Crisis Democracia y Nuevas Formas Participacion-libre

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  • Crisis de la democracia y nuevas formas de participacin

  • Crisis de la democracia y nuevas formas de

    participacin

    Carlos de Cabo Martn, Jos Asensi Sabater, Francisco Palacios Romeo, Antonio de Cabo de la Vega, Marcos Criado de Diego, Gonzalo Maestro Buelga, Jos ngel Camisn Yage, Juan Carlos Velasco Arroyo, Roberto Gargarella, Marco Aparicio Wilhemi, Albert Noguera Fernndez, Rubn Martnez Dalmau, Jordi Barrat Esteve

    ALBERT NOGUERA FERNNDEZCoordinador

    Valencia, 2013

    Falta logo UNEX

  • Copyright 2013

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    ISMAEL CRESPO MARTNEZCatedrtico de Ciencia Poltica y

    de la Administracin en la Universidad de Murcia

    PABLO OATE RUBALCABACatedrtico de Ciencia Poltica y

    de la Administracin en la Universidad de Valencia

    Albert Noguera Fernndez y otros

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  • Indice

    Presentacin ............................................................................................ 11Albert Noguera Fernndez

    Sobre los autores ..................................................................................... 15

    ESTUDIO PRELIMINAR

    Teora crtica de la democracia ................................................................. 19Carlos de Cabo Martn

    PARTE ICRISIS DE LA DEMOCRACIA

    Discursos de la democracia ...................................................................... 35Jos Asensi Sabater

    De la Polis a la City. Usurpacin de la democracia, constitucionalismo del poder fctico y reconversin del estado en ente administrativo ............. 59Francisco Palacios Romeo

    Representacin y democracia como formas de legitimacin y como for-mas de gobierno en el constitucionalismo ............................................. 95Antonio de Cabo de la Vega

    La crisis del estado como ideologa ...................................................... 115Marcos Criado de Diego

    PARTE IICRISIS, DEMOCRACIA Y PARTICIPACIN POLTICA

    EN EUROPA

    Derechos de conlicto social y participacin en la Unin Europea ............ 143Gonzalo Maestro Buelga

    Edemocracia y control de principio de subsidiariedad en la Unin Euro-pea: el iPEx ......................................................................................... 163Jos ngel Camisn Yage

  • 8 ndice

    Estratitiicacin cvica y derecho de sufragio. La participacin poltica de los inmigrantes ...................................................................................... 195Juan Carlos Velasco

    PARTE IIIEL CONSTITUCIONALISMO AMERICANO Y LA APARICIN DE

    NUEVAS FORMAS DE PARTICIPACIN POLTICA

    instituciones, motivaciones y participacin poltica en los orgenes del constitucionalismo americano ............................................................... 217Roberto Gargarella

    Ciudadanas intensas. Alcances de la refundacin democrtica en las cons-tituciones de Ecuador y Bolivia ............................................................. 237Marco Aparicio Wilhelmi

    Amrica del Sur: democratizando la justicia constitucional? ................... 265Albert Noguera Fernndez

    PARTE IVNUEVAS TECNOLOGAS, INTERNET Y DEMOCRACIA

    Constitucionalismo y democracia ante las nuevas tecnologas de la infor-macin y la comunicacin ..................................................................... 309Rubn Martnez Dalmau

    El control democrtico del voto electrnico. A propsito de las novedades del sistema noruego de voto por internet* ............................................ 325Jordi Barrat i Esteve

  • Presentacin

    Albert Noguera Fernndez

    La expresin crisis de la democracia pertenece al lenguaje po-ltico europeo de la dcada de 1920. Desde entonces esta ha sido una expresin utilizada en mltiples ocasiones. Sin embargo, nunca como ahora habamos llegado a una situacin tan extrema.

    El trabajo que aqu se presenta parte de la premisa segn la cual el Estado Constitucional democrtico cuyo ordenamiento consti-tucional aseguraba un doble vnculo con la sociedad:

    En primer lugar institucionalizaba un proceso poltico y legi-timaba su poder a partir de la participacin de los ciudada-nos; y,

    En segundo lugar, el Estado asuma la garanta jurdica de los derechos de ciudadana (derechos fundamentales) y legi-tima su poder a partir de la garanta del principio Justicia;

    se encuentra hoy en da, en los llamados pases de capitalismo avanzado, en su mayor crisis histrica.

    Las transformaciones que, a partir de los aos posteriores a la crisis mundial de octubre de 1973, empieza a sufrir el capitalis-mo, convirtindose en capitalismo transnacional (globalizacin), han trado como consecuencia una sustitucin del antiguo modelo de monismo jurdico existente en el interior de los Estados (mo-nopolio del Estado en la produccin de Derecho) por un modelo de pluralismo jurdico (coexistencia del Derechos estatal con el Derechos de los organismos internacionales) donde los distintos ordenamientos jurdicos en convivencia se relacionan entre ellos a partir de un nuevo principio superior: la libre competencia.

    En lugar de que la libre competencia se funde en el Derecho, ahora es el Derecho el que debe fundarse en la libre competen-cia.

  • 10 Albert Noguera Fernndez

    Ello convierte a los ordenamientos constitucionales estatales en un producto que compite a escala regional (UE) y mundial (OMC, etc.) con los otros ordenamientos y donde se produce la selec-cin natural de aquellos ordenamientos mejor adaptados a las exigencias del Capital. Surge, por tanto, lo que Alain Supiot llama un mercado de productos legislativos abierto a la eleccin de los individuos libres de situarse bajo la ley que les resulta ms favorable.

    Esta orientacin, promovida por el propio TJUE ha supuesto que los ordenamientos constitucionales, a pesar de existir, han quedado totalmente vaciados de su contenido preceptivo.

    Todo ello implica: Un desplazamiento de los espacios de toma de decisiones

    de la esfera pblica estatal democrticamente electas (Parla-mentos nacionales) a la esfera internacional privada no elec-ta;

    Una priorizacin en la proteccin de los derechos de los in-versores y grandes propietarios transnacionales por encima de los derechos fundamentales de ciudadana.

    Este libro lleva a cabo, por un lado, un anlisis conceptual, analizando las categoras doctrinales clsicas de la democracia y evaluando su compatibilidad con el escenario poltico, econmico y social surgido en la nueva fase de capitalismo transnacional. Se abordarn aspectos nucleares del debate terico como, por ejem-plo, la crisis de la democracia de partidos, la compatibilidad o incompatibilidad de las nuevas formas de capitalismo con los ele-mentos constitutivos del sistema poltico democrtico-liberal o el acceso igualitario de los ciudadanos en la toma de decisiones. Asi-mismo, en una vertiente ms aplicada, el trabajo procura analizar los efectos de la llamada crisis de la democracia en el escenario actual de los pases europeos.

    Por otro lado, el libro pretende, a la vez, aportar relexiones acerca de cmo buscar nuevas frmulas participativas que nos per-mitan salir de esta situacin y restaurar un modelo democrtico, presentando experiencias concretas como la de las nuevas consti-tuciones latinoamericanas y los mecanismos de participacin po-pular por ellas puestos en prctica.

  • 11Presentacin

    Por ltimo, se hace referencia tambin a la cuestin de cmo en esta perspectiva, durante las ltimos aos, se ha empezado a con-siderar las nuevas tecnologas (internet, redes sociales, etc.) como un complemento para la deliberacin en el marco de la democracia representativa o incluso, para algunos, como un posible reemplazo de la instancia de representacin para dar lugar a una democracia directa. Pero, constituye ello una alternativa aceptable o posible? Este es otro de los debates que se abordarn.

    Con el objetivo de tratar todas estas cuestiones, reunimos en este libro las opiniones de destacados profesores e investigadores que han aceptado generosamente poner por escrito sus relexiones sobre el tema. A todos ellos mostramos nuestro agradecimiento.

  • Sobre los autores

    CARLOS DE CABO MARTN. Catedrtico de Derecho Constitucional de la Universidad Complutense de Madrid. Antes lo fue de las universidades de Santiago de Compostela, Alicante y Alcal de Henares.

    JOS ASENSI SABATER. Catedrtico de Derecho Constitucional de la Uni-versidad de Alicante. Director del Instituto Iberoamericano de Estudios Constitucionales.

    FRANCISCO PALACIOS ROMEO. Profesor Titular de Derecho Constitu-cional en la Universidad de Zaragoza.

    ANTONIO DE CABO DE LA VEGA. Catedrtico de Derecho Constitucio-nal de la Universidad Complutense de Madrid. Investigador del Instituto Complutense de Estudios Jurdicos Crticos.

    MARCOS CRIADO DE DIEGO. Profesor Titular de Derecho Constitucio-nal en la Universidad de Extremadura. Secretario del Instituto Iberoame-ricano de Estudios Constitucionales.

    GONZALO MAESTRO BUELGA. Catedrtico de Derecho Constitucional de la Universidad del Pas Vasco.

    JOS NGEL CAMISN YAGE. Profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Extremadura.

    JUAN CARLOS VELASCO ARROYO. Investigador Cientico en el Instituto de Filosofa del Consejo Superior de Investigaciones Cienticas.

    ROBERTO GARGARELLA. Profesor de Teora Constitucional en la Univer-sidad de Buenos Aires/CONICET.

    MARCO APARICIO WILHEMI. Profesor de Derecho Constitucional en la Universitat de Girona.

    ALBERT NOGUERA FERNNDEZ. Profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Extremadura.

    RUBN MARTNEZ DALMAU. Profesor Titular de Derecho Constitucio-nal en la Universitat de Valncia.

    JORDI BARRAT ESTEVE. Profesor Titular de Derecho Constitucional en la Universitat Rovira i Virgili.

  • ESTUDIO PRELIMINAR

  • Teora crtica de la democracia

    Carlos de Cabo MartnCatedrtico de Derecho Constitucional.

    Universidad Complutense de Madrid

    I. Una de las funciones que necesaria y urgentemente corres-ponden a lo que se puede entender hoy como Constitu-cionalismo critico es la lucha por recuperar o reconstruir su sistema de categoras. La expansin invasiva de la lgica del capital a todos los mbitos sociales y su expresin ideolgica cada vez ms directa y menos mediada en la actual situacin de crisis, ha colonizado, secuestrado, pervertido y, en buena medida aliena-do (dotndolas de un signiicado y funcin contrarios) categoras centrales del Estado de Derecho y, ms en concreto, del sistema jurdico-poltico constitucional.

