David Viñas - Clases de literatura

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Reflexiones preliminares sobre la posteridad de Juan Rulfo y su obra Jorge Zepeda EDITOR CENTRO DE ESTUDIOS LINGÜÍSTICOS Y LITERARIOS EL COLEGIO DE MÉXICO

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Reflexiones preliminares sobre la posteridad de Juan Rulfo y su obra

Jorge ZepedaE D I T O R

C E N T R O D E E S T U D I O S L I N G Ü Í S T I C O S Y L I T E R A R I O S

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UNO

Parece lógico que la posteridad de Juan Rulfo abunde en intentos con-tinuos de encontrar a toda costa indicios de su personalidad o de suvida dentro de su obra o lo que algunos creen saber de su ámbito pri-vado. El lector puede hallar, sin demasiado esfuerzo, la obsesión pordesentrañar aspectos autobiográficos en los cuentos de El Llano enllamas o en la novela Pedro Páramo o, incluso, la reiterada atribucióndel “silencio” de Rulfo al modelo de la angustia creativa de cuño ro-mántico. En este caso –como en el de muchas otras figuras decisivas dela cultura occidental– las distintas anécdotas, leyendas y versiones semultiplican en un afán de explicar la estatura de una obra y de su autordesde los extremos de la admiración o la envidia, pasando por la mal-querencia.Todo ello arroja un saldo de ideas preconcebidas que a me-nudo pasan por ser verdades incontrovertibles y que –en ocasiones– sepresentan como conocimiento comprobable.

A los numerosos repetidores de lugares comunes, a los que suelendefender su incuria y negligencia afirmando que “cada quien tiene supropio Rulfo” les convendría suspender la lectura en este punto, pueslo siguiente les será de escaso interés (salvo para hacerse de referenciasbibliográficas cuya contribución habrán de distorsionar). La inmediatez

Autrefois, les sophistes parlaient à un petit nombre

d’hommes, aujourd’hui, la presse périodique leur

permet d’égarer toute une nation.

HONORÉ DE BALZAC

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y los sofismas del periodismo amarillista nada tienen que ver con el análisis y la in-vestigación de la literatura.

En una de las últimas entrevistas concedidas antes de su muerte, Salvador Elizondosubrayaba el hecho de que es la obra la que hace perdurar el nombre de su autor, yno el nombre de éste el que hace sobrevivir su obra:

Me dieron muy buenos consejos Ramón Xirau, Juan José Arreola y Juan Rulfo, que eracomo mi sombra, por amistad; todavía no se incorporaba al Centro [Mexicano de Escri-tores], pero ahí fue donde más lo traté. Rulfo fue una de las razones por las que me dedicoa la literatura. Lo que hizo hay que intentar hacerlo, pero nadie le va a llegar, como nadiele ha llegado porque es víctima del malentendido general que reina en este país: creenque todo es mexicano. Qué tan mexicanos son los cuentos de El Llano en llamas, en quélengua están hechos, de qué región de México son, ¿alguien puede decirlo?, unos dicenque son de Jalisco porque Rulfo es de Jalisco, pero no es cierto, que son indios, no es cierto,no son indios, mentira.Yo sé de dónde salieron muchos, traté a Rulfo íntimamente como escri-tor, personalmente no sé nada de él ni él de mí.1

El testimonio de Elizondo cobra mayor interés conforme se percibe el respaldo de suspalabras. Despreocupado por la aprobación de las ventas masivas, consciente de suaislamiento en el mundo literario, Elizondo es el más intelectual de los escritoresmexicanos contemporáneos; de hecho, uno de los pocos intelectuales dignos de esetítulo. Hacer énfasis en su relación con el escritor Juan Rulfo le permite descartar lasasociaciones engañosas y fáciles con que todavía rellenan cuartillas muchos preten-didos especialistas, además de desmontar la etiqueta de nacionalista vergonzante conque gran parte de la generación de nuevos escritores mexicanos justifica su “cansancio”de la obra rulfiana.2 Sobre este punto, la verdadera universalidad de la narrativa deRulfo, mucho se ha insistido, y en particular son elocuentes los puntos de vista de sustraductores a otras lenguas.3 Sin embargo, en México seguirá pesando la carencia

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1 Fernando Barrios Cedeño, “Conversación con Salvador Elizondo: a 40 años de Farabeuf ”, Lecturas del Fondo de Cul-tura Económica: Letras sin Fronteras, 15, septiembre-octubre de 2005, p. 7.

2 Mayra Inzunza declaraba en su oportunidad que “Respetamos dos títulos [El Llano en llamas y Pedro Páramo] quepredijeron la imposibilidad dialéctica. No obstante la admiración que Rulfo suscita, deseamos explorar otras posi-bilidades, más que apegarnos a un territorio que nunca fue nuestro, aun cuando sí las proclamas de sus habitantes,antepasados nuestros” (“Herencia relegada”, El Ángel,563, 27 de febrero de 2005, p. 5). En el panorama de comen-tarios que acompaña al texto anterior destacan por su mesura y sensatez las opiniones de Constanza Rojas Caballeroy Heriberto Yépez (véase “Los ‘nietos’ rebeldes”, El Ángel, 563, 27 de febrero de 2005, p. 5). El resto de los con-sultados sigue una rutina cuyos antecedentes pueden rastrearse en la recriminación que José Agustín, en sus añosde mayor presencia, hizo a Rulfo por “imitar” los temas de José Revueltas (véase “La obra literaria de JoséRevueltas”, Epílogo a José Revueltas, Obra literaria, Empresas Editoriales, México, 1967, t. 2, pp. 631-640). Noes difícil, a partir de ese precedente, predecir lo que ocurrirá al paso del tiempo con la mayoría de las jóvenespromesas literarias de hoy.

