Creencias Doctrinales c Portada
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INTRODUCCIÓN
Hemos de analizar las Creencias Doctrinales de la Iglesia de Dios (7o. día) A.
R. considerando la base bíblica (*) de los diferentes puntos doctrinales
aprobados por el Ministerio de nuestra Iglesia en la República Mexicana y los
delegados que tiene en el Congreso Ministerial Internacional de la Iglesia de
Dios (Séptimo Día).
Éstas, sin embargo, no constituyen un credo cerrado. La Iglesia de Dios se
mantiene abierta para un crecimiento espiritual y para una nueva y mejor
comprensión de la Biblia.
Tampoco son todas las creencias doctrinales establecidas por la Iglesia de
Dios. Nuestra consideración sólo abarca las enseñanzas estructurales, y son
las que forman las bases para su trabajo unido en la predicación de
salvación y doctrina.
(*) Todos los textos usados en este Tratado han sido tomados de la versión antigua Reina Valera (1909).
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INDICE:
I. FE Y SALVACION
(Doctrinas que Revelan Salvación)
Artículo 1.- La Biblia 5
Artículo 2.- Dios, el Padre 6
Artículo 3.- Jesús, el Hijo de Dios 8
Artículo 4.- El Espíritu Santo 10
Artículo 5.- La caída del Hombre 12
Artículo 6.- El Plan de Salvación 14
Artículo 7.- Aceptando a Jesucristo 16
Artículo 8.- El Bautismo 18
II. ACCION CRISTIANA
Artículo 9.- La Cena del Señor 20
Artículo 10.- El Lavatorio de los Pies 22
Artículo 11.- La Oración 24
Artículo 12.- La Oración por los Enfermos 25
Artículo 13.- Los Diez Mandamientos 27
Artículo 14.- El Sábado 31
Artículo 15- Lo limpio y lo Inmundo 32
Artículo 16.- Las Finanzas de la Iglesia 35
Artículo 17.- Matrimonio y Divorcio 37
Artículo 18.- Mundanalidad 38
Artículo 19.- Hábitos Impuros 40
Artículo 20.- Lucha Carnal 42
Artículo 21.- Festividades 44
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III. ESTUDIO Y ESCUDRIÑAMIENTO
(Doctrinas que Revelan una Verdad Aprendida)
Artículo 22.- La Iglesia 46
Artículo 23.- La Organización de la Iglesia 47
Artículo 24.- La Pre-Existencia de Cristo 49
Artículo 25.- La Crucifixión y Resurrección de Cristo 51
Artículo 26.- Satanás 53
Artículo 27.- El Castigo de los Malvados 54
Artículo 28.- El Estado de los Muertos 56
Artículo 29.- La Resurrección de los Muertos 58
Artículo 30.- La Profecía y Señales de Cumplimiento 60
Artículo 31.- El Recogimiento o retorno de Israel 62
Artículo 32.- Mensaje del Tercer Ángel 64
Artículo 33.- Las Siete Últimas Plagas 65
Artículo 34.- La Segunda Venida de Cristo 69
Artículo 35.- El Reino de Dios 71
Artículo 36.- Reino Milenial de Cristo 73
Artículo 37.- La Nueva Tierra 74
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I. FE Y SALVACION
(Doctrinas que Revelan Salvación)
Artículo 1.- La Biblia
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama referente a la «La Biblia», es que:
a) La Santa Biblia contiene en su Escritura la Palabra de Dios, y ningún otro libro
es de origen divino.
b) La Biblia, por ser inspiración divina, es infalible en su doctrina.
c) En su contenido se halla la completa revelación del Plan de Salvación y la
voluntad de Dios para el hombre.
d) Por su naturaleza, es eterna.
El origen de la Biblia
Es una colección de libros que fueron escritos por hombres guiados por el Espíritu
de Dios. De manera que la Biblia tiene un origen divino, es decir: El hombre registró
lo que Dios le inspiró.
El Apóstol Pedro escribió: «… la profecía no fue en los tiempos pasados traída por
voluntad humana…» (2 Pedro 1:21).
El Rey David declaró que el Espíritu del Señor habló por él, por cuanto su palabra había
sido puesta en su lengua (2 Samuel 23:1-2).
Su Contenido
En las páginas benditas de la Biblia se encuentra descrita la completa revelación
del Plan de Salvación, pues testifican de Jesús. Cristo dijo: «…ellas son las que dan
testimonio de mí» (Juan 5:39b).
También describen el gran amor del Padre: «Porque de tal manera amó Dios al mundo,
que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas
tenga vida eterna» (Juan 3:16).
Ellas enseñan al hombre la completa voluntad de Dios, capacitándolo para adquirir Vida
Eterna en el Nombre de Jesucristo: «Y que desde la niñez has sabido las Sagradas
Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salud por la fe que es en Cristo
Jesús. Toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para reargüir, para
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corregir, para instituir en Justicia. Para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente
instruido para toda buena obra» (2 Timoteo 3:15-17).
Es en la Biblia donde encontramos el auténtico y veraz conocimiento de lo que es el
Padre Celestial y su Hijo Jesucristo (Juan 17:3).
Su Naturaleza
Por más intentos que el hombre haga por extinguirla, ella habrá de permanecer y
cumplirse, pues tiene la promesa del Señor de perdurar: «El cielo y la tierra pasarán,
mas mis palabras no pasarán» (Mateo 24:35).
En el Libro de los Salmos encontramos escrita la razón del registro de la Palabra de Dios:
«El estableció testimonio en Jacob, y puso ley en Israel; La cual mandó a nuestros padres
que la notificasen a sus hijos; Para que lo sepa la generación venidera, y los hijos que
nacerán; Y los que se levantarán, lo cuenten a sus hijos; a fin de que pongan en Dios su
confianza, y no se olviden de las obras de Dios, y guarden sus mandamientos» (Salmo
78:5-7). Es la palabra dada, para que la conozcan generaciones venideras: «Acordóse
para siempre de su alianza; de la palabra que mandó para mil generaciones» (Salmo
105:8).
Es la palabra que permanecerá perpetuamente: «Mas la Palabra del Señor permanece
perpetuamente. Y esta es la Palabra que por el evangelio os ha sido anunciada» (1 Pedro
1:25).
Artículo 2.- Dios, el Padre:
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama referente a «Dios, el Padre», es que:
a) Dios es la suprema deidad del universo.
b) Es el Espíritu infinito y perfecto, en quien toda la creación tiene su origen.
c) El sostiene y sustenta los cielos, la tierra y todas las cosas que en ellos hay.
La Suprema Deidad del Universo
La doctrina que nos presenta el primer pensamiento de la Biblia es que HAY UN
DIOS CREADOR de todas las cosas (Génesis 1:1).
La creencia en esta doctrina es el PRINCIPIO FUNDAMENTAL de nuestra fe, por
consiguiente exige toda nuestra atención (Hebreos 11:6).
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Los escritores inspirados dan por entendida esta doctrina como una verdad
conocida y confesada.
Siendo, pues Dios, el creador del universo (Génesis 1:1), es reconocido como la
Suprema deidad del mismo: «El es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus
caminos son rectitud, Dios de verdad, y ninguna iniquidad en él: Es justo y recto»
(Deuteronomio 32:4).
Es aquel al cual se nos invita adorar y honrar: «Temed a Dios, y dadle honra; porque la
hora de su juicio es venida; y adorad a aquel que ha hecho el cielo y la tierra y el mar y las
fuentes de las aguas» (Apocalipsis 14:7).
Naturaleza y carácter de Dios
Nuestro Señor Jesucristo, el unigénito del Padre, el único que le ha conocido (Juan
17:25), y el único que le ha visto (Juan 6:46), declaró: «Dios es espíritu…» (Juan
4:24).
El salmista dice en el Salmo 93:2: «Firme es tu trono desde entonces: Tú eres
eternalmente».
El profeta Isaías, hablando de la grandeza y sabiduría de Dios, escribió: «Levantad en alto
vuestros ojos, y mirad quién crió estas cosas: él saca por cuenta su ejército: a todas llama
por sus nombres; ninguna faltará: tal es la grandeza de su fuerza, y su poder y virtud...
¿No has sabido, no has oído que el Dios del siglo es Jehová, el cual crió los términos de
la tierra? No se trabaja, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo
alcance» (Isaías 40:26, 28).
Ser Supremo de la Creación
Habiéndolo hecho todo, Dios atiende y sostiene su Creación: «Así ha dicho Jehová:
Si no permaneciere mi concierto con el día y la noche, si yo no he puesto las leyes del
cielo y la tierra» (Jeremías 33:25). «Así ha dicho Jehová, que da el sol para la luz del día,
las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche; que parte la mar y braman sus
ondas; Jehová de los ejércitos es su nombre» (Jeremías 31:35).
El sustenta la tierra: «El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, éste,
como sea Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos de manos, ni es
honrado con manos de hombres, necesitado de algo; pues él da a todos vida, y
respiración, y todas las cosas» (Hechos 17:24-25).
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La misma Creación manifiesta a su Creador
Las mismas obras de la Creación prueban la existencia de Dios: «Los cielos cuentan
la gloria de Dios, y la expansión denuncia la obra de sus manos» (Salmo 19:1). Y el
mismo universo inspira a adorarle: «Te alabaré, porque formidables, maravillosas son tus
obras: Estoy maravillado, y mi alma lo conoce mucho» (Salmo 139:14).
Todas sus obras prueban la existencia de Dios: «Porque desde la creación del mundo las
cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben
claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa.» (Romanos 1:20
NVI). «Reconoced que Jehová él es Dios: El nos hizo, y no nosotros a nosotros
mismos…» (Salmo 100:3).
Artículo 3.- Jesús, el Hijo de Dios:
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama referente a Jesús, el Hijo de Dios, es que:
a) Jesús, es el unigénito Hijo de Dios.
b) Fue engendrado por mediación del Espíritu Santo, concebido y nacido de
María, una virgen.
c) El es el Mesías, enviado por Dios para ser Salvador.
Jesús, el unigénito Hijo de Dios
Las Escrituras definen a Jesús como el unigénito Hijo de Dios: «Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en
él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). «Y aquel Verbo fue hecho
carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre),
lleno de gracia y de verdad» (Juan 1:14).
La frase «el Unigénito Hijo engendrado del Padre» revela dos verdades complementarias
acerca de Cristo Jesús: 1) Su Naturaleza inherente y 2) su Posición dentro de la divinidad.
Respecto de su NATURALEZA, la frase indica la total Divinidad de Cristo. Por medio del
acto del engendramiento, el Hijo consiste de la misma naturaleza, sustancia o «materia»
del Padre. El término «engendrado», por definición, hace Divino al Hijo, ya que el UNO
por quien él fue engendrado es divino. Debido a que el Hijo es de la misma sustancia del
Padre, es un miembro igual de la Divinidad y comparte con el Padre la naturaleza,
atributos y título de «Dios».
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Respecto de su POSICION, la frase «el Unigénito Hijo engendrado del Padre» también
indica la relación del Hijo con el Padre. El término «engendrado», por definición, coloca al
Hijo bajo la autoridad del Padre. El Hijo es engendrado, mientras que únicamente el padre
no es engendrado. Debido a que el Hijo sólo actúa en acuerdo con el Padre y no por sí
mismo, está subordinado al Padre en jerarquía. Sin embargo, la subordinación del Hijo no
lo hace un separado o segundo «dios». Por naturaleza, el Hijo permanece igual al Padre,
compartiendo con él la divina y única sustancia de la Divinidad. Aunque el Padre y el Hijo
difieren en FUNCION Y POSICION, la igualdad en Naturaleza del padre y el Hijo preserva
la unidad de la Divinidad.
El Hijo de Dios, hecho carne
El Apóstol Pablo declara: «Mas venido el cumplimiento del tiempo, Dios envió su Hijo,
hecho de mujer, hecho súbdito a la ley» (Gálatas 4:4). Es decir, que el Padre envió a su
Hijo como el mismo Jesús lo declaró: «Si vuestro padre fuera Dios, ciertamente me
amaríais: porque yo de Dios he salido y he venido; que no he venido de mí mismo, mas él
me envió» (Juan 8:42). Por lo que entendemos que Jesús vino del cielo a este mundo: «El
que de arriba viene, sobre todos es; el que es de la tierra, terreno es, y cosas terrenas
habla; el que viene del cielo, sobre todos es». «Y nadie subió al cielo, sino el que
descendió del cielo, el Hijo del Hombre, que está en el cielo» (Juan 3:31,13).
Así Jesús, el Hijo de Dios, al ser enviado a la tierra, nacería de mujer, cumpliendo la
profecía de Isaías: «Por tanto el mismo Señor os dará señal: He aquí que la virgen
concebirá, y parirá hijo, y llamará su nombre Emmanuel» (Isaías 7:14). Correspondiéndole
a María el privilegio de ser la madre del Hijo de Dios: «… el ángel Gabriel fue enviado de
Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazareth, a una virgen desposada con un varón que
se llamaba José, de la casa de David: y el nombre de la virgen era María… Entonces el
ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia cerca de Dios. Y he aquí,
concebirás en tu seno, y parirás un hijo, y llamarás su nombre JESUS. Este será grande,
y será llamado Hijo del Altísimo: y le dará el Señor Dios el trono de David su Padre»
(Lucas 1:26-27, 30-32).
Así, María concibió en su seno al Hijo de Dios, y esto bajo la mediación o intervención del
Espíritu Santo: «Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? porque no conozco
varón. Y respondiendo el ángel dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del
Altísimo te hará sombra; por lo cual también lo Santo que nacerá, será llamado Hijo de
Dios» (Lucas 1:35). Preparándose así el completo escenario para que el Hijo de Dios
pudiese venir a cumplir la misión para la cual habría de ser enviado a este mundo: «Así
que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo,
para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al diablo»
(Hebreos 2:14).
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El Cristo, Salvador del Mundo
Jesús, el Hijo de Dios, nacido de María, al manifestarse al mundo como el enviado
de Dios, fue reconocido como el Cristo: «Y respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el
Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Mateo 16:16). «Era Andrés, hermano de Simón Pedro,
uno de los dos que habían oído de Juan, y le habían seguido. Este halló primero a su
hermano Simón, y díjole: Hemos hallado al Mesías (que declarado es, el Cristo). Y le trajo
a Jesús» (Juan 1:40-42). Y así se manifestó a los hombres: «Dícele la mujer: Sé que el
Mesías ha de venir, el cual se dice el Cristo; cuando él viniere nos declarará todas las
cosas. Dícele Jesús: Yo soy, que hablo contigo» (Juan 4:25-26).
Fue Jesús enviado por su Padre con la encomienda de salvar al mundo: «Porque no
envió Dios a su Hijo al mundo para que condene al mundo, mas para que el mundo sea
salvo por él» (Juan 3:17). Convirtiéndose así en el medio único de Salvación para los
hombres: «Y en ningún otro hay salud; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado
a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4:12).
Jesús cumplió su misión dándose a sí mismo para redimirnos: «Que se dio a sí mismo por
nosotros para redimirnos de toda iniquidad, y limpiar para sí un pueblo propio, celoso de
buenas obras» (Tito 2:14). Desde entonces, todo hombre puede encontrar en Jesús
redención en su sangre, la remisión de sus pecados: «En el cual tenemos redención por
su sangre, la remisión de pecados por las riquezas de su gracia» (Efesios 1:7).
Artículo 4.- El Espíritu Santo
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama referente al «Espíritu Santo» es que:
a) El Espíritu Santo es el Consolador que Jesucristo prometió enviar para que
tomase su lugar en el corazón de los redimidos.
b) No es una persona, sino el poder vivificador que emana de Dios y de Cristo, a
través del cual el Padre y el Hijo se manifiestan en el hombre.
c) Por el Espíritu Santo, Dios revela la verdad de las Sagradas Escrituras a los
hombres, y les da poder para testificar de Cristo.
d) La prueba evidente de la presencia del Espíritu Santo en la vida de los
creyentes es la manifestación del fruto del Espíritu.
El Consolador prometido por Jesús
Al aproximarse el tiempo en el cual nuestro Señor Jesucristo habría de ascender a
los cielos dijo: «Salí del Padre» (Juan 16:28).
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Mas antes de ello, prometió no dejar solos a sus discípulos, sino que enviaría al
«Consolador»: «Si me amáis, guardad mis mandamientos; y yo rogaré al Padre, y os dará
otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: Al Espíritu de verdad, al cual
el mundo no puede recibir…» (Juan 14:15-17). Consolador que vendría a ocupar su lugar
entre los suyos: «Empero yo os digo la verdad: Os es necesario que yo vaya: por que si
no fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si yo fuere, os le enviaré» (Juan
16:7).
¿Qué es el Espíritu Santo?
El Espíritu Santo es el poder vivificador (Romanos 8:11) que procede de Dios:
«Empero cuando viniere el Consolador, el cual yo os enviaré del Padre, el Espíritu de
verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio de mí» (Juan 15:26), y de Cristo
«…Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de él» (Romanos 8:9).
A través del Espíritu Santo, Dios y Cristo se manifestarán en el hombre. Nuestro Señor
Jesucristo dijo: «El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos
a él, y haremos con él morada» (Juan 14:23). Aquí Jesús promete a quien guarde su
Palabra, que él y el Padre vendrán a hacer morada con él; pero Jesús no mencionó para
nada al Espíritu Santo. El Apóstol Pablo escribió: «¿No sabéis que sois templo de Dios, y
que el Espíritu de Dios mora en vosotros?» (1 Corintios 3:16). Dios el Padre está en el
cielo y Jesucristo se encuentra a su diestra (Hechos 7:55-56), pero ambos a través del
Espíritu Santo están presentes en la tierra y moran en el corazón de los creyentes: «…Y
en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado» (1 Juan
3:24).
Jesús lo definió como «Potencia de lo alto». «Y he aquí, yo enviaré la promesa de mi
Padre sobre vosotros: más vosotros asentad en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis
investidos de potencia de lo alto» (Lucas 24:49).
Función del Espíritu Santo
El Espíritu Santo revela la verdad de las Sagradas Escrituras: «Pero cuando viniere
aquel Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad…» (Juan 16:13). «Mas el Consolador,
el Espíritu Santo, al cual el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y
os recordará todas las cosas que os he dicho» (Juan 14:26).
Evidencia de poseer el Espíritu Santo
La señal de que un creyente posee el Espíritu Santo se manifiesta por tener en su
vida las siguientes cualidades o frutos del Espíritu: «Más el fruto del Espíritu es:
caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, contra
tales cosas no hay ley» (Gálatas 5:22-23).
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Si una persona posee estas cualidades, estamos seguros que esa persona está llena del
Espíritu Santo, pues éste ha hecho de él una nueva criatura, un verdadero y fiel hijo de
Dios: «Porque todos lo que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de
Dios» (Romanos 8:14).
Obvio es entender, que para poseer el Espíritu Santo habrá que andar de acuerdo a la
voluntad de Dios, pues él sólo concede su Espíritu a quien le obedece (Hechos 5:32).
Jesús lo prometió a quien guardase sus mandamientos (Juan 14:15-17).
Artículo 5.- La caída del Hombre.
Lo que la Iglesia cree y proclama referente a la «Caída del hombre», es que:
a) El hombre fue hecho a imagen y semejanza del Creador.
b) El hombre fue hecho recto (santo, justo, lleno de verdad e inocencia); pero a la
vez, susceptible a las tentaciones. Sin embargo, estaba capacitado para
decidir por sí mismo el ser fiel o no a Dios cuando fuera probado.
c) Si permanecía fiel, podría alcanzar la vida eterna. Si sucumbía, entonces
encontraría la muerte a causa de su deslealtad.
d) En la tentación fue vencido por Satanás y como consecuencia perdió su
posesión en la gloria de Dios, atrayendo dolor, sufrimiento y muerte para sí y
para toda la humanidad.
La Creación del Hombre
Después de haber creado los cielos y la tierra (Génesis 1:1), Dios puso su atención
en el planeta en que vivimos, lo acondicionó como hogar para el ser que más tarde
habría de crear y que llamó «hombre». Hombre que fue creado del polvo de la tierra
(Génesis 2:7) y que creó Dios a su imagen y conforme a su semejanza (Génesis
1:26-27).
El Hombre y la Tentación
El hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, fue creado recto, es decir, santo,
justo, lleno de verdad e inocencia; esa fue la conclusión a la cual llegó el rey
Salomón, al investigar lo relacionado con el hombre y su creación (Eclesiastés
7:29).
Sin embargo, aunque el hombre fue recto, a la vez era susceptible a las tentaciones;
razón por la cual fue sometido a prueba (Génesis 2:15-17). El propósito de probar al
hombre fue para mirar su virtud y transformar su naturaleza, en un carácter santo.
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La naturaleza moral es resultado de la creación por nacimiento, pero el carácter
moral es resultado de la prueba por la libre elección de lo bueno en presencia de lo
malo.
El Hombre, la Vida y la Muerte
Dios creó al hombre moral con la oportunidad de poseer vida terna, puesto que en
el huerto de Edén donde fue colocado, Dios había plantado junto con los demás
árboles el árbol de la vida (Génesis 2:9) del cual podría participar y vivir para
siempre (Génesis 3:22). Esto lo hubiese logrado si hubiera permanecido fiel a su
Creador; pues se le había advertido: «Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no
comerás de él, porque el día que de él comieres, morirás» (Génesis 2:17), por lo tanto, si
el hombre permanecía fiel alcanzaba la vida eterna, si sucumbía en la prueba encontraría
la muerte, por su deslealtad.
Desde el principio el hombre ha tenido frente de si dos opciones las que Moisés presentó
a Israel: «Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal»
(Deuteronomio 30:15). Puesto que el hombre fue creado con capacidad de decidir ser fiel
o no a Dios, puede echar mano de la vida haciendo el bien (obedeciendo a Dios); o recibir
la muerte si es que hace lo malo (desobedeciendo a Dios).