    Lo que ha ocurrido recientemente en las categoras bsicas de Constitucin (y su especiicidad normativa y suprema) Poder Constituyente o Reforma Constitucional, tal como se ha puesto de maniiesto con la falsamente llamada Reforma de la Constitucin espaola a inales del pasado ao, son una prueba ms. La ruptura de la Constitucin que supone pasar de una Constitucin de Esta-do Social a la Constitucin de un Estado Liberal realizada por un poder constituido (el poder de Reforma) actuando como poder constituyente, a su vez simple y notoria correa de transmisin de la decisin del poder real procedente del exterior, de manera que ele-mentos bsicos de la Constitucin material se sitan en un mbito distinto al de la vigencia de la Constitucin formal, es un ejemplo de mistiicacin, desorden y desvirtuacin instrumental de com-ponentes centrales del Estado Social y Democrtico de Derecho. El correlato subconstitucional es la subsiguiente Reforma Laboral que especiica ya las distintas vas por las que el Trabajo se somete al Capital con lo que se consolida la destruccin de la relativa

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    igualdad de las partes en ese pacto Capital-Trabajo en el que se basaba el Estado Social.

    II. Es tambin la situacin a la que se ha llegado con otra de esas categoras bsicas como es la de Democracia. La apropia-cin es tal que ha pasado a ser el emblema(Ranciere), el ele-mento intocable del sistema simblico vigente: la etiqueta demo-crtica es el requisito para estar dentro. Aunque, naturalmente, sin ms precisiones, si bien partiendo como elemento referencial, supuesto, tcito, pero indudable, de lo que genricamente se cono-ce como Democracia Representativa. De esta forma esta Demo-cracia es la que se presenta como indiscutible y natural, a la vez que se vincula a esa otra forma natural de las sociedades que es la economa de libre de mercado, eufemismo con el que se de-signa al capitalismo. Democracia (representativa) y libre mercado se corresponden, como se corresponden competencia econmica y competencia poltica, homo economicus y homo politicus, con todas las consecuencias que se deducen y que han dado lugar nada menos que al desarrollo de una importante rama de la Ciencia Poltica. Esa vinculacin no solo es de presente sino de futuro (el in de la Historia) y sobre todo es el proyecto que occidente reserva a las sociedades o pases que no lo han alcanzado. El caso cubano es un buen ejemplo: no se duda de que su transicin a la Democracia lo es a la Democracia de libre Mercado.

    Lo signiicativo (y ah aparece la ideologa) es que esta vincula-cin es realmente, en la realidad, imposible, dirase antinatural en cuanto contradictoria: un capitalismo basado en la desigualdad y con una dinmica de progresiva concentracin del poder en una minora y un sistema de gobierno y funcionamiento democrtico basado en la igualdad y en la regla de la mayora. Obviamente la ideologa que est tras esa vinculacin natural es de ocultamiento y legitimacin de la realidad, de forma que en palabras de Ben-said la propuesta liberal ve en la Democracia Representativa la mscara del despotismo mercantil.

    Y sin embargo y pese a la indudable eicacia legitimadora de esa ideologa sobre la que se volver despus tambin es cierto

  • 19Teora crtica de la democracia

    que la realidad de esa contradiccin ha estado operando constan-temente en la Historia, hasta el punto de que la relacin capitalis-mo-democracia ha sido una relacin con frecuencia de lucha, de oposicin y de permanente desconianza del capitalismo sobre las potencialidades de una Democracia que puede ser menos sumisa e ingobernable. De ah que se haya podido airmar la incompati-bilidad entre Democracia y capitalismo salvo algunos parntesis de crecimiento econmico pues la dominacin de clase es ten-dencialmente autoritaria sobre todo cuando la Democracia trata de alcanzar el mbito econmico y se ala con otro factor que el libre mercado tambin utiliza instrumentalmente y como elemento legitimador, como es el Estado de Derecho. Cuando se combinan en proporciones inapropiadas democracia y derechos, el resulta-do se acusa desde el sistema es un ciudadano insaciable y una sociedad marcada por el egosmo individual (homo politicus-homo economicus). La argumentacin es notablemente cnica ya que es el resultado esperable de la lgica (capitalista) en la que la situacin se encuadra.

    Pero, sobre todo, la tensin Democracia-Capitalismo tiene su expresin ms relevante en los mecanismos que histricamente ha utilizado el capitalismo para evitar o contrarrestar los riesgos de la Democracia. Aunque son mltiples, ejempliicativamente cabe sealar los siguientes:

    1. En primer trmino, conigurarse efectiva y realmente la De-mocracia como un gobierno de minora, lo que se ha llamado Democracia de grupo dominante. Antes se vea cuando se ha-blaba de la contradiccin que era una necesidad de un sistema socioeconmico dominado por una minora, pero a partir de ese mbito se ha extendido a otros. El hecho est bien presente desde los Padres Fundadores de Amrica del Norte hasta sus hom-logos franceses. Y as ha seguido desde entonces, sumndose a la dominacin de clase, la de raza, sexo, Occidente o Norte frente a Sur, o, en las distintas formas de colonizacin, imperialismo o globalizacin. Siempre, por tanto, dejando aparte Dictaduras o Totalitarismos, el dominio democrtico de un grupo o minora. Por consiguiente, la tensin, la contradiccin, ha tenido lugar en el interior, en el marco de la Democracia representativa, en el que

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    los dominados han intentado impedir o desviar los objetivos de es-te tipo de Democracia que tambin ha tenido como caracterstica el que a travs de la airmacin y lucha de ese grupo dominante frente a su enemigo se ha fortalecido la situacin relativa de los distintos miembros del mismo, es decir, ha aumentado la demo-cracia en el interior de ese grupo (lo ocurrido en EEUU con la problemtica blancos-negros es el supuesto ms visible).

    (Aunque estn fuera del anlisis que aqu se sigue, no pueden obviarse los medios tcnicos ms o menos toscos o soisticados de ingeniera poltica, electoral o constitucional, utilizados al respec-to, as como la interferencia aadida que han posibilitado los Par-tidos Polticos, su legislacin y inanciacin. Aunque tambin hay que aadir que todo ello ha perdido actualidad porque la situacin y tendencia actual es ms directa y desptica sin ni siquiera valerse de estos instrumentos y mediaciones).

    Por eso, en cuanto esta Democracia Representativa consiste en determinar, limitar, quien tiene la competencia, quien y como adquiere el ttulo para gobernar, se ha podido entender que es justamente lo contrario de la Democracia: el gobierno de los que no tienen ningn ttulo especico para ello y no tienen ms compe-tencia para gobernar que la que tienen para ser gobernados.

    2. El segundo mecanismo de expresin y respuesta a la contra-diccin Capitalismo-Democracia son las crisis capitalistas. Se par-te de que las causas de las crisis econmicas capitalistas son causas polticas o, lo que es lo mismo, que la lucha de clases est tanto en el origen como en el tipo de respuestas de las crisis econmicas.

    En lo que se reiere a la crisis actual y preferentemente a Euro-pa, se argumenta as: Tras la segunda guerra mundial, el Estado Social fue el medio para hacer relativamente compatible Capi-talismo y Democracia. Como es bien conocido, una circunstancia bsica que posibilit el pacto Capital-Trabajo en el que se fun-dament, fue la fase de crecimiento econmico (al que, despus, el Estado Social contribuy) por la que se pas. Hasta tal punto es importante esa situacin de crecimiento que cuando termina y surge la crisis econmica de los aos 70 del siglo pasado, la re-puesta del capitalismo es la crisis del Estado Social que conlleva tambin el in de los niveles a los que se haba llegado de aquella

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    compatibilidad, con un fuerte desequilibrio en favor del Capital y una drstica reduccin democrtica y de derechos. Las tensiones de clase que se desencadenan se tratan de resolver apelando a la in-lacin y a polticas monetarias; es el auge del monetarismo. Pero, como, de todas formas, la espiral precios-salarios se hizo insoste-nible y, sobre todo, desvalorizadora del capital, se recurre a fuer-tes polticas delacionistas que ejempliican las administraciones americana (Reagan) e inglesa (Thatcher) con las secuelas directas e inmediatas del aumento del desempleo y debilitamiento de las organizaciones sindicales.

    El estancamiento subsiguiente y la baja en las recaudaciones de impuestos, obligarn al Estado, para controlar y sostener el con-licto social, a la inanciacin con dicit y deuda pblica, hasta que los intereses se hicieron insoportables.

    Finalmente, ante esa imposibilidad se acude a otra frmula: privatizar el conlicto mediante la deuda privada, es decir, que cada ciudadano tenga la posibilidad de un crdito para afrontar sus problemas. Los prstamos subprime son el smbolo. Y cuando el sistema inanciero implosiona, vuelve el Estado a socializar (el conlicto) y hacerse cargo de los prstamos txicos y a recurrir al dicit y a la deuda, va por la que los mercados adquieren la inicia-tiva y presionan a los Estados imponiendo sus decisiones al mar-gen de los cauces democrticos. Es el momento presente en el que los Estados prescinden de la (poltica) Democracia, mostrando, de nuevo, su incompatibilidad con el capitalismo. La coartada ( el instrumento) para el mbito europeo es la UE. Sus manifestaciones son tan visibles que apenas es necesario mencionarlas: la imposi-cin de las decisiones econmicas desde mayo de 2010 y la citada Reforma Constitucional en Espaa, la designacin del Gobierno en Italia, el trato a Grecia y Portugal bajo la desptica direccin alemana ante la que desaparece, incluso, la institucionalizacin eu-ropea, son solo ejemplos de lo que es una realidad generalizada.

    3. Un tercer mecanismo defensivo frente a los excesos de De-mocracia es el que se ha dirigido a conseguir lo que se ha llamado una Democracia de manipulacin y que, aunque remite a diver-sos contenidos, aqu se reiere a lo que, en el orden terico, puede plantearse como la relacin entre conocimiento y Poder.

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    Aunque formulada en su generalidad es una cuestin muy com-pleja, en este mbito concreto interesan estos dos aspectos:

    1) El desarrollo, muy rpidamente progresivo, de la intensidad de esa relacin y que ha pasado de la constatacin de que el conocimien-to se ha conigurado en las sociedades actuales como un elemento necesario del Poder (es la posicin ms prxima a Foucault) a la de que se ha producido una alteracin de la importancia proporcional de cada uno de sus dos trminos en favor del conocimiento, al que, por si mismo, se le hace cada vez mas responsable, se le atribuye una cuota de participacin tal que termina con la relacin y se aproxima a la identidad (Lacan estara ms cerca).