3 Akira Sugiyama, traductor de Pedro Páramo al japonés, comenta que: “Mucha gente se queda sorprendida, aquí

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de verdaderas vocaciones docentes y de esquemas adecuados de enseñanza de la histo-ria de la literatura en los ciclos de enseñanza básica y media en tanto los planes de estu-dio se empeñen en definir y mostrar la obra de Rulfo a partir de su superficie. Antesque defenestrarlo como impulsor del discurso nacionalista, los talentos surgidos en lacoyuntura actual harían bien en no imponer las condiciones del mercado literario vigente–en especial su iconoclasia vacua e interesada– a autores y periodos cuya aportaciónson incapaces de comprender ni –por lo mismo– de asimilar.

Del fragmento anterior de esa entrevista a Salvador Elizondo parece todavía extraer-se algo más. La certeza de que toda obra literaria proviene, en primer lugar, de otrasobras literarias, del diálogo que su autor entabla con una tradición en la que, en últimainstancia, habrá de insertarse. La naturaleza de ese intercambio, desde luego, exigeuna actitud indagatoria superior al mero apunte de fuentes e influencias, que en cuantose refiere a Rulfo adquiere a menudo el carácter de reproche o de prueba irrefutablede su falta de originalidad. Es claro que un procedimiento semejante y la actitud que loimpulsa provienen de una época que, como el siglo XIX, se sustentaba en la etiquetaengañosamente elitista del buen gusto y parte de la premisa de la superioridad moralde quien la formula. En el medio literario mexicano pervive esta predilección porolvidarse de la obra y prestarse al cultivo reiterado de la “mitología personal” del es-critor con elogios envenenados o repulsas hipócritas.4

La admiración que todo gran artista merece por ampliar los márgenes de percep-ción de la realidad y desplazar los límites de apropiación de esa realidad por medio dela cultura no tiene vínculo alguno con la veneración acrítica y sectaria, ni con la obse-sión enfermiza que –contragolpe provocado por la anterior– se empeña en demostrar

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en Japón, cuando lee los cuentos de El Llano en llamas, por la fuerza que tienen sus diálogos, la imagen crudaque se ofrece de una manera tan tranquila, como inocente” (“Juan Rulfo en Japón”, Los Murmullos: Boletín de laFundación Juan Rulfo, 1, segundo semestre de 1998, p. 25). En cuanto a Pedro Páramo, Sugiyama advierte que “[…]el logro de Rulfo es haber conseguido hacer una literatura universal con una apariencia de algo muy local: toda lacultura de Occidente, o algo equivalente a eso, pero con las palabras y los sentimientos de unos campesinos deuna región de México.Y por cierto aquí, en la zona sur de Japón, hay también una región rica en mitos” (p. 33).

4 Hace poco Ana Clavel delineaba su obra más reciente y se declaraba “heredera” de Homero a partir de la siguienteargumentación: “Comenzaré con un sacrilegio: no soy devota de Pedro Páramo ni de El llano en llamas. Reconozcola gravidez de sus mundos y la maestría de su escritura transgresora pero no las incluiría en la lista de esas diezobras que hipotéticamente uno llevaría consigo si tuviera que vivir en una isla desierta. Por eso, cuando escucho elreclamo de que ‘mi’ generación no ha dado un Juan Rulfo me sonrío: mis deudas, mis retos, están en otro lado.Por principio de cuentas en un territorio sin fronteras nacionalistas, ni compromisos reivindicadores, un espacio quedescubro en la tarea diaria de la lectura y la escritura, donde me arrastran mis pulsiones y por la que se me imponenalgunos hallazgos: una visión particular y, me gustaría creer que lo consigo, intensa del mundo” (“La deuda rul-fiana”, Altertexto, 2, 4, septiembre-diciembre de 2004, p. 85). No resulta sorprendente que la perspectiva de Clavelcon respecto a la herencia de Rulfo se haya alterado de manera radical al recibir el premio Juan Rulfo de RadioFrancia Internacional correspondiente a 2005: “Tiene un tremendo aval que la propia figura, que el personajeprominente de las letras, inaugure la entrega de este premio, le ofrece de entrada un prestigio, una calidad moralque no se da en todas las circunstancias” (Sandra Licona, “‘Una figura y una obra como la de Rulfo no le pertene-cen a nadie’”, La Crónica de Hoy, 20 de diciembre de 2005, p. 34). Es notorio que a Clavel –como a sus compa-ñeros de trinchera– le pesa un legado que no sabe dónde ubicar, salvo que se trate de su dimensión material.

