CUANDO LOS MUERTOS REGRESAN

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(Población indígena y festividad de muertos

en el Estado de México)                        

Eduardo Andrés Sandoval Forero 

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Cuadernos de cultura universitaria /8  

                        

Eduardo Andrés Sandoval Forero 

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CUANDO LOS MUERTOS REGRESAN Población indígena y festividad de muertos

en el Estado de México

Eduardo Andrés Sandoval Forero

“Año de Horacio Zúñiga” Universidad Autónoma del Estado de México

1997

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Eduardo Andrés Sandoval Forero 

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

M. en A. Uriel Galicia Hernández Rector M. en S.P. Ezequiel Jaimes Figueroa Secretario Académico M. en PI. Gustavo Segura Lazcano Coordinador General de Difusión Cultural Lic. Ma. Del Carmen Maldonado de Marco Responsable del Programa Editorial M.I.T. Marcelino Castillo Nechar Responsable del Programa de Investigación Cultural 2da. Edición 1997

© Derechos Reservados Universidad Autónoma del Estado de México Av. Instituto Literario No. 100 Ote. Toluca, Estado de México 50000, MÉXICO Impreso y hecho en México Printed and made in MÉXICO ISBN 968 835 370-1

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ÍNDICE

7 PRÓLOGO

9 INTRODUCCIÓN

15 CELEBRACIÓN DEL DÍA DE MUERTOS 16 Antecedentes universales 18 La tradición mexicana 23 Referencia a una práctica tradicional

generalizada en México: el culto a la muerte

29 ACULTURACIÓN EN MESOAMÉRICA

31 Importancia de la festividad 33 Algunas creencias 36 Prácticas religiosas 38 Concepción de la muerte como vida cotidiana 41 Sobre la muerte en el tiempo festivo

43 ¿POR QUÉ EL CULTO A LOS MUERTOS? 48 Formas de participación 51 Las ofrendas 54 Elementos de la ofrenda y su significado 56 El ritual y sus espacios 63 Desestructuración en las comunidades 68 Dimensión económica de la festividad 69 El cementerio como espacio religioso, social

y económico

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73 A MANERA DE CONCLUSIONES

77 Anexo 1. Comunidades abordadas 78 Anexo 2. Ofrenda mazahua 79 Ofrenda otomí 80 Anexo 3. Guía para el trabajo de campo en las

festividades del día de muertos

84 Anexo 4. Vocabulario otomí de algunas palabras utilizadas en la festividad del día de muertos.

85. Anexo 5. Calendario ceremonial de la festividad del día de muertos Tejupilco.

87 BIBLIOGRAFÍA

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PRÓLOGO

En todos los tiempos de la existencia humana se han practicado ritos y ceremonias, pero la organización socio-cultural, económica y el mismo entorno natural de los grupos humanos les imprimen particularidades que las diferencian, a pesar de que nos parecen similares; de tal manera que hechos como el nacimiento, el matrimonio o la muerte suelen tener diversas explicaciones. La muerte, como hecho ineludible que acaece a todo ser humano, se viva, interpreta y hasta se representa de múltiples formas. Con la conquista y el mestizaje, la cosmogonía indígena cambia respecto a la vida y a la muerte, sin embargo, ese proceso de aculturación generó sincretismos que aún en la actualidad observamos en manifestaciones como la pintura, escultura, artesanías, dazas, fiestas, trajes, mitos y leyendas, y en la religión misma; impuesta y desarrollada como producto de tal mestizaje que integró lo prehispánico con el cristianismo. El rito y/o celebración del día de muertos en las comunidades indígenas, religiosamente matizado, no es un culto propiamente a la muerte fisiológica sino fiesta destinada al retorno de los antepasados y difuntos. La festividad, por lo tanto, es recrear un conjunto de hechos económicos, políticos, sociales y culturales complejamente entrelazados, que fomentan la cohesión social, fortalecimiento y refuncionalización de dichas comunidades.

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La investigación, en este sentido, aporta una visión que conjuga el dato de la realidad con la comprensión conceptual del hecho; interpretando fenómenos sociales manifiestos en la celebración de l día de muertos en diversas comunidades mazahuas y otomíes del Estado de México. Hechos y fenómenos como ritos, ceremonias, cosmogonía, identidad y cultura, entre otros, constituyen los ejes de análisis en el presente trabajo; por ello estamos seguros de que el rescate del presente trabajo, en el Programa de Investigación Cultural, será valioso no sólo para el estudioso de esta área del conocimiento, sino para la población en general, ya que describe otra manifestación de nuestra cultural que quizás no sea suficientemente conocida y de la cual formamos parte ciertamente.

Marcelino Castillo Nechar

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INTRODUCCIÓN

El compromiso con la sociedad es una de las funciones ineludibles de los investigadores sociales y de las instituciones educativas. En lo particular, una forma de materializar este principio es la disfunción del patrimonio histórico y cultural de la nación, contribuyendo de esta forma al fortalecimiento de la identidad histórica y social del pueblo mexicano. La construcción de la historia tiene como una misión importante, en lo concerniente al ámbito cultural, forjar la identidad de la nación a partir del devenir histórico. Se trata de una construcción global que implique todos los elementos rescatables tanto de la cultura material como de la espiritual. La práctica antropológica en México ha tenido, en todo su transcurrir, relación directa con los conceptos, los principios y las experiencias en torno a la nación, la cultura nacional, lo indígena y la cultura en general como objeto de estudio. Ésta ha sido una dinámica de la disciplina que ha respondido a lo ya señalado, la cual en sus mayores auges permitió abrir brecha con diferentes organismos estatales dentro de ese contexto nacional de desarrollo desigual. La reconstrucción de pirámides, monumentos, rescate de maravillas arqueológicas, documentos, etc., y junto con todo ello su conservación, son muestras elocuentes de los grandes momentos de concentración del patrimonio histórico, lo que cimentó las bases de lo es el México de hoy. Quizás los museos, nacionales y estatales de antropología, son los ejemplos más evidentes de esa construcción histórica.

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Cuando se trabaja en la reconstrucción indígena, participan los más brillantes exponentes de la antropología de ese tiempo, donde se resalta lo indígena como la cultura sobreviviente del México pasado. Se crean escuelas de antropología y diversos organismos como el Instituto Nacional Indigenista donde fue preocupación del conjunto de la sociedad y del estado, a recuperación del pasado indígena. La lógica del quehacer antropológico desarrolló las áreas de investigación, la enseñanza y la difusión en torno a los distintos grupos étnicos ya no del pasado, sino del presente. El esfuerzo teórico que se ha venido realizando durante muchos años, ha generado una producción antropológica fogueada en el análisis de la realidad en las comunidades indígenas, respondiendo la investigación a los problemas nacionales. Podemos entender la producción de la antropología en México, como todas aquellas teorías que han sido elaboradas a partir del conocimiento directo, no sólo de lo indígena, sino de todo el conjunto nacional, correspondiendo a la concepción de nación y de cultura nacional. Con las premisas anteriores es posible afirmar que la disciplina antropológica es pilar central en la construcción de la identidad nacional y cultural mediante la apropiación y difusión de sus bienes histórico-culturales. Pero la antropología, como ciencia totalizante, abarca las dimensiones temporales del pasado, el presente y el futuro, estudiando en lo concreto las diversas relaciones que se establecen entre los hombres. El antropólogo, al investigar las totalidades sociales, lo hacen abocándose a problemas particulares que se presentan en el interior de una de éstas. En este tenor, y fieles al compromiso con la sociedad, estudiamos a los grupos étnicos del Estado de México como totalidad social particular, tomando en cuenta su relación con la sociedad nacional. Sin embargo, delimitamos aún más el

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nivel de los investigado, al definir en la presente investigación el estudio sobre uno de los más representativos valores, muestra de una cultura sólida, viva y presente de los grupos étnicos del Estado de México: la celebración del día de muertos. Los motivos, imágenes, creencias, hábitos, costumbres y celebraciones recorren los siglos gentiles y cristalinos del mestizaje cultural entre lo nativo y lo hispánico. Las celebraciones, acompañadas del florido panorama, pasan a ser un estremecimiento para culturas y civilizaciones diferentes a la mexicana. Esto es lo manifiesto de un pueblo que mantiene y revitaliza sus traiciones, siendo lo latente, no sólo la funciones religiosas, sino también la cohesión social, son sus respectivas relaciones económicas y sociales. El resultado de la investigación presentada en este trabajo es producto de una doble labor. Por una parte el trabajo de campo y por otra la comprensión teórica sobre lo estudiado. El trabajo de campo fue realizado por los alumnos de la Escuela de Antropología durante el período comprendido del 26 de octubre al 5 de noviembre de 1990 en diferentes municipios del Estado de México con asentamientos indígenas mazahua y otomí. (Ver anexo de comunidades). Para el trabajo de campo, el responsable del presente estudio elaboró una guía dirigida a la obtención de información sobre la festividad del día de muertos. El propósito de ésta fue proporcionar, a nivel de instrumento, la realización de la investigación contando con una clasificación que permitiera ordenar el material obtenido. Se clarificó que su uso en el trabajo no era de carácter riguroso y que, como tal, representaba justamente una guía para la observación y recabación d información. Esto por lo tanto, implicaba que se estuviera sujeta a la incorporación de

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cualquier tipo de información no contemplada originalmente. (Ver anexo-guía de trabajo de campo). Asimismo, se precisaron aspectos tales como el tipo de población; de comunidad; prácticas religiosas; concepción sobre la muerte en tiempos festivos; por qué se realiza el culto a los muertos; dónde se rinde el culto; los espacios del ritual; la organización; tipos de ofrenda; participación; entre otros. El trabajo teórico posibilitó comprender cuáles son las formas y cómo pueden ser entendidas las comunidades indígenas en su conjunto social en relación con la festividad del día de muertos. Se transitó en el estudio de las formas de socialización que nos permiten advertir los mecanismos en los que los grupos familiares se integran a las normatividades expuestas previamente por el conjunto de la comunidad. En esta parte se determinan conceptos y categorías como: cohesión social, ritos, ceremonias, cosmogonía, identidad y cultura. La familia en el contexto del estudio, representa una variable en la capacidad de adaptación de los individuos a los lineamientos establecidos por la comunidad. Por último, es necesario expresar un especial agradecimiento a los alumnos de la Escuela de Antropología, quienes, gracias a su empeño y entusiasmo en el trabajo, pudieron llegar a integrarse a los espacios previstos desde el inicio de esta investigación. Igualmente merecen nuestro más sincero agradecimiento los indígenas de las comunidades que nos albergaron, ofreciéndonos su amistad y hospitalidad, sin la cual no hubiera sido factible la realización de este trabajo. Es importante destacar que en la presente investigación los alumnos y maestros que participamos convivimos con las comunidades indígenas, observamos directamente todo lo que acontece en su vida cotidiana y

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fuimos receptores directos de sus comunicaciones y discursos. Estas es la técnica llamada en jerga antropológica: observación participante. Resulta de interés señalar que esta técnica privilegiada de la antropología, por aplicarse directamente en el acontecer de os hechos, nos permitió aprender no solamente del discurso expresado por los indígenas, es decir, de lo que manifiestan, sino también de los silencios que en muchas ocasiones son tan elocuentes como la expresión de las palabras. Esta otra manera de escuchar la aprendimos en el trabajo de campo, lo que nos ha permitido entender los hechos sociales y culturales en una dimensión más amplia y multifacético, alcanzando la construcción del objeto científico previa elección de determinados hechos construidos como fenómenos susceptibles de estudio de la antropología. Para la presente reedición, corregida y aumentada, se ha incorporado un análisis sobre el tema por parte de Marcelino Castillo Nechar, responsable del Programa de Investigación Cultural, que sirve como marco de referencia al problema abordado y que comprende lo relativo al título de la “Celebración del día de muertos” hasta “Referencias de una práctica tradicional generalizada en México: el culto a la muerte”.

Eduardo Andrés Sandoval Forero.