    2) El complemento de lo anterior est en la acentuacin de una de las caractersticas que desde sus comienzos ha tenido el capita-lismo: su opacidad, lo que conduce a que el ciudadano desconozca cada vez mas ( eso se le hace creer) tanto sobre lo que decide como sobre lo que puede no decidir, lo que debilita progresi-vamente su conocimiento y por tanto su poder, empobrecindose aquella relacin conocimiento-poder, esta vez desde la perspectiva ciudadana.

    El itinerario que ha seguido tanto la UE como sus Estados miembros en la toma de decisiones y gestin de la crisis, contiene de manera bien visible ambos aspectos: la revalorizacin progre-siva del saber tcnico y el protagonismo absoluto de los tecn-cratas respecto del primero y la signiicativa y hasta el momento parece que mayoritaria aceptacin e indiscutibilidad de sus plan-teamientos por parte de la ciudadana en el segundo, maniiestan de manera bien visible lo que es una Democracia de la manipula-cin y su eicacia.

    III. De todo lo anterior se deduce lo siguiente:1. En primer trmino el carcter deinitorio de la Democracia

    representativa que, an en las sucesivas adaptaciones histricas, sigue desempeando la funcin con la que se inici en las revolu-ciones burguesas de asegurar el dominio de la minora, actuando como iltro y defensa frente a la mayora y, todo ello, con la aceptacin de esa mayora.

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    De ah que pueda airmarse que la nica representacin que tiene lugar es la del sistema en su conjunto: la Democracia repre-sentativa se resuelve inalmente en la representacin abstracta y consensuada del Capitalismo.

    2. En segundo trmino la Democracia representativa conigu-ra un determinado tipo de Poder (de Estado) ajeno y externo socialmente, con capacidad de control, de ijar los criterios de lo pblico y lo privado y de responder a las exigencias sistmicas.

    3. En tercer trmino, el mbito de la Democracia (Representati-va) es el Estatal, junto al que aparece el Globalizado no solo como mbito extraestatal ademocrtico sino con gran fuerza desdemo-cratizadora en el interior de los Estados.

    A partir de aqu se advierte en la actualidad y de manera acen-tuada desde la crisis econmica y los procesos de globalizacin, unas tendencias y movimientos sociales como respuesta (una crti-ca prctica) a partir de los cuales y de su anlisis surge una crtica terica que constata e incide con indudable vocacin de com-promiso en los supuestos siguientes:

    1. En primer lugar en una profunda reformulacin del pensa-miento y mtodo dialcticos. Esta reformulacin tiene dos mo-mentos: en el primero se rechaza lo que se entiende que fue el paradigma dominante en las distintas corrientes del marxismo cl-sico como era la concepcin de la dialctica como interpretacin integradora del movimiento de lo real, en el sentido de que sin desprenderse todava de la inluencia hegeliana, ese movimiento de generacin de totalidades simtricamente contrarias, se resolva inalmente en una nueva realidad integradora de esa contradic-cin; frente a ello se sostiene que los conlictos no necesariamente tienen que resolverse e integrarse sino que pueden y de hecho as ocurre en ese movimiento de la realidad, dar lugar a elementos no solo no integrables sino desestructurantes de esa realidad.

    En el segundo momento, que es el actual, desarrollando pero tambin revisando el anterior, se considera que ese movimiento de lo real aunque no ha dejado de ser estructuralmente conlictivo y captable a travs del mtodo de referencia, si ha dejado de ser dialctico en el sentido literal de binario, es decir, compuesto, como antes se indicaba, a partir de dos simetras contrarias, de

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    dos identidades lgicas unitarias; por el contrario se observa que, sobre todo en uno de los elementos bsicos del conlicto en las so-ciedades capitalistas, no es un bloque simtrico unitario, una sola identidad lgica una totalidad homognea contrapuesta, sino una multiplicidad, una realidad fragmentada, una diversidad social y espacial (probablemente el otro elementoel capital tambin ha perdido en virtud de la inanciacin su anterior coniguracin compacta y unitaria como sujeto poltico).

    2. En segundo lugar, una distinta consideracin del Trabajo. Se trata de una cuestin fundamental, hasta el punto de que si bien se le sita en este segundo lugar, se debe exclusivamente a efectos de lgica expositiva pero en realidad es a partir de l como se coni-gura la crtica terica a que antes se aluda. Sobre los datos de la realidad actual, hay, en lo que puede llamarse la teora crtica, dos tipos de interpretaciones o anlisis que, aunque no radicalmente distintas, ponen el nfasis en cuestiones diferentes.

    2.1. Una de ellas pone el acento en la profunda transformacin que ha experimentado el Trabajo desde lo que se conoce como produccin fordista que se caracterizaba por el desempeo de una sola tarea (se simbolizaba en el trabajo en cadena) un solo empleo a lo largo de la vida y una situacin estable, frente a la actualidad en la que el Trabajo ha pasado a ser lexible (con dife-rentes tareas) mvil (distintos empleos) y precario (inestable), a lo que se aade la transformacin de su naturaleza en cuanto que al trabajo material (industrial, que dio lugar a la clase obrera tradicional) ha sucedido el trabajo inmaterial, diferenciado, ade-ms, por el producto.

    Esta transformacin es decisiva porque afecta a aspectos que cambian la relacin Capital-Trabajo, en cuanto, de un lado, la ob-tencin de la plusvala ya no es solo individual sino social, resul-tado de la actuacin de un trabajo inmaterial colectivo en la que cada vez participa un mayor numero, conigurndose un intelec-tual colectivo (general intelect) cada vez ms potente; de otro, ese trabajador es, cada vez ms, dueo de una parte importante de su capacidad como trabajador (de su conocimiento) lo que abre nuevas posibilidades. Pero, sobre todo, el nuevo tipo de trabajo exige y permite ms posibilidades de cooperacin e intercomunica-

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    cin que conigura un espacio nuevo, distinto de lo que hasta aho-ra se conoce como privado o pblico y que es lo comn, sopor-tado, adems, por toda una mltiple coniguracin de situaciones, de sujetos y singularidades sociales que conforman lo que se puede llamar multitud, como realidad y como concepto, que, aunque bien distinto del de clase que se aplicaba a la clase obrera (a la que, cronolgicamente, sucede) se entiende que es tambin un concepto de clase integrable por tanto en la dinmica y concepcin de la lucha de clases, en cuanto comprende todas aquellas sub-jetividades que, cualquiera que sea su carcter o actividad, viven y trabajan, en una u otra forma, bajo la dictadura del Capital. Se trata, por tanto, de algo bien distinto de esas entidades o conceptos unitarios de Pueblo o Nacin y en consecuencia respecto del tema que aqu se trata tiene la importante caracterstica de que, en cuanto no es una unidad, no es representable, es decir se en-tiende que es ajena al mbito de la Democracia representativa.

    Tiene lugar as aunque todava como condicin de posibili-dad, como tendencia alternativa una nueva produccin de las relaciones sociales que es ya una produccin completa en cuanto es econmica y poltica a la vez, integradora de las condiciones b-sicas de la vida (por eso se la denomina biopoltica) y que implica, en s misma, la nueva forma de Democracia. De ah que se termine reclamando la necesidad de profundizar en ese anlisis para for-mular la teora, la Ciencia de la Democracia como Democracia de la Multitud (Negri).

    2.2. La otra interpretacin o anlisis a que se aluda, parte tam-bin del Trabajo, si bien desde una perspectiva diferente.

    Se basa inicialmente en la distincin entre Trabajo abstracto (el que, como mercanca, se vende, produce plusvala y se convierte en capital, se cosiica, se conigura como valor abstracto, en reali-dad mera funcin sin contenido humano y se corresponde con el valor de cambio; es el trabajo alienante por naturaleza en cuanto se convierte no solo en ajeno al trabajador sino en su propio enemigo al transformarse en capital) y el Trabajo concreto (por el que se entiende no tanto el trabajo en el sentido anterior, es decir, no es el mismo objeto considerado desde otra perspectiva, sino la actividad, el hacer del hombre no del trabajador tambin

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    en el sentido anterior destinado a la satisfaccin de necesidades de distinto tipo, sin estar determinado ni dirigido por el Mercado, sin convertirse en mercanca y, por ello, se relaciona con el valor de uso). Planteado as, se entiende que, en cuanto las sociedades capitalistas estn necesaria y estructuralmente vertebradas en ba-se al trabajo abstracto, la verdadera lucha anticapitalista hoy, la verdadera lucha de clases, es contra ese trabajo (otra cosa es la necesidad inmediata), o, lo que es lo mismo, la lucha del Trabajo concreto contra el Trabajo abstracto. Por eso se airma los in-tentos de defensa frente a la crisis econmica actual y a las respues-tas a la misma del capital y clase dominante, por parte de quienes se postulan como representantes de los dominados, consistentes en reivindicar la creacin de empleo, es decir, de mas trabajo abs-tracto, prcticamente sin condiciones, anula va en contra de la real lucha anticapitalista que es, como se deca, contra ese Trabajo. Se entiende que esta no es una teorizacin idealista, sino obtenida de la prctica, de la dinmica real, de los movimientos sociales que hoy se desarrollan (as, en uno de los comunicados emitidos por los llamados grupos de lucha en Grecia se puede leer lo nico que puede convertir la desregulacin sistemtica en una revolucin social es el total rechazo al Trabajo).

    En deinitiva, la lucha real en la terminologa clsica, la dial-ctica, la contradiccin principal es la lucha de la subjetividad frente a la objetividad, la recuperacin del sujeto (y de la catego-ra del sujeto en lo que al principio se consideraba funcin del constitucionalismo crtico) a travs de un hacer autodetermina-do frente a la cosiicacin que experimenta en la relacin Traba-jo (abstracto)-Mercanca-Capital, lo que conlleva, entre otros, la lucha por elementos humanos tan vitales, como el espacio (recu-perando la privacidad expropiada) y el tiempo en cuanto abstrac-to, impuesto, continuo y uniforme frente a un tiempo concreto, disponible, discontinuo y variable, rompiendo la tendencia actual de subsuncin real de toda la sociedad en el capital, de avance permanente hacia la indiferenciacin del tiempo de trabajo y de no trabajo (Holloway).