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cuánto debe el susodicho a los creadores de su fama pública, a sus influencias o a lossupuestos amigos cuya generosidad no quiso o no supo retribuir. Como ha señaladocon su distintiva claridad mordaz el novelista Javier Marías, ningún contemporáneo esel mejor biógrafo de un individuo cuyos méritos sean ampliamente reconocidos.5

En manos del oportunista o del rencoroso, la posteridad de aquél queda sujeta al pseudo-indagador que fagocita sus fuentes de información sin ningún escrúpulo documentalo al ajuste de cuentas que, so pretexto de iluminar con amplitud inédita su obra y suvida da rienda suelta a la fantasía sin importar que falte a la verdad.

Una de las razones que con mayor frecuencia alegan los detractores bienpensantesde Juan Rulfo y su obra es la avalancha de artículos, entrevistas, libros, notas, reseñas ytesis que año con año crece en torno a él. Como todo observador juicioso podrá notar,la cantidad no es garantía de calidad; en un porcentaje alto, esos escritos son meras glo-sas entusiastas, repertorios de imprecisiones flagrantes, discursos ideológicos susten-tados en un nacionalismo atávico y chauvinista o, simplemente, opiniones engarzadaspárrafo tras párrafo, sin ningún respaldo que denote reflexión. Si a la fecha la obra deRulfo representa la mayor veta de la literatura mexicana ello se debe a que cada nuevageneración efectúa su propia lectura de un clásico, como es su obra. La dinámica derecambio del discurso crítico exige, además, la superación de los errores presentes ensu trayectoria y el propósito de no suplirlos por nuevas carencias en la medida de loposible. Cabe apuntar, por último, que el entusiasmo ciego y anárquico es el peorincentivo para la crítica de la literatura o el estudio de su historia.Y en lo que atañe aRulfo –como a todo escritor–, una gran porción de la tradición crítica en torno suyose debe de manera primordial a este último factor. No está de más recordar que tanto elperiodismo cultural como la academia pasan ahora por una etapa en que antes del compro-miso con la información veraz o el conocimiento y su difusión y profundización primanla necesidad de mantener una presencia mediática, en el primer caso, y en el segundo, lade publicar o perecer, que, salvo por la presencia escrutadora de las instancias evaluado-ras, resultan casi idénticas.

DOS

El escritor que fue fotógrafo. El fotógrafo que ilustró al escritor. El individuo que diolo mismo de sí como escritor y como fotógrafo. El fotógrafo que abandonó su cámara,sus fotos y sus negativos y que después, como escritor, abandonaría su escritura y suslibros. Alrededor de estas cuatro variaciones –y de algunas más–, el tema de la obra

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5 “El trato con los muertos ofrece innumerables ventajas: es gente que no se enfada, no protesta, no desmiente, nonos afea nuestra conducta, una delicia de gente mansa. Por eso sorprende tanto que los medios de comunicaciónno estén prevenidos contra tanto testimonio retrospectivo y casi siempre escandaloso, incluidos los de muchosbiógrafos pretendidamente serios y exhaustivos” (“La Zona Fantasma: Ladrones de cenizas”, El País Semanal,1486,20 de marzo de 2005, p. 110).

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fotográfica de Juan Rulfo ha tenido una trayectoria veleidosa durante largo tiempo.Incluso la mayoría de los catálogos disponibles dan espacio a textos anecdóticos queno dejan de tener interés indirecto, pero que dedican a la fotografía –si acaso lo hacen–unas pocas líneas incidentales. Sin embargo, son los textos debidos a un afán divulgadormal entendido los que se han encargado de difundir la idea de que la fotografía de JuanRulfo es la ilustración de su narrativa, y la de que ésta es la fuente infalible de sus respec-tivos pies de foto. Lo anterior es sólo la formulación impresionista de quien transladasu entusiasmo lector a la contemplación de imágenes que exigen un estudio a partirde la lógica de sus propias características, antes que aproximarse a ellas con la actitudperezosa de extrapolar los elementos de un discurso artístico a otro sin que medie elescrutinio de la especificidad visual de esas fotografías.

Abundan ejemplos de esto último. En fechas recientes, el periodista Roberto GarcíaBonilla se permitía ampliar los equívocos de Nuria Amat al glosar uno de sus numerososaportes al repertorio de imprecisiones con respecto a la obra de Rulfo:

La escritora catalana Nuria Amat nos recuerda en su biografía Juan Rulfo, el arte del silencio undato significativo: todos los textos que Rulfo publicó en América, los acompaña con foto-grafías tomadas por él mismo, hasta que se reúnen en un libro. Desde entonces el escritory el fotógrafo, que son la misma persona, no vuelven a compartir sus espacios en textos deficción. […] Amat afirma que “Fotografiar es para Rulfo poner el punto final a un relato”–pero aclara que en el caso de los textos publicados en América–, “las imágenes formanparte del texto, no lo ilustran”. Compara a Rulfo con G.W. Sebald, que también acompañasus textos de imágenes.6

