Dana Beal

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A nadie le llama la atención que siendo invierno en Nueva York esté nevando, pero nieva en cámara lenta, los copos caen tan despacio que casi siempre se derriten antes de llegar al suelo. Los pocos montículos blancos con los que no me tropiezo porque brillan, brillan en parte por la luz reflejada, en parte por los efectos de un tucón de porro mexicano que me convidó Dana Beal antes de salir para la tintorería a bus- car su sobretodo. “Ahora te tomás el subte, te bajás en la 51 y caminás cua- tro cuadras”. La indicación sirvió de saludo y tan pronto la dijo, dio media vuelta y empezó a caminar. Es, ante todo, un hom- bre práctico. DANA BEAL, CREADOR DE LA MMM HAY QUE DECIRLES QUE FUERON ENGAÑADOS MUCHOS DE SUS AMIGOS YA MURIERON, A OTROS LOS MATARON. ERAN YONKIS Y MILITANTES EN LA NORTEAMÉRICA DE LOS 60. SE CANSÓ DE SACAR PRESOS POR TENENCIA DE DROGAS ANTES DE CREAR LA MARCHA MUNDIAL DE LA MARIHUANA. UN LÍDER ENIGMÁTICO, IMPREDECIBLE, CON UN ÚNICA ADICCIÓN: EL ACTIVISMO Por Celeste Orozco desde Nueva York Foto Paul Derienzo “¿Y a qué activistas conocés en Washington DC?”, me había incre- pado inexplicablemente antes en su oficina, un primer piso cubierto casi entero por diarios, cajas y libros api- lados sostenidos con gatos, veinte gatos: “Gatos que se quedan cuando descubren que pueden coger con sus parientes”, me explica. Apenas había visto dos gatos en diez días de recorrer la ciudad, evidentemente están todos en el Museo de los Yippies donde él tiene su oficina (yippie: un hippie al que le pegó la policía). EL CUARTEL GENERAL El edificio queda en el Greenwich Village pero ahí donde empieza la parte Este, zona de viejos squats por donde hace no tanto se congregaban los desplaza- dos de la clase media norteamericana: borders, yonkis, okupas, margina- les, y sus amigos y simpatizantes. Si fuera Buenos Aires quedaría por los adentros de La Boca, pero con sus re- glamentarias escaleras de incendio. Había cruzado algunos mails con Dana Beal, el hombre gracias al cual la Marcha Mundial de la Marihua- na, la del millón de porros, existe y existirá en más de 200 ciudades al- rededor del mundo, el responsable directo de que siga creciendo. To- das las veces escribí varias líneas y todas las veces él contestó tres, una, casi siempre dos más un cierre: Rea- ch me at this number. No voy a detallar acá lo inoperan- te que puedo ser tratando de usar los teléfonos públicos de una ciu- dad extraña, el dato es que fui sin avisar. No pensé que eso pudiera incomodar a miembros de la cultu- ra cannábica, pero siendo las tres de la tarde golpeé la puerta y nadie me abrió –y no es que adentro no hubie- ra gente–, por lo que me entretuve mirando la vidriera, una cartelera con información en tipografía flower power y un televisor desenchufado. Estaba por irme cuando se abrió la puerta y salió un hombre común, seriamente vestido, con bufanda es- cocesa y saco. Entonces entré. “No está abierto todavía”. El que me habla es un su- jeto grande en todo sentido, grueso y de barba blanca, apoltronado atrás de una mesa en la recepción, como un Santa de en- trecasa, y dice que Dana no está. Explico quién soy, de dónde vengo, y que puedo volver más tarde. Pero él grita para el fon- do: “Lo buscan a Dana, ¿está?”. “No, no está. ¿Quién es?”. Antes de terminar la frase, Jay (jovencito flaco, negro y movedizo, perfecto opuesto complementario del recepcionista) está al lado mío, preguntándomelo directamente. Cuento mis intencio- nes y me invita a pasar, puedo esperar a que Dana llegue. “Dale un café”, manda el viejo. El Museo de los Yippies consta de tres pisos. La planta baja y el sub- suelo funcionan como bar a partir de las 6 de la tarde. Dados los insisten- tes controles de Salud Pública solo se vende agua, jugo y gaseosas, pero Dana permite fumar porro en el só- tano, con discreción, y hasta en una de las barras, que no funciona como tal, guarda algunos vinos para prepa- rarse sangrías con jugo de arándano. En las paredes hay gigantografías de momentos cruciales de la lucha. Una de ellas, activistas parando la reliquia de reloj que atesora el gobierno en la estación Grand Central. PALABRAS MÁS, PALABRAS MENOS “No conozco a una sola persona en to- dos los Estados Unidos, y no exagero”, le respondo a su extraña pregunta. “¿Y entonces qué hacés acá?”. Dana se inquieta delante mío, no para de caminar por el poco espacio que tiene disponible. Le muestro la revista, le nombro a Mike Bifari, el cordobés de los vapos que lo visi- tó él año pasado. Le recuerdo que él es importante para el movimien- to por la legalización y confieso mis segundas intenciones: tengo ganas de fumar. Su respuesta: “Ustedes me robaron a la persona que necesito”. Habla de Mikki Norris, por esos días la activista californiana estaba con su esposo y compañero de mi- litancia Chris Conrad en Buenos Aires. Creo saber que está de vuelta,