La caída del Hombre y su Consecuencia
En la prueba a la cual fue sometido el hombre, fue tentado por Satanás (Génesis
3:1-6), aquella serpiente antigua (Apocalipsis 12:9); (1 Timoteo 2:14; 2 Corintios
11:3). El hombre fue vencido por la tentación, no pasó la prueba (Génesis 3:6-13).
Esto trajo como consecuencia que Dios castigase con la muerte al hombre por su
pecado (desobediencia) (Génesis 3:16-19).
Esta caída afectó a toda la tierra y a sus moradores. Dios por el amor que tiene
hacia el hombre no lo maldijo, pero maldijo a la tierra (Génesis 3:17). El hombre al
caer en trasgresión fue destituido de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Al perder su
justicia y santidad, perdió la comunión con Dios, atrayendo dolor, sufrimiento y
muerte sobre sí (Génesis 3:16-19), y también sobre la humanidad (Romanos 5:12).
Según las Escrituras, la muerte física está establecida como ley para todos los
seres humanos, pero después de ésta han de levantarse para ser juzgados
(Hebreos 9:27): si murieron haciendo bien se levantarán para vida eterna, si
murieron haciendo mal se levantarían para recibir la muerte segunda (Juan 5:28-29).
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Artículo 6.- El Plan de Salvación
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama referente al «Plan de Salvación», es que:
a) El Plan de Salvación fue trazado por Dios el Padre como un medio para que el
hombre escape de la pena de muerte pronunciada sobre él.
b) La parte central de este plan es Jesucristo, al cual Dios envió a la tierra para
redimir al hombre de la maldición del pecado.
c) La misión que el Padre dio a su Hijo fue cumplida por éste mediante su vida
impecable sobre la tierra; la cual ofreció en sacrificio, derramando su sangre
preciosa en el tosco madero de la cruz.
d) El Padre aceptó la muerte de su Hijo como pago de nuestra redención,
haciendo posible el perdón de nuestros pecados; por lo cual lo resucitó para
nuestra justificación.
e) Este don de Dios que ofrece vida eterna está dispuesto para cuantos lo
acepten bajo las condiciones que Dios ha establecido.
El Plan de Salvación, una expresión del Amor de Dios
Aunque el Creador y Todopoderoso Dios desde el principio decretó la muerte para
el pecador (Romanos 6:23), a través de sus siervos los profetas también ha
externado su sentir diciendo: «Que no quiero la muerte del que muere, dice el Señor
Jehová, convertíos y viviréis» (Ezequiel 18:32). El Apóstol Pedro hablando del por qué de
la tardanza de la Segunda Venida del Señor dice que ésto se debe a la misericordia que
Dios tiene por nosotros: «El Señor no tarda su promesa, como algunos la tienen por
tardanza; sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno PEREZCA,
sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 Pedro 3:9). El Apóstol Pablo escribe
diciendo: «El cual quiere que todos los hombres sean salvos…» (1 Timoteo 2:4). Siendo
el deseo de Dios que todos los hombres sean salvos y que puedan escapar de la muerte
decretada contra ellos por causa del pecado, formó un plan de salvación, el cual llevaría a
la práctica su Hijo unigénito.
El Hijo de Dios y el Plan de Salvación para el Hombre
Como el hombre no puede redimirse a sí mismo y en manera alguna redimir a su
prójimo (Salmo 49:6-8), Dios envió a su Hijo amado para salvar al mundo (Juan
3:17), dándolo como medio y precio del rescate de nuestras almas: «Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito para todo aquel que en él
cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16).
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Cumplimiento de la misión que el Padre encomendó a su Hijo
La misión que el Padre dio a su Hijo fue cumplida por éste, llevando una vida impecable
(1 Pedro 2:22), para ofrecerla en rescate por muchos (Mateo 20:28); de lo cual el Apóstol
Pablo escribió: «El cual se dio a sí mismo en precio del rescate por todos, para testimonio
en sus tiempos» (1 Timoteo 2:6). Y así fuimos rescatados con la preciosa sangre de
Cristo, como de un cordero sin mancha ni contaminación (1 Pedro 1:18-19).
La muerte de Cristo fue un dolor inmenso que también
el Padre sufrió por nosotros
Si ciertamente por causa del pecado el hombre fue destituido de la gloria de Dios
(Romanos 3:23), ahora en Cristo Jesús es redimido, siendo justificado
gratuitamente por su gracia (Romanos 3:24). Pues Dios, sabía que la única forma de
rescatarlo era enviando a su Hijo a enseñarnos, aunque esto significara entregarlo a
la muerte ya que éste había sido el fin de otros profetas que envió con anterioridad;
pero pudo más su amor por nosotros (Juan 3:16).
Cristo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero y fuimos sanados por
su herida (1 Pedro 2:24). «Al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros, para
que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él» (2 Corintios 5:21).
El Pecado y la Salvación
Una verdadera apreciación de la salvación del hombre por Dios, puede ser obtenida
por medio de un análisis de la largura, la anchura y la profundidad del pecado. El
pecado es la transgresión de la ley de Dios (1 Juan 3:4). El pecado es cualquier acto
de maldad (1 Juan 5:17), cualquier cosa que esté destituida de la gloria de Dios
(Romanos 3:23). Se comete pecado con el pensamiento (Proverbios 24:9), con la
actitud (Proverbios 14:21), en palabra (Proverbios 10:19; Santiago 3:2), en hábito
(Romanos 7:20), y en omisión (Santiago 4:17). Pecado es el fracaso de no siempre
amar (Santiago 2:8-9) o de no siempre creer (Romanos 14:23). Pecado, en un
sentido general (Salmo 119:96), puede ser definido como cualquier carencia de
conformidad a la perfección de Jesucristo (1 Pedro 2:21-23; 1 Juan 2:6; Romanos
8:29).
Cuando la magnitud del pecado y la justa condenación de Dios sobre él es
entendida, entonces las buenas nuevas de que la paga del pecado ha sido cubierta
por la muerte de Cristo, pueden ser creídas con apreciación (1 Corintios 15:3). Una
relación de fe con el crucificado y resucitado Salvador y Señor, trae la seguridad del
perdón (Hebreos 10:18, 22) y la imputación de la perfecta justicia a los registrados
que están en los cielos (Romanos 8:1). Este mismo Señor, que justifica a los impíos
(Romanos 4:5) gratuitamente por medio de su sangre (Romanos 5:9), también
16
principia la obra de santificación a través de su Espíritu regenerante cuando el
hombre cree primeramente (Tito 3:5-6). Existe una fe falsa que no justifica ni
santifica (Santiago 2:14-26). La fe que verdaderamente acepta la gracia salvadora de
Dios (Efesios 2:10; Gálatas 5:5), produciendo frutos de obediencia y santidad que
incrementan continuamente, aunque en forma desigual e imperfecta hacia el
carácter de Cristo (Efesios 4:13).
De esta manera, la fe salvífica siempre produce buenas obras (Santiago 2:18); pero
las buenas obras nunca producen la salvación (Gálatas 2:16), ni tampoco están
suficientemente libres de pecado para mantenerlas (Gálatas 3:3); aquél que cree
para salvación, se mantiene justo (justificado) continuamente en la familia de Dios,
únicamente a través de la fe en la misericordiosa promesa de Dios (Romanos 1:17).
Este irá a la condenación final, sólo si voluntariamente niega el Evangelio de la
Gracia y el reino de Dios, y si perdura en la incredulidad y rebelión subsecuente
(Colosenses 1:22-23; Hebreos 3:12, 4:11; 1 Corintios 10:12).
Vida Eterna para cuantos acepten el mensaje de Dios
Dios quiere que todos los hombres sean salvos; para ello es necesario que vengan
al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2:4). Y que crean en aquél que ha hecho
posible nuestra salvación. Por cuanto:
a) Jesús es la puerta de salvación (Juan 10:1, 7, 9).
b) Solamente en Jesús hay salvación (Hechos 4:10-12).
c) En él hay perdón de pecados (Hechos 10:43).
d) Creyendo en él, el hombre pasa a ser hijo de Dios (Juan 1:12).
El don de Dios que ofrece vida eterna está dispuesto para cuantos lo acepten, pues
Dios dio a su Hijo por nosotros (Juan 3:16). La resurrección de Jesús nos da la
seguridad de que el plan de salvación ha sido confirmado en nuestro favor (1
Corintios 15:13-23).
Artículo 7.- Aceptando a Jesucristo
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama referente a aceptar a Jesucristo, es que:
a) Debemos recibirlo como Salvador personal.
b) Creer en él como el medio revelador de la voluntad de Dios.
c) Modelar nuestra vida siguiendo el ejemplo de Cristo, conforme a la Palabra de
Dios.
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La necesidad de aceptar que Jesucristo es su único
Salvador personal.
Para asegurar los beneficios del plan de salvación que Dios ha puesto al alcance de
todos los hombres, cada persona tiene que aceptar que Jesucristo es su único y
suficiente Salvador.
El Apóstol Pedro dijo de él: «Y en ningún otro hay salud; porque no hay otro nombre
debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvados» (Hechos 4:12). El
mismo Señor dijo: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
Unigénito para que todo aquél que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna» (Juan
3:16). Y Pablo, el ilustre Apóstol de los gentiles, hablando de la misión que Jesús trajo a
este mundo, escribió: «Palabra fiel y digna de ser recibida de todos; que Cristo Jesús vino
al mundo para salvar a los pecadores…» (1 Timoteo 1:15). Para que esto sea efectivo, el
hombre, al recibir a Jesucristo como su Salvador, tiene que manifestar un sincero
arrepentimiento de la vida pecaminosa que llevó, pues el Señor dijo: «…Porque no he
venido a llamar justos, sino pecadores a arrepentimiento» (Mateo 9:13). Y una de sus
últimas recomendaciones fue que se predicase en su nombre el arrepentimiento y la
remisión de pecados en todas las naciones, comenzando en Jerusalem (Lucas 24:47).
Creer en Jesús como el medio Revelador
de la Voluntad de Dios
Aceptar a Jesús implica creer en él como el comunicador de la voluntad de Dios,
pues, si ciertamente Jesús vino a este mundo a buscar y a salvar lo que se había
perdido (Lucas 19:10), ciertísimo es también que antes de morir por el pecado de
todos los hombres predicó la santa voluntad del Eterno. Declarando con gran
énfasis la importancia que tiene el acatar esa voluntad: «No todo el que me dice:
Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; mas el que hiciere la voluntad de mi Padre
que está en los cielos» (Mateo 7:21).
Hebreos 1:1-2 dice que el Señor Jesús es el transmisor de la voluntad de nuestro Padre
Celestial: «Dios, habiendo hablado muchas veces y en muchas maneras en otro tiempo a
los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, al cual
constituyó heredero de todo, por el cual asimismo hizo el universo». Y Jesús, al presentar
su doctrina expresó: «Mi doctrina no es mía sino de aquél que me envió» (Juan 7:16). Y
agregaba: «Porque yo no he hablado de mí mismo, mas el Padre que me envió, él me dio
mandamiento de lo que he de decir y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento
es vida eterna; así que, lo que yo hablo, como el Padre me lo ha dicho, así hablo» (Juan
12:49-50).
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Modelar nuestra vida siguiendo el ejemplo que Cristo nos dio
Todo el que acepta a Jesucristo como su Salvador personal debe arrepentirse de
todos sus pecados y seguir el lineamiento trazado por la doctrina de Jesucristo que
es la auténtica voluntad de Dios, lo que equivale a «modelar nuestra vida en el
ejemplo que él nos legó». Esto es lo que se conoce como la Conversión, el Nuevo
Nacimiento o regeneración que es el proceso por el cual el convertido recibe
transformación de su antigua vida pecaminosa, viniendo a ser una nueva criatura
en Cristo Jesús. Cuando esto se efectúa, el alma se renueva y desea ardientemente
testificar de Dios, y de aquel que ha hecho posible su salvación. El Apóstol Pablo,
al dirigirse a los corintios, lo hizo con las siguientes palabras. «De modo que si
alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; he aquí todas son
hechas nuevas» (2 Corintios 5:17). Para ello, el hombre debe dejar su pasada manera de
vivir, el viejo hombre que está viciado conforme a los deseos de error, y a renovarse en el
espíritu de su mente, y vestir el nuevo hombre que es criado conforme a Dios en justicia y
en santidad de verdad (Efesios 4:22-24). Viviendo como dijo Juan: «El que dice que está
en él, debe andar como él anduvo» (1 Juan 2:6), es decir, llevar una vida semejante a la
de nuestro Señor Jesucristo: «Porque para esto sois llamados; pues que también Cristo
padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que vosotros sigáis sus pisadas» (1
Pedro 2:21).
Artículo 8.- El Bautismo
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama referente al «Bautismo», es que:
a) El bautismo es una institución divina.
b) Es el siguiente paso de la fe, arrepentimiento y la conversión.
c) Simboliza la muerte al pecado y nueva vida en obediencia a Dios.
d) Debe realizarse por inmersión.
El Bautismo: Una institución Divina
La ordenanza del bautismo ha venido directamente de nuestro Señor Jesucristo
como algo imprescindible que deben realizar en su favor los que lo acepten como
su Salvador. El Señor mandó: «Por tanto, id y doctrinad a todos los gentiles,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (Mateo 28:19).
El Bautismo es el siguiente paso después de la Fe, el Arrepentimiento y la Conversión.
Creer en Jesucristo y ser bautizado es el medio para ser salvo (Hechos 18:8), pues creer
significa aceptar, tener fe (Hechos 8:12); mas antes del bautismo, el hombre deberá
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arrepentirse: «Y Pedro les dice: Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el
nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo»
(Hechos 2:38); «…arrepentíos y convertíos…» (Hechos 3:19). Es decir:
1) El hombre acepta a Jesús y tiene fe en su sacrificio.
2) Se arrepiente (siente pesar) de la vida pecaminosa que ha llevado.
3) Al bautizarse da testimonio público de su entrega y obediencia a Jesús, pues recibe
el perdón de pecados y el don del Espíritu Santo.
El Bautismo: Símbolo de Muerte al Pecado y Vida para Dios
El Bautismo es como una sepultura a donde el hombre baja para dejar en ella su
pasada manera de vivir y emerger (resucitar) a nueva vida en Cristo Jesús para
Dios: «¿O no sabéis que todos los que somos bautizados en Cristo Jesús, somos
bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él a muerte por el
bautismo; para que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así
también nosotros andemos en novedad de vida. Porque si fuimos plantados juntamente
con él a la semejanza de su muerte, así también lo seremos a la de su resurrección»
(Romanos 6:3-5); «Así también vosotros, pensad que de cierto estáis muertos al pecado,
mas vivos a Dios en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 6:11).
Forma de efectuar el Bautismo
El apóstol Pablo dijo: «Un Señor, una fe, un bautismo» (Efesios 4:5). De esto
entendemos que el acto del bautismo está limitado a una sola forma. En la Biblia donde
se encuentra la palabra bautismo, ésta ha sido traducida del original griego «Bautizo»,
que significa «ser sumergido» (Diccionario Strong de palabras en el Testamento Griego).
Así que cuando una persona es bautizada, debe ser «sumergida» en el agua. Esta fue la
forma de bautismo practicada por los Apóstoles y utilizada por la Iglesia primitiva. Jesús
se sometió a esta forma de bautismo. La Biblia registra: «Entonces Jesús vino de Galilea
a Juan al Jordán, para ser bautizado de él… después que fue bautizado, subió luego del
agua…» (Mateo 3:13,16a).
Juan sólo practicó el bautismo por inmersión según Juan 3:23: «Y bautizaba también Juan
en Enón junto a Salim, porque había muchas aguas; y venían, y eran bautizados». En el
bautismo del eunuco Etíope se registra lo siguiente: «… descendieron ambos al agua,
Felipe y el Eunuco; y bautizóle» (Hechos 8:38). Y fue necesario que ambos descendieran
al agua, así como cuando Jesús fue bautizado.
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II. ACCION CRISTIANA
Artículo 9.- La Cena del Señor
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama referente a la «La Cena del Señor», es
que:
a) La celebración de la Cena del Señor es una ordenanza dada a la Iglesia como
un memorial de la muerte de Cristo.
b) Su celebración nos recuerda el nuevo pacto sellado con la sangre de
Jesucristo.
c) Debe observarse anualmente al principio del día 14 de Nizán (Abid), primer
mes del calendario hebreo.
d) Debe usarse en este servicio solamente pan sin levadura y el jugo de la vid
(sin fermentar), como emblema del cuerpo de Cristo y de su sangre.
e) Sólo los miembros (bautizados) de la Iglesia de Dios pueden participar de
estos emblemas.
La Cena del Señor: una ordenanza a la Iglesia
El Señor Jesucristo, la noche del día en que fue crucificado, estando con sus
discípulos participando del «cordero pascual», instituyó como memorial de su
muerte lo que más tarde el Apóstol Pablo llamaría «La Cena del Señor» (1 Corintios
11:20). «Y estando ellos comiendo, tomó Jesús pan, y bendiciendo, partió y les dio, y dijo:
Tomad, esto es mi cuerpo. Y tomando el vaso, habiendo hecho gracias, les dio y bebieron
de él todos. Y les dice: Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada.
De cierto os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta aquel día cuando lo beberé
nuevo en el reino de Dios» (Marcos 14:22-25). El evangelista Lucas registra las palabras
en las que Jesús da la orden a sus discípulos de que esta ordenanza se hiciera en
memoria de él: «Y tomando el pan, habiendo dado gracias, partió y les dio, diciendo: Esto
es mi cuerpo, que por vosotros es dado: haced esto en memoria de mi» (Lucas 22:19).
El Apóstol Pablo, refiriéndose a la orden dada por el Señor, dice: «Porque yo recibí del
Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado,
tomó pan; Y habiendo dado gracias, lo partió y dijo: Tomad, comed: esto es mi cuerpo que
por vosotros es partido: haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa,
después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre: haced
esto todas las veces que bebiereis, en memoria de mí. Porque todas las veces que
comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que
venga» (1 Corintios 11:23-26).
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Su celebración nos recuerda
el Nuevo Pacto sellado con la sangre de Jesús
El antiguo Pacto celebrado entre Dios e Israel, teniendo como base la ley de Dios
escrita en dos tablas de piedras y sellado con sangre de animales (Éxodo 24:1-18),
quedó abolido por el mismo Dios, quien prometió efectuar su nuevo pacto teniendo
como base la ley escrita en los corazones de su pueblo y sellado éste con la
preciosa sangre de Jesucristo (Jeremías 31:31-34; Hebreos 10:14-23). A esto se
refirió Jesús al instituir la memorable Cena diciendo: «…Esto es mi sangre del nuevo
pacto» (Marcos 14:23-24). La Iglesia de Dios en este sagrado acto hace remembranza de
su redención en Jesucristo y de la nueva alianza que ha hecho con Dios.
La celebración de la Cena del Señor, por los creyentes de la Iglesia de Dios, no es para
perdón de los pecados sino para hacer remembranza de nuestra salvación que por la
gracia de Dios hemos adquirido por la fe en Jesucristo y para fortalecer la comunión con
Dios y sustentar nuestra fe. Al conocer a Jesucristo, aceptando y creyendo en él como
único y suficiente Salvador, todos nuestros pecados fueron lavados en su preciosa
sangre; ahora cada creyente debe vivir en santidad durante el año, de tal modo que
pueda acercarse dignamente a la mesa del Señor, pues de no hacerlo así, juicio come y
bebe para sí (1 Corintios 11:27-29).
La Cena del Señor: Una Celebración Anual
El Señor Jesús instituyó el memorial de su muerte la noche en que el pueblo de
Israel celebraba la Pascua, participando del «cordero pascual».
«Y vino el día de los ázimos, en el cual era necesario matar la pascua. Y envió a Pedro y
a Juan, diciendo: Id, aparejadnos la pascua para que comamos… Fueron pues y hallaron
como les había dicho, y aparejaron la pascua. Y como fue hora, sentóse a la mesa y con
él los apóstoles…» (Lucas 22:7, 8, 13, 14; ver Mateo 26:17-20). La Pascua era celebrada
el día 14 del primer mes llamado Abid o Nizán del calendario Hebreo. «En el mes primero,
a los catorce del mes, entre las dos tardes, pascua es de Jehová» (Levítico 23:5). Y hoy
como un memorial de la muerte de Jesús, en acatamiento a su mandato, el pueblo de
Dios participa de esta celebración en la fecha en que Jesús fue entregado, anunciando al
mundo la muerte del Señor (1 Corintios 11:23-26).
Emblema del Cuerpo y la Sangre del Señor
En esta conmemoración debe usarse, conforme a la institución del Señor,
exclusivamente pan sin levadura y el fruto de la vid (jugo de uva sin fermentar),
como emblema de su cuerpo y de su sangre. «Y comiendo ellos, tomó Jesús el pan
(pan ázimo que se comía en la pascua, Éxodo 12:8), y bendijo, y lo partió, y dio a sus
discípulos, y dijo: Tomad, comed esto es mi cuerpo. Y tomando el vaso, y hechas gracias,
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les dio, diciendo: Bebed de él todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, la cual es
derramada por muchos para remisión de los pecados. Y os digo, que desde ahora no
beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día, cuando lo tengo de beber nuevo con
vosotros en el Reino de mi Padre» (Mateo 26:26-29).
La Cena del Señor: una Celebración exclusiva de
los creyentes que viven de acuerdo a la voluntad de Dios
La celebración de la Cena del Señor es una participación emblemática del cuerpo y
la sangre del Señor, comparándose a nuestro Señor Jesucristo con la pascua,
«porque nuestra pascua, que es Cristo, fue sacrificada por nosotros» (1 Corintios 5:7b).
