Cuéntame que te cuento Relatos Mes Enero 2015

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Cuéntame que te cuento Relatos Enero 2015 www.cuentamequetecuento.com Relatos inéditos publicados en www.cuéntamequetecuento.com/descubrete durante el mes de enero 2015.

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Relatos del mes de enero 2015 de cuéntame que te cuento

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Cuéntame que te cuento

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Relatos inéditos publicados en www.cuéntamequetecuento.com/descubrete durante el mes de enero 2015.

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Pedro Maravillas - 2015-01-09 - Montse Martinez Julia, Nacho y Laura esperaban la llegada de Pedro sentados en los bloques de cemento del descampado. Aquella tarde de sábado las pulsaciones no iban a mil al contacto de teclados virtuales ni tampoco fluían risas nerviosas cargadas de esteroides sexuales. Cabizbajos cada uno estaba sumido en sus pensamientos. «No tenía que haberle dado una hostia la semana pasada», se decía Julia. «Pero me dio mucho asco ver sus purulentos granos tan cerca de mí». Pedro tenía 14 años y en plena adolescencia su frente era una cordillera de volcanes liliputienses agolpados los unos a los otros a punto de erupción. El resto de su cara compensaba con creces su incipiente pubertad. Ojos grises, verdes o azules según incidiese los rayos del sol en su iris en el que a Julia le gustaba verse reflejada. El hoyuelo que buceaba debajo de su boca formaba un triángulo equilátero perfecto con los de sus mofletes. La misma geometría plana era perfilada por los lunares que tenía situados en su cuello, su oreja derecha y su labio superior. Isósceles era sin embargo el que aparecía dibujando el trazo entre los piercing de sus lóbulos y el que cosía su entrecejo. El horrible aparato que llevaba en primero de la ESO había colocado y perfilado sus dientes. Todas las chicas de clase querían ser mordidas por dentadura perfecta. «No, definitivamente no me gusta.» Se repitió una y otra vez Laura. «He visto como le mira las tetas a Laura. Es un gilipollas que ni siquiera se da cuenta que lleva sujetador de relleno».

Nacho recordó la primera vez que Pedro robó, el día en el que su padre se fue de casa. Habían pasado 6 meses desde aquella primera vez. «¿Por qué lo has hecho?» Le recriminó Nacho a Pedro. «Déjame en paz» respondió Pedro sin dejar de caminar dejando a Nacho tres pasos por detrás. Nacho se sentía triste. Quizás su mejor amigo podría ir a un reformatorio. Conocía a Pedro desde

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parvulitos, jugaban en el mismo equipo de basket y siempre le habían gustado las mismas chicas. Parecía que habían pasado años desde eso. Nacho estaba dolido. Pedro ya no le llamaba apenas. Le había sustituido por chicos de un curso superior, con más músculos, más tatuajes y monopatines. «Eres un plasta Nacho» fue lo último que le dijo su amigo la última vez que se vieron hacía un mes. Laura se mordía las uñas como si fueran pipas esperando la llegada de Pedro. «¿Qué voy a hacer yo si lo pierdo?». Los ojos se le humedecieron y Laura hizo un esfuerzo para que las lágrimas no brotaran y emborronasen sus ojos pintados. Tenía que estar guapa para él. No quería que se enfadase de nuevo si veía el maquillaje corrido. «Pareces una zorra» le dijo la última vez que lloró después de que su palma golpease su cara. Laura sacó un pañuelo del bolsillo y dio pequeños golpecitos sobre sus párpados. Haría todo lo que fuese para que Pedro no la dejase. La oscuridad fue acaeciendo y las farolas iluminaron sus rostros brumosos. En la lejanía Pedro apareció como una sombra escurridiza. Se acercó a los bloques de cemento y se sentó frente a ellos sin decir palabra. Sacó su móvil y empezó a teclear. Instantáneamente los teléfonos de Julia, Laura, Nacho emitieron un sonido. Había entrado un nuevo whatsapp en el grupo “amigos del barrio”. Al unísono cogieron sus móviles y abrieron la conversación. “SRY 121” Pedro Maravillas. El club de los cumplidos - 2015-01-13 - Isa Se preparó durante meses. Quienes lo conocían apostaban que aguantaría el peor de los golpes.