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A nadie le llama la atención que siendo invierno en Nueva York esté nevando,

pero nieva en cámara lenta, los copos caen tan despacio que casi siempre se derriten antes de llegar al suelo. Los pocos montículos blancos con los que no me tropiezo porque brillan, brillan en parte por la luz reflejada, en parte por los efectos de un tucón de porro mexicano que me convidó Dana Beal antes de salir para la tintorería a bus-car su sobretodo. “Ahora te tomás el subte, te bajás en la 51 y caminás cua-tro cuadras”. La indicación sirvió de saludo y tan pronto la dijo, dio media vuelta y empezó a caminar. Es, ante todo, un hom-bre práctico.

Dana Beal, creaDor De la MMM

HAy que decirles que fueron engAñAdos

Muchos de sus aMigos ya Murieron, a otros los Mataron. eran yonkis y

Militantes en la norteaMÉrica de los 60. se cansó de sacar presos por

tenencia de drogas antes de crear la Marcha Mundial de la Marihuana.

un líder enigMático, iMpredecible, con un única adicción: el activisMo

Por Celeste Orozco desde Nueva York

Foto Paul Derienzo

“¿Y a qué activistas conocés en Washington DC?”, me había incre-pado inexplicablemente antes en su oficina, un primer piso cubierto casi entero por diarios, cajas y libros api-lados sostenidos con gatos, veinte gatos: “Gatos que se quedan cuando descubren que pueden coger con sus parientes”, me explica. Apenas había visto dos gatos en diez días de recorrer la ciudad, evidentemente están todos en el Museo de los Yippies donde él tiene su oficina (yippie: un hippie al que le pegó la policía).

el cuArtel generAlEl edificio queda en el Greenwich

Village pero a h í

donde empieza la parte Este, zona de viejos squats por donde hace notanto se congregaban los desplaza-dos de la clase media norteamericana: borders, yonkis, okupas, margina-les, y sus amigos y simpatizantes. Si fuera Buenos Aires quedaría por los adentros de La Boca, pero con sus re-glamentarias escaleras de incendio.

Había cruzado algunos mails con Dana Beal, el hombre gracias al cual la Marcha Mundial de la Marihua-na, la del millón de porros, existe y existirá en más de 200 ciudades al-rededor del mundo, el responsable directo de que siga creciendo. To-das las veces escribí varias líneas y todas las veces él contestó tres, una, casi siempre dos más un cierre: Rea-ch me at this number.

No voy a detallar acá lo inoperan-te que puedo ser tratando de usar los teléfonos públicos de una ciu-dad extraña, el dato es que fui sin avisar. No pensé que eso pudiera incomodar a miembros de la cultu-ra cannábica, pero siendo las tres de

la tarde golpeé la puerta y nadie me abrió –y no es que adentro no hubie-ra gente–, por lo que me entretuve mirando la vidriera, una cartelera con información en tipografía flower power y un televisor desenchufado. Estaba por irme cuando se abrió la puerta y salió un hombre común, seriamente vestido, con bufanda es-cocesa y saco. Entonces entré.