Entendemos que, «las cosas que antes fueron escritas, para nuestra enseñanza fueron
escritas» (Romanos 15:4). De tal manera, que si de la pascua ningún extraño (extranjero)
podía participar de ella (Éxodo 12:43), así ahora, ninguna persona que no viva de acuerdo
a la voluntad de Dios puede participar de la celebración, de la Cena del Señor.
Artículo 10.- El Lavatorio de los Pies
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama respecto al «Lavatorio de los Pies», es
que:
a) El lavatorio de los pies es una ordenanza dada por Jesús como ejemplo de
humildad.
b) Esta ordenanza debe practicarse en la relación con la Cena del Señor.
El Lavatorio de los Pies: una Ordenanza del Señor
El Lavatorio de los Pies es una ordenanza dada por Jesús para que aprendamos a
ser humildes. «Pues si yo, el Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también
debéis lavar los pies los unos a los otros» (Juan 13:14). Entendemos que este acto fue
instituido por el Señor para que entre los suyos nadie se sienta más grande que los
demás.
Cristo predicó y practicó la humildad, así desea que viva el hombre; él advirtió: «Porque
cualquiera que se ensalza será humillado; y el que se humilla, será ensalzado» (Lucas
14:11). La humildad es la virtud que el Señor desea que aprendamos de él, siguiendo su
ejemplo; haciendo un resumen de esta santa instrucción para estar al servicio de los
demás y no esperar a que ellos estén a nuestro servicio. El dijo: «Llevad mi yugo sobre
vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso
para vuestras almas» (Mateo 11:29).
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El Lavatorio de los Pies en relación con la Cena del Señor
El Lavatorio de los Pies, debe practicarse en relación con la observancia de la Cena
del Señor, aprovechando el momento de comunión especial que el pueblo de Dios
vive al estar recordando la muerte del Señor Jesús.
El registro sagrado nos indica que al participar de la Pascua, el Señor Jesús en
compañía de sus discípulos participa del pan «ázimo», emblema de su cuerpo, y del
«Fruto de la vid», emblema de su sangre, e instituye el lavatorio de los pies. «Y la
Cena acabada, como el diablo ya había metido en el corazón de Judas, hijo de Simón
Iscariote, que le entregase» (Juan 13:2). «Levantase de la cena, y quitase su ropa, y
tomando una toalla, ciñose. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de
sus discípulos, y a limpiarlos con la toalla con que estaba ceñido» (Juan 13:4-5). Lo que a
continuación se registra nos da entender la importancia que tiene la práctica del lavatorio
de los pies: «Dícele Pedro: No me lavarás los pies jamás. Respondió Jesús: Si no te
lavare, no tendrás parte conmigo» (Juan 13:6-8).
Pedro se resistía a que el Señor le lavara los pies, pero en cuanto oyó que el que no
participe de este acto, no tendría parte con Jesús, reaccionó de la siguiente manera:
«Díceles Simón Pedro: Señor, no sólo los pies, mas aun las manos y la cabeza. Dícele
Jesús: El que está lavado, no necesita sino que le lave los pies, mas está todo limpio: Y
vosotros limpios estáis, aunque no todos» (Juan 13:9-10).
En seguida Jesús habla del significado de este acto, y deja asentado que éste debe
seguirse practicando entre sus discípulos: «Así que, después que les hubo lavado los
pies, y tomado su ropa, volviéndose a sentar a la mesa, díjoles: ¿Sabéis lo que os he
hecho? Vosotros me llamáis Maestro y Señor: Y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el
Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavar los pies los unos
a los otros. Por ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también
hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el apóstol es
mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurado seréis, si las hiciereis»
(Juan 13:12-17).
El consejo respecto a la humildad que debemos tener para someternos a sus ordenanzas
nos lo brinda el Apóstol Santiago al decirnos lo siguiente: «Humillaos delante del Señor, y
él os ensalzará» (Santiago 4:10). Humillarse delante del prójimo al lavarle los pies no es
fácil cuando el orgullo no nos da lugar a que nos guíe el Espíritu de nuestro Dios. Más por
la influencia del Espíritu Santo, lavar los pies de nuestros hermanos es manifestación de
amor a nuestro Dios: «Si alguno dice, Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es
mentiroso. Porque el que no ama a su hermano al cual ha visto, ¿cómo puede amar a
Dios a quien no ha visto?» (1 Juan 4:20).
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Artículo 11.- La Oración
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama referente a la práctica de la oración, es
que:
a) Es el medio que el hombre tiene para comunicarse con Dios.
b) Esta debe hacerse en nombre de Jesucristo.
c) Jesús, como Sumo Pontífice del Pueblo de Dios, penetró los cielos y está a la
diestra del Padre Celestial intercediendo por sus discípulos.
d) La oración debe hacerse con plena certidumbre de fe.
La Oración: medio de Comunicación con Dios
La oración es un don de Dios: «Clama a mí y te responderé…» (Jeremías 33:3), «Velad
y orad, para que no entréis en tentación…» (Mateo 26:41). La oración es el conducto que
el hombre tiene para comunicarse con su Creador: «Oye pues la oración de tu siervo, y de
tu pueblo Israel; cuando oraren en este lugar, también tú lo oirás en el lugar de tu
habitación, desde los cielos: que oigas y perdones» (1 Reyes 8:30).
Es el medio que el hombre tiene para manifestar delante de Dios sus necesidades y su
gratitud: «Por nada estéis afanosos; sino sean notorias vuestras peticiones delante de
Dios en toda oración y ruego, con hacimiento de gracias» (Filipenses 4:6). Jesús enseñó
a sus discípulos a orar dirigiendo su plegaria a Dios que está en las alturas de los cielos:
«Vosotros pues, oraréis a sí: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu
nombre» (Mateo 6:9).
El creyente debe orar en nombre de Jesucristo
Jesús indicó a los suyos, que la oración la debían hacer en su nombre: «Y todo lo
que pediréis al Padre en mi nombre, esto haré, para que el Padre sea glorificado en el
Hijo. Si algo pidieres en mi nombre, yo lo haré» (Juan 14:13,14). Orando en el nombre de
Jesús, la oración del cristiano será eficaz y los que verdaderamente buscan a Dios en
oración tendrán cubiertas sus necesidades.
Jesús dijo: «De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidieres al Padre en mi nombre,
os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada
habéis pedido en mi nombre: pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido»
(Juan 16:23-24). ¿Por qué debemos orar a Dios en el nombre de Jesucristo? porque él es
el mediador entre Dios y los hombres: «Porque hay un Dios, asimismo un mediador entre
Dios y los hombres, Jesucristo Hombre» (1 Timoteo 2:5).
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Jesús, Sumo Pontífice, Puente del Pueblo de Dios
«Porque todo pontífice, tomado de entre los hombres, es constituido a favor de los
hombres en lo que a Dios toca, para que ofrezca presentes y sacrificios por los pecados»
(Hebreos 5:1). Tal fue la misión que tuvieron los hombres llamados a este ministerio; y a
semejanza de ellos, pero en forma más efectiva, nuestro Señor Jesucristo fue constituido
nuestro Sumo Pontífice: «Por tanto, teniendo una gran Pontífice, que penetró los cielos,
Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un Pontífice que
no se pueda compadecer de nuestras flaquezas; mas tentado en todo según nuestra
semejanza, pero sin pecado» (Hebreos 4:14-15). Hoy, en su nombre podemos acercarnos
a Dios: «Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar
misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4:16). Pues él intercede
por nosotros a la diestra de Dios: «¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió:
más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también
intercede por nosotros» (Romanos 8:34).
Algunas Recomendaciones sobre la Oración
1.- Debe hacerse obedeciendo a Dios (1 Juan 3:22).
2.- Debe hacerse con corazón lleno de fe (Hebreos 10:22; Santiago 5:17).
3.- Debe ser un hábito diario (1 Tesalonicenses 5:17).
4.- Debe ser persistente, con reverencia, sin desmayar (Lucas 18:1).
5.- La mujer debe cubrir su cabeza al orar (1 Corintios 11:5-6).
6.- Se deben pedir cosas útiles para el desarrollo de la vida espiritual (Santiago
4:3).
7.- Debemos pedir de acuerdo a la voluntad del Señor (1 Juan 5:14).
El Señor no dejó una oración para repetirla continuamente, sino como modelo para
mostrarnos las cosas que podemos y debemos pedir y que él nos dará (Mateo 6:9-
13).
Artículo 12.- La oración por los Enfermos
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama respecto a la «Oración por los enfermos»,
es que:
a) Dios oye y contesta las plegarias de fe, tanto individuales como colectivas a favor de
los enfermos.
b) Los enfermos deben llamar a los ancianos de la Iglesia para que oren a Dios y los
unjan con aceite.
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Dios oye y contesta la oración a favor de los enfermos
Dios manifiesta su amor a los hombres, interviniendo a favor de aquellos que le
buscan; el salmista escribió: «Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio
en las tribulaciones» (Salmo 46:1). Y referente a la enfermedad dice: «El es quien
perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias» (Salmo 103:3).
El Rey Ezechías oró a Dios cuando estaba enfermo; Dios lo sanó y prolongó su vida (2
Reyes 20:1-6). Por la oración del Apóstol Pablo, el padre de Publio fue sano: «Y aconteció
que el padre Publio estaba en cama, enfermo de fiebres y disentería: al cual Pablo entró;
y después de haber orado, le puso las manos encima y sanó» (Hechos 28:8).
La unción con aceite y la oración para sanidad
El don de sanidad lo tuvieron los Apóstoles y lo usaron sanando a muchos
enfermos, al orar por ellos en el nombre de Jesús, puesto que tal poder les dio él
Señor: «Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio potestad contra los espíritus
inmundos, para que los echasen fuera y sanasen toda enfermedad y toda dolencia»
(Mateo 10:1). Jesús dio la siguiente orden: «Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad
muertos, echad fuera demonios: de gracia recibisteis, dad de gracia» (Mateo 10:8). Los
Apóstoles pusieron por obra este don, no sólo en los días en que Jesús estuvo con ellos,
sino después de que el señor ascendió a los cielos: «Y por las manos de los apóstoles
eran hechos muchos milagros y prodigios en el pueblo… Tanto que echaban a los
enfermos por la calles y los ponían en camas y lechos... Y aun de las ciudades vecinas
concurrían multitud a Jerusalem, trayendo enfermos y atormentados de espíritus
inmundos; los cuales todos eran curados» (Hechos 5:12, 15, 16). Tan grande era el poder
y don de sanidad que poseyeron los apóstoles, que aun enviando a los enfermos sus
pertenencias, con ellas éstos sanaban: «Y hacía Dios singulares maravillas por manos de
Pablo: De tal manera que aun se llevaban sobre los enfermos los sudarios y los pañuelos
de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los malos espíritus salían de ellos»
(Hechos 19:11-12).
Aunque no siempre se ejerció con efectividad el don de sanidad, de tal suerte que Pablo
(quien tuvo potestad de enviar los sudarios y pañuelos de su cuerpo a los enfermos y
éstos sanaban) poco tiempo después recomendó a Timoteo lo siguiente: «No bebas de
aquí adelante agua, sino usa un poco de vino por causa del estómago, y de tus continuas
enfermedades» (1 Timoteo 5:23). También da el siguiente informe: «Erasto se quedó en
Corinto: y a Trófimo dejé en Mileto enfermo» (2 Timoteo 4:20). ¿Por qué dejó a Trófimo
enfermo en Mileto? ¿Acaso no quiso sanarlo? ¿Por qué a Timoteo le recomendó el uso
de vino en sustitución del agua por sus enfermedades? ¿Acaso huyó de él el don de
sanidad? No, no huyó de él, sino que no fue la voluntad de Dios sanarles. Santiago
recomienda la oración y la unción con aceite: «¿Está alguno enfermo entre vosotros?
Llame a los ancianos de la Iglesia y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del
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Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si estuviere en
pecados le serán perdonados. Confesaos vuestras faltas unos a otros y rogad los unos
por los otros, para que seáis sanos; la oración del justo, obrando eficazmente, puede
mucho» (Santiago 5:14-16).
Artículo 13.- Los Diez Mandamientos
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama respecto a los «Diez Mandamientos», es
que:
a) Los Diez Mandamientos de Dios son la ley básica para la conducta de la
humanidad.
b) Puesto que ninguno de ellos ha sido revocado o cambiado, deben observarse
todavía.
La Ley de los Diez Mandamientos
1.- Muchas personas creen que esta ley fue exclusivamente para Israel, porque al
ser proclamada en el Monte Sinaí, Dios se la dio a Moisés escrita con su
propio dedo en dos tablas de piedra (Éxodo 31:18), como el pacto que
concertó con este pueblo (Deuteronomio 4:13). Pero esta ley es la que desde
los albores de la humanidad fue dada al hombre como la voluntad del eterno.
2.- Los Diez Mandamientos o Decálogo, como comúnmente se conoce, fueron
dados por Dios como norma de conducta para su pueblo. En Éxodo 20:3-17 se
encuentran una lista tal como fueron proclamados en el Monte Sinaí.
MANDAMIENTO PRIMERO: «No tendrás dioses ajenos delante de mí» (Éxodo 20:3).
VIGENCIA Y OBSERVANCIA antes del Sinaí: «Entonces Jacob dijo a su familia y a todos
los que con el estaban: Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros, y limpiaos, y
mudad vuestros vestidos» (Génesis 35:2).
VIGENCIA Y OBSERVANCIA en el Nuevo Testamento: «Entonces Jesús le dice: Vete,
Satanás, que escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo servirás» (Mateo 4:10).
MANDAMIENTO SEGUNDO: «No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que
esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra: No te
inclinarás a ellas, ni las honrarás…» (Éxodo 20:4-5).
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VIGENCIA Y OBSERVANCIA antes del Sinaí: «Así dieron a Jacob todos los dioses
ajenos que había en poder de ellos (figuras y estatuillas, ídolos), y los zarcillos que
estaban en sus orejas; y Jacob los escondió debajo de una encina, que estaba junto a
Sichém» (Génesis 35:4).
VIGENCIA Y OBSERVANCIA en el Nuevo Testamento: «Siendo pues linaje de Dios, no
hemos de estimar la divinidad ser semejante a oro, o a plata, o a piedra, escultura de
artificio o de imaginación de hombres» (Hechos 17:29). «Hijitos guardaos de los ídolos» (1
Juan 5:21).
MANDAMIENTO TERCERO: «No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano» (Éxodo
20:7).
VIGENCIA Y OBSERVANCIA antes del Sinaí: «Y llamó el nombre de aquel lugar Massah
y Meribah, por la rencilla de los hijos de Israel, y porque tentaron a Jehová, diciendo:
¿Está, pues, Jehová entre nosotros, o no?» (Éxodo 17:7).
VIGENCIA Y OBSERVANCIA en el Nuevo Testamento: «Todos los que están debajo del
yugo de servidumbre, tengan a sus señores por dignos de toda honra, porque no sea
blasfemado el nombre del Señor y la doctrina» (1 Timoteo 6:1).
MANDAMIENTO CUARTO: «Acordarte has del día de reposo, para santificarlo: Seis días
trabajarás y harás toda tu obra; mas el séptimo día será reposo para Jehová tu Dios: no
hagas en él obra alguna, tú, ni hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu
extranjero que está dentro de tus puertas…» (Éxodo 20:8-10).
VIGENCIA Y OBSERVANCIA antes del Sinaí: «Y acabó Dios en el día séptimo su obra
que hizo, y reposó el día séptimo de toda su obra que había hecho. Y bendijo Dios al día
séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda su obra que había Dios criado y
hecho» (Génesis 2:2-3).
VIGENCIA Y OBSERVANCIA en el Nuevo Testamento: «Y vueltas, aparejaron drogas
aromáticas y ungüentos; y reposaron el sábado conforme al mandamiento» (Lucas 23:56).
MANDAMIENTO QUINTO: «Honra a tu padre y a tu madre…» (Éxodo 20:12).
VIGENCIA Y OBSERVANCIA antes del Sinaí: «Y Cam, padre de Canaán, vio la desnudez
de su padre, y díjole a sus hermanos a la parte de afuera… Y despertó Noé de su vino, y
supo lo que había hecho con él su hijo el más joven: Y dijo: Maldito sea Canaán; siervo de
siervos será a sus hermanos» (Génesis 9:22-25).
VIGENCIA Y OBSERVANCIA en el Nuevo Testamento: «Honra a tu padre y a tu madre,
que es el primer mandamiento con promesa…» (Efesios 6:2).
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MANDAMIENTO SEXTO: «No matarás» (Éxodo 20:13).
VIGENCIA Y OBSERVANCIA antes del Sinaí: «Y habló Caín a su hermano Abel: y
aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y le
mató… Y dijo Caín a Jehová: Grande es mi iniquidad para ser perdonada» (Génesis
4:8,13).
VIGENCIA Y OBSERVANCIA en el Nuevo Testamento: «Porque: No adulterarás; no
matarás; no hurtarás; no dirás falso testimonio; no codiciarás; y si hay algún otro
mandamiento, en esta sentencia se comprende sumariamente; Amarás a tu prójimo como
a ti mismo» (Romanos 13:9).
MANDAMIENTO SEPTIMO: «No cometerás adulterio» (Éxodo 20:14).
VIGENCIA Y OBSERVANCIA ante del Sinaí: «Y aconteció después de esto, que la mujer
de su señor puso los ojos en José y dijo: Duerme conmigo. Y él no quiso y dijo:… ¿Cómo,
pues, haría yo este grande mal y pecaría contra Dios» (Génesis 39:7-9).
VIGENCIA Y OBSERVANCIA en el Nuevo Testamento: «Honroso es en todos el
matrimonio, y el lecho sin mancilla; mas a los fornicarios y a los adúlteros juzgará Dios»
(Hebreos 13:4).
MANDAMIENTO OCTAVO: «No hurtarás» (Éxodo 20:15).
VIGENCIA Y OBSERVANCIA ante del Sinaí: «He aquí, el dinero que llevamos en la boca
de nuestros costales, te lo venimos a traer desde la tierra de Canaán; ¿cómo, pues,
habíamos de hurtar de casa de tu señor plata ni oro?» (Génesis 44:8).
VIGENCIA Y OBSERVANCIA en el Nuevo Testamento: «El que hurtaba no hurte más;
antes trabaje, obrando con sus manos lo que es bueno, para que tenga de que dar al que
padeciere necesidad» (Efesios 4:28).
MANDAMIENTO NOVENO: «No hablarás contra tu prójimo falso testimonio» (Éxodo
20:16).
VIGENCIA Y OBSERVANCIA antes del Sinaí: «¿No me dijo él: Mi hermana es: y ella
también dijo: Es mi hermano? Con sencillez de mi corazón, y con limpieza en mis manos
he hecho esto... Después llamó Abimelec a Abraham, y le dijo: ¿Qué nos has hecho? ¿Y
en qué peque yo contra ti, que has traído sobre mí y sobre mi reino tan grande pecado?
Lo que no debiste hacer has hecho conmigo» (Génesis 20:5, 9).
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VIGENCIA Y OBSERVANCIA en el Nuevo Testamento: «Por lo cual, dejada la mentira,
hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros»
(Efesios 4:25).
MANDAMIENTO DECIMO: «No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer
de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu
prójimo» (Éxodo 20:17).
VIGENCIA Y OBERVANCIA antes del Sinaí: «y vio la mujer que el árbol era bueno para
comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar sabiduría; y tomó
de su fruto y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella» (Génesis 3:6).
VIGENCIA Y OBSERVANCIA en el Nuevo Testamento: «¿Qué pues diremos? ¿La Ley es
pecado? En ninguna manera. Empero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque
tampoco conociera la concupiscencia, si la ley no dijera: no codiciarás» (Romanos 7:7).
Vigencia de la Ley en la Actualidad
Nuestro Señor Jesucristo no vino a abrogar (abolir, invalidar) o a cambiar la ley, él
vino a cumplirla sujetándose a ella. El dijo: «No penséis que he venido para abrogar la
ley o los profetas: no he venido para abrogar, sino a cumplir» (Mateo 5:17); y agregó:
«Porque de cierto os digo, que hasta que perezca el cielo y la tierra, ni una jota (la letra
más pequeña del alfabeto hebreo) ni un tilde (signo ortográfico de figura de coma o
rasguillo; rayita muy delgada que se coloca sobre algunas letras) perecerá de la ley, hasta
que todas las cosas sean hechas» (Mateo 5:18).
Nuestro amor hacia Dios debemos manifestarlo guardando sus mandamientos: «En esto
conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus
mandamientos. Porque este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos; y
sus mandamientos no son penosos» (1 Juan 5:2-3). Si amamos al Señor, debemos
guardar sus mandamientos (Juan 14:15).
En la observancia de la ley está la seguridad de haber conocido a Dios: «Y en esto
sabemos que nosotros le hemos conocido, si guardamos sus mandamientos» (1 Juan
2:3). Por la ley es el conocimiento del pecado: «Porque por las obras de la ley ninguna
carne se justificará delante de él; porque por la ley es el conocimiento del pecado»
(Romanos 3:20). «Cualquiera que hace pecado, traspasa también la ley; pues el pecado
es la transgresión de la ley» (1 Juan 3:4). Razón por la cual debemos vivir de acuerdo a
esa norma de conducta que Dios nos ha dado: «Porque cualquiera que hubiere guardado
toda la ley, y ofendiere en un punto, es hecho culpado de todos. Porque el que dijo. No
cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no hubieres cometido
adulterio, pero hubieres matado, ya eres hecho transgresor de la ley. Así hablad, y así
obrad, como los que habéis de ser juzgados por la ley de libertad» (Santiago 2: 10-12).