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CELEBRACIÓN DEL DÍA DE MUERTOS

…para el mexicano moderno la muerte carece de significación. Ha dejado de ser tránsito, acceso a otra vida que la nuestra. Pero la intrascendencia de la muerte no nos lleva a eliminarla de nuestra

vida diaria. Para el habitante de Nueva Cork, París o Londres, la muerte es la palabra que jamás se

pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla,la

Acaricia, duerme con ella, a festeja… (O. Paz)

Año con año, el mexicano revive una celebración tan ancestral como espléndida: el culto a la muerte; en que la creatividad y el ingenio popular se manifiestan para recordar a los deudos; en esta celebración el ciudadano común persiste en burlarse de la muerte haciendo de ella no sólo encuentro y comunión sino una verdadera fiesta, que, en la actualidad, en diversos lugares constituye punto de atracción para centenares de turistas. Sin embargo, ese llamado culto a la muerte es también culto a la vida. La religiosidad de nuestro pueblo es muy profunda, la influencia indígena y española se conjugan en nuestra predilección por las ceremonias, los rituales y las fiestas. Así, mientras para los cristianos la muerte es un tránsito, un salto mortal entre dos vidas, la temporal y la ultraterrena; para la concepción indígena prehispánica es fase de un ciclo infinito, estadio de un proceso cósmico.

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Precisamente estas concepciones dan sentido a nuestra celebración del día de muertos, en la que el culto que le profesamos a la muerte no está reñido con el desprecio que de ella sentimos. Tal situación engendra, paradójicamente, indiferencia ante la vida. Nuestras canciones, refranes, fiestas y reflexiones populares manifiestan de una manera inequívoca, que la muerte no nos asusta, y es así que el mexicano no solamente postula la intrascendencia del morir sino la del vivir. Empero, gracias a las fiestas el mexicano se abre, participa, comulga con sus semejantes y con los valores que dan sentido a su existencia religiosa o política. Antecedentes universales A pesar de que existen discrepancias respecto de cuándo se origina el culto a la muerte, es posible reconocer en el mismo periodo Neolítico y en la Edad de Hierro vestigios, prácticas y utensilios que aluden a dicho culto; sin que por ello, necesariamente, se reconozca o se le represente a través de una divinidad. En el periodo Neolítico, por ejemplo, los esqueletos se encuentran con relativa abundancia y el sistema de inhumación varía muchísimo. Unos están enterrados con sus armas y vasijas en disposición de dormir, otros, en cunclillas, parecen haber sido atados al enterrarlos para impedir que su sombra pudiese hacer algún daño a los vivos. Algunos más han sido previamente descarnados y depositados en una vasija con parte del ajuar doméstico enterrados en cajas mortuorias construidas con grandes losas, otros, por último, enterrados en cámaras sepulcrales de piedra gigantescas, recubiertas por un montículo artificial de tierra. En la Edad de Hierro las sepultas eran excavaciones en forma de cámara sobre la cuál se levantaba un túmulo. El rito funerario era muy variado y en un mismo lugar se

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enterraban los cadáveres o se quemaban, sin que puedan explicarse la razón de esta diferencia. También observamos que se pasa de la incineración a la inhumación, a veces se emplean ambos ritos de manera simultánea. Por los objetos encontrados en los poblados y en las tumbas no se puede precisar un sistema religioso. No se ha descubierto ningún ídolo, altar o símbolo que represente una divinidad o su culto; sin embargo han aparecido objetos de rito como vasijas decoradas con relieves repujados. Por otro lado, en el antiguo Egipto se creía que cuando una persona moría, si el cuerpo se conservaba, el alma seguía viviendo en otro mundo. Así, habían hombres que se dedicaban a preparar momias, que los deudos depositaban en sarcófagos rodeados de ofrendas y alimentos. Los egipcios rendían culto a los faraones muertos y levantaron pirámides para honrarlos. Muchos participaron en esa obra: arquitectos que aplicaban sus conocimientos matemáticos y resolvían complicados problemas de medición y cálculo; también miles y miles de hombres que arrastraban enormes losas de piedra, ya que todos esperaban ganar el favor de los dioses. En las antiguas representaciones de las tumbas aparecen seis tipos de habitantes del Valle del Nilo. En los tiempos faraónicos se conservó la tradición de proveerse de especias y perfumes que eran de uso litúrgico. Los egipcios creían en la existencia de dos almas para cada persona el Ba y el Ka. El Ba era el alma corporal que reside en el corazón y hay que mantenerla viva con ofrendas, funerales, preces y fórmulas mágicas. Ka era el espíritu eternamente inmaterial. En Egipto el entierro era caro, había tras tarifas de embalsamiento, una de ellas costaba un talento de plata; es decir, mil pesos, la segunda 300 y la tercera sin precio fijo.

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Para embalsar un cadáver, se extraían las entrañas y la grasa superflua y todo ellos se encerraba en varios jarros. El cuerpo, libre de sus partes más corruptibles, era envuelto con largar vendas de tela entre las que se mezclaban especias y ungüentos aromáticos. A cada vuelta del vendaje se pronunciaba una palabra mágica y se colocaban amuletos en lugares vulnerables. Para mayor seguridad se enterraba con el cadáver un ejemplar en pairo del llamado Libro de los muertos que contenía las preces y conjuros enigmáticos. El hombre creador por excelencia, se ha preocupado por dar respuesta a infinidad de interrogantes que el límite de sus conocimientos le impide responder de manera efectiva. En su búsqueda de explicaciones a los fenómenos que lo rodean, ha recurrido a su imaginación, creando y poblando el mundo real e irreal de dioses y demonios, de seres mitológicos y de elementos mágicos. De esta manera, los principales mitos que tiene, comúnmente, todo pueblo son tres:

• El cosmogónico o creación del mundo • El antropológico o creación del hombre • El proyectual, la no resignación al morir

La tradición mexicana

Mientras que para el europeo el concepto de muerte constituye una disyuntiva: gloria o infierno, por ser una muerte estática sujeta a un juicio y hasta ahí; para el hombre prehispánico la muerte era un proceso más, de un ciclo constante y dinámico plasmado en sus mismas leyendas y mitos.

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Al respecto la leyenda de los soles nos habla de esos ciclos que son otros eslabones de ese ir y venir, de la lucha entre la noche y el día, entre Tezcatlipoca y Quetzalcóatl. Esto es lo que lleva a alimentar al Sol para que no detenga su y al considerar a la sangre como su elemento vital, generador de su movimiento, la muerte se manifiesta como germen de la vida.

Los conceptos de nacimiento y muerte en el hombre prehispánico se dieron como unidad indisoluble y a su vez causa efecto uno de otro.

Las raíces del culto a los muertos se pueden encontrar en la época prehispánica a través de sus esculturas, pinturas y códices, así como en los relatos de diversos cronistas.

En Mesoamérica el culto a la muerte nos permite ver antecedentes a través del mito nahua de la bajada de Quetzalcóatl al Mictlan y la antropogénesis o nacimiento del hombre como producto del sacrificio de los dioses, lo que teológicamente está dando las bases para que el hombre tenga que corresponder con el sacrificio y repartir así lo acontecido en el tiempo mítico.

El culto a los muertos es una tradición muy arraigada en nuestros pueblos. Diego Durán, fraile dominico del XVI, nos ofrece valiosos datos acerca de esta celebración llamada Miccailhuitontli, o fiesterita de los muertos y Vey Miccailhueth, o gran fiesta de los muertos.

Miccailhuitontli se verificaba el 8 de agosto y esta fiesta era en honor a los niños. Los indígenas subían al monte para cortar y devastar un madero, que era traído a la entrada del pueblo con grandes ceremonias.

La gran fiesta de los muertos se celebraba el 28 de agosto y en ella el mencionado madero, que recibía el nombre de xócotl, era llevado al patio del templo y ahí se le colocaba en la punta un ídolo, con figura de pájaro, hecho con masa de tzoalli (semilla de amaranto). Una vez colocado este ídolo, el tronco era fijado en la tierra, y un grupo de

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jóvenes intentaba trepar por él para arrancar la figura de tzoalli y derribar después el madero.

En las dos fiestas se ofrecían a los muertos cacao, mazorcas, aves, frutas, semillas y comida y para agradar a los dioses encendían el aromático copal.

Sin embargo, las fiestas católicas de Todos Santos y Fieles Difuntos constituyen una notable mezcla de tradiciones en nuestra realidad y la adaptación de un nuevo culto. En la antigua Europa estas fiestas católicas surgieron con el fin de borrar el culto céltico del Samhain o halloween.

Al respecto, las fiestas pirofóricas más importantes de

los celtas eran dos, las cuales estaban referidas a la población del Sol en el cielo. Las fiestas tenían un intervalo de seis meses; una en la víspera del día 1º de mayo (noche de Walpurgis) y la otra en la víspera del “día de todo lo sagrado” (halloween como ahora se llama) que se celebra el 31 de octubre. Estas fechas no coinciden con ninguno de los

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equinoccios y los solsticios, sobre los que giran el año solar, ni tampoco concuerdan con las épocas principales del año agrícola; sin embargo, tanto el 1º de mayo como el 1º de noviembre señalan momento críticos culminantes de cambio del año en Europa. El uno es precursor del benigno calor y de la vegetación espléndida del verano y el otro anuncia el frío y esterilidad del invierno.

Las dos fiestas estaban asociadas a diversas supersticiones. En particular, la del 1º de noviembre se acostumbraba en la Isla de Man ir disfrazados en la víspera de Todos los Santos (Samhain) y en la antigua Irlanda se acostumbraba encender un “fuego nuevo” en esta misma celebración. En los pueblos celtas, se crece, solían fechar el año a partir del 1º de noviembre, momento propicio para recurrir a diversas formas de adivinación en el Samhain y averiguar su fortuna para el año entrante.

No sólo entre los celtas, sino en toda. Europa, la noche de víspera de Todos Santos, que señala la transición del otoño al invierno, ha sido –de antiguo- el momento del año en que se supone que las almas de los difuntos volvían a sus antiguos hogares para calentarse en el fuego y confortarse con la buena acogida que sus parientes les hacían en la cocina o en la sala.

Por esta razón se verifica, los días 1º y 2 de noviembre, una práctica, que aunque es parecida, difiere en nuestro contexto de la concepción europea; una vez más es notable la mezcla de tradiciones cristianas y prehispánicas y la adaptación al nuevo culto.

La tradición prehispánica aún se conserva en algunos lugares y, año con año, con la creencia de que los muertos regresan a convivir con sus familiares por esa sola noche, se les prepara los altares y las ofrendas para recibirlos.

A la entrada de cada casa se colocan flores de cempasúchil, signo de que los familiares esperan al ánima. En un mantel de papel picado o de tela bordada en punto de

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cruz, se depositan las ofrendas constituidas por velas, una por cada difunto; fruta; pan adornado con canillas y espolvoreado con azúcar, calabaza con sus cañas y tejocotes; tamales y atole; la comida que fue la preferida del difunto; una vasija con agua y otra con aguardiente; cigarros, y los tradicionales dulces de azúcar de variadas figuras. También se acostumbra visitar los panteones y adornar las tumbas con la tradicional flor de cempasúchil, nube, gladiolas y velas y en algunos poblados es costumbre la velación en los panteones.

La tradición se enriquece con aportes de los diferentes pobladores que hacen de cada celebración un rito muy especial. Entre los mazahuas el Jefe Venado preside la gran ofrenda alternando oraciones cristianas en español con mensajes en mazahua. La recordación de los difuntos es una ceremonia, dirigida por el jefe –quien lee una enorme lista de difuntos y de hechos ligados a ellos- que entraña un gran misticismo y es parte de la herencia cultural de este grupo étnico.

Por otra parte, se han adoptado otras costumbres y es cada vez más frecuente, sobre todo en las ciudades, ver a niños disfrazados de brujitas y de gasparines que piden dulces en las casas, así como los bailes de halloween que nada tienen que ver con el culto mexicano a los muertos y con la tradición que nos ha sido legada. Referencias a una práctica tradicional generalizada en México; el culto a la muerte Año con año, el mexicano revive una celebración tan ancestral como espléndida: el culto a la muerte; en que la creatividad y el ingenio popular se manifiestan para recordar a los deudos; en esta celebración se presentan dos momentos que es necesario separar:

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• La fiesta-ritual en la que el culto es festejo-devoción con el más solemne de los respetos y honra a los deudos, inscribiéndose en la órbita de lo sagrado.

• La fiesta ironizada, de burla, de negociación a uno mismo, que mezcla el bien con el mal, lo santo con lo maldito, es ruptura violenta con lo antiguo o con lo establecido.

