Cuentos de miedo de La Escuela del Mar - … · de Navidad y estaba con mis padres y mi hermana...

7
Cuentos de miedo de La Escuela del Mar LA PRIMERA AVENTURA NO BAJES AL SOTANO

Transcript of Cuentos de miedo de La Escuela del Mar - … · de Navidad y estaba con mis padres y mi hermana...

Cuentos de miedo deLa Escuela del Mar

LA PRIMERA AVENTURA – NO BAJES AL SOTANO

LA PRIMERA AVENTURA

(NO BAJES AL SOTANO)

Un cuento de José Manuel Ferro

Ilustraciones de Isabel Ferro

Hola, soy Albert y estos son mis amigos

en esta primera aventura

Hola, yo soy Alex Hola, soy Miguel

LA PRIMERA AVENTURA

( NO BAJES AL SOTANO )

Todo empezó en “Abacus”, una tienda con juguetes, lápices y libretas, pelis, videojuegos y libros, muchos libros. Era poco antes de Navidad y estaba con mis padres y mi hermana mirando cuentos para pedir a los Reyes. En la Escuela del Mar, que es mi cole, a todos los de mi clase lo que más nos gustaba, aparte de los cromos y los juegos de los Pokemon y los Digimon (bueno y las Monster High a las niñas), eran los libros de “Pesadillas”, una colección de libros de terror que eran una pasada. Yo me los pedí todos para Reyes y me fijé sobre todo en dos: uno que se titulaba “Invisibles” y otro que era “No bajes al sótano”.

¡Y me los trajeron, tú! ¡Los dos! Losempecé a leer, pero… A mí me gustaleer por las noches en la cama antesde dormir, mientras me tomo un vasode leche con cola-cao. Y no era plan,la verdad, porque luego tenía unaspesadillas terroríficas que no veas.Así que los guardé en un estante demi cuarto y me cogía un “Mortadelo”,que me divierte mogollón.

En la Escuela del Mar, que aunque se llama así está en lo alto de la montaña de Barcelona y no en la playa, mis mejores amigos son Alex, Miguel y David. Bueno, pues resulta que sus padres y los míos se hicieron amigos también, de las reuniones del AMPA y de esperarnos en la puerta del cole a que saliéramos por la tarde. Y quedaron un día para ir de excursión. Se lo pasaron tan bien que empezamos a hacer salidas de vez en cuando. Y así comenzaron nuestras aventuras.

Un sábado por la tarde llegamos a Castellar de N’Hug, que es un pueblo muy pequeño de los Pirineos donde en invierno nieva una barbaridad y donde nace el Llobregat, que es el segundo río más grande de Cataluña después del Ebro. Nuestros padres habían reservado sitio en una casa de colonias que había en lo alto del pueblo, al lado de la iglesia. Últimamente, mientras íbamos en el coche, mi padre nos contaba cuentos de miedo para distraernos: “No bajes al sótano”, “No bajes al sótano – 2”… Ya iba por el “5”. Había cogido el título prestado, eso ya lo habréis adivinado, y se los inventaba sobre la marcha. Salía una cocinera que se convertía en bruja y nos perseguía por un pasadizo subterráneo. Y también un cementerio, monstruos, esqueletos y otra gente simpática como ésta.

Por eso los amigos y yo nos juntábamos en mi coche cuando íbamos de excursión, porque aquellos cuentos nos molaban cantidad. Por dos razones: porque los protagonistas éramos nosotros y porque eran de miedo-miedo. Y los viajes se nos hacían cortísimos.

El pueblo de Castellar de N’Hug resultó ser muy parecido a los escenarios de los cuentos que se inventaba mi padre: hacía una tarde supernublada, había una fonda al lado de la iglesia y el cementerio al otro lado... Sólo que al lado de la iglesia no había ningún cementerio.

