Cultismos y palabras populares

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Cultismos y palabras populares La cafetería Cultismos En la calle Juárez casi llegando a la esquina con Doctores, una pequeña insulosa de concreto, cuyo interior está adornado con bellos maderos laborados con una majestuosidad casi digna de un palacio. Aquel pequeño rincón olvidado por la población en general, limitaba a un jardín que tenía bellas flores, que de vez en cuando estaba implicado en la creación de un pequeño huerto, cuyos productos iban directo a una pequeña botica. Delante a su vidriera, un móvil viejo pero fuerte mostraba los tatuajes que las personas durante años dejaron en sus tablas unidas por clavos que no cedían al paso de los años manteniéndolo tan formidable e íntegro. Sólo un libro podía contener todas las anécdotas que aquel lugar de recreación y descanso podía ofrecer a aquellos curiosos que deseaban conocer las historias. Una de ellas involucraba a un joven cocinero que había intentado introducir comida al menú de aquel pequeño paraíso construido con el sudor de la frente de muchas personas. Entre los platillos que se habían inmiscuido a la carta estaba un cálido compuesto por delicadas julianas en las cuales invertía cada gota de su ánima para lograr que tomase un sabor que dejara extasiado a cualquier comensal. A pesar de duplicar esfuerzos en alcanzar su lucro, siempre se formaba una película o se coagulaba o surgía una mácula obscura. El cocinero atónito no conseguía evitar la ruptura del equilibrio del guisado.

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Cultismos y palabras populares

La cafetería Cultismos

En la calle Juárez casi llegando a la esquina con Doctores, una pequeña insulosa de concreto, cuyo interior está adornado con bellos maderos laborados con una majestuosidad casi digna de un palacio.

Aquel pequeño rincón olvidado por la población en general, limitaba a un jardín que tenía bellas flores, que de vez en cuando estaba implicado en la creación de un pequeño huerto, cuyos productos iban directo a una pequeña botica.

Delante a su vidriera, un móvil viejo pero fuerte mostraba los tatuajes que las personas durante años dejaron en sus tablas unidas por clavos que no cedían al paso de los años manteniéndolo tan formidable e íntegro. Sólo un libro podía contener todas las anécdotas que aquel lugar de recreación y descanso podía ofrecer a aquellos curiosos que deseaban conocer las historias.

Una de ellas involucraba a un joven cocinero que había intentado introducir comida al menú de aquel pequeño paraíso construido con el sudor de la frente de muchas personas. Entre los platillos que se habían inmiscuido a la carta estaba un cálido compuesto por delicadas julianas en las cuales invertía cada gota de su ánima para lograr que tomase un sabor que dejara extasiado a cualquier comensal.

A pesar de duplicar esfuerzos en alcanzar su lucro, siempre se formaba una película o se coagulaba o surgía una mácula obscura. El cocinero atónito no conseguía evitar la ruptura del equilibrio del guisado.

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La cafetería Cultismos

En la calle Juárez casi llegando a la esquina con Doctores, una pequeña isla de concreto, cuyo interior está adornado con bellos maderos labrados con una majestuosidad casi digna de un palacio.

Aquel pequeño rincón olvidado por la población en general, lindaba a un jardín que tenía bellas flores, que de vez en cuando estaba empleado en la creación de un pequeño huerto, cuyos productos iban directo a una pequeña bodega.

Delante a su vidriera, un mueble viejo pero fuerte mostraba los tatuajes que las personas durante años dejaron en sus tablas unidas por clavos que no cedían al paso de los años manteniéndolo tan formidable e íntegro. Sólo un libro podía contener todas las anécdotas que aquel lugar de recreación y descanso podía ofrecer a aquellos curiosos que deseaban conocer las historias.

Una de ellas involucraba a un joven cocinero que había intentado introducir comida al menú de aquel pequeño paraíso construido con el sudor de la frente de muchas personas. Entre los platillos que se habían inmiscuido a la carta estaba un caldo compuesto por delgadas julianas en las cuales invertía cada gota de su alma para lograr que tomase un sabor que dejara extasiado a cualquier comensal.

A pesar de doblar esfuerzos en alcanzar su logro, siempre se formaba una pelleja o se cuajaba o surgía una mancha obscura. El cocinero tonto no conseguía evitar la rotura del equilibrio del guisado.