    Y esto que ocurre en el mbito del trabajo, es extensible al resto de las identidades. Se quiere decir que si el trabajo identiica a

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    un sector social y en este sentido es una identidad y lucha por el reconocimiento de su especiicidad (si bien con la problemtica que se apuntaba) existen tambin otros sectores sociales que se iden-tiican en base a otro carcter o naturaleza (genero, raza, orienta-cin sexual, etc.); son tambin una identidad, a la que reivindican y tratan de hacer visible para ser reconocidos; seguramente es un paso necesario y que debe registrarse en el orden jurdico como garanta, pero, como ocurra con el Trabajo, el paso siguiente debe ser el de la lucha de las identidades contra ellas mismas, , lo que es lo mismo, por una sociedad en la que no sea necesaria su exis-tencia como tales identidades (que no exista la mujer, el negro o el homosexual como existencias sociales, culturales y jurdicas como exigencias especicas).

    En este sentido se entiende que la Democracia real consiste en recuperar la subjetividad para eludir lo que de otra manera no ser sino el implacable destino que pesa sobre cada uno de, a travs del Trabajo abstracto, hacer Capitalismo. Ahora bien, como el Trabajo abstracto es el que se ha vinculado al concepto de cla-se, es decir a procesos y conceptos unitarios, quiere decirse que el Trabajo concreto, que es el que sirve de base a esta forma de ejercer y entender la Democracia, se vincula mas a parcialidades, sectores, fragmentos de sociedades incluso reunin y conjuntos de individualidades en los que, adems, entran aquellos que hasta ahora (desde la consideracin del lumpen) se consideraban y realmente estaban excluidos (en esta perspectiva se ha deinido al chavismo como el sistema que no es que incluya a excluidos como generalmente se airma, sino que se basa en los excluidos y se pone como ejemplo prctico de ese nuevo papel que aqu se teoriza).

    Como se aprecia, aunque por una va distinta, esta interpreta-cin llega a percibir la coniguracin de un nuevo sujeto histrico, descentrado, mltiple y diverso, prximo al anterior de multitud (lo que obliga a revisar tambin la designacin de sujeto en cuanto remite a un concepto unitario inaplicable a esta nueva realidad).

    Es signiicativo, y hasta cierto punto muestra la plausibilidad de la aproximacin a lo real de estas dos corrientes, que, en otras que tienen distintos planteamientos (es el caso de B. de Sousa, de

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    indudable relevancia) se ponga tambin el acento, de una parte, en el Trabajo como vehculo de articulacin social, si bien se hace vinculndolo a la ciudadana en una propuesta de singular inters y, de otra, en lo que se denomina el tercer sector (el conjunto va-riado y mltiple de organizaciones sociales del mas distinto tipo sin nimo de lucro) as como en las posibilidades de la democracia participativa tanto en mbitos materiales como espaciales (locales) concretos, lo que le acerca a esa concepcin y anlisis que se basa en relacin con la problemtica del sujeto histrico en lo frag-mentario ms que en lo unitario.

    3. El tercero de los supuestos en los que se indicaba antes que se basaba la teora crtica de la Democracia es el que con algu-na insatisfaccin puede llamarse xodo, porque es el trmino que, a partir de su literalidad latina, rene el triple signiicado que conviene al contenido que se quiere designar: el de voluntaria sali-da de un determinado entorno o sistema, el de fenmeno colectivo y inalmente el de itinerante pero en el sentido machadiano de actividad continuada de irse construyendo y por tanto sin direc-cin ni meta predeterminados.

    Porque desde la comprobacin del signiicado real de la De-mocracia representativa y a partir de las supuestas anteriores se aprecia en los movimientos sociales actuales y se deduce terica-mente de una prctica, que su sentido no es plantear una confron-tacin, una lucha de contrarios, es decir, abierta y directa con-tra el sistema, sino abandonarlo, salirse del sistema a travs de la coniguracin de espacios extrasistema. No se trata, pues, como en la perspectiva y dinmica histrica anterior de lucha por el poder. El movimiento Zapatista fue probablemente el que inici este cam-bio de transformar la sociedad en lugar de tener como principal objetivo conquistar el poder. Porque, como se vio antes, esa es la va intrasistema de la Democracia representativa y aqu se es-t fuera de ella. Se entiende, adems, que el Estado as construido, a travs de la Democracia representativa (incluso aunque lo sea a travs de una fuerza dominante contraria a la actual que imponga lo pblico) deja intactas la coniguracin de las relaciones so-ciales, y seguir apareciendo, aunque sea desde lo pblico, como otra totalidad, otro control, externos socialmente (tomando

  • 29Teora crtica de la democracia

    de nuevo como relativo contraste la posicin de B. de Sousa, considera que el Estado solo sera instrumento de cambio si se convirtiera en movimiento social articulador del tercer sector, si bien ese caso puede aadirse ya no sera el mismo Estado).

    Lo decisivo, pues, es ir creando mbitos colectivos de trans-formacin social destruyendo las relaciones sociales basadas en la triada lgica Capital-Trabajo-Mercanca.

    IV. Toda esta problemtica plantea al Constitucionalismo crti-co dos tipos de cuestiones:

    1. Por una parte, la ms radical, es la destruccin de categoras existentes y la coniguracin de categoras nuevas para una fase ms avanzada, si el proyecto social que empieza a apuntarse sigue adelante. En este orden de ideas me parece que uno de los puntos de partida bsicos apuntara en sentido negativo, es decir a la des-aparicin de la categora que ha sido central en el desarrollo de la idea constitucional. Me reiero a la categora de contrato (social). Ha sido histricamente la utilizada para explicar y fundamentar el orden sociopoltico. Procedente signiicativamente del Derecho Privado, ha tenido la virtualidad de acoger los distintos conteni-dos del mbito pblico desde el pactum subjectionis, las distintas concepciones pactistas del iusnaturalismo y inalmente la funda-mentacin ms aceptada del Estado Social como pacto Capital-Trabajo. Ni siquiera la concepcin ms prxima como podra ser la roussoniana es capaz de acomodarse a la circunstancia histrica que aqu se contempla de la ausencia de dos partes, inexistencia de instantaneidad, de acto surgido en un momento con vocacin de vigencia continuada, indiferenciacin incluidos-excluidos y es-pecicamente la no aparicin de una totalidad como resultado del pacto (existente en la concepcin de Rousseau: la voluntad general).

    Si se acepta esta posibilidad, seguramente hay que replantearse categoras bsicas: mecanismos o formas constituyentes (en lugar de Poder), Constitucin o forma de integracin del comn, organizacin sin Divisin de Poderes, o, derechos evitando sus po-tencialidades acumulativas de desigualdad, aunque no parece muy

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    til hacer preiguraciones, pues solo la dinmica de lo real ir de-iniendo sus exigencias.

    2. Por otra parte, en la fase actual, el objetivo ms inmediato del Constitucionalismo crtico es, en trminos mximos, construir o recuperar, como se deca al principio, a partir de la Constitucin existente, categoras que se estimen necesarias para el avance y ga-ranta de esos procesos de cambio, o, en trminos mnimos, evitar que esa Constitucin se utilice como obstculo, como mecanismo de cierre del sistema. Debe indicarse que en Amrica Latina (impor-tante fuente en la actualidad del pensamiento crtico) han surgido procesos constituyentes y Constituciones llamadas justamente de transicin en las que se cumplen estas inalidades con formas jurdicas y procesos reales de participacin que abren vas distintas a las de la Democracia Representativa, si bien el mantenimiento de esta plantea el problema de su incompatibilidad en la medida en que se profundicen los procesos de cambio.

    En los trabajos que siguen se encuentran en una u otra forma los problemas y anlisis hasta aqu planteados. Al tratarse de au-tores que compartimos ainidades bsicas adems de trayectorias vitales muy interrelacionadas es una satisfaccin compartida apa-recer juntos, a iniciativa, esta vez, de Albert Noguera.

  • PARTE ICRISIS DE LA DEMOCRACIA

  • Discursos de la democracia

    Jos Asensi SabaterCatedrtico de Derecho Constitucional. Universidad de Alicante

    1. IDEALIDAD DEMOCRTICA Y DISCURSO JURDICO

    Mientras se evidencian la innumerables fallas del sistema demo-crtico, agudizadas en tiempos de crisis como los actuales hasta al-canzar niveles escandalosos, en el plano jurdico-constitucional el discurso dominante sigue siendo tributario de los planteamientos de Kelsen, o mejor dicho, de la idealidad de la democracia propug-nada por Kelsen en su momento, y de sus necesarias concesiones ulteriores.

    Uwe Volkmann en un reciente artculo titulado Entre Preten-sin Normativa y Realidad Constitucional llama la atencin sobre el hecho obvio de que toda Constitucin se erige como propues-ta de normatividad, sea densa o dbil, aunque luego la realidad devuelva su imagen deteriorada en el espejo. La pretensin nor-mativa de una Constitucin, dice Volkmann, no es algo que se incorpore de inmediato a ella por su propia naturaleza, a partir de la esencia o del concepto de Constitucin que se ha asumido. Al contrario, es esencialmente una construccin, el resultado de una atribucin1. Tal atribucin de sentido, respecto de las pretensiones iniciales del texto, queda abierta a la interpretacin, especialmente de los Tribunales Constitucionales, sobre la base, no de abundar en las intenciones subjetivas del constituyente, sino sobre la base de

    1 U. VOLKMANN, El Derecho Constitucional, entre pretensin normativa y reali-dad poltica, en Teora y realidad constitucional, UNED, 2008.

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    mtodos objetivos, aplicables a un texto que se emancipa, por decirlo as, de sus orgenes.

    Pongamos el ejemplo del modelo democrtico-representativo, un modelo que ms all de las diferencias que se puedan dar entre unas constituciones y otras, permanece como ncleo irreductible del constitucionalismo de occidente. Se trata de un modelo que, en lo esencial, oculta una contradiccin bien conocida porque, por un lado, recoge la herencia liberal de la representacin poltica, con-cebida como la que se expresa en el Parlamento sobre el supuesto de la integracin en l de representantes libremente elegidos, am-parados por la clusula de la prohibicin del mandato imperativo; y por otro, plantea la exigencia latente de la democracia como principio, que ya el propio Kelsen consideraba ms amplio que el simple mandato representativo, y que se extiende, conforme a la concepcin rousseauniana, al ideal de una participacin autnti-ca de toda la ciudadana, sin exclusin y sin intermediarios2. Tal contraste sigue vigente tanto en los textos como en la realidad y se pone de maniiesto, con especial crudeza, en situaciones como la presente en que el Parlamento y los arcanos de la representacin se encuentran seriamente impugnados.