En la primera, el culto a la muerte es una verdades

fiesta de encuentro y comunión, en la segunda, la fiesta que efectúa el mexicano es postulación no sólo de la intrascendencia del morir sino la del vivir; sin embargo, ambas constituyen, en muchos lugares, con mayor o menor participación de los procesos publicitarios y hasta mercadológicos, puntos de atracción de centenares de turistas.

En la parte festiva-irónica, el mexicano suele referirse a la muerte con un sinnúmero de expresiones que son comunes en cancones populares, cuentos, corridos y hasta en poemas. Algunos sobrenombres que el pueblo emplea para referirse a la muerte son: la calaca, la huesuda, la flaca, la pelona, la copetona, la catrina, siendo éstos sólo unos cuantos. Ejemplo de tales expresiones e las canciones populares es el siguiente estribillo: “Viene la muerte cantando por entre las nopaleras, en qué quedamos pelona, me llevas o no me llevas…” (D.P.)

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ellos se dispone una mesa con la comida preferida por éstos.

pedazos de chocolate en diversas formas, pan de muerto y el

La celebración, como fiesta-ritual, encierra un mundo sobrenatural que genera infinidad de creencias, entre ellas, la presencia de los difuntos quienes no sólo visitan a los vivos, a través de sus espíritus, sino que también “prueban” los alimentos que más les gustaban en vida y para

Solemnidad en el ritual. Música para Todos Santos, en memoria a los familiares fallecidos. 

La ambientación que se observa en la noche de muertos, nos da clara evidencia de la preservación de ciertas prácticas culturales donde convergen tantos esfuerzos físicos como económicos de las familias y de comunidades enteras. En los hogares y panteones las flores de cempasúchil se desbordan, las veladoras y antorchas iluminan los espacios, las ofrendas se van enriqueciendo con calaveritas de azúcar,

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típico olor del incienso, que se quema a los presentes y, supuestamente, también a los ausentes.

Esta recepción y agasajo que realiza el mexicano a sus difuntos, mediante las ricas y diversas ofrendas, es una muestra del profundo respeto y veneración que por aquellos profesan, además de que se observan dos actitudes: una de fascinación ante la trascendencia y otra de nostalgia por la ausencia.

En contraposición, todo lo alusivo a la muerte, en su vertiente irónica, -personificación en dulces, alimentos y artículos- es un mero mecanismo de evasión que, junto con los ricos manjares de la ofrenda, aún forma parte de la idiosincrasia mexicana.

El culto a la muerte es una práctica que se ha conservado desde la época prehispánica, agregado y/o quitándole ciertos elementos, resultado de sincretismos por los que ha transitado el pueblo mexicano.

Para los antiguos mexicanos la oposición entre muerte y vida no era tan absoluta como para nosotros. La vida se prolongaba con la muerte y viceversa. Podemos reconocer tres elementos de este proceso cíclico cósmico: vida-muerte-resurrección; los cuales se repetían constantemente. La función más preciada y alta de la vida era desembocar en la muerte, su contrario pero también complemento. Sin embargo, en nuestra realidad de sociedad moderna, la muerte no posee aquella concepción; pues en la mayoría de los casos es, simplemente, el fin inevitable de un proceso natural. Así aparece y se manifiesta que, en un mundo de hechos, la muerte es un hecho más.

Empero, la clave de estas tradiciones mortuorias se halla en la cultura azteca. Por ejemplo, ellos consideraban que las almas de los difuntos se iban a tres regiones diferentes:

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• Al Sol, lugar donde se reunían los guerreros, y al cabo de cuatro años, se convertían en aves de vistoso plumaje. También las mujeres que fallecían durante el parte acompañaban al sol en un tramo de su recorrido.

• Al Tlallocan, que era el “lugar de las delicias”; allí no faltaba nada y podían arribar quienes morían por enfermedad como gota, sarna, lepra p los ahogados y muertos por un rayo.

• Al Mictlan conocido como la “región de los muertos”. Para llegar ahí había que recorrer un camino plagado de peligrosos y acechanzas permanentes.

En la mayoría de las comunidades mexicanas tal creencia, legada por los aztecas, se ha borrado por la acción del paso del tiempo aunado a las imposiciones religiosas hispánicas. Sin embargo, existe una comunidad, Mixquic, en la parte oriental del Distrito Federal en la subsiste dicha creencia. El culto es visión de superación sobre la muerte. La creencia popular hace notar que l difunto se convierte en protector sobrenatural que juzga, aconseja, y es intermediario, con poder para castigar o premiar. En la creencia, el deudo se convierte en mediador de conducta de sus familiares y al mismo tiempo es por quien se sustenta la exterioridad del rito.

Precisamente, el 1º y 2 de noviembre las santas ánimas tienen permiso para venir a visitar a los seres queridos, para reencontrarse en este mundo y hablar con ellos. En este culto, la concepción de la muerte supera la idea de extinción de la actividad humana terrenal. Hay un certeza de la inmortalidad del alma; la muerte física es una simple mutación, un proceso ineludible que lleva de ese ciclo físico a otro superior, es simplemente una fase del ciclo de la vida.

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Los antropólogos han abordado el estudio de la muerte y la actitud de los diferentes grupos frentes a este ciclo de los seres humanos. Pero la preocupación particular de los antropólogos no ha sido exclusiva por la muerte pues, los estudios comprenden desde el origen mismo del hombre como ser pensante y los diferentes momentos del desarrollo humano, hasta llegar a la inevitable fase de la muerte.

Ritos y ceremonias han sido practicados en todos los tiempos de la existencia humana, diferenciándose de acuerdo con la forma en que organizan los hombres para la producción y su organización sociocultural, en correspondencia con su entorno natural. Los ritos y ceremonias descritos por los clásicos de la antropología difieren de los presentados en nuestras “modernas” sociedades como lo son el nacimiento, el matrimonio o la muerte.

La explicación sobre los ritos y las ceremonias son múltiples, de tal manera que en los estudios antropológicos abundan descripciones etnográficas de prácticas rituales y ceremoniales de diferentes sociedades primitivas. Unas muestras la ruptura con el pasado y otras el camino fisiológico, como los rituales primitivos narrados por Malinowski, que tenían como propósito la iniciación sexual a través de los juegos sexuales realizados entre los niños de las Islas Trobriand, obviamente adecuados a un comportamiento social acorde con las condiciones culturales y ecológicas de dichas comunidades. Esto ratifica la necesidad de entender los estudios a partir del periodo histórico y sociocultural en el que se presentan. La muerte ha sido vivida, interpretada y hasta representada de maneras diferentes en el transcurrir de la vida humana.

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ACULTURACIÓN EN MESOAMÉRICA

Mesoamérica fue definida como la cultura del maíz no sólo por su origen, domesticación y multiforme manera de consumir el grano, sino también por su cosmogonía dentro de la cual se asumía que el hombre estaba hecho de maíz. Se figuraba el cuerpo de acuerdo con los mitos de ese periodo histórico que vivían los nativos, pero posteriormente llegó el trigo con los conquistadores españoles y se mezclo con el consumo del maíz sin que éste desapareciera. Hoy día se consume en pueblos y ciudades la tortilla con frijoles y por supuesto con chile, en la mañana y al mediodía, pero en la noche observamos las panaderías colmadas de gente comprando pan de sal y de dulce. Esto es una muestra clara de cómo se presentó y resaltó el proceso de aculturación en la relación indio-español con sus respectivas modificaciones, tanto en intensidad como en tiempo, suficientes para predecir cambios significativos en lo social y cultural. Este proceso de aculturación es entendido como el resultado del contacto entre grupos humanos de diferentes culturas –españoles y nativos- con sus consecuentes transformaciones, totales o parciales, en uno o en ambos grupos. Esto es lo que también se ha denominado mestizaje cultural, es decir, que lo que se presentó en su globalidad fue una sociedad dual con sus obvias dificultades de integración debido a la presencia de las culturas en pugna.

La estructura social también era dual, en ésta los españoles ocuparon la posición de grupo dominante respecto

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a los nativos. Esta situación permitió que los dominantes utilizaran, como uno de los tantos mecanismos para el mantenimiento y reproducción del poder, la labor ideológica cimentada en la evangelización, en franca lucha contra las creencias indígenas.

El intenso mestizaje que se produjo tuvo su reflejo y explicación en la pintura, la escultura, la decoración, las artesanías, la danza, las fiestas, los trajes, los mitos, las leyendas, las ofrendas, los credos y en todos aquellos valores tanto prácticos como de creencias objetivas a través del culto y socializados por medio de normas religiosas, que unen al conjunto de personas dentro de un mismo grupo.

La religión aplicada y desarrollada desde la época colonial es producto de ese mestizaje integrado por lo prehispánico y el cristianismo, e el que el elemento hegemónico es este último y el subalterno el primero. La religión “…envuelve la idea de un poder sobrenatural y de fuerzas supernaturales personificadas. Ceremonias, rituales y observancias, se usan para comunicarse con los supernatural mediante ciertas personas que se piensan que tienen un mayor acceso”. (Winick, 1968:454).

Pero hoy día, ¿cuál es la función social de los ritos y las ceremonias en relación con el culto a los muertos, en México y particularmente en el Estado de México? Éste es el objetivo del presente trabajo, para el cual se tomó una situación biológica con interpretación cultural: la muerte.

Presentamos la celebración del día de muertos en las comunidades indígenas mazahuas y otomíes como una de las tantas variantes existentes en México, donde el culto identifica y define a los diversos grupos étnicos, a las comunidades, tanto urbanas como rurales y a los diferentes grupos sociales. Lo que para unos es compartir espacios entre los vivos y los sin vida, justamente “cuando los muertos regresan”, para otros es la majestuosidad y el consumismo.

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Importancia de la festividad En noviembre de cada año se festeja el día de los muertos mediante el culto a los antepasados. En la tradición popular de las comunidades que estudiamos, se rinde culto a los “muertos chicos” el 1º de noviembre y el día 2 a los “muertos grandes” o adultos. Realmente la fiesta destinada a los difuntos es una de las principales registras en el calendario de los mazahuas y otomíes en el Estado de México. Resulta un acontecimiento grandioso en el que toda la comunidad, de una forma u otra, y en diferentes grados de inserción, participa. Sólo se excluyen de esta celebración los indígenas que practican el protestantismo. Para los indígenas del Estado de México, la celebración del día de los muertos no consiste en un culto a la muerte en abstracto, sino que es un culto a los antepasados, y es justamente por eso que lo celebran. Esto, como tal, reviste gran importancia ya que preserva el nexo que los liga a sus antecesores. Las fotografías colocadas en las ofrendas, ponen en contacto a las nuevas generaciones con la imagen real de sus antecesores, lo cual contribuye a la continuación de las tradiciones ya que también sirve de enlace entre el historial de la familia y su comunidad. Debemos señalar que, al igual que la imagen fotográfica, historias orales acerca de los difuntos ayudan a preservar el acervo cultural de casa región.

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Ofrenda colocada en una casa de Jiquipilco del Viejo. Municipio de Temoaya 

Las festividades del día de muertos recrean una serie de aspectos económicos, políticos, sociales y culturales de las poblaciones indígenas. Dentro de estos factores destaca la cohesión social que se fortalece y refuncionaliza a través de dicha festividad.

Algunos hechos particulares que se presentan con el festejo del día de muertos son, por ejemplo, el regreso de familiares y parientes que se encuentran fuera de la comunidad; la organización familiar y social para festejos; la integración de la comunidad en el cementerio; el intercambio de noticias sociales y estrechamiento de relaciones de parentesco; entre otras. De acuerdo con la observación realizada en las diferentes comunidades, el elemento esencial caracterizador de esta festividad es la cohesión social que se presenta y se afirma en cada comunidad. La construcción social se realiza a través de las diversas relaciones interpersonales e interfamiliares, a partir de un

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marco de referencia social y cultural que se encuentra determinado por símbolos y significaciones compartidas de manera organizada. Esta interacción produce significaciones, en las personas, producto de los estímulos compartidos socialmente, que de manera permanente genera continuos y nuevos significados, lo cual fortalece los símbolos existentes en una cultura que es nada es estática. Algunas creencias La presencia de seres sobrenaturales es parte constitutiva y consustancial de la cosmovisión que los distintos grupos humanos a través de los siglos, han producido para explicarse aquello que aparentemente no tiene respuesta “terrenal” o humana. En el caso de las comunidades estudiadas se confirmó lo anterior con la revelación de la presencia de la idea de Dios, el denomino, las brujas y animales malignos, pero al mismo tiempo se encontró la convicción de que los seres sobrenaturales, excepto los nombrados, ya no existen, pues “son fantasías de los abuelos”.