Es preciso notar la perspectiva desde la que García construye la autoridad de una aspi-rante a biógrafa cuyo único interés es configurar su propio Rulfo antes que discernir yestudiar los indicios documentables de su trayectoria para ofrecer resultados confia-bles.7 Según el periodista, Amat “nos recuerda” algo que se supone fundamental paraentender al escritor y al fotógrafo. Este mayestático mal disimulado, que pretende–en apariencia– involucrar al lector en el supuesto hallazgo no es más que un sub-terfugio para dar respetabilidad a una ocurrencia caprichosa. Las imágenes que acom-pañaron las distintas publicaciones de los cuentos de Rulfo son sólo viñetas –debidas sobretodo a los ilustradores de América–, las cuales podían aludir a escenarios, momentoso personajes de dichas narraciones, o bien ser, simplemente, una forma de aligerar el

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6 “Una historia: El Llano en llamas”, La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, 398, febrero de 2004, p. 26.7 Para un recuento de los numerosos errores e imprecisiones que comete Amat, véase la reseña de Jorge Zepeda,

“Juan Rulfo, el arte del silencio, de Nuria Amat: una biografía superficial y pretenciosa”, Arena: Suplemento Cultural deExcélsior, 6, 6, 299, 31 de octubre de 2004, pp. 2-3.

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diseño del texto y su lectura.8 Amat y García –parece obvio– jamás han tenido ante sí mis-mos un solo ejemplar de la revista América. El siguiente paso en esta estrategia de creaciónde un Rulfo a la medida de las expectativas de ambos es reiterar que “el escritor y el fo-tógrafo […] son la misma persona”. Pero evidentemente no se trata aquí de la personaque crea, sino de aquella persona que algunos han intentado “explicar” antes que estudiar.9

Este característico empecinamiento en atribuir toda señal artística o literaria alindividuo que nace, crece, se reproduce y muere sin establecer las indispensablesfronteras metodológicas que requiere cualquier investigación digna de ese nombrees el modus operandi de un medio cuyos intercambios cotidianos se basan en la lógicade la fidelidad al “se dice”, al “se cree”, o aun mejor, al clientelismo “intelectual” queno aporta ni enriquece, pero que siempre revela su utilidad infalible para no malquis-tarse con nadie que pueda recompensar tales hábitos.A todo esto, García ignora –muyprobablemente– u omite –lo cual sería más grave– toda mención a las once fotos queRulfo sí publicó sin texto alguno (ni siquiera pies de foto) en la edición de Américacorrespondiente a febrero de 1949, año, por cierto, en el que no apareció en esaspáginas ningún otro cuento de los primeros siete que después se integrarían a El Llanoen llamas.10 En esta decisión de aislamiento puede apreciarse una voluntad de autor quedesea mantener la autonomía entre ambas vertientes de su creación artística, lo cualnada tiene que ver con las etiquetas despreciativas que se toman literalmente las afir-maciones del escritor y fotógrafo en el sentido de que él no era sino un aficionado.Lo era, sí, con respecto a los numerosos “profesionales” que, ya desde entonces, seufanaban de su seriedad como productores de arte o literatura. Amat y García com-parten una predilección manifiesta por las certezas personales que es loable por sí

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8 Véanse “La vida no es muy seria en sus cosas”, América:Tribuna de las Democracias, 40, 30 de junio de 1945, pp. 35-36 (viñeta de Benjamín Molina: una calle de pueblo, p. 36); “Nos han dado la tierra”, América:Tribuna de la Demo-cracia, 42, 31 de agosto de 1945, pp. 19-21 (viñetas de Benjamín Molina: cuatro hombres en un lugar desolado,p. 19; una mujer con un cántaro al hombro, p. 21); “Macario”, América:Tribuna de la Democracia,48, junio de 1946,pp. 67-72 (viñeta de lo que parece un cementerio, p. 72; procede del siglo XIX –sin más indicaciones– según elsumario de esta edición); “Es que somos muy pobres”, América:Tribuna de la Democracia, 54, 30 de agosto de 1947,pp. 24-29 (viñeta de Benjamín Molina: un niño con los brazos en alto y un caserío al fondo, p. 24); “La cuesta delas comadres”, América: Revista Antológica de Literatura, 55, 29 de febrero de 1948, pp. 31-38 (viñeta de BenjamínMolina: una peña rodeada de árboles, p. 31); “Talpa”, América:Revista Antológica,62, enero de 1950, pp. 79-87 (vi-ñeta de un hombre arrodillado, p. 79, sin crédito de autoría en el índice de la revista); “El llano en llamas”, Amé-rica: Revista Antológica, 64, diciembre de 1950, pp. 66-85 (viñetas de Jesús Ortiz Tajonar: un revolucionarioarmado, p. 66; una escena de batalla, p. 70; revolucionarios en retirada, p. 74); “Diles que no me maten”, Améri-ca, 66, abril de 1951, pp. 125-130 (viñetas de Jesús Ortiz Tajonar: dos personajes armados y un civil que encaraa uno de ellos, p. 124; vegetación que se refleja en el agua, p. 130). Sergio López Mena ya aludía a estas ilustra-ciones en su “Nota filológica preliminar” a Juan Rulfo, Toda la obra, coord. de Claude Fell, Association Archivesde la Littérature Latino-américaine, des Caraïbes et Africaine du XXème siècle-Consejo Superior de Investigacio-nes Científicas, Madrid, 1992, p. XXXII.

