Crítica de la sinrazón tecnológica: técnica, progreso y capitalismo

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1 Crítica de la sinrazón tecnológica Técnica, progreso y capitalismo Hugo González Mora 1 Este es el mundo en el que nos encontramos: un mundo que, si se juzgase a partir del único criterio aceptable de progreso, se encuentra en regresión manifiesta. El adelanto tecnológico es rápido. Pero sin progreso en caridad, el adelanto tecnológico es inútil. En realidad es peor que si fuera inútil. El adelanto tecnológico nos ha suministrado medios más eficaces para retroceder. Aldous Huxley, 1937. Se puede afirmar, con una seguridad confirmada por una mole de pruebas realizadas, que el capitalismo, inevitablemente, por su propia naturaleza, utilizará cada «progreso» técnico con objetivos autoritarios y destructivos. (…) Las ventajas que la humanidad puede espigar del progreso técnico son tan sólo migajas caídas de un orgiástico banquete de destrucción que en este solo siglo ha sacrificado más víctimas que en cualquier otro período histórico. Murray Bookchin, 1992. 1 Texto extraído del Diccionario crítico del mundo occidental [borrador en línea].

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Texto extraído del ensayo "Ave, Progressus: 50 razones que contradicen el progreso de la humanidad" (borrador en línea)

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Crítica de la sinrazón tecnológica

Técnica, progreso y capitalismo

Hugo González Mora1

Este es el mundo en el que nos encontramos: un mundo que, si se juzgase a partir del único criterio aceptable de progreso, se encuentra en regresión manifiesta. El adelanto tecnológico es rápido. Pero sin progreso en caridad, el adelanto tecnológico es inútil. En realidad es peor que si fuera inútil. El adelanto tecnológico nos ha suministrado medios más eficaces para retroceder.

Aldous Huxley, 1937.

Se puede afirmar, con una seguridad confirmada por una mole de pruebas realizadas, que el capitalismo, inevitablemente, por su propia naturaleza, utilizará cada «progreso» técnico con objetivos autoritarios y destructivos. (…) Las ventajas que la humanidad puede espigar del progreso técnico son tan sólo migajas caídas de un orgiástico banquete de destrucción que en este solo siglo ha sacrificado más víctimas que en cualquier otro período histórico.

Murray Bookchin, 1992.

1 Texto extraído del Diccionario crítico del mundo occidental [borrador en línea].

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La tesis de Harford que acabamos de comentar y que considero errónea (a mayor progreso técnico, mayores “oportunidades de sobrevivir los próximos millones de años”)2, encuentra sus raíces inconfesadas, en primer lugar, en la idea de que por lo general el progreso tecnocientífico y el progreso ético-político ocurren simultáneamente, lo cual no es cierto. Como documentó Barry Commoner en los años setenta, “vivimos en una época dominada por un poder técnico enorme y por una extrema necesidad humana”.

¿Por qué una cultura tan firmemente basada en incontables y sofisticados instrumentos, técnicas y sistemas se mantiene incólume en su renuencia a examinar sus propios fundamentos? Gran parte de la respuesta podemos hallarla en la asombrosa influencia de la idea de «progreso» en el pensamiento social durante la era industrial. En el siglo XX se daba habitualmente por sentado que los únicos medios confiables para mejorar la condición humana provienen de las nuevas máquinas, técnicas y productos químicos. Incluso los recurrentes males sociales y medioambientales que acompañan a los adelantos tecnológicos rara vez han socavado esa fe. Todavía es un requisito previo que la persona que quiera postularse para un cargo público jure su confianza inquebrantable en que existe un vínculo positivo entre el desarrollo técnico y el bienestar humano, y afirme que la próxima ola de innovaciones seguramente será nuestra salvación.

Langdon Winner, 1986.

En segundo lugar, se basa en la idea tecnoutópica, cientificista y «religiosa»3 de que más ciencia aplicada puede jugar, al menos esta vez, un papel decisivo y positivo en la transformación de la sociedad así como en la creación, no sin dificultades, de un mundo mejor. La tecnología, según esta visión, no es parte del problema sino parte necesaria de la solución. Uno de sus muchos exponentes intelectuales es el zoólogo y divulgador científico Matt Ridley, quien declara que “interrumpir el flujo de innovación sería, con diferencia, la acción más peligrosa y menos sostenible que el género humano podría llevar a cabo”. A un nivel mayor, “la innovación es uno de los temas de nuestra época, particularmente en la Unión Europea. La convicción de que se trata de una cuestión central es tan profunda que la estrategia de la UE hasta 2020 está basada en promover una Unión por la Innovación (…), así como una cultura de la innovación en el conjunto de Europa”4. O como dice el geólogo y también divulgador Salvador Reguant, “es cierto que la antropización acelerada de nuestro planeta encierra peligros cada vez mayores de llegar a una desaparición de la propia especie, pero también conlleva la posibilidad de supervivencia, que sin esta antropización sería inalcanzable”5. Para el futurólogo Alvin Toffler también “está claro que necesitamos, no menos, sino más tecnología”. En síntesis: el conocimiento científico y su aplicación técnica deben progresar indefinidamente porque de no hacerlo, de no seguir corriendo en la cinta fáustica a una