En cuanto a la idea de Dios, éste es entendido como un Hombre-Ángel, bueno, dador de la vida y de la muerte. Él sabe cuándo una persona morirá, pues encomienda misiones a las personas en la tierra y las llama cuando son cumplidas.

El demonio es considerado como un segundo Dios pero con carácter y papel de “malo”, prejuiciosos; representa el mal. Se le conoce ente los mazahuas como el “malo” o irónicamente como el “amigo”. Tiene la capacidad, según las creencias, de adoptar figuras humanas o de animales. De estos últimos, los considerados negativos o de “mal agüero” son entre otros, el tecolote y el guajolote macho, mismos que pueden convertirse en brujas. Según la tradición oral, ésas se consideran personas que adoptan figuras

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de animales que pueden hacer maldad a la gente provocándoles sueño. Las brujas en los mazahuas Según narra la tradición oral mazahua, las brujas originalmente eran personas que tenían pacto con espíritus malignos. Por las noches danzaban alrededor del fogón dando vueltas y saltos hasta transformarse en aves, generalmente en guajolotes. Particularidad de este proceso, es el hecho de que el rostro de la bruja-persona no sufría transformaciones lo que hacía posible su reconocimiento. Antes de salir de sus casas, las brujas se quitaban las patas y las dejaban en un rincón del fogón, de inmediato se envolvían y salían en forma de bolas de fuego, deteniéndose algunas veces en las copas de los árboles para después dirigirse a las casas elegidas para hacer maldades. Las brujas, discurre el relato, chupaban sangre a los niños menores de un año- Para lograrlo dormían a la madre y cuando ésta despertaba encontraba a su hijo muerto debajo de la camao a un costado de la ventana o de la puerta. Para proteger a los niños colocaban agujas en forma de cruz en las cortinas de las ventanas o debajo de sus almohadas. Las tijeras también eran utilizadas colocándolas en forma de cruz y, para mayor seguridad, instalaban un espejo a un lado de la cama. La llorona La tradición oral de los indígenas registra a un personaje que también “vive” en muchos lugares y grupos sociales de México: la llorona.

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Este ser, es considerado como un alma perdida que pregona por las calles que le devuelvan a sus hijos. Cuentan que sólo se le aparece a las personas que después de la media noche, salen a la calle en estado de ebriedad. A los que se les ha aparecido afirman que de espalda parece ser una mujer hermosa, pero al verla de frente aterroriza su mirada y su sonrisa malévola. No obstante, la llorona no hace daño a persona alguna. Quienes no la han visto, aseguran haber escuchado gritos después de la media noche. El aguizote Las características de este ser “sobrenatural” no difiere mucho de los anteriores en tanto que, también tiene la capacidad de transformarse en diferentes animales como la ardilla, el caballo, el conejo y el pato. Afirman que otras veces se convierte en persona, principalmente en niño o niña de dos a tres años. Se aparece, según lo comentado en las comunidades, en lugares como las orillas de las lagunas, presas, ríos u ojos de agua y atrae a las personas llamándolas por señas para que se sienten a su lado. Cuando éstas se acercan, las jala y empuja al agua para después de ahogarlas comerles las uñas y los dientes. Los cadáveres los encuentran flotando en las aguas. Animales presagiadotes de la muerte Si bien es cierto, como ya se anotó, que no hace muchos años las historias de seres sobrenaturales en los indígenas tenían credibilidad y vigencia mayoritarias, en la actualidad se ha debilitado su valor y fuerza dentro de la población, así como dentro de la tradición oral.

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Algunas creencias persisten: cuando un perro ahulla o cuando un cuervo canta, la muerte pronto se aparecerá. La descripción que hacen de la muerte, quienes aseguran haberla visto por algún panteón o casa, corresponde a la de una mujer esquelética con risa burlona. Las personas que han padecido enfermedades graves, aseguran haberla visto mientras dormían. Para alejar a la muerte, solicitan al sacerdote del pueblo la celebración de misas; en donde se rezan oraciones por las personas muertas, cuya alma, creen, anda vagando y no encuentran reposo. Prácticas religiosas La imposición de la religión católica por parte de los españoles y portugueses a todos los pueblos y culturas de lo que hoy se conoce como América, produjo un vasto proceso de aculturación que hasta nuestros días no termina por definirse cabalmente en el sentido estricto de mestizaje. Al respecto, los mazahuas y otomíes, como grupos étnicos mexicanos que resisten la “integración” total a la sociedad nacional, presentan hoy, a través de sus concepciones y prácticas religiosas, la adopción forzada y amalgamada de la religión cristiana y de culto católico. Las misas Esta práctica religiosa se realiza en el templo católico o en la capilla del panteón. Los bautizos, confirmaciones, comuniones, casamientos, entierros, aniversarios de santos y vírgenes, principalmente la Guadalupana, son motivos para efectuarla. El 24 de diciembre y el día de año nuevo, a petición de los mayordomos se celebran las correspondientes misas.

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Panteón previo a la visita de los familiares de los difuntos

Los rezos

Las oraciones, imploraciones o glorificaciones se escuchan tanto en los templos católicos como en los pertenecientes a los evangélicos. La capilla del panteón también es un espacio propicio para los rezos. La tumba del difunto es motivo de rezos por parte de los familiares al igual que en los velorios, entierros y “limpias”. Coronación y floración Esta práctica se realiza en los campos de cultivo con flores de pericón amarillo al día 15 de agosto. El día de muertos se florean o coronan con cempasúchil las tumbas y el día 12 de diciembre se florea a las imágenes de la virgen de Guadalupe.

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La música Sin precisar los años, se recuerda que tiempo atrás se tocaba música en los entierros. En la actualidad, según lo observado en las comunidades, esta costumbre ya no se realiza porque representa “falta de respeto para con los difuntos”. Concepción de la muerte en la vida cotidiana ¿Qué es la muerte?, ¿por qué tenemos que morir?, ¿qué hay más allá de allá? Infinidad de veces pueblos e individuos de todos los tiempos, de cualquier latitud y cultura se han hecho éstas preguntas sobre la muerte. Invariablemente todas las sociedades tienen formas culturalmente encausadas de explicar la muerte y de expresar dolor y el luto por los muertos. La muerte constituye uno de los ritos de paso más importantes en las comunidades indígenas. Los individuos cambian su estado de vida y se orientan de nuevo hacia la comunidad. Los muertos son considerados miembros de la comunidad y la no presencia física obliga a un cambio en la responsabilidad familiar y social dentro de la comunidad. Los espíritus de los antepasados continúan siendo miembros en función de la familia, ejercen autoridad sobre sus descendientes y por los tanto debe honrárseles y respetárseles. La vinculación entre los muertos y los vivos es una prolongación de sus antiguas relaciones. Para el pensamiento actual de los indígenas la muerte es como un sueño, nadie sabe cuándo ni dónde morirá, eso sólo Dios lo sabe, cada persona lleva su muerte consigo; en algún lugar está esperando.

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La muerte, dicen los mazahuas “es buena para todos, se llega después de realizar la misión que Dios nos encomendó. Al terminarla, Dios nos llama para rendirle cuentas”. La muerte es concebida como un fenómeno lógico en el que el hombre desde que nace empieza a morir. Los muertos ¿quién sabe dónde van?, nadie sabe, dicen los otomíes, porque hasta ahora nadie ha regresado de la muerte para contactarnos. Es más, los muertos no espantan y éstos regresarán el día del juicio final para ser juzgados por Dios. Pero al morirnos ¿qué pasa?, ¿sólo nos morimos y ya? Al morir, el cuerpo, creen los mazahuas, se termina y el alma, sólo Dios sabe hacia dónde se dirige. El cuerpo del difunto se entierra en el panteón y almas en pena, las que en la dinámica terrenal son el aliento de la vida. La muerte se acepta, no obstante, al morir un ser querido, un familiar o un amigo se presenta un sentimiento muy profundo de dolor; los indígenas al igual que todos los seres humanos, lloran, sufren por el abandono y la parida última y definitiva de ese ser. La muerte es desgarradora a pesar de la relativa frecuencia con que se presenta en dichas comunidades. Existe una asociación directa, entre el evento llevado a cabo a partir de que el individuo muere, y la preocupación continúa porque su alma descanse. La inquietud es mitigada, no de manera consciente, mediante rosarios y misas periódicas como formas de recordar a los muertos y de clamar por su salvación. Estas prácticas religiosas se realizan porque forman parte de una cultura común, con interesas e ideales genéricos al grupo, expresados a través de la lectura de lo “divino” mediante rezos y misas, entendido como una forma de entablar comunicación entre los muertos y los vivos, de tal manera “que ellos puedan escuchar los que se pide por su espíritu ante Dios”.

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Los otomíes y mazahuas coinciden en que la muerte es designada por Dios, pues para ellos existe un ser supremo que sabe cuándo y cómo va a morir determinada persona, por designación suprema, lo cual no es controlable por el ser humano. Esta autoridad suprema, tiene como una de las atribuciones primordiales, la regulación del nacimiento, la vida y la muerte en este mundo. La voluntad de Dios, el destino, la muerte natural y la no natural son las razones que hombres y mujeres indígenas creen, sienten o perciben como explicaciones de la muerte. Consideran que el destino determina cuándo dejará de existir una persona; y al ser Dios quien crea el destino sólo él sabe cuándo y quién morirá, pues él nos da la vida y la muerte. Morir de forma natural es morir de viejo, lo no natural es morir de enfermedades, accidentes, pleitos o suicidios. Por otra parte, consideran que la muerte es determinada por mandato divino, o bien, que es ocasionada por brujería o mala enfermedad. Esta segunda parte tiene que ver directamente con la historia de los otomíes y mazahuas, los cuales aún conservan reminiscencias sobre la causalidad de la muerte en función de expresiones culturales de los pueblos prehispánicos. La concepción sobre la muerte, vista desde una perspectiva histórica, presenta elementos interinfluenciados tanto de la religión católica como de las creencias y la cultura indígena. Sin embargo, de este mestizaje, el elemento determinante en la concepción y en las prácticas le corresponde a la religión católica. Merece comentarse el mestizaje generado en las prácticas curativas, que aún se ejercen en las comunidades indígenas. Interfieren elementos cosmogónicos del entender del desarrollo de la vida en el que se hacen presentes la religión católica, las creencias indígenas, la magia, los hombres, los objetos y diversos elementos de la naturaleza. Las terapias curativas de contenido

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psicorreligiosos y mágico, amalgaman un conjunto de oraciones y rezos de la religión católica con un elenco de conjuros, oraciones a seres u objetos, espirituales y divinos –plantas, animales o minerales- y un intenso activar ritualesco. Propio de éste son las limpias, las mandas, los soplos, las innovaciones y las extracciones. Sobre la muerte en el tiempo festivo La celebración entre los indígenas de lo que conocemos como día de muertos, revela un cambio importante en relación con lo que se supone, se piensa o cree en épocas no festivas. En la cosmogonía tradicional se cree que en estas fechas los muertos visitan las casas de sus familiares y comen de los que se encuentra en la ofrenda. Esta creencia ha manifestado un cambio en la actualidad, producto de la migración permanente en que han estado inmersos estos grupos. Sostienen que no es cierto que los muertos visiten sus casas porque “…nadie ve nada y por lo tanto el día de los muertos sólo es una fiesta para recordad a los antepasados”. Lo anterior es expresión de los indígenas migrantes. En este sentido, la celebración no es a la muerte, sino a los muertos.

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¿POR QUÉ EL CULTO A LOS MUERTOS?