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Artículo 14.- El Sábado
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama respecto al «Sábado», es que:
a) El Cuarto Mandamiento de la ley de Dios nos ordena observar el séptimo día
de la semana, comúnmente llamado Sábado, como Día de Reposo.
b) Se debe observar desde la puesta del Sol del Viernes y concluirse hasta la
puesta del Sol del Sábado.
c) Fue dado como memorial de la creación y es un día que debe usarse para
descanso y adoración a Dios.
El Cuarto Mandamiento ordena observar el Sábado
El Cuarto Mandamiento del Decálogo ordena al pueblo de Dios observar el séptimo
día de la semana llamado sábado (Éxodo 31:15). El mandamiento es: «Acordarte has
del día del reposo para santificarlo» (Éxodo 20:8). Moisés les había hablado: «Esto es lo
que ha dicho Jehová: Mañana es el santo sábado, el reposo de Jehová… En los seis días
lo recogeréis, mas el séptimo día es sábado, en el cual no se hallará… Así el pueblo
reposó el séptimo día» (Éxodo 16:23, 26, 30).
Esta observancia del sábado la hizo Israel antes de recibir la ley en el Monte Sinaí, pues
ya conocía los mandamientos de Dios.
Se debe observar el Sábado como sagrado y santo
El Señor dijo: «seis días trabajarás y harás toda tu obra, mas el séptimo día será reposo
para Jehová tu Dios: No hagas en él obra alguna, tú, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni
tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas» (Éxodo 20:9-10). Al hombre se
le dan seis días para que haga su obra (se dedique a su trabajo secular) y se le ordena
reposar en el séptimo día para que lo dedique a su Dios.
El Profeta Isaías nos dice cómo se debe observar este día: «Si retrajeres del Sábado tu
pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y al sábado llamares delicias, santo, glorioso de
Jehová; y lo venerares, no haciendo tus caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus
palabras: Entonces te deleitarás en Jehová…» (Isaías 58:13, 14). El hombre debe
cuidarse de profanar este día: «Bienaventurado el hombre que esto hiciere, y el hijo del
hombre que esto abrazare; que guarda el sábado de profanarlo y que guarda su mano de
hacer todo mal» (Isaías 56:2). Este día debe ser observado desde la puesta del sol del
viernes hasta la puesta del sol del sábado. «Sábado de reposo será a vosotros,… de
tarde a tarde holgaréis vuestro sábado» (Levítico 23:32). Los días, conforme a la Biblia,
comienzan a la puesta del sol y acaban a la siguiente puesta del sol: «Y llamó Dios a la
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luz día, y a las tinieblas llamó noche: y fue la tarde y la mañana un día» (Génesis 1:5). «Y
llamó Dios a la expansión Cielos; y fue la tarde y la mañana el día segundo» (Génesis
1:8). «Y la tarde y la mañana el día tercero» (Génesis 1:13).
El Sábado: memorial de la Creación
Dios, definiendo la causa de la observancia del Sábado, dice: «Porque en seis días
hizo Jehová los cielos y la tierra, la mar y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el
séptimo día; por tanto Jehová bendijo el día del reposo y lo santificó» (Éxodo 20:11);
quedando así como memorial de la creación: «Y bendijo Dios al día séptimo y santificolo,
porque en él reposó de toda su obra que había Dios criado y hecho» (Génesis 2:3). Este
día fue santificado y bendecido para beneficio del mismo hombre: «También les dijo
(Jesús): El sábado por causa del hombre es hecho; no el hombre por causa del sábado.
Así que el Hijo del hombre es Señor aun del sábado» (Marcos 2:27, 28).
El hombre debe santificar este día con su actitud, dejando de obrar en lo material (Éxodo
20:10), dedicándolo para Dios. No haciendo sus caminos, ni buscando su voluntad, no
hablando sus palabras (Isaías 58:13), sino venerándolo, dedicándolo a las cosas
espirituales, glorificando a su Creador. He aquí el ejemplo de Jesús: Jesús acostumbraba
ir a la sinagoga en los sábados (Lucas 4:16). Enseñaba en los sábados (Lucas 4:31).
Después de la muerte de Jesús, sus discípulos guardaron el sábado: «Y vueltas,
aparejaron drogas aromáticas y ungüentos; y reposaron el sábado, conforme al
mandamiento» (Lucas 23:56).
En los días de Pablo se registra que casi toda la ciudad de Antioquía de Pisidia dejó sus
labores en día de sábado para oír la Palabra de Dios: «Y el sábado siguiente se juntó casi
toda la ciudad para oír la Palabra de Dios» (Hechos 13:42, 44). Y estos no eran judíos,
sino gentiles.
Artículo 15.- Lo Limpio y lo Inmundo
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama respecto a la Alimentación, es que:
a) Dios ha dejado recomendaciones sobre la alimentación para su pueblo.
b) El pueblo de Dios usará para su alimento aquellos animales que las Sagradas
Escrituras autorizan.
c) Han de desecharse como alimento los animales no autorizados.
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Los animales que se pueden comer
y los que no se pueden comer
Nuestro Creador, el sempiterno Dios, estando al pendiente de su obra, puso
atención en el hombre y de la vida que éste debe llevar; le entregó juntamente, con
otras leyes, la ley sobre los animales que se deben comer y los animales que no se
deben comer. Esta ley está en Levítico capítulo 11 y Deuteronomio capítulo 14.
Es importante hacer la aclaración que, aunque Moisés especificó esta ley, el
hombre desde tiempos remotos ya la conocía. Noé, antes del Diluvio, recibió orden
de seleccionar «los animales limpios» y los «animales inmundos», pues en el Arca
en la cual se salvó junto con su familia, el Señor Jehová le ordenó metiera de siete
en siete macho y hembra; de los animales limpios y de los inmundos dos, macho y
hembra; de las aves de los cielos, de siete en siete, macho y hembra, para guardar
en vida la casta sobre la faz de la tierra (Génesis 7:1-3).
Por esta declaración, entendemos que esta ley de «lo limpio y de lo inmundo» no
fue dada por Moisés al pueblo de Israel, sino por mandato de Dios; Moisés
solamente la especificó a su pueblo: «Y habló Jehová a Moisés y a Aarón diciéndoles:
Hablad a los hijos de Israel, diciendo: Esto son los animales que comeréis de todos los
animales que están sobre la tierra» (Levítico 11:1-2); y enseguida describe cómo los
habían de conocer.
En Deuteronomio 14:2-3, Moisés da la razón de la observancia de esta ley: «Porque eres
pueblo santo a Jehová tu Dios, y Jehová te ha escogido para que le seas un pueblo
singular de entre todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra. Nada abominable
comerás». Aun después de la muerte de Cristo se continuó respetando (Hechos 10:9-14).
Animales autorizados en
la Biblia para alimentación
1.- De entre los cuadrúpedos, se comerán los animales que reúnan estas
características:
a) Que rumien.
b) Que tengan pezuña hendida (Levítico 11:3). Ejemplos: el buey, la oveja, la
cabra, el ciervo, el corzo (gacela o antílope), el búfalo, el cabrío salvaje, el
unicornio (animal de la familia del bisonte), el buey salvaje y la cabra
montes (Deuteronomio 14:4-6).
2.- De los animales que viven en el agua, se comerán los que tengan estas
características:
a) Que tengan escama
b) Que tengan aletas (Levítico 11:9; Deuteronomio 14:9).
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3.- Toda ave limpia se podrá comer (Deuteronomio 14:11).
NOTA: Se entiende por ave limpia la que queda excluida de la lista de aves que
se dan por inmundas.
4.- De los reptiles alados que caminan sobre cuatro pies, que tuvieran cuatro
piernas además de sus pies para saltar con ellas sobre la tierra, se comerán:
la langosta, el langostín, el aregol, y el haghab (Levítico 11:21-22).
Animales que deben ser desechados como alimento
1.- De entre los cuadrúpedos, no se deben comer los que no reúnan las
características exigidas (rumiar y pezuña hendida), aunque solamente tengan
una característica. Ejemplo: El camello, rumia pero no tiene pezuña hendida
(Levítico 11:4). El conejo y la liebre, rumian pero no tiene pezuña, tienen garra
(Levítico 11:5-6). El puerco, tiene pezuña hendida pero no rumia (Levítico 11:7;
Deuteronomio 14:8).
2.- De los animales que viven en las aguas que no reúnan las dos características
(escamas y aletas) que deben tener para identificarlos como buenos para
comer, se tendrán por inmundos (Levítico 11:10-12; Deuteronomio 14:10);
además de los varios peces que no reúnen dos características se deben
desechar: los mariscos o moluscos, algunos de ellos son el ostión, caracol,
cangrejo, camarón, langosta, langostín, adulón, pulpo, etc.
3.- De entre las aves, las que no se pueden comer se mencionan por nombre en
Levítico 11:13-19; Deuteronomio 14:12-18.
4.- De entre los reptiles, los alados y que tengan pies, se tendrán por
abominación (Levítico 11:20-23).
5.- Todo reptil que se arrastra sobre la tierra o que anda sobre su pecho se tendrá
en abominación (Levítico 11:41-42).
Ejemplo: La comadreja, el ratón, la rana, el erizo, el lagarto, el caracol, la
babosa, el topo y toda clase de serpientes (Levítico 11:29-30).
6.- Toda cosa mortecina (animal muerto en forma natural o por enfermedad) o
animal que haya sido arrancado de las garras de las fieras, no se comerá, es
inmundo (Levítico 17:15; 22:8; Deuteronomio 14:21).
7.- Animales limpios pero que no hayan muerto ahogados (Hechos 15:20).
8.- No se comerá carne con su sangre (Génesis 9:4).
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Artículo 16.- Las Finanzas de la Iglesia
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama respecto a «Las finanzas de la Iglesia», es
que:
a) El plan de Dios para el sostenimiento del trabajo de la Iglesia, es por medio de
la entrega de los diezmos y ofrendas que cada miembro debe dar.
b) El diezmo es la décima parte de las ganancias obtenidas y debe darse como
obligación cristiana.
c) Las ofrendas son contribuciones voluntarias.
El Plan de Dios para
el sostenimiento del trabajo de su Iglesia
Como discípulos de Cristo observamos el plan establecido por Dios para el
sostenimiento de obra, que es la entrega de sus diezmos. Así ni el que gana mucho
da más, ni el que gana poco da menos; sino que con justicia todo miembro de la
Iglesia contribuye a su sostenimiento. Igualmente el Señor invita a su pueblo a que
voluntariamente, además de sus diezmos, ofrenden de su posesión.
El Diezmo, la décima parte de la ganancia,
es consagrado al Señor
Dios nos invita a hacer entrega de nuestros diezmos para cubrir los gastos de su
obra original: «Y todas las décimas de la tierra, así de la simiente de la tierra como del
fruto de los árboles, de Jehová son: es cosa consagrada a Jehová… Y toda décima de
vacas o de ovejas, de todo lo que pasa bajo la vara, la décima será consagrada a
Jehová» (Levítico 27:30-32).
«Indispensablemente diezmarás todo el producto de su simiente, que rindiere el campo
cada un año» (Deuteronomio 14:22).
Abraham, quien viviera cerca de 500 años antes de Moisés, nos dio el ejemplo al entregar
a Melchisedec, sacerdote del Dios alto, los diezmos: «… dióle Abraham los diezmos de
todo» (Génesis 14:18-20).
Jacob, nieto de Abraham, prometió dar diezmos: «Y esta piedra que he puesto por título,
será casa de Dios; y de todo lo que me dieres, el diezmo lo he de apartar para ti»
(Génesis 28:22).
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El Diezmo: Una obligación Cristiana
Nuestro Señor Jesucristo recomendó seguir obedeciendo el mandamiento que
induce a entregar los diezmos: «¡Ay de vosotros, escribas y Fariseos, hipócritas porque
diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejasteis lo que es más grave de la ley, es a
saber, el juicio, la misericordia y la fe: esto era menester hacer y no dejar lo otro» (Mateo
23:23). Mas, ¿para qué es el Diezmo? El diezmo es para el sostenimiento del ministerio:
«Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio»
(1 Corintios 9:14).
Al entregar los diezmos, se adquiere la bendición del Señor: «Traed todos los diezmos al
alfolí, y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos,
si no os abriré las ventanas de los cielos, y vaciaré sobre vosotros bendición hasta que
sobreabunde» (Malaquías 3:10).
Mas el no diezmar es una falta a Dios: «¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me
habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? Los diezmos y las primicias»
(Malaquías 3:8).
Las Ofrendas: Contribución voluntaria
Ofrenda es un don o dádiva. Las ofrendas pueden ser para el sostenimiento de la
Obra de Dios, en nuestra gratitud hacia él por lo que nos da; para alguna obra de
caridad, por misericordia, o como correspondencia de amor y reconocimiento al
trabajo de los pastores (1 Corintios 9:9-11).
Dios ama y bendice al dador alegre. «Cada uno dé como propuso en su corazón; no
con tristeza, o por necesidad; porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para
hacer que abunde en vosotros toda gracia; a fin de que, teniendo siempre en todas las
cosas todo lo que basta, abundéis para toda buena obra» (2 Corintios 9:7-8).
Jesús elogió a una viuda que ofrendó para Dios todo lo que tenía (Lucas 21:1-4).
Pablo da testimonio del desprendimiento de los hermanos de macedonia, los cuales en su
profunda pobreza abundaron en riquezas de su bondad cooperando para los pobres (2
Corintios 8:1-4). Y exhorta a que trabajemos obrando con nuestras manos lo que es
bueno para que tengamos que dar al que padeciere necesidad (Efesios 4:28). El apóstol
Santiago nos dice que la ayuda o auxilio al necesitado es una obra que habla de la fe que
tenemos (Santiago 2:14-17).
Al creyente se le instruye para que ayude económicamente a sus pastores, con
reconocimiento a su labor: «Y el que es enseñado en la palabra, comunique en todos los
bienes al que le instruye» (Gálatas 6:6).
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Artículo 17.- Matrimonio y Divorcio
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama respecto al «Matrimonio y al divorcio», es
que:
a) El matrimonio fue instituido por Dios y tuvo por objeto la unión duradera de
ambos cónyuges.
b) Quienes contraen matrimonio después de divorciarse sin la autorización
bíblica comenten adulterio. Igualmente quienes se casan con personas
divorciadas sin autorización bíblica cometen adulterio.
El Matrimonio: Una institución Divina
Dentro de las múltiples explicaciones que Jesús dio, se encuentra la del
matrimonio. Explicó que el matrimonio es de Origen divino y que quienes lo
contraen se unen por toda la vida. «Y él respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el
que los hizo al principio macho y hembra los hizo, y dijo: Por tanto, el hombre dejará
padre y madre, y se unirá a su mujer, y serán dos en una carne? Así que, no son ya más
dos, sino una carne: Por tanto, lo que Dios juntó, no lo aparte el hombre» (Mateo 19:4-6).
El apóstol Pablo declara que mientras ambos cónyuges vivan, están ligados a la ley (del
matrimonio): «¿Ignoráis, hermanos, (por que hablo con los que saben la ley) que la ley se
enseñorea del hombre entre tanto que vive? Porque la mujer que está sujeta a marido,
mientras el marido vive está obligada a la ley; mas muerto el marido, libre es de la ley del
marido. Así que, viviendo el marido, se llamará adúltera si fuere de otro varón, mas si su
marido muriere, es libre de la ley, de tal manera que no será adúltera si fuere de otro
marido» (Romanos 7:1-3). Y agrega: «La mujer casada está atada a la ley, mientras vive
su marido; mas si su marido muriere, libre es: cásese con quien quisiere, con tal que sea
en el Señor» (1 Corintios 7:39).
El Matrimonio después del Divorcio
ilícito conduce al adulterio
Quienes contraen matrimonio después de divorciarse sin la autorización bíblica
cometen adulterio. Nuestro Señor dijo: «…Cualquiera que repudiare a su mujer (dejare
o se apartare o se divorciare), y se casare con otra, comete adulterio contra ella: Y si la
mujer repudiare a su marido y se casare con otro, comete adulterio» (Marcos 10:11-12).
Igualmente quienes se casan con personas divorciadas por razones no bíblicas, cometen
adulterio: «Cualquiera que repudia a su mujer, y se casa con otra, adultera: y el que se
casa con la repudiada del marido, adultera» (Lucas 16:18).
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La Iglesia y su concepto sobre el Divorcio
Siendo el matrimonio una institución divina (Mateo 19:4-6), Dios no permite el
divorcio entre los miembros de su pueblo (Romanos 7:1-3). La única razón para
aceptar o conceder el divorcio es la fornicación (entiéndase cualquier infidelidad o
inmoralidad sexual). Cuando esto ocurre, el cónyuge ofendido tiene derecho a
solicitar el divorcio ante la respectiva autoridad civil, y la iglesia debe estar de
acuerdo con tal solicitud, quedando dicho hermano facultado para contraer nuevo
matrimonio, si lo deseare. El Señor Jesús dijo: «Y yo os digo que cualquiera que
repudiare a su mujer, si no fuere por causa de fornicación, y se casare con otra, adultera:
y el que se casare con la repudiada, adultera» (Mateo 19:9). Jesús dejó claramente
asentado que la fornicación es la única causa para permitir que las personas se vuelvan a
casar después de haberse divorciado: «Mas yo os digo, que el repudiare a su mujer, fuera
de causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casare con la repudiada,
comete adulterio» (Mateo 5:32). Fuera de esta excepción bíblica, la Iglesia no reconoce
ninguna razón o motivo para estar de acuerdo con el divorcio. Sin embargo, la Iglesia
acepta como casados a las parejas de divorciados que se hayan unido otra vez en
matrimonio antes de su conversión, con tal que dicha unión haya sido reconocida como
legal por la autoridad civil; es decir, que se le reconoce el divorcio otorgado por la ley civil,
si éste les fue concedido antes de su conversión. La razón de ello es que se considera
que obraron fuera del conocimiento de los preceptos de la doctrina cristiana y al
convertirse al Señor y bautizarse, el Señor perdonó todos sus errores.
Artículo 18.- Mundanalidad
Lo que la Iglesia de Dios cree, y todo miembro de la misma debe proclamar
referente a la Mundanalidad, es que:
a) Dios condena la mundanalidad, que incluye: Lujuria de la carne, lujuria de los
ojos y el orgullo de la vida.
b) Por tanto, el cristiano no debe buscar las cosas mundanales.
c) El cristiano debe llevar una vida ejemplar ante los incrédulos y creyentes.
La Mundanalidad condenada por Dios
Por mundanalidad debemos entender la desmedida atención que el hombre presta a
las cosas del mundo: diversiones, placeres y vicios.
En las Santas Escrituras encontramos la siguiente aseveración: «…¿no sabéis que la
amistad con el mundo es enemistad con Dios? Cualquiera pues que quisiere ser amigo
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del mundo, se constituye enemigo de Dios» (Santiago 4:4). El apóstol Juan en su primera
carta dice: «No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama el
mundo, el amor del padre no está en él» (1 Juan 2:15). El hombre que vive en
mundanalidad, lejos de ser amado de Dios, es aborrecido a sus ojos.
Con especialidad la Palabra de Dios se refiere a la lujuria o concupiscencia de la carne y
de los ojos, así como a la soberbia de la vida: «Porque todo lo que hay en el mundo, la
concupiscencia de la carne y la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida, no es
del Padre, mas es del mundo» (1 Juan 2:16). Amonestándonos en contra de la
concupiscencia (deseo inmoderado de los bienes terrenos y los goces sensuales), lo que
tiene su equivalencia con la «Lujuria», apetito desordenado de los deleites carnales. Por
soberbia de la vida entendemos que se refiere al orgullo desmedido (falta de humildad),
como sentirse superior a otros, ser preferido a otros, magnificencia, suntuosidad o pompa.
Amonestación a no buscar las cosas de la carne
La inspiración divina nos proporciona la siguiente amonestación a través de Pablo:
«Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la
carne: Porque si viviereis conforme a la carne, moriréis; mas si por el espíritu mortificáis
las obras de la carne, viviréis» (Romanos 8:12-13).
Y el apóstol Pedro aconseja: «Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, os
abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma» (1 Pedro 2:11). Si Dios
condena la mundanalidad, advirtiendo al hombre que el que participa de placeres
mundanales se constituye en enemigo de Dios, lógico es pensar que el cristiano debe
abstenerse de ellos y vivir como nuestro Señor Jesucristo lo manifestó al Padre Celestial:
«No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo» (Juan 17:16).
La razón del por qué el cristiano debe abstenerse de las cosas mundanales (lecturas
inmorales, tabernas, juego de azar, salones de baile y bailes particulares, centros
nocturnos, diversiones insanas, obras de teatro y películas obscenas), es porque ahora en
Cristo Jesús es llamado a ser una nueva criatura, a una nueva vida para gloria del
Creador; y es menester que se ubiquen en el lugar al que ha sido trasladado. Pablo dice:
«Que nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado
Hijo» (Colosenses 1:13). Viviendo en el mundo, pero sin practicar la mundanalidad. «Yo
les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como
tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del
mal» (Juan 17:14-15). Pablo dice: «Si habéis pues resucitado con Cristo, buscad las
cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las
cosas de arriba, no en las de la tierra» (Colosenses 3:1-2).
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Responsabilidad de llevar una vida ejemplar
El cristiano tiene la responsabilidad de llevar una vida ejemplar delante de los
incrédulos y de los creyentes. Delante de los incrédulos, para que el nombre de
Dios no sea blasfemado; porque al obrar pecaminosamente delante de los hombres,
seremos criticados por vivir desordenadamente: «Porque el nombre de Dios es
blasfemado por causa de vosotros entre los gentiles…» (Romanos 2:24). Pablo
recomienda: «Todos los que están debajo del yugo de servidumbre, tengan a sus señores
por dignos de toda honra, porque no sea blasfemado el nombre del Señor…» (1 Timoteo
6:1).
