Cuentos de la resistencia

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Cuentos En busca de la luz (1a parte) Hace muchos años en un lugar muy, muy lejano, vivían los llamados “hombres libres”, hombres trabajadores que habían traído la prosperidad a sus tierras, que eran brillantes y llenas de vida. La gente vivía tranquila hasta que un día, el hombre que gobernaba esas tierras, un misterioso ser que recurría a las artes oscuras y de tramposa palabra, misma que era exacerbada por un raro brebaje que injería todas las mañanas. Ese día la pócima le trastoco la mente, antes, solo era tonto y errático; ahora se había vuelto agresivo, no estaba en sus cabales, decía que los dioses le habían ordenado robar la luz para entregársela a los amos del universo, y el tonto brujo emitió un edicto fatal, lanzó un conjuro que daño todo lo que vivía en ese lugar, la luz se fue. El enojo de los amos del universo no se hizo esperar, la luz no llego a ellos, se había perdido. Ese día, las tierras de los hombres libres fueron asoladas. Un negro manto cubrió los cielos y la mar se llenó de una gruesa neblina que no permitía ver más allá de la playa. La luz se había ido, la oscuridad y las sombras cubrieron por completo los terrenos que antes eran fértiles. El libro de la ley había sido violado por negro conjuro. Había que hacer algo, ya que se hacía imposible seguir así, se tenía que restituir el orden natural de las cosas, había que ir a buscar la luz. Por su parte, el testaferro del rey, un lúgubre personaje apodado el “liquidador”, ofreció a los hombres libres la posibilidad de seguir viviendo en esas tierras si antes aceptaban algunas monedas en compensación por el pequeño daño que habían sufrido, pero también, si accedían a obedecer en todo, al torpe rey. Los habitantes iban de allá para acá tratando de entender lo que pasaba. En la playa, estaba el líder de los “hombres libres” conocido como el “General”, hombre cabal y valiente, capitán de una imponente nave que se encontraba lista para zarpar, había pocas provisiones pero sin embargo, lo necesario para aguantar el viaje. Una batalla se hubiera podido enfrentar y ganar con este monstruo naval con la tripulación completa, ya que ésta, estaba formada por hombres valientes herederos de la más antigua tradición de guerreros, hombres sin igual no había en toda la región, libradores de múltiples combates en donde siempre salieron victoriosos, gracias al libro de la ley, código que regulaba todo a su alrededor. Hijos y nietos de grandes guerreros formaban este ejército, siempre dispuestos a la lucha y sin miedo a enfrentarse a las huestes del rey o del liquidador. Arengas, gritos y porras animaban a la gente, siempre dispuesta para la lucha. En esta ocasión era diferente, los peligros eran otros, no había que pelear con hombres, había que recuperar la luz, para que todo volviera al orden natural. El viaje sería incierto y difícil. El “General”, había consultado con los sabios, quienes le aconsejaron llevar a los hombres en busca de la luz, de otra forma, ésta nunca regresaría. El General entonces citó a todos, hombres y mujeres, les dijo que nadie debía quedarse, que todos tenían que ir a buscar la luz para restituir el orden natural de las cosas, todos accedieron. Ya dispuestos estaban los hombres, listos para zarpar, cuando apareció un hombrecillo caminando de entre la multitud apodado el “Gordo”, diciendo –No podemos ir allá, el mar es salvaje, la neblina es muy densa y no sabremos hacia dónde ir, irremediablemente nos perderemos en el camino y posiblemente nunca regresemos-. De inmediato, aparecieron dudas, el desconcierto cubrió las mentes de los hombres y las mujeres -¿Qué hacemos?- preguntaban. No se hizo esperar la voz del "General" , se dirigió a todos diciendo -Estamos frente a lo desconocido, nunca antes nos habíamos enfrentado a igual situación, sin embargo, tenemos a los mejores hombres y mujeres y podemos llegar a nuestro destino si nos lo proponemos, del otro lado de este mar embravecido y cerrado por la niebla, está la luz que nos fue robada, tendremos que traerla, tenemos que restituir el orden natural de las cosas para nosotros y nuestras familias- , el ridículo hombrecillo a quien apodaban el “Gordo” seguía gritando que no debíamos ir, que todo estaba perdido, que mejor nos rindiéramos y aceptáramos el dinero que ofrecía el liquidador. Que allá en la mar, no había nada, que jamás encontraríamos la luz. Muchos hombres abandonaron el barco y se acercaron al “gordo”, con la mirada perdida pensando en las muchas monedas que iban a recibir le empezaron a escuchar. El gordo seguía diciendo -Debemos quedarnos en tierra y tomar, lo que esta tierra nos ofrece, podemos formar grupos de trabajo para salir adelante y brindar tributo al que gobierna este