    Entretanto los juristas permanecen en general vinculados a metodologas que obligan a mantener, en el orden interpretativo y aplicativo, la contradiccin expuesta. Un buen ejemplo de ello es el esfuerzo interpretativo del Tribunal Constitucional alemn en torno al modelo democrtico-representativo, que, por muchos motivos, sirve de referencia a la tarea de otros Tribunales Consti-tucionales. Ya desde la temprana sentencia sobre la prohibicin del KDP, dice Volkmann, la democracia aparece para el TC alemn, ms all de cuantas disposiciones pueden encontrarse al respecto en el texto de la Ley Fundamental, como un proceso en lo sus-tancial comn a los ciudadanos y que se desarrolla en una especie de modelo de estratos, desde abajo hacia arriba: con las contribu-

    2 H. KELSEN, Esencia y Valor de la Democracia Mxico, Editora Nacional, 1979; y El problema del Parlamentarismo, en Escritos sobre la democracia y el socialis-mo, Madrid, Editorial Debate, 1988.

  • 35Discursos de la democracia

    ciones espontneas y desorganizadas de una opinin pblica in-teresada en la poltica como nivel inferior, asentada sobre ellas la preformacin de las concepciones divergentes por parte de los partidos polticos en cuanto eslabones intermedios, inalmente en la cspide la formacin de la voluntad de los rganos constitui-dos en el seno de la organizacin estatal. Los partidos polticos, a su vez, aunque su naturaleza siga siendo ambigua y contradictoria, se concebiran como mediadores a los que la Constitucin enco-mienda una responsabilidad poltica en el proceso de representa-cin democrtica3.

    A la luz de estas consideraciones, habra que reconocer la con-sistencia que todava conserva hoy al modelo democrtico-repre-sentativo, pues de lo contrario difcilmente habra superado el test de la Historia, la cual muestra que, a pesar de las pruebas a que ha sido sometido, tanto en contextos de crisis polticas como econmi-cas, el modelo ha funcionado y, en trminos generales, permanece formalmente en pie. Pero no es menos cierto que, en aspectos deci-sivos, su virtualidad declina. Esto es especialmente visible respecto a la pretendida armona del modelo en sus distintos estratos, tanto el que se reiere al concepto de opinin pblica, entendido como contribuciones espontneas y desorganizadas en el estrato inferior, como en lo referido a papel de los eslabones intermedios de los partidos polticos, como, muy especialmente, en el estrato superior de los rganos del Estado, donde precisamente se revela en su prstina contradiccin el presupuesto del inters general, enunciado como emanacin pacica de la voluntad soberana del rgano constitucional de la representacin.

    El desbordamiento del esquema democrtico-representativo o, ms bien su crisis una crisis bien distinta de otras anteriores no se debe a causas nicamente internas, consecuencia del agotamien-to del modelo y al desbordamiento social de que es objeto, sino tambin a causas externas y estructurales, entendiendo por tales las transformaciones, por un lado, del Estado, sometido a una profun-da revisin de sus fundamentos en el contexto de la globalizacin

    3 U. VOLKMANN, Ibidem.

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    y, por otro, a la extensin e internacionalizacin de un modelo de produccin que, superponindose a las sociedades estatales, delata la obsolescencia de asertos tales como la Soberana, sea poltica o econmica, que al in y al cabo era el pilar que sostena el modelo democrtico-representativo legado por la tradicin constitucional4.

    No menos signiicativo es el hecho de que el sistema democr-tico-representativo, modelado por la doctrina constitucional, se trate de presentar en estado puro, descontaminado de las adhe-rencias de su insercin en el marco del Estado Social. A pesar de que las determinaciones del Estado Social respecto del modelo democrtico-representativo han sido y son evidentes nunca se lle-varon seriamente a la prctica ni a la norma. No nos detendremos en esta importante cuestin, tal vez la ms relevante en la ya larga trayectoria del Estado Constitucional. Nos remitimos a los traba-jos que, desde los aos setenta del siglo pasado, han dado cuenta de las transformaciones fcticas y jurdicas del modelo democrti-co-representativo, y que entre otros importantes aspectos, cuestio-naron la separacin de lo pblico y lo privado fundamento de la representacin liberal, redeinieron las categoras de ciu-dadana y de derechos fundamentales, alteraron la naturaleza de los partidos polticos, y revisaron el dogma de la centralidad del Parlamento. Se podra airmar, en in, que es precisamente la crisis de tal forma de Estado lo que ha desvelado el espejismo del funcio-namiento del modelo democrtico-representativo5.

    2. IDEOLOGA Y DOMINACIN

    Pero la inalidad de estas pginas no es tratar el fenmeno de la representacin poltica vinculado a la crisis de normatividad del

    4 J. ASENSI, La retirada del discurso de la representacin poltica, en El debate sobre la crisis de la representacin poltica, Madrid, Tecnos, 1996.

    5 J. ASENSI, El futuro de las funciones del Parlamento, en El Parlamento del siglo xxi, Madrid, Tecnos, 2002.

  • 37Discursos de la democracia

    modelo constitucional, sino volver una vez ms sobre la impor-tancia que, en este contexto, adquieren los discursos que aportan signiicado al modelo y provocan los movimientos y orientaciones del electorado.

    Se trata de subrayar el hecho de que, precisamente, la crisis del Estado Social tiene su contrapartida en la relevancia que adquiere el plano ideolgico como espacio privilegiado de la conformacin de los modelos de dominacin. Como sealara De Cabo en uno de sus trabajos seminales, cuando en el orden socioeconmico se asiste a la revalorizacin, frente al Estado y lo pblico, de la socie-dad y del mbito de lo individual y privado, en el orden ideolgico se cambia el sentido de las prioridades y el mbito de la sociedad (de los derechos y libertades) se sacriica en aras del desarrollo de una ideologa del orden y de una decidida ofensiva exaltadora de los valores conservadores6. Tesis sta que lejos de declinar tras la crisis de los aos setenta, se ve reforzada en la actualidad.

    La crisis de un modelo de compromiso social no ha desem-bocado, ciertamente, siquiera a nivel de propuesta, en el desman-telamiento de las instituciones representativas: stas siguen pro-porcionando el esquema formal bsico de la articulacin poltica, recuperando incluso su sentido original de servir de elemento de separacin de lo social y lo pblico. Ahora bien, el centro de gravedad de su problemtica se ha desplazado en gran medida al terreno ideolgico, donde se vierten los diferentes discursos, re-forzados e impulsados con las posibilidades que ofrecen los sis-temas globales de comunicacin. Para nadie resulta desconoci-do que en los ltimos aos asistimos a una importante ofensiva ideolgica que, adems de pulverizar la prctica poltica realizada anteriormente en el marco del Estado Social, persigue extender su hegemona en la globalizacin. Lo singular de esta ofensiva es, precisamente, que ha elegido el terreno de las ideas, ms que el propiamente jurdico-poltico, para llevar a cabo la revisin del sistema democrtico, logrando una amplia adhesin social a sus propuestas.

    6 C. De CABO, La crisis del Estado Social, Barcelona, PPU, 1986.

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    En medio de esta potente ofensiva ideolgica, el cuestionamien-to de los avances sociales representados por el Estado Social se extiende ahora, no slo a la crtica del papel regulativo del Estado, con sus funciones clsicas de redistribucin e implementacin de polticas sociales, sino al cuestionamiento del potencial subversi-vo implcito en la articulacin liberal-democrtica, reairmando la centralidad del liberalismo como ncleo garantizador de la libertad individual, y en menoscabo del componente democrtico que se apoya en la igualdad de derechos y en la participacin poltica sin cortapisas. Dicho de otro modo: si bien el complejo democrtico-representativo se mantiene inalterable en la letra de constituciones y en los modelos jurdico-interpretativos, el dicit de legitimidad que lo acompaa se suple con aportes masivos de ideologa.

    No de otro modo se puede entender que, pese a la estolidez de las instituciones democrticas, tanto en el espacio estatal como supra-estatal, stas sigan disfrutando de capacidad articuladora y funjan como inmarcesibles. De manera que, aunque la crisis ac-tual proyecte sobre las instituciones democrticas la igura de una democracia en suspenso, en la que las aspiraciones democrticas se relegan a un futuro indeterminado; y pese a que, a cada paso, se dictan medidas restrictivas de la democracia que apuntan a un estado fctico de excepcin, o bien de suplantacin de la partici-pacin por la tecnocracia, los procesos de dominacin se hacen inteligibles a partir de la importancia que adquieren en la dinmica social las ideas incrustadas en la prctica social y poltica.

    Tales discursos no son novedosos. Por el contrario, sus fuentes se remontan ms de cincuenta aos atrs, como efecto de las ilo-sofas polticas que surgieron a partir de la constatacin de que el desarrollo del capitalismo entraba en contradiccin con el po-tencial peligro de la decisin democrtica. Desde entonces no han hecho otra cosa que propagarse y readaptarse a las formas que adopta el capitalismo en su transicin hacia un modelo de capita-lismo global y inanciero. El punto de mira que todos estos discur-sos comparten es el cuestionamiento de la democracia. Nos refe-riremos especialmente a dos de sus principales manifestaciones: el discurso de la subordinacin de la democracia al mercado, propia del neoliberalismo, y el discurso de la revisin de la democracia, en

  • 39Discursos de la democracia

    el sentido de su relativizacin, propio del discurso corporativista. La razn de volver a ellos no es por el mero prurito de describirlos sintticamente, sino para evaluar sus efectos y capacidades en la fase actual de transicin, y comprobar lo poco que han cambiado. Haremos inalmente referencia a posibles discursos alternativos.

    3. NEOLIBERALISMO VERSUS DEMOCRACIA

    Comencemos por el discurso neoliberal, que es el de mayor calado. Aunque las tesis en que ste se sustenta son sobradamente conoci-das, conviene recordarlas no obstante, pues siguen vigentes, si bien ahora no tanto para servir de ariete contra el Estado Social como para acompaar el proyecto hegemnico del capitalismo inancie-ro. Ciertamente, el neoliberalismo, como deinicin de una serie de tendencias, propuestas, planteamientos de ilosofa poltica, teora econmica y coniguracin de lo social, es un trmino discutido en el que se mezclan y superponen diversas perspectivas y corrientes. A los efectos que aqu se pretenden, se emplea con un signiicado convencionalmente unitario, con el in de destacar dos hechos apa-rentemente contradictorios.