Delante de los creyentes, para que con nuestro ejemplo sean impulsados a la superación
espiritual: «Ninguno tenga en poco tu juventud; pero sé ejemplo de los fieles en palabra,
en conversación, en caridad, en espíritu, en fe, en limpieza» (1 Timoteo 4:12).
La mejor forma de evangelizar al mundo la encontramos en el consejo amplio que
procede de nuestro Señor Jesucristo, pues él dijo: «Así alumbre vuestra luz delante de los
hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en
los cielos» (Mateo 5:16).
Artículo 19.- Hábitos impuros
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama referente a los «Hábitos impuros», es que:
a) Los hijos de Dios deben abstenerse de todo hábito que sea dañino y que
contamine a su cuerpo.
b) Ninguna práctica o uso de cosa que altere la honestidad, la vergüenza o la
modestia, se encontrará en un cristiano.
Razón de la abstención de hábitos impuros
La razón por la cual el hijo de Dios debe abstenerse de todo hábito impuro y
corrompido, es que Dios lo ha escogido para que su cuerpo sea templo del Espíritu
santo. Pablo expresa: «¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios
mora en vosotros?» (1 Corintios 3:16). Por lo cual Dios pide que su templo sea
conservado en limpieza y santidad, advirtiendo al que lo violare que: «…Dios destruirá al
tal: porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es» (1 Corintios 3:17). Y al
amonestar sobre la corrupción dice: «¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del
Espíritu santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?» (1
Corintios 6:19).
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Hábitos Impuros
El Apóstol pablo, al darnos una lista de las obras de la carne, menciona que la
práctica de dichas cosas impedirá la entrada al Reino de Dios: «Y manifiestas son las
obras de la carne, que son: Adulterio, fornicación, inmundicia, (homosexualidad)
disolución (en algunas traducciones de la Biblia se encuentra la palabra «lascivia», que es
propensión a los deleites carnales; disolución es relajación de vida y de costumbres),
idolatría, hechicerías (condenándose la práctica y/o consulta de la misma); enemistades,
pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras,
banqueteos y cosas semejantes a éstas: de las cuales os denuncio, como ya os he
anunciado, que los que hacen tales cosas, no heredarán el reino de Dios» (Gálatas 5:19-
21).
NOTA: En tiempo del apóstol Pablo no se usaba el tabaco ni las múltiples drogas y
narcóticos que hoy están en uso y que dañan al cuerpo; estas cosas entran en la
lista que el apóstol Pablo dejó al decir: «…Y cosas semejantes a estas».
En Colosenses 3:5-9 se amonesta a aquel que ha aceptado a Jesucristo:
«Amortiguad (haced morir), pues, vuestros miembros que están sobre la tierra:
fornicación, inmundicia, molicie (afición al regalo y la comodidad; también significa
afeminación), mala concupiscencia (en todo lo anterior se amonesta en contra de las
pasiones desordenadas, antinaturales y degradantes), y avaricia, que es idolatría: Por las
cuales cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de rebelión. En las cuales vosotros
también anduvisteis en otro tiempo viviendo en ellas. Más ahora, dejad también vosotros
todas estas cosas: ira, enojo, malicia, maledicencia, torpes palabras de vuestra boca. No
mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos».
Vida santa, justa y pía en los hijos de Dios
Siendo los hijos de Dios templo del Espíritu Santo deberán cuidar su cuerpo
(Templo), conservándolo en santidad, libre de toda impureza y práctica de cosa
degradante. Por lo que debe abstenerse del uso de enervantes, alucinógenos o
estimulantes.
Ninguna práctica o uso de cosa que altere la honestidad, la vergüenza o la modestia
debe practicar el cristiano; por el contrario, procurará en su vida consagrar su
cuerpo para que sea morada de Dios en espíritu: «Así que, amados, pues tenemos
tales promesas, limpiémonos de toda inmundicia de carne y de espíritu, perfeccionando la
santificación en temor de Dios» (2 Corintios 7:1).
La amonestación que se nos da sobre nuestra manera de vivir, es: «Andemos como de
día, honestamente: no en glotonerías y borracheras, no en lechos y disoluciones, no en
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pendencia y envidias» (Romanos 13:13) «…renunciando a la impiedad y a los deseos
mundanos, vivamos en este siglo templada, y justa, y píamente» (Tito 2:12).
El Apóstol Pedro dice: «Porque nos debe bastar que el tiempo pasado de nuestra vida
hayamos hecho la voluntad de los gentiles, cuando conversábamos en lascivas, en
concupiscencias, en embriagueces, en glotonerías, en banquetes y en abominables
idolatrías» (1 Pedro 4:3).
Pablo concluye: «Porque comprados sois por precio: (el precio de nuestro rescate lo pagó
el Señor muriendo en la cruz) glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro
espíritu, los cuales son de Dios» (1 Corintios 6:20).
Artículo 20.- «Lucha Carnal»
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama respecto a la «Lucha Carnal», es que:
a) La lucha carnal es repudiada por la doctrina cristiana.
b) El cristiano debe amar a sus enemigos.
c) Por tanto, todo miembro de la Iglesia de Dios (7º. Día) se opondrá
terminantemente a participar en toda lucha carnal.
d) La lucha del cristiano es espiritual.
La Doctrina Cristiana: una Doctrina Pacifista
Se entiende por lucha «carnal» toda clase de pleitos, contiendas, riñas, disputas,
altercados, enemistades, peleas, guerra, etc., que el hombre pueda tener con su
prójimo. El cristiano debe repudiar cualquier forma de lucha carnal, ya que la
doctrina cristiana es de paz.
El escritor a los Hebreos dice «Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie
verá al Señor» (Hebreos 12:14). Y nuestro Señor Jesucristo, hablando sobre la diferencia
de accionar entre la dispensación antigua y la presente, indicó: «Oísteis que fue dicho a
los antiguos: ojo por ojo, y diente por diente. Mas yo os digo: No resistáis al mal; antes a
cualquiera que te hiriere en tu mejilla diestra, vuélvele también la otra; y al que quisiere
ponerte a pleito y tomarte tu ropa, déjale también la capa» (Mateo 5:38-40). Todo ello
para evitar el pleito y la contienda, la riña, la pelea, etcétera.
La manera de actuar que nos recomienda hacia aquél que ha obrado mal contra nosotros,
es la siguiente: «No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los
hombres. Si se puede hacer, cuanto está en vosotros, tened paz con todos los hombres.
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No os venguéis vosotros mismos, amados míos; antes dad lugar a la ira; porque escrito
está: Mía es la venganza: yo pagaré, dice el Señor» (Romanos 12:17-19).
Los pleitos, las iras, las contiendas, las enemistades, las disensiones, etcétera, son obras
de la carne (Gálatas 5:19-21). Por lo cual el cristiano no debe ser partidario de ellas.
Amemos a nuestros enemigos
El cristiano no debe aborrecer a sus enemigos pues la doctrina que ha aceptado lo
impulsa a amarles, ya que así dijo el Señor: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»
(Mateo 22:39).
El Señor Jesucristo, al dar mandamiento sobre amar a nuestros enemigos, dijo: «Mas yo
os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los
que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen» (Mateo 5:44). También
expuso la razón de este comportamiento: «Para que seáis hijos de vuestro Padre que
está en los cielos; que hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueva sobre justos
e injustos. Porque si amareis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿no hacen
lo mismo los publícanos? Y si abrazareis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de
más? ¿no hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro
Padre que está en los cielos es perfecto» (Mateo 5:45-48).
Oposición a participar en las luchas carnales
Todo aquél que sigue el lineamiento trazado en la doctrina a la cual ha sido
entregado (Romanos 6:17), no tendrá en su corazón lugar para pleitos, iras,
contiendas, riñas, enemistades, peleas, etcétera; sino que seguirá lo que hace a la
paz (Romanos 14:19), amando a sus enemigos. Quien así viviere será
bienaventurado.
El miembro de la Iglesia de Dios se opondrá terminantemente a participar en toda
lucha carnal, porque ésta le orilla a herir a su prójimo. No debe ser impulsado a
tomar las armas en contra de sus semejantes, porque el mandamiento de Dios es:
«No matarás» (Éxodo 20:13). No debe dejarse arrastrar por el hombre para participar en
luchas carnales, porque entendemos que: «es menester obedecer a Dios antes que a los
hombres» (Hechos 5:29). O que juzgue el mismo hombre si es justo delante de Dios
obedecer a ellos antes que a Dios (Hechos 4:19).
El Señor Jesús no permitió que sus siervos pelearan en guerra ni aun por él porque su
reino no es de este mundo (Juan 18:36). Amonestó con severidad a quien quiso hacerlo,
diciéndole: «Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomaren espada, a espada
perecerán» (Mateo 26:52).
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La Lucha del Cristiano es Espiritual
El cristiano tiene una lucha en la cual participa, pero ésta no es lucha carnal, sino
espiritual: «Porque no tenemos lucha contra sangre y carne; sino contra principados,
contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra
malicias espirituales...» (Efesios 6:12). Razón por la cual «…las armas de nuestra milicia
no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas» (2 Corintios
10:4).
NOTA: En cualquier conflagración en la que nuestro país llegase a tomar parte, como
ciudadanos debemos cooperar en auxiliar a los caídos como una labor humanitaria.
Artículo 21.- Festividades
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama referente a las «Festividades», es que:
a) Las festividades comúnmente conocidas como: Navidad, cuaresma, domingo
como día de reposo, día de muertos, etc., no son instituidas por Dios.
b) Observarlas es mezclar el verdadero culto a Dios con cuya práctica El
condena.
Festividades que no se deben celebrar
La mayor parte del mundo religioso y de la sociedad celebra muchos días a los que
les ha dado carácter religioso y cristiano. Toda persona, antes de celebrar un día
festivo de éstos, debiera analizar y estudiar la razón y el origen de tal
conmemoración para saber si es lícito o no hacerlo.
Gran parte de los días que se festejan como conmemoraciones cristianas tienen su
origen en costumbres paganas que han sido introducidas muy astutamente dando
origen a un falso cristianismo; otros días son celebrados como festivos por error
doctrinal o por ignorar las Escrituras; otros han sido elevados a la categoría de
festividades solamente por sentimentalismo.
El Profeta Jeremías advirtió de parte del Señor a su Pueblo, así: «…No aprendáis el
camino de las gentes…» (Jeremías 10:2). ¿Por qué el hombre festeja el 25 de diciembre
llamándole NAVIDAD? Porque muchos creen que en esa fecha nació nuestro Señor
Jesucristo. Fecha que la Biblia no señala.
¿Por qué conmemora el hombre la Cuaresma? Irineo, Obispo de la Iglesia Católica en
Francia, escribía al Obispo de Roma diciéndole: «La Cuaresma entró en la Iglesia como
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una costumbre por imaginación popular» (Historia de la Iglesia, por Eusebio, Libro 5,
capítulo 24). De modo que celebran la CUARESMA no por ser mandato divino, sino por
profesar un cristianismo adoptado por los Gentiles, pues este periodo de abstención de
cuarenta días ya era observado antes de Jesucristo; y en los días de Jesucristo, por los
gentiles.
¿Por qué observa el hombre el DOMINGO como día de reposo? Por la errónea
consideración que hace de las Escrituras. Idénticamente está la celebración del Domingo
de Ramos, viernes santo, etc. ¿Por qué festeja el hombre los días de muertos? Por la
tradición que del paganismo se ha infiltrado en el cristianismo. Y ésta, como muchas
festividades más han sido fomentadas por los comerciantes, que por beneficio propio
explotan los sentimientos de las gentes, promovidos por doctrinas erróneas: «Porque
todas las gentes han bebido del vino del furor de su fornicación; y los reyes de la tierra
han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido por la potencia de
sus deleites» (Apocalipsis 18:3).
Nuestra Religión: Un verdadero culto a Dios
Pablo, refiriéndose a la forma en que hay que creer, dice: «Empero teniendo el mismo
espíritu de fe, conforme a lo que está escrito: Creí, por lo cual también hablé: nosotros
también creemos, por lo cual también hablamos» (2 Corintios 4:13). Nosotros como
pueblo de Dios para nuestras celebraciones tenemos base en las Sagradas Escritura.
Nuestro Señor Jesucristo dijo de quienes no adoran en Verdad: «Hipócritas, bien profetizó
de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honran, más su corazón
lejos está de mí. Y en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de
hombres. Porque dejando el mandamiento de Dios, tenéis la tradición de los hombres…»
(Marcos 7:6-8).
En la Santa Escritura solamente encontramos dos festividades que deben conmemorarse:
Una semanal y la otra anual. La semanal, es el día de Reposo: el sábado; y la anual, es la
Cena del Señor. Estas son las únicas festividades que la Iglesia de Dios celebra.
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III. ESTUDIO Y ESCRUDRIÑAMIENTO
(Doctrinas que revelan una verdad aprendida)
Artículo 22.- La Iglesia
Lo que la iglesia de Dios cree y proclama referente a «El Nombre de la Iglesia», es
que:
a) Dios ha dispuesto que su pueblo lleve su nombre.
b) El nombre de la Iglesia registrado en la Biblia es «IGLESIA DE DIOS».
El nombre de Dios sobre su Pueblo
Entendemos que no es el hombre el que escoge ser discípulo de Cristo, sino que es
el Señor el que elige a los hombres, pues Jesús dijo: «No me elegisteis vosotros a mí,
mas yo os elegí a vosotros…» (Juan 15:16). Por lo mismo comprendemos que es Dios
quien va eligiendo a los que deben formar parte de su pueblo. Pueblo que es elegido para
llevar el nombre de Dios. «Simón ha contado cómo Dios primero visitó a los Gentiles, para
tomar de ellos pueblo para su nombre» (Hechos 15:14).
El profeta Isaías escribió el sentir del Señor: «Todos los llamados de mi nombre; para
gloria mías los crié, los formé y los hice» (Isaías 43:7). Dios ha dispuesto que su pueblo
sea conocido y llamado por su nombre. Esta es la razón por la cual el Señor Jesús, al
elevar al Padre una de sus últimas plegarias sobre la tierra, le informaba sobre su acción
entre los hombres, diciéndole: «He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo
me diste: tuyos eran, y me los diste, y guardaron tu palabra» (Juan 17:6). Y le suplicaba:
«…a los que me has dado, guárdalos por tu nombre…» (Juan 17:11). Es así como
entendemos que el pueblo de Dios, lleva el nombre del Padre sobre sí» (1 Corintios 8:6).
El nombre Bíblico para la Iglesia
Sabiendo que: Nombre es la palabra o categoría gramatical con que se designan o
dan a conocer las palabras o las cosas, y que Iglesia es la congregación de los
fieles de una religión, en la Biblia encontramos perfectamente definido el nombre
que el Señor puso a su Iglesia.
Antes de la era cristiana, la humanidad estaba clasificada delante de Dios, en dos
grupos: Los judíos o pueblo de Israel y los Gentiles, en los que se agrupaban todas
las demás naciones. Después de Jesucristo, se formó un tercer grupo que surgió
por la actividad del Señor en favor de la salvación de las gentes. El Apóstol Pablo
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da razón de este grupo mencionándolo juntamente con los que ya se conocían:
«Sed sin ofensa a Judíos, y a Gentiles, y a la Iglesia de Dios» (1 Corintios 10:32).
Fue el grupo de cristianos o discípulos de Cristo los que, formando el pueblo de Dios,
llevaron el nombre de «IGLESIA DE DIOS». Iglesia de la cual Pablo da testimonio
diciendo que antes de convertirse al cristianismo, persiguió en gran manera: «Porque ya
habéis oído acerca de mi conducta otro tiempo en el Judaísmo, que perseguía sobre
manera la Iglesia de Dios y la destruía» (Gálatas 1:13). Conducta de la cual se
avergonzaba y por la cual se sentía indigno de llamarse apóstol: «Porque yo soy el más
pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí la
Iglesia de Dios» (1 Corintios 15:9).
Iglesia de Dios es el nombre y no otro, con el cual se conoce al pueblo de Dios o Iglesia
del Señor. Pablo al dirigir sus epístolas pastorales, les da el siguiente tenor: «Pablo,
llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y Sóstenes el hermano, a la
Iglesia de Dios que está en Corinto…» (1 Corintios 1:1-2). «Pablo, apóstol de Jesucristo
por la voluntad de Dios, y Timoteo el hermano, a la Iglesia de Dios que está en Corinto,
juntamente con todos los santos que están por toda la Acaya» (2 Corintios 1:1).
Muchos nombres hermosos y llamativos se le podrían poner a la Iglesia por parte de los
hombres; pero si el mismo Señor nos ha dado el nombre que debe llevar su Iglesia, no
tenemos por qué desecharlo, sino glorificar su santa voluntad: «Y si no fuere tan presto,
para que sepas cómo te conviene conversar en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios
vivo, columna y apoyo de la verdad» (1 Timoteo 3:15).
Mas aun, como dijera el apóstol Pablo, ratificando el nombre de la Iglesia, así también
decimos nosotros: «Con todo eso, si alguno parece ser contencioso, nosotros no tenemos
tal costumbre, ni las Iglesias de Dios» (1 Corintios 11:16).
NOTA: El agregado (7º. Día) que ponemos al nombre «Iglesia de Dios» es sólo para
distinguirlo de otras denominaciones y evitar confusión.
Artículo 23.- La organización de la Iglesia
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama respecto a «La Organización de la Iglesia»
es que:
a) La Iglesia del Señor es un cuerpo debidamente organizado.
b) La organización de la Iglesia, confirmada escrituralmente, es bíblica y
conveniente.
c) La forma de organización de la Iglesia se adapta a las necesidades que ésta
afronte.
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La Iglesia: un Cuerpo debidamente organizado
Siendo nuestro Dios un Dios de orden, ha indicado que todo siga esa regla:
«Empero hágase todo decentemente y con orden» (1 Corintios 14:40). La Iglesia está
comparada con el cuerpo humano: «Porque de la manera que el cuerpo es uno, y tiene
muchos miembros, empero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un
cuerpo, así también Cristo... Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo, miembros en parte»
(1 Corintios 12:12, 27).
Así como el cuerpo humano está perfectamente organizado, también lo está la Iglesia:
«pues ni tampoco el cuerpo es un miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy
mano, no soy del cuerpo: ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy
ojo, no soy del cuerpo: ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde
estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? Mas ahora Dios ha colocado
los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como quiso» (1 Corintios 12:14-18).
El ejemplo de la organización del cuerpo humano es la base para la organización
escritural de la Iglesia: «Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros en parte. Y a
unos puso Dios en la Iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero doctores;
luego facultades; luego dones de sanidades; ayudas, gobernaciones, géneros de
lenguas» (1 Corintios 12:27-28).
La Organización primitiva de la Iglesia
Nuestro Señor Jesucristo, encargado por Dios para edificar su Iglesia, procedió a
organizarla, siendo él mismo la principal piedra del ángulo (Efesios 2:20), y cabeza
de la Iglesia (Efesios 5:23). De entre sus discípulos nombró doce Apóstoles: «Y
como fue de día llamó a sus discípulos y escogió doce de ellos, a los cuales también
llamó apóstoles» (Lucas 6:13). «Y subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y
vinieron a él. Y estableció doce para que estuviesen con él y para enviarlos a predicar»
(Marcos 3:13-14).
NOTA: La palabra «apóstol» significa «enviado» y su misión es predicar.
Después de los doce apóstoles, el Señor nombró otros setenta: «Y después de estas
cosas, designó el señor aun otros setenta, los cuales envió de dos en dos delante de sí, a
toda ciudad y lugar a donde él había de venir» (Lucas 10:1). Estos dos grupos, los Doce
Apóstoles y los Setenta que después nombró el Señor, fueron oficiales que durante el
ministerio de Jesús sobre la tierra tuvieron cargo en la administración del Señor. El Señor
sabía que esos hombres eran y serían insuficientes para la obra: «La mies a la verdad es
mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a
su mies» (Lucas 10:2).
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Una Organización en la Iglesia
adaptable a la época en que se vive
Cuando la iglesia creció, crecieron juntamente con ella las necesidades de una
mejor atención. El apóstol Pablo menciona diferentes clases de ministerios que en
su tiempo existían y aduce que el Señor fue el que los dio: «Y él mismo dio unos,
ciertamente apóstoles; y otros, profetas; y otros, evangelistas; y otros, pastores y
doctores; para perfección de los santos, para la obra del ministerio, para edificación del
cuerpo de Cristo» (Efesios 4:11-12). Estas categorías ministeriales fueron nombradas
después del ministerio del Señor. Para las tareas materiales hubo necesidad de que los
apóstoles nombraran de entre los discípulos a hermanos que se encargaran de ello
(Hechos 6:1-7). Y así la organización de la Iglesia se iba modificando según sus
necesidades. Pablo, dando instrucciones a Tito, le dice: «Por esta causa te dejé en Creta,
para que corrigieses lo que falta, y pusieses ancianos por las villas, así como yo te
mandé» (Tito 1:5).
Así como los apóstoles vieron la necesidad de hacer designaciones de oficiales,
reestructurando la organización de la Iglesia, así también la organización de la Iglesia
debe adaptarse a las necesidades del momento, para proporcionar los medios por los
cuales:
1.- El evangelio del Reino de Dios sea proclamado.
2.- Sus reglas y doctrinas pueden establecerse.