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Ricardo Grostieta García Operación Subestaciones

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Cuentos

En busca de la luz (1a parte)

Hace muchos años en un lugar muy, muy lejano, vivían los llamados “hombres libres”, hombres trabajadores que habían

traído la prosperidad a sus tierras, que eran brillantes y llenas de vida.

La gente vivía tranquila hasta que un día, el hombre que gobernaba esas tierras, un misterioso ser que recurría a las

artes oscuras y de tramposa palabra, misma que era exacerbada por un raro brebaje que injería todas las mañanas. Ese

día la pócima le trastoco la mente, antes, solo era tonto y errático; ahora se había vuelto agresivo, no estaba en sus

cabales, decía que los dioses le habían ordenado robar la luz para entregársela a los amos del universo, y el tonto brujo

emitió un edicto fatal, lanzó un conjuro que daño todo lo que vivía en ese lugar, la luz se fue. El enojo de los amos del

universo no se hizo esperar, la luz no llego a ellos, se había perdido. Ese día, las tierras de los hombres libres fueron

asoladas. Un negro manto cubrió los cielos y la mar se llenó de una gruesa neblina que no permitía ver más allá de la

playa.

La luz se había ido, la oscuridad y las sombras cubrieron por completo los terrenos que antes eran fértiles. El libro de la

ley había sido violado por negro conjuro. Había que hacer algo, ya que se hacía imposible seguir así, se tenía que restituir

el orden natural de las cosas, había que ir a buscar la luz.

Por su parte, el testaferro del rey, un lúgubre personaje apodado el “liquidador”, ofreció a los hombres libres la

posibilidad de seguir viviendo en esas tierras si antes aceptaban algunas monedas en compensación por el pequeño

daño que habían sufrido, pero también, si accedían a obedecer en todo, al torpe rey. Los habitantes iban de allá para

acá tratando de entender lo que pasaba.

En la playa, estaba el líder de los “hombres libres” conocido como el “General”, hombre cabal y valiente, capitán de una

imponente nave que se encontraba lista para zarpar, había pocas provisiones pero sin embargo, lo necesario para

aguantar el viaje. Una batalla se hubiera podido enfrentar y ganar con este monstruo naval con la tripulación completa,

ya que ésta, estaba formada por hombres valientes herederos de la más antigua tradición de guerreros, hombres sin

igual no había en toda la región, libradores de múltiples combates en donde siempre salieron victoriosos, gracias al libro

de la ley, código que regulaba todo a su alrededor.

Hijos y nietos de grandes guerreros formaban este ejército, siempre dispuestos a la lucha y sin miedo a enfrentarse a las

huestes del rey o del liquidador. Arengas, gritos y porras animaban a la gente, siempre dispuesta para la lucha. En esta

ocasión era diferente, los peligros eran otros, no había que pelear con hombres, había que recuperar la luz, para que

todo volviera al orden natural. El viaje sería incierto y difícil. El “General”, había consultado con los sabios, quienes le

aconsejaron llevar a los hombres en busca de la luz, de otra forma, ésta nunca regresaría.