    De un lado, el neoliberalismo ha logrado proyectar su objetivo de desmantelamiento del Estado Social como una defensa de la libertad individual, de manera que si la problemtica de la liber-tad individual puede actualmente ser movilizada de manera tan efectiva es porque, a pesar de su articulacin con el imaginario de-mocrtico, el ideario neoliberal se hace fuerte en la tesis de que los derechos individuales son anteriores a la sociedad y al Estado, si no es que surgen y se caracterizan histricamente por su oposicin a ste. Pero, de otro lado, el esfuerzo por restringir el terreno de lo democrtico y las relaciones de igualdad, hace necesario la de-fensa de medidas jerrquicas y anti igualitarias. Lo que el discurso neoliberal cuestiona, en deinitiva, es el tipo de articulacin que ha conducido al liberalismo democrtico a justiicar la intervencin del Estado en su lucha contra las desigualdades. Este es el tipo de

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    razonamiento al que los doctrinarios del neoliberalismo recurren con insistencia.

    El entramado conceptual parte de una serie de supuestos que, simpliicadamente, se pueden formular del siguiente modo: 1) Rei-vindicacin del individualismo. El individuo es la nica realidad, y sus intereses son los que explican la realidad social, que no exis-te independientemente de aqul sino que es su mera proyeccin. 2) Una nueva racionalidad, entendida en el sentido de clculo uti-litario y pragmtico: slo puede ser considerado comportamien-to racional el que realiza el individuo que tiene ante si diferentes alternativas y ha de optar por aqullas que le reportan los mxi-mos beneicios con el mnimo coste. 3) Exaltacin del mercado. El mercado es la instancia general y primordial de la regulacin de la economa, por lo que ha de entrar tambin a jugar un papel en la regulacin de toda clase de conlictos. 4) Crtica del Estado, que se justiica por cuanto el Estado es en s mismo una instancia problemtica, costosa y peligrosa para la libertad, dada su propen-sin a la expansin; y ello, especialmente, por lo que se reiere al Estado Social, considerado el principal obstculo para abrir paso a un nuevo sistema de garantas en el funcionamiento del sistema poltico. 5) Desconianza en la democracia como sistema adecuado para la toma de decisiones. Se pone en duda que, ante el dicit de informacin existente, la decisin de las mayoras, en un mundo de complejidades crecientes, pueda resultar viable; si bien se sostiene al mismo tiempo, y desde perspectivas diferentes, que la democra-cia introduce un cierto nivel de racionalidad en la medida en que funciona como mercado de votos. 6) Severa crtica de la burocracia del Estado: la burocracia est objetivamente interesada en man-tener las formas intervencionistas del Estado porque en ello le va su propia supervivencia y, por este motivo, utiliza a los partidos, especialmente a los partidos de izquierda, que en realidad ya no representan a los trabajadores. 7) Se propone, en in, un enfoque econmico de la poltica, a la manera acuada por Friedman, que en su Libertad de Elegir, que concibe el sistema poltico de ma-nera simtrica al sistema econmico: ambos se consideran merca-dos en los cuales el resultado o precio se determina por medio de

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    la interaccin de las personas que persiguen sus propios intereses individuales, en lugar de perseguir objetivos sociales7.

    La crtica a la transformacin del Estado liberal en un Estado intervencionista y planiicador se remonta, como es sabido, al libro de Hayek The Road to Serfdom, escrito en 1944, fecha en que Hayek lanza un virulento ataque contra el Estado intervencionista y las diversas formas de planiicacin econmica que estaban por entonces en proceso de implantacin. Se anunciaba all, a contra-corriente de las ideas de la poca, que las sociedades occidentales estaban en vas de colectivizarse, un umbral que se atraviesa im-perceptiblemente en el momento en que la Ley, en lugar de jugar su papel de lmite de la accin del Estado, se convierte en un medio para atribuir poder y facilitar la expansin de la burocracia8.

    En realidad, lo que cuestionaba la crtica hayekiana era la arti-culacin entre liberalismo y democracia, dado que la democratiza-cin del liberalismo, resultado de mltiples conlictos, terminara por tener un impacto profundo en la forma en que la misma idea de libertad deba ser concebida. De la clsicas deiniciones de Loc-ke y Stuart Mill con las que Hayeck estara de acuerdo se habra llegado, a causa de los procesos democrticos, a una idea pervertida de libertad, esto es una idea de libertad no concebida como frontera a la accin del poder, como espacio reservado al dominio individual, sino entendida fundamentalmente como ca-pacidad de efectuar ciertas elecciones y de tener abiertas alterna-tivas reales.

    El centro del discurso neoliberal consiste, pues, en cuestionar tal perturbacin, imputable a la democracia. Si la verdadera na-turaleza del liberalismo consiste en reducir al mnimo los poderes del Estado a in de maximizar la libertad individual (deinida a la manera de Locke: aquella condicin de los hombres en que la coercin de unos por parte de otros es reducida en la sociedad tan-to como es posible), sta puede convertirse, y de hecho lo hace, en un peligro para la libertad misma.

    7 M. FRIEDMAN, Libertad de elegir, Grijalbo, 1992.8 F.A. HAYEK, Camino de Servidumbre, Alianza, Madrid, 1978.

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    Entre otras derivaciones, las ideas expresadas apuntan a la desacralizacin de la igura y de la funcin del representante po-ltico. La igura del representante entendida como mero agente conformador de la opinin, proviene, en efecto, de Hayeck: en su planteamiento, los representantes polticos clsicos habran sido sustituidos por agentes capaces de inluir en la opinin pblica con el objetivo incrementar con su accin el caudal de votos de su partido9. Tales agentes se limitan a desempear un trabajo especia-lizado en el Parlamento a cambio de contraprestaciones en forma de rentas, prestigio o poder. No obstante, son tanto ms necesarios cuanto ms lejos se est del supuesto de conocimiento perfecto, es decir, cuanto mayor es la falta de informacin completa sobre la que basar las decisiones, algo que tambin constituye la parte central de posteriores aportaciones de la teora de sistemas. Los partidos polticos, pues, han de contar con representantes para poder enviarlos a sondear al electorado, descubrir sus deseos y persuadirles, en in, de que deberan resultar elegidos. En palabras de otro clsico, Downs, la falta de informacin es lo que convierte al gobierno democrtico en gobierno representativo, puesto que fuerza a las instancias centrales a coniar en la labor de agentes dispersos entre el electorado.

    Otra faceta del discurso neoliberal respecto al rol del represen-tante poltico consiste en presentar a ste como mero administra-dor de favores. Los miembros del Parlamento y en general, los representantes se ocuparan fundamentalmente de la distribu-cin de favores entre determinados grupos sociales. Tal es tambin la conclusin de R.A. Dahl en A Preface to Democratic Theory, para quien los representantes se esfuerzan en todo caso en la tarea de atribuir justiicaciones morales a la discriminada distribucin de favores. De este modo, si durante las etapas iniciales de gobier-no representativo an resultaba posible identiicar al representante poltico con la igura de alguien que, en oposicin con los intereses sectoriales, representaba verdaderamente los intereses generales,

    9 F.A. HAYEK, Los fundamentos de la libertad, Unin Editorial, Madrid, 1978.

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    posteriormente, debido a la vinculacin de los representantes a los partidos polticos, los representantes se inclinan por la defensa de los intereses de quienes los han elegido, en lugar de aquellos otros en torno a cuya conveniencia la opinin general coincide10.

    Otra de las imgenes ms debeladas del representante, vincu-lada al mismo constructo, es la de ser beneiciario de prebendas como premio a su idelidad al partido. De tal suerte que el escao parlamentario es ms bien el premio al esfuerzo realizado en tr-minos de otorgamiento de favores y prebendas que expresin por parte del pueblo de su conianza. Segn Hayek, la necesidad de poner lmites al poder del Gobierno exige la presencia de un tipo de representante que diiere radicalmente de la de aqullos que se preocupan tan solo de asegurar su propia reeleccin, esto es, personas capaces de poner al servicio de la gestin poltica el buen sentido, honestidad e imparcialidad, que haya logrado poner de maniiesto en el mbito de la actividad privada.

    Con todo y aunque originalmente el discurso neoliberal apunta a disolver hasta anular la nocin de lo social, dado que en un sistema en el que a cada uno se le permite usar sus conocimien-tos para sus propios propsitos lo social se hace ininteligible, no plantea directamente la eliminacin de la estructura formal de la democracia, sino que contempla a sta como una instancia subor-dinada al valor fundamental de la libertad individual.

    Milton Friedman dio un paso ms en este sentido, al sostener que slo la economa capitalista de libre mercado respeta el prin-cipio de libertad individual pues slo ste constituye el sistema capaz de coordinar las actividades de un gran nmero de perso-nas sin recurrir a la coercin por lo que toda intervencin en el mercado como resultado del proceso democrtico (salvo cuando se trate de materias que no pueden ser reguladas por el mercado) debe ser considerada como un atentado a la libertad individual. En esta lnea, sobrepasada incluso por una literatura ultralibertaria, se situaron otros propagandistas, como Robert Nozick, para quien

    10 R. DAHL, Dilemmas of Pluralist Democraties, Yale University Press, New Haven, 1982.

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    la nica funcin del Estado que resulta compatible con la libertad es la de proteger lo que pertenece a los individuos legtimamente, pero no detenta derecho alguno, por ejemplo, para a imponer im-puestos que vayan ms all del sostenimiento de las actividades policiales en sentido amplio11. El Estado ha de quedar justiicado, pues, por la defensa de la ley y el orden, porque de ir ms all su-pondra una violacin de los derechos individuales.

    La extensin y radicalizacin de los supuestos liberales conti-na adelante, asociado a un proyecto desarticulador de la demo-cracia, redeiniendo su contenido de tal modo que se restringe su campo de aplicacin. As, Brezinski sugiere separar el sistema po-ltico y el sistema social, y comenzar a concebir a las dos como en-tidades separadas. El objetivo es, en este caso, sustraer el mximo posible de decisiones democrticas y depositar la responsabilidad poltica exclusivamente en manos de los expertos. Segn Brezinski un tipo semejante de sociedad sera democrtica, no en trminos del ejercicio de decisiones fundamentales acerca de la elaboracin de las polticas, sino en el sentido de mantener ciertas reas de autonoma para la autoexpresin individual12. Se trata pues, sin atacar abiertamente el ideal democrtico, de proponer una nueva disfuncin que en la prctica sirve para legitimar un rgimen en el que la participacin democrtica sea prcticamente inexistente.