9 Véase, por ejemplo, el artículo de Antonio Alatorre, “La persona de Juan Rulfo”, Literatura Mexicana, X, 1-2, 1999,pp. 225-247.

10 “11 fotografías de Juan Rulfo”, América:Revista Antológica,59, febrero de 1949, encarte entre las páginas 112 y 113.

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misma, pero absolutamente improductiva en términos racionales (ya es proverbialla frase que sentencia que si la realidad no corresponde a la idea que se tiene deella, peor para la realidad). De esta clase de concepciones proviene la asociación ar-tificial, forzada e irrestricta entre la fotografía y la literatura de Juan Rulfo.

No todo es impresionismo y opiniones personales, por supuesto. La difusión delcatálogo de Lunwerg –y de sus traducciones al alemán, francés, inglés e italiano– hapermitido que la fotografía de Rulfo reciba la atención y el reconocimiento que le ca-be dentro de la historia de dicha actividad en México y en América Latina. Quienesprefieran seguir fomentando la amalgama imagen / texto podrían, al menos, atenderen lo sucesivo a las categorías de las artes visuales antes que a su mero instinto de con-sumidor promedio. Quizá sería factible hallar paralelos, pero para conseguir algo másque certidumbres prefabricadas se requiere una formación sólida y una disciplina detrabajo que resultan prohibitivas para los innumerables audaces que pululan por todaspartes. Sólo es cuestión de tiempo, como los estudios y publicaciones más recienteshan comenzado a poner de manifiesto. Una muestra del alcance y perspectivas del tra-bajo que resta por hacer en este aspecto de la tradición crítica rulfiana es el resultadodel trabajo de revelado de los negativos que precisó la selección más reciente de foto-grafías,11 y que Jorge Luis Espinosa describía de esta manera: “En 1980, recuerda JuanPablo Rulfo, se montó en Bellas Artes una exposición de 100 fotografías por el hom-enaje nacional a su padre. Entonces los negativos fueron ampliados e impresos porotros fotógrafos, entre ellos Nacho López, quien dado su gusto por los contrastes hizouna interpretación dramática de las fotos de Rulfo.”12 Mucho resta por hacer, en efec-to, si hasta ahora ha circulado una interpretación de las fotografías de Rulfo antes quelas fotografías mismas.

TRES

Las colecciones de artículos y ensayos sobre la obra de Juan Rulfo ocupan numerososregistros de su bibliografía secundaria. El primero de todos ellos, Recopilación de textossobre Juan Rulfo (Casa de las Américas / Centro de Investigaciones Literarias, La Habana,1969) se debe al esfuerzo de Antonio Benítez Rojo por documentar la trayectoria crí-tica de uno de los antecesores del llamado boom latinoamericano13 dentro de una serie

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11 El libro al que hago referencia es el preparado por Andrew Dempsey, Juan Rulfo, fotógrafo, Consejo Nacional parala Cultura y las Artes / Dirección General de Publicaciones, México, 2005 (Círculo de Arte).

12 Jorge Luis Espinosa, “Rulfo, la imagen sin sesgos dramáticos”, El Universal, 31 de enero de 2006, p. F4. La fotoque acompaña la nota –“Mujer sentada en el umbral”– es elocuente con respecto a lo afirmado por el diseñadory pintor si se le compara con impresiones anteriores.

13 En su columna del suplemento cultural del diario español ABC, el novelista J. J.Armas Marcelo recordaba hace unosmeses el impacto de la obra de Rulfo entre su generación: “Arlt, que vivió el infierno de la escritura como la ma-yor de las venganzas, lo dejó escrito sin tapujos (y yo lo repito una vez más): el triunfo absoluto de un escritor, in-cluso poeta, radica en escribir; el fracaso, en todo lo contrario: no escribir. A fuer de tajantes, hay excepciones:

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editorial pionera en su género. Cinco años más tarde, el estadounidense Helmy F.Giacoman ofrecía un libro donde reunía artículos ya conocidos y algunos inéditos (Home-naje a Juan Rulfo: variaciones interpretativas en torno a su obra, Las Américas, New York,1974). En ese mismo 1974, el también norteamericano Joseph Sommers ponía al al-cance de los interesados una antología crítica de perfil semejante, aunque de menoresdimensiones (La narrativa de Juan Rulfo: interpretaciones críticas, Secretaría de EducaciónPública / Dirección General de Divulgación, México). Basten por el momento esos tresprimeros antecedentes. Lo importante es destacar que –salvo publicaciones como lapreparada por Dante Medina (Homenaje a Juan Rulfo, Universidad de Guadalajara, Gua-dalajara, 1989), que reúne textos mayoritariamente inéditos dado su origen en los ac-tos organizados por la Universidad de Guadalajara en 1988– las compilaciones detextos críticos originales son casi inexistentes, descartados, como corresponde, los nú-meros monográficos de publicaciones periódicas –como la edición conmemorativa deltrigésimo aniversario de la aparición de Pedro Páramo (Cuadernos Hispanoamericanos, CXLI,421-423, julio-septiembre de 1985) o el equivalente a las actas del simposio efectuado enla Universidad de Ottawa (Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, XXII, 2, invierno de1998), entre otros.