El General entonces citó a todos, hombres y mujeres, les dijo que nadie debía quedarse, que todos tenían que ir a buscar

la luz para restituir el orden natural de las cosas, todos accedieron.

Ya dispuestos estaban los hombres, listos para zarpar, cuando apareció un hombrecillo caminando de entre la multitud

apodado el “Gordo”, diciendo –No podemos ir allá, el mar es salvaje, la neblina es muy densa y no sabremos hacia

dónde ir, irremediablemente nos perderemos en el camino y posiblemente nunca regresemos-. De inmediato,

aparecieron dudas, el desconcierto cubrió las mentes de los hombres y las mujeres -¿Qué hacemos?- preguntaban. No

se hizo esperar la voz del "General" , se dirigió a todos diciendo -Estamos frente a lo desconocido, nunca antes nos

habíamos enfrentado a igual situación, sin embargo, tenemos a los mejores hombres y mujeres y podemos llegar a

nuestro destino si nos lo proponemos, del otro lado de este mar embravecido y cerrado por la niebla, está la luz que nos

fue robada, tendremos que traerla, tenemos que restituir el orden natural de las cosas para nosotros y nuestras familias-

, el ridículo hombrecillo a quien apodaban el “Gordo” seguía gritando que no debíamos ir, que todo estaba perdido, que

mejor nos rindiéramos y aceptáramos el dinero que ofrecía el liquidador. Que allá en la mar, no había nada, que jamás

encontraríamos la luz.

Muchos hombres abandonaron el barco y se acercaron al “gordo”, con la mirada perdida pensando en las muchas

monedas que iban a recibir le empezaron a escuchar. El gordo seguía diciendo -Debemos quedarnos en tierra y tomar, lo

que esta tierra nos ofrece, podemos formar grupos de trabajo para salir adelante y brindar tributo al que gobierna este

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lugar, le trabajaremos y nos rendiremos a su culto, de esa manera, el rey nos perdonará la vida y nos dejará vivir

tranquilos por siempre. Lo importante es quedarnos aquí, estaremos más seguros. Zarpar en estas condiciones, es una

locura, nadie le gana al rey-.

En ese momento, el General y sus hombres subieron a su nave y dijo: -Estamos listos para surcar los mares, cruzaremos

la oscura niebla y finalmente llegaremos a nuestro destino. Recuperaremos nuestra forma de vida y viviremos como

hombres libres, nuestra tradición de muchos años, de hombres y mujeres valientes, no nos permite rendirnos ante

ningún amo-.

Todos escucharon atentos y con total arrojo subieron a la nave con el General. La escalinata y las anclas fueron levadas,

las velas se hincharon y la nave se movió, entrando a la espesa niebla. Algunos cobardes se lanzaron al agua y regresaron

a la orilla, donde los hombres que habían seguido al Gordo gritaban -¡Regresen, allá no hay nada! ¡Morirán en el

intento! El Cerdo tomo la voz y dijo -Nosotros, estamos bien aquí, no tenemos por qué arriesgarnos

Hombres y mujeres valientes, con el corazón henchido de esperanza, con una chispa en la mirada, sabedores que allá,

del otro lado de la niebla, cruzando el mar, se encontraba la tierra donde encontrarían la luz. Sabían que iban a

encontrar penurias en el camino, pero al final, las nieblas se irían, la claridad volvería a tocar su rostro y un día, en el

horizonte, verían la tierra donde estaba la luz y la fuerza para reconstruir lo que les habían quitado. En sus manos

llevaban el libro de la ley.

Este cuento lo hice pensando que pudiera ayudar a nuestros hijos pequeños a entender porque no tenemos trabajo y

porque no aceptamos las monedas que el liquidador nos ofreció. Sabemos que como los hombres del General,

encontraremos el destino anhelado por todos los que estamos en la resistencia.

¡Hasta el triunfo compañeros!