3.- Los miembros de la Iglesia de Dios pueden disfrutar de la confraternidad. Mas
siempre se tendrá a Cristo como la cabeza de la Iglesia (Efesios 5:23).
Artículo 24.- La Pre-Existencia de Cristo:
Lo que la Iglesia de Dios cree, y proclama referente a «La Pre-existencia de el Hijo
de Dios», es que:
a) El Hijo de Dios, antes de humanarse, ya existía.
b) Fue engendrado por Dios en la eternidad.
c) Desde el principio ha compartido en plenitud la gloria con el Padre.
d) En la creación del universo, El estuvo presente, y fue el agente principal para
traer a la existencia todas las cosas.
¿Desde cuándo existe el Hijo de Dios?
Encontramos en los evangelios que conforme a las profecías, Jesús, el Hijo de
Dios, nació de una virgen en Betlehem de Judea. Pero el Hijo de Dios, ¿existe sólo
desde que nació de aquella virgen llamada María? ¿O acaso Jesús ya existía antes
de nacer de María?
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Las Escrituras enseñan con toda claridad que nuestro Señor Jesucristo existió
antes de su encarnación. Al nacer de la virgen María solamente se humanó, es
decir, tomó forma humana para ser semejante a nosotros; y en esa condición,
poder ayudar a la humanidad, muriendo por nuestros pecados.
El evangelista Juan, haciendo alusión a la pre-existencia de Jesús, dice: «En el
principio era el Verbo, y el verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio
con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo que es hecho, fue
hecho» (Juan 1:1-3).
En dichos pasajes, Juan afirma lo siguiente:
1.- El Verbo era desde el principio
2.- El Verbo era con Dios
3.- El Verbo era Dios
4.- El Verbo tomó parte principal como hacedor de todas las cosas. Después, el
mismo Evangelista, declara: «Y aquel El Verbo fue hecho carne, y habitó entre
nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia
y de verdad» (Juan 1:14).
Mas el carácter de la pre-existencia de Cristo no puede tener mejor y mayor expresión,
que la de la gloria original que él mismo pidiera a su Padre al estar concluyendo su misión
entre los hombres: «Ahora pues, Padre, glorifícame tú cerca de ti mismo con aquella
gloria que tuve cerca de ti antes que al mundo fuese» (Juan 17:5).
Jesús fue el primogénito (superior, preeminente) de toda criatura: «El cual es la imagen
del Dios invisible, el primogénito de toda criatura». «Y él es antes de todas las cosas, y
por él todas las cosas subsisten» (Colosenses 1:15, 17). Es el principio (origen, fuente,
causa) de la creación de Dios: «… He aquí dice el Amén, el testigo fiel y verdadero, el
principio de la creación de Dios» (Apocalipsis 3:14).
Su Gloria y Condición
Desde un principio, disfrutó de la gloria y divinidad de su Padre: «El cual siendo el
resplandor de su gloria, y la misma imagen de su sustancia, y sustentando todas las
cosas con la palabra de su potencia, habiendo hecho la purgación de nuestros pecados
por sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas» (Hebreos 1:3).
Cuando fue enviado a la Tierra, dejó su gloria; pero al estar por retornar al cielo, la volvió
a solicitar de parte de su Padre: «Ahora pues, Padre, glorifícame tú cerca de ti mismo con
aquella gloria que tuve cerca de ti antes que el mundo fuese» (Juan 17:5). Gloria que el
mismo Padre le había entregado y que Jesús deseaba que fuera contemplada y conocida
de los suyos: «Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén
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también conmigo; para que vean mi gloria que me has dado; por cuanto me has amado
desde antes de la constitución del mundo» (Juan 17:24).
Su Participación en la Creación
Jesús tomó parte activa en la creación, siendo el agente principal para traer a la
existencia todas las cosas: «Todas las cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo
que es hecho, fue hecho» (Juan 1:3). «Porque por él fueron criadas todas las cosas que
están en los cielos, y que están en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean
dominios, sean principados, sean potestades; todo fue criado por él y para él»
(Colosenses 1:16).
Artículo 25.- La Crucifixión y Resurrección de Cristo.
Lo que la Iglesia de Dios cree, y proclama referente a «La Crucifixión y
Resurrección de Cristo», es que:
a) Jesús fue crucificado en el día de la semana comúnmente conocido como
Miércoles (la mitad de la semana).
b) Fue colocado en la tumba justamente antes de ocultarse el sol de aquel día.
c) Resucitó exactamente antes de ocultase el sol del siguiente sábado semanal.
d) Jesús duró en la tumba «Tres días y tres noches» (72 horas), cumpliendo así
la «Profecía Mesiánica» dada a los judíos (Mateo 12:39-40).
Señales de Jesús
Al manifestarse Jesús al pueblo de Israel, a quienes había sido enviado (Mateo
15:24), como el Mesías o prometido (Juan 1:41), los judíos siempre estuvieron
pidiéndole señal (Juan 6:30) para poder creer en él. No obstante que el Señor les
manifestó varias pruebas de que él era el Hijo de Dios (Juan 5:36; 14:11), ellos
permanecieron indiferentes.
Señal Mesiánica
Debido a la incredulidad e insistencia de los judíos por ver «Señal» de parte de
Jesús, el Señor da como «Señal póstuma» lo que llamamos «La Señal Mesiánica»;
pues para confirmarles que él es el verdadero Mesías prometido, el enviado por
Dios como Cristo, les da como señal la profecía del tiempo que duraría en la tumba
después de su muerte. Tres días y tres noches (literales y completos), en
cumplimiento también de la «señal» de Jonás profeta: «Entonces respondieron
algunos de los escribas y de los fariseos, diciendo: Maestro, deseamos ver de ti señal. Y
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él respondió, y les dijo: La generación mala y adulterina demanda señal; mas señal no le
será dada, sino la señal de Jonás profeta. Porque como estuvo Jonás en el vientre de la
ballena tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el corazón de la tierra,
tres días y tres noches» (Mateo 12:38-40).
Tiempo de la Crucifixión de Jesús
El día de la crucifixión y muerte de Jesús generalmente es confundido por la
expresión que encontramos en Lucas 23:54, la que refiriéndose a este
acontecimiento dice: «Y era día de la víspera de la Pascua; y estaba para rayar el
sábado». Por lo que se piensa que si estaba para «rayar el sábado», entonces ese día
tenía que haber sido viernes. Más el evangelista Juan aclara que ese día que estaba por
llegar, no era un «Sábado común», sino que «era el gran día del sábado» (Juan 19:31).
Sábado que en el pueblo judío se tiene como la más grande de las fiestas, ya que en él
conmemora su liberación de la esclavitud de Egipto, y que por mandato de Dios quedó
como el primero de los «Sábados Ceremoniales» (días festivos) (Éxodo 12:12-17; Levítico
23:6-8).
Conforme la profecía de doble aplicación que nos da el profeta Daniel, Jesús muere a la
mitad de la semana, es decir, el Miércoles: «Y en otra semana confirmará el pacto a
muchos, y a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda»… (Daniel 9:27).
Profecía de doble aplicación: Demanda profética y literal, por la fuerza de la evidencia.
Esto se confirma al tener la referencia del tiempo exacto de la resurrección de Jesucristo.
Resurrección que aconteció la tarde o fin del día sábado. «Y la víspera (víspera, del latín
víspera, tarde. Una de las divisiones del día romano, que correspondía al crepúsculo de la
tarde) de sábado, que amanece para el primer día de la semana, vino María Magdalena, y
la otra María, a ver el sepulcro… y respondiendo el ángel, dijo a las mujeres: No temáis
vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, que fue crucificado. No está aquí; porque ha
resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor» (Mateo 28:1, 5). Por
lo que si contamos de la tarde del sábado (tiempo de la resurrección) hacia atrás, se
cumplen perfectamente «los tres días y las tres noches» de la Señal Mesiánica, el
miércoles por la tarde, día en que murió y fue sepultado nuestro Salvador.
Jesús enfatizó el tiempo de su estancia y permanencia en la tumba, y no podemos dudar
de su palabra: «Y comenzó a enseñarles, que convenía que el Hijo del hombre padeciese
mucho, y ser reprobado de los ancianos, y de los príncipes de los sacerdotes, y de los
escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días» (Marcos 8:31). Y Jesús murió,
fue sepultado y resucitó conforme lo marcan las Escrituras, no solamente en
acontecimiento, sino en tiempo (1 Corintios 15:1-4).
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Artículo 26- Satanás.
Lo que la Iglesia de Dios cree, y proclama referente a «Satanás», es que:
a) Satanás es un ser real, al cual también se conoce con el nombre del Diablo y
otros nombres más.
b) Es el adversario de Dios y su Pueblo.
c) El introdujo el pecado en el mundo; y desde entonces su labor es la de
engañar y hacer caer al hombre en pecado. Por tanto, se nos aconseja
rechazarlo y no darle lugar en ningún momento.
d) Su fin está cerca, pues en la Biblia se nos dice que será destruido juntamente
con sus ángeles en el lago de fuego que es la muerte segunda.
Existencia real de Satanás
Las Santas Escrituras, en su declaración y enseñanza, no dejan lugar a dudas sobre
la existencia de un maligno ser sobrenatural y espiritual que se manifiesta en contra
de la obra de Dios, engañando a los hombres incrédulos y tratando de influenciar a
los creyentes para que obren en contra de la voluntad de Dios: «Y un día vinieron los
hijos de Dios a presentarse delante de Jehová, entre los cuales vino también Satanás. Y
dijo Jehová a Satán: ¿De dónde vienes? Y respondiendo Satán a Jehová dijo: De rodear
la tierra y de andar por ella» (Job 1:6-7). Se le identifica como «La serpiente antigua»
(recordando a quién hizo caer al hombre en el huerto de Edén, Génesis 3:1-15) y se le
llama también Diablo: «Y prendió al dragón, aquella serpiente antigua, que es el Diablo y
Satanás, y le ató por mil años» (Apocalipsis 20:2).
Nombres que se le dan, mismos que denotan su actividad:
Satanás (Adversario)………………............................................ 2 Corintios 11:14
Diablo (Calumniador)………………........................................... Mateo 4:1
Tentador………………...................................…........................... 1 Tesalonicenses 3:5
Acusador……………..................................................................... Apocalipsis 12:10
Belial (Vileza)…………………....................................................... 2 Corintios 6:15
Beelzebub (príncipe de los demonios)……………................... Mateo 12:24-47
Abaddón (Destruidor-Apollyón-Destructor)…......................... Apocalipsis 9:11
Príncipe de la potestad del aire…………………......................... Efesios 2:2
Dios de este siglo…………………................................................ 2 Corintios 4:4
El Malo………………………........................................................... Mateo 13:19
Maligno……………........................................................................ Efesios 6:16
Serpiente antigua y Gran Dragón………….........…................... Apocalipsis 12:9
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Por estas y muchas declaraciones más que nos brinda la Biblia, no podemos negar
la existencia de Satanás, ni pensar en él como en una cosa abstracta, etérea e
imaginaria, puesto que la Palabra de Dios lo describe como un SER REAL.
El adversario contra el cual hay que estar alerta
Siendo la labor de Satanás, la de engañar y hacer caer al hombre en pecado, se nos
advierte acerca de él: «Sed templados, y velad, porque vuestro adversario el diablo, cual
león rugiente, anda alrededor buscando a quien devore» (1 Pedro 5:8). Se nos aconseja
rechazarlo, resistiendo sus lazos de tentación: «Someteos pues a Dios; resistid al diablo,
y de vosotros huirá» (Santiago 4:7). «Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que
podáis resistir en el día malo, y estar firmes, habiendo acabado todo… sobre todo,
tomando el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del
maligno» (Efesios 6:13-16).
Se nos recomienda permanecer alertas, en su forma de actuar y proceder contra
nosotros: «Porque no seamos engañados de Satanás: pues no ignoramos sus
maquinaciones» (2 Corintios 2:11). Por lo tanto, no hay que darle lugar o motivo para
actuar: «Ni deis lugar al diablo» (Efesios 4:27).
El destino de Satanás
El fin de Satanás habrá de llegar, su destino ya está profetizado: «Entonces dirá
también a los que estarán a la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno
preparado para el diablo y para sus ángeles» (Mateo 25:41).
Satanás será destruido, pues recibirá la muerte segunda o eterna, al ser lanzado al lago
de fuego y azufre… «Y el diablo que los engañaba, fue lanzado al lago de fuego y azufre,
donde está la bestia y el falso profeta: y serán atormentados, día y noche para siempre
jamás» (Apocalipsis 20:10). La expresión «y serán atormentados día y noche para
siempre jamás», lejos de significar «tormento eterno», significa la condición en la que
estarán. Considerándola a la luz de Apocalipsis 20:14, significa «muerte segunda», es
decir, eterna: «Y el infierno y la muerte fueron lanzados en el lago de fuego. Esta es la
muerte segunda». Expresión repetida y aclarada en Apocalipsis 21:8: «…en el lago
ardiendo con fuego y azufre, que es la muerte segunda».
Artículo 27.- El Castigo de los Malvados
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama respecto al «CASTIGO DE LOS
MALVADOS», es que:
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a) Los pecadores tendrán que encararse al juicio de Dios para recibir la muerte
eterna como pago de su maldad y no un tormento eterno.
b) El malvado recibirá como castigo ser lanzado al «LAGO DE FUEGO», que es la
muerte segunda.
c) Los condenados por Dios serán destruidos por fuego, quedando reducidos a
ceniza y será como si nunca hubieran existido.
Muerte y no Tormento Eterno para el Pecador.
Si se acepta como válida la doctrina de que el hombre va a ser atormentado en un
infierno de fuego eternamente, entonces surge la pregunta: ¿A quién se le promete
vida eterna, al justo o al pecador? O ¿Será que a los malos y a los buenos se les va
a conceder vida eterna? Porque para que el hombre pecador sea atormentado por
toda la eternidad, necesita estar consciente de ese tormento; es decir, debería tener
vida eterna para sentir el tormento al que ha sido destinado en la llama del infierno.
Todos deberíamos entender que la vida eterna sólo se promete a los justos, a
aquellos que en el nombre de Cristo se han hecho acreedores a ella. Dios es
contundente en su declaración sobre la sentencia que el pecado ha de recibir: «…el
alma que pecare, esa morirá» (Ezequiel 18:20). Y el Apóstol Pablo afirma: «Porque la
paga del pecado es muerte…» (Romanos 6:23).
Lago de Fuego: Destino para el Malvado
El Señor, en su declaración, usa las siguientes expresiones: «Apartaos de mí,
malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles» (Mateo 25:41). «E irán
estos al tormento eterno, y los justos a la vida eterna» (Mateo 25:46). El fuego eterno
preparado para el Diablo y para sus ángeles donde el pecador ha de recibir el tormento
eterno, es el lago de fuego a donde también han de ir el Diablo, la Bestia, el falso
profeta, el infierno y la muerte (Apocalipsis 20:10-14); esto es lo mismo que la
muerte SEGUNDA.
Se llama muerte segunda porque existe la primera, pues está escrito: «Y de la
manera que está establecido a los hombres que mueran una vez, y después el juicio»
(Hebreos 9:27); por tanto, la primera muerte es la muerte física por la cual han pasado
todos los que una vez vivieron sobre la tierra y han fallecido; ahora esperan el día del
juicio para ser juzgados y que reciban el pago de sus acciones, ya sean buenas o malas
(2 Corintios 5:10). Si el hombre hizo bien, resucitará para vida eterna; si hizo mal
resucitará para condenación eterna (Juan 5:28-29).
La condenación del malvado consiste en ser lanzado al lago de fuego; que es la muerte
segunda, la muerte eterna. Muerte que ha de recibir todo aquel que no sea digno de la
vida eterna, como está escrito: «Y el que no fue hallado escrito en el libro de la vida, fue
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lanzado en el lago de fuego» (Apocalipsis 20:15). Esto será el tormento eterno, la muerte
eterna, lo que Pablo llama eterna perdición (2 Tesalonicenses 1:9). Y Pedro: «…perdición
de los hombres impíos» (2 Pedro 3:7).
Destrucción de los Condenados
Dios tiene decretada la destrucción por medio de fuego como castigo para el
pecador. Está escrito: «Porque si pecaremos voluntariamente después de haber
recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por el pecado, sino una
horrenda esperanza de juicio y hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios»
(Hebreos 10:26-27).
Muy común es pensar en Dios como el Dios de AMOR y es loable, porque Dios es AMOR
(1 Juan 4:8, 16); pero es menester que tomemos en cuenta que también Dios es fuego
consumidor (Hebreos 12:29), razón por la que se dice: «Horrenda cosa es caer en manos
del Dios vivo» (Hebreos 10:31).
El profeta Malaquías hace la siguiente descripción: «Porque he aquí, viene el día ardiente
como un horno; y todos los soberbios y todos los que hacen maldad, serán estopa; y
aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, el cual no les dejará
ni raíz ni rama» (Malaquías 4:1).
Artículo 28.- El Estado de los Muertos
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama respecto al «estado de los muertos», es
que:
a) La muerte es la cesación de la vida y no hay conciencia en ella.
b) Al morir, la persona permanecerá en la tumba en ese estado hasta que llegue
el día de su resurrección.
La Muerte: cesación de la Vida
El diccionario define la palabra muerte como: «Cesación definitiva de la vida»
(Pequeño Larousse Ilustrado). La Biblia nos proporciona datos específicos del
estado en que se encuentran los muertos. El predicador escribió: «Porque los que
viven saben que han de morir: mas los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque
su memoria es puesta en olvido. También su amor, y su odio y su envidia, feneció ya; no
tiene más parte en el siglo, en todo lo que se hace debajo del sol» (Eclesiastés 9:5-6).
De esta declaración se entiende que el que ha muerto, queda en estado de inconsciencia;
todo feneció para él. Ni sabe, ni siente, ni puede participar entre los vivos. El salmista nos
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da la siguiente definición del estado de los muertos: «Saldrá su espíritu, tornaráse en su
tierra. En aquel día perecerán sus pensamientos» (Salmo 146:4).
Job escribió: «Sus hijos serán honrados, y él no lo sabrá; o serán humillados y no
entenderá de ellos» (Job 14:21). La muerte es el estado en el cual el hombre queda
inerte, en el silencio: «No alabarán los muertos a Jehová, ni cuantos descienden al
silencio» (Salmo 115:17). Nuestro Señor Jesucristo habló de la muerte comparándola con
el «sueño» (dormir): «Dicho esto, díceles después: Lázaro nuestro amigo duerme; mas
voy a despertarle del sueño. Dijeron entonces sus discípulos: Señor, si duerme, salvo
estará. Mas esto decía Jesús de la muerte de él; y ellos pensaron que hablaba del
reposar del sueño. Entonces, pues, Jesús les dijo claramente: Lázaro es muerto» (Juan
11:11-14). Lucas, al escribir en el libro de los Hechos de los Apóstoles sobre la muerte de
Esteban, la define igualmente como sueño: «Y puesto de rodillas, clamó a gran voz:
Señor, no les imputes este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió» (Hechos 7:60).
Los Muertos estarán inconscientes hasta su Resurrección
El hombre al morir queda en la inconsciencia, sus sentimientos y pensamientos
dejan de ser; entra en inactividad, en el silencio; y así ha de permanecer hasta que
venga su resurrección. Nuestro Señor Jesucristo dijo: «No os maravilléis de esto
porque vendrá hora, cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que
hicieron bien, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron mal, a resurrección de
condenación» (Juan 5:28-29). Del lugar en donde estén los muertos, de allí han de
resucitar. El profeta Isaías en su cántico de alabanza expresó: «Tus muertos vivirán; junto
con mi cuerpo muerto resucitarán. ¡Despertad y cantad, moradores del polvo! Porque tu
rocío, cual rocío de hortalizas; y la tierra echará los muertos» (Isaías 26:19).
Job espera en la tumba hasta que venga su mutación (transformación): «¡Oh quién me
diera que me escondieses en el sepulcro, que me cubrieras hasta apaciguarse tu ira, que
me pusieses plazo y de mí te acordaras! Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir? Todos los
días de mi edad esperaré, hasta que venga mi mutación» (Job 14:13-14). «Si yo espero,
el sepulcro es mi casa: Haré mi cama en las tinieblas» (Job 17:13). Los hombres santos
del pasado no han recibido recompensa: «¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltará
contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jephté, de David, de Samuel y de todos
los profetas… Y todos estos, aprobados por testimonio de la fe, no recibieron la promesa,
proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen perfeccionados sin
nosotros» (Hebreos 11:32-40).
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Artículo 29.- La Resurrección de los Muertos
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama respecto a la «Resurrección de los
muertos», es que:
a) Los muertos habrán de resucitar para que sean juzgados conforme a sus
obras.
b) Habrán dos resurrecciones, las que se efectuarán con un intervalo de mil
años.
1.- La primera resurrección se efectuará al venir el Señor Jesucristo por
segunda vez a la tierra. En ella, se levantarán los justos que han de reinar
con Cristo mil años y recibirán la vida eterna (inmortalidad).
2.- La segunda resurrección se efectuará después de mil años del reino de
Cristo; en ella los malos serán resucitados para ser juzgados y
destruidos.
Los Muertos resucitarán para ser juzgados
Conforme a la declaración de la Biblia, creemos que el hombre ha de ser juzgado
después de su muerte: «Y de la manera que está establecido a los hombres que mueran
una vez, y después el juicio» (Hebreos 9:27). Juicio que efectuará nuestro Señor
Jesucristo: «…que ha de juzgar a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su
reino» (2 Timoteo 4:1).
Por tal motivo creemos que la resurrección de los muertos es una de las doctrinas que la
Iglesia recibió de parte del Señor: «Y que los muertos hayan de resucitar, aun Moisés lo
enseñó en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de Abraham, y Dios de
Isaac, y Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, mas de vivos, porque todos
viven a él» (Lucas 20:37-38).
