿Por qué decimos eso? No estamos

creyendo que yo soy un burro, no. No

estamos diciendo eso. Lo estamos diciendo

con el afán de lastimar, menospreciar, de

pisotear. Nunca se le menosprecia al

muchacho de esa manera. ¿Sabe por qué

decimos eso? Porque somos cobardes para

ejecutar la disciplina. Somos cobardes. No

estamos ejecutando la disciplina en forma

sabia. No estamos haciendo lo correcto.

Queremos que se nos obedezca, queremos

que sea un muchacho ordenado pero no

estamos haciéndolo de la manera correcta.

Lo estamos echando a perder. Ellos

necesitan estimulo.

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Llegan con 6 con un 5 en la boleta y

nos burlamos. Llega un muchacho con

puros 6 y le dice el papá, “¿Qué me

trajiste?” y le dice el muchacho: “Un seis.”

Dice el papá: “Bien échalo en el refri.”

Cuando llega el muchacho con un 9 o con

un 10 nunca le decimos: “¡Así se hace mi

hijo!”

“¡Valen la pena tus esfuerzos! Ya ves, te

felicito, ¡ese es mi hijo!” Estimulo siempre

remachamos sus defectos y nunca

estimulamos sus virtudes. Aumentamos en

forma exagerada sus defectos y

minimizamos sus virtudes. No esperen que

nuestros hijos crezcan equilibrados. Ellos

necesitan un estímulo. La palabra a su

tiempo, ¡cuán buena es! Ellos necesitan

consuelo. Muchos de nuestros hijos

necesitan consuelo.

Muchos de nuestros hijos necesitan

consuelo. La vida tiene injusticias, tiene

golpes, tiene, azotes, tiene abusos. Muchos

de nuestros muchachos actuaron mal

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porque se les está abusando y no tienen

un padre que los defienda, una madre que

los defienda en forma correcta, en forma

sensata.

Los hijos necesitan consuelo. Debo

disciplinar con palabras. ¿Ya intentó las

palabras? ¿Ya le dijo a su muchacho que lo

amaba? ¿Ya habló con él? ¿Ya le pidió

perdón?

Número 2: Debo disciplinar con vara.

¿Cómo debo disciplinar? Con vara,

Proverbios 23:13 y 14: “No rehúses

corregir al muchacho porque si lo

castigas con vara, no morirá. Lo

castigaras con vara y libraras su alma

del Seol.” Del sepulcro, de la ruina eso es

lo que está diciendo. No rehúses, no le

saques, no huyas, no hay escapatoria, no

rehúses corregir al muchacho. Lo castigas

con vara y no morirá. No lo vas a matar.

Castíguelo con vara, dos, tres azotes

donde duele. No le pegue en la cabeza. Hay

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una parte muy propia para castigar. “El

Hemisferio Sur,” dijo el hermano Hernán

Cortes. Allí no pasa nada. No le pegue en

la espalda, le puede dañar la columna, los

pulmones. No le pegue en el estómago, no

le pegue en el pecho. No le pegue en los

brazos porque le puede romper un hueso.

Castíguelo con vara. Bueno, la vara

probablemente en aquellos tiempos era

una vara tipo de membrillo. De las que

zumban. Hermana, vara aquí es sinónimo

de objeto que causa dolor. Sin embargo no

mata, ni tampoco hiere. No es un tubo, no

es un alambre de la luz. Una vara es

aquella que deja huella que deja colorado.

El propósito de la disciplina es que le duela

lo suficiente para que se acuerde. Le pega

con un cinto de trapo y se ríen de usted.

Había unos muchachos en la escuela

tan vagos. Cuando la maestra salía, ellos

sabían que la maestra iba a venir y los iba

a castigar, y se forraba los pantalones por

debajo con los cuadernos. Y llegaba la

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maestra y les pegaba y parecía que le

estaba pegando a unas piñatas. Le pega a

su chamaco que trae un pañal con todo y

contenido allá dentro, no les duele nada.