Sin embargo, en apenas dos segundos cayó fulminado en el suelo. Nadie supo lo que le susurró aquella rubia, que al irse afirmó “quizás estuviera preparado para recibir el peor de los golpes, pero ante un halago... se encontró absolutamente indefenso”

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Conquista mordaz - 2015-01-16 - Montse Martinez

Abro los párpados a la luz cálida del despertar, me remuevo y por un fino resquicio el frío de la noche pasada muerde mi alma. Un fluido negro emana por goteo y se inyecta en el rojo riego que me nutre. Disputa de colores. La pasión y la muerte se encaran. Comienza la lucha de abrazos sombríos. Salpicón de pigmentos. De tristeza ocre se tiñe el plasma que blande la peste a los inéditos pasos de mi ausencia. Dentro de mí la suciedad avanza, siembra campos de amargura, deshidrata las entrañas, mutila y acartona los tendones, opaca las pupilas y la piel resquebrajada embute mi cuerpo sin agua. Me ciega la nada y los ojos se defienden corriendo cortinas y cerrando ventanas.

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¿Me lo dices a mí? - 2015-01-20 “Una conciencia limpia es síntoma de mala memoria”. Por mis hijos (SFDK) Foto de Arantxa Iglesias. Somos el remedio - 2015-01-23 Foto de Harish Rao, https://www.flickr.com/photos/harish_rao “Cada uno de nosotros estamos, en los eventos que nos toca vivir, en alguna fase de dicha secuencia. En algunas situaciones nos vemos favorecidos por el remedio que otros produjeron pues cuando nacimos el remedio estaba. Es uno de los tantos regalos que heredamos de las generaciones que nos precedieron. En otros aspectos experimentamos el dolor y tenemos la fortuna de darle

luego, la bienvenida al remedio que lo cura, y por último, también nos toca experimentar el sufrimiento sin alcanzar a conocer su remedio. Esto sucede cuando nuestra vida particular transcurre durante ese lapso en el que ya se ha manifestado el problema y aún no se completó la gestación de su remedio. Somos, en ese caso, una parte de todo aquello que contribuirá a producir la futura solución. Así como hemos recibido el regalo de

la herencia de los logros, también participamos en la construcción de nuestro propio legado”. El asistente interior de Norberto Levy

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New penny - 2015-01-27 - Montse Martinez Las 8:50. Lucas tenía menos de 10 minutos para estar sentado en su puesto de trabajo. Salió del metro y subió las escaleras mecánicas adelantando por la izquierda a los vagos y a los impuntuales. Con la mirada ausente y el mp3 a toda hostia se dirigió a la oficina. El primer semáforo de la ruta estaba en rojo. Se quedó esperando. Miró el reloj, 3 minutos para en punto. Cruzó la calle en ámbar. Al llegar al otro extremo vio una moneda de cobre y la pisoteó. 3 zancadas más tarde Lucas recordó un relato que leyó sobre un pobre tipo que vivía con la mirada enfocada al suelo. “¡Sorpresa! Cinco céntimos. Deténgase en el dilema de rescatarla o no del suelo” ¿Quién se agacha para coger una jodida moneda de cobre? Pensó Lucas ante la estúpida reflexión del relato. Mientras, los pies, se paraban en seco. Volvió sobre sus pasos. Miró los coches retenidos en el semáforo, los mismos con los que ya se había cruzado una vez. Todos los conductores le observaban. Se agachó con desprecio a la fila de mirones ofreciéndoles el culo como respuesta a la jodida curiosidad. Recogió la moneda del suelo, «new penny». Una vez en la mano, Lucas retomó el camino. Acariciaba la moneda mientras caminaba y saltaba a la siguiente reflexión del relato “¿A qué tipo de persona se le habrá caído?”. Lucas se fijó con más detalle en ella. “Es de plástico” se sorprendió Lucas al descubrirlo. Es una jodida pieza de un juego de críos. Lucas leyó el relieve inscrito «play money». Sin dejar de caminar se metió en el bolsillo aquel objeto inservible que le haría llegar tarde al trabajo por primera vez en 5 años, 7 meses y 3 días. Aceleró el paso llegando a la puerta del edificio 5 minutos tarde. – “Lo siento señor, no puede pasar”, dijo el policía terminando de acordonar la zona del atraco.