El divino Maestro declaró la doctrina de la resurrección de los muertos: «No os maravilléis
de esto; porque vendrá hora, cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y
los que hicieron bien, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron mal, a
resurrección de condenación» (Juan 5:28-29).
El Apóstol Pablo, al comparecer en juicio ante Félix (Gobernador romano de Judea),
expresó su credo, fe y esperanza: «Teniendo esperanza en Dios que ha de haber
resurrección de los muertos, así de justos como de los injustos la cual también ellos
esperan» (Hechos 24:15; Apocalipsis 20:5, 6).
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Las dos Resurrecciones
En los santos dichos de nuestro Dios, encontramos la declaración de que habrá
dos resurrecciones. La primera se efectuará al venir nuestro Señor Jesucristo. En
ella se levantarán los justos: los que durmieron en el Señor, las personas que
recibieron el conocimiento de la verdad y vivieron conforme a ella. En la segunda se
han de levantar todos los que no tuvieron parte en la primera: aquellos que
conociendo a Dios, no vivieron de acuerdo a su palabra; y aquellos que ignorando
parcial o totalmente la Palabra de Dios, condujeron su vida conforme a su muy
particular manera de sentir o de pensar.
La Primera Resurrección
Al venir nuestro Señor Jesucristo tendrá lugar la primera resurrección, tomando en
ella parte solamente aquellos que murieron en el Señor: «Porque el mismo Señor con
aclamación, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los
muertos en Cristo resucitarán primero» (1 Tesalonicenses 4:16). Los justos que estén
vivos, al venir el señor, serán transformados, recibirán inmortalidad: «He aquí, os digo un
misterio: Todos ciertamente no dormiremos, mas todos seremos transformados. En un
momento, en un abrir de ojo, a la final trompeta, porque será tocada la trompeta, y los
muertos serán levantados sin corrupción, y nosotros seremos transformados. Porque es
menester que esto corruptible sea vestido de incorruptible, y esto mortal sea vestido de
inmortalidad» (1 Corintios 15:51-53).
«Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte
no tiene potestad en éstos; antes serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él
mil años» (Apocalipsis 20:6).
La Segunda Resurrección
La segunda resurrección se efectuará al finalizar el reino del Señor, es decir, mil
años después de la resurrección primera: «Mas los otros muertos no tornaron a vivir
hasta que sean cumplidos mil años…» (Apocalipsis 20:5).
En esta segunda resurrección se han de levantar todos los que no tuvieron parte en la
primera, sólo para ser destruidos.
«Y vi los muertos, grandes y pequeños, que estaban delante de Dios; y los libros fueron
abiertos: y otro libro fue abierto, el cual es de la vida: y fueron juzgados los muertos por
las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras... Y el que no fue hallado
escrito en el libro de la vida, fue lanzado al lago de fuego» (Apocalipsis 20:12,15).
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NOTA: El lago de fuego es la muerte segunda o destrucción eterna, según el verso
14 y Apocalipsis 21:8.
Artículo 30.- La Profecía y Señales de su Cumplimiento
Lo que la Iglesia de Dios cree respecto a la «Profecía y Señales de su
Cumplimiento» es que:
a) La profecía bíblica fue escrita por hombres santos inspirados por Dios.
b) Jesús, el Hijo de Dios, también anunció muchas profecías, y los evangelistas
las registraron.
c) El objeto de la profecía es respaldar la veracidad de las Escrituras y hacer
entender a los hombres los tiempos en que vivimos con relación a la segunda
venida de Cristo.
La Profecía: escrita por hombres
inspirados por el Espíritu de Dios
Entendemos por profecía la declaración de las cosas que han de acontecer en el
futuro. La profecía ha sido escrita por hombres santos de Dios, inspirados por el
Espíritu Santo: «Porque la profecía no fue en los tiempos pasados traída por voluntad
humana, sino los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados del Espíritu Santo»
(2 Pedro 1:21). David, profeta de Dios (Hechos 2:29-30), declaró lo que todos los profetas
de Dios habían dicho: «El Espíritu de Jehová ha hablado por mí. Y su palabra ha sido en
mi lengua» (2 Samuel 23:2). A través de los profetas, Dios habló a su pueblo: «Dios,
habiendo hablado muchas veces y en muchas maneras en otro tiempo a los padres por
los profetas» (Hebreos 1:1).
Jesús: Hijo y profeta de Dios
Nuestro Señor Jesucristo no solamente fue enviado de Dios a la tierra para morir
por nuestros pecados, también vino a declarar con amplitud la doctrina del Padre,
la cual está llena de profecía: «Porque yo no hablo de mí mismo; mas el Padre que me
envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar» (Juan
12:49). «…decían: Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo» (Juan
6:14). Así como Dios ha hablado a los hombres a través de sus profetas, también nos
habla a través de su Hijo. «Dios habiendo hablado muchas veces y en muchas maneras
en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el
Hijo…» (Hebreos 1:1-2). Algunos ejemplos.
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Jesús Profetizó
1.- Del Fin del Mundo Mateo 13:36-43
2.- Del Reino de Dios Mateo 8:10-11
3.- De su Segunda Venida y de
muchas señales acerca de ella Mateo 24:4-26; 32-36
4.- El cerco de Jerusalem Mateo 24:15-22
5.- La Destrucción del Templo Mateo 24:1-2
6.- El Esparcimiento de Israel Lucas 21:20-24
7.- Las Aflicciones de su Iglesia a
través del tiempo Juan 16:14, 33
8.- De los Sellos del Apocalipsis Mateo 24:29;
Apocalipsis 6:1, 12, 14
9.- Del Juicio Final Mateo 10:15, 24-41; 13:40-41.
El Objeto de la Profecía
El objeto de la profecía es: Manifestar la veracidad de la Palabra de Dios. El
contenido de la Biblia está considerado en no menos de un 30% de profecía; esto
es un respaldo para todo fiel creyente, y es la mejor garantía de que es Palabra de
Dios. Es la antorcha de la verdadera Iglesia de Dios (Proverbios 29:18). El hombre,
viendo el cumplimiento de las profecías hasta nuestros días, y convencido por ello,
no tendrá obstáculos para creer y aceptar las cosas que anuncian el fin de todas las
cosas (1 Corintios 14:24-25; Isaías 46:9-10; Números 23:19).
Pedro escribió: «Tenemos también la palabra profética más permanente, a la cual hacéis
bien de estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro hasta que el día
esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones» (2 Pedro 1:19). El
Señor, al dar a conocer las señales que anuncian la cercanía de su advenimiento, dijo: «Y
cuando estas cosas comenzaren a hacerse, mirad, y levantad vuestras cabezas, porque
vuestra redención está cerca. Y díjoles una parábola: Mirad la higuera y todos los árboles:
Cuando ya brotan, viéndolo, de vosotros mismos entendéis que el verano está ya cerca.
Así también vosotros, cuando viereis hacerse estas cosas, entended que está cerca el
reino de Dios» (Lucas 21:28-31).
Mucho de lo que ocurre en el mundo, en el aspecto religioso, físico y social, es el
cumplimiento de la profecía, y nos indica que la venida de Cristo está cerca. Del aspecto
religioso se dice: «Empero el Espíritu dice manifiestamente que en los venideros tiempos
algunos apostatarán de la fe escuchando a espíritus de error y a doctrinas de demonios;
que con hipocresía hablarán mentira, teniendo cauterizada la conciencia» (1 Timoteo 4:1-
2). Del aspecto social se nos dice: «Esto también sepas, que en los postreros días
vendrán tiempos peligrosos: Que habrá hombres amadores de sí mismos, avaros,
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vanagloriosos, soberbios, detractores, desobedientes a los padres, ingratos, sin santidad,
sin efecto, desleales, calumniadores, destemplados, crueles, aborrecedores de lo bueno,
traidores, arrebatados, hinchados, amadores de los deleites más que de Dios; teniendo
apariencia de piedad, mas habiendo negado la eficacia de ella: Y a éstos evita» (2
Timoteo 3:1-5).
La Profecía llega al hombre de parte de Dios, con el propósito de prevenirlo de cómo
puede evitar su destrucción: «El avisado ve el mal y escóndese; mas los simples pasan, y
reciben el daño» (Proverbios 22:3). «Por tanto, también vosotros estad apercibidos;
porque el Hijo del Hombre ha de venir a la hora que no pensáis» (Mateo 24:44).
Artículo 31.- El Recogimiento o Retorno de Israel
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama respecto al «Recogimiento o Retorno de
Israel», es que:
a) La Biblia registra la profecía de que Israel será recogido a la tierra antes
conocida como Palestina.
b) Esta profecía está en proceso de cumplimiento y es una señal de que la
Segunda Venida de Cristo está cerca.
Israel esparcido en todos los Pueblos
Desde los días de Moisés, el pueblo de Israel recibió la advertencia de que si no
obedecía a la voz de Dios, sería esparcido por todos los pueblos: «Y será, si no
oyeres la voz de Jehová tu Dios, para cuidar de poner por obra todos sus mandamientos y
sus estatutos, que yo te intimo hoy, que vendrán sobre ti estas maldiciones y te
alcanzarán... Y Jehová te esparcirá por todos los pueblos, desde el un cabo de la tierra
hasta el otro cabo de ella…» (Deuteronomio 28:15, 64). Israel, a pesar de la advertencia
del Señor (1 Reyes 9:6-9), no vivió de acuerdo a su palabra y la sentencia se cumplió en
el año 722-721 a. C. cuando el pueblo de Israel, ya dividido en dos reinos, el reino del
norte (Israel), fue llevado cautivo a Siria (2 Reyes 17:6, 23). Más tarde, el reino del sur
(Judá) fue llevado cautivo por los babilonios en el periodo de 606-586 a. C.
(2 Crónicas 36:15-29). Cautividad de la que más tarde, parte del pueblo judío regresó a su
tierra (Esdras 1 y 2; Nehemías 1:2). Nuestro Señor Jesucristo anunció el esparcimiento
último y total del pueblo Judío de su tierra, diciendo: «Y caerán a filo de espada, y serán
llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalem será hollada de las gentes, hasta que
los tiempos de las gentes sean cumplidos» (Lucas 21:24).
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En el año 70 de nuestra era esto se cumplió, pues los ejércitos romanos comandados por
Tito destruyeron la ciudad de Jerusalem. Los Judíos que lograron escapar fueron
dispersados por todo el mundo (esto es a lo que se llama diáspora). Desde entonces el
pueblo Judío vivió en tierra ajena sufriendo grandes penalidades y vejaciones, pues era
un pueblo sin patria.
Profecía sobre el Recogimiento o retorno de Israel
Los santos hombres de Dios hablaron de su recogimiento de entre los pueblos a
los cuales habían sido llevados. El profeta Amós escribió las palabras del Señor:
«Porque he aquí yo mandaré y haré que la casa de Israel sea zarandeada entre las
gentes…» (Amós 9:9); luego escribió: «Y tornaré el cautiverio de mi pueblo Israel, y
edificarán ellos las ciudades asoladas y las habitarán… Pues los plantaré en su tierra, y
nunca más serán arrancados de su tierra que yo les di, ha dicho Jehová Dios tuyo» (Amós
9:14-15).
También Jeremías escribió las palabras de Jehová: «Por tanto, yo os haré echar de esta
tierra a tierra que ni vosotros ni vuestros padres habéis conocido…» (Jeremías 16:13).
«He aquí yo los vuelvo de tierra del aquilón, y los juntaré de los confines de la tierra... Oíd
palabra de Jehová, oh gentes, y hacedlo saber en las islas que están lejos y decid: El que
esparció a Israel lo juntará y guardará, como pastor a su ganado... Y vendrán, y harán
alabanzas en lo alto de Sión, y correrán al bien de Jehová... He aquí que yo los juntaré de
todas las tierras a las cuales los eché con mi furor, y con mi enojo y saña grande; y los
haré tornar a este lugar, y harélos habitar seguramente» (Jeremías 31:8, 10, 12; 32: 37).
Ezequiel da razón del recogimiento de Israel de parte del Señor: «Por tanto di a la casa de
Israel: Así ha dicho el Señor Jehová: No lo hago por vosotros, oh casa de Israel sino por
causa de mi santo nombre el cual profanasteis vosotros entre las gentes a donde habéis
llegado... Y yo os juntaré de todas las tierras y os traeré a vuestro país» (Ezequiel 36: 22,
24). «Y les dirás: Así ha dicho el Señor Jehová: He aquí, yo tomo a los hijos de Israel
entre las gentes a las cuales fueron, y los juntaré de todas partes, y los traeré a su tierra...
Y sabrán las gentes que yo Jehová santificó a Israel, estando mi santuario entre ellos para
siempre» (Ezequiel 37:21-28).
El recogimiento de Israel es señal de la cercanía de la Segunda Venida de Jesús. La
profecía del recogimiento de Israel está en proceso de cumplimiento; las noticias en radio,
prensa y televisión nos lo indican. Israel, desde el 14 de mayo de 1948, ya ha sido
reconocido como país libre, habiendo proclamado su independencia en esa fecha. Y día
con día, y año con año, muchos judíos están volviendo de entre las naciones a su tierra;
señal de que la venida del Señor Jesucristo está cerca (Mateo 24:32-33; Romanos 11:26-
27).
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Artículo 32.- Mensaje del Tercer Ángel
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama respecto al «Mensaje del Tercer Ángel»,
es que:
a) Un mensaje conocido comúnmente como el «MENSAJE DEL TERCER ANGEL»
debe ser predicado y está siendo predicado por la Iglesia de Dios.
b) Este mensaje advierte en contra de la adoración al paganismo.
El mensaje del Tercer Ángel
Mensaje es la comunicación de una noticia, aviso, o informe de una persona a otra.
La palabra ángel, tanto en su procedencia hebrea como en su traducción griega,
significa «mensajero»; éstos pueden ser seres (espíritus) celestiales (Salmo 104:4,
Mateo 22:30), los elementos de la naturaleza como los vientos o los hombres, y
mayormente el Ministerio de la Iglesia (Apocalipsis 1:20; 2:1). El mensaje del Tercer
Ángel es la predicación de advertencia que ha de llegar a todos los hombres de
parte de Dios a través de su Iglesia.
¿Por qué el mensaje de Tercer Ángel?
En Apocalipsis 14:6-10 encontramos la enunciación de tres mensajes dados por
tres ángeles. Creemos que estos tres mensajes deben ser predicados por la Iglesia
para su conocimiento y para conocimiento del mundo. El mensaje del primer ángel
se refiere a la predicación del evangelio para el reclutamiento de almas para el
Reino de los cielos, principiando en la era apostólica: «Y vi otro ángel volar por medio
del cielo, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los que moran en la tierra, y a
toda nación y tribu y lengua y pueblo, diciendo en alta voz: Temed a Dios y dadle honra;
porque la hora de su juicio es venida; y adorad a aquel que ha hecho el cielo y la tierra y
el mar y las fuentes de las aguas» (Apocalipsis 14:6-7). Mensaje que con énfasis fue y
debe ser predicado (Hechos 14:15-16; 17:30-31).
El mensaje del segundo ángel hace referencia a la caída del poder que hostigaba a la
Iglesia, marcando el fin de la persecución que en contra de los santos se levantó en
cumplimiento de la profecía de Daniel 7:24-25 y mencionada en Apocalipsis 12:6,14;
concluyendo la era de terror y persecución del cuerno que habló palabras contra el
Altísimo y quebrantó al pueblo de los santos. El mensaje de referencia es: «Y otro ángel lo
siguió, diciendo: Ha caído, ha caído Babilonia, aquella grande ciudad, porque ella ha dado
de beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación» (Apocalipsis 14:8).
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NOTA: La caída de Babilonia hace referencia a la conclusión del tiempo que se le dio para
obrar con poder sobre los santos, y no a la caída o conclusión de este movimiento, pues
si hablase de su caída total, no habría razón para el mensaje del tercer ángel.
El mensaje del tercer ángel es parte de la gran comisión que la Iglesia ha recibido y debe
predicarlo al mundo, advirtiéndole que quien adora a la bestia y a su imagen será
destruido por Dios. El mensaje es: «Y el tercer ángel los siguió, diciendo en voz alta: Si
alguno adora a la bestia o a su imagen, y toma la señal en su frente, o en su mano, éste
beberá del vino de la ira de Dios, el cual está echado puro en el cáliz de su ira, y será
atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles, y delante del cordero»
(Apocalipsis 14:9-10). La bestia es un movimiento seudo religioso de gran potencia
(según se describe en Apocalipsis 13 y 17), en donde se conjugan las falsas doctrinas
que la humanidad ha tomado como cristianas. La imagen de la bestia, es todo movimiento
religioso que deseando tener una religión cristiana pura y santa, lo único que ha logrado
es mejorar algunos conceptos pero sigue teniendo la mayor parte de esas doctrinas
antibíblicas. Adorar a la bestia o a su Imagen es ser miembro o practicante de las
doctrinas seudo cristianas que el mundo ha tomado como bíblicas, pero que su origen
está en el paganismo o en el error de la interpretación que de la Biblia han hecho los
hombres.
Tomar la señal en la frente es aceptar sus doctrinas; tomar la señal en la mano es
practicar sus doctrinas. La adoración a la bestia y a su imagen es propiciada por las
señales, milagros y prodigios que éstas hacen, pues está escrito que «engañarán si es
posible aun a los escogidos» (Mateo 24:24). La Palabra del Señor, al concluir la visión del
«Mensaje del Tercer Ángel», da a saber la fidelidad que al solo Dios Todopoderoso le
tributan sus hijos: «Aquí está la paciencia de los santos; aquí están los que guardan los
mandamientos de Dios y la fe de Jesús» (Apocalipsis 14:12).
Artículo 33.- Las Siete Últimas Plagas
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama referente a «Las Siete Plagas», es que:
a) La ira de Dios contra el pecado y los pecadores será consumada con el
derramamiento de siete Plagas Postreras.
b) Estas plagas afectarán principalmente a los que tienen la señal de la Bestia y
que adoran a su imagen.
c) Estas serán derramadas antes y al tiempo de la Segunda Venida de nuestro
Señor Jesucristo.
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La ira de Dios contra el pecado y los pecadores
Dios tiene determinado castigar a los pecadores con terribles plagas, llamadas «Las
Siete Plagas» postreras.
NOTA: Plaga es una calamidad grande que afecta a un pueblo. Estas plagas
representan eventos literales que producen gran tribulación y angustia en el
mundo: «Y vi otra señal en el cielo, grande y admirable, que era siete ángeles que tenían
las siete plagas postreras; porque en ellas es consumada la ira de Dios» (Apocalipsis
15:1).
La ira de Dios está por ser derramada sobre la tierra: «Y oí una gran voz del templo, que
decía a los siete ángeles: Id, y derramad las siete copas de la ira de Dios sobre la tierra»
(Apocalipsis 16:1). Con algo de resentimiento se ha suscitado la siguiente pregunta: ¿Por
qué Dios, que es toda bondad, toda misericordia, todo amor, ha de castigar a los que no
lo obedecen ni lo conocen, con terribles castigos? Jesús enseñó que Dios es nuestro
Padre Celestial, un Padre amoroso que tiene compasión hacia la humanidad y hacia sus
hijos fieles.
Todos admiten que Dios ha sido misericordioso y longánime, y que al mismo tiempo hace
un llamado a sus criaturas para que le obedezcamos; consideramos cuánto nos ha
amado, pues ha entregado a su propio Hijo para nuestra Redención y la del mundo. Su
amor nos ha llevado hacia él, de tal modo que exclamamos: ¡Señor, anhelo hacer tu
voluntad! Su amor y bondad han sido probados. Sin embargo, y a causa de su justicia,
tiene que castigar a los malos y pecadores. Casi en el principio del tiempo, el
Todopoderoso exclamó: «…No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre,
porque ciertamente él es carne…» (Génesis 6:3).
Las siete postreras plagas, como se describen en Apocalipsis 15 y 16, son razones por
las cuales debemos preocuparnos conforme al evangelio para ir al encuentro de nuestro
Dios, y así evitar su ira. Al estudiar el tema de las «Siete Plagas», la ira de Dios y el
castigo de los impíos, pensamos seriamente en nuestra salvación y también en la de los
demás. En Apocalipsis 15 se nos da un cuadro de la preparación del derramamiento de
aquellas copas que los ángeles tenían en sus manos. Estos ángeles estaban vestidos
como los sumos pontífices cuando inquirían delante de Dios. Los antiguos rabinos tenían
el sentir de que «toda plaga que puso Dios sobre los egipcios en tiempo pasado, son las
mismas que pondrán sobre los enemigos de su pueblo en todo los tiempos». Sería
erróneo suponer que estas últimas plagas abarquen un largo periodo de tiempo (varios
años), puesto que aquellos que sufren la quinta plaga, habían sufrido previos juicios
aflictivos (Apocalipsis 16:1-9).
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Descripción de las Siete Plagas Postreras
En Apocalipsis 16 se describen estas plagas, mencionándose sobre quiénes caen,
en qué consiste y los efectos que causarán.
PRIMERA PLAGA: Derramada en la tierra sobre los hombres que tienen la señal de
la «bestia» y sobre los que adoran su imagen. Se menciona como una plaga mala y
dañosa (Apocalipsis 16:2).
SEGUNDA PLAGA: Es derramada sobre el mar, haciendo que éste se convierta en
sangre causando la muerte de todo ser viviente que se encontraba en él
(Apocalipsis 16:3).
TERCER PLAGA: Derramada sobre los ríos y sobre las fuentes de las aguas
haciendo que se convirtieran en sangre, trayendo como consecuencia que los que
derramaron sangre de los santos y de los profetas, bebieran sangre (Apocalipsis
16:4-7).