“No está abierto todavía”.El que me habla es un su-

jeto grande en todo sentido, grueso y de barba blanca,

apoltronado atrás de una mesa en la recepción,

como un Santa de en-trecasa, y dice que

Dana no está. Explico quién soy, de dónde vengo, y que puedo volver más tarde. Pero él grita para el fon-do: “Lo buscan a Dana, ¿está?”.

“No, no está. ¿Quién es?”. Antes de terminar la frase, Jay (jovencito flaco, negro y movedizo, perfecto opuesto complementario del recepcionista) está al lado mío, preguntándomelo directamente. Cuento mis intencio-nes y me invita a pasar, puedo esperar a que Dana llegue.

“Dale un café”, manda el viejo. El Museo de los Yippies consta

de tres pisos. La planta baja y el sub-suelo funcionan como bar a partir de las 6 de la tarde. Dados los insisten-tes controles de Salud Pública solo se vende agua, jugo y gaseosas, pero Dana permite fumar porro en el só-tano, con discreción, y hasta en una de las barras, que no funciona como tal, guarda algunos vinos para prepa-rarse sangrías con jugo de arándano. En las paredes hay gigantografías de momentos cruciales de la lucha. Una de ellas, activistas parando la reliquia de reloj que atesora el gobierno en la estación Grand Central.

pAlAbrAs más, pAlAbrAs menos“No conozco a una sola persona en to-dos los Estados Unidos, y no exagero”, le respondo a su extraña pregunta.

“¿Y entonces qué hacés acá?”.Dana se inquieta delante mío, no

para de caminar por el poco espacio que tiene disponible. Le muestro la revista, le nombro a Mike Bifari, el cordobés de los vapos que lo visi-tó él año pasado. Le recuerdo que él es importante para el movimien-to por la legalización y confieso mis segundas intenciones: tengo ganas de fumar. Su respuesta: “Ustedes me robaron a la persona que necesito”.

Habla de Mikki Norris, por esos días la activista californiana estaba con su esposo y compañero de mi-litancia Chris Conrad en Buenos Aires. Creo saber que está de vuelta,

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cho tiempo más tarde en la MMM. Ahora Dana acomoda estratégica-

mente algunos almohadones sobre el sillón de tres cuerpos. Pienso que va a invitarme a sentarnos para que huyamos de la ola de calor pero no, él se acuesta, sin zapatos, con los pies en alto como in-dica el reglamento de descanso de pies. Para mí, arrima una silla a la altura de su cabeza. “Como en el psicólogo”, comen-to. Así empieza nuestra charla.

bueno, contame sobre la manifesta-ción del miércoles.Durante el gobierno de Clinton lle-garon a un acuerdo para modificar la ley en California, pero Bush em-pezó a meter presa gente, entonces la manifestación es para que no haya más presos por marihuana, porque hay muchos procesados en contra de la ley vigente ahí.

¿cómo se sostiene la ilegalidad de la marihuana hoy en estados unidos? De repente, mucha gente está ha-blando de legalización.

¿creés que la lucha también se da en el día a día, fumando a pesar de la prohibición?Algunas veces tuve que dejar de fumar durante días o semanas por circuns-tancias, pero no porque quise.

¿te acordás del momento en que pensaste la MMM por primera vez?La marcha mundial se inició porque Rudi Giuliani (nota: el intendente mano-dura que según los blumbergs locales limpió aquella escoria de la ciudad) quiso prohibir nuestra ma-nifestación anual. Nos enganchamos con gente en Londres para crear un evento global, así podríamos aver-gonzar al gobierno preguntándole cómo podíamos tener menos liber-tad que bajo la Reina de Inglaterra. Hicimos una revolución con eso.

¿cómo fue la primera?1999. Fue muy grande. Se puede ver al final de la película Grass.

¿cómo se siente que tu idea ac-tualmente esté pasando en tantas

ciudades del mundo? Todavía no es legal, entonces ob-viamente tenemos que sumar más ciudades a la marcha. India sería lin-do. Mucha gente fuma porro allá, así que India sería bueno, sería como sumar 80 o 100 ciudades.

en argentina se está discutiendo la despenalización pero la media de la población realmente desconoce so-

el intendente quiso prohibir nuestra manifestación anual y nos enganchamos con gente en londres para crear un

evento global. así podríamos avergonzar al gobierno preguntándole cómo podíamos tener menos libertad que

bajo la reina de inglaterra.

decís que esta planta podría usar-se para tratar la adicción al crack. en argentina hay algo parecido pero peor, el paco. ¿pensás que la ibo-gaína podría fu ncionar en personas económicamente marginadas, den-tro de una sociedad desinformada? lo digo pensando en los poderosos efectos visionarios de la planta a los que la gente suele temerle.

