Cuento Majo

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Para Majo En la parte superior de la valija, Patricia colocó un vestido negro, corto y elegante. Había dudado bastante entre llevar dos camperas y un blazer o al revés. En Italia estaba haciendo calor pero las noches podían ser frescas. Finalmente se decidió por un blazer azul y otro blanco. ¡Estaba tan acostumbrada a hacer la valija! Su carrera de periodista la había llevado a visitar multitud de países; pero ahora se iba una vez más a su adorada Italia, ¡y nada menos que a Florencia! Ya en la cola de migraciones del aeropuerto se dio cuenta de que el vuelo estaba lleno. A su lado una mujer comenzó a hablarle en francés creyendo que Patricia era de esa nacionalidad. Ella contestó correctamente y de modo natural. Cuando la mujer le preguntó de qué parte de Francia provenía, le aclaró que era argentina. Dio la casualidad de que las dos tenían asientos en la misma fila central separadas por un hombre no muy alto pero fornido. Patricia se dio cuenta de que era mucho más joven de lo que parecía aunque los rasgos serios de su cara le daban el aspecto de alguien más maduro. Llevaba el cabello muy corto y tenía manos fuertes y cuadradas. Patricia y la señora francesa, que se llamaba Nicole, intercambiaron una mirada de interrogación alzando las cejas. Dos horas después del despegue les sirvieron la comida en los típicos potecitos de plástico. Nada del menú era demasiado bueno ni malo. Patricia picó un poco entre las cosas que más le gustaban y se puso a mirar de soslayo la bandeja de la que comía su compañero de viaje. Este tomaba cada recipiente y lo vaciaba a toda velocidad hasta el final, raspando los bordes para no dejar una miga. Cuando terminó hizo lo mismo 1

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historia de una periodistaen apuros

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Para Majo

En la parte superior de la valija, Patricia colocó un vestido negro, corto y elegante. Había dudado bastante entre llevar dos camperas y un blazer o al revés. En Italia estaba haciendo calor pero las noches podían ser frescas. Finalmente se decidió por un blazer azul y otro blanco.

¡Estaba tan acostumbrada a hacer la valija! Su carrera de periodista la había llevado a visitar multitud de países; pero ahora se iba una vez más a su adorada Italia, ¡y nada menos que a Florencia!

Ya en la cola de migraciones del aeropuerto se dio cuenta de que el vuelo estaba lleno. A su lado una mujer comenzó a hablarle en francés creyendo que Patricia era de esa nacionalidad. Ella contestó correctamente y de modo natural. Cuando la mujer le preguntó de qué parte de Francia provenía, le aclaró que era argentina.

Dio la casualidad de que las dos tenían asientos en la misma fila central separadas por un hombre no muy alto pero fornido. Patricia se dio cuenta de que era mucho más joven de lo que parecía aunque los rasgos serios de su cara le daban el aspecto de alguien más maduro. Llevaba el cabello muy corto y tenía manos fuertes y cuadradas. Patricia y la señora francesa, que se llamaba Nicole, intercambiaron una mirada de interrogación alzando las cejas.

Dos horas después del despegue les sirvieron la comida en los típicos potecitos de plástico. Nada del menú era demasiado bueno ni malo. Patricia picó un poco entre las cosas que más le gustaban y se puso a mirar de soslayo la bandeja de la que comía su compañero de viaje. Este tomaba cada recipiente y lo vaciaba a toda velocidad hasta el final, raspando los bordes para no dejar una miga. Cuando terminó hizo lo mismo con el pan, la manteca, el queso y la pequeña botella de vino tinto que había elegido.

Patricia se preguntó qué interpretación podía dársele a este modo de comer. Mientras, con mucha habilidad el muchacho se había sacado las botas y calzado unas gruesas pantuflas de piel de cordero. De su mochila sacó una gorra poniéndose la visera sobre los ojos y se durmió. Cuatro horas después aún no había movido un solo músculo.

La señora francesa también dormía profundamente. Patricia pensó en leer o ver alguna película, pero el pensamiento del trabajo que debía hacer en Italia le volvía una y otra vez a la cabeza. La revista para la que trabajaba le había encargado investigar un contrato cuya primera parte se había firmado en Nueva York y la segunda debía firmarse en Florencia. El documento trataba sobre el derecho a editar un libro con la colección más importante de fotos sacadas a las obras de Miguel Angel. El fotógrafo, muerto hacía poco, había dejado sus álbumes en un pen drive bajo la custodia de un banco dado el carácter

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inédito de las fotografías y su calidad. Eran las obras de un genio fotografiadas por otro genio.