2 Véase superpoblación. 3 Léase la obra La religión de la tecnología de David Noble, que trata sobre los orígenes compartidos de la fe cristiana y la fe tecnológica. He aquí un fragmento: “La expectativa de una salvación última a través de la tecnología, sea cual sea el coste humano y social, se ha convertido en una ortodoxia tácita, reforzada por un entusiasmo por la novedad inducido por el mercado y autorizado por el anhelo milenarista de un nuevo comienzo”. 4 Echeverría y Menéndez, 2013. “No obstante”, continúan diciendo los autores, “el de innovación no es un concepto unívoco: la falta de consenso a la hora de definirla y las múltiples consecuencias que su aplicación puede tener aconsejan analizarlo con detenimiento. Además, desde que Schumpeter la consideró como la esencia del capitalismo y la caracterizó como destrucción creadora, la innovación no sólo ha generado bienes económicos, tecnológicos y sociales, sino también males”. 55 Reguant, 1998.

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velocidad cada vez mayor, nuestras vidas correrán más riesgo del que ya corren. De hecho, al no cuestionar lo suficiente esta especie de «carrera armamentista» (fenómeno históricamente suicida que no tiene fin), se ha llegado a decir que:

Para evitar que los perversos decidan el futuro tecnológico, lo mejor que podemos hacer los hombres buenos es procurar proveernos de mejores tecnologías que ellos6. (…) La tecnología es necesaria para cualquier proyecto social que quiera tener posibilidades de éxito, sea socialista o anarquista. (…) La tecnología es ante todo un motivo de esperanza, no de temor, para la humanidad.

Miguel Ángel Quintanilla, 1988.

Según el historiador Carlo Maria Cipolla, “lo que el hombre de nuestros días necesita

desesperadamente es la clase de educación que le permita aprovechar sabiamente las técnicas que posee”, y no solamente, ni tan siquiera urgentemente, “más conocimientos técnicos”. O “como decía hace poco Maurice Godelier –en palabras del «arqueólogo radical» Víctor Fernández-, las disciplinas tecnológicas son muy buenas si lo que se quiere es ganar una guerra, pero para construir la paz en un contexto concreto como el avispero actual del Próximo y Medio Oriente son más importantes las ciencias humanas. Para ello necesitaríamos, al menos, conocer la lengua árabe, la teología islámica, la historia de la región desde los tiempos de la Hégira, la importancia de las fusiones entre religión y poder político, el contexto actual y las intromisiones colonialistas en la zona, la expansión del capitalismo tras el final del comunismo y la evolución del wahabismo desde una forma religiosa local en el siglo XIX a una ideología antioccidental a finales del XX”.

Muchos historiadores, sociólogos y psicólogos han escrito largo y tendido y con honda preocupación acerca del precio que el hombre occidental ha tenido que pagar y tendrá que seguir pagando por el progreso tecnológico. Señalan, por ejemplo, que la democracia difícilmente puede florecer en sociedades donde el poder político y económico se concentra y centraliza progresivamente. Y he aquí que el progreso de la tecnología ha llevado y sigue llevando todavía a esa concentración y centralización del poder. A medida que la maquinaria de la producción en masa se hace más eficiente tiende a ser más compleja y más costosa y, por tanto, menos asequible para el hombre de empresa de medios limitados. Además, la producción en masa no puede funcionar sin una distribución en masa y, por otra parte, la distribución en masa plantea problemas que solo los más grandes productores pueden resolver satisfactoriamente. En un mundo de producción en masa y distribución en masa, el Hombre Modesto, con su insuficiente capital, está en seria desventaja. En la competencia con el Hombre Poderoso, pierde su dinero y fácilmente su misma existencia como productor independiente: el Hombre Poderoso se lo ha tragado. A medida que los Hombres Modestos desaparecen, un número de hombres cada vez más reducido maneja un poder económico cada vez mayor. (…) En una democracia capitalista, como la de los Estados Unidos, [la Gran Empresa] suele ser gobernada por lo que el profesor C. Wright Mills ha llamado la Élite del Poder. Esta Élite del Poder procura directamente ocupación en sus fábricas, oficinas y comercios a varios millones de trabajadores del país, domina a muchos millones más prestándoles dinero para la compra de lo que ella produce y, como dueña de los medios de comunicación en masa, influye en el pensar, el sentir y el obrar de virtualmente todo el mundo. Parodiando la frase de Winston Churchill, podríamos decir que nunca tantos han sido manipulados por tan pocos.

Aldous Huxley, 1958.

6 ¡Como en su día lo fuera la bomba nuclear!

