Crochet

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Diego Colomba “La inquietancia de una narrativa zonal” Sobre: Delia Crochet. La forma de la manzana. Córdoba, Ediciones Recovecos, 2008, 144 páginas; Decir ahora. Córdoba, Alción Editora, 2007, 172 páginas; Bajo la quieta luz de un farol, Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 1999, 129 páginas. Bio-bibliográfica Delia Crochet nació en Rosario en 1947 pero casi de inmediato su familia se trasladó a Totoras, una pequeña localidad del sur santafecino. Allí residió hasta los dieciocho años, cuando decidió estudiar Letras en su ciudad natal. Si bien no abandonó más la ciudad -allí formó una familia y se dedicó a la actividad privada-, su residencia en Totoras nutrió para siempre sus imaginarios narrativos. “Me crié en un pueblo de una ubérrima región lechera (…) Tal vez esa abundancia explique la persistencia de voces, yunques, martillos, silbidos, chisporroteos azules, cascos y ruedas sobre la blanda tierra de mi memoria”, dirá al respecto en una antología que conformó con otras cuentistas rosarinas, entre ellas la experimentada Angélica Gorodischer. El libro se llamó La Noche de los Leones, y fue publicado por Ediciones La Cachimba en 1994. Cuatro años después, otro de sus cuentos fue seleccionado en el concurso anual de la Universidad Nacional de Rosario. Ese mismo año, alcanzó cierta visibilidad en su medio tras obtener el Primer Premio del Concurso Municipal “Manuel Musto” de Cuento, que le valió la publicación de su primer libro al año siguiente. Participó de al menos tres antologías más, hasta que aparecieron sus dos últimos libros en diferentes editoriales cordobesas. Crochet, al igual que otros autores considerados “tardíos” –en volverse autores éditos, no en escribir-, pone en evidencia cómo una escritura puede desarrollarse al ritmo de exigencias y necesidades que pueden desentenderse de las siempre cambiantes -pero siempre presentes- escenas literarias, de sus demandas más visibles, de sus lugares comunes. La Noche de los Leones

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Diego Colomba

“La inquietancia de una narrativa zonal”

Sobre: Delia Crochet. La forma de la manzana. Córdoba, Ediciones Recovecos, 2008, 144 páginas; Decir ahora. Córdoba, Alción Editora, 2007, 172 páginas; Bajo la quieta luz de un farol, Rosario, Editorial Municipal de Rosario, 1999, 129 páginas.

Bio-bibliográficaDelia Crochet nació en Rosario en 1947 pero casi de inmediato su familia se trasladó a Totoras, una pequeña localidad del sur santafecino. Allí residió hasta los dieciocho años, cuando decidió estudiar Letras en su ciudad natal. Si bien no abandonó más la ciudad -allí formó una familia y se dedicó a la actividad privada-, su residencia en Totoras nutrió para siempre sus imaginarios narrativos. “Me crié en un pueblo de una ubérrima región lechera (…) Tal vez esa abundancia explique la persistencia de voces, yunques, martillos, silbidos, chisporroteos azules, cascos y ruedas sobre la blanda tierra de mi memoria”, dirá al respecto en una antología que conformó con otras cuentistas rosarinas, entre ellas la experimentada Angélica Gorodischer. El libro se llamó La Noche de los Leones, y fue publicado por Ediciones La Cachimba en 1994. Cuatro años después, otro de sus cuentos fue seleccionado en el concurso anual de la Universidad Nacional de Rosario. Ese mismo año, alcanzó cierta visibilidad en su medio tras obtener el Primer Premio del Concurso Municipal “Manuel Musto” de Cuento, que le valió la publicación de su primer libro al año siguiente. Participó de al menos tres antologías más, hasta que aparecieron sus dos últimos libros en diferentes editoriales cordobesas.Crochet, al igual que otros autores considerados “tardíos” –en volverse autores éditos, no en escribir-, pone en evidencia cómo una escritura puede desarrollarse al ritmo de exigencias y necesidades que pueden desentenderse de las siempre cambiantes -pero siempre presentes- escenas literarias, de sus demandas más visibles, de sus lugares comunes.