Vara es la palabra que tiene la intención de

castigar de modo que duela para que se

acuerde. No para que vaya al hospital sino

que se acuerde que lo que hizo trae

consecuencias. Porque cuando sea grande

y tenga una rebelión con alguna autoridad

más poderosa, más competente, ese dolor

va a ser mucho más grande. La vara le va a

ahorrar dolores cuando sea grande. Les

pegamos a nuestros hijos para que sufran

ahorita y no tengan que sufrir después

porque el sufrimiento después es mucho

más grande.

Número 3: Debo disciplinar con

prudencia y sabiduría.

¿Cómo debo disciplinar? Con

prudencia y sabiduría. Efesios 6:4 dice: “Y

vosotros padres, no provoquéis a ira a

vuestros hijos, sino criadlos en

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disciplina y amonestación del Señor.”

Hay mucho que decir de este versículo

pero quiero extraer estas palabras, “Y

vosotros padres, no provoquéis a ira a

vuestros hijos.” No los hagas enojar. No los

provoques. Eso quiere decir, hermanos,

que nosotros muchas veces provocamos la

ira de nuestros hijos.

Provocamos la rebelión de nuestros

hijos, provocamos la insensatez de

nuestros hijos, provocamos la palabra

maldiciente de nuestros hijos. La

provocamos con nuestra falta de sabiduría,

con nuestra falta de criterio, con nuestra

falta de entendimiento, con nuestra falta

de cordura. Provocamos la rebeldía de

nuestros hijos. Nosotros lo provocamos.

Los empujamos, los maltratamos, les

faltamos al respeto, los hacemos enojar y

luego le pegamos. Eso provoca rebeldía.

Número 4: Debo de disciplinarlos sin

desesperarlos ni exasperarlos.

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Piensa si quizás no has levantado tú

provocando la rebeldía de tus propios

hijos. Colosenses 3:21 dice: “Padres no

exasperéis a vuestros hijos para que no

se desalienten.” ¿Cómo debo

disciplinarlos? Con prudencia, con

sabiduría. No desesperarlos, no

exasperarlos. Dice allí: “Padres no

exasperéis a vuestros hijos para que no

se desalienten.” Fíjese que bonito dice.

Que sabía la expresión. No los desesperes

para que no se desalienten. Hermanos,

muchísimos jóvenes hoy en día están

desalentados, abatidos, totalmente

desanimados. Ya no creen en nadie, no

quieren nada con nadie, están totalmente

desesperados, totalmente desilusionados,

están totalmente abatidos. Dice: “No

exasperéis a vuestros hijos para que no

se desalienten.” Los muchachos claman

justicia, la pide de una o mil maneras.

¿Saben por qué se van a las drogas?

Porque están desalentados. ¿Saben por

qué rayan las paredes? Porque están

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desalentados. Están gritando, “¡Alguien

hágame caso!” aunque sea para echarme

en la cárcel, pero hágame caso. “¡Oigan, yo

vivo, yo existo, yo soy una persona!” Eso es

lo que gritan los muchachos. Porque sus

padres los exasperaron, los desalentaron,

nunca les dieron cariño, nunca les dieron

tiempo, nunca les dieron caricias, nunca

les dieron calor, nunca les dieron un buen

consejo, nunca fueron compañeros, nunca

fueron unos verdaderos padres y amigos

para ellos. Los muchachos se

desalentaron. “Vosotros padres, no

provoquéis a ira a vuestros hijos, sino

criadlos en disciplina y amonestación

del Señor.” Y también Colosenses

3:21dice: “Padres no exasperéis a

vuestros hijos para que no se

desalienten.”