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En tercer y último lugar, dicha creencia también se basa en la idea de que la técnica es neutral. Según esto, las centrales nucleares no son beneficiosas o perjudiciales en sí mismas (es decir, su construcción a cargo de élites económicas no es intrínsecamente política7 o moral), sino que sus bondades o maldades dependerán en última instancia del uso, responsable o no, que la minoría encargada haga de ellas. Sin embargo, esta idea subestima en exceso el poder en gran medida estructural, determinista e incluso desconocido que cada artefacto tiene sobre nuestro modo de organizarnos, nuestra manera de vivir y nuestra voluntad. Solo una persona dominada aun sin saberlo por esta idea puede llegar a creer, por ejemplo, que la novedad del teléfono móvil ha supuesto un logro para la vida humana. ¿Acaso no es suficientemente visible el rastro de muerte e incomunicación que deja tras de sí ese pequeño aparato de coltán?

Gran hechizo es el de la novedad, que como todo lo tenemos tan visto, pagámonos de juguetes nuevos, assí de la naturaleza como del arte, haziendo vulgares agravios a los antiguos prodigios por conocidos. Lo que ayer fue un pasmo hoy viene a ser desprecio; no porque haya perdido de su perfección, sino de nuestra estimación (...). Redimen esta civilidad [miseria] del gusto los sabios con hazer reflexiones nuevas sobre las perfecciones antiguas, renovando el gusto con la admiración.

Baltasar Gracián, 1651.

Homo technicus no se pregunta por la técnica, la usa. Apenas hace «tecno-logía», es

decir, no gusta de reflexionar sobre las máquinas que fabrica y utiliza. Prefiere creer que usa el ordenador porque es bueno, cuando en realidad es más bien al contrario: cree que es bueno porque lo usa. “La tecnología –escribe Umberto Eco- hace todo lo posible para que perdamos de vista la cadena de las causas y los efectos. (…) El usuario vive la tecnología del ordenador como si fuera magia”. O como decía Marx: “Así como en las religiones el hombre es esclavizado por las criaturas de su propio cerebro, en la producción capitalista es esclavizado por los productos de su propio brazo”8.

El verdadero triunfo de la civilización europea ha sido el de las vacunas y el napalm, los barcos y el avión, la electricidad y la radio, los plásticos y la imprenta; en resumen, ha sido un triunfo de la tecnología, no de la ideología. La tecnología industrial de Occidente ha transformado el mundo más de lo que lo haya hecho cualquier líder, religión, revolución o guerra.

Daniel Headrick, 1989. Incluso el reloj de nuestra casa o de nuestro teléfono móvil, un artefacto inocente en

apariencia, es crucial en la formación y mantenimiento de la cultura moderna. Por eso cabe preguntarse si es bueno que haya tantos relojes entre nosotros (en el móvil, en el ordenador, en el televisor, en la cocina, en el trabajo, en la biblioteca, en la calle, en la muñeca, en el coche…). Téngase en cuenta que “es el reloj mecánico –nos dice el historiador David Landes- lo que dio lugar, para lo bueno y para lo malo, a una civilización atenta al paso del tiempo, y por lo tanto a la productividad y al rendimiento”. Aunque no solo el reloj, por supuesto. Históricamente, allí donde ha ido el capitalismo ha ido la tecnología, y viceversa.

7 Winner, 1986. 8 Mate, 1993.

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Desde finales del siglo XII se observa una sensibilidad cada vez mayor de los ciudadanos hacia la valoración del tiempo. Aparece la idea de que el tiempo es dinero. Sobre todo, el siglo XIII pone cada vez más de relieve el valor económico, incluso monetario, del trabajo, incluyendo el trabajo manual. Algo tiene que ver ciertamente en ello el desarrollo del salariado urbano.

Jacques Le Goff, 2010.

Visto de esa manera, ¿el reloj es realmente necesario en nuestro día a día? La respuesta dependerá de qué vida queramos, por supuesto, si una dirigida principalmente por nosotros y por los ciclos que nos impone la naturaleza o una dirigida principalmente por nuestros inventos y las estructuras sociales que estos impulsan. Lo que es seguro es que seríamos igual de felices sin él que con él, incluso puede que más sin él. “El reloj –afirma Carlos Fresneda- se acaba convirtiendo en una especie de segunda naturaleza superpuesta: nos fiamos más de él que de nuestro propio pálpito, acabamos disociándonos de nuestro tic-tac «biológico» para entregarnos a una noción abstracta que jamás cuestionamos. La religión del tiempo”.

La invención del reloj mecánico es uno de los más importantes puntos de inflexión en la historia de la ciencia y la tecnología; y ciertamente, también del arte y la cultura. Cada perfeccionamiento de la exactitud pondría a disposición de la autoridad nuevos y mejorados medios de opresión: un temprano devoto de los esmerados relojes mecánicos fue, por ejemplo, el duque Gian Galeazzo Visconti, descrito en 1381 como «un sosegado pero taimado gobernante, enamorado del orden y la precisión»..

John Zerzan, 1994 (b).