    4. LA DOBLE LECTURA DE LA DEMOCRACIA DEL DISCURSO CORPORATIVISTA

    Aunque en algunos aspectos puede ser identiicada con el paradig-ma anterior, la corriente neocorporativista o de la representacin funcional, corporatista o corporativista (denominacin que aqu empleamos) tiene identidad propia. No se trata, como en el caso

    11 R. NOZICK, Anarchy, State and Utopia, Basic Books, New York, 1974.12 Z. BREZINSKI, The Neo-conservatives, New York, 1979.

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    anterior, de un modelo discursivo, pues carece de traduccin nor-mativa, sino que se plantea como una descripcin de las realidades empricas que se pueden interrelacionar en el marco de un modelo explicativo.

    El enfoque corporativista, en su versin moderna, con notorios antecedentes en la obra de Joseph A. Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia, publicada en 1942, propone un deter-minado modo de analizar, como en una segunda voz, todo el recorrido de la historia de la representacin moderna. Paralela-mente al plano formal de la representacin, habra un segundo nivel latente que explicara los cambios y las limitaciones del sis-tema representativo formal13. El impacto de esta lectura se hace ms relevante a partir de los aos setenta y se prolonga hasta la actualidad. El punto de partida es tambin una crtica al modelo ideal de la representacin democrtica, construido sobre la base de individuos libres de vnculos y diseminados territorialmente. Frente a esta concepcin, que en realidad contempla los supuestos de la representacin liberal, el corporativismo opone una lectura de la realidad en la cual pesa de modo creciente otra dimensin distinta de la individual: la de las grandes organizaciones para la tutela de los intereses originados en la esfera productiva.

    Estas organizaciones actan en la esfera privada de la negocia-cin econmica pero tambin de modo creciente en la esfera p-blica, desde el momento en que el Estado interviene para regular o para mediar en la conlictividad econmica. De este modo se origina una situacin caracterizada por la existencia de un doble circuito representativo: por un lado, el circuito basados en la actividad de presin de los grupos organizados segn lneas funcionales y decidi-dos por el clculo de los recursos, diferentes en todo caso, si no con-trapuestos, al principio de un hombre, un voto. Por otro lado est el circuito previsto por la doctrina democrtica (electores-partidos-representantes). El problema que se plantea entonces es explicar las formas de interrelacin que se establecen entre ambos.

    13 J. SCHUMPETER. Capitalismo, Socialismo y Democracia, Barcelona, Ediciones Folio, 1984.

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    La literatura corporativista ha distinguido bsicamente dos ti-pos o modelos de representacin de intereses: el pluralista y el cor-porativo. En la deinicin de uno de sus autores ms emblemticos, Schmitter, el corporativismo seria un sistema de representacin de los intereses en el que las unidades constituidas estn organiza-das en un nmero limitado de categoras nicas, obligatorias, sin competicin entre s, ordenadas jerrquicamente y diferenciadas funcionalmente, reconocidas o autorizadas por el Estado (si no creadas en ocasiones por el mismo Estado) a los cuales, de forma deliberada, les concede el monopolio de la representacin en el seno de las respectivas categoras14.

    Por su parte, el pluralismo podra deinirse como un sistema de representacin de los intereses, en el cual las unidades constitu-tivas estn organizadas en un nmero no especiicado de catego-ras mltiples voluntarias, en competencia entre s, no ordenadas jerrquicamente y auto determinadas (en relacin al tipo o al m-bito de inters) que no son autorizadas de manera especial, ni re-conocidas, apoyadas o creadas () por parte del Estado y que no ejercen el monopolio de la actividad de representacin en el seno de las respectivas categoras

    Estas deiniciones hacen referencia a los problemas y procesos que se dan en la mediacin de los intereses (articulacin y agrega-cin) pero tambin despliegan sus efectos en cuanto al control de esos mismos intereses. Pluralismo y corporativismo, as entendi-dos, se presentan como ciertas formas de representacin de inte-reses en todo caso ms compleja de la que se deriva de los procesos de comunicacin y participacin. Segn este anlisis, existe, por un lado, un circuito de inluencia desde abajo, que acta en virtud del hecho de ser al mismo tiempo un circuito de produccin de las autoridades pblicas (seleccin, legitimacin, atribucin de con-senso y autoridad), y, por otro lado, un circuito de representacin de intereses que acta sobre aqul. Por ello, cuando se habla de representacin funcional y se plantea el problema de sus relaciones

    14 P. SCHMITTER. Still the Century of Corporatism?, en Review of Politics, 36, 1974.

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    con la representacin democrtica (y ms explcitamente, si la pri-mera constituye una alternativa, una amenaza o una integracin de la segunda) es necesario tener presente toda la complejidad del circuito. La manera de hacerlo, que supone la modiicacin de las relaciones y la transformacin de las reglas polticas de la repre-sentacin, se puede contemplar desde una doble posibilidad:

    La primera es la que considera las organizaciones de intere-ses como fundamentalmente insertas en el circuito democrtico electoral de la representacin. Desde esta perspectiva, los intereses corporativos se coniguran como mediadores entre los individuos y la clase poltica, integrada esencialmente con las organizaciones partidistas. Desarrollan, pues, una funcin de articulacin de los intereses difusos en la poblacin, seleccionando y reducindolos, para conformar las bases sobre la cuales los partidos llevarn a cabo despus la agregacin inal de intereses. Se produce de este modo una modiicacin de la representacin individualista, pero sin poner en cuestin los supuestos democrticos, esto es, el princi-pio de cmputo de votos para determinar los resultados del juego poltico. Esta orientacin, que preserva la posibilidad de relacin de la organizacin de intereses y las reglas de la representacin democrtica, se corresponde, y no solo en el tiempo de su for-mulacin, con el funcionamiento normal del Estado Social que, como se sabe, asocia al mecanismo de coordinacin de intereses al protagonismo de las organizaciones que los expresan.

    La segunda posibilidad, prev, por el contrario, la emergencia, al menos parcialmente, de una alternativa al modelo democrtico representativo. En esta perspectiva, las organizaciones de intereses no solo intervienen como agentes de representacin de las deman-das del pblico sino que tambin toman parte directamente en la autoridad del Gobierno. En esta variante, las decisiones pblicas se tomaran por medio de procedimientos de tipo negociador, en los cuales las organizaciones de intereses participan directamente, sin necesidad de mediacin. De este modo los intereses ya no de-ben subordinarse a la criba electoral, sino que se representan a s mismos, y cuentan en funcin de una ponderacin de hecho, no de derecho, dependiendo de su fuerza en un escenario oligopoltico, en el cual el mercado y la esfera pblica pierden la precisin de sus

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    fronteras. El espacio corporativo se asocia as a la concertacin en el plano de la elaboracin poltica, y de ah que, para la valora-cin de la naturaleza del sistema poltico, ser esencial, aunque no siempre fcil, la valoracin del peso relativo de los dos circuitos.

    Ya hemos indicado que el corporativismo, como discurso, se mueve el plano sociolgico. Acepta el esquema liberal-democrti-co de la representacin, aunque, como seala Pizzorno, objeta las limitaciones estructurales del propio sistema. Airma por ejemplo que no todos los intereses y problemas se prestaran de la misma forma al tipo de representacin y decisin postulados por el mo-delo corporativista, o bien que se ver aparecer (y an ms en el futuro) la explosin de intereses menos ligados que en el pasado al proceso econmico, es decir, de lo que se denominan intereses postmateriales, difcilmente corporativizables, as como la de-pendencia en la posibilidad de airmacin de ciertas estructuras corporativistas apoyados en la fuerza de los partidos polticos, es-pecialmente de los partidos socialistas15.

    Pero lo cierto es, como tambin se reconoce desde esta misma perspectiva, el modelo de representacin corporativa entra en con-licto inevitable con los supuestos democrticos en aspectos tan decisivos como el principio de igualdad (en la medida en que se im-pone el peso desigual de los intereses) y los de participacin y liber-tad de eleccin, a causa de la estructuras fuertemente jerrquicas y monopolistas de las organizaciones de representacin de intereses, con el consiguiente deterioro y marginacin del Parlamento, como institucin clsica de la democracia moderna.

    5. NEOLIBERALISMO Y CORPORALISMO EN LA GOBERANANZA GLOBAL

    El neoliberalismo y la segunda versin del corporativismo han transformado profundamente los trminos del discurso poltico

    15 A. PIZZORNO, il velo de la diversit, Miln, Feltrineli, 2007.

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    que haba predominado en la poca del Estado Social y han sido capaces de proyectar una nueva deinicin de la realidad. Pese a que no es este el lugar para realizar la crtica de los discursos enun-ciados que est implcita en sus propios supuestos de partida, la cuestin es que ambos, convenientemente adaptados, ocupan un lugar central en la ideologa de la globalizacin.

    El discurso neoliberal porque al tiempo que suministra los ar-gumentos necesarios para retroalimentar el capitalismo inanciero en sus pretensiones de dominio global, permite desarrollar aportes de legitimacin complementarios, basados en valores conservado-res, hacia el interior de la propia sociedad estatal. El discurso cor-porativista, en la variante indicada, porque introduce elementos de realismo poltico, al tener en cuenta el peso de los intereses de las corporaciones en la toma de decisiones. El comn denominador de ambos es que, en efecto, la representacin poltica en el mbito del Estado ha quedado reducida a una representacin provinciana, obsoleta y residual, que en modo alguno puede imponer sus crite-rios por va democrtica en el contexto estatal o global.

    As que ambos estn perfectamente instalados en las coorde-nadas del capitalismo transnacional y inanciero, de la revolucin digital de Internet y de las exigencias que plantea la nueva igura de la gobernanza. Tal y como se teoriza hoy da la morfologa de las instituciones de la democracia, se considera que la rigidez de las estructura estatales es incompatible con la exigencias y las dinmi-cas de los mercados y de los intereses de las grandes corporaciones. Tambin seran incompatibles, o ms bien estaran sobrepasadas, por la nueva ideologa de la transparencia y de la evolucin de la comunicacin en la Red, de la webocracia en in16, de suer-te que se plantea abiertamente que los sistemas que se adapten a estos procesos, o que los aprovechen, sern los que sobrevivirn, mientras que fracasarn los que se resistan.