Si pueden vencer su miedo a los psicodélicos, va a funcionar. Pero requerirá cuidados posteriores y educación, porque muchos de estos jóvenes están marginados y crónica-mente desempleados. La ibogaína no puede resolver la crisis económica, pero puede energizar a cierta gente para que resuelva su crisis personal.

Durante la conversación hay grandes pausas de silencio. A ve-ces, Dana habla en voz alta consigo mismo. Parece ser de esas personas que siempre andan pensando en sus asuntos pero a la vez pueden discu-tir sobre restaurantes de comida internacional, o dar notas. Cuando vuelve, da la sensación de que pue-de recapitular todo: “Esto es lo que pienso casi todo el tiempo: cómo neutralizarlos. No que dejen de exis-tir sino que sean nada, que existan, pero que sean nada. Tenemos que ser asquerosos en la lucha”.

Algo está tramando.

y le sugiero que la llame para en-mendar nuestra desatención como argentinos. Me entretiene con el tucón mexicano, lo prendo, lo fumo, se lo ofrezco, ni lo registra, sigo fumando, se lo vuelvo a ofre-cer, tampoco lo registra. Escucho: “Hola, es Dana Beal. Oí que estás de vuelta en Estados Unidos. Nece-sito fotos para la manifestación del miércoles en Washington DC. Está todo organizado, es una fecha im-portante, por favor llamame”. (Acá, recién acá, entiendo esa inexplicable pregunta sobre Washington DC).

Ni bien deja el mensaje me saca el porro de la mano y se va a seguir con lo suyo: controlar el diseño de los afiches de la marcha. Yo espero de espaldas a un radiador que levan-ta demasiada temperatura mientras me cuentan los detalles de la movida: fotos de personas de bien procesadas judicialmente por consumir mari-huana y de tipos malos y muy malos, ricos y famosos, perdonados por de-litos mucho más graves.

Hace 40 años, cuando Dana comen-zaba a tomar dosis de LSD mientras estudiaba Epistemología y Metafísica tuvo una iluminación: “Vi que todos dentro del movimiento psicodélico éra-mos conejillos de Indias de algún tipo de experimento de la CIA que se ha-bía ido de control. Contábamos bajas a nuestro lado. Pero algunos de nosotros pasaríamos al otro lado; y alguno traería de vuelta algo maravilloso”. Entonces de-cidió que la primera batalla se libraría por la droga más popular, la marihuana (a la vez la menos riesgosa). Convocó al pri-mer Smoke-in en un parque de Nueva York y esas fumatas populares que fueron creciendo vez a vez desembocaron mu-

bre sus usos médicos, e incluso está muy desinformada sobre otras sus-tancias. ¿cuál es el camino para abrir esas cabezas?Hay que decirles que el gobierno de Estados Unidos sabe sobre la cura a las adicciones desde los 60, pero que nunca consideraron compartir esa información, aunque enlistaron a todos los demás países en la fallida guerra contra las drogas. Hay que decirles que fueron engañados.

¿todavía tenés cargos por aquel inci-dente en illinois? leí que fue porque la plata que llevabas olía a porro…Fue solo un perro antidrogas. Cinco meses después del arresto volvieron con resultados de laboratorio que indicaban algún rastro de cannabis en un cenicero. Viajo a Illinois para el juicio la semana que viene.

Hace rato que la marcha mun-dial de la marihuana dejó de ser la prioridad de Dana. Puede intuirse que por poder contar la historia de varios amigos muertos por yonkis, ahora está enfocado en un inte-rruptor de la adicción venido de una planta africana llamada iboga. Casi que habla de la marcha con cierta reticencia, aunque sus allega-dos murmuran que es una coartada para sumar soldados a la causa ibo-gaína.

el Museo de los yippies. Aquí se cranea la Marcha Mundial de la Marihuana.