Parece que el exceso de racionalidad, que no de raciocinio, y la hipertrofia de una cultura tan dependiente de los símbolos nos están convirtiendo en máquinas que hacen máquinas9. En nuestra vida diaria prima cada vez más el objeto, la idea, la abstracción y la estadística, todo ello en detrimento del sujeto, la experiencia concreta, la observación y la alegría de vivir. Incluso los datos pesimistas de este libro, por su propia naturaleza representativa, sustituyen el dolor real por un dolor figurado. El sufrimiento de millones de personas, humanas o no, es más un número lejano que una realidad cercana. Información sin sensación.

Es posible que queramos mantener la técnica del reloj o incluso mejorarla, ya que en ocasiones puede resultarnos beneficiosa en actividades científicas o mecánicas concretas (sea como fuere, deberían catalogarse y estudiarse todos los casos en base a su deseabilidad social e individual), pero de ahí no se sigue necesariamente que tengamos que tenerlo hasta en la sopa, ajustando nuestra vida diaria y nuestro entorno privado a una serie de números abstractos. “Según se ha acelerado nuestro tren de vida, hemos perdido definitivamente el contacto con los ritmos biológicos del planeta –asegura Jeremy Rifkin-. Nuestro tiempo no está ya regido por los amaneceres, ni por las mareas, ni por los cambios de estación. Hemos creado una atmósfera totalmente artificial, gobernada por impulsos mecánicos y electrónicos”10.

El precio que pagamos por asumir los poderes de la tecnología es la alienación, un peaje que puede salirnos particularmente caro en el caso de nuestras tecnologías intelectuales.

9 Véase el concepto de teme (minuto 12 en adelante), según Susan Blackmore: http://www.ted.com/talks/susan_blackmore_on_memes_and_temes 10 Fresneda, 1998.

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Las herramientas de la mente amplifican y a la vez adormecen las más íntimas y humanas de nuestras capacidades naturales: las de la razón, la percepción, la memoria, la emoción. El reloj mecánico, por muchas bendiciones que otorgara, nos apartó del flujo natural del tiempo. Cuando Lewis Mumford describió cómo los relojes modernos habían ayudado a «crear la ciencia en un mundo independiente hecho de secuencias matemáticamente mensurables», también subrayó que, en consecuencia, los relojes «habían desvinculado el tiempo de los acontecimientos humanos». Weizenbaum, basándose en el razonamiento de Mumford, argumentaba que la concepción del mundo surgida de los instrumentos de medida del tiempo «era y sigue siendo una versión empobrecida de la anterior, ya que se basa en un rechazo de las experiencias directas que formaban la base y de hecho constituían la vieja realidad». Al decidir cuándo comer, trabajar, dormir o despertar, dejamos de escuchar nuestros sentidos y comenzamos a obedecer al reloj. Nos volvimos mucho más científicos, pero también nos hicimos un poco más mecánicos. (…) Al explicar cómo las tecnologías adormecen las mismas facultades que amplifican, llegando a utilizar el término autoamputación, McLuhan no trataba de idealizar la sociedad tal como era antes de la invención de los mapas, los relojes o los telares mecánicos. (…) El argumento de McLuhan es que una evaluación honrada de cualquier nueva tecnología, o del progreso en general, requiere una sensibilidad hacia lo que se ha perdido, así como para lo ganado. No debemos permitir que las glorias de la tecnología nos cieguen ante la posibilidad de que hayamos adormecido una parte esencial de nuestro ser. (…) En la década de 1950, Martin Heidegger señaló que la amenazante «marea de la revolución tecnológica» podría «cautivar, hechizar, deslumbrar y seducir al hombre hasta tal punto que el pensamiento calculador algún día pudiera llegar a aceptarse y practicarse como la única manera de pensar». Nuestra capacidad de embarcarnos en el «pensamiento meditativo», que para Heidegger era la esencia misma de nuestra humanidad, podría convertirse en una víctima del progreso más atolondrado. El tumultuoso avance de la tecnología podría, como la llegada de la locomotora a la estación de Concord, ahogar los refinados pensamientos, percepciones y emociones que surgen sólo a través de la contemplación y la reflexión.

Nicholas Carr, 2010.

Cada vez que usamos un artefacto, como puede ser un libro o un mapa, estamos

pagando un precio, un «coste de oportunidad» como se dice en economía, y es nuestra responsabilidad saber cómo de alto o de bajo es ese precio, si merece la pena pagarlo y si podemos hacer algo al respecto para compensarlo. “De hecho, si dependiera de mí”, afirma Neil Postman, “prohibiría a cualquiera hablar sobre las nuevas tecnologías de la información a menos que dicha persona pueda demostrar que (…) sabe algo sobre los efectos sociales y psicológicos del alfabeto, el reloj mecánico, la imprenta y la telegrafía”, es decir, si “sabe algo sobre los costes de las principales tecnologías”. Exageraciones aparte, es cierto que la pregunta sobre los inconvenientes que conlleva el uso de cualquier tecnología tiene una mayor importancia social que la pregunta sobre las ventajas, “precisamente porque esta se hace con mucha menos frecuencia”. Según Robert Macfarlane:

La privación del hechizo nocturno mediante la iluminación artificial puede parecer, si es que se repara en ello, una consecuencia trivial de la vida contemporánea. Sin embargo, en esas horas de invierno que pasé en la cumbre de la sierra bajo las estrellas, comprendí que nuestro distanciamiento de la oscuridad constituye una gran pérdida. Cada vez nos cuesta más imaginar que como especie formamos parte de algo muy superior a nosotros mismos. Hemos asimilado la herejía de la altivez, la creencia humanista en la superioridad humana, y eliminamos en la medida de lo posible los controles y los balances, todo lo que nos recuerda que el mundo es más grande que nosotros o que formamos parte de él. (…) En ningún otro período histórico hemos estado más desconectados de nuestro cuerpo y de nuestra esencia. La posibilidad de relación casi infinita que proporciona el mundo

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tecnológico, pese a las muchas ventajas que encierra, exige un alto precio en contacto. Hemos olvidado el tacto del mundo y con ello estamos produciendo nuevas y numerosas enfermedades del alma, infelicidades que son la complicada consecuencia de la distancia interpuesta entre nosotros y el mundo natural.

Para este autor, los mapas “organizan la información del territorio de un modo muy

influyente. Seleccionan sus características y las clasifican por orden de importancia, y con ello sesgan forzosamente nuestra manera de percibir y de tratar el paisaje. Olvidar los prejuicios inducidos por un mapa puede requerir tiempo y esfuerzo, y pocos mapas distorsionan la imaginación tanto como el de carreteras”.

El mapa de carreteras permite olvidar la presencia física del territorio, olvidar que los países a los que llamamos Inglaterra, Irlanda, Escocia y Gales comprenden más de 5.000 islas, 500 montañas y 300 ríos. (…) El mapa de coordenadas (…) permite representar cualquier punto sobre la totalidad abstracta de un espacio, pero su virtud es al mismo tiempo su defecto, pues reduce el mundo a meros datos que registran el espacio como algo independiente del ser. Los mapas descriptivos, por el contrario, representan el territorio tal como lo percibe el individuo o la cultura que lo recorre. (…) No propongo en modo alguno la abolición del mapa de coordenadas –lo llevo conmigo en todos mis viajes-; solo intento que no nos olvidemos de los mapas descriptivos, porque son un modelo de cómo proceder en un territorio. (…) No podemos navegar y orientarnos únicamente con mapas impermeables a la imaginación, con representaciones del paisaje que nos impiden soñar y fomentan –el de carreteras a la cabeza- la desaparición del milagro que supone nuestra relación con el mundo, pues, cuando el milagro es expulsado de nuestra concepción del paisaje, toda esperanza está perdida.

Robert Macfarlane, 2007.

Antes de seguir con más citas y ejemplos, y antes de que no se entienda la intención

concreta de este capítulo, me gustaría aclarar que aquí no se está defendiendo el abandono de toda técnica, sino un enfoque más humano, uno más acorde a nuestra naturaleza –sobre la que sin duda habrá que seguir reflexionando- que la juzgue y que, dependiendo de cada caso, la reoriente o la descarte. En otras palabras, no somos nosotros, el «pueblo», los que debemos adaptarnos forzosamente a las nuevas y viejas tecnologías, sino que son ellas las que deben adaptarse a nosotros y a la manera en que queramos ser y vivir. “Hubo un tiempo”, escribe Jordi Pigem, “en que el hombre guiaba a la técnica en vez de que la técnica hechizara al hombre. Y esa libertad ante la técnica hace hoy más falta que nunca. En nuestro siglo Heidegger llamó a esa virtud serenidad (Gelassenheit): serenidad ante las cosas técnicas. «Podemos usar los objetos técnicos, servirnos de ellos de forma apropiada, pero manteniéndonos a la vez tan libres de ellos que en todo momento podamos desembarazarnos de ellos»”.

De instrumento, la herramienta puede convertirse en amo, y después en verdugo del hombre. La relación se invierte con más rapidez de lo que se espera: el arado hace del hombre señor de un jardín, y muy pronto un errabundo en un campo polvoriento. La vacuna que selecciona a sus víctimas, engendra una raza capaz de sobrevivir únicamente en un medio acondicionado. Nuestros hijos nacen disminuidos en un mundo inhumano. El homo faber, de aprendiz de brujo, se transforma en basurero voraz. La herramienta puede crecer en dos formas, sea para aumentar el poder del hombre o para reemplazarlo.

Iván Illich, 2006.