El lector que ahora recorre estas líneas se encuentra con un libro que no respondea las necesidades apremiantes del simple mérito amistoso, ni a la necesidad de reunirbajo una misma cubierta páginas escritas con años de diferencia y sin ningún méritoreal. Quienes han aceptado la invitación a colaborar en la segunda y tercera seccionesde este volumen cuentan con una trayectoria previa de estudio e interés en la obra deRulfo, o bien pertenecen a ese círculo tan reducido de amistades personales del escri-tor cuya nómina suele incrementarse artificialmente. El aporte de todos ellos habráde juzgarlo quien se acerque a estas páginas con algo más consistente que el morboo las intenciones de practicar el saqueo que distinguen a los improvisados. Parecieraun contrasentido postular esto último, puesto que el lector tiene ya, en sus manos, unlibro. Pero no lo es, ya que esa segunda instancia de reconocimiento a la que un textoaccede en cuanto es leído y frecuentado sólo se adquiere por mediación de una primeratoma de decisiones.

Para conmemorar el vigésimo aniversario de la muerte de Juan Rulfo era nece-sario privilegiar la reflexión sobre su obra y su vida con una perspectiva atenta a las

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Rilke, a estribor de la memoria; Rulfo, a la cabeza de los nuestros. En cierta ocasión García Márquez contestabaal purista, académico y resabiado (que afirmaba que Rulfo no sabía literatura), que «la sabe hacer (la literatura)mejor que todos nosotros». Todos nosotros era el boom, que rindió pleitesía al autor de Pedro Páramo, tal comoCortázar y otros miembros conspicuos del cogollito se lo rindieron a Paradiso” (“A la Intemperie: La mafia”, ABCD:las Artes y las Letras, 752, 1 al 7 de julio de 2006, p. 10; el énfasis proviene del original). Sobre el impacto de losnarradores hispanoamericanos en el medio cultural de España –principalmente a finales de los sesenta y principiosde los setenta– puede consultarse el libro de Joaquín Marco y Jordi Gracia (eds.), La llegada de los bárbaros: la re-cepción de la narrativa hispanoamericana en España, 1960-1981, EDHASA, Barcelona, 2004.

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aportaciones más recientes de la crítica y la investigación en torno al tema, pero sin des-cuidar la tradición –amplia y heterogénea– que ha precedido los frutos que hoy recogeel lector.Toda tradición se configura por una serie de decisiones, y la que este volumenpretende prolongar es de disciplina, estudio, indagación y reflexión. La animadversióndisfrazada de una pretendida objetividad no respaldada por información fehaciente, losdiscursos grandilocuentes, los tópicos desgastados e inútiles y las verdades a mediassiempre tendrán defensores y no hay lugar para ellos en estas páginas. Sólo el tiempopodrá hacer evidentes las distintas trayectorias de coeficientes tan disímiles.

Es importante, ahora, apuntar los rasgos principales de cada uno de los textos in-cluidos aquí. La sección dedicada a Fotografía consiste en tres artículos que atiendentanto al detalle de la historia de Rulfo-fotógrafo como a la perspectiva de la difusiónde su obra visual y, finalmente, a la exploración de sus particularidades dentro de latrayectoria de la fotografía latinoamericana del siglo XX. Lon Pearson comparte sutestimonio personal –así como sus amplios conocimientos y experiencia como fotó-grafo– en “Juan Rulfo: una exposición olvidada”, relato circunstanciado del primerencuentro con esta otra área de la obra rulfiana en un lugar y un momento de los quenada se sabía hasta ahora: Guadalajara, 1960. A continuación, José Carlos GonzálezBoixo amplía su campo de interés y estudio en lo relacionado con Rulfo y su obra en“Clasicismo y esteticismo en la fotografía de Juan Rulfo”, donde perfila una relación actua-lizada de las exposiciones fotográficas y sitúa a Rulfo dentro de la práctica de la foto-grafía en México y en América Latina al tiempo que propone una caracterización delcorpus fotográfico conforme a sus temáticas recurrentes. Cierra esta sección DanieleDe Luigi con “Más allá del silencio. Juan Rulfo fotógrafo: problemas e interpretaciones”,artículo en el que traza un deslinde imprescindible entre el lenguaje fotográfico y ellenguaje literario de Rulfo.

La sección destinada a la Crítica se abre con un par de testimonios cuya naturaleza yaportes los ubican como fuentes valiosas de información sobre el escritor y esa personatan recubierta por el sedimento de los lugares comunes como manipulada por los su-puestos amigos entrañables. En el primer caso, Daniel Sada conversa con Víctor Jiménezen torno a su relación con Rulfo en tanto becario del Centro Mexicano de Escritores ycomo autor que se reconoce en su tradición de rigor y exigencia estética en la transcrip-ción titulada “Juan Rulfo: la escritura y la preservación del enigma”. Por su parte, “JuanRulfo: los últimos años” recoge otra conversación de Víctor Jiménez, en esta ocasión conMaría Eugenia Mata, profesional de servicios bancarios cuyo trato cercano con Rulfopermite conocer detalles de la parte final de su vida que han sido explotados ventajosa-mente por algunos autores de fiascos pseudo-biográficos recientes.