Ricardo Grostieta García

Operación Subestaciones

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Los hombres del General (2a parte)

Muchos días pasaron y la tripulación de la nave se encontraba agobiada, las provisiones empezaban a escasear y el agua

faltaba, la poca que había sabia mal, pareciera como si una maldición hubiese caído sobre nosotros.

Los más fuertes alentaban a los decaídos, aunque había momentos en que no parecía haber esperanza.

La desesperación empezó a hacer presa de los más jóvenes. Hubo quienes sin explicación alguna se aventaron por la

borda, por momentos se oían sus gritos, pero al final, nada, se perdían en la negrura del mar: no quedaba rastro de

ellos.

Hubo quienes manifestaron su desconcierto y desesperación, pero no por mucho, se hablaba con ellos y

se conseguía algo en que ocuparlos, al final terminaban convencidos, reanimados para seguir con sus jornadas más

tranquilos; de vez en cuando se oía de alguien que se había arrojado por la borda pensando que quizás las corrientes los

pudiesen llevar a tierra firme, de regreso -pero eso no era posible, quien saltaba del barco no podía regresar- no había

manera de que pudieran regresar a la nave. El mar se los tragaba, se perdían.

Había ocasiones en que el cielo se abría y podíamos mirar su color azul, nubes altas y algunas veces una fresca brisa que

golpeaba nuestro rostro; nada que pudiera empujar la nave o que nos llevara más allá, ni siquiera para hinchar las velas;

pero nos fortalecía sentir que había señales, esperábamos que la próxima fuera la ráfaga pudiera empujar el barco para

seguir la marcha hacia nuestro destino.

Cierto día, amaneció claro y despejado, tuvimos la oportunidad de mirar el horizonte: a lo lejos nubes negras anunciaban

tormenta. Lo espeso de las nubes y ese movimiento lento y pesado debieron darnos ánimos pero no fue así, había algo

raro en esas nubes, algo que no se puede explicar con palabras pero nos erizó los bellos, una sensación de calofríos

recorrió nuestros cuerpos. Poco tiempo después "el General" salía por la parte alta de la nave para dirigir la estrategia,

para dar instrucciones. Había que prepararse, la tormenta era más grande de lo que pensábamos, había que preparar la

nave para soportar el duro embate de la tormenta que se avecinaba, había que guarecerse.

Antes de que cayera la primera gota de lluvia se aproximaron varios hombres, no los más grandes, ni los más

experimentados, pero si eran valientes.

Una antigua historia decía que cuando la furia de la tormenta era como la que estábamos presenciando, se debía de

ejecutar un sacrificio: había que ofrecer la vida de algunos de los hombres. Muchos se ofrecieron pero solo unos pocos

fueron los elegidos. El sacrificio correspondía en atarse afuera, en la cubierta mientras la furia de la tormenta azotaba el

barco, se decía también que de no hacerlo, todos morirían. Rápidamente y antes de entrar en las turbulentas aguas,

estos hombres fueron atados fuertemente en las partes más firmes de la nave, mientras durara la tormenta no podrían

comer ni beber nada, ya que cualquiera que osara salir a cubierta moriría sin remedio.

Así lo hicieron, quedaron atados para recibir el golpe de la tormenta a fin de que todos salieran con vida de la infernal

tormenta. El aire silbaba al toque con la madera, las tablas crujían: había que entrar.

Un golpe terrible y una sacudida que casi nos tumba al piso nos hizo saber que habíamos entrado en la tormenta, el

viento y la lluvia azotaban con gran fuerza la nave y sin embargo, se alcanzaban a oír los gritos de nuestros compañeros.

La fuerza de las olas los golpeaba duramente, de tal forma que se alcanzaban a ver las llagas que se formaban, el agua

salada caía en las heridas: lo que hacía más dura la pena. Algunos perdieron el conocimiento, era mejor.

Algunos de los tripulantes dentro del refugio comenzaron a llorar, se sintieron indignos por tener que esperar bajo techo

mientras sus compañeros eran lastimados por la tormenta. No había forma de ayudarlos, había que esperar.