El problema, que aún no se había hecho público radicaba en que, en la parte de la colección dedicada a los dibujos aparecían veinte de ellos que eran totalmente desconocidos. En una palabra: había veinte fotos de dibujos que hasta el momento nadie sabía que existían; estaban las fotos, pero los originales se desconocía donde se hallaban. Ningún museo reconocía tenerlos. ¿Eran realmente auténticos?

La misión de Patricia consistía en recoger la mayor cantidad de información posible. Sabía que esa semana en Florencia iba a haber una reunión entre especialistas de arte y los asesores de la editorial norteamericana que quería comprar los derechos de las fotos. ¿Estaban comprando un descubrimiento fundamental para la historia del arte o una estafa?

Sin darse mucha cuenta Patricia comenzó a cabecear y al rato se había dormido. En el momento en que despertó se dio cuenta de que el asiento de al lado estaba vacío. El chico había pasado sobre ella con tanta agilidad que ni la había tocado. Un dato más para confeccionar el perfil de este personaje a quien le sentía un aura misteriosa. Al rato vio que a través de las cortinas ya se notaba la luz. En un rato estarían en Fiumiccino, el aeropuerto de Roma. Como siempre que se acercaba a un lugar querido, a Patricia le surgió del alma un gracias a Dios.

Cuando hubieron recogido el equipaje y pasado la aduana, Nicole, la señora francesa, le ofreció llevarla al centro ya que a ella la venían a buscar en auto. Patricia le agradeció pero rehusó el ofrecimiento. Le convenía tomarse el bus que justo la dejaba en la estación de trenes de Roma. Desde allí, en dos horas ya estaría en Florencia.

No bien llegó a esta ciudad se encaminó a su hotel. Era pequeño, de una habitación por piso, a los que se subía por medio de una escalera de caracol. No había ascensor y cada vez que Patricia trepaba la escalera veía en la puerta del primer piso la chapa de bronce que decía: “Acá estuvo resguardado el cuadro La Gioconda de Leonardo Da Vinci durante la Segunda Guerra Mundial”.

Le daba un poco de claustrofobia su hotel mínimo pero era limpio, estaba en el centro y además era discreto. La misión de Patricia en Florencia sólo era conocida por su jefa y por otra periodista de toda confianza. Ella no la había comentado con nadie e hizo pasar este viaje como uno de los tantos que realizaba para preparar artículos culturales.

Se sentó en la cama con la computadora y la agenda sobre las piernas. Nunca viajaba sin una libreta donde poder tomar notas a mano. Había hecho una lista:

-Confirmar lugar y hora de la reunión internacional

-Averiguar domicilio actual del encargado de custodiar las fotos en el banco

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-Historiador del arte con quien tengo que hacer contacto: Dantis Le Roy (tiene la información de los dos ítems anteriores)

Lo primero entonces, contactarse con Le Roy teléfono. Sabía que era un suizo políglota con quien podía hablar en el idioma que quisiera. ¿Y por qué no en español? La voz de él, cuando contestó, le resultó extremadamente cortés, casi amanerada. Pero cuando ella le preguntó en francés si podían hablar en castellano, él se rió de un modo espontáneo y simpático. No le hizo muchas preguntas. Quedaron en encontrarse al día siguiente en un desayuno de trabajo.

Dantis Le Roy era el típico europeo, delgado, de cabello corto, piel y ojos muy claros y labios finos. No era justamente el tipo de hombre que atrajera a Patricia pero su tranquilidad le daba confianza. Le presentó un panorama muy completo del problema aunque nada que Patricia no supiera. Cuando ella intentó ahondar en alguno de los detalles como el tema de la autenticidad de las fotos, o cómo conectarse con quien las custodiaba, le dio a entender que no podía revelarle esos datos. Patricia comenzó a impacientarse y él lo notó. Muy discretamente levantó la mano en señal de que esperara. Luego corrió sobre la mesa su servilleta hacia ella. Adentro había un pequeño papel doblado.

Cuando salió a la calle, Patricia se dirigió hacia Santa Maria degli Angeli, una de las iglesias renacentistas más importantes de Florencia. Adentro se ubicó entre un grupo de turistas que admiraban una escultura y abrió el papelito que llevaba en la mano. Decía: “Portón de casa Buonarotti, 21 hs”. Rompió la nota en pedacitos y se dirigió a su hotel. Al entrar en su habitación vio que la cama estaba hecha y que habían pasado la aspiradora. Algo le llamó la atención: detrás de la puerta la moquette aparecía levantada y sobresalía del zócalo casi 20 cm.