Foto by Fg2 (Own work) [Public domain], via Wikimedia Commons

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Ojos negros - 2015-01-30 – Jesús Ovidio Gómez Me gusta la manera en que me miras, me dijo. Y la seguí mirando, pero más cerca y acariciándole también la mano, lentamente, engolosinado con el brillo de sus gigantes ojos de luto: tan oscuros, tan magnéticos, tan agujeros negros y yo tan planeta deseando ser atrapado. Me gusta cómo eres, eso me lo dijo también, eres muy bueno conmigo. Y sólo la barra del bar entre nosotros. Entre ella y yo. Entre un abrazo, primero, y un inevitable beso, después; por fin. Pero entraron por la puerta dos chicos y dos chicas, luego otros más y ya no estábamos solos, como antes que era pronto porque yo hace dos años que siempre vengo pronto para estar a solas con ella, pronto para todos los demás, y ahora ya muy tarde para ese primer beso. Empezaron a hablar alto, a decir cosas que a nadie le importan, y me dijo Espera que voy a atender, y la magia que explotó como una supernova. Pidieron unas cervezas y unas copas y un Sube la música que es viernes que la noche es joven. Sonó esa canción que yo sé que tanto le gusta y que tan bien baila, cómo la miraron todos, todas también: porque si ella baila, si ella ríe, no se puede mirar a otro sitio: sus ojos agujeros negros y todos los planetas del bar fuera de su órbita, dejando su rotación y su traslación de lado, todos queriendo ser colapsados. Me dijo Quieres algo, cariño. A ti te quiero, Te quiero a ti, pero no se lo dije. Claro, guapa, ponme un tercio cuando puedas. Eso sí se lo dije, lo otro sólo lo pensé. Pensar esas cosas y no decirlas, duele. Como el tiempo cuando pasa despacio, que también duele. Porque ya era tarde para aquel beso, tarde para estar solos y para decirle Sabes, niña, que te quiero, Que te he querido siempre, Desde antes de que trabajases aquí, Sí, desde que nos presentó mi amigo Rafa, que entonces trabajaba contigo, y que celebraba su trigésimo cumpleaños, Desde aquella noche es que te quiero. Te invito, me dijo, por la compañía. Y yo le dije Gracias, pero no tienes porqué, me encanta estar contigo. Ella me dijo Qué bueno eres, Antonio. Nunca me había sonado tan bien mi nombre como en su boca: en sus labios abriéndose (An), cerrándose adelante como tirando un beso (to) y otra vez a medio abrirse (ni) y a cerrarse rápido (o). Así, a cámara lenta. Mi nombre bailando en sus labios y yo loco por besarlos. Por besarla. Te quiero, le dije. Ahora sí, se me había escapado, sin pensarlo, y ella había abierto sus grandes agujeros negros: estaba poniendo cara de sorpresa y como de preocupación, de que no me encaja, de Yo a ti te quiero, pero no te quiero así, Antonio, de Somos amigos. Pero no me lo dijo, acercó su mano hasta mi cara y acarició mi mejilla, yo me quise morir y colapsar y desaparecer dentro de sus órbitas. No podía ser peor, no podía seguir adelante, tenía que marcharme, perderme para siempre y no volver. Pero no, seguí allí sentado, mirándola, celándome de los otros, de todos, rumiando esas palabras que no tenía que haber dicho y sobre todo de las que ella no dijo, que ya lo habían cambiado todo para siempre porque ella no me quería y yo a ella sí.

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Ahora no me dice nada, no puede. Porque tenía que ser mía o de nadie, por eso esperé a que se fueran todos. Cómo duele el tiempo cuando pasa despacio, cómo duele el desprecio y la caída. Salí con ella a la calle para que echara el cierre y le dije Te acompaño así hablamos, pero ella no dijo mucho, sólo dijo Antonio, lo siento. Ninguno dijo nada más. Mis pasos, el dolor de su eco en la noche, el retintín de sus tacones piqueteando en mi vergüenza. Su casa estaba cerca. No era la primera vez que la acompañaba ni la primera vez que aparcaba mi coche allí en previsión de acompañarla o de que algo bueno pasase por fin. Pero hoy no era una noche más, era la última, ni una noche más de Gracias por acompañarme, Antonio, de Hasta mañana y nada más, Antonio. Hoy era distinto, yo le había dicho Te quiero y ella me había dicho Antonio, lo siento. No me dijo nada. Y yo tampoco. Nos miramos sin despedirnos y yo supe que todo se había acabado y la empujé contra el cristal del portal. Aprovechando su desconcierto, la cogí en volandas subiéndomela al hombro y, mientras gritaba, pataleaba e intentaba soltarse, abrí el maletero del coche y la eché dentro. Lo cerré y poco a poco sus gritos se fueron ahogando, si antes no había dicho nada tampoco la quería oír más. Todo pasó muy rápido, la calle a esas horas estaba vacía y oscura, podríamos haber sido unos chiquillos tonteando o armando jaleo o unos gatos enamorados. No me dice nada porque no puede. Está en mi casa, sentada en mi cama como siempre quise. Un bocado de dos vueltas de cuerda fuertemente atadas a la nuca la amordaza, no le permite hablar y le obliga a sonreír, pero ya no está tan guapa, tiene una sonrisa triste, de joker, de payaso. Eso sí sus ojos, aunque enrojecidos por el llanto, siguen siendo grandes: tan oscuros, tan magnéticos, tan agujeros negros y yo tan planeta deseando ser atrapado. ©Jesús Ovidio Gómez Montes https://chusovi.wordpress.com/2015/01/27/ojos-negros/