Fueron días y noches de dura espera. El dolor hacía suponer que algunos habrían muerto, tal vez desmayados, no

sabíamos, -esperábamos lo peor-.

De repente, nada. Quedó todo en silencio. De momento quedamos impávidos sin saber qué hacer. El General gritó -

rápido, vayan por los hombres que están afuera-. Corrimos lo más rápido que pudimos. Faltaban hombres: habían sido

arrancado de sus amarras, afortunadamente, fueron arrojados a una de las galeras que habían quedado abiertas por el

golpe de las olas, y que por fortuna los salvo de morir.Poco a poco iban reaccionando. Faltaba uno. Casi no creíamos lo

que habíamos visto, se había soltado de sus amarras y a fuerza de sujetarse con las mismas, escaló el mástil mayor para

subir a la canastilla del vigía, allí se encontraba casi desfallecido, la ropa hecha jirones y su piel sangrante con llagas por

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todo el cuerpo, respiraba con dificultad. Lo tomamos con cuidado y lo llevamos adentro, donde pudiera estar seco y

cómodo.

Después supimos que subió hasta allá para ofrecer su vida, a cambio de las nuestras. No estaba dispuesto a que nos

perdiéramos en la tormenta, sabía que solo así lograríamos salir.

Nunca olvidare su mirada, cansada pero llena de esperanza. La mirada que tienen los hombres valientes que conocen su

destino y mueven lo que está a su alcance para que este destino se cumpla.

Ya no había miedo, ni desesperanza, ni intranquilidad, había fortaleza en la nave, porque ahora, la nave se movía. Con

rumbo fijo. Hacia la tierra de la luz.

Dedicado con mucho cariño a nuestras hermanas y hermanos de la "Huelga de Hambre", pero particularmente a

Cayetano Cabrera, que nos puso al borde de un ataque de nervios más de una vez, y que valientemente ofrecieron su

vida y su salud, para que todos nosotros viéramos como este barco, nuevamente se mueve.

Nunca acabaremos de entender que están hechos estos hombres y mujeres que perduraran en la historia por su calidad

humana y por su valor. Y no sabremos agradecer propiamente lo que ellos de manera más allá del deber, nos regalaron.

¡Hasta el triunfo compañeros!

Ricardo Grostieta García

Operación Subestaciones

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Los Guerreros de la Luz (3a parte)

En esos días la corriente parecía haberse detenido, al igual que el viento. Las velas tensas esperaban la llegada de la más

mínima racha de viento que nos pudiera mover. Estando en medio del mar con el sol en el cenit era prácticamente

imposible ubicar nuestra posición o el rumbo, todo se veía igual. Solo la forma de las nubes cambiaba de manera

caprichosa que parecieran figuras que se dibujaban en el cielo, por lo que había personas en el barco que decían podían

ver signos en las nubes dependiendo de su forma, decían que podían determinar si nuestro rumbo era el correcto o no,

incluso decían que podían ver en las nubes señales acerca del lugar exacto y hasta podían pronosticar la fecha de

nuestra llegada a tierra (de esas fechas que algunos llamaban "fechas mágicas", de esas que pasaron una y otra y otra

más y ninguna fue la pronosticada para la llegada a nuestro destino y sin embargo, seguían buscando en las nubes las

famosas señales.)

A mí en lo particular no me gustaba hacerme ilusiones sobre de cuando y como sería el regreso a tierra o si habría

manera de "saber" cómo sería eso. Yo esperaba señales concretas: la voz del vigía anunciando a través de un sonoro

"¡tierra! ¡Tierra a la vista!", o que, tal vez algún ave de las que viven cerca de la costa nos avisara que ya estamos

próximos a llegar a nuestro destino. De otra manera solo podemos pensar que el viaje es aún largo y que no hay

alternativa más que mantenernos firmes en nuestro compromiso por alcanzar el objetivo: llegar a tierra firme.