Con respecto a la parte propiamente crítica, Gabriel Iaculli comparte algunos aspec-tos decisivos de su labor como traductor de la obra de Rulfo al francés, en particular

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de sus dos experiencias más recientes, en “Decir lo implícito: traducir El Llano en llamasy Pedro Páramo”. Su lectura permitirá comprender el por qué de la exitosa respuesta crí-tica obtenida por la narrativa rulfiana en el ámbito de lengua francesa, misma que sólopuede adjudicarse tanto a la excelencia del escritor mexicano como a la destreza y sen-sibilidad lingüística de Iaculli. “Palabra llana y poesía en Juan Rulfo” es el artículo deVíctor Jiménez que explora algunos de los elementos frecuentemente inadvertidos porla crítica literaria más tendenciosa en dos campos: la relación de su obra narrativa con lapoesía y su economía expresiva, por un lado, y, por otro, las afinidades estéticas y te-máticas con autores como Rainer Maria Rilke y Paul Valéry. Una muestra, tan sólo (ypor contraste), de la visceralidad de quienes se empeñan en presentar un Rulfo insufi-cientemente cosmopolita y por demás monotemático. Sebastião Guilherme Albano daCosta traza un panorama de lecturas y reflexión no apto para los detractores profesion-ales de la mal llamada teoría literaria, y sin embargo indispensable para tratar el tema delas coincidencias de la narrativa de Rulfo con el lenguaje cinematográfico en “El codexPedro Páramo”, enunciado que hace evidente la necesidad de una lectura atenta y ajena alas premuras clasificatorias al uso. “El rastro de Juan Preciado entre los mundos mesti-zos de Juan Rulfo” es el título elegido por Marie-Agnès Palaisi-Robert para su artículosobre la presencia de elementos provenientes de la cosmogonía indígena (y nahua enparticular) en la novela Pedro Páramo. Palaisi presenta evidencias para una interpreta-ción que con seguridad, por su tema, podría causar malestar a aquellos que exhibenuna beligerancia no muy propia del trato académico contra quienes incursionan en estecampo14 y son, no obstante, incapaces de mostrar una actitud saludablemente escépti-ca ante sí mismos cuando de suposiciones aún más audaces se trata. El examen indivi-dual de la narrativa de Rulfo termina con el artículo de Alberto Vital, “El gallo de oro,hoy”, donde el biógrafo del autor reflexiona sobre esta narración, su aporte específico

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14 Felipe Garrido la emplea al referirse a la ponencia “Juan Rulfo en el Amoxcalli: una lectura hermenéutica de PedroPáramo” de Mario J.Valdés (Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, XXII, 2, invierno de 1998, pp. 225-236), presen-tada en Ottawa en 1996 (véase “Carta a un profesor ingenuo”, en su libro Voces de la tierra: la lección de Juan Rulfo,Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2004, pp. 131-144). Prescindiendo de que la perspectiva deValdés sobre la cultura indígena está distorsionada, Garrido parece sentirse cómodo con un tono que ya se eviden-cia en el título de su artículo y que Vicente Quirarte identifica sin dificultad. Pero el crítico Garrido puede aventu-rar interpretaciones como la siguiente, a partir de la ambigüedad de Pedro Páramo: “¿Dorotea o Doroteo? ¿Quién, enla tumba, está acomodado entre los brazos de Juan Preciado? ¿Un hombre que cambió de sexo, que quiso ser mu-jer, tener un hijo? En otras lecturas, al seguir a Dorotea la cuarraca, la contrahecha, no tenía conciencia de esto. Hoytomo por buena la respuesta que un santo le da en el cielo a la propia Dorotea o Doroteo, después de hundir la manoen su estómago ‘como si la hubiera hundido en un montón de cera’, para sacar ‘algo así como una cáscara de nuez:«Esto prueba lo que te demuestra»’” (“Una lectura de tantas”, La Jornada Semanal, 564, 24 de diciembre de 2005,p. 4). Una fracción de la actual crítica literaria suele olvidar el legado más sólido del trabajo filológico: la obligaciónde leer con rigor el texto bajo escrutinio sin excluir aquello que contradice la propia hipótesis de lectura. Pero vol-viendo a la postura de Garrido frente a Valdés: “El hombre cortés y paciente que es Felipe da rienda suelta a suapellido –Garrido– cuando se trata de deshacer entuertos y desenmascarar impostores. Así lo demuestra su inteli-gente e ingeniosa Carta a un profesor ingenuo, dentro de la mejor estirpe de nuestra tradición torriana” (VicenteQuirarte, “Para escuchar a Felipe Garrido”, Milenio, 9 de septiembre de 2004, p. 43).