¿Cómo debo disciplinarlos? Con

palabras, con vara, con prudencia, con

sabiduría, no provocarlos a ira, no

desesperarlos, no abusar. Mire, vamos a

Proverbios otra vez. Proverbios 19:18 dice

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así: “Castiga a tu hijo en tanto que hay

esperanza, mas no se apresure tu alma

a destruirlo.” No abuses, es cierto que

hay muchísimo abuso. No estamos a favor

del abuso de menores. Estamos a favor de

la disciplina, del orden, de la prudencia,

de la vara dada a su tiempo en su

momento y con la prudencia y ejercicio de

disciplina equilibrada.

Número 5: Debo disciplinarlos con

Amor

Debemos de disciplinar sin abuso, y

debemos disciplinar con amor. Proverbios

27:6 dice: “Fieles son las heridas de que

ama; pero importunos los besos del que

aborrece.” Buenas son las heridas del

que ama, son productivas las heridas del

que ama, oportunas las heridas del que

ama, agradecidas serán las heridas del que

ama. Si tienes que herir, que sea con

amor. Azotar, castigar al hijo, que sea con

amor. Proverbios 3:12 dice: “Porque

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Jehová al que ama castiga como el

padre al hijo a quien quiere.”

¿Cómo disciplinar? Con amor. Voy a

llegar a la parte final. Y hago un resumen:

I. ¿Por qué debo disciplinar?

a. Porque Dios lo manda.

b.Porque los hijos lo necesitan.

c. Porque la necedad está ligada al

corazón del muchacho.

d. Porque los amamos.

e. Por la propia felicidad de ellos.

f. Por la propia felicidad mía.

II. ¿Cómo debo disciplinar?

a. Con palabras.

b.Con vara.

c. Con prudencia y sabiduría.

d. Sin abuso.

e. Con amor.

Y para terminar…

III. ¿Cuándo debo disciplinar?

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Proverbios 13:24, “El que detiene el

castigo, a su hijo aborrece; más el que

lo ama, desde temprano lo corrige.”

Desde temprano.

Quiere decir dos cosas:

Número 1: Desde que está chiquito,

desde que esta pequeñito.

Hermano, él bebe, allí donde usted lo

ve, ya viene con rebeldía en su corazón.

Cuando yo nací y cuando ustedes nacieron

la mayoría de ustedes, nosotros ni

abríamos los ojos, nosotros como perritos,

no habríamos los ojos hasta como a los

cinco días. Ahora los chamacos, yo no sé

porque pero nacen ya con los ojos pelones.

Yo tengo un sobrino que nació con un

diente. Mire, ya nacen más vivos yo no sé

qué pasa la humanidad está cada vez cada

día más adelantada. Pero mire hermano,

nosotros como amamos mucho a nuestros

hijos los queremos con tanta pasión, y no

queremos castigarlos desde chiquitos. Y

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decimos: “Esta muy chiquito, está muy

chiquito.” Ya tiene tres meses y todavía

está muy chiquito. Tiene dos años y

todavía está muy chiquito. Tiene siete años

y todavía está muy chiquito. Tiene doce

años y todavía está muy chiquito. Tiene 14

años y ya le quedó a usted chiquito. Nunca

le paso mano encima. Hay veces que uno

de padre les pega. Uno es más duro

¿verdad? Y la mamá dice: “Está muy

chiquito.” O la suegra dice: “Está muy

chiquito.” La abuelita: “No le pegues está

muy chiquito, todavía no entiende.”

Castiga a tu hijo desde temprano. Está

haciendo un berrinchito, claro no le vas a

pegar con un alambre de la luz, pero da

una nalgada a ese chamaquillo. Mire un

hombre y su esposa, jóvenes inexpertos

como es de esperarse, a su primer hijo lo

llevaron al pediatra. Ese chiquillo, chille y

chille toda la noche. Lo revisaron que no

estuviera rosado, que no estuviera mojado,

que no tuviera hambre, le dieron todo, no

tenía fiebre y el niño chille, chille y chille. Y

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aquellos padres sudando, ¿Qué es lo que

está pasando? Lo llevaron al pediatra a esa

hora de la madrugada y el pediatra lo

revisó, este chamaco no tiene nada. Pero

yo tengo una buena medicina para él, lo

volteó y le dio tres nalgadas. Santo

remedio. No tardó en dormirse en el

camino. La próxima vez ya saben la

medicina, no les cuesta nada.