Pienso que en el momento preciso, se nos hará saber qué es lo que debemos hacer para el esperado día. Pienso que

habrá que hacer más de lo que hacemos ahora, que no basta con esperar a que el tiempo se agote como si, solo se

tratara de quemar tiempo. Tenemos que buscar la manera de hacer que esta nave se mueva, sin embargo las ideas se

me arremolinaban y no daba en encontrar una solución sensata que sirviera para esto.

El tedio y la necesidad humana de “hacer”, de “crear”, hizo que algunos marinos que se encargaban de las labores de

mantenimiento de la nave, enfadados por no ver señales de la tierra anhelada, buscaron ocuparse en tareas diferentes a

las que se le había encomendado. Algunos otros, hábiles maestros en diferentes artes se empeñaron en la elaboración

de artefactos, utensilios, ropas y muchas cosas más que comerciaban entre la gente del gran barco. Inclusive, y a pesar

de que el navío contaba con un comedor que puntualmente alimentaba a los tripulantes por la mañana y por la tarde,

había personas que elaboraban diferentes alimentos para comerciar con la gente del barco. Esto por supuesto enojaba a

algunos de los que fielmente seguían las instrucciones de los que capitaneaban la nave, sabiendo que esto era lo que se

tenía que hacer para poder continuar. -El orden, la disciplina, la organización y la lucha nos ayudaran a llegar al final-

decían.

Un griterío me saco de mis pensamientos. Miré hacia atrás y un grupo de hombres y mujeres discutían acaloradamente

por las raciones de comida, por los turnos en las guardias, por la gente que se había retirado para hacer otra actividad.

Claramente no era un motín, más bien parecía una de esas discusiones de mercado, que son más ruido que otra cosa.

Me acerqué con curiosidad porque la discusión parecía tardar más que lo de costumbre. El que más manoteaba era un

tipo moreno, requemado por el sol y con un tatuaje en el brazo que asemejaba una especie de almeja de donde salía

una especie de sirena. El tipo alegaba y preguntaba a los presentes ¿Cómo era posible que el capitán supiera hacia a

donde dirigir la nave? Cuando, para donde quiera que voltearas lo único que veías era: agua, cielo, sol y más agua. De

ahí surgió la discusión, a lo que una dama que parecía de edad avanzada le infirió fuertemente diciendo que -el capitán

estaba rodeado de gente con la que discutía lo que se tenía que hacer, hacía adonde dirigirse y como lo teníamos que

hacer, que su única preocupación era poder mantener el orden y continuar con las actividades, ya que de no hacerlo,

corríamos el riesgo de sufrir por la falta de disciplina, de orden, de organización. El hombre que no se dejaba convencer,

miraba con el rabito del ojo a la mujer como cuidándose de ella y de lo que decía. Tomó el hombre nuevamente la

palabra para inferir algunos insultos, diciendo que lo que debimos haber hecho era quedarnos en tierra, que la

estrategia no era la adecuada, y que no llegaríamos a ningún lado porque él, no veía la famosa “luz” que los demás

veíamos en las noches cuando el cielo estaba despejado. Que él sabía que la gente que se había quedado en tierra,

ahora tenía una vida, que tenían trabajo y que estaban viviendo tranquilos. Que lo único que tenían que hacer era

caminar sin levantar la vista…-¡Nada difícil de hacer!- decía.

Page 6: Cuentos de la resistencia

En esas estaban cuando, no sé en qué momento, dos hombres se acercaron para hablar con él y preguntarle a que

sector de la nave pertenecía porque nunca lo habían visto. Súbitamente y desesperado por el hecho de haber sido

descubierto, dicho hombre corrió escabulléndose de la gente para después arrojarse por la borda, sin decir "¡agua

va!" Los que estábamos allí y vimos la acción nos quedamos petrificados… no podíamos creer que se hubiera arrojado al

agua, algunos otros corrieron a la baranda para buscar al hombre y arrojarle una soga o algo que evitara que se

hundiera. Como pudimos nos asomamos pero todo fue inútil, pareciera que nunca hubiera caído, no se oyó ni siquiera

un grito, no se oyó el golpe contra el agua, nada. Los dos hombres que trataron de hablar con él se notaban molestos

más que consternados.