La Noche de los LeonesSe podría decir que ya en sus cuatro cuentos publicados en el volumen colectivo del 94 se manifiestan, a veces de un modo incipiente, algunas de sus obsesiones temáticas, cierta manera de posicionarse ante los hechos narrados, sus recurrencias formales.El desborde imaginativo que la caracteriza aún no está atemperado con la precisión de sus mejores textos. Tal vez por ello, en ciertas frases pueda leerse un afán esteticista que la lleva a poetizar el relato innecesariamente. Esto se puede observar en “El punzón”, donde la pulsión rememorante ya está presente pero desmerecida por el estilo (“la ancha avenida huérfana de palmeras, las rojas plazas”) y en el primer cuento de la serie, “Colorado de los Leones”, donde sexo y poder en el campo litoraleño se tejen sobre una idea excelente que aún no encuentra el tono adecuado. En los otros dos ya están los episodios certeros y los modismos del habla captados con buen oído: en “De noche los pájaros” se arma un contrapunto típico en Crochet entre una situación realista en una biblioteca pública de pueblo y las fantasías diurnas de una lectora infantil. El progreso del cuento contamina con eficacia ambos

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órdenes, aunque se percibe cierto despliegue de ingenio, facilidad que la autora no se permitiría en adelante. En “12.000 Almas” la sordidez del color local, a través de una historia de viajantes de paso, exhibe el humor inteligente de la narradora: “Un auto viene de frente, lo cruza y lo envuelve en toneladas de polvo. No ve nada. Ni el celeste del cielo ni el verde del campo.”

Bajo la quieta luz del farolLos veinticinco cuentos del libro demuestran que su autora tiene una voz propia -a pesar de que algunos no están a la altura del conjunto. Diálogos vigorosos, poblados de resonancias regionales, se intercalan con un uso contundente de la sintaxis, todo al servicio de una visión despiadada de la realidad, solapada muchas veces en climas o atmósferas familiares e inofensivas en apariencia.Crochet es heredera de una sólida tradición de escritores nacionales que se conectaron con un lector universal (de habla hispana) sin la mediación de Buenos Aires. Escribe situada en una región bien delimitada, presente por sus tipos sociales, sus locaciones geográficas (la ciudad grande es Rosario, a veces nombrada y a veces sugerida; las pequeñas localidades de la provincia, sobre todo rememoradas por alguien que las ha abandonado hace tiempo; y los cerros, lugar típico de veraneo para los santafecinos del sur), costumbres, inflexiones recurrentes del habla, pero sin renunciar en ningún momento a una aguda conciencia formal. Se podría conjeturar que el método compositivo con el que Crochet decepciona con frecuencia cualquier filiación costumbrista, folklorista o pintoresquista, se nutre paradójicamente de imaginarios que hacen referencia a su región, y que podrían ser aprovechados por ello en una literatura de impronta regionalista. Sin embargo, el modo en que irrumpen dichos datos en su escritura extrañan, inquietan, cualquier posibilidad de reconocimiento por parte del lector. Inquietancia, un equivalente de lo que suele considerarse “lo siniestro” freudiano, llaman algunos a ese efecto de extrañamiento. Concebir a su zona geográfica y literaria (construída, es decir, una zona cultural) bajo esa perspectiva, se comprueba en el modo con que Crochet trabaja la captación de los objetos, en la sutileza perceptiva de sus narradores, y en los personajes que elige, que, sin dejar de ser típicos, son evadidos del mundo, soñadores diurnos: ancianos que habitan más en el pasado que en el presente, amas de casa que huyen de la rutina, habitantes pueblerinos que le escapan al estricto control social ejercido por sus vecinos, mujeres jóvenes que sueñan futuros impregnadas de romanticismo (“Toda ella, toda María un torrente que apenas se mantenía en su cauce, toda ella, toda María lecho, orilla, remolino, apenas remansada, menguante, impetuosa. Egoísta, terca, apasionada”, en “El encuentro”), y que luego asisten al desvanecimiento de esas ilusiones. Cuando se trata de personajes femeninos, parece asociarse “imaginación” con cierta ética de género: “Hace rato que Muñeca mira la piedra con fijeza, ajena a todo cuanto la rodea. A veces le sucede esa desconexión, se rompen los empalmes con la realidad” (“Retazo de mar”); “¿Qué pensarías, Augusto, se dice Azucena, si un día me apareciera con un vestido del color del fuego? ¿Me dejarías salir a la calle? ¿Hacer un mandado? ¡Si supieras lo que estoy pensando!” (“La bordadora”).Ya desde el título, aunque connotando la artificiosidad del mundo del recuerdo, el libro despliega cierta obsesión sobre lo lumínico. “Barro”, como símbolo de la inundación y la decadencia humana, concluye con unas utópicas “tierras altas bajo el sol”, las mismas que recurren en la imaginación de una mujer en el