CUARTA PLAGA: Derramada sobre el sol, aumentando su calor y como
consecuencia quema a los hombres con su gran calor; blasfemando los hombres
del nombre de Dios, pero no se arrepintieron de sus malas obras (Apocalipsis 16:8-
9).
QUINTA PLAGA: Derramada sobre la Silla de la bestia, cubriéndose sus lenguas por
el intenso dolor, blasfemando el nombre de Dios, pero no se arrepintieron de sus
obras (Apocalipsis 16:10-11).
SETA PLAGA: Derramada sobre el río Éufrates, secándose sus aguas y
preparándose el camino para los reyes de oriente. Junto a esta plaga, Juan tiene
otra visión: Tres espíritus inmundos a manera de ranas que salen de la boca del
dragón, de la boca de la bestia y de la boca del falso profeta. Espíritus que hacen
señales a los reyes de la tierra y de todo el mundo para congregarlos para la batalla
de aquel día del Dios Todopoderoso, congregándolos en el lugar llamado
Armagedón (Apocalipsis 16:12-16; Isaías 66:6, 16; Joel 3:9-16).
SEPTIMA PLAGA: Derramada sobre el aire, escuchándose una gran voz del templo
del cielo, del trono diciendo: Hecho es. Habiendo relámpagos y voces y truenos y
un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande cual no fue jamás desde que los
hombres han estado sobre la tierra. Partiéndose en tres partes la ciudad grande;
cayendo las ciudades de las naciones, viniendo en memoria la grande Babilonia
para que se dé del cáliz del vino del furor de la ira de Dios; desapareciendo las islas
y los montes. Y cayó del cielo sobre los hombres un grande granizo como del peso
de un talento (45 kilos aproximadamente), blasfemando los hombres contra Dios
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por lo grande de esta plaga (Apocalipsis 16:17-21; Ezequiel 38: 18-22; Job 38: 22-
23).
Estas plagas serán derramadas sobre:
1. Los hombres que tienen la señal de la bestia y sobre los que adoran su
imagen.
2. El mar.
3. Los ríos y las fuentes de las aguas.
4. El sol.
5. La Silla de la bestia.
6. El río Éufrates.
7. El aire. Sufriendo los hombre las consecuencias de estas plagas.
Algunas referencias bíblicas nos hacen pensar que las plagas que hubo en Egipto,
son un tipo de «Las Siete Postreras Plagas»: «Y estas cosas les acontecieron en figura
y son escritas para nuestra admonición, en quienes los fines de los siglos han parado» (1
Corintios 10:11). De modo que si las plagas en Egipto fueron literales (Éxodo 7, 8, 9, 10).
Creemos que las «Siete Postreras Plagas» también lo serán.
Analizando podemos ver que la primera y quinta plaga afectarán a los hombres
identificados por un credo o actitud religiosa. La segunda, tercera y cuarta plagas, serán
derramadas sobre objetos físicos y literales, los que al recibir estas plagas afectarán a la
humanidad. La sexta y séptima plaga afectarán directamente a la humanidad.
Duración de las Siete Plagas
Las plagas en Egipto cubrieron un periodo de varios meses (Éxodo 7, 8, 9, 19, 11).
Creemos que las plagas postreras cubran alrededor de un año: «Por lo cual en un día
vendrán sus plagas, muerte, llanto y hambre, y será quemada con fuego; porque el Señor
es fuerte que la juzgará» (Apocalipsis 18:8). Tomando la regla profética de «día por año»
(Ezequiel 4:6; Números 14:34), la expresión «por lo cual en un día vendrán sus plagas»,
creemos que se refiere a un año.
¿Cuándo serán derramadas las Plagas?
Si el tiempo de duración de estas plagas es de un año y la sexta plaga nos advierte
la inminente venida del Señor, y la séptima y última plaga describe los
acontecimientos del Armagedón, podemos ubicar su derramamiento en torno al año
de la Segunda Venida del Señor.
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Protección para el pueblo de Dios
Así como fue protegido Israel de las Plagas en Egipto, así será protegido el Pueblo
de Dios cuando estas plagas sean derramadas: «El que habita al abrigo del Altísimo,
morará bajo la sombra del Omnipotente… No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu
morada» (Salmo 91:1-10). De la consecuencia de las plagas, el pueblo de Dios será
librado. El profeta escribió: «Anda pueblo mío, éntrate en tus aposentos; cierra tras ti tus
puertas; escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la ira. Porque he aquí
que Jehová sale de su lugar, para visitar la maldad del morador de la tierra contra él…»
(Isaías 26:20-21). Y se invita a buscar esta protección: «Buscad a Jehová todos los
humildes de la tierra, que pusiste en obra de su juicio; buscad justicia, buscad
mansedumbre; quizás seréis guardados en el día del enojo de Jehová» (Sofonías 2:3).
NOTA: Nuestro Señor Jesucristo se hace manifiesto en la SEXTA PLAGA. Es en este
tiempo cuando los santos resucitan y los fieles que están vivos serán transformados. De
esta manera, cuando Jesús lucha contra sus enemigos en el Armagedón (Séptima Plaga),
los santos ya glorificados miran la recompensa de los impíos (Salmo 91:8). ¡Gloria sea
nuestro buen Dios!
Artículo 34.- La Segunda Venida de Cristo
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama respecto a la «Segunda Venida de Cristo»,
es que:
a) Jesús vendrá por segunda vez a la tierra conforme a su promesa.
b) Vendrá en forma personal y visible.
c) Su propósito será glorificar a su Iglesia y establecer su Reino.
La promesa de Jesús sobre su Retorno
Jesús prometió a sus discípulos que regresaría, pues dijo: «Habéis oído como yo os
he dicho: Voy y vengo a vosotros» (Juan 14:28). Y ante las multitudes dijo: «Porque el
que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adulterina y pecadora, el
Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando vendrá en la gloria de su Padre con los
santos ángeles» (Marcos 8:38). Los discípulos, al entender que Jesús les había prometido
volver, le preguntaron sobre cómo podrían conocer los tiempos de su venida; entonces les
dijo: «…Mirad que nadie os engañe». Y continuó dando una serie de señales, entre otras:
Muchos dirán: Yo soy el Cristo. Habría guerras, pestilencias, hambres, terremotos, se
levantarían muchos falsos profetas, se multiplicaría mucho la maldad, habría asolamiento
sobre Jerusalem, etc. (Mateo 14:4-30).
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Jesús vendrá en forma personal y visible
Jesús, después de su muerte y resurrección, ascendió a los cielos y a la vista de
sus discípulos, a los cuales se les dijo que así vendría como lo habían visto ir al
cielo: «y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado; y una nube le recibió y le
quitó de sus ojos. Y estando con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él iba, he
aquí dos varones se pusieron junto a ellos en vestidos blancos; los cuales también les
dijeron: Varones Galileos, ¿qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús que ha sido
tomado desde vosotros arriba en el cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo»
(Hechos 1:9-11).
Jesús ascendió ante la vista de sus discípulos y una nube lo recibió y le quitó de ante sus
ojos. Cuando retorne nuevamente, nosotros esperamos verlo porque será visible a los
que vivan en ese día, así está dicho: «He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá,
y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra se lamentarán sobre él. Así sea.
Amén» (Apocalipsis 1:7).
Al venir nuestro Señor Jesucristo resucitarán todos sus santos. Jesús dijo que en el
tiempo de su venida enviaría a sus ángeles para que de los cuatro cantones de la tierra
los muertos en él resuciten y sean glorificados y suban al encuentro de su Señor. La
promesa de Jesús sobre su segundo advenimiento, abarca la declaración de que todos
los hombres le verán en su regresó: «Y entonces se mostrará la señal del Hijo del hombre
en el cielo: y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra y verán al Hijo del hombre
que vendrá sobre las nubes del cielo, con grande poder y gloria» (Mateo 24:30).
Su venida no será silenciosa: «Porque el mismo Señor, con aclamación, con voz de
arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del Cielo…» (1 Tesalonicenses 4:16). Todo
será visible, para que la humanidad no pase desapercibido la hora del regreso del Rey de
Reyes y Señor de Señores: «Entonces habrá señales en el sol y en la luna y en las
estrellas; y en la tierra angustia de gentes por la confusión del sonido de la mar y de las
ondas: Secándose los hombres a causa del temor y expectación de las cosas que
sobrevendrán a la redondez de la tierra: porque las virtudes de los cielos serán
conmovidas. Y entonces verán al Hijo del hombre, que vendrá en una nube con potestad
y majestad grande» (Lucas 21:25-27).
Jesús vendrá y establecerá su reino sobre la tierra
El ángel Gabriel notificó a María: «Y he aquí, concebirás en tu seno y parirás un hijo, y
llamarás su nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo: y le dará el
Señor Dios el trono de David su padre: y reinará en la casa de Jacob por siempre; y de su
reino no habrá fin» (Lucas 1:31-33). Este reino será establecido por el Señor Jesús al
regresar a la tierra. «Y cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos
ángeles con él, se sentará sobre el trono de su gloria. Y serán reunidas delante de él
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todas las gentes…» (Mateo 25:31-32). El que da testimonio de estas cosas dice:
«Ciertamente, vengo en breve. Amén, sea así. Ven, Señor Jesús» (Apocalipsis 22:20).
Artículo 35.- El Reino de Dios
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama respecto a «El Reino de Dios», es que:
a) El Reino de Dios fue tema principal de la predicación de Jesucristo.
b) Es la principal predicación de la Iglesia de Dios.
c) El Reino de Dios se divide en tres fases:
1. El Reino de Gracia.
2. El Reino Milenial.
3. El Reino Eternal de Dios.
El Tema Principal de la Predicación de Jesucristo
El evangelista Marcos registra y declara en qué consistía la predicación de
Jesucristo: «Mas después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el
evangelio del Reino de Dios, y diciendo: El tiempo es cumplido, y el Reino de Dios está
cerca: arrepentíos, y creed al evangelio» (Marcos 1:14-15). Anunciar el evangelio (buena
nueva) del Reino de Dios fue la parte central de la predicación de Jesucristo, anunciando
la cercanía de su establecimiento e invitando a prepararse para recibirlo: «Desde
entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: Arrepentíos, que el Reino de los cielos se
ha acercado» (Mateo 4:17).
NOTA: Reino es el territorio que ocupa un estado que con sus habitantes están sujetos a
un Rey
Divisiones del Reino de Dios
Por la relación que el hombre puede tener con el Reino de Dios, éste, para su
compresión y estudio, se divide en tres fases. Fases que se perciben y se alcanzan
a definir en la consideración de las Escrituras.
1. El Reino de la Gracia.
2. El Reino Milenial de Cristo.
3. El Reino Eternal de Dios.
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El Reino de la Gracia
Entendemos por «Gracia» el favor que hace uno sin estar obligado a ello. También
es el don de Dios que eleva sobrenaturalmente a la criatura racional.
El Reino de la Gracia se inició desde que Cristo Jesús hizo discípulos para que
sirvieran a Dios en la forma en que él los venía instruyendo: «Mas la hora viene, y
ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad;
porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que
le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren» (Juan 4:23, 24).
Jesús murió en cruenta cruz, para expiar la iniquidad del hombre, y así habilitarlo para
que sea participante del Reino de Dios. «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de
la gloria de Dios; siendo justificados gratuitamente por su gracia por la redención que es
en Cristo Jesús» (Romanos 3:23-24). Este favor lo recibe el hombre por «gracia» (favor
inmerecido); quien así lo entienda, recibiendo a Jesucristo como su Salvador, pasa a ser
parte de este Reino de Gracia: «Para que, de la manera que el pecado reinó para muerte,
así también la gracia reine por la justicia para vida eterna por Jesucristo Señor nuestro»
(Romanos 5:21). A este Reino hemos sido trasladados: «Que nos ha librado de la
potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo» (Colosenses 1:13). El
Reino de la Gracia, existe actualmente al reinar Cristo Jesús en el corazón del creyente;
Reino que durará hasta que el Señor Jesús venga y establezca la segunda fase del
Reino: el Reino Milenial.
El Reino Milenial de Cristo
Cristo establecerá su reino sobre la tierra en su segundo advenimiento y los
redimidos reinarán con él mil años: «Y cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y
todos los santos ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria» (Mateo
25:31). «Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda
muerte no tiene potestad en éstos, antes serán sacerdotes de Dios y de Cristo»
(Apocalipsis 20:6), y de sus santos (Daniel 7:27). Este lapso es llamado «La
regeneración» (Mateo 19:28), también «Los tiempos de la restauración de todas las
cosas» (Hechos 3:21). El Señor Jesús reinará hasta que todos sus enemigos sean
dominados, entonces entregará el reino al Padre Celestial (1 Corintios 15:25).
El Reino Eternal de Dios
Después de que el Señor Jesús haya reinado hasta poner a todos sus enemigos
debajo de sus pies, entonces el Reino pasará al poder del Padre Eterno: «Luego el
fin; cuando entregará el Reino a Dios y al Padre, cuando habrá quitado todo imperio, y
toda potencia y potestad. Porque es menester que él reine, hasta poner a todos sus
enemigos debajo de sus pies... Mas luego que todas las cosas le fueren sujetas, entonces
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también el mismo Hijo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas... (1 Corintios
15:24-25, 28). Esto ocurrirá cuando tengamos cielos nuevos y tierra nueva en las cuales
more la justicia (2 Pedro 3:13) y Dios será el todo en todos (1 Corintios 15:28).
Artículo 36.- El Reino Milenial de Cristo
Lo que la Iglesia cree y proclama respecto a «El Reino Milenial de Cristo, es que:
a) Cristo reinará literalmente sobre la tierra.
b) El periodo de su reinado será de mil años.
c) Durante su reino pondrá a sus enemigos bajo su dominio.
d) Al finalizar este período Jesús entregará el reino al Padre Celestial.
El reino de Cristo: Literalmente sobre la Tierra
Cuando Jesús cumpla la promesa de venir otra vez a la tierra asentará sus pies en
el monte de las Olivas: «Después saldrá Jehová, y peleará con aquellas gentes, como
peleó el día de la batalla. Y afirmaránse sus pies en aquel día sobre el monte de las
Olivas...» (Zacarías 14:3-4). El monte de las Olivas está enfrente de Jerusalem a la parte
de oriente. Será en este tiempo cuando se siente en el trono de su gloria: «Y cuando el
Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se
sentará en el trono de su gloria» (Mateo 25:31). Conforme a la promesa, es en el trono de
David su padre: «Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo: y le dará el Señor
Dios el trono de David su Padre» (Lucas 1:32). En este tiempo los reinos del mundo serán
los reinos de Cristo: «Y el séptimo ángel tocó la trompeta, y fueron hechas grandes voces
en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser los reinos de nuestro
Señor, y de su Cristo y reinarán para siempre jamás» (Apocalipsis 11:15). El pueblo de
los santos del Altísimo reinará con Cristo: «Y que el reino, y el señorío, y la majestad de
los reinos debajo de todo cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo; cuyo reino
es reino eterno y todos los señoríos le servirán y obedecerán» (Daniel 7:27); «Y nos has
hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, reinaremos sobre la tierra» (Apocalipsis
5:10).
Jerusalem será cabecera de los reinos «Y acontecerá en los postreros tiempos, que el
monte (reino) de la casa de Jehová será constituido por cabecera de montes (reinos), y
más alto que los collados, y correrán a él pueblos. Y vendrán muchas gentes, y dirán:
Venid, y subamos al monte de Jehová, y a la casa del Dios de Jacob; y enseñarán en sus
caminos, y andaremos por su veredas: porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalem la
Palabra de Jehová. Y juzgará entre muchos pueblos, y corregirá fuertes gentes hasta muy
lejos: y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces: no alzará
espada gente contra gente, ni más se ensayarán para la guerra» (Miqueas 4:1-3). Toda la
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tierra tendrá un solo Rey. El gran Señor Jehová de los ejércitos, nuestro Señor Jesucristo.
«Y Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre»
(Zacarías 14:9).
El Reino del Señor durará mil Años
Las palabras Milenial o milenio no se usan en la Biblia, sino que son la definición que el
diccionario de nuestro idioma da al periodo de MIL AÑOS. El reino de nuestro Señor
Jesucristo durará mil años, de allí que le demos el nombre de el «REINO MILENIAL» o
simplemente Milenio. Comprobemos: a los justos, se les ha hecho la promesa de reinar
con Cristo sobre la tierra (Apocalipsis 5:10), reinando sobre las gentes: «Y al que hubiere
vencido, y hubiere guardado mis obras hasta el fin, yo le daré potestad sobre las gentes; y
las regirá con vara de hierro, y serán quebrantadas como vaso de alfarero, como también
yo he recibido de mi Padre» (Apocalipsis 2:26-27). Reino que durará mil años:
«Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte
no tiene potestad en estos, antes serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él
mil años» (Apocalipsis 20:6).
Durante su reino Cristo someterá a sus enemigos
Durante su reino florecerá la justicia y muchedumbre de paz, hasta que no haya
luna (Salmo 72:7). A este periodo se le llama la REGENERACIÓN (Mateo 19:28).
Pedro le llama TIEMPOS DE LA RESTAURACION DE TODAS LAS COSAS (Hechos
3:21). Para todo ello será menester que el mismo Señor someta a todos sus
enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será deshecho será la
muerte (1 Corintios 15:25-26), preparando así la tierra para la siguiente fase del
reino, la ETERNIDAD, cuando el Padre Celestial será el todo en todo.
Artículo 37.- La Nueva Tierra
Lo que la Iglesia de Dios cree y proclama respecto a «El Reino Eternal», es que:
a) Después del Milenio se establece el Reino Eternal de Dios.
b) Es el tiempo de la nueva tierra, donde no habrá adversidad ni límite de tiempo.
c) Al principio del Reino Eternal la nueva Jerusalem descenderá del cielo.
d) Será el tiempo en que Dios habitará con su pueblo siendo visible para él.
Después del Milenio se establece el Reino Eternal de Dios
Nuestro Señor Jesucristo vendrá por segunda vez y entonces establecerá su reino
que durará MIL años (Apocalipsis 20:4-6), en el cual el Señor quitará todo imperio y
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toda potencia y potestad (1 Corintios 15:24). «Porque es menester que el reine hasta
poner a todos sus enemigos debajo de sus pies» (1 Corintios 15:25). Entonces entregará
el reino a Dios el Padre: «Luego el fin (de mil años); cuando entregará el reino a Dios y al
Padre, cuando habrá quitado todo imperio, y toda potencia y potestad» (1 Corintios
15:24).
Luego que todas las cosas le fueren sujetas, entonces también el mismo Hijo se sujetará
al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas en todo (1
Corintios 15:28). Así terminará el Reino Milenial y se iniciará el Reino de la ETERNIDAD.
El tiempo de la Nueva Tierra
El reino Milenial de nuestro Señor Jesucristo será el periodo que se utilizará para
acondicionar a la humanidad para el gran momento en que el reino sea entregado al
Padre Eterno, siendo renovado el cielo y la tierra hecha nueva: «Bien que esperamos
cielos nuevos y tierra nueva, según sus promesas, en los cuales mora la justicia» (2
Pedro 3:13).
NOTA: La expresión «cielos nuevos y tierra nueva» significa que al final del milenio, la
tierra y los cielos que son ahora serán purificados con fuego (2 Pedro 3:10-12). Esta será
la nueva tierra donde no habrá adversidad: «Y limpiará Dios toda lágrima de los ojos de
ellos; y la muerte no será más; y no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las
primeras cosas son pasadas» (Apocalipsis 21:4); «Y no habrá más maldición, sino que el
trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán» (Apocalipsis 22:3).
La Nueva Jerusalem descenderá del Cielo
Al principio del Reino Eternal, cuando ya haya cielo nuevo y tierra nueva, la nueva
Jerusalem descenderá del cielo. «Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva: porque el
primer cielo y la primera tierra se fueron, y el mar ya no es» (Apocalipsis 21:1). «Y yo
Juan vi la santa ciudad, Jerusalem nueva, que descendía del cielo, de Dios, dispuesta
como una esposa ataviada para su marido» (Apocalipsis 21:2). Esto significa que del cielo
de Dios descenderá su propio tabernáculo, para que habite el mismo Dios con los
hombres.
Dios viviendo entre los hombres será visible ante ellos
El tiempo de la nueva tierra y los nuevos cielos será la bendita eternidad cuando la
«Nueva Jerusalem del cielo» haya descendido a la tierra y el mismo Dios habite
entre los hombres y sea visible a ellos: «Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí
el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y el
mismo Dios será su Dios con ellos» (Apocalipsis 21:3). «Y no vi en ella templo; porque el
Señor Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. Y la ciudad no tenía necesidad de
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sol, ni de luna, para que resplandezca en ella: porque la claridad de Dios la iluminó, y el
Cordero era su lumbrera» (Apocalipsis 21:22-23).
Será en este tiempo cuando tendrán cumplimiento las palabras de Jesús:
«Bienaventurados los de limpio corazón; porque ellos verán a Dios» (Mateo 5:8). «Y no
habrá maldición; sino que el trono de Dios y del Cordero estará en ella y sus siervos le
servirán. Y verán su cara; y su nombre estará en sus frentes. Y allí no habrá más noche; y
no tiene necesidad de lumbre de antorcha, ni de lumbre de sol; porque el Señor Dios los
alumbrará; y reinarán para siempre jamás. Y me dijo: Estas palabras son fieles y
verdaderas…» (Apocalipsis 22:3-6).
Y cualquiera que tiene esta esperanza en él se purifica, como él también es limpio. Amén.
CREENCIAS DOCTRINALES COMENTADAS
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