Claro hay que revisar que el niño

verdaderamente no tenga enfermedad o

cólicos o lo que sea. Pero muchas veces

desde pequeños los niños lo están

midiendo a uno. Y hermano, cuando el

hogar está dividido, cuando el hogar esta

fracturado por alguna razón ¡Qué

problema es la disciplina en los

muchachos! Los chamacos lo miden a uno.

Son tan listos que saben que papá y mamá

no se llevan bien y va con la mamá y le

dice. “Mamá, ¿me dejas ir al parque? No,

yo no.” Y va con el papá. “Verdad que si me

dejas ir al parque. Mi mamá dijo que no.”

“Pues dile a tu mamá que digo yo que sí.”

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Y le dice el chamaco a su mamá: “Ahí

te hablan,” y se va. Y los deja peleados,

riéndose de ellos. ¿Cierto o no es cierto?

El que ama a su hijo desde temprano,

chiquitito, péguele. Corrige a tu hijo y te

dará descanso. Castíguelo, no le va a pasar

nada. Lo castigaras con vara y libraras su

alma de la condenación del sepulcro de la

muerte de la desgracia. Castíguelo, corrige

a tu hijo. Están chiquitos, si, así de

chiquitos. No le vas a dejar caer toda tu

manota porque lo vas a desplumar. Pero lo

suficiente para que el niño sienta que hay

una mano dura sobre él. Toda la vida

necesitamos una mano dura sobre

nuestras cabezas, ¿sí o no?

“El que detiene el castigo, a su hijo

aborrece; más el que lo ama, desde

temprano lo corrige.” Quiere decir desde

pequeñito.

Número 2: Y también ese versículo

quiere decir que desde que comete la

falta.

Page 51: Corrige a tu Hijo

CORRIGE A TU HIJO

Texto Usado bajo permiso del

Pastor David Cortes P.

Enseñado el 12 De Marzo 1995

Versión digital por icbf.com.mx Versión año 2014 Página 51

En el mismo momento que cometió la

falta. Tan pronto como usted se enteró allí

en calientito, como decimos nosotros, allí

en ese momento. No espere. Allí mismo,

controle su ira, cuente hasta diez, pero

ejecute el castigo. Desde temprano, desde

temprano.

Y también hermanos, ese mismo

versículo, Proverbios 13:24 cuando dice:

“El que detiene el castigo, a su hijo

aborrece; más el que lo ama, desde

temprano lo corrige.” Ahora vamos a

Proverbios 23:13 cuando dice: “No

rehúses corregir al muchacho porque si

lo castigas con vara, no morirá.” Aquí

se dice muchacho, es una palabra que se

refiere adolescente. Un muchacho es aquel

de 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14 años. Usted

dice, “¿A mi hijo de 14 años le puedo

pegar?” Claro que sí

“¿A mi hija de 14 años? Pero si ya se

pinta los labios y ya se pone medias. ¿Le

puedo pegar?” Claro que sí.

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CORRIGE A TU HIJO

Texto Usado bajo permiso del

Pastor David Cortes P.

Enseñado el 12 De Marzo 1995

Versión digital por icbf.com.mx Versión año 2014 Página 52

A lo mejor es cuando más lo necesita.

Yo creo que en cuanto más grandes están,

más listos y más prudentes son y no

necesitan tanto el castigo. El caso es que

cuando está chiquito no le pegamos porque

esta chiquito, y cuando está grande no le

pegamos porque está grande. Y estamos

rehusando, huyendo de la responsabilidad.

No rehúses corregir al muchacho.