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cuento que concluye el libro, “La cena del gobernador”. En “Luz en el agua”, un imprevisto durante un viaje en taxi lleva a una mujer a la ribera de un río, donde en compañía de un extraño experimenta una epifanía con la aparición de “un enorme pez de plata”. Con “Relumbre”, el de un anillo y el de un recuerdo humorístico de un marginal, la crudeza de ciertas vidas atiza un humor sombrío: “Dos pájaros surcan el cielo pero él no se entera porque sus pensamientos merodean almohadas extrañas”. El excelente “Cuerpos” narra el final trágico de una pareja descarriada que se purifica en el lecho del río, mientras la mujer imagina “que se deslizaba otra vez en el río en una tarde de sol”. Ese mismo contraste se compone en “Una cierta luz para una cierta manzana” donde “luz”, como en otros cuentos, es sinónimo de ver, imaginar, figurarse, divagar: “Todo eso vio Martín con los ojos cerrados. Una mujer líquida nacida del interior de una manzana abierta dentro de un plato transparente”. También lo luminoso se emparienta con otra de las acciones frecuentes en los relatos, recordar: “Un postigo pareció abrirse lentamente en mi cerebro, y después otro, y otro, hasta que la luz se hizo” (“Éramos tan amigas con Mirta”).“Una taza de té” inicia la serie de relatos sobre ancianos, que será retomada por “Los años felices” y “Ugolina”, dos excelentes cuentos publicados en diferentes antologías locales posteriores a su primer libro. El desajuste deliberado que componen los cuentos de Crochet puede darse en este caso entre pasado y presente -un presente suspendido iterativamente por el pasado lejano que parece invadirlo todo-, pero también puede producirse entre la capacidad perceptiva del narrador y la del personaje (“Pero esto último es posible que no pueda oírlo porque ya está dormida”), o en la caracterización de una pareja de veraneantes (“El otro río”), en la que uno de ellos extraña la ciudad mientras el otro disfruta del paraje natural, aunque en verdad ambos estén fuera del mundo.Dicha lógica compositiva explica que un libro que comienza con un texto denominado “Barro” y termina con otro en el que dicho elemento también se impone de manera alucinada (“Toda la residencia es arrasada, quebrada la porcelana de los platos y el cristal de las copas, embarrados los manteles”), y abunda en situaciones dolorosas, oscuras, recurra con frecuencia al oro para elaborar sus imágenes, o que el texto que aborde más frontalmente la nostalgia de la serie (“Cimientos”, “Éramos tan amigas con Mirta”, “El encuentro”), lo haga en clave fantástica y humorística (“Torsota”).

Decir ahoraEl libro publicado por Alción Editora en 2007 es la primera obra irreprochable de Crochet. No hay texto que desmerezca el conjunto. Desde el primer cuento, “La sala de espera”, la narradora agudiza su dialéctica compositiva. Ante un escenario urbano, el pasillo de un sanatorio, brota la figuración campestre o natural con la que se tensa felizmente: “mordiendo el freno como un caballo de tiro”. La zona se mete por donde menos se la espera, desrealiza, en lugar de solidificar los referentes. Un mecanismo que con los años la autora fue ajustando, el estallido figurativo coherente con la narración, paradójicamente, cuando el primero se reviste de cierta ajenidad: “Toda ella parecía un breva morada, ovoide y terrosa, que ningún viento haría caer de la rama y que con el tiempo iría arrugándose hasta secarse, hasta que la jubilación la arrancara de cuajo”, se dice sobre una secretaria de clínica privada de ciudad.

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Los jardines centrales de un hospital son el escenario en el que un anciano y una persona madura conversan en “El enfermo imaginario”. Aquí el procedimiento figurativo se da a la inversa: en un pulmón natural en plena urbe, el personaje más joven siente que los ojos del anciano lo penetran “como un taladro”: “yo empecé a sentir que el buril iba calando hondo (…) Mi frente era un muro de cal y canto que los ojitos del viejo no dejaban de horadar”. El diálogo del viejito consigo mismo, con los años que ha vivido, llega hasta el centro del desacuerdo existencial del otro, el narrador, que apela al mundo de los artefactos y los materiales de construcción para describir su situación. “Decir ahora” muestra que una trivial visita a la peluquería permite exhibir el horror del mundo si se la ve “un poco torcido”. Las manos de una anciana pueden tornarse monstruosas: “Miró el movimiento de las manos que encerraban la suya como si fuera un pichón mientras la acariciaban. Sintió un leve rechazo y trató de retirarla pero la vieja se la retuvo. Los brillantes refulgían con un brillo encelado y oscuro, en contraste con las manos, dos inquietas perdices blancas”. Esas mismas joyas, aventura uno de las personajes, por las que podría perder los dedos en una nueva Rosario, “Impúdica luego después de haber despejado la costa como aligerándose de ropas, descubriendo el río que siempre había corrido en su costado y que podía devorarla, arrastrar entre camalotes toda su petulancia”. “Decir ahora” hace sistema con “Una noche en la plaza”, una velada de matrimonios de clase media alta que quieren ver de cerca la cara del éxito en la terraza de un hotel, y con “Todos lo querían a Pancho D’Amor”, el pequeño infierno de una comunidad laboral. Crochet toma anécdotas microscópicas y con sutileza las vuelve parte de un entramado ideológico mayor, de época, bien situado, sin volverse declarativa. En el clásicamente fantástico “La última puerta”, la historia de una mujer que intercambia con su doble la idiosincrasia de una vida familiar por una existencia más intensa e infeliz, es narrada como el recorrido fatal de un clavadista hacia el interior de la piedra. Uno de los méritos del cuento es el barniz de absurdo que adquiere la vida clasemediera, cuando lo usual es reconocerlo en el accionar de quienes no siguen los dictados de la moralidad pública. Decir ahora despliega un nutrido desfile de personajes: Don Benito, el viudo, que intenta poseer a su mucama; Irene, una solterona que ha quedado “enlazada para siempre” a su pasado; Américo Plano, un vendedor al borde del desplome económico y anímico; Octavia y Basilio, ancianos deseantes bajo la sombra represiva de sus hijos. Solitarios, fracasados, perversos, obsesionados, desilusionados, engañados, los personajes de Crochet son tan creíbles como los que podemos encontrar a la vuelta de la esquina. Juntos exhiben el precio sentimental, anímico, en dosis de felicidad que se cobra el mundo, sin miramientos, para seguir adelante.