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Lo mismo cabe decir de la investigación en ciencia, tanto de la investigación aplicada como de la investigación básica o pura. El cosmólogo Martin Rees opina que “las decisiones sobre cómo debe aplicarse la ciencia en la medicina, el medioambiente, etc., deberían debatirse en círculos mucho más amplios que la comunidad científica. Esta es una de las razones por las cuales es importante que un público amplio posea conocimientos básicos de ciencia, que sepa al menos distinguir entre un protón y una proteína”. Aquí Rees, por sacarle alguna pega a sus palabras, parece deslizarse hacia el cientificismo al nombrar solamente los “conocimientos básicos de ciencia”, dando a entender, seguramente por descuido, que los conocimientos básicos de historia, de filosofía en general o de ética y política en particular, de filología o de cualquier otro saber, son secundarios para el debate. En cualquier caso, el autor termina haciéndose la siguiente pregunta:

¿Deberíamos retirar el apoyo a las líneas de investigación «pura», por muy interesantes que sean, si existen razones para pensar que se pueda hacer un mal uso de sus resultados? A mi juicio, así debería ser, especialmente si se tiene en cuenta que el actual reparto [de apoyo y financiación] entre las distintas ciencias es en sí mismo el resultado de una compleja «tensión» entre factores externos [intereses bélicos y comerciales, sobre todo]. (…) Una de las voces influyentes a favor de «avanzar despacio» es la de Bill Joy11, uno de los fundadores de Sun Microsystems e inventor del lenguaje de programación Java. (…) Su principal preocupación no es el uso perverso de las nuevas tecnologías, sino simplemente que la genética, la nanotecnología y la robótica (las tecnologías GNR) lleguen a desarrollarse de forma incontrolada y acaben «sometiéndonos». La receta de Joy consiste en «renunciar» a la investigación y el desarrollo que puedan contribuir a hacer realidad estas amenazas: «Si lográsemos ponernos de acuerdo, como especie, sobre lo que queremos, sobre adónde nos dirigimos y por qué, y construyésemos en consecuencia un futuro mucho menos peligroso, entonces comprenderíamos a qué podemos y debemos renunciar. En caso contrario, no es difícil imaginar una carrera armamentista alrededor de las tecnologías GNR, tal como ocurrió con las tecnologías [nucleares] en el siglo XX. Este es quizá el mayor de los riesgos, pues una vez diese comienzo esa carrera, sería muy difícil detenerla».

Martin Rees, 2003.

Otro caso muy oportuno de técnica básica de uso generalizado hoy en día es el de la escritura, sin la cual no podríamos estar «hablando» tú y yo en este preciso instante, estando como estamos separados el uno del otro tanto en el tiempo como en el espacio. “Si mi hipótesis es correcta”, decía Lévi-Strauss, “la función primaria de la escritura, como medio de comunicación, es facilitar la esclavitud de otros seres humanos. El uso de la escritura con fines desinteresados, y con vistas a satisfacer el espíritu en el campo de las ciencias y las artes, es un resultado secundario de su invención (y tal vez no sea sino una manera de reforzar, justificar o disimular su función primaria)”12. Incluso podríamos decir, como mínimo y sin riesgo a equivocarnos, que el mal uso de la escritura es de hecho uno de los mayores peligros a los que se enfrenta la democracia directa, la única forma de democracia que hace honor a su nombre: “Las culturas de la voz dependen de las presencias (asamblea), las del texto de los re-presentantes (Estado). (...) La escritura es abstracta; como placer, solitario. La escritura se dirige de una

11 Léase online su artículo Why the future doesn’t need us. 12 Olson, 1994.

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soledad a otra, articula individuos sueltos, los mismos que necesita una democracia censitaria. La oralidad, por el contrario, reclama presencias, no representantes”13.

Toda producción cultural humana era en principio oral, y eso tiene el elemento maravilloso de la presencia del que emite y el que recibe el mensaje en un mismo acto. La Ilíada, Heródoto, los líricos o la tragedia son ejemplos de composiciones que fueron concebidas para ser recitadas y que hubiera una comunión entre el poeta y el pueblo. No nos damos cuenta de hasta qué punto la cultura occidental ha sido oral hasta el siglo XIX, incluso después de la aparición de la imprenta como técnica de difusión masiva de los textos. Hoy en día todo eso se ha perdido: yo escribo en soledad, y mis libros se leen en soledad, no conozco a mis lectores, de modo que algo que nació para la oralidad se ha convertido en una suerte de vicio solitario. Abogo por su recuperación, creo que por eso me gustan tanto las conferencias.

Javier Gomá, 2009.

Si bien hay que valorar positivamente, tal como dice Olson, “el hecho de que la

escritura desempeñó un papel crítico en la producción del cambio de un pensamiento acerca de las cosas a un pensamiento acerca de las representaciones de esas cosas”, es decir, a un pensamiento acerca del pensamiento mismo (metapensamiento)14, así como otras virtudes (paradójicamente, pienso que hoy los libros son, en potencia, más revolucionarios que nunca), no debemos ignorar que “el advenimiento de la educación universal y obligatoria casi nunca fue considerado por los iletrados como un medio de liberación, sino como algo impuesto por una clase gobernante bien intencionada con la esperanza de convertirlos en trabajadores productivos y ciudadanos de buenos modales”.