Tenía seguridad de que eso no estaba así cuando salió esa mañana. Su primera reacción fue acercarse para ver de qué se trataba, pero le entró miedo: ¿habría una cámara oculta en la habitación? Meditó un momento y decidió investigarlo. Prefería correr el riesgo y no perder una información que podía ser importante. Debajo de la moquette había otro papelito con un mensaje: “Portón de casa Buonarotti 21 horas: No Vayas”. Se sentó en la cama porque se sentía un poco mareada; posiblemente de nervios –pensó. Necesitaba salir a la calle, distraerse y después pensar.

Tenía un montón de tareas para esa tarde relacionadas sobre todo referidas al armado de una fachada para cubrir el verdadero motivo de su viaje. Sacó fotos, entrevistó a turistas y les hizo un reportaje especial a varias guardias de museos. Mientras caminaba con uno de ellos por la Galleria degli Uffizi algo la sobresaltó: le pareció ver a Nicole, su compañera de viaje, que pasaba velozmente de una sala a otra. Se apuró a terminar el reportaje y dio una vuelta por el museo a ver si la encontraba, pero había desaparecido.

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Cuando salió a la calle ya estaba oscureciendo. Mucha gente joven, sobre todo orientales, se dirigían a las trattorias y otros a los pubs que estaban un poco más lejos. A Patricia le dio una puntadita de envidia y de añoranza de sus amigos de Buenos Aires. Pero no tenía tiempo de ponerse a pensar en esas cosas. Quería ir al hotel a cambiarse y comer algo antes de la cita en la casa Buonarotti. Subió a la habitación y vio que estaba en perfecto orden sin ningún signo de que alguien hubiera estado después que ella. Se puso unos jeans y metió lo esencial del contenido de la cartera en los bolsillos de la campera.

Justo abajo del hotel había una tavola calda. Se sentó en la larga mesa entre varios chicos que por el acento, parecían canadienses. No entabló más conversación que la indispensable para no parecer antipática porque era el último rato que tenía para terminar de decidirse, entre ir a la cita a pesar de la advertencia o quedarse tranquila a ver qué pasaba. Con el último bocado de la pizza decidió que sí: era mejor arriesgarse y no volver a Buenos Aires sin haberse enterado de nada.

La casa Buonarroti, donde había vivido el artista quedaba muy cerca del centro pero en una callejuela angosta y mal iluminada; lugar discreto para un encuentro pero también peligroso. Dobló la esquina, miró el reloj para asegurarse la hora, y vio que estaba llegando con 15 minutos de adelanto. En ese instante una mano le agarró la boca con tanta fuerza, que no pudo reaccionar antes de ser arrastrada a un portal donde la amordazaron y le ataron las manos con cinta de embalaje. Le golpeaba el corazón con fuerza y tomo aire por la nariz profundamente para disipar el aturdimiento.

De atrás de ella salió un hombre con una gorra que le hizo acordar a alguien. Cuando se la saco no lo podía creer: era el chico que había viajado con ella en el avión. El puso las manos por delante haciendo señas para que no hiciera ruido ni hablara. Luego señaló hacia arriba y a la izquierda donde había una escalera que se perdía en la oscuridad. Cuando él se dio cuenta de que ella ni pensaba subir unió las manos como si estuviera en oración y movió los labios con un "por favor" silencioso.

A Patricia le entraron ganas de reírse por el absurdo de la situación pero no pudo porque la cinta que le hizo ver las estrellas al mover la boca. Le volvió la furia, pero no le quedaban más opciones, así que decidió subir con él. Arriba había una linda sala, apenas iluminada. El se quedó parado frente a ella.

- Soy Santiago y ante todo te pido mil disculpas, pero estabas en peligro y necesitabas salir de ahí, rápido y en silencio, - Patricia movió las cejas en señal de protesta. - Ya mismo te voy a sacar esa cinta horrible que tuve que ponerte -más señales de enojo de ella, -pero tenés que tener paciencia para que pueda hacerlo sin que te duela.

Sacó un cortaplumas con una tijerita diminuta y sin hablar más, fue cortando con cuidado la cinta en muy pequeños trozos. No bien terminó le puso en la mano un frasquito:

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-No hables hasta que te hayas masajeado bien la zona dolorida con esta loción y ya no te arda. Mientras te voy a desatar las manos.

Terminada la operación le acercó una silla y puso otra enfrente para él. Sacó una botella de vino y dos vasos del armario y los sirvió.