El culto, entendido como un acto en el que los hombres se someten a la divinidad como manera de acatamiento a una superioridad, asume dimensiones internas en el individuo, claramente de sujeción, y externas en cuanto a la actitud aprehendida. Permite, mediante los símbolos, la expresión del encuentro del hombre con lo sagrado, con sus correspondientes actitudes de adoración y sumisión. En este sentido, el culto incluye relaciones con lo sobrenatural, las cuales se plasman en rituales religiosos como acción colectiva, permitiendo construir y reforzar las identidades socioreligiosas de las comunidades. Entonces, ¿por qué el culto a los muertos? La respuesta más sencilla pudiera ser que por tradición, pero necesariamente para que una tradición subsista, se mantenga, se desarrolle o tome vigencia en nuevos contextos, requiere, ante todo, condiciones de índole objetivo, así como también elementos culturales que posibiliten la concreción compartida por la mayoría o la totalidad de un grupo. Es característico de todas las culturas, la edificación de creencias análogas al mundo objetivo, lo que constituye el mundo imaginario al que se puede acceder a través de ritos y hábitos. Éstos son manifiestos de una serie de creencias dispersas, que de una forma u otra están presentes en todos los actos y acciones de nuestra vida cotidiana aunque aparentemente estén distantes del ámbito específico. Pro ejemplo, uno de los núcleos importantes del mito es la narración de que la vida tiene un principio y un fin, lo que satisface profundas necesidades religiosas y sumisiones sociales que sirven para atenuar conflictos sociales.

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Entender el mito, en su relación vida y muerte, se torna un tanto complejo puesto que el mito presenta una serie de creencias disgregadas, difíciles de ser coherentemente puestas en un solo cuerpo.

Preparación para velar a los seres ya fallecidos la noche del día 1º para amanecer el 2 de noviembre. Capultitlán, México.

Las creencias se han ido formando entrelazadamente con las narraciones, de ahí su gran importancia social, pues éstas son parte del recrear cultural de los grupos. Es así que no existe un mito que abarque todas las creencias acerca de una solo cosa o fenómeno, por lo que hay muchos mitos que se refieren a una solo creencia. Pero las creencias siempre tienen un espacio y un tiempo en el que se manifiestan. Todos los pueblos pasados y presentes han tenido una obsesión por el tiempo, de ahí la existencia de

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muchos mitos que abordan la creencia de los tiempos pasados y de los venideros ya sean en relación con la vida o la muerte. Estos cambios del tiempo producen las modificaciones que muchos de nosotros llamamos historia. Cuando un grupo elabora las creencias, los mitos y los ritos para recrear y mantener sus relaciones en el interior y poder ser vistos desde el exterior como un conjunto homogéneo, expone su identidad para ser observada y definida por grupos o individuos que no pertenecen a él. Los otomíes y los mazahuas, en lo que respecta al tema abordado, obtienen la categoría de la identidad y todos sus integrantes constituyen el grupo en el sentido que sus creencias y prácticas los hacen comunes entre sí y diferentes con otras comunidades, como las constituidas por el resto del conjunto nacional. En la investigación, la interrogante planteada generó respuestas comunes. No hay que olvidar que todos los actos humanos pertenecen a un orden de la vida, por ello la importancia de analizar el porqué de su realización, considerando esta celebración como un hecho repetitivo que sólo se presenta a través de su práctica en un tiempo y espacio definidos por los grupos que actúan de una manera participativa dentro del terreno de las manifestaciones religiosas y culturales. Se coincide en que la realización del culto se efectúa para recordar a los antepasados. Esta respuesta guarda una estrecha relación, en un primer momento, con la forma de celebrar determinados actos en un grupo, ligados por la religión, en este caso la católica, dado que su dinámica permite llevarla a cabo. Pero el hecho de recordar a los antepasados proviene de una idea profunda en relación con los que han fallecido, esto es,

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quiénes fueron sus antecesores y qué hicieron en su vida, uniendo una relación entre el hombre y lo diviso que corresponde a una actitud propiamente cultural, puesto que al recordarlos de esta manera los hace presentes en el mundo de los vivos, de tal forma que el pensamiento humano se remonta hacia el pasado en el momento de la celebración. A través de esta reflexión, el grupo adquiere la capacidad de relacionarse nuevamente, como un hecho, con sus antecesores, mediante una serie de actividades en su honor traducidas en ritos en diferentes espacios, dependiendo de cada comunidad. Los mazahuas y otomíes afirman que esperan la llegada de los espíritus y el regreso de las ánimas, concretando así la dualidad muerte-alma, con lo que se afirma la concepción de que el individuo tiene un alma que forma parte de él como entre corpóreo, pero al morir se desprende del cuerpo. En cuanto a la concepción de los espíritus –sinónimos de alma- se puede apreciar entre estos pueblos su percepción por medio de sueños y avisos de seres intangibles que presentan los vivos de manera individual, pero que ésta al ser común al grupo, pasa a un plano colectivo donde la comunidad cree que los espíritus de los muertos han llegado después de un año a comunicarse con ellos y a visitarlos, gracias, según ellos, a que les ha sido concebido un permiso divino. Aunque esta percepción de los espíritus guarda una estrecha relación entre vivos y muertos, no podemos aventurarnos a decidir que este fenómeno real y social es sólo parte de la imaginación humana. Puesto que, “ni siquiera se conoce en qué etapa del desarrollo humano se originó como tal, pero lo que sí podemos decir es que forma parte del desarrollo histórico natural del hombre”.

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Los otomíes y mazahuas coinciden en que tal celebración se efectúa por costumbre, por creencias y por herencia. Estas tres palabras para algunos serían suficientes, pero significa mucho más que eso, si tomamos en cuenta que el individuo forma parte de un grupo con determinadas normas culturales como son las actividades y expresiones del pensamiento reflejadas en su actuar común, donde se comparten las mismas ideas y las expresiones mentales recaen dentro de un marco general de la vida social que permite una serie de repeticiones del curso de vida. De esta manera los grupos tienen normas que determinan las condiciones para que los individuos formen parte del conjunto social con un comportamiento muy parecido, que define la diferencia con otros grupos.

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Un camino de flores sirve para conducir el alma del difunto hasta la casa y lugar donde ha de sentarse a comer la ofrenda 

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En Cabecera de Indígenas –primer cuartel- los mazahuas reafirman que la celebración del “Paa e añimas” es en honor a los muertos. Guardan dentro de su conducta, ideas sobre el lugar que ocupan en este mundo y después de éste, entendiéndose la preocupación constante de querer saber cuál es el destino del hombre al morir. Creen que después de la vida los muertos pasan a otro mundo caracterizado por tener un orden similar al terrenal, con autoridades que les conceden permisos semejantes a los actos sociales del hombre y su sociedad, por lo que si a los muertos les es concedido el permiso de estar con sus familiares “es justo que se les reciba como ellos se lo merecen”. En concordancia con esta idea, las familias, después de haber ofrendado a sus muertos, intercambian entre ellos los componentes de las ofrendas, cumpliendo así una función sociabilizadota de mayor convivencia y de cohesión entre las familias y la comunidad. La acción social es parte de la interacción simbólica presentada en un proceso de intercambio de bienes materiales, espirituales y alegóricos entre dos a más familias, constituidas como dadoras y receptoras de objeto previamente valoradas. Formas de participación La construcción de las redes sociales se realiza a través de las relaciones de los grupos domésticos que tienen como premisa la existencia de referentes culturales, sociales, económicas e históricas compartidas en un espacio determinado. Cada persona se inserta en un contexto social a partir del grupo doméstico al que pertenece, adquiriendo, de manera dinámica, su identidad personal y social en esa interacción con su hábitat. Para la celebración de los días de muertos, la participación familiar en los otomíes y mazahuas es fundamental. En particular,

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la mujer indígena interviene en ésta como en todos los procesos de socialización e instrumentación de la cultura. Rasgo particular de identificación de la mujer indígena lo constituyen las diferentes funciones que por su condición femenina cumple en las unidades domésticas. Estas funciones interactúan con la creación de una serie de valores normativos y autorreguladores del rol de la mujer dentro de la familia y la comunidad.

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Las diversas funciones de la mujer en el contexto social presentan grados de prioridad determinados por la contribución a la reproducción y cohesión de la unidad doméstica. La mujer cumple diferentes roles en la vida cotidiana de la familia: se encarga del cuidado de los hijos, de la elaboración de los alimentos, del arreglo de la casa, del lavado y planchado de la ropa; participa en diferentes fases de las labores agrícolas y regularmente elabora distintos trabajos de tipo artesanal como son los tejidos, bordados y las muñecas.

Mujeres trabajando para sostener su hogar durante la celebración de día de muertos 

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En las celebraciones del día de los muertos, al igual que en otras, no elude su responsabilidad, al contrario, es marcada su participación, representando la base de la continuidad de las tradiciones de la familia y del grupo con la realización y reproducción de estos actos religiosos-culturales, siendo hilo conductor de tales actividades, ocasionando una integración familiar y cohesión social a través de estas ceremonias. La conservación de las costumbres en la familia, la capacidad de transmisión de conocimientos y el establecimiento de diversas pautas heredadas del pasado son características de la mujer indígena que podemos englobar dentro de los que llamamos cultura a través de la lengua, las tradiciones –como la celebración del día de muertos- y todo los valores de comportamiento comunitario. Sus actividades realizadas por los hombres están delimitadas por la misma ceremonia, es decir, ellos intervienen de acuerdo con las particularidades de cada etnia. En el grupo otomí, el hombre sólo entrega el dinero destinado a la compra de los productos necesarios para la ofrenda y ocasionalmente dirige los rezos, mientras que en el grupo mazahua, los hombres ayudan a la mujer a elaborar el pan y a cocerlo, cortan la leña y la llevan, así como también se encargan de limpiar la tumba. En cuanto a los niños, en los dos grupos, su participación es importante en la intervención directa en las tareas referentes a esta festividad. Además de que cuidan a sus hermanitos menores, acompañan y ayudan a sus madres en la compra de los artículos requeridos para el altar, hacen mandados y contribuyen con el acarreo de leña y agua para el cocimiento de los alimentos.

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En el grupo otomí, se observó la participación de los ancianos, considerándose importantes ya que ellos indican cuáles son los elementos requeridos y cómo deben ser colocados en la ofrenda. Al igual que explican el porqué se lleva a cabo la celebración. En las comunidades mazahuas asisten al panteón y a la iglesia a rezar. Las ofrendas Los preparativos para el conjunto de la celebración constan de una serie de actividades familiares y sociales que realizan con varios días de anticipación. Esta ruptura de la cotidianeidad incluye la presencia de un comercio tipo tianguis, generalizado en las regiones, donde venden diversos artículos utilizados para esos días. Ceras, veladoras, manteles, canastas algunos alimentos y distintas clases de flores son los elementos que abundan en los improvisados puestos de la calle. El significado de las ofrendas indica el compartir, con los familiares, amigos y conocidos fallecidos, algunos disfrutes de la vida como los alimentos, que además de ser los tradicionales de cada población incluye los preferidos por los difuntos en vida. Todas las ofrendas son colocadas en el interior de las casas. Los preparativos son realizados por el conjunto familiar, donde además se hacen presentes las relaciones con otros miembros de la comunidad y al mismo tiempo se manifiesta la identificación existente entre la mayoría del conjunto social. Este actuar de los individuos corresponde a patrones culturales establecidos por el grupo, que garantizan su afinidad social y su reproducción, as cuales no serían posibles si los integrantes de las familias no compartieran y asumieran con responsabilidad esta celebración que accede a la realización de actos comunes.

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Ofrenda en la casa de una familia mazahua

El lugar de la colocación de la ofrenda en el interior de la casa es de importancia, pues los indígenas suponen que es el sitio donde los espíritus de los muertos llegan primero, por lo que se debe elegir un buen espacio para colocar la ofrenda. Esto guarda un significado muy profundo debido al simbolismo que ellos encierra en función de la llegada de los espíritus de los muertos, sólo a través de la ofrenda pueden satisfacer sus necesidades provocadas por el cansancio del viaje, tomando de ésta la esencia y dejando a los vivos el sobrante.