Entonces, ¿la cultura escrita es un instrumento de dominación o de liberación? La imposibilidad de responder a esta pregunta condujo a autores como Heath y Street a distinguir tipos de cultura escrita, diferentes modos de usar textos y de “extraer cosas” de ellos (…); quizá no haya una cultura escrita, ni un único conjunto de consecuencias.

David R. Olson, 1994.

La escritura jamás ha sido condición suficiente para mejorar las cosas, pero hoy más

que nunca se ha convertido en una de las condiciones más necesarias. En nuestra cultura, “el que lee poco pronto parece un periódico”15, algo así como un repetidor de noticias ajenas y lugares comunes. Nada lúcido tiende a salir de la pequeña lectura.

En un régimen de dominación de conciencias, en que los que más trabajan menos pueden decir su palabra (...), los dominadores mantienen el monopolio de la palabra, con que mistifican, masifican y dominan. En esa situación, los dominados, para decir su palabra, tienen que luchar para tomarla. Aprender a tomarla de los que la retienen y niegan a los demás, es un difícil pero imprescindible aprendizaje: es “la pedagogía del oprimido”.

Ernani María Fiori.16

13 Lizcano, 2006. 14 Esto habría que matizarlo. El metapensamiento o metacognición no es un producto de la escritura. Los seres humanos, los delfines, los macacos y otros animales (Tomé, 2009) piensan sobre lo que piensan sin necesidad de escribirlo. Sócrates sería tal vez el ejemplo paradigmático. Lo que sí supuso la escritura fue al parecer un mejor aprovechamiento del metapensamiento, para bien y para mal. 15 Canetti, 2000. 16 Freire, 1968.

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Encontramos otro ejemplo, sin duda uno de los más influyentes de la historia, en la aparición de la agricultura y el invento de los aperos que la hicieron posible. Cierto es que, por regla general, con su aparición aumentaron las horas de trabajo, se facilitó la entronización incondicional de la propiedad privada, disminuyó nuestra eficiencia energética17, enfrentó a los agricultores sedentarios con los ganaderos nómadas y los cazadores-recolectores, potenció la estratificación social y plantó las bases para una potencial sobreexplotación y superpoblación. Aun con todo, que no es poco, creo que sus inconvenientes históricos, no necesariamente inherentes, pueden quedar compensados con la posibilidad de adoptar deliberadamente y por primera vez en la historia una dieta no basada, o muy poco, en el consumo de alimentos de origen animal.

Frente a ello, John Zerzan considera que “la agricultura es en sí maligna”. A su favor tendría el hecho de que “con la llegada de la agricultura, a las mujeres se las sujeta a domesticación como a las plantas y a los animales”, a partir del cual concluye que “el embrutecimiento y el aislamiento de la mujer parecen ser intrínsecos a las sociedades agrícolas”18. Sin embargo, aunque fuera cierto que la dominación patriarcal aparece o bien simultáneamente o bien tras la domesticación de las plantas y de los animales no humanos, aún quedaría por demostrar que se trata de una causación directa inevitable y no de una simple correlación histórica19. Parece cierto que cuanto mayor es la domesticación/dominación de la naturaleza y de las especies que la habitan, mayor es también la división del trabajo y por tanto la dominación de unos humanos sobre otros20, pero yo no concluiría que todos los tipos de agricultura conduzcan siempre e intrínsecamente a la dominación social, a la sobrepoblación, al aumento de la horas de trabajo y a la sobrexplotación de la tierra, por citar algunos de los fenómenos más importantes que suelen ir asociados a la agricultura. En el caso más desfavorable, podríamos aceptar que la agricultura condiciona o predispone la aparición posterior de prácticas e instituciones indeseables, pero no que las determine. Los grandes ejércitos necesitan grandes campos de cultivo, pero los grandes campos de cultivo no necesitan grandes ejércitos.

Existen sociedades sedentarias que practican la agricultura y disponen de un “tiempo libre” muy comparable al de los cazadores-recolectores, que practican la subexplotación y mantienen una baja densidad de población. Podemos mencionar los Chimbu de Nueva Guinea, que explotan solamente el 60% de la tierra cultivable; los Yagaw de las Filipinas o los Iban de Borneo, que mantienen su población entre el 30 y el 40% por debajo de la densidad que les permitiría una agricultura más intensa. En estas culturas, podemos observar “jornadas de trabajo”' muy cortas, 4 o 5 horas, seguidas generalmente de varios días de descanso. Entre los Papus Kapauku, los hombres consagran de media 2h. 18 min. por día a la producción agrícola, y las mujeres 1 h. 42 min. Hay otros ejemplos, pero se haría pesado citarlos todos. La agricultura, contrariamente a las ecuaciones simplistas del tipo agricultura/crianza = domesticación de la naturaleza = dominación social, no es portadora del “mal absoluto” que Zerzan querría detectar.