-Perdoná, pero primero voy a hablar yo hasta que vos te sientas mejor, y así poder explicarte bien todo este lío. Como te podés imaginar, estoy al tanto de para qué viniste y de mucho más. Esperá, esperá… por ahora, descansá mientras te cuento. La reunión entre el grupo editorial y el banco que custodia las fotos va a ser mañana; mucho antes de lo que todo el mundo pensaba. Vos y Nicole fueron las primeras periodistas en llegar; sí, Nicole vino a lo mismo que vos. ¿Cuál es el problema? Que los dibujos de Miguel Angel que se dicen desconocidos son falsos, pero van a ser vendidos y publicados de todas maneras. Ni a la editorial ni a nadie les interesa tener periodistas investigando antes de que el negocio se cierre; mañana a las 10 de la mañana se firman los papeles. La idea era hacerlas desaparecer a ustedes esta noche. La policía ya estaba avisada para que no le diera mucha importancia al breve secuestro de ustedes.

-Y,¿dónde está Nicole?

-Ya está a salvo; te vas a reír de lo que planificamos para tenerlas seguras a las dos. Como sabés esta ciudad se encuentra entre dos colinas, cada una con su convento en lo alto.

-Sí, San Miniato y Fiésole.

-Y a vos te toca San Miniato. Los benedictinos blancos… En la hospedería te podés quedar sin que nadie más se entere. Con que aparezcas mañana a mediodía y cubras el evento como si todo hubiera sido normal, nadie te va a molestar.

-Santiago, tengo millones de cosas que preguntarte. Pero dos fundamentales; una: ¿me secuestraste para que no me secuestraran? No tiene sentido. Segunda: ¿vos te crees que yo voy a publicar mi artículo como si todo fuera normal, como si los dibujos fueran auténticos y no hubiera ningún engaño? Soy periodista, no mentirosa.

-Te voy contestando. A lo primero: podés ya considerarte libre. Las personas que te citaron a través de tu “amigo” Dantis Le Roy todavía están en casa Buonarrotti; podés reunirte con ellos cuando quieras. A lo segundo: ¿quién te va a creer si escribís la verdad? O mejor: la parte de verdad que sabés. En tercer lugar, pero esto sólo es un consejo, no un pedido: confiá en mí. A mí me parece que no te queda otra.

-Pero, ¡si ni sé quién sos! ¿cómo voy a confiar?

Una sonrisa divertida se le dibujó en la cara a Santiago. Patricia tuvo que hacer un esfuerzo para no rendirse inmediatamente y dejar de lado sus dudas sin pensar más.

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-Es verdad que casi no hemos tenido contacto –dijo él-; salvo, -y volvió a sonreír- las dos horas que estuve en mi asiento con tu pelo sobre la cara mientras vos dormías.

-¡Qué horror, me hubieras despertado!

-Ningún horror, al contrario.

Los dos se rieron. Pero Patricia no soportaba decidirse sin entender primero. El la comprendía pero se encogió de hombros.

-No te puedo decir más, lo siento; espero de todo corazón que decidas bien. Si querés, vas a la casa de al lado; si no, avisame en no más de veinte minutos y vamos a San Miniato. Yo voy a estar vigilando la calle desde la planta baja.

-Esperá, algo te quiero preguntar: una vez que me dejes en la abadía de San Miniato, ¿adonde vas?

- No te lo puedo decir.

-Listo, entendí, vamos entonces.

Santiago fue hasta el pasillo, colocó una escalera y abrió la tapa de un altillo. Una vez arriba, abrieron la ventana que daba a los techos y fueron saltando de uno a otro hasta el lado opuesto de la manzana. Bajaron gracias a una escalerita exterior y caminaron rápido hasta la avenida por donde pasaba el tranvía. Era el último de la noche y eran los únicos pasajeros. Patricia se alegró de sentir el cuerpo fuerte de Santiago sentado al lado.

-Prometeme que vas a tener cuidado y no vas a hacerte el héroe.

-Epa, qué es eso de andar adivinando qué voy a hacer ahora.

-Acordate que tenés que contarme muchas cosas todavía.

-Por supuesto que voy a vivir para contarla… y más que nada para contarte todo a vos.

EPÍLOGO

En una extraña situación, el grupo editorial que iba a comprar los derechos de las fotografías inéditas de dibujos de Miguel Angel abortó la operación. Se dice que al abrir la caja de seguridad del banco donde se guardaba el pen drive donde el autor había dejado sus fotos, éste había desaparecido. Un extraño rumor afirma que en su lugar había aparecido una manzana. Se supone que la desaparición fue perpetrada por algún grupo comando especializado. Con un sentido del humor muy peculiar, por cierto.

Florencia, octubre de 2015

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