Generalmente el día 31 de octubre de cada año, la casa es aseda en su totalidad. El lugar donde se coloca la ofrenda es

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limpiado detenidamente para después colocar el petate o la mesa que usualmente utiliza la familia. El espacio es el que generalmente se emplea para recibir a cualquier huésped en vida o el que frecuentemente utilizaban los difuntos. Establece la relación respecto a la convivencia que ofrece la familia de la casa con los visitantes vivos o muertos, brindando con esto un lugar de descanso que proporcione al mismo tiempo disposición absoluta sobre el mismo, pues “consideramos que es lo menos que podemos hacer, por el gusto de tenerlos entre nosotros”. Por lo tanto, es importante contar con un altar familiar porque esto permite establecer una relación más estrecha con los parientes y amigos fallecidos. Además de las ofrendas familiares existen las colocadas en las iglesias, las cuales son ofrecidas por las comunidades a aquellos espíritus que ya no cuentan con familiares que los reciban en casa. Ellos tendrán un espacio –la iglesia- dedicado a todas las almas solitarias que llegan esos días, donde las expresiones mentales de colectividad se llevan a la práctica mediante representaciones afines del actuar común de los integrantes involucrados en ese proceso histórico-cultual. Los mazahuas y los otomíes también ofrendan en el cementerio. Sobre la tumba de los muertos colocan alimentos –comida, frutas, bebida, pan- como una forma de convivir con ellos en ese lugar. Esto es realizado a partir de la posibilidad de que los muertos no hayan llegado a tiempo a la casa o a la iglesia, a manera de despedida de los espíritus y al mismo tiempo como invitación “a estar entre nosotros el año próximo”. El espíritu se desprende del cuerpo cuando éste muere, pero lo acompaña hasta el último momento –sostienen los indígenas- para posteriormente marchar al otro mundo. El espíritu cuida el cuerpo, creen que éste visita su tumba, lo cual facilita la convivencia entre vivos y muertos ofrendando en el lugar donde se origina su partida.

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Ofrendas en el cementerio. San Pedro de abajo, Municipio de Temoaya 

En algunas comunidades de mazahuas las mujeres se reúnen a través de organismos como el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) con el fin de obtener lo necesario para la colocación de las ofendas. En las escuelas también se colocan ofrendas con la participación de maestros y alumnos, incentivando la participación a través de concursos de “la mejor ofrenda” y con calificaciones en diversas asignaturas. Elementos de la ofrenda y su significado En las ofrendas de los mazahuas y los otomíes se observan diferencias en cuanto a la presentación y a los elementos que las integran. (Ver anexo sobre ofrendas). Sin embargo, la concepción

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de los muertos y la necesidad de compartir con ellos, recordándolos y atendiéndolos es afín a los dos grupos, en el entender de que cada año sus muertos vuelven a estar reunidos con ellos. Las ofrendas están conformadas principalmente por las frutas de la temporada, los alimentos predilectos de los muertos, sus bebidas preferidas, dulces, velas, veladoras, imágenes de santos, la cruz, copal, flores y pan de muerto. Los alimentos como el pan, las frutas y los guisados, son colocados para satisfacer el hambre y el gusto de los difuntos; las bebidas como el pulque y las aguas frescas para calmar la sed; la imagen es un elemento protector y a la vez guía de los difuntos, y las veladoras alumbran el camino a los niños para que lleguen, mientras que las ceras alumbran el camino a los adultos. Las velas se colocan según la edad del difunto. A los niños les ponen velas más chicas que a los difuntos adultos. La sal se ofrece a todos aquellos niños que murieron sin ser bautizados, y se piensa que al tomar de ella salvarán su alma. La flor de cempasúchil representa “a la muerte que vive entre nosotros o que está presente”. Ésta se coloca regando un camino desde la entrada de la casa hasta la ofrenda, indicando la senda al difunto para que no pierda. El vaso con leche lo tomarán las almas de los niños al llegar a la ofrenda, y los adultos, por su parte, beberán el jarro con pulque, pues es la bebida que disfrutaron en vida. Imagen y cruz representan simbólicamente la solicitud de permiso para que el alma del difunto pueda retornar a casa.

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El humo que despide el copal es el que acompaña al espíritu del difunto, es la vía por la que viaja el alma. Representa la parte espiritual de las ofrendas impregnando el ambiente de religiosidad. En las ofrendas otomíes son significativos los charales, la carpa, el pescado y los acociles, los cuales forman parte de su dieta alimenticia. La diferencia entre la ofrenda para adultos y la de los niños no presenta un contraste muy marcado esta última se caracteriza porque contiene dulces, chocolates, piloncillo y leche. Los días en que se colocan son diferentes y la distinción fundamental es expresada por los hombres a través de sus ideas. Tanto en las ofrendas de los adultos como en la de los niños, los difuntos consumen la esencia de los alimentos. Las bebidas al bajar el nivel al que fueron puestas, indican el disfrute de ellas por parte de los difuntos. El ritual y sus espacios El proceso de reproducción social se realiza primordialmente en la familia complementado con el ámbito social en la medida en que progresivamente los individuos y los grupos se van incorporando a la sociedad. El desarrollo cultural de los individuos está en relación directa con el seno del grupo doméstico al cual pertenece y éste a su vez, se encuentra moldeado por normas y pautas establecidas socialmente aplicables al conjunto de la sociedad. Así, a lo largo de la vida los individuos adquieren diversos estatus que les determinan roles, es decir, derechos y obligaciones.

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Todas las sociedades establecen relaciones con la población de acuerdo con la edad o con el estatus que determina una posición concreta. Niño, joven, adulto, casado, soltero, sacerdote, brujo, médico, curandero, comerciante, obrero, agricultor, etc. Desempeñan roles específicos en la familia y en la sociedad. En la mayoría de la sociedad simples o complejas, cada una de las fases del ciclo vital constituyen etapas del desarrollo social del individuo que son ritualizadas señalando el paso de una situación a otra, cambiando de estatus lo cual modifica la posición de la persona no sólo dentro de la familia sino también en la sociedad. Los antropólogos han precisado que las ceremonias efectuadas en los ciclos vitales como “ritos de paso” –nacimiento, bautismo, matrimonio, cambio de actividad profesional, el de los quince años y el rito a la muerte –indican el tránsito de una condición a otra, y, como tal, juegan un rol en correspondencia con ese nuevo estatus. Algunos de los cambios mencionados atañen directamente, tanto al individuo como a la familia; otros como el de la muerte, en algunas sociedades, no en todas, dependiendo del medio supuesto, pasan por el grupo familiar y vinculándose con la comunidad en su conjunto. Éste es el caso del ritual de México y que tienen implicaciones con el contexto general de la colectividad. Este rito tiene importantes consecuencias sociales al reforzar, en cada uno de los participantes, los modelos de interacción que se consideran propios del grupo, regulando la función colectiva en tanto que, por un lado, actúa como fuerza cohesionadora de la comunidad y por otro, se realiza la sanción social como comportamiento aprobado. Ceremonias y ritos son actividades propias del comportamiento formal de todas las culturas relacionadas con el contexto en que encuentran y de otros significados que les han sido legados por tradición. Estos acontecimientos asisten con un intenso simbolismo permitiendo regular la vida social.

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Por lo tanto, el ritual tiene su razón de ser a partir de las creencias, es decir, de los que piensa la gente no solo de su mundo real sino también de ideal, fantástico imaginario. Definido de una manera simple, el ritual se caracteriza por la acción que implica un modo de creer y de decir algo mediante una realización, siendo evidente el elemento expresivo en esta forma de comportamiento. En los grupos investigados, tres son los espacios donde se lleva a cabo el ritual a los muertos: la casa, el cementerio y la iglesia. Los espacios se determinan en relación con lo más cercano a lo divino y además, de acuerdo con el pensamiento de los indígenas, se delimitan también por los lugares que frecuentaban los muertos. Así pues, la casa, por haber sido el lugar de residencia en vida, sigue siendo el lugar de retorno después de muertos. La iglesia, por representar la casa de Dios, es el lugar asignado para que los muertos están presentes en su celebración, así como también el hecho de tener filiación en la religión católica. El otro sitio importante es el cementerio, pues el hombre al morir pasa a ocupar un espacio material asignado por el género humano, que al ser enterrado en el cementerio desprende su espíritu, siendo este otro sitio donde los vivos acuden para efectuar ciertos actos como demostración de recuerdo en el mundo de los vivos. Los espacios utilizados para el ritual de los muertos son tanto los públicos como los privados. Los rituales públicos en los otomíes y mazahuas están circunscritos dentro del contexto particular de las jerarquías cívico-religiosas, donde la figura central que liderea las celebraciones es el sacerdote y el ritual es concentrado a través de las misas. De esta manera y con incidencia también en el ritual privado, la influencia cristiana es hoy en día dominante frente a lo propiamente nativo.

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Venta de flores a la entrada del cementerio San Gregorio Mecapezco. Otomíes 

Estos rituales públicos y privados brindan la participación de la colectividad en diferentes niveles. Pueden ser funcionarios civiles, religiosos o participantes que en su conjunto comparten una visión propia acerca de la celebración de los muertos y de los símbolos utilizados. Abordado a un nivel cognoscitivo, el ritual a los antepasados proporcionan satisfacciones espirituales y sociales que de otra manera complicaría un tanto la existencia humana en relación con la muerte y los seres más próximos que por razones diversas desaparecen de la tierra. Estas creencias y las prácticas rituales infiltran confianza a la familia y al grupo social en general, lo hace que se asuma la muerte como una desaparición biológica

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de las personas más no una muerte social, teniendo en cuenta que a los difuntos los invocan y los mantienen en su contexto social. Malinowaki demostró en sus estudios de los nativos de las Islas Tronbriand, que el ritual sirve para coordinar y regular la cooperación del comportamiento humano en el contexto social. El ritual es por lo tanto muy importante para las personas y sociedades que lo respetan y practican. Durkheim (1982), refiriéndose a lo que él llamó la primera forma elemental de religión, el totemismo, planeó que en el ritual la sociedad se rinde culto a sí misma. Efectivamente, el ritual en las comunidades estudiadas en un mecanismo que ofrece a los integrantes sentimientos de profunda identidad, no sólo como miembros de una localidad, sino principalmente como integrantes de un grupo étnico, brindando seguridad espiritual y disciplina social. Para las comunidades estudiadas el culto se basa en la reproducción de actos a través de la práctica del tiro con actividades repetitivas características de los grupos, las que en su realización presentan semejanzas. El ritual se encuentra constituido en primer lugar por el hombre; por el espíritu de los muertos, objetos creados por el hombre como las velas, ceras o imágenes y por elementos obtenidos de la naturaleza como las flores y el sahumerio, que se conjugan para llevar a cabo el ritual. Los dos grupos coinciden en realizar misas y rosarios como una forma de recordar a los muertos y de conversar con ellos mediante el uso de la palabra divina. Colocan velas y ceras en las tumbas de los muertos, que al ser encendidas señalan el camino a los difuntos que, junto con las flores de cempasúchil, conducen por medio del olor, al espíritu del difunto a su casa y a su tumba. Encender velas y colocar flores es una manera de recordarlos en el mundo de los vivos, práctica que se observa a diario en los altares familiares.

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Tanto los mazahuas como los otomíes llevan la ofrenda a la tumba del muerto porque consideran que es el lugar donde más cerca están de ellos. En el grupo otomí se observa, con mayor frecuencia, una reverencia hacia los cuatro puntos cardinales por medio del movimiento del sahumerio, ejercitándose como una manera de evitar la pérdida del espíritu y propiciando una invitación a este mundo.

Floración de una tumba en el día de muertos. Aculco (Tixhiñú)

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Estas prácticas son el producto de un conjunto de creencias y experiencias derivadas de una concepción acerca de la relación entre el mundo natural y el sobrenatural, abarcando diferentes aspectos de la vida religiosa y cotidiana de las comunidades.

Los otomíes y mazahuas celebran diferentes rituales

públicos y privados en el transcurso del año, los que en su gran mayoría se realizan de acuerdo con el calendario católico. Todas estas festividades, como la de los santos patronos, los carnavales, las de las cosechas a la de los muertos, presentan formas de expresión diferentes entre el colectivo de las comunidades. Si bien es importante en el caso de los realizados a los muertos, la integración a través de las actividades de la familia y de la comunidad, acentuándose el hecho que marca el periodo del ritual más intenso y participativo en el calendario de ceremonias indígenas.

Pero las ceremonias, el ritual y las ofrendas también

cumplen otra función consistente en la transformación del proceso cultural socialmente aprobado por la comunidad. El rito como fuerza cósmica y mental generada a través del comportamiento colectivo se sitúa en el punto de convergencia, la sociedad, la cultura y la religión.