Alain C.21

17 “En la comparativa que realiza E. Lorenzo entre la eficiencia energética de la caza del Neandertal y del cultivo del trigo tal y como lo hacían los antiguos egipcios, se refleja claramente la relación inversamente proporcional de «eficiencia energética y evolución» a lo largo de la historia del ser humano” (González Blanco, 2011). 18 Zerzan, 1994 (a). 19 Véase la falacia cum hoc ergo propter hoc. 20 Nibert, 2013. 21 http://biblioweb.sindominio.net/escepticos/alain.pdf

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Por otra parte, las personas, especialmente las occidentales, tendemos a creer que las lavadoras22 y otros aparatos domésticos son una especie de “milagro” sin el cual la vida en el orgulloso Occidente sería pobre, sucia, bruta y corta, parafraseando a Hobbes. Pero tanto la lavadora como el lavaplatos, así como la secadora, el horno moderno, el microondas, el aparato de aire acondicionado e incluso el sacrosanto frigorífico (sobre todo teniendo como tenemos supermercados con neveras a la vuelta de la esquina de cada ciudad)23, son totalmente prescindibles en muchos hogares, y allí donde pueden ayudar ahorrando trabajo, no es en primer lugar porque falten máquinas, sino sobre todo porque sobran desigualdades (de género, de clase, etc.). La mayoría de las veces no es cuestión de más dinero o de más tecnología, sino de más filosofía política y de más filosofía práctica. Salvo el agua corriente o el agua relativamente accesible (tal vez lo único verdaderamente «sagrado» de esta lista), la electricidad para determinados usos, la cocina (eléctrica, de gas o de leña) y la calefacción, el resto de tecnologías podrían dejar de utilizarse en cualquier hogar del mundo sin grandes perjuicios personales y con grandes beneficios socioecológicos.

¿Y qué decir de la industrialización, proceso histórico que está en la base de todo lo que se ha comentado en este apartado? “En la industria moderna –escribe Richard Sennett-, los obreros especializados viven con y de las máquinas, pero rara vez las crean. De esta manera, el progreso tecnológico llega a parecer inseparable de la dominación ajena”.

La máquina se ha convertido para el obrero en una autoridad impersonal que le somete a un ritmo determinado, no siempre adecuado a su específica capacidad y fisiología individual ni a su percepción del sistema. El ritmo colectivo, a resultas de la uniformización del trabajo industrial, ha sustituido al ritmo individual, en este caso comparativamente discontinuo. Resulta, por lo tanto, que las máquinas que operan los obreros y el producto que es consecuencia del proceso industrial constituyen formas e ideas en cuya concepción no interviene el obrero. Visto así el problema, la estimación técnica que cada obrero tiene de sí mismo es mínima, primero porque ha perdido la noción integral del proceso productivo y del sistema de que forma parte, y segundo porque en este proceso es un elemento secundario cuya misión técnica consiste en adaptarse lo más posible a los requerimientos mecánicos de la máquina.

Claudio Esteva-Fabregat, 1973.

22 http://www.ted.com/talks/hans_rosling_and_the_magic_washing_machine.html (2011) 23 Véase Savefoodfromthefridge.com de Jihyun Ryou y “Living without refrigeration” de Beth Leonard.

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Brevemente, un buen artefacto sería aquel que24:

Es diseñado y fabricado localmente sin necesidad de grandes estructuras sociales. Es más, “cualquier máquina debería poder ser reparada por el propio usuario”25. Las casas de paja serían un buen ejemplo de ello, cuya capacidad de aislamiento térmico es considerablemente mayor que las de ladrillo, madera o adobe26. Esta máxima, extensible a cualquier otro producto humano, se opone casi frontalmente al modelo económico de la «ventaja comparativa». Es controlado por un número relativamente pequeño de personas y discutido por la comunidad previamente a su aplicación. Es posible “prever las consecuencias sociales probables de un adelanto tecnológico determinado muchos años antes de que efectivamente se difunda”, pero “hasta ahora, las transformaciones sociales originadas por los progresos tecnológicos han tomado de sorpresa a las colectividades” porque casi nunca nos hemos tomado “la molestia de meditar con respecto a cuáles serían las transformaciones probables”27. No tiende a deteriorar o disminuir gravemente las relaciones personales cara a cara. Cuanto mayor es la sofisticación y el alcance de los medios de comunicación (ej. teléfono), menor es el tiempo que pasamos presencialmente con otras personas y otros escenarios de mayor riqueza sensorial. Es un hecho que “el progreso tecnológico” tal como lo conocemos “ha reducido el número de los contactos físicos y ha empobrecido las relaciones espirituales que se mantenían entre los miembros de una comunidad”28.

El Roto

24 Más en: Greer, 2014. 25 Goodman, 1962. 26 http://www.tallerkaruna.org/casa-de-paja/comparativa-de-casas-ecologicas/ 27 Huxley, 1937. 28 Huxley, 1937.

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