    La crtica, pues, al Estado y a las estructuras rgidas de la re-presentacin ya muy presentes en los discursos neoliberal y cor-porativos tradicionales, se recomponen ahora con una crtica a las

    16 M. CASTELLS, Comunicacin y Poder, Madrid, Alianza, 2010.

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    instituciones de la democracia representativa, considerada como un rescoldo autoritario que se opone a una concepcin renovada de la autoridad. Dicho en otras palabras: en el contexto de la revolucin tecnolgica de la comunicacin y de las plataformas globales, la legitimidad no procedera del estatus adquirido por los gobernantes, los representantes, o los expertos, situados en el vrtice de la jerarqua, sino en la rendicin de cuentas recprocas de los participantes. Todas las instituciones de la representacin del Estado han de ser revisadas, por tanto, en la medida en que se espera que se resistan al cambio para salvaguardar su estatus, que se protejan ante la amenaza de ser arrolladas por las oleadas de informacin en red y de la evolucin imprevisible y simbitica de interrelaciones individuales y sociales, cuyo comn denominador es, precisamente, acelerar la des-representacin. Se sugiere, pues, que hay que sustituir la meritocracia actual de las elites, basadas en los ttulos, por una meritocracia gil, cuyo poder pasajero surja y desaparezca en funcin de la reputacin y el rendimiento. En todo caso, el principio de una persona un voto, debe adecuarse a las circunstancias de un sistema operativo abierto, basado en lo que funciona17.

    La perspectiva global de una gobernanza dctil o gil, alimen-tada de la ilosofa que hemos expuesto, tiene muy en cuenta que las oleadas de informacin que se originan en los enlaces impre-visibles de la Red realizan una labor de destruccin creadora, innovadora, eventualmente de protesta, pero es consciente de que tal lujo incontrolado de informacin no puede erigirse en eje de la gobernanza misma. Precisamente porque la complejidad es cre-ciente y sin direccin concreta, se necesita una jerarqua de orden superior para manejarla. Cul sea esa jerarqua o cules los proto-colos que han de establecerse para evitar la anarqua a que puede conducir una democracia deliberativa sin norte la multitud boba, es decir, lo contrario de lo que predicaba J. Habermas

    17 F. DUBET, El declive de la institucin, Barcelona, Gedisa, 2006.

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    no est del todo claro en este tipo de discursos18. Lo ms que se apunta es que la salud del sistema (no de la sociedad democrtica) depende del equilibrio entre ambas tendencias.

    Pero no todo forma parte de las estrategias de la globalizacin, un conjunto de discursos de mxima abstraccin. A un nivel ms concreto, y por lo que respecta a la inluencia de los discursos de la representacin en el marco estatal, se siguen las mismas pautas que apuntaron los idelogos de la segunda mitad del siglo XX: la que emana de una ilosofa liberal del individualismo y la que sacraliza la importancia y el peso econmico de las grandes cor-poraciones que actan en los mercados. Si acaso, como se deca, se aade ahora otro ingrediente, nunca del todo despreciado: pues si la globalizacin del capital va a llevar a cabo una destruccin creadora, en nombre de la libertad individual, habr que mante-ner abiertas algunas ventanas a los valores de la identidad, es decir, a los valores conservadores, sean religiosos, nacionalistas, tnicos o corporativos, con el in de paliar la crisis de anomia. Por tanto, el discurso neoliberal de antao bien podra denominarse hoy dis-curso neoconservador, pues trata de unir eslabones antitticos: el culto al individualismo y a los valores conservadores.

    Con todo, algunas consecuencias prcticas se derivan de to-do ello y se iltran en el discurso cotidiano de la representacin. Al margen de la crtica neoliberal y corporativista a los partidos polticos, a la autoridad poltica y de los polticos una crtica que crece las propuestas prcticas se orientan especialmente a destacar la importancia de la igura del representante individual o a otros temas vinculados, tales como la reduccin del periodo de mandato, el fomento de las candidaturas independientes o la apelacin a procesos de consulta directos, virtuales u oicializados, con un sentido bien diferente al que en otros tiempos tuvieron las instituciones de la democracia directa.

    Ni que decir tiene que el reforzamiento del representante indi-vidual, con el in de sustraerle al control de los partidos, lejos de

    18 J. HABERMAS, Ensayos Polticos, Barcelona, Pennsula, 2002. y, Crisis del capitalismo tardo y posibilidades de la democracia, en Materiales, 11.

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    suponer una garanta de independencia y de actuacin en beneicio del inters general, constituye la condicin para ser el objetivo a perseguir por parte de las organizaciones de intereses y de las tra-mas de corrupcin. Por otro lado, podemos encontrar un relejo de todo ello en las propuestas que propugnan el regreso a formas de representacin basadas en distritos electorales reducidos, o bien de-terminadas frmulas que permiten destacar la dimensin personal del representante en las listas electorales, mediante el mecanismo del voto preferencial, u otros llamamientos a la auto-organizacin de los electores.

    6. DISCURSOS ALTERNATIVOS?

    La hibridacin de los discursos hegemnicos citados con las condiciones actuales de la globalizacin no encuentra fcil res-puesta en lo que se conoce por constitucionalismo crtico. Desde esta perspectiva, comprometida con los problemas colectivos de la representacin, no se llega a formular discursos alternativos capa-ces de articular una prctica democrtica de verdadero alcance.

    As ocurre con la lnea de pensamiento que se inserta en la tra-dicin marxista, desde la que se reivindicara, tras la crisis del Es-tado Social, un retorno a los planteamientos ms radicales de esta tradicin, partiendo de la determinacin econmica de la propia crisis del Estado social la necesidad del Capital de des-regularlo para asegurar el reinicio del proceso de acumulacin y de la de-inicin de las fronteras de clase como necesidad terica y prctica para revertir en lucha poltica los conlictos que se derivan de la crisis. Pese a los esfuerzos de muchos tericos del marxismo, lo cierto es que se multiplican las diicultades para dotar a la catego-ra de clase de la entidad necesaria y suiciente para ser restaura-da como categora central, es decir, como sujeto del cambio.

    Ciertamente, son pertinentes, tal vez hoy ms que nunca, la de-nuncia de la mercantilizacin de la fuerza de trabajo, delatando su coniguracin como mercanca, as como la tesis de que la crisis

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    econmica, que est en la base del desmantelamiento del Estado Social, ha creado las condiciones para que la nueva situacin sea analizada en trminos de revalorizacin del factor Trabajo frente a las determinaciones del Capital. Pero la reconstruccin de la uni-dad de clase est lejos de ser el elemento articulador de la repre-sentacin. Ni siquiera lo es respecto a los diferentes movimientos sociales, que han fungido, durante algn tiempo, como nuevos sujetos19. La conclusin bien podra ser que no hay sujeto en el sentido tradicional una vanguardia, un partido, una categora social sino una reconstruccin permanente de la prctica social y poltica que tiene momentos de condensacin y de fractura, sin centro ijo ni sujeto de referencia uniicador.

    La va tal vez ms transitable para un discurso alternativo de la representacin y la democracia podra construirse sobre la base de asumir que, en las condiciones de la globalizacin y de la revo-lucin digital, no cabe reproducir los ejes de un debate que tena su anclaje en el modelo de sociedad industrial y de estructuras estatales rgidas y jerrquicas. Al contrario, tendra que situarse precisamente allende este terreno, ya rebasado. Por otro lado, ha-bra que asumir tambin que si los discursos hegemnicos de la globalizacin funcionan es porque tienen puntos de conexin en la mentalidad individual y en el imaginario colectivo. Por tanto, no se tratara de rechazar sin ms algunos de los supuestos sobre los que se basa el discurso neoliberal la idea de libertad ni los supuestos en que se basa la democracia representativa, como discurso de lo colectivo, sino, precisamente en subrayar la idea de que tales constructos pueden ser de-construidos en beneicio de un sistema de equivalencias de signiicantes distinta.

    Encontramos antecedentes de esta posicin en trabajos que han circulado hace algunos aos y que planteaban que, frente a un pro-yecto de reconstruccin de una sociedad jerrquica y una prctica de desactivacin de la democracia, la alternativa deba de situarse plenamente en el campo de la libertad y de la democracia. No se

    19 C. De CABO, Dialctica del sujeto, dialctica de la Constitucin, Madrid, Trotta, 2010.

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    tratara entonces, como han sealado Mouffe y Laclau, de romper con la ilosofa liberal-democrtica, sino, al contrario, de profundi-zar el momento democrtico de la misma, al punto de hacer rom-per al liberalismo su articulacin con el individualismo posesivo, que es el objeto del discurso neoliberal20.

    La posibilidad de esta ruptura arranca del supuesto de que el sentido de la ilosofa liberal acerca de los derechos del individuo no est ijada de una vez para siempre, de manera que si sta no ijacin permite su articulacin con elementos del discurso con-servador, permite tambin formas de articulacin y redeinicin diferentes que acentan el momento democrtico. La cuestin de los derechos, por ejemplo, tanto en el mbito estatal como interna-cional, es una cuestin abierta, capaz de alimentar un discurso de resistencia y de cambio. No es el liberalismo, en cuanto tal, lo que ha de ser puesto en cuestin, ya que el principio tico, que se basa en la libertad de la persona para realizar sus capacidades huma-nas, est hoy ms vigente que nunca; pero ello no debe conducir a la simple defensa del individualismo. La problemtica misma de los derechos fundamentales, como indica entre otros Touraine21, vista desde el ngulo democrtico, no puede ser deinida de mane-ra aislada, sino en el contexto de las relaciones sociales, pues los derechos involucran a otros sujetos que participan en la misma relacin social.

    Por otro lado, no es en el abandono del terreno democrtico, sino en la extensin del campo de las prcticas democrticas al conjunto de la sociedad civil y del Estado, donde reside la posibili-dad de una estrategia de signo contrario. Ello implica, a su vez, la reconsideracin de una temtica que quedaba oculta en el Estado Social. Porque, en efecto, en la medida en que el Estado Social difuminaba la frontera entre la sociedad civil y el aparato estatal, ocultaba el hecho de que las fuentes de opresin y dominacin, y del antagonismo democrtico, como ha subrayado Boaventura

    20 E. LACLAU y Ch. MOUFFE, Hegemony and Socialits Strategy Towards a Radical Democratic Politics, Verso, Londres, 1985.

    21 A. TOURAINE, Despus de la crisis, Paidos, Barcelona, 2011.

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    de Sousa, tienen lugar tanto en el Estado como en la Sociedad Civil22.

    Para un discurso actualizado de la representacin, es imposible sealar a priori al Estado o a la Sociedad Civil como los terrenos donde se producen los antagonismos democrticos. El neolibera-lismo, en su renovado inters por separar estas dos esferas, seala al Estado como fuente nica de opresin y de dominacin, el gran obstculo que impide el desarrollo de la libe