La forma de la manzanaLa aparición de su tercer libro en Editorial Recovecos, en la colección “Proyecto para un diluvio”, da cuenta de una sorprendente madurez compositiva. Su prosa precisa y sobria -con centelleos de osadía imaginativa- insiste con su visión cruda y sombría de la realidad, poco amiga del juego de las identificaciones y los reconocimientos. Al igual que la de los relatos kafkianos, la felicidad que provoca no proviene de sus temas o motivos, que dejan a

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menudo un sabor amargo en la boca o cierta desazón en el ánimo, sino de su destreza formal y su poder de sugerencia. En “La forma de la manzana”, el primer cuento del libro, las sombras de un departamento pueden convertir el rostro de un anciana “en una máscara”, mientras advierte “la anormalidad” que mina periódicamente su mundo de “sábanas blancas” y se interna en un viaje hogareño al corazón de las tinieblas.La atmósfera infernal que se compone a propósito de una noche de tormenta y deseo en “Adorado John”, da cuenta del fino humor de la narradora: “Un relámpago feroz e innecesario mostró el vértice de la plaza”. Este cuento hace serie con otros situados en un pequeño pueblo de provincia –dos llegan a compartir el nombre de una pensión-, bajo la mirada de un narrador familiar y a la vez extraño al medio. Las convenciones sociales resultan ficciones no menos idealizantes que las literarias, aunque se propongan, vanamente, más tranquilizadoras. La vejez, los reencuentros con el pasado y sus figuras, suelen ser tópicos que reaparecen para exhibir el fracaso de los sueños de juventud. En “Tu cara bajo la luna”, “Pompas” y “El amor en la hierba” cierto bovarismo litoraleño muestra sus límites dramáticos, y los sueños son interrumpidos por la realidad con la misma contundencia con que lo hace “una piedra en el camino”.Aun en su roce con la enfermedad y la muerte, el deseo insiste “como una flor carnívora” y con el peso de lo “irremediable”, en historias donde los personajes no hacen lo correcto sino lo que se les impone casi físicamente. Cuando las escenas urbanas –el bar, la galería comercial- parecen reconocibles a partir de ciertos rasgos característicos, Crochet se interna en el relato fantástico y narra desde el punto de vista de una mesa o descubre el infierno laberíntico en el subsuelo de la urbe comercial. O respeta las reglas del relato realista para narrar un escape desesperado en una ciudad que se vuelve un animal salvaje detrás de su presa (“La pasajera”) o el escándalo que a cada paso pone en entredicho la necedad e hipocresía de los buenos ciudadanos, en “vísperas” de felices fiestas.Al tiempo que los cuentos se traman con precisión de orfebre, eligen con sabia economía los objetos que, con densidad poética, cargan simbólicamente las anécdotas. Así se suceden una vieja usina devenida en cetáceo pampeano, veredas que se rompen “como un bizcochuelo en la boca”, una heladera que se alza blanca y majestuosa como una novia o desvanecidas pompas de jabón hechas con la bombilla del mate y un fuentón. Como se dice a propósito de una manzana recién pelada en el cuento que titula la obra, la escritura de Crochet adelgaza con contundente eficacia las apariencias del mundo y, uno de sus mayores logros, sabe callar a tiempo, una vez que se ha insinuado el “claro vacío” que lo sustenta.