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y su distanciamento de los libros anteriores de Rulfo, no sin referirse a las respectivasadaptaciones fílmicas y al impacto que tendrá su estudio dentro de un próximo pano-rama crítico de la novela breve en México.Vital retoma una discusión intermitente a lolargo de la tradición crítica y ofrece elementos para entablarla bajo las condiciones ac-tuales, donde no pesa sólo el prestigio de la “obra canónica” de Rulfo, sino también lanecesidad de examinar la trayectoria de aparente “silencio” del escritor.

Mucho se ha dicho sobre las lecturas nórdicas de Rulfo. Poco, sin embargo, se haescrito de verdadera sustancia al respecto, como pudo comprobar Zarina MartínezBørresen al comenzar su investigación doctoral, de la que “Juan Rulfo: ecos de KnutHamsun” es un adelanto en el que algunas situaciones y temas muestran los vínculosentre ambos autores. El apego y predilección de Rulfo por Hamsun (y en particularpor Hambre) permite anticipar un trabajo lleno de hallazgos que sólo son asequiblespara quien, como Martínez, lee a Hamsun en su idioma. Francesca Polito di Sabatomuestra otro tipo de aproximación a la comparatística con “Modulaciones temáticasen Conversazione in Sicilia de Elio Vittorini y Pedro Páramo de Juan Rulfo”, donde el viajey la muerte se convierten en punto de partida para la profundización en el perfilrespectivo de cada obra. Polito lleva los apuntes de coincidencias que hace más de trein-ta años formulara Hugo Rodríguez-Alcalá al punto en que la especificidad de Rulfo yVittorini hace atisbar al mismo tiempo afinidades y matices. “Citizen Kane y Pedro Páramo:análisis comparativo”, de Douglas J.Weatherford, es un estudio de los elementos quela película de Welles habría revelado de manera muy temprana a un Rulfo que se hallabaa principios de los cuarenta en el proceso de creación de su novela. Como en los doscasos anteriores,Weatherford evita las recriminaciones sibilinas que se disfrazan dehallazgos y cuya única tesis es la impagable deuda de Rulfo con sus antecesores. Habíahasta ahora algunos apuntes breves sobre esta relación intertextual entre el clásico deWelles y Pedro Páramo,15 pero el autor cuenta con su pertenencia a la cultura nortea-mericana y su dominio de la obra de Rulfo en relación con el mundo cinematográficocomo un capital simbólico que hace de su artículo una lectura indispensable para elespecialista y para el lector aficionado.

Mi propósito al editar esta compilación ha sido, desde que el proyecto surgió porprimera vez, hace casi tres años, proporcionar al frecuentador de la obra de Rulfo unvolumen de textos originales, nunca antes publicados, y no un mero directorio de amis-tades y fidelidades clientelares poco o mal disimuladas, aunque frecuentemente negadas.Es una lástima que dichos libros se conviertan en escalones para que sus perpetrado-res disimulen su escasa estatura intelectual al aparecer como “especialistas” en un área

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15 Miguel Ángel Flores cerraba una conferencia sobre el cincuentenario de Pedro Páramo dictada en noviembre de2004 señalando el paralelo entre los personajes principales de ambas obras (véase “Pedro Páramo: en conversacióncon los difuntos”, Casa del Tiempo,VII, III, 73, febrero de 2005, p. 16).

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que ni siquiera les es familiar. Más alarmante es que los estudiantes de literatura recu-rran a estos mausoleos sin buscar antes las publicaciones originales, frecuentementedebidas a revistas académicas y literarias y suplementos culturales.Todo ello permi-te formular expresamente el propósito que ha conducido en cada momento el pro-ceso de preparación de estas páginas. La dignidad de un verdadero libro y la seriedadexigible a un trabajo sobre el escritor mexicano más importante del siglo XX y tam-bién –aunque haya a quienes les pese, muertos y vivos– el escritor más importantede la literatura mexicana.

Sólo me queda agradecer a cada uno de los autores por acceder a compartir con elresto de los lectores de Rulfo su vocación por el estudio y el conocimiento auténticoen torno a la obra de quien hacia estas fechas ha cumplido ya veinte años de ausencia.Pero esa ausencia es solamente física, pues la de Rulfo es, también, una posteridad quemuchos escritores contemporáneos procuran artificial y vanamente en vida.A quienespudieran encontrar en mis palabras una admiración acrítica los invito, cordialmente, aleer este libro de principio a fin, si ocurre que sus desplazamientos sociales, sus abul-tadas y comprometidas agendas de lectura, o sus reportes de afinidades y enemistadesfirmados mensual o semanalmente les conceden el tiempo requerido.

Agradezco, ante todo, la confianza y paciencia de los autores que han resistidolas etapas del proceso editorial de este libro, inusualmente prolongado.A Alberto RuySánchez y a Marisela Valdés, por sus traducciones de los textos de Gabriel Iaculliy Daniele De Luigi, respectivamente. A la Fundación Juan Rulfo, por su apoyo aeste proyecto.

La posteridad de Juan Rulfo está en su obra y en sus lectores. De pocos autorescontemporáneos se puede afirmar lo mismo. Tras esta pausa incidental, exhorto allector a confirmar los motivos de esa certeza.

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