Mi padre es muy fantasioso y enseguida se puso a buscar el cementerio. “Tiene que estar por aquí”, decía dando vueltas

alrededor de la iglesia. “En estos pueblos el cementerio siempre está al lado de la iglesia”, seguía diciendo. Y nosotros detrás de él, claro.

Después, por la noche, intentó meternos miedo: preparó un cartel que ponía “NO BAJES AL SÓTANO” y lo colgó en la baranda, al principio de la escalera que subía a las habitaciones. Todo como en sus cuentos. Pero yo reconocí su letra. ¡Pobre! Al final, como no consiguió que creyéramos estar viviendo de verdad en uno de sus cuentos, lo dejó correr y se puso a cenar con los otros padres, y a hincharse de vino con gaseosa. Luego nos fuimos a dormir.

Lo que os voy a contar ahora no se lo he contado a mi padre. Diría que lo he soñado. Pero es verdad. Os lo juro. Os lo juramos.

Me despertó el reloj de la iglesia: la una de la noche. Tenía ganas de hacer pis, así que fui a los lavabos y allí me encontré a Alex, que también se había levantado al oír la campanada.

- ¡Ey! –le dije-, vamos a despertar a Miguel.

- Miguel, Miguel, levántate que es la una.

- ¡Anda! –dijo él, despertándose-. Como en los cuentos de tu padre, ¿no?

- Sí: “No bajes al sótano” –dijo Alex poniendo voz de monstruo.

- ¿A que no bajáis al sótano conmigo? –nos desafío Miguel.

- ¡A que sí!

Cogimos nuestras linternas y entramos en la habitación donde dormían los padres sin hacer ruido. Aunque después de todo el vino con gaseosa que se habían bebido, no había peligro de que se despertasen. Miguel cogió la navaja multiusos de su padre; Alex encontró un cepillo del pelo, que parecía de hierro, en el neceser de su madre; y yo, para seguir con lo que salía en los cuentos de mi padre, cogí la cámara de fotos que le habían traído los Reyes a mi hermana. Todo como en el cuento, ya os digo. Y allí que nos fuimos.

Sólo que, esta vez, no era un cuento. Era una tontería. Para empezar, la casa de colonias no tenía sótano. Bajamos hasta la planta baja. Allí estaba el letrero que había puesto mi padre, colgando de la baranda de la escalera, muerto de risa. Eso es lo que dije. Pero quizá no debí haber empleado aquella palabra: “muerto” quiero decir.

Porque entonces nos fijamos en la puerta que había detrás de la escalera. Yo sabía que era la habitación de la cocinera de la casa de colonias porque había ido por la tarde, con mi padre y el padre de Miguel, a pedirle cerillas para un juego. Nos miramos y recordamos cómo empezaba el miedo en los cuentos de mi padre… : que si entrábamos a ver, porque no podíamos resistir la tentación; que si la cocinera, que parecía tan simpática, se convertía en una bruja asesina y nos perseguía…

Lo que os decía, una tontería. Y sin embargo... La puerta dichosa estaba ligeramente abierta, invitándonos a entrar. ¡Tendríamos que habernos ido a dormir, claro! Pero los unos por los otros, para no quedar como unos gallinas delante de los amigos, encendimos las linternas y nos metimos dentro. Ninguno dijo “tengo miedo”, pero yo estaba cagado, y los otros no veas:

- ¡Eh, tú, no empujes!

- ¡No empujes tú! ¿Vale chaval?

Detrás de la puerta había un pasillo largo y al fondo otra puerta. Todo estaba superoscuro. Llegamos a la segunda puerta y la abrimos: nuestras linternas iluminaron un largo tramo de escaleras que se perdían en la oscuridad. Empezamos a bajar por ellas en completo silencio y de repente oímos pasos detrás nuestro.

- ¡Es ella, es ella, la cocinera, seguro! –gritó Alex.

- ¡Como en el cuento, como en el cuento! –chilló Miguel, que iba el último, dando empujones.

Me volví y vi una luz a lo lejos que avanzaba hacia nosotros.