El culto como elemento importante en festejo, condesa el

acto mediante el cual el hombre se somete a la divinidad no sólo como individuo o como grupo familiar, sino como acto social donde la generalidad de la comunidad participa. El altar de los muertos es donde se ofrenda a los antepasados el alimento, y son variados en cuanto a los elementos que lo componen, pero comunes en lo que corresponde al entender de que los difuntos asisten a tomar estos alimentos y a compartir con los vivos esa misma “mesa”.

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Desestructuración en las comunidades La penetración de nuevas y diferentes pautas culturales en las comunidades indígenas estudiadas, ha tenido efectos diversos según las regiones , pero en general podemos precisar la transformación –lenta o rápida- irreversible en el orden de lo analizado. Las autoridades de las comunidades Éstas son cada vez más débiles por lo que la cohesión social se va resquebrajando al ser remplazada la dirección por instituciones corporativizadas, que asumen el papel de dirigentes y representantes del grupo en las decisiones claves como lo económico, social, religioso y cultural. Estos organismos son, en la mayoría de los casos, los comisariados ejidales (que no por tener presencia de indígenas asumen los intereses de la comunidad), los grupos religiosos y los partidos políticos, sean éstos oficiales o no. Otras religiones El avance y la penetración de los grupos evangélicos entre los mazahuas y otomíes han debilitado la participación de sectores componentes de las comunidades. Este es un importante factor que debe tomarse en cuenta respecto a la desestructuración cultural de las comunidades. Este factor ha venido generando fricciones políticas, sociales, religiosas y económicas en los conjuntos étnicos. La escisión comunal toma referentes en los días de muertos con las familias participantes o no en las festividades. Los evangélicos prohíbe la veneración de las imágenes y desaprueban que se tome a éstas como objetos de adoración. A partir de la década de los ochenta la influencia de los catequistas en la zona

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mazahua y otomí ha tomado fuerza, y resulta manifiesta la alteración de la participación total de las comunidades en los rituales públicos religiosos y civiles. La reciente aparición de una gran diversidad de grupos y prácticas religiosas dentro de una misma región o grupo étnico, ha originado división en las comunidades, modificando igualmente sus pautas culturales. Los adeptos de religiones distintas a la católica, no participan en las fiestas del pueblo, bailes de la comunidad, juegos pirotécnicos, misas colectivas, danzas de la región, juegos mecánicos, fiestas familiares, grupos musicales, equipos deportivos, bautismos, fiestas de quince años, graduaciones y en general de todas aquellas actividades que consideran mundanas. Han adquirido otras costumbres, hábitos de alimentación y de vida, en fin otra cultura donde su determinante para las relaciones sociales y familiares se encuentra ordenada por la práctica religiosa que profesan. Las otras religiones no rinden culto a los muertos como se hace en la católica, de tal manera que con su entendimiento fragmentan las unidades domésticas entre los seguidores y los no convertidos, debilitando en general elementos de identidad y cohesión social en las comunidades. Otra función que cumplen las religiones en las comunidades indígenas es la castellanización por la vida de rezos, cantos y lecturas repetitivas de la Biblia, dirigidas a toda la población. La escuela Otro de los espacios determinantes en el camino cultural irreversible, lo ocupa la educación formal, a través de la escuela. El sistema educativo en las comunidades de los medios principales

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de penetración de la cultura hegemónica donde los proyectos de educación denominados bilingües –que pretenden “incorporar” al indio al desarrollo nacional –alfabetizan en lengua materna, pero terminan castellanizando. La escuela, como otro de los instrumentos esenciales de penetración de la cultura dominante, es portadora de estos elementos propios del sistema hegemónico del país, cuya inserción va transformando paulatinamente los valores, costumbres, tradiciones, hábitos, creencias y demás aspectos culturales propios de cada uno de los grupos indígenas. Los niños asisten a la escuela donde el conocimiento que se les transfiere tiene, por lo menos, dos agravantes de la situación. Primero, es un conocimiento descontextualizado de sus regiones y de sus comunidades y segundo, nunca es rescatado ni elaborado el acervo cultural indígena de sus ancestros. Los primeros efectos de los señalado se traduce en una contradicción para los niños entre lo transferido a través de la tradición oral, de conocimientos y explicaciones impartidas por sus padres, acerca de los fenómenos y aconteceres tanto sociales como materiales contra lo escuchado en el aula. Sin duda, en las comunidades de habla otomí y mazahua, la escuela es el liar en donde se manifiesta, en su mayor dimensión, el conflicto sociolingüístico. Posterior a la etapa de confusión se transita a la modificación de la cosmogonía indígena, donde lo mítico, lo ritual y lo ceremonial empieza a ser relegado o abandonado por otras prácticas mentales y materiales distintas a las del grupo.

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Los migrantes La migración es otro de los aspectos que aparecen en la cotidianeidad de las comunidades indígenas. La circulación de hombres y mujeres que se desplazan a trabajar a las ciudades de México y Toluca principalmente, es considerable. Los migrantes que retornan a sus comunidades ya sea por periodos cortos, medianos o largos, pierden, en cierto grado, el tipo de relaciones que mantenían con el conjunto social antes del desplazamiento. Al regresar han adquirido por voluntad o por coacción del medio donde se encuentran, otras maneras de vivir como también de pensar, de tal forma que su cotidianeidad ha sufrido alteraciones suficientes como para modificar elementos esenciales de su cultura, donde no deja de ser por demás significativa la diferencia económica con la de sus ancianos, amigos y parientes que se debaten entre los vaivenes de cosecha y cosecha. Pero al adhesión o incorporación de nuevos elementos en los emigrantes indígenas, que generalmente lo hacen en el sector de servicios, no pone de manifiesto una manera de pérdida de identidad, puesto que el conjunto de la comunidad es, en última instancia, el que determina si acepta o no ser asimilada por los elementos nuevos a ella, a través de los filtros elaborados por esa cultura colectiva, haciendo patente su cohesión social. En los casos estudiados se constató que las diferentes actividades realizadas por los indígenas fuera de sus comunidades, es lo que permite mantener cierto nivel de ahorro, que les garantiza regresar a sus comunidades generalmente para asistir y participar en la fiesta de su pueblo, en la celebración del día de muertos, en las bodas de sus familiares o amigos o de cualquier otro acto de índole social que los mantiene en relación con sus familiares y comunidades. En este sentido, los migrantes, al aportar dinero a

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sus comunidades, refuerzan festividades determinadas en la cohesión social como la celebración del día de muertos, es decir, que la migración respecto a las incidencias culturales en las comunidades, presentan un doble papel; por un lado proporciona elementos ajenos y por otro refuerzan con su presencia, participación y aportación económica alas tradiciones indígenas. Algunas diferencias sobresalientes entre las personas que participan en los festejos del día de muertos.

Los que habitan en la comunidad

Los foráneos

Lengua  Para  la  comunicación  utilizan el idioma mazahua. Muy pocas y  esporádicamente  usan  el español. 

  Permanentemente  utilizan  el español. 

Vestido  Mujeres  con  traje  típico mazahua. Hombres con sombrero y ropa de campo. 

  Mujeres y hombres visten como en la ciudad. Mujeres  con  cabellos  rizado corto y pintado. 

Comportamiento  Introvertidos y ceremoniosos. 

  Generalmente extrovertidos. 

Concepción del festejo  Recuerdan  a  los  antepasados muertos con respeto y cariño. No  escuchan  música  en  la celebración  pues  es considerado falta de respeto. 

  Es un día considerado de  fiesta y convivencia con  los  familiares y amigos. Escuchan música rock y tropical. 

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Dimensión económica de la festividad En el aspecto económico dada familia invierte según sus posibilidades. El aporte de los migrantes es importante para la celebración, aunque este factor no determina la participación y colocación de las ofrendas, pues existe una parte de las familias que no cuentan con aportes económicos obtenidos fuera de sus comunidades. Los que carecen de recursos para las ofrendas penen flores que generalmente siembran en sus casas.

El hombre se encarga de buscar los ingredientes y vigilar el cocimiento del pan 

No sería posible realizar un presupuesto para determinar la

dimensión de los gastos realizados en una celebración puesto que éstos difieren según el lugar donde se obtengan los productos (fuera o dentro de la comunidad), del tipo de familia y del monto aportado por los migrantes. Las familias que preparan comida especial para el autoconsumo, como barbacoa, mole o tamales, que colocan

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ofrendas y adornan las tumbas, realizan gastos mayores en relación con el efectuado por el resto de la comunidad. La adquisición de productos para la ofrenda depende de las posibilidades económicas de cada familia. Los indígenas hacen esfuerzos por ahorrar algún dinero de la venta del maíz, fríjol, calabazas, aves o un cerdo. Los que están incorporados a las fábricas o talleres artesanales de la región tratan de ahorrar parte de su salario. Los migrantes que retornan a la comunidad son los aportadores principales de los gastos que ocasiona la festividad. En la comunidad mazahua de Loma de Juárez, Municipio de Villa de Allende, los hijos que trabajan fuera de la comunidad son los encargados de traer las frutas y las flores para las ofrendas. Los productos son comprados en la ciudad de Toluca, Zitácuaro, Villa Victoria o en la misma comunidad. En general, podemos decir que las consecuencias económicas se dejan sentir, pues representan un gasto considerable el dinero destinado para la celebración. Son comunes las deudas contraídas entre los pobladores de la misma comunidad y fuera de ésta. Realce importante tiene el sistema del trueque de los diversos elementos que forman parte de las ofrendas. Aparece como normal la venta de animales o de cualquier “sobrante” de cosecha para poder adquirir los elementos necesarios para la festividad. El cementerio como espacio religioso, social y económico El cementerio es utilizado como espacio simbólico religioso, en su interior se celebran misas dedicadas a las almas de los difuntos. Alrededor de la misa se congrega la comunidad, la cual asiste portando diferentes santos, previamente organizada por mayordomos, convirtiendo este acto religioso en vehiculo de solidaridad y de integración social.

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Dentro y fuera de los cementerios la festividad del día de muertos se constituye en verdadera feria popular. Por ejemplo, el cementerio de San Bartola Morelos –zona otomí-, se encuentra ubicado en una pequeña loma al frente del poblado y en su parte rodeante se establece un tianguis donde venden diferentes productos alimenticios como tacos, carnitas, papas, refrescos, pulque, cerveza, pescado frito, quesadillas y demás antojitos mexicanos. También venden productos relacionados con la festividad como flores de nube, terciopelo, cempasúchil, cruces de madera, botes de hojalata para poner las flores del difunto, elotes hervidos y camotes. De esta manera el cementerio se convierte en un verdadero mercado en donde las interrelaciones económicas se desarrollan intensamente. La compra-venta de productos es constante dentro de la estructura organizacional de la fiesta.

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A la 1:30 de la tarde se reúne todo el pueblo en el panteón para escuchar la misa dedicada a sus difuntos 

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El cementerio presente un aspecto distinto al cotidiano siendo reluciente su limpieza; la presencia masiva de la comunidad con hombres, mujeres, niños y ancianos; colocación de ofrendas, velas y flores en las tumbas. Se convierte en un espacio de socialización del gran conjuntote la comunidad. Los niños son involucrados en esa cosmovisión y práctica, los jóvenes reafirman su pertenencia al grupo con su presencia, los adultos son los encargados de transmitir las costumbres junto con los ritos y los ancianos son los que mantienen viva la memoria histórica de la familia y del grupo a través de la tradición oral. Esta socialización que cohesiona al grupo familiar permite que se estrechen los vínculos parentales y que trasciendan a otras familias con la reunión de todos los familiares y amigos, incluyendo a los que retornan para esas celebraciones. El 2 de noviembre los alimentos colocados en las ofrendas son retirados e intercambiados con los familiares y amigos. Los demás elementos de la ofrenda se dejan hasta que se terminen las velas. De esta manera, la interacción familiar en el conjunto social fortalece los significados y los símbolos previamente existentes, compartidos socialmente por la cultura. Estas prácticas sociales generan en los individuos la necesaria pertenencia al grupo o comunidad, construyendo su propia realidad. Así, los indígenas participan y perciben a realidad del grupo social, tomando los intereses y las necesidades sociales, económicas y culturales como propias.