Inmediatamente se dio aviso al capitán de lo que acababa de suceder. Por un momento sentí una gran curiosidad por

saber que iba a pasar. No todos los días se iba un hombre al agua… No acababa de acomodar mis ideas cuando de la

cabina superior apareció el capitán, con la mirada serena y el paso firme. No parecía enfadado, más bien hacía una

mueca debido a que el sol le pegaba de frente. Todo mundo pasó del bullicio al silencio total en espera de sus palabras.

Hoy -dijo-, hemos sido testigos de cómo seguimos siendo atacados por fuerzas que buscaran a toda costa terminar con

nuestro viaje y no lo podemos permitir. Hemos podido llegar hasta este punto, porque hemos tenido la capacidad

de organizarnos, repartirnos el trabajo y ayudar al prójimo. No podemos en este momento, prestar oídos a las voces que

intentan convencernos de que tomamos una decisión equivocada. Sabemos, que hemos decidido hacer esta travesía

porque no podíamos mantenernos sumisos ante una agresión que terminaría esclavizándonos a todos junto con

nuestras familias, no lo podíamos permitir. Porque somos hombres y mujeres libres.

Por detrás se acercó uno de los hombres de su confianza y le habló al oído y entonces nos dijo -En estos momentos me

acaban de informar que faltan 11 tripulantes, que se los llevaron para presionarnos, para ponerlos como ejemplo y

castigarnos por lo que hicimos, pero les aseguro que haremos lo necesario para que estén otra vez con nosotros, dando

la lucha para llegar a nuestro destino. Por eso, es importante, mantener la unidad férrea. Con nuestra familia, con

nuestros hermanos, con el que está junto a nosotros. Porque eso, nos ayudará a seguir y avanzar hasta alcanzar nuestro

objetivo. Ese que se fue por la borda, no era uno de nosotros, era un enviado que buscaba perturbarnos, engañarnos,

confundirnos. Porque vamos por buen camino. Porque si estuviéramos perdidos, nos dejarían a nuestra suerte para

morir en la travesía, y no es así, siguen poniéndonos obstáculos para frenarnos, para provocar que tardemos en llegar.

Porque al final esa será la recompensa para nosotros y nuestras familias. Llegar a tierra firme, asegurando nuestro

futuro, el de nuestros hijos y el de nuestros nietos. Por eso, esta generación será llamada la de “Los Guerreros de la Luz”.

El júbilo estalló y pude ver la chispa en los ojos de los que se encontraban a mi alrededor, inmediatamente nuestros

corazones se llenaron de fortaleza. Sabiendo que estábamos en el camino correcto.

En el horizonte, mirando hacía la popa del gran barco, una mancha negra aparecía en el cielo. Otra amenazadora

tormenta nos iba a golpear. Había que prepararse y sin embargo, nos había enseñado dos cosas: la primera es que

siempre provenían del mismo lugar y lo segundo es que al final, quedábamos más cerca de nuestro destino.

Para poder entender lo que hemos vivido hasta hoy se necesita más que imaginación. En cada miembro de la

organización no hay una historia, hay varias, todas distintas y sin embargo compartimos varias cosas en común. El día de

hoy podemos decir que el nivel de conciencia, de compromiso y de organización supera por mucho al que teníamos

cuando estábamos completos. Ahora, somos más fuertes y no bastará con ofertas baratas. Tras casi 19 meses de lucha,

se necesita más que dinero para comprar la conciencia de un electricista. Se necesita justicia y legalidad pero esas, no

están dispuestos a darlas. Habremos de arrancárselas.

¡Hasta el triunfo compañeros!

Ricardo Grostieta García

Operación Subestaciones