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A MANERA DE CONCLUSIONES

Las comunidades indígenas otomíes y mazahuas que celebran los días de muertos, en su generalidad son profundamente católicas. En cuanto a las festividades de los muertos podemos concluir que sus manifestaciones son propias de un sincretismo entre la religión católica y lo prehispánico, demostrado en sus creencias, cultos y ritos, donde el elemento dominante es el católico. El catolicismo se manifiesta con la participación en las misas; en las oraciones; en la creencia en Dios, la Virgen y los diferentes santos. Lo autóctono se relaciona directamente con algunos aspectos de los rituales y las ofrendas que particularizan prácticas específicas en cada grupo indígena, dependiendo de su idiosincrasia. El estudio permitió establecer que las ceremonias y los rituales análogos, relacionados con la muerte, cumplen funciones importantes en cuanto permiten establecer o mantener una solidaridad social, así como también transmitir tradiciones a las nuevas generaciones, estimulando expresiones colectivas y conservando la relación de los emigrados indígenas con sus familiares y comunidades. Las celebraciones del día de muertos generan en las comunidades el retorno de los migrantes. Este hecho tiene gran importancia desde el punto de vista económico por su aporte para las ofrendas y demás gastos efectuados.

La participación económica, social y cultural de los migrantes indígenas fortalece la tradición, al mismo tiempo que

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posibilita su transformación en la medida que son portadores de elementos culturales ajenos a sus comunidades.

Por otra parte, el empobrecimiento sostenido de estas

comunidades ha producido el debilitamiento del culto a los muertos. Igualmente es preciso señalar que la presencia de grupos religiosos diferentes a los católicos, ha originado escisión social y cultural entre las familia y en el conjunto de las comunidades, al debilitar elementos de cohesión manifestados a través de prácticas como el culto a los muertos.

Las ceremonias y los ritos son mecanismo de

socialización mediante los cuales se expresan colectivamente las comunidades de una manera organizada y con manifestaciones particulares en torno a sus antepasados, presentando con esto una creación de identidad religiosa y cultural.

La cultura de la muerte en las comunidades

estudiadas ha establecido ceremonias y ritos con horarios sociales que son transmitidos a las siguientes generaciones en el entender, no de la muerte como parte del ciclo de la vida o como culminación de ésta, sino como una calamidad o castigo a partir de la concepción cristiana, que tiene en cuenta el poder superior de un Dios en la naturaleza humana.

Las condiciones sociales y económicas de las

comunidades son premisas fundamentales para la participación y continuación de las festividades del día de muertos. Simbolismos particularmente en su generalidad lo constituyen la capilla o iglesia, el cementerio y el santo patrón al convertirse en principios integrativos de las comunidades.

La participación en los rituales públicos, así como

los intercambios de ofrendas, consolidan la relación intracomunitaria. La cadena de vínculos establecida a través del

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intercambio de ofrendas genera nexos de solidaridad entre los indígenas, que parten de una afinidad étnica al posibilitar esa relación de intercambio en la comunidad.

La identidad étnica, e el caso de la celebración del día de

muertos, se presenta con mayor participación e intensidad que en otras ceremonias indígenas, donde algunos aspectos de la cultura, que en otras fueron determinantes como la vestimenta, la música, la lengua y las danzas no lo son ya en las comunidades contemporáneas. Las fiestas religiosas y sociales indígenas, al igual que el conjunto de prácticas comunitarias, como expresión de una cultura, por lo menos en los grupos estudiados, son elementos funcionales de las comunidades que interrelacionan, recrean y mantienen las relaciones dentro de la etnia al igual que establecen diferencias suficientes con otros grupos o individuos que no pertenecen a la comunidad.

El interaccionismo de los símbolos pone de manifiesto las

reglas y significaciones sociales que los individuos estructuran como parte fundamental de su identidad con el grupo. Se encuentran enraizados con éste por una serie de intereses y prácticas como la celebración del día de muertos, cuyo devenir histórico los hace diferentes a otras personas y grupos.

Por último, se constató que el grupo doméstico y en

particular la mujer indígena, interviene en los procesos de transmisión cultural hacia los hijos. La mujer enseña a los niños, de manera directa, el lenguaje, las creencias, costumbres, conductas, y diversas pautas que corresponden a los acontecimientos de la vida cotidiana y a rituales religiosos como los que siguen “cuando los muertos regresan”.

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ANEXOS

ANEXO No. 1

Comunidades abordadas Las comunidades de los grupos étnicos otomí y mazahua estudiadas en la presente investigación, comprendieron las siguientes localidades y municipios:

COMUNIDAD MUNICIPIO Zona mazahua   1. Loma de Juárez   Villa de Allende 2. San Pablo Malacatepec  Villa de Allende 3. San Felipe Santiago  Villa de Allende  4. Cabecera de Indígenas  Villa de Allende 5. San Antonio la Laguna  Donato Guerra 6. Guadalupe Cote  San Felipe del Progreso 7. Sta. María Cancheada  Temascalcingo Zona otomí   8. San Cristóbal Huichochitlán  Toluca 9. San Pablo Autopán   Toluca 10. San Lucas Totomaloya  Aculco 11. El Mogote  Aculco 12. Barrio de Solapan  Temoaya 13. San Pedro Abajo  Temoaya 14. Jiquipilco el Viejo  Temoaya San Gregorio Mecapezco  San Bartolo Morelos 

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ANEXO No. 2

Ofrenda mazahua Adultos Frutas  Naranjas,  cañas,  mandarinas,  camotes,  chayotes, 

guayabas,  manzanas,  ciruelas,  plátanos,  peras, jícamas, limas, dulce de calabaza. 

Comida   Pan  de  conejo,  quesadillas,  mole  con  pollo  o guajolote,  gorditas  d  maíz,  café,  pan  de  muerto, elotes,  frijoles,  chocolate,  vaso  con  agua  bendita, jarra  con sende, jarra con pulque y tortillas. 

Flores  Cempasúchil, flor de coronilla, flor de muerto. 

Otros  Imágenes  de  santos,  cruces,  vírgenes,  Cristos  y cuadros  del  santo  patrón  del  pueblo.  Sahumerio, copal, velas, ceras y cigarrillos. 

Niños Frutas  Igual que las utilizadas en la ofrenda para los adultos. 

Comida   Vaso  con  agua  bendita,  jarro  con  sende,  vaso  con leche,  chocolates,  pan  de  conejo,  quedadillas,  pan con figuras de niño, arroz, dulce de calabaza, algunos juguetes y dulces variados. 

Flores  Flores  de  nube,  cempasúchil,  coronilla  y  flor  de muertos. 

Otros  Imágenes  similares  a  las  de  la  ofrenda  para  los adultos. Incluye cuadros de angelitos y foto de niños muertos. 

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Ofrenda otomí Adultos Frutas  Variadas al igual que en el grupo mazahua. 

Comida   Además  de  lo  registrado  en  la  ofrenda  mazahua incluye  tequila,  cerveza,  pescado,  charales,  berros, acociles, carpas, nopales, papas, refresco y panes. 

Flores  Gladiola,  flor  de  terciopelo  o  pata  de  león,  alelí  y cempasúchil.  

Niños Frutas  Abundante  y  del  mismo  tipo  que  la  ofrenda  para 

adultos. 

Comida   Vaso  con  agua  bendita,  vaso  con  leche,  chocolate con  leche, pescado seco con salsa roja o verde, pan de  dulce,  tomates,  tamales,  teleras  mojadas  con agua  de  piloncillo,  taza  de  café,  haba  blanca, chocolatitos,  agua  endulzada  con  piloncillo,  dulces, galletas y refrescos. 

Flores  Flores  blancas,  cempasúchil,  flor  de  nube,  de terciopelo y gladiolas. 

Otros  Ceritas.  Veladoras  blancas,  velas  chicas,  sahumerio, crucifijo de cera y foto de los niños muertos. 

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ANEXO No. 3

Guía para el trabajo de campo en las festividades del día de muertos La presente guía es un instrumento que orienta la realización de la tarea propuesta, tratando de clasificar y ordenar lo requerido de la información. Por supuesto que esta primera guía no puede ser considerada como completa y acabada, todo lo contrario, está sujeta a cambios, anexos y modificaciones que se requieran una vez que hayan sido contrastada con lo investigado. 1.- Datos de la comunidad

1.1 Nombre 1.2 Municipio 1.3 Localización 1.4 Urbana – rural 1.5 Indígena – mestiza

2.- Creencias religiosas

2.1 Cosmovisión (agentes sobrenaturales). Mito sobre la muerte.

2.2 Práctica religiosa; mismas, responsos, rezos,

música, historias, etc.

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2.3 Concepción sobre la muerte en la vida cotidiana.

2.4 Concepción sobre la muerte en la tiempo festivo.

2.5 Creencias sobre las causas de la muerte. 3.- Culto a los muertos

3.1 Fiestas periódicas para los difuntos (cuándo, dónde).

3.2 Culto a los muertos. Cómo se realiza, por qué, dónde.

3.3 Descripción del culto. 3.4 Creencias sobre la inmortalidad.

4.- El ritual

4.1 Calendario ceremonial. (Días, horas y actividades). 4.2 Describir detalladamente el ritual para niños y para

adultos. 4.3 El duelo en mayores y menores. 4.4 Espacio (s)del ritual.(Describirlo: iglesia, hogar,

cementerio, escuela, etcétera). 5.- Preparativos para la ceremonia del día de muertos

3.1 Describir las actividades por día. 3.2 Organización (quién (es), cómo y dónde se

organiza).

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5.2.1 Institucional

5.2.2 Comunal 5.2.3 Familiar

5.2.3.1 Formas de participación de la mujer, de los hombres, niños y ancianos. 5.2.3.2 Distribución del tiempo en las ceremonias, cementerios, hogar, etcétera.

3.3 Vestuario, música, implementos, simbolismos. 6.- Creencias religiosas

6.1 Descripción de la ofrenda y su elaboración. 6.2 Tipo de ofrenda para cada ritual. 6.2.1 Ofrendas para adultos. 6.2.2 Ofrendas para niños. 6.3 Cuadros de santos, vírgenes, Cristos, etcétera. 6.4 Alimentos, bebidas y flores.

6.4.1 Material y elaboración. (Mole, pulque, alimentos, utensilios). 6.4.2 Tradicionales o comerciales.

6.5 Ubicación de la(s) ofrenda (s) 6.6 Las flores 6.6.1 Clases 6.6.2 Significado

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7.-Dimensión económica

7.1 Gastos en preparativos. Quién y cómo los efectúa (relacionar con organización 5.2).

7.2 Comida, dulces, plantas, flores, velas, etcétera. 7.3 Artesanías (su significado). 7.4 Máscaras (ritual y significado). 7.5 Juguetes.

8. Tradición que afecta la vida cotidiana

8.1 Nivel familiar 8.2 Nivel comunidad 8.3 Nivel estatal 8.4 Nivel nacional 8.5 Lo tradicional 8.6 Lo turístico

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ANEXO No. 4

Vocabulario otomí de algunas palabras utilizadas en la festividad del día de muertes

Cera  Y Flor  Dni Fruta  Ichi Cepasúchil  Rde dni Veladora  Yo ya vaso Cruz  Ponti Sahumerio  Ntusi Pan  Tjmi Bolillo  Tjmi ya teyPapas  Roca Mole  Y ga Pulque  Tsi Charales  Charale Hongos  Nyuni Tortillas  Mji Copal  Gitjoni Tamales  Tjidi 

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ANAXO No. 5

Calendario ceremonial de la festividad del día de muertos (Tejupilco)

Día  Hora  Actividades 31 de octubre  10:00 h  Se colocan las ofrendas para 

los niños. 

1 de noviembre  10:00 h  Colocación de ofrendas para adultos 

2 de noviembre  19:00h   7:00 h 13: 00 h 15:00 h 

Misa para los fieles difuntos. Misa – rosario Misa general en el panteón. Misa  en  la  Iglesia  para despedir a los difuntos. 

3 de noviembre  14:00 h  Recogen  los alimentos de  la ofrenda  y  proceden  al intercambio. 

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BIBLIOGRAFÍA

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“Cuando los muertos regresan”, se termino de imprimir en el mes de Octubre de 1997, en los talleres de Editora López Maníes, S.A. Av. Morelos Oriente 300, Col. Centro. Tel: 15-21-90. El tiraje fue de 500 ejemplares. Edición a cargo del Programa Editorial de la UAEM.

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